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Los cronistas de la americanización:

representación y discurso colonial en Puerto Rico (1898-1932)

Pablo Samuel Torres Casillas


Programa Graduado de Historia
Diseración para optar al grado de Doctor en Filosofía
con concentración en Historia.
Diciembre, 2013
UMI Number: 3606379

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UMI 3606379
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P.O. Box 1346
Ann Arbor, MI 48106 - 1346
Tabla de contenido

Introducción: 1
Breve reflexión sobre el elusivo concepto americanización

Capítulo 1: 30
Imperio, discurso colonial y representación en la literatura
de viajes (a finales del siglo XIX y principios del XX)

Capítulo 2: 58
El dilema imperial en la historiografía estadounidense y las
estrategias de representación en la construcción del sujeto
colonial.

Capítulo 3: Los cronistas del 98: americanización y discurso 91


colonial según la vanguardia capitalista

Capítulo: 4: La americanización por conversión: discurso 135


colonial estadounidense en Puerto Rico (primera década del
siglo XX)

Capítulo 5: A man who travels: americanización y discurso 182


colonial en Puerto Rico (tercera década del siglo XX)

Capítulo 6: A modo de reflexión: Lo americano y lo 228


puertorriqueño en los ensayos de identidad en Puerto Rico

Bibliografía 263

i
APROBADO POR:

.
Dr. Pedro L. San Miguel
Director de Tesis

Dr. Fernando Picó


Lector

Dr. Carlos Pabón


Lector

Dr. Manuel Rodríguez


Lector

Dr. Jorge Lizardi Pollock


Lector

ii
Resumen

El principal objetivo de este trabajo ha sido reflexionar sobre el discurso

colonial estadounidense según lo expresaron diversos libros sobre Puerto Rico

publicados desde la invasión de la Isla en 1898 y las primeras décadas del siglo

XX. Estos textos expresan los fundamentos ideológicos que sostuvieron este

discurso de superioridad cultural y que sirvió de justificación para la

intervención colonial de Estados Unidos en Puerto Rico. Enmarcados en los

valores propios de la Modernidad y la Civilización Occidental, el principal

concepto que describe este proceso fue conocido desde entonces como

americanización. Éste, a su vez, fue el término que recogió las aspiraciones

modernas de los puertorriqueños y propulsó la misión civilizatoria de los

estadounidenses.

Estos textos con un lenguaje científico y racional, expresaron los prejuicios

propios del darwinismo social, el racialismo y el determinismo geográfico para

calificar al otro como un ser atrasado e inmoral necesitado de la ayuda del

occidental para que lo guíe en ese proceso. Identifico tres momentos en el

discurso colonial estadounidense en Puerto Rico. En un inicio, tras la invasión

demostraron un énfasis en las espectativas lucrativas de la nueva posesión

insular y relacionaron la americanización con el sistema económico capitalista,

según su perpspectiva, el terreno propicio para el mejor desarrollo de la

civilización. Durante la primera década del siglo XX, durante el inicio de la

política de americanización, el discurso toma un lenguaje religioso, en el sentido

de que es expresado como una misión evangelizadora en la que los

puertorriqueños tendrían que abandonar su pasado hispano para superar su

iii
condición tropical e inferioridad cultural y racial para poder convertirlos en

americanos. Para la década de 1920 se percibe una revalorización de la herencia

hispana que es cónsona con la política panamericanista de Estados Unidos con

relación a los países hispanoamericanos. Finalmente examino y reflexiono sobre

el concepto y la idea de la americanización en los ensayos de identidad

puertorriqueña durante el siglo XX en Puerto Rico y cómo trataron de conciliar el

conflicto espiritual (lo hispano versus lo anglosajón) al interior de la identidad

puertorriqueña.

Palabras calve: historia de Puerto Rico; siglo XX; discurso colonial;

americanización; civilización occidental; tropicalismo; medicina tropical;

racialismo; identidad.

iv
Pablo Samuel Torres Casillas (Bayamón, 1968)

Obtuvo su grado de Bachillerato en Historia Europea en 1991 y el de

maestría en 1999 con la tesis “La escritura de la historia y el discurso liberal-

autonomista de la nación en Puerto Rico (décadas del treinta y el cincuenta)”. Ha

publicado en Historia y Sociedad, el suplemento “En rojo” del semanario Claridad

y en las revistas electrónicas Cruce y 80 grados. Editó la revista Musturbana y

coeditó Huevo Crudo. También ha dictado cursos de historia de Puerto Rico y

Estados Unidos en el recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico y

de Historiografía y Crítica en la Escuela de Arquitectura de la Universidad

Politécnica. Trabaja como investigador en la Oficina del Historiador Oficial de

Puerto Rico.

v
Reconocimientos

Al final del viaje queda por reconocer a algunas de las muchas personas

que de alguna manera fueron parte de la feliz llegada de la travesía que este texto

anuncia.

Primero al personal del Departamento de Historia por la oporunidad y el

apoyo en la obtención de este grado (Carmen Gloria, Nancy, Luis Agrait). A los

profesores del Programa Graduado quienes a través de los cursos, conferencias,

debates y conversaciones cotidianas fundamentaron de mi formación como

historiador (Pedro San Miguel, Fernando Picó, Carlos Pabón, Manuel Rodríguez,

Jorge Lizardi, Mayra Rosario, Francisco Moscoso, César Solá, Laura Náter, María

del Carmen Baerga, Marcial Ocasio). También vitales en este proceso formativo

fueron los estudiantes a los que impartí cursos de historia de Puerto Rico y

Estados Unidos, quienes me motivaron a hacerles pertinente e interesante el

conocimiento sobre el pasado.

Al Historiador Oficial de Puerto Rico, Luis González Vales y a Yolanda

Peña, por su solidaridad.

A mis padres, Samuel Torres Román y Nilda Casillas Díaz, cuyo apoyo

absoluto rebasa cualquier gesto de agradecimiento.

A mi compañera, Dalila Rodríguez Saavedra, y a mi hija, Ahlena Irene por

el día a día.

vi
vii
Los cronistas de la americanización:
representación y discurso colonial en Puerto Rico (1898-1932)
Introducción:
Breve reflexión sobre el elusivo concepto americanización

A partir de la emblemática fecha del 25 de julio de 1898, la isla de Puerto

Rico enfrentó una nueva realidad colonial. La “llave de las Américas” pasó, de

ser parte del alicaído sistema imperial español, donde todavía los liberales

luchaban por alguna participación en el poder político, al expansivo circuito

imperial norteamericano, basado en la producción masiva y administrado como

una república liberal. La relación entre imperio y colonia fue en cierto sentido la

misma que con España, en la que el poder metropolitano mantuvo el control

sobre los medios productivos y su estructura política. Sin embargo, el andamiaje

constitucional y republicano presentaba un contexto distinto en la articulación de

una dominación colonialista. El discurso democrático del nuevo régimen integró

a los trabajadores en la limitada participación política de los criollos, permitió la

libertad de culto y reconoció derechos legales negados a las mujeres durante el

régimen español. Esta ampliación de los derechos ciudadanos provocó,

inevitablemente, una transformación dramática en el discurso y en el ejercicio

político en Puerto Rico.

Con la invasión estadounidense, quedó atrás la lucha de los patricios

criollos por ampliar y desarrollar los valores liberales dentro de la demacrada

monarquía española. En ese momento, las élites pensaron –entusiasmados e

ingenuos– que la entrada de Puerto Rico a la Modernidad política y económica

sería un paseo por la plaza de la mano de la “Gran República”. En esa época,

muchos vieron en ese país el prototipo de una nación regida por los valores de la

Modernidad gracias a su gobierno republicano y a la libre empresa. Además, y

para deleite de los autonomistas isleños, también la consideraban como una

1
federación de estados autónomos donde se conseguiría el ansiado gobierno

propio. Del mismo modo, mujeres y trabajadores encontraron un espacio legal y

político para adelantar reformas sociales asociadas a ese país.

En cambio, Estados Unidos continuaba su agresiva política expansionista,

que a finales del siglo XIX se enfocó en la adquisición de estratégicos puestos

ultramarinos, militares y comerciales. La Guerra Hispano-Cubano-Americana

fue la oportunidad que aprovechó Estados Unidos para consolidar su poder en la

región caribeña. No obstante, toda gesta heroica necesita de un discurso que le

de sentido al kaleidoscopio de intereses, instintos y valores que influyen en las

prácticas del ser humano y en las sociedades que organizan. Por eso, el general

Nelson Miles, al invadir a Puerto Rico, dijo, en su muy citada proclama: “This is

not a war of devastation, but one to give all within the control of its military and

naval forces the advantages and blessings of enlightened civilization”.1 Esta

sentencia expresa el estrecho vínculo entre los valores del progreso y los

intereses militares en la gesta expansiva de la americanización. Durante esa

coyuntura de cambio y de expectativas, este concepto englobó tanto los

propósitos del gobierno de Estados Unidos con relación a Puerto Rico, como las

esperanzas de progreso de los distintos sectores sociales isleños. Con la

integración al sistema capitalista estadounidense, se rearticularon los

contenciosos discursos políticos de la Isla alrededor del concepto.

Para los funcionarios del gobierno de la joven potencia, la única vía para

disfrutar de las “bendiciones de la iluminada civilización” era la americanización.

La relación entre puertorriqueños y estadounidenses luego de 1898 se ha

1
Arturo Morales Carrión, Puerto Rico: A Cultural and a Political History, New York: W.W. Norton
& Company, Inc., 1983., p. 132.

2
caracterizado porque unos y otros han esperado cosas muy distintas del vínculo

entre ambos países. Desde entonces, fueron y vinieron innumerables comisiones

congresionales, se redactaron infinidad de cartas y proclamas, se celebraron

múltiples conferencias de prensa, y el debate sobre la “relación” política entre

Puerto Rico y Estados Unidos avanzó muy poco durante las primeras tres

décadas del pasado siglo.

Mientras, en la arena política local, autonomistas, asimilistas y

separatistas, se enfrascaron en una batalla discursiva para apropiarse de la

“verdad” contenida en la americanización, así como los conceptos que de ella,

alegadamente, se derivan: democracia, republicanismo, progreso. Del mismo

modo, los trabajadores que se iniciaban en la participación política interpretaron

la promesa de la americanización de acuerdo a sus expectativas. Así, al campo de

batalla en torno a las ideas políticas a principios del siglo XX entraron nuevas

voces, aunque la relación de fuerzas entre ellas era muy desigual.

El historiador Reinhart Koselleck considera que “[l]os conceptos sociales y

políticos contienen una concreta pretensión de generalidad y son siempre

polisémicos”.2 De igual manera, José Elías Palti los describe como construcciones

históricas cambiantes.3 Es por eso que debemos ver la americanización como un

concepto contencioso que ha significado cosas distintas en diferentes momentos

y según la esquina ideológica donde se origine su uso. Por lo que se hace

necesario estudiarlo históricamente. En este caso, para ver cómo ha asumido

sentidos divergentes entre los grupos que lo han manejado en el pasado. Es

2
Reinhardt Koselleck, Futuro pasado: para una semántica de los tiempos históricos, traducción de
Norberto Smilg, México: Ediciones Paidós, 1993, p. 116.
3
Elías José Palti, La invención de una legitimidad: razón y retórica en el pensamiento mexicano del siglo
XIX (un estudio sobre las formas del discurso político), México: Fondo de Cultura Económica, 2005.

3
necesario hacer, como sugiere Silvia Álvarez Curbelo, una “cartografía del

discurso” para seguir el rastro de las variaciones en los significados de estos

conceptos fundamentales.4

La evolución de una nueva raza: la americanización para los americanos

Una de las ideas más poderosas que ha alimentado la identidad de los

estadounidenses es que su país representa un paso evolutivo superior de la

civilización europea u occidental, con la reunión de europeos anglosajones y

protestantes en el territorio norteamericano que, a pesar de sus diferencias

nacionales, religiosas y lingüísticas, se fundieron en una nueva “raza”

angloparlante y de religión protestante. Desarrollaron una “civilización

superior” que se constituyó en un proyecto dirigido por un gobierno

republicano, en el que la libertad y la democracia pasaron a ser conceptos básicos

en la cultura política de Estados Unidos.

Desde los primeros siglos de colonización, millones de europeos cruzaron

el océano Atlántico en busca de nuevas y mejores oportunidades económicas y

religiosas ofrecidas en el Nuevo Mundo, y alejarse de las rígidas convenciones

del Viejo. Buena parte de esos inmigrantes provinieron de la Gran Bretaña; no

obstante, eran miembros de distintas comunidades “nacionales”, ya fuesen

británicos, galeses o escoses. Del mismo modo, alemanes, franceses, suecos y

holandeses, a su vez súbditos de otras monarquías multinacionales, se asentaron

en el contintente norteamericano, que luego se constituirían en las trece colonias

británicas. Pocos años después de la Revolución americana a finales del siglo

4
Silvia Álvarez Curbelo, Un país del porvenir: el afán de modernidad en Puerto Rico (siglo XIX), Río
Piedras: Ediciones Callejón, 2002.

4
XVIII, el cronista francés Jean de Crevecoeur apuntaba a esta particularidad:

“From this promiscous breed, that race now called Americans have arisen.”5

Eric Foner afirma que para el siglo XVII, en las nociones colectivas de la

identidad americana prevalecía la idea del “freeborn Englishmen”. En esta

tradición inventada, fundamental en la cultura política angloamericana, se creía en

la libertad británica, la que “celebrated the rule of law, the right to live under

legislation to which one’s community had consented, restrains on the arbitrary

excersise to political authority, and rights like trial by jury enshrined in the

common law.”6 Sin embargo, ésta no era una libertad universal, sino restringida

a los propios, más bien, una libertad nacionalista, incluso xenofóbica, que al

mismo tiempo le dio espacio a categorías jerárquicas aristocráticas y de

propiedad.

Una vez conseguida la independencia del Imperio británico, los líderes

políticos estadounidenses se vieron en la necesidad de definir qué era aquello

que los hacía pertenecer a la misma la nación. Esa particularidad multinacional

no les daba un pasado común y, ante tal ausencia, los estadounidenses

depositaron sus sentidos de identidad en la peripecia en el Nuevo Mundo, o eso

que llamaron la “experiencia americana”, que muchos tradujeron como la

voluntad de una convivencia democrática y su compromiso hacia ella. De esa

relación de coexistencia surge un primer metarrelato de convivencia

multinacional (o étnica7) en el cual las oportunidades de mejorar las condiciones

5
J. Hector St. John de Crevecoeur, “What is an American”, en Richard J. Meister, ed., Race and
Ethnicity in Modern America, Lexington: D.C. Heath and Company, 1974, p. 5.
6
Eric Foner, The Story of American Freedom, New York: W.W. Norton & Company, 1998, p. 5.
7
Hay mucha imprecisión en los conceptos utilizados para la discusión de la migración en la
experiencia americana. Etnia, nación, raza, pueden ser conceptos intercambiables en algunos
contextos y su significado ha variado con el tiempo, según han evolucionado los entendidos hacia

5
de vida, sin importar el origen o credo religioso del individuo, pasó a ser esa

experiencia común que los identificaba como, y los convierte en, americanos.

“Here the rewards of his industry follow with equal steps the progress of his

labor; his labor is founded on the basis of nature, self-interest”.8

En ese sentido, ésta se ha convertido en la esencia de la promesa del sueño

americano. Con la Guerra de independencia, el concepto adquiere un mayor

sentido democrático. Era esencial, en la idea revolucionaria, la noción de que se

había superado un mundo evolucionado pero corrupto.

In the merging of the evangelical belief in the New World as the future
seat of “perfect freedom” with the secular vision of the Old as sunk in
debauchery and arbitrary rule, the idea of British liberty was transformed
into a set of universal rights, with America a sanctuary of freedom for
humanity.9

Al no establecer una monarquía y privilegios para una aristocracia, se le

imprimió a la convivencia sociopolítica en Estados Unidos y a la idea de libertad

una fuerte dosis de equidad, que se tradujo en una igualdad de derechos

políticos, aunque no económicos: “equality before the law, equality in political

rights, equality of economic opportunity and, for sure, equality of condition.”10

La tolerancia religiosa fue otro valor importante en la experiencia

americana, sobre todo porque muchos de los primeros inmigrantes de la

colonización de Norteamérica escapaban de las constantes guerras entre católicos

y protestantes (o entre las sectas de ambas) que asolaron a Europa entonces.

Crevecoeur destaca con asombro: “Thus all sects are mixed as well as all nations;

éstos. En el contexto estadounidense y su terminología de lo “políticamente correcto”, sus


significados se tornan más específicos: nacional, para los miembros de Estados constituídos;
étnico, para los inmigrantes blancos; y raza, para los miembros de comunidades que no son
blancas. Curiosamente, en el caso de los puertorriqueños que viven en Estados Unidos son
llamados “Puerto Rican”, sin el “-American”, mientras que en la Isla se les llamó “niuyorricans”.
8
Crevecoeur, “What is an American”, p. 6.
9
Foner, American Freedom, p. 13-14.

6
thus religious indifference is imperceptibly disseminated from one and of the

continent to the other; which is at present one of the strongest characteristics of

the Americans.”11 Sin embargo, la tolerancia religiosa fue muy limitada, y

exclusiva a las denominaciones cristianas evangélicas. El catolicismo fue tolerado

en mucho menor medida, y sólo en las colonias del Chesapeake. Mientras que en

regiones como en Nueva Inglaterra no existió convivencia alguna con sectas

disidentes del puritanismo.12

Un siglo después, el historiador estadounidense Frederick Jackson Turner,

en un texto que puede considerarse fundacional en el discurso de lo americano,

identificó la experiencia de la frontera como “the line of most rapid and effective

Americanization”.13 En ella, los inmigrantes –“nativos” blancos de la costa Este y

europeos anglosajones– “civilizaron” el territorio “salvaje e improductivo” al

imponer la religión cristiana y la propiedad privada. En virtud del espíritu de

competencia, se libró una lucha constante contra los elementos de la naturaleza

(bosques espesos, lluvias torrenciales y pieles rojas) en la voluntad expansiva de

la “civilización americana”. Enfrascados en esa lucha fue que los pioneros se

asimilaron al nuevo medioambiente social y natural, es decir, se americanizaron.

Americanizaron, además, al paisaje. Con la expansión de la civilización

americana, los “improductivos” bosques y llanuras fueron transformados en

fuentes de riquezas gracias a la explotación agrícola, minera e industrial. De esa

manera, Turner caracterizó la agresiva política expansionista de Estados Unidos

10
Foner, American Freedom, p. 16.
11
Crevecoeur, “What is an American”, p. 9.
12
John Mack Faragher, et.al., Out of Many Voices: A History of the American People, Fifth Edition.
Upper Saddle River, NJ: Pearson Prentice Hall, 2006, p. 71.
13
Frederick Jackson Turner, “The Significance of the Frontier”, en Meister, ed., Race and Ethnicity,
p. 10.

7
durante todo el siglo XIX como intrínseca al proceso de americanización; tal vez

su propio fundamento. Del mismo modo, se resalta el espíritu de competencia,

tan característico de las sociedades capitalistas, como constitutivo de esa realidad

superior. Para el filósofo estadounidense Ralph Waldo Emerson las carreteras y el

comercio hacia el oeste fueron propagadores de la civilización, ya que una tierra

en estado salvaje progresó a construir artefactos y a generar comercio: “When the

Indian trail gets widened, graded, and bridged to a good road,—there is a

benefactor, there is a missionary, a pacificator, a wealth-bringer, a maker of

markets, a vent for industry.”14

En esta visión la americanización no es la asimimilación a “algo” que ya

existía, sino que de la lucha para civilizar el Nuevo Mundo los europeos de

distinta procedencia se mezclaron para formar una nueva “raza”.

In the outcome, in spite of slowness of assimilation where different groups


were compact and isolated from the others, and a certain persistance of
inherited morale, there was a creation of a new type, which was neither
the sum of all of its elements, nor a complete fussion in a melting pot.
They were American pioneers, not outlying fragments of New England, of
Germany, or of Norway.15

Esta parece haber sido la concepción generalizada de lo americano entre los

estadounidenses hasta hace unas décadas atrás.16 De ahí las concepciones

multiculturalistas, que también reflejan gran variedad de conceptos y

14
Ralph Waldo Emerson, “American Civilization”, The Atlantic, April, 1862. Obtenido en:
http://www.theatlantic.com/magazine/archive/1862/04/american-
civilization/306548/2/?single_page=true.
15
Turner, “The Significance of the Frontier”, p. 13.
16
La idea de lo americano ha cambiado en la medida que los distintos grupos sociales (mujeres,
negros, la comunidad LGBTT) han ido exigiendo un espacio de visibilidad social y participación
política. De igual modo, los patrones migratorios tienen un efecto evidente en el entendido
colectivo de Estados Unidos; y, por ejemplo, las 308,745,538 personas que se identificaron como
hispanos o latinos en el Censo de población de 2010 de seguro tendrán un efecto en la
revalorización de la relaciones hispano-americanas, así como la concepción misma de lo
americano. Ver: http://www.census.gov/prod/cen2010/briefs/c2010br-04.pdf

8
acercamientos teóricos para explicar la dinámica del cambio cultural en el

interior de las sociedades nacionales o “civilizaciones”.

Los defensores de la pluralidad cultural en la formación nacional

estadounidense han utilizado varias metáforas para describir tal proceso: melting

pot, salad bowl, symphony orchestra, federación de naciones, multiculturalismo.

Todas parten de la misma premisa: que Estados Unidos está compuesto por la

influencia de una variedad de tradiciones nacionales. Difieren unas de otras en

cómo se dio el llamado intercambio cultural y en el peso de unas tradiciones

sobre otras. En oposición a esta visión pluralista, estarían los defensores de la

asimilación, quienes piensan que el componente básico de la sociedad

estadounidense es anglosajona y que ésta ha asimilado y domesticado a las

demás influencias.17

En el proceso de la expansión hacia el Oeste y la lucha por ampliar la

influencia en el proceso político estadounidense, se expandieron también las

tradiciones: la esclavista y la no esclavista. Ambas parten de una posición

encontrada que tenían de los conceptos de libertad y democracia. No obstante,

para la mayoría de los ciudadanos estadounidenses la base de la democracia eran

los hombres blancos, protestantes y productivos, representados durante la era

agraria por el pequeño y mediano propietario insertado en una sencilla economía

de mercado. Dentro de esos lineamientos se fue organizando la política de los

nuevos estados al insertarse en la Unión, y que se reflejaron geográficamente,

aunque las diferencias culturales y socioeconómicas entre Norte y Sur

17
Ver: Richard J. Meister, ed., Race and Ethnicity in Modern America, Lexington: D.C. Heath and
Company, 1974; Joyce Appleby, Lynn Hunt y Margaret Jacob, Telling the Truth About History,
New York: W.W. Norton & Norton, 1994; James P. Shenton y Kevin Kenny, “Ethnicity and

9
trascendieron la cuestión de la esclavitud y se discutió más el asunto de cuánto

poder querían darle al gobierno federal frente al de los estados. Los defensores

de una postura “nacionalista” se agruparon con los federalistas y los whigs,

mientras que los segundos lo hicieron detrás del Partido Republicano de Thomas

Jefferson y del Demócrata de Andrew Jackson.18

De muchas maneras, la confrontación bélica entre los estados del Norte y

los del Sur fue el enfrentamiento entre dos sociedades distintas. El Sur decidió

separarse ante la certidumbre de que el gobierno federal, dominado

políticamente por el Norte, eliminaría la “institución” esclavista, para los sureños

definitoria de su estilo de vida. El Sur representaba un estilo de vida, propio de

la sociedad de plantación y esclavista, con una fuerte afiliación a la localidad. Por

eso los sureños entendían que la intromisión del gobierno central, que

“organizaba” la economía en favor de los grandes intereses no-locales, era

indebida y lesiva contra su libertad. Así, mientras que para los sureños la Guerra

Civil se trató de una guerra de independencia, para el Norte fue una secesión. En

la guerra discursiva que acompaña todo ejercicio bélico, los estadounidenses del

Norte y del Sur se disputaron el significado del concepto libertad. 19

Con el triunfo de la Unión se impuso su noción de libertad y su definición

de quién tenía derecho a disfrutarla. La Unión trató a los estados sececionistas

como nación derrotada y hubo una especie de colonización, donde se impuso el

Immigration”, en Eric Foner, ed., The New American History, Edición revisada y ampliada.
Philadelphia: Temple University Press, 1997, pp. 353-373.
18
Faragher, et.al., Out of Many Voices, pp. 224, 320.
19
“white southeners had inherited from the antebellum era a definition of freedom that centered
on local self-government, opportunities for economic self-sufficiency, security of property—
including slaves—and resistance to nothern efforts to ‘enslave’ their region.” Foner, American
Freedom, p. 95. En el citado texto en The Atlantic, Emerson afirma que los sureños son unos
“semicivilizados” y se pregunta: “Why cannot the best civilization be extended over the whole
country, since the disorder of the less civilized portion menaces the existence of the country?”.

10
estilo de vida del Norte, producto de una sociedad en plena revolución

industrial. Intereses banqueros e industriales fueron al Sur con el fin de

capitalizar la oportunidad y el control del gobierno federal sobre éstos. Además

de una ocupación militar, también lo fue en términos económicos, legales y

culturales. A través de la destrucción de la institución esclavista mediante

proclamación presidencial, legislación y enmienda constitucional, se instituyó un

nuevo estado nacional, “one powerful enough to erradicate the central institution

of southern society and the country’s largest concentration of wealth.”20 Con el

fin de la guerra surgió fortalecido el Estado nacional con capacidad de imponer

disciplina a los estados que no se acoplen a sus directrices. Se consolidaron los

intereses de los sectores industriales y bancarios, que a su vez supuso un Estado

cada vez menos federal y sí más centralizado. Es decir, cada vez más

“nacional”.21

Con el ascenso del sistema capitalista en Estados Unidos hubo una

acelerada industrialización de sus fuerzas productivas, que provocó a su vez una

dramática transformación social. Ahora, el empresario y la corporación serán

quienes le den vida a la actividad económica gracias a sus constantes inversiones

en su lucha incesante por incrementar su capital. Durante esta época surgieron

unos empresarios hábiles y agresivos contra la competencia que les ganó el

apelativo de “barones ladrones” (robber barons). Del mismo modo, ahora los

trabajadores ocuparon el lugar de los campesinos y esclavos como el motor

laboral de las industrias. Mientras tanto, aparece un nuevo personaje que

ocupará los nuevos oficios de la era industrial: los empleados de “cuello blanco”:

20
Foner, American Freedom, p. 99.
21
Foner, American Freedom, p. 98.

11
secretarios, administradores, contables y técnicos, quienes formaron un sector

urbano creciente en busca de su espacio dentro de la política del país.

Otro fenómeno importante y definitorio en el proceso histórico

estadounidense lo fue la inmigración. Durante el siglo XIX cerca de 40 millones

de europeos inmigraron a Estados Unidos. Este proceso ha sido divido en dos.

La “vieja migración”, ocurrida entre 1820 y 1880, cuando llegaron sobre 10

millones de personas, en su gran mayoría irlandeses y alemanes. Ambos grupos

“étnicos” fueron objeto de rechazo por los antiguos habitantes, que se hacían

llamar “nativos”. A los alemanes lo señalaban porque, al menos la primera

generación, asumió como un compromiso la preservación de su idioma, cultura y

tradición alemanas. Estos alemanes, católicos y protestantes, se asentaron en

grupos en las zonas agrarias del Oeste, donde fundaron varios “Germantowns”,

con sus iglesias y escuelas donde enseñaban su idioma. Los “nativos” veían con

recelo lo que consideraban falta de deseo de integración. La inmigración

irlandesa, por su parte, tuvo un carácter distinto. Debido a la hambruna de

mediados del siglo XIX, muchas personas jóvenes y solteras salieron de su isla

para escapar de una vida sin posibilidades. Los irlandeses se asentaron

mayormente en las ciudades de la costa este y en un principio ocuparon el lugar

más bajo dentro de la escala social blanca.

Esta migración “vieja” se dio en el contexto de una rápida expansión

territorial que alimentaba el ideal agrario de Estados Unidos antes de la Guerra

Civil y que absorbía a todos estos inmigrantes. Desde antes de la guerra de

independencia, los “criollos ingleses” incursionaban masivamente en el territorio

indígena. Luego de la independencia se adueñaron del valle de Michigan y del

Mississippi lo que le dio cauce al movimiento poblacional del que Turner

12
entiende que surgió la transformadora “experiencia americana”. En 1802,

Estados Unidos duplicó su territorio con la compra de la Luisiana a Francia.

Estos eventos son esenciales para el desarrollo de tal mentalidad expansionista.

La disponibilidad de tierras ofreció la posibilidad para muchos de vivir el ideal

agrario de que todo hombre pudiese sostener a su familia con su pedazo de tierra

e insertarse en una economía mercantilista.22

Luego de que los estadounidenses se establecieron en la costa Oeste,

comenzaron a llegar los chinos y otros asiáticos, quienes sufrieron el rechazo

abierto de nativos e inmigrantes blancos, pues para la gran mayoría de éstos, los

asiáticos nunca podrían asimilarse a la vida “americana”.23 Parecido fue el caso

de los mexicanos y tejanos que se quedaron luego de la anexión de sus tierras

tras la Guerra Mexicano-Americana. Para estas comunidades raciales –mexicanos,

chinos y negros– la americanización se dio desde la inferioridad racial y cultural.

La cuestión de raza ha sido un problema importante en la dinámica social

y las relaciones entre los diversos intereses sociales en Estados Unidos. La

institución esclavista –y las relaciones raciales que resultaron de ella– es esencial

para entender la formación nacional de Estados Unidos. Las diversas “naciones”

del África subsahariana contribuyeron forzosamente con millones de nuevos

pobladores en las colonias inglesas en Norteamérica. Los descendientes de estos

inmigrantes fueron aislados de la sociedad blanca estadounidense, primero por

la esclavitud y luego por el marcado racismo, validado con muchas leyes

segregacionistas que no fueron prohibidas hasta 1964. De tal aislamiento surge,

22
Peter J. Kastor, The nation’s crucible: The Louisiana Purchase and the Creation of America, New
Haven: Yale University Press, 2004; Ray A. Billington, Westward Expansion: A History of the
American Frontier, New York McMillan, 1967.
23
Shenton y Kenny, “Ethnicity and Immigration”, p. 357.

13
como dice Eugene Genovese, “una nación dentro de la nación”. Dentro de esta

comunidad racial, también existe el debate sobre si los estadounidenses negros

debían integrarse o no de lleno a la sociedad nacional (mayormente blanca), o

mantener su cultura aparte.24 Tras la abolición, los estadounidenses negros

tuvieron que competir como un grupo inmigrante, con el agravante del rechazo

visceral hacia el color de su piel. Mucho tiempo les costó salir del encierro rural y

social al que fueron sometidos. No fue hasta la Primera Guerra Mundial cuando

la reducción de la inmigración europea abrió la posibilidad de trabajos en las

fábricas de las grandes urbes y que los estadounidenses negros lograron

allegarse a ellas.25

En la experiencia de la frontera y la expansión territorial ocurrió otra

importante contradicción. Mientras miles de hectáreas se hicieron disponibles

para miles de familias de pequeños y medianos agricultores (el ciudadano ideal

en el imaginario americano del hombre libre), las relaciones productivas,

inmersas en el desarrollo de la sociedad de mercado, fueron de mayor

dependencia a los intereses corporativos. Los agricultores fueron perdiendo la

libertad de sembrar lo que les diera la gana y negociar para establecer el precio

de su producto; estaban, cada vez más, a merced de los compradores y los

bancos que financiaban sus cosechas. No obstante, el ideal del pequeño

24
Eugene Genovese, Roll Jordan, Jordan: The World the Slaves Made, New York: Pantheon Books,
1974. Aquí la nomenclatura conceptual se nos queda corta para describir estos procesos de
intercambio cultural. Asumo para efectos narrativos, las categorías tradicionales blanco-negro.
Otra aclaración es pertinente. En la época de lo “políticamente correcto”, es común entre las
categorías sociales estadounidense el apelativo “African-American”. No obstante, me parece que
después de tantas generaciones el calificativo “African” como si fueran una segunda o tercera
generación de un país llamado África, es –como poco– exagerado. La diferencia estriba en la
“barrera de color” establecida para los estadounidenses negros, y asumida por éstos en muchos
casos.
25
Sobre la “Gran Migración”, véase Alferdteen Harrison, ed., Black Exodus: The Great Migration
from the American South. Jackson: University Press of Mississippi, 1991.

14
productor independiente mantuvo su vitalidad y fue un atractivo para muchos

de los que emigraron al Oeste.

Durante la “nueva migración” ocurrida desde 1880 hasta que se

establecieron las políticas restrictivas a la inmigración en 1924, arribaron a los

puertos de la costa este de Estados Unidos unos 27 millones de europeos, esta

vez del centro, este y sur del continente. La posibilidad de los trabajos, a finales

del siglo XIX fue el imán que atrajo a las masas migrantes europeas, quienes se

asentaron en los antiguos centros de intercambio comercial, que se convirtieron

también en centros de producción industrial. La procedencia de los nuevos

migrantes constituyó un problema para muchos americanos, nativos o

inmigrantes anteriores, pues una mayor heterogeneidad religiosa no protestante

(católicos, ortodoxos y judíos), lingüística e ideológica sembró la duda entre ellos

acerca de la capacidad de éstos en asimilarse, lo que constituía –según su

criterio– un peligro para la democracia americana.26

Para entender el complicado proceso de intercambio cultural, así como los

procesos de integración, es necesario tener en cuenta el equipaje cultural,

religioso y discursivo que le daba sentido a las prácticas de los inmigrantes. Del

mismo modo, es importante considerar la abrupta discontinuidad provocada por

el exilio, sea voluntario o forzoso. Las migraciones masivas suelen ser

experiencias traumáticas, porque están provocadas en gran medida por grandes

hambrunas, o por represión política, racial o religiosa. Con esa gran variedad de

sentimientos y circunstancias se enfrentaron los inmigrantes al proceso de

integración social, cultural e ideológico conocido como la americanización. Para

el inmigrante ésta fue una estrategia de movilidad social, por lo que “it became

15
essential for each immigrant to rapidly figure out what it meant to be an

American and to decide which changes were worthwhile and which individual

group customs and values were too important to relinquish”.27

Un factor de importancia en la experiencia del inmigrante fue el desarrollo

de los “barrios étnicos”. Éstos tuvieron un efecto en apariencia contradictorio,

porque por un lado preservaban en algo razgos y referencias de la patria

abandonada. Desde los colmados que vendían los ingredientes y sazones

reconocibles, la preservación del lenguaje que permitía una comunicación

efectiva, aunque fuera dentro de los confines del barrio, y el culto en sus iglesias

con los ritos conocidos que alimentan su espiritualidad, fueron surgiendo las

pequeñas Italias, los barrios chinos, la Loisaida o el Harlem negro. Cartografía

social movible que señalaba una población cambiante en lo social y en la

geografía urbana. Estos barrios, “developed by choice rather than compulsion”,28

resultaron ofrecer un ambiente controlado y conocido dentro de una ciudad llena

de rechazo y hostilidad. Así las grandes ciudades se convirtieron en “a

patchwork of urban villages”.29

Entre los grupos reformistas, los más conservadores veían a los barrios

étnicos como evidencia de la resistencia (o la imposibilidad) de los inmigrantes a

asimilarse. Sin embargo, reformistas liberales como Jane Addams, fundadora del

“Hull House Settlement”, percibieron estas comunidades como positivas en el

proceso de americanización. Según ellos, consituían un primer paso dentro de la

26
Shenton y Kenny, “Ethnicity and Immigration”, p. 358.
27
Alan M. Kraut, The Huddled Masses: The Immigrant in American Socety, 1880-1921, Arlington
Heights: Harlan Davidson, Inc., 1982, p. 112.
28
Kraut, Huddled Masses, p. 116.
29
Kraut, Huddled Masses, p. 119.

16
transformación necesaria del inmigrante en un ambiente reconocible, donde

podría aprender y adoptar los valores americanos.

Ethnic solidarity was a temporary condition to replace first by social


mobility, or by industrial solidarity and Americanization, and secondly by
social and structural assimilation. The final stage is the dissapereance of
ethnic affiliation and the emergence of a harmonized society.30

Esta “asimilación estructural” se lograría a través de un sentido de

continuidad, que para los progresistas liberales tenía que ser voluntaria.31 Para

Addams, era importante el sostenimiento de la estructura familiar, pues de esa

manera se evitaría una americanización superficial que no inculcase los valores

de la idea americana. Esta era la causa, según los reformistas más liberales, de la

proliferación de la delincuencia juvenil entre las comunidades de inmigrantes.

Muchos estadounidenses recibieron con distintos grados de rechazo a los

nuevos inmigrantes. Las manifestaciones más duras de este rechazo se

expresaron a través de las ideas del nativismo, que quería evitar a toda costa la

“corrupción” de la “raza americana” por causa de la mezcla racial, o de la

democracia americana con la llegada de personas que no estaban preparadas

para ejercer una ciudadanía responsable. El nativismo se reflejó en varios

sentimientos fóbicos –anticatólico, antiradical, antisemita y racialista–, que partía

de la superioridad intrínseca de la sociedad occidental anglosajona, y

particularmente la que se desarrolló en Estados Unidos.32

La entrada masiva de inmigrantes, el aumento de la población urbana y la

mala –y muchas veces corrupta– administración de la ciudad, preocuparon a los

30
Rivka Shpak Lissac, Pluralism and Progressives: Hull House and the New Immigrants, 1890—1919,
Chicago: University of Chicago Press, 1989, p. 29.
31
Lissac define asimilación estructural como “dissepearence of group identity through
nondifferential association and exogamy”, Pluralism and Progressives, p. xi.

17
sectores medios, quienes se embarcaron en la recuperación moral de la ciudad.

En términos generales, los progresistas “sought to help the working class cope

with the problems created by industrialization, and immigration”.33 Este

movimiento reformista estaba guiado por distintas preocupaciones y desde

distintas perspectivas. El movimiento Progresista estuvo constituído por un

grupo heterogéneo de iniciativas para reformar las disrupciones provocadas por

la industrialización.34 Sin embargo, éste tomó auge y llegó a convertirse en un

movimiento nacional conocido como el Progresivismo. El expresidente

republicano Theodore Roosevelt (en ese momento candidato del Partido

Progresista) y el demócrata Woodrow Wilson hicieron campaña durante las

elecciones de 1912 con una plataforma política muy influenciada por las ideas de

los progresistas.

El Progresivismo fue la entrada de los valores de los sectores medios,

particularmente la media alta y urbana, en la sociedad y la política

estadounidense. Esta clase media se veía a sí misma como la base fundamental

de la democracia americana, tal como el pequeño y mediano propietario fue su

representación típica durante la era agraria. Ambos grupos se consideraban

trabajadores, honestos y virtuosos, y que gracias a sus esfuerzos y talentos bien

32
El trabajo clásico sobre el nativismo en Estados Unidos es de John Higham, Strangers in the
Land: Patterns of American Nativism, 1860-1925, New Brunswick: Rutgers University Press, 1955.
33
Lissac, Pluralism and Progresivism, p. 1.
34
Eric Foner lo describe así en su historia sobre el concepto libertad (freedom) en el discurso
político estadounidense: “… the Progressive era produced a remarkable out pouring of social
commentary and complex array of movements aimed at addressing economic inequality and
finding common ground in a society racked by labor conflict and experience massive
immigration from abroad. … Progressives occupied a broad political spectrum that ranged from
socialists who advocated state control of the economy to forward looking businessmen who
realized that workers must be accorded a voice in economic decision-making. But at its core
stood a coalition of middle-class reformers, male and female, often linked to trade unions, who
sought to humanize capitalism by making it more egalitarian and to reinvigorate democracy by
restoring political power to citizenry and civic harmony to society”. American Freedom, p. 141.

18
administrados tenían lo suficiente para vivir bien, por lo tanto, eran ajenos a los

intereses mezquinos de los sectores trabajadores y a la avaricia de los ricos.

This elite felt it had a civic humanitarian, and moral responsabilities to


mediate between the upper and lower classes, create mutual
understanding and sympathy, and secure through social reforms the
stability and progress needed for social order.35

Los esfuerzos del movimiento progresista se concentraron en dos áreas.

Por un lado, una reforma política contra la corrupción, que comenzó a nivel

municipal, pero que se extendió a los ámbitos estatal y federal. Dentro del

componente ético de estas reformas fueron importantes la concepción que se

tenía de la relación con el Estado y de la responsabilidad de éste con sus

ciudadanos. De ahí la redacción de leyes y ordenanzas para administrar a la

ciudad, tanto en torno a los servicios que el gobierno municipal tenía que ofrecer

a sus ciudadanos como de las reglas de comportamiento dentro de ella. Pero los

progresistas también veían con preocupación la llegada masiva de inmigrantes

sin las herramientas sociales, políticas y culturales necesarias para vivir en su

democracia. Por eso se embarcaron en una reforma social, cuyo fin último era la

integración del inmigrante a los valores democráticos, a la ética de trabajo y a la

responsabilidad social propia de la sociedad estadounidense. Los reformistas

progresistas “believed the American national character and cultural and political

achievement could be preserved through compulsory acculturation”.36

En lo que diferían los diversos grupos progresistas era en la manera de

realizar esta reforma social, que tenía mucho de ingeniería social. Para algunos,

la americanización significaba la total asimilación a la cultura anglosajona,

componente definitivo de lo que consideraban como una civilización superior y,

19
por lo tanto, con la fortaleza para absorber otras nacionalidades y culturas.

Muchos de éstos pusieron en duda la capacidad de los “nuevos migrantes” en

lograr asimilarse, ya fuese por su constitución racial o sus creencias religiosas. De

hecho, con la nueva migración la voluntad asimilista de muchos estadounidenses

se vio seriamente confrontada. Por ello adoptaron argumentos racistas para

restringir la entrada de razas y culturas consideradas como inferiores, incapaces

de asimilarse, sin dañar a la civilización huésped.

Sin embargo, los reformistas más liberales consideraban que la grandeza

de Estados Unidos descansaba en sus orígenes multiétnicos. Este discurso,

heredero de las interpretaciones de Crevecoeur y Turner, proponía una

identidad “racial” americana cuyo origen era básicamente nordeuropeo, blanco,

y protestante, que aunque proveniente de distintas naciones, logró desarrollar

una sociedad libre y democrática. Fueron los progresistas quienes vieron la

integración de las masas de inmigrantes como un problema que le correspondía

atender a la sociedad, y por lo tanto al Estado. Gracias a su bagaje intelectual y a

la experiencia desarrollada en los “Settlement Houses”, donde se recopiló

información de primera mano sobre los inmigrantes –más “científica”–, los

reformistas desarrollaron estrategias de asimilación, aplicadas en estos hospicios

y el sistema de educación público.

En los “Settlement Houses” se ofrecieron servicios de consejería, ayuda en

la búsqueda de empleos y un lugar donde los desamparados podían encontrar

comida, ropa y albergue. Organizaron adiestramientos vocacionales, clases de

inglés y lecciones de cocina norteamericana en las que se inculcaron prácticas de

35
Lissac, Pluralism and Progresivism, p. 17.
36
Lissac, Pluralism and Progresivism, p. 4.

20
salubridad para evitar las enfermedades contagiosas. El deseo detrás de este

esfuerzo era:

to replace class conflict by cooperation, and their program for social


legislation when intended to counteract the development of a distinct
working class, political or cultural identity. The settlements sought to
destroy barriers of class and race, to dissolve tensions, and to unify the
social organism under the direction and leadership of the “better
element”.37

Sin embargo, la mayoría de los trabajadores de estos recintos menospreciaban la

herencia cultural de los inmigrantes como remanentes del Viejo Mundo, que no

tenían cabida en la realidad americana. Es por eso que Jane Addams,

fundamental figura de este movimento, dijo en una conferencia: “Americanism

was then regarded as a great cultural task and we eagerly sought to invent new

instruments and methods in which to undertake it”.38

En el centro de toda la filosofía del progresivismo, y de su afán de asimilar

a los inmigrantes, estaba la educación. En ella depositaron todas las esperanzas

de redención social para los inmigrantes y desposeídos. Sin embargo, en este

aspecto también hubo la imposición de la integración:

Both, young and old were subjected to heavy doses of socialization in the
classroom, including the importance of cleanliness, hard work
perseverance, individualism, and patriotism. From early morning until
late evening, the public school educators labored to promote
assimiliation.39

Tras la victoria en la Guerra Hispanoamericana, Estados Unidos asumió

jurisdicción sobre un puñado de islas españolas en el Caribe y en el Pacífico. A

partir de ese momento, la tradición política estadounidense transformó la práctica

habitual de integrar a su sistema político los territorios conquistados y ejerció en

37
Lissac, Pluralism and Progressives, p. 23.
38
Lissac, Pluralism and Progressives, p. 30.
39
Kraut, The Huddled Masses, p. 134.

21
ellos un total dominio económico y absoluto control político. En las llamadas

posesiones insulares –Filipinas, Puerto Rico y, más tarde, las Islas Vírgenes– se

aplicó entonces el modelo americanizador sobre la población colonizada, sin la

posibilidad de la asimilación política que tuvieron los inmigrantes que llegaban al

continente.40 Americanización, entonces, pasó a ser parte de la “misión

civilizadora”, según expresada por la ideología de la carga del hombre blanco y el

darwinismo social. Para el gobierno de Estados Unidos, la americanización

representó un programa de ingeniería social mediante el cual se educaría a los

habitantes de sus nuevas posesiones insulares para que disfrutaran

responsablemente de las “bendiciones” de la democracia liberal y del libre

mercado.

La americanización en Puerto Rico fue una extensión, con leves variantes,

del proyecto de americanización implementado durante ese mismo periodo entre

las comunidades de inmigrantes en los centros industriales estadounidenses. Si

con el paso del tiempo los puertorriqueños demostraban “haber aprendido la

lección”, se les extenderían más derechos y responsabilidades políticas. De esta

manera, confiaban que en pocas generaciones los isleños se librarían de la mala

herencia española, y aprenderían las virtudes cívicas propias de la tradición

republicana y del buen gobierno. Esto, además, era necesario para establecer

estructuras gubernamentales y productivas cónsonas con los intereses del capital

estadounidense. Así se desarrollaría una ciudadanía respetuosa de las leyes,

disciplinada y trabajadora.

40
Es necesario destacar que la posibilidad de integración de los grupos inmigrantes era mayor si
eran blancos y protestantes. Es precisamente durante las primeras décadas del siglo XX que el
Congreso estadounidense aumentó las restricciones para inmigrar a Estados Unidos.

22
Ilusiones perdidas: la americanización para los puertorriqueños

Los puertorriqueños, por su parte, demostraron inicialmente un entusiasta

interés por los valores de la Modernidad política que Estados Unidos parecía

ofrecer. Con la “Gran República” –pensaban– alcanzarían un autogobierno

democrático y republicano, guiado por principios liberales y en una comunidad

de libre mercado. Se abrió entonces otro campo de batalla en la contienda política

puertorriqueña: un nuevo vocabulario político que tenía que ser dominado, no

sólo para negociar con la nueva metrópoli, sino también para validar un discurso

que expresara los valores modernos que casi todos deseaban entre los isleños.

Todos los sectores sociales en la Isla acogieron con admiración la presencia

estadounidense y se sintieron esperanzados de la futura relación.

Los miembros de la élite criolla se consideraban aptos para entender las

aspiraciones del “pueblo” y, por lo tanto, los destinados para dirigirlo por la

senda de la Modernidad prometida. En un primer momento, la americanización,

para la gran mayoría de los líderes políticos puertorriqueños, significó la

incorporación de la Isla como un estado federado. Pensaban que así lograrían el

tan ansiado gobierno propio y el libre comercio con el mercado más importante

de la región. Sin embargo, se equivocaron al considerar a Estados Unidos como

una federación de estados independientes que compartían un circuito comercial

y defensivo. La Guerra Civil estadounidense, como ya vimos, determinó la

supremacía del poder del gobierno federal, o nacional, sobre la autonomía de los

estados. Las élites puertorriqueñas se equivocaron mucho más al pensar que, con

la integración política, se respetarían la cultura y la tradición isleña. Para la gran

mayoría de los estadounidenses, los puertorriqueños no estaban en el mismo

nivel cultural, pues eran producto de la dañina mezcla racial, el oscurantismo de

23
la Iglesia Católica y la ineficiente y corrupta administración española. De esta

contradicción es que parte la dificultad en la comunicación política entre

americanos y puertorriqueños. Por más que los líderes criollos se esforzaron en

participar del proceso de “americanización”, éstos consistentemente fueron

excluídos y limitados a una participación mínima, a veces, nominal.

El concepto del tiempo histórico que desarrolla Reinhart Koselleck nos

ayuda a buscarle sentido a esta fractura. Koselleck entiende que la Modernidad

política trajo consigo una transformación en la manera en que se percibe el

tiempo presente, sobre todo a partir de la experiencia revolucionaria en Estados

Unidos y Francia, que demostró la capacidad del “pueblo” para transformar la

realidad que vive. En ese sentido, ya no se espera por el fin de los tiempos, como

en la época premoderna, sino que se lucha por alcanzar el fin de la historia, el

telos. El problema, advierte el historiador, radica en las interpretaciones

conflictivas que surgieron sobre cómo llegar a ese dulce destino. De ahí surgieron

los diferentes proyectos histórico-filosóficos, los llamados ismos, que han

dominado discursivamente la política contemporánea y que, al igual que en

épocas previas, ha sido causa y efecto de la larga cuota de guerras, destrucción y

muerte durante los pasados dos siglos y lo que va de éste.

Para el liderato político puertorriqueño del 1898, el cambio de soberanía

acrecentó esa sensación de inminencia histórica, pues la nueva relación política

con Estados Unidos le hizo pensar que estaban a punto de resolverse muchos de

los problemas de la sociedad isleña. Sin embargo, el liderato metropolitano

entendía que los puertorriqueños no estaban preparados para la tarea, por lo que

fueron excluídos de la toma de decisiones. Por el contrario, los puertorriqueños

tenían que ser educados para vivir responsablemente en los tiempos modernos.

24
Esta contradicción habla, de cierta forma, de una superposición de tiempos

históricos según el cual puertorriqueños y americanos “percibieron” la realidad

de manera distinta, pues “vivían” en tiempos históricos distintos.

A pesar de las diferencias entre el Partido Federal Americano (nuevo

nombre del Partido Liberal) y el Partido Republicano Puertorriqueño (antiguo

Partido Ortodoxo) ambas colectividades consideraron la americanización como

algo positivo para los puertorriqueños. Los federales abogaron por el

establecimiento de un gobierno propio mediante la incorporación a la federación

de Estados Unidos de América.41 Mientras, para el Partido Republicano la

americanización significaba transformar la sociedad puertorriqueña mediante las

instituciones sociales y culturales de Estados Unidos.42 Por su parte, el liderato

obrero vio en la americanización el establecimiento de las leyes e instituciones

estadounidenses que reconocían la organización sindical para defender los

intereses de los trabajadores frente al sector propietario.43

Sin embargo, y a pesar del interés de la mayoría de los isleños en la nueva

relación, el gobierno metropolitano siempre se expresó con cautela acerca de la

definición de la relación política con la Isla. Algunos funcionarios y políticos

estadounideses en ocasiones favorecieron públicamente la estadidad o un

41
“En suma: el Partido Federal, con soluciones prácticas y con ideales científicos, va
resueltamente a fundirse en la federación, bien persuadido de que en la absoluta identidad
americana reside la absoluta autonomía puertorriqueña.” “Manifiesto de los dirigentes liberales
invitando a la fundación del Partido Federal, 1 de octubre de 1899”, en Puerto Rico: cien años de
lucha política, Vol. I-1, Río Piedras: Editorial Universitaria, 1979, p. 270.
42
“Siendo ahora territorio y mañana estado de la Unión Americana, se realizan satisfactoriamente
los más perfectos ideales de un pueblo como el puertorriqueño, es decir, el gobierno próspero y
efectivo de sus asuntos locales, la intervención eficaz con los demás Estados en los asuntos
nacionales y el influjo positivo de poderosos medios encaminados a un fin civilizador, en los
destinos de la Humanidad”. “Manifiesto de los dirigentes de la agrupación de los Puros
Ortodoxos dirigido al país invitando a la formación del Partido Republicano Puertorriqueño, 19
de abril de 1899”, en Puerto Rico: cien años de lucha política, Vol. I-1, p. 259.
43
Gervasio L. García y Ángel Quintero Rivera, Desafío y solidaridad: breve historia del movimiento
obrero puertorriqueño, Río Piedras: Ediciones Huracán, 1983, pp. 31-34.

25
régimen con distintos grados de autonomía. Sin embargo, nunca se

comprometieron con ninguna fórmula de estatus. Por eso, en la redacción de las

leyes Foraker y Jones no existe nada que supusiera una obligación con el futuro

de la relación política entre la Isla y Estados Unidos.

Con la aprobación de la Ley Foraker en 1900, y tras dos años de ocupación

militar, se estableció un gobierno civil en Puerto Rico. Sin embargo, el mismo era

totalmente controlado desde la capital metropolitana. El presidente, con la

aprobación del Senado federal, designaba al gobernador y a los jefes de las

importantes oficinas de Justicia, Educación y Seguridad Pública, así como a los

jueces del Tribunal Supremo de la Isla. La Ley Foraker, al igual que la Ley Jones

de 1917, no sólo americanizaron el sistema político de Puerto Rico, sino que fueron

los instrumentos legales para su control económico. Ambas leyes insertaron a

Puerto Rico en un sistema económico dominado por los monocultivos

corporativos y la importación de bienes de consumo estadounidenses. Además, a

través del sistema de educación pública se intentó instruir a los “nativos” en la

“civilización americana”.44

Una mirada a la historia de la interacción entre el liderato político

puertorriqueño y los funcionarios estadounidenses demuestra la dificultad que

tuvieron para establecer una comunicación efectiva. Y no me refiero sólo a la

cuestión idiomática, al fin y al cabo el escollo más fácil de superar, sino al

lenguaje político. Me parece que según los personajes de esta historia concibieron

y entendieron los conceptos en cuestión, determinaron en gran medida las

acciones concretas que tomaron continentales e isleños. El sentido de

26
superioridad racial y política de los oficiales metropolitanos fue un factor muy

importante en la comunicación entre éstos. Para los estadounidenses, su nueva

posesión insular estaba poblada por mulatos, negros, criollos y españoles, que

aunque blancos, eran vistos como inferiores a los anglosajones debido a su

religión católica y gobierno monárquico. Del mismo modo, tal percepción influyó

en las discusiones congresionales sobre la capacidad de los puertorriqueños para

gobernarse y las reformas esporádicas a las leyes orgánicas. Otra consecuencia de

esta visión fue la inferior ciudadanía americana conferida a los puertorriqueños

en 1917.

Americanización fue el término político que recogió las aspiraciones

modernas de los puertorriqueños y propulsó la misión civilizatoria de los

americanos. Dentro de él resuenan otros valores y conceptos igualmente

influyentes en los discursos políticos de la época, como: Democracia, Progreso,

Igualdad, Ciudadanía, que también pasaron a ser parte de las aspiraciones y del

discurso político de los puertorriqueños de entonces.

En este escrito, concentro la discusión de la idea de lo americano y la

americanización en textos sobre Puerto Rico escritos por estadounidenses en tres

momentos de la primera etapa de la americanización en la Isla. Intereso discutir

la idea que tenían sobre este proceso/concepto. Para poder definir a ese otro,

objeto de su deseo civilizador, tuvieron que definirse a sí mismos como

superiores y destinados a cumplir con tan importante tarea. Los textos aquí

discutidos nos revelan la mirada del americano sobre su posesión insular y el

44
James L. Dietz, Historia económica de Puerto Rico, Río Piedras: Ediciones Huracán, 1987; César J.
Ayala y Rafael Bernabe, Puerto Rico en el siglo americano: su historia desde 1898, Traducción por
Aurora Lauzardo Ugarte, San Juan: Ediciones Callejón, 2011.

27
pueblo que la habitaba. A través de su discusión intento deconstruir el discurso

colonial de los autores, en particular en las distintas estrategias de representación

de la isla de Puerto Rico y sus habitantes. En la manera en que describieron a ese

“otro” es posible extraer la percepción que tenían de sí mismos como poder

imperial. En otras palabras cómo entendieron los “cronistas” la misión

civilizadora en Puerto Rico. Para ello pienso que es necesario entender qué

significaba para ellos ese proceso o tarea llamada americanización.

En el primer capítulo, “Imperio, discurso colonial y representación en la

literatura de viajes (a finales del siglo XIX y principios del XX)”, discuto los

fundamentos ideológicos de la Modernidad y el Imperio, que a través de la

Razón y la idea de Progreso, estipula la superioridad de la civilización occidental y

su autoimpuesta tarea civilizadora. Intento destacar el enlace ideológico y

práctico entre esta supuesta misión altruista y el beneficio económico que

representaron las intervenciones imperialistas. Mientras que en el segundo

capítulo, “El dilema imperial en la historiografía estadounidense y las estrategias

de representación en la construcción del sujeto colonial”, discuto el dilema

imperial en la historiografía estadounidense y el vínculo entre el discurso

colonial americano, sus fundamentos ideológicos y la representación del sujeto

colonizado.

En el tercer capítulo, “Los cronistas del 98: americanización y discurso

colonial según la vanguardia capitalista”, discuto tres miradas entusiastas de la

expansión. Estos “cronistas” ofrecen una mirada que busca compaginar la misión

de expandir la civilización mientras producen riquezas al mismo tiempo, pues se

trata al fin y al cabo de la misma cosa. En el cuarto capítulo, “La americanización

por conversión: discurso colonial estadounidense en Puerto Rico (primera

28
década del siglo XX)”, examino los textos de dos funcionarios coloniales en

Puerto Rico durante los primeros años del gobierno civil. Para estos autores, la

americanización era una especie de creencia que había que aceptar sin dudas tras

abandonar un pasado inmoral, deficiente e hispano. En el quinto, “A man who

travels: americanización y discurso colonial en Puerto Rico (tercera década del

siglo XX)”, el proyecto americanista presenta un importante cambio en el que se

comienza a hablar de la Isla como un punto de encuentro entre la América

hispana y la sajona. Desde esta nueva perspectiva, el pasado español cobra un

valor que no tenía anteriormente.

En el sexto y último capítulo, “A modo de reflexión: lo americano y lo

puertorriqueño en los ensayos de identidad en Puerto Rico”, reflexiono sobre

cómo los intelectuales del siglo XX en Puerto Rico reaccionaron al discurso

colonial que los sumía en la inferioridad moral y cómo trataron de conciliar el

conflicto espiritual (lo hispano versus lo anglosajón) al interior de la identidad

puertorriqueña.

29
Capítulo 1:
Imperio, discurso colonial y representación en la literatura de viajes
(a finales del siglo XIX y principios del XX)

Esta historia del concepto americanización se enmarca en el contexto de la

expansión territorial del capital de las naciones occidentales, en particular el

estadounidense, de los fundamentos ideológicos y discursivos en los que se

sustentó y, por lo tanto, en las estrategias de representación que generó. En este

sentido, la escritura ha tenido un poderoso efecto colonizador, al funcionar como

vehículo transmisor de ideas, perspectivas y preconcepciones con las que se

estructuró el imaginario público a favor o en contra del imperialismo.

La experiencia imperial ha sido fundamental durante el desigual

desarrollo de la Modernidad. A través de ésta, los Estados occidentales más

poderosos dominaron política, económica e ideológicamente a parte del resto del

mundo. A pesar de que el imperialismo fue un fenómeno fundamentalmente

económico, producto del desarrollo del capitalismo industrial, alcanzó

importantes dimensiones políticas y culturales al basarse en el dominio de unos

Estados poderosos sobre otras naciones o pueblos considerados como inferiores.

Tal fue el caso en particular en el imperialismo de ocupación, que mediante el

control político, social y económico, pretendía educar a esos pueblos

considerados atrasados y encaminarlos en la ruta del progreso y la civilización.

La interacción cultural en esta relación extrema consistió en un toma y

dame, que, si bien se trató de imponer los valores de la sociedad occidental en las

“tierras tropicales”, sus habitantes se apropiaron de ellos y los reinterpretaron

desde su perspectiva e intereses. Esta amplia gama de relaciones desiguales

produjeron hibridaciones culturales propiciadas por las múltiples redes del


imperio. Por esta pluralidad de intereses y expresiones culturales es que Edward

Said afirma que ninguna cultura “is single and pure, all are hybrid,

heterogeneous, extraordinarily differentiated and unmonolithic”.1

El imperialismo del siglo XIX fue un fenómeno impulsado principalmente

por factores económicos. El crecimiento industrial de las potencias europeas –en

particular de Francia y el Reino Unido– propiciada por la abrumadora

superioridad militar, tecnológica que les permitió invadir y dominar vastas

regiones de Asia y África, integrándolas al sistema capitalista occidental.

