Brochures">
Memorias de Un Venezolano de La Decadencia - José Rafael Pocaterra
Memorias de Un Venezolano de La Decadencia - José Rafael Pocaterra
Memorias de Un Venezolano de La Decadencia - José Rafael Pocaterra
F u n d a c i n
B ib lio t e c a A y a c u c h o
C o n s e jo D ir e c t iv o
Jos Ramn M edina (Presidente)
Simn Alberto Consalvi
Pedro Francisco Lizardo
Oscar Sam brano Urdaneta
Oswaldo Trejo
Ramn J. Velsquez
Pascual V en eg as Filardo
MEMORIAS DE UN VENEZOLANO
DE LA DECADENCIA
TOM OI
MEMORIAS DE UN
VENEZOLANO
DE LA DECADENCIA
Castro: 1899-1908
Gmez: 1909-1919
Bibliografa
ROBERTO J. LOVERA DE-SOLA
BIBLIOTECA
AYACUCHO
PROLOGO
del escritor testigo.
Su testimonio es directo, con la fusin compacta de palabra y accin, y de
sus Memorias puede decirse que representan medio siglo de historia
cronolgica y varios siglos de un proceso singular, visto como formacin y
deformacin de un pueblo. El escenario resulta desolador y los persona
jes, que son de carne y hueso, parecen seres de ficcin, perturbados por
efectos narrativos donde el realismo y la violencia imponen una prosa sin
antecedentes en el pas y fijan como crnica la larga etapa de la dictadura
andina.
Espectador y actor, Pocaterra produjo un texto antirreflexivo, voraz,
de anotacin en sombras celdas y de trabajo memorstico que se remon
ta a sus diez aos, cuando la entrada de las huestes castristas a Valencia,
marcada por la sangre y los compases del Himno Nacional, la algaraba
restauradora y los gritos de triunfo, dej en su espritu una huella indele
ble. Aquello fue en 1899 y habra de servirle de punto de arranque para el
cuento inclemente del primer volumen - Castro: 1899-1908 - que, por
una trampa en el juego narrativo, habra de penetrar, pginas finales, en
el complot cvico-militar de 1919 y en la prisin, incubadora siniestra del
libro que recorri el continente como relmpago de denuncia. Frente a
las ltimas expresiones del modernismo, cuya suerte qued sellada con
la muerte de Daz Rodrguez en 1927, y de la misin cnicamente legiti
madora de la dictadura que se otorg a s mismo el positivismo, Pocate
rra sublim la herencia panfletaria y le inyect al gnero testimonial una
savia renovadora, dndole coherencia y quitndole la hojarasca retrica.
El captulo XXI con que se abre el segundo tomo - La vergenza de
Amrica: 1919-1922 y La oposicin documental: 1920-1935- remite a
Wilde y Pellico, relatores-vctimas del sistema penitenciario britnico y
de los plom os de Venecia, la experiencia de Pocaterra en La Rotunda.
Pese a las semejanzas, la comparacin resulta imposible, dice el escritor,
posedo por un fuego interior y una pasin crtica incontenibles.
Desde entonces, y no por esa simple alusin hecha por l, se vinculan
las Memorias al De Pro funds y a Mis prisiones, as como a La casa de los
POCATERRA CONSTITUYE EL PARADIGMA VENEZOLANO
objetiva, poco comprometida con el campo del yo, salvo incidentes acaeci
dos en el Zulia, poca de El Fongrafo, y en Caracas, brevsimo perodo de
Pitorreos y el complot del ao 19.
El castillo de Puerto Cabello tuvo preferencia en la estrategia represi
va de Castro, pero slo en los aos iniciales de su gobierno, alternndolo
con la crcel caraquea, tradicional depsito de los adversarios del rgi
men de turno. Despus de la Libertadora, y en previsin de secuestros
polticos donde contara poco el paso del tiempo y mucho la lejana, Castro
envi a los enemigos histricos a la fortaleza San Carlos y orden, no
slo el engrillamiento individual, sino el apersogamiento, como forma de
llevar al mximo el tormento y la humillacin.
Antonio Paredes haba estado en el castillo de San Carlos, como tam
bin haba estado en el de Puerto Cabello Prez Hernndez. Este dej
una pequea relacin de su encarcelamiento en la novela De relieve y
aqul un diario de su prisin, pero la diferencia con el estilo de Pocaterra,
penetrante, cido, alimentado por una cultura adquirida con desorden
impresionante, tanto como con desconcertante virtud asociativa, ni si
quiera merece demostrarse. Acerca de la obra De relieve, el peridico El
Da, de Simn Soublette, uno de los muchos surgidos a raz de la cada de
Castro, hizo un comentario muy a tono con la relacin turbia y fnebre
que entonces estuvo de moda para poner en la picota un pasado reciente.
Prez Hernndez calific su novela como novenario Castro y coleccin
de reminiscencias durante ao y medio de prisin, con grillos en el
Castillo Libertador .
En cuanto al Diario de mi prisin en San Carlos, especie de testamento
de quien pasara a ser el smbolo de la resistencia anticastrista, tras su
fusilamiento en el Orinoco, es libro escrito, segn Pocaterra, con senci
llez admirable y con todos los datos que pueden importar a quienes sue
len imaginar que estos horrores son novelas escritas para conmover a
bandidos. Un elogio para quien, por su entereza y valenta, se lo mereca!
Sin embargo, la forma expresiva de Paredes carece de brillantez y su
aparente diafanidad se ve empaada por cierto regusto neoclsico. Un
balance de sus autores preferidos ilustra bastante acerca de la formacin
intelectual: Plutarco, Bacon, Dante, Corneille, Hume, Spencer y Thiers,
con El consulado y el imperio. El influjo moderno estara representado
por Byron y Musset, o por Dickens, o por Zol (La debacle), pero cierta
mente en Paredes no aparecen rasgos estilsticos del romanticismo, ni
descripciones vivas de la realidad, ni menos el afn de denuncia, prima
rio, minucioso y exagerado. Siempre hay un freno en la palabra, un atil
damiento, una falta de audacia, es decir, todo lo contrario de lo que suce
de en Pocaterra.
No se puede resistir la tentacin de anotar, aunque muy por encima,
aquellos testimonios carcelarios que antecedieron a la aparicin de las
Memorias, ese texto impar en la literatura latinoamericana de combate,
documentado y ardoroso y de tanto ms valor cuanto que para la poca no
existan organizaciones como Amnista Internacional ni los medios de
MEMORIAS DE UN VENEZOLANO
DE LA DECADENCIA
NOTICIA EDITORIAL
DE LA PRIMERA EDICIN VENEZOLANA
Esta obra se public parcialm ente as: las tres prim eras partes, divididas
en tres tomos consecutivos:
I Castro -1898-1908;
II Gmez - 1 9 0 9 -1 9 1 8 y
III La Vergenza de Amrica - 1919-1922
BIBLIOGRAFIA
Jos Rafael Pocaterra - Memorias de un Venezolano de la Decadencia
(Ediciones Colombia, Bogot, 1927)
LA REFORMA SOCIAL ha publicado por captulos los dos primeros
tomos de esta obra, que ahora aparece en forma de libro.
Esta obra tiene mucho de personal, porque es la experiencia del autor
bajo el rgimen de la barbarie andina en Venezuela, que cuenta ms de un
cuarto de siglo de existencia, y ha producido los desastrosos e in famantes
gobiernos de Cipriano Castro y su criado y criatura Juan Vicente Gmez.
El autor cuenta lo que ha visto, lo que sabe y le consta por conocimiento
directo como testigo presencial y actor en las conspiraciones contra este
rgimen; cuenta, asimismo sus sufrimientos, sus dolores, sus martirios
en las persecuciones y en las crceles de la barbarie andina; cuenta los
crmenes, las crueldades, las perversidades, las atrocidades, los incre
bles horrores de las prisiones del rgimen andino, desconocidas sin du
das para el mundo civilizado, ignoradas en Venezuela misma, donde
reina el silencio, hijo del terror, y reveladas ahora en las pginas de este
libro. Pero con todo su elemento personal, inevitable puesto que es un libro
de memorias, e insuperable puesto que hace del libro un libro vivido, un
libro de palpitante inters y de palpitante verdad, la versin y el relato de
un testigo y un actor que lo ha visto todo y ha vivido intensamente como
espectador, como pensador, como patriota, como hombre de corazn y de
conciencia, el pavoroso drama de la invasin y la dominacin andina,
este libro es de un gran valor histrico, pudiramos decir de un valor
nico, porque no se ha escrito nada hasta ahora de este gnero sobre este
luctuoso y terrible perodo de veintinueve aos de la vida de Venezuela; y
por los egregios mritos de sinceridad, de integridad, de vigor, de pasin
honrada, de visin clara, de inteligencia, de erudicin, de irona, de buen
gusto literario, de estas Memorias.
Este libro hace de Pocaterra el pintor del perodo ms tenebroso de la
decadencia. Si la poca que l describe y comenta es excepcional y sin
paralelo en la vida nacional, el narrador es tambin extraordinario y sin
predecesores entre los escritores de historia en Venezuela. A menos que se
CAPITULO I
23 de mayo de 1899 - La Invasin - Tocuyito - Valencia - Los Valles de Aragua - Castro y su
oratoria - Los dos hroes.
U n a m a a n a , a comienzos del ao 99, cuando atravesaba la antesala del
presidente Andrade el general Pedro Ducharme, para concurrir a la
entrevista a que le tena citado, llam su atencin un hombrecillo impa
ciente, con la cabeza muy grande y las mandbulas muy salientes, que se
agitaba en su asiento despus de una larga espera para ser recibido...
Llevaba un traje de levita gris claro, flor de romero -e s e matiz predilec
to de las gentes del in terior- bastante deteriorado, y revelaba en su
agitacin y en sus maneras un poco de mala educacin y adems la
tremenda energa de unos ojos vivaces, inteligentsimos, que a ratos se
velaban en una soolencia india y sensual.
Cuando Ducharme parta, una hora despus de su conferencia con el
Presidente de la Repblica, el hombrecillo, colrico, le sali al encuentro:
-V e a usted: usted lleg mucho despus que yo; ya le recibieron y le
despacharon, y a m me tiene aqu este murgano , no?
Hablaba con ese acento peculiar, cantarino, de las gentes de la Cordi
llera, cuyas enes quedan vibrando al fin del perodo y que forman sus
oraciones siempre en forma dubitativa, como si desconfiaran de la propia
trayectoria de sus palabras...
Ducharme, un hombre perfectamente bien educado y flemtico, se toc
el ala del sombrero y pas.
Detrs qued el pequen, colrico, midiendo la antesala con sus pasi
tos acelerados e inquietos.
Era su alocucin. Haba en el aire una comicidad trgica. Por los lien
zos colgados del muro donde el rostro lvido de los Libertadores pareca
desencajado en una angustia mortal, cruz una sombra; en la calle relin
ch un caballo. Los policas repartan las hojas sueltas de la alocucin
con la peinilla terciada.
Haban llegado los brbaros otra vez.
Tras de Cipriano Castro, cuya voz se engolaba en prrafos heroicosentimentales, mezcla de lugares comunes y de vastas promesas absur
das, haca fondo un hombre corpulento de occipucio aplastado y ojillos
socarrones, que plantaba sus dos patazas armadas de espuelas sobre la
alfombra, con la pesadez de una avutarda. Y en una de las pausas del
discurso, aquel hombre susurr al odo de un edecn que aplauda y
gritaba como un energmeno:
-P u es cmo le parece, que don Cipriano me ha hecho llorar, no?
Era Juan Vicente Gmez,
Castro le oy; volvise de sbito y le mir a los ojos.
Una fanfarria cucutea tocaba el Himno Nacional.
CAPITULO II
Recuerdos de la batalla - La comicidad trgica - Una procesin de fantasmas - Las cose
chas de la muerte - El holocausto de la estupidez - Gloria al Bravo Pueblo...
Un jefe pasa, a caballo, el pelo de guam a echado sobre los ojos, las
polainas llenas de lodo, mojado; el puo con la rienda cados sobre el
arzn.
Y soldados, y ms soldados. Heridos, desertores; resto calenturiento y
hambreado, despojo lamentable de la carnicera de ayer.
El vecino de enfrente, un hombre de barbas, un burcrata empleado en
las oficinas del gobierno cado, ha cerrado las ventanas de su casa; el
pulpero de la cuadra, rodeado de un grupo de personas, vocifera y gesti
cula:
-L a repblica se ha salvado; el gran partido liberal nacionalista ha
sido redimido por la espada victoriosa de Cipriano Castro! Ahora hay
que colgar por las patas a todos estos vagabundos! - y lanza miradas
furiosas contra las ventanas del vecino. En el fondo de las casas lloran
algunas mujeres; los perros se han tornado revolucionarios y ladran
furiosamente. La lavandera sigue lanzando sus gritos roncos, inarticula
dos. Un pedagogo, seco y avejentado que tiene su escuela pblica a la
vuelta de la esquina y en el bolsillo los recibos vencidos de quincenas que
no le pagan, golpea dulcemente a la puerta de la mujer desesperada:
Calate, Domitila, que eso no te conviene!
Todava no se han llevado el muerto que est en la acera.
De repente omos un puntear de guitarras. Vienen por la otra cuadra,
desde una reunin revolucionaria , donde se ha bebido y charlado ale
gremente, unos mozos. Una guitarra grande, un bandoln, un cuatro 4.
Grandes lazos con los colores de la bandera nacional ornan los instru
mentos. La divisa amarilla ha venido a ser abominable. Es la del muerto
tirado en la calle, es la de la lavandera que grita, es la del seor de las
barbas que est escondido y aterrado. Y al llegar los msicos al grupo de
la esquina, donde vocifera el pulpero, comienzan a vibrar con un no s
qu de desgarrador los primeros compases del Himno Nacional...
...Gloria al bravo pueblo
que el yu go lanz!"...
4 Guitarrico de cuatro cuerdas. Puede considerarse, junto con el arpa, como uno de los
instrumentos clsicos de la msica nacional.
CAPITULO III
Los hombres de Castro - El pecado nacional - El padre de familia, los intelectuales y el
pueblo...- La Libertadora - Los patrioteros de 1902 - La Conjura: los asesinatos - Una
sinopsis.
nes y las infamias mayores. Las cosas fueron perdiendo su contorno neto;
las palabras se alambicaron, se retorcieron, se barnizaron. Al choque de
la montaa y de la ciudad sucedi una tregua, un reflujo... Y lentamente,
a travs de sus vicios, de sus placeres y de las propias necesidades socia
les, la ciudad fue, lentamente, abriendo sus puertas ntimas y los ciuda
danos franqueando una amistad sumisa. Empez el reinado de la tarje
ta de recom en d a cin , del obseq u io socia l al m agistrado, de la
manifestacin poltica con aquello de siguen quinientas firmas ms .
Desplegando todas sus velas, las ocho velas de sus pginas, parti a
navegar desde esa funesta Esquina del Conde un barco de contrabando,
El Constitucional; all iba al timn un patrn puertorriqueo, un hombre
llamado Gumersindo Rivas -q u e ahora exhumo del olvid o- y all em bar
caron, con sus gruesos fardos de responsabilidades y sus equipajes de
fraudes, de claudicaciones y de desvergenzas, los pasajeros de primera
en poltica. Iban en segunda, pasndose a ratos al saln, unos cuantos
jvenes de estos que les llaman intelectuales y tienen hambre y sed de
que les saquen por ah de espectculo con algo, un soneto o un articulejo;
y en el entrepuente, entre tufos de rebao, servil y sumiso, navegaba
hacia lo desconocido el pueblo. Ya comenzaba a embrutecerse y a consi
derar normal lo anormal. Cuando se le reparta el rancho o llegaba a sus
odos el ruido de las copas, las msicas y los besos de los que viajaban en
primera, o que se haban colado hasta all, olvidbase de su condicin
gregaria, haca chistes, burlbase de su propia miseria con ese triste
cinismo de los que vienen a menos sin energas vigilantes, ni protestas,
ni remordimientos. El Constitucional, pues, navegaba a toda vela; era la
representacin tangible de lo que se denominaba enfticamente en las
circulares de lugares comunes y los discursos la nave del Estado. Flore
ca la oratoria poltico-literaria. A Castro, como a todas las gentes de
provincia en nuestros pases, le entusiasmaba la oratoria. Y una verbo
rrea incontenible corra pareja a la estangurria en verso y en prosa. De
aquella poca vivieron los que iban a vivir... An estn de presente, y
aparte los que se han envilecido de un modo incomprensible y estpido,
con ellos apenas se llega a salvar el concepto de las letras nacionales. El
diario de Gumersindo Rivas estableci la seccin permanente de Felici
taciones al Jefe del Pas, y por ella desfil, con todos sus nombres y sus
cinismos todos, esa sociedad, ese comercio, ese clero, las clases todas,
atrailladas por la media docena de buscones que encabezan las firmas!
All, como ya otra pluma ilustre escribiera, aparecen en cadena de galeo
tes, lamentables y ridculos, con una actitud que no les libr entonces ni
les libra ahora del puntapi y de la exaccin, todos esos que an hacen
muecas en el tinglado de la poltica y algunos a quienes la oscuridad o la
muerte ech al carnero. Los hombres de combate, en su mayora num ri
ca, si bien no en la selectiva, haban puesto precio a su claudicacin con
una embajada, una direccin de m inisterio o un msero consulado desde
donde mandar a publicar sus producciones, sobre temas abstractos, o
escribir cartitas adulonas.
(*) Apndice I.
tica a sus enemigos con la misma Patria? Usurpador, muri entre usur
padores. Y la piedra sepulcral que le cubre no es un argumento para que
olvidemos esa tremenda responsabilidad:
Yo me quedo en el Poder porque me da la gana ...
Se cuenta excesivamente con la lenidad de la Historia en nuestro pas.
Es menester que surja a cada momento, renovada y terrible, la eterna
verdad; que la sancin, los fueros sociales, los derechos conculcados,
dejen de ser una lvida procesin de espectros; y que los trogloditas de
hoy no imaginen que han de quedar, con el correr de los tiempos, ampara
dos por ese manto lejano, borroso, impreciso en que se han arrebujado
dentro de la historia contempornea los malhechores de ayer, los conculcadores, los consejeros del despotismo, los responsables que salen a la
varse las manos a todos los pretorios de la humanidad.
Como esa lava hirviente que bulle y recorre distancias incalculables
bajo las capas geolgicas y deja enfriar los crteres y parece extinguida,
sumida para siempre en las entraas del globo, as la Verdad pasa por
etapas sucesivas, continuadas, dilatadsimas, de silencio, de anonima,
de escarnio... Se cubren las cimas con el hielo de los desengaos, crecen
vegetaciones profusas en los flancos del monte y despeinan las brisas sus
barbas pluviales por los cauces resecos de las torrenteras que abri el
fuego en la piedra viva... El fuego que depura, que cristaliza y que dirase
ahora ser apenas el recuerdo casi fantstico de una poca que no ha de
volver nunca. El fuego, s, que concreta y funde.
De sbito se ilumina todo el cielo, se contrae la matriz de la tierra, y
bajo el resplandor inslito quedan fulminadas las ciudades obscenas y
perecen los imbciles junto con los malvados. En una noche todo cambia.
Si los seres alados que reposan en la oscuridad y hacen su digestin en la
sombra suean con escapar, fatal, irremediablemente, caern asfixiados
sobre el tormento que pensaron evadir en un vuelo... -Filsofos, diplo
mticos, escritores, banqueros, pedagogos...
Por qu est en la naturaleza de las catstrofes este absolutismo
espantoso, esta justicia igual, niveladora, suprema?
CAPITULO IV
Comienza el manuscrito - La detencin - A pequeas causas... - Can redivivo - Los hijos
putativos de Gumersindo Rivas - Hacia Puerto Cabello... - La noche - La prisin de
Estado... - En la bveda nmero ocho.
n a m a a n a de noviembre de 1907, al bajarnos del tranva, camino de la
redaccin, uno de esos gendarmes semipaisamos se nos acerca con una
sonrisa ambigua:
-E l jefe de la polica, que pasen a verle ahora mismo.
Hemos comprendido, al m irarnos rodeados por otros semblantes de
gente hosca y armada, lo que aquella invitacin significaba.
Entramos. Se nos destin un pequeo cuarto que hay all, pasada la
prevencin , donde duermen los oficiales. Haba hamacas tendidas; co
bijas puestas al aire; un retrato del general Cipriano Castro, grande; otro
cromo pequen del Libertador, con una palma bendita y una postal en
que cierta bailarina exhiba sus pem iles.
Y el coronel Romero, jefe de la polica -u n hombretn al parecer con
trariado por lo que tena que decirn os- vino a nuestro encuentro.
-E st n detenidos- explica.
- P o r orden de quin y con qu motivo?
-E s la orden que tengo., -evade, confuso.
Todava no se jactaban los subalternos de esa solidaridad insolente
con las arbitrariedades.
Carvallo Arvelo cambi una mirada conmigo.
El coronel Romero parece sorprenderse de que no pronunciemos una
sola palabra; y dirase que ello le predispone a nuestro favor. Nos ofrece
su hamaca, sus pequeas comodidades de cuartel. Manda a buscar los
peridicos, y slo deplora que tiene instrucciones de incomunicarnos y
que no es posible avisar a nuestras familias...
Apenas si cambiamos una frase ms. El se marcha. Un instante des
pus penetra con aire dictatorial un seor Luis Enrique Baptista, que es
secretario, ayudante o no s qu, y nos interroga con una energa insli
ta, sacudiendo la m odorra del local:
-D n de est la llave de la imprenta?
-L a tiene su dueo.
-E s que se va a sellar la puerta por orden del doctor Nio 5.
Ni una palabra. Nos dirige una mirada de furia y sale. A poco regresa
acompaado del jefe civil, el coronel Mario Tern L.:
- N o tienen ustedes la llave de la imprenta?
-N o , seor.
-P o r qu?
-P u es por eso mismo... porque no la tenemos.
Frunce el ceo. Se pone heroico:
-E s que la tienen que entregar ahora mismo; hay orden de Caracas
para pasarlos al Castillo.
Y
como Carvallo Arvelo contina impasible, fumando, y yo meto la
nariz en mi peridico, se agita buscando en derredor una idea o un recur
so.
Por suerte entr uno de los policas, jadeante, blandiendo una llave
descomunal, de hierro batido:
-A q u est la llave; ya qued eso listo.
Se marchan satisfechos.
A las dos de la tarde el coronel Romero vuelve y nos dice con semblante
de contrariedad:
-S ien to mucho... Pero es bueno que se acomoden...
A las tres se nos condujo a la estacin del ferrocarril ingls. La Secreta
ra General nos destin un vagn de carga con los guardias; el jefe de
estacin, Federico Hands, hzonos pasar a un coche de primera. Y por
una tolerancia especial de nuestros guardianes, pudimos abrazar a los
familiares y amigos que fueron a despedirnos...
Era aqulla la primera salida al campo de Montiel. E ingenuamente
suponamos que en nosotros se estaba personificando, de una manera
especial y especfica, la injusticia de los hombres y la iniquidad de los
gobiernos. Juventud, espritu de lucha, quizs remota explosin de una
larga paciencia... Por qu todo aquel aparato y la confinacin y la alar
ma de una ciudad que vea arrancar dos jvenes a sus labores, dos perio
distas, dos m uchachos que con sem ejante persecucin crecan en el
nimo propio y en el ajeno y, necesariamente, abran, para la media
docena de mentecatos que solicitaban aquella prisin, un debe en el
libro de su vida?
Nuestro peridico, fundado por Tovar Garca, se denominaba Can; y
el solo nombre se consider una stira feroz a Castro, que acababa de
fusilar al general Paredes. Con el dcimo nmero, se detuvo al fundador,
mandndole al Castillo. Pusimos un perm anente que deca: En tanto
dure la prisin del fundador de esta hoja, quedan al frente de ella los
seores Salvador Carvallo Arvelo y Jos Rafael Pocaterra . A los ocho o
diez nmeros siguientes, ya hemos visto:
5Un mdico de San Cristbal llamado Samuel Nio, a quien Castro haba designado para
Secretario General en aquella provincia y que haca poltica en la localidad para quedar
se como Presidente, como lo alcanz meses despus de nuestra prisin.
la cabeza gacha. Y la boca negra, enorme, voraz, que traga con sus fauces
de cal y canto cuando el cerrojo se corre chirriando, mohoso; el chirrido da
dentera. La sombra. El olvido. La noche, en fin, sobre las retinas, sobre el
alma, sobre el pensamiento. El holocausto de una adolescencia; diez y
seis aos que se acuestan sobre la arena hmeda, sin manta, sin alim en
to, sin luz, con esa sed horrible y tenaz del agua que no se tiene.
Cuando penetrbamos al calabozo, en la puerta inmediata advertimos
dos presos asomados. Uno es nuestro compaero Tovar Garca; el otro es
un hombre pequeo, membrudo; la luna le baa de plata su larga barba
cana, que sin duda era rubia cuando entr all cuatro aos antes. Los dos
presos que encontramos en la bveda a que se nos destin han dicho que
es el general Amabile Solagnie, uno de los viejos caudillos liberales del
Estado Lara.
