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TEOLOGÍA MORAL FUNDAMENTAL
1. La noción de Teología Moral Fundamental.
Asumimos que esa disciplina consiste en una reflexión (inteligencia de la fe) sobre el ser y el comportamiento ético, en cuanto tales, del creyente en Cristo, más allá de sus implicaciones o contenidos particulares. La Moral Fundamental se ocupa de los principios éticos más generales y comunes sobre los que descansan las nociones y argumentaciones particulares, por ejemplo, de la bioética, de la moral social, etc.
2. El puesto de la cuestión moral en la existencia cristiana.
No es ciertamente una posición prioritaria o preferencial. La Iglesia no ha pensado nunca que su misión más importante sea la de recordar a los hombres cómo tienen que vivir. La prioridad pertenece el anuncio cristiano: Cristo, el Hijo del Dios, se ha encarnado, ha muerto y ha resucitado para que los hombres puedan nacer a una nueva vida. Lo decisivo es el encuentro personal con Cristo. Ser-acogido-por / dar-acogida-a Cristo significa ser-transformado, primero en lo que se es (essere) y después en lo que se hace (agere). No se trata de un orden simplemente cronológico. Si reconocemos una prioridad al ser es porque sustenta el obrar que le es en cierta medida inseparable. La conducta moral no puede ser comprendida separada del sujeto existente, que por otro lado manifiesta. La cuestión fundamental sobre la que ha de reflexionar la teología moral se puede formular en los siguientes términos: ¿qué significa para el creyente en Cristo —o para el aspirante a creyente— hacer el bien y evitar el mal? Nótese que el acento cae sobre el sujeto —creyente o candidato—, no sobre la acción. Igualmente, póngase atención para no dejarse descaminar por la engañosa sencillez de la pregunta. Examinándola más en detalle, se llega a una segunda conclusión, probablemente definitiva. Es posible elaborar una respuesta sólo sobre la base de que la teología moral disponga ya de la clave de solución a otras cuestiones preliminares tanto para el creyente como para el no creyente. Por ejemplo: 1) ¿existe el bien y el mal?, es decir ¿existe un bien que sea bien semper et pro semper y, al contrario, existe un mal que sea mal semper et pro semper, por tanto, en cualquier situación o circunstancia de lugar, tiempo, etc.? El bien y el mal no se cuestionan. Se cuestiona un pretendido carácter absoluto. 2) ¿es posible objetivamente discernir entre el bien y el mal?, es decir, ¿el conocimiento moral es condivisible universalmente —como lo es por ejemplo el conocimiento científico — o pertenece a la experiencia individual y emocional, y por tanto son vivencias solamente testimoniables? 3) ¿el bien es realmente factible y el mal es realmente evitable? En otras palabras, ¿son conceptos que ocupan un puesto legítimo en el mundo de la praxis o más bien su ámbito propio es el mundo de la teoría, por supuesto de las grandes teorías? 1. ANOTACIONES SOBRE ALGUNOS MODELOS TEOLÓGICOS 1) La pregunta del bien y del mal en el Nuevo Testamento Tres textos del Nuevo Testamento donde la pregunta qué debemos hacer se proponen explícitamente a tres personajes distintos: a) A Juan el Bautista (Lc 3,10-14): La respuesta del Bautista responde a la idea común de la moral: necesitamos normas que nos digan cómo tenemos que comportarnos. b) 2) A Jesús (Jn 6,28-29): la respuesta de Jesús implica un planteamiento diferente, ya que sus palabras y sus obras sólo pueden ser entendidas desde la fe en Él como enviado de Dios. c) 3) A los apóstoles (Act 2,37-38): la declaración de Pedro se pone como una concreción práctica de la afirmación del Señor: acoger al anuncio cristiano implica una disponibilidad a un cambio en el modo de ser (metanoia), una transformación del ser que se opera mediante un sacramento. LA MORALIDAD DE LOS ACTOS HUMANOS. La moral, designa el modo específico humano de gobernar las acciones. A la capacidad de gobernar la propia acción de la conducta está ligada la responsabilidad moral: el hombre puede responder de aquellas acciones que ha elegido, proyectado y organizado él mismo. Es decir, sólo puede responder de las acciones de las que él es verdaderamente autor, causa y principio. Por eso, todas las acciones libres son morales, todas las acciones morales, y sólo ellas son libres. Todo lo que el hombre libremente es y todo lo que delibera y libremente hace, queda dentro del campo moral. Así, la moral concierne a la persona precisamente porque ella es libre de obrar como le parece. Se dice que son cuatro los principios que fundamentan la moralidad de las acciones humanas, y que sirven para realizar una calificación moral de estas: a. Que la acción sea en sí misma buena. b. Que el efecto bueno sea el efecto inmediato, es decir, que el efecto bueno no sea obtenido por medio del malo. c. Que la intención del agente sea buena. d. Que exista una causa o necesidad proporcionalmente grave para realizar la acción. 