Nothing Special   »   [go: up one dir, main page]

El Búho

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 280

El juicio final

Y de pronto, una ola de tortuosas


nubes de aspecto turbulento se
abalanzó sobre su cabeza,
encogiendo aún más su minúscula
figura. Era como si el propio
infierno hubiese ocupado el lugar
del cielo, llevando las
profundidades oscuras del mismo
inframundo hasta las puertas
inviolables del Edén.

Y de repente, su alma pura y noble


comenzó a temer, a entristecer, a
envejecer. De sus ojos aterrorizados,
comenzaron a brotar efervescentes
lágrimas de sangre, cargadas de
dolor, repletas de angustia. Su
mirada se quedó vacía,
contemplando la holocáustica figura
vaporosa que se había ubicado
sobre su ser. Sus rodillas golpearon
fuerte y secamente contra las filosas
rocas que abundaban debajo de su
sombra.

Entonces, un grito agónico, potente


e interminable quebró la tensión de
sus cuerdas vocales, atemorizando
la consciencia de todos los entes
vivientes que tuvieron la desgracia
de compartir su infortunio.

Repentinamente, un haz de negrura


absoluta se abrió paso entre las
nubes -que a estas alturas parecían
arder entre llamas rojas y grisáceas-
posándose en el centro de su pecho,
allí donde se sospecha el alma está
anidado. Su corazón se detuvo por
un instante y su mente perdió el
control sobre su cuerpo.

En ese preciso instante, comenzó a


levitar lentamente, como si
estuviese siendo abducido por una
fuerza de naturaleza sobrenatural.
Cuando sus pies se habían alejado a
una distancia aproximada de cinco
metros de la base donde permanecía
antes situado, una voz que no
podría describir jamás con palabras
-solo puedo decir que el simple
hecho de pensar en ella hace dudar
cada escrúpulo de mi persona y me
genera tal escalofrío, que me deja en
un estado de parálisis mental- le
dijo: serás el Mesías de mi caos, el
mensajero de mi reino, aquel que
guíe mis malditas tropas sedientas
de energía densa, condensadas de
mal. Así acabarás con los pecadores
que osaron oponerse a mi ley y a su
destino.

Inmediatamente sus ojos se


tornaron incandescentes, como si
una bola de un fuego cándido
intenso se hubiese generado dentro
de cada uno ellos; y su corazón se
vació de inocencia, cargándose de
justicia; de justicia, pero también de
tenebrosidad.

El haz de turbiedad oscura retornó


hacia la umbra de las nubes, pero él,
permaneció levitando. En ese
mismo momento el mundo estuvo
en plena calma, aunque un segundo
después, comenzó el reinado del
terror.

Una bestia alada, mitad ángel,


mitad demonio, cayó desde las
bardas mediante un gran rayo
luminoso y el ente poseído que
yacía aún entre el cielo y la tierra se
convirtió en su jinete. Al elevar su
mano derecha hacia el infierno que
permanecía sobre su cabeza, un
hueco se abrió en el centro del
crepúsculo, dando paso a una tropa
de serafines caídos, criaturas
celestiales corrompidas por la ruina
y la desazón, sedientas de justicia.

Una vez completo el ejército


malsano, el jinete los guió hacia la
gloria, los condujo hacia la
perdición.

No pasó mucho tiempo para que el


planeta quedara saneado de los
seres vivientes razonantes; no creo
que sea necesario dar detalles de tal
masacre; pero deben saber que, al
terminar con su misión, los espíritus
celestiales que habían caído estaban
llenos de luz y retornaron hacia el
cielo, que había vuelto a su
normalidad. El jinete y su bestia se
convirtieron en piedra, primero; y
en cenizas, luego. Me cabe decir
solamente y para concluir, que se
oyó un susurro de aquella voz,
habiendo perdido ya su tono
aterrorizante. El susurro fue claro y
decía: "Fue necesaria la extinción
para que exista mañana un nuevo
despertar en el planeta. Hoy
plantaré las semillas de la nueva
humanidad, una carente de
corrupción incorpórea.”

Así los indicios del recuerdo del


pasado fueron desterrados del
planeta y una nueva era se
predispuso a comenzar.

BUBO BUBO

Esa noche, como todas las noches


del último año, me senté sobre el
maltrecho tercer banco, el más
desgastado de la serie, situado
exactamente en el centro de aquella
plazoleta que yacía frente a mi
hogar; ese sitio que de día estaba
lleno de vida y que de noche
invitaba a las tinieblas a posarse
sobre él. Adquiría con la umbra un
aspecto tenebroso, con bocanadas
de misterio, sensaciones de
persecución y aires de suspenso.

Desde que ella se fue de mi


existencia terrenal, cada noche
visitaba esa escena para colmar mi
alma de una oscura y vacía
inspiración, lo que permitía llenar
mi vacío y calmar mis tormentos
más ostentosos. Podía allí recordarla
con toda la armonía que en otro sitio
no lograba conciliar; era extraño, lo
sé, pero era real.

Me encontraba con mi pluma fiel y


con un trozo de papel cuasi
arrugado, improvisando un texto en
su memoria. Habían pasado ya dos
horas y algunos minutos, pero poco
había logrado volcar al papel; solo
pude materializar lo siguiente:

"¿Cuánto de ángel y cuánto de


humano tuviste?

¿Qué milagros te habrán acercado a


mi vida?
¿Cómo lograste sellar mis heridas?

¿Por qué me salvaste y luego te


fuiste?

¡Qué placer fue conocerte y qué


tragedia perderte!

¡Qué felicidad me daba abrazarte y


qué pena me da tener que
extrañarte!"

Sentía que si seguía escribiendo,


iban a brotar en mí indicios de
desolación, pero debía superarlo de
alguna manera. Tenía la necesidad
de expresarme; no sé si por ella,
porque se lo debía, o tal vez porque
me lo debía a mí.
De pronto, un canto agónico llegó a
mis oídos, perturbando los pocos
fragmentos de concentración que en
aquellos momentos mi mente
albergaba. Me paré enérgicamente,
miré hacia la infinidad de la noche y
de las estrellas, contemplé todo el
eje de mi horizonte...

y aun así, no vi nada.

Unos minutos después, agobiado de


buscar sin encontrar siquiera un
indicio del causante del temible
canto, volví a sentarme de repente
sobre el rígido y dilapidado banco
que se encontraba debajo de mí.
Entonces, ya con mi calma alterada,
mi conciencia extasiada y mi
corazón perturbado, seguí con el
texto:

"Dudo que en esta vida vuelva a


hallar,

a alguien que me dé su amor,

y cure como tú mi dolor,

ni siquiera lo puedo pensar.

Sé que eras mi otra mitad,

y ahora que te perdí es mi vacío,

aquel que me lleva al olvido,

y se queda con mi felicidad."


De repente, nuevamente lo oí, era
más tenebroso esta vez; sin dudas,
era más intensa la angustia; estaba
más cerca, lo doy por hecho. Logró
estremecer mis escrúpulos y darle
sentencia final a mi inmensa
serenidad. Me erguí
desesperadamente, dejé caer el
papel y la pluma sobre el banco,
volví a analizar visualmente mi
alrededor, dejé mi lugar sedentario,
recorrí en círculos la zona, busqué
sobre el cielo y sobre la tierra...

y aun así, no vi nada.

La razón comenzaba a extinguirse


en mi cabeza y los potentes ecos de
mi imaginación lograban, poco a
poco, que vaya abrazando la locura.
Escasa paz quedaba en mi mente y
hasta la esencia de mi alma
comenzaba a aterrarse. Pero estaba
seguro que el sonido tortuoso de ese
malévolo canto era real, sabía que
no estaba en perpetua soledad bajo
la luz de esas opacas estrellas, que
alguien o algo me observaba y
buscaba el quiebre de mis sentidos.

Una hora pasó... y no vi nada.

Decidí continuar el relato en honor a


mi ángel y, aunque se relamían en
mi ser los elogios, proseguí
escribiendo:
"¡Cuánta ausencia me dejó tu
partida!

¡Qué difícil es llenar tu vacío!

Por más que intente llevarte al


olvido,

por siempre serás lo mejor de mi


vida.

¡Cuán imposible es reemplazar tu


sonrisa!

Sé que nadie la puede igualar,

pues nunca nadie ocupará tu lugar,

siempre en mi alma reinarán tus


caricias."
Una vez más, volví a escucharlo;
¡Qué trágico sonar! ¡Qué
holocáustica agonía! ¡Qué inmensa
perversidad sentenciaban mis
sentidos auditivos esta vez! Me sentí
sin salida, condenado a contemplar
ese paupérrimo canto estremecedor
hasta que volvió a ceder. Sin
demasiados restos de integridad,
comencé a exclamar con un tono
enérgico y cuasi desquiciado: -
¿Quién eres? Demonio intrépido e
insensato ¿Qué maliciosas torturas
pretendes brindarle a mi razón?
¡Revélate, cobarde, que aquí te
espero sediento de lucha! Me
silencié luego esperando una mísera
respuesta, pero media hora pasó… y
no oí nada.

Ya no quería seguir escribiendo, ni


siquiera tenía deseos de seguir
estancado en ese frío, oscuro y
roñoso banco, en ese caótico y
calamitoso lugar, bajo la tibia y ruin
luz de esas infernales estrellas. La
calma se había desvanecido por
completo en mi interior, me
gobernaba a esas alturas una
inmensa e insostenible paranoia.
Entonces tomé mis pertenencias
rápidamente, me levanté sin
titubeos, giré mi cuerpo y mi cabeza
en dirección a mi hogar y allí, en ese
féretro instante lo vi...era el ser de
mirada más misteriosa que jamás mi
mente hubiese logrado imaginar,
siquiera con el efecto de alguna
droga estimulante. Un majestuoso
búho real parado sobre una rama
frente a mi escuálida presencia,
contemplando mi pérdida de
razonamiento y serenidad. – ¡Oh,
Temible ave rapaz, amo y señor de
la noche y la oscuridad, maestro del
sigilo, monarca de mi terror,
perturbador de mi armonía!

Sus inigualables anaranjados ojos


incendiados de odio, maravillas de
la evolución, liberaban una
diabólica mirada que se clavó en lo
más profundo de mi ser y se
apoderó de mi espíritu; de su
interior brotaba ese trágico canto,
que a estas alturas ya se había
tornado insoportablemente irritante
y amenazaba a generarme un
trastorno incurable. Desplegó su
magnificas alas, alcanzando unos
intimidantes dos metros de
envergadura, silenciando casi por
completo los latidos de mi
acobardado corazón. Una vez que lo
vi, sabía que ya no podría escapar.
Mi cuerpo quedó paralizado, tal
como si mis zapatos hubiesen
echado raíces al suelo, y como si mis
brazos estuviesen congelados o
adormecidos. Quise salir corriendo,
le pedí a mi masacrado cerebro que
le ordene a mi cuerpo reacción, puse
la poca energía que me quedaba con
tal de liberarme; y aun así… no
logré nada.

Caí pesadamente de rodillas al


suelo, no podía apartar mi mirada
de los ojos del búho, mi alma se
había entrelazado con la suya
generando un vínculo potente y
arduo de quebrar; por más esfuerzo
que hice en aquel momento no pude
escuchar otra cosa que no sea su
horroroso canto; sentí debilidad en
la mente, pesadez en el cuerpo y
pena en el corazón. Creí que ese
maldito ave era la propia parca, que
me cantaba la sentencia de mi
muerte y me indicaba que estaba
próximo mi final. Supliqué que las
tinieblas cesasen, para que la luz
cegadora lo aleje; pensé también que
mi ángel vendría por mí, que me
protegería de esta indeseable
situación; pero por más que
suplicara y pensara, en el fondo
sabía que no pasaría nada.

Estaba claro, estaba en su territorio


y aquel, era su reino. Mientras
permaneciera la inmensidad de la
penumbra, yo era simplemente la
presa fácil de tan maestro cazador.
El animal no me dejó de mirar y
nunca dejó de cantar.

Más allá de lo narrado previamente,


de esa noche no recuerdo más nada.

La sombra

Me encontraba apaciguado,
reposando plácidamente sobre los
confortables almohadones de pana
que yacen en el sofá de cuero
blanco, de tres cuerpos, ubicado en
mi living. Mis pensamientos se
hallaban ensimismados en un
antiguo y tenebroso libro, de tapas
duras y hojas amarillentas; con el
que había topado casualmente en el
ático de la posada de mi abuelo.
Sobre la vidriada mesa ratona que
se encontraba a mi lado derecho, se
posaba un añejado whisky
importado, de intenso sabor y
extenso valor; sobre una de mis
manos el libro; sobre la otra, un
vaso ancho y pesado con la dichosa
bebida que ahogaba dos hielos, al
son de que ahogaba mis penas.

El tomo era interesante, un tanto


diabólico quizá; pero había captado
toda mi atención. De él salía en
relieve los huesos de una mano
pequeña. Hablaba de una sombra,
de mirada demoníaca, que tenía el
trabajo (y por ende la capacidad) de
succionar y devorar los almas de
todo aquel que la viera directo a los
ojos. Se representaba como un bulto
de absoluta negrura, de forma
indefinida y variable; con una
descripción fina y precisa de su
mirada y el terror que esta
proporcionaba al autor; que por
cierto se mostraba en el anonimato,
respecto a su nombre. Este noble
mercader de antaño, los definía
como dos bolas de energía, de un
color rojizo intenso, con un
magnetismo y una atracción incapaz
de resistir; definía que eran
perfectamente redondos, cortados
exactamente a la mitad con un haz
perpendicular de la misma
oscuridad que el resto de la figura,
tal como las pupilas de un reptil
voraz.

El libro me estremecía un poco más


con cada página que volteaba; mi
mente sentía obsesión por seguir
leyendo la siguiente y la siguiente.
La realidad es que estaba muy
agotado, pero eso no me hizo
abandonar la historia;
indudablemente me había atrapado
aquella idea de magia oscura y
mundos entrelazados. Decidí que
era hora de dejar de tomar y así
deposité cuidadosamente el vaso
sobre la mesa, me relajé un poco
más y puse cada gota de
concentración en la increíble historia
de horror que había logrado
encarcelar mis emociones en su
trama.

De pronto, sentí un golpe seco en el


ambiente, giré unos 30 grados mi
cuello hacia la derecha, donde se
encontraba la colosal ventana de
aluminio que daba a mi patio y, por
más loco que suene, allí se
encontraba ella. Me topé
repentinamente con su mirada, esa
que podría generarme las más
horrendas pesadillas; esa lúgubre
mirada que simulaba ser la entrada
al mismo inframundo; esos ojos
poderosos y malditos, que lograron
hipnotizarme, atraparme y
consumirme, todo en un mísero
segundo. Sentí de pronto que mi
alma alcanzó un estado de pena
máxima y poco a poco se fue
escapando de mi cuerpo, absorbida
por una fuerza sobrenatural,
arrastrada hacia las profundidades
del vacío. Sumisa y sin intentos de
zafarse ni resistirse, mi flagelante
esencia fue devorada por esos
tormentosos ojos colmados de
olvido, repletos de angustia,
carentes de vida. Luego de haber
consumado su acto, aquella ruin
sombra se desvaneció con
voracidad, sin dejar rastros. Hasta el
día de hoy, jamás tuvo la osadía de
aparecer de nuevo; a pesar de que la
espero con ansias desesperantes.

Las primeras horas, creí que estaba


soñando, ahondado en las
pesadillas que el trauma de la
temerosa lectura me había
generado; sin embargo han pasado
ya unos meses y aún aquí estoy, a la
expectativa de que regrese, con el
afán de que me reintegre lo que es
mío. He leído este libro incontables
veces, más ya no tuve noticias de
aquel espectro devorador de
esencias. Sin mi alma, no he vuelto a
sonreír, no he vuelto a llorar, ya no
pude ser feliz, ni siquiera pude
volver a sufrir. No doy indicios de
vida, ni de muerte, tan solo escribo
y bebo; escribo y espero...
El misterio del valle perdido

Era una noche cálida y estrellada,


con brisa leve y refrescante; el
silencio perpetuo del valle invitaba
al aquietamiento mental, dando
paso a la paz interior de cualquier
ente viviente que en aquel sitio y
momento permaneciera varado.

Él se encontraba recostado sobre


una roca lisa, contemplando el vacío
del cielo y la profundidad de la
misma nada en que se situaba. La
luna lo observaba tan próxima, que
parecía haber perdido su eje natural;
esta relucía de tal manera junto al
resto del paisaje, que podría
llamarle la gloria de los artistas. Sin
dudas cualquiera hubiese creado
una obra de arte colosal con aquella
vista, simplemente inmortalizando
lo que la naturaleza ofrecía.
La paz interior que en absoluta
soledad esa noche pudo disfrutar,
quiso expresarla en forma de
reflexión, plasmando la misma con
una piedra pómez sobre una gran
roca que resguardaba el acceso al
valle y que simulaba ser un
gigantesco mural.

Al margen de la descripción del


clima del momento, que se veía
descrito en el mineral y que ya fue
expresado, el resto del mensaje
encontrado fue transcrito a un
papiro y hoy forma parte de un
libro prohibido, del cual me niego a
traducir su nombre. El mismo decía:
"Una espina en el alma, solo puede
sacarse con tiempo y con calma;
pensar que sacarla con otra espina
es solución, no es más que una vana
y triste ilusión. Más, luego tendrás
clavada no una, sino dos espinas;
pues lo que no se trate con calma
dejará en el alma una ruina.

Qué decir de las heridas que azotan


al corazón, generando desvelo y
delirio, haciendo eco en la razón.
Con paz y solo con paz, tales
heridas pueden calmar; lo que
genera caos mental, tan solo la
mente lo puede aliviar. Si no logras
callar tus penas, aunque sean estas
silenciosas; terminarás cosechando
locura, marchitándote como lo
hacen las rosas.

Darle paso al rencor y al odio es un


acto de cobardía; pues el fuerte
perdona, olvida y sigue su vida en
armonía. La venganza en mano
propia, atenta contra el propio ser;
causa pena, dolor, nostalgia y hasta
deseos de enloquecer. A quién te
daña, bórralo del mapa, del mapa
de tu memoria; deja a la vida ser
juez de vida, que ella sentencia con
pena y con gloria.

Si en tu interior gobierna el vacío,


ten en cuenta que lo puedes llenar;
así como cuando sientes frío, será tu
elección el poderte calentar. Si crees
estar en el suelo y no tener nada que
perder, sonríe y empieza a elevarte,
pues ya no habrá nada que pueda
hacerte caer. Y si a tu alrededor no
encuentras nada, ni a nadie; no
busques culpables ni causas
perdidas. Sigue tu rumbo, recorre tu
mundo y verás que hallarás en tu
propio existir, las respuestas
requeridas."

En el extremo superior derecho de


la roca en la que se encontraba este
mensaje, también pudo hallarse un
texto que excusaba tener el secreto
más oscuro que en la vida se pueda
ocultar; pero teniendo en cuenta que
pudo ser menester de la locura de
quién osó escribirlo y que por otra
parte, pudo haber arruinado la
existencia de muchos lectores que
hubiesen tenido la desgracia, y a su
vez el placer, de leer tan oculto
mensaje; prefirió el transcriptor no
transcribirlo, aunque lo dejó escrito
en el aquel mural rocoso, de aquel
magnánimo sitio, alumbrado bajo la
luz de aquella luminosa luna.

Algunos dicen que este valle sigue


en tales condiciones intactas, otros
afirman que el mismo ya dejó de
existir o incluso que jamás existió. El
hecho es que, por alguna razón,
nadie nunca revela su paradero; lo
que me lleva a afirmar con mucha
certeza, que lo que queda de aquella
reflexión es solo esta transcripción y
lo que queda de aquel secreto, es
solamente el mito.

Relato de un ente misterioso

Me gusta ser esa sombra que


siempre está ahí pero que nunca se
ve; disfruto siendo el vacío de
encrucijada, encajado en la nada.
Goza mi ser siendo el misterio de la
más inmensa profundidad, siendo el
final inconexo e inconcluso de una
línea infinita.

No trates de juzgarme, nada vas a


conseguir al señalarme; soy el
olvido en tu memoria y el punto
ciego de tu visión. Me figuro como
el eterno eco que alterará tu
conciencia hasta el extremo de
quebrantar tu razón; ese que
retumbará en tus oídos, hasta lograr
que muera en tu mente la última
gota de concentración. Soy esa pena
que quedará grabada en el sector
más restringido de tu corazón, esa
nostalgia imborrable, incontenible,
de progresión molesta y dolorosa.

Seré la esencia de desgracia y


oscuridad que manchará el sector
más puro y frágil de tu alma,
contagiándola en su máxima
totalidad con un sentimiento de
culpa, con un pensamiento de
impureza y suciedad. Soy la esencia
densa de la representación del mal.

Seré tu eterna perdición, el


desquicio de todo aquel que ose
escapar de mis garras invisibles,
más que dañan. Estaré ante todo
aquel que haya rechazado mi firme
e insistente presencia, de todo aquel
que me haya ignorado o
blasfemado.

No gastes tiempo en buscarme


porque no me vas a encontrar, ya no
estoy en ninguna parte. Soy una
manifestación libre y etérea, que
elije sin órdenes y decreta sin
motivos mundanos. No busques
detenerme porque solo existo en la
negatividad de tu aura,
imperceptible y silencioso,
formando parte de tu propia
existencia, alimentándome de tus
debilidades; pero te haré saber de
mi existencia, cuando yo lo requiera;
eso te lo puedo asegurar.
Acabaré lo que nunca empezó por
temor y comenzaré lo que ha de
acabar con terror y masacre. Ya no
hay tiempo de retroceder en la
historia y el último párrafo, de la
última nota, de la última hoja, del
último libro, del último tomo, está
terminando de escribirse. El inicio
del fin es lo que se avecina.

Virus social

Era un chico simpático, querido por


todos en el pequeño pueblo en el
que había nacido y del cual nunca
había salido. Saludaba a cada
persona con la que se cruzaba, como
si fuese parte de su familia. Jamás
tuvo siquiera un mínimo roce con
nadie, siempre fue un emblema de
calma y prosperidad.
Era feliz con lo poco que tenía,
aunque anhelaba conocer una gran
ciudad, y por eso desde pequeño se
esforzó para juntar el dinero que le
permita cumplir con su sueño. No
es que su sitio no le agradase, él lo
ama; más quería conocer otras cosas
del mundo.

A los veinte años estuvo listo para


dejarlo todo atrás y partir. Organizó
una fiesta de despedida en el club
del pueblo, e invitó a cada uno de
los integrantes del pueblo. Su
alegría rebasó y contagió a quién lo
acompañó esa noche; su felicidad, se
mostró inquebrantable; su alma,
indestructible ante la oscuridad y
maldad que abundaba en el mundo.

Llegó la hora de despedirse y las


lágrimas empezaron a rodar
cálidamente por las mejillas de sus
familiares, amigos y vecinos; que
también eran sus amigos, claro. Se
les iba una gran persona. Aunque
todos lo apoyaban en su viaje,
querían verlo triunfar y estarían
esperando el momento en el que
vuelva de nuevo cargado con gloria.

Al día siguiente partió temprano y


solitariamente comenzó su viaje, su
aventura, su sueño.

Al llegar al puente que cruzaba el


río que delimitaba a su pueblo del
exterior, lugar del cual nunca había
pasado, se mezclaron en él
sentimientos de nostalgia y libertad;
se le escapó una lágrima que borró
con una sonrisa y ya no se detuvo
hasta llegar a su destino: la gran
ciudad aledaña.
No pasó mucho tiempo para que el
chico pueda adaptarse a la vida
acelerada que se llevaba en alquel
sitio. En medio año ya tenía un buen
trabajo, había conocido una linda
chica y estaba rodeado de varias
personas que le apreciaban
firmemente; claramente había algo
en él que le gustaba al resto, que
hacía que lo quieran rápidamente y
con facilidad.

Pero ese no era su pueblo, no era su


gente, no era lo mismo; aunque al
principio la efervescencia emocional
logró equilibrar la balanza a su
favor, al paso de unos pocos años se
convirtió en un ser frío y vacío. Tal
vez había perdido su magia, quizás
estaba agotado. Su novia lo había
engañado, sus falsas amistades lo
traicionaron y despreciaron, su
empleo se volvió monótono. Él ya
no supo cómo escapar de esa
realidad absurda en la que se
encontró sumido.