Tenemos sed; tenemos hambre. El fro y la humedad se cuelan hasta
nuestros huesos; el calzado se hunde en la arena del calabozo, que rezu
ma agua salitrosa. Estas bvedas estn ms bajas que el nivel del mar, y
a travs de la espesa muralla y del faralln que defienden la fortaleza, se
siente el foetazo de las olas, y a ratos parece que estuviramos en la cala
de un barco. Nuestros compaeros nos han abrazado con ese regocijo
melanclico de quienes ven en el prisionero que llega un algo de libertad
perdida: y tratan de hacernos compartir una alegra falsa. Nos refieren
jocosam ente sus hambres, sus miedos pueriles a los cangrejos que salen
de las grietas de las piedras a buscar, de noche, por el pavimento del
calabozo, un desperdicio de comida imposible, y que sin duda regresarn
a sus cuevas defraudados con la muela al aire, como un campesino de
manifestacin que no consigue nada por ms que levante su horqueta
famlica entre la multitud. Hay ratas tambin, ratas negras de ojillos
feroces que destrozan la ropa y muerden a los durmientes. En el muro del
fondo los liqenes cuelgan como en una roca marina. La bveda es un
tnel de unas quince varas de fondo a cuyo techo curvado casi alcanza la
mano; y es tan nauseabunda, se filtra el agua en ella de tal manera que
da la impresin de que vamos a vivir en el interior de una cloaca. Sobre la
puerta formidable que la clausura, una reja de gruesos barrotes deja
entrar el aire del patio: un vaho de chiquero y de fritangas speras.
-E s que el rancho nos queda al ladoexplica uno.
- Y qu nos dan aqu? -pregu n ta Carvallo.
Y el otro, rindose:
-A qu ? Por la maana un tarro de agua endulzada, que aqu llaman
caf, y una arepa como una hostia; al m edioda un plato de mazacote de
arroz nadando en manteca de sebo y dos hostias; en la tarde, su guarapito sin hostia; un lepe en la barriga, dos tarros de agua, y hasta el da
siguiente. La lata de agua dulce vale un real; el que no tiene cmo pagar
la o se bebe la botella de agua escasa que le dan, se muere de sarna, o se
lava un ojo hoy y otro maana. Aqu los nicos que comen son los piojos.
Las pulgas, las pobrecitas, ya no pueden ni brincar por el reumatismo, y
CAPITULO V
Los otros pensionistas - El bao de mar... - Recuerdos de la Independencia - Los libros Montesdeoca, el infortunado - Se va Rodrguez Silva... - No hay mdico ni medicinas
para los presos polticos... - Una nueva apoteosis castrista en Carabobo - Disputas teol
gicas - Caso pope ortodoxo.
7 En el cal o jerga de presidio seis con dos (seis aos, dos meses).
tengo cuarenta y ocho... sargo de cincuenta y dos... Pero el juez, ese que
me conden, no condena a ms naiden...
Y como notara el horror y la repugnancia pintados en nuestro sem
blante, coloca la sucia vasija en el suelo y aade al marcharse:
Pero esas son las injusticias... Castro es Presidente y yo soy Montesdeoca, el pollinerol...
Por fin logramos que nos pasen algunos libros... La Biblia, Biografas
de Hombres de Hispano-Amrica por Ramn Aspura, El Civilizador, de
Lamartine, y la novela Canaam, del brasileo Graga Aranha... Despus
me han enviado un volumen de la historia griega de Duruy, el tomo
clsico de Juan Vicente Gonzlez y un ejemplar del Quijote... La bibliote
ca no puede ser ms heterognea...
Ya por las noches, hasta muy tarde, a media voz para que no vaya a
enojarse el ronda, hablamos de las lecturas del da.
Carvallo Arvelo improvis un trapecio con cuerdas, desde dos argollas
que hemos descubierto en el techo de la bveda y que sin duda fueron
empotradas all para la mquina de algn tormento. Nos han pasado
ropas; y para estar a salvo de la humedad, convertimos el calzado en
zuecos flamencos con pedazos de tabla. Con una caja vaca fabriqu con
tra el muro una repisa a manera de bufete y un banquito. Y una maana,
entre aclamaciones, trajeron los suspirados chinchorros, que colgamos
de estacas metidas en las grietas de la pared.
Haremos ejercicio; leeremos; escribiremos... Todo esto se debe a que
nos quitaron de encima al Segundo Jefe, Rodrguez Silva. Porque Silverio, en honor a la verdad, no se toma el trabajo de mortificar a los presos
imponindoles privaciones absurdas. No se explica, por otra parte, que
leer un libro o garrapatear un papel constituya una distraccin ni un
alivio para nadie. No; l es un hombre inculto: que lean, que escriban...
En cambio, Rodrguez Silva s sabe lo que significa el ayuno intelectual.
Y por ello nos niega libros hasta ltima hora. Para que cojan el paso... explica a Giral, que intercede en nuestro favor. Por qu nos acosa este
hombre?, me pregunt mucha veces...
Cada vez que pas ante nuestra puerta, con la sonrisa equvoca, le
volv la espalda. Es la nica forma, bien inofensiva, en verdad!, de mani
festar nuestro disgusto: no obstante, he podido observar que este fro
desprecio duele ms que la clera a los que gozan con el dao ajeno.
9En nuestros pases - e n casi todos- como se sabe, en razn a que los primeros presidentes
fueron hroes de la Independencia, quienes ocupan sucesivamente la presidencia preten
den ser no menos hroes; y los tenemos de todos los meses del ao -e l hroe de abril, el de
mayo, el de diciembre... Pronto se agotar esta lnea del calendario y habr que apelar a los
signos del Zodaco, y as tendremos el hroe Piscis, al hroe Virgo y al hroe Cncer o
Escorpin, etc.
CAPITULO VI
U n poco de historia a travs de Silverio - El documento parlante - Bocetos - Caracas, la
gentil - Romanticismo galileo - U n asesinato - Solagnie y las ranas - Los poetas - Las
zetas - Una tragedia indita - Los bandas.
Una tardecita lluviosa. Los carpinteros han dejado una escalera con
tra el mstil de travesao que en el vrtice de lo que fue la Capilla de la
Fortaleza, pone a flotar de seis a seis la desteida bandera de la Repbli
ca. Se la iza en la maana y se la arra por la tarde, con honores. El
batalln -n o completas las tres compaas porque algunas imagina
rias10son renta del buen Silverio- hacen maniobras en el patio, a corne
ta y tambor, que finalizan con una musiquilla de pfano.
El detenido Eduardo Quesada, un colombiano listo, de perfil aquilino y
hombre de destrezas administrativas, a quien Eliseo Sarmiento en
tonces comandante de armas en Carabobo- mand sin frmula de juicio
a encarcelar all por ciertos manejos con las raciones de las tropas, se
queda mirando el asta, la escalera que se apoya en ella y una vara con un
andrajo casualmente arrimada. Me las seala y dice, pensativo:
-L a esponja, la lanza, la cruz...
En efecto, contra el cielo crepuscular, los tres objetos del smbolo resal
tan... Nuestra juventud vive evocando el lejano y brbaro holocausto
judo; es una metfora un poco enfermiza, un poco romntica de los
escritores quejumbrosos y de los pueblos en decadencia... No obstante,
dicho por Quesada, toma un significado especial. Aquel colombiano est
all dando prueba de la pulcritud administrativa de Eliseo Sarmiento,
porque se apropi algo. Adems, en nombre de qu moral poda ese
hombre encarcelar a otro por fraude cuando l iba libre y de charreteras?
Juan Martnez era un guerrillero de Carabobo que haca unos meses,
siguiendo instrucciones de la Revolucin, habase puesto en armas por
los alrededores de Valencia... Se le persigui; disolvise el grupo, se le
tom prisionero, rendido. Hubiera bastado encarcelarlo o arrojarlo pro
visionalmente de la regin. Pero Cipriano Castro haba fusilado a Pare
des -imitando a Guzmn Blanco con Salazar- y Eliseo Sarmiento, deba
de imitar la enrgica conducta de su jefe - a quien entre parntesis,
estuvo dispuesto a traicionar cuando la Conjura del General Linares
Alcntara. La moral y la consecuencia de estos hombres son as...
10Las imaginarias, como se ha dicho - y lo presupuesto para raciones de boca, pues obliga
toriamente el soldado debe invertir su dinero en el rancho de la fortaleza- forman la
pinge renta de nuestros generales en servicio. El servico de plaza es para explotar las
tropas, el de campaa para despojar a stas y a los labriegos o terratenientes de los alrede
dores. Esta prctica, en rigor, no la trajeron los andinos... Y a era un recurso conocido
desde Tito Livio. Casi toda la obesidad de nuestros milites en ejercicio es la flor de las largas
hambres de los cuarteles y de los campamentos.
Carvallo Arvelo hace versos... Algunos excelentes. Es un ne-romntico. Pertenece a la generacin de los bardos que le dan valor a su poesa
con ciertas msicas verbales, con ciertas palabras que no significan pre
cisamente lo que el poeta imagina, pero que le suenan bien. El otro poeta
es un caso. Se llama Francisco Garca Pregal, pero ha resuelto firmar
Frank Garca Pregal, para exornar con mayor encanto su firma. Esto es
lo de menos; lo de ms es que hemos tenido que pelearnos con l tras
soportar una serie de recitaciones... Su fondo es ingenuo; quizs bueno.
Ha ido de aqu para all, sin rumbo ni programa; cultivaba la bohemia de
melenas y cuello sucio, que deja sonetos lugonianos y malas costumbres,
y en la cual se atrofia lentamente toda la inteligencia entre una niebla
alcoholes teosficos y de petulancias estriles. Es miope y afecta una
indolencia artstica en sus hbitos que dentro de un calabozo resulta de
lo ms incmodo para sus compaeros. Llama con infantil ilusin, fami
liarmente, a los grandes poetas: Rubn, Leopoldo, Juan, Perico, etc. Si la
vida nuestra no fuera tan estrecha y dura, resultara pintoresca su char
CAPITULO VII
Aires de afuera - Los dictadorzuelos del futuro - Ao Nuevo en prisin - Viene un segundo
Jefe - Proyectos de fuga - U na frase admirable dicha sencillamente - La ansiedad que
mata - El Ministro de la Guerra visita el Castillo - Horas antes de la evasin - Hacia lo
desconocido... - A bordo de E l Zumbador - Pedro Ducharme y Doroteo Flores - La bodega
del hambre - La asfixia - En Adcora.
Ha llegado el Ao Nuevo. Por Navidad la esposa del Jefe del Castillo una maracaibera- nos regal hallacas, dulce... Para que se acuerden de
la familia. Su piedad de mujer nos resulta irnica y amarga.
Tirados en las yacijas, tras de una cena improvisada en uno de los
calabozos vecinos -hubo concesin de permanecer abiertos hasta las
once- hemos escuchado, a las doce, los veintin disparos... La salva
saluda el ao! El eco de los estampidos retumba en las bvedas y va a
confundirse con el rumor solemne de las olas que baten la muralla.
Una banda m ilitar-la misma de la paliza- saluda tambin al nuevo
ao desde la explanada. Las cornetas desgarran; el pfano silba un airecilio entusiasta que desmaya en clderones quejumbrosos... Van redo
blando los tambores hasta extinguir su ltima vibracin en la noche. Los
cohetes rasgan el aire, lloviendo luces multicolores. Se advierte un lejano
murmullo que la brisa trae con todas las alegras orgisticas del Puerto;
campanas, villancicos, animacin nocturna. Y como el fondo de una sin
fona wagneriana, las sirenas de todos los barcos surtos, las del Dique
Astillero, las de la ciudad, estallan, acordando una larga estridencia
ensordecedora.
Al otro da... el mismo pensamiento bajo la misma piedra. Un factor
alterado en la cifra del ao. El amor cada vez ms grande por una Liber
tad que no se detiene sobre nuestro dolor.
Y nuestros ojos caen y quedan presos entre las letras angulosas, defor
mes, trazadas por una mano inexperta con un pedazo de escayola sobre el
muro limoso del fondo: entr a este calavoso el da 7 degunio de 1898...
Hace nueve aos que un pobre hijo del pueblo estuvo encerrado aqu,
un venezolano ignorado que quizs muri dentro de estas paredes.
Pero stas son las glorias del general Ignacio Andrade, expresidente
de la Repblica, quien, vencido y humillado por Castro, est ahora de
ministro en Cuba, segn creo, representando al Gobierno que le arroj de
15Es un viejo remolcador que antes se llam El Augusto, vendido por el general Augusto
Lutowzwky a la Nacin, y armado en guerra. Lleva ahora el nombre de uno de los triunfos
de Castro en el Tchira. Otro yacht de excursin, comprado a un millonario yanqui, se
denomina El Restaurador, ttulo que le dan a don Cipriano. Una costumbre ridicula, que
se ha hecho crnica en Venezuela, ponindole los nombres de los que mandan a las calles, a
las plazas, a los territorios, a los barcos, a las escuelas. Por eso todo el pas causa al
extranjero una impresin bufa. Y ya no slo es al jefe del gobierno a quien tal honor se
decreta, ahora es a sus hijos, a sus familiares, al perro querido o al caballo predilecto. Es
inconcebible que se pueda aceptar por hombre de mediano juicio tam aa adulacin, tan
absurda, tan infeliz y, sobre todo, tan precaria... Entre un lustro y otro, si uno no se toma la
pena de leer en esa pocilga de los decretos municipales, legislativos o corporativos, andar
perdido en su propia aldea: hoy la calle se llama Gmez y maana Gonzlez y pasado
m aana Rodrguez...
Nos reciben mal y de prisa; nos hacen descender por una escalerilla a
la bodega de popa, cerrando hermticamente el boquete al retirar la
escalera. Un antro ftido, oscuro... Apenas distinguimos, minutos des
pus, que estaban all dos hombres. Uno, al parecer, enfermo, permanece
tendido en una pequea hamaca, otro de ademanes vivos, broncneo, de
anchas espaldas...
Y de sbito, al reflejo de la claraboya que hasta ese instante nublaban
las olas porque se abre al ras de la lnea de flotacin, nos reconocemos. El
general Pedro Ducharme, el general Doroteo Flores...! Les traan de La
Rotunda de Caracas. Habanles embarcado en La Guaira... Suponan
tambin, al ver que no les dejaban en el castillo de Puerto Cabello,
que bamos para el de San Carlos. Pero no deba crecer nuestra extraeza ante aquella nueva medida de sacar slo dos presos de tal calidad,
recoger aqu los de Carabobo y expedirnos dizque para el penal de Mara
caibo, tras tan larga permanencia en el castillo Libertador?
-D e esta gente se debe esperar todo lo malo!
Ducharme permanece serio y callado. Est muy enfermo del hgado. A
poco, Doroteo re mostrando su fuerte dentadura de indio. Pronto se
establece una alegre y viril cordialidad en la bodega ftida. Arriba resue
nan fuertes pisadas... Se recogen anclas. La sirena ronca, formidable;
nos ensordece. Crujen los herrajes del timn, girando por sus pasadores
sobre nuestras cabezas. Y un instante despus el balanceo nos anuncia
que estamos mar adentro.
La noche ha sido espantosa: casi todos se han mareado. Y es fcil
deducir las consecuencias en los dos metros que ocupamos seis hombres,
hacinados sobre rollos de cables y sacos de municiones... En la madruga
da, Doroteo y yo, que no nos hemos mareado, nos refugiamos al fondo,
contra una bala de estopas. A l le sigue extraando el viajecito...
- Y usted qu cree?
-Pues yo... despus de lo que hizo Castro con Paredes...
Y hace un guio casi alegre, pasndose el ndice por debajo de su
mandbula fuerte, abierta, enrgica, de marino oriental...
El poeta gime, tratando de encontrar sus lentes, todo miope, vuelto un
lo de ropas y de melenas en el centro de un rollo gigantesco de cables,
como una clula de miseria indefensa, como una pobre ostra desgracia
dsima que dejasen abierta su concha a la merced de todos los apetitos...
Mis resentimientos no resisten este espectculo. Le dirijo la palabra.
Doroteo ensaya hacerle rer. Pero el poeta contina irremediablemente
triste.
Y no es para menos.
CAPITULO VIII
Al fin!... - El Saco de Maracaibo - Las delicias de sobrecubierta - El Castillo de San Carlos
- Peligros de ciertos adjetivos - La requisa - Jorge Bello y los presos - Los colores del 8 y las
comodidades del 12 - La doble esclavitud nacional - El preso del Mandevil...
fardos de aqu para all entre la confusin del marullo... Y poco despus
advertimos que somos siete. Hay un nuevo compaero. Al llegar no lo
advertimos. Le han trado separado de nosotros, con un par de grillos, y
ahora le incorporan al grupo... Nos refiere que tena un peridico en
Puerto Cabello y que por cierta alusin a un funcionario pblico ste le
recomend especialmente al comandante del barco; aprovechando la
remesa de presos a San Carlos para incluirlo... Se llama Mario Olavarra; es muy joven, muy nervioso; habla con una rapidez de palabras y
una movilidad fisonmica curiossimas. Tiene un tic que le hace tocar en
ngulo recto la mandbula con la clavcula izquierda. En medio de nues
tra desgracia, el buen humor nos trae a flor de labios una sonrisa con el
nuevo compaero... Nos dice que las ha pasado negras, que l se vengar;
y le advierto, viendo venir otra ola:
-Despus se venga;... por ahora, agrrese duro si no quiere irse al
agua...
Y dos, tres golpetazos de ola nos baan de nuevo, completamente...
Cuando sacamos la cabeza del agua, vemos que en la toldilla Ruiz Urrutia y el del casco de corcho estn muertos de risa...
-E sos canallas!... esos miserables!... -murmura Ducharme tratando
de retirarse del rostro, cerca de los ojos, los fragmentos de sus espejuelos.
-Embarcan la ola de propsito -informa Doroteo.
Sentimos mucho fro; los das de hambre, aquella salida al puente
anegado; aquella sucesin de baos y de sustos... Nos tiemblan las ma
nos. Los rasgos del sufrimiento en los semblantes se disuelven en clera.
Y la mirada que dirigimos a los dos hombres que disfrutan del espectcu
lo desde la toldilla debe ser tan siniestra que vuelven la cara a otra parte
y dejan de rer.
Al fin cruzamos la zona de calma y distinguimos, sobre la raya turbia,
otra lnea ms ancha, gris, larga, que parece emerger del horizonte de
tierra; al extremo, frente a frente a Zaparas y a la derecha del abra... Es
el castillo, la ttrica e historiada prisin. Contra el cielo flamea una
bandera nacional a la recia brisa del golfo.
Y a media mquina nos vamos aproximando... Ya advertimos el esque
leto del Justicia -u n vapor que se arrim a arruinarse all en la Guerra
Federal-, casitas de techo rojo; las murallas con sus garitas; la orilla de
las escolleras, y sobre el pico avanzado de la estrella que forma la fortale
za, un can en su funda... Por las aspilleras, otras bocas de fuego. Un
diminuto soldado se pasea, all arriba, cerca de la bandera.
El Zumbador ha largado anclas y se mece, dulcemente, mientras
destacan un bote para llevarnos a tierra. All nos bajan, mojados, tacitur
nos, hacinados... Doblamos la escollera y cuando estamos a punto de
atracar vemos que corre del interior de la fortaleza hacia la orilla un
teniente con algunos nmeros ... Es un hombre de rostro lampio, in
dio; trae la espada desenvainada y parece posedo de clera inaudita...
-Aquel hombre como que nos va a caer a plan de machete! -dice Doro
teo.
Pero no hay tal cosa. Desembarcamos sin otra novedad. El indio enfu
recido es uno de esos infelices que creen marcializarse ponindonos cara
espantosa. Una supervivencia de los pueblos brbaros que se colocaban
cabezas de animales u horribles mascarones, como los guerreros japone
ses, para aterrar al enemigo... Por las cortas palabras que cambia con el
oficial notamos que tiene el dialecto cantarino de las gentes de la Cordi
llera.
Desfilamos entre soldados como una teora de miseria, de humedad, de
resignacin...
El sol calienta ya la tierra salitrosa y reverbera sobre las chatas mura
llas blanqueadas de cal. Penetramos por un laberinto entre la curiosidad
de prisioneros comunes que nos miran pasar, unos burlones, otros com
pasivos.
Advirtese que aquellos desgraciados estn en peores condiciones que
los de Puerto Cabello, porque aunque pueden andar por una parte de la
isla y algunos hasta tienen all sus mujeres, de acuerdo, naturalmente,
con la conducta que observen, toda su labor la explota el jefe de la Forta
leza, Jorge Bello. Tiene ste, tanto en el Castillo como en el pueblecito,
todo monopolizado: el pan, la carne, las mercancas, los vveres. Adems,
con la mano de obra de los presidiarios explota la concha de mangle y la
embarca por valor de muchos miles de bolvares en los bergantines que
despacha directamente desde San Carlos. Es, pues, una nsula Barata
ra de cuya administracin no se le pide otra cuenta que la de que no deje
ir a ningn preso, tenga mano pronta y dura para los detenidos polti
cos y d razn en el diario telegrama que le pasa a Castro de los que vayan
murindose... Con esto y el simple consumo de tropas y presos ya podr
deducirse cmo ir de negocios el general Bello, sin contar el contraban
do con las Antillas....
Sabamos todo esto antes de entrar all; conocamos las historias ttri
cas de Anselmo Lpez, de Marrero, de Taillardath, de los viejos Farrera,
de Taveroa, de Desiderio Centeno, de Eduardo Daz de tantos infelices
que sucumbieron o sucumbirn bajo la jefatura implacable de Jorge Be
llo! 16
La primera impresin que causan aquellas construcciones chatas, inmisericordemente blancas bajo un sol trrido, soterradas, con boquetes
angostos ferrados de rejas a cuyo travs se nota el espesor de ms de un
metro que tiene el muro de piedra, es la de una aldea marroqu, la de un
aduar perdido en cualquier costa del Mediterrneo y dijrase que por los
boquetes oscuros van a surgir los albornoces albos y las largas espingar
das de los guerreros de una kbila. Pero en vez de bereberes de ojos
sarracenos, vamos encontrando aqu y all grupos melanclicos de pri
sioneros comunes que van a sacar mangle entre una compaa de sol
16 El infortunado general Antonio Paredes dej un libro, escrito con una sencillez admirable
y con todos los datos que puedan importar a quienes suelen imaginar que estos horrores son
novelas escritas para conmover a bandidos. El libro de Paredes se titula Diario de mi
prisin en San Carlos.
Somos siete los que debemos vivir en aquel calabozo, o sea sobre los dos
metros de pavimento; en la otra mitad no se puede estar: es un lodo
asqueroso.... Hemos barrido y limpiado lo mejor posible. Pagando un
precio escandaloso, conseguimos un frasquito de creolina. Compramos
tambin dos esteras en donde nos tenderemos, como bananas en una
bandeja. Ducharme, que contina enfermo, se sita en su pequea ha
maca, sujeta a estacas clavadas en el muro, pendiendo a dos cuartas de
los que dormamos debajo. Al recoger la rodilla le golpeamos la espal
da.... Un medio barril sirve a un extremo del calabozo -cada cuarenta y
ocho horas vertido- para las horruras... Tampoco nos dan de comer esa
tarde. En la maana, cuando traigan los grillos, suponemos que nos
darn el rancho.
No es posible dormir. Los centinelas, situados equidistantes en sus
garitas, deben alertarse mutuamente toda la noche como en un campa
mento carlista...
-Siete!
-Ocho!
* Apndice III.
-Nueve!
Es una gritera que se aleja y luego viene aproximndose hasta que
estalla con su nota mxima sobre nuestras cabezas: el nueve!. Y vuelve
a perderse en las lejanas explanadas entre el rumor de las olas para
tornar a aproximarse, siguiendo as, infinitamente, toda la santa no
che... Hay un poco de luna, o ser la claridad de las estrellas... Por la
manera de gritar su nmero se deduce el carcter del centinela: uno es
desmaado, lleva la vida tal una carga; otro brutal, spero; el de ms all
casi pone un encanto musical en la cifra, y alguno la escupe en la sombra
como una maldicin...
Nadie ha dormido; nadie dice una palabra. Silencio y dolor dentro.
Dolor y silencio fuera. Aqu estamos los recluidos, los esclavos rebeldes
que se arrojan en la gehena sin un cacho de pan ni un jarro de agua;
afuera estn los esclavos dciles, disciplinados, estupidizados que tienen
la misin de custodiar a sus hermanos y de asesinarlos si tratasen de
escapar.
En medio de estas dos esclavitudes, Venezuela se arregaza la tnica y
se tumba a dormir con el primer mono insolente que sale de la montaa a
la cabeza de una bandada.
A qu hora de la madrugada se forj en mi fantasa este relato de la
pequea tragedia del cautivo? Lo haban encerrado all, en el 8, donde
estaban el catre y la almohada rotos y el Mandevil grasiento. En l trata
ba de aprender el significado de aquellos jeroglficos negros y retorcidos
como su destino. Slo lograba comprender que se referan a aquella casa
de campo con rbol, fresco y verde; al nio-sube-y baja, mientras que
el perro no hace nada , al yugo con la cabeza del buey que tiene los ojos
dulces. Su imaginacin dbales vida propia a los toscos grabados. Quizs
tendra all, en una playa lejana que baan las aguas del golfo, dos
hermanas que iran todos los das a esperar el barco del hermano; tal vez
formara en su mente ideales relaciones incomprensibles con esas vidas
tan sencillas que por serlo tanto dejan de ser vidas para convertirse en
virtudes, en virtudes sin valor ni expresin ni fisonoma: la paciencia, la
modestia, el silencio...
Y cuando lleg la hora de suspender el estudio y de cerrar el mandevil de su existencia, con la lectura de esa ltima pgina donde Jorge
Washington resulta cortando el hermoso cerezo, cay sobre la mugre
de aquella almohada, y qued tendido en el catre, bajo un sordo responso
de moscas l, que haba aprendido a leer! l, que soara poder escribir
tarde o temprano! Mora al comenzar a vivir, dentro del concepto inte
lectual de la vida! Mora amando, al menos, las virtudes mediocres que
haba aprendido a practicar en su primer libro de lectura: la paciencia, la
modestia, el silencio...
