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Cuento 04 El Cordero Envidioso

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EL CORDERO ENVIDIOSO

Esta pequeña y sencilla historia cuenta lo que sucedió a un cordero que por envidia
traspasó los límites del respeto y ofendió a sus compañeros. ¿Quieres conocerla?
El corderito en cuestión vivía como un marqués, o mejor dicho como un rey, por la
sencilla razón de que era el animal más mimado de la granja. Ni los cerdos, ni los
caballos, ni las gallinas, ni el resto de ovejas y carneros mayores que él, disfrutaban de
tantos privilegios. Esto se debía a que era tan blanquito, tan suave y tan lindo, que las
tres hijas de los granjeros lo trataban como a un animal de compañía al que malcriaban
y concedían todos los caprichos.
Cada mañana, en cuanto salía el sol, las hermanas acudían al establo para peinarlo con
un cepillo especial untado en aceite de almendras que mantenía sedosa y brillante su
rizada lana. Tras ese reconfortante tratamiento de belleza lo acomodaban sobre un
mullido cojín de seda y acariciaban su cabecita hasta que se quedaba profundamente
dormido. Si al despertar tenía sed le ofrecían agua del manantial perfumada con unas
gotitas de limón, y si sentía frío se daban prisa por taparlo con una amorosa manta de
colores tejida por ellas mismas. En cuanto a su comida no era ni de lejos la misma que
recibían sus colegas, cebados a base de pienso corriente y moliente. El afortunado
cordero tenía su propio plato de porcelana y se alimentaba de las sobras de la familia,
por lo que su dieta diaria consistía en exquisitos guisos de carne y postres a base de
cremas de chocolate que endulzaban aún más su empalagosa vida.

Curiosamente, a pesar de tener más derechos que ninguno, este cordero favorecido y
sobrealimentado era un animal extremadamente egoísta: en cuanto veía que los
granjeros rellenaban de pienso el comedero común, echaba a correr pisoteando a los
demás para llegar el primero y engullir la máxima cantidad posible. Obviamente, el resto
del rebaño se quedaba estupefacto pensando que no había ser más canalla que él en
todo el planeta.
Un día la oveja jefa, la que más mandaba, le dijo en tono muy enfadado:
– ¡Pero qué cara más dura tienes! No entiendo cómo eres capaz de quitarle la comida a
tus amigos. ¡Tú, que vives entre algodones y lo tienes todo!… ¡Eres un sinvergüenza!
– Bueno, bueno, te estás pasando un poco… ¡Eso que dices no es justo!
– ¡¿Qué no es justo?!…Llevas una vida de lujo y te atiborras a diario de manjares
exquisitos, dignos de un emperador. ¿Es que no tienes suficiente con todo lo que te
dan? ¡Haz el favor de dejar el pienso para nosotros!
El cordero puso cara de circunstancias y, con la insolencia de quien lo tiene todo,
respondió demostrando muy poca sensibilidad.
– La verdad es que como hasta reventar y este pienso está malísimo comparado con las
delicias que me dan, pero lo siento… ¡no soporto que los demás disfruten de algo que
yo no poseo!
La oveja se quedó de piedra pómez.
– ¿Me estás diciendo que te comes nuestra humilde comida por envidia?
El cordero se encogió de hombros y puso cara de indiferencia.
– Si quieres llamarlo envidia, me parece bien.
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