Cuentodelhombrequevendiaglobos - Libreto GREGOR DIAZ
Cuentodelhombrequevendiaglobos - Libreto GREGOR DIAZ
Cuentodelhombrequevendiaglobos - Libreto GREGOR DIAZ
De Grégor Díaz
Personajes
– Pedro 1
(Mendigo–Aristócrata)
– Pedro 2
(Mendigo–Aristócrata)
2.– (Arist) Entonces, no hay más que hablar. Manos a la obra. Si es como
usted dice, de verdad en verdad, lo que se dice la verdad, la verdad
pura y llana, llana y simple no encuentro causa de discusión.
1.– (Arist) Si usted fuera noble, mi buen señor, como lo soy yo, sabría que
la duda ofende y la desconfianza incomoda.
2.– (Arist) Le pido mil disculpas, señor; y no sólo mil, dos mil, tres mil,
cuatro mil o cinco mil si fueran necesarias. Errar es humano, y el
perdonar de cristianos.
1.– (Arist) ¡Mala puerta ha tocado, usted, mi señor, soy infalible, y no soy
cristiano…!
2.– (Arist) ¡Doble contra sencillo que alguna vez se ha equivocado Ud.
señor…!
1.– (Arist) Me he equivocado… ¡Sí, señor… es cierto! Dice Ud. bien. ¡Así
es…! ¡Así es, repito! ¡Punto para Ud.!
1.– (Arist) Caballero, atisbo… No, no, no. ¡Presumo…! Mejor dicho, para
ser más exacto: Atisbo y presumo que ha leído Ud., y esto me alarma
sobremanera. Ahí veo que radica su confusión. Creerle a los libros, mi
buen señor, es como lanzarse al agua sin saber nadar. (Enojado)
¡Déjeme terminar! La desgracia de los hombres está, mi
inconmensurable señor, en que los brutos escribieron los libros… y los
brutos aprenden de los libros. En resumen: Todo un corral, un asnal,
“cajón de sastre”, “merienda de negros”
1.– (Arist. enojado) ¡Déjeme terminar! Los que tuvieron lapicero, pluma,
tinta y papel: los brutos –nuestros abuelos–, escribieron los libros que
tendrán bocabajo, de por vida, al pueblo.
1.– (Arist) ¡Oh, qué dolor de cabeza, qué terrible jaqueca! La sístole y
diástole han entrado en acción. Espero que decante en mí la
tranquilidad. ¡Osmosis, llega a mí presto!
(Desde el segundo plano se escuchan las fanfarrias que anuncian el
inicio del show. Pedro 2 recibe el impacto: se enoja, violenta; se calma.
Su orfandad es total. La boite le recuerda en toda su magnitud su
soledad: soledad/mujer, soledad/amor, soledad/sexo.)
Se apaga la luz del seguidor. Un haz de luz roja intermitente, que llega
desde el letrero luminoso de la boite, cae a sus pies, sobre el suelo,
mientras en resistencia Pedro 2 recibe, desde atrás, un haz de luz
ámbar, concentrado sobre su cabeza. Pedro 1, sobre el rostro,
concentrado, tiene un haz de luz azul. Pedro 2 estará de pie: el otro
Pedro sentado. Pedro 1 no escucha a Pedro 2, cada uno está en su
particular mundo.
2.– (Mendigo) Marión comenzará quitándose los guantes para dejar ver
sus hermosos brazos blancos. Gira sobre ella, se muestra de cuerpo
entero. Se cubre el sexo con las manos, doblando las rodillas hacia
delante.
1.– (Arist) Negro el pantalón y los zapatos, así como la parte trasera de su
chaleco de rayas verticales negras y rojas en la pechera, contrastando
con la camisa blanca de cuello duro y la corbata “michi”. La sopera
delante de él, presidiéndole, echando humo, como el incienso de las
negras gordas que acompañan en la procesión al Señor de los
Milagros.
1.– (Arist) Nadie se podía mover. Todos permanecían como mi padre con
las manos suavemente apoyadas al borde de la mesa y la columna
vertebral derecha, paralela, perpendicular, a plomo con el respaldo de
la silla tallada en cedro de Nicaragua, barnizada de negro.
2.– (Mendigo) Ahora se alza como una yegua en celo, como una
quinceañera en edad de merecer. Camina firme, segura, en círculo
alrededor de los señores; y cuando está al alcance de todos y de nadie,
Marión, “La Bella marión”, coquetamente fuga del escenario…
(Desesperado, en susurro) ¡Dios…!