CAPITULO IX
Nuestra ley de presupuesto - Jorge Bello y las escolopendras - U na familia de guerreros Los nuevos hermanos Siameses - La leccin de ingls - Hordas, tribus, clanes - Mahoma
no fue a la montaa pero la montaa aplast al profeta - La nueva sociedad comanditaria
en perspectiva - La futura avenida comercial.
Abril de 1908.
C o n l a p e n s i n de Ducharme -la mayor-, con la de Flores y las nues
tras, reunidas, hemos constituido un fondo comn para los siete que
estamos en el 12. Se dispone que -excepto el general enfermo, decano
del calabozo- cada uno haga el servicio un da de la semana: mayordoma, aseo, cocina, etc. La compra se efecta a la puerta cuando traen a las
ocho el desayuno; vienen dos presos comunes con enormes azafates de
provisiones. Es otro de los negocios de Bello. Los precios, en rigor, no son
exagerados. El turco abre y cierra insolentemente las puertas para que
entren las compras. Se encarga de lavar ropas. Le di una camiseta de
franela y cuando la trajo, tres das despus, amarilla y estrujada, hizo
que me anotaran ocho reales.... A ese paso, preferimos lavar en el calabo
zo, cada quien lo suyo, y secarlo como Dios quiera. No podemos manejar
sino pequeas cantidades de dinero -cinco o seis pesos que se piden cada
semana. En cuanto al rancho, justo es declararlo, es ms humanitario
que el de Puerto Cabello; caf, pltanos, pescado, pan de trigo, queso....
Slo que un da estuvimos a punto de envenenarnos con cierto sancocho
de patas de puerco que estaba ms podrido que el pas...
Ni un libro, ni un lpiz... La necesidad de escribir algo ha convertido
las paredes en una biblioteca y un archivo... Toda suerte de datos y de
apuntaciones: desde una absurda suma de pequeas cantidades que
parecen pautar las largas hambres de algn infeliz hasta la nota senti
mental del preso: cuando entr a este calabozo estaba convencido de no
salir... Y en la madera de la puerta, grabado a punta de clavo: aqu
muri Eduardo Daz y una fecha, debajo... Tambin he descifrado la
torpe escritura de los hermanos de Pablo, tachirenses, que tienen cerca de
nueve aos de prisin; uno de ellos, que entrevimos al pasar para ac, es
de un gran parecido fisonmico con Cipriano Castro; luego supimos que
eran primos de ste y que por cierto viejo pleito de familia, por un asunto
de linderos o no s qu, desde que estaba en Caracas les tena aqu
engrillados. Dos de los hermanos estn enyugados por una barra de
grillos de una media vara 18
En el foso de ms arriba, dividido del nuestro por una pared, estn los
generales Pedro Julin Acosta-cuasi ciego-, Farrera, David Montiel. En
ese mismo, o en otro, tienen al negro Barrez- guerrillero de la Sierra de
Carabobo-, Pablo Guzmn, Alamilla Ramos. Nuestros vecinos de ese
foso son Jess Marcano Rafetti, Pedro Oderiz y los desdichados herma
nos de Pablo que como no cuentan con recursos o no se los dejan pasar, se
hallan en la dura miseria de las crceles. Se calcula, recordando nom
bres, que existen unos ochenta y tantos presos polticos en la Fortaleza.
A raz de la ltima guerra fueron centenares todo Venezuela con algn
relieve ha pasado por estas cosas! Aqu trajeron a los generales vencidos,
a los oficiales y a los sospechosos de complicidad con la extinguida Revo
lucin Libertadora. Era el proceso de la venganza andina que comenza
ba, siniestra e implacable.
Estaban all ya los generales Ramn Guerra y Pedro Julin Acosta- a
este anciano militar, casi ciego, trat Castro de fusilarlo cuando el inci
dente de Barcelona, hacindole cargos de traidor. Era a la sazn Minis
tro de Guerra el general Jos Ignacio Pulido y como se opusiera enrgica
mente a semejante atentado, Castro le increp duramente: -Y es usted,
uno de los que formaron el consejo de guerra de Matas Salazar, quien se
opone ahora!
Por eso mismo, Cipriano, por eso mismo -repuso gangueando y re
suelto el viejo federal, que renunci luego a su cartera.
El cadver del general Desiderio Centeno, fue sacado envuelto en una
estera. Los dos ancianos Farrera -padre y to del general Ramn Farre
ra, presos por el delito de ser familia del traidor de Ciudad Bolvarsucumbieron en el calabozo. Una maana llegaron a la puerta de la
mazmorra de ste un grupo de soldados y desenvolvieron de la estera un
cadver:
J.R.P.
los tambores impeda escuchar los quejidos de los vapulados para que
confesasen algo o en castigo de leves faltas. Despus que nos encerraban
era intil pedir auxilio, aun cuando se tratara de un caso de muerte o
locura agresiva; ni se poda encender luz. El rancho es el habitual en las
prisiones de los andinos: agua sucia por caldo con algunos huesos sin
carne, y pltanos. A los que tenamos algunos fondos en la comandancia
nos permitan comprar ciertos comestibles en una venta que entra al foso
a las diez de la maana y que es negocio del jefe de la fortaleza. Para
tomar agua era necesario comprarla a centavo la botella; y el agua salo
bre del golfo para el aseo se nos venda a diez centavos la lata.
La misma persona que me facilita la nota inserta, aade: Como un
acto de humanidad debe usted dedicarle algunas lneas a los infelices
presos criminales bajo el rgimen andino: en primer lugar no les dan la
racin que les pasa el Estado y slo les proporcionan el rancho. Estos
mseros son unos verdaderos esclavos: por la maana les forman, des
pus que engullen lo que les dan, y en formacin, marchando con los ojos
clavados en el suelo sin que se atrevan a mirar a ningn lado, los condu
cen a los manglares, donde les ponen a sacar corteza de manglares, a
veces con el agua al pecho, todo el da. Por la tarde los encierran en el
castillo para hacer igual cosa al da siguiente. El mangle, como Ud. sabe,
se embarca y vende a magnficos precios en beneficio del jefe de la fortale
za .
Personalmente he verificado esta informacin como queda escrito.
brujo, esa nocin de que su deber est en hacer lo que se le mande; que su
conciencia no debe tomar parte en lo que sus brazos ejecuten por orden de
otro y que el Mal -desde el punto de vista de una amistosa consecuenciadeja de ser Mal para convertirse en Lealtad. El pueblo de Venezuela -e l
de los campos y el de las ciudades- ha delegado en sus mayordomos o en
sus representativos no slo su voluntad y su trabajo y sus aspiraciones
en la hora presente sino cuanto cree poder delegar para el futuro. Es el
pas donde los hombres firman bajo esta frase, absurda, abyecta, insen
sata: Su amigo incondicional, Fulano... Naturalmente, la tendencia
gregaria, el hbito del rebao, forman estas mayoras de la opinin p
blica la cosa ms despreciable que hay en Venezuela- y en cuyo nombre
hablan los manifiestos de los generales alzados ayer en defensa de
las instituciones y los discursos o cartas pblicas de los leguleyos de hoy,
que gestionan posiciones o cambalachean prebendas en virtud de la ma
yor o menor capacidad que tengan para aparentar ante el Jefe de la
Nacin o el Jefe de la Revolucin que disponen de una cantidad dcil
de opinin pblica en un Estado, en un Distrito, en un Municipio, o a las
veces, en el seno de una numerosa familia.
Como la poblacin no llega a tres millones hay prestigios nacionales,
prestigios locales y prestigios domsticos. Un orden tribal. O bien, y
mejor clasificado: la horda, la tribu, el clan. Horda fue la que levantaron
en los llanos altos y en las praderas del Gurico Boves y Pez; horda la
que form el grueso de aquel clebre movimiento desde el hato de San
Pablo para restablecer la legalidad... Anteriormente, de la horda com
pacta, ya disciplinada por diecisis aos de un rudo batallar, fueron
separndose las parcialidades al descuajarse la nacionalidad, al disipar
se junto con el humo de las batallas ese temor ante el enemigo comn que
unifica las especies... Y tuvimos la tribu llanera que desde Pez ha reco
nocido sus prestigios en Zamora, en Crespo, en los ltimos guerrilleros
del Nacionalismo y la Libertadora; y la tribu oriental que alz el estan
darte de la rebelin contra las leyes de la nueva Repblica encabezada
por Mario, pidiendo el fuero militar y la religin del Estado. Vencida
sta por la tribu llanera en la final destreza de Pirital, toma la revancha y
echa sus reales en ms de una dcada con los Monagas, pasndose luego
el santo y sea de intentar a travs de rgulos inferiores, llegando a la
postrera explosin que puso en boca de un jefe de oriente aquello de que
la revolucin soy yo. Con l qued enterrada en la polvareda de Ciudad
Bolvar. Asom Falcn, el Mariscal de la Guerra Civil, la cabeza insigne
de la tribu coriana que contara una serie de cabecillas hasta hoy. Guzmn se hace el cacique del Centro y plantan sus tiendas en derredor de la
del caudillo los jefes de parcialidades de Oriente, de Occidente y del Sur...
Sera imposible discriminar las innumerables encomiendas en que se
dividieron desde entonces las dos grandes agrupaciones tribales, cada
da ms fraccionadas... Hacia fines de 1896, quiso Jos Manuel Hernn
dez recoger las dispersas agrupaciones vencidas, cuasi disueltas, y por
tes... Mutuam ente se detestaban o por agravios lejanos o por un regionalismo de que
adolecen ambas masas pobladoras; si bien con carcter m s agudo y agresivo est latente
esta fobia entre las gentes de la Cordillera. De ah que los primeros das de la ocupacin
ms pareca que Venezuela estuviera bajo las armas victoriosas de los colombianos u otro
pueblo extrao, que disfrutando las ventajas de una Revolucin Nacional triunfadora. Con
todo, Castro procedi poltica y acertadamente, y al crecer de puntos los desmanes y los
atropellos que sus oficiales y tropas cometan contra ciudadanos indefensos, declar enfti
camente: ni cobro andinos ni pago caraqueos; con lo que se trajeron a razn los primeros
al no sentirse apoyados por la autoridad pblica en sus lances personales.
CAPITULO X
Nueve aos de restauracin liberal - A l aire, al sol - Los nuevos presos - El inalmbrico
del nmero 12 - Un poco de sociologa barata - La cancin del soldado - Andinos y Centra
les - Una cuestin de fondo que no debe evadirse ni desfigurarse - El Bombardeo de 1902 El Vinneta y el Panther - Los alemanes en San Carlos y Puerto Cabello - Salvajadas Cobardas - La resistencia heroica - Algunas notas para la historia de nuestras hum illa
ciones - Valor, valores - Los ms hbiles y los ms aptos - Darwin en el gnero chico - La
literatura y la poltica comparadas - Efemrides a planazos - Los muertos annimos - Y al
fin una tarde...
En el calabozo del rincn estn el general Pedro Oderiz y Jess Marcano Raffetti, orientales. Marcano ha mantenido un excelente humor en
todo tiempo. Canta La Viejecita, el do, el brindis, con una voz fresca y
alegre que nos recuerda el ambiente familiar de nuestras veladas, la
msica predilecta de las viejas zarzuelas. En toda existencia hay siem
pre una pequea novela de teatro. Su compaero es un hombre tacitur
no, poco comunicativo, sin duda a causa de la sordera. Es muy rico y se
dos das. Viene un oficial tachirense, con el sable desnudo; arroja fuera
los de mantas, esteras, ollas, y la emprende a pinchazos con las maletas
por el placer de estropearnos ropas y utensilios. Como este desgraciado
hay algunos otros. Todas las tardes, al cerrar, un zambo de seis pies de
alto, mascando en un ngulo de la boca su psimo cigarro, se pone a
contemplarnos con una sorna hostil... Tiene los tobillos gruesos, de pere
zoso, y ese jarrete gordo, basto, abundante, de la gente ordinaria. Los
tipos ms plebeyos, menos intelectuales y excesivamente pedantescos se
encuentran entre estas dotaciones militares de nuestras fortalezas y en
las sesiones de las cmaras del Congreso. Dios mo! qu de chalecos
estrafalarios! qu de jetas abominables! Cunta torpeza y estultez!
A los presos criminales, como ya se sabe, les prohben mirarnos al
rostro. Hay rdenes severas. Podemos seducir a algunos de estos infeli
ces con una mirada de inteligencia!...
Slo el viejo coronel Manuel Quevedo -excepcin entre aquella gen
tualla- nos hace signos amistosos y est propicio siempre a servir a los
presos. A l le debo los datos del bombardeo alemn a San Carlos que son
la exacta expresin de cuanto ocurri y no esa leyenda oficial, puesta a
circular para convertir a Jorge Bello en un Palafox. Verdad que se condu
jo mejor que el otro Bello (Julio)22, que estaba de comandante en Puerto
Cabello cuando el bloqueo y a quien llevaron a bordo preso los oficiales
alemanes... Se refera que en momentos en que los caones de los navios
de guerra apuntaban nuestra poblacin para disparar, Julio Bello topa
ba unos gallos en un rincn del recinto... Su nica hazaa estuvo en
rendir el machete que llevaba terciado y alzar luego a bordo del Vinneta la copa de champaa con que le brindaron los alemanes de un modo
burlesco... Estos le cayeron a sablazos al altar de la Capilla del Castillo,
sacaron las sagradas imgenes al patio para mutilarlas; el plpito sirvi
les para bufonadas; un sargento o un teniente que hablaba espaol hizo
la entrada, por el Hornabeque, a la cabeza de un pelotn de desembarco,
llevando en una mano una bomba arrojadiza y en la otra un revlver de
ordenanza: -Rndanse! Rndanse!- corra gritando al encuentro del
general Bello.
La Capilla de la fortaleza haba permanecido inclume a guerras y
asonadas y sublevaciones. En su archivo existan documentos valiossi
mos. Cuando don Eduardo Calcao escribi su opsculo histrico La
Familia Jugo en Venezuela sin duda ignoraba que los expedientes de los
proceres Jugo23 -hermanos de mi bisabuela materna- estaban entre
aquellos papeles que en 1902 quemaron o dispersaron, con una salvaje
furia de destruccin. Encontrbanse tambin all los libros abandonados
por los regimientos vencidos en Carabobo, cuyos restos embarcaron con
Latorre el ao 24. Lo nico que no destruyeron, las campanas; las viejas
22 No es su pariente; creo que tampoco es andino. Ignoro si ha muerto. Esta anonimia
desoladora es la que espera a todos estos personajes.
23 Fueron ejecutados por Monteverde el ao 12. De ellos slo salvse Diego Jos, padre de
don Jos Jugo y de Diego Jugo Ramrez. El folleto de Calcao es muy conocido.
CAPITULO XI
Los prolegmenos del 19 de diciembre - Castro se embarca - Pal y Planas - La misin
Tellera - Promesas de ahorcado - Por qu regresaron los caudillos - Holanda agresora Curazao, Antilla holandesa, controlada por C a r a c a s -Comienza la escena en la plaza... El cuarto de hora de Rabelais - Y el general que no llega!- El pueblo est callado... Los motines - La primera sangre - Sigue la farsa - Los del hilo y los del filo - El
encantamiento roto...
n t e s , m u c h o a n t e s de partir Cipriano Castro para Europa, Gmez,
que estaba en cuenta del proyectado viaje, por medio de doa Zoila logr
convencer a aqul, valindose de la inquietud de la pobre esposa ante la
salud del marido, de la necesidad urgente en que estaba de hacer seme
jante viaje para ponerse en manos de un especialista, el cirujano Israel,
de Berln, garantizndole que durante su ausencia l, Gmez, conservarale el poder y le dara frente a los conatos revolucionarios ... Para esa
fecha ya haba celebrado pactos secretos con stos en Caracas y en el
extranjero por boca de agentes o comisionados especiales, solicitando
apoyo en su reaccin contra Castro30.
Desde los das azarosos de su enfermedad y en el curso de ella Castro se
haba ocupado sigilosamente en la compra de un barco de guerra en
30 Poseo la nmina de cuantos desterrados en Nueva York y en las Antillas, en las crceles
de Venezuela o fuera de ellas haban contrado compromisos con el Vicepresidente Gmez
para cuando se resolviera a la evolucin, es decir, a la traicin que este eufemismo descu
bra. Se ha visto cmo se contaba con esta reaccin contra Castro. Desde el vencimiento de
La Libertadora, y an mucho antes de la batalla de Ciudad Bolvar, 1903, entre Gmez, jefe
de las fuerzas del Gobierno y los rgulos revolucionarios exista una entente conocida por
todos. La burla de 1906, no fue sino una manera de Castro hacerle ver a su compadre Juan
Vicente que l estaba en cuenta de sus maniobras. Puede usted hacer lo que le indican
sus amigos, decale poniendo toda su malicia en aquel verbo en presente indicativo en
telegrama de 29 de Mayo, desde La Victoria, como respuesta a la carta melosa y sentida
que le dirigiera el da anterior... La correspondencia cruzada entre estos dos hombres rbitros de la suerte de una nacin-, es un monumento de vergenza: menosprecio, insen
satez, megalomana y despotismo de un lado; bajeza, hipocresa, deslealtad, servilismo de
otra parte... Corre inserta, ntegra, en los Documentos del General Cipriano Castro. Im
prenta Nacional, Caracas, 1908. Se edit este ltimo tomo en octubre. Luego trat de
recogerlo el Gobierno de Gmez despus de la infidencia del 19 de diciembre, pero
quedaron algunos ejemplares cuya coleccin est en mi poder. Parte de esta corresponden
cia puede tambin leerse en las ediciones de El Constitucional.
Es muy gracioso....
Babase un caballero portugus y arrebatndole la corriente iba ro
abajo, entre alarido y trago de agua, cuando alcanz a distinguir a otro
caballero enemigo en la ribera:
-S i me sacas de esto -le grit- te perdono la vida!
El divino calvo amenazando con la crucifixin a los piratas sicilianos
que le tenan cautivo revela la valenta genial del gran capitn que triun
f en Munda....
Lo de que Gmez abriera puertas cuyas llaves no tena y ofreciera
garantas de ahorcado, son cosas para que ran tres generaciones.
Gmez fue un Presidente a empujones; el guiol de unos cuantos seo
res; el Poncio Pilatos de una jerusaln mal representada en la Plaza
Bolvar de Caracas y que sacaban a que se lavara las manos en la jofaina
de la opinin pblica, esas manos ms negras que la tinta con que se
escribiera el llamado programa de diciembre!
El 12 de diciembre se present frente a La Guaira en son de ataque un
crucero holands que ya haba capturado aparatosamente algunos barquichuelos venezolanos en las costas de Coro33.
33 En un nmero del Fijdschrift der Vereinigen H ou en Trouw de Amsterdam , y con fecha 9
de abril de 1908, apareci una carta dirigida a cierta corporacin comercial por el seor J.H.
de Res, Ministro Residente del Reino de los Pases Bajos en Caracas, cuyos conceptos
acerca del Presidente Castro dieron lugar a una nota del Ministro de Relaciones, Pal, en
20 de julio, remitiendo sus pasaportes al seor de Res, y en la que se haca presente que tal
determinacin -com o con igual fecha se participaba al Canciller de H o la n d a - era tomada,
no contra el Representante de la Nacin amiga sino contra la persona non-grata de su
enviado. El Gobierno Holands tom las cosas de otro modo: el 25 de julio lleg el crucero
Gelderland a aguas territoriales de Venezuela, fonde primero en la rada de Puerto Cabe
llo y al otro da en la de La Guaira, sin hacer los saludos de ordenanza a su entrada y salida
de puertos venezolanos, tras recoger al lanzado diplomtico seor de Res y negarse a
recibir las visitas que la fala de la Aduana, en uno y otro puerto nombrado, fuera a hacerle
en cumplimiento de los reglamentos. Fue el 26 que se march de Res. Ni la venida del
crucero ni su objeto se participaron a las autoridades, como era debido. Para destacar ms
an la descortesa, cuando los cnsules holandeses de Puerto Cabello y La Guaira llegron
se a visitar el crucero, se les salud con siete disparos... La Holanda prudentsima, en cuyas
aguas operaban submarinos y cuyos cielos violaban zeppelines de 1914, sin duda haba
fatigado la energa y el quisquilloso orgullo de mejores das cuando se trataba de pases
remotos del Caribe. Que Castro fuese lo que fuese no era disculpa, tanto ms cuanto que
ahora, complacencia que ya raya en complicidad, es otro brbaro, ignominioso y artero,
cuenta con todo su apoyo y con un canje de honores a que de una manera tan... solcita se
prestaba hasta ayer su ministro de Artillac Brill. La gentualla de Curazao que ha vivido del
contrabando con la costa de Venezuela y cuyo comercio y cuya nica razn de existir como
escala obligada de algunas lneas de vapores que hacen la carrera de nuestros puertos est
en manos de esa voluntad estlida que parece regir nuestros intereses, la negrera irritada y
azuzada por algunos agitadores imprudentes cuya actitud merece la ms spera censura,
lanzse sobre las oficinas del Consulado de Venezuela, rompi el escudo, pate la bandera y
amenaz de muerte al Cnsul... Hasta la hora de embarcarse, bajo una lluvia de piedras,
alguna de las cuales alcanz al propio Procurador de la Colonia, aquella horda vociferante
comprendi en una sola injuria la noble Repblica y la persona del dictador. Qu stos son
los frutos de desconcierto y de insensatez a que llevan las dominaciones estpidas! Todo el
proceso est relatado en comunicacin oficial de nuestra Cancillera a la de Holanda en 28
de ese mismo mes. No era simpata de vecinos hacia la opresin venezolana lo que guiaba
esas manifestaciones y los artculos que aparecan en El Impartial, La Cruz y Am igos de
Curacao toda vez que ahora no se puede escribir una lnea contra el dspota actual; y el
gobierno de esa Colonia de Su Majestad la Reina de los Pases Bajos aparece por muchos
aspectos como una sucursal de la Prefectura de Caracas... Era un inters mezquino, desca-
que invitar a sus camaradas a la traicin contra quien les haba forjado y
enriquecido. El papel era duro, bochornoso,. Esta serie de conferencias,
esta porcin de pactos secretos entre el traidor de diciembre y sus hom
bres debi ser algo espantoso. Si hubiese existido un dictfono en las
paredes de su quinta del Paraso qu coleccin de infamias urdidas
sabra el mundo!36.
Primero se pens en acusar a Castro tomando como fundamento el
supuesto cablegrama en que aqul ordenaba matar a Gmez. Sir Vicent
Corbett, Ministro residente de la Gran Bretaa en Caracas, no logr que
las autoridades de Trinidad descubrieran el mencionado cablegrama.
Rafael Benavides Ponce, que era el Cnsul de Venezuela en Port of Spain
y por cuyo rgano pasaban los cables va Macuro afirm siempre no tener
la menor noticia de semejante despacho. La superchera de tal cablegra
ma no cuaj; era una infamia burda, no porque Castro no fuese capaz de
mandar matar a Gmez, o a cualquiera, sino porque incapaz de suponer
en su perro de presa fiel aquella tarda mordedura, ni tiempo tuvo para
dictar esa medida, ni hubiera sido su rgano para ello ninguno de los
miembros del Gabinete que rodeaba a Gmez.37.
,fi Entre los papeles que el saqueo de algunas casas ech a rodar y que la prensa de Caracas
reprodujo, hallamos esta carta reproducida autgrafa y que diriga el Ilustrsimo y Reve
rendsimo seor Arzobispo de Caracas y Venezuela al seor general Jos Antonio Crde
nas, cuado del general Gmez y hombre que le cuidaba con mayor asiduidad:
En mi prctica como Cura de almas, en los lugares donde no haba mdico tuve muchas
veces necesidad de hacer alguna aplicacin a feligreses pobres, y en males como el que sufre
el General, consegu siempre resultado seguro as: al notarse dolorcito en la vejiga, produci
do este malestar por haber transcurrido algn tiempo sin orinar, se aplica una bolsa con
agua caliente en el empeine; despus de un ratico se quita la bolsa y se frota esa misma
parte con una preparacin que tenga belladona, y al mismo tiempo se toma una taza de
cocimiento de la almendra que tienen las semillas de nspero. (TVes o cuatro almendras
bastan para una taza.) Podras t ayudar en los preparativos, cuando se presente el caso.
No se reproduce en esta nota la ya conocida carta por un pueril deseo de molestar al
prelado venezolano; no. Pero cuando en el curso de esta obra se alude a la actitud de la alta
Iglesia de Venezuela, pudiera suponerse o hacer que se supone un sentimiento anticlerical
en el autor. Nada ms lejos de la verdad semejante suposicin. Toda nuestra mejor volun
tad, toda nuestra caritativa comprensin no es bastante a llenar el abismo que media entre
un Antonio Luis Mendoza y un Felipe Rincn Gonzlez. A quin la culpa?
37 Tan a ciegas y tan confiado estaba Castro, que su hermana doa Laurencia, de tempera
mento entonces en Sabana Grande, al tener noticia de lo ocurrido en Caracas el 13 de
diciembre, protestaba: No se preocupen; ese es un papel de Juan Vicente en inteligencia
con Cipriano para descubrir ciertas cositas... La pobre seora vino slo a convencerse de
la cada de Cipriano muchos das despus...