Movidos por la necesidad de conseguir materias primas, lugares de inversión

para sus industrias y mercados para sus productos, estos Estados controlaron

millones de millas cuadradas y de personas para el beneficio de sus

inversionistas e industrias. En el caso de las recién independizadas repúblicas

latinoamericanas, se establece una nueva estrategia de imperialismo económico

que no domina necesariamente a través del control militar y burocrático, sino de

la manipulación subrepticia, cuando no directa, de los procesos políticos.2

El imperialismo se sostuvo sobre una superioridad material que se

entendió como una superioridad moral e intelectual. Para poder determinar la

naturaleza de los pueblos que sojuzgaron, los europeos los diagnosticaron como

carentes de un “algo”, que ellos consideraban tener. Para definir al otro,

definiéronse a sí mismos como parámetro de los más elevados niveles de la

evolución humana. El discurso colonial intenta justificar el control de territorios

1
Edward W. Said, Culture and Empire, New York: Vintage Books, 1993, p. xxv. Sobre el concepto
de hibridación cultural, ver Néstor García Canclini, Culturas híbridas: estrategias para entrar y salir
de la modernidad, Nueva edición. Buenos Aires: Ediciones Paidós, 2001.
2
Sobre el imperialismo: Eric J. Hobsbawn, La era del imperio, 1875-1914, sexta edición, traducción
de Juan Faci Lacasta. Buenos Aires: Crítica, 2007; Michael Hardt y Antonio Negri, Imperio,
traducción de Alcira Brixio, Barcelona: Paidós, 2002.

31
ajenos, de darle sentido a la sojuzgación y explotación de otros pueblos desde

una autoproclamada superioridad, ya fuera religiosa, como durante los siglos

XVI y XVII, o cultural y científica, a partir del XIX. La evangelización y la misión

civilizadora se sustentan desde distintas premisas, pero parten de la misma

visión jerarquizada de las sociedades en la cual eso denominado Occidente se

autoproclamó como la superior expresión de la humanidad y con la extraña

misión de convertir a todos los demás a su imagen y semejanza.

El imaginario de Occidente se nutrió de los importantes avances

científicos y tecnológicos durante el siglo XIX que propiciaron que los

naturalistas europeos desarrollaran sistemas de clasificación de los seres vivos.

De la acumulación de esta información se desarrolló una mirada sistemática y

abarcadora de la vida que fue parte importante de la transformación

paradigmática de los saberes. Mediante la historia natural se construyó, al decir

de Mary Louis Pratt, una “conciencia planetaria eurocéntrica”, causa y efecto de

la influencia de las potencias occidentales mientras expandieron su dominio

alrededor del mundo.3 Esta experiencia abarcadora repecurtió en varios órdenes:

ciencia, economía, ideas. Por eso Said habla del efecto globalizador del imperio.4

Existe un cercano vínculo entre este crecimiento imperial, el desarrollo

industrial y comercial, y la acumulación del conocimiento científico. Este proceso

abarcador también generó una industria cultural a través de la publicación de

libros de relatos de viajeros, ilustraciones y fotografías. Con la sistematización

del conocimiento del mundo natural y los adelantos tecnológicos, se facilitó la

exploración interior de los continentes tropicales de África y Suramérica. Este

3
Mary Louis Pratt, Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation, Second Edition. New York:
Routledge, 2008, p. 4.

32
conocimiento, producido y consumido por los occidentales, a través de múltiples

publicaciones, contribuyó en la propagación de esta conciencia planetaria. Así se

desarrolló una cultura letrada alrededor de este nuevo conocimiento, que fue

retransmitido a través de publicaciones y presentaciones, de las cuales se

obtuvieron un considerable rendimiento económico. La experiencia imperial fue

un proceso enrevezado y complejo con múltiples repercusiones en la población

de los sujetos imperiales y colonizados.

Aunque el imperialismo de los siglos XVI y el del XIX parten de una

similar visión de superioridad racial, cultural y moral, las prácticas –dominadas

por las ideas de cada época– tuvieron distintos efectos culturales y, por lo tanto,

una consecuncia en la elaboración del discurso que busca explicar/justificar sus

prácticas de dominación. Los ciudadanos de los países industrializados de finales

del siglo XIX, inmersos en las ideas racionalistas y humanistas, no aceptarían la

burda ocupación de territorios y la esclavización de sus habitantes. En la medida

en que las ideologías democráticas imperaban en las metrópolis, era cada vez

más evidente la contradicción entre las ideas igualitarias y la cruel estructura de

dominación en las colonias. A pesar de ello, el acelerado crecimiento del capital

en plena revolución industrial impulsó a los Estados más poderosos a expandir

de manera agresiva sus intereses económicos e influencia política.

Es desde la perspectiva foucoultiana de la constante reconfiguración del

discurso del poder que Pratt entiende que la competencia, no sólo militar y

económica, sino discursiva, entre las potencias europeas encontró nuevas y

“mejores” razones para las intervenciones imperialistas.5 Éstas tenían que tener

4
Said, Culture and Imperialism, p. xxiii.
5
Pratt, Imperial Eyes, p. 72.

33
un “propósito” que estuviera a la altura de las ideas “superiores” con las que

organizaron su civilización occidental.

Por esto es que hay que mantener en perspectiva la fuerza de las ideas que

dominaron en cada época y cómo influyeron en las acciones de los seres

humanos. Los siglos XVII y XVIII se pueden ver como una larga transición del

paradigma providencialista hacia el científico. Los adelantos tecnológicos y

científicos propiciaron en las sociedades occidentales una dramática,

(revolucionaria tal vez) transfomación, cuyos efectos son perceptibles en todos

los aspectos. Con la crisis del modelo imperial (las independencias de Estados

Unidos y la América hispana, o la revolución esclava en Haití), surge un

sentimentalismo que, influenciado por el abolicionismo, redefinirá el proyecto

imperialista basado en la misión civilizadora, el racismo científico y los

paradigmas de desarrollo y progreso apoyados en la tecnología.6 Said entiende

que este discurso fue tan poderoso que permitió que personas “decentes”

aceptaran la idea y la práctica de subyugar a los habitantes de tierras lejanas y

que vieran al imperio como una obligación con los pueblos atrasados.7

Breve digreción a propósito del discurso

El ejercicio del poder imperial vino –como todas las cosas– mediado por el

discurso. Michel Foucault, en El orden del discurso, lo presenta como el resultado

de la interacción de muchas fuerzas sociales e ideológicas (o filosóficas) que

afectan tanto las prácticas como las ideas, y cuyos significados están a merced de

6
Pratt, Imperial Eyes, p. 72.
7
Said, Culture and Imperialism, p. 10. Lo mismo puede decirse de otras instancias, y que resultan
vitales para una democracia funcional, como la tolerancia de estas “buenas personas” que
avalaron la esclavitud, las limpiezas étnicas o la represión totalitaria durante los diversos
regímenes de derecha y de izquierda, musulmanes y cristianos, monárquicos o republicanos.

34
los discursantes, que a su vez lo están de la época y del discurso que la domina.8

Hay que tener en perspectiva que no todos los individuos participamos de la

misma manera en ideas o en prácticas, pero de igual forma estamos inscritos en

él, ya sea desde la aceptación, el rechazo o en algún punto entremedio. Existe en

esto una aparente tautología que revela la dinámica de la acción humana

estudiada por la historia.

Michel de Certau estipula en La escritura de la historia que para poder

comprender el discurso dominante de cada época es necesario rescatar su sentido

histórico, pero que de manera inevitable se estudia desde otro sentido histórico.9

Entre ambos, y a través de la escritura, es que ocurre el proceso de significación,

por lo que se puede decir que es el discurso lo que tiende a completar el sentido

de la realidad estudiada. Es en la escritura donde, entiende de Certau, que ocurre

la relación del discurso con “lo real”. Hayden White llama a este proceso

entendimiento, también confeccionado desde la escritura, donde se establecen

vínculos entre los conceptos o palabras claves que funcionan como imágenes de la

memoria de manera que lo desconocido sea aceptado y aprehendido. Para ello, y

por medio de la figuración tropológica, que utiliza cada autor, se establece la

estrategia de comprensión de la realidad (pasada y presente) de los textos de

historia.10

Del mismo modo, Foucault entiende que es el autor “quien da al

inquietante lenguaje de la ficción sus unidades, sus nudos de coherencia, su

8
Michel Foucault, El orden del discurso, Traducción de Alberto González Troyano. Barcelona:
Tusquets Editores, 1999.
9
Michel de Certeau, La escritura de la historia, Traducción de Jorge López Moctezuma. Segunda
edición, traducción revisada, México, D.F.: Universidad Iberoamericana, 1993.
10
Hayden White, Tropics of Discourse: Essays in Cultural Criticism, Baltimore: The Johns Hopkins
University Press, 1985.

35
inserción en lo real”.11 Es por esto que hay que ver los textos estudiados o la

llamada literatura de viajes como voceros que tratan de exponer a los ciudadanos

imperiales el sentido y el orden de la realidad en la que viven. De igual manera,

buscan generar también, no sólo aceptación, sino participación en el noble

ejercicio imperial.

El discurso deriva de la misma dinámica social de donde surge y busca

darle sentido a esa realidad vivida. De igual modo, funciona como agente

transformador capaz de movilizar a grupos de personas a luchar por tal o cual

idea, ya sea por interés propio o colectivo. Las acciones de los seres humanos se

afectan con el discurso, que a manera de pie forzado, nos impone la época y el

espacio sociocultural en el que vivimos. Pero éste también es afectado por las

prácticas de los individuos, que al tratar de explicar las acciones vividas en ese

lugar y época, le dan sentido y significado a su realidad con las herramientas

cognoscitivas y discursivas que tienen a la mano. Es por eso que “los discursos

deben ser tratados como prácticas discontinuas que se cruzan, a veces se

yuxtaponen, pero también se ignoran o se excluyen.”12 Con lo que se quiere decir

que aspectos del discurso desaparecen en la medida que ciertas prácticas dejan

de existir. No así la voluntad de poder del discurso, que abandona argumentos

según dejan de producir los efectos de verdad necesarios para “convencer” a la

mayoría de los miembros de la sociedad.

De igual forma, el discurso es un importante dispositivo en la

construcción de los saberes (y en su imposición) y en la pretensión de verdad

descrita o descifrada por éste. A partir del siglo XIX, la acción discursiva de los

11
Foucault, El orden del discurso, p. 31.
12
Foucault, El orden del discurso, p. 53.

36
individuos en Occidente fue dominada por el constructo Razón. Así el discurso

tiene que justificar su veracidad para mantener ese lugar de privilegio y poder.

Es a lo que Foucault se refiere cuando habla del control que ejerce sobre sí mismo

el discurso.13 Para el siglo XIX las instituciones del saber y del poder ya no

radicaban en la Iglesia, que no dejó de tener una fuerza discursiva, sino que el

lugar de privilegio pasó a la creencia en la Ciencia y la Academia como su recinto

sagrado. En este proceso, la ciencia se convirtió en el nuevo paradigma para

fundamentar la verdad de cómo funciona la naturaleza y con la que valida las

acciones de los seres humanos que pretenden controlarla. Esto transformó

dramáticamente la idea de lo social y reconfiguró las relaciones entre los

humanos y la de éstos con la naturaleza. En palabras de Francisco José Ramos:

“Si hay una institución que se ha visto obligada históricamente a tomar el relevo

de la teología, pero en el contexto de los reclamos laicos del racionalismo, el

empirismo, el positivsimo y el neopositivismo, ésa es la institución científica”.14

Con el desarrollo de la historia natural, a través de la creación de sistemas

de clasificación, se fue formando un nuevo entendimiento de la naturaleza que

asumía que ésta podría ser descifrada, de que se lograría la justa representación

del orden de la naturaleza.15 La historia natural reclama la intervención humana,

en lo intelectual, para componer y comprender el orden de la naturaleza (según

lo entendieron los occidentales). Por medio de expediciones de carácter científico

y comercial, los occidentales naturalizaron el proceso de la expansión comercial y

13
Foucault, El orden del discurso, p. 25.
14
Francisco José Ramos, “Por otra universidad”, 80 Grados, 16 de marzo de 2012, en:
http://www.80grados.net/por-una-otra-universidad/.
15
Pratt, Imperial Eyes, p. 25.

37
política del mundo a través del dominio colonial.16 Lo cierto es que la creación de

sistemas de clasificación de los organismos vivos implicó una cierta globalización

y estandarización del conocimiento, que desde la perspectiva europea, generó un

“nuevo” conocimiento, que afianzó la autoconcepción de superioridad

occidental. Las descripciones del paisaje presuponían su “naturalización” para el

proyecto transformador del capitalismo al enfatizar en sus posibilidades

productivas. No solo eso, sino que se vincula este discurso de superioridad

occidental con el de la ciencia para darle una justificación poderosa a la relación

colonial.

El trópico es el tropo de un lugar

Para entender la dominante mirada occidental sobre la zona tropical del

globo terráqueo, hacia donde se dirigió el deseo del expansionismo capitalista, es

necesario escudriñar el código que le dio sentido a las representaciones del

“mundo natural”, que nos limita y obliga a ver la realidad de cierta manera. Para

la historiadora Nancy Stepan, el trópico era, según lo describieron estos autores

“a place of radical otherness”, por lo que se asumió que todo lo “otro” también

era tropical.17 Desde la perspectiva occidental, zonas como el norte de África y el

sur de Suramérica, que no están localizadas en la zona tropical –entre el Ecuador

y los trópicos de Cáncer y Capricornio– son consideradas como tales. Edward

Said afirma lo mismo con relación al apelativo “Oriente”.18

Con el ascenso del discurso científico durante el siglo XIX, en expansión

como el capital, los europeos catalogaron a los habitantes de las “tierras

16
Pratt, Imperial Eyes, p. 34.
17
Nancy Stepan, Picturing Tropical Nature, London: Reaktion Books, 2001, p. 17.
18
Said, Culture and Imperialism, p. viii.

38
calientes” como miembros de una cultura inferior. Con este determinismo

climático y geográfico establecieron una relación entre la abundancia de la

naturaleza tropical y su supuesta escasez cultural. El trópico se convirtió

entonces en el reverso de las figuradas virtudes de la imperial Europa, y en ese

ejercicio discursivo se construyó con lenguaje científico la validación de su

pretendida superioridad. Este discurso del tropicalismo tuvo un gran efecto en la

manera que desde Occidente se miró al trópico como un lugar de peligrosa

belleza.19

Los estudiosos del “tropicalismo” establecen que los escritos del

naturalista prusiano Alejandro de Humboldt son una primera expresión del

renovado interés europeo en el trópico. En muchos sentidos, Humboldt

representa la transformación sociocultural del ascenso y la consolidación de la

sociedad burguesa en Europa. Humboldt, una celebridad intelectual, con sus

libros y conferencias sobre sus viajes por tierras tropicales, descubrió para el

mundo burgués europeo las “leyes que gobiernan la naturaleza”. Desde la

estética espiritualista del Romanticismo, describe la Naturaleza de forma

grandilocuente, como un paisaje lleno de posibilidades productivas, un lugar

virgen listo para la reproducción del capital. Es como si fuera, al menos

literariamente, una reconquista del todavía “nuevo” mundo, que a pesar de los

tres siglos de colonización latinoeuropea, seguía abrumando su vastedad natural,

tal y como cuando Cristóbal Colón lo describió por primera vez. De cierto modo,

19
Aspectos del mismo influyeron en los mismos intelectuales tropicales, como en el caso de
Antonio S. Pedreira, que en Insularismo describe al puertorriqueño como un ser “aplatanado”,
doblegado en su espíritu por el efecto del clima y la geografía. Antonio S. Pedreira, Insularismo,
Río Piedras: Editorial Edil, Inc., 1985 [1934].

39
se trata también de la conquista de las nuevas ideas productivas del atrasado

mundo tropical, una (otra) reescritura del discurso de superioridad occidental.

Humboldt trató de expresar en su escritura la “armonía y conexión” de la

naturaleza tropical, pero siempre considerando que era necesaria una cultura

poderosa, como la europea, capaz de manipularla. Esta concepción parte de dos

premisas importantes: mientras más exuberante la naturaleza, más salvaje la

cultura de quienes la habitan y, por lo tanto, su inferioridad con respecto a la

europea.20 De ahí que su descripción del trópico sea la de un mundo mítico de

naturaleza primitiva, ahistórico y carente de cultura. Es por esto que Pratt

entiende que Humboldt “naturalizes colonial relations and racial hierarchy,

representing Americans, above all, interns of the quintessential colonial

relationship of disponibilité”.21 Es decir, el resto del mundo al servicio de la

civilización más poderosa y desarrollada. El naturalista prusiano parte de esta

premisa, mas se podría decir que fue un renovador –en el sentido de ideas y

nuevas sensibilidades históricas– del discurso de la superioridad europea, tal y

como haría Darwin algunas décadas después con la teoría evolutiva.

Desde el origen de la narrativa humboldtiana, se advierte que en la

exuberante naturaleza tropical se escondían serios peligros para los europeos: “If

tropical nature was, to Humboldt, a sublime paradise, the tropics as a site for

human habitation were not. Thus it was in regard to human civilization in the

tropics that Humboldt’s climatic and geographic determinism was most strongly

expressed”.22 Este determinismo geográfico y climático será la piedra filosofal de

20
Pratt, Imperial Eyes, p. 131.
21
Pratt, Imperial Eyes, p. 128. Énfasis en el originial.
22
Stepan, Picturing Tropical Nature, p. 40.

40
la inferioridad tropical, y fue retransmitida por el dicurso “científico” de la

historia natural, las teorías de evolución y la medicina tropical.

Estos cambios “paradigmáticos” transformaron radicalmente la manera en

que la gente entendía la realidad que vive, y provocó reconfiguraciones sociales

importantes, que alteraron la dirección de los impulsos humanos. En la medida

que las nuevas reglas permitieron la entrada de más personas al juego social,

otros defenderán su “derecho” de participar en él. Es en ese sentido que la

historia natural y el poder adquirido con el saber y el dominio del discurso

científico, democratizaron de cierta manera la sociedad. Sin descartar, por

supuesto, que éste se tornase en un discurso tan excluyente y totalitario como el

que desplazó.23

La literatura de viajes y el discurso de la expansión de Occidente

Con la entrada de más voces e intereses en el juego político hay que

prestar atención a la dimensión siempre polémica del discurso y su efecto de

verdad: “las grandes mutaciones científicas quizá puedan leerse como

consecuencia de un descubrimiento, pero pueden leerse también como la

aparición de formas nuevas de la voluntad de verdad”.24 Estas “formas nuevas”

responden a los nuevos valores, consecuencia de los cambios paradigmáticos. Es

por ello que Foucault establece un fuerte vínculo entre el discurso, el deseo y el

poder, porque según la historia ha demostrado “el discurso no es simplemente

aquello que traduce las luchas o los sistemas de denominación, sino aquello por

23
Hay que reconocer que esta democratización es domesticada por el mismo mecanismo
reformista del sistema liberal, en donde toda inserción social y ganancia de derechos queda
cualificada y disciplinada por el sistema productivo dominante. Sin embargo, el acceso a una
mejor calidad de vida con el acceso una mejor alimentación y servicios sanitarios, así como de

41
lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que uno quiere

apropiarse.”25 El discurso, según Foucault, no solo es arma de lucha, sino campo

de batalla.

Entonces hay que ver en la dinámica del discurso la contención que hay en

la actividad política y social. En la medida que la visión de mundo entre los

diversos componentes sociales es discutida o discurseada va tomando curso y

“vida” y, según la fuerza que tenga detrás de esa voz, se va consolidando ese

constructo de verdad. El discurso que expresa una visión de mundo, sea

representando clase, raza o nación, es parte de la lucha social y se fortalecerá o

debilitará según sea aceptado y utilizado para movilizar el apoyo o su

aceptación. Es lo que pasó a ser la civilización occidental al imponer sus formas y

maneras al resto del mundo. El advenimiento de la sociedad burguesa en las

potencias europeas y Estados Unidos fue un agente democratizador en el sentido

que más personas pudieron elevar su calidad de vida, en cuanto a salud,

educación y participación política y económica se refiere.

Sin embargo, las bases de su estructura de poder ha permanecido

inalterada, ya que unos pocos dominan y explotan a los muchos. Más bien, el

discurso, visto como Foucault lo explica, no pierde su cercanía al poder por

separaciones arbitrarias o contingencias históricas, sino que se modifica y se

desplaza, sostenido por un sistema de instituciones sociales y políticas, que se

manifiestan de ser necesario con coacción y violencia, mas busca convencer de

participación política a través del sistema electoral y de justicia es, desde mi perspectiva, un
cierto tipo de progreso.
24
Foucault, El orden del discurso, p. 20.
25
Foucault, El orden del discurso, p. 15.

42
que el estado de cosas debe permanecer. Por eso se institucionaliza y se regula a

sí mismo.

Los conceptos fundamentales del discurso se esparcen y consolidan en el

imaginario de la discusión pública de múltiples maneras. Por ejemplo, a través

del comentario, lo que se dice y se repite por casi todos como son algunos textos

bíblicos o jurídicos, algunos “literarios” y en cierta medida los científicos. Esta

repetición, nos dice Foucault, limita el azar del discurso.26 En el caso del discurso

imperialista de los siglos XIX y XX, se manifestó en gran medida a través de una

combinación de escritura e imágenes publicadas en libros o reportajes para

revistas y periódicos. Del mismo modo. el autor, al ser ente conocedor y crítico

de la realidad, suele ser susceptible a percibir las contradicciones del discurso y

la “realidad”. Al señalar estas contradicciones y criticar las prácticas que

considera injustas, el discurso mismo es el que se depura y moviliza la opinión

pública y las prácticas de dominación se reforman para mantener la estructura

inalterada el mayor tiempo posible.

La llamada literatura de viajes, en el contexto de finales del siglo XIX,

expresaba las experiencias de un occidental en tierras exóticas, ya fuera como un

burócrata colonial, un naturalista en busca del orden de la vida o un adelantado

del capital al acecho de oportunidades de inversión. También expresaron el

asombro de los occidentales ante otras culturas y formas de organización social.

Muchas de las manifestaciones del discurso colonial que conocemos se extraen

de las expresiones en la escritura de viajes, como memorias de oficiales coloniales

y soldados, crónicas periodísticas, cuentos y novelas. En muchos de estos textos,

26
Foucault, El orden del discurso, p. 26.

43
y a pesar de la visión crítica que pudieran tener ante el orden ideológico

imperante, la ocupación imperial se propone como una necesidad.

En un contexto colonial, como advierte David Spurr, el discurso no solo

reproduce una ideología que debe ser constantemente repetida, sino una manera

para crear y responder a una realidad que se adapta infinitamente en función de

mantener las estructuras básicas de poder.27 El discurso colonial podría decirse

que es el que impuso Occidente al resto del mundo durante el siglo XIX y buena

parte del XX. Se desarrolló desde la experiencia colonial que empezara con la

conquista española del continente americano a finales del siglo XV. Éste se

transformó cónsonamente con el paso del tiempo y se atemperó a las ideas y las

prácticas dominantes de cada momento. Inherente a este discurso está la

voluntad de dominación de un pueblo ajeno y distinto, de ocupar sus tierras y

sojuzgar a sus habitantes.

Sin embargo, esta necesidad no es planteada inicialmente para convencer

sólo al sujeto a colonizar, sino a los ciudadanos del imperio. Es en ese sentido

que Spurr afirma que el escritor es “the original and ultimate colonizer”.28 Los

textos que expresan el discurso colonial encontraron en el discurso de la Razón y

de la observación científica argumentos para justificar sus acciones imperialistas,

al igual que las encontraron en el discurso providencialista a inicios del siglo

XVI. Por eso es que se idealiza la empresa colonial, que viene a restaurar un

orden y a llenar un vacío que le fue negado a sus habitantes. La civilización

occidental es, según este esquema, la mejor capacitada para administrar la

27
David Spurr, The Rhetoric of Empire: Colonial Discourse in Journalism, Travel Writing, and Imperial
Administration, Durham: Duke University, 1993, p. 11.
28
Spurr, Rhetoric of Empire, p. 93. Por su parte, Pratt entiende que la literatura de viajes fue “a key
instrument, in other words, in creating the ‘domestic subject’ of empire”, Imperial Eyes, p. 3.

44
naturaleza y sacarle el mayor provecho. Spurr identifica, en The Rhetoric of

Empire, doce tropos con los que se expresa el discurso colonial a través del

periodismo, la literatura de viajes y las memorias de oficiales coloniales o de

aventureros a través de figuras literarias cargadas de sentidos que ilustran y

racionalizan la relación colonial.29

El discurso colonial moderno es reflejo además de la Ilustración, con sus

ideas racionalistas y humanistas. Ileana Rodríguez, en Transatlantic Geographies:

Islands, Highlands, Jungles, afirma que la experiencia colonial es parte

fundamental del desarrollo de la ciencia como paradigma para la adquisición de

conocimiento y la expansión del sistema capitalista.30 Durante el siglo XIX las

potencias europeas auspiciaron expediciones científicas en las que botánicos,

cartógrafos y naturalistas fueron acumulando conocimiento sobre la vastedad de

la Tierra y de los organismos vivos que la habitan (plantas, animales, humanos).

Nombraron, catalogaron y adscribieron valores ideológicos (cognoscitivos) y

materiales (productivos), desde su perspectiva occidental, a este nuevo

conocimiento; del mismo modo, pasaron juicio sobre la moralidad de sus

habitantes. La “objetiva” Ciencia le rindió un importante servicio al interesado

Capital, pues validaba y justificaba las acciones que tomaba para mantener su

propio crecimiento. Las expediciones científicas fueron parte de la competencia

entre las naciones europeas, que nutrió –y se nutrió de– la expansión territorial.

Este aspecto de la expansión europea mediante de las expediciones

científico-económicas es lo que Pratt llama la anti-conquista. Se refiere a la

29
Los doce tropos identificados por Spurr son: “surveillance”, “appropiation”, “aesthetization”,
classification”, “debasement”, “negation”, “affirmation”, “idealization”, “insubstantialization”,
“naturalization”, “erotization” y “resistance”.

45
conquista no militar, ni “explotativa”, sino a la justificación disfrazada de

objetividad científica o de caridad religiosa o filantrópica. Así como los curas y

misioneros en el siglo XVI adelantaron las misiones mercantiles e industriales,

los “misioneros de la ciencia”, naturalistas y botánicos, hicieron lo mismo

mientras recopilaban los datos que les ayudarían a entender las leyes que rigen el

mundo. Del mismo modo, puede verse la idea de que el desarrollo econcómico a

través de la inversión capitalista, mejora la calidad de vida, y, como consecuencia

el nivel moral y cultural de los sujetos coloniales. Esta dimensión “suave” del

proceso imperial presenta una visión “inocente” del control occidental del resto

del mundo. “The term is intended to emphasize the relational meaning of natural

history, the extent to which it became meaningful specifically in contrast with an

earlier imperial, and pre-burguois, European expansionist presence.”31

Del mismo modo, los valores éticos occidentales, tan “superiores” como

su tecnología y capacidad productiva, fueron esparcidos por los misioneros que

trataron de remediar los desmanes del régimen productivo. Es por eso que Pratt

afirma que “Humanitarianism, alongside science, is its own form of anti-

conquest”, por lo que se camuflajea la conquista como una inocente búsqueda de

conocimiento y una comprometida labor de expandir las fronteras de la

civilización frente a la barbarie.32 Así, los occidentales se representan a sí mismos

como seres caritativos preocupados por la atrasada humanidad del otro. Al

mismo tiempo implica, narrativamente al menos, la entrega pasiva o entusiasta

30
Ileana Rodríguez, Transatlantic Geographies: Islands, Highlands, Jungles, Minneapolis: University
of Minnesota Press, 2004, p. xiii.
31
Pratt, Imperial Eyes, p. 38. Énfasis en el original. También lo describe así: “… the system of
nature as a descriptive paradigm was an utterly benign and abstract appropriation of the planet.”
p. 37.
32
Pratt, Imperial Eyes, p. 66.

46
del sujeto colonial, pues en el acto se exige el reconocimiento de la superioridad

de la civilización occidental y la aceptación voluntaria de su dominio. Esta

mirada tierna está sujeta a la asimilación del nativo atrasado; por eso las

prácticas e ideas diferentes que caen fuera del paradigma occidental son

inaccesibles al discurso y “can be expressed only as absences and lacks.”33

El renacido interés de los imperios europeos por las tierras tropicales

durante el siglo XIX, con el propósito de conocerlas más para explotarlas mejor,

tuvo una importante dimensión científica y política. Los naturalistas europeos

que visitaron la América latina disimularon su identificación de recursos para la

inversión del capital y el comercio euroestadounidense, con el interés del

conocimiento científico, universal y objetivo.34 Mas, el aspecto científico de este

expansionismo fue real y tuvo importantes efectos culturales. En la Gran Bretaña,

la nación más industrializada de entonces, se desarrolló una clase media con

tiempo y dinero suficiente para mantener jardines en los que cultivaron plantas

exóticas y consumir la literatura que describía las aventuras en tierras tan lejanas

y desconocidas. Asimismo ese país, poseía una industria editorial capaz de

confeccionar hermosos libros ilustrados que atrajeron al público lector. Toda esta

producción cultural reafirmaba a los europeos en su superioridad, al entender y

dominar la “Obra de Dios” en la naturaleza, a pesar de su urbanismo burgués, y

vivir cada vez más alejado de ella.35

33
Pratt, Imperial Eyes, p. 43.
34
Stepan, Picturing Tropical Nature, p. 31. Es importante destacar que este proceso de expansión
imperialista fue mayormente europeo, sobre todo de Inglaterra y Francia, aunque en él
participaron otras naciones que se fueron desarrollando durante el siglo. En el entresiglo del XIX
y XX, Estados Unidos y Alemania fueron las potencias emergentes. Estados Unidos, aunque no es
europea en un sentido geográfico, refleja y comparte en gran medida los principios y el discurso
de la llamada civilización occidental.
35
Stepan, Picturing Tropical Nature, p. 32.

47
Esta literatura de viajes iba dirigida al sujeto imperial doméstico que

participaba en las incipientes democracias burguesas, más o menos liberales y

que apoyaron la empresa colonial. El discurso colonial se sostiene en estos textos

con unos tropos constantes, producto de los cambios paradigmáticos que

alteraron la manera de observar y entender la realidad. El tropo de la

clasificación, por ejemplo, es parte del desarrollo de la historia natural a finales

del siglo XVIII, y establece el nivel cultural y el estado civilizatorio de los

colonizados. A partir de él, se aplicó el principio de la estructuración orgánica

establecido por la historia natural para clasificar a grupos humanos con relación

a su carácter moral e intelectual y al social y político.36 Desde esta perspectiva, la

naturaleza misma establece unas jerarquías en las que “power follows reason,

and history follows nature”.37 Este sistema de clasificación es “indispensable”,

tanto para la ideología imperialista como para la administración de las colonias,

donde racionalmente se establece el gobierno más eficiente según las aptitudes y

el nivel cultural de los pueblos colonizados.38

De ahí el tropo de la mirada, propia de la pintura paisajista o los parajes

turísticos, pero también de las investigaciones científicas, o del ejército que

ocupa: “it offers aesthetic pleasure on one hand, information and authority on

the other”.39 Es un gesto colonizador que interpreta y codifica el paisaje, y le

otorga un sentido, siendo descrito para ser subordinado y administrado a partir

de las sabias ideas de la Razón. Como parte del paisaje están sus habitantes, que

36
Spurr, Rhetoric of Empire, p. 64.
37
Spurr, Rhetoric of Empire, p. 66.
38
Esta es la tesis de la que parte Lanny Thompson, Imperial Archipielago: Representation and Rule in
the Insular Territories under U.S. Dominion after 1898, Honolulu: University of Hawai’i Press, 2010.
Discutiré este libro en el próximo capítulo.
39
Spurr, Rhetoric of Empire, p. 15.

48
carecen de habla o historia, más bien se presentan como un cuerpo vacío –sin

espíritu– que ha de llenarse por la acción colonizadora.

Pratt plantea que el paisaje tropical es descrito como una posibilidad

productiva, desde la perspectiva eurocéntrica e industrializada, desaprovechada.

El nativo “no existe” sino como parte de la posibilidad productiva misma; por

eso casi siempre es descrito con “objetividad” etnográfica o sociológica,

enfatizando en su capacidad y disciplina (o falta de) para trabajar. La mirada del

discurso colonial se sostiene en la ciencia, ese inner-eye capaz de ver más adentro

y de descifrar los misterios de la naturaleza. Las descripciones que se hacen del

paisaje en las crónicas de viaje presuponen su “naturalización” para el proyecto

transformador del capitalismo y por eso el énfasis en sus posibilidades

productivas.40 Aquí es notable eso que Said y Rodríguez destacan de la íntima

relación entre la experiencia imperial y el desarrollo de las disciplinas

académicas: “the history of fields like comparative literature, English studies,

cultural analysis, anthropology can be seen as affiliated with empire and, and in

a manner of speaking even contributing to its methods for maintaining Western

ascendancy over non-western natives”.41

En la tradición europea, la imagen erotizada de un cuerpo disponible, y

casi desnudo, situada en un paisaje tropical, se origina en los mitos clásicos y

medievales de lugares misteriosos y fértiles. Paisajes que aluden al jardín del

Edén y recuerdan la caída del ser humano. Con el arribo europeo al continente

americano, le dio, con su noción de descubrimiento, nueva vida a estos mitos,

“when nakedness of the indigeneous inhabitants of such places as the island of

40
Pratt, Imperial Eyes, p. 52.
41
Said, Culture and Imperialism, pp. 50-51.

49
Hispaniola, where Columbus made landfall, and their ease with their own

physicality as well as their unfamiliar sexual customs, simultaneously fascinated

and shocked Europeans”.42

Rodríguez plantea que la inicial mirada del europeo al Caribe se nutrió

del tropo del Paraíso, como recurso estético que termina en el infierno en forma

de política colonial. Entre ambos tropos hay una metodología que demuestra

cuánto pueden cruzar las ideas, culturalmente fabricadas, las diversas disciplinas

del conocimiento, como la geografía, la economía y la política.43 Para Rodríguez,

esta visión “infernal” presenta el conflicto entre los seres humanos y la

naturaleza. Desde la perspectiva utilitaria de Occidente, a la naturaleza hay que

dominarla. De hecho, uno de los “problemas” señalados a los habitantes del

trópico es que se alimentaban con muy poco esfuerzo, y por eso carecían de la

disciplina y el deseo de superación, características indispensables en la visión

competitiva de la sociedad capitalista.

El discurso occidental sobre el trópico presentó una paradójica visión al

expresar la idea de la degeneración tropical, que vinculaba la fertilidad abundante

de la naturaleza y el calor con la supuesta incapacidad de sus pobladores. Estos

eran vistos como sucios, vagos y atrasados, incapaces de controlar sus instintos y

pasiones, por lo tanto inhábiles para funcionar en la civilización occidental.44 Con

la expansión imperial hacia el interior del continente africano durante el siglo

XIX, este discurso de inferioridad tropical se expresó en particular a través del

discurso antropológico del darwinismo social y del discurso médico de la

medicina tropical.

42
Stepan, Picturing Tropical Nature, p. 89.
43
Rodríguez, Transatlantic Geographies, p. 6.

50
Entonces, la patologización de la región se convirtió en parte integral de la

representación de lo tropical; ésta es la reafirmación del discurso de la

superioridad europea desde el paradigma científico. La medicina tropical es una

de las secuelas de la revolución científica y paradigmática producto de la historia

natural, la teoría de la evolución y el universo de bacterias, virus y demás

microrganismos descubiertos gracias al microscopio. También es el producto del

interés metropolitano en hacer que las nuevas colonias fueran habitables para sus

soldados, burócratas y oficiales coloniales, y para hacer de los nativos obreros

saludables para sus industrias.45 Stepan destaca que esta especialidad médica fue

la medicina tropical, una disciplina poco estable y redefinida muchas veces, muy

influenciada siempre por factores políticos e ideológicos.

La llamada medicina tropical, que emergió como una especialidad con sus

propias escuelas y facultades, designó enfermedades que no eran exclusivamente

tropicales como si lo fueran, del mismo modo que incluyó tierras extratropicales

como tales.46 Con objetividad científica se estableció la peligrosa diferencia entre

“tropicales” y “templados”, se demarcó además una jerarquía con la que

justificaron la administración de los recursos naturales y humanos disponibles en

el mundo. Fue un discurso de autoridad para señalar y clasificar alteridades.47 En

ese sentido, no se aleja de lo que Ramos ha identificado como la misión de las

44
Stepan, Picturing Tropical Nature, p. 54.
45
Stepan, Picturing Tropical Nature, p. 163.
46
Stepan, Picturing Tropical Nature, p. 152. Con relación al discurso de la medicina tropical en
Puerto Rico, véase a Bailey K. Ashford, A Soldier in Science: The Autobiography of Bailey K. Ashford,
Colonel M.C., U.S.A., San Juan: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1998 (originalmente
publicada en 1934); y Raúl Mayo Santana, Annette B. Ramírez de Arellano y José G. Rigau-Pérez,
editores, A Sojourn in Tropical Medicine: Francis W. O’Connor’s Diary of a Porto Rican Trip, 1927, San
Juan: Universidad de Puerto Rico, La Editorial, 2008. Sobre el trabajo de Ashford en Puerto Rico,
ver Rosa E. Carrasquillo, “The Remaking of Tropical Peoples: U.S. Military Medicine and Empire
Building in Puerto Rico”, Historia y Sociedad, año XVI-XVII, 2005-2006, pp. 67-96.
47
Stepan, Picturing Tropical Nature, p. 156.

51
prácticas médicas en Occidente: “La prioridad no es entender, sanar y aliviar el

sufrimiento sino imponer un criterio de salubridad, concebido para el control de

los cuerpos y la adaptación de las mentes”.48

Hubo en la literatura médica de la época una construcción visual de

enfermedades catalogadas como tropicales en la que proliferaron imágenes de

los afectados en los libros de textos, las revistas especializadas y los periódicos, y,

eventualmente, en los filmes. De esa manera, se estableció en la lista de

oposiciones binarias entre Occidente y el Trópico: la de la salud y la enfermedad;

civilización y barbarie; blanco y oscuro. En el discurso de la Medicina Tropical, se

hizo una relación entre la propagación de enfermedades y las “malas

costumbres” higiénicas de los nativos, pero también es importante la cuestión de

la degeneración tropical, una especie de falla intrínseca en los pueblos tropicales,

de peligro para el occidental. Esta visión se expresa en un discurso colonial

cargado de imágenes que demuestran la suciedad y la corrupción del “otro”, que

siempre es víctima por su degradación moral e intelectual, del sufrimiento

provocado por las enfermedades, el hambre y las supersticiones.

La contraimagen, con la que se identifica el sujeto imperial, es la ética de la

sociedad burguesa modelada con los valores victorianos decimonónicos de

sobriedad, castidad y trabajo. Spurr da el ejemplo de Darwin, aduciendo que

para el naturalista inglés:

the virtues of primitive peoples are limited to “social instinct”; their idea
of good and evil does not extend beyond that which obviously affects the
welfare of the tribe. They have no notion of the “self-regarding virtues”
such as temperance, chastity, and physical decay, failing to percieve how
the lack of these qualities indirectly affects the tribe as a whole.49

48
Ramos, “Por otra universidad”.
49
Spurr, Rhetoric of Empire, p. 81.

52
Esta perspectiva médica expresa lo que Spurr identifica como el tropo de

la humillación y la porquería (“Debasement: Filth and Defilement”), el cual

expresa una atracción perversa y temerosa hacia el “otro”. Se establecen además,

los límites geográficos y biológicos de la civilización occidental: “In Western

writing the debasement of the Other often suggests a prohibition designed to

protect the boundaries of Western cultural value against the forces of this

destructive desire”.50 La expresión médica del discurso colonial intenta

demostrar, por un lado, una inferioridad esencial que hace al otro tropical menos

saludable y menos capaz que el occidental; y, por otro, refleja miedo a la

contaminación (a través de la exposición prolongada al trópico y la mezcla

racial), por lo que plantea la necesidad de la separación de las poblaciones.

Debido a esta visión, los tropicales se convirtieron en víctimas de su

geografía y, como tales, fueron categorizados como niños de la naturaleza,

dominados por sus deseos físicos, carentes de aspiraciones intelectuales o

morales. Según las teorías del determinismo climático, el calor y el sol producían

una pereza sensual y una sexualidad precoz, mientras que los climas fríos, al

luchar sus habitantes contra los elementos para sobrevivir, contenían las

pasiones y estimularon así el uso de la razón.51 De manera que se fue

construyendo una tipología racial apoyada en las distintas estrategias de

representación cónsonas con las teorías raciales de aquel momento. También la

antropología “had become, by mid-century, above all a science of the visible,

physical body as it manifested itself in the marks of racial distinction, and

50
Spurr, Rhetoric of Empire, p. 79.
51
Stepan, Picturing Tropical Nature, p. 89.

53
therefore visual representations were crucial to the racial enterprise”.52 De esta

manera, la categoría de “raza” continuó siendo indispensable para definir las

jerarquías culturales esbozadas por el darwinismo social y demás

manifestaciones del racialismo científico.

Un importante recurso en el discurso colonial está relacionado con la

naturaleza, y es desde el cual se monta toda la teoría acerca de las zonas

tropicales. Si, por un lado, la naturaleza se opone a la civilización, por el otro se

apela a la “ley” o “derecho natural” que “concede” el dominio de la tierra a las

sociedades que sean capaces de entender su valor y estén dispuestas a sacarle el

mayor provecho.53 De esta manera, se “naturaliza” el proceso de dominación

desde la perspectiva occidental de oponerse a la naturaleza, en vez de la visión

de complemento o colaboración con ella. Esta visión sobre la naturaleza también

proviene de la idea del determinismo geográfico, que sostiene que el clima

tropical debilita el cuerpo y apaga el espíritu competitivo necesario para que la

civilización progrese.

El tropo de apropiación parte de la premisa de que la tierra y los recursos

que ella ofrece pertenecen al más apto para aprovecharlos según los valores del

sistema industrial y comercial de Occidente. En su imaginario, el colonizador

también ha de apropiarse del corazón y los pensamientos del colonizado. Así se

va delineando, además de una diferencia, la estructura de una jerarquía: “It seeks

to dominate by inclusion and domestication rather than by a confrontation which

recognizes the independent identity of the Other”.54 Para el colonizador existe un

enlace ideológico entre la actividad comercial y productiva y la acción

52
Stepan, Picturing Tropical Nature, p. 94.
53
Spurr, Rhetoric of Empire, p. 156.

54
civilizadora. Así, la intervención colonial responde al llamado de la naturaleza y

el “sabio” uso de sus recursos, el de la humanidad que lucha por el mejoramiento

de los pueblos atrasados, y el del colonizado que necesita superar su ignorancia y

violencia.

Los estudiosos del discurso colonial y las prácticas imperiales bajo la

sombrilla “poscolonial” le han dado particular importancia al aspecto de la

resistencia. Spurr, siguiendo a Foucault, entiende que el lenguaje tiene la

cualidad de sabotear las estructuras que lo sostienen, pues en el discurso la unión

del conocimiento y el poder siempre es imperfecta. De manera que el discurso no

es sólo un instrumento del poder, también es un punto de resistencia.55 Para

Rodríguez, la colonización de América por Europa fue una ejercicio de invención

en la que con un ejercicio retórico –también– se apropió de la geografía natural y

cultural.56 Para ella, el análisis poscolonial tiene que revelar el poderoso vínculo

entre los intereses económicos y las estrategias de dominación y hegemonía. Es

importante, además, señalar, en el discurso que resiste, las huellas del discurso

imperialista y cómo éste lo influye y hasta lo determina.57

La literatura de viajes en el contexto imperial expresa una visión desigual

y jerarquizada de los grupos humanos. Para justificar esta diferencia, se definió

al otro a colonizar como un sujeto vacío, con una ausencia espiritual, un espacio

negativo a ser llenado por el comercio y la modernidad que acompañan y

definen a la civilización occidental. Esos pueblos, al no ser capaces de progresar, no

tienen historia; por lo tanto, necesitados de ayuda para combatir su naturaleza (la

54
Spurr, Rhetoric of Empire, p. 32.
55
Spurr, Rhetoric of Empire, p. 184.
56
Rodríguez, Transatlantic Geographies, p. xii.

55
propia y la que les rodea) y poder transformar su cultura de manera que propicie

el desarrollo de la civilización. Estas constantes “razones” para la intervención

colonial son una reafirmación de la misión civilizadora, que se sostienen en la

idealización de los valores de la propia civilización: humanismo, ciencia,

progreso. Pero como bien ha indicado la historiografía poscolonial, estas “buenas

intenciones” resultaron ser otro mecanismo de control político, otra disciplina

social que buscaba la eficiente y rentable explotación capitalista de los recursos

ofrecidos por la naturaleza tropical.

El discurso colonial expresado a partir del siglo XIX, durante la era de los

Derechos del Hombre, se atempera a los tiempos para justificar el dominio de

otros pueblos utilizando las ideas y las sensibilidades que predominan en cada

época. La imposición de los valores del rendimiento económico, la propiedad

privada y el consumo sobre la vida y la cultura de otros pueblos fue parte del

mismo proceso de la expansión del sistema capitalista y la civilización occidental.

Por distintos, esos pueblos fueron declarados inferiores, y se justificó la

expropiación de su medioambiente, sus recursos naturales y su libertad de acción

y pensamiento. De este violento proceso derivó la transformación radical de las

tradiciones y las costumbres de pueblos ancestrales que, unidas a las ideas

occidentales, produjeron las sociedades muchas veces híbridas que habitan

actualmente el globo terráqueo.

Este es el contexto ideológico que domina la escritura de los “cronistas de

la americanización” que estudiaré más adelante. Esta literatura expresa, desde su

particularidad histórica y geográfica, los fundamentos ideológicos en los que

57
Sobre los estudios poscoloniales ver Ranahit Guha y Gayatri Chakravorty Spivak, editores,
Selected Subaltern Studies, New York: Oxford University Press, 1988.

56
sostienen su idea de superioridad moral, material y cultural. De ahí también

deriva la idea de que es deber de las naciones avanzadas civilizar a los pueblos

atrasados. Esta idea imperial en el contexto estadounidense, ha recibido un

interesante análisis historiográfico que considero pertinente discutir para

entender la particularidad imperial estadounidense en Puerto Rico durante las

primeras décadas del siglo XX.

57
Capítulo 2:
El dilema imperial en la historiografía estadounidense y las estrategias de
representación en la construcción del sujeto colonial.

Estados Unidos llegó tarde a la competencia entre las potencias europeas

por la obtención de colonias. Hasta el fin del siglo XIX mantuvo su postura

tradicional de no inmiscuirse en los asuntos europeos, al considerar a Europa

como un mundo viejo, corrupto y decadente. Sin embargo, durante ese siglo

sostuvo una agresiva expansión hacia el occidente del continente norteamericano

mientras desplazó con una población mayormente blanca y protestante a los

indoamericanos y mexicanos que allí vivían. Este expansionismo territorial

alimentó el crecimiento comercial y productivo de los bancos e industrias del

Noreste, la región más desarrollada en ese sentido. Más agricultores hacia el

Oeste significó más préstamos y la demanda por maquinaria y herramientas, que

estimularon los centros industriales y financieros del Noreste. Así se le dio

velocidad a la circulación económica que propició el desarrollo industrial y

financiero de Estados Unidos.

Sin embargo, esta experiencia ha constituído un problema historiográfico

en Estados Unidos, al ser una coyuntura de dramáticos cambios en la tradición

política y constitucional norteamericana. Tras la guerra del 1898, los

estadounidenses enfrentaron la anexión de territorios no contiguos densamente

poblados por “otros” seres humanos que no eran como “ellos”; y, por lo tanto,

según pensaban, incapaces de integrarse a la “Unión” sin que ello resultase en la

“contaminación” de la “raza americana”. Incluso, algunos historiadores del

pasado siglo no aceptaron el apelativo de “imperial” para calificar la política

exterior estadounidense. Más bien la circunscribían al caso de Filipinas y la

califican de un “error”. Igualmente, quienes reconocían la imperialidad de la


política exterior estadounidense, partieron de la premisa de la superioridad

anglosajona. Ese sentido de superioridad, ya discutido, es esencial en la práctica

imperial y es lo que sostiene, desde la desigualdad, la relación con el sujeto

colonial. Desde ese lugar se estudia, se clasifica y se representa a los habitantes

de los pueblos intervenidos, necesitados de un algo que es misión del Imperio

suplir.

Como veremos en los textos que discutiré en los próximos dos capítulos,

durante la primera década tras la aventura del 1898, la mayoría de los autores no

tienen reparos en llamarse “imperialistas”, algunos incluso lo hicieron con

entusiasmo y alegría. El asunto imperial en Estados Unidos fue un asunto

contencioso desde el momento mismo en que se discutió la implantación de su

política en el contexto de la Guerra Hispanoamericana y, en particular, la

decisión de anexar a Filipinas.

Pionera, en Estados Unidos, en analizar la cuestión del “imperio” desde

una perspectiva histórica, fue la serie publicada durante la década de 1920 por

The Vanguard Press, con el auspicio de The American Fund for Public Service:

“Studies in American Imperialism”.1 En ella se discutió el imperialismo

económico moderno como “one of the most characteristic and important

historical developments of contemporary times”.2 El editor de la serie, Harry

Elmer Barnes, consideraba que toda la experiencia americana había sido

1
The Vanguard Press (1926-1988) fue fundada inicialmente con una beca de cien mil dólares
otorgada por The American Fund for Public Service, institución filantrópica establecida por el joven
millonario Charles Garland, dedicada a apoyar económicamente entidades radicales o
izquierdistas. Mayormente auspició revistas y la editorial referida, entre otros esfuerzos de
difusión. En su primera década publicó libros sobre la Revolución Soviética, teoría socialista y
esta serie sobre el imperialismo estadounidense. Otros títulos publicados en la serie son: Bailey
W. y Justine Whitefield Diffey, Puerto Rico: A Broken Pledge (1931); Melvin M. Knight, The
Americans in Santo Domingo (1928); y M.A. Marsh, The Bankers in Bolivia (1928).

59
producto del imperialismo, pues Estados Unidos habría sido concebida en él y

habría estado desde entonces dedicada al principio de la expansión.3 Es por esto

que fue:

natural that we should first turn to Latin America justifying our action in
official rhetoric on the ground of advancing the cause of human justice,
but not failing in the process to increase facilities for investments and to
acquire under favorable conditions the valuable natural resources of the
lands occupied.4

El editor estableció el importante vínculo entre los intereses e impulsos varios

que incidieron en la experiencia imperial; por un lado se justificaba la

intervención en favor de la justicia mientras se creaban las condiciones propicias

para el adelanto de sus propios intereses económicos. Señala que las poderosas

corporaciones fueron responsables de la intervención estadounidense en la

guerra de independencia cubana, para convertirla en la Guerra

Hispanoamericana y, tras ella, posicionarse como potencia mundial con el

control de islas en el Caribe y el océano Pacífico.

La base del dilema imperial en la historiografía estadounidense se percibe

en dos de los libros de esta serie. Leland H. Jenks, en Our Cuban Colony: A Study

on Sugar (1928), presentó una posición un tanto ambigua. Reconoce el poder del

capital corporativo en las decisiones del gobierno estadounidense, mas aduce

que estas fuerzas no querían la guerra pero tuvieron que ceder ante el clamor del

pueblo, en oposición de sus líderes políticos y económicos.5 Mientras que Bailey

W. y Justine W. Diffey opinaron lo contrario en Puerto Rico: A Broken Pledge

(1931), en el que describieron la relación colonial entre la Isla y Estados Unidos.

2
Harry Elmer Barnes, editor de la serie en Leland H. Jenks, Our Cuban Colony: A Study on Sugar,
New York: Vanguard Press, 1928. Republicada 1976. p. vii.
3
Barnes, en Jenks, Our Cuban Colony, p. viii.
4
Barnes, en Jenks, Our Cuban Colony, p. ix.

60
La intención de los autores era contestar al presidente Calvin Coolidge el alegato

de que Estados Unidos había cumplido todas sus promesas con Puerto Rico.6

Jenks ofrece una perspectiva “pragmática” o “realista”7 cuando afirma que

“Domination is doubtless not our aim; but the maintenance of our interests by

our superior force may look so like it to impartial view that the difference will be

difficult to explain. … Yet the difference may exist”.8 Desde esta perspectiva, esta

desigualdad implica que los intereses estadounidense priman sobre los de los

menos poderosos. En esta relación con Cuba, los intereses estadounidenses

radicaban en las inversiones y el comercio, la geografía política y la industria

azucarera. Para atenderlos fue necesario desarrollar “institutions of international

relationship of a new type”.9 Los intereses americanos en Cuba, señala Jenks, se

vieron afectados desde el comienzo de la guerra de independencia, pero no fue

hasta el 1898 que decidieron intervenir. De hecho, la posición inicial fue en contra

de la independencia, y así lo hizo saber la administración McKinley cuyo Partido

Republicano se identificó con los grandes intereses corporativos.

5
Jenks, Our Cuban Colony, p. 57.
6
Diffie, Puerto Rico: A Broken Pledge. Me refiero a la carta que enviara el presidente
estadounidense a los presidentes de las cámaras legislativas isleña, Antonio R. Barceló y José
Tous Soto, a través del gobernador Horace M. Towner, contestando las misivas que éstos le
enviaran con Charles Lindbergh y a la Conferencia Panamericana celebrada en La Habana en
1928. En ellas reclamaban a Estados Unidos mayores poderes autonómicos. Esta comunicación se
puede ver en: “Texto íntegro de los cablegramas dirigidos ‘el 18 de enero de 1928’ por los señores
Antonio R. Barceló y José Tous Soto al presidente Calvin Coolidge y a la sexta conferencia
panamericana”, en Reece Bothwell, Puerto Rico: cien años de lucha política, Vol. II, Río Piedras:
Editorial Universitaria, 1979, p. 372; y “Carta del presidente Calvin Coolidge en contestación al
mensaje que la legislatura dirigiera al pueblo de los Estados Unidos y al mensaje que dirigieran
los señores Barceló y Tous Soto a la conferencia panamericana celebrada en La Habana”, pp. 375-
382.
7
Existe una larga trayectoria tanto política como historiográfica en la oposición entre la visión
“pragmática” o “realista” y la “idealista” o “moralista”. En el contexto de la política
norteamericana, por ejemplo, el presidente McKinley es visto como un pragmático, mientras que
Woodrow Wilson, como un idealista.
8
Jenks, Our Cuban Colony, p. 3.
9
Jenks, Our Cuban Colony, p. 4.

61
Jenks afirma que la presión a favor de Cuba libre vino del “pueblo”,

movilizado tras las conocidas figuras del imperialismo: Theodore Roosevelt y

Henry Cabot Lodge, entre varios otros. Hombres de “cuna y cultura”, que no

eran empresarios, “they stood for something of a revival of aristocratic

participation in American public life… identified themselves with the nation and

placed national life above profit or pelf”.10 Valida sus acciones al destacar la

“aristocrática superioridad moral” de estos personajes que dirigeron el destino

de la nación guíados por valores que sobrepasaban una mera cuestión

económica.

El autor identifica dos eventos fundamentales –aunque ajenos a la región

caribeña– que influyeron en el curso de los acontecimientos del 98. El primero

fue el cierre de la frontera, que significó el final de la poderosa idea en Estados

Unidos del expansionismo territorial como salvaguarda de la democracia; el

segundo, los yacimientos de oro descubiertos en Australia y África del Sur, que

desestabilizaron la complicada cuestión monetaria. La crisis económica y social

de finales del siglo XIX, en el contexto de la repartición imperialista en África y

Asia, generó impaciencia en los espíritus aguerridos de los expansionistas

americanos. Jenks destaca sin embargo, el compromiso del gobierno de Estados

Unidos con la independencia cubana a través de un protectorado, a pesar de que

existían poderosos intereses tras la anexión, como el propio Roosevelt y el

secretario de la Guerra, Elihu Root.

En cambio, el texto de los Diffie se aleja de la perspectiva de los intereses

metropolitanos y presenta los efectos de la política estadounidense en los

puertorriqueños. De cierta forma discuten los efectos de la política imperial

10
Jenks, Our Cuban Colony, p. 51.

62
desde la perspectiva de los puertorriqueños; y, me parece que, al cuestionar las

bondades del régimen colonial, se coloca al otro lado de la retórica imperial. Los

argumentos de A Broken Pledge, por ejemplo, son similares a los usados por

Tomás Blanco en su crítica al régimen colonial de la Isla.11 Ambos textos alegan

que a pesar del adelanto en las importantes tareas públicas, abandonadas

durante el régimen español, como la educación, la infraestructura y los servicios

sanitarios, fueron sufragadas con las riquezas producidas en la Isla. Esta mirada,

alejada del realpolitik, es una fuerte crítica a la política estadounidense en Puerto

Rico.

Según los Diffie describen la administración colonial americana, a pesar

de su estructura liberal, no había servido bien a la Isla puesto que “the real

American rule is the economic penetration which has taken place”.12 El poder de

las corporaciones azucareras se sentía en todo el espectro de la política colonial.

Señalan al capital ausentista como el principal problema de los isleños, pues

tanto en las industrias agrícolas como en las de utilidades extraía riquezas a

cambio de muy bajos sueldos. Las leyes de cabotaje ejercían, además, un control

cuasimercantilista del comercio isleño. Destacan la falta de poder político de los

puertorriqueños para cambiar la situación, pues la última palabra radicaba en el

Congreso, y la postura estadounidense de calificar como antiamericanas las

acciones de los puertorriqueños (ciudadanos americanos desde 1917) para

defender sus intereses frente a los capitalistas ausentistas (también americanos). El

problema, entonces, no era sólo una lucha de clases al interior de una sociedad,

11
Tomás Blanco, El prontuario histórico de Puerto Rico, Río Piedras: Ediciones Huracán, 1981.
12
Diffie, A Broken Pledge, p. 44.

63
sino de la opresión colonial, del poder de una nación poderosa sobre un pueblo

supuestamente inferior.

The bars of the American flag have become to Porto Rico the symbol of
economic prison from which there is no escape by any constitutional
means. Her people are locked behind a system which has neither
protected Porto Rican property, nor prosperity, but which is perpetuated
by a constitution giving more protection to property than to life—a
constitution which cannot be effectively attacked.13

Esta posición encontrada entre Jenks y los Diffie con relación al peso que

le asignaron a las corporaciones en la toma de decisiones políticas respecto a

Cuba y Puerto Rico será parte de la discusión acerca del imperio en Estados

Unidos. La interpretación que niega o minimiza la participación de los grandes

intereses económicos en las decisiones de 1898 rechaza el epíteto de imperialista

o la cataloga como una equivocación y acusa a ciertos individuos de perseguir

objetivos egoístas.

Es el caso del historiador Samuel F. Bemis, al considerar la coyuntura del

98 como una “aberración” en el proceso histórico estadounidense. En A

Diplomatic History of the United States (1936), afirma que los factores más

importantes para que Estados Unidos declarara la guerra a España fueron la

feroz competencia entre las potencias económicas por los mercados en Asia –en

particular de China– y la desestabilización producida ante la aparición de ese

país y Alemania como nuevas potencias industriales en el escenario mundial.14

También señala presiones domésticas por la campaña en las elecciones

congresionales de ese año. Cuestiona la costoefectividad de la guerra y

circunscribe la cuestión del Imperio a la situación en Filipinas. A pesar de

13
Diffie, A Broken Pledge, p. 197.
14
Samuel F. Bemis, A Diplomatic History of the United States, New York: Henry Holt and Company,
1936.

64
mostrarse en contra de la participación de Estados Unidos en esta guerra, parte

de la premisa de la superioridad técnica y moral de su República y de las

consecuencias positivas para los atrasados pueblos intervenidos.

Para este autor, la anexión de Filipinas fue consecuencia de una

conspiración entre Roosevelt, entonces asistente del secretario de la Marina, y el

general George Dewey, a cargo de la flota estadounidense en Asia.