1.– (Arist) La sopa teóloga humeando desde todos los platos de nuestra
mesa. ¡Sopa Teóloga! Sopa evocativa de los cuatro Apóstoles
Evangelistas: Marcos, Juan, Lucas y Mateo; Águila, León, Toro y
Cordero. Bíblicas carnes cocidas en chicha y vino, como un sacrosanto
símbolo de nuestro bendito mestizaje indio y español, y las pasas
flotando en los platos, como piratas barbudos en torno de la presa,
costeando los bordes mismos del plato, como queriendo saltar a
nuestros ojos, apoderarse de ellos, suplantarlos, adueñarse de
nuestros cráneos, como Pizarro de Atahualpa en el Cuarto del Rescate.
1.– (Arist) Mi padre hace un leve además, junta las manos sin apartarlas de
la mesa, mira el techo, cierra los ojos y algo musita, mientras mi madre,
como si escogiera arroz, desgrana su rosario de conchaperla, recuerdo
de su tatarabuela (Reza el padre nuestro que queda como fondo)
2.– (Mendigo) Ya está desnuda, se yergue. Los señores sorben sus copas
y al disimulo se acarician el sexo; las copetineras clavan sus lenguas
en las grandes bocas de los señores para asegurar al parroquiano.
Humo, música, whisky:
1.– (Arist) Qué mayordomo, Almanzor ¡Qué mayordomo! Sus pies y las
patas de las sillas y mesa del comedor se conocían a perfección; nunca
chocaron. Almanzor no caminaba, se desliza por la alfombra como las
pasas en la Sopa Teóloga.
2.– (Mendigo) Marión está desnuda. Es toda mía, y mis ojos se apoderan
de ella. Sus vellos rubios, como barba de choclo, como en una colina,
se encrespan por los costados, por las entre piernas, como crece la
menta al borde de las acequias de mi pueblo.
1.– (Arist) ¡Qué clase de Almanzor! ¡Qué clase! Algún pintor debió pintarlo
para grabar la dignidad que ponía cuando se inclinaba, cucharón en
mano, para servir a mi padre que, pertinentemente, con toda dignidad,
miraba a otro lado, con el mentón en alto. ¡Dos caballeros! ¡Mayordomo
y Patrón! El uno para el otro, como en la vida, tal para cual, y Cristo
¡Santo Dios! mirando de arriba abajo, sin pestañear, mudo, desde lo
alto del comedor. ¡Qué cuadro!
2.– (Mendigo) El público está de pie y yo siento celos de todos ellos. Estoy
solo. Marión no me mira. Se va (Bajo, en susurro) ¡Marión!
1.– (Arist) El buen Almanzor, siempre por el lado izquierdo, alcanza a mi
padre un vaso de agua a medio servir. Mi padre destapa su caja de
bicarbonato con la destreza de un cura gordo; echa una cucharadita al
vaso con agua, la mueve, y cerrando los ojos como para rezar, bebe,
hace gestos, ¡Erupta!
2.– (Mendigo, muy alarmado) ¡No hagas eso, Pedro, por favor! ¡Me lo
prometiste! ¡Tengo familia, mujer, hijos!
2.– (Mendigo, desesperado) ¡Disimula, Pedro! ¡El policía nos está mirando!
1.– (Arist. indignado) ¿Qué le ofendido yo, dice usted? ¿Quiere decir,
entonces, que me he comportado como esos cretinos que tiran sin
mirar donde cae la moneda que arrojan como limosna a los mendigos?
¿Cree usted que no tengo estirpe? ¿Insinúa que hago valer la fuerza
antes que la razón? ¡Que no tengo…!
2.– (Mendigo, que ha estado jalándole el saco) Pedro… otra vez el policía
nos está mirando… has hablado muy fuerte… te ha escuchado… no
debes hablar así…
2.– (Arist. con leve acento de circo) ¿La cerveza dice usted? ¿Qué hace
bien al corazón? (En el mismo tono que lo dijo Pedro) ¡Caramba,
caramba! ¡Quién lo diría! y ¿por qué?, si se puede saber mi respetado
amigo.
1.– (Arist) Así es mi dilecto amigo… como es diurética, tiene usted ganas
de orinar; para orinar tiene que ir al baño, y para ir al baño, tiene usted
que caminar y todos sabemos que el caminar es un gran remedio para
el corazón.