CAPITULO XII
El golpe del 19 en los Estados - Peones de ajedrez - El nuevo escudo de Venezuela - Pasa la
farndula... - Las nuevas Fulanas y las viejas Menganas - El cortejo del santn podrido U n voto que se cumplir - Aquella maanita de diciembre - La segunda mentira: los
revlveres de Lpez Baralt - El general truculento y agresivo - El hroe en pleno
herosmo - El miedo, consejero ruin - Gmez pide la intervencin...
h a b a ocurrido a raz del golpe de Estado con disfraz de evolucin?
Poca cosa. Un solo Presidente de Estado, el doctor Luciano Mendible,
en Calabozo, sublev el cuartel en cuya acera qued muerto a tiros el
Comandante de Armas del Gurico, general Juan Jos Briceo, y lan
zando una proclama desesperada, tom la va de Apure refugindose en
Colombia con algunos oficiales y los presos comunes fugitivos... El llama
do don Celestino Castro, que era primer vicepresidente del Tchira, pas
sin prdida de tiempo la frontera y un coronel, Manuel Felipe Torres,
joven valeroso y atrabiliario, perdi la vida en una remota playa de
Oriente defendiendo el mando que tena. El doctor Mendible, diz que ni
siquiera invocaba la consecuencia a Castro, toda vez que en su inespera
da actitud proclamaba y reconoca al general Nicols Rolando, quien, de
acuerdo con la circular del Ministro del Interior, era ajeno a tal movi
miento puesto que navegaba ya hacia Venezuela a prestarle su concurso
al general Gmez*; don Celestino, hermano del Dictador, slo tena un
camino que seguir: el de la frontera. En cuanto a Torres, su conducta est
ms que explicada si se considera que era hijo de Cipriano Castro... El
resto del personal gubernativo en los Estados qued tal cual: escasas
excepciones y reemplazos insignificantes. Con esos mismos hombres que
un mes antes dirigan telegramas y algunos de los cuales fatigaban a sus
gobernados -persecuciones, exacciones, maltratos y solicitacin de fir
m as- con esos mismos se sostuvo la armazn elaborada pacientemente
en la sombra. Unos eran francamente traidores; otros ejercan una ven
ganza; algunos no quisieron exponerse a retaliaciones que sospechaban
inmediatas y se plegaron a los acontecimientos... Desde Miraflores se
Q u
* Apndice IV.
Ah, si estos otros que marchan sobre una niebla, fustigados por un
apetito de mando y de goces materiales se detuvieran a pensar, a compa
rar, a recordar! Si el recuerdo del pequeuelo que pernea en la cuna o del
joven que asiste ya a la universidad no fuera slo un instinto torpe de
reproduccin satisfecha y de orgullo banal!... Si la pobre esposa que
aguarda o la hija que pone su frente pura para el beso paterno merecie
ran un resto siquiera de consideracin hacia el caos moral en que han de
agitarse y deformarse...
Palabras! frases! no son elegantes ni de buen gusto; carecen de carc
ter literario. Es cursi eso. Sabe a discurso de efemrides. La vida es otra
cosa. Hay que aprovechar; hacer dinero; marcharse a Europa, tener ren
ta, casa, automvil, queridas - combinar un poco de sfilis con algo de
poltica; apurar algunas ideas generales junto con el cocktail en ama
ble rueda de amigos o pasear un vientre majestuoso por El Paraso y que
las gentes se digan unas a las otras: - Ese es el general Fulano; est
rico... Aqullas son las hijas del doctor Zutano, un chivatn... Antes
nadie les haca caso; ahora no hallan dnde ponerlas!
Es cierto. Sin embargo, en esos carruajes, por esas avenidas, en otras
pocas han desfilado los generales Fulanos y los doctores Zutanos con
sus familias -antes apabullados de mediocridad y de anonima en el
fondo de una provincia o en un arrabal de Caracaspasaron, brillaron,
deslumbraron, y lentamente fueron diluyndose y borrndose, perdien
do el contorno como esos caramelos que se chupan los nios con la delec
tacin cruel y sabia de un destino sin misericordia... Las Fulnez, las
Mengnez! Pobres seoras viejas y desvalidas! Pobres solteronas ador
nndose con galas de segunda mano ante la compasin de las nuevas
Fulnez o las novsimas Mengnez. Familias de presidentes, de minis
tros, de especuladores sin escrpulos; elega de lo desteido; ruina de un
-D e dnde vienes?
-D e Bella Vista .
-Q u hay por all? Hablaste con Gmez?
-N ada de particular; me cit para la Casa Amarilla, a las ocho.
-Pues a m acaban de telefonearme de all, citndome tambin para
esa hora y lugar, y he salido a tomar caf sin saber ni cmo podr ir; estoy
con un ataque de paludismo.
Efectivamente, sus dientes castaeteaban y a duras penas lograba
dominar la fiebre.
Poco antes de las ocho, en la Casa Amarilla no se notaba alteracin
alguna. No haba fuerzas ni guardias por fuera. Dentro tampoco. En el
saln grande que est situado hacia el ala norte del edificio y cuyos
balcones dan a la transversal, Principal a Conde, se hallaban reunidas
algunas personas. Pendan all de los muros los cuadros pillados al seor
Matos. El general Manuel Jove y el coronel Besson de Brott charlaban
acerca de las veleidades de la suerte a propsito de aquellos cuadros.
Eran reminiscencias de La Libertadora, filosofas venezolanas acerca
de la probabilidad de que el propietario de aquellas pinturas y los otros
asilados regresaran en breve a la Patria tras largo destierro castrista.
Un poco ms joven, un poco ms digno tambin que como le hemos visto
despus, con su rostro feo y bigotudo de abogado, fantasmal, mesurado,
la voz preada de tonalidades sombras, el doctor Grisanti meda el saln
con pies tardos y descomunales. Y de repente se acerc al grupo, como si
surgiera de la alfombra, la figurilla del Ministro de Relaciones Interio
res. Era en aquel instante todo lo menos Ministro que pudiera imaginar
se. Sin saludar a nadie, preguntaba a unos y otros sobresaltado:
-Qu es eso? qu toque es se?
Clarines marciales atronaban el patio y llegaban hasta el saln. Jove
se volvi bruscamente:
Marcha regular, doctor-y aadi con irona hombre! Tanto tiem
po ministro e ignora que se toca en honor del Presidente de la Repblica,
en lugar del Himno Nacional, cuando la Banda es seca?
-E s que abajo no haba banda ni fuerza! -responde con inquietud
creciente.
-Ciertamente -concluye Jove- al entrar no vi nada de eso.
Pero an no terminaba de hablar cuando estallaron en el patio voces
broncas, alteradas, y todo el mundo se lanz a la puerta del saln inme
diata a la escalera de entrada. All, en lo alto de los escalones, apareci
Gmez, jadeante, seguido de un tropel airado. Haca grandes gestos y
lanzaba voces que no se entendan, ternos, palabras truncas de una
especie de ira simulada y loca. Y all a sus pies, en el amplio patio,
tendida en alas, una sagrada, una soldadesca de rostros foscos, carga
ba ruidosamente los maussers. Cerca de la baranda, contemplando sor
prendido aquello, estaba un hombre alto, corpulento, de barbilla rojiza y
aborrascada. Era el general Pedro Mara Crdenas, Gobernador del Dis
trito Federal. Verle Gmez y dirigirse a l fue todo uno:
Libro Amarillo de ese ao, dice as: Se aprueba el Libro Amarillo pre
CAPITULO XIII
Y los infantes de Aragn, qu se fizieron? - La conspiracin del silencio - La extraeza del
Padre Eterno - Con el nuevo capataz - Jano, la tachirense - Desfiles cmicos y tristes - Los
dspotas nfimos - Olvido de lo pasado y otra vez al bollo - Eustoquio Prato - Otra farsa
burda - El banquete de La Providencia - Los periodicucheros y los caciques - La verdad
popular - Turris ebrnea - Los hombres a travs del cinismo biogrfico...
baten el oro de las Medallas Insignes ni las frescas voces de los nios se
elevan en la clara maana del Seor para cantar las glorias mximas de
este otro Seor nacido para la salvacin y para la gloria de nuestra
amada Patria? Se borr ay! de los labios que tendan el cendal carmes
sobre la maravilla nacarada, se extingui en una mueca desdeosa la
sonrisa prometedora? Es que ya ste no es aqul a quien todos los
hombres le abran los brazos y todas las mujeres las piernas, segn la
expresin terrible de Po Gil? Y la Doctrina de Castro en La Haya? Y
la espada de honor de los intelectuales latinoamericanos? Y esos cn
sules que reproducan en la prensa del exterior las glorias del Jefe y se
reproducan por cuenta de la regia munificencia que ha habido siempre
en Venezuela para los que ms dao le hacen a los tiranuelos publicando
ridiculeces de que ellos mismos, sus autores, se burlan en la intimidad?
Y los valses, aquellos incomparables valses de los musicgrafos adulo
nes: Siempre Invicto, Club Victoria, Aclamacin, etc.? Y los histo
riadores que dedicaban la historia o descubran manuscritos sagrados,
actas de la Independencia perdidas en el fondo de una provincia, para
que fuesen providencialmente colocadas en las manos del Benemrito
Restaurador? Y los versos, esos versos arrechederescos, y las prosas
orfbricas y las hiprboles gumersndicas? Y los hombres nuevos y
los procedimientos nuevos y los nuevos ideales haban envejecido de
pronto? no habra ya lunes cientficos? la ctedra del Espritu Santo
no iba a protestar en defensa de aquel varn enviado de Dios para
hacer la felicidad de los venezolanos descarriados? Se apagaba el bra
sero de incienso, enmudeca la antfona y los ejecutivos enlevitados y
contritos no volveran a escuchar la vibracin imponente del rgano, los
tenores gallardos, los bartonos sonoros, los bajos profundos que daban
gracias al Altsimo por la salud recuperada del Hroe?
Tantum ergo Sacramentum veneremus...
40 La tal apoteosis tuvo lugar con el traslado solemne de los restos de la vctima del sitio
lejano en que les enterrara la piedad asustada de un pobre pescador del Orinoco hasta el
Cementerio General del Sur, en Caracas. El Ejecutivo Federal presida el duelo... Caballo
de batalla enlutado, tambor a la sordina, caraqueas lindas mirando el cortejo desde la
ventana, frases efectistas en el cementerio: ese muerto no ha muerto, etc.; las postreras
vez sus fsforos. La casa Boulton logr interesar a alguien para conti
nuar con lo de la harina... Empezaba la era del trabajo.
Tan slo hubo ligeros cambios a fin de dar entrada a la tribu famlica
de la familia y de los muchachos del general. Continu la invasin del
Tchira y Trujillo hacia Caracas; los barcos de la Costanera, los ferroca
rriles, el Ministerio de Hacienda, los archivos de la Secretara General
pueden darnos en conjunto la cifra a que ascendieron los pasajes. Una
vez en la capital, se distribuan la gente por los comandos militares, para
ocupar regiones estratgicas o para asegurar estados peligrosos. Eustoquio Gmez, el torvo asesino del doctor Luis Mata Illas la noche del 27 de
enero de 1907, huy hacia las montaas de Miranda despus de cometido
el cobarde crimen; anduvo errante, pavorizado, por la selva... Cuando se
lleg a l el oficial que parti a arrestarle por orden del juez, se puso a dar
gritos y a pedir clemencia como un insensato:-No me mate! estoy rendi
do! no me mate! El zambo noblote que le hizo preso alarg la mano para
tomar el revlver que le ofreca por el puo y como estaba el Eustoquio
tan descolorido y tembloroso, hubo de tranquilizarlo: - No tenga miedo;
yo no asesino hombres; yo vengo a llevarlo preso a Caracas!41... Estaba,
pues, en la crcel bajo juicio. Tan luego como su primo hermano Juan
Vicente asumi la responsabilidad del Gobierno, hizo que su Ministro de
Guerra, el general Rgulo L. Olivares, nombrara al Eustoquio, bajo el
falso nombre de Evaristo Prato, Comandante en Jefe de la Fortaleza de
San Carlos en reemplazo de Jorge Bello. Tenemos, pues, al preso crimi
nal de Caracas actuando con un nombre supuesto como guardin de
confianza de los otros criminales. El nombramiento apareci en la Gace
ta Oficial. Marcial Padrn que era el alcaide de La Rotunda, refirile a
Alcntara, Ministro del Interior cuando ste le pregunt por el asesino
de Mata Illas que haban estado a buscarlo (al Eustoquio) por orden del
general Gmez y que le haban mandado de jefe del Castillo de Maracaibo con otro nombre (el de Evaristo Prato, que as apareci en la Gaceta
Oficial). Alcntara asegura, de acuerdo con una nota comunicada por
otra persona al autor, que no obstante ser l el Ministro del Interior, fue
por esta relacin de Padrn que vino a confirmar lo ocurrido 42.
metforas de los orfebres mayores que componan la Sociedad Boliviana. Entre los hom
bres que representaban el duelo cuntos cmplices por tolerancia o por debilidad -c o m e n
zando por G m e z- iban tras del muerto? Aquellos seores queran desagraviar a quin?
A la Repblica que por esta ejecutoria castrista bati palmas o guard silencio? a la
sociedad que hizo grandioso acto de presencia en los salones del asesino y colg de su brazo
a sus esposas y a sus hijas? El homenaje a la memoria de Paredes fue una cosa absurda y
macabra. Si ese cadver hubiese podido incorporarse casi todo el cortejo echa a correr
empezando por los hablistas necrologieros que en todo tiempo estn prontos para deshojar
adelfas oficiales, para estilizar majaderas y vilezas, para hacer de manicuros con las
garras ensangrentadas y ascosas de los chacales. La gente, por otra parte, estaba tan
enterada de estas reparaciones postumas que cuando se trasladaban los restos de Barto
lom Salom al Panten, alguien de la concurrencia pregunt a su vecino: Este es otro de los
que mataron con Paredes?
41 Relato personal de Carlos Ir al autor, en la Rotunda de Caracas, agosto de 1920.
42... que siendo l (Alcntara) Ministro del Interior recibi un da un telegrama irrespetuo
so del jefe del Castillo de San Carlos, un tal Evaristo Prato a quien l no conoca; que
velado que constitua un pugilato, y en mitad del cual Gmez asuma una
modestia virginal de joven recin presentada en sociedad a la que asedia
un grupo de calaverones pidindole piezas . Ambos bandos quedaron en
aceptar as las cosas como ante un comps de espera y endosndose las
medidas que iban presentando el viejo carcter restaurador los unos a
los otros. Los amarillos, ms manuables quiero decir con la mano ms
hecha a estos intrngulis-, mejor entrenados, trataban de dejar en des
cubierto la aspiracin de los candidatos conservadores, tras del fracaso
que por tratar de que el general se definiera recogieron en el banquete
de La Providencia 43 bajo el patronato del general Raimundo Fonseca,
cuando el general Tosta Garca -m s temerario que Edipo - pretendi
descifrar el enigma, y la pdica y reservada joven declar: patria y
unin, como si dijramos: -no, seor, eso no, yo bailo con todos!
En los ojos sagaces e inteligentes de Baptista brillaba una chispa bur
lona; Gonzlez Guinn sobbase nerviosamente las manos. El orador
comprendi que slo le restaba continuar escribiendo sus Episodios
Venezolanos; Roberto Vargas se atusaba el bigote con la expresin cazu
rra de los viejos llaneros. Alcntara adquiri de sbito una extraordina
ria locuacidad. Por encima de las copas, los rostros tenan la expresin de
estar asomados a un desfiladero.
Y la comitiva de la primera gira regres a Caracas. La prensa intere
sada cogi aquel brindo por la Patria y por la Unin como si fuese un hueso
de roer... Se escribieron editoriales, se hicieron frases, se calific por
unos y por otros aquel lema sin darle nadie el nico significado que tena:
que el general era ms bellaco de lo que imaginaban, y que al endosar la
camisa limpia que le alargaba su domstico Tarazona al regreso, mano
teando en el aire con los puos sobrantes y procurando sacar la cabeza
por la pechera, le haba dicho:
-Qu se estarn creendo estos....vergajos!
Demostracin del relajamiento, de la vileza y de la canallera ambien
te era la serie de periodicuchos que explotaban la sed de insultos exacer
bada, inaplacable y febril, en un pueblo sin libertad de imprenta, ni de
reunin ni de nada... Los hombres pblicos de mi pas estn acostumbra
dos a que no se les discuta... Todava subsiste en ellos a flor de piel el
elemento brbaro, inverecundo, autoritario; todava imaginan, en vir
tud de una hombra relativa que los oradores y los publicistas deben
callar; su masculinidad, sus atributos, su bastn, su revlver, son los
argumentos de conviccin que citan, si es que no pueden mandar a pegar
un par de grillos o... a descerrajar un tiro en una esquina. La culpa no es
toda de la salvajera predominante: parte de la forma despreciativa y de
la tendencia agresiva a contestar razones con palos estriba en los mis
mos escritores -com o el prohombre agredido los ha visto antes lamiendo
y meneando el rabo; como casi siempre han sido objeto de sus caprichosas
43 Una hacienda que est en los valles de Aragua a pocas horas de la capital, propiedad del
mencionado Fonseca.
Enfada tener que recolectar estas minucias del arroyo; cansa el brazo y
entristece el alma una labor tan dura, tan ingrata, tan desolada. La vida
tiene otras perspectivas; los hombres pueden proporcionar otros aspec
tos. La naturaleza es eterna. La primavera es una felicidad de la tierra.
Dios sonre con la luz. El amor recoge un beso en la huella de otro... A
qu este dolor de registrar con la ms negra tinta cada instante que pasa
de infamias o de tormentos?
negociacin de carbn. Carabao demand al periodista ante los tribunales de justicia y
stos pusieron en claro el asunto sin menoscabo de la honra del ministro acusado que no
crey, ni como ministro ni como hombre de honor, que fuese necesario volarle la tapa de los
sesos a Arvalo Gonzlez... Son los hechos. M s adelante veremos otras formas de torcer y
de aplicar la justicia y la represalia de tribu sentando un precedente que escribir en el
futuro pginas sombras...
Hay dos clases de hombres: los que cierran los ojos para vivir y los que
viven para cerrar los ojos. Los primeros pueden quedarse a solas, an
negados, desconocidos y ultrajados, con su conciencia y con su yo; cierran
los ojos para mirarse mejor dentro; velan sus pupilas al aspecto exterior
y abominable de las cosas para hallar en la paz de su conciencia, en la
serenidad de su alma, un mundo menos engaoso y ruin que el que van
recorriendo enceguecidos por caminos de miserias morales y por veredas
alevosas, los que ya no pueden mirar dentro de s...
Existen tambin los contemplativos... Pero no se figuren que nadie
tenga el derecho de invocar su torre de marfil y declararse filsofo y
crtico cuando a las horas de merienda, se apea de la torre, se arremanga
la filosofa y la tnica y viene a disputar su pitanza entre la gente holga
zana en asueto y el estircol de los camellos... No imaginen los de la
escritura artstica que su actitud es airosa, con Jos Enrique Rod bajo
el brazo y una longaniza en la otra mano. Acaso los que tenemos el deber
de ser odiosos, desagradables, speros, verdicos y sufrir las consecuen
cias en la ingratitud cobarde de los qe hemos defendido y en el rencor
lejano y solapado de los que ofendimos, hemos escogido este amargo lote
de la responsabilidad por una inclinacin morbosa al pugilato? Acaso el
ttulo de intelectual que aspira a ostentar cuanto qudam harto de ajos
va atropellando los talones de la publicidad le confiere el derecho de
adornarse llamndonos compaeros mientras deshoja ptalos de rosa
en las escupideras del bandido o miente y desfigura los hechos como un
canalla?
No hemos venido a buscar celebridad ni nombrada en la oposicin. Lo
poco que ramos lo trajimos y lo consumimos con larga mano hidalga...
La labor del arte por el arte pierde el esfuerzo que consumimos por la
verdad removiendo rocas, cegando pantanos, tallando la senda firme en
lo ms abrupto de las serranas para que pasen otros, los que vienen
detrs; que de nuestro trabajo slo nos quedar el agotamiento final, la
cada definitiva contra alguna piedra del camino para morir, y quizs ni
la cruz de palo y el montn de guijarros marcando el sitio!... Es ms
esttico cultivar lirios, podar arbustos fragantes, injertar parsitas de
maravilla en la tibia atmsfera de los invernaderos, con las manos cuida
das y el espritu acicalado... Es ms dulce echar largas siestas, firmar
papeles sin importancia, fumar, comer, embriagarse y soar... De tarde
en tarde escribir elegantemente sobre las vidas enrgicas de los que se
rompieron los puos y la frente contra la iniquidad, los Juan Vicente
Gonzlez, los Domingo Faustino Sarmiento, los Juan Montalvo, los Jos
Mart, quemados a todo sol, castigados a toda intemperie, sufridos a toda
necesidad; dando clases de gramtica; desburrando granujas, afligido,
obeso, con las hombreras del rado paletot cubiertas de caspa; o errando
por la Banda Oriental, o por las calles de Santiago refugiado en una
msera tipografa de provincias; o paseando una tristeza orgullosa de
hidalgo pobre en las ciudades del viejo mundo y traduciendo de otras
lenguas para vivir; o mendigando para la Libertad, cambiando por
CAPITULO XIV 45
Los sepultureros parlamentarios: grajos y guanajos - Buscndole la vuelta a la Constitu
cin - Los espantajos intervencionistas de la Casa Amarilla - El nuevo gabinete - Otro
perodo y reforma constitucional - El Consejo de Gobierno - Los caudillos y sus respon
sabilidades - El directorio Liberal y la segunda gira: Maracay, Valencia, Puerto Cabello El general Gmez por dentro y por fuera -S qu itos y sagradas-U na noche de insomio.
45 En los captulos XI y XII del presente tomo de esta obra algunos episodios adolecen de
falta de exactitud en cuanto a la disposicin cronolgica, as como tambin de ciertos
errores u omisiones muy lejos del nimo y de la buena fe del autor, todo ello contingente a
un relato de memoria y sobre acontecimientos ocurridos hace catorce o quince aos. Por
suerte el autor ha obtenido ltimamente -y a impresos en La Reforma Social los citados
captulos- diversos documentos y apuntaciones de testigos oculares y actores en los suce
sos, lo que le permite, al imprimirse la obra, dejar debidamente rectificada esta parte de su
labor. Todo detalle en este sentido cobra especialsimo inters e importa fijarlo bien, no slo
por los requerimientos de la exactitud histrica cuanto por impedir esas falsificaciones y
esas mixtificaciones tardas de que suelen revestirse los hombres que no son de accin
cuando la accin ha pasado. Aunque ausente de la capital, el autor en breve estuvo en lugar
desde donde poder observar, del lado dentro, el desarrollo de los acontecimientos. En
historia, y particularmente en historias de este gnero, es menester haber visto las cosas
muy de cerca y no desde las perspectivas romnticas en alas de imaginaciones juveniles,
muy bien intencionadas pero absolutamente ineficientes a la hora grave de los aconteci
mientos. Estos teorizantes de la fea tragedia diaria han convertido la Historia de Venezue
la en una especie de folletn heroico donde el herosmo -p o r cuanto a los das de ahora se
refiere- no aparece por ninguna parte. Un testigo presencial de los hechos, actor, agente,
provocador, agitador y hombre de armas tomar, me escribe con mucha gracia quejndose
de una omisin que he reparado: ... por all los vi yo, a lo lejos, medio escondidos con los
rboles de la plaza, recatndose hasta para aplaudir, del peligro al que exponan a otros"...
E llos! Todos conocemos a esos discursadores y conferencistas que viven lamentando la
falta de accin prctica dentro de un concepto nulo e inofensivo.
que hubieran encerrado al tigre dejaran escapar la fiera y que los prime
ros devorados seran ellos... Rodearle, s, todos, y de una manera tan
inteligente y unida que cuando hubiese pretendido asomar la zarpa que
dase cogido en su propia trampa... Cada uno se dio a pensar que l era la
solucin. Con la frmula de gran partido liberal amarillo -cuya jefatu
ra se pretendi ofrecer a G m ez-48 quisieron los liberales de 1910
echarle la zancadilla definitiva a los otros... Pero es menester ceirnos al
desarrollo cronolgico de los acontecimientos. Cada uno de stos, al pare
cer detalles triviales, ocultaba un propsito definido cuyo resultado vere
mos.
Comenzaron los preparativos de la segunda gira, en que se hara con
el apoyo de Aragua y de Carabobo una demostracin amarilla y en la
cual entraban por partes iguales las patillas histricas del viejo Pulido,
las chivas decorativas de Matos, el guzmancismo sinuoso de Gonzlez
Guinn, la populachera de Alcntara, y las locuacidades del compadre
Pimentel - y desde la taimada actitud del doctor Garca hasta la necesi
dad imperiosa que senta Gmez de apoyarse en alguien- ya que don
Leopoldo y algunos otros crculos comenzaban a despertar su inquietud,
todo colabor para la maniobra que luego deba culminar en el clebre
Directorio Liberal, donde a pretexto de ofrecerle el voto liberal amarillo
se le dejaba entrever que exista un partido as dominado, una fuerza,un
factor poltico... Y desde ese instante, como un ao antes estuvo perdido
el crculo conservador (por denominarle de algn modo), al insinuarse
el asunto del hilo constitucional, lo estaba ahora el partido liberal al
tomar Gmez la debida nota de la entidad partidaria que asuma tal
aspecto de colaboracin, de sumisin si se quiere, pero asimismo de exis
tencia. Ya veremos la tercera frmula, la definitiva, la que l y unos
cuantos de ambos bandos buscaban de un modo disimulado y resuelto.
