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El Bien y El Mal

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Asignatura: Ética

Profesora: Lic. Nancy Estela Salazar

CUARTO TEMA: EL BIEN Y EL MAL MORAL

OBJETIVOS
1. Diferenciar el bien moral del bien ontológico; identificando aquel que le
alcanza la plenitud a la persona humana.
2. Reconocer que el mal moral es el verdadero mal del hombre porque le priva
de su verdadero bien.
2. Asumir una actitud crítica ante las concepciones modernas erróneas del bien
moral.

CONTENIDOS
1. El bien ontológico
2. El bien moral
3. El mal moral
4. El obrar moral y sus condiciones o fuentes de la moralidad

III. ACTIVIDADES A DESARROLLAR


1. Explica las diferencias existentes entre el bien ontológico y el bien moral.
2. ¿Por qué se afirma que el verdadero bien del hombre es el bien moral y el
verdadero mal del hombre es el mal moral?
3. Explica las diferencias entre el mal físico y el mal moral.
4. ¿Existe alguna acción humana que sea moralmente buena o mala en todo
lugar y tiempo? Fundamente su respuesta

IV. BIBLIOGRAFÍA SUGERIDA PARA EL TEMA

1 ARISTÓTELES. Ética a Nicómaco. Versión de J. Pallí Bonet


(1985). Madrid: Gredos.
2 RODRÍGUEZ L., A. (1991) Ética General. Pamplona: Eunsa.
3 MARITAIN, J. (1966) Lecciones fundamentales de la Filosofía
Moral. Buenos Aires: Club de lectores.
4 SPAEMANN, R. (1987) Ética: Cuestiones fundamentales.
Pamplona: Eunsa.

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EL BIEN MORAL Y SU FUNDAMENTO METAFISICO

1. EL BIEN ONTOLÓGICO
1.1. Introducción
Como dice santo Tomás, «el bien es la primera realidad advertida por la razón
práctica, por la razón que dirige y planea la conducta». En consecuencia, toda persona
posee un conocimiento espontáneo acerca del bien.
Aunque se da ese conocimiento espontáneo acerca del bien, no es tarea fácil
realizar su definición con exactitud, ya que es un concepto básico y, también un
trascendental del ente. Pero, además, la noción del bien tiene diversas acepciones. No
es lo mismo decir que tengo buena dentadura que decir que el hombre realiza bien su
trabajo profesional. Por esto, distinguimos perfectamente una bondad de la otra.
En cuanto que una cosa «es», es buena, y ése es el bien ontológico; en ese sentido
hablaríamos del bien referido a la dentadura. En cambio, el otro es el bien moral, es
decir, el que se refiere al hombre que realiza bien su trabajo profesional. El bien moral
se relaciona con el bien ontológico aunque se distingue claramente de él (p. ej.: el acto
conyugal y la fornicación son dos actos ontológicamente buenos, pero moralmente uno
es bueno y otro es malo).
Aunque el bien moral se distingue claramente del bien ontológico, también hay
que hacer notar que se contrapone a la bondad técnica, que es la idoneidad para un fin
que en sí mismo no es el bien humano; de aquí que puedan discrepar bien técnico y
bien moral (p. ej.: se puede construir bien una llave -bondad técnica. como adecuación
a un fin material- para desvalijar una caja fuerte -ílicitud moral, por no estar tal acción
conforme con la norma de moralidad-).