A los ponchazos, aguantó ese estilo


de vida frágil y decadente por unos
cuantos meses más; sin embargo, un
día su paciencia llegó a su límite y
en pleno silencio tomó sus cosas y
decidió marchar, huir. Su destino
era claro otra vez, sin dudarlo
volvió a su tan amado pueblo.

Fue sorpresa para muchos el verlo


llegar; esta vez, le organizaron una
fiesta en su nombre. Comenzaron a
abrazarlo, a contarle que había sido
de ellos en su ausencia; pero todas
esas cosas ya le eran ajenas, no
generaban nada en él. Esa noche, la
de su regreso, llegó a la sana
conclusión de que su vida podría
volver a ser como antes; más en el
fondo encontraba sentimientos
antipáticos que negaban
rotundamente aquella afirmación.

No hubo mayores problemas la


primera semana, ni el primer mes;
pero a la gente ya no le interesaba
tanto su presencia. Ya no tenía esa
chispa natural que alegraba a todo
el mundo y todos en el pueblo,
subconscientemente se habían
olvidado de ella. De a poco el chico
dejó de ser simpático con sus
vecinos y abandonó los
sentimientos de plenitud; su sonrisa
era ahora forzada en su rostro y sus
gestos de bondad fueron
disminuyendo con cada día que
transcurrió. Había encontrado en la
ciudad sentimientos que no conocía,
como el recelo, el odio, la ambición,
el desprecio; y, lamentablemente,
los había incorporado a su ser. Esto
lo llevó a perder esa inocencia, esa
magia natural y esos principios que
todos valoraban de su personalidad.

Al poco tiempo todos en el pueblo


habían aprehendido algo de esos
pobres sentimientos que el chico
comenzó a expresar con mayor
vehemencia, al sentirse ignorado o
rechazado por completo; y poco a
poco todos comenzaron a odiarse, a
separarse y a sufrir.

El chico sabía que todo esto era su


culpa y eso comenzó a promiscuar
una voz taladrante en su cabeza.
Pasó días encerrado, aislado, sin
hablar con nadie, sin hacer nada
productivo. En el pueblo todo se
volvió un caos; pareciera haberse
liberado todo lo que habían callado
por tantos años. Indudablemente el
chico les recordó lo que habían
logrado desterrar de su
comportamiento cotidiano. Nada
quedó de aquel hogar en el que
todos se habían criado, el virus de
todo lo negativo se expandió con
una velocidad sorprendente y se
afianzó fuertemente en todos los
corazones. Pandora gobernaba de
nuevo y no pensaba marcharse.

Motivado por su culpa y parado


sobre las bases de su locura, el chico
decidió terminar lo que había
generado. Esperó que sea de
madrugada y comenzó a rociar cada
cabaña con combustible; luego
prendió fuego, y dejó que las llamas
consumieran todo el mal,
incluyendo el propio. Para el día
siguiente, solo cenizas quedaban del
pueblo y de su gente; solo un
recuerdo difuso de otro fragmento
de sociedad que concluyó su gloria
con la corrupción emocional de un
virus social.

LA VENGANZA DEL EXCLUÍDO

Hace algún tiempo, durante aquella


fría tarde de una primavera
invernal, los habitantes del pueblo
innombrable se reunieron en la
majestuosa plaza central. Colmando
este predio inmenso de un verde
azulado, otorgado por la especie
sagrada de Myrtaceaes, su objetivo
fue celebrar el acto en homenaje a
sus caídos en la guerra con el otro
lado. Habían pasado cien largos
años del holocausto sucedido en
aquella lúgubre batalla. Si bien los
sobrevivientes y sus descendientes
se reunían cada año por costumbre,
este centenario tuvo una celebración
especial. Todo se desarrollaba con
suma calma, sin embargo, había un
plan trazado por las fuerzas oscuras
que jamás dejaron de contemplar
sus pasos. De pronto y sin
sospechas, todo el cielo encegueció
en luz; la oscuridad se hizo
inminente y el pueblo entero se
sumió en un silencio total. El
demonio, la criatura, la bestia,
volvió a mostrar su decrépita
presencia. Su imagen seguía viva en
el recuerdo colectivo, puesto que se
había trazado una leyenda horrible
sobre sus actos; todos supieron de
inmediato, en mayor o menor
medida, que volverían a sufrir
arduamente. Su cuernos eran
desproporcionados, saliendo estos
de sus codos y sus rodillas, siendo
rugosos y sumamente afilados; su
estructura era erguida, aunque
mantenía cierta curvatura hacia
adelante, sobre todo en su cuello;
sus garras eran pequeñas, pero
sumamente punzantes, al igual que
sus colmillos; su piel se veía tiesa,
de un color bordó intenso, revestida
por algunos pocos pelos blancos.
Me reservo el derecho de describir
sus ojos, porque uno nunca debería
mirar a través de ellos a un
demonio. Como lo había hecho
hacía cien años, otra vez se
manifestó para desatar el caos. Entre
las nubes tormentosas, repletas de
estruendosos truenos e iluminada
pasajeramente por impactantes
refucilos, descendió planeando con
sus alas carcomidas por una especie
de polilla; y, sin dar tiempo a la
defensa o a la huida, lanzó sin
contingencia su aliento ardiente,
encendiendo todo lo que se hallaba
a su paso. Todos en el pueblo
perdieron al menos a un ser querido
en aquel primer ataque. Los que
pudieron escapar de las intensas
llamaradas de tono grisáceo rojizo,
fueron víctimas de unas cuántas
arremetidas que hizo el ser oscuro
con suma velocidad y potencia; por
ello, gran parte de los habitantes de
aquel pueblo perdido terminaron
calcinados, en cenizas, o cayeron en
las filosas garras del demonio.

Entre los sobrevivientes de los


primeros dos ataques, se encontraba
un solitario chico adolescente, de
unos quince años de edad, que
jamás había emitido una palabra.
Este joven había sido marginado
toda su vida, puesto que al fallecer
sus padres de pequeño, no logró
jamás comunicarse de manera
apropiada. Todos en el pueblo lo
trataban con desprecio o desinterés.
Este pequeño poblador se aglomeró
a la masa que, corriendo
desquiciada, se refugió en una
caverna situada en las afueras de la
ciudad; necesitaban organizarse y
pensar en una estrategia para
combatir a su sublime contrincante
oscuro. Comenzaron los
planeamientos, apuntando a una
táctica casi suicida de ataques
inminentes; más en medio de las
conversaciones, el joven comenzó a
balbucear en un idioma
desconocido para los demás
presentes. Sin titubear y sin
mantener consideración alguna, lo
expulsaron despectivamente y
usando la fuerza; dejándolo fuera de
la guarida provisoria, exponiéndolo
ante la bestia. Fueron pocos y
cobardes los que se opusieron con
un mínimo esfuerzo a esa absurda y
despreciable decisión; los pocos que
tuvieron algo de compasión, fueron
tibios en demostrarla.

Una vez en las afueras de la cueva,


el marginado comenzó a brillar con
fervor y magnificencia; una luz
potente salió del interior de sus ojos
y desde su garganta, pasando por su
boca. Inmediatamente después,
comenzó a levitar y a engrandecer
su escuálida figura tanto en alto
como en ancho. Todos en el interior
llegaron a ver el brillo que
encandilaba su apagado escondite y,
por ello, salieron a ver qué estaba
ocurriendo en el exterior.

Entonces, atraído por la intensidad


incesante de aquel brillo, el
demonio apareció y se encontró con
el grupo de seres que salían
desprevenidos de las
profundidades. Sin cautela, ni
resguardo, uno a uno los fue
aniquilando; salvajemente,
fríamente, infernalmente. Mientras
tanto el chico irradiado en su
totalidad, contemplaba desde cerca
aquella terrible masacre. Cuando el
demonio acabó con la masa, se
dirigió hacia la bola resplandeciente
que se había tornado en base al
único superviviente; más antes de
poder atacarle, este lo perfora con
un haz de luz azulado, impulsado a
gran dinamismo. La criatura quedó
convaleciente, terriblemente mal
herida. Sin embargo, cuando estaba
por darle el toque final, el golpe de
gracia, se detuvo y le expresó con
calma al demonio:

“Tal vez no merezcas morir, pues


ellos poco valoraron mi vida; tú has
hecho justicia. Regresa del sitio del
que has venido.”

Entonces desapareció, sin más.

Luego conocer la historia convertida


en leyenda, me siento obligado a
preguntarme: ¿Habría podido
salvarlos, si lo hubiesen tratado
como uno más?

.
EL PROPIO DESTINO

Voy a contarles la historia peculiar,


de alguien sumamente particular;
aunque pareciese uno más a la vista
de los demás.

Todo, absolutamente todo aquello


que él decía o expresaba, con certeza
se concretaba de alguna u otra
manera. Todo pensamiento que
nacía en su cabeza, cuando era
acompañado de máxima atención,
de suma intención y de plena
energía, se convertía en realidad.
Era como si podía decretar a
merced, precipitando a la realidad
todo lo etéreo, manifestando lo que
nacía como etéreo.
Algunos le atribuían la buena
fortuna que llevaban en su vida,
algunos otros le culpaban por sus
desgracias; pero lo único que
resultaba solemnemente seguro, era
que en su ser yacía empuñada la
sagrada lanza del destino, fundida
con su propia esencia, integrada a
su existencia.

Si la tristeza, el dolor o la nostalgia


se adueñaban de su mente, había
entonces que preocuparse; pues la
inmensa energía negativa que
irradiaba, podía cambiar el humor,
los pensamientos e incluso la
realidad total de todo aquello
situado en su entorno. Los animales
que se le acercaban -en su mayoría
perros callejeros- parecían
inquietarse ante su presencia,
poniéndose a la defensiva, ardiendo
en una rabia incesante y gruñendo
atrozmente. Se veían llenos de ira,
brotados en un cólera desquiciado e
incontrolable; demarcada su imagen
con una mueca constante, que
dejaba ver sus filosos o sus
deteriorados dientes, dependiendo
de su edad. Con las personas que
casual o causalmente se le acercaban
en ese momento, la situación era un
tanto distinta. Ellos tal vez no
detectaban esa negatividad, sino
hasta que cada elemento con el que
lograban interactuar parecía
volverse en su contra. Los
automóviles en perfecto estado,
llegaban a fundirse sin motivos
suficientes ni aparentes; las
oportunidades que se presentaban,
se desvanecían de un segundo a
otro; reinaban los golpes
descuidados, los tropiezos insólitos,
las desgracias más utópicas; en sí, se
veían invadidos por todo acto de
desdicha en general. Era una
certeza flaquear a su lado, en su
compañía, si él se encontraba en la
transición mala.

Cuando era feliz, la situación daba


un giro de 180 grados. Parecía
bendecir con cada palabra, con cada
gesto de amor y bondad. Todos los
entes de la naturaleza, estaban en
calma ante su firme presencia; las
personas que se le acercaban, se
ahogaban en una racha de buena
fortuna, se bañaban en providencia;
incluso algunos se sanaban de sus
enfermedades y otros, de sus penas.
Había quienes simplemente
contemplaban el crecimiento
exponencial de una suerte
desmedida que propiciaba al éxito
asegurado en cualquier empresa
que se iniciase.

Con el tiempo, la fama de su energía


potencialmente elevada se volvió
tan extrema que parecía insostenible
su equilibrio; muchos le temían,
otros tantos pagaban por
encontrarlo. Algunos lo creían un
ser sobrenatural, otros simplemente
lo veían como uno más y alegaban
que todas sus hazañas eran un
fraude.

Al margen de cómo influía en su


entorno, en propia piel también
sufría la carga de su propio peso
energético, la maldición de aquella
lanza del destino, que no era más
que su propia esencia de ser. Por
períodos, tal como las estaciones,
sufría o disfrutaba de su suerte… de
su magnífica buena suerte, o de su
inmenso infortunio.

Los altibajos en su vida eran


periódicos e inminentes, tal vez un
día su alma brillaba; y al día
siguiente oscurecía, sin pasar por un
punto medio. Esto le daba la
desgraciada capacidad de sentenciar
a plena fe sus propios pasos,
atrapando en su tormenta a todo
aquel y a todo aquello que lo
rodeaba y/o se interponía en su
camino. El peso de sus palabras era
tal, que se convertía tarde o
temprano en realidad. Para dar una
idea gráfica de estos hechos, si él
preguntaba a alguna señorita si
estaba embarazada, al tiempo
evidentemente concebía un bebé; si
advertía a alguien con frases como:
"Ten cuidado", indudablemente algo
malo pasaba, por más que no
existiese hasta ese momento un
peligro inminente. Lo crítico resultó
ser que, con el paso del tiempo y
horrorizado con las consecuencias
de sus propias acciones
involuntarias, lo negativo se volvió
más negativo y lo positivo menos
intenso; lo cual agravó mucho más
el estado de su realidad.

El hecho es que ocurrió lo


inevitable: lo tildaron de demonio y
la paciencia se agotó en la sociedad.
Un día, un grupo de personas
-víctimas de sus inoportunas
hazañas- se cansó de la mala racha
que gobernaba en su presente, de
las tragedias que habían enterrado
en la miseria a sus familias, todo a
causa de la cercanía que este
individuo particular tenía en su
entorno diario. Entonces, sin uso de
razón y mucho menos de justicia, lo
ataron de pies y manos, lo colgaron
en la pasteca de un malacate y lo
incineraron vivo. Nada pudo él
hacer, más que expresar sufrimiento
con cada grito desesperado, más
que grabar muecas de horror en
cada ente que haya escuchado su
lastimosa pena y su tortuosa agonía.

Una vez acabado dicho homicidio,


una fuerte tormenta se desató sobre
ese sitio y tres rayos consecutivos
cayeron sobre los restos del cuerpo
carbonizado, desintegrándolo por
completo. Todos los homicidas
sobrevivieron, aunque el que no
perdió la vista, encontró atrofiada
su razón; y el que no sufrió alguna
amputación de un brazo o una
pierna a causa del impacto de los
rayos, debió pasar el resto de su
vida con grandes quemaduras que,
más allá de dejar marcas
imborrables en su piel, fueron causa
de un tortuoso dolor permanente.
Ningún familiar directo de estos
seres, sobrevivió al siguiente año de
transcurrido el suceso. Todos fueron
víctimas de accidentes inoportunos,
planteados por el propio destino.
EL DIOS DEL TIEMPO

Al fin había conseguido llegar al


secreto templo sagrado de Cronos,
el Dios del tiempo. Mi búsqueda
incesante, tendiente a encontrar una
solución a mis traumas emocionales
pasados y presentes, anhelando el
alcance sustancial de una mejoría en
mi calidad de vida, al fin estaba
llegando a su fin. El camino hacia el
santuario era laberíntico y oscuro.
Se hallaba repleto de inscripciones,
grabadas en distintos lenguajes; la
mayoría, para mí incomprensibles.
Algunos tramos se mostraban en la
cumbre de su esplendor, mientras
que otros reflejaban claramente ser
una antigua ruina. Entre tantos
garabatos difuminados, solo pude
diferenciar algunas pocas frases,
gracias a mis conocimientos de latín,
hebreo y simbología de antiguas
civilizaciones, que resultaron de una
adolescencia dedicada a la historia.
Algunos de los mensajes que pude
descifrar y que quisiera compartir
son: "El ayer murió con el hoy, y el
hoy morirá con el mañana"; "El
pasado es sepulcro, el presente es
camino y el futuro es final";
"Recuerdos y sueños obstruyen lo
que es realmente importante: el acto
presente"; "Muere por una causa
justa que afecte directamente tu
próximo paso; no mueras por una
herida antigua, ni por el miedo a
tener que sufrirla."

Cinco interesantes horas deambulé


por esos míticos pasillos angostos,
asombrándome un poco más a la
umbra con cada paso que daba. Mi
mente estaba extasiada y mi corazón
repleto de adrenalina; sentía
muchos deseos y a la vez, tenía una
inmensa ansiedad por llegar al
santuario sagrado. Las leyendas
acerca de aquel sitio era tan
extensas, como lo eran mis deseos
de convertirlas en realidad.

De pronto choqué contra una gran


puerta de doble hoja, compuesta a
base de dos gigantescas placas de
oro macizo. Antes de abrirlas, me
tomé el atrevimiento y el tiempo de
traducir las dos frases que en ellas
yacían escritas. La primera decía:
"Aquí descansa Cronos, amo, señor
y esclavo del tiempo, predicador del
futuro, gobernante del pasado,
maestro del ahora." Mientras que la
que se situaba debajo expresaba: "A
veces es mejor olvidar quién fuimos
y dejar de pensar quién seremos, a
veces es mejor recordar quién
somos, dónde y cómo estamos, qué
hacemos y cuál es hoy nuestro
objetivo, deseo o meta a lograr.
Entonces ya no queda más remedio
que ir tras ello."

Di una fuerte patada a las placas, y


éstas se abrieron ante mi persona.
Extrañamente no se encontraban
bajo ningún cerrojo, ni traba
mecánica. De inmediato y
tomándome por sorpresa, una
sombra apareció enérgicamente,
dejándome sin respiración. Era el
Rey, el maestro, el mago, el Dios del
tiempo: Cronos.

Antes de que pueda reaccionar,


frente a mí se encontraba paciente,
sereno; caóticamente para mí, sin
expresión en su rostro. Estaba listo
para sentenciarme una condena, lo
supe al contemplar sus ojos repletos
de galaxias destellantes. Rompió el
silencio con una voz tronadora, que
se dispuso a realizar lo que ya había
predicho. Fiel a sus necróticos
principios, me dio a elegir entre ser
preso de mis recuerdos o esclavo de
mis sueños. Por un segundo mi
mente se colmó de desesperación y
mi alma de angustia, sabía que esa
decisión cambiaría por siempre mi
vida. Entonces miré el recorrido de
las agujas del reloj que llevaba en mi
muñeca y sin dudar, tomé mi
elección.

Si bien mis recuerdos me definen y


me hacen ser quién soy, puesto que
estamos hechos a base de ellos; elegí
ser gobernado por mis sueños, para
poder pelear por ellos y así hacerme
dueño de mi futuro. Al fin y al cabo,
el pasado es estático e inamovible,
pero todo el futuro puede cambiar,
al transmutarse tu próximo paso; o
en su defecto, al generar nuevos
sueños.

LA ÚLTIMA OPORTUNIDAD
Su causa era noble, claramente. Él
quería un mundo mejor, con menos
maldad y más amor. Tal vez sus
métodos parecieron poco ortodoxos
y los riesgos que afrontó fueron
elevados; pero, repito: su causa era
noble y por eso estaba condenada a
ser un éxito, aunque debiera pasar
por fracasos rotundos.

Lo planificó con sumo cuidado,


desentrañó todas las posibilidades y
evaluó que era lo correcto. Reunió
un gran número de personas de
consciencia elevada y les mostró la
posibilidad de seguir un nuevo
camino, uno sin reglas, sin
imposiciones y sin límites. La única
premisa que indicó para que se
aseguren de respetar, fueron las
condiciones que a cada uno le
dictara su propio corazón. Si bien
esto parece una locura y, aunque lo
sea, las personas elegidas realmente
estaban evolucionadas en conciencia
y, por eso, él sabía que no serían
capaces de hacer nada que invadiera
la libertad ajena, ni que vaya en
contra del amor. Les pidió libre
albedrío, porque confió en que su
esencia era pura.

Todos los elegidos siguieron


sistemáticamente el camino que él
les había mostrado y, poco a poco,
lo consagraron su maestro. Así
comenzó una nueva era, una de
guerreros espirituales
fehacientemente despiertos. Estos
seres dedicarían su vida a la
evolución de este mundo oscuro y
denso, traspasando cualquier
barrera; transmutando cualquier
problema que apareciera en el
camino; desollando con luz a cada
resquicio de negrura.

Decidió que el grupo, aunque


unido, no debía encerrarse en
ningún templo, ni formar ningún
tipo de secta; sino que les dio la
libertad para que hagan y estén
donde quieran. A pesar de esto,
todos decidieron seguirlo e
implementar cada palabra que salía
de su boca. Buscó que sean libres de
mente, corazón y de alma; logró que
se vayan convirtiendo en fanáticos
de su guía. Debió replantear sus
enseñanzas con algunos garrotazos
espirituales, abriendo los ojos
internos de aquellos que se
consideraban sus discípulos; hasta
que logró que comprendieran la
naturaleza sutil del asunto. Así,
sigilosamente, fueron encargándose
de iluminar los sectores por donde
transitaban, elevando la conciencia
de quienes tenían en el grato
privilegio de toparse con ellos en el
camino. Muchas personas
mejoraron sideralmente y, por un
cuarto de siglo, la humanidad
ascendió, viviendo con gran paz.

Con el tiempo, estos guerreros


espirituales se volvieron cada vez
más fuertes e inteligentes, aunque
también más nobles y sabios. Sus
habilidades se volvieron
sobrehumanas y eligieron refugiarse
en las montañas, para evitar el caos
social que hubiesen ocasionado sus
extrañas capacidades, consideradas
en muchos casos como brujería o
magia negra. Se reunieron en ocho
grupos de a diez personas, salvo
uno, el grupo que se quedó con el
maestro, en donde lógicamente
fueron once. La misión era sencilla,
esperar a que la consciencia
colectiva se olvide de sus actos,
mientras seguían ayudando desde
las sombras del anonimato. Por
trescientos años nada concreto se
supo de los guerreros, hasta que un
día, uno de ellos se reveló ante los
ojos del mundo. Su nombre era
Margot, la aprendiz preferida del
maestro. Haciendo un Paréntesis, sé
que dije trescientos años; créanme,
un cuerpo que desarrolla al máximo
su ADN puede vivir incluso más
que este breve lapso tiempo a los
ojos de la edad del eterno Cosmos.

Margot bajó de la montaña en la que


se encontraba refugiada, dejó atrás
su salón de entrenamiento para
evaluar el nivel que había alcanzado
la sociedad en ese período en donde
perduró su ausencia, salvo por las
pinceladas casi invisibles de
consejos y energía que se irradiaba
desde la penumbra. Habían
considerado que el impulso que
generaron los discípulos había sido
el suficiente para producir acciones
positivas que, progresivamente,
ablandarían los corazones de las
personas y ayudarían a la ascensión
del planeta. El hecho fue que nada
de eso que imaginaba encontrar
existía. En contraposición, se topó
con una humanidad desquiciada,
sin sentido de ética cósmica, regida
por leyes dictadas a conveniencia,
con sobrepoblación y
sobreexplotación, con un clima
agresivo y, en efecto, con una
retrospección evolutiva masiva. Se
dio cuenta rápidamente que les
esperaba un trágico final y que este
se mostraba inminente.

Sabía que debía actuar pronto, pero


que no lo lograría sola. Así que fue
en busca del resto de los guerreros
espirituales. Recorrió los
continentes, alterando la calma que
los setenta discípulos ascendidos
habían adquirido y los llevó de
regreso a su montaña, con los diez
restantes. Fue una travesía breve y
sencilla, por más que le llevó casi
media década.