Por el momento, la compactacin amarilla que dio excelente resultado
con Castro pareca presentarse ms hacedera y lgica con este magistra
do sin magistratura, sin filiacin poltica, sin consecuencia, sin ideales,
sin voz, sin ideas, girando en un ambiente de establo y de charada
china...
Un largo tren especial sali de Caracas una maana con destino a
Maracay, primera estacin de la segunda gira. Viajaba todo el Gobierno
y los que pronto iban a serlo. Apenas qued en la capital la polica y uno
que otro funcionario federal. Al paso del tren, en Los Teques, en Las
Tejeras, en El Consejo, salan comitivas presididas por el jefe civil y el
maestro de escuela con sus nios que agitaban flmulas amarillas, ento
naban himnos o prorrumpan en un largo viva el general Gmez! que
48 Ortega Martnez, en reciente publicacin protesta de toda responsabilidad sobre este
particular, en cuanto a l se refiere.
iba a perderse por los valles inmensos, entre el profuso verdor de una
naturaleza solemne. Algunas veces el convoy no se detena y una vuelta
brusca de la sierra cortaba el homenaje en forma de alarido... Estos
vivas que se ponen en boca de los pobres nios para las manifestaciones
polticas tienen algo de criminal y de desgarrador. Se quiso hacer una
demostracin liberal amarilla. Es un recurso poltico lcito; no impug
no que se haya hecho as. Pero dentro del concepto tico, estoy cierto que
los mismos organizadores comprendern que es menester, una vez para
siempre, sacar la poltica de la escuela; esos nios sirviendo a mviles
y a intereses! ese pueblo atrado con bandas de msica y banderolas!
Luego pasan las pocas, empeoran las condiciones de un rgimen, ste se
torna barbarie, infamia, opresin vuelven los desfiles por entre las par
vadas escolares y los vivas que parecen un largo lamento ensordecedor
en la desolacin de los caminos! Esta mana de hacer domiciliarios, fami
liares, ntimos con nuestros nexos de sangre o de afinidad los intereses
de una poltica turbia, revuelta, fangosa, ha trado por consecuencia
mezclar de una manera siniestra las actividades de carcter pblico con
las predilecciones personales... Los nios, por lo menos, deberan ser
sagrados.
Maracay haba reemplazado a la Victoria. All cay aquella nube de
polticos y de aspirantes, aquel squito y el squito del squito que se
alojaron de prisa, improvisando dormitorios y comedores y a los que se
obsequiaba con msica a la mesa, rias de gallos por las maanas y toros
coleados en la tarde. Era para esa fecha Maracay una aldehuela con
calles anchas, rectas, de barro apisonado, excelente queso, carne gorda,
mucho calor, muchos rboles muy verdes y ese aire quieto, pesado y
fastidioso de las villas que estn en mitad de las dehesas y de los sembra
dos. Primero fue lugar predilecto de Pez, luego de Crespo, caudillos
pastores, rgulos llaneros que en ella sentanse cerca de sus planicies
amadas; Gmez, que durante los nueve aos de Castro haba explotado
los monopolios de ganado y las haciendas por sus inmediaciones49, fami
49A ms de las propiedades suyas y de otras en sociedad con Antonio Pimentel, despoj a su
protector Castro de cuanto all posea, y lentamente, ha venido incorporando al predio
propio, en potreros o en haciendas, por las buenas o por las malas, todas las fincas de las
inmediaciones. A fines de 1918 el autor recorri una tarde con el coronel Roberto Ramrez
un solo lindero de las posesiones de Gmez y despus de tres horas tuvo que devolverse sin
alcanzar el extremo. Este oficial bastante enterado en los negocios del jefe , decame que
por terrenos de la propiedad de Gmez, saliendo de Maracay a caballo poda llegarse a la
frontera colombiana... Una de las caractersticas de este arbitrario terrateniente es la
adquisicin desorbitada, sin escrpulos de ninguna clase, el ansia de posesin material...
La geofagia ha constituido una suerte de escuela administrativa. Tambin los amigos y
los admiradores de la obra reconstructiva del hroe de diciembre se lanzan a apropiarse
la tierra, las casas, los animales de sus vecinos con una decisin tremenda. Con los despojos
que se han hecho en este sentido podra componerse un registro ms gordo que la Enciclo
pedia Britnica. Pero debemos evitar hiprboles: Un estado aproximado de la fortuna
del general en cifras y datos que todos pueden verificar? Por el momento se pueden
anticipar algunos bastante exactos. La avaluacin de las propiedades visibles (casas, fin
cas pecuarias, fincas agrcolas, tantos por cientos en negocios de remates de renta interna,
introduccin de mercaderas extranjeras, acciones de compaas annimas, etc.), doscien-
liarizado con el panorama rural y con las gentes de cortijo ante quienes
no sentase cohibido, hallaba la vida sumamente grata y de acuerdo con
sus instintos rurales. Tena a mano el pasto; estaba inmediato a la tierra
de labranza y al potrero; poda contemplar el toro que engorda y la vaca
que pare; poda escuchar desde su hamaca al burro echor rebuznando un
celo que significaba un mulo. Todo aquello constitua el ambiente del
general: leche, carne, verdura. Largas semanas con sus noches de ruleta
y sus tempestuosos mediodas de rias de gallos; con sus bailes de mabile
y su onda giratoria para que la gente sencilla diese vueltas al comps
de lnguidos valses criollos; con sus retretas en la plaza Girardot, a las
que asista el general ocupando el centro de un hemiciclo de caudillos... O
paseos por los alrededores seguido de un tropel de estos mismos caudi
llos. O excursiones por el lago de Tacarigua entre el compacto e inevita
ble grupo de caudillos. Los haba mayores y menores; los haba cvicos;
los haba plumarios; los haba de carcter histrico; clebres por sus
derrotas; afamados por sus exilios; de una bien sentada reputacin algu
nos. Volvan otros a la carga del presupuesto casi pisndole los talones al
fugitivo Castro. Por doquiera se les encontraba: en los hoteles, en las
cantinas, en los baos que se instalaban en las caballerizas, en los bancos
de la plaza, como huspedes del general o metidos por medias docenas en
domicilios improvisados. Esta serie tena una segunda o sucednea de
hombres importantes y luego venan los denominados pintorescamen
te sigises; secretarios, doctores recomendados por algn poltico y que
de un momento a otro les deban presentar al general; coroneles que
iban a todas partes con quien los llevase a comprarse un flux o les
pagase la posada... Tambin notbanse, aqu y all, las gentes del genetos treinta y ocho millones ochocientos mil bolvares. Pongamos de intereses en quince
aos, sin tomar en cuenta lo que pudiera haber acaparado en los nueve aos que estuvo de
Vicepresidente con Castro, unos treinta millones de bolvares, arrojara el capital visible
de Gmez la cifra de doscientos sesenta y ocho millones ochocientos mil bolvares. No es
todo, sin embargo, puesto que se excluyen en este clculo las maniobras invisibles a travs
del Ministerio de Hacienda. He aqu la historia del bocado ms reciente: en un acuerdo de
23 de junio de este ao (1926) el Congreso eroga diecisiete millones de bolvares para
comprarle a Gmez, en nombre de la Nacin, unas posesiones en el lejano Caura, a fin de
que pueda el benemrito jefe pagar la suma enorme que ha desembolsado para adquirir
de Antonio Pmentel todas las propiedades de ste en los Estados Carabobo y Gurico. El
Congreso razona tal erogacin exponiendo que destina esa vasta Jauja para un vasto plan
de colonizacin futura. Y ello da lugar para que se reproduzcan los documentos de la
transaccin -c u y a lectura recomiendo sin comentarios- bajo motes como ste: Los fines
patriticos del general Gmez. Hasta aqu la nota que apareci en la primera edicin de
esta obra (1927). El abogado Carlos Montiel Molero levanta el siguiente estado con motivo
de los procedimientos legales para fijar el domicilio del finado: Por los datos fidedignos que
me ha sido posible obtener, las propiedades inmuebles del general Juan Vicente Gmez, se
encuentran radicadas en todos los Estados de la Unin Venezolana, con excepcin del
Estado Zamora. Aparte de acciones en diversas compaas nacionales y extranjeras, dep
sitos bancarios, valores y crditos activos, el valor de las propiedades inmuebles est
distribuido as: en el Estado Aragua: Bs. 54.321.885,74. En Apure Bs. 1.829.388,05. En
Bolvar Bs. 1.318.200. En Carabobo Bs. 53.015.856. En Cojedes Bs. 1.944.845,71. En el
Distrito Federal Bs. 2 .346.240. En Gurico Bs. 3 .395.363. En Miranda Bs. 1.000.000. En
Monagas Bs. 442.200. En Sucre Bs. 16.090. En Tchira Bs. 5.62 8 .65 9 ,2 5. En Yaracuy Bs.
260.981,35. En Zulia Bs. 802 .3 33 ,5 0 y en la Repblica de Colombia Bs. 240.000. Un total de
Bs. 126.542.042,60.
por su color, que con esto de patria y unin era excusado tratar de
divisas, sino en cuanto a lo alimenticio de la fcula... La salvacin de la
Patria estaba all, en forma de ganado de engorde, en forma de patatas.
Se beba leche a dos carrillos por cuenta del general y se opinaba con la
boca untada...
Entonces alojaba el general en la llamada casa de la Comandancia,
y en otras -la de la Azotea, la de la Plaza, etc - se distribua al squito
de plana mayor. Aquella segunda gira -porque la primera fue la del
banquete de La Providencia- continuaba la serie de recorridas panta
grulicas con que el general y sus amigos hacan presente al pas su
atencin a los negocios pblicos, sus buenas disposiciones para la cra y
el grado de inspiracin en que se encontraban. Gentes de la capital, no
hechas para aquellas andanzas, desollbanse los fondillos trochando en
malas bestias con psimos aperos y una sonrisa de conejo floreca en el
rostro mortificado al encontrarse con el general que cabalgaba, cazu
rro, entre su grupo de caudillos... En el comedor de Miraflores exista o
existe -qu e all le vim os- un lienzo de Tito Salas en que est el hroe
rodeado de sus amigos de entonces. Este lienzo del gran pintor, con ser un
trabajo detestable, hecho de encargo, sin gana, casi hasta con un pincel
de repugnancia corresponde a la pgina en que recojo los recuerdos de
aquella farndula que pas luego a Valencia, estuvo tres das all de
toros coleados y sigui a Puerto Cabello, para inaugurar el nuevo Dique
Astillero, embarcando en el Restaurador (bautizado de prisa General
Salom) y en el Zamora, con toda la comitiva y con destino a La Guaira.
En Valencia se le quiso hacer al general una recepcin algo ms civili
zada. En Valencia se pirran por la poltica social. Manifestse fro y
reservado. Adems, era una tortura para l eso de salir de sus cmo le
parece y de sus ideas agrcolas para conducir una seora del brazo o
sentarse a una mesa de etiqueta. Pero en el fondo, no era esto lo que ms
le desagradaba de la capital carabobea. Gmez odia a Valencia; la odi
siempre, por Tello Mendoza, por Torres Crdenas, por Cecilio Castro,
por Eduardo Celis, por Revenga. La odi como odian los torpes a las
gentes burlonas; la detesta porque con Castro se envileci y tuvo para l,
al principio, una frialdad cuasi hostil y una sorna descarada. A La Victo
ria, capital de Aragua, la hundi, arrebatndole su importancia, para
castigar en la ciudad la humillacin de Castro: de aquella ciudad, para l
maldita, que los de don Cipriano llamaban santa, partieron los telegra
mas burlescos de 1906, las cartas irrisorias, y se vengaba en ella de los
ultrajes de Castro... A Valencia no ha podido acabarla del todo si bien ha
hecho lo posible. Esta desgraciada ciudad, cuya rebelda late desde las
calles anchas, rectas y silenciosas hasta los vericuetos de la sierra lejana,
ha sido -com o San Cristbal- vctima de los malhechores paridos en su
suelo y de los intrigantes y de los sinvergenzas. El sino de estas pobla
ciones est en pagar el porcentazgo de sus malvados con el 90 por 100 de
sus cualidades, de sus abnegaciones y de sus callados dolores... Los
Vl Las gracejadas del general trascienden a veces al pblico repetidas por sus validos.
Hacia 1910 comenz el doctor Gonzlez Guinn a editar su voluminosa Histora Contempo
rnea de Venezuela, costeada la edicin por el Gobierno Nacional... Poco despus de apare
cer el tercer o cuarto volumen, Gmez, que ya meditaba deshacerse del favorito, sola decir
como un elogio del autor, con acento candoroso y ojos picaros: Este doctor Gonzlez Gui
nn es muy inteligente: ha escrito unos tres tomos gordos asi... Y los que seguir escribien
do, qu tambin son gordos! En otra ocasin, como alguien criticase la obra, sali a su
defensa: -P u es cmo le parece que si como libro usted dice no est bien, yo creo que se puede
utilizar para trinchera, no? Esta Historia se imprimi hasta el dcimo tomo. Suspendi
se la impresin al caer en desgracia el autor en 1913. Ahora, diez aos m s tarde, acaban de
aparecer los tomos restantes.
Y Pimentel en pantuflas hace piruetas al comps de La Filie de Madame Angot... Se precisan algunas figuras; crece el entusiasmo. La visin
se localiza:, fue esa noche en el baile del club de Puerto Cabello. Hubo
discursos, quadrille, valses que recordaban las noches ciprianas de
gorro y joropo. Insensiblemente, estos hombres olvidan el presente para
refugiarse un poco en el hbito. Se haba bailado tanto nueve aos atrs
que sin darse cuenta ya estbamos en pleno Club Victoria..! Eran las
postreras manifestaciones de la soire victoriana que pronto ira a
borrarse en una perspectiva de establo y de lechera cientfica. El ena
no bailador que brindaba con el reloj en la mano y deca aquello de Bo
lvar, tuyo hasta all... entre los dos tiempos de La Jacha, an pareca
cruzar el fondo de aquel cuadro de baile improvisado... Pero la idea de
Gmez, quien se haba recogido a las diez y dorma de un modo profunda
mente aldeano en su casa, mataba todo entusiasmo, y la sutileza polti
ca no crea conveniente reproducir aquellos bailes de antes, de cuando el
nombre de Gmez, en el corro de validos castristas era un chascarrillo
permanente... Y luego, otras visiones...
...La avenida de Camoruco, en Valencia... Los amigos a caballo; las
ventanas llenas de muchachas; los coleadores adornados de cintas... Y
en vez del hombrecillo de dormn azul y barba en punta, ahora formaba
Una sirena ronca desgarra el cendal de silencio que parece flotar sobre
la orla del alba. Primer aviso del barco de guerra en que debemos em
barcar para La Guaira. De sbito me doy cuenta de que apenas tengo
tiempo de correr al hotel, recoger la maleta y meterme a bordo. Vaya un
trasnoche ms estpido! Tanto como las bromas que me dan al regresar
los que toman parados en el comedor su desayuno. De cada puerta sur
gen gentes de prisa que se acaban de poner el saco o se abrochan un
zapato saltando en un solo pie, como garzas...
-Alza, arriba! Alza, arriba!- exclaman alegremente los caudillos ex
cursionistas.
En Venezuela hoy las frases ms corrientes rezuman este sabor a
caserna, a cuartel, a chusma de cuadra...
Jadeantes, con el sombrero de abanico, salimos para el muelle.
CAPITULO XV
La partida del yate - M atos, el esperado - Los caudillos sobre cubierta - Certamen de
chistes psimos - Los males de tierra firme y el mal de mar - El jefe no marea - Chubascos
oportunos - Algunas siluetas de tormento - Reminiscencias lejanas - La Guaira - El
lunch de Velutini - Otra vez en el estudio familiar - Por aquellos tiempos... - Los trivia
les, los blicos y ios famlicos de 1909 - El primer Centenario con Colmenares Pacheco - El
ejrcito pintoresco e ilustrado - El asalto amarillo - Hoy por ti, maana por m ... - Persecu
ciones, espionajes y torturas - Los hsares a la crme Simone y el certamen de simpata Una frase del embajador Nan - Y as Bertoldo estuvo en el besamanos...
Al fin! aqu est otra vez mi cama, tendida y blanca que me espera en
esta vieja casa de la Pelota; los libros, la mesa de trabajo, el silencio, la
paz. De tiempo en tiempo, en las largas siestas de la lectura ese piano de
enfrente donde una mano ensaya tmidamente un aria de La Fanciulla
del West... Sobre el muro, encima de la antigua cmoda, en su marco, el
estandarte desgarrado por las balas de Ayacucho, deslucido por el polvo
de la batalla, que el Mariscal remitiera con una carta a Diego Jos de
Jugo, para consolarle de su ausencia del campo glorioso, enfermo y de
sesperado a retaguardia...
Y la negra ladina, con su acento de hace cuarenta aos y su taza pun
tual de caf:
-N io cmo la gente conviersa! decan en Caracas quiar Presidente lo
iban a dejar ustedes en Curazao!
Estas bolas que echan a rodar las gentes sencillas tienen un profun
do sentido moral.
doncel de la ciudad. Paralela con esta ola de fango que sube, corriendo en
sentido inverso, este remolino de oera que baja... Han pasado nueve
aos de farndula, de tramoya, de mentira, de valses y de bandidos y he
aqu que en lugar de sociedades patriticas o de ligas higinicas toda la
manifestacin social,son estos certmenes de belleza y estos poetas
jvenes lugonizando hasta desesperar. Hay una cosa blanducha, incon
sistente, pegajosa, que casi se hace palpable, en el ambiente. Los peridi
cos moderados -a s comienzan a denominarse las hojas adulonas cuando
cesa la rfaga de verdades- hacen una suave poltica de sociales y de
editoriales agua de arroz ... Los ministros empiezan a ser decorativos
por completo; los asuntos se tratan directamente con el general; los
hombres que privan en Miraflores traen de all la noticia de la ruina
definitiva de los ltimos godos... Una frase vil y triste flota en algunos
labios y llega a escribirse en ciertos papeles: el gomecismo nico con
cebs el fondo de semejante abyeccin voluntaria? En el crculo ms cer
cano, dos corrientes dividen el valimiento domstico: la de Colmenares
Pacheco y la de Galavs... Colmenares Pacheco venci al fin esgrimiendo
contra su adversario esta doctrina: Galavs le est enseando a los
cadetes y oficiales del ejrcito el concepto Patria y no el concepto G
mez. Los das de Galavs como privado estn contados ya. Este Colme
nares ha entrado al Gobierno de un modo incidental, si bien ha sabido
abrir brecha en el instinto personalista de su jefe y cuado. Cuando
Gmez estuvo en su clsica y enigmtica retirada de Maracay, durante
una de estas ausencias se encarg de la Presidencia el general Ramn
Ayala, primer nmero en turno del Consejo de Gobierno, y en cierta
sesin de Gabinete presidida por Ayala, prodjose un violento altercado
que degener en ria entre Carlos Len y Samuel Daro Maldonado. Con
tal motivo, Ayala exigi la renuncia al Gobernador y al Ministro de Ins
truccin. Siendo ambos del otro crculo, la susceptibilidad, hasta cierto
punto justa, del Encargado de la Presidencia, sirvi para matar dos pja
ros de una sola pedrada, si bien Gmez aprovech mejor el incidente y
meti una ficha propia con la persona de su hermano poltico Colmenares
Pacheco, que entonces la daba de liberal amarillo y quedse luego slo
en cuado como se ha visto. Fue a ocupar la Gobernacin por la que
haba pasado Carlos Len desautorizado y maltrecho. Y para guardar un
equilibrio relativo, ocup el cargo de Maldonado, Trino Baptista. No eran
stas las verdaderas dificultades en el gabinete. La situacin sostenase
tirante. Estos hombres, imprudentes, debilitbanse unos a otros; revo
lando como moscas locas... En el centro de la tela, Gmez preparbase,
aprovechando para s aquella lucha sorda, aquella intriga tonta e insen
sata. Y los liberales, ya en mayora dentro del gobierno, abrieron cam
paa entonces contra Abel Santos, el Ministro de Hacienda, hombre
duro, invertebrado, conservador ortodoxo, ilustre a la antigua -uno de
estos abogados formados en el corazn de una provincia y que tienen del
mundo exterior un concepto tamizado por escrpulos que significan aos
de callado sufrimiento- pero el tipo menos apto para defenderse de la
cribir una suerte de parbola jurdica para que las damas no tuviesen
que sufrir rigores por culpa suya, como si fuese un protagonista de
1830... Mientras estas cosas merecan registro y loa en la prensa palacie
ga, sabase de los horrores que tenan lugar en el castillo de San Carlos,
bajo el Eustoquio53y en la Rotunda de Caracas54. Lo del penal de occiden
te cobr caracteres tan escandalosos que tropas y prisioneros se subleva
ron y el falso Prato y el autntico Nieto salvaron la vida huyendo en las
sombras de la noche mientras los sublevados trataban de alcanzar la
frontera de Colombia por la Goajira. Quienes conocemos aquellas regio
nes y lo que significa una liberacin semejante, tenemos que admirar a
estos infelices. As devolva Eustoquio Gmez a la sociedad la sancin
que la sociedad no supo imponerle; sta fue su primera hazaa en la
Rehabilitacin. Indudablemente, el asesino de Mata Illas estaba rehabilitadsimo. Por otra parte, que hubiera prisiones preventivas, persecu
ciones, medidas represivas al comienzo de una organizacin nacional, no
asusta ni alarma: prcticamente comprendemos que son cosas inevita
bles y hasta ese punto la censura se nulifica en la larga exposicin que
nos presenta la historia de los ms claros varones de Plutarco. En estas
Memorias de un Venezolano yo no armo alharacas porque hayan ocurri
do tales o cuales actos de fuerza. Ni stos nacieron de Castro y de Gmez.
Los hubo siempre. Fatalmente los habr. Pero de esto a los hechos delic
tuosos y sdicamente crueles, de esto al veneno, al tortol, a la incomuni
cacin, a los grillos restauradores o rehabilitadores de setenticinco, al
robo, al sitio por hambre, a la expulsin de mujeres, al vergonzoso y tcito
pacto de persecutores y de agentes que creen borrar su responsabilidad
moral y social excusndose con la vctima de que es orden superior; de
esto a sacrificar generaciones enteras en la crcel o en los cuarteles; de
esto a dividir en dos la juventud de un pas, la mitad acorralada, perse
guida, aterrada, la otra porcin envilecida en puestecillos y encargada de
burlarse de su propia mitad y de hacer la apologa de los dspotas burln
dose de la impotencia de los despotizados; de todo este conglomerado, de
53 Una tarde paseaba Gmez en el vaporcito Tacarigua sobre la laguna de Valencia: Del
grupo de sus amigos llam al doctor Leopoldo Baptista, y sentado ste en una manta sobre
la cubierta y Gmez en unos trozos de madera cercanos hizo que le diera lectura a un fajo de
telegramas en que Eustoquio le iba comunicando lo que declaraban los infelices tortura
dos acerca del asunto de doa Nieves Castro. La escena tena lugar a proa, separados del
grupo de amigos por una respetuosa distancia. A cada horrible detalle que con una
minuciosidad calofriante iba relatando Eustoquio, Baptista alzaba los ojos y vea a Gmez.
Este mova la cabeza con un gesto habitual y por todo comentario murmuraba: Qu vaga
bundo! De repente, el propio lector hall esto: Diga usted qu complicidad tena con el
doctor Baptista. - N ingunas, -declaraba el infeliz torturado. Levant de nuevo la cabeza
Baptista y mir a Gmez en los ojos. Por todo comentario, volvi ste a murmurar como en
un soliloquio: Qu vagabundo! Baptista no saba quin era el vagabundo a que se refera,
si el desdichado en el tormento o el Eustoquio atormentador. Lo que s comprendi era que
estaba parado al borde de un abismo!
54. Cierta vez llam Gmez a Padrn y le dio la siguiente orden:
-C a d a preso poltico que te mande me le metes cincuenta palos al entrar.
Y como notara la repugnancia pintada en el rostro del alcaide, aadi bruscamente:
- S i no lo sabe hacer yo le enseo!
Padrn busc un pretexto das despus para renunciar.
llamar influencia mdica. Por regla general, las gentes rsticas ven en
el fsico a domicilio algo ms que en cualquier otro profesional. Adems,
el mdico es como una suerte de hechicero, un brujo amigo , un piache
que dice chistes y pone jeringas.
A esto aadase la sorda tendencia de los que estaban alineados en
segunda serie por llevarse de pecho la barrera. Cuando Castro, los minis
tros -muchos de los cuales pertenecan a grupos sociales selectos- si
sometidos a los caprichos del dictador asuman cierta relativa personali
dad ejecutiva. Torres Crdenas recomendaba o anulaba. Tello Mendoza
protega o persegua... Los que ahora quedaban detrs del grupo saban
que Gmez, en el fondo, arda en deseos de librarse de aquellos seores
que le humillaban o que le mantenan en una zozobra cruel... Todo lo que
duraron los festejos del Centenario, 1910 a 1911, Gmez sufri a los hom
bres de que se tuvo que rodear para deshacerse de los otros, de los que le
pusieran a la cabeza del Estado... Le humillaba Matos con su voz engola
da y sus aires libertadores; le humillaba Alcntara, a quien tenan que
llamar de prisa a su casa para que volase a Miraflores y ayudase al
general a endosar el uniforme de general en jefe prusiano que le resulta
ba complicadsimo: all hallbanle, sudado, entre una rueda de la fami
lia, vuelto un lo de correas y de entorchados, lleno de furor como un gato
en un saco, mientras uno de los innumerables hijos metasele por entre
las piernas y apareca con una hebilla en la mano, feliz de su inventiva:
-M ire, pap, esta cosita se mete aqu en este hoyito y este ganchito es
el de la correta de atrs...