Responsabiliza a los “nuevos imperialistas” –Roosevelt, Lodge, Mahan– y los

acusa de querer las islas Filipinas “as a valorous swain yearns for the immediate

object of his feelings, knowing only the passion of the present and seeing only

the more appealing allurements of the hour”.15 Esta actitud apasionada e

irreflexiva –propia de un adolescente arrogante y hormonal– provocó el

establecimiento de una política imperial que transformó la tradicional postura

estadounidense de no inmiscuirse en los problemas políticos europeos. Del

mismo modo, sostiene en su relato que el presidente fue “seducido”16 por los

imperialistas (ya no los seres avanzados descritos por Jenks, sino politicos

oportunistas y egoístas) para que anexara el archipiélago filipino.

Bemis cuestiona hasta la inversión misma en la guerra al plantear que la

principal ventaja tras la victoria fue el control del mar Caribe para la

construcción del canal interoceánico en Panamá, “but it is doubtful whether an

aggressive billion-and-a-half-dollar war was necessary to obtain these”.

Reconoce que los ciudadanos estadounidenses no se arrepentían del resultado de

su aventura imperialista en el Caribe, pero sí en la del Pacífico, en particular en

mantener a Filipinas como una colonia. Finalmente concluye: “Looking back on

15
Bemis, A Diplomatic History, p. 469.
16
Bemis, A Diplomatic History, p. 469.

65
those years of adolescent irresponsability we can now see the acquisition of the

Phillippines, the climax of American expansion, as a great national aberration”.17

Para Bemis, la generación de líderes durante el 1898 equivocó su gestión.

Desde el presente cercano los condena y describe al imperialismo como un error

de juventud, por su carácter impetuoso e irreflexivo, y por su falta de carácter al

tratar de imitar el imperialismo tradicional europeo. Según su análisis, estas

actitudes imperialistas expresaban los anhelos adolescentes de quien quiere

demostrar su hombría frente a otros. Esta actitud poco racional se alejó de lo que

Bemis entendía que había sido la trayectoria de Estados Unidos en los asuntos

internacionales.

George Kennan, de la escuela realista, en American Diplomacy, 1900-1950

(1951), también considera la participación de Estados Unidos en la guerra

Hispanoamericana como una aberración.18 Al igual que Bemis, critica lo

emocional del impulso imperialista que significó un abandono momentáneo de

la privilegiada racionalidad de las civilizaciones superiores. En parte achaca la

decisión a que el pensamiento de los dirigentes del país estaba distorsionado por

el materialismo de la época, “by the overestimation of economics, of trade, as

factors in human events and by the corresponding underestimation of

psychological and political reactions—such as fear, ambition, insecurity,

jealousy, and perhaps boredom—as prime movers of events”.19

Kennan, que también fue diplomático del gobierno de Estados Unidos en

la Unión Soviética y Yugoslavia durante la Guerra Fría, asevera que ninguno de

los eventos que precipitaron la guerra –la carta del diplomático español y la

17
Bemis, A Diplomatic History, p. 475. Mi énfasis.
18
George Kennan, American Diplomacy, 1900-1950, Chicago: University of Chicago Press, 1951.

66
explosión del Maine– era suficiente para declarar una guerra, porque “this sort of

things happens in the best of families”.20 La decisión de ir a la guerra se debió

entonces a:

the state of the public opinion, to the fact that it was a year of
congressional elections, to the unabashed and really fantastic
warmongering of a section of the American press, and to the political
pressures which were freely and bluntly exerted on the President from
various political quarters.21

Descarta, sin embargo, la participación de los círculos financieros e industriales

en la implantación de la política imperialista y descarga la responsabilidad en

unos oscuros personajes con intereses mezquinos.

Kennan participa de la hipótesis conspiratoria de que el ataque de Dewey

a Manila fue una maquinación de Roosevelt y otros personajes estratégicamente

colocados en la capital federal, quienes fraguaron “a very able and quiet

intrigue” sancionada por la opinión pública en medio de una histeria guerrera.22

Al destruir la flota española, las islas quedaron sin autoridad, por lo que Estados

Unidos se vio “obligado” a quedarse con ellas. La anexión de las islas en el

Caribe y el Pacífico representó un cambio significativo en el sistema político

estadounidense, pues fue la primera vez que una gran población sería cobijada

por la bandera estadounidense sin la posibilidad de constituirse en ciudadanos,

pues se trataban de territorios “not intended for statehood”.23 Desde su

perspectiva, esto podía constituir “our most signal political failures as a nation”,

pues Estados Unidos tuvo que lidiar con unos sujetos (subjects) a los que no se les

podía conceder la ciudadanía, al considerarlos incapaces de cumplir con esa

19
Kennan, American Diplomacy, p. 6.
20
Kennan, American Diplomacy, p. 9.
21
Kennan, American Diplomacy, p. 11.
22
Kennan, American Diplomacy, p. 14.

67
responsabilidad. Del mismo modo, entiende que Estados Unidos debía evitar la

“responsabilidad paternalista” que conlleva la relación colonial.

Para este autor, la variedad de argumentos a favor de la expansión en el

1898 dan la impresión de que ninguno de ellos es “the real one”, a menos que los

americanos de entonces, en especial los más influyentes:

simply liked the smell of empire and felt the urge to range themselves
among the colonial power of the time, to see our flag flying on distant
tropical isles, to feel the thrill of foreign adventure and authority, to bask
in the sunshine of recognition as one of the great imperial powers of the
world.24

Destaca el carácter ambicioso e inmaduro de quienes tomaron la decisión de

anexar Filipinas, y que no hubo “prudencia” ni “deliberación cuidadosa” para

defender los intereses nacionales en las decisiones militares que se tomaron para

entrar en, y durante, la guerra.25

En el otro lado del análisis “realista”, los “revisionistas” enfatizaron en los

aspectos económicos y la importante influencia que ejercieron en la política

nacional y en la exterior. William Appleman Williams, por ejemplo, en Tragedy of

American Diplomacy (1959), indica que el motivo principal de la administración

estadounidense de aquel fin de siglo fue la ansiosa búsqueda de mercados que

estimularan su comercio e industria.26 Por eso, para analizar los eventos del 1898,

también le da más peso al interés de Estados Unidos por los mercados asiáticos.

No obstante, para este autor, las motivaciones no fueron producto de emociones

perturbadas, sino a la formación conciente de un imperio “informal”.

23
Kennan, American Diplomacy, p. 15.
24
Kennan, American Diplomacy, p. 17.
25
Kennan, American Diplomacy, pp. 19-20.
26
William Appleman Williams, Tragedy of American Diplomacy, New York: Dell Pub. Co., 1962.

68
Al igual que Barnes, Williams establece un intrínseco vínculo entre

Estados Unidos y la experiencia imperial: “Having matured in an age of empires

as part of an empire, the colonists naturally saw themselves in the same light

once they joined issue with the mother country”.27 Desde su perspectiva, Estados

Unidos es producto de una revolución que la posicionó desde ese momento

como una potencia mundial y, por lo tanto, necesariamente activa en los asuntos

internacionales. Así lo demuestra la guerra de 1812 contra el Imperio británico y

la agresiva expansión continental, que fue la continuación y maduración de una

actitud establecida por la generación revolucionaria.

El dilema imperial en la historiografía estadounidense tiene que ver con la

visión del excepcionalismo americano y su agresiva expansión territorial. En la

teoría política norteamericana de principios del siglo XIX, se veían como

irreconciliables la democracia republicana con un estado de gran extensión

territorial. Sin embargo, y en contradicción evidente, la expansión territorial fue

la estrategia utilizada por los presidentes Thomas Jefferson, James Madison y

Andrew Jackson para mantener la democracia en la República. De esta manera se

mantendría el ideal del agricultor independiente como garantía de democracia.

Esta idea, desarrollada desde el análisis histórico por Frederick Jackson Turner

con su tesis de la frontera como mecanismo de americanización, le sirve a

Williams para trazar una línea de continuidad según la cual el cierre de la

frontera coincide con una crisis económica. Para Williams, esto aportó un

poderoso argumento para continuar la expansión, territorial o comercial, de sus

intereses como la mejor manera de sostener su libertad y prosperidad.28

27
Williams, Tragedy of American Diplomacy, p. 21.
28
Williams, Tragedy of American Diplomacy, p. 23.

69
La expansión territorial y económica es presentada como la continuidad

histórica de una fuerza que viene desde la fundación misma de las originales

trece colonias. Para convivir con la contradicción de querer evitar los perjuicios

de mantener la democracia en un país de gran extensión territorial con la

adquisición de más territorios (a costa de la libertad de las naciones aborígenes

americanas, los mexicanos y los africanos esclavizados) es que funciona el

discurso de superioridad “racial” y cultural contenido en el discurso de la

civilización occidental.

Contrario a Kennan y Bemis, Williams indica que el afán expansionista no

fue sólo de algunos líderes políticos que impusieron su criterio mediante

artimañas o el resultado de la presión de una emocional opinión pública, sino

que:

the industrial, financial, and political leaders of the metropolis who


directed the new imperial thrust after 1896 had been significantly
influenced in their own thinking by the agricultural and commercial
interests that had pushed expansion for many generations.29

La crisis de los 1890s también significó la coyuntura de cambio en la que la

figura dinámica de la vida económica dejó de ser el pequeño y mediano

agricultor, visto como un “individual entrepreneur”, para ocuparlo un sistema

basado en, y caracterizado y controlado por, la corporación.30 Esta crisis sacó a

relucir los conflictos producidos por la intensificación de la industrialización,

tanto para agricultores como para trabajadores. La situación se encontraba cerca

del caos y se sentía el espectro de la revolución. Conservadores y reformistas por

29
Williams, Tragedy of American Diplomacy, p. 23.
30
Williams, Tragedy of American Diplomacy, p. 28. Para los revisionistas, es importante establecer
como la transformación socioeconómica durante las últimas décadas del siglo XIX influyeron en
la política exterior estadounidense. Walter La Feber, “Liberty and Power: U.S. Diplomatic

70
igual reconocieron la necesidad de tomar medidas drásticas y vieron en la

expansión ultramarina la solución. Entonces el debate sobre el imperialismo

“concerned not whether expansion should be pursued, but rather what kind of

expansion should be undertaken”.31

Este consenso se basó en la idea de que la causa de la depresión

económica y la agitación social fue la falta de mercados para sus cosechas y

manufacturas, y que la democracia y prosperidad de Estados Unidos dependían

de la ampliación de sus mercados. La idea fue ganando adeptos suficientes como

para que los políticos acogieran estas demandas, percolando así, en el discurso y

en la discusión política: “… it is clear that various groups saw war with Spain

over Cuba as a means to solve other problems”.32 Williams afirma que la

mentalidad dominante de la época se organizaba alrededor de puros criterios

económicos; por eso la consideración principal para explicar la guerra contra

España está relacionada con el interés de expandir los mercados hacia Ámérica

Latina y, especialmente, Asia. En ese sentido, para los capitalistas americanos,

“pacíficar Cuba” significaba derrotar a los insurgentes y continuar con sus

negocios en la Isla. La campaña a favor de la guerra se dio desde importantes

periódicos, y más importante aún, mediante la presión que ejercieron los

“metroplitan expansionists, … economical entrepreneurs acting on narrow

interests-conscious motives”.33

A pesar de que el debate público fue dominado por “imperialistas” y

“antiimperialistas”, Williams señala, que fue un tercer grupo –una coalición de

History, 1750-1945”, en Eric Foner, ed., The New American History, Edición revisada y ampliada.
Philadelphia: Temple University Press, 1997, p. 378.
31
Williams, Tragedy of American Diplomacy, p. 29. Énfasis en el original.
32
Williams, Tragedy of American Diplomacy, p. 36.

71
hombres de negocios, intelectuales y políticos–, opuesto al colonialismo

tradicional, el que abogó por la política de “Puertas Abiertas” como estrategia de

expansión económica. Según el autor, esta política, diseñada para preservar la

integridad del territorio chino y el libre comercio en sus mercados, fue una

“brillante estrategia” que llevó a la gradual extensión del poder económico y

político de Estados Unidos por el mundo. 34

La política de Puertas Abiertas fue lo que apaciguó el debate en el

Congreso sobre el imperialismo en una negociación entre las diversas posiciones.

El “anticolonialismo imperial” de Bryan, es decir intervencionista, pero no

colonialista, demuestra, según este autor, no oportunismo político, sino el

consenso entre gran parte de las voces políticas y los diversos intereses en

Estados Unidos. Imperialistas y antiimperialistas por igual “favored the overseas

expansion of the American economic system and the extension of American

authority throughout the world”.35 Fue la experiencia negativa con la rebelión

filipina, que expuso los peligros más violentos del imperialismo, lo que decidió el

abandono del imperialismo tradicional. La política de Puertas Abiertas fue la

estrategia para crear las condiciones propicias para la extensión del sistema

económico estadounidense sin “the embarrasement and inefficiency of

traditional colonialism”.36 Se trató de la transformación estratégica sobre cómo

controlar de la manera más eficiente los procesos económicos en beneficio de su

33
Williams, Tragedy of American Diplomacy, p. 41.
34
Williams, Tragedy of American Diplomacy, p. 45. Bemis, por su parte, criticó el apoyo de Estados
Unidos a la estrategia británica de preservar la integridad territorial china y a la política de las
“Puertas Abiertas”.
35
Williams, Tragedy of American Diplomacy, p. 47. De igual modo, Bemis acusa al Partido
Demócrata de oportunismo, p. 475.
36
Williams, Tragedy of American Diplomacy, p. 50.

72
burguesía nacional. Esta política era imperialista por naturaleza y la ruta a través

de la cual se estableció el informal “Imperio americano”.37

Philip Foner en The Spanish-Cuban-American War and the Birth of American

Imperialism (1972), también destaca la relevancia de los intereses capitalistas en la

entrada de Estados Unidos al escenario imperial.38 Sin embargo, le da un peso

significativo a la simpatía que generó en el pueblo estadounidense la desigual y

valerosa lucha de los cubanos contra la crueldad española. Señala que ese interés

recorrió todos los sectores sociales (sobre todo entre los residentes en los

segregados estados del Sur, algunos empresarios, el movimiento obrero y las

agrupaciones socialistas), que expresaron su apoyo a través de proclamas,

resoluciones y recaudaciones. Este historiador fue enfático en señalar que el

apoyo a la causa cubana por parte del pueblo americano era sincero, cada cual

desde su particular interés, y no era el efecto de la propaganda de los

revolucionarios cubanos o del sensacionalismo de la prensa amarilla

estadpunidense.

No obstante, para Foner, el interés más apremiante del gobierno

norteamericano eran los mercados asiáticos; la intervención en Cuba fue una

movida para tomar las posesiones españolas en el Pacífico. Afirma que no es

hasta la participación de los empresarios en el clamor de la guerra que McKinley

se movió decididamente en esa dirección; y que por velar esos intereses, ignoró

el clamor del pueblo de reconocer a los insurgentes y la república cubana.39 El

rechazo de los independentistas cubanos al acuerdo autonómico y la incapacidad

37
Williams, Tragedy of American Diplomacy, p. 56.
38
Philip S. Foner, The Spanish-Cuban-American War and the Birth of American Imperialism, New
York: Monthly Review Press, 1972.
39
Foner, The Spanish-Cuban-American War, pp. 307-308.

73
de los españoles para doblegarlos hizo que el presidente cambiara de estrategia:

“It was clear, …, that if the United States waited too long, the Cuban

revolutionary forces would emerge victorious, replacing the colapsing regime.

The moment was arriving for the United States to step in”.40 Al no reconocer a los

independentistas en armas ni a su gobierno, el gobierno de Estados Unidos no

tuvo que sentarse con ellos en la mesa de negociación, pactando un tratado de

paz sólo con España.

Según Foner, lo que detuvo la anexión política de la Isla durante la

discusión del tratado de paz en el Congreso, fue el establecimiento de la

enmienda Teller, que garantizó la independencia de Cuba una vez fuera

“pacificada”. Con la llamada Enmienda Platt como base de los vínculos entre

Cuba y Estados Unidos, se limitó la soberanía cubana al regular las relaciones del

gobierno cubano con otras naciones, imponer el derecho norteamericano a

intervenir militarmente en suelo cubano y al arrendar terrenos para la instalación

de bases navales.

La mirada de Foner complementa la perspectiva económica de Williams,

al matizarla considerando los aspectos culturales que inciden en los procesos

históricos. Con una perspectiva más amplia del concepto de clase, como la

propuesta por Foner, se abrió el camino para el estudio de las motivaciones de

raza y género y demás motivos señalados por la nueva historia cultural, como

son las dinámicas de hibridación en el intercambio cultural y la representación

del otro. No es hasta la irrupción de la Nueva Historia Cultural, que el énfasis

principal de los estudios sobre el imperialismo en la historiografía

estadounidense se mueve decididamente a otros aspectos fuera del económico o

40
Foner, The Spanish-Cuban-American, p. 229.

74
el político. Como dice Gilbert Joseph en “Close Encounters: Toward a New

Cultural History of U.S.-Latin American Relations” publicado en Close Encounters

of Emprire: Writing the Cultural History of U.S.-Latin American Relations (1998), esta

perspectiva busca complicar la mirada a las relaciones diplomáticas entre

Estados Unidos y América Latina, estableciendo conexiones entre los factores

económicos y políticos con sus expresiones socioculturales.41 Interesa

problematizar la dicotomía foreign-local en la relación imperial e identificar así la

multiplicidad de personajes e intereses que participaron e influenciaron los

acontecimientos pasados.

Según explica Joseph, con el término foreign-local se quiere conceptualizar

las zonas de contacto imperial en una variedad de encuentros de las que derivan

múltiples y complejas formas de poder. Éstas se manfiestan a través de la gestión

de los Estados o los negocios, pero también a través de los medios de

comunicación, las fundaciones científicas y las agencias filantrópicas. Del mismo

modo, fueron influenciadas por la construcción de nacionalidad, raza, etnia,

género y sexualidad que se estableciera en cada una de ellas. Para ello es

necesario deconstruir las múltiples y variadas formas que toma el discurso

colonial (en los negocios, en la filantropía, en las prácticas estéticas), así como sus

bases ideológicas e institucionales. Hay que reinterpretar el encuentro foreign-

local de manera que se consideren los procesos políticos y culturales de

resistencia, el papel del Estado, la construcción y la transformación de las

identidades. Al rescatar algunas de estas voces en conflicto, se da cuenta del

41
Gilbert Joseph, “Close Encounters: Toward a New Cultural History of U.S.-Latin American
Relations” en Gilbert Joseph, Catherine C. LeGrand y Ricardo D. Salvatore, eds., Close Encounter
of Empire: Writing the Cultural History of U.S.-Latin American Relations, Durham: Duke University
Press, 1998, pp. 3-46.

75
proceso de cambio cultural que transita hacia arriba y hacia abajo de la

verticalidad del poder, así como de derecha a izquierda del espectro social.

Joseph advierte el riesgo de multiplicar sinfín los tipos de agentes y

prácticas.42 Para evitarlo hay que mantener en perspectiva el contexto histórico

de los asuntos internacionales a nivel global y dar cuenta de la formación de los

Estados y la transformación sociocultural; es decir, las fronteras formadas por el

sistema internacional, la expansión capitalista y la particularidad sociopolítica

con relación a raza, género y otras formas en las que el Estado ejerce su

hegemonía. La hegemonía permite estudiar la dominación imperial desde sus

aspectos no coercitivos, desde la colaboración o la resistencia de la relación

Imperio-colonia. Por lo que también es necesario conocer las jerarquías locales y

trazar patrones más amplios del poder, y así conectar los “imperativos

culturales” con el conflicto social generado en los encuentros culturales.

Un ejemplo de un análisis cultural de la cuestión del Imperio lo ofrece

Kristin Hoganson en Fighting for American Manhood: How Gender Politics Provoked

the Spanish-American and Philippine-American Wars (1998), donde discute desde

una perspectiva de género las razones de Estados Unidos para esta incursión

bélica.43 Hoganson plantea que en las sociedades occidentales hay una asociación

directa de lo masculino con lo político, cuyas manifestaciones se expresan como

símbolos de poder. Por eso las nociones de lo masculino ejercen efectos en la

formulación de la política doméstica e internacional. La autora describe a los

hombres estadounidenses de finales del siglo XIX como una generación en crisis

provocada por la cada vez mayor presencia pública de las mujeres, a través de su

42
Joseph, “Close Encounters”, p. 21.

76
participación en organizaciones reformistas propias del “evangelio social” y los

movimientos progresistas. Los hombres estadounidenses, al sentirse devaluados,

ansiaron una épica que les ayudara a reconstruir su lastimada masculinidad y

reocupar su privilegiado lugar social. Esta crisis también es parte de la

transformación sociológica derivada de la expansión de la industrialización en

Estados Unidos, en la que se reconfiguró el orden social y las responsabilidades y

los derechos de los distintos personajes sociales.

Hoganson opina que han sido muchas, aunque insuficientes, las hipótesis

para explicar la participación de Estados Unidos en la Guerra Hispanoamericana.

Propone la perspectiva de género como hilo unificador de los varios motivos, al

concebir la noción de lo masculino como un poderoso fundamento cultural

aglutinador detrás de las estrategias económicas o políticas. Hoganson plantea

que el creciente discurso a favor de la guerra fue parte del intento por restaurar

el orden masculino en la sociedad estadounidense. Este argumento nos devuelve

a la idea de que motivos más emocionales que racionales dominaron a la

generación del 1898, aunque ya no el ímpetu hormonal del adolescente, sino los

conflictos psicológicos del macho herido y desplazado.44

Los argumentos en defensa de la masculinidad también están presentes en

el discurso colonial. Por ejemplo, la representación de los filipinos, propia del

paternalismo imperial, esboza estereotipos al representarlos como salvajes,

infantiles y afeminados. Asimismo, los defensores del imperialismo describieron

la relación imperial como un “matrimonio”, metáfora que sugiere

43
Kristin L. Hoganson, Fighting for American Manhood: How Gender Politics Provoked the Spanish-
American and Philippine-American Wars, New Haven: Yale University Press, 1998.
44
Claro, eso es partiendo de la premisa de que los motivos económicos y la acumulación de
capital son más “racionales” que los demás.

77
consentimiento, racionaliza desigualdades y establece posiciones y deberes.

Igualmente, la Guerra Filipino-Americana fue descrita o defendida como un

ejercicio de hombría, la oportunidad de evitar la domesticidad excesiva (o

“demasiada civilización”).45 Así, la política imperial fue expuesta como el curso

“inevitable” de la hombría de la nación estadounidense, “the result of biological

imperatives even more fundamental than legislative traditions”.46

Es interesante ver cómo las nociones de género pueden afectar los

procesos históricos. El discurso masculino en torno a la participación de Estados

Unidos en la Guerra Hispanoamérica no puede ser visto como su causa primera,

pero ofrece un elemento que permite entender algunas de las reacciones de los

distintos sectores en el proceso y la manifestación particular del imperialismo

norteamericano. De igual modo, las nociones de raza influyeron en el devenir de

los acontecimientos alrededor del 1898, como lo demuestra Eric T. Love en Race

over Empire: Racism and U.S. Imperialism, 1865-1900 (2004).47 En este libro, Love

intenta retar la noción de que la ideología de supremacía blanca sea una

explicación lógica del imperialismo americano, en particular, la idea de la “carga

del hombre blanco”. Para el autor, el supremacismo blanco en Estados Unidos

era una poderosa idea diseminada por toda la sociedad y las distintas regiones

en Estados Unidos, por lo que tanto imperialistas como antiimperialistas

partieron de la misma pretendida superioridad anglosajona.

De hecho, el racismo parece haber frenado en varias ocasiones los

impulsos imperialistas, como cuando el Congreso decidió no invadir y anexar

45
Es curioso el término, si tenemos en cuenta que un argumento poderoso para justificar la
intervención era precisamente la expansión de la civilización.
46
Hoganson, Fighting for American Manhood, p. 158.

78
todo México durante la guerra contra ese país (1846-1848), o a Santo Domingo,

como pretendió Ullises S. Grant durante su presidencia, o a Cuba en 1898. Para

lograr la anexión de Hawaii, los expansionistas cambiaron el énfasis de su

discurso en la supervivencia de la raza blanca, y no en las necesidades

civilizatorias de los “otros”. Ahora, una vez establecida la política imperial en el

ejercicio expansionista, esa misma idea supremacista ejerció de igual modo su

poderosa influencia. Esta contradicción aparente plantea un asunto importante

para tratar de entender el particular imperialismo norteamericano en cuanto a las

premisas ideológicas que fundamentaron su discurso colonial, su tradición

liberal en la política y el desarrollo del capitalismo en Estados Unidos.

En el de Love, como en los demás textos, la cuestión imperial se centra en

la discusión sobre Filipinas, mas, contrario a ellos, éste señala las reticencias de

los líderes estadounidenses, incluso de expansionistas entusiastas como

Roosevelt y Mahan, sobre quedarse o no con el archipiélago. Señala que la

cercanía geográfica de Puerto Rico, y por quedar éste en la zona de influencia

autoimpuesta por la Doctrina Monroe, su anexión no planteó mayores conflictos

en la opinión pública. En cambio, la de Filipinas implicaba una ruptura con el

tradicional aislamiento de Estados Unidos, al entrar de lleno en la competencia

imperial y en los conflictos internacionales que generó al encontrarse “at the

epicenter of an international struggle over position in East Asia”.48 La apretada

votación para ratificar en el Congreso el fin de la Guerra Hispanoamericana

demuestra que hubo muchos y poderosos intereses en contra de la política

imperial. La preocupación mayor de los antiimperialistas era la posibilidad de

47
Eric T. Love, Race over Empire: Racism and U.S. Imperialism, 1865-1900, Chapel Hill: University of
North Carolina Press, 2004.

79
que individuos alejados del tronco racial de Estados Unidos “contaminaran” su

esencia nacional. Las barreras al imperio, en la mentalidad estadounidense del

98, estaban en la “radical otredad” en cuanto a clima, raza, historia y tradición

mencionada por Nancy Stepan.49 La anexión, no-incorporada, de Filipinas se dio,

según Love, tras la eliminación de las peores opciones.

A pesar de que el Tribunal Supremo dio carta blanca al desarrollo de un

imperio ultramarino al estilo europeo con su decisión en los casos insulares, la

experiencia imperialista en Filipinas convenció a los forjadores de la política

exterior estadounidense de la necesidad de revisar la estrategia expansionista.50

No obstante, aunque en esta interpretación se reconoce la fuerza de los intereses

económicos y militares en la formulación de la política exterior de la potencia

mundial, se presenta el racismo como una poderosa influencia en la toma de

decisiones de la política estadounidense. Sin embargo, si bien la cuestión de raza

fue un obstáculo temporal en la incursión de Estados Unidos en el juego

imperial, ésta resultó ser un factor determinante en la política con relación a los

“asuntos insulares”. Las representaciones que hicieran los estadounidenses de

los sujetos coloniales (y neocoloniales) se basaron en la idea de la superioridad

de la “raza” anglosajona y de la civilización occidental sobre todas las demás.

Representar y gobernar: la construcción del sujeto colonial

Para entender la experiencia imperial es imprecindible conocer las

estrategias que se usaron para la representación del “otro” a colonizar. Con la

adquisición de las diversas islas en la coyuntura del 1898, se publicaron muchos

48
Love, Race over Empire, p. 167.
49
Nancy Stepan, Picturing Tropical Nature, London: Reaktion Books, 2001, p. 17.

80
libros con relación a las islas donde recién llegaba la bandera americana. La

necesidad del gobierno y de los empresarios en conocer la “realidad” de las islas

y sus habitantes estimuló la publicación de estos textos. Con el conocimiento

producido por éstos se tomaron decisiones sobre ellas, tanto en su sentido

productivo-económico como en el administrativo-político. El interés

expansionista estuvo acompañado de un afán de conocimiento que produjo

mucha literatura e imágenes sobre ese otro mundo alterno. Esta representación

parte de la concepción de la superioridad de la civilización propia.

Ricardo D. Salvatore, en “The Enterprise of Knowledge: Representational

Machines of Informal Empire”, publicado en el citado volumen de Close

Encounters, estudia las representaciones de los encuentros entre Norte y Sur

América entre 1890 y 1920.51 Durante estos años de construcción del “imperio

informal”, las “empresas del conocimiento” construyeron una imagen negativa

de Latinoamérica con la idea de justificar las intervenciones estadounidenses,

fueran militares, económicas o cívicas.52 Durante estas décadas se articularon

varias versiones del discurso colonial, expresado por distintos mediadores o

agentes coloniales. Misioneros, educadores, reformistas sociales, científicos,

comerciantes, organizadores laborales, periodistas y militares de distinos rangos

y procedencias expresaron a la vez múltiples visiones sobre lo americano y, por

ende, del otro suramericano.

De esa manera la construcción del imperio informal estadounidense fue

una “labor colectiva”, repleta de representaciones que proyectaban en lo “local”

50
Sobre los casos insulares ver: Bartholomew H. Sparrow, The Insular Cases and the Emergence of
American Empire, Lawrence: University Press of Kansas, 2006.
51
Ricardo D. Salvatore, “The Enterprise of Knowledge: Representational Machines of Informal
Empire” en Close Encounter with Empire, pp. 69-104.

81
y en lo “extranjero” la justificación de la “Pax Americana”. Cada uno describió la

región desde su particular interés, ya fuera como un potencial mercado, un

experimento de mezcla racial, una misión evangelizadora o una gran reserva

natural al servicio de la ciencia. Sin embargo, todas estas versiones coincidieron

en describir al “suramericano” como un ser con un vacío perpetuo, que el

norteamericano venía a llenar, con su capital, sus ideas y su espíritu

emprendedor. Desde esa premisa se nutrió el tropo de la misión civilizadora. 53

Los productores de este conocimiento estaban adscritos a ciertas

comunidades del saber/poder en Estados Unidos (fundaciones, universidades,

Iglesias, agencias del Estado). Desde ese lugar y con esa intención fue que

observaron, clasificaron y definieron. Salvatore propone un armazón analítico

que acomoda los múltiples foros del encuentro imperial y que relaciona las

ansiedades culturales y los asuntos de política económica en Estados Unidos a la

producción discursiva del imperio. Esta producción aumentó su difusión con el

crecimiento de la industria de periódicos y revistas. La metáfora de la “máquina

representacional” le sirvió para describir los mecanismos, procesos y aparatos

que producían y circulaban las representaciones de diferencia cultural. Éstas

transformaron la visión de la experiencia del “encuentro” en imágenes

aceptables para sí mismos, a través de las cuales los estadounidenses definieron

al otro desde su propia diferencia.54

Lo de “máquina” viene por el despliegue tecnológico con el que se

capturan, reproducen y diseminan estas imágenes. Según la describe Salvatore,

la “máquina” cumplió con importantes funciones, entre ellas la construcción de

52
Salvatore, “The Enterprise of Knowledge”, p. 69.
53
Salvatore, “The Enterprise of Knowledge”, p. 72.

82
la naturaleza del proyecto expansionista, es decir, plantear la necesidad que

justifica la presencia estadounidense en Suramérica; y conferir una naturaleza

humana distinta y defectuosa a los habitantes del trópico y proyectar una

realidad botánica, biológica, humana y social del continente simplificada por los

parámetros científicos de la época. Con la suma de ambas se implantaron en el

público estadounidese imágenes favorables al proyecto imperial.55 Hay que

recordar que el discurso colonial, como afirma Mary Louis Pratt, va dirigido

principalmente al sujeto doméstico que sostiene la empresa colonial al apoyar el

proyecto imperialista metropolitano.56 Estas representaciones son el producto de

la necesidad de insertar a la América Hispana en el ámbito del conocimiento

popular norteamericano para integrarla también en sus mercados e influencia.

Las Ferias Mundiales, los museos de historia natural, los libros y las

revistas, los álbumes fotográficos, los mapas y los manuales estadísticos fueron el

vehículo de propagación y retransmisión de estas representaciones. Las nuevas

tecnologías potenciaron la variedad de las representaciones; incluso, la estética

moderna de la industrialización que caracterizó la imagen de lo americano. De

igual forma, los buscadores de petróleo y los ingenieros que construyeron

carreteras y ferrocarriles trazaron detallados mapas del continente suramericano

y produjeron importantes estadísticas sobre la región. De manera que el

desarrollo de los negocios y los conocimientos estuvieron interconectados desde

el principio con la expansión comercial.57 Para Salvatore, la “máquina” convirtió

el imperialismo en un proyecto cultural perceptible a través de la

54
Salvatore, “The Enterprise of Knowledge”, p. 72.
55
Salvatore, “The Enterprise of Knowledge”, p. 75.
56
Mary Louis Pratt, Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation, Second Edition. New York:
Routledge, 2008, p. 3.

83
preponderancia de tecnologías culturales y disciplinas académicas y de la

construcción de un territorio imaginado conquistable gracias a su superioridad

racial, su conocimiento científico y tecnológico y la fuerza de su capital.

Jorge Duany estudia las Ferias Internacionales en The Puerto Rican Nation

on the Move: Identities on the Island and in the United States (2002).58 Éstas resultaron

ser un excelente lugar para representar al otro colonizado a las masas populares

norteamericanas de aquel entresiglos. En ellas se enfatizó la grandeza de Estados

Unidos gracias a sus adelantos tecnológicos e implementos industriales y

domésticos. Con la exhibición de “aldeas típicas” de los pueblos o “tribus” bajo

su “protección”, se dramatizó la radical diferencia cultural y racial que separaba,

desde la perspectiva evolucionista, a los salvajes de los civilizados.59 Estas

representaciones imperiales de los pueblos no-occidentales fue otra de las

maneras para justificar el colonialismo e implantar entre los ciudadanos

estadounidenses la imagen de la diferencia propia de la relación imperial.

Asimismo, las ferias “celebrated United States rise as an imperial power

and they elaborated distinct views of the new possessions”.60 A través de la

representación de filipinos y puertorriqueños, se establecieron distinciones

importantes entre ellos. La cercanía de Puerto Rico con Estados Unidos no era

sólo geográfica, sino también racial y cultural. Mientras, en el archipiélago

filipino convivían muchas etnias, la mayoría en estado salvaje, lo que las alejaba

de cualquier forma de asimilación. Esto también tuvo repercusiones en la política

colonial implantada en ambos territorios, como veremos más adelante. Es por

57
Salvatore, “The Enterprise of Knowledge”, p. 87.
58
Jorge Duany, The Puerto Rican Nation on the Move: Identities on the Island and in the United States,
Chapel Hill: The University of North Carolina Press, 2002.
59
Duany, Nation on the Move, p. 40.

84
esto que en la representación de Puerto Rico en ferias, libros y revistas se enfatizó

en su blancura y en la herencia española, lo que resaltaba su occidentalidad,

contrario al archipiélago pacífico. No obstante, la “herencia española”, en otros

contextos discursivos, se concebía como una dificultad que había que superar

para lograr la americanización de la Isla.

Duany también estudió las representaciones de los puertorriqueños que

hicieran los antropólogos estadounidenses Jesse W. Fewkes y John A. Mason a

principios del siglo XX. Estos antropólogos estuvieron en la Isla con el clásico

proyecto etnográfico de rescatar creencias y prácticas tradicionales en “peligro de

extinción” debido a la expansión de la sociedad occidental. Éstas expresaron el

estereotipo de la inferioridad de los pueblos conquistados al establecer las

oposiciones binarias que caracterizan al discurso colonial en casi todas sus

manifestaciones. Este conocimiento antropológico tenía el propósito de ayudar a

establecer política pública con relación a temas específicos, como la salud, la

educación o la agricultura. Fuertemente influenciados por las ideas de evolución

social, raza y clima, esos antropólogos plasmaron imágenes racializadas de la

cultura puertorriqueña que privilegiaron la ascendencia española o el inicial

mestizaje hispano-taíno sobre la influencia de las culturas africanas que llegaron

durante la esclavitud. Describen la zona central montañosa como el corazón de la

esencia isleña en contraste a la periferal y africanizada costa, la misma visión

sobre la puertorriqueñidad sostenida por el nacionalismo cultural y político de la

primera mitad del siglo XX.

60
Duany, Nation on the Move, p. 56.

85
No obstante, en las colecciones fotográficas se le dio preponderancia a los

puertorriqueños más oscursos y pobres. Del mismo modo, ignoraron a la elite

criolla como si de un vacío de poder se tratara.

The dominant representation of Puerto Ricans as a friendly, polite,


hospitable, docile, law–abiding, and industrious people, who welcomed the
American occupation of their country, domesticated the otherness and
made them exemplary colonial subjects.61

Las representaciones de Puerto Rico en estas narrativas resultan ser la

idealización literaria de la colonización de la Isla. En ellas se plasma un sujeto

tropical ignorante y carente del ímpetu para participar de la civilización y un

sujeto imperial que se adscribe el poder de educarlo y obtener el justo beneficio

del libre mercado.

Este aspecto es lo que estudia Lanny Thompson en Imperial Archipielago:

Representation and Rule in the Insular Territories under U.S. Dominion after 1898

(2010), al discutir cómo las distintas maneras de representar a los habitantes de

las islas bajo su “tutela” definieron y justificaron distintas estrategias de

dominación y control en estos territorios.62 Con ello quiere vincular el

conocimiento con el poder, el discurso colonial con la administración de ese

poder, y la representación con las distintas estrategias de dominación. Es decir,

relaciona las representaciones que se hicieron de los distintos sujetos coloniales

con los gobiernos establecidos sobre ellos.63 Los cinco grupos de islas en el

océano Pacífico y el mar Caribe que Estados Unidos tuvo bajo su dominio tras la

Guerra Hispanoamericana constituyó un archipiélago imperial, que no

compartían geografía, idioma, historia ni cultura, “but rather the still ambiguous

61
Duany, Nation on the Move, p. 120.
62
Lanny Thompson, Imperial Archipielago: Representation and Rule in the Insular Territories under
U.S. Dominion after 1989, Honolulu: University of Hawai’i Press, 2010.

86
status of ‘possessions’ or ‘dependencies’ of the United States”.64 Thompson

plantea que parte de este contexto giraba en torno al dilema imperial de cómo

gobernar estas islas cuyos habitantes no podrían ser ciudadanos

estadounidenses.

Este “dilema imperial” se expresó a través de “a dichotomous

representation of difference” en el cual se personifica a los otros igualmente

inferiores, sin capacidad de gobierno, y por lo tanto, necesitados de la ayuda

colonial, y de “a hierarchical differentiation”, que estableció distinciones entre los

sujetos colonizados. Estas estrategias retóricas no eran contradictorias entre sí,

sino que se reforzaban la una a la otra. Estas representaciones de la diferencia

tuvieron su consecuencia práctica en las formas de gobierno que estableció

Estados Unidos en cada una de sus islas del archipiélago imperial. En Hawai, por

ejemplo, se continuó la dinámica de la frontera basada en la inmigración de

estadounidenses o europeos blancos. En Cuba, se estableció la política

neocolonial del control de la economía y la manipulación de los procesos

políticos que caracterizará la política estadounidense hacia América Latina

durante buena parte del siglo pasado. Mientras que en Filipinas y Puerto Rico se

estableció un clásico régimen colonial, con la diferencia de que la primera fue

dirigida hacia la independencia y la segunda hacia la ambigüedad perenne.

Para administrar las islas de manera más eficiente, se produjo un

conocimiento que determinó la mejor estrategia de gobierno particular a cada

isla. Este conocimiento producido por muchos y variados “agentes”, como

explicara Salvatore, fue la base del diseño de los sistemas de gobierno

63
Thompson, Imperial Archipielago, p. 3.
64
Thompson, Imperial Archipielago, p. 22.

87
implantados en cada isla. “The knowledge of these ‘alien people’ was integral to

the process of imperial rule”.65 Es importante mantener en perspectiva que este

conocimiento no es una burda “distorsión ideológica” de la realidad, sino parte

del proceso discursivo que establece la hegemonía imperial para justificar el

dominio sobre tan diverso archipiélago. “They were part of a ‘cultural

elaboration’ in the Gramscian sense: a process of working out a complex

worldview that enabled politics in a particular historical context”.66

El tropo principal que identifica Thompson es la supremacía del hombre

blanco y la femenización narrativa de las islas bajo su imperio. Desde esta

perspectiva, los hombres blancos encarnaron a la raza más apta en la lucha

evolucionaria, y como tal, como agentes de progreso social.67 Por ejemplo, las

mujeres de Puerto Rico, como metáfora de la isla misma, son descritas como

mestizas (o mulatas) muy atractivas, mientras que la imagen de los hombres es

relegada a una ausencia. Al igual que Duany, Thompson plantea que esta

ausencia “symbolically evoked the necessity of a masculine presence, that of the

U.S. government and its functionaries”.68

Identifica también el tropo de clasificación y sus categorías de raza y

clima, a partir de los que se explicaba las diferencias entre los seres humanos

como el resultado de distintas etapas de desarrollo y de la aptitud de las distintas

“razas” para alcanzar los estadios máximos de la civilización, según se

desarrollaran en su particular medioambiente.69 Estas clasificaciones

pretendidamente objetivas por científicas, fueron usadas como razones para la

65
Thompson, Imperial Archipielago, p. 27.
66
Thompson, Imperial Archipielago, p. 31.
67
Thompson, Imperial Archipielago, p. 45.
68
Thompson, Imperial Archipielago, p. 57.

88
implantación de la política colonial. En el censo de 1899, a los cubanos se les

reconoce la categoría de “ciudadanos” mientras que los puertorriqueños fueron

contados como “nativos” o “extranjeros”. No obstante, en Puerto Rico la

“blancura” mayoritaria de sus habitantes resultó ser un argumento positivo para

la asimilación de la pequeña Antilla. Con la clasificación de “español” en el censo

de Puerto Rico, con el que se nombró a la elite de la Isla, se les descalifica

moralmente, si recordamos la visión negativa sobre los españoles, como

administradores deficientes e improductivos, y, al “extranjerizarlos”, se justifica

su desplazamiento.

Mientras, en el censo de Filipinas se establecieron las categorías de raza,

tribu, religión, y con ellas, “a sign of fundamental otherness”.70 La categoría de

“tribu” da la imagen de una organización social primitiva, sin la cohesión

necesaria ni la evolución social apropiada para sostener un gobierno soberano.

La religión también se usó como categoría pretendidamente objetiva para

clasificar el nivel de civilización y su aptitud para un gobierno democrático. Esta

misma diversidad cultural, religiosa y racial fue importante para establecer la

falta de determinación del carácter nacional en las islas Filipinas.

Thompson indica que para el proyecto civilizador se utilizaron los tropos

de la familia y la infantilización y la femenización del otro, expresada a través de

su “inmadurez”. La justificación del imperio se basaba en la premisa de que la

presencia y el gobierno de Estados Unidos mejorarían la condición de los sujetos

coloniales. Pero este proyecto civilizador fue entendido en particulares términos

americanos: “U.S. markets, commodities, and ways of doing business; the U.S.

69
Thompson, Imperial Archipielago, p. 90.
70
Thompson, Imperial Archipielago, p. 121.

89
capital investment and technology; and widespread public schools in the English

language”.71 Esta tarea se basaría en los tres pilares de la americanización:

capital/inversión (la dinámica misma de la economía capitalista a través de la

inversión y la tecnología), educación pública (como esfuerzo civilizatorio) y el

gobierno colonial (como escuela de gobierno propio). Esta tríada estará presente

en los textos que discutiré en los próximos capítulos.

El discurso colonial que desarrolló Estados Unidos para administrar su

“archipiélago imperial” fue el resultado de su particular historia (económica,

política, cultural) y de la manera en que los habitantes de las islas, con su

particular historia, reaccionaron a esa realidad vivida. Lo importante es rescatar

el proceso discursivo a través del cual poder captar la dinámica particular del

imperialismo estadounidense en Puerto Rico. En la medida en que se puedan

descrifrar los códigos y sus efectos en la sociedad, podremos entender el aspecto

ideológico y discursivo del poder. Se trata de un proceso dinámico y contencioso

que se desarrolla sobre la marcha, en la interacción entre los sujetos sociales,

imperiales o coloniales.

71
Thompson, Imperial Archipielago, p. 147.

90
Capítulo 3:
Los cronistas del 98:
americanización y discurso colonial según la vanguardia capitalista

Con el triunfo en la Guerra Hispanoamericana, Estados Unidos consolidó

su posición de potencia regional en las Américas. La fácil victoria sobre España

en la espléndida guerrita de 1898 tuvo un importante valor simbólico en el

expansionismo norteamericano, y puede considerarse como la encrucijada donde

Estados Unidos fue definiendo su particular estrategia de dominio imperial. La

élite política estadounidense, al entender su superioridad en el continente y la

capacidad para competir con las potencias europeas, vio como natural el

afianzamiento de su poder en la región a través de la adquisición de puestos

ultramarinos en el mar Caribe y en el oceáno Pacífico. Esto tiene una justificación

ideológica validada en la noción de competencia que guía los impulsos en la

sociedad capitalista, tal y como se expresa a través de las ideologías del

darwinismo social, el determinismo geográfico y el racismo científico.

Durante la breve guerra, decenas de escritores y artistas gráficos

acompañaron las tropas estadounidenses; éstos querían estar ahí para relatar a

sus conciudadanos la historia de la expansión de las ideas y formas americanas por

el mundo. Estos cronistas describieron físicamente los recursos naturales de las

islas a su haber y señalaron alternativas de inversión para el creciente capital

corporativo estadounidense. En la mentalidad estadounidense de entonces (y

todavía, me temo), ésta era la única vía para lograr un desarrollo social propio

para acceder a la civilización más evolucionada. Entendieron necesario

transformar los recursos disponibles a través de los métodos de una explotación

eficiente y racional, para convertirlos en riquezas y capital de reinversión.


Este proceso puede verse desde la perspectiva de la misión civilizadora

del hombre blanco o la del administrador que implanta sus estrategias de

producción a partir de la fría ecuación de la contabilidad de intereses. La gran

mayoría de los estadounidenses blancos de fines del siglo XIX estaban

convencidos de la superioridad cultural, moral e intelectual de su raza. Desde esa

perspectiva escribieron los cronistas sobre los nuevos territorios

extracontinentales. La idea de civilizar a estos pueblos inferiores o deficientes por

la mezcla racial era la justificación plausible, dadas las ideas sociales y culturales

propias del fin de siglo en Estados Unidos y Europa.

La descripción del paisaje de la Isla que hacen los autores estudiados en

sus respectivos textos se asemeja a otros dentro del contexto de la literatura de

viajes estudiada por Mary Louis Pratt en su libro Imperial Eyes: Travel Writing and

Transculturation.1 En particular de las obras que llama “vanguardia capitalista”,

textos escritos por “advance scouts for European capitalists”, que viajaron por

tierras tropicales para identificar recursos y materias primas para suplir a sus

industrias.2 Estas expediciones fueron costeadas por inversionistas occidentales,

ingleses en su mayoría, para gestionar oportunidades de inversión en las

naciones hispanoamericanas recién liberadas de la Corona española. La relación

comercial entre ambas regiones tomó auge durante las guerras de

independencia, en la que banqueros europeos prestaron dinero a los gobiernos

rebeldes para la compra de armas y contratar a mercenarios europeos. Tras la

independencia, el capital europeo se volcó hacia la América Hispana y para la

1
Mary Louis Pratt, Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation, Second Edition. New York:
Routledge, 2008.
2
Pratt, Imperial Eyes, p. 143.

92
segunda mitad del siglo XIX controlarba la economía de varias de estas naciones

a través de préstamos que no podían pagar.3

Las expediciones estuvieron equipadas con escritores que acercaban

literariamente las exóticas tierras tropicales al público burgués occidental. De

cierta manera, se trataba de una promoción para la inversión en las colonias y

para que la la opinión pública aceptase la relación colonial. Según Pratt, la

vanguardia capitalista describe la Naturaleza como un espacio que sirve sólo en la

medida en que tenga alguna posibilidad para invertir y generar industria. La

América Latina con un gran escenario natural, abundante, pero mal

administrado por una “raza” (española y mestiza) poco productiva, que no tenía

el impulso de la competencia capitalista. El principal objetivo de estos textos es

“to reinvent [Latin] America as backward and neglected, to encode its non-

capitalist landscapes and societies as manifestly in need of the rationalized

explotation the European’s bring”.4

El principal obstáculo que identificaban para su desarrollo era la

población, que tuvo la mala suerte de descender de la versión más deficiente de

los valores occidentales. En estos textos se asevera que la falla de las economías

latinoamericanas no estribaba tanto en su vagancia, sino en su incapacidad para

“rationalize, specialize, and maximize production”.5 Era el legado español el

responsable de esta falla “genética”, una condición hereditaria que provocaba el

fracaso de no ser como son los nordeuropeos. Según estas narrativas, para

revertir tan deficiente estado era necesario transformar con tecnología y

3
Pratt, Imperial Eyes, p. 144.
4
Pratt, Imperial Eyes, p. 149.
5
Pratt, Imperial Eyes, p. 148.

93
racionalismo capitalista el paisaje y la sociedad no capitalista hispanoamericana.

La idea principal de este discurso establecía que:

America must be transformed into a scene of industry and efficiency; its


colonial population must be transformed from an indolent, undifferentiated,
uncleanly mass lacking appetite, hierarchy, taste, and cash, into wage labor and a
market for metropolitan consumer goods.6

Aunque Pratt concentra su estudio en la retórica del imperialismo en textos

europeos, particularmente ingleses, esta visión era compartida con los cronistas

estadounidenses aquí estudiados. Y es que, en muchos sentidos, el discurso

colonial americano deriva del británico, al asumir la idea de un proyecto

civilizador entre las “razas” inferiores.

Ricardo D. Salvatore, en “The Enterprise of Knowledge: Representational

Machines of Informal Empire”, estudia esta relación en el caso estadounidense.7

Durante los años de la formación del “informal imperio americano” se

establecieron unas “empresas del conocimiento” que construyeron una imagen

negativa de la región latinoamericana con la idea de justificar las intervenciones

estadounidenses, fueran militares, económicas o cívicas.8 Agentes coloniales de

diversos tipos articularon varias versiones del discurso colonial que expresaron

múltiples visiones sobre lo americano y del otro suramericano. Todas ellas

coincidieron en describir al suramericano como un ser con un vacío perpetuo, que

el americano venía a llenar, con su capital, sus ideas y su espíritu emprendedor. 9

6
Pratt, Imperial Eyes, p. 150. Mi énfasis.
7
Ricardo D. Salvatore, “The Enterprise of Knowledge: Representational Machines of Informal
Empire” en Gilbert M. Joseph, Catherine C. Legrand, and Ricardo D. Salvatore, eds., Close
Encounter with Empire: Writing the Cultural History of U.S.-Latin American Relations, Durham: Duke
University Press, 1998, pp. 69-104.
8
Salvatore, “The Enterprise of Knowledge:”, p. 69.
9
Salvatore, “The Enterprise of Knowledge:”, p. 72.

94
Los autores de estas narrativas expresan lo que David Spurr llama “la

imaginación colonizadora” en la que se da por sentado que los recursos naturales

pertenecen a quienes estén más aptos para explotarlos de acuerdo a los valores

del sistema industrial y comercial occidental. Esta idea, aclara el autor, está

presente tanto en la administración colonial como en el poder indirecto ejercido

por Estados Unidos en algunos países centroamericanos en los que intereses

estadounidenses, durante la década de los 1920, controlaban la titularidad de

buena parte de las tierras cultivables, los sistemas ferroviarios y los sistemas de

comunicación.10

En el discurso colonial, un aspecto importante es lo que Spurr llama la

“vista panorámica” o el commanding view. Con esta mirada amplia y de mayor

perspectiva se describe el paisaje desde el deseo del narrador, desde un punto de

vista ventajoso y asimétrico con relación a lo observado, que ofrece un “placer

estético” tanto como “información y autoridad”. Esta combinación de placer y

poder, dice Spurr, le da a estos narradores un sentido de dominio sobre lo

desconocido y lo que es percibido por los occidentales como “extraño y bizarro”.

La perspectiva del commanding view es en sí misma un gesto colonizador, pues

hace posible la cartografía necesaria del territorio para implantar el orden

colonial.11 Es por esto que la descripción del paisaje es estetizada, cargada de

significados, y se plantea la necesidad de subordinarlo y hacerlo productivo.

Con el triunfo en la Guerra Hispanoamericana quedó establecida la

superioridad de Estados Unidos en el continente y, por lo tanto, su clase rectora

entiende como “natural” su hegemonía sobre la región. Para ello fue necesario

10
David Spurr, The Rhetoric of Empire: Colonial Discourse in Journalism, Travel Writing, and Imperial
Administration, Durham: Duke University, 1993, p. 31.

95
sacar del mapa americano al más menguado y atrasado de los imperios. Esto

tiene una justificación ideológica validada en la noción de competencia que guía

los impulsos en la sociedad capitalista, tal y como la expresa la ideología del

darwinismo social y la noción de competencia del liberalismo económico. Por eso

los escritores de la vanguardia capitalista estadounidense aluden constantemente

al atraso español y a las transformaciones inevitables, y positivas, desde su punto

de vista, a partir de la nueva relación de los territorios adquridos con la “Gran

República”.

Desde el momento mismo de la guerra, numerosos cronistas visitaron la

nueva frontera americana para relatar las perspectivas de los nuevos territorios

bajo la bandera americana y cómo se ejercería su americanización. Concepto que

entendían a partir de la fuerza transformadora de la inversión de capital y el

desarrollo industrial de los recursos productivos. Parte esencial de esta creencia

era que la “democracia” liberal era la manera más eficiente de administrar el

desarrollo producido por la actividad industrial, y que para propiciar estas

condiciones de producción había que implantar un sistema de educación que

transformara a los sujetos coloniales en ciudadanos capaces de llevar un

gobierno de tipo republicano igual que el estadounidense.

Hay que tener en cuenta que Estados Unidos apenas comenzaba a

establecer un imperio, como el que tenían Francia y el Reino Unido, por lo que

estas crónicas son el inicio de su discurso colonial (y, a la vez, la continuación de

un discurso de identidad estadounidense). Sin embargo, como demuestra Eric T.

Love en su libro Race over Empire: Racism and U.S. Imperialism, 1865-1900, los

expansionistas en las altas esferas del gobierno federal sacaron de sus

11
Spurr, Rhetoric of Empire, pp. 15-16.

96
argumentos, en un principio, aquellos aspectos que se relacionaban a la carga del

hombre blanco para enfatizar los beneficios que obtendrían los anglosajones.12 Por

su parte, Kristin L. Hoganson destaca las implicaciones de las nociones de

masculinidad a finales del siglo XIX repercutieron en la discusión en el Congreso

y la opinión pública.13

Sin embargo, una vez enfrentados ante la realidad de la obtención de estas

islas y sus habitantes, los cronistas del Imperio recurrieron a los habituales

tropos del discurso colonial sobre la superioridad del hombre blanco, en

particular del anglosajón protestante, y la peligrosa indolencia tropical que

pregonaba el determinismo climático y geográfico. El conocimiento producido

por esta literatura fue, no obstante, la fuente de información básica con la que se

nutrieron el Departamento de la Guerra, el Negociado de Asuntos Insulares, el

Presidente y el Congreso para justificar sus decisiones con relación a las

posesiones insulares.14 Por lo que los textos discutidos en los próximos tres

capítulos son reflejo del pensamiento que formó la política pública con relación a

la administración de las posesiones y los planes a largo plazo con ellas.

Los cronistas

El periodista Albert G. Robinson, el naturalista Frederick A. Ober y el

escritor William Dinwiddie fueron tres de los cronistas americanos que

(d)escribieron/descubrieron su nueva posesión insular al público

estadounidense. En sus textos señalan las posibilidades de Puerto Rico en cuanto

12
Eric T. Love, Race over Empire: Racism and U.S. Imperialism, 1865-1900, Chapel Hill: University of
North Carolina Press, 2004.
13
Kristin L. Hoganson, Fighting for American Manhood: How Gender Politics Provoked the Spanish-
American and Phillipine-American Wars, New Haven: Yale University Press, 1998.

97
a inversión y desarrollo económico. Pasan revista de sus atributos geográficos y

climáticos (con las preconcepciones pseudocientíficas que ello acarreaba), dan

sus impresiones sobre los nativos puertorriqueños y su capacidad para funcionar

dentro del sistema político y económico americano. Estos autores, como dice

Silvia Álvarez Curbelo con relación a otros cronistas del 1898, expresaron “la

necesidad de nuevos mercados y de presencia geopolítica, pero tambien para dar

rienda suelta a fantasías colectivas y personales de poder, de virilidad, de

romance y de interés humanitario”; y de igual modo, reflejaban “las xenofobias,

mesianismos y arrogancias de civilización”.15

En este capítulo limitaré la discusión a tres de estos textos en el contexto

del 1898: The Porto Rico of To-Day (1899), escrito por Robinson, Puerto Rico: Its

Conditions and Possibilities (1899), por Dinwiddie, y Puerto Rico and its Resources

(1898), por Ober, ofrecen una revisión sobre Puerto Rico como nuevo territorio

americano. A través de su lectura crítica exploraré las ideas que tenían de lo que

implicaba para la Isla ser parte del Imperio y asimilarse a él. En esa discusión

sobre la representación de los puertorriqueños como futuros sujetos coloniales

es posible percibir la propia definición de lo americano, como una civilización

superior y lo que implica transformar a un pueblo atrasado en eficientes y

productivos ciudadanos. Es decir, americanizarlo.

La crónica escrita por Ober, Puerto Rico and its Resources, ofrece una

mirada abiertamente imperialista. Destaca el interés de Estados Unidos por la

expansión ultramarina y en particular por Puerto Rico, no sólo por su valor

14
Lanny Thompson, Imperial Archipielago: Representation and Rule in the Insular Territories under
U.S. Dominion after 1898, Honolulu: University of Hawai’i Press, p. 26.

98
geoestratégico, comercial y militar, sino como una posesión “prospectively

valuable in itself”.16 Ober, que tiene una considerable bibliografía sobre México y

varias de las islas del Caribe, estuvo en la menor de las Antillas mayores por

primera vez en 1880 cuando visitó todos los puertos importantes de la región en

calidad de Comisionado de las Indias Occidentales para la Exposición de

Columbia. Su perspectiva es regional –de los West Indies– sobre todo en lo

concerniente al comercio de los cultivos comerciales: caña, café y tabaco. Regresó

durante la Guerra Hispanoamericana, momento que describió como histórico

para Estados Unidos, puesto que la adquisición de los territorios ultramarinos

significó “a departure from ancestral traditions”.17 Como destaca Camille L.

Kraiwec, la escritura de Ober, “like other colonial agents, invoked an imperial

presence in the American identity”.18 Este autor se muestra entusiasmado con

esta etapa expansionista pues prepara a la nación para enfrentar las necesidades

del futuro:

the acquisition of these islands, it is believed, will enable us eventually to


supply all our wants, as to tropical products which we have hitherto
lacked. And, what is more, while they produce the things we lacked and
need, the people of those islands manufacture next to nothing, and will
look to us for all their machinery, flour, cotton and woollen goods—in
fact, for everything necessary to civilized communities.19

15
Silvia Álvarez Curbelo, “ ‘A Splendid Little War’: Carl Sandburg, Stephen Crane y Richard
Harding Davis en la invasión de Puerto Rico (1898)”, La Torre (Los americanos), Tercera época, año
XIV, núm. 53-54, julio-diciembre 2009, pp. 186 y 187.
16
Frederick A. Ober, Puerto Rico and its Resources, Segunda edición. San Juan: Fundación
Puertorriqueña de las Humanidades/Academica Puertorriqueña de la Historia/Oficina del
Historiador de Puerto Rico/National Endowment for the Humanities, 2005, p. 223.
17
Ober, Puerto Rico and its Resources, p. 2. Este reconocimiento es constante entre los análisis
históricos sobre el 1898 y sus consecuencias.
18
Camille L. Kraiwec, “My Place or Yours?: Contested Place and Natures in Puerto Rico (1868-
1917)” en “We the People”: la representación americana de los puertorriqueños, 1898-1926, José
Anazagasty Rodríguez y Mario Cancel, editores, Mayagüez: EMS editores, 2008, p. 16.
19
Ober, Puerto Rico and its Resources, p. 2. Mi énfasis.

99
Para el autor, el intercambio entre el nuevo imperio, que busca satisfacer sus

necesidades de productos tropicales por los productos que manufactura y todo el

valor añadido de civilización, es un negocio justo, un fair trade. Aquí vemos el

vínculo, y esto es una constante en los autores estudiados, entre la civilización y

el acceso a los bienes manufacturados de consumo.