Ya en conocimiento de la catástrofe,
la decisión se la dejaron al maestro,
que no dudó mucho en recurrir a la
toma de medidas drásticas. Al día
siguiente, la totalidad de los
guerreros bajaron en masa, para
darle la última esperanza al planeta;
se habían convencido a acabar con
la humanidad, si eso fuese
necesario. Se posaron, con sus
respectivos grupos, delante de la
cede de los grandes gobiernos y,
formando círculos, comenzaron a
levitar. Como es de notar, esto
rápidamente convocó tanto a los
medios masivos de comunicación,
como a las fuerzas especiales de
seguridad que cada gobierno
albergaba. En menos de dos horas
de su manifestación, el mundo
entero veía en persona, por
televisión o escuchaba por radio,
todo lo que sucedía al unísono con
aquellos seres, para ellos extraños.
No miento si digo que todos los
sistemas de comunicación y emisión
del mundo, en todos los canales y
frecuencias, estaban transmitiendo
aquellos eventos.
El maestro, junto al resto de su
grupo, se situó frente a la base del
gobierno más poderoso y temido
del mundo, pues eran los que
comenzarían con el puntapié que
daría origen al decreto final. La
primera voz fue del mayor
ascendido que, tocando tierra con
sus pies, exclamó frente a las
cámaras: “Ciudadanos del mundo,
un nuevo ciclo está por comenzar.
El planeta ya no tolera vuestra sobre
exigencia multisectorial. Es hora de
elegir entre la vida natural o la vida
de la naturaleza. Daremos nosotros
el toque inicial y, en un período
breve, regresáremos a comprobar
sus avances. Su destino está en sus
manos, y si no lo toman, estará en
las nuestras.” El mensaje fue
repetido, simultáneamente, en cada
sede, de acuerdo al idioma hablado
en las distintas partes del planeta.
Al concluir todos, los súper
hombres se elevaron por sobre las
nubes, a medida que el cielo fue
oscureciendo. Mientras estos
ascendían, enjambres de rayos
descendieron a la tierra. Nadie salió
herido, pero toda la tecnología
quedó obsoleta e, incluso las
comunicaciones, dejaron de
funcionar. Los guerreros
espirituales no volvieron a verse y la
sociedad quedó inmersa en un caos
mundial y una confusión sin
precedentes.

Un año más tarde, los guerreros


regresaron; pero nada quedaba en
pie respecto a la humanidad
conocida, solo sus estructuras
abandonadas, solo una estela
marchita de sus sueños
inalcanzados. Aquel que no
enloqueció por la pérdida de poder,
lo hizo por la pérdida de
comodidad y, en una guerra de
desquicios cruzados e
incontrolados, el 80% de los
habitantes del planeta, fueron
aniquilados por su propia especie,
un 15% no supo adaptarse y murió
de hambre o por enfermedad y solo
un 5% se mantuvo en pie. Aquellos
que habían dado un salto evolutivo,
asimilando las características
necesarias de la nueva era, fueron
los que recibieron al grupo de los
ascendidos.

Si bien a nivel tecnológico


regresaron a la era de las cavernas, a
nivel mental habían dado un gran
salto cuántico. Todos los
sobrevivientes aprendieron a
comunicarse por telepatía y algunos
se volvieron, a su vez, telekinéticos.
Recibieron a los maestros con gran
respeto y humildad; entendieron
que aquel desastre no fue
provocado por ellos, sino por la
oscuridad misma que habitaba en la
sociedad. La Tierra dio respuesta a
los ataques atómicos y a las
inmensas explosiones, provocando
fallas continentales de una
magnitud inimaginable. Todo lo
poco que quedaba en el planeta, era
residuo que, juntos (los
supervivientes y los ascendidos,
ahora nombrados maestros), se
encargaron de limpiar.

Las construcciones nuevas fueron


hechas a base de sílice, en forma
piramidal, a orillas de un gran río.
Estas estructuras guardaron en sí un
conocimiento trascendental
impresionante, tanto cósmico como
humano.

Con el tiempo los maestros


desaparecieron, los ascendidos
murieron, los despiertos se
durmieron y todo el gran potencial
fue olvidado de nuevo. La
humanidad comenzó de cero
nuevamente, como cíclicamente lo
hizo a lo largo de su trascendencia;
solo que esta es su última
oportunidad, el último intento
válido para evolucionar como masa,
llevando el ⅔ de su totalidad a un
siguiente nivel, o extinguiéndose en
la hazaña.

El espectro
“Cada noche despertaba yo en el
mismo horario, exacerbados mis
miedos más intricados, alterados
mis sentidos sofocados; truncados
se veían mis intentos de sueño,
deplorado en consecuencia mi
estado y duramente machacada mi
cordura. Cada cuarto de hora
pasando las tres de la madrugada,
por el extenso lapso de siete
semanas, mi ser por completo
despabilaba aterrorizado. El silencio
era tan intenso dentro del cuarto
como en el exterior de la casa, tanto
que apenas si algún solitario grillo
afinaba su sintonía en el pastizal de
mi fachada; más en mi interior todo
era caótico e indescriptiblemente
insoportable. La luz del baño se
filtraba tenuemente por debajo de la
puerta, ocasionando que la
habitación pase de mantener una
negrura total, a contar con una
visibilidad escasa. Nada fuera de lo
normal noté los primeros días, nada
en lo que refería a mi ambiente,
claro está; pero todo cambió a partir
de la noche pasada, hace poco
menos de una semana. Con los ojos
entreabiertos y una conciencia
aletargada, vislumbré tenuemente
en la pared que se encuentra frente
a mi cama, una figura borrosa y
oscura; era una silueta difuminada,
para ser más claros. La misma
parecía absorber cualquier partícula
de luz que llegaba a su seno y
poseía un movimiento ondulatorio
y difuso. Mi corazón sintió una
inyección de adrenalina ante el
desconcierto y, para cuando mi
mente quiso comprender qué
ocurría, di un salto involuntario que
despertó todos mis sentidos en un
santiamén. Me arrastré hacia atrás,
de frente a la figura, hasta que chocó
mi espalda contra la pared que daba
al respaldar. Me aferré con fuerza a
los barrotes que se extendían más
allá de las patas que sostenían la
cama, mientras contemplaba
horrorizado la circunferencia
movediza de aquel ente oscuro. Mi
órgano motor se vio bombardeado
por una cantidad impresionante de
sangre, que llevó a elevar mi
presión en unos cuantos puntos sin
que llegue a constatar sus efectos.
Mi nariz comenzó a sangrar y mi
respiración se volvió entrecortada;
casi podría asegurar que el aire se
había escapado de la habitación y
no lograba llegar a mis pulmones.
Alcanzar un estado de
desesperación extrema me fue
sumamente sencillo en aquel
momento. Aquella sombra, con una
forma ahora más definida -similar a
la de un humano- se despegó de la
pared, para mostrar una forma
tridimensional que terminó de
acobardar a mi alma. Me acurruqué
debajo y detrás de los embozos que
cubrían mi cama, dejando solo mis
ojos alertas y al descubierto. Habrá
dado dos pasos y, entonces, yo
desvanecí. Desperté por la mañana,
con un recuerdo algo vago de lo que
acabo de narrarles y con un dolor
taladrante en el centro del cerebro
(para ser algo folclórico); pero
mientas me cepillaba los dientes y a
medida que mi mente racional se
despabilaba, comencé a recordar los
trágicos sentimientos que me habían
abordado las horas anteriores en
medio de la oscuridad de la noche.
Regresé a mi cama y pude
corroborar que eficientemente la
sábana estaba repleta de manchas
de sangre, no podía haber sido solo
un sueño pavoroso. La cabeza me
latía medrosamente, entonces me
dirigí a la sala médica que yacía a
algunas cuadras de mi casa, antes
de ir al trabajo y seguir con los
quehaceres incesantes de mi día.
Afirmativamente, mi presión estaba
algo elevada, lo cual no era noticia
cotidiana; a menudo yo tenía picos
de estrés, acompañados por tensión
arterial.

Desde aquella lúgubre noche de


sábado hasta esta que acaba de
transcurrir, este ente espectral se ha
presentado ineludiblemente cada
día. A pesar de que me acuesto
sabiendo que las posibilidades de
encontrarlo son demasiado elevadas
y que hasta ahora no ha atinado a
hacerme daño alguno, no logro
evitar el incurrir en estos
sentimientos de espanto a los cuales
se expone mi ser. Hoy voy a trabajar
todo el día, necesito erradicar esa
presencia de mi vida, antes de que
me la arrebate. En un breve lapso de
tiempo, logró transmutar su esencia
desde una silueta borrosa en la
pared, hasta convertirse en un ser
casi humano. A pesar de ello,
todavía se manifiesta como algo
completamente oscuro y denso, que
emite palabras en un tono
espeluznante. De lo poco que he
logrado entenderle y de lo cual
recuerdo, puedo compartirles frases
como: “Es hora”, “Ven conmigo”,
“No te resistas”, “La sentencia te
espera” “Llegó tu final.” Voy a
tenderle una trampa, sé que puedo
salir triunfante de este duelo
desparejo. Que esta nota sea mi
legado ante cualquier eventualidad
negativa; que sea la evidencia de
que estoy luchado contra una
energía sobrenatural que me acosa y
me desafía. Espero contarles por
mano propia la resolución de este
hecho, de otra manera, supongo que
mi alma quedará sumida en las
tinieblas más espesas, en la prisión
más deplorable, en la desidia del
infierno menos deseado. Esa es la
sensación que me aborda, el
sentimiento que me consume.”

Mr. López fue encontrado muerto


en su cama, ayer por la mañana. Vio
su deceso por un paro cardíaco de
dudosa generación que concluyó en
un colapso general de su sistema
biológico. En su rostro quedaron
grabadas muecas de horror y todo
su cuerpo se encontraba tensionado.
Han venido sacerdotes a bendecir la
casa, luego de haberse filtrado su
nota en las redes; pero ninguno ha
expresado la presencia de alguna
energía negativa ni extraña. No
sabemos si aquella presencia que
aseguraba ver fuese real, pero de
serlo, ya no se hallaba en la casa.
Algunos afirman que su muerte se
dio por miedo, otros dicen que tenía
una locura importante, muchos
alegaron que parecía sufrir de
esquizofrenia. También están los
que afirman que fue un acto del
diablo. La verdad es que son todas
suposiciones y, al no ser Mr. López
una persona socialmente
importante, además de no poseer
familiares, no se comenzará una
investigación acerca de su extraña
partida. Hoy en día la casa sigue
deshabitada y, a pesar de generar
cada tanto gran concurrencia de
esotéricos y rebeldes, no logra ser
alquilada y mucho menos vendida
por la inmobiliaria que se quedó con
su escritura.

El espejo

Todos dijeron siempre que yo era


un ser vanidoso, que era
egocéntrico, puesto que pasaba
horas continuadas contemplando mi
reflejo en el espejo; más tengo que
confesarles que en verdad siempre
hubo algo peculiar en ello, algo que
me descentraba de la realidad y
absorbía mi atención. Todo inició en
mi infancia, cuando comencé a notar
cambios notorios en las imágenes
que las superficies pulidas me
devolvían, al reflejarse en ellas las
partículas de luz. Claramente
todavía no conocía los principios
físicos que rigen a dichas partículas,
por lo que el simple hecho de poder
verme a mí mismo, a mi frente me
parecía un truco de magia;
simplemente sorprendente. Sin
embargo, no siempre me veía de
igual modo; algo variaba,
inevitablemente por pequeño que
pareciese el detalle. O mis ojos
estaban más pequeños, o mis
pupilas de una tonalidad
suavemente diferente; a veces uno
de mis brazos era un poco más largo
o más ancho; en otras ocasiones
notaba cambios en la longitud de
mis labios. En esencia, fui creciendo
afinando mi agudeza visual,
exacerbando la precisión de los
detalles que podía identificar en mi
figura. Jamás tuve una certeza
exacta de mi imagen real, puesto
que he contemplado infinitas
variedades de la misma. Cuando
todos creían que me estaba amando,
la verdad es que estaba tratando de
dejar expuesto al impostor. Acepto
que me obsesioné un poco; e incluso
cuando la ciencia me mostró sus
armas, todas las teorías que me
había formulado por el momento
parecían haber quedado obsoletas.
De igual modo, jamás me descuidé.
Después de transitar mi
adolescencia, que fue normal por
cierto, reservé mis estudios de la
superficie pulida y sus efectos para
cuando me encontrase en absoluta
soledad. Siempre, absolutamente
siempre desde que tuve memoria,
había algún cambio sutil en lo que
los espejos me devolvían. Lo hablé
con muchas personas, de distintos
sectores sociales y en distintas
etapas de mi vida; pero todos se
burlaban y me atribuían un toque
de locura sana ¡No podía ser así!
Aunque todos los demás lo
aceptaban como un mero juego de
rayos de luz. Casi que estuve por
perder las esperanzas; sin embargo,
en una mañana en la que me
encontraba descuidado, noté un
cambio tan sustancial que, aunque
visto de reojo, no podía ser de mi
propia imagen. Para serles más
específico en la representación de la
escena, me encontraba cocinado
frente a una pared de azulejos
sumamente bruñidos, con los rayos
intensivos del sol naciente
ingresando a mis espaldas por un
gran ventanal y un espejo que
doblaba mi tamaño en lo ancho y lo
sobrepasaba en lo alto a uno de mis
lados. Reflejado en aquellos
mosaicos pude contemplar el cristal
espejado y, sin duda alguna, noté
como aquel impostor me miraba. ¡Es
imposible! -Dije en mis adentros-
Mientras pegué un salto,
acobardado mi ser por completo.
Cuando lo miré, su imagen ya
estaba asemejada nuevamente a la
mía; más había algo tenebroso en
sus ojos que me llevó a cubrir aquel
elemento con una sábana. Lo mismo
hice con sus quince pares que se
encontraban distribuidos por toda
mi casa.

Los días siguientes pasaron sin


novedades. Si bien me era
molestosamente extraño no
mirarme reflejado en ningún sitio,
me sentía mucho más seguro; con
más calma, evidentemente. Con el
trabajo no tuve problemas porque
en los conductos del subte hay poca
luz y ningún elemento reflector. En
mi recorrido hacia él tampoco,
puesto que salía de mi casa antes de
que el sol salga y cuando regresaba
utilizaba unos lentes altamente
polarizados. Diría que unos cuántos
meses estuve sin sobresaltos, hasta
que mi mejor amiga de la infancia
me cruzó en la calle y me invitó a
cenar a su casa. Fui con gusto y sin
mantener en mi mente consciente
los recuerdos aterradores que les he
narrado con anterioridad; la
emoción de volver a verla y
recordar el amor secreto que le
tenía, insufló con una bocanada de
alegría a mi corazón inerte. Lo
bueno de aquella cena fue que la
disfrute en absoluto; lo malo fue
que, al retirarme, noté que la puerta
de una habitación se encontraba
abierta de par en par y, cuando
contemplé su interior, me topé con
un espejo bastante más
impresionante que el mío, en lo que
respecta a tamaño. No pude evitar
mirarme y, al hacerlo, me quedé
paralizado. Estoy seguro de que mi
cara fue de un horror fielmente
marcado, puesto que así lo sentí
desde dentro; sin embargo, el
impostor se reía y lo hacía de un
modo tenebroso y cruel. Mi amiga
comenzó por hablarme, luego por
gritarme y concluyó por sacudirme;
sin lograr resultado alguno. Las
lágrimas comenzaron a brotar por
mis ojos y, para cuando pude
reaccionar, mi imagen se encontraba
llorando y yo me estaba riendo. Me
calmé de inmediato y a él le pasó lo
mismo. Todo parecía haber vuelto a
la normalidad, mi imagen era igual
a mí, no pude notar irregularidades
en su rostro, ni en su cuerpo –que
ahora se reflejaba por completo en el
magnánimo espejo-. Sonreí aliviado
y me dispuse a salir caminando;
pero fue la imagen -aquel vil
impostor- el que se despidió de mi
amiga, robándole el beso que yo no
nunca pude y marchándose, jocoso
de su victoria. Mientras tanto yo me
quedé encerrado en un sitio sin
luces, varado en las profundidades
de esta realidad que desconozco y
que me aterra; este es un sitio
inhóspito, sin aire puro, sin espacio
y sin vida.
Asecho marino

Otro niño desaparece


misteriosamente en las aguas
cristalinas de Corfú, Grecia; sobre el
mar jónico. Ya son siete en lo que
llevamos de temporada; nos resulta
tan asombroso, como extraño y,
asimismo, aterrador. El turismo ha
sido fuertemente afectado y parece
que solo aquellos que no han tenido
la oportunidad de ver las noticias
siguen llegando a la playa
paradisíaca que decora esta bella
ciudad. Nadie comprende cómo
pueden simplemente desaparecer
así sin más, ante la vista de todos,
sin causa aparente. La presión de la
policía local y las organizaciones de
investigación nacionales contra la
agencia de turismo de la ciudad está
a punto de dar el brazo a torcer para
cerrar provisoriamente la zona.
Mientras tanto, decenas de
profesionales del crimen, científicos
especialistas y fuerzas especiales
rastrean la zona, analizando
posibles pruebas e intentando sacar
conclusiones concretas del asunto.

-“Simplemente desapareció.”

-“Estaba ahí cuando miré y luego ya


no estaba.”

-“Juro que la tenía a mi lado y, de


pronto, la perdí. No sé a dónde fue,
no tenía a dónde ir.”

-“Se fue para abajo, como si algo la


succionase; sin embargo, estaba en
una zona en donde el agua le
llegaba a la cintura.”

Son algunos de los testimonios de


los familiares, que desesperados
colaboran en conjunto para buscar a
sus seres amados.

A pesar de las incontables horas de


búsqueda, todo esfuerzo parece
haber sido en vano. No se
encuentran irregularidades en el
agua, ni en el suelo; no existe
presencia de peces en kilómetros a
la redonda y el agua es tan cristalina
que incluso puede contemplarse la
arena. No hay corrientes de agua
capaces de absorber a las víctimas,
ni presencia de hendiduras notables
en el terreno marino. No se
encontraron bacterias, virus ni
hongos anormales en el sector.
Descartan la posibilidad de
secuestro, puesto que en la mayoría
de los casos, solo se encontraban los
chicos junto a sus padres. Saben que
cada hora que pasa es crítica; sin
embargo, cada paso que dan es en
retroceso.

La tensión crece al haber


transcurrido el mes de la primera
desaparición, cuando un esqueleto
humano, presuntamente de un niño,
llega flotando a la orilla. El caos
reina en la playa, que a esas alturas
ya había mermado enormemente su
concurrencia; las familias brotan en
cólera y llanto. Las autoridades
deciden cerrar todos los accesos y
solicitan ayuda a especialistas de
diversos países. El mundo ahora
está alerta y apunta sus lupas a la
isla de Grecia. Los médicos forenses
dan la horrible noticia, es el cuerpo
de Johan, el primer desaparecido
reportado. Se realizan rastrillajes en
todo lo ancho y largo del mar, en
todos los sentidos y las direcciones;
se invierten miles de millones de
euros en la búsqueda; más no
encuentran nada. Ni una causa, ni
un cuerpo; nada en absoluto. El
segundo y el tercer esqueleto
aparecen; luego el cuarto y el
quinto. Todos, hasta el último
extraviado. Se reconocen todas las
víctimas y las familias abandonan el
área. Demandan al gobierno por
cifras incalculables. Algunos
investigadores permanecen con los
estudios; aunque ninguno tiene
esperanzas de encontrar un mínimo
indicio al estrambótico problema.
Hubo tres meses de calma, luego del
morboso alboroto que retumbó en
todos los continentes. Solo cinco
especialistas en biología molecular
se quedaron analizando la playa, la
cual permaneció cerrada. Colocaron
sensores infrarrojos, ultravioletas,
de resonancia magnética, de
anomalías químicas, de radiaciones,
de ruidos y vibraciones, de
movimiento y de presión. Sin
embargo, por muchos días
estuvieron sin novedades, todo
parecía estar como debía estar. Todo
cambió cuando ocurrió una nueva
desaparición. La doctora con
maestría en química biológica
molecular, Mía Stoll, desapareció
como los niños. Inmediatamente
todos los investigadores
comenzaron a analizar sus sensores.
Tras horas de cálculos y
representaciones, lograron dar con
la anomalía. Era el propio agua el
que cambió su composición en el
sector de la catástrofe.
Increíblemente, un sector
asombrosamente estrecho y
definido, parecía haber cobrado
vida por unos instantes; alejándose
de inmediato hacia las
profundidades a una velocidad
exorbitante. De igual modo, todas
las señales de vida del cuerpo de la
pequeña doctora desaparecieron
junto a los de esta incoherencia
hidrófila. El esqueleto apareció un
mes más tarde y todavía al día de la
fecha no se ha logrado descifrar el
misterio. Las playas se han cerrado
definitivamente y han pasado a
manos de los servicios secretos
inteligencia, por lo que no podemos
acercarnos a varios kilómetros a la
redonda y no tenemos ningún
indicio de lo que puedan estar
haciendo en aquel sitio, ahora
sombrío y despreciable.

Los sin sombra

Otro asalto a mano armada que


concluye en un cruel asesinato a
sangre fría. Para no entrar en
variaciones desmesuradas, los
sospechosos son los mismos de
siempre: los hermanos Macán. Son
sesenta y seis los robos de gran
envergadura que acumulan en su
historial y vaya a saber cuántos
pequeños saqueos han realizado con
antelación, que no han llegado a ser
detectados. Esta es su víctima
número veintiséis, y lo
absurdamente increíble es que
todavía no han logrado dar con
ellos; siempre van cuatro o cinco
pasos más adelantados que las
autoridades, a pesar de que su
nombre figura en la lista de los
servicios de inteligencia de varios
países. Jamás pueden atraparlos, a
pesar de que dan ellos mismos
todos los datos y detalles, dejando
también que los testigos los
identifiquen y conozcan sus planes.
Su burla consiste en dejar una foto
suya, con sus firmas, en cada atraco;
e incluso a veces esperan a los
medios de comunicación para que
les capturen mientras realizan su
escape, siempre digno de estar en
las salas de Hollywood. Sin
embargo, ni la policía, ni los
detectives, ni las fuerzas especiales
han podido detenerlos jamás. Los
han buscado por cielo y por tierra,
incluso debajo de ella y por todos
los conductos de agua de cada
ciudad en la que dejan su huella.
Realmente son magníficos en lo que
hacen; aunque lamentablemente sea
algo detestable. Se muestran como
“showman” a la hora de cometer
sus crímenes y luego se convierten
en fantasmas; es la metamorfosis
más sorprendente. Ya han alterado
la calma en más de siete países del
sur de América y parecen ir
desplazándose en forma ascendente,
aunque la localización de sus
víctimas parece ser aleatoria por
completo. Muchos de los bancos y
casinos más prestigiosos han
reforzado su seguridad; más han
dejado claro que todos los esfuerzos
parecen ser en vano. Entran sin que
los noten, incluso acceden a sitios
restringidos para cargos jerárquicos
y lo hacen por la puerta principal.
Generalmente salen por la misma
puerta y, si alguien se cruza en su
camino, le quitan la vida. Los
periódicos y medios de varias
provincias nacionales y estados
internaciones ya han comenzado a
convertirlos en leyenda, al
atribuirles el apodo de: Los sin
sombra. Parece imposible que,
conociendo sus rostros y siendo
perseguidos por tantas entidades de
tantos sitios; sigan pasando
desapercibidos y siempre
encuentren una manera
especularmente sencilla de
escabullirse. Nadie duda en que
sean maestros del camuflaje, pero
con la tecnología de hoy en día,
muchos sospechan que existe algo
más allá que lo convencional; que
han desarrollado una tecnología que
el resto de los ciudadanos
desconocen y que es ello lo que le
da la ventaja. Algunos incluso han
comenzado a hablar de teorías de
conspiración con países más
desarrollados, otros han incitado
que tienen contacto y ayuda
extraterrestre. También hubo de los
que aseguraron que son seres que
han pactado con energías oscuras y
tienen habilidades sobrehumanas,
relación con otros planos e incluso
que son espíritus. Lo cierto es que
su apodo parece ser más real que su
nombre, porque a pesar de tener
registro de ellos (siendo ciudadanos
argentinos), no se conoce otra
documentación, más que la nacional
de identidad; creada por cierto hace
apenas siete años. Muchos afirman
que este será otro de los misterios
que quedará sin resolver; sin
embargo, cada día son más los
individuos que reclaman justicia y
venganza. El precio de sus cabezas
ya ha superado los cinco millones
de dólares y promete subir con cada
acto nuevo que cometan. Los
esfuerzos de las naciones deberán
multiplicarse hasta acabar con esta
locura; los sin sombras deben ser
aniquilados de las calles, de alguna
u otra manera.

