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Melina Rodríguez - Cuerpos para Otros PDF

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“Cuerpos para otros”

Autora: Melina Rodriguez

Universidad de Buenos Aires

Facultad de Psicología

Junio de 2013

Introducción

La Ley de Protección Integral a las Mujeres define a la violencia de genero


como toda conducta, acción u omisión que de manera directa o indirecta, tanto
en el ámbito publico como en el privado, basada en una relación desigual de
poder, afecte la vida de las mujeres, su libertad, dignidad, integridad física,
psicológica, sexual, económica o patrimonial, y su seguridad personal. El
artículo 5 de la citada ley, define distintos tipos de violencia contra las mujeres:
física, psicológica, sexual, económica-patrimonial y simbólica. Todas estas
formas de violencia afectan a las mujeres tanto en el ámbito de sus relaciones
personales como en su integración a la sociedad.

En este trabajo nos centraremos en una forma puntual de ejercer violencia


sobre las mujeres: el acoso callejero y los abusos sexuales en espacios
públicos. El acoso se define como toda conducta llevada a cabo por un
individuo que genere una molestia o incomodidad en otro de manera repetida.
Existen distintos tipos de acoso y se pueden dar tanto en el ámbito privado
como en el ámbito público. Dentro de este último es que se incluye al acoso
callejero. Podemos definirlo como el hostigamiento, siempre con tinte sexual,
que realizan los hombres sobre las mujeres en un ámbito público en particular:
la calle. Incluye gestos y miradas lascivas, silbidos, comentarios, insultos,
exhibicionismo y seguimientos. "El acoso en las calles ocurre cuando uno o
más hombres extraños acosan a una o más mujeres (…) en un lugar público
que no es el lugar de trabajo de la mujer. A través de miradas, palabras o
gestos, el hombre afirma su derecho a entrometerse en la atención de la mujer,
1
definiéndola como un objeto sexual, y obligándola a interactuar con él." Son
aquellas palabras y acciones no deseadas por parte de quienes las recibe,
realizadas por desconocidos en lugares públicos que están motivados por el
género e invaden el espacio físico y emocional de las mujeres. En los casos
más extremos puede incluir o llevar a manoseos e incluso violaciones.

La violencia contra las mujeres tiene una dinámica propia, diferente de la


violencia social y de la que se ejerce contra los varones. Esto es importante
porque a menudo se la suele diluir en la violencia general que afecta a las
sociedades en crisis y por lo tanto se la justifica de diversas maneras. A lo largo
de este trabajo desarrollaremos cuáles son los componentes básicos, como
creencias y mitos, más comunes en la actualidad, que conforman los universos
de significaciones imaginarias sociales en relación al acoso callejero y a los
abusos sexuales. Estos forman parte de la constitución de las subjetividades
femeninas y masculinas, y son funcionales a la producción y reproducción de
estas prácticas de poder masculino.

Desarrollo

El acoso callejero es una de las formas más comunes de violencia de género,


ya que lo experimentan diariamente la gran mayoría de las mujeres, sin
importar edad, clase social ni etnia. Lo ubicamos como un tipo de violencia
psicológica ya que busca controlar las acciones, comportamientos y decisiones
de las mujeres. Por ejemplo en base a este tipo de acoso, muchas mujeres
optan por no transitar solas por la calle o a determinados horarios, o por
determinadas zonas en particular. También muchas llegan a modificar su
manera de vestir y su actitud en la calle, por ejemplo mantener la mirada en el
piso o no mirar a los ojos a los hombres que pasan a su lado. La mayoría
tampoco acostumbra contestarle a un hombre desconocido cuando este hace

1
Di Leonardo, M.: "La Economía Política del Acoso Callejero", Departamento de Antropología,
Universidad de California, EE.UU. 1981.
algún comentario sobre su cuerpo en el espacio público. Todos estos tipos de
controles se logran a través del hostigamiento, la humillación, la culpabilización,
la vigilancia constante, el insulto, la persecución, la ridiculización y la limitación
del derecho de circulación, causando graves perjuicios en la autonomía y
autodeterminación de las mujeres.

