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Individualismo y Mundo Natural-R PDF
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INDIVIDUALISMO
Y MUNDO NATURAL
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Además de haber sido, en el pasado,
también geocidas?
Leonardo Boff
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1. LA CREATIVIDAD DE LA CODICIA.
La codicia, aquella ansiedad irrefrenable y excesiva de acumular riquezas que
viene acompañando al ser humano desde la Antigüedad, no descansa, es
insaciable, no admite reparos morales ni límites físicos. Por el contrario, es
capaz de desarrollar una insensata y febril creatividad que le permita sortear la
moral y derribar y traspasar las barreras físicas y en general, todo obstáculo de
cualquier dimensión que impida su desbordado afán acumulador de riqueza. La
conducta de la agresividad, el saqueo, y la injusticia, anida en las entrañas de
la codicia y sólo se detiene y cambia de rumbo cuando nada queda, cuando
todo está arrasado.
Todo indica que la codicia anidó en el ser humano hace ya muchos miles de
años, cuando en el mundo natural y ecológicamente pleno de las primeras
aldeas agrícolas, se produjo ocasionalmente una sobreproducción que permitió
vislumbrar la posibilidad de acumular excedentes agrícolas como medio de
garantizar la sobrevivencia por períodos más prolongados. Quienes
aprendieron a manejar y ordenar esos excedentes adquirieron poco a poco una
jerarquía superior, creando vínculos de poder, privilegio y dependencia dentro
de estas sociedades que hasta entonces eran igualitarias y comunitarias. Bien
pronto este poder, adquirido a partir del conocimiento y la técnica para
acumular riqueza agrícola, abrió el camino a otras formas de poder como la
posesión y acumulación de seres humanos y de minerales atractivos y únicos
como el oro, la plata y las piedras preciosas que, desde entonces, pasaron a
ser símbolos estables de control y dominio de unos pocos sobre otros muchos.
Ese mismo poder demandó el privilegio de unas mejores condiciones de
alojamiento dando lugar al surgimiento de un oficio especializado que más
adelante sería reconocido como arquitectura. El parto de la codicia estaba
ocurriendo y en tal acontecimiento se iniciaba el resquebrajamiento de la
solidaridad humana, el cual se ha ido acrecentando considerablemente desde
entonces hasta nuestros días.
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americanos y africanos. Según Eduardo Galeano 1, sociedades enteras fueron
aniquiladas o descuartizadas; en un siglo, sobrevivieron aproximadamente 6
millones de unos 82 millones de indígenas que habitaban América antes de
1492. Este colosal genocidio, el más grande de la historia humana, ha sido
ocultado cuidadosa y eficientemente por la historia occidental y desde hace
unos 3 siglos, los niños de las Américas lo aprenden a conocer piadosa y
benévolamente como la cristianización de América. Galeano, al preguntarse a
cuántas Hiroshimas equivalieron los exterminios sucesivos de la esclavitud,
responde con un estudio de Caio Prado según el cual, hasta principios del siglo
XIX habían llegado, sólo al Brasil, entre cinco y seis millones de esclavos
africanos2. En el naciente capitalismo, la codicia humana demostraba ser
capaz de cualquier nivel de monstruosidad con tal de responder su insaciable e
infame voracidad.
1
Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina, Bogotá 2.000, págs. 71 a 114
2
Eduardo Galeano, Opus cit. Pàgs. 101 a 112.
3
Sergio Bagú, Economía de la sociedad colonial. Ensayo de historia comparada de América Latina,
Buenos Aires, 1949. pág. 38.
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construcción de los grandes palacios y mansiones sino para hacer el esplendor
de Londres hacia la mitad del siglo XIX.
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El Homo Sapiens aparece hace unos 160.000 años y vive unos 152.000 años, como los demás seres
vivientes, en una conducta de solidaridad y complementariedad con todo el mundo natural. Las primeras
civilizaciones surgen hace apenas unos 8.000 años, lo que apenas constituye el 2% de la historia humana.
La Civilización Occidental surge en la Grecia Clásica, hace unos 2.600 años y el capitalismo moderno
industrial, hace unos 200 años, desarrollando progresivamente una conducta antagónica a la originaria de
su especie Homo Sapiens. Nota del autor.