El estereotipo perfecto

Los pleaggeos, las nuevas estrellas


del Pop internacional, han roto con
todos los récords habidos y por
haber. Sus discos son los más
escuchados a nivel mundial y el
número de fans que los siguen
aumenta sustancialmente con cada
segundo que pasa; su canal de
youtube parece que va a explotar
con la velocidad en la que sube el
conteo de las reproducciones en sus
videos. Con apenas tres años de
carrera, han surcado todas las
estrellas que se veían en el cielo de
los clásicos; lograron desterrar del
podio a todos los grandes de la
historia de la música. No solo han
logrado conquistar el corazón de los
más jóvenes, sino que parece no
existir rango de edad que defina a
sus seguidores. Ellos siempre han
estado “a la onda”, imponiendo
nuevas modas en lo ancho y largo
de la sociedad. Desde los peinados
más extravagantes, hasta la
vestimenta más curiosa; desde la
marca de bebidas que consumen,
hasta los celulares que usan. Las
estadísticas indican que más de la
mitad del planeta quiere ser como
ellos. Su fenómeno es tan
asombroso que han logrado que se
vendan miles de billones de dólares
en vestimentas que apenas se
habían vendido hasta el momento y
los parlantes que tienen la forma de
sus caras se encuentran en, al
menos, una de cada tres casas de las
grandes ciudades de la esfera.
Realmente estaban forjando una
brillante carrera sin precedentes. Sin
embargo, algo extraño comenzó a
suceder con ellos. Luego de tres días
de ausencia plena en sus redes y sin
dar notas, ni realizar espectáculos;
resurgieron promocionando un
extraño tipo de agua embotellada:
“Agua blesseada”, sin marca; solo
eso decía la botella. Rápidamente,
estas botellas de medio litro
comenzaron a venderse en cada
rincón civilizado de la Tierra a un
precio peculiarmente económico: 0,1
centavos de dólar. No pasó mucho
tiempo para que estas inauditas
botellas de agua plaguen las
viviendas y se vuelvan las regentes
del consumo moderno. A la gente le
encantaba: el agua parecía ser de
una pureza perfecta, era totalmente
económica y les hacía creer que eran
populares. No hubo queja alguna al
respecto. Más no todo era color de
rosas con ellas. Los bebés fueron los
primeros en caer, “muerte cerebral”
anunciaron en el hospital y sin
causa detectada. Todos casi al
unísono, en toda la extensión del
territorio humano. Semanas más
tarde cayeron los niños; al menos
cuatro de cada cinco de ellos, por el
mismo motivo y no pudiendo
reconocer nuevamente su origen. A
pesar de que el caos comenzó a
reinar en los seres, nadie logró
identificar el compuesto que
apagaba los sistemas que permiten
el funcionamiento andante del
cuerpo humano. Meses más tarde,
cayeron adolescentes y adultos. Tres
de cada cinco perdieron las
cualidades motrices y simpáticas de
su sistema nervioso y con ellas, su
vida. Solo la mayoría de los
ancianos permanecieron
inalterados. El mundo entero fue
ahondado por la desesperación más
desorbitante; era una extinción a
nivel masivo y aparentemente
azarosa. El caos que reinaba, explotó
por completo con la última oleada
de muertes. Algo nos estaba
exterminando… y los pleaggeos
seguían tocando como si nada.
Cuando el fuego era la moneda
corriente en cada calle y el infierno
parecía haberse desatado sobre la
fas; un individuo se hizo escuchar
en todos los medios que seguían
transmitiendo. Él dijo: “el consejo
humano secreto, aquel que gobierna
todas las grandes decisiones socio-
políticas que se toman sobre el
globo, ha decretado la necesidad de
reducir la población al cuarto de la
cantidad actual. Luego de años de
buscar una solución silenciosa que
les permita llevar a cabo su
holocaustico plan, han encontrado
la veta en los estereotipos de la
sociedad. Los pleaggeos fueron el
medio ideal para esparcir el agua
contaminada con una neuro-toxina
letal para cualquier persona con un
cerebro sano. Yo formaba parte de
ellos y me opuse al proyecto. Decidí
alejarme y me confinaron. Lamento
no haber podido avisar con
antelación. Logré escapar y sé que
están próximos a encontrarme. Creo
que ustedes deberían conocer la
verdad.”

La conexión finalizó con una bala


que atravesó su cabeza. Segundos
más tarde se reactivó y los
representantes de siete naciones, se
mostraron para pedir paz y orden:
Estados Unidos, Rusia, China,
Suecia, Brasil, España y los Emiratos
árabes.

El mundo se encamina hacia un


nuevo orden, con más recursos y
menos población. El recuerdo de los
caídos quedará en el olvido para las
próximas generaciones; los
Pleaggeos se suicidaron algunos
meses más tardes, cuando
comprendieron que habían sido
parte y, en gran medida
responsables, de unos cuantos miles
de millones de personas. Ahora el
planeta no corre peligro, por
algunos pocos milenios la sociedad
debería poder regirse con el
libertinaje que le identifica.
Intento de suicidio

Teníamos una relación pasajera,


fortuita, esporádica. Lo único que
me unía a ella era la convivencia con
el vacío, la necesidad de amparo
nocturno, el temor a la soledad. Yo
no le quería y asumo que ella a mí
tampoco. Digamos que
sobrellevábamos esta extraña
relación de supervivencia extendida
en la perpetuidad de los tiempos.
Durante el día no nos conocíamos,
no nos escribíamos, no nos
extrañamos; durante la noche
compartíamos besos, caricias,
abrazos y una carencia de amor
mutuo que retumbaba con fortaleza.
Saciábamos nuestros deseos más
animales con tal ira, que incluso nos
servía para desquitar todo lo malo
que llevábamos dentro. Con cada
acto que concluíamos, mi rechazo
seguía creciendo al son de su apatía;
pero eso no cortó este insulso y
repugnante pacto de compañía. Con
el transcurrir de las semanas, todo
se simplificó a un intercambio de
fluidos corporales, sin corazón, sin
alma, e incluso sin mente. Lo
hacíamos porque era lo único que
teníamos en aquel momento; pero
más que compartirnos afecto, nos
convidábamos ultrajes. Nos
volvimos dos reflejos de una
absurda necesidad. Todo estaba
despreciablemente tranquilo hasta
que, una de esas noches amargas,
mientras reposaba el cuerpo y
regulaba la mente, desperté por la
madrugada y me quedé
contemplando como ella dormía a
mi lado. ¡Qué horribles facciones!
¡Qué molestos sus ronquidos! El
odio que sentí resulta casi
indescriptible en palabras; fue
profundo y espontáneo, solo eso
estoy en condiciones de asegurar.
Quise seguir durmiendo, pero
fracasé en el intento. Me quedé
meditando en la situación detestable
en la que me hallaba apresado. ¿Era
realmente crucial mantener una
relación que no me daba felicidad?
Por mucho que viré sobre esa
simple pregunta y por muchas
respuestas irrazonables que dibujé
sobre el aire, continué con la
inacción monótona con la que venía
viviendo mis últimos insulsos días.
Noches y noches pasaron y cada vez
con más frecuencia me despertaba
con esa sensación de odio e
incomodidad. Una idea alocada y
silenciosa se fue formando en mi
mente; la cual contuve todo el
tiempo que me fue posible. La idea
era tan desquiciada que se me
volvió insostenible mantenerla en
las sombras y día floreció
explotando cual volcán
desenfrenado en plena erupción.
Planifiqué su asesinato casi sin
pensarlo, de la mañana para la
noche siguiente. Era sencillo,
clavaba una aguja en su arteria
principal y luego la colocaba en su
propia mano. Gritaría, llamaría a la
policía y acusaría un horrible
suicidio. Pasó el atardecer,
amargados en nuestro infortunio,
hicimos lo nuestro con el desgano
que nos era habitual y nos
dispusimos a dormir, a medida que
amasaba mi plan con total
convencimiento. Ni siquiera esa
noche pude dar un poco más,
sabiendo que sería la última. Me
quedé esperando a que comience
con sus ronquidos pavorosos y
turbadores, para poder concluir esta
historia; pero, al parecer, me quedé
dormido en el intento. Desperté con
un impacto alarmante y un dolor
insoportable en mi pecho. Di un
salto y me retorcí del dolor. Al mirar
hacia abajo noté como un cuchillo
yacía clavado en mi pecho. A mi
lado permanecía ella, que se había
convertido la representación del
mismo demonio, manteniendo una
horrorosa sonrisa de goce macabro
en su rostro. Se levantó sin
preocupaciones y se fue sin mirar
atrás. Sobreviví de milagro, se los
aseguro. No quise declarar en su
contra ante la policía; que por cierto,
estaba convencida de que quise
suicidarme. Al fin y al cabo, algo
compartíamos, algo teníamos en
común. Tanto tiempo conviviendo
juntos, sin dudas llevó a que nos
leyéramos la mente o, por lo menos,
a que sigamos los mismos
lineamientos de pensamiento. Nos
separamos y cada uno siguió su
camino; por suerte no la he vuelto a
cruzar y me guardo el recuerdo de
su existencia, solo para asegurarme
de no volver a cometer la misma
tragedia otra vez en mi camino.
Tal vez, una horrenda pesadilla

Fue la noche más calurosa de un


noviembre infernal, mi mente
guarda un registro exacto de las
sensaciones que me agazaparon en
aquel momento. No sé si la recuerdo
tan vivamente por el sofocante calor
que nos atormentaba o por los
lúgubres hechos sucedidos mientras
Morfeo merodeaba en su reino y el
Tomberi deambulaba por las calles,
agitando su lámpara de un lado a
otro, custodiando los incesantes
espíritus de los caídos. Lo cierto es
que mi piel resultaba imposible de
escurrir, debiendo incluso dormir en
el suelo; puesto que no hubo
colchón, ni sábana, ni almohada,
que no estuviesen empapados de
sudor. Intenté de uno y otro modo,
pero conciliar el sueño me fue tarea
irresoluble. Para darle un suspiro a
mi mente que aletargada se
mantenía espabilada, decidí salir al
jardín de mi hogar, en busca de una
bocanada de aire fresco que me
devuelva el aliento y extirpe el
abombamiento voraz ocasionado
por la excesiva temperatura y la
plena humedad del ambiente. La
luna permanecía invisible,
comenzando su etapa renovada;
más allá de eso, debí haber
contemplado en aquella utópica
jornada nocturna, el cielo más
decorado por luces, brillos y
destellos interestelares desde que
tengo la idea de haber fijado mis
ojos en los astros del firmamento.
No corría una gota de aire, no
exagero, ni una. La brisa
permanecía petrificada, congelada,
o en un estado de paro transitorio.
La presión estaba tan baja que
incluso respirar con normalidad
parecía un logro arduo de lograr.
Era una sofocación natural, la más
extraña e increíble que me tocó vivir
desde que tengo recuerdos de mi
existencia. Mi cuerpo, mi mente, mi
corazón y hasta mi alma, sentían
una pesadez insostenible. Di unos
cuantos pasos debiluchos y
erráticos, hasta el centro del pasto
recientemente bordado y, con la
última gota de mi ánimo energético,
hice un movimiento para caer de
espaldas sobre él, dejando mi
mirada libre hacia el firmamento. A
pesar de que logré mi cometido de
girar, caí desplomado y tan
pesadamente que incluso mi ser
más incorpóreo pudo sentir el
impacto. Les juro que sufrí como
toda la inmensidad del Cosmos
ejercía gravedad sobre mi frágil
estructura, sosteniéndola
firmemente contra el suelo. Supe allí
que volver a levantarme no era una
opción viable, que me encontraba en
medio de una batalla que ya había
perdido estruendosamente. Intenté
relajarme y entregarme al perpetuo
cansancio que me gobernaba; sin
embargo, tampoco logré que mi
consciencia se marche al otro
Universo, al paralelo, al que cobra
vida cuando esta entra en reposo.
Me lamenté con vehemencia por no
tomar una botella de agua antes de
salir de la casa. Me vi amenazado
por la aridez del entorno, al filo de
una deshidratación inaguantable.
Mis labios se resecaron, primero y
se fisuraron, luego. Comencé a notar
los efectos de un colapso inminente
de mi sistema simpático. Pero de
pronto, algo me distrajo. Aquellas
luces en el oscuro firmamento
fueron cobrando mayor presencia,
fuerza e intensidad; de igual manera
me pareció que se multiplicaron
exponencialmente en número,
variando formas y tamaño. No estoy
en condiciones de afirmar si
aquellas visiones corresponden a la
realidad ocurrida o si fueron un
vislumbre inadvertido de mi delirio
emocional, exacerbado por la
situación límite en la que mi ser se
encontraba. Posteriormente, el eco
de una voz, desconocida para mi
razón, resonó en mi cabeza. No supe
distinguir lo que dijo, su tono no fue
claro y mis condiciones cognitivas
estaban muy lejos de ser las
óptimas. El eco difuso se repitió de
nuevo, y así continuó resonando;
para mi entender, hasta el infinito.
En cada ocasión, la definición de sus
palabras era más precisa que en la
anterior. "Noesora" "Noestora" "No
es tu hora". Al fin, comprendí el
mensaje, aunque seguí igual de
confundido que cuando no tenía ni
idea de qué me estaba diciendo.
¿Por qué iba a ser mi hora? Si yo me
encontraba en perfecto estado de
salir ¿O no? Hice un esfuerzo
sobrehumano para levantar apenas
uno de mis párpados, no recuerdo
cuál fue, no tenía tanta noción de lo
que sucedía; lo cierto es que
necesitaba ver quien era el que
perpetuaba aquella sentencia con tal
seguridad. Tengo claro que las luces
en el telón natural se habían
unificado y brillaban con tanta
exageración que me cegaron, tanto
que incluso con mis ojos cerrados
podía sentir como todo lo que tenía
en frente era luz. El calor se hizo
más intenso, más voraz, más
intolerable. Me rendí, porque
sinceramente no encontré otra
opción; no tenía medios, ni modos
para seguir luchando. Mi
consciencia se desactivo por
completo y perdí toda memoria de
lo que pudo haber ocurrido
después.

Desperté en mi cama, empapado en


sudor, tal como lo estaba antes; pero
en esta ocasión me dirigí a la
heladera y me tomé dos litros de
agua. Luego me di una ducha
refrescante, con agua fría y me
dispuse a escribir este relato.
Dormir no era la mejor idea en una
noche como aquella y ese sueño, o la
extraña realidad que había vivido,
me lo dejaron en claro. Supongo que
nunca sabré de qué se trató con
certeza; aunque tampoco tengo el
deseo de ahondar más en el tema.
Tal vez fue solo el presagio de una
horrenda pesadilla; sí, eso debió ser.
¿Mi hora? ¿A quién podría
ocurrírsele tal desbaratada locura?

Un trágico acto de amor

Me siento perturbado, lo admito. El


eco es retumbante dentro de mi
mente y se ha vuelto insoportable.
Las voces escalofriantes no cesan de
atosigarme ¿Cómo voy a lastimarla?
¡Si la amo! ¿Cómo voy a atentar
contra ella? ¡si es un ángel! ¡Mi
ángel! ¡Y yo que jamás he intentado,
incluso, matar una mosca! Esta
incoherencia incongruente me está
desquiciando, me arrebata la
cordura junto con la calma.
Todo comenzó con un armónico
sueño que se tornó una caótica
pesadilla, la más lúgubre de la que
tengo memoria, desde que tengo
consciencia. La tenía en mis brazos
suavemente, la contemplaba con la
sutileza con la que la he
contemplado siempre, la amaba con
todo el sentimiento que ella había
forjado en mi corazón. Recuerdo
que repetía mentalmente, una y otra
vez, lo afortunado que me sentía de
tener su dulce presencia en mi vida.
¡Se veía tan excelsa, tan hermosa,
tan etérea! Todo el Universo
permanecía congelado aquella
madrugada, como solía pasar
cuando la miraba en silencio y
contemplaba en ella las maravillas
sublimes de la existencia. Pero de
pronto, todo aquello que estaba
formado con pinceladas de belleza y
fascinación, se vio opacado y
deteriorado por una mancha de brea
oscura y pegajosa; los sentimientos
de plenitud absoluta que me
acariciaban el alma, se transmutaron
sin previo aviso es baldes de
desencanto ácido, inyectados
directamente en el sector de mi ser
que alberga las emociones. ¿Sangre
en mis manos? ¿Sangre en su
pecho? ¿Y ese cuchillo?

Di un salto provocado por mis actos


reflejos y caí pesadamente de la
cama. Desperté vorazmente
alterado, con una aceleración
exacerbada del latir de mi corazón.
Fue tan real que quedé horrorizado,
espantado por completo. Me
tranquilicé en la mañana siguiente,
cuando mi razón volvió a gobernar
sobre mi cuerpo y mis
pensamientos, al ver que solo había
sido una ilusión pasajera de mi
subconsciente aletargado. Sin
embargo y para mi pesar, ese
sentimiento de calma era
meramente ilusorio, puesto que
estaba sentado sobre la base
infundada de que solo había sido
aquel un mero hecho aislado; y esa
paz duró tan poco como un charco
de agua sobre el desierto más
caluroso. Lo siguiente fueron las
visiones, los dejavu, o no sé qué
cosa similar a eso comenzó a azotar
mi frágil realidad. Lo cierto es que
comencé a verla más pálida, cuando
no lo estaba; más triste, cuando
sonreía; más horrible, cuando se
mantenía su belleza inalterada. En
mis manos veía negrura, a pesar de
que estaban limpias; la sangre se
figuraba, cada tanto y por
pestañazos, sobre su cuello o en su
ropa. Lo que comenzó sucediendo
con una frecuencia leve y
distanciada, se tornó algo cotidiano
con el transcurrir de unas breves
semanas. Ella seguía siendo tan
perfecta conmigo como siempre; y
yo, obviando los delirios de mi
cabeza, continué por todo ese
tiempo tratándola como la reina que
era en mi vana existencia. De igual
modo, lo peor no había llegado;
parece ser que todo aquello se
figura como un coche que estaba
pisando a fondo, sabiendo incluso
que me había quedado sin frenos.
Las visiones se hicieron tan reales
que se volvieron realidad. Ahora,
inconscientemente me "despertaba"
de estas ilusiones pasajeras,
sosteniendo un cuchillo con alguna
de mis manos; o cualquier otro
objeto cortante que se encontrara a
mi alcance. ¡Qué locura!

Mi miedo terminó de aflorar la


noche en la que, cuando mi
consciencia volvió en sí y logré
reaccionar de aquel estado símil de
hipnosis en el parecía entrar por
períodos insospechados, me
encontré sosteniendo su cuello,
mientras descansaba ella tan feliz y
plácidamente como siempre. Ese fue
el hecho que marcó un quiebre
definitivo en mí, en mi camino y en
nuestra relación. Le pedí perdón y
la abandoné; así, sin dar demasiadas
explicaciones. No podía decirle la
verdad, ni tampoco atosigarla con
mentiras banales. Sabía que tenía
que irme antes de que cometa una
locura que ni siquiera quería
cometer. Comprendí que no tenía el
control sobre esos extraños e
indeseables deseos silenciosos de
acabar con su frágil y tan preciada
vida. No creo que haya entendido
los motivos que le di, porque fueron
inconsistentes, irrelevantes,
incongruentes. Ante sus ojos éramos
una pareja inmensamente
envidiable y nuestro amor surcaba
los límites de lo cotidiano. Lo aceptó
porque mi insistencia fue taladrante
y, estimo, debió haber notado la
desesperación que brotaba de mi
voz fragmentada y mi mirada
atormentada. El susto que
generaron esas virulentas
impresiones en su corazón, fueron
lo que me ayudaron a marcharme
sin que mantenga deseos de
seguirme los pasos. Tuve miedo de
ir a especialistas psicológicos o
psiquiatras y mucho más de acudir
a la policía. ¿Qué pensarían? Me
enviarían directo al manicomio; si
no siquiera yo comprendía que era
realmente el mal que me
acongojaba. Llegué a la casa
deshabitada de mis padres que, por
cierto, ya habían abandonado este
plano y decidí confinarme en aquel
gélido sitio oscuro para aclarar mis
emociones. Sentí mucha calma en
aquel momento, por instantes sentí
que aquella energía que me invadía
podría extinguirse estando en
soledad absoluta. Creí que había
tomado la decisión correcta, la ideal,
aquella con la que todo volvería a la
normalidad y me permitiría volver a
la plenitud de mis cotidianeidad.
Pensé que solo estaba estresado y
había mimetizado mis pesares de
una manera horripilante; pero,
nuevamente, mis razonamientos
fallaron; de nuevo estaba
equivocado. Más allá de haber
dormido sosegadamente esa noche
solitaria, mis miserias comenzarían
a acentuarse y la tragedia
comenzaría a tomar su forma
definitiva en el siguiente despertar.
Algo dentro de mí, en aquel lugar
indetectable de mi interior, comenzó
a hablarme con cierta progresión.
Inició como un susurro difícilmente
traducible y fue aumentando en
volumen, claridad y maldición.
Aquellas palabras incomprensibles,
se volvieron muy concretas: me
ordenaban fríamente que le quite la
vida a mi amada, que era mi misión,
mi destino. Ocurría de día y de
noche, esté o no haciendo alguna
actividad que requiera
concentración; simplemente
escuchaba la voz, que aparecía de
modo espontáneo y adquiría
diversos tonos; marcándome la
necesidad de consecución de aquel
acto indigno. Debí haberme
internado cuando tuve la opción,
más no lo hice. Resolví
equivocadamente que sería una
pésima idea y aunque tal vez lo
fuese, creo que hubiese modificado
las intersecciones del camino
venidero. La maté tantas veces en
mi mente, que mi corazón quedó
perplejo, repleto de temores
flagelantes y alteraciones
sentimentales. Con cada día que
pasaba, la fantasía ostentaba
transmutarse un poco más en
realidad. ¡Es una locura, insisto por
enésima ocasión!

Tengo que hacer que se calle, como


sea. Progresivamente siento cómo
mi “yo oculto” está aceptando la
necesidad de acabar con su
existencia; poco a poco me está
inundando un deseo incontenible
por arrebatar su energía vital. No
puedo más, no lo tolero, no lo
quiero aceptar. Esta es mi nota de
despedida, sé que si no me sacrifico
por ella voy a cometer el error más
trágico de toda mi vida,
seguramente el de todas mis vidas
en toda mi existencia. Voy a ofrecer
mi alma, para salvar la suya. Esto es
un lamentable y cobarde adiós, por
mucha valentía que requiera y por
más que lo siento el mayor acto de
amor que alguien podría realizar en
una ocasión como está.