1.2. El bien es el ente en cuanto que apetecible


Es necesario saber que, la bondad de las cosas (bien ontológico) es un aspecto
trascendental del ser. Por lo tanto, decimos que el ente es bueno en cuanto que es
apetecible, y en consecuencia el bien es lo que todos desean. Por lo tanto, la bondad de
las cosas no es otra cosa que la perfección entitativa en cuanto que apetecible a una
tendencia sensible o espiritual.
Como hemos dicho, el bien es el propio ente en cuanto que apetecible, y por esto
podemos decir que el ente no es bueno por ser amable, sino que es amable por ser
bueno. pues de lo contrario caeríamos en la tesis idealista en la que el querer sería la
causa de la bondad ontológica (p. ej.: un cuadro no es bueno porque nos gusta, sino que
nos gusta por sus condiciones estéticas).
Las cosas tienen una determinada perfección, como es la bondad,
independientemente de nosotros. Esa misma perfección, en cuanto resulta conveniente,
la llamamos bien o bondad. La raíz de la bondad consiste en la perfección propia del
ente.
Como todo sujeto desea su perfección, una cosa es más buena en cuanto es más
perfecta o más ente, de ahí la tesis tradicional de que «el ente y el bien se identifican».
No obstante, aunque el bien se fundamenta en el ser, tanto el bien como el ente no son
sinónimos, sino que entre ellos existe una diferencia de razón (el bien subraya el modo
de ser perfecto y perfectivo del sujeto; en cambio, el ente subraya el hecho de tener ser,
sin referirse a la bondad del ser poseído). Respecto al fin podemos decir que es aquello
por lo que el agente se mueve a obrar. En consecuencia, la idea de fin está unida a la de
bien, ya que éste tiene de suyo razón de fin. No obstante, el fin y el bien no son
sinónimos, pues decimos que el ente es bueno en cuanto que su perfección conviene al
apetito, y es fin en cuanto que por su bondad mueve a la potencia apetitiva, siendo el

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entendimiento quien forma la noción de fin al representarse un bien y ordenar la
actuación de la voluntad hacia él (p. ej.: si un cuadro está bien realizado es «bueno», y
esto nos lleva a contemplarlo, que es el «fin» de la acción).

2. EL BIEN MORAL

2.1. La naturaleza humana

El bien moral es exclusivo del hombre, y corresponde a las acciones de la


naturaleza humana. Por eso, es necesario estudiar la naturaleza humana para saber cuál
es el bien del hombre. La naturaleza es la esencia de un ente. En ese sentido, podemos
decir que es un modo de ser determinado. La diferencia entre la esencia y la naturaleza
es de aspectos, pero no de realidades. Pero, además, la naturaleza puede ser con-
siderada también como una constitución operativa: un principio de operaciones que
realiza un modo de obrar propio y .característico (p. ej.: reír, pensar, etc.).
La naturaleza se puede entender como sinónimo de proceso y, por lo tanto, algo
dinámico (physis); por ello decimos que cada ente tiene su propia naturaleza y su
peculiar desarrollo específico. Pero también entendemos la naturaleza como término
final del proceso mencionado, y por ello es llamada fin (telos). En este último sentido
entendemos que el obrar humano tiene un sentido finalista, es decir, se ordena a la
consecución de un fin, que no es otra cosa que la máxima actualización de sus
capacidades naturales.
Ahora podemos afirmar que el perfeccionamiento último de la naturaleza humana
es el bien del hombre en sentido estricto. Por eso, el bien del hombre reside
fundamentalmente en la rectitud de su obrar, es decir, en que su conducta se encamine
a la correcta perfección del sujeto humano (aunque todo hombre es bueno por el mero
hecho de ser, sin embargo diremos que unos hombres son buenos y otros son malos si
dirigen sus actos al bien debido o no .los dirigen a éste).
Ahora bien, se nos plantea el determinar cómo una acción concreta se encamina
al verdadero perfeccionamiento del hombre. La respuesta es sencilla: por su
conformidad con la naturaleza humana. Por eso, decimos que la naturaleza es norma y
ley de la actividad humana.
Además, en la filosofía cristiana el concepto de orden natural se ve enaltecido al
entenderse como orden divino y tiene a Dios como fin último. La filosofía cristiana
también cuenta con el fin sobrenatural del hombre conocido por la Revelación, el cual
no se opone al fin natural-la perfección última de la naturaleza humana-, sino que lo
excede y lo permite alcanzar más fácilmente.