Antes odi profundamente, desde el fondo de su alma de especulador y
de dspota, a Abel Santos, cada vez que aqul habale dicho rotundamen
te: Esto no se puede hacer as, general, sino de acuerdo con la ley! Y
presenta ya, cuando le mand al Tchira, en la mueca agria de Rgulo
Olivares, en la cara atezada y dura surcada por una cicatriz tremenda,
que aquel soldado enterizo y susceptible no iba a servirle de perro de
presa... Ahora volvase, taimado, disimulado, hacia los liberales que le
servan. No le colaban las chanzonetas de Aquiles Iturbe y le tena el ojo
encima. Gustaba de Romn Crdenas para quien todo el mundo era
ladrn menos el general y... l, naturalmente. Consideraba con respeto
supersticioso el acento extranjero y la boutonire de Gil Fortoul, que a
pesar de haber vivido tanto en Europa quera a los animales y saba de
bestias. Ha probado conocer mucho a Gmez.( La alianza del compadre
Pimentel con Pancho Alcntara le mantena contrariado. Senta por
Gonzlez Guinn inquietud y desconfianza: el frasco de ludano utilizable no ms que a pequeas dosis y para uso externo. Castro Zabala era
Ministro de la Guerra in partibus toda la autoridad efectiva estaba a
cargo de Flix Galavs, como Inspector General del Ejrcito, asesorado
por un oficial chileno, un tcnico de estos de misiones militares llamado
Mac Gil, que quiso imponer cierto aspecto de ejrcito a aquellas bandas
de fantoches, a aquellas escuelas de malos autmatas, negrillos destei
CAPITULO XVI
Se reforma el Gabinete del Centenario. - La hora de los leguleyos. - Tellera en Guayana Las intrigas de Miraflores - Los protoexiliados - La renuncia de Jos Manuel Hernndez Historia de un fracaso contada por su propio esqueleto - La respuesta de Gmez - Un
acuerdo del Consejo de Gobierno - La cada del ministerio - Hacia el continuismo - El
gabinete de los intelectuales - El escndalo del Protocolo - La agona de la oposicin Arvalo Gonzlez y Flix Montes - El asunto Delgado-Chalbaud - Gmez se declara en
campaa - Gil Fortoul - La infamia de Coro - Ritorna vincitore - El hroe de julio.
En estas Memorias hay una gran laguna: la etapa larga que compren
de los festejos del Centenario de la Independencia. Contra toda repug
nancia, venciendo escrpulos justificados y reservas comprensibles, he
podido ir a recoger mis notas en los fondos ms bajos, en las capas lti
mas de esta ttrica formacin, en la base de este delta que con despojos de
cuanto fue orgullo y dignidad nuestros la corriente de los aos ha dejado
como perpetuo recuerdo... Hubo para esos das una explosin sociolgica,
libresca, histrica, en copiosas ediciones a costa del Gobierno. El Gobier
no es, generalmente, el editor de nuestros Plutarcos y de nuestros Hipli
tos Taines.
Un embajador enviado por una nacin del sur a las fiestas de nuestro
Centenario, declar, al salir de Venezuela, que aquel pas le haba hecho
la impresin de que nadie estaba en su puesto. La patriotera profesio
nal, que es la primera en enojarse porque en el fondo comprende que slo
ella es la culpable de esta nube de pretensiones fantsticas en que nos
agitamos como sombras, puso el grito en el cielo por la frase del embaja
dor Nan... Pero la frase es exacta; mientras ms das pasan cada quin
est menos en su puesto. Podra justamente enojarse el diplomtico
argentino si observando desapasionada y noblemente las nacionalida
des, dijramos, por ejemplo, que en la Repblica del Plata una gran
cantidad de representativos est por debajo de su puesto? Y, ya se ve;
tambin sta es una verdad. *
Para llenar ese vaco de mis Memorias, para formaros una idea de los
das del Centenario, pensad un instante en la figura del general Gmez,
en su actitud, en su origen, en su manera de conducirse ahora -despus
de tantos aos de poder y de contacto con la gente!- y en el papel que
desempeara vestido de general en jefe a la prusiana, con penacho,
entre un pintoresco estado mayor, departiendo con los diplomticos
excesivos que se envan para estas cosas y cambiando apretones de mano
como Bertoldo en la Corte.
* En 1931, la actitud de este mismo seor Nan, como Intendente de Buenos Aires, dio
lugar a una interpelacin en el Congreso Argentino y a que se le destituyera del cargo por
sus manejos petroleros. Vase el Diario de Sesiones, setiembre 9 de 1932.
57 Apndice VI.
58 Apndice VII.
R A FA E L A R E V A L O G O N ZAL E Z
CAPITULO XVII
El segundo golpe de Estado - Una pequea guerra fantstica antes de la Gran Guerra - La
nueva serie de crmenes - El verdugo de Guanta - Otra vez La Rotunda - La revolucin
de Guayana - Angelito Lanza - El asesinato de Ducharme - La evolucin continuista
desnuda - La cuestin jurdica: Flix M ontes - Una carta de Leopoldo Baptista - Dos
Gmez y una sola infamia - La Provisional - La cada de los intelectuales - El nuevo
sanhedrn - Mrquez Bustillos, el nico lazo que nos une a la civilizacin, segn Giuseppi
M onagas - Estalla la guerra europea - La colaboracin del destino - Gmez germanfilo Bentham Hollweg y el doctor Vivas - El ltimo recurso: La conspiracin.
Apndice VIII
CAPITULO XVIII
Causas y efectos de la germanofilia de Gmez - Los atentados a la neutralidad neutraliza
da - El ministro alemn von Prolius - Los representantes de Estado Unidos, Francia e
Inglaterra - La prensa y sus restricciones - La kultur en alpargatas - Cuando lo del
Lusitania. - E l Fongrafo y su clausura - Carneros de Panurgo - Un episodio de los
orgenes de la incursin de los yanquis en Venezuela - Notas de un viaje que comenz en
comedia y termin en tragedia - W ilhem staad y sus bellezas - Una nueva edicin de MataHari: la espa del Hotel Americano.
y la estupidez de los mismos favorecidos; trat algn favorito, en Maracay, de establecer el juego, denunciamos el hecho y los tahres se indig
naron y las gentes de bien apoyaron a los tahres. Y porque era repug
nante y triste ver cmo el oro de la colonia alemana del Zulia trataba de
oscurecer la opinin y de desfigurar la verdadera significacin de la tra
gedia europea, de ah que en derredor de nuestra actitud se condensaba
una tempestad siniestra... Hasta con los puos hubo que defenderse.
Ya para entonces iban penetrando en la prodigiosa riqueza de occiden
te los hombres de la concesin y de la explotacin. Los pozos petroleros de
La Rosita prometan una ganancia fabulosa. All estaban ya los ingleses.
La Standard Oil luego, disfrazada con ttulos diversos. Haban lanzado
sus agrimensores y sus perforadores sobre San Lorenzo y por las mrge
nes del Motatn. Un seor Melndez vendi la primera concesin. Esta
se extendi, propiamente, como una mancha de aceite. Ya a fines de 1913
el yanqui haba extendido los linderos de sus concesiones arrollando a los
infelices agricultores cuyo derecho posesorio ejercido por ms de diez
aos consagrbales la propiedad legal sobre sus pequeos fundos, que
all le llaman chaos . A mi llegada al Zulia el ministerio de Fomento me
nombr Intendente de Tierras Baldas, cargo meramente honorfico que
por el insignificante emolumento desembolsado represent algunos mi
llares de bolvares de ingresos a la nacin de lo que recaud por arrenda
mientos vencidos y por impuestos que el comercio extranjero exportador
jams se cuidara antes de pagar. En tal virtud he recorrido aquellos
extensos campos; pernoct en las chozas de los indios a quienes la inva
sin del hombre rubio arrojaba de sus tierras si no queran o no servan
para la labor a que se les someta por un salario rrito; presenci, en el
propio teatro de los acontecimientos, aquella infamia de unos insensatos
que negociaban en Caracas por sumas ridiculas -e n relacin a lo que
significaba lo vendido- el porvenir de la patria y la seguridad del futuro,
dejando que se cometiera, de paso, un despojo inicuo con aquellos infeli
ces labriegos. Cierto da, en plena selva, presenciando oficialmente una
mensura que practicaba un particular, vi llegar al campamento un yan
qui del Oeste, un tal mster Nash, armado y acompaado de otros foraji
dos, porque tena orden de hacernos salir de sus terrenos ....
-Quin le ha dado a usted tal orden?
-L a Compaa - repuso con las manos puestas en las culatas de sus
dos pistolas de caballera.
Eramos unos pocos los venezolanos que all habamos. El interesado
en la mensura, el ingeniero Enrique Vilches, dos peones. Dos goajiros de
pmulo abierto, de ojo oblicuo, que vinieron a situarse silenciosamente
detrs de nosotros acariciando la larga hoja de sus machetes. Mostr a
aquel brbaro rubio los papeles que me acreditaban como funcionario de
la Repblica y sealndole una trocha que se abra a un lado le aconsej
lo mejor que supe. El cow-boy consider el asunto, miro inquieto para
los chinos silenciosos, para Vilches - que extraa de sus alforjas, todo
CAPITULO XIX
El motn de Maracaibo - U n sacrificio insensato y estril - Las pequeas tristezas de la
provincia - Persecusiones alternativas - Los pantalones del general Aranguren - Atajando
pollos - Matute Gmez y la nueva remesa de brbaros - De cmo algunos detalles persona
les ilustran ciertos acontecimientos pblicos - Las vctimas sin victimario - Los hroes
desconocidos - Militares y periodistas - La hora del destino - Pasa la peste blanca... Gmez y la gripe - Vilezas del miedo - Caracas la gentil - Pginas que se le olvidaron a
Manzzoni - La manifestacin proaliada - Desmanes de la gente de escaleras abajo - En las
antesalas de la muerte - La noche de la conspiracin - El reloj del Panten
Ahora nos toca a nosotros... Les tocaba a ellos, ciertamente. Por otra
parte, he aqu de nuevo la misma vieja nocin de las retaliaciones, del ojo
por ojo, de la oracin pasiva. Dentro de este cerrado concepto, entre am
bos extremos de la balanza de la suerte. Venezuela entera se ha pasado
soando esperanzas de redencin futura y cosechando frutos envenena
dos.
Al doblar el Mrida la isla de Capitn Chico, Troconis Baptista, que
est acodado a mi lado en la borda, me seala un grupo de embarcaciones
que largan la vela y parece que tuvieran prisa de abandonar el puerto. Y a
ste se comienza a precisar, los primeros techos, los primeros verdores
urbanos bajo una luz amarilla que lanza un oro muerto sobre las aguas.
-E s curioso... cualquiera dira que van huyendo! Y no bien comenza
mos a observar cierto movimiento inslito en el puerto y algunos pitos de
fbrica y algunos cohetes saludan la entrada del barco, cuando neta,
distinta, con una brutal fulguracin en la luz radiante, escchase una
descarga de maussers.
-P asa algo serio en tierra, vean, vean!... exclama Leseur. Sus ojos
nictlopes penetran en el confuso sombro de los muelles y guiados por su
indicacin apercibimos filas de puntitos claros que avanzan tras ligeras
nubecillas...
Desde el puente una orden seca. Paran sbitamente el cuarto de m
quina a que andamos. Ruedan la cadena del ancla. Hemos fondeado a
unas dos cuadras de la rada. Escchanse otra vez, hacia los barrios altos,
algunos disparos. De las ventanas sobre los muelles, de las azoteas que
dominan la baha y el desembarcadero, salen tiros. Algunas balas pe
netran en el casco de madera del viejo Mrida y cuando por la borda
opuesta descendemos a la lancha llena de personas, de funcionarios que
vienen al encuentro de los presidentes, de amigos personales, veo en la
escala a Jos Mara Garca, el primero dispuesto a saltar, no obstante las
reflexiones y hasta la violencia que sus amigos tratan de hacerle para
que permanezca a bordo. Se trata de la reaccin de Aranguren.
-Estn matando a mis amigos! grita deshacindose de quienes le
sujetan. Y se arroja a la lancha. Al dar vuelta al casco del navio la peque
a gasolinera en que vamos unos veinticinco, recibimos una descarga. El
agua herida por las balas nos salpica los rostros. Hay una calma ttrica
en la superficie. El cielo azul y hermoso. Habr que morir de una manera
absurda. Algunos estn plidos de emocin. Otros charlan con esa in
quietud nerviosa de la ira contenida. Es un sentimiento de clera el
primero que asalta al hombre atacado. El instinto de conservacin reac
ciona en una forma agresiva en las razas meridionales.
-Y ste es el pueblo de carneros que dicen...! masculla socarronamen
te Amador Uzctegui. No ha perdido su pachorra, su sangre fra, su buen
humor. En verdad, todo el mundo aparece sereno y slo se inmutan
algunos que por primera vez se ven envueltos en estas escenas corrientes
de nuestro desorden interno. Aquello no es reaccin ni nada: aquello es el
desahogo de un enemigo personal contra un hombre por parte de otro
Aranguren. Usted va a la Secretara de la Gobernacin. El doctor Troconis Baptista y usted se entendern bien. Y as no me dirn que he perse
guido a nadie.
Venciendo mi negativa inicial y apelando a nuestra amistad el presi
dente Garca me dijo que ello sera por unas semanas, mientras se calma
ban las cosas... Como en efecto. Breves das serv el cargo y tanto el seor
doctor Troconis Baptista como yo, sabemos a cuntas intrigas locales y
a cuntas venganzas de campanario, aun poniendo de lado el amor pro
pio, tuvimos que darles larga. Quince das despus haba cesado toda
inquietud. El solo acto autoritario que se prolong fue el de detencin de los
mencionados seores. Luego, tambin fueron libertados sin condiciones.
Los fugitivos permanecan en Curazao, o Ccuta, por temores locales. El
seor Rodolfo Hernndez, el general Aranguren y Eustoquio Gmez que aspiraba desde el Tchira a controlar la poltica zuliana- habanse
cruzado telegramas patriticos por aquellos das. De manera que ante la
ms estrecha crtica, si Garca era digno de censurar por los descuidos y
las pequeas especulaciones de su primera administracin en el Zulia,
de qu era digno el bandolero tachirense que mataba funcionarios a
tiros y colgaba los hombres muertos por el cuello en ganchos de expender
carne...? Ah! esa indignacin patritica de los farsantes de siempre que
condenan a los favoritos en desgracia y lamen la cola de los dogos en
favor! Ese tergiversar acomodaticio de una moral de sacrista, ese cinis
mo de censurar actos errneos en otros con las manos metidas hasta los
codos en el fangal cotidiano! 69
Por aquellos das me separ de la direccin de El Fongrafo y poco
despus, de conformidad con mi exigencia terminante de toda participa
cin activa en poltica local, el presidente Garca me nombr Registrador
Principal de la Propiedad del Estado 70 y en tal virtud deposit la fianza
89 En noviembre del ao 19 public el doctor Humberto Tejera en Panam un folleto intere
santsimo titulado Los Gmez y el Poder Judicial Venezolano. Van all pormenorizados y
documentados ios atropellos - y no todos ciertamente.de Eustoquio Gmez en el Tchira
y de los abogados "consultores de Caracas. No falta Arcaya, naturalmente, en este rendez
vous de picaros. El folleto de Tejera, ex Juez de Primera Instancia en lo Civil y Mercantil
del desdichado Tchira, es una de las requisitorias ms valiosas, por la exactitud y la
circunspeccin, que se hayan formulado para compilar el vasto expediente de la nepotarqua venezolana.
Una maana a las once, mientras nos preparbamos para sentarnos a un almuerzo
ofrecido por el Cnsul de Colombia, lleg muy agitado y mortificado el general Victorino
Mrquez Iragorri, quien era tambin uno de los invitados y nos refiri que sin quererlo
acababa de hacer un dao. Mi antecesor en el cargo de Registrador Principal de la Propie
dad, pariente de Aranguren, reclamaba a Mrquez Iragorri, Tesorero del Estado, una
quincena de salario o cosa as que quedaba a deberle, segn l, la Administracin, y como el
Tesorero dijera que no tena tal orden, parece que Aranguren hizo comentario irritado y
amenazante, que Mrquez refiri al Presidente del Estado tal comentario y ste acaba de
mandar que le metiesen a la crcel... La noticia nos contrari a todos. El seor Aranguren
Delgado era una persona estimable y ajena por completo a luchas polticas, no teniendo en
ellas, por otra parte, significacin de ninguna clase. Das despus supe con una sorpresa
irritada que se me acusaba particularmente de la prisin de este buen seor. De los fuertes
y de los malos me gusta saber que me odian y que me creen capaz de una retaliacin.
Estaban presentes en esta circunstancia que dejo narrada el entonces Cnsul de Colombia
en Maracaibo, Alfonso Snchez Santamara, el coronel Antonio Blanco Uribe, ya fallecido.
legal de diez mil bolvares, que cancel poco despus al dejar el cargo
para dedicarme a empresas particulares de espectculos pblicos en
cuyo negocio estuve hasta mediados de 1918. Ya para entonces, el golpe
de Estado que se vena preparando, estaba organizado en sus principales
detalles en el interior. Unica condicin que puse respecto al Zulia fue la
de que mientras estuviese all Garca - y en virtud de un sentimiento
muy explicable hacia quien en parte me haba librado de las persecucio
nes de Maracay- es decir, hasta tanto no terminase el perodo presiden
cial aquel, no deba hacerse nada en el Zulia.71Una nueva torpeza fue la
designacin de Santos Matute Gmez -u n bizco analfabeto hermano
natural de Juan Vicente- para presidir el Estado. Lleg all rodeado de
matachines, con enormes revlveres, con apetitos de mando y con un
frenes de especulacin que tocaba a las lindes de la comicidad. Los con
tratos celebrados con la Municipalidad en diversos ramos, los declar
insubsistentes manu militari y lanz una horda de parientes y de prote
gidos de San Antonio del Tchira, una serie de negociantillos y de rema
tadores de alcabala, una pandilla de andinos que empezaron sus rebus
cas asesorados por los cuatro o cinco pillos patentados que cuenta cada
localidad. El tiempo dira las consecuencias.
Acosados por esta nueva faccin que vena a ser como la de otros intru
sos dentro de la vasta intrusin de Maracay en el Zulia, era menester
resolverse rpidamente a la accin, sin ms demora, sin ms esperar en
el fantasma que de tiempo en tiempo surga ms all del horizonte
visible del Atlntico unas veces con la testa de Leopoldo Baptista, otras
con la de Ortega Martnez, otras con la de Jos Manuel Hernndez... A
ratos la revolucin fantasma tena ms cabezas que la hidra. A este
gnero de amenazas ultramarinas debanse a cada instante prisiones,
medidas drsticas, cadas inesperadas, ascensos sbitos. Una maana
vi pasar hacia el ttrico San Carlos, uno de los barcos de la navegacin
interior que llevaba a sepultar en aquellos fosos al general Juan Araujo y
a los oficiales trujillanos. Das antes apenas, Araujo haba tenido a su
cargo la presidencia del Estado. En este tejido complicado local y federal
de intereses, buscando una salida, un cauce amplio en que verter las
fuerzas dispersas hacia una sola corriente nacional: el deseo, la necesi
dad de acabar con el rgimen ridculo de los presidentes -la interinara
grotesca e indefinida de Mrquez y la insoportable y soldadesca dictadu
ra de Gmez-, ante la inercia externa y la raigambre que el cuartel iba
extendiendo en la vida civil, un grupo de jvenes resolvimos presentar la
los seores Vctor M. Volcn, Lares Echeverra y algunos otros. El primero y los dos ltimos
nombrados, residentes en Nueva York, Mxico y la Habana, respectivamente, pueden
confirmar este incidente. El mismo presidente Garca, que es un hombre de honor, puede
tambin decir en qu circunstancias y por cul razn orden aquella violenta medida. En
cuanto al Tesorero Mrquez Iragorri, hijo del doctor Mrquez Bustillos, Presidente interi
no e indefinido de la Repblica, muri das despus de la cada de un caballo. -J .R .P .
11 Como ofrecimos en 1926, al editarse este tomo, es hoy que podemos dar los nombres de
quienes componamos el comit del Zulia: el general Ulises Fara, el doctor Pedro Jos
Rojas y el autor.
Noviembre de 1918.
Esta tarde a las cuatro, de un automvil saltan a las puertas de la
redaccin de Pitorreos algunos jvenes:
-Nosotros queremos que ustedes vean lo que hacemos; que se formen
una idea.... Quin puede ir?
Por toda respuesta me meto con ellos en el vehculo. Fuimos al Dispen
sario de la Cruz Roja en Tienda Honda, a cargo del Consejo Central de
Estudiantes. Bullan all el bro, la firme decisin; las pupilas brillantes
de energa, de esa luz de caridad humana que es a veces lmpara, llama
de incendio a veces.
Sobre un cajn con un pedazo de papel encima, a manera de carpeta,
estaba el Despacho. Por el amplio local, cajas de medicinas: al fondo, el
departamento de vveres. De all se despachan diecisiete automviles,
doce que se pagan y cinco gratis; otro auto especial se destina a una
comisin de estudiantes con un practicante, medicinas y vveres para los
pobres vergonzantes, para esas personas que no ponen banderas de soco
rro y se apenaran de ir a pedir auxilios, porque nadie sospecha la mise
ria interior.
Trabajan en el Dispensario quince jvenes: Alfredo Jahn, hijo, en el
Despacho, Centeno en el almacn y la farmacia est a cargo de Tamayo.
El Consejo lo preside ahora el estudiante Jos Antonio Maldonado.
Se tendr una idea de lo que significan los estudiantes de Caracas en la
actual epidemia al constatar que ellos tienen a su cargo el reparto de
vveres, la asistencia mdica y el despacho de frmulas a domicilio en los
siguientes arrabales de la ciudad: Agua Salud, Vuelta del Manicomio,
Catia, Camino Nuevo, Colombia, Monte de Piedad; Canarias, Placer de
Palo Grande, Boca del Tnel, Guarataro, Cerro del Obispo, Empedrado,
Tosta Garca, Altos del Paraso, Buenos Aires, Roca Tarpeya, Mamn,
Rincn del Valle, Casero del Cementerio, Santa Rosa, San Isidoro, La
Quebrada, Pueblo Nuevo, Casero de la Fbrica de Vidrio, Sarria, Imata
ca, Boulevard del Cristo, Calle del Medio (La Misericordia), Sabana de
San Jos, Casero del Instituto Anatmico, Barriada del Hospital Var
gas, Casa Madre, Sabana del Blanco, La Lagunita, Puerta de Caracas, El
Polvorn, Alto de las Niguas, Sabana de Crespo, Bloqueo, Bajo la Tierra,
Pagita, Tinajitas, San Francisquito, Horno Negro, Venado y Guaya
bal. Y cuando ocurre alguna defuncin en uno de estos lugares y se solici
ta auxilio, parte inmediatamente un automvil con la urna respectiva,
que se fabrica en la carpintera de la esquina de La Palma y que se enva
del mismo modo que el carro mortuorio especial.
za, de ansiedad. Todo Zola, todo Gorki, todo Korolenko! Pero no literario,
pintoresco y lejano, sino en venezolano, en carne nuestra, en alma de
nuestra alma. Chiquillos escalonados de estatura a estatura, de miseria
a miseria; madres tuberculosas con los pechos secos y colgantes, adoles
centes que apenas eran un curioso aspecto de miseria fisiolgica.
En una casita socavada a la falda del cerro, del fondo de sus cuartitos,
salieron dos viejecillas; eran dos septuagenarias de rostros patricios y de
manos a las que la pobreza no logr arrebatar la nobleza de sus lneas.
Haba all muebles de las oscuras caobas de la poca, manojitos de yerbas
salutferas coleccionadas por la tierna piedad de los viejos, alguna silla
que fue dorada, un retrato antiguo: el rostro atezado, moreno, de grandes
patillas negras, las manos apoyadas sobre el puo del sable, el pecho
disciplinado por los siete rayos de la Cruz de los Libertadores de Colom
bia, abuelo de la raza cuando fue grande, que oira el grito heroico de
Rondn en las laderas boyacenses o el brbaro tropel de los lanceros de
Apure. Las viejecillas, llenas de esa humilde gentileza linajuda, de esa
resignacin un poco irnica de las gentes que nacieron ricas, miraban con
sus pupilas apagadas, con la expresin nebulosa que tienen los ojos casi
centenarios que ya lloraron mucho, a mis jvenes compaeros. Era un
cario abuelo, una ternura conmovida que iba desde las botas hasta la
mano enrgica y juvenil con que escriban para medicinas, para alimen
tos... Desde cundo la juventud sonriente y feliz no lleg hasta ellas? Si
no podan bajar ya de aquel cuchitril colgado del cerro, si hubo que enviar
un mandadero para ellas y para otra vecina a fin de que acarrease lo que
traamos...
Al salir, yo o, estremecido, que una de aquellas viejas proceras le dijo a
la otra con una rara energa en la voz: -N o deba morirme sin volverlos a
ver. Y mira cmo vienen ellos ahora que hay peste y hay necesidad! Si
parece cosa de Dios!
Quines eran ellos, esos que ella deca?
Por delante de m, bajo la lluvia, reptando el cerro como cabras, iban
aquellos dos muchachos resueltos.
el pie resbala sobre la mugre como sobre una alfombra. Irona de las
metforas! Y colgaduras, muchas colgaduras, oscuras, azulentas, con
esa delicia de color y de transparencia que el humo de las cocinas y el
holln, tornasolndose en lo alto de la claraboya, humilla en dulzura de
luz y en vaguedad de penumbra el reflejo de las vitrales del templo.