Cuando los sueños se hacen


realidad
Desperté exaltado, con los sentidos
alarmados, la mente aturdida, el
corazón alterado y el alma
desorientada. A mí alrededor nada
se mostraba cotidiano, nada
resultaba familiar, nada formaba
parte de la realidad a la que estaba
acostumbrado. Para que se hagan
una pequeña idea, mi cama no era
cama; sino una cuna enorme, repleta
de hojas, dentro del hueco de un
árbol gigantesco que yacía caído en
una especie de bosque. La
inmensidad de todo lo que
contemplé en aquel entorno era
apabullante. Sin exagerar, podría
afirmar que, al menos, todo se
mostraba de cinco a siete veces más
enorme de lo que jamás había visto
en mi vida; era mucho más colosal
que lo que ya resultaba titánico en
nuestra cotidianeidad. A lo lejos, en
dirección a los entes celestes, apenas
si pude vislumbrar la tonalidad
violácea que mantenía el
firmamento en el escueto espacio
que permanecía sin obstruir entre
copa y copa de aquellos seres, a mi
entender, milenarios. El silencio era
intimidante, tanto que generaba una
sensación de vacío absoluto en mi
ser; aunque por periodos
inarticulados de tiempo se veía
interrumpido por un estruendo
horroroso que hacía crujir todo lo
que tenía vida, incluyendo a mi
espíritu. Caminé en círculos por un
instante prolongado y, por mucho
que lo intenté, me fue imposible
orientarme. De este modo concluí
llegando a un sitio idéntico del que
había partido, indudablemente era
el mismo o una copia calcada del
tal. Con cada uno de aquellos gritos
desgarradores de la naturaleza, mi
esencia completa se estremecía
hasta una instancia crítica. La
sensación de soledad multiplicaba
mis temores hasta el punto más
extremo que creí posible soportar.
La ausencia de referencias para salir
de aquel sitio golpeaba mi
capacidad de orientación, abatiendo
mi razonamiento y, con el deterioro
de estas funciones primordiales, se
iban desvaneciendo mis esperanzas
de retornar a mi hogar, o aunque
sea a mi realidad. Decidí romper mi
mudez y me dispuse a emitir
pedidos de auxilio de un lado a
otro, con el tono más enérgico que
me permitieron mis cuerdas vocales,
hacia los cuatro puntos cardinales.
Sin embargo, para mi propio
infortunio, en vez de encontrar
soluciones logré sumarme
problemas. Lastimosamente los que
han acudido a mi llamado son los
seres inadecuados: unas criaturas
oscuras de cuatro patas y ojos
blancos brillantes. Las mismas se
acercaron sigilosamente por toda la
circunferencia de mi ámbito visual,
dejándome rodeado;
indiscutiblemente estaban al asecho
y yo me presentaba como una presa
fácil. Eran tan oscuras sus
presencias, que su silueta se
mostraba difusa y su contorno se
mantenía distorsionado. Si tengo
que darle a esos seres similitud con
algo de lo que conozco, diría que
estaban familiarizados con los
felinos salvajes predominantes en
las junglas, aunque solo en
estructura ósea, pues en realidad
mantenían notables diferencias. Lo
único que tenía una definición
perfecta en ellos eran sus ojos
intimidantes, y la luz
resplandeciente que emanaba de los
mismos. Busqué desesperadamente
algún elemento que me permitiese
defenderme ante un eventual
ataque y, en esta ocasión,
afortunadamente hallé una daga de
filo glorioso sobre el piso, debajo de
un cúmulo de hojas secas. En ese
momento discerní que tenía que ser
un sueño innegablemente; puesto
que no creí en las posibilidades de
tener tanta fortuna, dentro de aquel
infortunio. Las criaturas se
comunicaban entre sí, supongo, con
un chirrido de alta frecuencia, casi
como el sonido del zumbido de una
avispa aumentado en intensidad de
volumen. Se acercaron lentamente,
observando fijamente la flaqueza de
mi presencia; claramente me hallaba
en posición de ser un botín puesto a
su alcance. Recuerdo cómo se
abalanzaron sobre mí y el modo en
el que procuré blandir aquel
bendecido arma entre sus cuatro
extensas patas, buscando de manera
agraciada alcanzar su órgano vital
principal. En ese instante, abrí los
ojos. Estaba tirado en el suelo, al
lado de mi cama; frente al ventanal
que daba a mi tupido jardín, que
permanecía repleto con mis
perfumados jazmines. A primera
impresión, todo parecía estar en su
santo sitio. Sin embargo al revisar
un poco mejor, mi cuero cabelludo
se sentía arañando y mis vestiduras
estaban desgarradas. Me tomó unas
fracciones de segundo aceptar que
había retornado a la vida real y que
aquello, aunque rotundamente
vívido, no fue más que otro de los
extraños sueños que me afligían en
mi existir diario. De igual modo,
comprendí que había cometido un
acto desagradable. A mi alrededor
se notaban vestigios de sangre
desparramada, junto a una gran
cuchilla de cocina empapada en la
misma sustancia y, un poco más
allá, lamenté infinitamente el
contemplar los cuerpos sin vida de
mis dos amados gatos.

La transparencia

Se ha despertado de nuevo ¡es una


tragedia impensada y desagradable!
Los horrores del pasado vuelven a
revivirse; los recuerdos aletargados
se levantan de la ultratumba; el
holocausto está latente nuevamente,
próximo a su desencadenamiento.
Les aseguro que, en esta ocasión, no
tendremos escapatoria; ya estamos
sentenciados a una lúgubre realidad
que dejamos pasar por alto todos
estos años.

Asechando desde las sombras y


desde el sigilo más absoluto ya se ha
cargado incontables almas a su
historial, ya han caído varios seres
que negaban su existencia ruin y
cruel. Los personajes que informan
las noticias están plenamente
desconcertados, absortos en esta
temática que es una novedad para la
mayoría de los habitantes del
planeta; aunque para otros sea la
resolución temprana de lo
inevitable. La fuerza local desconoce
la naturaleza de su enemigo, incluso
en esta rama se ha intentado borrar
su recuerdo; tomaron la decisión de
que sería más proactivo para el
desarrollo y el bienestar general,
más nos han quitado la oportunidad
de defendernos a nivel masivo. Sin
embargo los militares han declarado
una emergencia nacional, mientras
que las otras naciones se preparan
para la guerra. Los altos
mandatarios de los gobiernos más
poderosos, conservan tanto como yo
la imagen desopilante de la criatura;
saben que será una masacre
descontrolada, pero que tienen una
oportunidad escasa de victoria. Se
han desplegado tropas
internacionales a lo largo y a lo
ancho de la península en donde se
han encontrado las primeras
víctimas, más saben que no tienen
como controlarle en un área tan
pequeña. Lo cierto es que si
desconocen el milagro que antaño
derrocó su accionar despiadado,
nada podrán hacer para detenerle;
más todavía se niegan a dar los
datos esenciales. Están dejando que
le miedo aliente a la bestia y le
permita seguir desarrollándose;
lamentablemente, a este paso se
tornará imparable. No se atreven a
dar información oficial; la
humanidad en general ya ha llevado
al olvido aquellas contingencias
pasadas, han enterrado los susurros
perversos de los aniquilados a
sangre fría por sus oscuros golpes
imprevisibles y prácticamente
invisibles. Ni siquiera con
infrarrojos, ni con ultravioletas;
tampoco con electromagnetismo, ni
radiación de otro tipo; no han
detectado ni la más mínima huella
de su presencia, solo la oleada de
cuerpos sin vida que ha dejado en
su camino. Su accionar es metódico,
diseca al instante, sin anuncios, sin
avisos previos. Jamás ataca a dos
víctimas contiguas que estén en
contacto físico cuando efectúa su
paso, sino solo afecta a una de ellas
y deja a la otra en libertad. Pareciera
que incluso es perverso en ese
aspecto, porque permite que uno
siga viviendo con las penurias de
haber visto morir al instante a su
compañero/a. Ni siquiera el
confinamiento más extremo resulta
una defensa eficaz, puesto que
antaño ya ha atravesado los bunkers
más sofisticados. Se ha cobrado la
vida de millones en toda la
extensión de esta esfera y parece ser
que su matanza ha comenzado de
nuevo. Nadie ha logrado avistarle
jamás, puesto que no tiene forma, ni
color, ni sombra, ni nombre. Yo sé
que viene por mí, ya puedo sentir su
presencia vacía aproximándose a mi
corazón. Por ágil que sea uno y por
fortuna que le alumbre, no es
posible escapar dos veces de las
garras de temible fiera. La
transparencia va por todos los que
osan recordarle y yo soy uno de los
pocos que se ha resignado a llevarla
al olvido. Que alguien se apiade de
mi alma; porque según mis
conocimientos del asunto, queda
atrapada en una dimensión tortuosa
y eterna, retumbando en cristales de
sufrimiento una y otra vez, hasta el
final de los tiempos.
Puente del Atlántico

¡Es increíble! ¡Indudablemente


increíble! Cientos de miles de
millones de dólares invertidos, más
de nueve mil personas
involucradas, millares de equipos
con tecnología de elite y vehículos
especiales de porte colosal. Nada
mal para el primer proyecto
realizado en conjunto entre
continentes. Una alianza entre
países de Europa occidental y
Sudamérica, ha concluido en la
planificación y desarrollo de la obra
civil más inmensa jamás creada
hasta el momento sobre la fas de
nuestro terreno. Se trata de un
puente que surca el atlántico y une
ambos lados de estas grandes
parcelas de tierra. Lo que pareció
una locura plenamente
descabellada, hoy, luego de quince
años de trabajo intensivo y una
decena de muertes en labor, es una
realidad sorprendente. El puente
consta de una estructura sin
precedentes; incluso me atrevo a
decir que en él se encuentra
íntegramente acoplado lo mejor de
la ingeniería y de la arquitectura
modernas. Posee secciones flotantes
sobre mares y océanos y otra
flotante sobre el aire, mediante el
efecto de electroimanes de boya.
Toda la innovación lograda en las
últimas décadas ha decantado en
esta maravillosa creación estructural
humana. Con casi 7200 kilómetros
de extensión el puente une
Venezuela con España y sobre él se
ha construido un sorprendente tren
bala electromagnético, otra de las
maravillas de la creación. El mismo
es capaz de alcanzar los ochocientos
kilómetros por hora. Realmente una
obra de arte tecnológico digna de
ser contemplada y utilizada. Más
allá de los intereses de algunas
empresas de transporte aéreo, las
cuales han calculado su quiebra
asegurada, todos celebran este éxito
mundial. Los primeros viajes se han
llevado todos los laureles y han sido
un acierto rotundo. Ahora el tiempo
que separa un continente de otro es
de tan solo 9 horas y es accesible
para muchas más personas; incluso
se está promocionando un viaje
gratis mensualmente, para aquellos
que deseen conocer otros sitios y no
dispongan de los recursos
necesarios. Sin embargo, les informo
que no todo es color de rosas con
esta nueva obra. Este puente ha
tenido siempre una doble intención
ultra-secreta, algo que fue planeado
y llevado a cabo con tal maestría
que nadie incluso llegó a
sospecharlo en absoluto. De manera
subacuática y en paralelo del visible,
fue construido un conducto
submarino de 5 metros de diámetro;
el cual se mantuvo imperceptible
hasta que llegó el momento su
utilización para concreción del plan.
Casi toda América –Principalmente
los EE.UU- y la parte de Europa
involucrada directamente en el
proyecto estaban aliados en silencio.
Tramaron este programa durante
décadas, calculando todas las
probabilidades posibles; y les dio un
óptimo resultado. Cientos de miles
de soldados llegaron de manera
imprevista y emergieron de las
profundidades en una costa
desolada de Getaria. A partir de allí,
se distribuyeron con una velocidad
voraz en todas las direcciones y
sentidos e invadieron los gobiernos
de cada país que, a pesar de su
resistencia repentina, no lograron
revertir el factor sorpresa. Es cierto
que la cantidad de bajas fue
sumamente detestable, las
invasiones generaron una guerra
que resultó en miles de pérdidas; sin
embargo, los invasores lograron su
objetivo. Toda Europa y África, más
gran parte de Asia (incluyendo a la
poderosa Rusia) han pasado a ser
colonias de la nueva Alianza
mundial. El resto de los países caerá
inevitablemente. El volumen de
soldados se ha multiplicado por
millones. Buscan imponer un nuevo
orden y gobierno mundial. Sé que
suena descabellado, pero yo los
apoyo en la idea, creo que es el
primer paso hacia un nuevo futuro;
solo espero que ya no deban utilizar
la fuerza para lograrlo.
Lamentablemente será un gobierno
recordado por la sangre derramada
a borbotones y no por haber logrado
el desbarate de las fronteras,
alcanzando una unidad voluntaria
de todos los ciudadanos del mundo.

El psicópata actoral

No tardó mucho tiempo para ser


reconocido como el soltero más
codiciado del país. Un tipo fachero,
imponente de modas, actor
reconocido de películas y series de
gran éxito televisivo, seductor y
cerca de ser millonario; básicamente
un atrapamoscas, pero de mujeres.
Sin embargo, mostraba su vida
privada con un perfil tan bajo, que
apenas si los medios, sobre todo los
programas de chimento, lograban
encontrarle en alguna situación
incómoda en cada ocasión que
intentarlo convertirlo en noticia.
Afirmaban que, fuera de los medios,
parecía carecer de vida social, en
absoluto; incluso hubo quienes lo
apodaron topo, por no ver la luz del
sol –Aunque eso ya resultaba una
exageración-. De igual modo,
generalmente se le veía rodeado de
gente, mezclado entre promotores,
periodistas y fans, cada vez que
ponía un pie sobre la acera, siempre
cuando caía el sol por el anochecer.
Ni siquiera las personas de su
círculo cercano, ni sus compañeros
de televisión o teatro, sabían qué
hacía cuando se quedaba solo;
acudía a un confinamiento casi
extremo y misterioso,
consiguiéndolo con sumo éxito.
Seguramente él estaba cansado de
todo aquello, del incesante gemir de
sus seguidores inadaptados y las
críticas infundadas por cualquier
desvío en el camino considerado
perfecto; más nada justifica sus
actos. Anunció públicamente que
dentro de tres meses iba a estrenar
su propia obra teatral, dejando por
un tiempo sus presentaciones en la
caja boba. Alegaba que la historia
estaba escrita por él mismo y que
trataba de un thriller erótico-
romántico, de trama inaudita. Como
sabrán, comenzó en ese momento su
campaña publicitaria, con el objeto
de llenar al completo todos los
cupos; y lo logró con creces. Incluso
creo que en el momento de su
anuncio, ya se había asegurado
completar todos los asientos, en
todos los horarios, de todos los días,
mientras expusiera su obra. La
primera semana ya había logrado
agotar sorprendentemente las
entradas de los primeros dos meses
de función: un récord histórico e
increíble. Los medios de todo el país
y algunos internacionales
comenzaron a tomarlo como un
objetivo idóneo del cual hablar; pero
seguía sin ofrecer material
interesante de su vida personal, él
no les entregaba nada concreto y
por ello debían inventar historias en
torno a su vida. Nadie lograba
verlo, ni escuchar nada. Su casa
parecía un bunker solitario y
silencioso. Las ventanas
permanecían siempre cerradas, con
las persianas bajas; hasta el patio se
mostraba como un sitio desértico e
inhabitado, de acuerdo a las
imágenes tomadas por los drones
que los sobrevolaron.

Entonces, una periodista


sumamente hermosa e inteligente,
tuvo una idea que consideró
sensacional: Intentaría seducirlo o,
más bien, dejarse seducir por el
actor estrella para poder ingresar a
su círculo. Intento varios días
atacando por todos los flancos:
Redes sociales, puerta del teatro al
que iba a ensayar, se acercó a sus
familiares. Buscó por un lado y por
el otro, incesantemente, hasta que lo
consiguió. Recopiló todos los
detalles efímeros que pudo y se creó
una falsa personalidad en torno a
ellos, buscando ser de su agrado.
Logró llamar su atención y
comenzaron con algunas
conversaciones esporádicas, más el
seguía manteniendo en secreto lo
que hacía en su “tiempo libre.”
Llegó entonces el día en el que al fin
pudo concretar una cita con él.
Luego de terminar su primera
función, le prometió que irían a su
casa. Le consiguió asientos
exclusivos en la primera fila y le dijo
que prestara mucha atención a los
detalles; asimismo, le pidió por
favor que mantuviese silencio del
encuentro que irían a concretar y le
aseguró que tendría recompensa
por su fidelidad. La periodista,
emocionada por su logro, así lo
hizo. A ella no le servía la
información a medias, estaba
dispuesta a ir a fondo y sacar todo
cuanto llegase a poder. La función
fue el éxito más rotundo que se haya
visto jamás. El escenario se volvió
un infierno pasional, que concluyó
con la decapitación de la mujer con
la cual se acostaba el protagonista.
Todos vivieron tan intensamente
aquella obra que en los comentarios
de los veedores, críticos y
especialistas, se notaba una fuerte
tendencia a ganar todos los
reconocimientos y premios. Su nivel
de actuación era tan natural que
realmente convenció a todos los
espectadores. El asesinato fue tan
real, que incluso la sangre que
salpicó a varios de los concurrentes,
fue tildada de sangre humana.

Lo cierto es que, al terminar la


función, un hombre se le acercó a la
periodista y le pidió que la
acompañase, se mostró como un
secretario personal de actor; más
nunca antes se le había visto con él.
Ella confió, porque le cerraba la idea
de que se maneje de aquel modo
poco convencional; de otra manera,
ya lo habrían descubierto. Comenzó
a sacar algunas conclusiones para su
trabajo final, para el artículo que
definitivamente cambiaría su
carrera, llevándola hasta la cima.
Creo que está de más decir que ella
estaba repleta de micrófonos y
cámaras camuflados: lapiceras, aros,
collares, botones de su camisa y de
su ropa interior; llevaba más de
doce dispositivos en total. La
situación se volvió un tanto
incómoda, cuando este asistente le
dijo que debería tapársele la vista y
colocársele auriculares para el
traslado, que era un protocolo de
seguridad. Aceptó sin estar
convencida del método, sin
embargo seguía armando en su
cabeza la historia de cómo se
manejaba aquel joven para
mantener su vida en secreto: “Es
todo un agente de inteligencia
especial” dijo en su
ensimismamiento. Lo cierto es que
no sintió mucho en su recorrido, sus
sentidos estaban lo suficientemente
“tapados” como para lograr
desorientarlos. Igualmente estaba
confiada en que sus dispositivos de
vigilancia lo registrarían todo. Para
cuando le quitaron la venda y los
auriculares, se encontraba dentro de
una casa y, frente a ella, se
encontraba el actor –que fue quien
le quitó los elementos que la
bloqueaban-. Él pidió disculpas por
la modalidad. Aseguró que lo hacía
de ese modo para mantener su
privacidad. Ella omitió su
incomodidad y, para seguir con su
plan, sonrió y le dijo que era lo
correcto aunque se viera un poco
extremista su método. Él la sedujo y
ella se dejó seducir. Luego de
algunas copas de un vino intenso,
de gran porte de cuerpo, terminaron
en la cama. Para este instante todos
sus micrófonos y cámaras estaban
distribuidos por algunos sitios de la
casa y por sobre todo en el cuarto. Él
le preguntó si quería ayudarle a
ensayar la obra y ella asintió;
comenzó a lanzar el guion, a repetir
el acto que había sorprendido a
todos en el escenario. La hizo tan
suya como parecía haber hecho a la
actriz sobre el escenario, las horas
anteriores en el teatro. Ella lo sufrió,
pero lo aguantó con el objeto de
obtener un material interesante.
Cuando concluyó, él sacó una
cuchilla del cajón de su mesa de luz,
tal como lo hacía en su creación
ficticia. La cuchilla era real y estaba
muy afilada. Cuando intentó
blandirla sobre el cuello de la
periodista, esta logró realizar una
maniobra evasiva y salió corriendo
hacia el pasillo que daba a la calle.
La puerta principal estaba cerrada,
por lo que comenzó a indagar en
otros cuartos. Todavía llevaba
consigo una cámara que grababa en
directo y que estaba siendo
custodiada por sus compañeros en
un móvil fuera de la casa. Pidió que
llamen a la policía y lo hicieron de
inmediato. Se escondió en un cuarto
que permanecía al costado del baño,
cerró la puerta con llave y, cuando
prendió la luz, casi muere de la
impresión. Una docena de cabezas
de chicas estaban colgadas con
ganchos, adentro de una bolsa. Se
desmayó por el impacto visual.

La policía derribó las puertas, el


asesino se había auto inmolado; la
cabeza de la periodista se
encontraba colgada junto a las otras
doce. Fue tarde también para ella.
Los peritos lograron que los
asistentes personales del actor
dieran su declaración; ellos
confirmaron que las usaba para
practicar su guion y luego
desaparecían. Acusaron no estar al
tanto de que realizaba tal atrocidad
y concluyeron que la obsesión le
había consumido la razón, más
fueron condenados a cadena
perpetua por colaboración de
homicidios múltiples.

El fonsvitaeettenebrae
“¡El libro del origen! ¡Al fin! Ahora
voy a tener el glorioso privilegio de
despertar al señor de las tinieblas de
su letargo hipnótico, de su
encarcelamiento milenario. Haré
que los sacrificados en su búsqueda
se sientan orgullosos al retornar de
su destierro corporal. Las ánimas
serán redimidas de su ergástula.
Todos los que cedieron, siendo
fieles a la oscuridad, volverán a la
luz. Miles de años dedicados a su
demanda atiborrada de sacrilegios
infames, van a dar sus jugosos
frutos sedientos de rumie. Nuestra
raza ya no deberá permanecer
vergonzosamente embozada en
estas pieles miserables y hediondas,
las de esta raza mediocre y falaz en
creencias. Aquellos que nos han
maltrecho van a pagar con el goteo
incesante de su sangre y la de todos
los seres que aman. Esta noche, el
amo y señor de las tinieblas -mi amo
y pronto también el suyo- resurgirá
de su sopor inagotable y gobernará
de nuevo ante estos inermes entes
mugrosos, en estas tierras fértiles
que se vieron corruptas y repletas
de plagas. ¡Vengan, hermanos de
sangre negra! Doce deben ser los
valientes que pierdan su esencia
para regalársela al líder, pasarán a
la historia, serán nuestros héroes y
se irán con orgullo. ¡No teman!
Recuerden que el miedo no es un
sentimiento que nos sea innato, que
solo lo simulamos para
confundirnos entre esta indigna
muchedumbre de nivel inferior.
Atiendan a mi ritual, porque este
día será recordado por toda la
eternidad como el de la resurrección
de nuestra vida y el inicio de la
muerte de los demás, de los otros,
de los ajenos, de los imperfectos.
Quiero que se recuerde como el día
del ciclo renovado; porque ya ha
comenzado, de acuerdo al libro que
nos guía.”

En ese instante, como si estuviese


premeditado, doce individuos
dieron un paso al frente y se
entregaron a su voluntad. El recitó
un pasaje del colosal libro de huesos
que tenía en sus manos y emitió a
irradiar una especie de resplandor
oscuro. Su forma humana se fue
deformando horriblemente y
pudieron notarse en él, aterradores
rasgos cadavéricos. Su piel se tornó
como el musgo en estado puro de
putrefacción y su figura se torneó
ectomórfica al extremo. Comenzó a
emitir sonidos extraños y a recitar
algunas líneas en una lengua que yo
no comprendía. A medida que
avanzaba en círculos sobre los
voluntarios al sacrificio, iba
extrayendo de estos un vapor
espeso y negro, que se depositaba
luego dentro del libro, que
permanecía ahora en una especie de
altar sobre el centro. Cuando este
vaho abandonaba aquellos cuerpos,
los mismos se convertían en una
especie de ceniza amalgamada a la
negrura, casi inmediatamente. El
efluvio, sobre el volumen,
permanecía flotando y, a medida
que aumentaba en cantidad, se iba
moldeando en una forma
exorbitante. Él último sacrificado
cayó y una explosión me aturdió
por completo, cegándome
provisoriamente. Para cuando
retomé mis sentidos, pude ver en el
centro a una horrenda criatura.
Parecía tener la armadura negra de
un caballero, más claramente se
notaba que no eran sólidas sus
partes. Era como si estuviese
realizado del mismo tizne
compactado, de tal manera que
parecía materia sólida. No tenía
rostro o, al menos, no pude
distinguirlo. Me dio la sensación de
que las moléculas de su cuerpo
vibraban a una intensidad tan
elevada que su estructura se había
vuelto algo difusa, como si se
estuviese moviendo más allá de la
velocidad de la luz, pero
manteniéndose íntegramente en el
mismo sitio. En silencio, este ser
repugnante elevó uno de sus brazos
al cielo y todos quienes habían
participado en aquella especie de
ritual, fueron absorbidos por su
cuerpo; así sin más. En un simple
pestañeo, aquel centenar de seres
habían desaparecido por completo,
sin dejar rastro alguno en el plano
de mi visual. Mientras este ser se
revolcaba en la congoja que aquel
despiadado acto le estaba
provocando, intenté salir corriendo;
más me detuvo su voz escalofriante.

- Venid aquí y prometo no


atormentad a tu alma.

Mi cuerpo se paralizó parcialmente


y mi mente entró en un desasosiego
incontenible. Sin poder oponerme a
la fuerza inverosímil que me estaba
manipulando, floté suavemente
hacia el sitio en donde el ente
lóbrego se hallaba, posándome ante
su frente y, al ver esos ojos
pequeños cargados de oscuridad, mi
consciencia apagó sus luces.
Desperté rodeado de rocas, en un
suelo arcilloso; cuando logré salir de
mi atolondramiento, escuché una
voz ronca que decía:

- ¡El libro del origen! ¡Al fin!