2.2. El bien Moral

La naturaleza humana y sus fines constituyen el fundamento de nuestra conducta


y marcan el camino hacia la consecución de nuestro bien. Pero ¿por qué podemos decir
que este bien es moral? Lo que hemos dicho hasta ahora también se refiere a los
animales (que obran según su naturaleza y según un fin natural), pero no realizan
acciones morales.
El bien en el hombre adquiere la dimensión moral, porque el hombre es libre, de
tal manera que la obtención de su bien es causada por su libre autodeterminación. Por
eso el hombre no es conducido necesariamente a sus fines, sino que los conoce como
bienes morales que debe alcanzar y según los cuales debe conducir su vida, aunque a
veces no lo haga. Este orden natural se presenta al hombre como algo que debe

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respetar: si lo respeta, la persona humana es buena, es decir, tiene buena voluntad; si no
respeta el orden natural, es malo, es decir, tiene mala voluntad. En consecuencia, la
bondad moral es la bondad de acciones libres y, en último término, de la rectitud de la
voluntad humana.
De lo anteriormente enunciado se deduce que los fines esenciales de la naturaleza
son fines morales en la medida en que son la norma de la actuación libre del hombre.
Esos fines pueden ser captados de diversos modos: en primer lugar, a través del sentido
moral común (sindéresis) (p. ej.: todo el mundo sabe espontáneamente que matar es
malo). Pero además de este sentido moral común, la ética se fundamenta en el
conocimiento científico de la naturaleza humana. Y por eso dice Santo Tomás de
Aquino que «la razón entiende como bien todas aquellas cosas hacia las que tiende la
naturaleza». Por eso, se llama recta razón a la que conoce sin error los
fines que el hombre debe buscar con sus actos. Ahora se puede comprender más
fácilmente que la norma de moralidad es la recta razón, ya que la racionalidad indica la
condición específica del hombre; «recta» significa que no está desviada hacia fines no
racionales, en los que la razón no se reconoce, como sería el simple deleite de los
sentidos o la pura autoafirmación de la voluntad (la terquedad). Por eso, podemos
concluir que el bien moral es el bien conveniente a la naturaleza humana según el
principio de la recta razón.
Ahora bien, como el fundamento último del orden natural es Dios, será también el
fundamento último del orden moral. Por lo tanto, cualquier transgresión de la ley
natural es una ofensa a Dios. A este respecto, sostenemos que el fundamento último del
orden moral es Dios; sin embargo, el fundamento próximo de este orden moral es la
naturaleza humana. Y como ambos órdenes se nos presentan a través de la recta razón,
concluimos que ésta es la regla moral que guía de modo inmediato a la voluntad.
Por último, nos podemos preguntar qué es lo que hace que la voluntad sea buena
o sea mala. La respuesta es simple: la voluntad es buena cuando quiere libremente el
bien proporcionado a la naturaleza humana según el juicio de la recta razón; y es mala
cuando quiere libremente el mal. Por eso podemos afirmar que el orden moral se
fundamenta metafísicamente en el orden de la naturaleza humana a sus fines. El bien
moral es el bien absoluto (simpliciter) de los actos humanos, el que les conviene en
tanto que humanos: en cambio, las otras especies de bondad lo son en un cierto aspecto
(secundum quid), es decir, relativamente a su condición de ser (bien ontológico), o
relativamente a un fin restringido (bien técnico).