En los casos más extremos puede derivar en manoseos o incluso violaciones,


lo que pasaría a configurar un abuso sexual. En ese caso se agregaría otro tipo
de violencia, la sexual, la cual es definida como cualquier acción que implique
la vulneración en todas sus formas, con o sin acceso genital, del derecho de la
mujer de decidir voluntariamente acerca de su vida sexual, a través de
amenazas o uso de la fuerza.

También queda implicada la violencia de tipo simbólica. Este es un concepto


elaborado por el sociólogo francés Pirre Bourdieu en la década del ’70. Se
utiliza para definir un tipo de violencia no física, que puede ser percibida o no, y
que se ejerce de manera cotidiana de distintas maneras. Así se reproduce la
dominación, la desigualdad y la discriminación en las relaciones sociales,
naturalizando la subordinación de la mujer en la sociedad y dejándola expuesta
a las situaciones de acoso y abuso. Su eficacia reside en mensajes, valores o
estereotipos, tales como la mujer-objeto, quien para ser reconocida debe
comportarse como objeto de atracción sexual para el hombre. La incorporación
de estos esquemas simbólicos recrea culturalmente la dominación masculina,
reproduciendo un modelo, un estereotipo de mujer y de género que justifica la
opresión.

La eficacia de las estrategias simbólicas de nuestra cultura no es menor que la


eficacia de las prácticas que se realizan en acto sobre los cuerpos. A través de
ambas se consolida un mismo pacto, por el cual es posible construir una
feminidad más pasiva que activa, más objeto que sujeto. Esto funciona como
soporte-garante de una masculinidad definida relacionalmente con una virilidad
activa y como sujetos de deseo y de derecho. En base a esto podemos afirmar
que el acoso callejero es una práctica de poder masculino que se inscribe en
las relaciones desiguales de género, y es uno de los modos más naturalizados
del intento de apropiarse de la identidad de las mujeres a través del dominio de
sus cuerpos, llevando a la mujer a un estado de indefensión, caracterizado por
sentimientos de miedo y culpa.

Para que la violencia del acoso y del abuso existan, es necesario que la
sociedad haya, previamente, fragilizado e inferiorizado al grupo social que es
objeto de esa violencia. Solo se victimiza a aquel colectivo que es percibido
como inferior, y así se legitiman todos los actos de discriminación en contra de
ese grupo, en este caso las mujeres. Los procesos de fragilización e
interiorización operan como naturalizaciones, conformando invisibles sociales.
La naturalización de la discriminación no es un proceso espontáneo sino que
hay que producirlo, y en esta producción de naturalidad juega un papel decisivo
la formación de consenso (de lo contrario, el orden del colectivo discriminado
solo podría mantenerse de forma represiva). A través del consenso, los
diferentes actores sociales, incluso los perjudicados, dan por natural este
estado de cosas. Una de las condiciones necesarias para la producción y el
mantenimiento de esos consensos en nuestra sociedad es que la
discriminación permanezca oculta. Estas violencias invisibles, para ser
eficaces, necesitan implicar una dimensión subjetiva que sostenga ese
consenso desde determinadas significaciones imaginarias que establecen
relaciones de sentido social. Pasaremos a puntualizar algunas de las creencias
y mitos que componen más comúnmente estos universos de sentido social
actual.

En el texto “De la opción “sexo o muerte” a la transacción “sexo x vida””, Inés


Hercovich explica uno de estos argumentos, a través del cual se intenta quitar
toda responsabilidad a los hombres como actores principales de esta forma de
violencia. Aunque la autora se centra en la violencia sexual, sus explicaciones
se aplican también a la violencia psicológica del acoso callejero, si la pensamos
como paso previo necesario para que los extremos del abuso y la violación
tengan lugar en esos ámbitos. Ella define el paradigma de la culpabilización de
la mujer en estos casos, a través de la cual se intenta ubicar en la “naturaleza
provocadora” de la misma, la causa que explica y justifica la violencia. Según
esta representación social la mujer despliega su seducción y provoca al
hombre a través de diversas conductas, como puede ser su modo de vestir.
Entonces, esto nos lleva a pensar que la acción acosadora y abusadora del
varón es en realidad, una respuesta a la incitación femenina que llegó primero.
Este imaginario alberga la conocida frase “ella se lo buscó”. Diversas actitudes
y conductas de las mujeres son interpretadas como un llamado al hombre por
lo cual ellas pasan a ser participantes activas de la situación, poniendo en
evidencia algo de su deseo. Suele pensarse la existencia de algo inherente al
ser femenino por lo cual la mujer desea este “reconocimiento” del hombre, el
cual con su mirada la define y alimenta su narcisismo. En base a esto se
sostiene la creencia de que las mujeres disfrutan con estas situaciones y por
eso buscan generarlas.