2) LA CUESTIÓN DEL BIEN Y DEL MAL EN EL MODELO TOMISTA: UNA RESPUESTA EN LA CERTEZA DE LA FE En la distribución de la materia se inspira en el modelo clásico de las virtudes, mientras que en el prólogo afirma taxativamente que el tema en estudio no es Dios sino el hombre, en cuanto persona, en cuanto imagen y semejanza de su Creador. Santo Tomás (S Th. I.II. Q. 100, a. 2.), dirá que los diferentes tipos de leyes están distribuidas según el tipo de comunidad: humana y divina. La ley humana reconoce su aplicación a partir del ejercicio de la justicia, y ésta a la vez admite el auxilio de otras virtudes porque en sí misma no alcanza la perfección para dar a cada quien lo que les corresponde. A esto se agrega el hecho de que ésta no tiene el cometido de promulgar leyes, sino aplicar actos que se deriven de la justicia; esto es así porque la ley natural, para el Aquinate, es producto de la razón. De esta manera la razón ordena los actos humanos hacia el fin, que en este caso es el bien común. Por otro lado, en la ley divina se identifica una fuerza coercitiva dado que, a diferencia de la anterior, si puede promulgar preceptos que regulan la relación del hombre con Dios. Así como la justicia admite el auxilio de otras virtudes comunes a ella, para alcanzar su propósito, la ley divina al estar contenida en la revelación es necesaria para solventar la precariedad de la razón humana en la interpretación y aplicación de la ley natural. Esto se da mediante el ejercicio de las virtudes indicadas por la ley divina, sean éstas intelectuales (de razón) o morales (moderan el comportamiento del hombre inclinado naturalmente a las pasiones). La razón dicta qué cosas son necesarias en orden a la búsqueda de la virtud, y que lo debido se puede cumplir por virtud, por ley o precepto, y estos últimos tienen razón de deber. TAREAS DE LA MORAL FUNDAMENTAL: EL ESTUDIO La introducción de temas como autonomía-heteronomía, especificidad de la moral cristiana, relación entre mandato universal y norma concreta, papel interpretativo- creativo de la conciencia, etc. reflejan sin duda la problemática de que estamos hablando. La encíclica Veritatis splendor también lo ha tenido muy en cuenta. El anuncio cristiano puede ser el punto de arranque de una teología moral sólo si su contenido normativo se pone después y como consecuencia de una transformación que se opera en el ser mismo del hombre que deviene cristiano (por supuesto, sin dejar de ser un ser humano) y, por tanto, protagonista de una vida nueva. Si la revelación de Dios fuera mera palabra externa a su destinatario, no se podría construir una ética teológica. Como ya se ha dicho antes: sin el anuncio de Cristo la moral cristiana sería un puzzle incomprensible. I. La libertad y la ley Con esta imagen, la Revelación enseña que el poder de decidir sobre el bien y el mal no pertenece al hombre, sino sólo a Dios. El hombre es ciertamente libre, desde el momento en que puede comprender y acoger los mandamientos de Dios. Y posee una libertad muy amplia, porque puede comer «de cualquier árbol del jardín». Pero esta libertad no es ilimitada: el hombre debe detenerse ante el árbol de la ciencia del bien y del mal, por estar llamado a aceptar la ley moral que Dios le da. LA LEY DE DIOS, PUES, NO ATENÚA NI ELIMINA LA LIBERTAD DEL HOMBRE, AL CONTRARIO, LA GARANTIZA Y PROMUEVE. AUTONOMIA VRS. LIBERTAD La demanda de autonomía que se da en nuestros días no ha dejado de ejercer su influencia incluso en el ámbito de la teología moral católica. En efecto, si bien ésta nunca ha intentado contraponer la libertad humana a la ley divina, ni poner en duda la existencia de un fundamento religioso último de las normas morales, ha sido llevada, no obstante, a un profundo replanteamiento del papel de la razón y de la fe en la fijación de las normas morales que se refieren a específicos comportamientos «intramundanos», es decir, con respecto a sí mismos, a los demás y al mundo de las cosas. DIOS QUISO DEJAR AL HOMBRE «EN MANOS DE SU PROPIO ALBEDRÍO» (SI 15, 14) Estas palabras indican la maravillosa profundidad de