All viven no menos de sesenta personas y habr enfermos unos cua
renta o cuarenta y cinco... Un chico, zambo, peln, con dos pupilas como
dos brasas, pero lindo; un mueco de chocolate, con la gracia que Dios le
dio a los nios como un beso sobre los ojos, me tira del palt y me dice
imperativo:
-A ll, que vengan all...
Y me lleva, siempre prendido a mis ropas, hasta el fondo del patio, al
ltimo cuarto: hay cinco enfermas: una, casi agonizante, vuelto el rostro
a la pared; otra, tirada con una nia de unos doce aos, y dos que an se
tienen en pie... Y siempre aquel olor a grasa, a aceites fritos, a podre, a
dolor, a muerte.
La lluvia azota el patio. Llegan, atrados por la noticia de la visita,
desde barriadas ms lejanas, desde casucas asentadas en el tope de los
cerros, hombres, mujerucas, rameras y tristes que ya no tenan belleza
para el oficio, pero a las que an les quedaba salud para ganarse la
comida; chiquillos con la inocencia del horror, mendigos o embusteros,
ladronzuelos, madres desesperadas, especuladores de la caridad, viejas
enfermas que apenas logran tenerse en pie... Toda el hampa, toda la
corte de los milagros, todas las flores del vicio, del mal, del dolor o de la
pobreza.
Mis compaeros son muy jvenes y todava se asombran de que entre
estas gentes germinen la incredulidad, el desprecio, la irona; se lamen
tan de que les han insultado, de que les han llamado especuladores, de
que les han preguntado que cunto les va a quedar en la rebatia de la
Cruz Roja. Yo sonro; comprendo la sorpresa dolorosa de esos mucha
chos, su buena fe maltratada; y admiro ms todava que eso no influya
para desanimarlos.
Esas amarguras de la hez, tienen su origen, nacen y brotan del terreno
agrio, infecundo y torpe de la educacin, como nace el cardn en los
terronales, del desdn del agua pura de la hostilidad de la piedra, de la
brutalidad del sol que castiga y de los chaparrones que azotan... Y sin
embargo, al vrtice del mstil spero, erizado de pas, cmo es de fresca y
roja y generosa y dulce la pulpa del fruto...
No es que no os conocen, es que todava no os reconocen. Es que sus
epidermis, sensibilizadas por el dolor, se sienten adoloridas por la seda
de las piedades; el sorbo de tanto licor de desprecio, de humillacin y de
amargura por esas pobres bocas speras que blasfeman, ha enmudecido
sus labios para catar la miel del amor, la dulce leche de la ternura
humana , como deca el viejo Shakespeare.
Todava nos quedaba por ver una casa ms. Un corredor desnudo,
abierto a las brisas asesinas del cerro; a la puerta de un cuartucho obs
truido con los objetos ms diversos: camas, bateas, tiles de cocina, de
deyeccin, de trabajo, estaba una mujer que sera joven si no tuviera esa
faz enfermiza que no tiene edad, y en derredor, seis chiquillos, seis ros
tros de muertecitos, color de cera, con las orejitas negras de costras, con
las caritas como lmparas de alabastro, con los ojillos llenos de estupor,
reunidos como cachorros junto a la madre. No queran entrar a la habita
cin. Tenan miedo; sin duda, aquellas pupilas inocentes, puras, ilumi
nadas por el instinto del peligro, vean cerca de la madre, la otra madre
afectuosa y libertadora, la plida intrusa enamorada de los nios.
Eran seis y la mujer que tosan. Siete toses, siete notas de una sinfona
que evocaba la muerte, el cementerio bajo la lluvia, las osamentas verdo
sas disueltas en la tierra colorada llena de grmenes de vida.
Todava el aguacero nos azotaba al salir.
Abajo, como un hormiguero, pululaban las gentes pidiendo despacho
de vveres, de remedios.
Y el estudiante De la Plaza, todo pringado de aceite, de papeln, de
maicena y el chofer a horcajadas en los asientos entre los revueltos cajo
nes, alumbrando con cabos de velas, apenas si podan poner orden en
aquel tumulto lamentable.
Recostado a la pared, bajo un pobre alero de latas viejas y pedruscos,
trataba de resguardarme de la lluvia. Un hombre, en la sombra, me
llam.
Entr. Era un taller de herrera. Todo reveleba all al obrero honrado;
deba de ser un trabajador conocido en el barrio: haba dentro herra
mientas, yunques, un horno que hasta ayer no ms debi haber funcio
nado y lanzado mil rubes de fuerza honrada bajo el poderoso pulmn de
su fuelle.
- A m me da vergenza, seory tena los ojos llenos de lgrimas
rabiosas contra el destino.
Al lado del taller, tres chiquillos convalecientes, tres criaturitas que
tosan hasta querer estallarles la laringe... El padre los vea, tosiendo
tambin, tosiendo hasta el llanto, impotente, febril.
-Estoy solo -explic-, la madre est en el hospital; me dicen que ha
muerto. Usted ve: yo no poda tenerla aqu, grave. Dme algo, prsteme
algo, para esta tos que me va a matar las criaturas, para m... ya que ella
habr descansado de esta pobreza.
Vegas vino corriendo, escribi: abrigos, jarabe, vveres.
El herrero protestaba:
-Y o trabajar, yo les pagar algn da. Un hierro, cualquier cosa del
automvil...
Un proletario de otro pas probablemente hubiera tratado de besar la
mano caritativa; pero los dioses bendigan al menesteroso venezolano
que no lo hace nunca. Es preferible que aprenda a morderla!
CAPITULO XX
Comienzan las prisiones - La venganza de la cobarda - Las causas oscuras, remotas y
personales del crimen de 1919 - El prefecto Carvallo y el jefe de la polica - Trazos al lpiztinta - U na nueva versin de Rabelais: Vicentico Garganta - Por qu el sobrino odia a su
to - Tipos, caracteres y fantoches - El jacobino, el grave y el agudo - Los estudiantes - L a
noche del 19 de enero - U n circo circunvalado - Carvallo en accin - U n arresto preventi
vo - La correccional incorregible - El Mensaje del Gobernador - Otros arrestos: Torres
Abandero - Veinticuatro horas despus... - Hacia La Rotunda - El sistema de secuestro
celular y la formacin prctica de expedientes - La libertad? - Historia de un dichoso
papel - Eso lo resolver el general - En el vestbulo del tormento - Las cortinas parlantes
- El delator Piero.
ron cincuenta y seis horas... Iba esa maana a salir del Gran Hotel cuan
do cruzaron ante m con un estruendo y a velocidad extraordinaria tres
automviles... En el primero distingu a Vicentico Gmez, trajeado de
filipina blanca, un lazo negro al brazo, la cara congestionada, los ojillos
claros y torpes que escudriaban al paso... En los otros dos coches esos
espalderos que acostumbran acompaar a los Gmez, pobres diablos
con un tremendo rifle en actitud de disparar desde el automvil si alguno
intentaba algo hostil contra el general Vicentico... El paso de aquellas
tres mquinas dej en el ambiente una vaharada de gasolina y de bruta
lidad.
Hay un rumor de numerosas detenciones en los cuarteles: un coman
dante, capitanes, varios suboficiales. El Gobernador, don Guancho, est
tambin en Caracas. El secretario de la Gobernacin -e s informe de los
amigos de Miraflores donde aloja aqul- le present una larga lista de
complicados , y diz que el Gobernador la ha rasgado de arriba a abajo.
Naturalmente, el secretario no sabe por dnde van tablas pero quiere
aprovechar la circunstancia para vengarse de unos cuantos. Vicentico,
hasta ese instante cado en el nimo de su padre por las fechoras que
cometiera como Inspector del Ejrcito, cuyo cargo desempeaba un tal
Pedro Alcntara Leal, hechura suya, comprende que es el gran momento
de hacerse rehabilitar a fuerza de energa y de probarle a su padre que
es un hombre de carcter. Aparte de la verdadera conspiracin, de la
cual no saba nada ni hasta la fecha ha logrado saber, determinaba la
actitud del joven Gmez otro elemento primordial que ira a tener en el
futuro terrible trayectoria. El nepotismo de Juan Vicente comenz en
tronizando a cuados y primos en los Estados, en los comandos. Luego
prepar a su hermano Juan Crisstomo con algunos aos de roce polti
co en la presidencia del Estado Miranda para encargarlo vitaliciamente
en Gobernacin. Este vigilaba de cerca en el terreno civil y policaco a
Mrquez Bustillos, secundndolo en esta labor Lorenzo Carvallo, anti
guo polizonte, ducho en argucias y controlado a su vez por el jefe de la
polica, Pedro Garca, andino tachirense, de muy baja extraccin, como
que en sus primeros aos, cuando vino al centro, regentaba una casa
alegre en los extramuros de la capital. All aprendi a despreciar y a
aborrecer a la ciudad, escuchando en las frecuentes borracheras de El
Puente de Hierro lo que los imprudentes decan de poltica y comunicn
dolo al hombre pvido, al Gmez acechante a pocos metros en su guarida
de El Paraso ... Se haba singularizado y conservado en el cargo por la
manera implacable, insolente y grosera con que trataba a los caraque
os. Qu justificaba este extrao odio? Dejo la respuesta a quienes se
ocupen mejor de estos hombres-mquinas dispuestos y armados para
aplicar toda clase de rdenes y disponer todo gnero de atropellos. Car
vallo es ms diestro, Pedro Garca ms sincero. El uno es detectivesco,
solapado, taimado, inteligente en la trampa y experto en el lazo; el otro
procede con una obediencia ciega de turco boshand, de trtaro. No lleva
Despus hay que contar con los estudiantes. Son una fuerza, presti
gian un movimiento. Slo que cuando se ponen lderes nada se puede
hacer con ellos. Alquilan un local, compran un libro de actas, nombran
una junta directiva y proceden a dirigirse en circulares al pas y a las
potencias extranjeras. Se trata simplemente de tumbar a un rector o
protestar contra un texto oficial y uno se para a proponer que... se resta
blezca la Gran Colombia y se ciegue el Canal de Panam participndolo
as al Presidente de los Estados Unidos por lo que pueda importarle...
Con fro en el alma, viendo replegarse el entusiasmo de haca unas
horas en pavores inslitos, sintiendo la soledad terrible a mi alrededor,
pensando en la comicidad dolorosa y desesperante de estas actitudes
diversas, verificando cmo cuatro miserables sin decoro ni vergenza, ni
valor, temblorosos, nerviossimos, preparaban sus redes para inutilizar
nos la accin, como la malla que se arroja traidoramente sobre el gladia
dor, y lo que es ms triste an, apoyada esta asechanza en la incercia
miedosa, en la indiscrecin efectista o en la ms baja y humillante de las
biado la numeracin de las casas, que los parques estn verdes y que los
policas usan calzoncillo enterizo, don Guancho aparece citando a Herbert Spencer y a Luis XIV, a Bolvar, a su hermano Juan Vicente, a quien
denomina el Benemrito General y a la conflagracin europea ...
Aprovechando sin duda este regocijo domstico, un oficial de polica
entra rpidamente en la pieza, tras de cambiar breves palabras con el
centinela, y poniendo un lo de mantas sobre una de las camas, me dice de
prisa:
-L e han trado eso... Ya se dio la orden al hotel por telfono para que le
enven la comida...
Abro el paquete de ropas. Dentro cigarrillos, dulces. Mi familia no est
en Caracas; mis amigos deben andar a salto de mata; en mi vida entera la
piedad tuvo poco que hacer conmigo... Quin puede haberse ocupado de
esto? Examino con ojo de preso la cubierta de los bombones, el papel de
los cigarrillos. Con una fina ua femenina hay algunas letras trazadas:
Brale.
que estos desgraciados suelen emplear con los hombres decentes para
congraciarse con los patanes a quienes obedecen por solidaridad de bajos
instintos. Hacindole olvidar sus emociones de la maana refirole anc
dotas chuscas y a su vez me habla con profundo sentimiento de Gabriel
Muoz, el negro admirable, el poeta a quien am y admir. Luego me
muestra con una travesura casi infantil -haba en Torres Abandero cier
ta ingenua gracia de nio a pesar de sus cabellos grises-, que en un
pequeo escondrijo de su palt lleva ocultos veinticinco pesos en billetes
por lo que nos pueda ocurrir y que al registrarlo no se los quitaron.
A las ocho pasa por ante las puertas un oficial y secretea con el centine
la. Percibo un fragmento de la conversacin: ...como no hay un viaje pa
abajo. Una triste experiencia me hace interpretar este cal. Pa abajo es
La Rotunda. No digo nada a Torres Abandero por no inquietarlo. A quin
de los dos esperar tal viaje? Pasa una larga hora... Resolvemos dormir.
Y cuando ya llevo algunos minutos tendido, cosa de ocho y media de la
noche, el polizonte gigantesco de semblante barrabasino se allega a mi
cama:
-Alstese... vstase.
Al fin y al cabo soy ya un experto en sufrir atropellos y s lo que vale
una manta en la crcel. Rpidamente hago un lo de ropas y al salir,
mientras un ordenanza porta el msero equipaje, le hago un saludo a
Torres Abandero que, incorporado en la cama, contempla la escena. Ya
no vera de l sino muchos meses despus su cuerpo esqueltico y llaga
do, arrastrando los grillos; ya no oira ms tarde sino su voz de enfermo y
el estertor de su agona... Todo luego fue rpido, preciso, sigiloso. En la
oficina, abajo, estaba Pedro Garca. Devolvi a mi conductor en un sobre
cerrado el dinero y los objetos y volvi a decirme como la noche antes:
-Siga al seor!- Pero esta vez su voz tiembla de clera y creo que a
duras penas se contiene para no insultarme... Por qu? Ya a mi indigna
cin de la noche antes va sucediendo cierta actitud de curiosidad despre
ciativa y risuea hacia estos insensatos que se toman a pecho arrestar,
encerrar, detener, registrar. No obstante lo siniestro de todo ello, en el
fondo hay algo de bufo. Toda esta brutalidad de maneras no es ms que
un modo infeliz de poder vivir y conservar el puesto. El barrabs que me
conduce lleva mi destino en un largo sobre de oficio que al partir le
entrega Pedro Garca, quien por no mirarme clava los ojos en el techo.
Otra vez a un coche. La ltima visin que tengo de la ciudad son las luces
del tranva de la Avenida Sur, la fachada sombra de un ala del Palacio
Federal, arbolillos, un grupo de gendarmes. Me sitan en el fondo del
coche. Dos polizontes en el pequeo asiento delantero sujetan la capota y
me ocultan la calle a ambos lados. En el pescante se instala otro polica.
Uno de los que va frente a m afecta mirar el camino, el otro, el clebre
Cara e Caballo , me observa con una repugnante atencin. El apodo no le
va bien. Se insulta de un modo grosero al noble animal. Es una faz lombrosiana, de mandbula enorme, de ojos trtaros. Las bestias no tienen
esa expresin. Los que conocen a esa variedad de saurios que llaman
baba en nuestros llanos hallarn en aquel crneo achatado con dos
protuberancias frontales y un maxilar de pesadilla el perfecto smil para
este malhechor.
Rueda el coche en la noche. Rueda hacia mi destino, hacia el tormento,
hacia la muerte quizs... Los hombres que no han experimentado estas
sensaciones, los que no saben cmo el nimo se templa para resistir el
martilleo de horas y das y meses y aos de un sufrimiento montono e
inacabable, y luego hablan con desenfado y hasta con un dejo irnico de
los presos polticos nunca logran verificar con cul dosis de desprecio
pensamos en la torpe y cmoda y cobarde actitud de sus vidas. Jactarse
de ser vctima es una puerilidad indigna de varones; tener el orgullo
silencioso de su desgracia es situarse, por una eleccin de suerte, mucho
ms alto que el rebao en marcha. Pero hacer mofa de la angustia silen
ciosa del prisionero es como hallar una idea de la comicidad en el aspecto
de la viscera dislacerada con que, en el glorioso sufrimiento de un instan
te, una mujer se torci, con las piernas desarticuladas y la faz baada en
sudor, para echarnos al mundo. Hay hombres que cultivan pequeas
desgracias domsticas como una col en el patio. Otros resultan inferiores
a su desgracia y caen en la inconsciencia animal sufrida. Pocos alcanzan
la serenidad antigua del hombre de Hus raspando con su tejo la lcera.
Luces. Los timbres de un tranva. El raudo soplo de un automvil. El
grito de un vendedor. La carcajada de una ramera. Para el coche. Descen
demos. Atravesamos la guardia de prevencin del edificio pintado de
amarillo, con aspilleras, con ventanas centrales, mezcla de cuartel, de
ventorrillo, de prisin, mientras un oficial grita guturalmente: -G uar
dia, firme! En lo alto de la segunda puerta el letrero de la hipocresa
convencional de todas las torpezas sociales que fundan asilos, edifican
hospitales o construyen crceles: Odia el delito, compadece al delin
cuente Un soldadito de la prevencin me arroja al paso esta frase:
-Siguen entrandito de casimir...
-Y t -le devuelvo pasando- eres un pobre esclavo en cotizas con un
muser!
Pero el oficial grita imperioso, reprendindolo. Y pienso luego en toda
la amargura de este desahogo, en toda la triste satisfaccin con que este
hijo del pueblo mira a los patiquines caer en aquel antro. Por su boca
habla una protesta, innoble y todo, pero que se alimenta en la comn
injusticia. Es un socialista inconsciente que busca una forma burda y
cruel de expresin para desahogar su clera de paria. Pobre muchacho!
Me han dejado los sayones en una salita baja, con dos bancos, una
mesilla, un almanaque. Entra un joven de aire afable. Saca con ademn
experto una libreta-estadstica.
-Nombre?... Edad?... Profesin?... y sonriendo: Causa?
-Ponga la que a usted se le ocurra.
La explanada de La Rotunda. Obsrvese el radio por donde ventilbanse los dos pisos
de celdas circulares.
INTERIOR DE L A R O T U N D A
El buzn por donde penetraban los vivos y salan los muertos. El mismo para introducir
las magras raciones.
N E R E O P ACH ECO
Los aos y el traje han transformado un poco y aun suavizado la curiosa faz
del viejo carcelero.
PISO PRINCIPAL
G
CC
PISO SUPERIOR
Serie de ocho celdas (Nos. 31-38) donde fueron confinados diecisis oficiales comprometi
dos en el complot de 1919. A dos por celda y apersogados con un solo grillo. Seis fallecieron
entre setiembre 6 y diciembre 22 del mismo ao.
quieren que yo diga que ese papel es mo, ignoro con cul fin... Si fuera
mo el tal papel lo dira; para qu lo iba a desconocer? Y si estuviera
mezclado en este asunto que ustedes me dicen que es tan grave me
consideraran tan tonto para sabiendo, como he sabido, que estaban
otros presos y hasta habiendo hecho gestiones por su libertad me haya
quedado aguardando? Ustedes deben comprender que si yo tuviera razo
nes para temer algo -reca lco- a estas horas estara en la China... Los
venezolanos ahora muy bien sabemos lo que nos aguarda en casos como
ste.
Y como a los esbirros parece que les hace gracia lo de China, an
aado:
-N o s una jota de todo esto y ya a estas alturas, aunque supiera no
dira...
Pedro Garca entonces toma la expresin de clera y de ferocidad que
ya advert horas antes en la polica cuando me envi con el mameluco. Va
a decir algo, a dar una orden, a quizs que... Pero Carvallo corta viva
mente:
-Y o tengo que informar de todo a don Juancho. Y le indica al escribien
te: Que el seor Pimentel escriba su declaracin al pie del papel para
llevrsela a don Juancho.
Me consuelo a medias pensando que con todo lo que he logrado ir
diciendo a pretexto de defenderme, Pimentel se entere de que no he dicho
nada y a mi vez he cogido al vuelo la expresin en plural que la sagacidad
de Carvallo dejara escapar hace un instante es intil que nieguen y la
brusquedad de Pedro Garca no ganan nada con negar... Luego Pimen
tel no ha dicho lo gordo y no ser tan bruto ahora para decirlo. Lo del
papel se vuelve contra l, personalmente. Importaba, antes que nada,
callarse lo otro. Por eso cuando el escribiente lee lo que ha escrito Pimen
tel o sea que yo le entregu el dichoso papelito y que era mo, antes de que
firme, fijo mis ojos en los suyos y le digo por ltima vez, si es un hombre de
corazn como lo creo, debe recordarlo:
-Fjese en lo que va a firmar; pentrese de que va a firmar una false
dad intil!
Tranquilamente estampa su firma al pie de las cuatro lneas desdicha
das 77.
77 Tres aos despus, ya en libertad ambos, Pimentel ha tratado de justificar su incalifica
ble actitud de esa noche ingrata. Como yo le tuviera oculto y cayera preso antes que yo, me
ha dicho que l supona cuando declar que me habra escapado y estara ya fuera del
alcance de la persecucin, y que el papel con notas perteneca al novelista Rmulo Gallegos:
ste le haba dado en consulta el manuscrito de su novela E l Ultimo Solar, publicada por
cierto, durante nuestra prisin; pero que en el aturdimiento de aquellos das crea haber
estado cierto de que eran mas tales notas. En efecto, leyendo la novela de Gallegos advert
detalles que identificaban su trabajo con las tales anotaciones. Naturalm ente, Gallegos quien acaso no ignoraba lo que iba a ocurrir si tenamos xito en el go lp e - al editar su
novela luego, la redujo o purgla de cuanto pudiera haberla hecho impublicable en aque
lla poca terrible para nosotros. Despus la reedit con el ttulo de Reinaldo Solar. Esta
inocente hoja la consideraron o tuvieron empeo en considerarla, aquellos nombres como
una clave. Suprimo comentario a esta aclaratoria, que slo la imperiosa necesidad de
referirlo todo exacta y fielmente me obliga a relatar la escena. Se trataba de un pretexto
21 de enero de 1919.
Un redoble sordo de tambores; las cornetas; el pfano, el flautn melan
clico de las dianas en todos los recintos militares. Es ya para m tan
conocido este toque matinal de las prisiones! Puerto Cabello, San Carlos,
las ttricas fortalezas a la orilla del mar... Y mientras el redoblar de las
cajas acompaa el estribillo marcial, escucho algunas palabras sigilosas
y terribles que se cambian de una celda a la otra, cerca de la ma. Me
arrojo al suelo, olvidado un instante de los hierros que llevo, y al querer
andar caigo de faz contra las baldosas. He estampado el rostro en el
suelo. Cuando me separo las manos de la frente adolorida y me incorporo
siento un lquido tibio y pegajoso que me corre por entre los dedos. Enju
go la sangre en una punta de la puerca cortina. Las voces inquietas
continan un dilogo; y a cada una de sus frases voy comprendiendo toda
la historia de la infamia:
APENDICES
He aqu cmo refiere el Canciller alemn Prncipe de Blow, el episodio. Las unidades
del llamado bloqueo, que en realidad fue un bombardeo, fueron el Caribdis, crucero
ingls de 18.000 toneladas; y el Vinneta y el Panther, alemanes, de 15.000 y 5.000
toneladas respectivamente.
Igual que tras una tempestad tremenda, mucho tiempo despus de que Neptuno dej de
agitar los vientos, la resaca, ese movimiento de las olas, sucede a la pasada tempestad y
aun persiste, asimismo la animadversin y el mal humor contra el primo alemn, suscita
do, o ms propiamente dicho, exasperado por la guerra de los Boers, duraron bastante largo
espacio de tiempo en Inglaterra. Estallaron luego cuando el incidente de Venezuela, al
querer el gobierno ingls y el alemn (fines de noviembre de 1902) recuperar en comn los
fondos debidos a los reclamantes, que el gobierno de Venezuela se negaba obstinadamente
a entregar. Retirse a los ministros alemn e ingls, chalupas alemanas e inglesas captura
ron en La Guaira la flota venezolana: cuatro pequeos vapores. Un crucero alemn y uno
ingls destruyeron un fuerte en Puerto Cabello. Cuando algunos das ms tarde, Alemania
e Inglaterra atacaron a La Guaira, el presidente de Venezuela, Castro, individuo absoluta
mente sospechoso (una especie de camorrista), acept el arbitraje del tribunal de la Haya,
que yo haba propuesto. Los dos gobiernos procedieron en este asunto con pleno acuerdo,
con completa lealtad y con mucho tacto. Sin embargo, vivas y groseras protestas se eleva
ron en la prensa inglesa en contra de toda accin comn con Alemania. El Times declar
que eso era imposible, pues en la guerra de los Boers, no haba sido slo el gobierno sino
peor an, el pueblo alemn quien haba sido el enemigo ms encarnizado de Inglaterra.
Rudyard Kipling, poeta de talento (Guillermo II adoraba sus pintorescas descripciones de
la naturaleza y de la vida indiana) pero de instintos acentuadamente demaggicos y que se
esforzaba sobre todo en agradar al man in the street, public versos mordientes, muy
prfidos contra toda cooperacin de Inglaterra con Alemania, aun en Venezuela.
(Mmoires du Chancelier Prince de Blow - Tome I, 1897-1902, page 458.)
EL ARBITRAJE V E N E Z O L A N O
Comentario de The Great Events bv Fcimous Historietas
Tomo X X , pginas 82-91:
La Doctrina de Monroe aceptada como Ley Internacional
Cada da ms vienen a ser considerados los Estados Unidos del Norte como el hermano
mayor de los otros estados de Amrica. No siempre fue un hermano bondadoso y til, ya
que arranc a Panam en forma ruda de las garras de Colombia; y como resultado la gente
hispanoamericana no se siente por lo general muy bien dispuesta hacia l. Si bien la mayor
parte est pronta a admitir que sin la proteccin de la Doctrina Monroe hace mucho tiempo
que los hubieran devorado las Potencias europeas.