Estas creencias están íntimamente asociadas con la trivialización de las


manifestaciones masculinas de violencia tanto física como psíquica, y también
con la erotización de los vínculos violentos. Al utilizar los estándares
masculinos para establecer el nivel y el tipo de violencia que se requiere para
que una conducta sea considerada violenta, y al suponer en las mujeres la
misma asociación entre violencia y erotismo que caracteriza la sexualidad de
los hombres en nuestra sociedad actual, se minimizan estos hechos y los
padecimientos que estos generan en gran parte de las mujeres.

Creemos que si realmente la intención fuera halagar a una mujer, por ejemplo a
través de un “piropo”, este contacto se realizaría cara a cara y de manera
totalmente audible para que la receptora pudiera entenderlo, sin decirlo por la
espalda, ni susurrando o gritando y por supuesto, no incluiría insultos. También
se llevaría a cabo en un ámbito de confianza, comodidad e intimidad. En
cambio, si alguien se acerca a una persona desconocida, de la cual no se ha
obtenido ningún indicio de interés, por ejemplo alguien que camina
tranquilamente por la calle, y se emite una opinión sobre su cuerpo, forma de
vestir o de caminar, esta no está siendo halagada sino incomodada y agredida.
Entonces el mal llamado “piropo” no es un intento de seducción viable ya que
no hay un intercambio entre un hombre que halaga y una mujer que responde,
se trata más de una descarga que la mujer recibe y debe aceptar pasivamente,
lo que no suele resultar agradable. Es una de las tantas formas que el
patriarcado tiene para hacer ver el cuerpo de las mujeres como un objeto de su
propiedad que como tal puede ser tocado y maltratado, y sobre el cual se
puede opinar libremente. Es una manera de quitar independencia a las mujeres
que por estas situaciones suelen circular de manera más insegura por los
espacios públicos, volviéndolas vulnerables y dependientes. Una parte de esta
dependencia se basa en aquella protección que ofrecería salir siempre
acompañada por algún hombre conocido. Cuando las mujeres circulan junto a
una posible pareja heterosexual o cualquier otro hombre que se supone tiene la
función de cuidado, como puede ser un hermano mayor o un padre, las
situaciones de acoso suelen disminuir en su totalidad. Esto no sucede de la
misma forma si las mujeres están acompañadas por otras mujeres, incluso si
son un grupo numeroso, esto no cohíbe a los acosadores ya que se asume que
quien es merecedor de respeto es el hombre y si esto se realiza en su
presencia sería una ofensa en su contra y no de la mujer.

Retomando a la autora Inés Hercovich, ella describe también una mirada


victimizadora, la cual se expresa fundamentalmente en muchos de los
discursos psicológicos y médicos. Desde esta versión la mujer tiene un destino
marcado por su biología y también por la subordinación social, que es su
actitud interior y anterior de sometimiento, que la determina a priori. En esta
trama, la distribución del poder es casi inmodificable y condiciona a mujeres y
hombres a perpetuarla indefectiblemente. Las victimas son inocentes e
indefensas, es decir, más objetos que sujetos. Como sostén de esta versión
vemos actuar al mito de la pasividad femenina que desarrolla Ana María
Fernández en “La mujer de la ilusión”. Desde un discurso esencialista y
globalizante, se le adjudica al ser femenino la característica natural o biológica
de la pasividad. De manera relacional y en equivalencia simbólica queda
establecido entonces que la característica de actividad y dominio será
eminentemente masculina.