3. EL MAL

3.1. Noción de Mal


Podemos definir el mal como «la privación de un bien debido», es decir, la
ausencia de algo que se debería tener (p. ej.: la sordera, la ceguera, son privaciones de
la audición y de la visión). Como nos consta por experiencia, el mal es algo real, pero
no podemos decir que sea positivo, pues la privación es solamente la negación de algo
en una substancIa apta por naturaleza para poseer el bien contrario (p. ej.: la ceguera es
un mal porque el hombre está naturalmente capacitado para ejercer la visión).
Por lo tanto, el mal no es una esencia o naturaleza, ya que ésta no es la causa de
la privación, sino que la esencia es el principio de lo que se posee. Ahora bien, el mal
no está en el aire, y, en consecuencia, debemos afirmar que el mal está sustentado por
el bien, ya que la privación del bIen debido se apoya en algo bueno. Como
consecuencia de lo dicho podemos afirmar que el mal absoluto no existe, ya que no se
sustenta por sí mismo, es decir, no podemos encontrar un ente absolutamente malo.

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3.2. División del mal

El mal se puede dividir en mal físico, que no es otra cosa que la privación de una
perfección entitativa, y en mal moral, que es la privación de la bondad moral.

3.2.1 El mal físico

De la noción de mal que hemos visto podemos definir el mal físico como «la
privación de un bien debido a la naturaleza corpórea del individuo» (p. ej.: la
enfermedad, los defectos psíquicos, etc.).
Ahora bien, el mal físico sólo lo podemos considerar como mal en sentido
impropio, pues no constituye un desorden respecto del último fin. En los seres
irracionales hay que tener en cuenta el bien de la especie y del Universo. Por lo tanto,
que un animal devore a otro es un mal relativo, pues esto es necesario para mantener la
armonía entre las especies, y en el hombre el mal físico es la ocasión que Dios nos da
de obtener mayores merecimientos y fortalecer las virtudes.

3.2.2 El mal moral

Definimos el mal moral, al que también se llama pecado, como «la ofensa hecha
a Dios, Creador y Fin último del hombre, y que se concreta en la libre transgresión del
ser racional de las exigencias de la naturaleza que constituyen el orden al último fin».
Como puede verse, éste es el único y verdadero mal, ya que supone la pérdida del
fin último, es decir, la privación del verdadero bien. Por lo tanto, el mal moral, al
desviar al hombre del último fin, le hace a éste malo en sentido absoluto, mientras que
el mal físico solamente le hace malo en sentido restringido. En este sentido, podemos
decir que el mal moral no designa sólo una carencia o una privación sino una cualidad
de las acciones puestas por el hombre.

3.3. La causa del mal


Como ya hemos dicho, el mal es una privación, y por lo tanto no tiene una
entidad positiva. En consecuencia, el mal no tiene una causa per se, es decir, no tiene
una causa que directamente lo produzca.
Pero aunque el mal no tenga una causa per se, debe tener algún tipo de causa real.
La causa del mal es el bien, pero lo es del único modo en que el mal puede tener
causa, es decir, como causa accidental (per accidens). Que la causa sea per accidens
quiere decir aquí que el mal no es lo pretendido por el hombre, sino el bien que connota
alguna imperfección moral (p. ej.: el conductor que atropeIla voluntariamente a un
peatón lo hace per accidens, pues directamente lo que pretende buscar puede ser un
deseo de venganza).

4. EL OBRAR MORAL

4.1. NOCIÓN DE ACTO MORAL


Los actos humanos son el objeto material de la ética. Se entiende por acto
humano aquel acto específico del hombre. En otras palabras, de los actos realizados por
el hombre solamente se designan como humanos aquellos que son propios del hombre
en cuanto hombre. Ahora bien el hombre difiere de los animales en que es dueño de sus
actos; de donde se deduce que solamente son actos humanos aquellos actos propios del
hombre. No obstante, el hombre es dueño de sus actos por su razón y voluntad, de
donde, también, La voluntad libre puede entenderse como la unión de la voluntad y la

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razón. Por consiguiente, se designan como actos humanos aquellos que proceden de
una voluntad deliberada; como se encuentran otros actos en el hombre (p. ej la
digestión, la circulación de la sangre, la respiración. Etc.), se les puede designar a éstos
como actos del hombre, pero no propiamente como actos humanos, puesto que no son
propios del hombre como hombre. Estos actos involuntarios que el hombre no realiza
deliberadamente se denominan técnicamente actos del hombre y no son objeto de
moralidad.
El acto humano se caracteriza fundamentalmente por ser libre. Por eso, la libertad
es la capacidad de la voluntad de dirigirse por sí misma al bien que la razón le presenta.
Por eso, los actos humanos son los que el hombre domina, es decir, que controla
conscientemente y quiere deliberadamente y de los que es tenido como responsable.
Esos actos son los estudiados por la ética.