Ahora voy a poder a despertar
al señor de las tinieblas de su
letargo hipnótico…

El alucinógeno mortal

Ella me despertó con un zamarreo


incesante que debí cortar con un
zarpazo automatizado; nebulosa mi
visión logró identificarla
progresivamente. Su sonrisa se
mantenía intacta, al igual que su
belleza etérea; más en su mirada
había un brillo tan espléndido como
sombrío. El hermoso color
esmeralda de sus iris inigualables,
ahora abarcaban toda la pupila, por
lo que sus ojos simulaban ser
tremendamente más grandes en
tamaño y más sublimes en beldad.
Lo cierto es que me alegré tanto de
verla de nuevo, que hice caso omiso
a ese detalle significativo. En aquel
momento solo quise abrazarla,
puesto que el vacío que ocupaba
ahora su lugar, era una carga a la
que jamás llegó a generarme
complacencia. No emitió sonido
alguno, ni intentó siquiera articular
alguna palabra; solo miraba,
haciendo caso omiso a mis
preguntas taladrantes e
intransigentes. Varios minutos
trascurrieron hasta que comprendí
que algo estaba mal en aquella
realidad; que no podía ser real, que
era un fallo abismal de la cruel
circunstancia que adornaba mi día a
día. Ella ya no estaba, más la veía
frente a mí y podía sentir su aroma
a esencia de flores de loto, palpar el
algodón de sus mejillas y sentir el
calor de sus manos. O era aquel el
sueño más vívido que había tenido
en mi trascendencia, o ella había
regresado de un modo mágico, tal
como lo relatan los cuentos de
hadas; incluso llegué a pensar
también, aunque vagamente, en que
yo me había ido y la veía del otro
lado. En medio de mi caótica
confusión desesperante, sus
facciones se tornaron tristes,
primero; y horripilantes, luego. Su
piel suave comenzó a arrugarse
horriblemente, sus ojos se
oscurecieron a una escala
desorbitante de negrura; su sonrisa
desapareció para transmutarse en
una temerosa boca repleta de
colmillos. De pronto miré a mi
alrededor y noté que mi fin se
aproximaba; me encontraba
atrapado en una tela gigante de
araña. Recordé que el veneno de los
ejemplares de esta jungla eran
letalmente alucinógenos; y que al
capturar a una presa estos seres los
devoraban en amalgamiento. Sentí
un dolor devastador en mi pie
derecho y otro en uno de mis dedos
de mi mano derecha. Luego alcancé
a oír un disparo y mi mente perdió
su consciencia.

Ahora estoy agradecido de seguir


con vida, de que aquellos cazadores
me hayan salvado la vida. Es cierto
que perdí ambas piernas y todo mi
brazo derecho, pero al menos estoy
acá para alertar a los nuevos turistas
acerca de las amenazas que alberga
este sitio; sobre todo en su reino
más pequeño e invisible.

El abominable

“Una mujer despavorida sale


corriendo desesperada de la
intersección oscura de una calle con
un callejón y es arrollada por un
camión; nadie, ni nada extraño se
encontró en el sitio de acuerdo a los
testigos y a los peritos policiales. Un
anciano muere de un infarto luego
de quedar mirando fijamente hacia
un descampado plenamente
desértico y carente de iluminación;
sin embargo, nadie más ha visto, ni
escuchado nada en el sitio o sus
cercanías. Un niño de ocho años
brota en llanto y queda con un
trauma psicológico luego de
encontrarse con “un señor oscuro y
deforme” fuera de su casa, según
atestigua, más nuevamente nadie
más logró dar con aquel posible
individuo en aquel momento. Lo
cierto es que ya son varias las
víctimas que se horrorizan en la
ciudad y nadie sabe con certeza que
es lo que les quita la calma. El
gobernador a salido a dar la cara,
pidiendo que el pueblo esté unido y
esté atento para poder dar con el
supuesto sospechoso.”

Apagué el televisor porque ya me


estaba interesando en la absurda
idea de que algún ser extraño y
presuntamente maligno merodea
por estas calles.

¡Qué ridiculez! El simple hecho de


pensar en algo así me genera una
risa incómoda que aflora de
adentro; es una falacia
incongruente. Debieron de haber
sido simples coincidencias
desafortunadas; muchas tragedias
sucedidas al unísono. Incluso puede
que haya algo de sugestión con los
últimos casos por una transferencia
de comentarios boca en boca. No
podemos guiarnos por los
comentarios de un niño pequeño,
cualquier cosa pudo haberlo
traumado. Tendrían que dar los
testimonios de “las otras víctimas”
si quisieran hacerlo más creíble.
Estos del noticiero jamás aprenden.
Me dispuse a descansar bajo el
reflejo tenue de aquella luna llena;
recostado plácidamente sobre mi
sillón esquinero de porte
magnánimo, coloqué una película
de acción en mi notebook. Sin
siquiera notar el cansancio, me
terminé entre-durmiendo, yéndose
y regresando mi consciencia;
alterándose con su opuesto. Al
parecer la carga del día me azotó sin
aviso, al relajar mis sentidos más
racionales. Lo cierto es que, cerca de
medianoche –lo recuerdo porque he
echado un ojo a la hora en mi
celular, luego de responder un
mensaje de mi prima- Noté cierta
opacidad sobre mi ventana y, si bien
me encontraba un tanto
adormecido, con los sentidos
planchados, me pareció ver una
pequeña sombra moverse.
Claramente no le presté atención, ni
lo interrelacioné con los sucesos que
había visto en la tele; me seguían
parecieron pura farándula de muy
mal gusto y calidad. Más algunos
minutos más tarde, mientras me
dirigía hacia mi cuarto, subiendo las
escaleras, alguien golpeó a la puerta
principal. Sin titubeos, bajé de
inmediato, casi llegando al
despabilo. Me dispuse a abrir la
puerta, sin preguntar siquiera quien
merodeaba por aquellas horas de la
noche y osaba tocar mi puerta.
Claramente no espera visitas, ni me
era costumbre recibir gente a esas
horas nocturnas.

Fue entonces cuando lo vi, era real


sin dudas; pero lejos estaba de ser la
abominación que describían los
arrogantes y despreciables medios.
Era un humano, como todos
nosotros, solo que tenía su piel
levemente carbonizada y graves
secuelas de quemaduras corrosivas
en su rostro. Lo miré fijamente y me
mantuve inamovible; él hizo lo
mismo. Sé que intentó hablar, más
no pudo, solo balbuceó y emitió
unos sonidos escalofriantes. Algo
debía estar dañado también en sus
cuerdas vocales que solo le
permitían emitir horrendos gemidos
de dolor. Lo invité a pasar;
claramente se notaba que su
condición era de calle y que su piel
maltrecha necesitaba un aseo
inmediato; mi idea, claro, era
ofrecerle agua y comida, para
llevarlo luego al hospital. Sin
embargo, antes de que pueda
siquiera moverse, su estado de
calma se desmigó sin previo aviso.
Literalmente enloqueció, ardiendo
en cólera. Pareciese como si hubiese
escuchado su sentencia de muerte
acercándose hacia él. Me empujó
hacia adentro con una fuerza sobre
humana y arrimó la puerta,
quedando él del lado de afuera.
Aunque esta resultó permanecer
casi cerrada por completo, por el
ángulo en el que quedé tenido en el
suelo, todavía podía verlo
parcialmente. Noté que comenzó a
correr y pude ver como una sombra
inmensamente mayor pasó frente a
la hendija que había quedado entre
el lomo de la puerta y su marco. Me
levanté de inmediato y salí a la calle
corriendo, casi alborotadamente. Lo
que me encontré fue trágico y lo que
vi, ha horrorizado mi alma hasta
este preciso instante. Este pobre ser
se hallaba descuartizado sobre el
asfalto y, asomándose al callejón
oscuro que se encuentra frente a mi
casa, noté como un rostro oscuro,
maligno, deforme y perverso; con
rasgos más bestiales que humanos,
se hundía en la negrura para
desaparecer por completo de mi
vista. Ya no volví a ser el mismo y
mi vida entró en un desliz
psicológico desde aquel entonces.
Por eso ahora me entrego ante
ustedes, necesito que me internen
con urgencia y me mantengan
protegido; porque sé que aquella
cosa viene tras mi alma, no estamos
a salvo. Incluso podría haber más,
uno nunca lo sabe.
Hay alguien ahí

Mi querida Elisa y yo, nos


encontrábamos flemáticamente
recostados sobre el magnate somier
de resortes y doble espuma en
aquella noche cálida; cómodamente
abrazados después de haber tenido
un reencuentro pasional sin
precedentes; mirando una de esas
películas taquilleras de estreno
reciente, para asegurar un sueño
plácido y extendido. La casa de
campo en la que estábamos
vacacionando era amplia, bastante
lujosa y sumamente silenciosa. Su
composición completa de maderas
de distintos árboles, aseguraban un
aspecto relajante; y su
distanciamiento de otra casa a
varios kilómetros a la redonda,
sentenciaban su preludio de paz.
Cuando mis ojos comenzaron a
entrecerrarse, favoreciendo a un
ambiente de placer pasivo que me
empujaba a entregarme
completamente rendido,
escuchamos un estruendo
monstruoso -aunque de muy breve
duración- que sonó en las
inmediaciones de nuestra cabaña.
Sinceramente no le di mucha
importancia, pero Elisa me suplicó
que eche un vistazo; ella realmente
se había exaltado con aquel suceso,
para mí mundano. Despabilado ya,
más con una terribles ganas de
volver a abrazarme a mi almohada,
me dirigí a hacia la ventana que
estaba en nuestro cuarto, justo
frente a los pies de nuestra cama, y
logré distinguir nada más que
oscuridad. Repetí el proceso en el
resto de las aberturas, siendo el
resultado aburridamente siempre el
mismo; de acá para allá, más lejos y
también más cerca, nada claro se
distinguía en aquella noche de
astros ausentes. Cuando estaba
regresando a mi cuarto, con la
puerta de ingreso a mis espaldas;
alguien tocó a ella con tres golpes
suaves y firmes. Algo en mi alma
estremeció, no voy a negarlo, no lo
esperaba. Giré primero mi cuello,
fijando mi mirada en la cerradura;
pero no ocurrió nada. Me dirigí con
sigilo hacia el ventanal que
mostraba una visión panorámica del
frente de la casa y me dispuse a
observar silencioso quién osaba
irrumpir nuestra calma en aquellas
horas de la madrugada, en aquel
lugar inhóspito para los turistas. Por
mucho que miré de un lado a otro,
con la luz prendida y apagada, no vi
a nadie, ni nada fuera de lugar.
Volví entonces a la cama, un poco
despistado, con los pensamientos
vagos; sin embargo me gobernó
nuevamente la sensación de
armonía, antecesora de una placidez
ansiada con creces. Abracé a mi
querida esposa por la espalda y me
propuse apagar mi mente de
inmediato, para poder aprovechar la
mañana que amenazaba con llegar
con prontitud. Todo marchó de
maravillas por unos segundos, pero
los ruidos se oyeron de nuevo; y
esta vez se presentaron como pasos
toscos sobre nuestro techo. Elisa dio
un salto y se quedó sentada contra
una pared, contemplándome con
pánico; yo me quedé helado
provisoriamente, ausente de
pensamientos racionales y
deductivos. Ambos clavamos
nuestros ojos en el crujir de las
maderas que estaban sobre nuestras
cabezas. Se trataba de pasos, de eso
no hay dudas; pero ¿pasos de qué o
de quién? Comencé a suponer que
ya no se trataba de una visita
ocasional, ni muchos menos
pacífica; por mucho que temiera
exagerar, sabía que era mejor estar
preparado que lamentarse luego.
Tomé entonces el rifle de caza del
dueño de casa y lo cargué con las
municiones que se encontraban en
un bolso, bajo el dichoso arma. Le
pedí a mi mujer que encienda todas
las luces y todas las lámparas
portátiles, que de ser posible,
encandile con linternas todas las
aberturas de la cabaña. Salí sin
titubeos al exterior, apuntado a todo
lo que se cruzaba a mi paso, que
generalmente eran hojas
desprendidas de los árboles que
decoraban los alrededores de la
casa, y con mi dedo listo para
disparar a cualquier ente que me
resultase sospechoso. Recorrí toda la
circunferencia del terreno, trepé por
un lateral hasta el techo, busqué de
extremo a extremo en todo el radio
de la casa; y nadie se encontraba
merodeando aquellas tierras. Fue
extraño, muy extraño. Tomamos un
té de melisa para relajar aquella
tensión y, al pasarse el temor, nos
reímos por la adrenalina. Entonces
volvimos a la cama, a tratar de
compensar al menos algo de todo
ese tiempo de sueño perdido –o tal
vez, de sueño robado-. Yo logré
dormirme, no sé si ella pudo
imitarme; lo cierto es que en algún
momento de esa madrugada,
nuevamente debimos despertar y
alertar a nuestros sentidos. Esta vez
los golpes se dieron dentro de la
casa, en varias paredes retumbando
a la vez; con un sonar tan intenso y
rítmico que no existían dudas de
que fueran generados a voluntad
por algún ser o criatura
medianamente inteligente. Nos
acorazamos bajo las sábanas, yo
tomando el rifle que había dejado
bajo mi lado de la cama y ella con
una cuchilla que había tomado de la
cocina y depositado bajo su
almohada de plumas. Tenían que
ser varias personas, porque los
golpes se oían desde sitios muy
dispares dentro de aquella gran
posada. A esas altura ya lamentaba
que aquel sitio fuese tan enorme;
eso nos era una gran desventaja ante
lo adversidad que se nos
presentaba. Las vibraciones fueron
aumentando en ritmo e intensidad,
hasta volverse casi insoportables;
fue allí cuando perdí algo de razón,
un poco por el miedo y otro poco
por la irritación con la que cargaba
al irrumpirse la ecuanimidad que
habíamos ido a buscar. Comencé a
disparar entre las paredes de
madera; dejando varios hoyos de
gran diámetro en ellas. Elisa gritaba
desesperada y me pedía por favor
que me detenga; más le hice caso
omiso a sus alaridos desbocados.

- Hay alguien ahí y voy a


encontrarlo, aunque me lleve
a la ruina. – Le dije exaltado.

Abrí la puerta del cuarto de una


patada y vacié varios cartuchos del
rifle sobre electrodomésticos y
muebles; los golpes seguían
sonando, pero no pude ver a nadie.
Comencé a maldecir a los cuatro
vientos, al cielo y al infierno, a la
vida y a la muerte. La locura me
estaba gobernando, voy a aceptarlo.
De pronto, entre todo ese alboroto
un golpe sonó a mis espaldas y sentí
como una presencia se aproximaba
rápidamente hacia mí. No dude en
girar bruscamente y en darle su
merecido por ocasionar tantas
molestias en una jornada tan
apacible. Cuando lo noté, Elisa
estaba en el suelo, sin vida; con un
agujero terrible en su pecho y
desangrándose por completo. Caí de
rodillas, sabía que todo estaba
acabado. Apunté con el rifle a mi
cabeza y gatillé sin sobresaltarme;
más ya no quedaban cartuchos. Me
llevaron a matarla y lo peor de todo
es que jamás los encontré, malditos
bastardos. Sé que ustedes no van a
creerme y que mi destino es la
prisión o el manicomio; más no
estoy loco y voy a asegurar hasta el
día en que me toque partir, que
aquello fue un accidente
desafortunado, generado por seres
sumamente cautelosos, molestos y
detestables. No van a lograr que
diga otra cosa, porque esa es la
sorprendente y trágica verdad.

La cosa en las cañerías

Todo comenzó y se desarrolló de


manera tan extraña que estuve a
punto de internarme en un loquero,
se los aseguro; más terminó de un
modo trágicamente real. Déjenme
contarles un poco, para que
comprendan la abstracción de dicha
afirmación. Todo inició una
madrugada fría de un junio áspero,
cuando me miraba las ojeras de mal
sueño al cepillarme los dientes con
mi cepillo de bamboo, aplicando mi
pasta dental de ingredientes
naturales. Conservaba todavía
algunas lagañas en mis ojos y
sumando eso a la luz intensa de mi
lámpara incandescente, veía algo
borroso; incluso todo se potenciaba
con el medio apagón que aún
permanecía en mi cerebro por la
negación que tenía el
abombamiento del sueño para
retirarse. Sin embargo sentí que
aquello que vi, había sido tan
material como yo. Noté salir por la
canilla del lavabo, una especie de
humo grisáceo, de tonalidad rabiosa
y oscura; aunque se difuminó
rápidamente. De pronto reparé
también en que merodeaba por el
cuarto un aroma dulce, similar a la
mirra, más con notas ahumadas;
que también duró la brevedad de un
pestañeo. Me quedé varios
segundos pausado de mente y, tras
no encontrar nada después de haber
inspeccionado los orificios de salida
de agua, dejé aquel hecho en el
pasado; claramente parecía no tener
importancia en lo que representa la
realidad. Continué normalmente
con mi vida, nada nuevo ocurrió en
varias semanas subsiguientes; sin
embargo, al caer la primavera, tuve
otro encuentro con aquella cosa. En
ese instante también me pareció una
absurda alucinación, más que ya no
resulte un hecho aislado había
comenzado a inquietarme
inconscientemente. Mientras me
duchaba, comencé a notar un flujo
más pequeño y cortado de agua,
como si el grifo estuviese
obstruyéndose, y me llegó la nota de
aquel aroma particular, casi como
una bofetada invisible. Con los ojos
llenos del shampoó industrial de
dudosa procedencia que estaba
probando y con una mirada
achinada e irritada, intenté
contemplar el problema que
generaba el decaimiento del flujo de
agua, pero no vi nada. Tomé la
toalla y me sequé la cara y, para mi
sorpresa, cuando miré con claridad
la situación, un mechón de pelo
negro, desteñido y deshilachado tal
cual trapeador añejado, se escurría
rápidamente por los orificios de la
ducha. Me paralicé de nuevo, había
sido demasiado real, recuerdo haber
pensado que no existía fuerza lógica
necesaria en aquel sitio que hiciera
que se venza la fricción y la
gravedad, para hacer retroceder
aquellos elementos. Me dispuse a
desarmar el dispositivo, pero no
encontré obstáculo alguno, ni
elementos que resultasen fuera de lo
habitual; solo había un poco de
sarro y otro poco de óxido. Estaba
estresado, mi psicólogo me advirtió
que podrían ocurrirme sucesos
como estos, así que no le presté más
importancia. Nuevamente la vida
continuó y conocí a una chica
hermosa, que comenzó a frecuentar
mi casa con periodicidad. Allí todo
cambió para mí; más no lo digo por
mi condición mental, sino porque
ella fue la prueba fehaciente de que
yo no alucinaba en absoluto. En una
de las ocasiones en las que usó mi
inodoro, la oí dar un grito
desenfrenado al tirar la cadena.
Llegué de unos saltos a su lado e
intenté contenerla. Cuando se calmó
me afirmó ver un ojo aflorar desde
el interior y regresar a él junto al
movimiento de las aguas; en
realidad me contó entre lágrimas
que el ojo “miraba” y la había
mirado a ella. Comenzaron en mi
mente las sospechas de que tal vez
haya existido un asesinato en la
planta de tratamiento de aguas o
que existía una falla crítica en sus
sistemas de filtrados; aunque ambas
situaciones me sonaban un tanto
descabelladas. Eran ya dos
componentes humanos y una
sustancia extraña los que habían
aparecido. Llamé a la policía,
aunque se nos rieron en la cara. Allí
comprendí que mi teoría era
demasiado certera para no tener
evidencias y por lo incoherente que
sonaba, les comprendí. Ella no quiso
regresar jamás a mi hogar,
claramente aquello que vio la había
traumado. Tuve que aceptarlo, no
me quedó otra opción. No tuve
pruebas de la existencia de aquella
cosa en las cañerías, sino hasta el
hirviente veinte de enero del año
siguiente, en donde un líquido
negro salió del grifo, cuando estaba
cargando el agua de la pava para
preparar el mate. Ya saben, el olor a
Mirra era inconfundible e incluso se
había puesto tan potente que no me
quedaron dudas acerca de su
existencia en el plano material. De
inmediato me dirigí a un laboratorio
para que realicen estudios al agua.
Me respondieron al día siguiente,
confirmando que se trataba de una
especie de sangre, similar a la
humana, aunque tenía varios
componentes extraordinarios como
el Hollín y un componente químico
encontrado en algunas maderas. Me
dirigí a la policía con las pruebas y
en una semana, logré que
marcháramos hacia la planta de
tratamiento de aguas. Se hicieron
algunas pericias exhaustivas, más
todo estaba en su lugar, como tenía
que estar. Se enfadaron bastante
conmigo, sin embargo, nadie fue a
revisar mi casa. Contraté un
plomero y le pedí que desarme gran
parte de las cañerías, alegando que
necesitaba cambiarlas; claramente
mi hogar quedó parcialmente
destruido, pero yo necesitaba
encontrar al invasor. Por mucho que
buscamos en el transcurso de cuatro
meses, no hallamos nada.

Para la conclusión de ese año, es


decir, el anterior al que estamos
ahora; mi casa estaba refaccionada
por completo. Me dispuse a olvidar
aquellos momentos traumáticos y
quise seguir con mi vida. Lo cierto
es que la cosa apareció de nuevo y
en esta ocasión me desquició por
completo. Mientras estaba
limpiando la bañera, antes de
comenzar a llenarla, vi que un dedo
mugriento, grueso y con la uña
podrida intentaba salir por el
orificio de drenaje; nuevamente
aquel aroma, que ya se había
tornado desagradable, invadió todo
el cuarto. En esa ocasión no me
paralicé. Fui en busca de mi masa
de diez kilogramos y comencé a
destrozar la loza que formaba mi
bañera y los azulejos que le
circundaban. El dedo había
desaparecido de inmediato, pero no
podía estar muy lejos. Con medio
baño destrozado y sin encontrar
indicios de nada – con ausencia total
y plena de respuestas- caí sentado,
casi rendido, en el inodoro; y allí
ocurrió la tragedia. Un brazo
raquítico salió con fuerza desde las
profundidades y me arrancó los
genitales, pude verlo cuando bajaba
velozmente, escurriéndose hacia su
escondite en las cañerías. Mi grito
debió alertar a mis vecinos, porque
claramente me desmayé a los pocos
segundos de notar la gravedad de
los hechos y desperté en un
hospital; nadie más visitaba mi casa
con frecuencia, así que debieron ser
ellos los que alertaron a las
autoridades. Pensé que había sido
un sueño, pero lamentablemente fue
real. Sobreviví de milagro y he
perdido mi virilidad. Contraté una
empresa para que demoliera mi
casa, hasta los cimientos. Esa fue mi
venganza, aunque la verdad es que
nunca supe y creo que tampoco
sabré, que fue aquella cosa y cómo
hizo para moverse por las cañerías.
Solo sé que está por ahí y que
posiblemente pueda haber otras.
Plaga de insectos

Me llamó desesperado, exacerbados


sus sentidos, sumido en una crisis
que se figuraba en él sin
precedentes. Debí calmarlo para que
sus palabras sean más fieles a la
verdad del asunto, que a la fantasía
atribuida a los temores que le
estaban gobernando. Su relato fue
extenso y extravagante, increíble
para cualquiera que no lo conociese;
sin embargo, ya lo conocía bien. Él
no mentiría en eso; en realidad, no
mentiría en nada. Era de esas
personas que no toleran las bromas
innecesarias y mucho menos las que
se representan de mal gusto. Por
mucho que me hice la idea de que
estaba exagerando rotundamente,
viajé lo más rápido que pude a su
ayuda; más llegué tarde, justo para
presenciar el desastre. El tiempo que
perdimos en la llamada, sumado a
los cuarenta y tantos minutos que
nos separan, fueron los que
sentenciaron el trágico hecho del
que no llegue a salvarle. La casa era
un desastre, tendrían que verla con
sus propios ojos y sacar sus propias
conclusiones. Encontré desde un
hueco enorme en una pared – en el
que cabía una persona casi en su
posición erguida, hasta la
devastación casi completa de los
muebles del interior. Solo allí
comprendí la magnitud de la
cuestión que subestimé con
atelación. Para cuando pude
ingresar a su cuarto, ya estaba
muerto; apenas si quedan algunos
restos de su cuerpo como para
reconocerlo, pero fueron suficientes.
Quiero contarles su historia, ya que
él jamás podrá hacerlo. Creo que
debemos estar más alertas, ser más
precavidos, menos confianzudos y
prepararnos para lo que viene con
todas las armas que nos identifican
como raza.