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Sin embargo, esta importancia del individuo se torna paradójica en los siglos
XIX y XX. En la moderna división del trabajo, el hombre no puede desarrollar su
potencial ni establecer unas relaciones a plenitud con sus semejantes pues en
la nueva sociedad industrial capitalista, su especialización lo compartimenta
socialmente, limitando sus relaciones humanas al ámbito profesional y al trato
de los más allegados. El individuo, y más específicamente su personalidad, va
desapareciendo detrás de sus funciones productivas, opacando y restringiendo
su verdadero potencial humano. Y por supuesto, surge el imperio del dinero
que de raíz transforma la realidad: todo lo existente, personas y objetos, ha de
ser apto para el cambio, todo se convierte en mercancía, todo se transforma en
un vasto sistema ideológico donde las relaciones del mundo de la vida son
reducidas al cálculo y la racionalidad. Así, aislado y hecho mercancía, lo
humano de cada individuo inicia un peligroso proceso de deterioro.
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más abundante e inimaginable oferta de aparatos y utensilios para la
producción y reproducción de la vida material. Su posesión significa felicidad,
confort, estatus.
4. LA HABITABILIDAD INDIVIDUALISTA.
El mejor escenario de verificación de los resultados de este modelo es la gran
ciudad, la metrópolis donde el desarrollo se fundamenta en la racionalidad
industrial. Esa racionalidad productiva permea todo ámbito de actividad
humana. Habitar la metrópolis exige una sociabilidad calculadora, una
capacidad especial de orientar todo tipo de relación con precisión, certeza y
frialdad. La razón es simple: al entronizar el individualismo en la sociedad, se
ha entronizado la codicia. Desatado el individualismo, posible en tanto pueda
tener objetos, cada uno está en capacidad de tener más que los demás y ello,
lógicamente produce una competitividad ferozmente agresiva. El
individualismo, irá aceptando en el más alto lugar de los valores sociales al
egoísmo, generando unas relaciones formales y frías entre personas de un
modo tal que cada cual es tratado como un medio y donde la actitud
calculadora desplaza el sentimiento y la espontaneidad. Se trata sin embargo
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de un egoísmo a la defensiva, pues frente a esa cultura desbordada, que
abruma con su permanente novedad, se hace urgente y necesario preservar el
yo y evitar su disgregación.
Pero esta sociedad moderna, que se presentaba como el marco ideal para una
gran autonomía de lo humano, resultó generando una profunda indiferencia
hacia los demás. La estructura de la división del trabajo especializado, lejos de
ser un conjunto armónico de unidades distintas orientadas al beneficio de la
sociedad, lejos de facilitar la realización de la condición humana, una vez que
el individuo hubiera encontrado el lugar que más se ajustara a sus capacidades
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personales, resultó ser fuente de una atomización nueva, desconocida. La
colectividad no resultó ser un conjunto de ciudadanos sino una multitud de
seres individualistas, viviendo una cotidianidad angosta, movidos por objetivos
utilitaristas y mezquinos, con una cultura ramplona y con una indiferencia
generalizada que ahoga todo rasgo de interés en lo público.
Miles de conflictos y guerras de todo orden y tamaño han hecho del siglo XX
un siglo difícil de definir en lo que a la idea de progreso se refiere. De las dos
guerras mundiales de 1914-1918 y 1939-1945, han emergido los EE.UU.,
como la gran potencia mundial y en la alborada del siglo XXI, como el único y
enorme imperio, en realidad, el más grande de la historia. Hoy en día, su
poderío industrial, tecno científico y militar rebasa a gran distancia al de
cualquier otro país de la Tierra. Desde la segunda mitad del siglo XX, vienen
realizando una bien calculada estrategia de diversa agresividad sobre los
diferentes países del mundo. El fin es por supuesto, apropiar la riqueza de cada
uno de ellos, para lo cual establecen y sostienen un dominio económico y
político, empleando según sea el caso, toda forma de intervención incluyendo
la militar, con el objetivo de des-estructurar sus culturas y economías, para re-
estructurarlas y ponerlas al servicio de sus propios intereses.