4.2. CONDICIONES DE LOS ACTOS HUMANOS

Concretamente, las dos condiciones de los actos humanos son las siguientes:

4.2.1 El conocimiento
Para que el acto sea moral es necesario que la voluntad esté previamente asistida
por la inteligencia; es decir, que el hombre delibere sobre lo que va a hacer.

4.2.2 La libertad
Esta condición es necesaria para que la voluntad pueda elegir entre las opciones
que se le presentan y no esté obligada a realizar una acción determinada.
Esta libertad, incluso, se da con referencia al último fin, que es Dios, ya que en
esta vida se conoce a Dios de un modo deficiente y analógico, como ya hemos
demostrado anteriormente; y también el hombre es libre con respecto a los medios, ya
que no mueven necesariamente a la voluntad, pues son bienes particulares y al no
agotar la razón de bien no mueven necesariamente a la voluntad.

4.3. BONDAD Y MACILIA DE LOS ACTOS HUMANOS


Un acto es bueno en la medida en que se conforma a la Ley Moral. Sin embargo,
en la práctica, es más difícil determinar la moralidad de un acto singular, ya que
convergen distintos matices en la realización del acto. Por eso, se suele decir que la
bondad de un acto depende del objeto, del fin y de las circunstancias.

4.3.1 Objeto.
Se llama objeto moral a aquello a lo que la acción tiende de suyo y en lo que
termina, considerándolo en su relación con la norma moral.
Con esta definición queremos decir lo siguiente: no podemos simplemente
«querer», sino que hemos de querer «algo», es decir, hemos de querer hacer u omitir
algún acto, que es, por consiguiente, el «objeto» del consentimiento de la voluntad. La
moralidad deriva, en primer lugar y ante todo, de la clase de acto que la voluntad
consiente en hacer. Por lo tanto, si la voluntad quiere algo objetivamente malo, el
querer será malo (p. ejm. : robar un alimento es de por sí malo, pero sustraerlos en caso
de extrema necesidad es justificable) .

4.3.2 Circunstancias
Las circunstancias son los diversos elementos que rodean un acto, pues éste no
depende sólo de un ser específico. Las circunstancias suelen responder a las siguientes

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preguntas: ¿quién obra?, ¿dónde obra?, ¿cuándo?, ¿cómo?, ¿a quién?, ¿con qué
medios?, ¿cuán a menudo?, y otras por el estilo (p. ej.: no es lo mismo la falsedad de un
notario que la falsedad de una persona privada; no es lo mismo robar en una iglesia que
en una casa privada; no es lo mismo robar a mano armada que robar sin violencia; etc.).

4.3.3 Fin
Por fin se entiende lo que el sujeto pretende lograr en la acción (al fin algunos
autores lo llaman motivo). Responde a las preguntas ¿por qué? o ¿para qué? (p. ej.:
robar para obtener dinero, ducharse para limpiarse).

4.4. MODO EN QUE EL OBJETO, FIN Y CIRCUNSTANCIAS INTERVIENEN EN


LA MORALIDAD DEL ACTO
1. El objeto da a la acción su moralidad esencial e intrínseca. Si el objeto de la acción
es malo, siempre y en cualquier lugar y sea quien sea el que la realiza, será malo (p. ej.:
la absoluta supresión de la propiedad privada no es justificable en ningún caso). Por
eso, se dice que jamás se puede hacer un mal para obtener un bien.