Ober utiliza a la Gran Bretaña como modelo, ya que estableció un imperio

basado en la adquisición de materias primas para alimentar las industrias

metroplitanas y su expansión comercial. Con el establecimiento de bases navales

y estaciones de carbón, se lograría una transformación para Estados Unidos: “We

were for a time wanderers on the face of the seas, with no friendly harbour open

to us, no port to welcome us with its shelter”.20 Para ello era necesario el control

militar de la región del Caribe, por lo que la localización geográfica de Puerto

Rico era muy valiosa, “not only as a commercial, but as a strategic centre, or base,

in case of future military and naval operations in the Caribbean Sea”.21 Al igual

que en los tiempos de España, Estados Unidos utilizará la Isla para asegurar el

control de las rutas comerciales y los mercados de la región; es lo que el autor

denomina, con una clásica metáfora imperial, el Mediterráneo americano.

Como la adquisición de territorios ultramarinos significó un alejamiento

de las “tradiciones ancestrales” de Estados Unidos, Puerto Rico sería una especie

de “experimento”, el comienzo de una nueva manera de hacer las cosas ante

unas circunstancias que se consideran especiales.22 Para este autor, esto es

20
Ober, Puerto Rico and its Resources, p. 4. Esta es la misma posición expuesta por Alfred T.
Mahan, The Influence of Sea Power on History, 1660-1783 (1890).
21
Ober, Puerto Rico and its Resources, p. 3-4.
22
Ober, Puerto Rico and its Resources, p. 4.

100
muestra de que Estados Unidos se preparaba para enfrentar el nuevo escenario

económico y político internacional:

While England is talking about an “open door” in the Orient for her
commerce and the expansion of trade, we have, though almost
fortuitously, opened a door (through the valour of our soldiers and seamen)
which will ultimately lead to the commercial conquest of those forty million
people south of us, in the West Indies and South America, and the
consequent enrichment of millions of our own.23

Ober apalabra al sector expansionista norteamericano que veía como natural y

necesaria para garantizar la democracia estadounidense y la ampliación

territorial hacia el sur. Sin embargo, después del 1898 el proyecto expansionista

se trasladó del afán de controlar tierras al de controlar los procesos políticos y

sociales en beneficio de sus intereses económicos. Es decir, al control de los

mercados, ya sea para la adquisición de materias primas como para vender los

productos manufacturados por ellos. Es lo que historiadores como William A.

Williams llamaron el “imperio informal”.24 Por eso el valor de sus soldados y

marinos servían igual para la conquista económica de la América Central y del Sur,

como sirvió para la expansión occidental, durante el siglo XIX.

Se percibe en estas narraciones esa íntima relación entre el liberalismo en

su sentido económico, en el político y en el ideológico-civilizatorio. Según estos

autores, las ideas liberales eran el medioambiente necesario para el progreso de

la civilización y, para ello, había que imponer la “libertad” de los mercados.

Lanny Thompson ha identificado la relación entre estos aspectos y los identifica

como pilares de la política de americanización: el capital y la inversión, la

educación pública y el gobierno colonial.25

23
Ober, Puerto Rico and its Resources, p. 2. Mi énfasis.
24
William A. Williams, Tragedy of American Diplomacy, New York: Dell Pub. Co., 1962.
25
Thompson, Imperial Archipielago, p. 147.

101
Por su parte, Albert G. Robinson ofrece su impresión de la Isla desde la

perspectiva de un corresponsal de guerra. Basó su libro The Porto Rico of To-Day,

en las notas y reportajes periódísticos que publicó en The Evening Post de Nueva

York entre agosto y octubre de 1898, lo que duró la campaña del ejército

norteamericano en Puerto Rico. Su interés era presentar “a picture of the people

and of the country …, and to throw light upon the commercial possibilities in our

new possession that lie within the reach of American business men”.26 En su

narración manifiesta desilusión por la campaña en general, pues consideraba que

el único crédito que las operaciones merecían era el de haber ganado la guerra,

pues no demostraron destrezas ni estrategias militares de las cuales sentirse

orgullosos.

We went to Puerto Rico expecting battles. We arrived there and were invited to
receptions. … Much of our enemies as had been stationed in the vicinity of
our landing, made a hasty and undignified exit, with only an occasional
shot as they ran. The people bade us welcome, hung out American flags, and
called down the blessing of Heaven upon our heads. Like all invading armies,
we had carried with us a very large spirit of beligerancy. We were much
puzzled to know what to do with it when got to Porto Rico. A portion of it
was kept alive for the resistance which was anticipated as the army
moved northward across the island. The rest of it became transmuted into
sociability.27

Es interesante cómo resalta el autor la contradicción de lo que supone un

escenario bélico y la realidad de lo que ocurrió en la campaña de Puerto Rico: los

estadounidenses esperaban batallas y recibieron agasajos y bendiciones. Se

establece, además, el carácter cobarde del ejército español, cuyos soldados

huyeron sin dignidad; y se presenta a los puertorriqueños “bendiciendo” a los

26
Robinson, The Porto Rico of To-Day, Segunda edición. San Juan: Fundación Puertorriqueña de las
Humanidades/Academica Puertorriqueña de la Historia/Oficina del Historiador de Puerto
Rico/National Endowment for the Humanities, 2005, p. 8.
27
Robinson, Porto Rico of To-Day, p. 47-48. Mi énfasis.

102
invasores (al autor incluido, al narrar en primera persona) y “colgando

banderas” para recibirlos.

La aceptación del nuevo régimen, con la demostración de alegría de los

puertorriqueños, fue una importante legitimación del proyecto civilizador y

expansionista. Spurr aduce que en el discurso colonial se establece una clara

diferencia moral y cultural entre los “civilizados” y los “otros”, y en su escritura:

whether in administrative correspondence or journalist writing, to see


colonized peoples as ultimately sympathetic to the colonizing mission and
to see that mission itself as bringing together the peoples of the world in
the name of a common humanity.28

Robinson destaca también la poética del traspaso como señal de cambio

positivo del retrógrado orden español hacia un nuevo orden americano. Los

locales, además, reconocen la superioridad norteamericana y aceptan con alegría

la llegada del nuevo poder:

For many years they had felt that they being bowed down and crushed
under the heavy hand of an oppressor. The army of the United States was
regarded as the sword-bearing hand of a deliverer who, in the coming days,
would lay aside the sword, and wield, in its place, the horn of plenty,
scattering peace, riches and blessings throughout the sun-kissed island.29

Es interesante cómo se describe el poder transformador de Estados Unidos, que a

través de su ejército, a manera de espada justiciera, traerá en la otra mano el

“cuerno de la abundancia” para los puertorriqueños. Se vincula así la noción de

civilización con la del progreso económico según lo entiende el sistema

capitalista.

28
Spurr, Rhetoric of Empire, p. 32.
29
Robinson, Porto Rico of To-Day, p. 30. Mi énfasis. Ober también destaca cómo los isleños
recibieron con agrado y alegría al ejército invasor: “Everywhere, indeed, the Americans troops
were received with acclamation by the native residents of the island, who vied with each other
attentions by the way, when they came out of their huts and houses with offerings of fruits,
drinks, flowers, and shouted themselves hoarse with, Viva los Americanos!”. Ober, Puerto Rico
and its Resources, p. 225.

103
Por su parte, William Dinwiddie visitó la Isla durante la evacuación de la

administración española y por los próximos dos meses investigó la situación de

la Isla para la redacción de Puerto Rico: Its Conditions and Possibilities. Su objetivo

era presentar al lector estadounidense, en particular a los posibles inversionistas,

la más completa información en cuanto a las condiciones industriales,

comerciales, políticas y sociales de la nueva posesión insular. De esta manera los

interesados tendrían “a comprehensive grasp of the administrative problems

which confront us, and the possiblities for the embarking of American business

enterprises”.30

En los tres textos discutidos se hace patente la relación que establecen

entre el control del territorio y la oportunidades de inversión para los capitalistas

americanos. Del mismo modo, ven esa oportunidad como positiva para la Isla,

así en abstracto, que se verá beneficiada con el desarrollo económico. Sin

embargo, la posición a ocupar en este nuevo orden de cosas queda claramente

establecida, pues, a su juicio, los puertorriqueños no estaban preparados para el

gobierno ni para la industria. En la visión de estos autores, americanización

equivalía a la transformación de Puerto Rico y sus habitantes en un lugar

propicio para la industria, que es el terreno propicio para el desarrollo de una

civilización.

30
William Dinwiddie, Puerto Rico its Conditions and Posibilies, Segunda edición. San Juan:
Fundación Puertorriqueña de las Humanidades/Academica Puertorriqueña de la
Historia/Oficina del Historiador de Puerto Rico/National Endowment for the Humanities, 2005,

104
Tiempo nuevo

La ceremonia del traspaso de la soberanía de Puerto Rico de España a

Estados Unidos fue narrada por los tres cronistas como un momento

trascendental. Evidenciaba su poderío y su establecimiento como una potencia,

industrial y comercial, y ahora también colonial, como las demás potencias

europeas. Para la Isla, la consideraron un momento re-fundacional, el inicio

verdadero del camino certero hacia el progreso.

Para el periodista Robinson, la ceremonia del cambio de soberanía fue una

desilusión. Ésta se llevó a cabo en medio de una generalizada indiferencia, lo que

consideraba que no correspondía a la grandeza de un momento tan importante:

“There were little enthusiasm of any kind, little show or interest”.31 A pesar de

ello, el autor impuso en su escritura la solemnidad necesaria para capturar el

momento preciso:

Just before the strike of noon all movement ceases, all voices are still. The
heads of all officials are bared, as are the heads of all spectators who are
blessed with any sense of the fitness of things. There is an instant of
impressive silence. To all save the shallow and the thoughtless the moment is
one of deep solemnity. Many eyes are wet, and many lips quiver with
intensity of feeling. Into the grave of the past there fall four centuries of history
of Spanish power in sea-girt Porto Rico. It is the end of a long life, mis-spent if
you will, but venerable in its antiquity if in nothing else.32

A pesar de esta supuesta indiferencia popular por el cambio de soberanía, el

momento reviste gran importancia, que algunos, como los que tuvieron el

“sentido y la capacidad de actuar de acuerdo a la solemnidad del momento”,

comprendieron y tuvieron a bien quitarse el sombrero. Por lo que se puede

inferir que hubo quienes no lo hicieron, y que de algún modo se dio alguna

p. iii. De los tres, es este autor quien presenta una mirada más enfocada en las posibilidades del
desarrollo empresarial de la Isla, al redactar los informes más pormenorizados.
31
Robinson, Porto Rico of To-Day, p. 232.

105
actitud irrespetuosa (o lo que el autor entendió como tal), o un tipo de

comportamiento indebido o poco educado de, “los superficiales e irreflexivos”.

Dinwiddie, en su narración, describe a los presentes en la ceremonia. En

posición protagónica están los soldados americanos –our stalwart men– y, como

contrafigura, los indisciplinados soldados españoles. En la periferia se aglomera

el público espectador, compuesto de turistas, periodistas, comerciantes y

propietarios puertorriqueños y españoles “bien vestidos”. Alrededor de éstos

están los “dark-colored, ragged, tattered natives”.33 ¿De quién vendría el

comportamiento indecoroso mencionado por Robinson? ¿Sería de los oscuros y

harapientos nativos? En estas descripciones se señala desde la entrada la falta de

educación del nativo para el mundo civilizado y, por lo tanto, se reafirma la

necesidad de ayudarlo.

Robinson destaca que, con el desarrollo de una política imperialista, se

establecía un importante momento en la expansión americana, la entrada de

Estados Unidos al circuito de las potencias imperiales. Tal vez el gesto no tuvo la

grandiosidad de una batalla épica, pero fue el inicio de un tiempo nuevo para la

isla-botín de guerra y la nación-Imperio de Libertad. Destaca de la cita la idea de que

habrá una transformación radical en la historia de la Isla. España ya era pasado,

y su único mérito era su antigüedad. En cambio, Estados Unidos –America– es el

futuro prometido para Puerto Rico.

El cambio pronosticado será tan radical que los cuatro siglos anteriores,

“venerables” por antiguos, serán borrados en un santiamén. Este asunto del

tiempo nuevo me parece importante, y es común en los autores estudiados: refleja

32
Robinson, Porto Rico of To-Day, pp. 220-221. Mi énfasis.
33
Dinwiddie, Conditions and Posibilies, p. 5.

106
el sentimiento de superioridad que acompaña a todo ejercicio expansionista,

porque no se trata sólo de ocupar nuevos territorios, sino de desplazar a seres

humanos, como en el caso del continente, o de asimilarlos (como si fueran

inmigrantes) en este nuevo contexto. Así describe Robinson el inicio de esta

“nueva época” del Puerto Rico americano:

The evacuation of the city of San Juan, the Spanish stronghold upon the
island, the focal point of Spanish people and Spanish influence, was the
closing of the gate of an old homestead which has seen generation after
generation come and go for four hundred years. The mortgage upon the
broad and fertile acres has been foreclosed by the operation of that
inexorable law which says: “That which a man soweth, that shall he also
reap”. The property passes into the hands of others who, it is much to be hoped,
will deal widely and honestly with it.34

Es reveladora la alusión religiosa, como si una fuerza providencial guiara el

curso de los eventos; pero también resaltan las alusiones bancarias, por eso de

aludir a esa otra fuerza cuasiprovidencial de las naciones capitalistas. España

perdió su oportunidad al no poner a producir eficientemente la Isla, ahora será el

turno de Estados Unidos que, gracias a la capacidad demostrada, tenía todo el

derecho de ocuparla y sacarle provecho. Quienes parecen no tener ningún

derecho en estas narrativas son los puertorriqueños, tratados en la mayoría de

estos textos como parte del paisaje, un recurso más de la tierra para ponerla a

producir.

Para Ober, por su parte, la ceremonia reflejó el entendimiento entre

americanos y puertorriqueños:

Thus had war and peace joined hands for the advancement of American ideas
and promulgation of American methods. Almost without a jar—certainly
without any appreciable shock to the natives—our officials were installed,
our administration was established, and the confidence of our new
colonists in our integrity perfectly won. So perfect was the ‘entente’
between American and Puerto Rican commissioners, so efficient the

34
Robinson, Porto Rico of To-Day, p. 223. Mi énfasis.

107
officials appointed for the purpose of promoting the evacuation, that by
the eighteenth [of October] our Government was in possession, without
friction, without disturbance, with every evidence of goodwill on both
sides.35

Según esta narración, la guerra y la paz se unieron para permitir la llegada de las

“ideas y los métodos americanos” a la Isla, y que ello fuese aceptado

complacientemente por los puertorriqueños. Con un “perfecto entendimiento”

entre americanos y puertorriqueños, los nuevos sujetos coloniales accedieron “de

buen ánimo” al lugar que les correspondía en este nuevo orden. La aceptación de

los isleños de la nueva relación colonial, en estas narrativas, es un lugar común

necesario para generar la impresión en los lectores del continente la bondad de

las acciones de su gobierno y de la justicia de esta expansión.

Dinweedie también describe el momento como uno de trascendencia para

la Isla y la nueva potencia imperial. La ceremonia de traspaso de soberanía fue

una actividad sencilla, propia de los austeros valores republicanos, que entiende

como indicativos de la superioridad moral de los americanos con respecto a las

otras potencias europeas:

The very simplicity of the celebration appeals to American hearts. Our


attitude was not that of the dictator, but of the protector. … we raised our flag
softly, proudly, if you like, but we raised it with an outstreched hand of
friendship.36

También es perceptible en el discurso colonial estadounidense el paternalismo

derivado de estas actitudes imperialistas, que dejan su huella además en la

retórica de la educación y la insistente imagen del tutelaje para describir la

relación colonial. ¿Cuál es –vale preguntarse– la diferencia que establece aquí el

35
Ober, Puerto Rico and its Resources, pp. 231-232. Mi énfasis.
36
Dinwiddie, Conditions and Posibilies, p. 6. Mi énfasis.

108
autor entre un “dictador” y un “protector”? ¿Será una cuestión de método o de

“buenas intenciones”?

Para el autor, la ceremonia constituyó “the breaking of the last tie which

has bound the eastern most fertile island of the western hemisphere to a galling

yoke of tyranny and taxation for nearly four hundred years”.37 En esta narración,

el momento del traspaso está cargado de poéticas señales místicas:

Almost at the moment that the brilliant planet Venus shone faintly in the
waning light of evening, a great gun on Morro castle, manned by the men
in blue, belched forth a farewell salute to day. The long white curls of
smoke were wafted westward slowly out to sea, and, as its billows
ascended high in the air, the sinking sun tinted their topmost crest with
rosy light, an omen, it was said, that the black cloud of Spanish cruelty had
passed away, and in its stead had dawned the pearl-and rose-colored promise of
future happines for Puerto Rico.38

Vemos aquí como la idea del nacimiento de una nueva época para la Isla es parte

de la llegada providencial al destino o telos anhelado. Hasta la naturaleza y el

azar reconocen la justicia y el optimismo de los acontecimientos.

Se presentan así estos autores como testigos de ese momento definitivo

para los puertorriqueños, un nuevo inicio en el que la Isla, de la mano de Estados

Unidos, caminará finalmente por el sendero del progreso. Atrás quedará el

tortuoso pasado que significó la administración española. Se describe el

momento fundacional del Puerto Rico americano.

Delirio tropical

La descripción de la geografía de Puerto Rico es muy importante en estos

textos pues se establece y analiza el potencial de la Isla para su inserción al

sistema productivo estadounidense. Para ello se enumeran recursos, se

37
Dinwiddie, Conditions and Posibilies, p. 3.
38
Dinwiddie, Conditions and Posibilies, p. 8. Mi énfasis .

109
identifican carencias y se adelantan sugerencias de inversión para la explotación

eficiente de la nueva colonia. Es interesante cómo enlazan los cronistas

estadounidenses su conocimiento técnico y científico, pero con sus

preconcepciones raciales y étnicas. Existía en la literatura de viajes durante esta

época la idea de que las tierras y los habitantes de la zona tropical representaban

una peligrosa y seductora abundancia que había que domesticar. El trópico era

“imaginado” como peligroso para la “raza blanca”, al mezclar en su discurso

juicios morales y de salud con el clima y la naturaleza, que es descrita como

abundante, pero que era la causa de un carácter deficiente e improductivo.39

A finales del siglo XIX y principios del XX, los europeos definieron a los

habitantes de las tierras calientes como miembros de una civilización inferior,

utilizando el discurso científico para validar ese “conocimiento”. Con este

determinismo climático y geográfico establecieron una relación entre la

abundancia de la naturaleza tropical y su supuesta escasez cultural. El trópico se

convirtió entonces en el reverso de las supuestas virtudes de la imperial Europa,

y en ese ejercicio discursivo se construyó la validación de su pretendida

superioridad con el lenguaje científico. Este determinismo geográfico y climático

será la piedra filosofal de la inferioridad tropical, y será retransmitida por el

dicurso científico de la época. Se valida la idea de la degeneración tropical que

vinculaba la fertilidad abundante de la naturaleza, el calor tropical y el mestizaje

con la supuesta incapacidad de sus pobladores, quienes eran vistos como vagos,

atrasados e incapaces de alcanzar, por sí solos al menos, la civilización

occidental.

39
Krawiec, “My Place or Yours?”, p. 15.

110
Al comparar a Puerto Rico con las otras Antillas Mayores, Dinwiddie se

muestra decepcionado ya que sus montañas no son tan altas ni su cordillera tan

impresionante. Sin embargo, no puede negar “the lovelyness of this ‘Isle of the

Gold.’”40 Subraya la subutilización de los prolíficos recursos agrícolas y especula

sobre cuánto mejorará la productividad de la Isla con el ímpetu del “American

development”. Para ello confía en los amplios recursos tecnológicos que ofrecen,

por ejemplo, el Coast Survey y el Cuerpo de Ingenieros de Estados Unidos, que

contribuirían a establecer la infraestructura necesaria para la explotación

eficiente de Puerto Rico. Así, la americanización, con su ímpetu y adelantado

conocimiento científico y tecnológico, se presenta como antídoto a la

improductividad tropical. Robinson también parte de este determinismo tropical:

Nature is really a very kindly dame, after all. Just as she ussually interposes
the relief of unconsciousness when a certain measure of pain is reached by
a sufferer, so, too, in countries where more than a certain degree of active
physical exercise becomes injurious, she interposes a disinclination for
exercise. Speaking perhaps more exactly, in hot climates she makes men lazy.
That is one of her wise provisions for the benefit of the human race. Along
with this disinclination for energetic work, she pours out a lavish bounty
which makes energetic work quite needless.41

Queda establecida la importante tara de la vida en los trópicos, la vagancia y la

falta de voluntad que demuestran sus habitantes. Una vagancia que viene tanto

del calor y la humedad como de la falta de costumbre, por sus habitantes no

necesitar de grandes esfuerzos para sustentarse. En cambio, la naturaleza, sabia y

generosa, le ofrece alimentación a los que no pueden, o no quieren, trabajar.

También resulta interesante la alusión de la Naturaleza como una “gentil

dama” que, de tantos cuidados ofrecidos, “hace a los hombres vagos”, un aspecto

característico de estas narrativas que exotizan al Otro y a su medioambiente, al

40
Dinwiddie, Conditions and Posibilies, p. 9.

111
describirlo hermoso y seductor, pero peligroso para la voluntad del

emprendedor hombre blanco. De esta manera, se construye una vez más una

imagen de la seductora peligrosidad tropical. Robinson destaca que esta

“vagancia” es uno de los factores adversos en la productividad de la Isla sumada

a los escasos estímulos productivos de la administración española y a la ausencia

de una infraestructura que posibilitara el comercio.

This limited cultivation is in a measure due to the lack of energy and


ambition on the part of the native people. But beyond that and operating as a
factor in the apathy of the natives, has always stood the lack of
encouragement to greater activity. The difficulty and the undue cost of
transportation of products, have acted in some cases as a limiting force,
and in many cases as a wholly prohibitive force.42

La falta de voluntad de los puertorriqueños implicaba una invitación a los

inversionistas continentales, mientras que la falta de estímulos y de

infraestructura era un simple problema administrativo, que resolvería el

gobierno colonial. En esta argumentación se mezclan factores prácticos (leyes e

infraestructura que posibiliten el comercio y la producción) y esencialistas,

derivados del determinismo regional y climático.

El trópico además era peligroso para el sujeto imperial, pues en él no sólo

se perdían las fuerzas físicas, sino también las energías mentales se afectaban

adversamente con el calor y la humedad. Prevenía, así, a quienes vinieran a

realizar la tarea americanizadora de un peligro, no tan solo para su salud física,

sino para el propio carácter. “The physical disinclination is accompanied by a

mental indifference,” les advierte el cronista. La vagancia es extrema y endémica

en la región.

41
Robinson, Porto Rico of To-Day, p. 186. Mi énfasis.
42
Robinson, Porto Rico of To-Day, p. 133. Mi énfasis.

112
Whatever may be the result of increased contact between these people
and ourselves, however much or little they may adopt of American
customs and habits in many things which are now widely different, one
thing is quite certain, and that is that any settlers on the island will soon drop
into the prevalent indolence. It is in the air and in the life. For a time it is
possible to fight it, but the conviction grows that ultimately one must
yield to it, and accept mañana as the law of life.43

Se advierte así del peligro que representa el laxo clima tropical para el

industrioso anglosajón; porque la indolencia tropical está en el aire, es contagiosa

y pone en peligro la gestión imperial.

Por su parte, Ober señala: “The climate is hot and moist, yet in the main

less injurious to the health of white people than that of adjacent islands”. Dedica

una minuciosa explicación de la variedad climática de la Isla: las temporadas de

lluvia y calor y la época de huracanes. Como otros, atribuye mucho de la

personalidad de los isleños al clima que los ambienta. No es de extrañar que la

primera descripción de los puertorriqueños se dé en el contexto medioambiental.

El ser humano, entiende el cronista igual que otros escritores de la época, está

determinado por sus circunstancias geográficas:

It is easy enough to generalize and say this and that may be raised here,
and that generous nature brings forth her fruits spontaneously, while
indolent man reclines in a hammock and only open his mouth to let them
drop into it. But, while in the main this may be true—that nature is
generous—still, since all men are not vegetarians and can not subsist on
fruits alone, it will probably be found necessary to work for a living here
as elsewhere—that is, if one desires to live well.44

Aquí se hace una distinción interesante con ese que desea vivir bien, puesto que en

esta visión donde el síntoma (la vagancia) es vista como la enfermedad (la

anemia perniciosa provocada por el gusano anquilostoma), las acciones del

individuo son regidas sólo por su deseo y capacidad de superarse y no en las

43
Robinson, Porto Rico of To-Day, pp. 161-162. Mi énfasis.
44
Ober, Puerto Rico and its Resources, pp. 44-45. Mi énfasis.

113
condiciones sociales, económicas y políticas en las que vive. También podría

verse como el afán de superación que proviene de la competencia que predomina

y se precia en las sociedades capitalistas que, como se ha reiterado, para estos

cronistas era el estadio superior del desarrollo humano.

Dinweedie describe el clima de la Isla como uno favorable para los

continentales, aunque eran necesarios unos meses para aclimatarse, en particular

para soportar la humedad y el calor. Sin embargo, y contrario a los otros dos

autores, no culpa al clima de la vagancia de los puertorriqueños. Apunta su

diagnóstico hacia las enfermedades endémicas del clima tropical: la malaria y la

fiebre amarilla. Y, a pesar de que confía en los doctores nativos para el

tratamiento de éstas, al estar acostumbrados a tratarlas, asevera que muchas de

las enfermedades en la Isla se deben a las malas prácticas higiénicas y a la

deficiente nutrición.

It makes the heart heavy to see hundreds—nay, thousands—of native


poor struggling through their daily avocations, with transparent flesh and
white, bleached faces—victims of malarial diseases, which might be eased
by better diet than plantains and sweet potatoes, and cured if quinine and
other medicines were not, through excessive tariff, placed beyond the
reach of their slender pocketbooks.45

Se desconocía entonces que una de las causas de la falta de ímpetu de los

campesinos puertorriqueños se debía a las lombrices que causan la

anquilostomiasis, anemia perniciosa, que afectó a muchos de los habitantes de las

montañas de la Isla. Bailey K. Ashford relata en su autobiografía que estos

gusanos afectaron de manera similar a la población campesina en Brasil, del sur

de Estados Unidos y de algunos lugares de Europa.46 La llamada Medicina

45
Dinwiddie, Conditions and Posibilies, pp. 24-25.
46
Bailey K. Ashford, A Soldier in Science: The Autobiography of Bailey K. Ashford, Colonel M.C.,
U.S.A., San Juan: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1998, p. 45.

114
Tropical fue una de las herramientas prácticas e ideológicas de los poderes

imperiales para imponer sus formas y maneras a las naciones colonizadas.47

Se presenta entonces el trópico como la primera y principal dificultad que

ha de superarse. La naturaleza vista como un animal salvaje que debe ser

doblegado y domesticado para ponerlo a producir. También se expone la

confianza en la capacidad intelectual y tecnológica de Estados Unidos para

superar estos escollos. En este sentido, la americanización es entendida como una

energía con la capacidad de transformar paisajes improductivos en provechosas

industrias.

Del jardín descuidado a la finca agrícola: la americanización productiva

Los autores de las crónicas aquí estudiadas dedicaron la mayor cantidad

de páginas de sus obras a explorar las posibilidades económicas de la nueva

posesión insular. La expansión de nuevos mercados y la adquisición de materias

primas para el capital industrial era tan fundamental en su discurso como la

expansión de la civilización según la raza americana. Es más, para la mayoría de

los americanos, se trataba de dos aspectos de la misma cosa. Es importante

destacar el vínculo estrecho que se hace en estas narrativas entre la riqueza

industrial y la civilización moderna, pues para los cronistas de “la vanguardia

capitalista”, desarrollar económicamente a la Isla era lo mismo que civilizarla.

Para potenciar este desarrollo era muy importante elevar el nivel educativo y la

salud de los puertorriqueños, para producir trabajadores eficientes y aumentar la

productividad de la Isla.

47
Para una reseña de la Medicina Tropical en Puerto Rico, véase Rosa E. Carrasquillo, “The
Remaking of Tropical Peoples: U.S. Military Medicine and Empire Building in Puerto Rico,”
Historia y Sociedad, Años XVI-XVII, 2005-2006, pp. 67-96.

115
Robinson percibió esta transformación desde el momento mismo de la

invasión; así lo destaca cuando hace notar lo que significó para Ponce el

acuartelamiento del ejército estadounidense cerca del sector La Playa. Las labores

de desembarco ocuparon a muchos en las inmediaciones, sumado a las miles de

personas que llegaron con dinero para gastar en los negocios del área,

transformando a pequeñas tiendas que apenas sobrevivían en empresas

productivas. Toda esta actividad resultó ser un fuerte estímulo al trabajo pues,

“every available native laborer was set to doing something”.48 Según estas

narrativas, la Isla tenía aspectos positivos para la nueva era de productividad,

como terrenos fértiles para la agricultura comercial y disponibles para el capital

corporativo; un clima tropical que permitía distintos tipos de siembra, así como

una productividad continua; y abundante, aunque ineficiente, mano de obra.49

Con todo, describen a los puertorriqueños como “terreno fértil” para su

americanización; es decir, para transformar completamente su ser y poder superar

su falla genética (por española y por mestiza), así como la condición climática y

geográfica del trópico.

Puerto Rico era, entonces, “a rich garden, uncultivated, neglected,

wasted”.50 Los autores destacan que, en términos productivos, la Isla era víctima

del desperdicio y la negligencia propia de las ex-colonias españolas. Estos textos

expresan con claridad dos de los tropos mencionados: el “commanding view”

identificado por Spurr, y la improductividad de las naciones hispanas

48
Robinson, Porto Rico of To-Day, p. 145.
49
“Labor is abundant, and it should be cheap; but its nominal cost would be enhanced by reason
of its inefficiency. A dozen or two of experienced American section hands would do the work of
several scores of jabbering Porto Ricans peons, who have not been trained to regular and
persistent work.” Robinson, Porto Rico of To-Day, p. 146.
50
Robinson, Porto Rico of To-Day, p. 145.

116
identificado por la vanguardia capitalista, según la explica Pratt. Para ellos, éste

había sido el terrible legado de España: corrupción e impuestos onerosos que

limitaban las energías productivas. Vincularon esta falta de productividad con el

precario desarrollo de la sociedad en general. En la mentalidad anglosajona, el

argumento de la productividad era un valor importante con una larga

trayectoria. Dentro de esta mentalidad, no poner a producir los recursos

disponibles era una especie de pecado.

Con la administración americana, ese jardín desperdiciado se convertiría

en “our new farm”,51 por lo que recomiendan que fuese la agricultura donde se

invirtiesen todos los recursos productivos.

It is chiefly to the cultivation of the rich and fertile soil of the island that
we must look for its industrial wealth. There we enter a promising field.
Sugar, coffee, and tobacco are now its principal products, with rum and
Porto Rico molasses as important by-products.52

Vemos claramente que no se trata ya de reproducir aquella vieja idea de la joven

República del agricultor autosuficiente, sino de la expansión de la “riqueza

industrial”. Es el capital americano el que se expande y se reproduce. Vemos

cómo se ve reflejado en el texto la transformación en el sistema productivo, pero

siempre atado al bienestar colectivo representado en la “nación”.

Ésta no es la continuación de la expansión de la frontera americana. La Isla

estaba densamente poblada y las industrias con posibilidad de desarrollo

requerían de una considerable inversión de capital. Ya no se trataba de

abundantes hectáreas de tierras disponibles para alimentar el sueño americano

del agricultor independiente, sino de la expansión del capital y los mercados

americanos. Así lo advierte Robinson:

51
Robinson, Porto Rico of To-Day, p. 150.

117
The island is no place for those who go in the hope of picking up
something to do. None but the capitalist, the investor, or the business man with
money for his business should go to Porto Rico with anything more in view
than an outing or a vacation. As things are at present, there is little enough
to interest the capitalist or the investor.53

Es por esto que esta expansión, aunque territorial, no proveyó abundantes tierras

para colonizar, sino para permitir la reproducción del capital en su dinámica de

crecimiento y acumulación. Este es un buen ejemplo de la transformación del

expansionismo americano, donde no se trata de adquirir territorios

“improductivos” por “despoblados,” lo que caracterizó el crecimiento terriorial

durante el siglo XIX, sino de la expansión del capital americano y sus

productivas ideas administrativas. Aunque estos territorios estaban poblados

eran improductivos por la negligencia de los propios habitantes, por lo que era

necesario enseñarles cómo ponerlos a producir.

Lo mismo opinaba Ober cuando advertía que Puerto Rico “is not a wild

country sparcely populated but has a rather dense population”, lo que limitaba

las posibilidades para la inmigración de continentales. Señalaba, además, que lo

que estas industrias requerían era “skill, capital, and attention”.54 Para Ober, las

posibilidades de un desarrollo económico de Puerto Rico era la razón más

importante que tenía Estados Unidos para el dominio de la Isla. “In fact, it will

not take many years to show the wisdom of annexing this tropical territory to the

United States and bringing it under the protecting wing of the American eagle”.55

Debido a su cercanía geográfica, Ober entendía que la región caribeña era parte

de su expansión “natural”, idea que ha tenido repercusión en la historiografía

52
Robinson, Porto Rico of To-Day, p. 151.
53
Robinson, Porto Rico of To-Day, p. 171. Mi énfasis.
54
Ober, Puerto Rico and its Resources, p. 55.
55
Ober, Puerto Rico and its Resources, p. 44.

118
estadounidense, sobre todo al comparar la anexión de Puerto Rico con la de

Filipinas.56

Dinweddie también previene con insistencia a los continentales que

piensan buscar fortuna en Puerto Rico:

I should like to emphasize the statement now, and for some time to
come—until Congress adopts new laws for Puerto Rico, and American investors
invade the island and create a demand for clever poor men—it is a good country
for the impecunious to keep out of, however ambitious they may be.57

Dinwiddie, al igual que los demás cronistas estudiados en este capítulo, da por

sentado que el capital estadounidense sabría aprovechar cualquier posibilidad

que le ofreciese la Isla. Y es a través de la inversión y la explotación capitalista, en

este caso en la industria agrícola, con la que se lograría el mítico Dorado, “that

phantom which has lured the Spanish race, in centuries past, to its ultimate

destruction”.58 Así el autor aprovecha la ocasión para destacar una fundamental

diferencia entre los españoles, la base fundamental del puertorriqueño, y los

americanos. Los autores confiaban en que los inversionistas estadounidenses

superarían cualquier dificultad a través del aparato industrial, la tecnología

avanzada y la fuerza de voluntad. Para la “vanguardia capitalista”, El Dorado

como alusión mítica de la abundancia, no radicaba en un golpe de fortuna, sino

en la industriosidad y el esfuerzo.

También Robinson confiaba en que el pecado de la improductividad sería

subsanado con el impulso traído por Estados Unidos, lo que para él implicaba

“an assurance of the beginning of a new order of things”. Destaca incluso la

56
En el Capítulo 1, discuto cómo el dilema imperial estadounidense radicaba en la anexión de
Filipinas, en cambio Puerto Rico era visto por su cercanía geográfica como parte de su zona
“natural” de influencia.
57
Dinwiddie, Conditions and Posibilies, p. 65. Mi énfasis.
58
Dinwiddie, Conditions and Posibilies, p. 31.

119
afinidad existente entre lo expresado por los puertorriqueños a través de las

plataformas de los partidos políticos de liberarse “from political oppresion and

from the robbery, through taxation, of which the island people have been made

the victims”.59 Para lograr la transformación de los puertorriqueños había que

crear las condiciones que propiciasen el desarrollo cultural y civilizatorio

necesario para hacer de la Isla un lugar productivo. Por eso, los tres autores

destacan la única actividad económica rentable al momento de la invasión era el

cultivo de café, tabaco y azúcar, actividades agrícolas que requerían de alta

concentración de tierras, mano de obra y capital, así como de acceso a los

mercados internacionales donde se intercambiaban estos productos de

exportación.

El cultivo del café era entonces el más rentable de la Isla, por lo que los

cronistas veían con optimismo la integración del producto al mercado

norteamericano, que no era producido en su territorio. Reconocen la calidad del

producto isleño, cuya fama en el mercado internacional lo convirtió en una

mercancía valiosa. “The coffee of Puerto Rico ranks with the best”, dice Ober.60

Mientras que Dinwiddie subraya: “‘Yauco’ has become a trade name in

France”.61 A pesar de esto, adviertieron, sólo una pequeña fracción de la

producción cafetalera llegaba a Estados Unidos, por lo que los consumidores

norteamericanos no conocían de la excelencia de la mercancía nativa.62

Ober señala que la integración del café puertorriqueño al circuito

comercial estadounidense sería beneficiosa para Estados Unidos porque

59
Robinson, Porto Rico of To-Day, p. 133-134. Mi énfasis.
60
Ober, Puerto Rico and its Resources, p. 63.
61
Dinwiddie, Conditions and Posibilies, p. 86.
62
Robinson, Porto Rico of To-Day, p. 153.

120
reduciría su dependencia de Brasil, país que dominaba el mercado cafetalero en

ese país. Dinwiddie opina lo mismo: “This coffee is very fair, measured by

American cheap-coffee standards, and it is hoped by Puertorriqueños that it will

compete with the grades of Rio [de Janeiro] so extensively consumed in our

country”.63 De esta manera Estados Unidos lograría ser autosuficiente en lo que a

café se refiere, por lo que siguiendo esta lógica, el café de Puerto Rico “should,

…, become the coffee of the future in America”.64 Es interesante la insistencia de

los autores en que su país debía ser autosuficiente y satisfacer así las necesidades

de su propio mercado; para ellos es lo que mantendría el lugar que ocupaba

Estados Unidos en el mundo. La dependencia en términos comerciales era

percibida, desde los tiempos del exclusivismo mercantil, como una debilidad.

Los cronistas confiaban en que el café sería una industria fundamental

dentro del Puerto Rico americano, más aún cuando se modernizasen, que es

como decir americanizasen, sus métodos agrícolas y administrativos.

It may confidently be stated that the coffee industry is in its infancy in


Puerto Rico, as compared to its possibilities under the progressive
management of American capitalists. Not more than 100,000 acres are under
cultivation, and the methods in vogue for handling the crop are very
primitive. With American energy, proper machinery, and accesible electric
transportation, there can be no doubt that Puerto Rico holds out the promise of
becoming one of the leading coffee-producers of high grade coffee in the world; the
topography, soil physical conditions and climate favors an immense
production of this one of the world’s needs.65

Aquí hay otro ejemplo de cómo esos autores percibían la capacidad

transformadora del capitalismo, más aún de la energía americana, que servía de

antídoto para contrarrestar la característica indolencia tropical y la falta de

educación y cultura productiva legada por España. Es esta capacidad

63
Dinwiddie, Conditions and Posibilies, p. 97.
64
Dinwiddie, Conditions and Posibilies, p. 99.

121
transformadora lo que prometía una regeneración productiva y, con ella, el

acceso a un mundo mejor. He ahí la promesa de la americanización, la abundancia

ofrecida por el sistema capitalista y la civilización de la raza americana.

Como sabemos, la historia tomó otro rumbo. A pesar del optimismo de los

cronistas y del interés de los hacendados puertorriqueños, la administración

colonial no dio trato preferencial al café puertorriqueño, que perdió sus antiguos

mercados y el nuevo fue indiferente al producto. En cambio, el capital

estadounidense se dirigió decididamente hacia la industria del azúcar.

La segunda industria de la isla en 1898 era el azúcar. Sobre el futuro de

ésta, sin embargo, los autores estudiados ofrecieron variados augurios. Robinson,

por ejemplo, aduce que la industria azucarera en Puerto Rico ya no era rentable,

puesto que se podía producir azúcar con menos mano de obra y con menos

riesgo en otros lugares. A pesar de la disponibilidad en la Isla de abundantes

tierras de cultivo para comprar, advierte a los posibles inversionistas

continentales que el azúcar se trataba de un negocio riesgoso porque “[it]

requires considerable capital, as each plantation should operate its own mill, and

an area of land must be cultivated which will warrant the erection and operation

of the mill”.66 Ober era más optimista con el futuro de la industria; veía una gran

oportunidad para la expansión del cultivo cañero en los próximos años. Opinaba

que era en la construcción de centrales azucareras (“practical refineries”) “that

American capital may find a profitable venture”.67 Para ello, advierte, era

imprescindible que se completase el sistema de ferrocarriles que conectase los

65
Dinwiddie, Conditions and Posibilies, p. 98. Mi énfasis.
66
Robinson, Porto Rico of To-Day, p. 152-153.
67
Ober, Puerto Rico and its Resources, p. 58.

122
cultivos con las refinerías, y facilitase la distribución del azúcar a los distintos

mercados.

Dinwiddie colocaba a esta industria en un valioso segundo lugar, aunque

reconocía que era muy difícil evaluar su situación. Se queja de la falta de

estadísticas confiables que permitiesen un conocimiento profundo sobre ella.

Destaca, además, que la producción azucarera era muy desigual en lo que a

tecnología se refiere, y subraya que sólo dos haciendas en toda la Isla tenían la

maquinaria moderna necesaria.

It may be said that most mills are a heterogeneous combination of old and
new machinery in a most incongruous fashion, and that, in consequence,
the mechanical equilibrium of the process is so easily upset that often one
portion of the mill must close down, to wait upon some slow, weak link.68

Se puede apreciar en su lenguaje el concepto de la línea de ensamblaje propio de

la industrialización, en el que se requiere de una producción eficiente y

eslabonada, en la que si una de las estaciones productivas falla, se detiene el flujo

productivo. Por eso el eslabón débil era un riesgo para la salud de la industria.

Para hacer que esta industria fuera exitosa, había que renovarla con tecnología

que acelerase y aumentase la producción. Se perfila una modernización-

americanización de las relaciones sociales y productivas que provocará el declive

de las haciendas. Este proceso de modernización de la industria azucarera

ocurrió en lo tecnológico, pero también en lo administrativo. Es por eso que

Dinwiddie le advierte a los posibles inversionistas: “The promise of a succesful

future lies in more profound centralization of the industry”.69 También señala

que los productos derivados de la producción de azúcar, el alcohol y el ron

68
Dinwiddie, Conditions and Posibilies, p. 105.
69
Dinwiddie, Conditions and Posibilies, p. 111.

123
manufacturados en las centrales constituyen un “no inconsiderable return in the

sugar-making business”.70

El tercer cultivo en importancia era el tabaco, pero contrario al café, el

tabaco puertorriqueño vivía bajo la sombra del prestigio del cultivado y de los

cigarros producidos en Cuba. En la reseña de Ober sobre el tabaco en Puerto

Rico, señala que se cultiva desde hace mucho pero que “the art of curing the

cohiba, …, has never been acquired by the Puerto-Riqueños”.71 Esto se debía,

según los autores, a la falta de conocimiento de los cultivadores nativos, a su

escaso ímpetu productivo y a la falta de los estímulos y afán de lucro. Robinson

describe una primitiva producción de tabaco.

There was little evidence of any effort to so anything more with the native
tobacco than to plant it, let it grow, and after a crude process of curing, to
make it up into a crude cigar, or into the cigarettes which the natives
consume in vast quantity.72

Así se repiten las imágenes de los primitivos habitantes subsistiendo sin

esfuerzos en la isla tropical. Se enfatiza una vez más que hacía falta el impulso

comercial que lograse transformar el primitivo cultivo para satisfacer la demanda

local, para que tuviese la calidad necesaria para agradar al gusto mayoritario y

generar una considerable demanda, y por lo tanto, convertirlo en un negocio

exitoso. Dinwiddie también señala que el cultivo se hacía bajo métodos

rudimentarios, razón por lo que su calidad no destacaba en el comercio

internacional, quedando subordinado al tabaco cubano. No obstante, repite

argumentos de sembradores puertorriqueños de que mucha de la producción de

tabaco isleña llegaba a Estados Unidos entre las cajas de Habanos.

70
Dinwiddie, Conditions and Posibilies, p. 105.
71
Ober, Puerto Rico and its Resources, p. 60. Énfasis en el original.
72
Robinson, Porto Rico of To-Day, p. 156-157.

124
Sin embargo, los tres autores escriben confiados en que esta situación de

improductividad estaba a punto de cambiar. El ingrediente que faltaba era el

conocimiento técnico y el ímpetu productivo y mercantil que caracterizaban al

americano. Los empresarios estadounidenses convertirían el atrasado cultivo de

tabaco en Puerto Rico en una industria generadora de riquezas:

The change of island ownership will, perforce, cause the current of the
crop—both raw and manufactured—to set towards America’s shores, and,
if our government legislates for open markets, a sharp impetus will be
given to the manufacture of cigars, cigarrettes, and smoking tobacco on
the island, which will redound to the financial benefit of its people.73

También los tres cronistas coincidieron en señalar las posibilidades

turísticas de la Isla y su potencial para convertirse en un “great winter resort”.74

Aunque para ello hacía falta convertir a San Juan en una ciudad moderna, y

sobre todo construir un sistema de aguas limpias y alcantarillados.75 Existía una

excelente oportunidad para invertir en la industria de hoteles y restaurantes,

sobre todo una que aclimatase la oferta gastronómica del país a los gustos

estadounidenses, con “more americanized meals”.76 Ober lo plantea de la

siguiente manera: “The first requisite for the American traveller, a good hotel, is

yet to be built, while the stores and shops, though some of them contain good

stocks of European goods, are wholly inadequate to the needs of a modern

city”.77 Dinwiddie también apunta las posibilidades de un turismo más

dinámico, como el ciclismo, los paseos a caballo por la moderna carretera de San

Juan a Ponce, y, para los más aventureros, por los imbricados caminos de la

Cordillera Central, o la exploración de cuevas.

73
Dinwiddie, Conditions and Posibilies, p. 117. Mi énfasis.
74
Dinwiddie, Conditions and Posibilies, p. 64.
75
Ober, Puerto Rico and its Resources, p. 123.
76
Dinwiddie, Conditions and Posibilies, p. 67.

125
En el discurso colonial estadounidense, según lo expresaron estos autores,

hay dos constantes: la creencia –como si de una verdad religiosa se tratara– de la

capacidad transformadora del capitalismo (que ellos entendieron como la

manera americana) y la incertidumbre existente con relación a la actitud del

Gobierno federal acerca de la Isla. La otra es la que advierte Ober, que para que

cualquier empresa tuviese éxito, era necesario superar “the native indolence”

para asegurar resultados positivos y que, gracias a su buen precio en el mercado,

“it would seem to open a profitable perspective for American capital”.78 Es decir,

que si era bueno para el capital americano, era bueno para todos.

La “raza” puertorriqueña

Un elemento importante de la discusión sobre las posibilidades de la

nueva posesión insular inevitablemente tenía que detenerse en sus habitantes.

Los tres autores describen el atraso de los puertorriqueños, en particular la falta

de educación y las deplorables condiciones higiénicas y alimentarias en las que

vivían. Robinson y Ober destacan la cuestión racial, mientras que Dinwiddie

presenta una visión que enfatiza más en lo social. Para él, el principal problema

de la masa puertorriqueña era la pobreza y la ignorancia.

A Robinson, por ejemplo, se le hace difícil definir la “raza” de los

puertorriqueños. Es evidente aquí lo variable y variada que resultan ser las

nociones de una categoría que pretende ser física y observable, pero que detrás

del fenotipo observado está la construcción ideológica de quien lo define. Existía

entonces una gran diferencia en las nociones raciales en la Isla y el “color line”

77
Ober, Puerto Rico and its Resources, p. 124.
78
Ober, Puerto Rico and its Resources, p. 61.

126
establecido en Estados Unidos, una sociedad segregada racialmente. Ante la

dificultad del americano79 para definir racialmente al puertorriqueño, Robinson

trata entonces de traducir los términos raciales en Puerto Rico a sus particulares

nociones. Así, los blancos son “whites”, mientras que los pardos son “gray” y los

morenos, “brown” o “swarthy”. Cuestiona los resultados del censo español que

cita, donde se establece que más de la mitad de los puertorriqueños eran blancos:

The above list is probably in error that it includes among the “blancos” a
greater or less number whom we in America would regard as “colored”,
because of some indication of African blood, whether or not that of the
Anglo-Saxon, are not numerous on the island. “White,” from the Spanish
stand-point, includes many of those of that color with which all are familiar
in the faces of some Spaniards, and many West Indians whose veins carry
no drop of negro blood. The group indicated as “pardos” includes those
whom we should class as “mulattos,” while we should probably group
the “morenos” with the “blacks”. The census list enumerates no “blacks,” yet
there are such on the island in noticeable numbers. Race lines are drawn to some
extent, socially; but race lines, as we know them in America, can hardly be said to
exist.80

La diferencia radicaba más en las nociones de raza, que en la raza misma. En

Puerto Rico entonces se confundían las categorías raciales con las sociales.81

Mientras que en Estados Unidos existían escuelas de pensamiento que veían la

cuestión racial desde una perspectiva que se pretendía científica y que asumió

que las características del individuo, incluso su color de piel y fisionomía

“africana”, eran evidencia de su inferioridad moral e intelectual. Así mismo, la

mezcla racial era otro defecto desde la perspectiva del americano.

Jorge Duany entiende que esta diferencia entre las nociones de raza entre

puertorriqueños y estadounidenses ha sido fundamental en la relación entre

79
Cuando utilizo el apelativo americano, parto del proceso del que hablaba en el Capítulo 1 de
como para definir al otro, se define a su vez a sí mismo. De igual modo, en este discurso que parte
de las poderosas nociones raciales, el gentilicio americano viene cargado con la idea de la
superioridad de su raza.
80
Robinson, Porto Rico of To-Day, p. 194-195. Mi énfasis.

127
unos y otros. En su libro Puerto Rican Nation on the Move: Identities on the Island

and in the United States, afirma que en Puerto Rico se establecieron tres grupos

principales (“black, white and brown”) basados principalmente en el color de la

piel, los rasgos faciales y la forma del cabello, y no resultaban tan importantes los

antepasados. Mientras que en Estados Unidos dominaba una noción binaria en la

que se era blanco o no se era. De manera que los hijos producto de “razas”

distintas eran clasificados tan inferiores como su progenitor más oscuro. Esta

oposición en las nociones de raza entre puertorriqueños y estadounidenses “has

numerous repercussions for social analyses and public policy, among the

appropriate way to categorize, count, and report the number of people by race

and ethnicity”.82 La otra diferencia estribaba no tanto en el trato a los negros,

pues en ambas sociedades ocupaban el escalón más bajo de la sociedad, sino en

el que recibían los mulatos. En la Isla eran reconocidos como un escalón social

más alto que los negros y de ahí viene la idea de “mejorar la raza” mediante la

reproducción con personas más blancas. En cambio, en Estados Unidos debido a

la “one-drop rule”, mulatos y negros son la misma cosa sin importar el fenotipo

de la persona.83

Del mismo modo, en Puerto Rico el concepto de raza está muy vinculado

al de clase, y en ese sentido el dinero “blanquea”, así como los mulatos

puertorriqueños pagaban la blancura de sus hijos en la pila bautismal en los

tiempos de España.84 Intelectuales americanos que vinieron a estudiar la

81
Esta es la premisa que expone Tomás Blanco en El prejuicio racial en Puerto Rico. Tercera edición.
Río Piedras: Ediciones Huracán, 1985.
82
Jorge Duany, Puerto Rican Nation on the Move: Identities on the Island and in the United States,
Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2002, p. 237.
83
Duany, Puerto Rican Nation, p. 240.
84
Duany, Puerto Rican Nation, p. 241.

128
situación en la década del 40 del siglo pasado todavía mostraban fascinación y

frustración por la confusión entre los conceptos de raza, color y clase en la Isla.

De hecho, los censos realizados por las autoridades americanas cambiaron en

varias ocasiones los términos con los que nombraron lo que “no es blanco”.85 Los

constantes cambios en las categorías raciales y la insatisfacción de los americanos

con los resultados de los censos de la Isla demuestran parte del choque cultural

entre americanos y puertorriqueños. Los primeros trataron de imponer su visión

binaria (blanco-no blanco) frente a la concepción tríptica de los isleños (blanco-

mulato y sus gradaciones-negro). 86

Ober expande las diferencias de la noción racial a una que podríamos

considerar étnica, tal vez, nacional. Establece diferencias entre los pueblos latinos

y los anglosajones al destacar la proclividad de los primeros en mezclarse con

“races that have complexions more deeply dyed than theirs”.87 Pero no toda

mezcla resultaba igual, pues señala que de los mestizajes francés y español

resultaron pueblos mulatos de distinta índole. Mientras que “the French

resultant is agile, witty, laughter-loving, and affectionate, the Spanish is more

often morose and treacherous”.88 También pervivía el mestizaje con los

pobladores originales del Caribe, pues no se eliminó del todo el “Indian blood”:

“In other words, there are many half-breeds, or mixed people—mestizos and

85
Duany, Puerto Rican Nation, p. 247. “Colored” en 1899; “Black”, “Mulatto”, “Other” en 1910 y
1920; “Colored”, “Other races” en 1930; “Colored” en 1935; “Nonwhite” en 1940; “Negro”,
“Other races” en 1950; y “Black” o “African American” y “Other” en el 2000; en los censos de
1960 a 1990 no se hizo la pregunta.
86
Duany, Puerto Rican Nation, p. 252.
87
Ober, Puerto Rico and its Resources, p. 162.
88
Ober, Puerto Rico and its Resources, p. 162.

129
mestizas—who can trace connections, more or less remote and uncontaminated,

with the ancient race of Puerto Rico”.89

Esta visión parte de la premisa de que cada etnia o nación tiene una

esencia particular que se transmite a través de los genes del mismo modo que las

características fenotípicas. La mezcla, a juicio de los cronistas, suele ser negativa,

y se expresa con el término científico o salubrista de “contaminar”. En el caso de

la isla de Puerto Rico, la cuestión racial era demasiado complicada para los

autores anglosajones debido a que la generalizada “mezcla de sangre”, y por

ende de temperamentos étnicos o nacionales, entre los nativos isleños era amplia y

variada:

Add to these the Africans, the Majorcan Jews, and the Canary Islanders,
who have been brought here at one tune or another, and the various half-
castes resulting from the mingling of these bloods with the Spanish, and one
may not wonder that of the total population of Puerto Rico pretty nearly
one half is something else than Castilian, pure and undefiled.90

La perspectiva racial y étnica de Ober representa a un pueblo confuso debido a

sus entremezclados y variados orígenes. Incluso, demuestra sorpresa por la

cantidad de blancos que encontró en la Isla, a pesar de que el medioambiente “es

más propicio” para los negros.

It is one of the few countries in tropical America where the whites


outnumber the black and coloured people, and the males exceed the
females. It is remarkable to find the European race in the whole increasing
more rapidly than the African, in a climate more favourable to the latter!91

Sin embargo, enfatiza en que “the majority of people other than of Spanish birth

can point to the Dark Contintent as the home of their ancestors”.92 Con este

89
Ober, Puerto Rico and its Resources, p. 162. Énfasis en el original.
90
Ober, Puerto Rico and its Resources, p. 162-163.
91
Ober, Puerto Rico and its Resources, p. 160. Mi énfasis.
92
Ober, Puerto Rico and its Resources, p. 163.

130
énfasis en la objetividad numérica, Ober trata de acercar a la mayoría de la

población puertorriqueña a la negritud, señal y causa de su atraso:

This statement is not made as a matter of reproach, but of fact. If the


Spaniard chose to consort with the tawny beauty of the forest and raise a
brood of semi-savage children, that was surely his business, and no reproach
to him so long as he remained faithful to his family. But the record, so far
as they are accessible, do not show a fidelity to the marital vow on the part
of the man that is at all edifying. Perhaps the climate may have been to blame,
for where children may disport themselves in the garb invented and worn
by the sartorial artist of Eden, crave no greater excitement than a cock-fight
and no greater variety of food than a raw banana or boiled yam, the tendency is
toward Nature’s way.93

La descripción de Ober es negativa al aludir al amplio mestizaje, e incluso que

del mestizaje entre negro y español sale un híbrido “moroso y traicionero”. Y

bajo el lema de quién soy yo para juzgar, determina “objetivamente” que de las

relaciones interraciales no salen familias como “dios manda”. Del mismo modo

puede verse la metáfora del business, porque quien no atiende a su familia con

responsabilidad, tampoco puede conducir empresas rentables, mucho menos

gobernar un país. El resultado es, para este autor, una sociedad irresponsable e

inmadura. Por lo tanto, existía la necesidad de un tutelaje prolongado para que

aprendiese a gobernarse.

Dinwiddie, por su parte, presenta una imagen más positiva de los

puertorriqueños. Intenta contrarrestar la opinión generalizada en Estados Unidos

de que los “Puertorriqueños, as a people, are devoid of moral instincts, [and are]

vicious, degraded, and lazy”, debido a la pobreza extrema en la que vivía la

mayoría de ellos. El autor señala que, en términos generales, los puertorriqueños

eran:

good workers, for folk of simple mind, when labor presents itself; they are
abstemious, with few exceptions, and do not paint the town red; their
93
Ober, Puerto Rico and its Resources, p. 163-164. Mi énfasis.

131
moral instincts are not of the highest, but they much excel our bad classes in
moral feeling; immorality exists, but there are no seething seas of
indecency.94

Destacar esto es importante si se quería convencer al pueblo estadounidense de

las bondades y las necesidades del proyecto expansionista ultramarino. Los

puertorriqueños no eran viciosos ni indecentes, arguye, por lo tanto, existía la

posibilidad de propiciar su desarrollo social y civilizatorio gracias a la influencia

de Estados Unidos. La suya es la descripción de un puertorriqueño asimilable.

Señala otra importante característica desde su punto de, y es que el isleño

no es “an anarchist or an insurrectionist”, a pesar de la opresión y el abandono

del Estado colonial español. La amable condición climatológica no castigaba al

poblador con fríos extremos ni hambrunas miserables lo que no alimentó en el

puertorriqueño un carácter revoltoso. Más bien, y a pesar de sus carencias, lo

describe como “a fairly-contented man”.95

Aquí vemos una interesante estrategia discursiva. Se destaca la docilidad,

la hospitalidad y la disposición del puertorriqueño al trabajo para presentar a un

sujeto que, aunque primitivo (una especie de noble salvaje), es capaz de

superarse. Desde esta perspectiva, el puertorriqueño también es “terreno fértil”

para la americanización. Reconoce, sin embargo, que será una tarea muy difícil

que tomará mucho tiempo:

to mold this man—representing the majority—into a self-respecting man,


usefull franchised citizen of the United States, it can be done, for the reason that
he is docile, obliging, appreciative of favors, and, best of all, possesses an
inbred courtesy and politeness, and an equability of temperament, which
permit him to readily absorb new ideas.96

94
Dinwiddie, Conditions and Posibilies, p. 166. Mi énfasis.
95
Dinwiddie, Conditions and Posibilies, p. 166.
96
Dinwiddie, Conditions and Posibilies, p. 166. Mi énfasis.

132
Si el puertorriqueño dócil brindaba posibilidad de su redención, la nación

americana era la promesa de ella, porque representaba todo lo que es “just and

grand and righteous”. Y si la nación tutora demuestra ser austera con su poder y

logra imponer los métodos de libertad, confiaba Dinwiddie en que Puerto Rico

podía convertirse en “a twentieth-century Garden of Eden, in which the native,

trained in new methods of freedom, may, for the first time in three centuries,

enjoy the sweets of liberty”.97 Porto Rico sería la moderna tierra prometida, según

ofrecida por el “sistema americano”.

Dinwiddie se muestra optimista en la consecución de esta promesa, pues

considera que las condiciones son propicias. A pesar de la casi absoluta

ignorancia en la Isla, los puertorriqueños, en particular los más jóvenes,

“possesses the inherent ability to learn readily and looks forward to schooling as

a pleasure”. Afirma que era fundamental para el nuevo régimen elevar el nivel

intelectual “from an almost bestial condition to a point where the people will

become average thinking citizens of the United States”. Pero que esta misma

ignorancia era también una ventaja pues significaba que los prejuicios políticos,

sociales y religiosos no estaban muy arraigados y a través de la educación

podrían encontrar la ruta del progreso, “promise of which is held out to them by

their ideal savior, America”.98 Dinwiddie se muestra confiado y considera a su

nación y a la empresa colonial como el “salvador ideal” de los puertorriqueños.