La apropiación de las riquezas de las naciones, por parte de los EE.UU. ha sido
todo un éxito y gracias a ello han logrado ocupar el primer puesto en la
economía mundial. Objetivo central de su política imperial ha sido el
sostenimiento de esa posición económica y de su consecuente calidad de vida,
para lo cual se ha permitido conseguir el 51% de la energía que actualmente se
produce en la Tierra, lo que significa que sus 294 millones de habitantes, en un
planeta habitado por 6.500 millones, se apoderan de un poco más de la mitad
de esa energía. Pero semejante arbitrariedad no termina ahí: otros 14 países,
que constituyen el grueso de los demás países capitalistas desarrollados,
consumen otro 20% más, lo que le deja apenas un 29% de la energía terrestre
a los 178 países restantes de la Tierra. Irónicamente, son estos 15 países
liderados por los EE.UU., quienes en nombre de la democracia, se reúnen
periódicamente en grandes foros mundiales para discutir estrategias
supuestamente encaminadas a combatir el hambre y promover el progreso y
desarrollo de un planeta al que injustamente le arrebatan casi toda su energía.
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¿Cuál es esta calidad de vida que hace que los norteamericanos, que son
apenas el 4.9% de la población mundial, acaparen el 51% de la energía que se
produce en la Tierra?
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Tocqueville Alexis, La democracia en América, Garnier Flammarion, Paris, 1981.
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Sólo hay dos posibilidades. En la primera, el modelo continuaría hasta que esa
insensatez arrastre a los norteamericanos y con ellos, a la Humanidad, a un
impensable abismo de agotamiento de energía en todos los continentes. Se
trataría de un escenario dantesco de conflictos, saqueo y hambre, es decir, un
escenario donde se multiplicaría horrorosamente toda aquella agresividad e
injusticia producida en los últimos 300 años. En esta primera posibilidad, se
sobre entiende que los sucesivos gobiernos norteamericanos posteriores al
presidente Bush, van a continuar la política de codicia, demencialmente
agresiva y van a llegar a un punto de no retorno donde, caídos ya en
desesperación final ante sus desastrosos resultados, aplicarán
inmisericordemente su poderío militar con tal de mantener su privilegiado e
injusto modo de vida. Sería el final apocalíptico de un imperio que ha logrado
serlo mediante el saqueo de las riquezas del planeta y también mediante la
acogida de las imágenes y realidades efímeras que ha proyectado en las
demás naciones. Pero tales imágenes ya nunca jamás serían fructíferas: en
este caso la única retribución sería la de un infierno globalmente desatado por
el consecuente y generalizado odio del resto de los pueblos.
Esta primera posibilidad ya está ocurriendo. En los primeros años del siglo XXI,
las estadísticas recogidas por el PNUD (Programa de Naciones Unidas para el
Desarrollo)6 nos informan unas cifras escalofriantes: de los 6.000 millones de
habitantes de la Tierra, 2.500 millones viven con menos de un dólar al día,
2.000 millones carecen de agua y 115 millones permanecen sin escolarizar.
Pero la cuestión no sólo es de pobreza sino de inequidad: las 500 personas
más ricas del mundo tienen ingresos mayores que los ingresos de las 416
millones de personas más pobres; la inversión anual contra el sida equivale a
tres días de gasto militar; un japonés se mantiene vigoroso a los 76 años,
siendo su promedio de vida, 82 años. Un habitante de Suazilandia es viejo a
los 25 pues su vida promedio es de 32 años.
6
Informe del PNUD presentado el 6 de septiembre de 2.005.
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permitiría dar escuela a todos los niños del mundo. Mientras que en 1.998 se
gastaban el mundo 6.000 millones de dólares en educación básica, 9.000
millones en llevar agua a quienes no la tienen y 17.000 millones en servicios
primarios de salud para el Tercer Mundo, los norteamericanos gastaban 8.000
millones en cosméticos, 17.000 millones en comida para mascotas, en Europa
gastaban 11.000 millones en comer helados y en Europa y Norteamérica,
12.000 millones en perfumes y 700.000 millones en armamentos. Como si
fuera poco, el gobierno de Bush anunció en septiembre del 2.005 que gastaría
104.000 millones en poner cuatro hombres en la Luna en el 2.018.
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productividad de la agricultura y expandiendo de paso innumerables epidemias
y hambrunas.