2. Además de que la acción tenga el objeto bueno, necesita que el fin del agente o el
motivo de obrar sea bueno (p. ej.: decir algo que ha sucedido con intención de des-
prestigiar a la persona, vicia la acción).
3. Las circunstancias pueden aumentar o disminuir la bondad o malicia de los actos. Y,
además, pueden hacer que un acto bueno se convierta en malo, pero jamás que un acto
malo se convierta en bueno (p. ej.: el parricidio aumenta la maldad del acto).
4. Como consecuencia de los tres puntos anteriores podemos afirmar que los actos
humanos nunca pueden ser moralmente indiferentes. A esta consecuencia se añade el
que para que una acción sea buena han de serIo el objeto, el fin y las circunstancias.
Por eso, la maldad en uno de los tres elementos hace siempre la acción mala.

4.5. IMPEDIMENTO DE LOS ACTOS HUMANOS


Los impedimentos de los actos humanos son aquellas circunstancias que
disminuyen o anulan el conocimiento o la libertad de un acto, haciendo que no sea un
acto humano. Si el impedimento hace referencia al intelecto se llama ignorancia, y si
hace referencia a la voluntad se llama pasión.

La ignorancia.
Es la carencia de conocimiento en un sujeto capaz. La ignorancia puede ser de
dos tipos:
a) Antecedente: es la ignorancia que precede al acto de la voluntad, y es causa de que
la voluntad ponga tal acto. Por ser anterior destruye la voluntariedad y la
responsabilidad del acto (p. ej.: el disparar una escopeta creyendo que no está cargada y
matando a una persona).
b) Consecuente o también llamada consiguiente: es la ignorancia voluntaria, ya que la
voluntad es la causa de tal ignorancia. Es culpable, pues produce un acto voluntario en
la causa. La voluntad no quiere la acción directamente, pero quiso la causa que la
desencadenó (p. ej.: un conductor que ignora la totalidad de las señales de tráfico y
provoca un accidente mortal es culpable, pues no puso los medios para conocer todas y
cada una de las señales).

La pasión
Es la tendencia que nos arrastra hacia algún objeto conocido por facultades sensibles.

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Puede ser de dos tipos:

a) Antecedente: cuando precede y es concausa del acto voluntario. La pasión puede ser
tan fuerte que perturbe el uso de la razón y disminuya o anule, en casos extremos, la
voluntariedad y libertad del acto (p. ej.: el crimen pasional realizado por celos
disminuye la responsabilidad que tienen los cometidos a sangre fría).
Dentro de la pasión ocupa un lugar destacado el miedo, que también puede
disminuir o anular la responsabilidad si se trata de un mal probable e inminente. El
miedo, cuando paraliza totalmente la voluntad se convierte en pánico (p. ej.: el fuego
que quema un edificio puede llegar a quitar la responsabilidad de aquel que se tira por
la ventana).

b) Consiguiente: es posterior al acto de la voluntad o consecuencia de la decisión que


uno ha tomado. La voluntad excita intencionadamente las pasiones para obtener con
más facilidad su objetivo no anulando la voluntariedad (p. ej.: la prima económica que
recibirán los jugadores después del partido de fútbol no anula ni disminuye la
responsabilidad de las faltas de deportividad que éstos puedan cometer).

Con respecto al miedo, podemos decir que éste no es la causa de la acción, y, por ello,
no disminuye la responsabilidad (p. ej.: la persona que realiza un atraco también suele
tener miedo, pero éste es consecuencia de la decisión que ha tomado. Por eso, no
realiza la acción «por miedo», sino «con miedo»).

4.6. PROPIEDADES DE LOS ACTOS HUMANOS.


Los actos humanos, por ser responsables y libres, tienen dos propiedades o
consecuencias que se derivan inmediatamente de ellos: la responsabilidad y el mérito.