Los cronistas de la “vanguardia capitalista” en el contexto del cambio de

soberanía ofrecen una primera mirada a Puerto Rico desde la visión del

97
Dinwiddie, Conditions and Posibilies, p. 166. Mi énfasis. Esta idea del puertorriqueño dócil tendrá,
como veremos más adelante, una importante repercusión en los ensayos de identidad
puertorriqueña.

133
americano. Para ellos, la americanización era una poderosa energía, la mejor

versión de la civilización occidental, que transformaría la improductiva Isla en

una provechosa finca agrícola. Los tres pilares de la americanización que

identifica Thompson –desarrollo económico, educación pública y gobierno

republicano– aparecen en estas crónicas, pero todas supeditadas al éxito de la

cuestión económica. Para estos autores, imbuídos de las ideas liberales, la

libertad de los mercados y de la producción industrial equivalía a la libertad de

las personas, que quedaban circunscritas a la disciplina de la producción

corporativa. Los puertorriqueños serían americanizados en la medida en que

funcionaran eficientemente en el sistema productivo estadounidense. No

obstante, los autores plantean, en particular Robinson y Ober, serios escollos

culturales y biológicos para lograr la asimilación de los isleños. Las ideas

racialistas contenidas en el darwinismo social y el tropicalismo hacían ver a los

puertorriqueños como seres genéticamente deficientes debido a la mezcla racial y

degenerados por la naturaleza y el clima.

En el próximo capítulo discutiré cómo se refleja el concepto

americanización en el discurso colonial estadounidense en dos funcionarios de la

administración colonial, luego de establecido el gobierno civil en 1900. Para ellos

la americanización será una fe que los puertorriqueños tendrían que abrazar sin

dudas, si querían superar sus naturales deficiencias y alcanzar la moderna

civilización.

98
Dinwiddie, Conditions and Posibilies, pp. 202-203.

134
Capítulo: 4:
La americanización por conversión: discurso colonial estadounidense en
Puerto Rico (primera década del siglo XX)

Las primeras décadas del siglo XX puertorriqueño enmarcan un periodo

de transformaciones radicales en las que la Isla se insertó en el sistema capitalista

estadounidense, mucho más dinámico e intenso que el español. Como parte de

este proceso, la nueva metrópoli implantó una política de americanización que

“prepararía” a los habitantes de su nueva posesión insular para sus objetivos

económicos, políticos y militares.1 Ante los ojos del gobierno norteamericano, los

puertorriqueños tendrían que abandonar su tradición hispana, católica y

monárquica para adoptar las “maneras americanas”, más modernas y

productivas. Esta etapa inicial de la relación entre la Isla y su nueva metrópoli ha

sido descrita por Arturo Morales Carrión como de “tutelaje colonial” durante la

cual se enseñarían las “formas americanas” que modernizarían a los

puertorriqueños.2

El concepto americanización describe la transformación dramática de la

sociedad puertorriqueña a partir de su integración –económica y política– al

sistema comercial y productivo estadounidense. Pero también fue una política

deliberada que quiso transformar social y culturalmente a los habitantes de la

Isla.3 Esta imposición era importante para el poder metropolitano que quería

1
Sobre los aspectos militares de la americanización, véase a Jorge Rodriguez Beruff, Política
militar y dominación. Puerto Rico en el contexto latinoamericano, Río Piedras: Ediciones Huracán,
1988; Humberto García Muñiz, La ayuda militar como negocio: Estados Unidos y el Caribe, San Juan:
Ediciones Callejón, 2002.
2
Arturo Morales Carrión, Puerto Rico: A Cultural and Political History, New York: W.W. Norton &
Company, Inc., 1983, Parte II: “The Struggle for Identity”.
3
Sobre la americanización en Puerto Rico, véase: José Manuel Navarro, Creating Tropical Yankees:
The “Spiritual Conquest” of Puerto Rico, 1898-1908, Disertación doctoral, University of Chicago,
1995; María del Pilar Argüelles, Morality and Power: the US Colonial Experience in Puerto Rico from
1989 to 1948, Lanham, MD: University Press of America, 1996; y Peter Steven Gannon, The
garantizar un funcionamiento social más eficiente, que facilitase la extensión del

capital norteamericano y, al mismo tiempo, cumplir con su “deber” civilizador.

Las expresión ideológica más contundente de este proyecto se dio a través de la

educación pública con el inglés como lengua de enseñanza. A través de las

escuelas públicas se educó a los niños puertorriqueños en inglés y se enfatizó en

las fechas históricas y los padres fundadores de Estados Unidos. Se transmitieron

los valores propios del republicanismo norteamericano, inculcados por maestros

del continente.4 A pesar de ello, en la medida en que más puertorriqueños se

educaban, más voces se sumaban en contra de la instrucción exclusivamente en

inglés.

De igual modo, los misioneros de las diversas denominaciones

protestantes vinieron a evangelizar la Isla y también actuaron como agentes

americanizadores. Hay que recordar que en la mentalidad estadounidense el

catolicismo era una religión antidemocrática y oscurantista, propia de los

pueblos atrasados. Sin embargo, en el proceso de interacción cultural, las

misiones protestantes, a pesar de su fundamento histórico estadounidense, como

demuestra Samuel Silva Gotay, fueron puertorriqueñizadas en dos generaciones.

Ideology of Americanization in Puerto Rico, 1898-1909: Conquest and Disestablishment, Disertación


doctoral, New York University, 1979.
4
Sin embargo, en la literatura estudiada no se presentan cifras de cuántos maestros del
continente vinieron y poder precisar su impacto. De hecho, una de las críticas constantes a la
enseñanza de inglés en Puerto Rico era la falta de maestros que dominaran plenamente el idioma.
Sobre el sistema de educación y la americanización de los puertorriqueños, veáse Aida Negrón de
Montilla, La americanización de Puerto Rico y el sistema de instrucción pública, 1900-1930, Río Piedras:
Editorial Universitaria, 1977; Roamé Torres González, Idioma, bilingüismo y nacionalidad: la
presencia del inglés en Puerto Rico, Río Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 2002; y
José Manuel Navarro, Creating Tropical Yankees: Social Science Textbooks and US Ideological Control
in Puerto Rico, 1898-1908, New York: Routledge, 2002.

136
Las Iglesias evangélicas fundadas en la Isla respondieron a las necesidades

espirituales de los puertorriqueños que se afiliaron a ellas.5

En un principio, para la gran mayoría del liderato político puertorriqueño,

americanización significaba la incorporación de la Isla a Estados Unidos, con lo

cual pensaban que se lograría el tan ansiado gobierno propio y el libre comercio

para sus productos en el mercado más importante de la región. Tanto el Partido

Federal Americano, dirigido por Luis Muñoz Rivera, como el Partido

Republicano Puertorriqueño, liderado por José Celso Barbosa, percibieron la

americanización como positiva para los puertorriqueños. Los federales, luego

unionistas, abogaron por el establecimiento de un gobierno propio mediante la

incorporación a Estados Unidos.6 Mientras para el Partido Republicano la

americanización significaba “la total transformación de la sociedad

puertorriqueña por medio de la absorción de las instituciones sociales y

culturales de los Estados Unidos”.7 Por su parte, el liderato obrero vio en la

americanización el establecimiento de leyes que reconocían la organización

sindical para defender los intereses de los trabajadores.8

A pesar del reiterado interés de las élites políticas en cuanto a la

integración política entre Puerto Rico y Estados Unidos, el gobierno

metropolitano siempre fue cuidadoso sobre cómo se expresaba al respecto.

5
Sobre la americanización y la religión protestante, ver Samuel Silva Gotay, Protestantismo y
política en Puerto Rico, 1898-1930: hacia una historia del protestantismo evangélico en Puerto Rico, Río
Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1997.
6
Edgardo Meléndez, Movimiento anexionista en Puerto Rico, Río Piedras: Editorial de la
Universidad de Puerto Rico, 1993, p. 37.
7
Meléndez, Movimiento anexionista, p. 37. Añade: “El proyecto definió la estadidad dentro de la
concepción de “patria regional” y legitimó, a su vez, el intento de los sectores dirigentes del
partido por controlar los asuntos internos de la Isla”. La americanización, o americanismo para
los republicanos, "significaba la forma de transformar la sociedad puertorriqueña para progresar
social, económica, legal y políticamente”, en Gonzalo Córdova, El ideal estadista en Barbosa y
Martínez Nadal, Puerto Rico: s.e., 1994, p. 6.

137
Algunos funcionarios y políticos norteamericanos en ocasiones favorecieron

públicamente la estadidad o una posesión con distintos grados de autonomía,

pero sin comprometerse con ninguna de las fórmulas. Por eso en la redacción de

las leyes Foraker y Jones no existe nada que supusiera una obligación con la

futura relación política entre ambas naciones. En lo que siempre estuvieron

claros los estadounidenses fue en que no cederían su jurisdicción sobre Puerto

Rico.9

Este intento de transformación cultural e ideológica se dio en el contexto

del crecimiento del capital estadounidense que acompañó el cambio de

soberanía. Con la ocupación militar llegaron también la constitución

estadounidense, y los inversionistas norteamericanos, quienes, con su acceso a

los círculos de poder político metropolitano, influyeron poderosamente en la

política colonial. La entrada de la Isla en el sistema productivo y financiero

estadounidente podría considerarse como el agente americanizador más

poderoso. Es en el discurso colonial donde se percibe la complejidad de intereses

que median en la relación colonial. En él se combinan la misión de propagar los

privilegios de la civilización y el progreso que acarrea la expansión de un sistema

productivo que permite y propicia las progresistas ideas liberales. Es por eso,

como indica Lanny Thompson, que los tres pilares de la americanización fueron: la

inversión y el comercio, la educación pública en inglés y la implantación de un

régimen colonial con una estructura de gobierno republicano.10

8
Gervasio L. García y Ángel Quintero Rivera, Desafío y solidaridad breve historia del movimiento
obrero puertorriqueño, Río Piedras: Ediciones Huracán, 1983, pp. 31-34.
9
Córdova, Resident Commissioner, p. 95.
10
Lanny Thompson, Imperial Archipielago: Representation and Rule in the Insular Territories under
U.S. Dominion after 1989, Honolulu: University of Hawai’i Press, 2010, p. 147.

138
Historias de americanización

Durante la primera década del siglo XX, las crónicas de la americanización

cambiaron de tono, pues ya no se trataba de las espectativas que generó el

ejercicio imperial, sino de su puesta en práctica. No obstante, los fundamentos

ideológicos con que las nuevas crónicas sustentaron sus análisis fue el mismo.

Muchos de los funcionarios coloniales que vinieron a Puerto Rico para cumplir

con la “misión civilizadora” se enfrentaron a la falta de conocimiento sobre los

puertorriqueños.

En este capítulo discutiré dos libros publicados pocos años después de la

inauguración del gobierno civil por un par de estos agentes americanizadores:

Rudolph A. Van Middledyck, bibliotecario de la “San Juan Free Library”, autor

de History of Porto Rico (1903) y Edward Wilson, alguacil del Tribunal Federal en

Puerto Rico, autor de Political History of Porto Rico (1905). Ambos pretenden hacer

un análisis profundo de la nueva posesión insular: Porto Rico y sus habitantes. En

el primero, Van Middledyck hace una historia de Puerto Rico durante los cuatro

siglos de administración española, en los que considera que se establecieron unos

fundamentos corrompidos de la civilización occidental. En el suyo, Wilson,

discute las acciones políticas de los puertorriqueños durante los cuatro años del

gobierno civil. Señala al Partido Federal Americano, luego Unión de Puerto Rico,

como la principal fuerza antagónica al proceso de americanización. En este

ejercicio retórico, como en todas las expresiones del discurso colonial, el sujeto

colonizado es el catálogo anverso de las cualidades positivas y superiores del

colonizador.

The History of Porto Rico de Rudolph A. Van Middledick fue la primera

historia de Puerto Rico en inglés. Es parte de una extensa literatura redactada por

139
autores estadounidenses con relación a sus “posesiones insulares” con la

intención de conocerlas mejor y administrarlas con mayor eficiencia. Para Mario

Cancel, este libro “representa un acontecimiento singular dentro de la

historiografía puertorriqueña”, pues ofrece “pistas sobre los mecanismos de

invención de una imagen del pasado puertorriqueño por parte de los

estadounidenses”, así como “para apropiar las preconcepciones compartidas por

un sector de los intelectuales orgánicos estadounidenses en torno a la cultura

española como signo de un pasado que frenaba la modernidad”.11

The History of Porto Rico fue la tercera publicación de la “Appletons’

Expansion of the Republic Series”, colección dirigida a elaborar un panorama del

proceso de expansión estadounidense desde sus fronteras continentales, y hasta

el inicio de la proyección ultramarina. “Se trataba de una serie que aspiraba a

popularizarse mediante la celebración de la proeza imperialista”.12 Según Mario

Cancel, el texto sobre Puerto Rico sugiere que la expansión hacia la Isla “debía

ser interpretada como parte del proceso natural de crecimiento de aquella nación

en el contexto de la teoría de la frontera”. Coincido con Cancel que tanto este

autor como otros de la época, atribuyen a un “destino suprahistórico”, que

tenía carácter sacro de lo manifiesto, es decir, el mismo carácter de lo


patente que se atribuye al santísimo sacramento cuando se expone a los
fieles antes de la misa. La sacralidad de la expansión imperialista era una
de las bases simbólicas más potentes de la popularidad del imperialismo
en su tiempo.13

11
Mario Cancel, “La arquitectura historiográfica en The History of Puerto Rico (1903) de Rudolph
Van Middledyck”, en Porto Rico: hecho en Estados Unidos, José Anazagasty Rodríguez y Mario
Cancel, Cabo Rojo: Editora Educación Emergente, 2011, p. 51.
12
Además del libro de Van Middledyck sobre Puerto Rico, se publicó un libro sobre la compra de
la Luisiana y otro sobre la adquisición del territorio del valle de Ohio. Parece que no se publicó
ningún otro título, Cancel opina que debido a la “devaluación de la idea del imperialismo
durante la Primera Guerra Mundial en el discurso público de la nación, acorde con el idealismo
de la administración Wilson”, en “Arquitectura historiográfica”, p. 51.
13
Cancel, “Arquitectura historiográfica”, p. 52. Énfasis en el original.

140
La redacción de este texto parte de la idea de que la relación colonial y su

proyecto civilizador produciría una transformación positiva para Puerto Rico. Es

por ello que la instauración del gobierno civil debía interpretarse como “el fin del

estado de guerra y la posibilidad de un nuevo comienzo para Puerto Rico bajo el

tutelaje de Estados Unidos”.14 La importancia de este texto radica en que expresa

el conocimiento común y aceptado por los estadounidenses que sabían algo

sobre los puertorriqueños. Y, por lo tanto, es un indicador de cómo entendieron

la relación colonial los funcionarios que vinieron a implantar las políticas de

americanización.

El prólogo The History of Porto Rico está acompañado de la importante

firma de Martin G. Brumbaugh, primer Comisionado de Educación tras la

instauración del gobierno civil. Se establece con su presentación una sólida

oficialidad al texto que pretende educar a los funcionarios coloniales del

continente y a los burócratas en la capital federal sobre su nuevo territorio.

Cancel lo describe como “una pieza de la textualidad del poder”.15

Para el Comisionado Brumbaugh, este libro le brindaría al lector una

mirada de la vida institucional y social durante el pasado español de la Isla.16

Describe a un pueblo pasivo que soportó estoicamente el yugo español y que

carecía de toda experiencia democrática. Sin embargo, concluye: “These people

14
Cancel, “Arquitectura historiográfica”, pp. 52-53.
15
Cancel, “Arquitectura historiográfica”, p. 53. “The trascendental change in the island’s social
and political conditions, inaugurated four years ago, made the writing of an English history of
Puerto Rico necessary. The American officials who are called upon to guide the destinies and watch
over the moral, material, and intellectual progress of the inhabitants of this new accession to the great
Republic will be able to do so all the better when they have a knowledge if the people’s historical
antecedents”. R. A. Van Middledyck, The History of Puerto Rico, Segunda edición. San Juan:
Fundación Puertorriqueña de las Humanidades/Academica Puertorriqueña de la
Historia/Oficina del Historiador de Puerto Rico/National Endowment for the Humanities, 2005,
p. xii. Mi énfasis.
16
Martin G. Brumbaugh, “Editor’s Preface”, en Van Middledyck, History of Puerto Rico, p. vi.

141
do not suffer from the lack of civilization. They suffer from the kind of

civilization they have endured”.17 Dice que gracias a la intervención americana,

tras la ocupación se “prepara el camino para que el futuro avance” y que ese

cambio se haría permanente con el establecimiento del gobierno civil. Concluye

el prologuista recordando lo que le dijera el presidente William McKinley al

designarlo Comisionado de Educación de la Isla: “to put the conscience of the

American people into the islands of the sea”. Queda plasmada ahí, desde las

altas esferas, la misión que se debía llevar a cabo en el proceso de llevar la verdad

del sistema americano y la expansión de esa civilización:

We have not taken President McKinley’s broad, humane, and exalted


view of our obligation to these people. They have implicitly entrusted their
life, liberty, and property to our guardianship. The great Republic has a debt
of honor to the island which indifference and ignorance of its needs can
never hoped. It is hoped that this record of their struggles during four
centuries will be a welcome source of insight and guidance to the people of the
United States in their efforts to see their duty and do it.18

Brumbaugh intenta validar los esfuerzos civilizadores de Estados Unidos en

Puerto Rico. El texto de Van Middledyck buscaba, según su lectura, generar

simpatías por los puertorriqueños al dar a conocer sus luchas y esfuerzos por el

progreso, y también constituía una guía para que los que viniesen a ejercer esa

misión, conociesen a sus “estudiantes”.

Edward S. Wilson, en su libro Political Development of Porto Rico (1905),

evalúa el devenir de la nueva posesión insular tras seis años del “cambio de

soberanía” y cuatro luego de la instauración del gobierno civil. En este texto se

relata cómo había transcurrido el proceso de americanización en la política

puertorriqueña. También busca determinar si los puertorriqueños son

17
Brumbaugh, “Editor’s Preface”, p. vii.
18
Brumbaugh, “Editor’s Preface”, p. ix. Mi énfasis.

142
americanizables, y establece qué faltaba por hacer para conseguir este objetivo. En

el texto, el autor reconoce algunas de las injusticias que el régimen había

cometido en la Isla, y dice entender el disgusto de los puertorriqueños, pero

siempre justifica las accciones del Congreso con relación a la posesión insular,

obtenida por conquista. Se cuestiona, en cambio, la lealtad de los

puertorriqueños hacia Estados Unidos, en particular los que apoyaban al Partido

Federal, que cuestionaron la colonialidad de la ley Foraker.

Wilson vivió en la Isla durante 1900 y 1904 en calidad de alguacil del

Tribunal Federal de San Juan, por lo que se consideraba un testigo de los hechos

que narra. Como narrador se posiciona como un tutor sensible y simpático con el

otro por americanizar. Al igual que muchos de los autores estadounidenses de la

época, Wilson es un entusiasta de la expansión americana, y por lo tanto

aprueba, y colabora con, la presencia de Estados Unidos en Puerto Rico. Mas esta

expansión, que ya no era la que ofrecía tierras para la colonización por su

población blanca, había de tener un propósito muy superior a la mera

adquisición de colonias para la ampliación de los mercados y los inversiones. Es

la expansión prescrita un siglo antes por Thomas Jefferson en su Imperio de

Libertad, con el que bautizara la expansión de la primera república moderna. Se

trataba de la exportación del “legado de la revolución americana: libertad,

democracia y economía de mercado”.19 Es interesante cómo se establece un

vínculo tan poderoso con el liberalismo de fines del siglo XIX y principios del

XX; como si la economía de mercado fuese el prerrequisito para las otras dos,

cuando en realidad la aparición de éstas propicia la tercera. Con estos propósitos

19
Peter S. Onuf, Jefferson’s Empire: The Language of American Nationhood, Charlottesville: University
Press of Virginia, 2000.

143
pretendidamente altruistas, es que Wilson entiende que se debe ejercer la

autoridad estadounidense sobre Puerto Rico. Autoridad que se derivaba de la

superioridad que sentía el americano sobre el isleño, tanto en lo material como en

lo espiritual y moral.20

La historia de la expansión de la civilización occidental narrada por Van

Middledick es una de progreso. Por eso entiende como natural el dominio de las

naciones más poderosas sobre los pueblos más débiles y “atrasados”. Igualmente

natural era la desaparición de los pueblos primitivos como los taínos y caribes o

de tipos sociales como los campesinos puertorriqueños. La de la Isla es la historia

de un lugar abandonado material y moralmente, desprovisto de toda estructura

de civilización, no sólo en su sentido productivo y económico, sino en el civil y

político. A pesar de ello, la considera terreno fértil para la formación y el

desarrollo de una ciudadanía que pueda gobernarse a sí misma.

En esta historia se narra desde el entendido del darwinismo social, según

el cual unos pueblos son más aptos y fuertes que otros, por lo que los más débiles

están destinados a la extinción con el paso del tiempo:

The Carib strongholds were occupied, and by degrees their fierce spirit
was subdued, their war dances relinquished, their war canoes destroyed,
their traditions forgotten, and the bold savages, once the terror of the West
Indian seas, succumbed in their turn to the inexorable law of the survival of the
fittest.21

20
Aníbal J. Aponte señala que: “En su análisis del proceso político boricua, Edward Wilson
intenta codificar las normas esenciales y las precondiciones para el gobierno popular insular
como un mapa de ruta hacia la consecución de una democracia colonial estable y efectiva. La
consecusión de la estabilidad colonial dependerá, según Wilson, del éxito de una empresa de
entrenamiento cívico-cultural y efectiva socialización política del súbdito colonial
complementada por la liberalización de la sociedad política colonial. De aquí que sea necesario
auscultar el discurso político del otro que se ve en la multiplicidad del uno un reflejo de la
construcción de la imagen de la polis colonial”. En “Descompresión y difusión en el desarrollo
político de Puerto Rico por Edward S. Wilson, 1905”, en “We the People”: la representación
americana de los puertorriqueños, 1926, José Anazagasty Rodríguez y Mario R. Cancel, eds.,
Mayagüez: Universidad de Puerto Rico, Recinto Universitario de Mayagüez, 2008, p. 61.
21
Van Middledyck, History of Puerto Rico, p. 85. Mi énfasis.

144
El autor, desde una postura providencialista, adjudica el descubrimiento

español de estas tierras a una recompensa divina por haber detenido la invasión

musulmana de Europa. Cancel lo describe de la siguiente manera:

El lenguaje providencialista típico del cristianismo de la era del [sic] la


caída del Imperio Romano penetra la textualidad de Middledyck: a través
de las citas, a su vez providencialistas, de Abbad en favor de los españoles
en Puerto Rico y las plagas y los huracanes como castigo; también al
sugerir que Dios concediole a España el descrubrimiento de América por
haber detenido el empuje musulmán en Europa.22

Se establece una oposición maniquea entre lo bueno y lo malo: el blanco y

cristiano occidente versus el más oscuro oriental musulmán (o pagano tropical).

Según Cancel, este esquema de oposición binaria fue retomado y resignificado

para elaborar el discurso en el contexto de un combate simbólico entre lo sajón y

lo latino. En ese sentido, Puerto Rico se proyectó como el espacio de lucha entre

dos formas divergentes del cristianismo: “un catolicismo regresivo, endeble y

envejecido, asociado a la Vieja Europa, y un evangelismo progresista, vigoroso y

modernizador, asociado a la pujante América”.23

Una historia tropical

La primera mirada a la Isla siempre es de asombro: “striking and

picturesque”,24 en la que se enfatiza su “exotismo”. En ésta, Van Middledyck,

como otros autores influenciados por el Tropicalismo, destaca la localización

geográfica de Puerto Rico en el Caribe: la Isla “is peculiarly adapted to become

the center of an extensive commerce”.25 Resalta su hermosura exótica, con tierras

fértiles y cosechas abundantes, imágenes que siempre acompañan las

22
Cancel, “Arquitectura historiográfica”, p. 62.
23
Cancel, “Arquitectura historiográfica”, pp. 62-63.
24
Van Middledyck, History of Puerto Rico, p. 186.

145
descripciones del trópico (“the splendid vesture of tropical vegetation”, “majestic

beauty of the palm-trees”, “always verdant and luxuriant”). A pesar de algunas

plagas de mosquitos, ratas y mangostas, Puerto Rico era “one of the healthiest

islands in the West Indies”.26

Las síntesis históricas escritas por Wilson y Van Middledyck sobre Puerto

Rico presentan una visión idílica de la época precolombina. Una tierra

“bendecida”, con clima acogedor y alimentos por doquier, disponibles para sus

habitantes sin necesidad de grandes esfuerzos. Los pobladores originarios, un

pueblo noble y salvaje, vivían felices en su pequeño paraíso. Van Middledyck

cataloga de esta forma a los primeros habitantes del Caribe: los buenos y

sencillos indios de las Bahamas, los belicosos caribes y los más desarrollados

taínos (se refiere a ellos como los Boriquén). Sobre éstos dice:

Their whole appereance betrayed a lazy, indolent habit, and they showed
extreme aversion to labor or fatigue of any kind. They put forth no exertion
save what was necessary to obtain food, and only rose from their
“hamácas” or “jamácas” [sic], or shook of their habitual indolence to play
a game of ball (batey) or attend the dances (areytos) which were
accompanied by rude music and the chanting of whatever happened to
occupy their minds at the time.27

Describe a un pueblo “salvaje”, pero pacífico, que llevaba una solaz vida de

indolencia en la que solo se espabilaban para jugar al batey o bailarse un areyto. Es

interesante que la descripción que hace de los taínos coincida en gran medida

con la que los cronistas estudiados hicieron de los campesinos puertorriqueños.

Del mismo modo, insisten en que en la mayoría de ellos corre sangre boriqueña y

que mantienían el mismo estilo de vida despreocupado. Establece de esa manera

25
Van Middledyck, History of Puerto Rico, p. 185.
26
Van Middledyck, History of Puerto Rico, p. 190.
27
Van Middledyck, History of Puerto Rico, p. 193. Mi énfasis.

146
un vínculo discursivo con las preconcepciones anglosajonas sobre el trópico y sus

habitantes. Los campesinos

are the descendants of the settlers who in the early days of the
colonization of the island spread through the interior, and with the
assistance of an Indian or negro slave or two cleared and cultivated a
piece of land in some isolated locality, where they continued to live from
day to day without troubling themselves about the future or about what
passed in the rest of the universe.28

En esta cita, que parece sacada de la crónica de Fray Iñigo Abbad y Lasierra

durante el siglo XVIII, se establece esta larga y continua relación, y, se resalta el

fracaso de España en su función propagadora de la civilización occidental.29

Sin embargo, esta vida sencilla y bucólica se transformó dramáticamente

cuando “llegó” la civilización a las costas de Borinquen, encarnada la civilización

en los conquistadores españoles, que con sus cruces y espadas la impusieron a

sangre y a fuego. “The white man’s coming was as terrible to them as a visit of an

epidemic” –escribió Wilson. “The cross of Christ had brought them slavery,

cruelty, death”.30 Esta manera de entender la conquista de la América hispana

era común entre los anglosajones, anclada en la leyenda negra, como se referían al

proceso colonial de la región.

Ante el éxito del primer viaje de Colón, comienza la conquista y

colonización del Nuevo Mundo, lo que atrajo a guerreros, curas, aventureros y

nobles cercanos a la familia real como portadores de la civilización occidental.

28
Van Middledyck, History of Puerto Rico, p. 195.
29
Iñigo Abbad y Lasierra, Historia geográfica, civil y natural de la isla de San Juan Bautista de Puerto
Rico, Madrid: Doce Calles, 2011. Abbad resalta a lo largo de su crónica la improductividad de la
colonia debido a la falta de estímulos comerciales y productivos y a la indolencia y vagancia
congénita, proveniente de los taínos, y la desidia propia de los habitantes del trópico. “Es
constante que estos isleños son naturalmente perezosos y que no serán ricos, mientras no sean
más activos e industriosos, pero si se les reconviene con su desidia, responden que les es inútil
trabajar, pues se les pierden los frutos por no tener compradores”. p. 422.

147
Van Middledyck establece así unos oscuros fundamentos donde predominan

atrasados y superados aspectos de la civilización occidental. Una España

retrógrada y monárquica dominada por la milicia, la Iglesia y los privilegios

aristocráticos, envió a Puerto Rico lo peor de la península: “they were mostly

greedy, vicious, ungovernable, and turbulent adventurers”.31 El descrédito de

España como propagadora de la civilización occidental es constante en los

autores anglosajones y sirve para devaluar la moralidad y la capacidad de las

naciones hispanoamericanas, y para presentarse a sí mismos como merecedores

de la misión civilizadora.

Con su insaciable búsqueda de oro y riquezas, los españoles establecieron

las encomiendas, cruel sistema de trabajo forzado impuesto a los aborígenes,

quienes no pudieron con el ímpetu de la insaciable acumulación de capital y

murieron en poco tiempo. En ellas se asignaban cierta cantidad de indios a los

nobles, a los conquistadores y a la Iglesia, y a cambio se les pagaba con ropa por

su labor y se les instruía en la religión católica. Debido a la inestabilidad

administrativa derivada de las luchas de poder en las colonias, los repartimientos

se hicieron y volvieron a hacer, según la conveniencia de la facción que dominara

la pugna. Los continuos repartimientos y el intenso trabajo minero fueron

resistidos por los taínos, primero pasivamente y luego a macanazos bajo el

liderato de “Güaybána II”. Se repiten las “historias” de Guanina enamorada de

Cristóbal de Sotomayor, el ahogamiento de Salcedo y las aventuras del espía

Juan González, así como la sangrienta “pacificación” al estilo Ponce de León y el

30
Edward Wilson, Political Development of Porto Rico, Segunda edición. San Juan: Fundación
Puertorriqueña de las Humanidades/Academica Puertorriqueña de la Historia/Oficina del
Historiador de Puerto Rico/National Endowment for the Humanities, 2005, p. 11. Mi énfasis.
31
Van Middledyck, History of Puerto Rico, p. 5.

148
certero disparo de arcabuz que acabó con la vida del cacique rebelde, que

significó “the death-knell of the whole Boriquén race”.32

Van Middledyck enfatiza en los infructuosos esfuerzos de la Corona

Española por establecer una institucionalidad en la Isla mediante leyes y

ordenanzas que estipularon su occidentalización a través del catolicismo y la

regulación del trabajo. Sin embargo, entiende el autor que fue la incesante

demanda por oro lo que en realidad movía el deseo del rey Fernando y provocó

la miseria de los indios. Describe el interés del rey en la empresa colonial como:

“The curious medley of religion zeal, philanthropy, and gold-hunger”.33 La

institución de los repartimientos fue, a su juicio, “a system which was the

poisoned source of most of the evils that afflicted the Antilles”.34 Describe una

explotación ausentista que no reparaba en que los indios muriesen, pues lo que

se quería era acumular riquezas y regresar a Castilla.

No obstante, considera como inevitable la extinción de los indígenas, al

ser una “consecuencia natural” de su atraso material y cultural.35 Al relatar los

esfuerzos “filantrópicos” de Antonio de Montesinos y Bartolomé de las Casas, así

como las buenas intenciones de los Reyes Católicos en la promulgación de las

inefectivas Leyes de Burgos en favor de los nativos, Van Middledyck busca

validar la superioridad moral y cultural de España. Si bien considera a la cultura

española superior a la de los “Boriquén”, establece de igual modo su incapacidad

para cumplir con la tarea de traer la civilización a esta esquina del mundo.

32
Van Middledyck, History of Puerto Rico, p. 41.
33
Van Middledyck, History of Puerto Rico, p. 52.
34
Van Middledyck, History of Puerto Rico, p. 57.
35
Van Middledyck, History of Puerto Rico, p. 86.

149
La descripción de la violencia de la conquista española es cierta en gran

medida, pero que no difiere del proceso de colonización y conquista de los

ingleses y sus descendientes en la América del Norte. Ambas conquistas, la

sajona como la hispana, se llevaron a cabo con un alto contenido de violencia,

menosprecio por la vida de los aborígenes y propagación de enfermedades

epidémicas o vicios destructivos. Los españoles llegaron cegados por el oro,

establecieron en el Caribe las crueles encomiendas, casi lo mismo que la

esclavitud, pero que reconoció la “humanidad” de los nativoamericanos y su

calidad de “súbditos” de la Corona de Castilla. La crueldad del trato español, el

trauma provocado por la destrucción de su civilización y cultura, más las

enfermedades infecciosas para las que no tenían anticuerpos, diezmaron en poco

tiempo las sociedades caribeñas y abrieron el paso para la conquista de los

imperios azteca e inca. Vinieron con los conquistadores muy pocas mujeres, lo

que propició el intercambio genético entre conquistadores europeos, indígenas

conquistados y africanos esclavizados en una sociedad dividida por castas y

categorías “raciales”.

Mientras que la colonización inglesa de la América del Norte –frontera de

exclusión– vino acompañada de una masiva inmigración compuesta

mayormente por familias que salieron en busca de una mayor libertad religiosa y

oportunidades económicas. Esto propició que la integración entre europeos y

nativos fuera muy limitada. Dentro de la visión inglesa, las tierras que fueran

productivas (en el sentido que ellos entendían la productividad) podían ser

expropiadas por un “bien mayor”. A partir de la Revolución americana, se les

“dio” a los nativoamericanos la oportunidad de abandonar sus costumbres

ancestrales e integrarse a la sedentaria sociedad agrícola anglosajona o continuar

150
con su nomadismo cazador y perecer al margen de la civilización. Hay que

llamar la atención al caso de los cheroquis, que a pesar de “occidentalizarse”, es

decir, volverse agricultores sedentarios, desarrollar un alfabeto para escribir su

idioma, establecer un Estado y redactar una constitución, fueron expulsados de

su territorio para dar paso a la civilización americana.36

Van Middledyck describe el transcurso histórico de la Isla durante las

primeras décadas de la conquista como una serie de calamidades: epidemias,

plagas, huracanes y continuas incursiones de los caribes –en alianza con los

borinqueños–, cuyos ataques no menguaron hasta que ingleses y franceses

poblaron sus islas durante el siglo XVII. Durante esos siglos, España estuvo en

guerra contra casi todas las naciones europeas, lo que aumentó los ataques de los

corsarios, y abonó al despoblamiento y a la falta de estabilidad necesaria para el

desarrollo de la producción para sustentar la colonia borincana. Los constantes

ataques periferales de los franceses provocaron la fortificación de la capital de

Puerto Rico, justo a tiempo para repeler los subsiguientes ataques ingleses. Así

resistieron con algo de gallardía y mucho de suerte los infructuosos ataques de

finales del siglo XVI.

En este clima de inestabilidad se dearrollaron infructuosos intentos para

organizar un sistema de gobierno que propiciase la producción isleña, aunque

predominó la inestabilidad y la precariedad durante todo el siglo XVI. El primer

siglo español en la isla de San Juan fue un fracaso, pues transcurrió sin comercio,

ni educación, ni carreteras:

All that the efforts of the king and his governors had been able to make of
it was a penal settlement, a presidio with a population of about 400

36
John Mack Faragher, et.al., Out of Many Voices: A History of the American People, Fifth Edition.
Upper Saddle River, NJ: Pearson Prentice Hall, 2006, p. 313-315.

151
inhabitants, white, black, and mongrel. … there was no commerce. There
were no roads. The people, morally, mentally, and materially poor, were
steeped in ignorance and vice. Education was none.37

Este abandono de España hacia su colonia es evidencia de su incapacidad para

cumplir su misión civilizadora, lo que a juicio del autor, la inhabilitaba para

continuar con su tarea. Al devaluarla como poder imperial, justifica entonces la

intervención norteamericana.

Con todo, este autor destaca la lealtad de los isleños, patente durante los

ataques enemigos, sobre todo durante el de Sir Ralph Abercrombie a finales del

siglo XVIII. Tras la exitosa defensa, la Isla obtiene la designación de la “más leal”

en su escudo de armas. Del mismo modo, durante las guerras de independencia

hispanoamericanas, los isleños ignoraron la invitación de los independentistas

suramericanos para unirse a ellos. La insistencia de los autores estadounidenses

en destacar la lealtad de los puertorriqueños hacia España, describe a un pueblo

fiel a su poder imperial; de igual modo, se dramatiza que ese pueblo no haya

resistido la invasión del 98, puesto que la civilización estadounidense es “mejor”.

Según The History of Puerto Rico, en el siglo XIX, no pasó de ser a “a fit

place of banishment for the malefactors of the mother country”. La agricultura no

se desarrolló puesto que sus habitantes “led a pastoral life, cultivating food

barely sufficient for their support, because there was no stimulus to exertion”.38

En este precario estado de primitivismo, el gobierno español resultó ser un

obstáculo para el desarrollo de la Isla que subsistía sin industria ni comercio.

Como es sabido, ambas son concepciones imprescindibles para la civilización

occidental, que tanto privilegian los cronistas de la americanización.

37
Van Middledyck, History of Puerto Rico, p. 122.
38
Van Middledyck, History of Puerto Rico, p. 146.

152
Before the first quarter of the century had passed all the continental
colonies had broken the bonds that united them to the mother country,
and before the twentieth century the last vestiges of the most extensive
and the richest colonial empire ever possessed by any nation refused
further allegiance, as the logical result of four centuries of political,
religious, and financial myopia.39

Desde esta perspectiva de evolución y progreso como lógica del devenir

histórico, si bien el fracaso de España no la llevó a la extinción, sí fue obligada a

ocupar un lugar secundario en el escenario internacional. En palabras de Cancel:

El procedimiento discursivo de Middledyck demuestra que el autor


presume que, desmereciendo a España, Estados Unidos gana
merecimientos. El corolario de aquel sistema discursivo culmina con la
identificación del progreso con la derrota definitiva del neomercantilismo
hispano y el logro del mercado libre pleno bajo el dominio
estadounidense.40

Van Middledyick resalta las acciones del intendente Ramírez como uno de

los intentos de establecer una institucionalidad y una desenvoltura económica

para la colonia. Con la Cédula de Gracias se atrajeron extranjeros con capital,

conocimiento de la agricultura comercial y esclavos. El autor identifica “the

aristocracy of today” como los descendientes de los extranjeros que llegaron

estimulados con la Cédula.41 Este punto es importante pues esa “aristocracia” era

constantemente señalada como un elemento empecinado en conservar sus

costumbres “hispanas”, resistente a la americanización. Ésta, como veremos más

adelante, es identificada por Wilson como enemiga del progreso debido a su

apego a las tradiciones españolas. José Luis González parte de la misma premisa

39
Van Middledyck, History of Puerto Rico, p. 145.
40
Cancel, “Arquitectura historiográfica”, p. 62. De igual modo se expresa José Anazagasty con
relación al texto de Wilson: “España era la única responsable de la condición moral e intelectual
de los puertos y Wilson no perdía oportunidades para dejarlo saber, devaluando con insistencia a
los españoles”. José Anazagasty Rodríguez, “’Discordancia al unísono’ en un texto simbólico:
hibridación en Political Development of Porto Rico de Edward S. Wilson”, en Porto Rico: hecho en
Estados Unidos, p. 129.
41
Van Middledyck, History of Puerto Rico, p. 159.

153
cuando crítica la idea de que la cultura hacendada del siglo XIX sea el

fundamento de la identidad puertorriqueña.42

En el ámbito político en el siglo XIX en Puerto Rico, Van Middledyck

establece la difícil lucha de las progresistas ideas liberales en desarrollarse en la

isla caribeña. La retrógrada y corrupta España gobernaba la Isla bajo el precepto

de “baile, botella y berijo [sic]”. Describe un pobre desarrollo en la vida política

puertorriqueña durante la segunda mitad del siglo y, en una narrativa muy

suscinta, narra cómo unos pocos reformistas liberales fueron sometidos a los

desmanes dictatoriales de los gobernadores generales.

En el vigésimosexto capítulo, titulado “Dawn of Freedom”, Van

Middledyck narra los eventos que llevaron a la proclama de la Carta

Autonómica, reforma que llegó muy tarde a ofrecer muy poco. Para el autor, la

concesión de la autonomía:

mocked the people’s legitimate aspiration, destroyed their confidence in


the promises of the home Government, and made the people of Puerto Rico
look upon the American soldiers, when they landed, not as men in search of
conquest and spoliation, but as the representatives of a nation enjoying a full
measure of the liberties and privileges, for a moderate share of which they had
vainly petitioned the mother country through long years of unquestioning
loyalty.43

De esta manera se establece la rutpura de los puertorriqueños con su “madre

patria” y funda el vínculo directo de éstos con Estados Unidos para

cumplimentar sus “aspiraciones legítimas” de disfrutar de las “libertades y

privilegios” de gobernarse a sí mismos. De igual modo, enfatiza en la

superioridad moral de Estados Unidos sobre la vieja y corrupta España, y

justifica de paso la anexión de la Isla. Resulta interesante que este autor catalogue

42
José Luis González, “El país de cuatro pisos” en El país de cuatro pisos y otros ensayos, Río
Piedras: Ediciones Huracán , 1980.

154
la Carta Autonómica como una burla para los puertorriqueños, cuando ésta

resultará, en la narrativa tradicional de la identidad puertorriqueña, lo “perdido”

con el cambio de soberanía, en cuya ausencia descansa el mentado trauma del 98.

Según Middledyck, comienza entonces, una nueva historia para los

puertorriqueños, en la que una verdadera civilización les fue ofrecida, y el

camino hacia el progreso era certero. Ahora quedó de ellos aprovecharla; del

mismo modo se plantea la responsabilidad de los estadounidenses, portadores

de esta civilización, en cumplir la misión sagrada de redimir a los nativos de sus

recién adquiridas islas. Esto se lograría a través de la americanización. Para ello

era necesario conocer mejor a los puertorriqueños y es lo que tratan de hacer

ambos autores con la redacción de los textos aquí estudiados.

Los puertorriqueños y su americanización

El principal objetivo de la redención americana en Puerto Rico, según

ambos libros, eran los jíbaros, representados en un estado cuasiprimitivo, con

escasas ropas, analfabetos, ignorantes y hospitalarios, pero sin remordimientos si

robaban o engañaban. Se destaca la “blancura” de la mayoría de ellos, aunque se

admite que también hay “Mestizoes, mulattos, and negroes”, mas Van

Middledyck reconoce sin ambages: “we are here concerned with the jíbaro of

European descent only, whose redemption from degraded condition of existence it

is to the country’s interest should be specially attended to”.44 Físicamente, los

describe como delgados pero bien formados y de constitución delicada,

“taciturn, and of a sickly aspect”. Los más robustos y saludables los catataloga de

“pure Spanish descent”, pero no eran esos la regla. Su estado enfermizo lo

43
Van Middledyck, History of Puerto Rico, p. 182. Mi énfasis.

155
atribuye a la falta de higiene y a la exigua dieta de tubérculos y pescado salado,

por lo que “the individuals of the white race is loss of muscular energy and a

consequent craving for stimulants”.45 A pesar de ello y de su reputación de vago,

el jíbaro “will work ten or eleven hours a day if fairly remunerated”.46

Van Middledyck confiaba en que el proceso americanizador, desatado a

partir de la relación con Estados Unidos, educaría a los semibárbaros jíbaros y los

convertiría en ciudadanos preparados para disfrutar de los beneficios de la

civilización occidental. Por eso afirma con optimismo:

in ten years the Puerto Rican jíbaro will have disappeared, and in his place
there will be an industrious, well-behaved, and no longer illiterate class of
field laborers, with a nobler conception of happines than that to which
they have aspired for many generations.47

Demuestra confianza en el éxito de su misión y en la desaparición de este

personaje social, pues ya no existirían las condiciones que lo mantenían en tan

precaria situación. Profetizaba que la misión redentora se cumpliría en una sola

década.

Es en la cuestión racial donde los estadounidenses identificaron los

mayores problemas. La presencia de descendientes de africanos era un mal

agravado por la mezcla racial. Sobre todo porque los primeros inmigrantes

“blancos” españoles fueron soldados, marineros, monjes y aventureros que, al no

traer familia, se mezclaron sin reparos con indias y africanas esclavizadas. Estos

europeos eran “but little superior to that of the aboriginals themselves”.48 El

autor plantea una visión negativa de la mezcla racial:

44
Van Middledyck, History of Puerto Rico, p. 196. Mi énfasis.
45
Van Middledyck, History of Puerto Rico, p. 197.
46
Van Middledyck, History of Puerto Rico, p. 198.
47
Van Middledyck, History of Puerto Rico, p. 200.
48
Van Middledyck, History of Puerto Rico, p. 202.

156
The result of the union of two physically, ethically, and intellectually
widely differing races is not the transmission to the progeny of any or all
of the superior qualities of the progenitor, but rather his own moral
degradation. The mestizos of Spanish America, the Eurasians of the East
Indies, the mulattoes of Africa are moral, as well as physical hybrids in whose
character, as a rule, the worst qualities of the two races from which they spring
predominate. It is only in subsequent generations, after oft-repeated
crossings and recrossings, that atavism takes place, or that the fusion of
the two races is finally consummated through the preponderance of the
physiological attributes of the ancestor of superior race.49

Así como las “razas” no blancas eran “naturalmente” inferiores a ésta, la mezcla

entre ellas era perniciosa para ambas, pues el resultado era un híbrido

moralmente defectuoso desde su concepción. Como la mezcla racial se dio con

los españoles condenados a los calabozos del Morro, gente de la peor calaña, esto

no “ayudó” a mejorar a los negros, si no que se compartieron las peores

características de las “razas” originales.

El asunto racial para Wilson pone en entredicho la occidentalidad de

España, a la que ni siquiera la considera latina. En la Península Ibérica convivió

una amalgama de pueblos oriundos de ambos lados del Mediterráneo, un disímil

y curioso catálogo de “civilizaciones” y “razas” que coincidieron en lo que

resultaría ser el español:

The Spanish was a composite people — Celtic and Iberian, (Afro-Semite)


— modified by Goth, Carthagenian, Roman, Moor, Phoenician and Frank.
And these various peoples brought racial characteristics so incoherent that
wars between them were incessant.50

Adjudica que la sangrienta historia de España fue producto de su particular

mezcla de elementos raciales y étnicos, algunos europeos, como los godos,

romanos y francos, pero también otros más oscuros, como los cartagineses, iberos

y moros. Esta “incoherente” combinación de elementos raciales era la causa de la

49
Van Middledyck, History of Puerto Rico, p. 201. Mi énfasis.
50
Wilson, Political Development, p. 128. Mi énfasis.

157
dudosa occidentalidad de España. Tara civilizatoria retransmitida a los pueblos,

contradictoriamente para él, latinoamericanos. De esa triste manera, quedó

bautizada la Isla para el mundo cristiano y occidental, defectuosa o corrompida

desde su origen.

Wilson, como otros autores estadounidenses, era incapaz de comprender

los conceptos de raza en la sociedad isleña. Por lo tanto, no es de extrañar que

reseñe con escepticismo las estadísticas sobre la “raza” de los puertorriqueños:

The whites are pure Caucasian or Caucasian more or less mixed with
Indian blood. The mulattoes are the mixed races of Caucasian, Indian and
African in various degrees of the latter, and often hardly distinguishiable
from the white race. The blacks are the negroes descended from the slaves
brought from Africa. In respect of race, Porto Rico is the whitest isle in the
West Indies.51

Es constante en los escritores americanos aquí estudiados la dificultad para

clasificar a los puertorriqueños en términos raciales. Los blancos casi no lo eran,

y la mayoría de los mulatos “apenas podían distinguirse”. El puertorriqueño era

para el americano –en términos raciales–, algo indefinible, pero que podía parecer

blanco. Al mismo tiempo, era importante destacar a Puerto Rico como “la más

blanca” de las islas del Caribe, pues ello constituía un elemento a favor de la

conversión de los puertorriqueños al nuevo credo de la americanización.

Sin embargo, el texto se dice y se contradice, pues como vimos antes,

Wilson cuestionó la occidentalidad –que es casi como decir, la blancura– de los

españoles. No tan sólo eso, sino que se muestra pesimista en que esa índole

pueda ser transformada con facilidad: “The Latin-Indian flavor will outlast

centuries. It is in the air; it is part of the sunbeams”.52

51
Wilson, Political Development, p. 129-130. Mi énfasis.
52
Wilson, Political Development, p. 127. Mi énfasis.

158
La precaria condición moral de los isleños derivaba de dos fuentes: de los

perniciosos efectos de la mezcla racial y de la mala influencia del medioambiente

propio de un fuerte militar. Debido al continuo e intenso mestizaje, se resaltaban

las peores “cualidades” de cada “raza,” que se desarrollaron en un ambiente de

soldados y delincuentes. “It was late in the island’s history before the influx of

respectable foreigners and their families began to diffuse a higher ethical tone

among the creoles of the better class”.53 Y esa resulta ser la misma “clase” que se

opone a la americanización y es catalogadas como “Spanish”.

Por otro lado, la esclavitud africana es referida en un relato suscinto de las

leyes que regularon el tráfico y la institución esclavista. Es decir, que los

descendientes de los africanos esclavizados en la Isla no son discutidos como

“Gente”, si no como parte de las “Instituciones” que conformaron al

puertorriqueño. En este relato, la africanidad de los isleños es prácticamente

borrada y aparece como elemento devaluador de su moralidad. Cuando Van

Middledyck habla de la relación entre las “razas,” lo hace en el contexto de la

Revolución haitiana y la guerra de exterminio que siempre temieron los blancos

que los sclavos tramaban contra ellos.

De igual modo, la influencia de España en el desarrollo político de la Isla

fue perniciosa, puesto que los fundamentos de la civilización occidental se

cimentaron en una civilización pervertida: “this beautiful island of untold

possibilities began its new career under the tutelage of Spain, whose ideas of

civilization were so blighted by rapacity and murder, that whoever came under

its sway felt the hand of ruthless tyranny”.54 Mas, a pesar de ese legado de

53
Van Middledyck, History of Puerto Rico, p. 202.
54
Wilson, Political Development, pp. 11-12. Mi énfasis.

159
desolación intelectual y moral derivado de la negligencia y la corrupción

española, opina que los puertorriqueños “are not savages or barbarians”; si no

pueden comportarse responsablemente en una sociedad, es porque “the

government taught them to cheat and steal, for that is what authority, from

Governor General down, had been doing for centuries”.55 La descripción de los

puertorriqueños que desarrolla Wilson en su libro apunta a una especie de

defecto congénito, una falla casi insondeable en sus capacidades sociales y

morales. Para el autor era necesaria una verdadera transformación, un “renacer”,

como si de un bautizo se tratara, y la aceptación de una nueva fe que los

encaminase a los puertorriqueños a la civilización.

Así se presenta un discurso totalizador mediante la narración del drama

trágico de una tierra abandonada por el dios-progreso, relegada en la atención de

su “madre patria”, y dejada a su suerte entre corsarios, caribes y huracanes. Un

“largo camino repleto de sinuosidades al cabo del cual brillaría la esperanza es

patente. El asunto es que ese cabo resultaba ser el paisaje del 1898”.56 Con este

análisis, Van Middledyck prepara el terreno para la justificación de la misión

americanizadora. Establece la necesidad de los puertorriqueños de recibir ese

estímulo transformador. Hace énfasis en el carácter defectuoso del

puertorriqueño como descendiente de español y producto de la mezcla racial con

la inferior e inmoral “raza” africana. Queda planteado entonces un orígen difícil

de superar.

En Political Development, Wilson describe a los puertorriqueños como un

pueblo sentimental que actuaba influenciado por sus emociones. Eso explica,

55
Wilson, Political Development, p. 133.
56
Cancel, “Arquitectura historiográfica”, p. 58.

160
para él, las apasionadas, a veces sangrientas, campañas políticas de la Isla. Los

puertorriqueños, señala, no son capaces de argumentar “from a scientific fact or a

moral principle, but from some circumstance that has caught his fancy or

aroused his prejudice”.57 Presenta a unos habitantes inmaduros, que por su

ignorancia y falta de educación pueden tomar decisiones equivocadas y dañinas

para sí mismos. Advierte al lector que este fallido temperamento isleño no es sólo

una “curiosidad psicológica” si no el “síntoma de su estatus moral”. Y recuerda

que Puerto Rico “has been very unfortunate in its training” al acceder a la

civilización occidental en la corrupta versión de la aristocrática y atrasada

España.58

Sin embargo, advierte el alguacil federal, que su triste descripción busca

despertar “more of sympathy than blame” hacia los puertorriqueños, y destaca

que lo hace para señalar “a path of duty” para lo que considera que era la misión

civilizadora de la “Gran República”.59 Esta importante tarea conllevaba un

proceso que culminaría con la redención del puertorriqueño, que tendría que

renacer a través de la americanización y así revertir su simiente corrompida por la

mala índole española.

Still it was a problem abounding in risks. It is one thing to draft a formula of


rights and duties and quite another thing to make it fit the dispositions and
aspirations of a people. The lesson that Spain has left cannot be illustrated by
Anglo-Saxons models. The ideals bubbling from wretched experience under
absolutism were false guides to those who wished to establish a system of
tranquility and order.60

No se trataba solo de establecer un sistema de derechos y deberes, porque los

puertorriqueños no estaban listos para asumirlos. Primero habría que revertir lo

57
Wilson, Political Development, p. 130.
58
Wilson, Political Development, p. 131.
59
Wilson, Political Development, p. 133.

161
que la cultura española legó al puertorriqueño porque no le permitía “aspirar” ni

“estar dispuesto” a las formas verdaderas o, en todo caso, americanas.

Wilson confía en la capacidad de las instituciones americanas, y de las

personas escogidas para dirigirlas, para transformar al puertorriqueño. Para ello

eran necesarios hombres especiales capaces de enseñar y transmitir los valores

americanos. En su discurso colonial sobre Puerto Rico, se aleja de la vanguardia

capitalista al destacar que, para cumplir con esta misión, no se bastaba con

establecer una lucrativa empresa:

It requires more than men of mere business ability to direct the transition
of a people from an oppressive monarchical regime to the broad planes of real
American life. A man must show somewhat, in his own words and deeds,
the high character of his mission. He should be more than a specialist; he
should have more than a certain quality in harmony with the enviroment.
He should be, above all things, a man of positive character, of high
purpose, of courage, of intelligence, a friend of the poor, a despiser of
gewgaws, and a lover of truth and righteousness. The foremost duty of a
North American office-holder in this island is to assist in uplifting the
common masses. Official duty here is more than a business; it is a mission.61

Invoca la ética que debía predominar en el “agente americanizador”, una rectitud

moral que estaba más cerca de la de un evangelizador o misionero que de la de

un burócrata en la administración colonial o un inversionista.62 Para estos

“misioneros”, no se trataba sólo de administrar los intereses de la metrópoli en

un puesto lejano en la nueva frontera americana, sino de transformar los

espíritus de sus habitantes y entrenarlos física, intelectual y espiritualmente para

convertirlos en americanos.

60
Wilson, Political Development, p. 78. Mi énfasis.
61
Wilson, Political Development, pp. 88-89. Mi énfasis. De igual modo, podemos pensar que, siendo
él mismo un funcionario colonial, es la manera en que percibía su propio desempeño.
62
Sobre el “agente americanizador”: José Anazagasty Rodríguez y Mario Cancel, editores, “We
the People”: la representación americana de los puertorriqueños, 1898-1926.

162
Wilson advierte que para Estados Unidos era importante desempeñar bien

esta tarea, porque estaba en juego su posición moral ante el mundo. Era

necesario demostrar que no eran un imperio cualquiera, sino el imperio de la

libertad, como resonancia del mencionado discurso de Jefferson y su visión del

inicial expansionismo americano:

It will be serious business for the Republic to incorporate a people forever


excluded by racial or climatic conditions from full participation in the duties of
government. If that is the program, how can we answer the charge of
imperialism? How can we escape the consequences of a high pretension to
which we have been unfaithful? How can we justify our claim to the grand
mission of establishing justice and equal right wherever our flag floats?63

En esta cita se hace patente el dilema imperial de Estados Unidos (aunque, en

este caso, desde una posición más política que historiográfica). Se plantean dos

dificultades para lograr la participación completa de los puertorriqueños en sus

deberes de gobierno. Por un lado, la visión racista y el determinismo geográfico,

constituyeron factores que podían “excluir para siempre” una participación

completa en el gobierno. Es decir, los puertorriqueños, por ser descendientes de

la “incoherente” mezcla española, y, peor aún, mezclados con indios y negros,

cocinados en las altas temperaturas del Caribe tropical, eran un “asunto serio”

para Estados Unidos y sus expectativas de americanización de la Isla. También se

percibe la influencia de las ideas del progresivismo estadounidense al plantear la

contradicción del credo democrático de la República y la ostención de colonias.

Se presenta entonces otra gran dificultad al proceso civilizador: el clima

tropical. Aquí vemos reflejado una creencia generalizada en la época en

Occidente sobre los peligros del trópico. Wilson advierte que será una tarea

difícil de lograr debido a que se trataba de una civilización “of one climate

63
Wilson, Political Development, p. 147. Mi énfasis.

163
directing that of another”, de “two people that are unlike”. Es establecida así una

otredad climatológica y geográfica que, además de las dificultades propias de la

misión ya mencionada, conllevaba un peligro:

The continentals who come to Porto Rico to Americanize the island will
after a few years, more closely conform to the Porto Rican civilization than
the insular will to the continental, the danger being that the worst features
will be absorbed in either case.64

Así el Caribe tropical también implicaba el peligro de la contaminación de sus

ciudadanos –aquellos “misioneros” dispuestos a cumplir con el apostolado de la

americanización–; era un lugar donde resaltaban las “peores características de

ambos casos”. En ese sentido, el trópico es visto como un lugar salvaje necesario

de conquistar y domesticar para el servicio de la civilización, conquista que se

debía realizar en el ámbito nivel productivo (la extensión del capital y de los

mercados), el ideológico (la americanización de los habitantes) y el científico (la

medicina tropical). En un nivel narrativo, además, expone una dimensión heroica

del ejercicio imperial, que cumple su difícil misión en peligrosas situaciones.

Más aun, la mezcla racial y el clima tropical produjeron una “raza”

incapaz de mantener una “república real”, debido a que era:

contentious, inconstant, wayward, and when disappointed, spitefully


protest against majority rule. Besides, republics do not thrive in the tropics.
There is something in the sun that neutralizes the self-governing instinct of the
people. There is something in the phyisical conditions of the tropics that
does not contribute to the formation of strong, well-poised character, and
the fact makes a republic difficult if not impossible.65

Es reveladora la concordancia entre grupos antagónicos en la sociedad

colonial puertorriqueña, como fueron los funcionarios coloniales

estadounidenses y la élite criolla, con relación a la situación precaria de los

64
Wilson, Political Development, p. 127. Mi énfasis.
65
Wilson, Political Development, p. 146. Mi énfasis.

164
jíbaros y la necesidad de atenderla. Son evidentes, por otro lado, la similitudes en

la visión de los campesinos puertorriqueños entre el historiador estadounidense,

el intelectual criollo Salvador Brau66 y el cura español Iñigo Abbad y Lasierra67 en

cuanto a su improductividad, malas condiciones higiénicas e ignorancia. Aquí,

por lo tanto, no se trata de una perspectiva “nacional” o “étnica,” sino que la

similitud de su mirada radica en su lugar social o de clase. Cancel apunta que la

crítica de Van Middledyck a las costumbres del “pueblo”, como el güiro y las

canciones populares, se parece a las que hiciera la clase letrada criolla del siglo

XIX, como lo hizo Manuel Alonso en El gíbaro.68

Asimilación benévola y otros cuentos tropicales

Sin embargo, la postura de Wilson con respecto a la raza es contradictoria,

cuando plantea como estrategia de americanización la asimilación benévola. Para

ello afirma entonces que la mezcla de razas es positiva, y se plantea una posible

hibridación de caracteres culturales:

The blendings of bloods is said to be one of the secrets of American progress and
power. The artic intellect and the tropical soul might improve in each’s
company. There is room for improvement. … The tropics is the region of
emotion. Every man there is an orator or a poet. They talk little in the
tropics; they acclaim.69

Mas esta postura del autor hay que mirarla con sospecha, puesto que el resto del

texto se desprenden las concepciones racialistas características de la época. En el

contexto de la asimilación benévola se presenta una visión romántica de la “mezcla

de sangres” como un ingrediente del “progreso y el poder de Estados Unidos”.

66
Salvador Brau, Ensayos: (disquisiciones sociológicas), Río Piedras: Editorial Edil, 1972.
67
Iñigo Abbad y Lasierra, Historia geográfica, civil y natural de la isla San Juan Bautista de Puerto Rico.
(Nueva edición, anotada en la parte histórica y continuada en la estadística y económica por José
Julián Acosta y Calbo), s.l.: Ediciones DOCE CALLES /Historiador Oficial de Puerto Rico, s.f.
68
Cancel, “Arquitectura historiográfica”, p. 57.