Esto nos conecta directamente con las creencias establecidas en relación a las
características de la masculinidad (no cualquiera sino la hegemónica). Suele
adjudicarse como característica universal de la sexualidad de los hombres un
instinto sexual irrefrenable, compulsivo y automático, ligado a cierto nivel de
agresividad típico en relación al erotismo. Es por esto que las acciones de
acoso y de abuso pueden ser vistas como propias de la naturaleza del hombre,
lo que le quita toda responsabilidad al mismo, ya que no puede ser controlado.
Estas características son marcas de virilidad, la cual se pone en escena desde
juegos de asalto y conquista llevados a cabo por los varones, mientras las
mujeres se mantienen en su lugar de objeto. La pasivización de las mujeres
sostiene este tipo de virilidad específico, garantizando el protagonismo erótico
del varón. Esto se contrapone con los datos que arrojan los estudios
cuantitativos en relación a las violaciones sexuales, los cuales indican que el
80% de los casos se trata de ataques planificados, en donde la víctima y la
oportunidad son cuidadosamente elegidas por el hombre.2 Hay una
planificación racional, lo que no es compatible con la urgencia del instinto.

Existe otra creencia que muchas veces puede ir acompañando a la que


acabamos de explicar o puede presentarse contradiciéndola. Se trata de
aquella que caracteriza a los hombres acosadores y abusadores como
personas enfermas, con personalidades psicopáticas, sujetos que han sido
marginados socialmente o que se encuentran bajo los efectos del alcohol o las
drogas al momento de cometer estos actos. Nuevamente encontramos datos
estadísticos que muestran una realidad contrapuesta a esta creencia: la
comunidad “Paremos el acoso callejero” realizó en 2008 una encuesta en los
45 estados de los Estados Unidos la cual arrojó como resultado que el 99% de
las mujeres indicó haber sido acosada en la calle u otros espacios públicos
como plazas y diversos transportes. Este mismo estudio fue llevado a cabo en
distintos países abarcando todos los continentes y se obtuvieron siempre cifras
similares, lo que demuestra que estas situaciones no son excepcionales, sino
todo lo contrario.

En relación a esto es cita obligada la autora Eva Giberti, quien explica: “Los
violadores no son enfermos. Salvo situaciones excepcionales de hombres
compulsivos que clínicamente son diagnosticados con una severa alteración
hormonal, la gran mayoría de los violadores son gozadores del abuso de poder.
(…) El alcohol o las drogas no empujan a ningún hombre a golpear o matar a
una mujer, sino que forman parte del placer del abuso del poder. (…) Todos
estos delitos como las violaciones, los maltratos a mujeres o los abusos

2
Hercovich, I.: “De la opción “sexo o muerte” a la transacción “sexo x vida”” en “Las mujeres de la
Imaginación Colectiva”, Ed. Paidos, Buenos Aires, 1992.
sexuales son el resultado de un abuso de poder”.3 Desde esta perspectiva, no
se puede hablar de una cura para aquellos hombres que acosan y abusan de
las mujeres, porque no se trata de una enfermedad individual, sino de una
cuestión social que implica la distribución desigual del poder por género. De
hecho, la gran mayoría de los hombres que comente acoso callejero e incluso
abusos sexuales, son perfectamente normales, cultos, sanos, de posición
social y económica no marginal, que no suelen ser conscientes de lo que esos
actos significan para la mujer. Por último, en los casos de violación, ha sido
comprobado que el 60% de los hombres que las comenten tiene una vida
sexual normal4 y que solo el 3% son psicóticos y presentan una capacidad de
violencia superior a lo que se podría considerar como normal5.

Conclusión

Este conjunto resumido de las creencias y mitos que conforman el universo de


significaciones imaginarias sociales más comunes sobre el acoso callejero y los
abusos sexuales en ese ámbito, son los que se inscriben en la constitución de
subjetividades tanto masculinas como femeninas a lo largo del tiempo, y
permiten mantener el consenso social necesario para que estas formas de
violencia se sigan perpetuando. Estos conforman una estructura de violencia
que se aprende en la familia, se refuerza en la sociedad civil y se legitima
desde las instituciones (tal es así que, en Argentina, de todas las situaciones
de violencia de género que incluimos dentro del acoso callejero, solo es
considerado un delito el exhibicionismo (artículo 129 del Código Penal,
perteneciente a los “delitos contra la integridad sexual”)).