1.– (Arist. riendo finamente) Dice Ud. bien, caballero… cuánta verdad brota
de sus labios…, la elocuencia es caro manjar en Ud.; es asombroso
reparar cómo sus palabras acreditan lo que su corazón siente.
(Sheakespearianamente) ¡Fumar, fumar, fumar! ¡He ahí la cuestión!
(Se transforma en mendigo) Fumar dicen que es una costumbre muy
antigua y que mucho tiene que ver con la soledad. El humo que escapa
de los labios de un hombre, se asemeja mucho a un grito de auxilio.
(Con los dedos hace como si transmitiera en morse) ¡S.O.S.… mono
solo! ¡S.O.S., hombre solo! ¡!S.O.S., pasado y futuro de la humanidad!
¡S.O.S., Pedro solo!
1.– (Mendigo) ¡Si vuelvo a serlo, no eres tú quien para indicármelo! ¡Yo no
soy mendigo por mi culpa, nunca me llamo a mi mismo “mendigo”! Los
demás lo hacen, me ven así porque les conviene. ¡Yo soy un hombre!
¡Qué culpa tengo yo que los demás sean ciegos! Si les digo que esa
luz del semáforo es roja, no es que me dé la gana, sino que ése es su
color. Yo no tengo la culpa que ellos, para ir adelante, se pongan una
venda en los ojos y vean el color verde como rojo.
¡Dios… quién es el enfermo aquí! ¡Qué culpa tengo yo que se cieguen!
(Violentamente, gritando, al público) ¡Daltónicos de mierda! (Pausa
breve)
1.– (Mendigo muy tranquilo) Mira Pedro, a ese policía… míralo bien…
míralo bien.
2.– (Mendigo, sin comprender) ¿Sí? Sí… qué extraño… Ahora reparo.
2.– (Mendigo) Sí, Pedro… ahora no me puedo equivocar. Bruto soy, pero
no tanto como para desconocer a mis hermanos. ¡Es nuestro
hermano, Pedro…!
1.– (Mendigo) ¡Calla…! Han prendido la luz de los altos. (Pausa) ¿Qué te
pasa ahora?
2.– (Mendigo, señalando al policía imaginario) Parece que se ha
despertado…
1.– (Mendigo, triste) No, ya no… La luz deja ver con toda claridad su
uniforme…
1.– (Mendigo) ¡No se puede! ¡No seas apurado Pedro; la chicha debe
fermentar. Además, sus compañeros lo vestirán de nuevo!
2.– (Mendigo) Ahora que veo con toda claridad su uniforme, me siento
desamparado, huérfano; exactamente como me sentí cuando murió mi
hermano mayor. Mentí cuando te dije que tenía mujer, hijos… Las
medias de seda que llevo en el bolsillo no son para ninguna esposa…
¡Estoy solo, Pedro! De noche, cuando llego a mi cuarto, arrojo las
medias al suelo; al despertar hablo conmigo mismo y reniego con ella,
pero ella no existe y le grito: ¡Elena… pero es que nunca aprenderás a
tener un poco de orden! ¡Siempre tienes que dejar sobre el suelo
tiradas las medias de seda! Y como no está, pienso, me digo y me
convenzo que está en el mercado y que demora porque tiene la maldita
costumbre de estar conversa que te conversa con las placeras, o me
digo que está con su mamá… y mi mujer no existe… y yo estoy solo…
solo (Solloza bajo, muy varonil, alargando la palabra) ¡Mamá!
2.– (En aristócrata, con acento de circo –buen circo) ¿La mariposa al sapo,
dice Ud.? ¿La mariposa al sapo? ¡Pues no, señor…! Dígame Ud.…
2.– (Mendigo) Y nos odian, Pedro… lo leo en sus ojos… nos gritan.
1.– (Mendigo) Los perros ladran, Sancho, señal que avanzamos… le dijo
un borracho que dijo lo dijo un loco; un borracho que además de
borracho era un loco; un borracho que además de borracho y loco era
bruto porque no se dio cuenta que, en el mismo momento que ladraban
los perros, la gran carreta avanzaba.
2.– (Mendigo) Han puesto a los policías para cuidar a los ricos.
1.– (Mendigo) Sí, Pedro… para impedir que nos acerquemos a ellos. De
día no quieren que salgamos a la calle para que no nos vean los
turistas; que afeamos la ciudad, dicen. (Meditando, confidencialmente)
¿Sabes una cosa, Pedro? Cada día nos temen más, cada día nos
tienen más miedo; que los estamos ahogando, dicen; con miedo miran
los cerros que rodean la ciudad…, con largavistas miran nuestras
casas que cuelgan de los cerros que rodean la ciudad; que los estamos
cercando, dicen ¿Y si bajan…? ¿se preguntan?