165
El autor se refiere al contexto estadounidense, donde se dio la americanización

entre los inmigrantes ingleses, alemanes, noruegos y escoceses, y aquellos que,

preferiblemente, profesaban el cristianismo protestante. Hay que recordar que

Wilson advirtió de que no todas las mezclas raciales daban buenos resultados,

pues España resultó ser una “civilización incongruente”,70 que vino

posteriormente a mezclarse con indios y negros.

El concepto de asimiliación benévola se desprende de una proclama que

firmara el presidente William McKinley para intentar calmar las suspicacias de

los filipinos con relación a las intenciones de los estadounidenses en el

archipiélago del Pacífico. La proclama establecía que la presencia estadounidense

en Filipinas era “not as invaders or conquerors, but as friends”. Sin embargo,

reafirmaba el “legítimo poder” de Estados Unidos sobre esas islas, que se trataría

con justicia a quienes aceptaran dicho poder y que quienes colaboraran serían

recompensados; quienes se opusieran, serían enjuiciados según las necesarias

leyes establecidas por el Gobierno militar.71

Wilson no define mucho a lo que se refiere, aunque en algún momento

dice: “So when we speack of a benevolent assimilation we mean a mutual

assimilation”.72 José Anazagasty Rodríguez en su ensayo “‘Discordancia al

unísono’ en un texto simbólico: hibridación en Political Development of Porto Rico

69
Wilson, Political Development, p. 128. Mi énfasis.
70
Wilson, Political Development, p. 129.
71
“Finally, it should be the earnest wish and paramount aim of the military administration to win
the confidence, respect, and affection of the inhabitants of the Philippines by assuring them in
every possible way that full measure of individual rights and liberties which is the heritage of
free peoples, and by proving to them that the mission of the United States is one of
BENEVOLENT ASSIMILATION substituting the mild sway of justice and right for arbitrary rule.
In the fulfillment of this high mission, supporting the temperate administration of affairs for the
greatest good of the governed, there must be sedulously maintained the strong arm of authority,
to repress disturbance and to overcome all obstacles to the bestowal of the blessings of good and

166
(1905) de Edward S. Wilson”, lo entiende como un proyecto de asimilación

racial.73 Sin embargo, no me parece congruente esa postura, pues la sociedad

americana en plena segregación racial no contemplaba la posibilidad de una

amalgamación racial que no fuese entre anglosajones. En la jerarquía racial

estadounidense, cada “raza” debía permanecer en su lugar, y lo mejor para todos

era mantenerse así, pues los mestizos y mulatos eran vistos como seres

confundidos y ambivalentes entre dos esencias. Me parece que el argumento de

“asimilación mutua” es sólo un recurso retórico, pues ¿cómo unos seres

primitivos iban a enseñarle algo al americano, que precisamente justificaba su

ejercicio colonial con la creencia de la superioridad de su civilización?

Opino que para Wilson asimilación benévola fue la metáfora usada en el

discurso colonial norteamericano para darle una implementación “amable” a un

régimen colonial que tomaría en consideración al otro, pues estaba guiada por

sacramentales fundamentos liberales de respeto al individuo y la propiedad

privada. Esa era una estrategia implicada en el concepto de anti-conquista

desarrollado por Mary Louis Pratt y discutido en el capítulo 1. De esa manera

considerada y respetuosa,

should sway in the effort to introduce American ideas and methods in our
new possessions. Here is a system of habit, thought and purpose suddenly
called to supervise the evolution of a social, political and industrial life, that
was fixed centuries before the former appeared.74

Es la idea predominante entre los estudiosos estadounidense del

“excepcionalismo americano” que hasta su imperio es mejor y que está guiado

stable government upon the people of the Philippine Islands under the free flag of the United
States”. En http://www.msc.edu.ph/centennial/benevolent.html.
72
Wilson, Political Development, pp. 127-128. Mi énfasis.
73
José Anazagasty Rodríguez, “ ‘Discordancia al unísono’ en un texto simbólico: hibridación en
Political Development of Porto Rico (1905) de Edward S. Wilson” en Hecho en Porto Rico, pp. 119-139.

167
por valores superiores a los demás. Es un recordatorio del alguacil federal a

quienes vinieran a implantar la política en la Isla, que andasen con cautela y

fuesen pacientes, pues se trataba de transformar y cambiar de rumbo un proceso

de evolución social, político y productivo arraigado por el uso y la costumbre de

más de cuatro siglos de colonialismo español.

La política puertorriqueña según Edward Wilson

Como sugiere el título de su obra, Wilson se centra en examinar la

evolución política de Puerto Rico, sobre todo bajo el régimen americano. Para él,

la discusión de la ley Foraker fue importante pues, al organizar el gobierno civil

y colonial, fue el primer y decidido esfuerzo de americanización en Puerto Rico.

Hay que recordar que ésta se fundamenta en tres pilares: la inversión de capital,

la educación pública y el gobierno colonial como escuela de gobierno propio.

Según la describe Wilson, la ley Foraker era, a pesar de sus evidentes fallas

constitucionales, “a wise regulation for the introduction of a conquered province

into the American system”. Confiaba en que bajo su organización constitucional,

los puertorriqueños aprenderían a gobernarse y, eventualmente, se integraría al

sistema político estadounidense. Argumenta que lo más importante que esta ley

hizo para los puertorriqueños fue remover la inequidad entre los miembros de la

sociedad, imperante durante el régimen español. Es importante destacar que éste

fue uno de los beneficios destacados por el presidente McKinley en la proclama

de la “Asimilación benévola” al pueblo filipino. El alguacil federal lamenta que, a

pesar de ello, “this great advance did not long maintain the attention or secure

74
Wilson, Political Development, p. 127. Mi énfasis.

168
the admiration of the Porto Ricans”.75 Ésta ha de ser la queja principal de Wilson

hacia los puertorriqueños; desde su perspectiva, éstos no demostraban suficiente

gratitud hacia los americanos.

Reconoce, sin embargo, que la ley Foraker no era suficientemente

democrática: “The Porto Ricans has many rights and privileges, but they are half-

way concessions. He is not a citizen. He cannot become a citizen. … He is an alien in

the home of his birth”.76 En cuestiones de ciudadanía, los puertorriqueños

quedaron con una limitada categoría sólo reconocida en la Isla. La clase política

local también cuestionó la ley porque no proveía un sistema de gobierno

republicano –al consolidar a los secretarios del Ejecutivo con la Cámara Alta del

Legislativo– y por limitar la participación de los puertorriqueños en el gobierno,

que quedó bajo la vigilancia de los oficiales coloniales y a merced del veto

metropolitano. ¿Cómo se supone, se preguntaban, que esta ley les enseñara a

gobernarse?77

El propio autor reconoce esas críticas como “naturales” y hasta

entendibles, y las considera como un elemento desmoralizador para los

puertorriqueños. Incluso reconoce que esta ley incumplía los nobles propósitos

de Estados Unidos en su misión civiliadora. A pesar de todo ello, se muestra

conforme con la decisión del Congreso.

75
Wilson, Political Development, p. 85. Mi énfasis.
76
Wilson, Political Development, p. 148. Mi énfasis.
77
Wilson, Political Development, p. 86. También se quejaron de que la mayoría de los puestos de
importancia dentro del gobierno eran ocupados por continentales que no sentían amor por la Isla,
ni tributaban localmente para beneficio de su erario. Carmen I. Raffucci de García, El gobierno civil
y la ley Foraker: antecedentes históricos, Río Piedras: Editorial Universitaria, 1981; María Dolores
Luque de Sánchez, La ocupación norteamericana y la ley Foraker: la opinión pública puertorriqueña
(1898-1904), Río Piedras: Editorial Universitaria, 1980; y Lyman Gould, La ley Foraker: raíces de la
política colonial de Estados Unidos, traducción de Jorge Luis Morales. Río Piedras: Editorial
Universitaria, 1975.

169
It contains in its very structure the elements of dissolution, especially if it
is to exist under the flag of the United States which stands for a wholly
different idea, and teaches men a loftier principle. Still, Congress thought it
best to start with merely a probatory state of government, and permit the
conditions existing in the island to direct its evolution.78

Insiste en que los puertorriqueños debían resignarse con las acciones de Estados

Unidos, pues confiaba en que todas redundarían en su beneficio. Se trataba, por

lo tanto, de un acto de fe: los puertorriqueños tenían que aceptar el tutelaje

americano sin cuestionamientos. Es la aceptación de la superioridad del

continental anglosajón sobre el isleño tropical de extracción hispana –mezclado

racialmente– como el primer paso para la transformación de su condición

inferior y poder evolucionar en la escala civilizatoria. Sin embargo, esta

posibilidad parecía estar condicionada a cómo “evolucionen las condiciones en la

Isla”, como quien dice, si se lo merecen.

Wilson destaca que la ley Foraker será objeto de presión constante contra

la administración, en particular por parte de la Unión de Puerto Rico, que

además resentía el control de los continentales en el Consejo Ejecutivo y en las

oficinas de gobierno más importantes. Para él, ésta molestia era “quite natural”.79

No obstante, reprocha la actitud de los puertorriqueños.

Although the Foraker law is regarded as a temporary expedient, to be


utilized in testing the capacity of Porto Ricans for self-government, and to
afford an opportunity for educating them in American sentiment and method,
they are not satisfied.80

Los puertorriqueños no tenían, a juicio del autor, la madurez para reconocer la

sabiduría del régimen y que sus acciones eran positivas para ellos. Esperen,

déjense educar por nosotros, parece decir, que van a ser mejores. Pero para ello

78
Wilson, Political Development, p. 87. Mi énfasis.
79
Wilson, Political Development, p.124.
80
Wilson, Political Development, p.145. Mi énfasis.

170
era necesario abandonar la pasada vida, inmoral por hispana y mestiza, para

renacer en el americanismo.

Mucha de la resistencia que presentaron los puertorriqueños al régimen se

debió al deseo mayoritario e histórico a favor del autogobierno: “The desire for

complete home rule is universal. The contention begun at Ponce in 1887 is still

alive”.81 Wilson así lo destaca al comparar las plataformas de los dos partidos

principales de la Isla, el Liberal (Federal o Unión de Puerto Rico) y el Ortodoxo,

(luego Republicano). Destaca, sin embargo, una importante diferencia en la

actitud asumida con respecto al régimen norteamericano en la Isla. Los federales

resistieron los dictámenes de la administración colonial al ver que su ansiada

autonomía y la posibilidad de un gobierno propio quedaron anuladas con la

invasión norteamericana. El análisis de Wilson coincide mucho con la idea del

trauma del 98 desarrollada por autores puertorriqueños en tiempos venideros. El

concepto, acuñado por Manrique Cabrera, deriva de la alegada ruptura que

supuso la invasión norteamericana al desarrollo político y social puertorriqueño,

concebido como una nueva etapa con la instauración del Gobierno Autonómico.82

De hecho, los federales/unionistas denunciaron la ley Foraker de manera

constante y agresiva, hasta el punto de que Muñoz Rivera decía que la

autonomía de Sagasta “was far better”. A juicio de Wilson: “The old Spanish

sentiment seemed to sweep out on all occasions amounting at times to the

symptoms of a reaction”.83 De hecho, las alusiones de los federales son descritas

por este autor constantemente como “reaccionarias”. Esta resistencia creó recelos

81
Wilson, Political Development, p. 145.
82
Manrique Cabrera, Historia de la literatura puertorriqueña, New York: Las Américas Pub. Co,
1956.
83
Wilson, Political Development, p. 67. Mi énfasis.

171
en la administración colonial, que prefería trabajar con los republicanos, que a

pesar de presionar por cambios a la ley orgánica, lo hicieron desde una postura

de total colaboración y aceptación entusiasta del régimen estadounidense.

Es interesante el contrapunto que hace Wilson entre los partidos

Republicano y Federal. En términos programáticos, republicanos y federales

demostraban pocas diferencias, pero en la mirada del americano que

americanizaba, había una fundamental diferencia: los republicanos abrazaron con

fervor al nuevo régimen y colaboraron con él decididamente, mientras que los

federales resistieron las acciones de la “administración”, por entenderlas

contrarias a sus intereses. El autor no percibe diferencias mayores en los

programas de ambos partidos, aunque destaca importantes sutilezas. Por

ejemplo, arguye que en el programa de los federales: “There is however, hidden

in the lines a desire for the speedy extension of self-rule to the island”.84 Los

republicanos, en cambio, expresaron claramente su fervorosa adhesión al nuevo

régimen con la preferencia explícita de lograr la estadidad para la Isla.

De esta distintiva actitud de los partidos políticos puertorriqueños hacia el

régimen americano en la Isla resultó una actitud diferenciada de la

administración colonial hacia ellos. “The Federals opposed the administration,

therefore the administration favored the Republicans”.85 Escapa del análisis de

Wilson que la “administración” colonial respondía a unos intereses particulares

que entraron en contradicción con los representados por el Partido Federal.

El problema principal de los miembros del Partido Federal, en la mirada

de Wilson, era su apego al pasado hispano, como evidenciaba su defensa de “la

84
Wilson, Political Development,, p. 72.

172
autonomía de Sagasta”. Esta crítica está presente a lo largo del texto de Wilson,

tanto que suena a reproche: “There was a strong suspicion that its sentiment

toward Spain was more than a sacred memory”.86 Del mismo, modo era visto con

sospecha el apoyo de los españoles en Puerto Rico a este partido. Pues a pesar de

comportarse con propiedad y apego a la ley, “their evident sympathy with the

Federals created the impression that that party was un-American, and wanted the

government conducted on Spanish ideas”.87 De esa manera se describe al Partido

Federal como representante del sentimiento español, afincado en el pasado, y por

lo tanto, como un impedimento para el progreso.

Esta contradicción entre el partido más votado en las elecciones insulares

y la administración colonial hace evidente la incomunicación política entre

colonia e imperio. Es decir, que las acciones políticas del Partido Federal no

llevaban el mensaje apropiado para conseguir sus objetivos políticos. En cambio,

provocaron desconfianza en el régimen. Estos tropiezos en la gestión política de

los puertorriqueños pone de relieve la incapacidad de comunicación política

entre puertorriqueños y americanos para dialogar políticamente. Ciertamente la

asimetría en la relación de poder colocaba a americanos y puertorriqueños en

evidente oposición, pero además es importante la manera en que eran percibidas

las acciones políticas de los sujetos coloniales. Discutiré tres ejemplos.

Para Wilson resultaba curioso que los autonomistas de Muñoz Rivera

asumieran el apelativo Federal en el nombre de su partido: “It seems a triffle

queer that the name of Federal should be chosen since the ruling tenet of their

85
Wilson, Political Development, p. 93. Más adelante destaca: “The administration showed an
appreciation of this attitude by appointing Republicans to official positions”. p. 113.
86
Wilson, Political Development, p. 112.
87
Wilson, Political Development, p. 112. Mi énfasis.

173
political faith was decentralization”.88 Los federales se opusieron a un gobierno

centralizado, en favor del poder de los municipios en materia de educación,

salud, seguridad, obras públicas y presupuesto, como era la tradición política en

los tiempos de España. Fue en la institución municipal donde pudieron ejercer

más efectivamente su autonomía y defender sus intereses y privilegios. Aquí se

percibe la dificultad del concepto por su variedad de significados para distintos

grupos y distintas épocas. En su acepción política, apunta a la reunión de

distintos Estados soberanos en una estructura donde se deliberan y negocian los

intereses “nacionales”, como empezó siendo Estados Unidos o pretende ser la

Unión Europea actualmente.

Mientras que en la práctica norteamericana, el término federal pasó a estar

vinculado con el gobierno central (llamado federal) desde la ratificación de la

Constitución de 1782, cuando se pasó de un gobierno “federal” a uno “nacional”.

Mientras avanzaba el siglo XIX, el gobierno central fue reclamando mayor poder

sobre los estados, hasta que la relación “federal” entre ellos quedó disuelta con la

Guerra Civil al prohibirse que los estados del Sur abandonaran la “Unión”. De

esa manera, en Estados Unidos el apelativo federal se refiere al gobierno central o

nacional en Washington, D.C.

Otro momento que demuestra esta incomunicación fue cuando la Cámara

de Delegados, controlada por los unionistas, rechazó el escudo “otorgado” por el

gobierno metropolitano a Puerto Rico para celebrar su nueva condición de

americano. Los delegados unionistas preferieron el antiguo escudo español. El

relato de Wilson expone la versión del “misionero” un tanto frustrado por el

rechazo de su pupilo:

88
Wilson, Political Development, p. 71.

174
Four years ago, Porto Rico adopted a seal, changing a former one of
ecclesiastical design, to a graceful combination of shield and rising sun,
behind an island in a waste of waters. It was expressive of a new spirit and
destiny under a fairer and freer sovereignity. The last legislature changed this
again to one of Spanish tradition. There was no demand for it. The people
were not thinking about it. The change originated in a whim of somebody,
but it has become a matter of great significance. At the time when another
party comes into power and the air is filled with suspicion and doubt as to
Porto Rican loyalty, a seal, with all the fetiches of the old regime, all the omens
of a reaction, and the badges of church domination, is adopted to take the
place of a seal proclaiming a new day, a new destiny, a new glory for
Porto Rico, under the flag of the United States. The former seal was
American; the new one is Spanish. … The justification that it is preservative of
the historic landmarks is too weak to overcome the insinuation that Porto Rico
prefers Spain to the United States. I don’t think it means all it seems to mean,
but there is no excuse for lugging in an old fetish for the tattered,
sentiment it evokes, especially as it places Porto Rico in a false light and
creates a public opinion to its disadvantage. Porto Rico is deserving of a
better fate than thus to be put in a false light before the world.89

Wilson resiente la resistencia de los federales a abandonar el pasado español. En

muchos sentidos, puede concebirse ese reclamo como un llamado a la conversión

religiosa en la que se acepta, mediante un acto de fe, la salvación del alma y se

abandona todo pasado. Aquí el escritor-tutor-misionero espera la conversión

completa, dejando el pasado español, cual vida de pecados, en la pila bautismal y

renacer como una nueva persona y americana. El autor, no empece, reconoce que

esta acción no significa un rechazo a la presencia de Estados Unidos en la Isla,

pero advierte que puede ser “mal interpretada”, justificadamente para él, como

un acto de deslealtad y falta de gratitud para quien trae “las bendiciones de la

civilización”.

Pero la acción política más desconcertante para el tutor fue el retraimiento

electoral, convocado por el Partido Federal, en las primeras elecciones de la

Cámara de Delegados. La representación federal abandonó el Consejo Ejecutivo

por entender que la división de los distritos electorales no era justa y que fue

89
Wilson, Political Development, p. 110-111. Mi énfasis.

175
hecha para beneficiar al Partido Republicano en las elecciones. Wilson narra el

evento: “Then occurred a dramatic scene. Mr. [de] Diego arose and in a speech of

great fervor expressed his disappointment and sorrow, at the action of the

Council”.90 Sin embargo, Wilson opina que no fue un espontáneo acto derivado

de la desilusión, sino una maniobra política “conceived and directed by Muñoz

Rivera, who was then the chief of the Federals”.91 Entonces vincula esta actitud a

resabios del perverso legado español:

Such recourse is common in Spanish politics. Petulancy is regarded as a sort


of political virtue, to be used in mortifying the enemy. Instead of standing
up manfully and performing a public duty, these men whined away opportunity
and sacrificed heroic duty to some sense of vanity. It is a personal foible at
variance with every view of American poltics. The President appointed
these men in order that all phases of political doctrine might have a voice
in the government. The purpose was to be impartial and conciliatory, but
these patriotic teners were spurned at the first experience of partisan
disappointment.92

Mientras que en el código de comportamiento puertorriqueño la no participación

era la reacción de los hombres honorables, para el analista americano significó la

muestra de la inmadurez política de los nativos, quienes no pudieron superar el

primer escollo presentado. Más aún, cuestiona la validez de su acto desde la falta

de hombría que significa cumplir con la misión que fue designada para ellos por

el presidente de Estados Unidos. Lo que para el puertorriqueño era un acto de

“honorabilidad”, el americano percibe un acto de “vanidad”.93

Más aún, no participar del evento eleccionario le pareció un “foolish

freak”, un acto irracional e incomprensible:

90
Wilson, Political Development, p. 91.
91
Wilson, Political Development, p. 92.
92
Wilson, Political Development, p. 92-93. Mi énfasis.
93
Un interesante acercamiento para comprender esta “incomprensión” en los discursos políticos
entre estadounidenses y puertorriqueños podría ser la perspectiva de género como la que

176
The action of the Federals seems so far out of the range of political common
sense, so devoid of sincere patriotic purpose, that any one accustomed to
the ideas and methods of self-government could regard it only as puerile
and absurd. It is this source of conduct more than the statistics of illiteracy, that
builds up the public opinion in the United States, adverse to the introduction of
full self-government in the island. 94

Para el autor este tipo de reacción en el juego político era seña de la mala

preparación de los puertorriqueños para el gobierno propio. Describe a un

votante inmaduro que participa de la política a ejercer la voluntad del líder. Otra

vez la contra-dicción: lo que para el político criollo significó no validar con su

participación una injusticia, el americano lo registra como un acto irracional que

demostraba su incapacidad para ejercer el gobierno.

La percepción de ingratitud de los puertorriqueños hacia la

administración estadounidense era alimentada sustancialmente por las acciones

de Luis Muñoz Rivera, líder máximo del Partido Federal. Según el alguacil

federal Wilson, Muñoz Rivera representaba el clásico político con las malas

mañas españolas, siempre empeñado en imponer su voluntad.95 Describe al

máximo líder de las huestes autonomistas como un hombre de habilidad y de un

agresivo temperamento, que luchó por la autonomía de la Isla con “a fascinating

recklessness”.96 Señala con insistencia la vocación “totalitaria” de Muñoz: “[He]

was born leader, and a devoted champion of self-government, if [he] himself

controlled that government”.97

propone Kristin L. Hoganson, Fighting for American Manhood: How Gender Politics Provoked the
Spanish-American and Philippine-American Wars, New Haven: Yale University Press, 1998.
94
Wilson, Political Development, p. 98. Mi énfasis.
95
Dice sobre el líder criollo: “There is probably nothing in the prospect of Porto Rico, so dark, so
full of peril as the prominence of the eloquent politican. He is very apt to prove the most mignant
curse, among a people so easily affected by florid vociferation and rantankerous rhetoric”.
Wilson, Political Development, p. 130.
96
Wilson, Political Development, p. 43.
97
Wilson, Political Development, p. 67.

177
Esta recia personalidad que buscó el poder con tanta vehemencia generó

sospechas en la administración colonial, y así se expresa en el texto de Wilson.

Incluso lo señala como un problema para la administración, ya que entró en

controversias con todos los gobernadores militares y civiles hasta entonces.98 Por

su parte, Muñoz Rivera decía estar a favor de la presencia de Estados Unidos en

la Isla pero en contra de sus “administraciones”, actitud no muy disímil a la que

mantuvo ante el régimen colonial español. Esta actitud reticente de Muñoz

Rivera contra el gobierno militar, primero, y luego contra la ley Foraker y los

gobernadores civiles, generaba la impresión de que “his party was not loyal to

the United States”.99

Wilson describe a Muñoz Rivera como un resabio español, lo representa

como un líder fuerte, tipo caudillo, que concilia mientras se estuviese de acuerdo

con él.100 Lo cataloga como mal administrador, “double crosser” y de librar una

“campaña independentista” para un Puerto Rico “with the protectorate of the

United States — a dream that will never come true”.101 Era la clase de líder que

obstaculizaba el camino de los puertorriqueños en el sendero trazado hacia la

americanización. “Every phase of American control is critized and denounced.

98
“General Brooks encountered a harder problem than fighting battles with cannon. He found
Muñoz Rivera in office, and tried to utilize him, certainly, without complete success, and yet with
as great efficiency, probably, as he could have done with any other leader”. Añade: “the presence
of [Muñoz] Rivera [en el Consejo Ejecutivo] was a guaranty of incessant turnmoil. Wilson,
Political Development, p. 60. Y sobre los federales señaló: “They critized Governor Allen. They
began to abuse Governor Hunt. … They denounced the Foraker law in bitter language”. p. 113. Mi
énfasis.
99
Wilson, Political Development, p. 67.
100
“The opposition was wholly directed by Muñoz Rivera. His word was law, and yet he was a
poor manager. He was bold in rhetoric but weak in tactics”. Wilson, Political Development, pp. 68-
69.
101
También añade: “It is highly probable that the ranks of the Independence party will increase.
The propaganda has already begun. Muñoz Rivera is at the head of it”. Wilson, Political Development,
p. 126. Mi énfasis.

178
There was no feature of the new organization at which Muñoz Rivera failed to

aim a poisoned arrow”.102

En cambio, el Partido Republicano demostró “mayor sabiduría”, puesto

que “accepted the inevitable with good grace,” aunque no estuviera de acuerdo

con todas las dispocisiones de la administración.103 La ocupación y permanencia

estadounidense en la Isla era inevitable, por lo que sólo quedaba, en la visión del

autor, la aceptación, fuese ésta de buena manera, como la de los republicanos, o

con resistencia, como en el caso de los federales. Y si de algo no quedaba dudas

en la percepción del autor, era de la lealtad de los republicanos: “One thing,

however, they declared with vigor, and truth too, no doubt, and that was their

party was in complete accord with the mission of the United States in Porto

Rico”.104 Y es que así debía ser la aceptación de la americanización por los

puertorriqueños: entusiasta y obediente, con confianza absoluta, abandonando

todo el pasado español y renacer en el americanismo.

Si, por un lado, para Wilson el liderato del Partido Unión representaba el

pasado español, a los republicanos los describe distintos, social y racialmente:

Most of the white people, including merchants and professional men, the
people of social position and mild memories of Spain voted for the
Federal ticket. The negroes and colored people generally, the poor and
unfortunate, the crowded denizens of the cities, and a large contingent of
the men who best remembered Spanish cruelty and wanted to stamp out
every vestige of it, voted the Republican ticket.105

102
Wilson, Political Development, p. 104. De hecho, acusa a Muñoz Rivera de afectar la imagen del
Partido Liberal en la capital federal y lo señala como la causa de que éste no sea favorecido por la
administración. “There is no doubt that Muñoz Rivera’s leadership placed the Liberal party, if
not the Liberals personally, in a lukewarm attitude toward the new rulers. And so, the other
faction, the Puros naturally became the administration party and has maintained that relation
until now” (p. 68).
103
Wilson, Political Development, p. 114.
104
Wilson, Political Development, p. 117.
105
Wilson, Political Development, p. 76.

179
Así se establece una importante distinción entre los partidos y a cuáles intereses

servían. Los primeros, comerciantes y profesionales vinculados al pasado

régimen (aunque fuese solo a través de “una tibia memoria de España”), es decir,

anclados en un pasado que era necesario superar. Y los otros, los pobres, los

negros, las masas urbanas (“los que mejor recuerdan la crueldad española”),

apoyaban la papeleta republicana. De esta manera se piensa a sí mismo como un

agente justiciero.

Incluso aspectos negativos en la actuación de los republicanos, como las

turbas y la violencia política asociada a ellos, son excusados aduciendo que eran

parte de su mala educación política bajo la administración española.

It was the habit under Spanish dominancy for the soldiers and civil guard
to exercise an impertinent authority in assisting the government side at all
elections, and this influence was now employed in behalf of the
Republicans. The police regarded it as one of their duties to keep as many
Federals as possible from voting, by the use of threats, imprisonment and
actual violence.106

Lo que Wilson señala como negativo de la herencia política de los tiempos de

España era la práctica corrupta e individualista de la administración pública. Del

mismo modo, al describir a los federales como superficiales y apasionados, los

representa como volubles y poco aptos para el gobierno. Esto es perceptible, para

él, en las discusiones personalistas entre los partidos Federal y Republicano.

Hemos visto que Richard Van Middledyck escribe la historia del arribo de

la civilización occidental a Puerto Rico. Al llegar a través de las actitudes

aristocráticas y oscurantistas de España, que por cuatro siglos mantuvo a su

colonia sumida en la ignorancia y la pobreza, ya ésta estaba corrompida. Con el

cambio de soberanía, Estados Unidos asumió la noble tarea de rectificar los

180
fundamentos de la civilización occidental y encaminar a la Isla por la ruta

correcta. El relato de Van Middledyck es un diagnóstico de las carencias

materiales y espirituales de los isleños.

Mientras que Edward Wilson en Political Development busca llamar la

atención sobre los fundamentos éticos de la empresa expansionista

estadounidense. Es reveladora la ausencia en su texto de los intereses

económicos-industriales de Estados Unidos en la Isla. Apenas hace un breve

señalamiento sobre el débil y fragmentado movimiento obrero isleño y una

mención de que Puerto Rico es una isla agrícola con capacidad para producir

mucho más; y que así lo hará una vez sea administrada y desarrollada con los

métodos e ideas americanas. El mayor reclamo de Wilson, sin embargo, radica en

que los puertorriqueños, en particular el liderato de los federales/unionistas, no

se entregaban a la sabiduría del americano. Este resiste, ataca sin medida y sin

justicia. Este autor, más que ningún otro, refleja una especia de retórica religiosa

con relación a la americanización. Exige compromiso y ética en los funcionarios

coloniales que viniesen a la Isla, y a los puertorriqueños, la aceptación absoluta

de las “formas y maneras” de la Gran República. Para ello, tenían que abandonar

su pasado y empezar de nuevo.

En el próximo capítulo exploraré la evolución del concepto

americanización en el discurso colonial estadounidense durante la tercera década

de la presencia norteamericana en Puerto Rico. Para esa fecha se perciben

algunos cambios en el discurso colonial estadounidense, pese a la continuidad

ideológica de su sentimiento de superioridad imperial.

106
Wilson, Political Development, p. 115.

181
Capítulo 5:
A man who travels: americanización y discurso colonial en Puerto Rico
(tercera década del siglo XX)

Durante la tercera década de la soberanía estadounidense, los efectos de la

política de americanización en Puerto Rico eran perceptibles. La americanización

económica transformó radicalmente el sistema productivo de la Isla y, del mismo

modo, se rearticularon los intereses sociales y las expresiones políticas. Una

nueva ley orgánica, la ley Jones, firmada en 1917, reestructuró levemente la

administración colonial al establecer un Senado electivo y la imposición de la

ciudadanía estadounidense. Esto coincidió con la muerte, entre 1917 y 1921, de

los tres líderes representativos de la perenne cuestión de estatus durante la inicial

americanización: Luis Muñoz Rivera, José de Diego y José Celso Barbosa. La

década del 20 se destacó por las rearticulaciones políticas y las alianzas entre los

partidos Republicano y Unión y facciones dentro de éstos, provocadas por la

intransigencia de la administración colonial estadounidense hacia Puerto Rico y

la entrada al ruedo electoral del Partido Socialista.

El líder máximo de los socialistas, Santiago Iglesias Pantín, fue electo

senador entre 1917 y 1932, y luego Comisionado Residente en Washington hasta

1940. La relación cercana entre Iglesias Pantín y Samuel Gompers, presidente de

la AFL, con acceso a los círculos de poder en la capital federal, fue determinante

para el moderado éxito que tuvo la organización obrera en Puerto Rico en aquel

momento. En gran medida el poder de convocatoria electoral del Partido


Socialista fue el catalizador para los pactos políticos que caracterizaron la política

puertorriqueña por las próximas dos décadas.1

Para la década del veinte, la siembra de la caña acaparaba la mayoría de

los terrenos agrícolas, lo que limitó el cultivo de otras plantas que suplementaran

la exigua dieta de los campesinos. Los puertorriqueños, por lo tanto, se vieron

obligados a importar los alimentos básicos de su dieta, lo que era causa del alto

costo de los alimentos en la Isla. La central azucarera fue el principal proveedor

de empleos para las pauperizadas masas puertorriqueñas, empleos sólo

disponibles durante la zafra, lo que condenó a los obreros de esta industria a la

recurrente miseria del tiempo muerto. La escasez y el endeudamiento en la

tienda de la central, como en los “tiempos de España”, era la cotidianidad de los

trabajadores puertorriqueños.2

A pesar de la intensa actividad económica generada a través de estas

industria, la mayoría de los puertorriqueños no disfrutaron de estas riquezas y

los habitantes de la Isla siguieron en el atraso y la pobreza. Los ingresos

dependían en gran medida de los precios internacionales del azúcar y éstos

cayeron durante la década del veinte. Sin embargo, la mayoría de los

funcionarios metropolitanos, en la Isla como en Washington, atribuyeron el

atraso económico a la propia indolencia de los isleños. Para ellos, esto era otra

evidencia de la incapacidad de los puertorriqueños para gobernarse.

1
Bolívar Pagán, Historia de los partidos políticos (1898-1956), dos tomos. San Juan: Litografía Real
Hermanos Inc., 1959; Gónzalo Córdova, Resident Commissioner Santiago Iglesias and His Times,
Universidad de Puerto Rico: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1993; Ángel Quintero
Rivera, Conflictos de clase y política en Puerto Rico, Río Piedras: Ediciones Huracán, 1976; Antonio
Quiñones Calderón, Historia política de Puerto Rico, dos tomos. San Sebastián: The Credibility
Group, 2002.
2
James L. Dietz, Historia económica de Puerto Rico, Río Piedras: Ediciones Huracán, 1984, pp. 96-
152.

183
No empece la aprobación de la Ley Jones como segunda acta orgánica, la

Isla quedó atrapada en la continuidad de la política colonialista americana.

Ambas administraciones en Estados Unidos, las republicanas y las demócratas,

mantuvieron una actitud recelosa respecto a la demanda constante de autonomía

voceada por la élite política puertorriqueña. Más conservadora aún fue la actitud

del Negociado de Asuntos Insulares durante los años que estuvo a cargo de “sus

islas”. A través de sus informes y asesorías al Congreso y la Casa Blanca, el

Bureau nutrió de información y recomendaciones para las decisiones de ambos

poderes sobre la Isla. La aportación del Congreso a las reformas políticas para

Puerto Rico eran episódicas y contingentes al momento y la agenda particular de

cada congresista. Fue gracias a la energía y el liderato del presidente Woodrow

Wilson que se pudieron aprobar las limitadas concesiones ofrecidas por la ley

Jones. Para José Trías Monge, es notable la poca importancia que se le daba a la

posición del liderato político puertorriqueño en las desiciones metropolitanas.

Por ejemplo, la ley Jones, que estuvo en discusión durante cuatro años en el

Congreso, apenas contiene la postura expresada por Luis Muñoz Rivera,

Comisionado Residente durante sus deliberaciones.3

Las crónicas de la americanización al estilo años veinte

En la tercera década del control colonial estadounidense, todavía se

publicaban libros que intentaban subsanar la ignorancia del pueblo

estadounidense con relación a Puerto Rico, a pesar de ser “parte integral de

3
José Trías Monge, Historia constitucional de Puerto Rico, Vol. II, Río Piedras: Editorial
Universitaria, 1981, Capítulo XVI, pp. 40-110.

184
Estados Unidos”.4 Así lo expresan Knowlton Mixer en su libro Porto Rico: History

and Conditions (1926), y Richard J. y Elizabeth Kneipple Van Deusen en Porto Rico:

A Caribbean Isle (1931).5 Ambos textos, según afirman sus autores, querían

subsanar la ignorancia de los ciudadanos americanos continentales sobre sus

conciudadanos de la Isla de Puerto Rico, así como dar a conocer la valiosa

gestión civilizadora entre los isleños. Estos textos podrían verse como una

valorización del esfuerzo americanizador sobre los puertorriqueños y una

aportación para mejorar la ejecución de la tarea americanizadora.

Al igual que en los libros discutidos en el capítulo anterior, el jíbaro es el

personaje principal de estas historias. Mixer lo describe como el descendiente de

los antiguos indios “Borinquen”, mezclados con los españoles, y sometidos

durante siglos a la servidumbre e ignorancia, por lo que “apenas han sido

tocados por los muchos cambios en la historia puertorriqueña”.6 La contrafigura

de los jíbaros son los “Spanish loyalist”, quienes llegaron a la Isla tras las guerras

de independencia de las colonias hispanas a principios del siglo XIX. Éstos

“became leaders in politics and commerce and have retained his leadership to

4
Knowlton Mixer, Porto Rico: History and Conditions, Segunda edición. San Juan: Fundación
Puertorriqueña de las Humanidades/Academica Puertorriqueña de la Historia/Oficina del
Historiador de Puerto Rico/National Endowment for the Humanities, 2005, p. vii.
5
Richard J. Van Deusen y Elizabeth K. Van Deusen, Porto Rico: A Caribbean Isla, Edición
Facsimiliar. San Juan: Editorial ICP, 2012. La relación de Richard J. Van Deusen con Puerto Rico
se inició en 1908 cuando trabajó como secretario del Auditor de Puerto Rico. Al siguiente año
ocupó el puesto de Inspector y Secretario del Jefe de la Policía Insular. En 1913 fungió como
Secretario Confidencial del Gobernador Arthur Yager y a partir de 1923 se desempeñó como
Secretario del Gobernador Horace M. Towner. Durante ese periodo se casó con la puertorriqueña
Providencia López Cepero y Paniagua, matrimonio que duró hasta que ella murió en septiembre
de 1922. En 1926 volvió a contraer matrimonio en San Juan, esta vez con Elizabeth Kneipple,
nativa de Marion, Indiana. Elizabeth Kneipple Van Deusen trabajó como maestra de inglés en la
Escuela Superior Central, y dictó cursos de literatura estadounidense y composición en inglés en
la Escuela de Verano de la Universidad de Puerto Rico. No he encontrado información sobre
Knowlton Mixer, salvo que también publicó un libro sobre arquitectura en Nueva Inglaterra. Old
Houses of New England, s.l.: MacMillan, 1927.
6
Mixer, History and Conditions, p. viii. Mi traducción.

185
the present day”.7 Al igual que en el libro de Edward Wilson discutido en el

capítulo anterior, Estados Unidos es descrito como el camino de la redención de

los jíbaros. Ocupa ocupa un lugar protagónico en su relato el proceso mismo de

americanización, la energía vital que logrará la transformación del puertorriqueño

más “puro” y primitivo en un ciudadano moral, productivo y civilizado.

Es evidente la continuación del discurso imperialista que dominara el

cambio de siglo y que veía al jíbaro como un noble salvaje que debía ser

civilizado por su propio bien. A este loable propósito se oponía la élite

hispanófila, heredera no sólo de la cultura española si no de su índole corrupta e

inapropiada para la libertad responsable. Esta fue la clase que perdió su posición

social privilegiada con el cambio de soberanía. El efecto de la americanización en

Puerto Rico, según el autor, sería que el jíbaro pudiese articular su propia voz.8

Mixer admite que, hasta entonces, el esfuerzo educactivo había

beneficiado sobre todo a la población urbana, pero destaca que se hacían

esfuerzos para que las escuelas pudiesen llegar hasta las zonas rurales de la Isla.

La ignorancia de las masas era el mayor inconveniente para la posibilidad de que

los puertorriqueños pudiesen gobernarse a sí mismos. De hecho, señala que la

labor no estaba completa y advierte del peligro de apresurar el proceso:

The “Jibaro” will need the fostering care of a benevolent government for
another generation at least. That he should be left to the explotation of the
city lawyers and politicians is the danger inherent in a too rapid extension of
autonomy.9

7
Mixer, History and Conditions, p. xiv. El autor se equivoca al concebir a los líderes de la Unión de
Puerto Rico como herederos del incondicionalismo español.
8
Este análisis de la política puertorriqueña de principios del siglo XX es parecido a la que
desarrollara Ángel Quintero Rivera décadas después. Véase: Conflictos de clase y política en Puerto
Rico, Río Piedras: Ediciones Huracán, 1976; Patricios y plebeyos: burgueses, hacendados, artesanos y
obreros: las relaciones de clase en el Puerto Rico del cambio de siglo, Río Piedras: Ediciones Huracán,
1988.
9
Mixer, History and Conditions, pp. xiv-xv. Mi énfasis.

186
La maldad y la corrupción que le adjudica a los políticos puertorriqueños y a la

élite social y la ignorancia y barbarie de los campesinos, es la combinación que,

discursivamente, hace necesaria la intervención de un gobierno benévolo que

cuidase y preparara a los jíbaros para el mundo civilizado. Se reafirma la

“necesidad” del tutelaje y se resalta la “generosidad” de los estadounidenses al

ofrecerlo. Esta idea, además, es una continuidad de la imagen de asimilación

benévola expuesta por Edward Wilson y discutida en el capítulo anterior, así

como del concepto de anti-conquista desarrollado por Mary Luis Pratt, y que

alude a una conquista armada de tecnología de avanzada y la promesa de una

mejor vida. También destaca de la cita que ya no había confianza en el inmediato

efecto redentor de la americanización, ya que se cumplía la tercera década y

todavía faltaba “al menos” otra generación para lograrla.

Por su parte, Richard y Elizabeth Van Deusen presentan en su libro la

misma postura de superioridad y compromiso imperial, pero con un tono más

empático a la figura de los puertorriqueños, al menos en el sentido de que

demuestran respeto al pasado cultural español de la Isla. También están

convencidos de que, gracias a la presencia de Estados Unidos en la Isla: “Perhaps

no country in the world has progressed more rapidly in the last quarter of a

century than Porto Rico. Modernity is present in both necessities and luxuries”.10

Los Van Desusen describen así el proceso de americanización de Puerto

Rico:

During the last three decades Porto Rico has been not unlike a man who
travels in extreme haste because his goal is important and glorious. The
development of the Island was delayed so long that it must needs
progress by leaps and bounds in order to achieve fully the ways and
institutions of modern civilization. The traveler in his haste must avoid

10
Van Deusen, A Caribbean Isle, p. 8.

187
obstacles: Porto Rico has had to beware of undertaking too many or over-
large projects. Occasionally the man is momentarily halted by some
adversity beyond his control; this he resolutely overcomes and then
proceeds with redoubled purpose. In the past thirty years the progress of
Porto Rico has been several times impeded by serious natural disasters,
such as the hurricane of 1899, the earthquake of 1918, and the hurricane of
1928. From each cataclysm the Island has risen with even firmer resolve
and courage than it evinced before. Nothing can stop the transformation of the
‘Rich Port.’ Nothing can dim the luster of its shinning goal.11

Esta imagen de la carretera por la que el “hombre” camina hacia la Modernidad,

el Progreso y la Civilización es recurrente en el texto. Pretende expresar la

positiva gestión americanizadora en Puerto Rico, pues ella “typify the progress

of Porto Rico, for they have been the means of bringing economical and

educational advantages to every dweller in the land”.12 El trayecto es menos

difícil si hay un camino ya trazado, el proceso se acelera, si hay una carretera.

Todavía para esta fecha el determinismo geográfico del tropicalismo era un

poderoso referente al momento de evaluar las condiciones de la Isla y sus

habitantes. En History and Conditions, Mixer destaca la creciente influencia de

Estados Unidos en la región caribeña, predominio que se debía al interés de la

novel potencia como evidenció la Guerra Hispanoamericana; este mismo poder

ha potenciado el interés antillano por “todo lo americano”.13 El sabor imperialista

de su discurso lo podemos degustar en su análisis de la compra de las Islas

Vírgenes a Dinamarca:

The safeguarding of the Monroe Doctrine required apparently this


investment. This is but another evidence that whether, we will or not, the
responsibility for the wellfare and progress of these islands is coming to rest more
and more on our shoulders; that the Gulf and the Caribbean are politically
and economically one and that they form, in fact as well as in name, the
American Mediterranean.14

11
Van Deusen, A Caribbean Isle, p. 100. Mi énfasis.
12
Van Deusen, A Caribbean Isle, p. 21.
13
Mixer, History and Conditions, p. 17.
14
Mixer, History and Conditions, p. 18. Mi énfasis.

188
Para el autor, la creciente influencia política y económica de Estados Unidos

conllevaba también la responsabilidad del bienestar de las islas caribeñas. Por

eso, la manoseada referencia del Mediterráneo americano como controlador

imperial de toda la región tiene como referencia al más clásico de los imperios, el

romano.

Expuestas las responsabilidades del Imperio, la isla de Puerto Rico entra

otra vez en el juego estratégico de sus necesidades. Esta realidad no escapó del

ojo de Mixer: “In this scheme of things Porto Rico is bound to play an important

role. Her geographical location plainly makes her the strategic guardian of the

eastern entrance [to the Caribbean]”.15 Vemos en esta cita otro eslabón en la larga

cadena de la política hacia Puerto Rico: su “privilegiada” posición geográfica

permite la vigilancia del libre movimiento de las riquezas de la metrópoli. La

Isla, de hecho, se convirtió en puesto de vigilancia para la defensa de la frontera

sur del continente y del importante canal de Panamá, así como de los múltiples

intereses industriales y comerciales en la región.

Panamericanismo

Una transformación importante en el discurso colonial sobre la

americanización de Puerto Rico y de sus implicaciones y estrategias radica en

concebir a la Isla como punto de encuentro entre la América hispana y la

anglosajona:

Porto Rico is the natural meeting ground for Latin and Anglo-Saxon America
and in this lies our opportunity to strengthen the bond between the
continents, not through the Americanization of the Island, but by making it

15
Mixer, History and Conditions, p. 18.

189
the center of exchange of knowledge between the peoples, the binding link
in the chain of good will uniting two continents.16

Este “panamericanismo” es concebido alrededor de la mencionada localización

geográfica de Puerto Rico, ya no solo en su dimensión militar, sino en la

comercial; “lying halfway between North and South America and on the way to

the Isthimian Canal, should make it the emporium of the West Indies”.17 Lo

mismo opinan los Van Deusen e incluso ven a la Universidad de Puerto Rico

ocupando un importante papel en el Panamericanismo: “The aim and ideal of the

University of Porto Rico is eventually to become the Pan-American University,

interpreting the culture of the two races”.18

Sin embargo, sí hay una diferencia en cuanto el deseo deculturador de la

americanización expuesto en estos textos. Mixer destaca que a pesar de que

Estados Unidos controlaba la industria y la política de Puerto Rico, la Isla

mantenía su cultura española; “no interference with this tendency has resulted

from the American occupation”.19 Más aún, señala que se había adoptado un

sistema de educación bilingüe en el que se preservaba el idioma español y se

añadió el inglés. Esto constituye un importante cambio respecto a los textos

anteriores, pues presupone la aceptación de la perdurabilidad de la cultura

hispana en Puerto Rico. Es decir, no parte de la premisa de abandonar todo

pasado para convertirse en americano. Hay una gran diferencia (incluso

discursiva) en pretender transformar totalmente a los puertorriqueños, de entes

culturales hispanos –con las inconveniencias que eso acarreaba en la visión del

americano– a anglosajones liberales e industriosos, y, por otro lado, crear en la Isla

16
Mixer, History and Conditions, p. xv. Mi énfasis.
17
Mixer, History and Conditions, p. 71.
18
Van Deusen, A Caribbean Isle, p. 280. Énfasis en el original.

190
una sociedad híbrida con capacidad de comunicación entre los pueblos del

continente. Es necesario recordar que en este proceso de expansión civilizatorio

el comercio era un componente primordial.

Algunos esfuerzos institucionales se hicieron al respecto. En el discurso

inaugural de Thomas Benner como nuevo rector de la Universidad de Puerto

Rico, el 12 de marzo de 1925, se destacó la importancia de la Universidad en su

tarea de interacción “interamericana”. Para el nuevo rector, era prioridad “to

unite the Anglo-Saxon and Spanish cultures by selecting and interweaving the

best elements of both”.20 Según relata Benner en sus memorias como rector de la

Universidad de Puerto Rico, debido a las críticas de que se le prestaba demasiada

atención al inglés, fue que se reforzó la Departamento de Estudios Hispánicos. Se

otorgaron ayudas económicas a estudiantes y profesores de la UPR para ampliar

estudios en esas áreas, tanto en Estados Unidos como en Europa. Entre los

becados estuvieron Antonio S. Pedreira, Concha Meléndez y Pilar Barbosa,

quienes estudiaron en la Universidad de Columbia en Nueva York, y otros, como

Rafael W. Ramírez, estudiaron en el Centro de Estudios Históricos de Madrid.

Las Universidades de Columbia y de Boston apoyaron con recursos humanos y

materiales a la institución puertorriqueña.21 De igual modo, se contrató al

académico español Federico de Onís, de la Universidad de Columbia, para que

19
Mixer, History and Conditions, p. xiv.
20
Thomas Benner, Five Year of Foundation Building: The University of Puerto Rico, 1924-1929, Río
Piedras: Universidad de Puerto Rico, 1965, p. 13.
21
Es necesario destacar la importante relación de la Universidad de Columbia con Puerto Rico, en
este caso con la UPR, al auspiciar y apoyar el desarrollo del Departamento de Estudios
Hispánicos y la Escuela de Medicina Tropical. Uno de las áreas de estudio que queda abierta para
entender la dimensión práctica e ideológica de los esfuerzos de americanización es este tipo de
colaboración de las universidades estadounidenses, así como de las gestiones filantrópicas como
la San Juan Free Library, establecida con fondos de la Fundación Carneggie y la financiación de
los programas salubristas (y también la Escuela de Medicina Tropical) de la Fundación
Rockefeller.

191
dirigiera el Departamento de Estudios Hispánicos, en 1927. Para el Rector, “One

of the major achievements of the 1924-1929 period was the development of an

international recognized program of Spanish studies”.22 Asimismo destacó: “The

visiting professors from Spain were in constant demand for public lectures in the

Ateneo, the Carneggie Library, the Municipal Theatre and other centers”.23

En el afán de generar lazos de integración entre los estudiantes de las

universidades estadounienses y la de Puerto Rico, se realizaron varias

competencias de debate entre ellos. Resulta interesante destacar los títulos de

estas competencias entre la Universidad de Arizona y la de Puerto Rico. Los

temas propuestos fueron ambos relacionados con el Panamericanismo y la

aspiración de la Isla “to become a center of inter-American cultural exchange”.24

También el equipo de debate de la UPR viajó por ocho universidades del Norte

de Estados Unidos, que al igual que la competencia en Puerto Rico, se realizadon

en inglés y español; sus tópicos fueron: “That the United States should

immediately suspend armed intervention in the Caribbean” y “That the concept

of national sovereignity should be discarded”. En otra competencia de debates,

esta vez con los estudiantes de la Universidad de Yale, el tema a discutirse fue:

“Resolved that the development of Pan-Hispanism should serve the future of

America’s better than the continuation of Pan-Americanism”.25

Un poco de historia para que entiendan lo que digo

La épica civilizatoria de Puerto Rico, según el relato histórico de Mixer,

comienza –como todas las crónicas estudiadas– con la descripción de la vida de

22
Benner, Five Year of Foundation Building, p. 89.
23
Benner, Five Year of Foundation Building, p. 95.
24
Benner, Five Year of Foundation Building, p. 47.

192
los “Borinquen”. Los describe como un pueblo pacífico y agrícola, enfrentado a

los temidos caribes, unos “primos” lejanos menos desarrollados culturalmente y

más agresivos. Los Van Deusen añaden que, a pesar de su pacifismo, el taíno era

un pueblo dispuesto a defender su tierra, como lo hicieron ante los caribes e

intentaron con los españoles. Desde su perspectiva, resultaron ser una anomalía

en el desarrollo de las civilizaciones en el trópico:

Science considers this the more remarkable because the Boriqueños


developed in a tropical environment not usually conducive to great
advancement among primitive people. Perhaps the equable climate of
Porto Rico added a certain vigor and aggresiveness to their characters
impossible to inhabitants of other lands in equatorial climes not so blessed
with trade winds and cool elevations as this one.26

En el imaginario evolutivo de las razas y las naciones, las nociones

predominantes del darwinismo social y el determinismo geográfico, cada pueblo

estaba en su particular etapa respecto de la idea del progreso.

Mixer apunta a una reiterada continuidad entre la vida de los jíbaros y los

habitantes originarios de la Isla: la recurrente idea de que los habitantes de esta

isla tropical no tenían que esforzarse para sustentarse. Éste es un argumento de

larga trayectoria en el discurso colonial con relación a Puerto Rico. Sin embargo,

esta vida solaz, “an Arcadian existence”, cambió dramáticamente tras el

“encuentro” con la civilización española.27 Con la llegada de una civilización más

avanzada y poderosa, la contienda por la existencia entre caribes y taínos resultó

irrelevante, y España terminó por imponerse en la lucha por la existencia de las

“razas” y las “naciones” en el Caribe.

Whatever else it did for the islands and the central American continent, the
advent of the European resulted in the complete extermination of the Borinquen

25
Benner, Five Year of Foundation Building, p. 106.
26
Van Deusen, A Caribbean Isle, p. 26.
27
Mixer, History and Conditions, p. 31.

193
and the reduction of the Carib to a wretched remnant of what had been
one of the purest of American races. 28

Es relevante esta alusión a “una de las razas más puras de América”, aunque no

queda claro a qué se refiere. ¿Más pura porque no se mezcló con otras, o porque

eran “buenos”, “pacíficos” y “nobles”? Eso no lo explica el autor, pero para

Mixer es importante que simpaticemos con el “Borinquen”, de la misma manera

que quiere generar simpatías por el jíbaro, su heredero genético y producto de la

opresión española. También recuerda que este exterminio fue el resultado de la

llegada de la civilización europea en la punta de las espadas de los pérfidos

españoles. Se mantiene en el discurso colonial estadounidense la imagen de vacío

espiritual en las “razas” hispanoamericanas y la degeneración por la mezcla

racial, que las hace incapaces de generar riquezas eficientemente y sostener un

gobierno democrático. Esta incapacidad productiva y, por lo tanto, para

“fundar” una nación, como discutí en capítulos anteriores, fue el argumento

principal para justificar la intervención “civilizadora” de Estados Unidos.

Los Van Deusen narran la clásica historia de la colonia que sufrió de los

vaivenes de la política colonial ante las disputas entre los conquistadores y las

intrigas palaciegas. Los españoles, afirman, “had come to secure gold. They did

not want to farm, or build, or struggle, which has always been the fate of the

founders of a nation”.29 Mixer describe un desarrollo basado en la desigualdad y el

privilegio de unos sobre otros, y como principio productivo, se establecieron las

encomiendas, que “inaugurated an evil moment”.30 Estos sistemas de trabajo

obligatorio beneficiaban a los conquistadores y sus tenientes con tierras, y fuerza

28
Mixer, History and Conditions, pp. 27-28. Mi énfasis.
29
Van Deusen, A Caribbean Isle, p. 64. Mi énfasis.
30
Mixer, History and Conditions, p. 32.

194
de trabajo para hacerlas producir. Lo describe como un sistema venenoso que

actuaba como “a disintegrating force in the unhappy colony”.31 Este “malvado”

sistema duró mientras existieron indios para explotar. Es curioso el olvido,

común en los autores estadounidenses, de sus propios procesos de conquista. La

estrategia de conquista asumida por los ingleses, como la expansión

estadounidense hacia el Oeste, trajeron tanto dolor, enfermedad y muerte para

los nativos de la América del Norte como la que usaron los españoles.

Ambos textos resaltaron las dificultades del primer siglo, plagado de

ataques de caribes y corsarios europeos, azotado por los huracanes y la ineficaz

política del exclusivismo mercantil español, causa de que la colonia

languideciera en el despoblamiento y el contrabando. Para el fin del primer siglo

de colonización “Porto Rico still [was] in a most primitive state”.32 Mixer señala

que el saldo del primer siglo en la Isla bajo la administración española fue

desastroso, incluso inhumano: “The inhumantiy of the Spanish conqueror and

the vices which he introduced had succeeded in destroying the native population

and the power of the Island to sustain itself”.33 Así se establece un corrupto

origen en el curso civilizador.

Durante los siguientes siglos, Puerto Rico no fue más que una colonia

penal abandonda a su suerte, sumida en la ignorancia y aislada de la civilización

que acompaña al comercio y la educación. A pesar de ello, en los momentos

decisivos los isleños mantuvieron su lealtad a España. Por eso la defendieron

exitosamente de los ingleses en 1797 y desoyeron los gritos de independencia de

31
Mixer, History and Conditions, p. 35.
32
Van Deusen, A Caribbean Isle, p. 67.
33
Mixer, History and Conditions, p. 41.

195
las colonias hispanas en rebelión a principios del siglo XIX. A finales del siglo

XVIII:

The character of the Island was pastoral, and people still lived with the
most extreme simplicity. There was little wealth, and little opportunity to
gain it. This caused a corresponding lack of ambition. … [Spain] had
entirely neglected the economic aspect of this island and continuosly
prevented commercial expansion by placing a ban on all external trade
except with herself.34

Según estos cronistas, la “falta de ambición” era el síntoma más dañino de la

vida en el trópico y de la herencia española, así como el mayor obstáculo para

alcanzar las bendiciones de la civilización occidental.

Los Van Deusen destacan el atraso y la poca inversión española para

desarrollar la colonia y reconocen el intento de desarrollo económico detrás de la

implantación de la Cédula de Gracias. En la síntesis que hacen sobre la política

del siglo XIX, se presenta la lucha de los liberales puertorriqueños contra las

oscuras fuerzas del absolutismo español. En su narración sobre el siglo XIX

puertorriqueño, establecen los autores una diferencia entre el temperamento de

los moderados autonomistas puertorriqueños y los aguerridos independentistas

cubanos. Según Lanny Thompson, la manera en que fueron descritos por los

estadounidenses, los distintos pueblos de su “archipiélago imperial” reflejaba la

diversidad de estrategias administrativas en cada uno de ellos.35

La situación de inestabilidad en Cuba provocada por la guerra de

independencia y la inhabilidad de los españoles en recuperar su control “was a

34
Van Deusen, A Caribbean Isle, pp. 80-81.
35
Lanny Thompson, Imperial Archipielago: Representation and Rule in the Insular Territories under
U.S. Dominion after 1989, Honolulu: University of Hawai’i Press, 2010. Mientras que los
aguerridos cubanos obtuvieron una limitada e intervenida independencia, los moderados
puertorriqueños tuvieron que conformarse con la muy restringida autonomía de la ley Foraker,
levemente ampliada con la ley Jones.

196
thorn in the flesh of the people of the United States”.36 Después de establecer su

admiración por los cubanos y condenar los brutales métodos represivos de los

españoles, Mixer plantea el peligro de que las epidemias desatadas en la Isla

entonces hubiesen llegado a la Florida. Tampoco escapa a su mirada los intereses

comerciales en juego: “By the same token business between Cuba and the United

States, her natural market, was at a standstill”.37 Los argumentos de la simpatía

por la lucha de los cubanos contra la tiranía española terminan por enredarse

siempre con los de la defensa de los propios intereses.

Para relatar la historia de la explosión del Maine, Mixer cita las razones del

informe realizado por la Marina estadounidense, con el que se convenció a “the

American people that the Maine was destroyed by a submarine mine, exploded

without the authority of the Spanish Government, but the men in Spanish

uniform”, por lo que “America decided that Cuba must be free”.38 Los Van

Deusen, en su relato sobre la campaña de Puerto Rico durante la guerra del 1898,

resaltan la pasividad de los puertorriqueños ante los eventos, y especulan:

“already thinking that a change of sovereignity would be of benefit to their

future by bringing them more and greater liberal reforms”.39 Ambos relatos

repiten el fraseo de la proclama del general Nelson Miles al invadir Puerto Rico

citando sus buenas intenciones. En A Caribbean Isle, por ejemplo, se describe la

actitud de los puertorriqueños hacia el nuevo régimen durante el cambio de

soberanía con palabras que recuerdan la mencionada proclama:

Thus began the United States regime in Porto Rico, and the people of the
Island looked upon the Americans not as conquerors, but as friends who

36
Mixer, History and Conditions, p. 57.
37
Mixer, History and Conditions, p. 57.
38
Mixer, History and Conditions, p. 59.
39
Van Deusen, A Caribbean Isle, p. 101.