Lo más paradójico del asunto es que mientras Estados Unidos, con el 4.9% de
la población del mundo, aporta el 23% de los gases causantes del
recalentamiento, América Latina y el Caribe, con el 15% de la población, aporta
tan sólo el 6% pero padecerán con mayor rigor sus mortíferos efectos. La
explicación es sencilla: el hambre y la inequidad generados por el gran capital
en su fase neoliberal actual, empujarán a más y más sectores de población
pobre y miserable, a la tala de bosques para la comercialización de la madera o
para la producción de coca y heroína. A su vez, el gran capital explotará con
mayor rigor y bajos salarios, la mano de obra de los trabajadores y empleados,
generando más desempleo, explotación sexual de niños y mujeres, hambre,
inequidad y en general, degradación humana inmisericorde, acompañando y
multiplicando así los ya graves efectos de las tragedias ambientales que se
avecinan. Pero todos estos efectos terminarán deteriorando el sistema por la
sencilla razón de que la codicia, que hizo del capitalismo su más efectiva
herramienta, jamás se ha detenido ante ninguna barrera de carácter moral o
físico.
Dadas las actuales condiciones, ¿es posible pensar que esta codicia
encarnada en el triunfante individualismo feroz y narcisista, en vez de acelerar
cada vez más los ritmos productivos que viene multiplicando exitosamente sus
ganancias, decida mermarlos en beneficio de los demás, como un acto de
compasiva previsión humanitaria? ¿Es posible a tiempo, una transformación
semejante? No, no lo es, porque entre otras, esa desaceleración voluntaria
afectaría la industria bélica que hoy por hoy es su principal fuente de ganancia
y porque además, ese armamentismo, constantemente renovado e
incrementado, es un terrorismo psíquico poderoso en los planes de dominio y
control sobre los demás pueblos de la Tierra. Todo lo cual nos indicaría que,
aún las graves catástrofes que se avecinan no lograrán detener la implacable
codicia. No hay un solo caso en la historia humana, donde un imperio decida
voluntariamente dejar de serlo por razones humanitarias. Se trata de algo
imposible por ser antagónico a la esencia de toda dinámica imperial.
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Nos queda por analizar la segunda posibilidad. Ella supone que los visibles
efectos de la injusticia impuesta sobre el mundo, irían penetrando en la
conciencia de los pueblos hasta el punto de rasgar la imagen seductora del
modelo de vida imperial. Supuestamente, esa rasgadura abriría la conciencia
hacia otras posibilidades insospechadas y en consecuencia, daría lugar al
surgimiento de una alianza creciente y sólida de numerosos pueblos en torno a
la supervivencia. Diecisiete años después de la caída de la Unión Soviética y
tras el devastador impacto de semejante derrumbe, en el ámbito mundial y
particularmente en América Latina comienzan a emerger sorpresivamente las
posibilidades de una ética diferente: la ética de la solidaridad.
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La segunda posibilidad se está abriendo camino. Cuando el imperio está
llevando su entrañable insensatez hacia su propio debilitamiento y
autodestrucción, la acción solidaria, organizada y efectiva de un centenar de
países, podrá detener su mortífera marcha a tiempo. Nunca se dio semejante
posibilidad a todo lo largo del siglo XX. Entre las fábulas de la Edad Media
Europea estaba aquella de un mítico monstruo que después de devorar casi
todo su entorno, cayó en cuenta que se iba a morir de hambre y no le quedó
otra opción que comenzar a devorar su propia cola. Como el dolor y el hambre
debilitaban cada vez más su destructiva ferocidad, unas pocas avispas
sobrevivientes lo remataron a tiempo con estratégicos aguijonazos. La
irreversible situación autodestructiva que vive el capitalismo, le abre certero
camino a esta posibilidad. Todo indica que los aguijonazos finales estarán a
cargo de los devastadores efectos ambientales y ecológicos que él mismo ha
creado.
BIBLIOGRAFIA.
BARROS VICENTE, El cambio climático global, ¿cuántas catástrofes antes de actuar?, Monte
Ävila Editores Latinoamericana, 2007.
DIERCKXENS WIM, El ocaso del capitalismo y la utopía reencontrada. Ediciones Desde Abajo,
Bogotá, 2003.
DIERCKXENS WIM, La crisis mundial del siglo XXI: Una oportunidad de transición al
poscapitalismo, Ediciones Desde Abajo, Bogotá, 2008.
GALEANO EDUARDO, Las venas abiertas de América Latina, Bogotá 2.000, Ediciones Tercer
Mundo, Bogotá, 2000.
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