1.– (Mendigo) No, Pedro, no, no, seas niño… eso que dices es infantil; esa
no es la solución, ni para ellos ni para nadie. Si quieres que en verdad
cambie alguien, tienes que hacerlo de día, con luz, a plena luz del
sol… cuando esté con los ojos abiertos, con la mente despejada.
(Devotamente rezando) Padre nuestro que estás en tu reino…
(gritando, con cólera y dolido)
¡¿Sabes en qué se parece la mariposa al sapo…?!
2.– (Arist) ¡Ah no me hable Ud. Del Jirón de la Unión que me va a hacer
llorar! Déjeme terminar. Mis padres me contaron, mi dilecto amigo, que
antaño, para ir al Jirón de la Unión, los jóvenes se ponían frac y usaban
sombrero, y las señoritas, con mucha razón se echaban el ropero
encima. ¡Ah, eso sí era jironear!
2.– (Arist. suspirando los dos a la vez) ¡Pobre nuestro Jirón de la Unión!
Ahora lo cruzan los cholos, hasta con ropas de trabajo. (Hacen como si
bebieran) Ha desmejorado mucho el whisky ahora…
Un indio hereje…, hereje y de mierda, decía que la guerra con Chile fue
la guerra de dos Vírgenes: La del Carmen, Patrona de las Armas
Chilenas, y la de las Mercedes, de las nuestras. Ganó la “Carmela”,
decía; perdió la Meche. ¡Guerra de dos Vírgenes, de dos Patronas!
1.– (Mendigo) Porque ya non hay razón, Pedro… ¡Clave “2”, manan!
2.– (Mendigo) No te entiendo, Pedro…
1.– (Mendigo) ¿Por qué, Pedro, cuando vine a sentarme aquí, a tu lado, a
tu sitio, no me echaste como lo hicieron los otros mendigos.
2.– (Mendigo) Pero algo que tenemos que hacer para no sentir la noche.
La noche es larga y oscura…
1.– (Mendigo) Ahora voy a hacer lo que debimos hacer hace mucho
tiempo…
2.– (Mendigo) No te entiendo… primero me dices que hay que esperar, que
la chicha debe fermentar… y ahora sales con que vas a hacer lo que
hace tiempo debimos hacer…
1.– (Mendigo) Sí, lo sé… Pero es muy importante que hayamos perdido el
miedo… Es hora, pues Pedro, de dejar de ser cercados, y pasar a ser
cercadores.
1.– (Mendigo) ¿Quieres que te cuente el cuento del hombre que vendía
globos?
2.– (Arist) ¡Oiga Ud., zopenco, sabe Ud. con quién está hablando! ¿Sabe
Ud. quién soy yo?
2.– (Arist. vencido) ¡Mi dilecto amigo, por favor… seamos sensatos…!
2.– (Arist. tratando de darse valor, pero casi tirado en el suelo) ¡Sí… quiero
que me cuentes el cuento del hombre que vendía globos…!
1.– (Mendigo, más indignado) ¡Yo no te he dicho que repitas lo que yo digo!
Sino si quieres que te cuente el cuento del hombre que vendía globos a
mitad de la esquina con su poncho sobre el hombro y un sombrero de
paja con cinta negra gritando a los muchachos: Globos, globos, globos,
a tres cincuenta los globos, a cinco los más grandes, globos redondos
como la luna y largos como mi camino, porque han de saber que soy
provinciano, que me bajaron a Lima y que me pegan y me seguirán
pegando (Ahora escuchamos nítidamente a Pedro 2 pidiendo perdón)
mientras no agarre un palo y a palo limpio las emprenda contra los
municipales, contra los malditos municipales (Con un palo imaginario
empieza a pegarle a Pedro 2), para que no abusen de mí ni de mis
hermanos y nos quiten los globos…
1 y 2.– (Mendigos) ¿Quieren ustedes que les contemos el cuento del hombre
que vendía globos a mitad de la esquina? (Congelan el gesto)
Telón lento
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* Primer Premio del Concurso de Obras de Corto Reparto de El Teatro
Universitario de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1975. 1ra.
Edición Los grillos, 1978.
** Con el nombre “clave “2” Manan” hizo Díaz una versión que estrenaron
Reynaldo D’Amore y Ofelia Woloshin, en Abril 1978.