197
would shortly carry out their promises of bestowing upon them all the
benefits of their democratic institutions.40

Los Van Deusen narran una sencilla ceremonia de traspaso en la que la

bandera española fue bajada al final del día para no ser izada más. Al siguiente

día ondeó la bandera estadounidense por primera vez frente a muchos “patriotas

puertorriqueños”, quienes en esa “hora solemne” se despidieron para siempre

del pasado y apenas podían imaginar lo que significaría este cambio.41 Mixer

también describe un “alegre” cambio de soberanía en el que “the inhabitants of

the Island accepted the sovereignity of the United States, not only with

equanimity, but actually with joy and thanksgiving”. El gobierno militar, “in true

American fashion”, estableció los fundamentos americanos de la libertad y la

democracia.42

No obstante, las carencias de infraestructura física y social, legado de la

administración española, hicieron el inicio de la tarea civilizadora muy difícil:

Early in the experience of the first American administration it became


evident that Porto Rico had actually no training in self-government and
that the poverty and low moral average of the people was to a large extent, due
to mistaken policy of the home government, which had made no effort to
improve these conditions.43

Para Mixer, la inefictividad de la ley Foraker no fue por colonial o por carecer de

principios democráticos, sino porque los puertorriqueños no estaban preparados

40
Van Deusen, A Caribbean Isle, p. 111. Mi énfasis.
41
Van Deusen, A Caribbean Isle, p. 109.
42
Mixer, History and Conditions, p. 64.
43
Mixer, History and Conditions, p. 66. Mi énfasis.

198
para ella debido a su condición de extrema pobreza e ignorancia.44 No obstante,

reconoce la inferioridad de la ciudadanía bajo la primera ley orgánica.45

En estos textos siempre se justifica la gestión estadounidense en la Isla; a

pesar de considerar “naturales” y justas las críticas de los políticos

puertorriqueños, estos autores defienden la sabiduría de las medidas y la buena

fe de los oficiales coloniales que las aplicaron. Por ejemplo, los autores de A

Caribbean Isle aceptan que la fusión de las ramas ejecutiva y legislativa, con la

designación del Consejo Ejecutivo como Cámara Alta de la Asamblea

Legistativa, según lo estableció la ley Foraker, causó justo malestar entre los

isleños por ser inconsistente con las reglas y prácticas de la “democracia

americana”:

however, all departament heads were continental Americans who,


disinterested as they were in local oppositions and strifes, introduced and
aided in the enactment of some of the soundest and most far-reaching of
Porto Rico’s laws. Congress had passed the Foraker Act designating it a
‘temporary measure.’ It remained in force seventeen years …46

Así, en la narración de los Van Deusen, el control metropolitano de la

administración de Puerto Rico funcionaba como garantía de neutralidad y hasta

de objetividad. Mientras que para los puertorriqueños significaba un

cuestionamiento de su capacidad para llevar a cabo la tarea gubernamental.

44
“A serious problem still confronts Porto Rico in the mass of its illiterates which must be more
nearly solved before its citizens can claim the rights and privileges of full citizenship”. Mixer, History
and Conditions, p. 247.
45
La describe como una ciudadanía sin valor legal internacional, ni siquiera en Estados Unidos:
“By this act the Porto Rican became literally a man without a country, an inhabitant of an
organized territory of the United States but not a citizen of the United States. The anomaly of the
status with the suggestion of the inferiority which it implied, became the source of dissatisfaction
to the leaders of all parties, after the first two or three years’ experience under the law, and
seriously impeded the progress and development of the Island”. Mixer, History and Conditions, p.
261.
46
Van Deusen, A Caribbean Isle, p. 115. Puntos suspensivos en el original.

199
Del mismo modo, describen los sentimientos de los puertorriqueños como

conflictivos:

Though on the one hand there was a feeling of discontent among the
Porto Ricans at not being permitted to administer their own affairs, on the
other hand they could not help but feel grateful for the stupendous strides
of progress which their country at once began to make under the wise
direction of the capable and sympathetic American officials.47

Resalta de este libro la valoración positiva de la labor de los “simpáticos oficiales

estadounidenses”, descrita a lo largo del texto como “sabia” y “capaz”. Es

necesario recordar: Richard y Elizabeth Van Deusen fueron de esos “capable and

sympathetic American officials”.

El malestar en la sociedad puertorriqueña

Mixer señala que todos los problemas sociales de la Isla se derivaban de

las condiciones de la ruralía, pues allí vivían casi todos los puertorriqueños y en

ella obtenían su sustento. Al mismo tiempo, la sobrepoblación, debido a la alta

fecundidad de las puertorriqueñas (aunque con una alta tasa de mortalidad) era

un impedimento para el desarrollo, pues la creciente población no podía

mantenerse adecuadamente. Por lo tanto, este sector mayoritario perdió su

independencia frente a la minoría en control de las riquezas del país. El

campesino carecía de estímulos que lo convirtieran en un ente productivo, que lo

insertasen en la lógica capitalista que implicaba la moderna civilización. La

ignorancia y la pobreza eran el producto de su desplazamiento, y por eso el

objetivo principal del esfuerzo americanizador fue dirigido a los jíbaros.

Además de la ignorancia los Van Deusen también identifican a la

anquilostomiasis como los factores que impedían el progreso de los campesinos

47
Van Deusen, A Caribbean Isle, p. 116. Mi énfasis.

200
puertorriqueños. Afirman que en ambos renglones el gobierno colonial había

tomado los pasos necesarios para eliminarlos:

Education through rural public schools and the scientific war waged
against hookworm are gradually mitigating these two retarding
influences, and in time it is hoped they will turn the great mass of the
rural inhabitants into a healthful, industrious, and inteligent body of
citizens.48

Aquí se hacen presentes dos aspectos fundamentales en el proceso de

americanización en Puerto Rico que son característicos en los procesos de

modernización en las sociedades campesinas: el acceso a la educación y a los

servicios de salud como garantías sociales en el discurso liberal sobre la

producción y la administración de los poderes políticos. El apelativo de

“científico” le da la validez retórica del conocimiento con el que se

diagnosticaron las carencias y las necesidades del isleño.

Mixer describe al jíbaro como el “producto de la historia de la Isla”, que

soportó con tenacidad las visicitudes en su ruta hacia el progreso. Este progreso

estaba vinculado, como es lógico en el discurso colonial estadounidense, a la

capacidad de generar riquezas. En ese sentido, la historia lo había colocado a la

merced de alguien que lo redimiría y lo sacaría de su situación de subordinación.

La tutela colonial española y la criolla, como su heredera, había fracasado en tal

sentido. Era necesaria la intervención nestadounidense para redimirlo:

He wrested his patrimony from its primitive possessor and in iddleness


let it revert to the original jungle. He participated in its slow regeneration
until it once more blossomed and supported him. Always improvident, he
worked the soil without refreshment for a century and awoke to find
himself again struggling for a bare existence. Now, at the last, that the land,
under proper care, is again producing in abundance, he finds himself, the sickly
product of the soil itself, a wanderer, an outcast, with often literally no place
to lay his head.49

48
Van Deusen, A Caribbean Isle, p. 170.
49
Mixer, History and Conditions, p. 208.

201
La descripción del jíbaro funciona en estos textos para enaltecer la propia

figura del poder imperial. Ahora que por fin la tierra estaba bajo un cuidado

“apropiado”, todo sería mejor. Se mantiene en el discurso colonial

estadounidense de la década del 20 la necesidad y la bondad de su gestión en

Puerto Rico. Sin embargo, aducen los cronistas, que no atender esta situación

conllevaba un peligro:

His revenge, however, is sure. His passive weapons is his almost


unlimited power of propagation. Abandoned and disinherited, the army
of him grows and by very force of numbers, he compels attention and
threaten to engulf the Island itself unless he be recognized and assimilated.50

La asimilación del jíbaro se plantea aquí como una necesidad. Mas, no se refería

exclusivamente a la americanización, sino a su integración a la sociedad, a

hacerlo parte de ella como ente productivo y político. También se refiere a que, a

través de la asimilación/americanización del jíbaro, se integraría, a su vez, la Isla

al sistema ideológico y productivo de Estados Unidos. Se trata entonces, para

cumplir con esta tarea, de minar la hegemonía que ejercía la élite criolla y

hacendada. De manera que para “americanizar” era necesario subvertir el orden

social existente.

Al igual que Ángel Quintero Rivera, Mixer identifica a la clase hacendada,

descendiente de inmigrantes recientes según su relato, como empecinada en

mantener sus privilegios aristocráticos y su cultura hispana.51 Esta clase, desde su

ideología paternalista, trataba al jíbaro como un “niño”, quien aceptaba sin

chistar este tutelaje. Advierte el autor que esta sociedad de privilegios era otro de

los problemas que la clase campesina podría superar a través de la educación

50
Mixer, History and Conditions, p. 208.

202
pública.52 Mixer señala el poder que ejercía la clase dominante como el problema

principal de la Isla, pues era total e interesado, y para ello mantenía a la masa en

una total ignorancia y enajenación política. En su ejercicio discursivo, Mixer

separa al jíbaro de la clase hacendada, no solo por su clase sino por su “etnia”,

pues esta élite estaba compuesta de inmigrantes recientes, por lo que “springs

from a different background from the larger proportion of the population which

holds the traditions and habits of life which originated with its Indians, Spanish

and African ancestry”.53 Al separar racialmente a la elite criolla del “autóctono”

jíbaro, Mixer extranjeriza a los hacendados y los coloca en un mismo nivel que

los estadounidenses (por lo menos ante los ojos del lector continental), aunque

éstos tenían “mejores intenciones” y eran más eficientes. Curiosamente, la

“clase” hacendada también acogerá a la figura del jíbaro como representante de

la puertorriqueñidad y reclamará eventualmente luchar por su bienestar y

redención.

Los Van Deusen resaltan, como todos los autores estudiados, la

“blancura” de los puertorriqueños. Aceptan como buenas las decrecientes cifras

de los “puros negros” y los mulatos con relación a la cantidad de pobladores

blancos según registrados en los censos realizados por el gobierno federal.

Añaden que ya no existe “a pure-blooded Boriqueño”, raza que se fue diluyendo

a través del proceso de mestizaje con españoles. De este proceso de “absorción”,

“has emerged the great mass of the jíbaros of today”.54 Especulan sobre la posible

51
Ángel Quintero Rivera, Conflictos de clase y política en Puerto Rico, Río Piedras: Ediciones
Huracán/CEREP, 1976.
52
Mixer, History and Conditions, p. 211.
53
Mixer, History and Conditions, p. 106.
54
Van Deusen, A Caribbean Isle, p. 159. Énfasis en el original.

203
absorción de los negros (como ocurrió con los taínos) debido a que ya no

entraban a la Isla en grandes cantidades (como pasó durante la esclavitud).

Delirio (de la medicina) tropical

La expansión de programas de higiene y salud pública fue un aspecto

fundamental en el proyecto americanizador, cuyo esfuerzo emblemático radicó

en las clínicas contra la anemia perniciosa provocada por el gusano

anquilostoma. El doctor del ejército estadounidense Bailey K. Ashford identificó

al gusano como causa de la enfermedad, encontró su tratamiento y dirigió las

clínicas de tratamiento. Los programas salubristas, a su vez, son también un

buen ejemplo de los efectos prácticos del discurso.55

Ashford puede ser visto como un interesante “agente americanizador”.

Llegó a Puerto Rico como oficial médico del Ejército de Estados Unidos durante

la invasión de 1898. La misión de Ashford y demás doctores del ejército, en el

contexto de la expansión imperialista de Estados Unidos, “was to make the

tropics a safe place for U.S. troops, and eventually to cure tropical workers for

the advancement of U.S. capitalism in the Caribbean”.56 Durante la ocupación

militar se casó con María Asunción López Nussa, una puertorriqueña de familia

prominente. Sus hijos nacieron y fueron criados en Puerto Rico, donde residió

55
Sobre este aspecto de los discursos sobre la salud pública y su puesta en práctica, ver Marlene
Duprey, Bioislas: ensayos sobre biopolítica y gubernamentalidad en Puerto Rico, San Juan: Ediciones
Callejón, 2010; Laura Briggs, Reproducing Empire: Race, Sex, and U.S. Imperialism in Puerto Rico,
Berkeley: University of California Press, 2002; y Eileen J. Findlay, “Love in the Tropics: Marriage,
Divorce, and the Construction of Benevolent Colonialism in Puerto Rico, 1908-1910” en Close
Encounters of Empire: Writing the Cultural History of U.S.-Latin American Relations, Gilbert Joseph,
Catherine C. LeGrand y Ricardo D. Salvatore, eds., Durham: Duke University Press, 1998, pp.
139-172.
56
Rosa E. Carrasquillo, “The Remaking of Tropical Peoples: U.S. Military Medicine and Empire
Building in Puerto Rico”, Historia y Sociedad, Años XVI-XVII, 2005-2006, p. 74.

204
hasta su muerte en 1934. De hecho, a lo largo de la narración de su propia

historia, el Dr. Ashford se refiere a la Isla como su hogar.57

El propio Ashord podría considerarse como el producto de su propio

“sincretismo”, hijo de un padre norteño, cirujano de prestigio, que murió cuando

era muy joven, y de madre sureña de una familia venida a menos y muy

religiosa. Relata su conflicto de vivir entre la mentalidad racional y científica del

moderno Norte y el emocional y religioso Sur. Sin embargo, “[t]his Puritan strain

was, of course, diluted in my generation by the blood of the Ashfords”, aclara

satisfecho.58 En él comandan las ideas progresistas que provienen de la verdad

científica, y dice que para satisfacer su interés en la investigación médica decidió

enlistarse en el ejército. Lo consideraba, además, que lo más “reputable thing a

man could do was to use what he had learned to the benefit of his country”.59

Dentro de la característica visión negativa del trópico, Rosa Carrasquillo

categoriza la de Ashford como una optimista, al emplear las últimas teorías

médicas con relación a los gérmenes.60 También lo identifica con la onda neo-

lamarckiana del darwinismo social estadounidense, que creía que los individuos

podían mejorar “genéticamente” si se modificaba el medioambiente en uno más

propicio para su “evolución” social.61 Sin embargo, Ashford mantiene la posición

del americano que cumple con su misión civilizadora en el enfermo e ignorante

trópico. En ese sentido, ejemplifica el aspecto “noble” característico de la anti-

conquista desarrollada por Mary Louis Pratt en Imperial Eyes.

57
En su autobiografía, Ashford dice, tras concluir un viaje por el sur de España: “… then go home
to Puerto Rico”. Bailey K. Ashford, A Soldier in Science: The Autobiography of Bailey K. Ashford,
Colonel M.C., U.S.A., San Juan: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1998, p. 160.
58
Ashford, Soldier in Science, p, 9.
59
Ashford, Soldier in Science, p. 17.
60
Carrasquillo, “Remaking of Tropical Peoples”, pp. 79-80.

205
En la autobiografía de Bailey K. Ashford, A Soldier in Science, son

perceptibles expresiones de su visión imperialista sobre Puerto Rico como isla

tropical y de sus habitantes como entes “degenerados” o disminuídos de alguna

forma. Su fundamento retórico no es “racial” sino “médico”, por eso el énfasis en

diagnosticar a los puertorriqueños como “enfermos” y hasta curables. No

obstante, sus expresiones están cargadas de las concepciones raciales comunes

para un virginiano de finales del siglo XIX. Carrasquillo afirma que su estudio

sobre la anquilostomiasis se concentró en la población blanca, pues Ashford

aseguraba que los negros eran inmunes a la enfermedad.62 También califica la

violencia como una característica intrínseca de la población vinculada a Oriente;63

o señala la vocación dramática de los países hispanoparlantes, donde “Even so

unexciting a thing as the ordering of two fried eggs may be the occasion of a

soul-stirring declamatory effort”.64

En la historia de progreso en la que el propio Ashford se inserta al narrar

la suya como parte de aquélla, la llegada del ejército de Estados Unidos a la Isla

es parte de “the reconquest of Puerto Rico for science”.65 Y en su primera misión

como “soldado de la ciencia”, identifica al anquilostoma como la causa de la

epidémica anemia perniciosa que asolaba a los campesinos puertorriqueños. Este

61
Carrasquillo, “Remaking of Tropical Peoples”, p. 74.
62
Carrasquillo, “Remaking of Tropical Peoples”, p. 76.
63
Como parte de un extenso viaje por Europa, Ashford visitó España. Al describir su percepción
de Granada: “There were, we reminded ourselves, two conquest reflected in the fall of Granada—
one, the wresting of control of the lower Spain from the Moor; the other, the conquest of the soul
by the Moor. The imprint of the luxurious lips of the Oriental esthete upon the cheek of the
barbarian remains visible to this day. For much of the nobility of character, reckless bravery, and
fanatical loyalty to his traditions have been inherited by the Spaniard from the Moor, whom he
boasts that he conquered. It has always seemed to me that the finest expression of the Oriental is
to be found in the oval-faced, olive complexioned Moor, that queer mixture of intense
sensuousnes and cold logic. There is something extremely sympathetic to me in the
responsiveness of the Moor to beauty and to truth; but his response to both marred by a certain
harshness and intolerance”. Ashford, Soldier in Science, p. 123-124.

206
relato se inserta en la épica de la ciencia en su expansión por el mundo, como

parte de la misión civilizadora de los países más desarrollados hacia los pueblos

atrasados.

He had heard of the indolence of Mexicans, of Central Americans, of


people everywhere in the old Spanish Main. He could not say that their
indolence was caused by disease. Secretly, however, he knew now that it
was, through he couldn’t say so—yet. But he could say so for Puerto Rico,
for our war ward, so newly under our Flag, and so sick.66

Se percibe en su discurso la seguridad y el optimismo que le da la idea de la

superior verdad científica, y al mismo tiempo la de la responsabilidad imperial

hacia los que están bajo el cobijo de la “bandera”.

También destaca la influencia positiva que ejercía su tarea científica y

médica –otro producto de la americanización– pues eran los propios campesinos

quienes se interesaban en mejorar y promocionar las campañas salubristas. Así,

el éxito de la primera campaña, dice, se debió a los esfuerzos divulgatorios y de

presión política del jíbaro, principal víctima de la epidemia y de la jerarquía

social predominante, al desarrollar su voz política: “I maintained, from the

outset, that even though the vast majority of our patients could not read and

write, they and not the phrase-maker would best distribute our ideas”.67

Mas su ejecutoria como “agente” americanizador tuvo un aspecto

abiertamente político como fue el establecimiento de las clínicas en los lugares

dominados por la oposición política:

When I discussed the matter of a move with the Governor Hunt, I


advocated Utuado, but he felt that, as this was the center of a party said to be
anti-American and very hostile to the idea that the anemia was caused by

64
Ashford, Soldier in Science, p. 351.
65
Ashford, Soldier in Science, p. 67.
66
Ashford, Soldier in Science, p. 4. Énfasis en el original. La voz narrativa en la autobiografía de
Ashford varía entre la primera y la tercera persona.
67
Ashford, Soldier in Science, p. 67.

207
anything but hard times and bad treatment of the natives, it would be
unwise to risk failure at such a crucial period. I pointed out that if we
succeeded, as we proposed to do, the effect on the rest of the country
would be correspondingly strong.68

En su épica del avance del Progreso y la Razón, éstas se enfrentan a las

retrógradas fuerzas representadas por la Iglesia Católica (porque se oponía a la

participación ciudadana en estos esfuerzos médicos) y a la incapacidad hispana

racionalmente. Por eso se queja de la mezcla de la política con la implantación de

los programas de salud pública.

This is specially true in this tropics, where by race and climate the full meaning of
liberty still is not fully appreciated; where the chains of feudalism still are
dragged, rusty and here and there broken though they be; where the
Inquisition, long since fallen into desuetude in the land of its birth, still
flourishes in the shape of malicious gossip and the presumption of
unproven intentions. The building up a strong sanitary services, based on
scientific reasoning and not party prejudices and vain imaginings, is here
the most urgent of civic problems.69

Ashford describe, como cualquiera de los cronistas aquí estudiados, el ambiente

de atraso moral y mezquindad asociado con la aristocrática y retrógrada

sociedad hispana. En ese sentido, el doctor estaba de acuerdo con el dictamen

metropolitano de que los puertorriqueños no eran capaces de sostener un

gobierno propio, y, por lo tanto, queda establecida así la necesidad de la

intervención norteamericana.

Así tras dos años de la campaña contra la anquilostomiasis, se obtuvo

importantes progresos y se le demostró a los campesinos que:

that high mortality and progressive loss of strength and health among the
populace were not visitations of God, were not caused by anything
inherent in climate, but were consequences of a tangible disease,
epidemic, and capable of being cured and prevented.70

68
Ashford, Soldier in Science, p. 56. Mi énfasis.
69
Ashford, Soldier in Science, pp. 86-87. Mi énfasis.
70
Ashford, Soldier in Science, p. 81.

208
En muchos sentidos, desde la perspectiva de Ashford, no sólo se enfrentaba a la

ignorancia del puertorriqueño pobre y a las malas intenciones de los políticos

oportunistas, sino a las de los propios americanos, que veían al puertorriqueño

como inherentemente enfermo y deficiente, perennemente necesitado de

intervención.

Educar y americanizar

La educación fue fundamental en el proyecto americanizador. Como se ha

reiterado en este trabajo, la educación pública fue la herramienta principal de la

americanización ideológica de los puertorriqueños. Es interesante y paradójico el

asunto de la educación durante esta primera etapa de la americanización de

Puerto Rico. El efecto positivo que tuvo la campaña de afabetización es

indudable, incluso con sus evidentes limitaciones materiales e ideológicas. La

dramática reducción del analfabetismo sacó a muchos puertorriqueños de la

miseria intelectual en la que se encontraban, y como consecuencia tuvieron

acceso a otras formas de vida. Fue un importantísimo ejercicio democratizador,

que se dio a distintos ritmos e intensidades, desde la escuela primaria hasta la

universidad. Sin embargo, el aspecto ideológico del ejercicio educador es claro y

quizás uno de los aspectos más complicados del discurso colonial en la Isla.

Tanto en History and Conditions como en A Caribbean Isle, se destacan los

esfuerzos de la administración colonial, incluso desde los iniciales años durante

el gobierno militar:

Almost the first consideration of the Americans, after the signing of the
armistice in August, 1898, was the introduction into Porto Rico of all those
ideas of modern democracy so cherished by and so beneficial to the citizens of the
Northern Republic, and among these ideals there was none it so eagerly
wished to inculcate as that of the free public instruction, on the American

209
plan, which has brought about in the United States the most amazing and
succesfull education progress and results the world has ever known.71

En ambos textos, los autores reconocen el apoyo y esfuerzo de los legisladores

puertorriqueños al asignar una buena parte de su presupuesto para financiar el

sistema de educación pública, a pesar de la resistencia de los hacendados.72

Mixer afirma que en un primer momento se trató de enseñar el inglés y

“preservar” el español, aunque señala varias de las ineficientes estrategias para

enseñar el idioma a los puertorriqueños. Entre los problemas confrontados

destaca la incapacidad de los maestros locales, lo inefectivo que resultó traer

maestros de Estados Unidos, y la mala selección de libros y traducciones como

herramientas de enseñanza. Reconoce, a su vez, los problemas que tuvieron

maestros y administradores para adaptarse a la “mentalidad hispana”.73 Para

obtener más logros, hacía falta más dinero, mejorar la salud de los niños y

adolescentes, y lograr que los niños asistieran a la escuela regularmente.

Los autores también señalan la dificultad para encontrar maestros

devotos, capaces de comprender “the truly high mission on which they are

embarked and appreciating it, to consecrate themselves to the task, not for one

year but for a period of years”.74 El maestro era esencial pues tenía que ser una

figura ejemplar –como la de un cura o pastor que, en labor misionera, dirigiese y

propiciase el proceso civilizatorio– que debía ser “leader of the local community

in developing itself”.75 Por lo tanto, muy importante en este proceso era el

71
Van Deusen, A Caribbean Isle, p. 266. Mi énfasis.
72
“the Islanders willingly and gladly set aside each year, in the appopriation of their public
funds, an astonishing proportion (32.24 per cent in 1928-29) for educational purposes”. Van
Deusen, A Caribbean Isle, p. 249.
73
Mixer, History and Conditions, p. 228, 236.
74
Mixer, History and Conditions, p. 238.
75
Mixer, History and Conditions, p. 239.

210
desarrollo de las escuelas rurales (“the one social center of the jíbaro, his one open

door to a brighter future!”, afirman los Van Deusen)76, que llevaría a cabo esta

labor misionera:

The school required is not that of the graded system used in the towns but
one whose curriculum is adjusted to the special problems of the country
and whose teacher is fitted by training and experience to become a true
leader of thought and progress in the community. That its salaries must be
higher and an esprit de corps must be developed in the teaching body.77

Se establece una vez más el vínculo en la labor misionera de la americanización;

son los maestros, más que los evangélicos –según los textos aquí consultados–,

los encargados de realizar esta tarea.78 La imagen del “misionero

americanizador” ya se había manifestado en el texto estudiado de Edward

Wilson.

Estos textos, sin embargo, afirman que Estados Unidos “had no interest in

denationalizing the Island” y que su propósito era “benévolo”, como lo indicaba

“the small number of American teachers by the department [of Education]”.79 Lo

mismo señalan los Van Deusen al citar el eslogan establecido por el

Departamento de Educación durante la dirección de Juan B. Huyke, en la década

del veinte: “The acquisition of English and the conservation of Spanish”. 80 Hay

76
Van Deusen, A Caribbean Isle, p. 277.
77
Mixer, History and Conditions, p. 169.
78
El gobierno colonial colaboró con las misiones protestantes, pero no fue parte de su política
apoyarlos institucionalmente, dada la tradición de separación entre Iglesia y Estado. Hay que
recordar que en la mentalidad estadounidense el catolicismo era una religión antidemocrática y
oscurantista, propia de los pueblos atrasados. No obstante el éxito de las misiones en Puerto Rico,
la religión protestante, como demuestra Samuel Silva Gotay, fue puertorriqueñizada, con el paso de
los años, respondiendo desde la doctrina evangélica (con un histórico fundamento
estadounidense) a las necesidades espirituales de los isleños. Sobre la evangelización protestante
en Puerto Rico y la americanización ideológica, véase Samuel Silva Gotay, Protestantismo y política
en Puerto Rico, 1898-1930: hacia una historia del protestantismo evangélico en Puerto Rico, Río Piedras:
Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1997.
79
Mixer, History and Conditions, p. 234.
80
Van Deusen, A Caribbean Isle, p. 277.

211
un cambio de postura con relación al idioma y la cultura hispana en Puerto Rico,

que fue casi un cambio en la visión misma de la americanización.

Al evaluar la cultura de los puertorriqueños, estos autores reconocen la

solidez de sus rasgos hispanos y del idioma español. Me parece que de alguna

manera buscaban reconciliarse con ello y que esto obró en el cambio del discurso

colonial estadounidense, que colocó a Puerto Rico como el vínculo con la

América hispana. Más arriba discutí la postura institucional para la Universidad

de Puerto Rico establecida por el rector Thomas Benner, lo que le dio una cierta

concreción al discurso educativo.

En el discurso colonial de la década del 20 se percibe una aceptación y una

valorización positiva de la cultura hispana y su temperamento “emocional,

artístico e intelectual”. En History and Conditions, por ejemplo, se demuestra un

mayor aprecio del pasado hispano, y hasta se le considera un complemento

positivo de la personalidad del puertorriqueño americano.

More and more, progress and education are changing the outward
semblance, but this is no reason why the emotional, artistic or intellectual
values of the Latin temperament should be lost or even that American
habits should be assumed by those to whom they are not congenial. The
Spanish language will, without doubt, persist for many generations. It is to be
hoped that with it will continue the old world flavor which gives the
Island its chief charm to the American traveller.81

Esto, por un lado, puede significar el reconocer la imposibilidad de borrar la

cultura de los puertorriqueños en una generación, como pronosticaron los

cronistas del 98. Pero esta diferencia era positiva en su acepción de rentable –

además del posible vínculo con Hispanoamérica–, pues la Isla se podía vender

como destino turístico para los estadounidenses, quienes podrían disfrutar del

“sabor del viejo mundo” en un territorio no-incorporado de Estados Unidos.

212
Cabe preguntarse a qué se debió la exotización del puertorriqueño y su

ambiente. ¿Para establecer una diferencia esencial, y señalar la imposibilidad de la

asimilación? ¿O fue un presagio de la visión multicultural de lo americano?

Ante la pervivencia del “sabor” hispano en la sociedad puertorriqueña,

Mixer parece sorprendido y lanza un pequeño reproche:

In spite of twenty-five years of close association with the United States,


however, the flavor of the social life of the Island is distinctly that of
Spain. The semblance of American habits, seen in the cities, is soon found to be
superficial and if the visitor desires a more intimate knowledge of the people he
will find it necessary to acquire knowledge of the Spanish language.82

De cierta manera lo que parece molestar a este autor (como incomodó a Edward

Wilson, como discutí en el capítulo anterior) es la resistencia de los

puertorriqueños a abandonar su historia hispana y a adoptar sin

contemplaciones las “formas y maneras” americanas.

También los Van Deusen opinan que la americanización de los

puertorriqueños era “superficial”, más bien una cuestión material (en el sentido

de usar los artefactos modernos característicos de la sociedad de consumo

producto de la masificación industrial) que una transformación profunda del

carácter isleño.

Although for thirty years Porto Rico has been a territory of the United
States, and while there has been some intermarriage, the time has not yet
arrived when any estimate of the influence of the North American racial
strain may be formed. Up to the present the Americanization of Porto Rico
would seem to be purely superficial and external, having to do more with the
manner of living than with the personality of the people.83

81
Mixer, History and Conditions, pp. 118-119. Mi énfasis.
82
Mixer, History and Conditions, p. 107. Mi énfasis.
83
Van Deusen, A Caribbean Isle, p. 161. Mi énfasis. También destacan la poquísima y decreciente
cantidad de “continental Americans residents” en la Isla, lo que constituiría una importante
influencia para la transformación del carácter isleño.

213
Los Van Deusen establecieron una interesante distinción entre americanización y

modernización. La primera implicaba una transformación profunda en la

“manera de ser” y la segunda describía una transformación sociocultural

inevitable, producto de la inserción de la Isla en el circuito económico del capital.

Aunque unas páginas más adelante afirman otra cosa: “It is true that during the

last thirty years urban life in Porto Rico has become not only modernized but in a

great measure Americanized”.84 También consideran importante, para entender

el cambio cultural, la comunicación constante de los puertorriqueños con la

ciudad de Nueva York, así como el flujo de quienes fueron a hacer estudios

universitarios en Estados Unidos.

No obstante su deseo de americanización, los Van Deusen demuestran

mayor aceptación que Mixer al fuerte contenido hispánico de la cultura

puertorriqueña; tal vez por haber vivido y trabajado en la Isla por varios años,

lograron cierta intimidad con ella. No sólo reconocen que “the present-day

language of Spain is the vernacular of Porto Rico”,85 sino que defendieron la

calidad del español hablado en la Isla: “The only possibility of an adulterated

language which has ever existed in Porto Rico has appeared with the general

acquisition of English during the past thirty years”.86 Coincide esta década, con

una mayor empatía del pueblo norteamericano hacia el hispanismo, expresado

en la arquitectura, por ejemplo, a través del Spanish Revival.

84
Van Deusen, A Caribbean Isle, pp. 164.
85
Van Deusen, A Caribbean Isle, pp. 156-160.

214
La dulce americanización económica

En su repaso de los asuntos productivos de Puerto Rico, Mixer destaca

que la industria azucarera era la principal en la economía de la Isla, desplazando

al café. Ocupaba en ese momento un tercio de las tierras en cultivo, además de

que las principales centrales azucareras compraban el producto de casi la mitad

de los pequeños y medianos cultivadores, empleaba una cuarta parte de los

trabajadores (sin incluir a los que trabajan en las industrias relacionadas a la del

azúcar); representaba el 79% del capital invertido en la manufactura y el 65% de

las exportaciones. Es por esto que “Sugar, …, dominates the agricultural and

industrial life of the Island and in a large degree controls the welfare of a large

porportion of its inhabitants”.87 Destaca que antes del 1898, la industria estaba en

ruinas debido al atraso tecnológico y la falta de técnicas para mejorar los

cultivos.88 Entonces, con una narrativa característica de la épica imperial del

proceso americanizador a través de la expansión del capital, esta actividad

productiva aparece como el motor del progreso civilizador. Así describe la

Central Guánica:

The first and the largest of the modern Centrales to be established with
American capital, was that of Guanica, built on the excellent harbor on the
south coast of that name, at the point, in fact, at which the American
Expeditionary Force made its first landing on Porto Rican territory. Guanica
grinds all the cane in the south west part of the Island from Ponce west,
and has developed a small city of its employeed which is equipped with
hospital, school and libraries, as testimonials to the improved standards of its
founders.89

Se trata de la construcción de una épica de la amerizanización de Puerto Rico.

Por eso la referencia, poética o providencial, de que este pionero asentamiento

86
Van Deusen, A Caribbean Isle, pp. 206-207.
87
Mixer, History and Conditions, p. 121.
88
Mixer, History and Conditions, p. 123.

215
erigido en el mismo lugar por donde desembarcaron las fuerzas militares

estadounidenses. Allí se levantó la mayor de las centrales azucareras establecidas

por el capital americano y a su alrededor se desarrolló “una pequeña ciudad”

equipada de hospitales, bibiliotecas y escuelas. Establece así la línea progresiva

de la americanización: invasión, inversión, desarrollo, progreso.

En un relegado plano está la industria cafetalera, la que fuera la industria

que más riqueza aportara antes del cambio de soberanía. Para el autor, el

problema de la industria del café eran las pobres carreteras, que dificultaba su

acarreo a los puertos, los bajos precios en los mercados internacionales, y la

destrucción causada por el huracán San Ciriaco en 1899. Señaló también los

míseros salarios como problema, pues abonaban a la tentación del robo y

laceraban lo que debería ser la cuasi sagrada relación obrero-patronal. Además,

los recolectores de café estaban enfermos y vivían en pobrísimas condiciones de

higiene. El aumento en la industria cañera, con sus mejores salarios y

oportunidades, atraía a los campesinos de la zona montañosa hacia los

cañaverales, resultando además en la escasez de mano de obra en los cafetales.

Mixer defiende las acciones del Congreso en favor de los caficultores, pese

a las críticas constantes de los hacendados locales: “Congress came to the rescue

with appropiation and the Insular Government extended the farmer’s loan for

two years and reduced the taxes. Under American rule the industry has

gradually recovered. … but former prices have never been reached”.90 Entonces

evalúa la relación entre los cafetaleros y el Congreso. Recordemos que éstos eran,

89
Mixer, History and Conditions, p. 124. Mi énfasis.
90
Mixer, History and Conditions, p. 144-145.

216
según la historia que nos cuenta Mixer, la élite hacendada conglomerada en el

Partido Unión, el escollo más fuerte a la americanización.

The planters asked first to be placed on the same basis with the United
States as they were previously with Spain through the imposition of a
duty on all coffee imported in to the United States from foreign countries.
This would tax every coffee drinker in the United States to help Porto Rico. The
second proposal was that the United States should pay a bounty on coffee
imported from Porto Rico, Hawaii and the Phillipines. Neither plan has
appealled to Congress as economically sound, and the industry has had to
develop as it has done, without government aid. There is no doubt that
there is still room for improvement in Island methods and the most
reasonable program would seem to be that which will aid most in
improving the cultivation and marketing so that the output can be
increased and the planters placed on a competitive basis with Venezuelan
and Brazilian coffees.91

Aquí es perceptible la contradicción más profunda entre la élite criolla y el credo

liberal económico, que saca al Estado de la ecuación productiva. Por eso la única

salida para los caficultores era volverse más eficientes y creativos para poder

competir con el café internacional, porque Estados Unidos no iba a cambiar su

política económica para beneficiar la producción del café puertorriqueño.

Un amor imposible: la americanización política

En el Capítulo V, “How Modern Puerto Rico is Governed”, de A Caribbean

Isla, los Van Deusen describen, en un suscinto informe, la estructura del gobierno

de Puerto Rico y su relación con Estados Unidos, pero no entran en detalles

acerca de la justicia de ésta o aquélla posición. Como es de esperar, el texto es

otra justificación de la presencia estadounidense en Puerto Rico y da a entender

que, lo han hecho a pesar de los errores cometidos, ésta había sido lo mejor

posible. No hay discusión de sus defectos ni virtudes ni contestación de críticas.

Apunta que desde la instauración de la ley Jones todos los legisladores habían

91
Mixer, History and Conditions, p. 150. Mi énfasis.

217
sido puertorriqueños, excepto uno, Walter Mc Jones.92 También destaca que las

leyes aprobadas por la asamblea legislativa puertorriqueña demostraban “an

amount of intelligent and far-sighted legislation comparable to that of any

modern democratic State”.93

Mixer destaca el entusiasmo de los puertorriqueños con la nueva relación

con Estados Unidos. El deseo de integración era tal que ambos partidos políticos

se enfrentaron a la política oficial de no territorialidad:

So keenly desirous were they for progress toward complete self-


government that legislators became impatient, even under the mild
restraint exercised by the Governor and Executive Council. In 1902, for
example, a resolution was adopted in the House of Delegates demanding
for the Island the status of a territory by both parties in the lower house
and by all but one of the native members of the Executive Council. Its
defeat by the American members aroused much adverse feeling among
Porto Ricans.94

De esta cita resaltan dos cosas: primero, el deseo de los puertorriqueños en

formar parte de Estados Unidos, a través de la integración territorial con la

“nación”; y el freno del gobierno metropolitano a ese deseo al considerarlos

incapaces para gobernarse. Para la elite política puertorriqueña, en particular la

agrupada en el Partido Unión, ese “control moderado” era visto como una

afrenta a los puertorriqueños, una negación de la “voluntad” del pueblo.95

92
Walter McKnown Jones es otro curioso agente americanizador. Oriundo de una familia de clase
media alta de Boston se trasladó a la Isla en 1904 junto a sus hermanas. Gracias a sus contactos
comerciales estableció fincas de diversos frutos en Villalba, municipio del que fue fundador y su
primer alcalde. También fue legislador por el Partido Unión, Carmelo Rosario Natal, La gente de
Villalba en la historia: los forjadores del pueblo, Villalba: Gobierno Municipal de Villalba, 2000, pp.
66-70.
93
Van Deusen, A Caribbean Isle, p. 132. Más adelante asevera que: “the governmental institutions
and the rights and privileges of the people of this somewhat remote island territory compare
favorably with those of the most progressive States of the Union”, p. 157.
94
Mixer, History and Conditions, pp. 73-74. Mi énfasis.
95
César Ayala y Rafael Bernabe describen la encrucijada de los líderes de los Partidos
Republicano y Federal ante la evidente estructura colonial de la ley Foraker en la que la Isla era
una posesión de Estados Unidos, “sin garantía de convertirse con el tiempo en república
independiente o en estado de la Unión”. En Puerto Rico en el siglo americano: su historia desde 1898,
traducción de Aurora Lauzardo Ugarte. San Juan: Ediciones Callejón, 2011, p. 83.

218
Aunque Mixer no describe a los políticos puertorriqueños de la manera

negativa que lo hace Wilson, sí señala que los unionistas no habían abandonado

su deseo por la independencia de la Isla. Esta insistencia era, como en el caso del

autor discutido en el capítulo anterior, una clara señal de desconfianza para el

poder imperial, y un indicio de la incapacidad de comunicación política entre

estadounidenses y puertorriqueños. Mixer recuerda el boicot legislativo que

realizó la Cámara de Delegados, copada por los unionistas, en 1909, cuando se

negaron a firmar el presupuesto del gobierno de Puerto Rico. El autor describe

este evento como uno que “overstepped the bounds of propriety and legality”.96

Para los autores norteamericanos, estos actos de “dignidad” de los

políticos puertorriqueños constituyeron siempre reacciones de inmadurez

política que reafirmaban su creencia de que no eran capaces de gobernar, ni que

actuaban por el bien de las masas. Aunque también hay que preguntarse si el

Imperio era capaz de soportar que se enfrentaran a sus dictámenes, viéndose

“obligado” de cierta forma a castigar la “mala crianza” de los isleños. Según lo

cuenta Mixer, la Cámara de Delegados utilizó sus poderes para forzar al

Ejecutivo americano a que firmara las leyes de su programa político, aunque no

cumplían con los méritos para convertirse en tales:

An Agricultural Bank bill, because it was in violation of the Foraker law; a


change in the Appraisement law, because it placed too much power in the
hands of those owning the most taxable property; that all municipal
judges should be elective, because this would make all these judges of one
political faith, namely that of the Unionist Party, and would reduce the
judge to a mere political instrument in the hands of the central commitee.
A refusal to pass these bills on the part of the Executive Council led
the House to refuse the necessary appropriation bills and so brought the
government to a standstill.97

96
Mixer, History and Conditions, p. 77.
97
Mixer, History and Conditions, p. 77.

219
Según Rafael Bernabe, en Respuestas al colonialismo en la política puertorriqueña,

1899-1929, con el boicot de los delegados unionistas pretendían llamar la

atención del gobierno colonial y metropolitano hacia sus reclamos de mayor

autonomía.98 Lo cierto es que había varios intereses dentro del Partido Unión. El

ala “radical” de los delegados unionistas, como Rosendo Matienzo Cintrón y

Luis Lloréns Torres, abogaban por una actitud drástica de no colaborar con el

régimen hasta que se atendieran sus reclamos. Mientras que el mayoritario grupo

detrás de la figura de Luis Muñoz Rivera resentía la actitud, que consideraba

intolerante, del Consejo Ejecutivo y el gobernador. Finalmente Muñoz Rivera,

aunque no apoyaba la idea del boicot, decidió usarlo como ficha de tranque para

negociar unos nombramientos.

Es por eso que en 1909 la Cámara unionista se negó a aprobar el

presupuesto del siguiente año fiscal. El gobernador Regis Post apeló al

presidente William Taft, quien actuó con premura, y el Congreso aprobó la

Enmienda Olmstead a la ley Foraker, que estipulaba que se mantendría en vigor

el presupuesto del año anterior si la Cámara no aprobaba uno nuevo. También

fijó en el Negociado de Asuntos Insulares, adscrito al Departamento de la

Guerra, el centro de la política metropolitanta con respecto a la Isla.

Los constantes reclamos por mayor poder político eran vistos por la élite

política estadounidense como otra prueba de la incapacidad de los

puertorriqueños para gobernarse. Por eso el presidente Taft, cuando firmó la

Enmienda Olmstead, habló de la ingratitud de los líderes políticos

puertorriqueños hacia la generosidad de Estados Unidos y se lamentó de haber

98
Rafael Bernabe, Respuestas al colonialismo en la política puertorriqueña, 1899-1929, Río Piedras:
Ediciones Huracán, 1996, pp. 169-178.

220
“procedido con demasiada rapidez en la concesión a los puertorriqueños, para su

propia conveniencia, de poder político”.99 Mixer aprueba la actitud del

presidente y recuerda que “Similar provisions apply in the Phillippines and in

Hawaii and have prevented any such misuse of the power of appropriation”.100

Mixer destaca, en cambio, las acciones del Partido Socialista y la figura de

su líder máximo, Santiago Iglesias Pantín: “The point of importance to us at this

time is the emergence of the Socialist Party as a political force in the Island, as the

only party which did and has, consistenly stood for the needs of the workingman

as its sole objective”.101 Esto también es importante porque establece un perfil de

lo que era aceptable para los estadounidenses: su intención de redención del

jíbaro sin antagonizar con los intereses metropolitanos y, de paso, ser entusiastas

americanistas. No deja de ser interesante la aceptación de Iglesias Pantín entre

ciertos sectores del panorama político americano. De seguro su alianza con la

American Federation of Labor y su líder máximo, Samuel Gompers, hizo más

agradable su figura entre ciertos sectores del circuito de poder metroplitano.

Emily Rosemberg señala que Iglesias Pantín acompañó al líder de la American

Federation of Labor, Samuel Gompers, en una gira por México con la intención de

“convertir” al trade-unionismo a los obreros mexicanos.102

Si bien por un lado había en estos textos mayor aceptación de la cultura

hispanopuertorriqueña, no la había para todo aquello que pareciera querer la

independencia política de la Isla. En History and Conditions, pende la acusación

99
Citado en José Trías Monge, Historia constitucional de Puerto Rico, Vol. II, Río Piedras: Editorial
Universitaria, 1981, p. 24.
100
Mixer, History and Conditions, p. 78. Mi énfasis.
101
Mixer, History and Conditions, p. 81.
102
Emily Rosemberg, Spreading the American Dream: American Economic and Cultural Expansion,
New York: Hill and Wang, 1982.

221
sobre los líderes de la Unión de Puerto Rico de querer la independencia. Y por lo

tanto su representación resulta, al igual que en Political History of Porto Rico de

Wilson, como un reproche a lo que consideraba la ingratitud que conllevaba no

confiar ciegamente en la administración estadounidense. De hecho, Mixer afirma

que la meta final de los unionistas era la independencia y que por eso se

opusieron a la ciudadanía americana durante la firma de la ley Jones. Del mismo

modo, señala a Muñoz Rivera expresando que “the ultimate ideal of the party is

independence in association with the United States”.103 Este autor también resalta

el vaivén de los unionistas con respecto a la resolución del destino político de

Puerto Rico. Mixer cita a “Mr. Barceló, president of the Senate and the leader of

the Unionist Party”, diciendo que la ley Jones representaba “a provisional

government which does not interfere with the two sentiments into which people

are divided, namely, statehood and independence”.104 Es de suponer que el solo

deseo de algunos puertorriqueños por la independencia extrañaba sobremanera

a los estadounidenses.

Mixer identifica dos modelos para la implementación de la política

colonial hacia Puerto Rico, o, si se quiere, de americanización política: el que

estableciera el presidente William McKinley y que trataba de mantener el mayor

control posible permitido por ley; y el del presidente Theodore Roosevelt, que

ofrecía mayor participación a los nativos. Esta es la estrategia que implantará el

gobernador Arthur Yager, al que Mixer describe como un “tutor” justo y

paciente que quería lo mejor para su aprendiz ente social y político. Bajo su

103
Mixer, History and Conditions, p. 88. También reseña la Convención de Miramar, que postergó
indefinidamente la exigencia de la independencia para concentrar los esfuerzos unionistas en
reformas autonómicas.
104
Mixer, History and Conditions, p. 91.

222
gobernación, durante la liberal administración del presidente Woodrow Wilson,

se alimentó la ambición de los líderes políticos por el autogobierno al aumentar

el número de puertorriqueños en el Consejo Ejecutivo, al buscarse entendidos

con la mayoritaria Unión de Puerto Rico y al nombrarse en puestos del gobierno

a miembros de ese partido. Sin embargo, advierte el autor, esta apertura no

significó abdicar a su deber ministerial: “The policy of withdrawal of American

control did not, however, blind the Governor to the difficulties inherent in Island

conditions nor to the dangers of too great an extension of this policy”.105

En cambio, la polémica gobernación del gobernador Montgomery E. Reily

era el ejemplo de una conservadora política colonial. Según Mixer, la

gobernación de Reily fue “a sincere attempt to return to the policy of President

McKinley by enforcing American control so far as organic law permitted”. Mas

no pasa mayor juicio sobre sus acciones; que sólo sirven de coyuntura para

reflexionar sobre las estrategias de implantación de la política de

americanización en Puerto Rico. Según el autor, el “estilo” Reily no tuvo éxito:

not only because of the lack of tact or political astuteness displayed in the
enforcement, but also because it was soon recognized not only in the
Island but in Washington, as distincltly a step backward. Perhaps a mistake
had been made in granting too much freedom and that too rapidly, but in the
progress of Island affairs, a series of precedents had been established in
the public hearings in Washington of which Governor Reily took no
account. He attempted to obliterate what happened in the past twenty
years and to return at one stride to the point of view of the McKinley
period.106

105
Mixer, History and Conditions, p. 86. Mi énfasis. Truman R. Clark señala que la relativamente
exitosa gobernación de Yager se debió a que, contrario a la mayoría de los funcionarios
continentales, consideró la retórica independentista de los unionistas más bien como un gesto
romántico, pero que no debía ser reprimida, porque entonces al defenderse, se fortalecería. Puerto
Rico and the United States, 1917-1933, Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 1975, p. 48.
106
Mixer, History and Conditions, p. 95. Mi énfasis.

223
De cierta manera Mixer reconoce que fue una equivocación volver a una

administración más conservadora, pero de igual modo considera que el error

pudo haber sido “otorgar demasiada libertad, demasiado rápido” a los ansiosos

pupilos. Su perspectiva mantiene la creencia de que los puertorriqueños no

estaban capacitados para gobernarse, pues no sabían enfrentarse a los escollos

presentados, que en la mentalidad de los cronistas parece significar la

incapacidad para aceptar sumisamente la administración colonial.

Si bien el gobernador no tuvo el “tacto” para interactuar con los

puertorriqueños, los líderes unionistas reaccionaron de manera exagerada y

emocional, producto de su inmadurez política:

The Unionist Party declared war and Mr. Barceló, the president, used his
paper, the Democracia [sic], to discredit every act of the administration,
even so far as to quote articles derogatory to the Governor, from his home
town, Kansas City. The governor retaliated, but the Unionists controlled the
press and managed to confuse the issues so that the great majority of the people
were arraigned in opposition to the administration.107

Ante los errores “tácticos” de los americanos, la oposición de los unionistas es

comparada con una guerra sin cuartel, en la que los puertorriqueños abusaban

del poder de la prensa y “confundir” a la gran mayoría del pueblo. Al final,

Mixer sólo concede errores en la falta de tacto del tutor, no maldad, o que éste

representara una particular visión conservadora que entrase en conflictos con un

sector importante de la sociedad puertorriqueña. Mientras que los errores de la

élite criolla eran causados por su inmadurez y mezquindad, la prueba misma de

su incapacidad.

Con la selección de Horace M. Towner como gobernador, Mixer está

seguro de que se enmendaba el error táctico de Reily, su nombramiento fue “a

107
Mixer, History and Conditions, p. 96. Mi énfasis.

224
distinct volte face on the part of the administration”.108 Alega que Towner

administró con mayor concordancia con los criterios de la Unión, en particular

con la manera de hacer los nombramientos del gabinete, la judicatura y los

empleos públicos. La estrategia conciliadora del nuevo gobernador “has, at least,

quieted for the time the intense opposition to American control aroused under

his predecessor”.109 El gobernador Towner apoyó las aspiraciones de la clase

política puertorriqueña de mayor autogobierno, incluso alentó la posibilidad de

elegir al gobernador. Sin embargo, y tal como lo planteó en su discurso

inaugural: “all future discussion must start, in the statement that Porto Rico is

permanently a part of the United States”. Mas esto, en opinión del gobernador, no

debería preocupar a los puertorriqueños, en tener que ceder su personalidad o

sus ideales, pues el sistema americano “develops a dual citizenship and a dual

loyalty; that of the state and that of the nation”.110 Se percibe en tales expresiones

el cambio en el discurso colonial ya señalado, que comenzó a enfatizar la

“dualidad” del sistema federal americano, en el que era posible ser leal al estado

y a la “nación”, sin necesidad de abandonar el pasado hispano. Como señalé

antes, en el caso de Puerto Rico, esa dualidad entre lo hispano y lo americano

será utilizada discursivamente en los años veinte como enlace entre las dos razas.

Entonces queda claro que toda la oposición a la manera en que se ejercía

la administración colonial era entendida por los estadounidenses como mera

oposición a la presencia Estados Unidos (que no era el caso del Partido Unión).

Este es uno de los aspectos destacados por Bailey W. y Justine W. Diffey en

Puerto Rico: A Broken Pledge, quienes describen la administración americana como

108
Mixer, History and Conditions, p. 97.
109
Mixer, History and Conditions, p. 99.

225
colonial, a pesar de su estructura liberal, y cómo ésta había servido para facilitar

la penetración económica del capital norteamericano, cuyo poder se sentía en

todos los ámbitos de la política colonial. Destacan, además de la falta de poder

político de los puertorriqueños para cambiar la situación, que cualquier acción

que expresara desacuerdo con la política imperial era calificada por los

estadounidenses de antiamericana.111

Por su parte Mixer, despacha el “problema político” para atender la

apremiante condición socioeconómica de la Isla. Para ello, utiliza una de las

estrategias más comunes de la política metropolitana hacia Puerto Rico: la

extensión de los programas federales destinados a los estados. De esta manera –

entendía Towner, y el autor parece coincidir con esa estrategia– serviría “to raise

the standard of living and morals of the nation”.112

En la evaluación de varios de estos autores sobre el progreso de “our

Island” durante los veinticinco años de americanización, se representaría a los

puertorriqueños como un pueblo todavía ignorante, enfermo e incapaz de ejercer

una ciudadanía responsable. Durante estos años se habían mejorado

considerablemente la salud, al tratarse con éxito a los enfermos de

anquilostomiasis y tuberculosis; asimismo la implantación de un sistema de

educación pública reducido el analfabetismo. Pese a ello, los autores se lamentan,

de no haberse avanzado mucho en la enseñanza del inglés.

110
Mixer, History and Conditions, p. 102-103. Mi énfasis.
111
Bailey W. and Justine Whitfield Diffie, Puerto Rico: A Broken Pledge, New York: The Vanguard
Press, 1931, p. 44.
112
A lo que añade el autor: “That the need of the Island is greater for this kind of assistance than
any other of the States or for any of the Territories, except Alaska, is beyond question”.Mixer,
History and Conditions, p. 100.

226
Mixer y los Van Deusen opinaban que la presencia estadounidense en

Puerto Rico había sido positiva en todos los aspectos, en particular al “conceder”

la mayor libertad “posible” a los puertorriqueños. Sin embargo, reconocen que

apenas se habían comenzado a solucionar las condiciones sociales del campesino,

y que ello constituía el problema “fundamental” de la Isla. La satisfacción “to

every patriotic American”113 radicaría en la integración del jíbaro en la civilización

occidental.

Es curioso y necesario destacar este énfasis en la redención del jíbaro

puertorriqueño. Se puede proyectar uno a lo que logrará luego el Partido

Popular Democrático con su “Pan, Tierra y Libertad”. Era la “redención” del

campesino la justificación de su misión civilizadora, así como la figura esencial y

mítica a la que apelaron los partidos políticos durante buena parte del siglo XX.

Aún hoy, el jíbaro resuena como símbolo de una existencia más “pura” y

puertorriqueña “de verdad”.

113
Mixer, History and Conditions, p. 105.

227
Capítulo 6:
A modo de reflexión final:
lo americano y lo puertorriqueño en los ensayos de identidad en Puerto Rico

El discurso colonial estadounidense representó a los puertorriqueños

como víctimas del medioambiente tropical y de la corrupta tradición española.

En las crónicas aquí estudiadas, hemos visto cómo los puertorriqueños fueron

descritos como sujetos atrasados, inmorales e incapaces de gobernarse. Esta

posición de inferioridad era planteada como prueba de la necesidad de una

intervención, que, a manera de tutelaje, los convertiría en ciudadanos

industriosos y responsables. De esta manera se acercarían progresivamente a la

modernidad, tanto en términos materiales (tecnología, infraestructura e

industrialización) como políticos (sistema de gobierno con separación de

poderes). La nueva metrópoli imperial, en su orden discursivo, colocó a la Isla

en la posición de sujeto atrasado e incapaz de gobernarse y necesitado de su

tutelaje hasta que sus habitantes aprendieran a ser ciudadanos responsables de

una democracia moderna.

Como respuesta a ese discurso que inferiorizaba al puertorriqueño, se ha

desarrollado un contradiscurso que ha buscado reafirmarlo como un sujeto

capaz de manejarse responsablemente en la civilización moderna. Esta

discusión, fundacional en muchos sentidos, ha intentado contradecir ese

diagnóstico de inferioridad moral. El entendido tradicional de la identidad

puertorriqueña se ha sostenido sobre las bases que estableció el nacionalismo

cultural de la década del treinta, según expresado a través del debate identitario.

Los intelectuales puertorriqueños destacaron elementos materiales, culturales y

espirituales de la historia isleña que definían a Puerto Rico como nación.


Defendieron además, las aspiraciones modernas de los puertorriqueños de

construir una democracia y alcanzar el progreso material ofrecido por el

liberalismo.

Sin embargo, el 1898 resultó ser una molestosa fecha fundacional –re-

fundacional en este caso– para el proyecto de definición puertorriqueña.

Tradicionalmente ha sido visto como un momento traumático que interrumpió

su “natural” proceso sociocultural y que ha actuado como causa de la perenne

indesición política de los isleños. Desde entonces, lo puertorriqueño, se ha definido

a partir de la desigual relación política con Estados Unidos, por lo que el

concepto de americanización cobra centralidad en el momento de la propia

definición de los puertorriqueños. Desde Antonio S. Pedreira a Arcadio Díaz

Quiñones, los intelectuales más influyentes en Puerto Rico han tratado de

dilucidar esta relación, donde lo puertorriqueño está imbricado de formas

complejas con lo americano. Según es definida esta esencia, o “manera de ser”, se

propone y defiende alguna estrategia de relación política con la metrópoli.

Unos (in)ciertos orígenes

La generación de intelectuales conocida como los treintistas, a partir de las

ya clásicas preguntas (definitorias de la indecisión misma): “¿Quiénes somos?

¿Hacia dónde vamos?”, describieron el desarrollo de la formación de la

personalidad puertorriqueña.1 Antonio S. Pedreira, el más destacado de los

intelectuales y propulsor del debate, sentó la pauta de la discusión a través del

1
María Elena Rodríguez Castro “Tradición y modernidad: el intelectual puerorriqueño ante la
década del treinta”, Op. Cit. Boletín del Centro de Investigaciones Históricas, num. 3, 1987-1988, pp.
45-65.

229
emblemático Insularismo.2 Desde ese momento, todos los intentos de definir a los

puertorriqueños, de alguna manera o de otra, abordan los planteamientos de

Pedreira. El primero fue Tomás Blanco con Prontuario histórico de Puerto Rico, que

según indica el propio autor, fue inspirado por la lectura de Insularismo y tuvo la

intención de matizar algunas de sus posturas (en particular las más

conservadoras).3

A estos textos los han catalogado como “fundacionales” o “canónicos” al

servir de memoria integradora que propició la gestación de la nación.4 Su

nacionalismo cultural, y la discusión que generaron, le dieron voz y dirección al

deseo político de definirse como pueblo. En estos textos se establecieron los

límites de la nación y se dictaminaron las maneras “puertorriqueñas” de ser y

hacer. En la construcción ideológica y narrativa de la identidad, utilizaron como

tropo fundacional la metáfora de la gran familia puertorriqueña y sus autores

“imaginaron” como herederos de un occidentalismo de raigambre hispanista y

herederos del republicanismo ilustrado.5 Trataron de armonizar el empuje

modernizador del capital y los valores democráticos con los que identificaron a

Estados Unidos. Desde su origen, este discurso nacional no se restringió a una

constitución particular de Estado, sino que se afianzó en una ideología cultural

criolla con un fuerte perfil hispánico en cuanto al idioma, la religión y el

carácter.6

2
Antonio S. Pedreira, Insularismo, Río Piedras: Editorial Edil, Inc., 1985 [1934].
3
Tomás Blanco, Prontuario histórico de Puerto Rico, Río Piedras: Ediciones Huracán, 1981.
4
Arcadio Díaz Quiñones, "Recordando el futuro imaginario: la escritura histórica en la década
del treinta", Sin nombre, vol. XIV #3 (abril-junio 1984), pp. 16-35; Juan Gelpí, Literatura y
paternalismo en Puerto Rico, Río Piedras: Editorial de la Universidad de Puero Rico, 1993.
5
Malena Rodríguez Castro, “Piedras y palabras: los debates culturales en Puerto Rico” en Luis
González Vales y María Dolores Luque, coordinadores, Historia de Puerto Rico, Vol. IV de Historia
de las Antillas, Madrid: Editorial Doce Calles, 2013, p. 501.
6
Rodríguez Castro, “Tradición y modernidad”, p. 50.