la participación en la soberanía divina, a la que el hombre ha sido llamado; indican que la soberanía del hombre se extiende, en cierto modo, sobre el hombre mismo. Éste es un aspecto puesto de relieve constantemente en la reflexión teológica sobre la libertad humana, interpretada en los términos de una forma de realeza. Bajo este aspecto cada hombre, así como la comunidad humana, tiene una justa autonomía, a la cual la constitución conciliar Gaudium et spes dedica una especial atención. Es la autonomía de las realidades terrenas, la cual significa que «las cosas creadas y las sociedades mismas gozan de leyes y valores propios que el hombre ha de descubrir, aplicar y ordenar paulatinamente». Alcanzar significa edificar personalmente en sí mismo esta perfección. En efecto, igual que gobernando el mundo el hombre lo configura según su inteligencia y voluntad, así realizando actos moralmente buenos, el hombre confirma, desarrolla y consolida en sí mismo la semejanza con Dios. La vida moral exige la creatividad y la ingeniosidad propias de la persona, origen y causa de sus actos deliberados. Por otro lado, la razón encuentra su verdad y su autoridad en la ley eterna, que no es otra cosa que la misma sabiduría divina. La vida moral se basa, pues, en el principio de una «justa autonomía» del hombre, sujeto personal de sus actos. La ley moral proviene de Dios y en él tiene siempre su origen. La justa autonomía de la razón práctica significa que el hombre posee en sí mismo la propia ley, recibida del Creador. Sin embargo, la autonomía de la razón no puede significar la creación, por parte de la misma razón, de los valores y de las normas morales. II. Conciencia y verdad La relación que hay entre libertad del hombre y ley de Dios tiene su base en el corazón de la persona, o sea, en su conciencia moral: «En lo profundo de su conciencia —afirma el concilio Vaticano II—, el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, pero a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándolo siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia está la dignidad humana y según la cual será juzgado (cf. Rm 2, 14-16)» Se puede decir, pues, que la conciencia da testimonio de la rectitud o maldad del hombre al hombre mismo, pero a la vez y antes aún, es testimonio de Dios mismo, cuya voz y cuyo juicio penetran la intimidad del hombre hasta las raíces de su alma, invitándolo a la obediencia: «La conciencia moral no encierra al hombre en una soledad infranqueable e impenetrable, sino que lo abre a la llamada, a la voz de Dios. En esto, y no en otra cosa, reside todo el misterio y dignidad de la conciencia moral: en ser el lugar, el espacio santo donde Dios habla al hombre». El juicio de la conciencia es un juicio práctico, o sea, un juicio que ordena lo que el hombre debe hacer o no hacer, o bien, que valora un acto ya realizado por él. Es un juicio que aplica a una situación concreta la convicción racional de que se debe amar, hacer el bien y evitar el mal. Este primer principio de la razón práctica pertenece a la ley natural, más aún, constituye su mismo fundamento al expresar aquella luz originaria sobre el bien y el mal, reflejo de la sabiduría creadora de Dios, que, como una chispa indestructible («scintilla animae»), brilla en el corazón de cada hombre. La conciencia formula así la obligación moral a la luz de la ley natural: es la obligación de hacer lo que el hombre, mediante el acto de su conciencia, conoce como un bien que le es señalado aquí y ahora. El carácter universal de la ley y de la obligación no es anulado, sino más bien reconocido, cuando la razón determina sus aplicaciones a la actualidad concreta. El juicio de la conciencia muestra en última instancia la conformidad de un comportamiento determinado respecto a la ley; formula la norma próxima de la moralidad de un acto voluntario, actuando «la aplicación de la ley objetiva a un caso particular» Igual que la misma ley natural y todo conocimiento práctico, también el juicio de la conciencia tiene un carácter imperativo: el hombre debe actuar en conformidad con dicho juicio. Si el hombre actúa contra este juicio, o bien, lo realiza incluso no estando seguro si un determinado acto es correcto o bueno, es condenado por su misma conciencia, norma próxima de la moralidad personal. Si el hombre actúa contra este juicio, o bien, lo realiza incluso no estando seguro si un determinado acto es correcto o bueno, es condenado por su misma conciencia, norma próxima de la moralidad personal.