“Todo comenzó con algunas


hormigas vagando dentro de mi
cuarto. A pesar de que maté a la de
reconocimiento, comenzaron a
llegar en tandas, primero y en
oleadas, luego. De tener alguna
aislada presencia en mi cuarto, las
terminé encontrando en toda la
casa, incluso subiendo por el
inodoro, saliendo por los
tomacorrientes eléctricos y dentro
de los electrodomésticos del baño y
la cocina. Me gasté todo el
insecticida en aerosol y, por aquel
momento, resultó suficiente. Fui a la
tienda de la esquina a comprar dos
más, claro; aunque en realidad no
serían suficientes, ni eficientes para
las amenazas que me esperarían
más tarde. Tuve algunas horas de
paz, es cierto; pero el segundo
batallón de insectos que apareció no
fueron hormigas, sino de horrendas
arañas. La primera fue pequeña y la
maté de la sorpresa, porque estaba
caminando por mi remera mientras
me encontraba tirado en la cama. La
segunda era bastante mayor en
tamaño y tenía varias líneas
amarillas que cruzaban su cuerpo.
Intenté atraparla dentro de un
recipiente para sacarla al patio,
puesto que es una especie
inofensiva que habita en los
jardines; pero cuando me acerque,
se subió a mi mano de un salto y del
pánico que me ahondó, la reventé
contra la pared. De su cuerpo
salieron varias arañas más pequeñas
y, para cuando me quise dar cuenta,
también tenía otras merodeando mi
piso. Comencé a desesperarme y
vacié por toda la casa los nuevos
aerosoles que acababa de comprar.
Fui en busca de otros, pero el
negocio acababa de cerrar y en
horario de siesta no tenía ninguna
otra tienda abierta en varios
kilómetros a la redonda. Regresé un
tanto acobardado y la impresión
que me generó la nueva sopresa,
concluyó por devastarme. Cuando
estaba revisando los recovecos de
mi casa, para ver cómo estaba la
condición de mis plagas, vi entre
mis sábanas a dos tarántulas
peludas de un tamaño tan enorme
que ni siquiera me atreví a
acercarme. Corrí hacia el garaje, en
busca de mi bate de madera y en el
camino me topé con una docena de
abejas, precedidas por otras tantas
avispas. Tuve que regresar tan
rápido como estaba yendo, puesto
que estaban en medio del paso y no
pretendían moverse. Ahora estoy
refugiado en el baño, tuve que
eliminar unas cuantas cucarachas
que salían por todos los orificios de
las griferías, a pesar de que en
condiciones normales no cabrían
por allí. No sé qué está ocurriendo,
por favor necesito ayuda. Llamé a
emergencias pero consideraron que
les estaba tomando el pelo, jugando
una broma; y no los culpo. ¿Quién
creería que un ejército de insectos
diversos invadió una casa de un
segundo para otro, amenazando la
vida de quién la habita? Creo que
acá estoy seguro, ya tapé todos los
ingresos, incluso el inodoro porque
ya estaba plagado de lombrices;
verdaderamente increíble y
detestable.”

Eso fue todo, luego cortó la llamada;


y aunque traté de llegar lo más
pronto que pude, como les dije
antes, fue tarde para él. Lo encontré
en el baño, devorada su piel por un
millar de hormigas que
abandonaron rápidamente su
cuerpo y salieron por el desagüe de
la bañera cuando me oyeron llegar.
Pude verlas en pleno abandono de
su accionar, como si estuvieran
jactándose de su logro. La policía
jamás comprendió la extrañeza de
aquella historia, aunque el registro
telefónico que realizó mi amigo,
comprometió al personal que
trabajaba atendiendo las llamadas
de emergencia. Yo quedé como el
primer sospechoso del hecho y
estuve varios días detenidos hasta
que las pericias determinaron que la
presencia de varias especies de
insectos había sido irrefutable en
aquella casa y en ese cuerpo y,
aunque jamás se encontró uno solo
de estos individuos con vida en la
zona, tuvieron que cerrar la
investigación de modo súbito con
esa sentencia. Algunos curiosos se
mantuvieron indagando por un
tiempo, intentando descifrar la
causa de la tragedia; sin embargo,
más allá de alguna teoría
descabellada, nada pudo resolverse
al respecto. Yo estoy seguro de que
no será una víctima aislada, de que
aquella fue una mera prueba de lo
que pueden hacer cuando se
organizan y un aviso de lo que son
capaces si los seguimos
extinguiendo.

La visita

Sin embargo, más allá de los meses


tortuosos que han transcurrido y lo
extenso que se han manifestado, no
he podido olvidarla. Su partida fue
un quiebre irreparable en mi psiquis
y en mi vida. Mi camino se torció en
aquel momento detestable y mi
razón perdió completamente la
guía. Ya no pude seguir con mi
trabajo por falta de concentración e
interés y me fui aislando. Varias
semanas me las pasé encerrado,
ahogado en la penuria más
tenebrosa y deplorable. Me convertí
en una piltrafa, sin emociones, ni
sueños. Estuve a punto de perder
mis esperanzas; pero entonces, ella
reavivó las cenizas que ostentaban
por secarse al aparecer de nuevo en
mi vida. Comenzó con una
manifestación dentro de un sueño,
que me permitió volver a dibujar
una sonrisa, aunque se desvaneció
con la vuelta a la realidad. Continuó
con visiones de su rostro en los
espejos y susurros de su voz
mientras me encontraba
abandonado en la cama, librado a
los caprichos del azar. Era como si
poco a poco estuviese recobrando el
aliento. Dejé los estupefacientes y
las bebidas, para comprobar que ella
no era un mero reflejo de mis
delirios y mi imaginación. Lo cierto
es que era real, de algún modo u
otro lograba comunicarse conmigo.
Me decía que estaba buscando la
manera de regresar y que iba a
requerir de mi ayuda y mi energía
para retornar al plano material. Me
cegué, créanme, mis ilusiones eran
plenas con aquella noticia. Confié en
aquel momento en que un poder
derivado del amor, lograría forjar el
milagro. Realmente la necesitaba y
la anhelaba; la miseria de mis días
se borraba con el simple hecho de
pensar en que existía una minúscula
posibilidad de tenerla de nuevo en
mis brazos. Aunque sea tuve que
haber sospechado de aquellas
ilusiones, más no lo hice. Insisto:
mis deseos de volver a verla
superaban cualquier otra línea de
pensamientos y por ello no logré
contemplar la realidad misteriosa
del asunto.

Realicé el ritual, tal cual me lo


detalló en una de sus tantas
apariciones. Conseguí los
ingredientes desagradables, restos
de fluidos animales y órganos
humanos frescos. Cometí muchos
crímenes para lograr mi cometido,
más creía firmemente en que hacía
lo correcto y valdría la pena. Está
mucho más que claro que se
ausentaban en mi mente los
fundamentos morales y que carecía
abstractamente de razón. La
ceremonia concluyó a la perfección,
lo hice minuciosamente, sin obviar
ningún detalle por pequeño que
pareciese. Entonces, ella apareció; y
de inmediato supe que había
cometido un repugnante error. Sus
gestos eran tan macabros que
apenas pude reconocerla. Su sonrisa
perfecta se había convertido en un
compendio de colmillos putrefactos
e irregulares; sus ojos cristalinos
estaban tan ensimismados en la
negrura que apenas podía
diferenciarse el iris, de las pupilas y
la córnea; su pelo tan bellamente
cuidado, era un rejunte
deshilachado de pabilos quemados.

-Soy Amón. –Exclamó con una voz


que aniquiló todos mis escrúpulos y
me hizo arrodillarme ante su
presencia.

-¿Qué quieres? ¿Dónde está ella?


-En mi infierno.

Fue allí como con el simple girar de


su cuello, acompañado de un mero
gesto de sus manos, todo a mí
alrededor comenzó a arder; pasó a
mi lado como si yo ni siquiera
existiese y comenzó con una
carnicería que creo que no va a tener
fin. Dentro de las llamas que
adornaban mi habitación, tuve la
pena de volver a ver a mi amada,
más prefería no haberlo hecho. Ella
estaba ardiendo en una especie de
celda de fuego, que parecía hacerle
retorcer del dolor, más no acababa
jamás con sus signos vitales.
Literalmente se encontraba en una
instancia de sufrimiento eterno y ni
siquiera logré acercarme para
intentar ayudarla. He cometido una
locura, lo acepto y puede que
nuestra extinción tenga algo que ver
con mis errores; sin embargo, estimo
que si no lo lograba conmigo,
buscaría otro alma en pena y osaría
aprovechar su desesperación como
lo hizo con la mía. A veces el amor
te ciega y no hay defensa, uno no la
encuentra.

Nacido en la oscuridad

Perdimos a nuestro hijo hace varios


meses, fue infausto y devastador.
Ella tropezó estando de cuatro
hermosos meses y golpeó con su
vientre en el filo un mueble de
madera. No nos dejó siquiera
reaccionar, casi de inmediato lo
expulsó en el inodoro y se perdió
por el desagüe. Fue la tragedia más
grande de nuestras vidas y, sin
embargo, acá estamos, tratando de
remontar vuelo y cubrir las
infecciones derivadas de aquella
herida. Fue sumamente difícil, creo
que confirmarlo resulta acaso un
absurdo, pero estamos rehaciendo
nuestros sentimientos desde
aquellas cenizas que quedaron en
nuestros corazones. Todo venía
marchando a la orden, estábamos
aprendido a sobrevivir al fatídico
acto que marcó nuestra existencia,
más comenzamos a escuchar un
llanto que nos volvió a sumir en la
miseria caótica de la nostalgia; y no
solo eso, la historia comenzó a
volverse inaguantable, quizás algo
sombría e infeliz en el extremo más
extremo de la palabra.

Aquel llanto que inició con baja


intensidad y frecuencia, comenzó a
crecer progresivamente, haciendo
eco en toda la casa: era el de un
bebé, inevitablemente. Por
momentos era constante y en
ocasiones intermitente; más siempre
era suficiente para arrancarnos un
poco más de valor del alma y razón
de la mente. No quisimos decir nada
a nadie, temimos estar
enloqueciendo; por ello intentamos
ignorarlo en mutuo acuerdo con mi
amada. Tenía que ser una
representación baste fiel de nuestro
dolor, manifestada de algún modo
en una realidad compartida. Ya no
permitimos que nadie ingrese a
nuestro hogar –aunque en realidad
creo que de hogar ya le quedaba
poco- nos sentíamos invadidos y
amenazados; temerosos de que nos
lleven a recordar algún presagio de
la desdicha y por sobre todo, que
nos corten la ilusión de que no
existía tal voz. Paranoicos parece ser
la palabra precisa. Supongo que nos
encariñamos de algún modo con
aquel sonar retumbante; era lo único
que, aunque absurdamente, nos
mantenía unidos a nuestra pérdida.

Aquello que estimamos solo duraría


algunas semanas, se convirtió en
algunos meses y luego en años.
Fuera de nuestra casa nuestra vida
era medianamente promedio, pero
dentro de ella todo era brumoso y
amargo. Nos apegamos
desaforadamente a aquel llanto, que
incluso parecía madurar con el
tiempo. Era una expresión de dolor,
más que de alegría, más era lo único
que nos mantenía el recuerdo de
nuestro pequeño ángel caído. Aquel
sonido se fue convirtiendo en una
especie de queja, en la
manifestación sonora de un dolor
inaguantable e ineludible. Ya no nos
agradó en absoluto, se tornó
tortuoso también para nosotros. Por
primera vez dejamos que alguien
ingrese a nuestra morada opaca,
para corroborar si también oía
aquella voz de lamento. Un amigo
que tenemos en común con mi
querida compañera, ingresó y lo oyó
de inmediato; quedó horrorizado.
Nos dijo que había alguien en la
casa, en algún lugar y por mucho
que buscó, no encontró siquiera
algunos minúsculos rastros de vida.
Nos convenció de llamar a las
autoridades y, por mucho que nos
opusimos al comienzo,
comprendimos que vivir así era
insano. Lo bueno, por llamarlo de
alguna manera, es que ahora
sabíamos que el alarido era real y no
un mero producto de nuestro dolor
e imaginación. La policía llegó
primero y solicitó ayuda de los
bomberos. No nos creyeron la
historia del por qué no avisamos
antes, ni que hubiésemos estado
escuchado esos quejidos por tanto
tiempo; y tenía mucho sentido que
no nos crean, el simple hecho de
decirlo sonaba a una locura si
gollete. Ellos procedieron de
inmediato. Tenían la seguridad de
que estaba tras las paredes; sin
embargo, desmantelaron media casa
y no encontraron nada. El gemido se
seguía oyendo y cada vez era más
horrendo. Mandaron a pedir un
sistema moderno de escaneo y
descubrieron que había algo vivo en
las cañerías del desagüe, algo que se
arrastraba lentamente. Allí todos
nos pusimos doblemente alertas.
Intervinieron los medios y llegó un
equipo especial de rescate, uno de
proteccionistas de animales y otro
del gobierno. Era un suceso extraño
y nadie imaginaba que podría ser
aquella criatura. Fueron tres días en
donde circularon las versiones más
descabelladas. Rompieron con
cuidado la zona, intentando no
dañar a la víctima del encierro y,
cuando dieron con él, más de la
mitad se descompuso y la otra
mitad quedó helada en una especie
de trauma visual. Nosotros
desbordamos en llanto y angustia.
Una especie de organismo humano
deforme, con un ojo, una boca y
todo un cuerpo fino y largo, similar
a una serpiente fue lo que hallaron.
Perdió la vida en el mismo instante
en el que tuvo contacto con el
ambiente exterior. Más allá de las
barrabasadas que siguieron
exponiéndose, nosotros supimos
que eso era nuestro hijo, dado por
muerto en el aborto y superviviente
de alguna manera estrafalaria.
Jamás nos perdonamos. Nuestra
teoría se comprobó meses más
tarde, tenía nuestro ADN. Nos
explicaron que por una extraña
razón, logró sobrevivir y
alimentarse de los desechos allí
hallados, adaptándose al ambiente y
evolucionando con tal adaptación.
Ambos fuimos a prisión por una
causa que no comprendimos, sin
embargo ya nada nos importaba; el
castigo más cruel de nuestra vida ya
lo habíamos sufrido. Ella se suicidó
y yo estoy aquí, escribiendo mi
última nota. Es lo que merecemos,
sin dudarlo.
El cuadro de la abuela

Siempre tuve malas rachas con mis


relaciones, cuando me disponía
llevarlas a mi cama. Me resultaba
sumamente extraño, porque existía
en ocasiones una conexión plena e
incluso en otros sitios de la casa, el
auto o en cualquier otro sitio
distinto a aquel desbordábamos de
placer. Sin embargo, cada vez que
tocábamos mi cama, algo fallaba y,
generalmente, perdía esa conexión
con la otra persona, llevando unión
a un fracaso estrepitoso. Les juro
que hice de todo, cambié las
sábanas, las frazadas, el colchón; las
almohadas, los colores de las
paredes, las cortinas de las ventanas
e incluso el revestimiento del techo.
Todo era igual, el mismo efecto
cuando me disponía a acostarme en
ese sitio con una mujer; algo les
desagradaba rotundamente y las
alejaba, mientras que a mí me
inhibía por completo como si
estuviese carente de deseo. Me
estaba volviendo loco, no podía ser
que todo indicio de lujuria acabara
en ese cuarto, que tan grato me era
para descansar. Invité a una pareja
amiga a que hiciera sus asuntos en
el sitio y me sacaran la duda si se
trataba de algo genérico o solo
ocurría conmigo; y aceptaron con
entusiasmo de aventura. Ellos no
tuvieron inconveniente alguno,
incluso les agradó bastante; la cosa
era conmigo y empezaba a
confirmarlo. Removí todo,
absolutamente todo lo que encontré
a modo decorativo; gracias a la
recomendación de un místico que
tenía amplios conocimientos de feng
shui y que vive en mi pueblo. Me
aseguró que había alguien que
estaba interfiriendo y que lo hacía
mediante una foto u objeto; que
existía una energía unipersonal que
se oponía a mi libertad sexual.
Conocí a una chica que realmente
me gustaba y, tomadas todas
precauciones anteriores, me dispuse
a probar con ella. Me sentía
confiado de que en aquella ocasión
funcionase; más estaba errado en el
presentimiento. Me rechazó
horriblemente en el preciso instante
en el que nos abalanzamos sobre las
sábanas y terminó odiándome como
las anteriores. Sinceramente me
costó mucho comprenderlo, porque
de estar en proceso de
enamoramiento, terminé siendo un
ser despreciable para ellas, cuando
no hice nada para merecerlo;
simplemente era automático al
comenzar a besarnos dentro de mis
aposentos. Cuando les preguntaban
por qué se habían alejado, ni
siquiera lo sabían; fue triste,
créanme. Lo cierto es que me
resigné a seguir llevando mujeres a
la casa; incluso me volví una
persona solitaria, de relaciones
pasajeras. Varios años después de
aquellos sucesos, creí haber
encontrado el origen del problema,
aunque sigo ahora incluso sin
comprenderlo. En medio de una
remodelación de la casa, una
vibración generó una rajadura en la
pared que da al respaldar de la
cama. Al comenzar su refacción,
noté que existía en ese sitio, una
cavidad hueca de gran porte.
Creyendo que era un problema
estructural, continué indagando
para asegurarme de que la
reparación sea completa y duradera
en el tiempo; pero para mi sorpresa,
me encontré con un cuadro. Una
señora mayor, de cara sumamente
arrugada y ceño reñido me miraba
fijamente, con un gesto de
desaprobación y creo que con algo
de desprecio. Les aseguro que
cuando la miré a los ojos y la
sostuve por un tiempo en mis
manos, noté como una energía
pesada me invadía y todo lo que
tenía que ver el positivismo y la
energía se aplacaba. Era el cuadro,
sin dudas, el origen de todos mis
males sexuales. Tras consultar con
mis padres, me dijeron que esa
señora era mi abuela, fallecida
cuando yo apenas había nacido y
que desconocían de la existencia del
cuadro, oculto en ese sitio. Quise
dejarles su retrato, más no quisieron
ni tocarlo. Había algo que me
ocultaban, era evidente. De igual
modo, mis problemas parecían
resueltos. Sé que fue cruel, pero lo
incineré en el siguiente asado que
preparé a modo de desquite y
festejo. Me pasé los siguientes diez
años intentando llevar a otra mujer
a mi cuarto para comprobar mi
teoría, pero no lo logré; ya había
perdido mi toque. Su maldición fue
extendida a mi ser; evidentemente
cometí un grave error al desecharlo
de esa manera. Había algo de bruja
en sus gestos, debí ser más
precavido.
El carnicero del pueblo

Nuestro pueblo cambió


contundentemente hace algunos
pocos años, con la llegada de
Ernesto, el primer carnicero en
varios kilómetros a la redonda.
Acostumbrados a ser agricultores y
pescadores por varias generaciones
–para no decir por todas-, alejados
de la sociedad urbanizada, venimos
incorporando desde hace incontable
tiempo, una alimentación reducida
en carnes rojas. La caza ya no era
habitual, porque en nuestra zona no
quedaban muchos animales
comestibles; nuestros antecesores se
encargaron de acabar con todos
ellos al realizar un acecho
descontrolado. Por eso su aparición
fue más que bienvenida y todos
estuvimos conformes y felices con
que elija quedarse. Nos trajo de todo
de tipo, formas y tamaños de cortes,
desde piezas frescas, hasta
elaborados y envasados. Con
nuestro cambio alimenticio, cambió
toda nuestra vida; en la mayoría de
los casos fue para bien. Por un lapso
aproximado de dos años, todo
marchó a la perfección y creo que
todos dejamos nuestras ganancias
en aquel lugar, degustando todo lo
que Ernesto tenía para ofrecernos;
más una crisis llegó a la región e
incluso el costo de los transportes
fue tan elevado, que él ya no pudo
mantener los precios. El capitalismo
descontrolado que urgía en las
grandes ciudades, también nos
había alcanzado con sus efectos. Al
elevar tanto el costo de la carne,
nosotros no pudimos seguir
consumiendo y toda la economía en
torno a ella fue devastada. Nosotros
vivimos siempre con poco y nos fue
posible adquirir ganancias de otros
sitios, no existía nada, ni nadie cerca
para explotar. La carnicería debió
cerrar, pero Ernesto prometió
regresar con soluciones; y así lo hizo
algunos meses más tarde.
Aprovechando nuestra abstinencia,
eterna para nosotros, llegó
nuevamente repleto de todo tipo de
cortes y variedades. Eran bastante
diferentes a las anteriores, pero no
dejaban de ser una excelente opción
para realizar una comida asada. El
sol volvía a salir para nosotros en
las cosechas y las pescas, al margen
de que él había logrado reducir
inmensamente los costos de su
mercadería. Tuvimos varios meses
de gloria, hasta que el primer niño
enfermó gravemente, muriendo en
el breve lapso de una semana. El
médico del pueblo, que era
autodidacta, indicó que se había
intoxicado; sin embargo, nadie hizo
nada más que apoyar a la familia
del difunto e intentar que
continuase con su vida y sus
actividades. El problema se fue
resaltando cuando aquel primer
niño se convirtió en una docena y
luego en una centena. Casi todos los
jóvenes del pueblo enfermaron y
algunos vieron el cese de su vida;
muchos adolescentes y mayores
sufrieron las mismas consecuencias.
El pueblo entró en desesperación,
nadie sabía qué ocurría. Varios
emigraron y otros comenzaron a ser
cautelosos, tanto que se volvieron
obsesivos con sus cuidados. Todos
apuntaron a una plaga en las
cosechas o a una contaminación de
las aguas; pero hubo una niña
adolescente que expuso con firmeza
que el problema era Ernesto, su
carnicería y su carne. Claro que no
fue escuchada en absoluto, aquel
sitio nos había cambiado la vida y
nos la había hecho mucho más feliz;
Ernesto era para nosotros como una
especie de salvador que había
logrado acabar con nuestra pobreza
musculoesquelética. Además ella
era vegetariana y amante de los
animales, era comprensible que
apuntase a quien los vendía sin vida
para alimentarnos. Sin embargo,
aquella pequeña no se rindió y
comenzó a indagar por su cuenta.
Lo que tenía a su favor, era la propia
evidencia de que estaba en perfecto
estado de salud, a pesar de haber
comido de las cosechas y bebido de
las aguas del río. Tras algunos días
de logística y planificación, logró
sacarle las llaves del local a su
dueño, ingresando al mismo por la
noche, de modo cauteloso,
buscando ser otra sombra que se
pierde en la oscuridad de la noche.
Pidió prestada una cámara al
fotógrafo del pueblo y se escabulló
en el interior de la carnicería. Quedó
horrorizada, espantada, paralizada.
El frízer de almacenamiento estaba
repleto de perros, gatos, liebres y
hasta de extremidades humanas;
todo colgado y seccionado con
nombres de corte de vaca, ternera,
cerdo y demás. Comenzó a tomar
evidencia fotográfica de todas
aquellas horrendas pruebas, pero un
aborrecimiento interno le llevó a
descomponerse de la turbación. Se
dispuso a salir antes de
desvanecerse, más escuchó un
portazo en el ingreso principal y
supo de inmediato que era
demasiado tarde para ella. Envolvió
la cámara en un film protector que
halló en el sitio y la arrojó por una
de las ventanas; el olor
nauseabundo que perpetuaba
aquellos pasillos hizo que se
desmaye y ya no se la ha vuelto a
ver. La mañana siguiente las fotos
fueron encontradas y entregadas a
la policía local que debió acudir a la
gran ciudad para que lleguen los
peritos expertos. El carnicero fue
acusado de homicidio agravado por
la muerte de la joven, que estaba
descuartizada y colgada como
cortes de carne. De igual modo se
sigue investigando la procedencia
del resto de los cortes. El pueblo
entró en pánico y, desde aquel
momento, ya no ha vuelto a
consumir nada que no resulta de su
propia cosecha o su propia caza.

Con piel de cordero

Hay un dicho popular que dice que


la mejor manera de ocultar algo, es
dejarlo plenamente a la vista de
todos. Al parecer, estamos
acostumbrados a buscar lo
complejo, a pesar de que las
soluciones siempre están en la
simplicidad del asunto.