230
El nacionalismo cultural moderado de los treinta –el dominante en el

debate sobre la identidad– acepta, porque entiende que necesita, la presencia

imperial en el ámbito material de la nación subordinada. Sin embargo, rechazó

la visión de atraso moral y espiritual con la que el poder colonialista justificó

discursivamente sus políticas coloniales. El nacionalismo cultural, según lo

describe Partha Chatterjee, trata de asegurar la preservación de la tradición,

pero sin oponerse al proceso modernizador. Durante los cambios impuestos en

las etapas de grandes cambios como fue el incipiente proceso de modernización

en la isla, las élites lo que pretendían era dirigirlo.7

A pesar de la vocación modernista del nacionalismo moderado, éste tenía

elementos conservadores y hasta reaccionarios, si consideramos que Pedreira,

padre fundacional del debate, se nutrió de las teorías más conservadoras del

pensamiento occidental de su época, como el tropicalismo, el racialismo, el

aristocratismo político y el arielismo.8 Su postura paternalista privilegió la visión

de un mundo en la que existía una patriarcal jerarquía social, que se quería

preservar. Blanco, en cambio, enfatizó en la noción de convivencia del proceso

histórico de la Isla, postura que luego asumió el discurso autonomista durante el

7
Partha Chatterjee, Nationalist Thought and the Colonial World: A Derivative Discourse?,
Minneapolis: University of Minnessota Press, 1995, p. 38.
8
José Juan Rodríguez Vázquez, La nación que no cesa: la nación deseada en el debate intelectual y
político puertorriqueño, 1920-1940, San Juan: Ediciones Callejón, 2004, p. 74. El arielismo, por
ejemplo, fue un movimiento intelectual de gran repercusión en la América hispana. Inspirado en
el ensayo Ariel del uruguayo José Enrique Rodó, presenta una visión idealista de la cultura
hispanoamericana como modelo de nobleza y elevación espiritual en contraposición a la cultura
sensual, materialista y pragmática de Estados Unidos. Propone el desarrollo de valores
espirituales con raíces en el ideal de belleza grecolatino y la caridad del cristianismo católico
como imprescindibles para la formación de una sociedad que fuera moderna y espritual.
Abogaba, además, por la unidad de los pueblos hispanoamericanos como muestra de un
desarrollo espiritual superior. Era un llamado a dirigir la “civilización” hispanoamericana en la
construcción de una Modernidad humana y moral. Para ello era necesario doblegar a dos
enemigos: el interior, la barbarie indígena, negra o mulata; y el externo, el grosero materialismo
pragmático y el consumo hedonista, que acompañaba el expansionismo capitalista
estadounidense.

231
populismo muñocista y la época inaugural del Estado Libre Asociado.9 Para

Rodríguez Castro, se trataba de la construcción narrativa de un paternalismo

benévolo amparado en el linaje de los criollos liberales del siglo XIX.10

En estos primeros ensayos de definición nacional resalta el poco interés

por la descripción del nuevo poder imperial, más allá de destacar una diferencia

“espiritual” ante él, que compensaba la carencia material y geográfica de los

isleños. Demarcan una diferencia profunda entre puertorriqueños y

estadounidenses, evidente en factores como el idioma y la religión y en otros

aspectos culturales. En ese sentido, el planteamiento principal de Pedreira y

Blanco es que el puertorriqueño no necesitaba nada del norteamericano para

definirse, que en ese “lugar” –al menos– unos y otros estaban en igualdad de

condiciones. Para estos intelectuales puertorriqueños, el legado cultural de cepa

hispana era tan adecuado como el anglosajón para el cultivo de una civilización

moderna.

Insularismo es un viaje narrativo por los elementos constitutivos de la

identidad puertorriqueña, cuya bitácora es una suerte de diagnosis para

desarrollar un proyecto político que respondiese a las aspiraciones materiales y

“espirituales” de los puertorriqueños. Pedreira describe el “carácter indeciso” del

puertorriqueño, que vive en un “delirio de grandeza”, que no le permite

reconocer sus “yerros y defectos”.11 Su objetivo era “poner a flote la esencia de

9
Pablo Samuel Torres Casillas “La escritura de la historia y el discurso liberal-autonomista de la
nación en Puerto Rico (décadas del treinta y el cincuenta)”, Tesis Sometida al Departamento de
Historia, Facultad de Humanidades, Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, para
optar por el grado de Maestría en Historia, 1999. En particular el capítulo 2: “La escritura de la
historia de la autonomía anhelada (década del treinta)”, pp. 51-98.
10
Rodríguez Castro, “Piedras y palabras”, p. 501.
11
Pedreira, Insularismo, p. 22.

232
nuestro carácter”,12 enfrentarlo, para darle rumbo a la isla al “garete” hasta el

ansiado “puerto” de la nación. Para Pedreira, el problema principal del

puertorriqueño era que se le “trasplantó” de su “natural” entorno hispano,

durante la maduración de su personalidad histórica, al extraño suelo anglosajón.

Asimismo, sostiene Pedreira –al igual que los “cronistas” estadounidenses

discutidos– que la causa principal del carácter indeciso del puertorriqueño era la

mezcla racial, que producía una “guerra civil biológica” en su interior.13 De la

fusión de razas derivaba la confusión cultural que lo hacía ambivalente y carente

de determinación para las grandes gestas como pueblo. Identifica, sin embargo,

como aquéllos, al jíbaro como el puertorriqueño “puro”, producto de la mezcla

de españoles (y algunos taínos), que “al través de algunas generaciones pudo

asimilar con utilidad los rigores del trópico”. Este puertorriqueño esencial “ha

tenido que refugiarse en la astucia para protegerse del atropello de la zona

urbana y de la negra competencia de la costa”.14 La guerra civil biológica se

reflejaba en el cuerpo social y la negritud era, para el puertorriqueño como para

los cronistas estadounidenses, amenazante en ambos renglones.15

La escritura de Blanco con relación a lo racial es menos violenta, aunque

no menos racialista que la de Pedreira o la de los “cronistas” del Norte. Su

estrategia narrativa radica en producir una sensación de convivencia y unidad.

Por eso no es extraño que en la primera alusión a la cuestión racial en el

12
Pedreira, Insularismo, p. 23.
13
Pedreira, Insularismo, p. 31.
14
Pedreira, Insularismo, p. 29.
15
Rodríguez Vázquez ubica la participación de Pedreira en este debate para mediar en la
polémica entre Luis Palés Matos y José de Diego y Padró sobre la identidad cultural
puertorriqueña. El primero la declaró afroantillana, mientras que el segundo defendía un
“universalismo”, que más bien era un eurocentrismo hispanista. La nación que no cesa, p. 55.

233
Prontuario histórico evoque la figura del maestro Rafael Cordero, educador de

niños ricos y pobres, negros, mulatos y blancos:

Este pan intelectual, compartido democráticamente alrededor de la mesa


de trabajo de un noble obrero negro, es otro indicio de convivencia racial, y
tuvo que influir en las ideas y en la formación de una de las mejores de
nuestras generaciones.16

A la generación que se refiere es a la de los liberales, abolicionistas y

autonomistas de la segunda mitad del siglo XIX, héroes históricos que mejor

representaron los intereses patrios y que alegadamente fueron producto de esa

“convivencia”. La convivencia racial era un imperativo para el programa de

futuro de Blanco, por lo que resultaba necesario superar el disociador conflicto

racial; así que describe la convivencia como parte esencial del desarrollo

histórico de la Isla. Atribuye el racismo en Puerto Rico en el siglo XX a la

imitación servil y colonial de las actitudes estadounidenses, y a remilgos sociales

de mujeres y mulatos acomplejados; las jerarquías sociales respondían más a

diferencias económicas que raciales.17

Pedreira describe a un pueblo inmaduro, triste y deprimido, que,

comparado con los cubanos y dominicanos, era una “muchedumbre” dócil y

pacífica, caracterizada por su resignación.18 Influenciado por las ideas del

Tropicalismo, la geografía constituyó un pesado determinismo, en el cual el clima

y la geografía “ayudan poderosamente al apaciguamiento de la voluntad”.19 Este

análisis, semejante al que hicieran cronistas estadunidenses y europeos sobre los

16
Blanco, Prontuario histórico, p. 63.
17
Tomás Blanco, El prejuicio racial en Puerto Rico. Tercera edición. Río Piedras: Ediciones Huracán
, 1985.
18
Pedreira, Insularismo, p. 34. De esta noción negativa se nutrió René Marqués, como veremos
más adelante.
19
Pedreira, Insularismo, p. 38. Sobre el Tropicalismo, ver Nancy L. Stepan, Picturing Tropical
Nature, London: Reaktion Books, 2001.

234
pueblos tropicales durante la era de los imperios, sostiene que la geografía

“determinó el rumbo de nuestra historia y de nuestro carácter”. La fértil y

abundante naturaleza alimentó con facilidad a los isleños y propició la

sobrepoblación y la indolencia. Determinante en el caráter del puertorriqueño

había sido la privilegiada localización en el mar Caribe, punto de comercio para

los españoles, y estratégico para los norteamericanos, y la poca extensión

territorial “nos privó de las grandes masas de pueblos a las demandas del

respeto universal”.20 Esta pequeñez geográfica es lo que Pedreira llama la “tara

de la dimensión territorial”, pues la poca tierra “reduce el escenario en que ha de

moverse la cultura”.21 Por ello, nos dice, operamos en diminutivo.

Aislamiento y pequeñez geográfica nos han condenado a vivir en


sumisión perpetua, teniendo como única defensa no la agresión, sino la
paciencia con que se han caracterizado nuestras muchas e inútiles
protestas cívicas. 22

Pedreira y Blanco afirman que la civilización puertorriqueña comienza

con la llegada del cristianismo, origen fundamental de la “civiliación occidental”.

Describen un desarrollo accidentado debido a los constantes ataques de piratas y

corsarios europeos y a una organización social que no ofreció estímulos

económicos, sociales ni culturales. Los primeros siglos de colonización española

constituyeron una “gestación pausada y descolorida de la conciencia

puertorriqueña”.23 Es durante el siglo XIX cuando surge una conciencia

puertorriqueña y se desarrolló una diferencia, que primero fue biológica para

20
Pedreira, Insularismo, p. 43. Sin embargo, durante tres de los cuatro siglos de la dominación
española, la queja de los colonos y criollos fue el abandono comercial dentro de las políticas
exclusivistas.
21
Pedreira, Insularismo, p. 44.
22
Pedreira, Insularismo, p. 115. Esta podría interpretarse como un argumento afín a la “brega”,
concepto que propone Arcadio Díaz Quiñones como identidad puertorriqueña en El arte de
bregar, San Juan: Ediciones Callejón, 2001, pp. 19-87. Este ensayo se discutirá más adelante.
23
Pedreira, Insularismo, p. 69.

235
luego manifestarse en lo cultural (y que con la Carta Autonómica pasó a ser

jurídica). Mas “la guerra hispanoamericana malogró el intento dejándonos a

medio hacer y con el problemático inconveniente de empezar a ser otra cosa”.24

El llamado trauma del 98, concepto acuñado por Manrique Cabrera25

padecido por la generación del treinta, deriva de la ruptura que supuso la

invasión norteamericana al desarrollo político y social isleño, concebido como

una nueva etapa con la instauración del Gobierno Autonómico.

El 1898 nos encontró instalando a nuestro pueblo a la sombra de una carta


autonómica que apenas llegamos a implantar. En los momentos en que
ibamos a iniciarnos en nuestra vida política la guerra hispanoamericana
malogró el intento y nuestro natural desarrollo sufrió un síncope.26

Por su parte, Blanco en Prontuario histórico, describió el infortunado evento como

el disloque de un lento pero continuo proceso de formación nacional:

La primitiva comunidad se había organizado civilmente, y su


diferenciación dentro de la unidad nacional se plasmó con un Estado
autonómico; pero no había alcanzado aún perfecta sazón de madurez en el
libre ejercicio de recién adquiridas libertades. No habíamos sino acabado
de desechar el aparato ortopédico de la tutela militar, cuando sobrevino la
catástrofe.27

Este choque emocional deriva de la creencia que tienen estos autores de

que la nación tiene un “desarrollo natural”, como si de un organismo biológico

se tratara, cuyos orígenes se transforman con el tiempo, según las

particularidades históricas y medioambientales que les haya tocado vivir. La

Carta Autonómica del 1897 era la culminación de ese proceso; por eso el cambio

24
Pedreira, Insularismo, pp. 73-74.
25
Manrique Cabrera, Historia de la literatura puertorriqueña, New York: Las Américas Pub. Co,
1956. Malena Rodríguez Castro habla del “estigma del trauma” que se revela en una escritura que
establece una relación guerra-trauma-relato que habla de la incertidumbre de lo nacional según la
describe la modernidad burguesa. Este trauma también se expresa a través del mencionado tropo
arielista de la confrontación entre la “espiritualidad hispano-católica” y el “materialismo
anglosajón-protestante”. En “Piedras y palabras”, pp. 495-499.
26
Pedreira, Insularismo, p. 75. Mi énfasis.
27
Blanco, Prontuario histórico, p. 85. Mi énfasis.

236
de dominación colonial fue visto como una “catástrofe”. Sin embargo, es

necesario preguntarse si el “trauma” deriva de la interrupción del “natural”

desarrollo nacional, o por el poder perdido por el sector hacendado con el que se

identificaban. Esta noción “traumática” (síncope o desastre) carga

negativamente la fecha del 1898 y se establece como una molestosa fecha

fundacional. ¿Cómo conciliarse con un nuevo poder imperial que, mientras

promete los más altos valores de civilización, desbarata los fundamentos

culturales y “espirituales” originarios?

Sin embargo, Díaz Quiñones arguye que para Pedreira no hubo trauma

sino transición: “El 98 no era ni el testimonio de la destrucción, ni de la

redención, sino la transformación de una cultura. El tiempo de la historia era el

cambio, y ese cambio había sumido a Puerto Rico en la indecisión”.28 Sin

embargo, la indecisión descrita por Pedreira y Blanco encaja muy bien en la

definición médica del trauma, en la que una impresión negativa en el

subconciente provoca alguna patología. Si para Pedreira el cambio de soberanía

fue la causa de un correoso período de transición entre dos culturas

contrapuestas, Blanco critica la desorientación de los líderes políticos, que no

supieron capear los tiempos y las intenciones del invasor, al demostrar excesivo

optimismo en sus promesas de libertad y en sus instituciones democráticas.

Malena Rodríguez Castro describe lo que llama el “estigma del trauma” en la

28
Díaz Quiñones, “Pedreira en la frontera” en El arte de bregar, p. 99. Hay que destacar que este
autor fue muy crítico con la nación propuesta por Pedreira y demás treintistas; sin embargo, en
esta colección de ensayos su énfasis valorativo en la labor intelectual y política radica en la
afirmación misma de la nación, más que en el tipo de nación propuesta en la afirmación. Para una
postura crítica al discurso nacionalista entre algunos intelectuales puertorriqueños, ver Carlos
Pabón, Nación postmortem: ensayos sobre los tiempos de insoportable ambigüedad, San Juan: Ediciones
Callejón, 2002.

237
que se establece una relación entre la guerra y los relatos donde expresan la

incertidumbre de lo nacional, según la soñó la burguesía modernista criolla.29

La crítica de Blanco a la dominación colonial norteamericana es mucho

más profunda y política que la de Pedreira; incluso cuestionó los beneficios

evidentes de ésta: mercado cautivo, producción en beneficio del capital

metropolitano y menosprecio por la cultura y los habitantes insulares. Y aunque

reconoce beneficios en la relación con Estados Unidos (desarrollo en las vías de

comunicación, en los sistemas de salud y extensión de la educación), “todo esto

ha sido sufragado, salvo excepciones contadísismas y de escasa importancia

relativa, por el esfuerzo contributivo del pueblo isleño”.30

Tanto Pedreira como Blanco se muestran ambivalentes con los evidentes

cambios positivos para la mayoría de los puertorriqueños al cuestionar su

calidad o efectividad. Estados Unidos es descrito como una nación progresista,

organizadora y técnica; mientras que España es un homenaje a la eternidad.

Pedreira se resiste a los cambios provocados por la sociedad capitalista que

lanzaron a la Isla a la agitada modernidad. Reproduciendo las ideas arielistas,

opina que esta transformación había sido espiritualmente negativa pues el

materialismo reinante y la prisa atropellaban y envenenaban el espíritu del

hombre. Critica incluso la “democracia” bajo el sistema americano, no por el

contexto colonial, sino porque los puertorriqueños no estaban preparados para

ella y por considerarla un medio igualador que acalla a los “mejores”. “No es

posible encarcelar a los hombres en la incómoda jaula de un standard, fetiche que

29
Rodríguez Castro, “Piedras y palabras”, p. 495.
30
Blanco, Prontuario histórico, p. 107. Una crítica parecida al control colonial de Estados Unidos en
Puerto Rico la hicieron Bailey W. y Justine Whitefield Diffey, Puerto Rico: A Broken Pledge, New
York: The Vanguard Press, 1931.

238
la democracia ha inventado para evitarse las complicaciones que suelen

engendrar las diferencias”,31 manifiesta al confundir equidad con uniformidad.

Pedreira, entonces, admite la incapacidad de los puertorriqueños para

gobernarse y desenvolverse eficazmente en una democracia.

Dentro de la visión negativa sobre el puertorriqueño, Pedreira destaca que

además de padecer del complejo de inferioridad, la poca tierra y la vida bajo el

trópico, también padece del retoricismo, tan común entre los pueblos

hispanoamericanos. Lo describe –como si del “arte de bregar” hablara– como un

merodeo expresivo, parte del contrabando comercial y verbal necesario para

sobrevivir a fuerza de astucia y jaibería. Este retoricismo, o manía de “dorar la

pildora”, es otro de los escollos de los puertorriqueños para afrontar los

problemas racionalmente. Describe a una sociedad vana y superficial, de

tramposos y endeudados, sin una cultura en la que pueda fructificar una

civilización: “Inventamos sin el menor reparo teorías geológicas y atmosféricas.

La improvisación es nuestro fuerte…”.32

A pesar del trauma y de la profunda diferencia histórica y “espiritual”

entre imperio y colonia, los intelectuales treintistas no instan a un rompimiento

o una eventual separación, sino que abogaron por una solución autonómica para

Puerto Rico. Sin embargo, estos autores no se molestaron en escudriñar a ese

“otro” imperial, limitándose a dictaminar las irreconciliables diferencias entre

ambos. En Pedreria hay casi una total oposición entre lo americano y la raigambre

hispana de Puerto Rico, a pesar del lugar ambiguo en el que éste se encuentra en

31
Pedreira, Insularismo, p. 83. Énfasis en el original. Rodríguez Vázquez define el perfil
sociopolítico de Pedreira: “Su discurso era el de un intelectual burgués, elitista y antidemocrático,
que adoptaba del liberalismo su concepción reformista y su creencia en el cambio gradual”. La
nación que no cesa, p. 71.

239
el desarrollo de su “alma colectiva”. Considera necesario estimular el desarrollo

de las “formas puertorriqueñas” desde la realidad material en la que se vive, y

hace un llamado a formar una cultura lo suficientemente fuerte para que

contrarreste el materialismo del imperio del número, propio de la sociedad

capitalista estadounidense. Al igual que el autor de Ariel, Pedreira aboga por el

desarrollo de la cultura propia a la que tiene derecho Puerto Rico como pueblo

hispanoamericano, que propicie el cultivo de la civilización hispanoamericana.

Al mismo tiempo, esa cultura, fortalecida y madura, podría negociar con el

régimen estadounidense y acomodarse a la nueva realidad. Para ello era

necesario “manipular” ambas culturas, pero sin servilismos y partiendo de “las

derivaciones naturalizadas que forman el bosquejo de nuestra personalidad”.33

Blanco buscó en la historia “la orientación de los caminos del porvenir”

para enunciar un “programa salvador”. Al igual que Pedreira, ve salir la solución

de la propia idiosincracia del pueblo, una solución puertorriqueña para los

puertorriqueños. Según su análisis, “el seguro instinto popular ha vislumbrado,

emocionalmente, su redención en el self-government”.34 Hace un llamado a sacar de

nuestra propia identidad las soluciones que, como comunidad, entendamos son

pertinentes para enfrentar los problemas. Era necesario que se levantase con sus

propios pies y, desde la igualdad política, negociar con Estados Unidos. La

juventud era la llamada a realizar “la peregrinación hacia la patria”. Pedreira

cataloga a esa juventud como una generación “fronteriza”: entre “la cultura

española hablando al sentimiento y de … la norteamericana dirigiéndose al

32
Pedreira, Insularismo, p. 106.
33
Pedreira, Insularismo, p. 147.
34
Blanco, Prontuario histórico, p. 110. Mi énfasis.

240
pensamiento”.35 Propone así la búsqueda de una dimensión puertorriqueña

entre medio de ambos polos culturales.

Las naciones del Estado Libre Asociado

Con el ascenso del Partido Popular Democrático, el arreglo autonómico

del Estado Libre Asociado de 1952 (cuya constitución fue firmada el mismo día

de la invasión, pero cincuenticuatro años después), pasó a ser el motivo sobre el

cual giró la discusión de la identidad. Sin embargo, el análisis mismo del pasado

depende del telos con que se le mire.36 El análisis propuesto por Pedreira y Blanco

fue fundamental para el entendido de lo puertorriqueño, al punto que fue asumido

por el discurso oficial del vencedor proyecto autonomista y consagrado con valor

contitucional en 1952. Toda discusión sobre la identidad a partir de entonces

tiene que considerar esta otra fecha (re)fundacional, ya sea para afirmarla,

matizarla o contradecirla.

El historiador Arturo Morales Carrión, asumió el debate de la identidad

iniciado por los treintistas con una visión mucho más positiva del

puertorriqueño que Pedreira, y le da continuidad a la idea de convivencia

esbozada por Blanco. En su obra historiográfica se observa la búsqueda de la

evolución y particular inserción de la isla de Puerto Rico en la marcha del

progreso hacia la modernidad. Para este historiador, líder de su generación,

Puerto Rico es un país que refleja un espíritu occidental-hispano en América,

particularizado e individualizado como nación por su singular devenir histórico,

35
Pedreira, Insularismo, p. 145 y 146.
36
Por eso, como discuto más adelante, para el independentista Manuel Maldonado Denis, en
Puerto Rico: una interpretación histórico-social, México, D.F.: Siglo XXI, Editores, 1968, la autonomía
lograda por el ELA es un “retroceso histórico”, mientras que para el autonomista Arturo Morales
Carrión se trata de una culminación.

241
según se desenvolvió durante el siglo XIX, el “siglo creador” de la nación

puertorriqueña. Considera que el destino político de la Isla era, al igual que

entonces, la autonomía. Su análisis del pasado de Puerto Rico trató de darle

fundamento y continuidad histórica al Estado Libre Asociado, proyecto político

con el que estuvo comprometido.37

Morales Carrión, en Puerto Rico y la lucha por la hegemonía en el Caribe:

colonialismo y contrabando, siglos XVI-XVIII, contradice la idea insularista

elaborada por Pedreira al plantear que los habitantes de la Isla fueron entes

activos vinculados al mundo caribeño.38 A través del contrabando, buscaron

satisfacer sus necesidades e intereses, intercambiando mercancias y evadiendo

los onerosos impuestos coloniales. Así se insertaron los puertorriqueños en la

corriente globalizadora de los mercados intraimperiales. Este comercio ilegal con

extranjeros es representado como una “secuela natural” del exclusivismo que

estableció una relación entre isleños y el mundo no-hispánico con un curioso

patrón de contactos furtivos y agresión abierta. Si bien el extranjero fue aceptado

para el contacto comercial, también fue rechazado violentamente por ser un

competidor peligroso y enemigo de la fe.39

En Ojeada al proceso histórico de Puerto Rico,40 Morales Carrión identifica los

elementos claves que caracterizan nuestro ethos popular: una “actitud realista y

mesurada ante la vida pero sin violentas sacudidas ni dramáticos derrumbes

sociales”. Habla de la “creación” de una “democracia rural”, gracias a efectivas

37
Discuto esto en “La escritura de la historia de la autonomía lograda (década del cincuenta)”, en
Torres Casillas, “La escritura de la historia”, pp. 97-156.
38
Arturo Morales Carrión, Puerto Rico y la lucha por la hegemonía en el Caribe: colonialismo y
contrabando, siglos XVI-XVIII, Traducción de Joed Arsuaga de Tanner. San Juan: Editorial de la
Universidad de Puerto Rico/Centro de Investigaciones Históricas, 1995, p. 9.
39
Morales Carrión, Puerto Rico y la lucha, p. 24.

242
“fórmulas de convivencia humana” y una “dinámica fusión genética”.41 La

invasión estadounidense de 1898 constituyó “una mutación histórica”, 42

consistente en la pérdida de la autonomía, el telos de la nación puertorriqueña.43

Bajo la nueva soberanía se recomienza la lucha por la autonomía ansiada con las

mismas estrategias pacíficas y liberales, y partiendo de la visión pragmática que

caracterizó a los héroes autonomistas del siglo XIX, que el autor privilegia en sus

relatos. Por eso en Puerto Rico: A Political and Cultural History, se refiere a los

gobernadores norteamericanos como “tutores”, quienes, como en los tiempos de

España, eran buenos o malos administradores; perspectiva que cuestiona al

individuo, pero no al sistema colonial.44 Al aceptar el término, se acepta la

necesidad del tutelaje impuesto por la relación colonial como paso previo a la

relación autonómica y, por lo tanto, de cierta manera se reconoce la incapacidad

de los puertorriqueños para gobernarse.45

Morales Carrión también buscó en el pasado una historia que relacionara

a Estados Unidos con Puerto Rico. En Albores históricos del capitalismo en Puerto

Rico, identifica este vínculo en el espíritu capitalista que movilizó la empresa

40
Arturo Morales Carrión, Ojeada al proceso histórico de Puerto Rico, San Juan: Editorial del
Departamento de Instrucción Pública de Puerto Rico, 1950.
41
Arturo Morales Carrión, Ojeada, p. 1.
42
En 1954 Luis Muñoz Marín dijo a raiz del ataque nacionalista en el Congreso: “La isla es una
mutación política –quizás también una mutación cultural …es un país latinoamericano
compuesto de buenos ciudadanos de Estados Unidos,”citado por Díaz Quiñones La memoria rota,
Río Piedras: Ediciones Huracán, 1993, p. 140. La idea de mutación sugiere tanto la necesidad del
cambio como de su inevitabilidad.
43
Morales Carrión, Ojeada al proceso, p. 20.
44
Así por ejemplo, el poderoso líder del sindicalismo nortreamericano Samuel Gompers “was a
benign, eager tutor in the labor field”; E. Mont. Reily, gobernador entre 1921 y 1923, representó
uno de los “worst aspects of tutelage”; Theodore Roosevelt, Jr., fue “the most philanthropic and
most dynamic of the tutors”; y Rexford G. Tugwell, “the last of the tutors”, Morales Carrión,
Puerto Rico: A Political, pp. 179, 204, 220 y 249.
45
El término tutelaje colonial parece haberle ganado críticas pues en un artículo posterior explica
que utilizó “el lenguaje de la época”. Ver Arturo Morales Carrión, “La crisis económica de 1913 y
sus consecuencias ideológicas”, Op.Cit.: Boletín del Centro de Investigaciones Históricas, num. 5,
1990, pp. 153-178.

243
colonial en América.46 Desde el inicio de la colonización estuvieron presentes, en

la actividad económica de la historia antillana, los elementos distintivos del

capitalismo: el sentido del cálculo y de la utilidad, la organización y la

explotación del trabajo, la pasión de enriquecimiento. Durante estos años se

crearon “los rasgos de una sociedad que representa la contemporización plástica

entre el afilado espíritu imperialista hispánico y las exigencias peculiares de

nuestro medio tropical”.47 En ese sentido, Morales Carrión describe a Juan Ponce

de León como “un precursor del entrepreneur capitalista” y a las expediciones

militares de conquista como una las “formas o variedades originarias de la

empresa capitalista”.48 El azúcar resultó ser la industria idónea para la región, la

principal en la región antillana hasta mediados del siglo pasado, y estimuló el

desarrollo de otras rentables empresas como lo fueron el tráfico de esclavos y el

contrabando.49 Resulta interesante esta relación entre azúcar, esclavitud y

contrabando como motor económico del desarrollo de la civilización en Puerto

Rico, pues hay que recordar la actividad económica, en la idea occidental del

desarrollo de las civilizaciones, es la fuerza que acciona toda la máquina de las

distintas sociedades y culturas.

El espíritu capitalista también participó de la gestación de Estados Unidos.

Desde temprano en su proceso colonial, el agricultor norteamericano produjo

excedentes que alimentaron la creciente economía mercantil del Imperio

británico. Desde entonces, las Trece Colonias establecieron lazos comerciales con

la zona antillana que, debido a la política exclusivista, se dio en gran medida a

46
Arturo Morales Carrión, Albores históricos del capitalismo en Puerto Rico, Segunda edición. Río
Piedras: Editorial Universitaria, 1975.
47
Morales Carrión, Albores históricos, p. 39.
48
Morales Carrión, Albores históricos, p. 27. Énfasis en el original.

244
través del contrabando, la práctica del corso y la piratería. Morales Carrión

apunta sobre el origen de la relación entre Puerto Rico y Estados Unidos: “la

cercanía geográfica y la peculiar evolución del protocapitalismo norteamericano

iban anudando en el transcurso de la historia”.50 Sin embargo, esta relación:

no era fruto de una afinidad cultural, ni siquiera de aquellos influjos


ideológicos … en el despertar de la conciencia criolla. Obedecía más bien a
la fuerza histórica del capitalismo norteamericano, a su espíritu de lucro y
a su sed de mercados.51

De manera que Morales Carrión admite, como Pedreira y Blanco, lo extraño de la

nueva metrópoli imperial en la formación cultural puertorriqueña (de ahí la

mutación). Sin embargo, al igual que éstos entiende que a través de un ejercicio

de gobierno autonómico podía darse una comprensión y entendido que

propiciase el desarrollo de la personalidad nacional puertorriqueña.

Contrario a Morales Carrión, René Marqués enfrenta el debate de la

identidad en la línea del pesimismo analítico de Pedreira, diría que desde la

desesperación de no poder salir de la situación colonial. En “El puertorriqueño

dócil (literatura y realidad psicológica)” presenta una mirada dura y pesimista

sobre el puertorriqueño y su incapacidad para formar una nación.52 Define al

ELA como el sistema político que mejor representa la pasividad boricua, ya que

es en el estadolibrismo “donde la docilidad puertorriqueña encuentra, sin

complicaciones psicológicas, su más cómoda y natural expresión”. Al adquirir

“categoría de dogma político”, el puertorriqueño puede vivir “espiritual y

moralmente su tradicional ñangotamiento psicológico sin remordimientos ni

49
Morales Carrión, Albores históricos, pp. 39-40.
50
Morales Carrión, Albores históricos, p. 99.
51
Morales Carrión, Albores históricos, p. 129.
52
René Marqués, “El puertorriqueño dócil (literatura y realidad psicológica)”, Cuadernos
Americanos, #1, enero-febrero de 1962, pp. 144-195.

245
escrúpulos de conciencia”.53 El puertorriqueño es dócil al carecer de fuerzas y

voluntad para resistir las imposiciones del imperio. Además, es débil, ignorante

y víctima de un complejo de inferioridad que le impide tomar las riendas de su

destino. Descripción parecida a la que hiciera Pedreira del puertorriqueño treinta

años antes, pero con un mayor desasosiego por la situación colonial. No se

perciben en este texto los lineamientos de un “programa salvador” de la patria,

sino un triste lamento borincano por lo que no será.

Anexionistas y nacionalistas también presentaban síntomas de docilidad,

según Marqués pues en un aspecto psicológico “son almas puertorriqueñas

gemelas”, que parten del mismo impulso autodestructivo.54 Para él las acciones

extremistas de los nacionalistas fueron impulsadas por un deseo suicida y un

complejo de martirio; mientras que la autodestructividad anexionista no se

refleja en el plano físico, sino en el “moral y espiritual”. Ambos aspectos de este

impulso, aduce, son producidos por el mismo complejo de inferioridad colonial.

Igualmente, el Partido Independentista Puertorriqueño sufría del mal de la

docilidad, al considerarlo un partido “administrativo”, poco innovador, que al

ser “pacífico, tolerante, resignado, ‘democrático’”, sólo funcionaba como “alivio

de conciencia … para sobrellevar el complejo de culpa colectiva dentro del

cuadro general de la docilidad puertorriqueña”.55

Al igual que Pedreira, Marqués pone en duda la democracia de los

americanos en Puerto Rico, pues entiende que el término “democrático” es usado

para ocultar o minimizar aspectos opresivos de la relación colonial. Sugiere que

este término es “droga estupefaciente piadosamente vertida sobre la conciencia

53
Marqués, “El puertorriqueño dócil,” p. 160.
54
Marqués, “El puertorriqueño dócil,” p. 151.

246
del hombre dócil puertorriqueño para que éste acepte, sin escrúpulos, su

condición de tal”.56 Así, las supuestas característas positivas del puertorriqueño

como “pacífico” y “tolerante”, no son otra cosa que muestras de su docilidad,

producto de un “torcido mecanismo colonial” que le impide la iniciativa y la

acción asertiva.57 Para Marqués, la falta de soberanía es el problema moral

fundamental del puertorriqueño y el colonialismo había sido tan pernicioso para

los puertorriqueños, una especie de anemia de carácter, que todos los personajes

de esta historia padecen de docilidad.

Marqués también le da continuidad a la metáfora de “dorar la pildora”

usada por Pedreira para describir la condición retórica del puertorriqueño,

reflejo de su falta de firmeza. Hasta los científicos sociales de la Universidad,

afirma el ensayista, suelen expresarse a través del “eufemismo, el cirlunloquio, el

‘dorar la píldora’”. Peor aun, demuestran “un temor infantil a compromenterse,

miedo pueril a tener y mantener como científico, criterio propio”.58 Esta falta de

asertividad y originalidad los deja expuestos al dirigismo oficial, que resultaba

ser “la más cómoda solución psicológica del hombre débil”. Describe a los

universitarios como una masa inerte “sin vocación científica, ideales, orientación

definidas o criterios propios”.59 Curiosamente, este aspecto retórico de la

personalidad del puertorriqueño será narrada de otra manera por Díaz

Quiñones, quien con la metáfora de la brega intenta interpretar con una luz más

positiva esta manera de ser.

55
Marqués, “El puertorriqueño dócil,” p. 186.
56
Marqués, “El puertorriqueño dócil,” p. 147.
57
Marqués, “El puertorriqueño dócil,” p. 148.
58
Marqués, “El puertorriqueño dócil,” p. 176.
59
Marqués, “El puertorriqueño dócil,” p. 178.

247
Marqués también identifica un patrón matriarcal, al que describe como

una nociva importación anglosajona que había influenciado a la clase media. El

matriarcado, según su visión, es negativo porque se opone al machismo, que es

el “último baluarte cultural desde donde podía aun combatirse, en parte, la

docilidad colectiva”.60 En todas estas manifestaciones se desborda un rancio

conservadurismo antidemocrático que lo aleja de todo proyecto político posible.

El orden social que Pedreira sintió amenazado ha desaparecido para Marqués,

quien se encuentra en una terrible soledad ideológica y ontológica. Entiende que

la “civilización puertorriqueña” no existe ni siquiera en la voluntad, ni en el

espíritu del puertorriqueño. Tal vez por eso no se molesta en considerar al “otro”

americano, “eso” que amenaza con destruir lo poco que quedaba del

puertorriqueño.

Manuel Maldonado Denis, en Puerto Rico: una interpretación histórico-

social,61 también parte de la premisa de que la colonia es una condición

humillante y que la única solución posible es la independencia. Mas contrario a

Marqués, todavía tenía la esperanza de conseguirla y, por lo tanto, demuestra

una visión más combativa y con una misión por cumplir. Describe las

viscisitudes que había sufrido la cultura puertorriqueña asediada por el

colonialismo estadounidense. Con este libro –de amplia circulación en sectores

de la izquierda latinoamericana–, el autor dice querer rescatar la “verdadera”

historia de Puerto Rico, cuyo único destino era la independencia: la lucha de la

nacionalidad puertorriqueña. Afirma que la historiografía producida bajo la

dominación estadounidense había sido una re-escritura de la historia

60
Marqués, “El puertorriqueño dócil,” p. 164.

248
puertorriqueña para que “cuadre fácilmente dentro de los moldes impuestos por

el colonialismo vigente”.62

Para Maldonado Denis, el imperialismo era un ejercicio de poder de

carácter esencialmente inmoral y por lo tanto, una condición indigna para vivir.

No se trataba sólo de la explotación económica y la dominación política de un

pueblo sobre otro, sino de “un instrumento de penetración cultural y de agresión

psicológica”.63 La americanización de los puertorriqueños a través de la

educación en inglés y la propagación de sus tradiciones, en detrimento de las

puertorriqueñas, la reescritura de la historia y los emigrantes isleños al

continente, son los responsables del trastocamiento de la cultura nacional.

La asimilación cultural de una colonia a la metrópoli no es otra cosa que la


culminación de todo proceso mediante el cual se destruye o se disuelve la
nacionalidad del país intervenido, o, de otra parte, el proceso según el cual
se “hibridiza” tanto la cultura de éste que sus rasgos fundamentales son
irreconocibles dentro de un mejunje que hace difícil distinguir entre lo
autóctono y lo extranjerizante.64

Se hace patente en esta mirada una división tajante entre la bondad de lo

“autóctono” por autóctono y el peligro de lo extranjero por “extranjerizante”.

Desde esta postura maniquea se describe el colonialismo como sistema de

dominación que atenta contra la identidad del colonizado para hacer suyos los

intereses metropolitanos, y evitar lo que entiende que es el proceso natural de las

ansias de “liberación”.

61
Manuel Maldonado Denis, Puerto Rico: una interpretación histórico-social, México, D.F.: Siglo XXI,
Editores, 1968.
62
Maldonado Denis, Puerto Rico: una interpretación, p. 6.
63
Maldonado Denis, Puerto Rico: una interpretación, p. 213.
64
Maldonado Denis, Puerto Rico: una interpretación, p. 125. Destaca la labor de los intelectuales
hispanistas –que no necesariamente hispanófilos–, como José de Diego, Rosendo Matienzo
Cintrón, Manuel Zeno Gandía y Luis Lloréns Torres, por enfrentar la “norteamericanización”.
Por otro lado, critica a Luis Palés Matos por “evadir” la realidad al describir al negro carente de
una “concepción social radical” y que por eso terminó refugiado en la poesía erótica (pp. 132-
133).

249
Por medio de la imposición de la ideología de la clase dominante, a

consecuencia de su poder material y espiritual, esto imponía su idea de lo

puertorriqueño en la sociedad. En este contexto, la “elite colonial” sirve de

intermediaria entre la sociedad colonial y la metropolitana, mientras aprovecha

para extender la idea de que el ethos de Puerto Rico es la autonomía. 65 Identifica a

la generación de intelectuales que surgió durante la década del 40, durante los

años de ascenso del populismo muñocista: Jaime Benítez, Rafael Picó y Arturo

Morales Carrión, entre otros, quienes le dieron continuidad y fundamento

histórico e intelectual al autonomismo. Los describe como historiadores oficiosos

y oficiales del régimen que enfatizaron en sus estudios las luchas autonomistas.

A Morales Carrión, por ejemplo, lo cataloga como un escritor de ficciones y lo

acusa de obviar el imperialismo como factor en las relaciones entre Puerto Rico y

Estados Unidos.

En cambio, Maldonado Denis se propuso hacer constar “la voluntad de

independencia del pueblo puertorriqueño”.66 En su visión teleológica, describe

las acciones radicales de los nacionalistas durante los 1930 como las que más

acercaron la discusión de la independencia en el Congreso estadounidense.

Mientras que el reformismo autonomista del Partido Popular Democrático a

partir de 1940 constituyó un “retroceso histórico”, un alejamiento del destino de

la Isla.67 El anexionismo y el autonomismo son vistos como fuerzas retardatarias

de ese telos: antihistórica la primera (considera la estadidad como la más colonial

65
Maldonado Denis, Puerto Rico: una interpretación, p. 124.
66
Maldonado Denis, Puerto Rico: una interpretación, p. 15.
67
Maldonado Denis, Puerto Rico: una interpretación, p. 121.

250
de las alternativas de estatus) y retrógrada la otra, la que mejor le sirve al

imperio.68

Es por ello que hay en su análisis una valorización positiva de las acciones

extremas para culminar ese proyecto y condena el credo político de Muñoz padre

y Muñoz hijo del posibilismo/pragmatismo político, “el camino de las reformas”

le llama, y los tilda de oportunistas. Lo que hace “viriles” o “progresistas” a los

próceres criollos es la pasión, integridad y radicalidad con que asumieron su

responsabilidad con la independencia. Por ejemplo, de Diego y Matienzo son

importantes porque enseñaron a decirle no al imperio.69 Mientras que Santiago

Iglesias Pantín era socialista “solo de nombre” y le reprocha su anexionismo, mas

no evalúa lo positivo o negativo de su gestión obrera, sino su postura sobre el

estatus.70 Muñoz Marín era una figura decadente, que va de socialista-

independentista a vende-patria. En cambio, Pedro Albizu Campos es la figura

cimera de la historia isleña en el siglo XX; y por ser quien más luchó por

independizarla, lo considera el “creador” de la conciencia nacional

puertorriqueña. Clama por una radicalización del cuestionamiento

independentista desde una postura con una división absoluta entre buenos y

malos: “El universo entero es el escenario de esta lucha entre poseedores y

desposeídos, entre colonizadores y colonizados, entre las fuerzas humanizantes y

las deshumanizantes”.71

Otra versión “radical” de lo puertorriqueño la ofrece José Luis González en

“El país de cuatro pisos”, donde plantea que la nación es el destino y la

68
Maldonado Denis, Puerto Rico: una interpretación, p. 9.
69
Maldonado Denis, Puerto Rico: una interpretación, p. 106.
70
Maldonado Denis, Puerto Rico: una interpretación, p. 107.
71
Maldonado Denis, Puerto Rico: una interpretación, p. 10.

251
independencia el camino.72 Propone un análisis que pretende salir del

nacionalismo sentimental, y describir la dinámica social desde la cuestión

clasista. Identifica dos culturas en conflicto: la de los dominadores, clasificada

como “nacional”, y la llamada cultura “popular”, la de los trabajadores y

oprimidos (la que considera como la verdaderamente nacional). González establece

el origen de la cultura popular en la convivencia de los taínos que sobrevivieron

las primeras décadas de la conquista, los africanos esclavizados o fugados de las

islas vecinas y los españoles pobres. Estos formaron el “primer piso” de una

nación “fundamentalmente afroantillana”.

Con un desarrollo relativamente autónomo en la región montañosa, el

campesinado, mayormente blanco, articuló otra versión de la cultura popular. Es

con el auge de la industria de la caña durante la primera mitad del siglo XX que

ocurre la interacción de las dos versiones de la cultura popular, “pero con claro

predominio de la vertiente afroantillana por razones demográficas, económicas y

sociales”.73 Esta visión difiere de la de Pedreira y otros quienes ven en el

campesino montuno la esencia del “alma” puertorriqueña.74 También rompe con

la idea de convivencia planteada por Blanco, Morales Carrión y Maldonado

Denis, quienes veían en la fusión trirracial, dentro de un robusto tronco hispano,

el fundamento racial-cultural del puertorriqueño. Para González, es en el

conflicto de clases donde radicaba el fundamento de lo nacional.

El “segundo piso”, nos dice, fue construido a principios del siglo XIX,

producto de la inmigración de refugiados de las guerras de independencia

72
José Luis Gonzáles, “El país de cuatro pisos”, en El país de cuatro pisos y otros ensayos, San Juan:
Ediciones Huracán, 1980.
73
González, “Cuatro pisos,” p. 39.

252
latinoamericanas y europeos no españoles amparados por la Cédula de Gracias

de 1815. Importante fue la oleada de corsos, mallorquines y catalanes que se

asentaron en la zona montañosa para establecer haciendas de café a mediados

del siglo. Estas inmigraciones provocaron una rearticulación “social, económica y

cultural (y a la larga política)”, pues este sector pasó a ser dominante, al

desplazar a los estancieros criollos y explotar a los campesinos nativos. En el

“mundo de la hacienda” se desarrolló una cultura señorial y extranjerizante,

“que en el siglo XX vendría a ser mitificada como epítome de la

‘puertorriqueñidad’”.75

Esta idealización ha sido el fundamento histórico tanto del nacionalismo

cultural y político. Para González, esta conservadora perspectiva del fundamento

nacional puertorriqueño se basa en la idealización del pasado decimonónico.

Incluso destaca que parte de la tergiversación histórica, de una mirada nostálgica

del pasado español que implicó un falseamiento histórico e ideológico, que se

hacía llamar liberal en su retórica, pero que estaba cargado de una cultura

señorial y paternalista. Sin embargo, la cultura nacional en el 1898 expresaba las

contradicciones defectos y virtudes de esta clase dominante pero inmadura en

sus expresiones históricas. González contrapone a ésta su visión “radical”, en la

que entiende que la americanización no redundó en un proceso de

“despuertorriqueñización”, sino en la hechura de un tercer piso en la inconclusa

conformación de la personalidad puertorriqueña.

Por eso piensa que el influjo norteamericano no deterioró la cultura

puertorriqueña, pues aquella no era la cultura de todos los puertorriqueños sino

74
La identificación del jíbaro como el puertorriqueño esencial también fue practicada por los
cronistas de la americanización estudiados en los capítulos anteriores.

253
la de su clase dominante. En cambio, “la otra cultura puertorriqueña, la cultura

popular”, no sufrió deterioro alguno bajo el régimen colonial norteamericano,

sino que tuvo la posibilidad de un “accidentado desarrollo”, lleno de

“vicisitudes”. El mayor efecto del régimen colonial estadounidense fue el

“trastocamiento interno de valores culturales”, en el cual “el desmantelamiento

de la cultura de los puertorriqueños ‘de arriba’ no ha sido llenado, ni mucho

menos, por la intrusión de la cultura norteamericana, sino por su ascenso cada

vez más palpable de la cultura de los puertorriqueños de ‘abajo’”.76

En un inicio, propietarios y trabajadores acogieron con entusiasmo la

invasión por su promesa de libertad, democracia y progreso. Los primeros se

desencantaron cuando la metrópoli dio claras señas de que la anexión no

implicaba su participación en las decisiones políticas de la Isla. “Fue entonces, y

sólo entonces, cuando nació el ‘nacionalismo’ de esa clase, o, para decirlo con

más exactitud, del sector de esa clase cuya debilidad económica le impidió

insertarse en la nueva situación”.77 En este análisis, la idea de trauma es

específica a la clase hacendada que perdió sus privilegios y vio reducido su

poder social. Ante la pérdida de su no probada hegemonía, la clase hacendada,

de corte liberal durante el siglo XIX, transfórmase en conservadora de aquellos

valores de su clase amenazados ante la nueva situación.

Los trabajadores, en cambio, vieron la oportunidad de un “ajuste de

cuentas” con los hacendados, incluso en el terreno de lo cultural. La influencia

estadounidense en la cultura popular de la Isla, entiende González, que no ha

implicado “despuertorriqueñización”. Por el contrario, esta influencia hay que

75
González, “Cuatro pisos,” p. 23.
76
González, “Cuatro pisos,” p. 30.

254
entenderla como positiva para la lucha de clases al interior de la sociedad

nacional.

La llamada “norteamericanización” cultural de Puerto Rico ha tenido dos


aspectos dialécticamente vinculados entre sí. Por un lado, ha obedecido
desde afuera a una política imperialista encaminada a integrar a la
sociedad puertorriqueña –claro está que en condiciones de dependencia–
al sistema capitalista norteamericano; pero, por otro lado, ha respondido
desde adentro a la lucha de las masas puertorriqueñas contra la hegemonía
de la clase propietaria.78

Los trabajadores vieron el apego al nuevo régimen colonial como muro de

contención al poder de los propietarios criollos. Los hacendados resistieron la

“norteamericanización” con la afirmación de sus valores, mientras que la “masa

popular” la usó para “impugnar y desplazar los valores culturales de la clase

propietaria”.79

Otros sectores, “oprimidos en el interior de su propia clase”, como las

mujeres y los afrodescendientes, también tuvieron la oportunidad de exponer y

defender sus intereses. Mientras que otros autores vieron amenazas al “ser

puertorriqueño” con la participación social y política de negros y mujeres,

González ve en la lucha social al interior de cada sector social como la dinámica

de sus particulares intereses en la formación nacional. En este sentido hay una

valorización positiva de la influencia cultural estadounidense, al propiciar la

lucha por los intereses de los grupos sociales oprimidos al interior de la sociedad

puertorriqueña. Una visión más sensible ante la complejidad de la dinámica

social que la conservadora mirada de Pedreira, la maniquea de Maldonado Denis

o la reaccionaria de Marqués.

77
González, “Cuatro pisos,” p. 31.
78
González, “Cuatro pisos,” p. 34. Énfasis en el original.
79
González, “Cuatro pisos,” p. 36.

255
El cuarto piso es el que supuso la constitución del Estado Libre Asociado,

producto del “capitalismo tardío norteamericano y el populismo oportunista

puertorriqueño”, que desembocó en una “modernización-en-la-dependencia de

la sociedad puertorriqueña”.80 En el proyecto político de este autor, los

puertorriqueños, en particular los de clase trabajadora, tienen que redescubrir y

rescatar “la caribeñidad esencial de nuestra identidad colectiva” y desde ahí

comprender que la independencia es el “destino natural” de “todos los demás

pueblos, insulares y continentales, del Caribe”.81 A través de la concepción

polémica del concepto americanización desarrollada por González, la

construcción nacional es producto más de la lucha de clases que de una esencial

conjugación racial cocinada al calor riguroso del trópico. En ese sentido, se

acepta la idea del cambio en el desarrollo nacional y se entiende más como un

proceso histórico que uno biológico o “natural”.

Durante la última década del pasado siglo hubo un resurgir del debate

sobre la nación. Los ya citados María Elena Rodríguez Castro y Juan Gelpí, y

otros como Silvia Álvarez Curbelo y Luis Felipe Díaz, deconstruyeron desde

distintas ópticas las naciones narradas por los intelectuales puertorriqueños

durante el siglo XX.82 Fundamental en este debate sobre lo nacional es la obra de

Arcadio Díaz Quiñones, cuya producción de crítica literaria ayudó a deconstruir

80
González, “Cuatro pisos,” p. 41.
81
González, “Cuatro pisos,” p. 43.
82
Silvia Álvarez Curbelo, Un país del porvenir: el afán de modernidad en Puerto Rico (siglo XIX), San
Juan: Ediciones Callejón, 2001, y Álvarez Curbelo y María Elena Rodríguez Castro, editoras, Del
nacionalismo al populismo: cultura y política en Puerto Rico, Río Piedras: Ediciones Huracán, 1993;
Luis Felipe Díaz, La na(rra)ción en la literatura puertorriqueña San Juan: Ediciones Huracán, 2008.

256
las propuestas nacionales de varios intelectuales canónicos puertorriqueños y

caribeños.83

En su ensayo “La política del olvido”, publicado en La memoria rota, Díaz

Quiñones advierte sobre el “olvido”, o el desconocimiento de los

puertorriqueños sobre el pasado y el presente imperio. Esta negación no le ha

permitido enfrentar su realidad colonial y lo ha desvinculado de su entorno

caribeño. De igual modo, los discursos identitarios en Puerto Rico suelen relegar

dos asuntos que este autor considera vitales: la emigración y la cuestión de raza.

Propone, en cambio, una identidad híbrida de lo puertorriqueño y lo americano.

Para ello es necesario “descolonizar el imaginario”, dejar de construir la felicidad

“basada en el olvido”.84 Sin embargo, su análisis no contempla la influencia de

los americanos en Puerto Rico; para Díaz Quiñones, en lo que a identidad se

refiere, lo americano llega a través de los puertorriqueños emigrados y sus

contactos en la Isla.

En El arte de bregar, 85 Díaz Quiñones propone el polifacético verbo

“bregar” como una insignia de identidad puertorriqueña. Identidad enmarcada,

como la que propone González, en la realidad colonial y mulata de la isla

caribeña. Sin embargo, donde Pedreira exigía una cultura fuerte en la que

fructificara una civilización y González la maduración de una cultura popular en

83
De Arcadio Díaz Quiñones ver: “Recordando el futuro imaginario: la escritura histórica en la
década del treinta", Sin nombre, vol. XIV, #3 (abril-junio 1984), pp. 16-35; “Tomás Blanco: racismo,
historia, esclavitud,” en Prontuario histórico; La memoria rota; “Isla de quimeras: Pedreira, Palés y
Albizu”, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Año XXIII (1997), num. 45, pp. 229-246; El arte
de bregar; y Sobre los principios: los intelectuales caribeños y la tradición, Bernal: Universidad Nacional
de Quilmes, Editorial, 2006.
84
Díaz Quiñones, La memoria rota, p. 145.
85
Arcadio Díaz Quiñones, en El arte de bregar; en particular en la primera parte titulada “La
brega”: “De cómo y cuándo bregar”; “La pasión según Albizu”; y “Pedreira en la frontera”, pp.
19-102. En este texto es perceptible una transformación en su análisis sobre la escritura de la
nación. En particular en los últimos dos plantean una valoración positiva de la acción afirmativa

257
su conciencia obrera que sintiera como irremediable la independencia, Díaz

Quiñones propone “la brega” como condición que identifica a una nación

siempre colonizada. En cierta forma, la “brega” está cercana a la docilidad

descrita por Marqués, pero sin el menosprecio; más bien se trata de ver una

estrategia de sobrevivencia con algo de condescendencia paternalista. Es como si

la reprochable ambivalencia del puertorriqueño encontrara una metáfora que la

convirtiese en respetable estrategia política.

El ensayista alega que es en la política colonial donde mejor se perciben

los mayores dilemas morales de la “brega”. Muñoz Marín, la principal figura de

la política isleña, pudo “negociar con el desmesurado poder del imperio, sin

perder la dignidad y sin hacer uso de la violencia”.86 Según lo describe Díaz

Quiñones, Muñoz Marín manifestó su habilidosa brega en el arte del decir, al

poder comunicarse con todo el campo social y político puertorriqueño, desde los

jíbaros empobrecidos hasta los círculos más poderosos de la metrópoli. Ante el

“viraje político dramático”, proclamó que “la modernización es un destino que

irremediablemente hay que asumir si no se quiere ser destruido por la fuerza del

progreso”.87 No obstante, afirma que el ELA fue una “solución a medias” en la

que se separó “la acción del presente de los resultados conflictivos del futuro”,

pero que atenuó el enorme poder colonial.88 Afirma, sin embargo, que el hilo de

conexión de la brega muñocista con el país está roto.

de lo nación de Albizu y Pedreira, sin enfatizar en las implicaciones políticas y sociales de ese
discurso de afirmación.
86
Díaz Quiñones, “De cómo y cuándo bregar”, p. 52.
87
Díaz Quiñones, “De cómo y cuándo bregar”, p. 66.
88
Díaz Quiñones, “De cómo y cuándo bregar”, p. 70.

258
Díaz Quiñones plantea que el dilema puertorriqueño no es el del ser, sino

el “antitrágico bregar-o-no-bregar”,89 contrapuesta con la búsqueda retórica de

alguna épica que demuestre y reafirme la heroicidad de los puertorriqueños. Sin

embargo, esta propuesta contradice la de Pedreira, quien buscaba la formación

de una cultura productiva de la cual germinara la puertorriqueñidad, y no una

pícara estrategia de sobrevivencia. “Bregar es una práctica y también un trabajo

retórico, un trabajo con el lenguaje por parte de quienes hace tiempo dejaron de

creer en la bondad de los poderososos”.90 Ese arte de hablar y no decir, la

habilidad para “dorar la pildora”, criticada por Pedreira y Marqués, es

privilegiada en la teoría de la brega.

La funcionalidad del muñocismo, “que supo bregar con los americanos” y

canalizar las aspiraciones de la masa puertorriqueña, destaca su propia

ambigüedad del proyecto nacional bajo el ELA con la relación con Estados

Unidos. Pero si el proyecto muñocista, en términos de desarrollo histórico, era la

modernización, ¿cuál es el proyecto social y político en la actualidad? ¿A dónde

se llega con la brega? La brega es presentada como un incierto proyecto político

que reconoce la debilidad y pequeñez de la nación puertorriqueña, pero más allá

de señalar lo conocido, no se atisban direcciones posibles para la solución de los

problemas que se indican en el ensayo. ¿Qué hacer con el imperio de la

publicidad y la cooptación de los artistas y la cultura? ¿Cómo reducir la brecha

social entre los puertorriqueños? ¿Cómo romper con el bipartidismo? Son

preguntas que la brega no puede contestar.

89
Díaz Quiñones, “De cómo y cuándo bregar”, p. 41. Énfasis en el original.
90
Díaz Quiñones, “De cómo y cuándo bregar”, p. 48.

259
Es la intención de los ensayos aquí discutidos definir la nación

puertorriqueña y describir su alma o ethos. Debido a la situación colonial de

Puerto Rico, esta identidad está mediada por la presencia de Estados Unidos. Sin

embargo, esta presencia es descrita como un factor ajeno en la formación

nacional puertorriqueña y está solo presente de manera externa (como tutores en

la narración de Morales Carrión o como fuerzas represivas en la de Maldonado

Denis). No es hasta la última década del siglo pasado con La memoria rota que

Díaz Quiñones propone una mirada positiva a la influencia cultural

estadounidense por vía de los puertorriqueños emigrados. Hasta entonces la

opinión sobre los llamados nuyorricans era negativa por su forma de hablar el

español y sus costumbres “extrañas” adquiridas en el Norte. Poco se ha

estudiado al “americano” en Puerto Rico, aunque ha sido una presencia

constante en la vida cotidiana y el imaginario de los puertorriqueños. La

presencia de los estadounidenses en Puerto Rico es anterior a la invasión y ha

tenido múltiples registros: oficiales coloniales, agentes mercantiles, misioneros,

maestros, académicos, militares, vagabundos y atletas, por mencionar algunos.91

Muchos de ellos se quedaron a vivir en la Isla o han mantenido fuertes lazos con

ella.

De igual forma, el principal problema del discurso político puertorriqueño

es la insistencia cuasimonotemática en la cuestión de estatus. Como explica

Carlos Pabón en Nación postmortem: ensayos sobre los tiempos de insoportable

ambigüedad, la realidad colonial puertorriqueña tiene la curiosa particularidad de

que el nacionalismo perdió todo radicalismo discursivo y capacidad

91
Sobre esto sólo conozco dos esfuerzos: de Lynn-Darrel Bender, ed., The American Presence in
Puerto Rico, San Juan: Publicaciones Puertorriqueñas, 1998; y el volumen titulado “Los

260
contestataria.92 Por otro lado, el discurso intelectual de la nación no ha podido

conciliar la realidad híbrida tras más de un siglo de soberanía estadounidense (y

claro está, no se trata sólo de “yankis o puertorriqueños”). Esta convivencia ha

tenido varios tonos, dramas y escenarios que, aunque pocos han sido violentos

(en su sentido extremo), se han dado desde una desigualdad ideológica. ¿Cómo

integrar lo americano al componente nacional puertorriqueño?

Es necesario entender a la nación como una construcción histórica

moderna y, como tal, alejada de las premisas esencialistas basadas en conceptos

como “raza”, “lengua” o “familia”. Éstos funcionan como conceptos de fácil

reconocimiento, ambiguos y ambivalentes, y son utilizados sin atisbos de duda,

como si se tratara de la creencia de la nación.93 El fenómeno nacional es el

resultado de muchas generaciones de convivencia humana en determinados

lugares de las que han surgido variadas relaciones de poder y estrategias de

dominación. De ahí que “lo que importa no es ‘la veracidad’ de determinada idea

de la nación, sino sus efectos políticos”.94 Lo que señala Pabón es que no hay una

“esencia nacional” o una “raza cósmica” que nos haga boricuas aunque

nazcamos en la luna.

Ante los retos que enfrenta lo nacional –sobre todo en el contexto colonial–

en estos tiempos, digamos que posmodernos (o tardomodernos), queda patente

la necesidad de la rearticulación política de lo nacional. Me parece que hay un

disloque entre lo social y lo nacional, que todavía el discurso político

puertorriqueño no ha podido apalabrar. Pero, ¿cómo se define a sí misma una

americanos”, La Torre, año XIV, núm. 53-54, julio-diciembre, 2009.


92
Carlos Pabón, Nación postmortem, Pabón señala que Díaz Quiñones no escapa de la “tradición
canónica del intento de definir ‘la personalidad puertorriqueña’ o el llamado ‘carácter nacional’.”
p. 150.

261
nación con historia, pero sin Estado, con proyección hacia el futuro? Más

importante aún, ¿cómo movernos hacia una sociedad más abierta, más ética y

más solidaria desde este entorno histórico y geográfico llamado Puerto Rico?

93
Pabón, Nación postmortem, p. 291.
94
Pabón, Nación postmortem, p. 287.

262
Bibliografía

Fuentes primarias:

Ashford, Bailey K., A Soldier in Science: The Autobiography of Bailey K. Ashford,


Colonel M.C., U.S.A., Río Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico,
1998.

Benner, Thomas, Five Year of Foundation Building: The University of Puerto Rico,
1924-1929, Río Piedras: Universidad de Puerto Rico, 1965.

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