3
Giberti, E.: “Los violadores no son enfermos”, Diario El Territorio, Buenos Aires, Argentina, 7 de
Octubre de 2012.
4
Amir, M.: “Patrones de violación a través del uso de la fuerza”, Illinois, Universidad de Chicago, EE.UU,
1989.
5
Alexander, K. y Walldon, C.: “Reclamando nuestras vidas”, Massachusetts, Departamento de Salud
Pública, EE.UU, 1985.
El fin último de la continuidad de estas prácticas es la restricción de la
autonomía de las mujeres entendida como un término político y su reducción a
una propiedad más del varón. La autonomía de genero la desmarcamos aquí
de cualquier psicología del yo y la definimos como el grado de libertad que una
mujer tiene para actuar de acuerdo a su elección y producir acciones
deliberadas (voluntad). Ser subjetivadas como sujetas de derecho implicaría
que pudieran desestimar sus históricas circulaciones públicas marginales. Si
bien la autonomía que logren alcanzar las mujeres no depende solamente de
sus voluntades personales, también puede pensarse que “siempre es factible
forzar los límites de lo posible e inventar existenciarios que potencien e
incrementen libertades” (Fernández, pag.69, 2009). En este caso, eso
significará abrir interrogación, problematizar críticamente aquellos procesos de
naturalización por las cuales se sostienen estas formas de violencia.

En los últimos años las iniciativas de lucha contra el acoso callejero han ido
aumentando. En nuestro país existe la campaña de Hollaback atrévete,
también presente en otros países latinoamericanos como Perú y Colombia, y
se ha creado un grupo de Facebook llamado “No al acoso callejero o piropos”
que tiene más de 4.500 seguidores. En Ecuador se ha lanzado la campaña
“Quiero andar tranquila”, y en Chile el Servicio Nacional de la Mujer creó un
proyecto titulado “Levanta la voz si no te respetan”. En todos los casos los
objetivos son similares: debatir e informar a la sociedad entera sobre esta
forma de violencia, sobre sus causas y sus consecuencias, difundir las
conductas preventivas y educar acerca de cómo reaccionar frente a estos
ataques. Estudiar esta problemática es pertinente en la medida en que se
comprenda que deben ser transformadas todas aquellas realidades que han
sido naturalizadas, las cuales han violentado históricamente a las mujeres y
vulnerado sus derechos. Así comienza a ponerse en crisis la legitimidad que
durante mucho tiempo sostuvo estas prácticas. Esto no quiere decir que las
mismas quedarán suprimidas en lo inmediato ni que desaparecerán
rápidamente, pero puede ser un paso más hacia la lenta creación de un nuevo
paradigma legitimador de la igualdad en la diferencia.
Bibliografía

- Di Leonardo, M.: "La Economía Política del Acoso Callejero",


Departamento de Antropología, Universidad de California, EE.UU. 1981.

- Fernández, A.M.: “Historia de la histeria o histeria de la historia”, “La


política de la diferencia: subordinaciones y rebeldías” y “La mujer de la
ilusión” en “La mujer de la ilusión”, Ed. Paidos, Buenos Aires, 1994. Cap.
3, 5 y 10.

- Fernández, A. M. “Introducción” en “Las mujeres en la imaginación


colectiva”, Paidós, Buenos Aires, 1992.

- Fernández, A. M. y Giberti, E.: “La mujer y la violencia invisible”,


Introducción, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1989.

- Fernández, A. M.: “Violencias, desigualaciones y géneros” y “Lógicas de


género: territorios en disputa” en “Las lógicas sexuales: amor, política y
violencias”, Ed. Nueva Visión, Buenos Aires, 2009. Cap. 1 y 2.

- Giberti, E.: “Los violadores no son enfermos”, Diario El Territorio, Buenos


Aires, Argentina, 7 de Octubre de 2012.

- Hercovich, I.: “De la opción “sexo o muerte” a la transacción “sexo x


vida”” en “Las mujeres de la Imaginación Colectiva”, Ed. Paidos, Buenos
Aires, 1992.

- http://buenosaires.ihollaback.org

- http://paremoselacosocallejero.wordpress.com

- http://www.infoleg.gov.ar/infolegInternet/anexos/150000-
154999/152155/norma.htm

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