4.6.1 La responsabilidad.
Es la capacidad que tiene el sujeto de los actos humanos de ser libre para asumir
o «responder de» los actos que realiza y las consecuencias que se derivan de ellos.
Aunque psicológicamente se pueda sentir responsabilidad de un acto involuntario,
moralmente no siempre se puede imputar al sujeto.
La responsabilidad supone siempre responder ante alguien de nuestros actos. Y
esta respuesta se puede realizar en tres vertientes:

5. Ante sí mismo:
La conciencia nos reprocha las acciones mal hechas y aprueba las buenas. Esta
responsabilidad es variable, pues todos los hombres no tienen el mismo grado de
sensibilidad moral.

6. Ante los demás:


Cuando respondemos ante una autoridad humana; se da en dos planos distintos:
A. Socialmente: cuando se responde ante los grupos humanos organizados, no de una
manera precisa, sino por las normas o costumbres del ámbito social en que se vive (p.
ej.: se censura a aquella persona que no sigue las normas de urbanidad, establecidas por
las normas sociales).
B. Civil o jurídicamente: cuando se responde ante los tribunales de justicia. Esta
responsabilidad afecta al ámbito externo y con repercusiones públicas, pero no afecta a
las acciones puramente internas. La responsabilidad civil suele tener en cuenta los
impedimentos y atenuantes de los actos voluntarios vistos anteriormente (p. ej.: el

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aborto de una mujer soltera puede ser atenuante de la falta cometida).

7. Ante Dios:
Es la responsabilidad que se tiene ante el Creador de la persona humana. Sin embargo,
esta responsabilidad presupone un conocimiento y admisión del fin último del hombre
y que además la Ley Moral sea un reflejo de la Ley Divina La responsabilidad ante
Dios es el fundamento último de la responsabilidad, ya que se puede acallar la
conciencia humana y se puede eludir la justicia humana, pero jamás podremos eludir la
responsabilidad ante Dios, que conoce las verdaderas intenciones del corazón humano.

7.1.1 El mérito y el demérito

8. El mérito
Es la recompensa a la que tiene derecho un sujeto por la realización de un acto
moral bueno, imputable a su persona. Para que sea imputable, es necesario que haya
sido hecho con responsabilidad y cumpla las condiciones de todo hecho moral.

9. El demérito
Es la disminución del mérito por haber realizado una acción mala imputable.

10. Fundamento del mérito.


La realización de actos morales aumenta o disminuye el valor moral del hombre.
Para ello se requiere que el acto sea bueno o malo y reporte un bien o un mal a quien ha
de dar la recompensa. Sin embargo, no siempre el sujeto receptor del acto moral sabe
apreciar y premiar las acciones morales con la debida recompensa. Por eso, la ética no
fundamenta el orden moral en las recompensas de los demás hombres, sino que
fomenta una actitud desinteresada basada en el cumplimiento del deber y confiando en
una justicia definitiva (conviene precisar que no se cumple el deber por el deber, sino
que se le considera requerimiento para la realización integral de las exigencias del
propio ser).

10.1. RESULTADOS DE LOS ACTOS HUMANOS


La realización de los actos humanos, buenos o malos, forjan el carácter o modo
de ser adquirido libremente por una persona. Este modo de ser es a lo que se le llama
hábito, que no es otra cosa sino la disposición permanente de obrar de una determinada
manera, como consecuencia de la repetición de una serie de actos. El hábito es como
una segunda naturaleza que para bien o para mal adquieren las personas.
A los hábitos malos se les llama vicios, e imponen a la voluntad una tendencia al
mal. Por el contrario, los hábitos buenos se llaman virtudes y orientan a la voluntad
hacia el bien.
Tanto el vicio como la virtud son consecuencia de la libertad moral, con la
diferencia de que la virtud está orientada por auténticos valores, y el vicio, por valores
ficticios o antivalores. La auténtica libertad no es la capacidad de elegir el mal, sino la
de elegir el mejor bien entre los posibles.
Como a veces los hábitos se contraen involuntariamente, la responsabilidad
comienza desde el momento en que el hombre los advierte.

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