La catedral de Saint Jonhson, es una


de las más prestigiosas del mundo y
miles de los personajes más celebres
de cada época han ido a visitarla a
lo largo de la historia. Decorada con
las obras de arte más antiguas y
excelsas, construida con la
arquitectura más osada y de un
porte magnánimo, está postulada a
ser una futura maravilla del mundo,
compitiendo directamente con el
puente colgante del atlántico.
Custodiada las 24Hs. del día, los 7
días a la semana, por un ejército
táctico especial denominado: los
ángeles de la tierra, también resulta
hoy en día uno de los sitios más
seguros de nuestra esfera. En su
interior se realizan los casamientos
más conmemorativos, glamurosos y
costos del presente; y aunque se
dicta una misa por día, siempre
queda una cola extensa de personas
afuera, lamentando su oportunidad
de haber llegado a ingresar entre los
cinco mil afortunados del cupo
diario. Los requisitos que han
colocado para ser partícipes de
alguna ceremonia en la catedral son
extremos; debiendo las personas
dejarse requisar, pasando por varios
tipos de escáners y ojos humanos.
Sin embargo, parece a nadie
importarle eso; toda la sociedad
vive ilusionada con poder ingresar a
tal prestigioso edificio y codearse
con los funcionarios de más alto
rango de la esfera, con los
multimillonarios más reservados y
también con varios famosos que
comparten la religión o
simplemente desean conocer la
magnificencia de aquella obra obra.

Pero no todo es color de rosas en


aquel sitio; también se esconden allí
varios oscuros secretos, más estos
no son tan conocidos como lo que
acabo de narrarles. Un gran número
de personas importantes han visto
mermada gravemente su salud y
otras han perdido la vida por
enfermedades agudas, adquiridas
semanas después de haber visitado
aquel sitio. Claramente el primer
centenar pasó desapercibido,
porque no existía una relación
directa que sea palpable; y la
millonada de personas que pasaban
por allí, lo hacían parecer una mera
coincidencia, que incluso ni siquiera
era considerada. Más yo comencé
una investigación. Eran muy
puntuales los afectados: O tenían un
alto mando político, o eran célebres
influenciadores de la sociedad, o
mantenían un poder adquisitivo
capaz de mover montañas. Para mí
era evidente, no podía ser una
simple eventualidad; porque si bien
las enfermedades eran diferentes,
les afectaba incluso a las personas
que habían vivido toda su vida con
un historial clínico intachable. Me
dispuse a formar parte de la
manada de personajes que hacen
espera para poder colarme en
alguna de las ceremonias; necesitaba
sacar conclusiones más puntuales,
vivirlo desde dentro. Tenía que
observar más detalles, para poder
poner en jaque a los organizadores
de aquellos actos criminales que
estaba seguro que habían cometido;
y sabía que solo podía realizarlo
indagando internamente. Por unas
semanas quedé afuera,
contemplando con ojo de halcón
todos los movimientos; aunque no
logré notar nada extraño, más allá
de lo que ya conocía. Las personas
VIP seguían viendo deterioradas sus
funciones, uno a uno y poco a poco;
sin embargo nadie sospechaba.
¿Acaso podían ser tan ciegos o yo
estaba paranoico? Cuando llegó mi
momento, entré ilusionado; la
espera te duplica las ansias, de eso
no quedan dudas. La magia de
aquel sitio me sacudió un poco los
escrúpulos, quedé fascinado con lo
que veía; más me concentré en mi
objetivo. Los asientos estaban
dispuestos en cinco largas columnas
de no sé cuántas filas, en aquel
enrome palacio; los cristales
multicolores y las gárgolas internas
eran más increíbles desde dentro y
vistas en persona que lo que podía
rescatarse de los escasos videos
filtrados que existían en la web. La
guardia era tan sorprendente como
la estructura edilicia; no exagero si
digo que la seguridad parecía
similar al que tienen los servicios de
inteligencia en alguna de sus sedes
fuera de la central. Escuché al
orador con muy poca atención, más
bien centré mi atención en la gente y
el entorno. Era sorprendente la
cantidad de almas que se
encontraban albergadas en aquel
lugar. Comprendí que muchos ni
siquiera escuchaban, tenían su
mirada clavada en la arquitectura o
en alguna persona reconocida.
También los estaban los que iban
con sus cámaras ocultas intentando
rescatar imágenes para subir a
internet; más a todos los que pude
ver, se los llevó la guardia. Sobre la
mitad del proceso, el obispo llamó a
cuatro colaboradores y dispuso dos
a cada uno de sus lados. Cada uno
poseía una bolsa enorme, de un
blanco brillante, y se le entrego una
al pontífice. Cada fila de cada
columna comenzó a avanzar
ordenadamente, de adelante hacia
atrás y de izquierda a derecha.
Caminaban hasta el obispo o su
colaborador y obtenían de él una
ostia blanca, que ingerían de
inmediato mientras escuchaban los
susurros de quienes las entregaban.
Claro que seguí el juego al pie de la
letra, sin embargo, mis ojos se
mantenían clavados en los
movimientos extraños que pudiesen
surgir. Pensé que descifrar algún
misterio hubiese sido algo complejo,
pero resultó ser tan sencillo que
hasta lo consideré patético. En cada
columna se entregó una ostia de
otro color e incluso se festejó a cada
persona que “por azar” la recibió.
Decían que en la semana estaría
bendecida por Dios. Claramente
pensé que ellas serían las que luego
enfermarían y sufrirían el cese de su
vida, puesto que en consonancia era
gente poderosa. Pero era muy obvio
y eso me desilusionó. La ceremonia
terminó y me sentí un poco
frustrado con la resolución de
aquellos acontecimientos. No había
logrado sacar nada en claro, más
que lo aparente. Me dispuse a
seguir de cerca en las redes sociales
a las personas “elegidas” y, por un
lapso de tres meses, no demostraron
cambios significativos en su salud.
Aunque yo sí enfermé, y lo hice
gravemente. Ahora estoy a punto de
enfrentar una operación que no creo
poder superar; por ello extiendo mi
investigación a quien desee
continuarla. Sin embargo, me
gustaría aclarar: “tengan mucho
cuidado, porque ellos están
observando y claramente son
mucho más inteligentes que
nosotros.”
La sonrisa oscura

Nuevamente nos tocó improvisar


unas vacaciones precoces que no
cumplían las expectativas de
nuestros deseos. Mi trabajo seguía
tan intenso como cada año de los
anteriores. Mi mujer se notó molesta
por primera ocasión desde que
tengo el placer de conocerla; y tenía
toda la razón, sobraban los motivos
para hacerlo. Mis hijos, aun siendo
pequeños, también demostraron su
desconformidad; tal vez porque les
había prometido ir a otro lugar, por
mucho más tiempo, o quizás
imitaron fielmente los sentimientos
de su madre. De igual manera,
encontré el modo de animarlos. Les
aseguré que los cinco días serían
intensos que acabarían agotados y
que los disfrutaríamos como una
aventura sorprendente. También les
di mi palabra de que cada cuatro o
cinco meses realizaríamos otros
viajes a otros destinos, supongo que
eso fue lo que alivió un poco la soga
en mi cuello. Lo cierto es que me
pareció buena idea llevarlos a la
inauguración de un parque de
diversiones en la costa sur de la
provincia. Habían bombardeado las
calles, las instalaciones y todos los
medios digitales con folletos
promocionales. Aparentaba ser algo
tan inédito como sorprendente, algo
a la medida del coloso de
Norteamérica. Incluso era imposible
negarse al anuncio: “Vengan al
parque temático móvil de
diversiones más extravagante,
colosal y sorprendente; todos los
juegos son gratis por la primera
semana; con el coste de la entrada se
sortearán dos autos 0 Km.” Como
bien decían los folletos, el boleto de
ingreso era bastante costoso, pero te
daba libre acceso a todas las
instalaciones con las que contaban.
Como tenían preventa con
descuento, ya me las había apañado
para comprar cuatro; por ello, por
mucho que mi querida esposa se
opuso a ir, la tuve que convencer de
que no existía otra opción; que era
tarde retroceder sobre mis pasos.
Claramente los chicos estuvieron
más que felices con la elección, con
ella olvidaron todos sus gestos
berrinches y volvieron a idolatrarme
como el mejor padre de todos los
tiempos. Preparamos lo necesario y
partimos, dispuestos a aprovechar
cada segundo de la magnífica
travesía que nos aguardaba.

El viaje pasó sin sobresaltos y en el


transcurso de unas pocas horas,
habíamos llegado a destino. La
grandiosidad de aquellas
estructuras podía contemplarse
desde lejos. Sorprendente por ser un
parque que se monta y desmonta en
pocos meses. Mi esposa cambió su
cara de descontento al verlo,
también le pareció una maravilla y
comenzó a emocionarse como
nosotros con recorrerlo en su
totalidad. Era casi tan grande como
un pueblo promedio, no exagero.
Aquel parque prometía diversión,
terror y un sinfín de
acontecimientos deslumbradores; de
eso no quedaban dudas. Llegamos,
e ingresamos de inmediato. Hicimos
un recorrido de cateo, para conocer
al coloso desde dentro y contemplar
cautelosamente por dónde
comenzar. Es evidente que la
primera impresión debía ser
alucinante y sin embargo, teníamos
que dejar la épica para cerrar la
semana. Estaba el desollador de
valentía, la guadaña de los héroes,
el cóctel de sentimientos, el camino
del guerrero, la metralleta humana,
el potenciamiedos y miles de juegos
más que tampoco había visto jamás
en mi vida. Teníamos cinco días
para probar todas aquellas
distracciones; sin embargo, noté de
pronto que no llegaríamos a cumplir
con esa premisa. Incluso aunque
fuésemos los únicos en el parque,
supongo que no lo lograríamos. El
hotel podía esperar, no era lo más
importante en aquel momento. Las
mareas de personas no dejaban de
llegar, miles y miles de familias
parecían estar tan alteradas
emocionalmente como nosotros con
la aparición del parque. Decidimos
que la espera era suficiente y
comenzamos a probar los juegos.
Ingresamos primeramente al
destronador de ánimas: un sendero
oscuro en donde aparecían
personajes espeluznantes de manera
sorpresiva, voces satánicas, destellos
y ruidos intensos; esas cosas, ya
saben. Se me estremeció la piel y los
niños quedaron aterrados, al igual
que mi mujer. Fue magnánimo, la
verdad; no pude distinguir la ficción
de la realidad, salvo porque
mantuve la consciencia de que
estábamos en un juego que buscaría
cumplir ese efecto. Luego, nos
avocamos al descensor de Anubis,
en donde una especie de ascensor
ubicado sobre un pozo de
profundidad insospechada, caía
estrepitosamente hasta una
distancia aterradora, repleta de
oscuridad y luego volvía a la
superficie. Subimos todos juntos y
terminamos con náuseas; supongo
que es un juego reservado para los
aventureros extremos. Nos
dispusimos entonces a tomar un
refresco, mientras nos
recuperábamos de aquella sacudida
estomacal. Fue allí como, sentado en
una mesa del bar, vi entre la gente
una carpa pequeña y en muy mal
estado, que desentonaba tanto con
el resto de las atracciones que la
gente que pasaba a su lado siquiera
la percibía. Me paré sin decir nada
y, como si estuviese en piloto
automático, me dirigí hacia ella. Mi
familia me contempló en silencio,
sin hacer siquiera el menor esfuerzo
por detenerme; estaban todavía
alborotados orgánicamente como
para realizar algún razonamiento
que les llevé a la acción de frenar mi
avance. Llegué de inmediato e
ingresé sin titubeos. Adentro se
encontraba un anciano de pelos
grises como estropajos y barba de
gran porte, en iguales condiciones.
Mi hija pequeña llegó tras de mí y
me tomó de la mano. El hombre
habló. Su voz era ronca e intensa en
volumen, tal como si fumase varios
atados de cigarrillos al día, por el
transcurso de varios años. Me
preguntó, sin más:

- ¿Osas venir a ver al niño de la


sonrisa oscura?
- Claro – Le conteste ilusionado
por encontrar otra maravillosa
atracción.

Entonces levantó una lona y detrás


de ella había una jaula, y dentro de
ella un niño de ojos tristes.

- ¿Está loco? – Grité, con un


tono desquiciado.

Mis impulsos de padre me llevaron


a reaccionar, sin preguntar siquiera
las condiciones de la atracción. No
me interesó en aquel momento cual
era el rol de cada uno, simplemente
enloquecí al ver un niño enjaulado.
- Tranquilo, es mi hijo, y la jaula
es necesaria.
- No comprendo.
- Si logras sacarle una sonrisa,
te llevas un peluche tamaño
humano.
- Hecho.

Entonces, antes de que yo pudiese


actuar, mi niña se acercó a la jaula y
miró al niño directamente a los ojos.
Este sonrió.

- Felicitaciones –Exclamó el
viejo.

Les juro que solo aparté mi mente


por unos segundos, pero para
cuando volví a mirar a la jaula; mi
pequeña ya no estaba y aquel niño
tampoco. Comencé a sentirme
mareado y me desmayé.
La policía me despertó, junto a mi
mujer. Todo estaba dando vueltas
en mi cabeza. Sus lágrimas me
indicaron que algo malo estaba
ocurriendo.

- ¡Nuestra hija! ¡Nuestra hija!


¿Qué le hiciste? ¿Dónde está?

Eso fue suficiente como para que me


levante como un resorte. Miré hacia
todo mi entorno cercano y ella no se
encontraba; sin embargo, en su
lugar había un peluche, tamaño
humano, que llevaba su rostro.

Los investigadores indagaron de


inmediato, tratando de encontrar a
los responsables; sin embargo, nadie
recuerda haber visto la carpa, ni al
viejo, ni al niño. Incluso los
administradores lograron demostrar
que jamás existió nada de ello en
sus instalaciones.

El peluche sigue hoy en día


reposando sobre su cama, tengo que
aceptar que hay algo de ella dentro,
a pesar de los médicos, los
sacerdotes y los psíquicos aseguran
que es un simple muñeco. Me
acusaron de secuestro, pero como
no había pruebas en mi contra,
debieron dejarme en libertad. Desde
aquel día sigo al parque a donde
quiera que vaya y busco entre sus
instalaciones aquella vieja carpa,
para dar con aquel viejo y aquel
niño; con la esperanza de que una
sonrisa me devuelva de nuevo a mi
niña.
El ojo espía

Esta noche tiene que ser diferente


¡Al fin!

Mañana no tengo necesidad de


madrugar ¡Qué soltura!

Tantos días continuados de trabajo


arduo, verán al fin una mera
recompensa de placer. Las copas de
ese Malbec cosecha tardía, deberían
ser suficientes como para que quede
planchado como un angelito. La
soledad merodea en mi cuarto, no
hay gatos ni ratas en los paredones
aledaños para alarmar a mis perras
y desquiciarlas, las mascotas de las
casas vecinas parecen estar también
en calma, no hay viento ni lluvia;
silencio total, en conclusión. Esta
condición ambiental es difícilmente
asequible por estos barrios y que
justo hoy se hayan propiciado todos
los factores positivos, me convierten
en un afortunado y en esta noche en
una grata condecoración del
Universo.

Perfumé mi cama y mi almohada


con esencia de cereza, aromaticé el
cuarto con un humificador cargado
con gotas de aceite esencial de
lavanda, apagué todas las luces para
que solo quede un tenue resplandor
del fuego de la estufa a leña que se
encuentra en mi cuarto y me
dispuse a zambullirme en mi lecho,
mientras estrenaba mi almohada
viscoelástica nueva. ¡Qué delicia!
Esta situación es para mí un gran
sinónimo de felicidad. Cierro los
ojos y me relajo, pero mi mente está
acelerada y debo apaciguarla. El
ritmo que trae mi vida, difiere casi
opuestamente de estas condiciones
y debo acostumbrarme rápido a
ellas para disfrutarlas a pleno.
Comienzo a realizar inspiraciones
profundas y aplico una de las tantas
técnicas de relajación que aprendí
en aquellas clases de yoga
concurridas antaño. Todo parece
empezar a precipitarse para que
pueda conciliar un sueño perfecto;
más tuve la mísera y absurda
necesidad de abrir un ojo y husmear
hacia la puerta de mi cuarto.
Créanme que me aborda la
horrenda sensación de que alguien
me está observando en este instante.
La hendija de la puerta está
levemente abierta y ya no recuerdo
si fui yo quien la he dejado de ese
modo o si me movió por una causa
que desconozco. Miro fijamente por
unos instantes, más nada extraño
encuentro en el sitio. Retomo
entonces mi ejercicio de intentar el
desplome de mi mente que, un poco
más alterada que antes, vuelve a un
nuevo estado de relajación. Mi
cuerpo tenso, no tarda en entregarse
al apogeo de la serenidad que reina
sobre mi cama. En esta ocasión creo
que visité por unos eternos
microsegundos las tierras de
Morfeo; sin embargo, desperté de
un salto, con un espasmo horrible
en mi corazón. Miro hacia la puerta
nuevamente y tras la misma hendija
que antes noté entreabierta, me
pareció ver un ojo que me está
mirando. No contemplo nada más:
ni un cuerpo, ni oí un sonido, ni veo
sombras; simplemente un ojo, de iris
tan blanco como la córnea, posando
sobre la parte superior de la puerta.
Me levanto de inmediato, tomo el
hierro que mantiene flotando a las
cortinas de la ventana de mi cuarto,
que causalmente estaban pegadas a
mi cama. Me acerco con sigilo y, sin
mermas, abro de par en par la
abertura edilicia; pero nadie se
encuentra al otro lado de mis
aposentos. Prendo todas las luces de
la casa y busco en los sitios en
donde cabría una persona; reviso
todos los posibles ingresos y, al
notar que era imposible la existencia
de un ser ajeno en mi morada, mi
mente vuelve a calmarse. Decido
entonces regresar bajo mis sábanas.
En esta ocasión, la puerta de mi
cuarto quedó cerrada. Vuelvo a
apaciguar las aguas en mi mente,
procurando en esta ocasión, hacerlo
durante toda la noche. Me lo
merezco, es un hecho y
horriblemente no lo estoy
disfrutando. Subo la potencia de la
estufa, porque el calor me lleva a
dormir con mayor facilidad; abrazo
con fuerza a mi almohada
alternativa de plumas – la que uso
bajo mis rodillas cuando tengo
lumbalgia- y me libero a los juegos
del inconsciente. Aunque me dormí
casi de inmediato, algo me hizo
despertar de un salto,
aproximadamente unos veinte
minutos más tarde. Mi exaltación
fue tal, que casi caigo de mi cama.
Me pongo en estado de alerta,
inconscientemente claro, en posición
de defensa; buscando el motivo que
había logrado irrumpir mi sueño de
aquella manera. A pesar de que en
mi cuarto no hay nada, el detalle
que me inquieta es el de mi puerta,
que vuelve a estar levemente
abierta. Retomo mi accionar,
levantándome ahora irritado y
revisando cada hueco de la casa,
prendiendo cada luz y estando
atento a cada detalle; más el
resultado sigue siendo nulo. Lo
cierto es que, al regresar de nuevo a
mi habitación y cerrar la puerta con
media vuelta de llave, me lanzo con
resignación sobre mi colchón;
desplomado por la impotencia de
no poder resolver mis problemas
psico-ambientales. Siento una
angustia pequeña en el pecho que
casi me hace derrumbar la reserva
de lágrimas acumuladas que tengo
en el alma. Comienzo a dar vueltas
en mi cama y, en uno de mis tantos
vistazos a la puerta, vuelvo a
encontrarla abierta; y detrás de
aquella minúscula abertura que se
presenta de nuevo, el ojo me
contempla expectante. Quedo
paralizado, no les voy a mentir; y de
inmediato me tapo completamente
con todas mis sábanas y mi frazada.
En esta ocasión no me caben dudas
de que la puerta debía estar cerrada
con llave; esa cosa, sea lo que sea,
existe y me está asechando. Cinco
minutos de silencio absoluto
trascurren, en donde solo oigo mi
agitada respiración; aunque dentro
de mi mente el alboroto es la
constancia reinante. Me dispongo a
mirar nuevamente, deseando que
aquella mirada despreciable no se
encontrase; sin embargo, allí
permanece. Cambio entonces mi
estrategia y dejo que una valentía
inconsecuente predomine ante mi
terror. De un grito lo invito a pasar
y de un salto me preparo para
enfrentarle. Pero tampoco se movió.
Aquel ojo horrible permanece
inamovible y por mucho que me
acerque, no puedo distinguir las
facciones del rostro que lo portan.
Entonces, acobardado por completo,
decido prender la luz de mi cuarto,
para revelar de una vez su
identidad. Me acerco a la tecla con
sigilo y la activo, sin agregar más
preludios; más, al hacerlo, el ojo
desapareció. Vuelvo a recorrer toda
la casa y todos los huecos, y no
obtengo ni un mísero resultado
positivo; me quedo nuevamente sin
respuestas que logren calmarme,
aunque sea con una trágica certeza.

Regreso a mi cuarto y, al fin, pude


dormir. Me acabo de despertar y me
dirijo al baño, mientras me
desperezo. Al contemplar mi reflejo
en el espejo del botiquín, recuerdo
la triste realidad de esta historia.
Aquel ojo era el mío, el que perdí en
una jornada desafortunada de
pesca.

Ánimas en la noche
Nueve meses pasaron ya de aquella
tragedia, donde mi pequeña perdió
la vida de modo repentino. Nueve
meses casi sin dormir y exento de
calma, con la angustia permanente
adosada a mi cuerpo, con el alma
fragmentada y la mente
descentrada. Por mucho que
quieran consolarme, yo sé bien que
fue mi culpa; ella era mi
responsabilidad y estaba conmigo
en el momento del accidente. Yo
pude haberlo evitado ¡Claro que
pude! Pero no hice nada, solo me
quedé congelado. La vi morir en mis
brazos, esfumándose todos mis
sueños en una última lágrima que
pareció haber secado mis emociones
positivas. ¿Cómo creen que puedo
seguir viviendo después de eso? Mi
esposa me abandonó y con razón;
noté el odio en sus ojos, cuando
soltó su último adiós. Le supliqué a
la policía que me castigue; más
insistieron en que yo no lo merecía.
“Fue un accidente”- Recuerdo que
repetían. ¿Cómo no lo voy a
merecer? Si permití que lo más
hermoso que se nos había otorgado,
cese su camino de manera
prematura; si le impedí a una nueva
vida danzar por las telas del
camino. Sin embargo, a pesar de sus
decretos sin sentido, no puedo
seguir sin pagar el precio; por mi
falta de competencia, he perdido lo
que más amaba y he cortado las alas
de un ángel que comenzaba a
remontar vuelo con sumo brillo.

Ahora todo es tan oscuro como lo


fue aquel hediondo día. Tengo una
ceguera en el alma que no me
permite ver más allá del pasado
lastimoso. No me quedaron ánimos
de limpiar, de cocinar, siquiera de
salir al exterior. Mi casa se convirtió
en el mismo desastre en el que yo
me convertí. Debo haber perdido mi
trabajo y a mis amigos; puesto que
ya nadie llama y nadie viene. Todo
lo que hago es mirar una y otra vez
sus fotos, añorando que esa sonrisa
celestial se me manifieste y me
devuelva el espíritu al cuerpo. Sé
que esta noche volveré a verla, ya ha
aparecido antes; aunque se marcha
antes de que pueda acercarme a
abrazarla. No sé si ese es el tiempo
que le permiten, o si es el que logra
cruzar a este plano; más debo estar
más alerta para aprovecharla sin
reservas.

Preparé el terreno para propiciar su


llegada: la radio en una frecuencia
desocupada, el televisor en un canal
sin señal, mi mente en estado de
éxtasis; todo está a la orden de su
manifestación. Estoy listo, solo es
cuestión de esperar unos
segundos…

Y ahí está ella, como siempre: tan


hermosa e inocente.

- Hija, amor mío, ven a darme


un abrazo. ¿Quién es tu
amigo? ¿Por qué lo trajiste a
casa? ¿Qué demonios le estás
haciendo?

Intenté correr a socorrerla, pero


apenas si llegué a dar un primer
paso. Otra vez había dejado que me
la arrebaten. Esa criatura
abominable de facciones putrefactas
la descuartizó ante mis ojos, no
puedo creerlo; y ahora viene hacia
mí. Estoy rendido ante la miseria,
antes de comenzar la lucha que me
espera; sé que ya he perdido.
Supongo que esta es una batalla que
debo pelear para unirme con ella;
aunque más que una lucha, sé que
será un sacrificio.

También podría gustarte