La nacin que, ms desafiadora que ninguna otra, se ha jactado de sus irregularidades a
los ojos de Europa es Venezuela. All, rebelin tras rebelin en una casi montona tenden
cia sucesiva y cada nuevo gobierno pensando cmo evadir el pago de las deudas de su
predecesor. Europa vino a sentirse cada vez con mayor deseo de castigar tales excesos. En
tiempos de Cleveland los Estados Unidos del Norte protegieron a Venezuela contra Ingla
terra en una disputa de fronteras, y lograron que la diferencia se llevase ante un tribunal
de arbitraje. Pero en 1903 se suscit una situacin mucho ms seria. Los Estados Unidos
tuvieron que proteger a su hermanito malcriado del resentimiento, no ya de uno sino de
una docena de pases. Cipriano Castro, un mestizo rebelde, se haba apoderado de V ene
zuela inesperadamente, y la rega desde Caracas, su capital. Con el pretexto habitual de
invocar la libertad, asesinaba muchas personas y saqueaba todo. Pero ms grave que todo
esto a los ojos europeos era el hecho de negarse a pagar unos centenares de reclamaciones
que los extranjeros presentaban contra l y sus satlites. De ah que toda Europa le am ena
zara con la fuerza de las armas; y una vez ms los Estados Unidos del Norte tuvieron que
intervenir. El caso lo decidi un tribunal de arbitrio en 1904.
Esto, como el presidente Roosevelt lo puntualiza, fue acaso el mayor triunfo que haya
logrado el arbitraje. Sobre todo, coloc a la Doctrina Monroe de un modo definido ante el
mundo como una doctrina claramente aceptada de Derecho Internacional.
El presidente Theodore Roosevelt dice a tal efecto:
La Gran Bretaa, Alemania e Italia formaron una alianza con el objeto de bloquear los
puertos de Venezuela y echar mano de semejantes otros medios de presin para obtener el
pago de reclamaciones, que segn ellos, debanse a sus sbditos. Al empleo de la fuerza
para el cobro de tales reclamaciones puso trmino un arreglo llevado a cabo por medio de los
representantes diplomticos de los Estados Unidos del Norte en Caracas y el Gobierno de
Washington, ponindole fin as a una situacin que iba a ser causa de creciente dificultad, y
que perjudicaba la paz del Continente. En virtud de tal acuerdo Venezuela convena en
destinar un cierto porcentaje de sus ingresos aduaneros en dos de sus puertos para que se
aplicase al pago de cualesquiera obligaciones que pudieran verificar las comisiones mixtas
nombradas a tal objeto y que resultaren debidas por ella, no slo en beneficio de las tres ya
mencionadas potencias sino tambin respecto de los Estados Unidos del Norte, Francia,
Espaa, Blgica, Holanda, Suecia y Noruega, y Mxico, las que no haban empleado la
fuerza para el cobro de estas reclamaciones que alegaban deberse a algunos de sus naciona
les.
Las as denominadas potencias bloqueadoras presentaron entonces la exigencia de que
las cantidades comprobadas como debidas a sus ciudadanos, mediante las tales comisiones
mixtas se pagaran por completo antes de hacerse cualquier otro pago de reclamaciones a
alguna de las otras denominadas acreedoras pacficas. Por otra parte Venezuela insista
que a todos sus acreedores debera pagrseles a base de perfecta igualdad. En el curso de
los esfuerzos hechos para arreglar esta disputa sugirieron las potencias interesadas que se
apelase a m para decidir, pero mi opinin fue que mucho ms sensato era someter el asunto
al Tribunal Permanente de Arbitraje en La Haya. Me pareci ser una admirable oportuni
dad para intentar poner en prctica el arreglo pacfico de las disputas entre naciones,
obteniendo as para el Tribunal de La Haya una memorable demostracin de su positiva
importancia. Eran tan numerosas las naciones interesadas en la controversia y en muchos
casos tan poderosas que haran ms que evidente lo benfico de los resultados compare
ciendo en la misma instancia ante la barra del augusto tribunal de paz.
Nuestras esperanzas a tal objeto se han realizado. Rusia y Austria estuvieron represen
tadas por las personas de los juristas notabilsimos e ilustrados que componan el Tribunal,
en tanto que Gran Bretaa, Alemania, Francia, Espaa, Italia, Blgica, los Pases Bajos,
Suecia y Noruega, Mxico, los Estados Unidos del Norte y Venezuela lo estuvieron con sus
agentes y abogados. Tan imponente concurso de naciones presentando sus argumentos e
invocando la decisin de la alta corte de justicia y de paz internacionales poda difcilmente
dejar de obtener que en futuras controversias pudiera omitirse un procedimiento semejan
te. Las naciones que all comparecieron hallarn que es mucho mejor comparecer por
segunda vez, ya que pas alguno no podra imaginar que su justo orgullo se lesionara al
seguir el ejemplo que acabamos de presenciar. Este triunfo del principio de arbitraje inter
nacional merece calurosas congratulaciones y es dichoso augurio para la paz del mundo.
Menos efusiva, menos propagandista, aunque sobrada siglo X IX y sus frmulas estre
chas y elusivas, que arrojaron al mundo en el conflicto de 1914 es la opinin del clebre
intemacionalista Edwin Maxey, de la Universidad de Nebraska. El profesor Maxey perte
nece a esa serie de intem acionalistas que con tanto xito poltico y editorial bordan sus
tesis al margen de la Unin Panamericana guardando equilibrio entre la plutocracia y su
biblioteca y que con tanto acierto profetizan acerca de los hechos cumplidos:
En estos casos la razn de la diferencia de normas que se aplican a actos privados e
internacionales debe hallarse en la dificultad prctica del modo de aplicar una misma
norma. Si los tratados de paz han de considerarse nulos a pretexto de su compulsin
cuntos tratados de paz podran considerarse obligatorios? De igual suerte gobiernos sin
escrpulos condescenderan en la conjunta opresin para extranjeros residentes y para la
confiscacin de sus propiedades si los derechos de estos residentes no pudieran en ningn
caso apoyarse en el pas del que son nacionales. Hasta donde puedo saber, Calvo es el nico
gran escritor de derecho internacional que argumenta que los extranjeros residentes en un
pas no deben recurrir sino a los tribunales de ese pas. De acuerdo con tal punto de vista de
lo que debera ser el derecho internacional, caso de que los tribunales, lo mismo que otros
resortes de un gobierno vinieran a ser venales, el extranjero residente quedara sin protec
cin alguna. De all resultara que enormes partes de territorio, aun continentes enteros
puede decirse, permaneceran sin progreso durante siglos, ya que la economa, la indus
tria, la iniciativa no provendran de sus propios habitantes y no podran los extranjeros
aportarlas si no contaran con la proteccin de sus banderas. Adems, se hace difcil aceptar
una disposicin de derecho internacional que viola el principio de igualdad entre estados
soberanos por cuanto confiere a los estados ms poderosos un derecho que, desde luego, no
podran ejercer los dbiles.
En la alternativa de sancionar una regla que alentara la irresponsabilidad de parte de
una clase de estados y la que tiende hacia la tirana por parte de la otra clase, creo que
pueda hallarse un trmino medio: el arbitraje. Este sera al menos un mtodo tan equitati
vo como prctico de determinar acerca de la legitimidad y del monto de las reclamaciones;
y, para robustecer aun ms la decisin, ese argumento de que el tribunal arbitral no podra
obligar al pago nos parece que tiene mayor valor terico que en simple prctica, por cuanto
los estados solventes no podran, excepto en rarsimos casos, negarse a dar cumplimiento a
una decisin, ya que para los insolventes aun la fuerza misma es impotente.
Pero la actual controversia (el caso Venezuela) suscita no slo la cuestin de los derechos
de deudor y acreedor, esto es, de las partes en litigio, sino tambin los derechos de los
neutrales. Esta ltima circunstancia surge del carcter del bloqueo. Si, como se anunci
primero, el bloqueo fue completamente pacfico, entonces el comercio de los neutrales no
podra ser interferido. La operacin se concretara exclusivamente a los barcos de V enezue
la y a los de sus aliados. Parcenos que eso de bloqueo pacfico es un trmino tan contradic
torio como sera el de hostilidades am istosas. Un bloqueo es claramente una medida
blica, aunque no exista previa declaracin de guerra. Es echar mano de la fuerza, una
interferencia en la marcha de un estado que no es compatible con la coexistencia de relacio
nes amistosas. La franca declaracin del Premier Balfour de que existe guerra entre
Venezuela y los aliados no slo despeja la atmsfera en la presente controversia sino que
abrir camino ancho, a fin de ponerle cese al uso del trmino bloqueo pacfico para no
caracterizar asi ms ninguna situacin conocida en derecho internacional. En el curso de
este bloqueo no solamente Venezuela sino los neutrales sufrirn a causa de la interrupcin
de su comercio; y en este respecto los Estados Unidos del Norte estn especialmente perju
dicados, pues que su comercio con Venezuela es mayor que el de todos los otros neutrales
reunidos, y equivale al de Inglaterra, Alem ania y Francia, nuestros ms inmediatos com
petidores.
Pero, adems, no nicamente estn envueltos los asuntos de deudor y acreedor y el
comercio con neutrales; los procedimientos entraan la cuestin ms delicada en cuanto al
carcter y aplicacin de la Doctrina Monroe. Hasta ahora la Doctrina Monroe no haba
formado parte del derecho internacional -h a b a sido simplemente un sistema poltico de
los Estados Unidos del Norte; y, sin tomar en cuenta cun a menudo este sistema fue
ratificado por los Estados Unidos del Norte, tal ratificacin no la converta en parte del
derecho internacional. No cabe en la jurisdiccin de ningn estado dictar el derecho inter
nacional; el consentimiento de las otras naciones es un elemento necesario, a fin de conver
tir una poltica o sistema nacional en un principio de derecho internacional. La Doctrina
Monroe an no ha sido reconocida por Inglaterra, Alemania ni Italia, y sus argumentos de
que no lo han violado al tomar y ocupar territorio en Venezuela no cambian dicha Doctrina
lo que era meramente una poltica nacional a un principio reconocido de derecho interna
cional?
Si no por qu? Que tal reconocimiento se haga con disgusto, ello no altera su efecto.
Menos porque ello no se hubiera efectuado en una conferencia o congreso de las naciones:
muchsimos de entre los principios bien reconocidos de derecho internacional tuvieron su
origen fuera de conferencias y congresos y nunca fueron formalmente sancionados por
stos. En cuanto a que no se haya reconocido por unanimidad, y de aqu que no haya razn
para considerrsele como un principio de derecho internacional, podemos decir que muy
pocos principios de derecho internacional han recibido aprobacin unnime. Aun los prin
cipios mismos enunciados en la conferencia de Pars en 1856 no fueron considerados como
obligatorios ni para los Estados Unidos del Norte, ni para Mxico, ni para Espaa; y aun se
discute que sean parte del derecho internacional. Podra preguntarse qu diferencia hay en
que la Doctrina Monroe sea un principio de derecho internacional o una poltica nacional,
ya que, en ltimo anlisis debe mantenerse por la fuerza, si es que se mantiene. Hay una
diferencia que nos parece esencialsima: si es un principio de derecho internacional la
nacin que deje de respetarla o se niegue a ello est violando ese derecho, y ningn pas
respetable desea hacerse la reputacin de violador de leyes; y si es sencillamente una
poltica nacional no existe tal obligacin al respecto.
da y estos informaron al mundo que la marina apresada consista de slo unos pocos
caoneros anticuados y yates de recreo utilizados para patrullas de aduana; que el bloqueo
sencillamente lo que haca era obligar a las torturas del hambre a los pescadores del litoral
de Venezuela; y que una gran alianza de poderosas naciones europeas contra l era absolu
tamente intil, porque estaba dispuesto a pagar todas las reclamaciones justas pero que
nunca podra satisfacer exigencias desmesuradas. El mundo ley esto y se compadeci de l
y los bloqueadores hallronse en una posicin ridicula.
No teniendo ellos ningn plan prctico propio para establecer la controversia, aceptaron
los aliados la proposicin de Castro de que plenipotenciarios de las partes interesadas se
reuniesen en W ashington. Resultado de esto el ajustarse un arreglo equitativo en cuya
virtud todas las reclamaciones de las naciones todas seran examinadas cuidadosamente
por competentes comisiones mixtas y lo que de ello resultare lo pagara Venezuela en
razonables plazos anuales. Se devolvieron a Castro sus barcos y se suspendi el bloqueo.
Sus enemigos extranjeros quedaron tambin pacificados, aunque no en el mismo sentido
con que lo haba sido la revolucin.
Hasta este punto en su carrera la diplomacia de Castro era perfectamente comprensible
y hasta muy notable, tanto en la concepcin como en la ejecucin. Mantvose todo el tiempo
slidamente en la razn y situ a sus enemigos en el error. Las reclamaciones quedaron
inmisericordemente rebajadas por las comisiones mixtas, y como consecuencia salv para
l y para su pas una enorme suma de dinero.
Todo lo que le restaba que hacer antes de entregarse a sus labores ordinarias, era hallar
los medios de evitar que las ricas corporaciones extranjeras poseyendo valiosas propieda
des y derechos en Venezuela promoviesen, ayudasen o habilitasen conspiraciones contra l
en lo futuro como lo hicieran cuando la pasada revolucin. Su primer paso fue obtener
pruebas de la complicidad. Por rumores pronto se supo que tuvo en ello ms suerte de lo que
esperaba y que en realidad tena en su poder documentos que, de publicarse, probaran
cmo las dos principales corporaciones extranjeras -l a American Asphalt Companv y la
Compaa del Cable F ran cs- haban sido ua y carne con los verdaderos jefes de la
revolucin. A todo evento, inmediatamente procedi a quitarles a ambas Compaas sus
enormes y valiosas posesiones y derechos en Venezuela. Al hacerlo as tom absoluto
dominio personal sobre sus tribunales y dictles las sentencias que deban de pronunciar.
Todo el procedimiento fue irregular e ilegal y vibr a travs de los hilos del cable y del
telgrafo para todas partes a Europa y Amrica.
Como es de potestad caracterstica y de deber para cada nacin defender la propiedad y
derechos de sus ciudadanos contra todo asalto pirtico y no tolerar procedimientos ilegales
ni aun contra el criminal, a nadie sorprendi que Mr. Hay enviase lo que se llam ultim
tum, en el cual declaraba (vase United States Foreign Relations, 1903): La actitud del
Gobierno de Venezuela hacia el Gobierno de los Estados Unidos, y hacia los intereses de sus
nacionales que han sufrido tan graves y frecuentes daos arbitriamente cometidos por el
Gobierno de Venezuela requiere que se haga completa justicia, una vez por todas.
Castro respondi sin tardanza en su ms desafiante tono y manera, y luego aparente
mente no se preocup ms del asunto. A sus amigos inquietos, que esperaban ver aparecer
navios de guerra americanos desembarcando tropas a los pocos das en La Guaira, l les
ense sin comentarios un cablegrama que haba recibido de su agente especial en W a s
hington declarando en sustancia que se ignorara su actitud o que se le enviaran segurida
des conciliatorias caso de responderle. El mundo diplomtico quedse asombrado y todava
no ha salido de su asombro. Todos saben que Mr. Hay no era el tipo de hombre que enviase
un ultimtum a menos de ser absolutamente necesario como cuestin de honor nacional v
que si llegaba a enviarlo no iba a contestar a una rplica desafiadora con seguridades de
alta estima y excusas de distraccin, etc. El cablegrama del agente especial, sin embargo.
era verdadero y exacto, si bien no deca de quin obtuvo la promesa de que el ultimtum de
Mr. H ay se considerara nugatorio. Castro, evidentemente s saba quin era el personaje y
con tal evidencia cont con que l actuara en su inters en el momento decisivo. Mr. Hay,
hombre sensible como pocos, resintise profundamente en su salud, y no se dio ningn otro
paso por parte de los Estados Unidos en favor de la Compaa de Asfalto hasta que su
sucesor Mr. Root, hizo un cuidadoso estudio del argumento venezolano. Entonces se infor
m a Venezuela (vase Foreign Relations, 1903), que los Estados Unidos deseaban arreglar
las cuestiones entre ellos y Venezuela pero no del modo (arbitraje forzoso) sugerido en el
ultimtum de Mr. Hay, sino por las confidenciales, ms las de la diplomacia. Castro, con
todo, prefiri quedarse en posesin de las minas de asfalto y ni siquiera discuti el asunto.
El caso del Cable Francs lo condujo Castro sustancialmente del mismo modo que el del
asfalto. La propiedad fue embargada; el Gobierno Francs protest y amenaz con emplear
la fuerza y cuando Castro le contest desafiadoramente, no perdi un instante para cam
biar su poltica en una inercia conciliatoria. En este caso tambin, Castro dej circular el
rumor de que tena en su posesin secretos que le aseguraban el buen xito.
Conviniendo, como muy apropiadamente lo podemos hacer, y en ausencia de prueba
directa, que la secreta influencia de que l deca disponer en Washington y en Pars fuese
absolutamente imaginaria, queda en pie el hecho de que se hara difcil encontrar en toda la
historia de la diplomacia dos casos ms extraos que los del asfalto y el cable, y difcilmente
algo ms misterioso que la manera magistral con la cual los manej Castro.
El mundo ha conocido muchos diplomticos de grandes aptitudes pero no se podra
nombrar uno slo que hubiera sido tan igualmente afortunado como Castro lo fue en sus
conflictos, tanto exteriores como internos, con los mayores obstculos siempre crecientes al
principio. La principal objecin a tal diplomacia es que con ella nunca se realz l ni realz a
su pueblo moralmente y no fue nunca conscientemente empleada para el bienestar de la
raza humana. Su diplomacia, pues, si bien excepcionalmente hbil, careci lamentable
mente de grandeza y de elevacin.
De las reclamaciones presentadas, ascendan a Bs. 50.559.366,11 las formadas por fran
ceses, espaoles, holandeses, belgas, suecos y mexicanos; pero el Tribunal Internacional
slo reconoci como justas las que componan una suma de Bs. 20.9 2 8.4 6 6,43 . De modo que
Bs. 2 9 .6 3 0.8 9 9,68 significaban algo que el pueblo venezolano no debe olvidar jam s. Desde
luego hubo que pagar en oro inmediatamente a las llamadas acreedoras agresivas y de
acuerdo con los protocolos de Washington, en febrero de 1904, Bs. 1.723.765,65 a Alemania;
a Inglaterra e Italia, en igual moneda, 169.382,70 y 138.875, respectivamente.
En noviembre Iode 1918, Carmelo Castro - hermano del ex-dictador, residente entonces
en Puerto Espaa, Trinidad, le dirigi al general Cipriano esta carta, algunos de cuyos
prrafos respaldan cuanto en su hora y da declaramos en estas M em orias respecto de la
invasin andin'a de 1899. Se reproduce ntegra en este apndice por ser uno de los documen
tos de mayor importancia histrica y psicolgica que se haya publicado en el destierro:
N U E S T R A S A SP IR A C IO N E S
Seor General Cipriano Castro.
San Juan de Puerto Rico.
Las trgicas, anormales circunstancias por que actualmente atraviesa Venezuela, nues
tra Patria, me mueven, muy a mi pesar, a dirigirle esta carta pblica, que si contiene
algunas graves verdades que se relacionan con su reputacin de poltico y de estadista, en
cambio descubre y abre perspectivas satisfactorias por no decir halageas, donde creo
est la solucin de su pblico destino y la de los ingentes problemas que afectan hoy a todos
los venezolanos.
Voy a hacer la distincin que existe entre los vnculos fraternales que nos ligan y los
sentimientos comunes que nos animan como patriotas y como ciudadanos. La visin de la
Patria debe estar pura de toda sombra de individualismo y cuando se trata de sus caros y
vitales intereses la lgica nos dice que los hombres debemos desaparecer ante las doctrinas
y que toda consideracin extraa al bien colectivo y social es rmora para la marcha de la
verdad y obstculo para el triunfo de la justicia. Los grandes patriotas pospusieron siempre
los vnculos de la sangre al inters general, y cuando se encontraban en la disyuntiva de
escoger entre esas dos relaciones no vacilaron en sacrificar los intereses del individuo que
son puramente accidentales para salvar el gran acervo de los derechos del pueblo, que es el
depsito inmortal donde la Providencia ha querido que sobrevivan principios, leyes, insti
tuciones y civilizaciones.
Bien sabe Ud. que el da 23 de mayo de 1899 sal con Ud. de la raya de Colombia acompa
ado de un grupo de hroes a compartir los peligros de una campaa ruda y sangrienta y
guiado por la fe de un programa que era la expresin de un deseo nacional, por ser la
vibrante y necesaria protesta contra los hbitos de una perniciosa poltica que lo ha co
rrompido todo y que ha sido la causa de la ruina y el hundimiento de Venezuela. Das de
gloria cosechamos en tan pica jornada y lleg Ud. al Capitolio coronado de laureles, la
espada limpia de toda cobarda y deshonor y la conciencia pura de todo crimen y arbitrarie
dad.
Lo que le sucedi all entonces, es conocido de todos, principalmente de Ud. mismo que ha
sido la primera, la ms grande, tal vez la nica vctima. Lo rodearon los aduladores, lo
sitiaron los ulicos, lo pervirtieron y explotaron los especuladores. De modesto que era Ud.
lo forjaron vanidoso, de bueno que era lo tornaron cruel; convirtieron su desprendimiento
en displicencia, lo hicieron temible a sus conciudadanos, a sus compaeros, a sus amigos; lo
forjaron un dspota, a U d., que era republicano, a Ud. que adoraba la libertad... Lograron
por ltimo que se convirtiera en dueo, en amo, en seor absoluto con duelo y escarnio de la
Democracia, de cuyas filas sali Ud. y por cuyos ideales se lanz y lanz a la guerra a tantos
hombres como perecieron, a tantos hroes que sucumbieron.
M as, he aqu su engao, que es el mismo que sufren todos los dspotas. Crey Ud. ser
rbitro y fue instrumento; crey ser Seor y fue siervo, crey serlo todo y fue casi nada en
manos de unos hombres hbiles para el engao, diestros para la estafa y para el crimen,
que hicieron de Ud. un juguete a su sabor con menoscabo y anulacin de su valor, de su
probidad, de su juicio y criterio slidos, con mengua y baldn de sus ttulos de Caudillo
invencible tan bien conquistados en los campos de batalla, cuyos brillantes triunfos fue Ud.
a poner a los pies de aquellos infames logreros que primero lo marearon y ofuscaron y
despus lo precipitaron en el infortunio.
No es posible que un hombre sensato como Ud., que ha pasado despus de todo eso por
diez aos de ostracismo y de persecucin, no mire claro todava y contine engolfado en sus
dogmas de absolutismo, en sus peligrosos designios de culto uniquista y derecho divino.
Los mismos reyes estn sufriendo hoy las consecuencias de haber credo ciegamente en tan
monstruosa doctrina digna de los tiempos medievales, y los mismos Csares que fueron los
verdaderos dueos y los dioses del mundo, tuvieron que hacer modificaciones y limitacio
nes a su propia autoridad, por considerarla excesiva y abrumadora, por creerla atentatoria
contra su propio poder que como todo lo humano no puede pasar de ciertos lmites, no puede
exceder de lo relativo, no puede abarcar lo absoluto, que slo corresponde a Dios.
Es bien sabido que el sabio vive de rectificaciones y que es propio de u alma grade y
soberana juzgarse imparcialmente a s misma mirando y conociendo serenamente sus
mritos y sus desaciertos. La verdadera grandeza no est reida con el conocimiento de
nuestras faltas, porque es bien desgraciado el que se cree infalible y juzgue que se puede
escapar a la miserable condicin humana. Por eso Napolen, despus de su regreso de la
isla de Elba, introdujo en su soberana aquel poderoso rayo de libertades pblicas que
resplandeci durante cien das en el Acta adicional a las Constituciones del Imperio. Cono
ci que el pueblo es una fuerza y que todo el que no se asocie a l funda su poder sobre bases
de arena. Emperador, Cnsul, soldado, dijo aquel genio del despotismo, todo lo debo al
pueblo. He aqu una renuncia categrica al dogma del derecho divino llevada al grado de
conviccin en aquella grande alma por la fuerza de las cosas que es la experiencia de las
naciones.
Platn deca que la tirana no tena salida; pero si alguna existe, es seguramente la
renuncia de la misma. El tirano que abdica su tirana y se hace magistrado constitucional,
suma a su poder el inmenso amor del Pueblo y la incontrastable eficacia de las leyes, que
son los sostenes de toda sociedad y de todo Gobierno. El Gobierno existe por el Pueblo,
emana de l, es consecuencia de l, y el nico motivo de su institucin es hacer su felicidad,
pues de lo contrario, no tiene razn de ser. Tal es lo que se ve en todos los pueblos cultos y si
Venezuela aspira a ser un pueblo culto, debe adoptar el que manda los mismos principios y
las mismas prcticas civilizadas. Pero ese cementerio de almas que existe en nuestra
Patria, de almas que no piensan, que no hablan, que no discuten, que no votan, que no
respiran, ser todo, menos Repblica, que es la expresin de la vida Ciudadana y la frmula
ms perfecta y dichosa de las grandes actividades sociales.
Si estas verdades no han madurado en su espritu es un crimen que piense volver al
Poder aunque le sobren medios de lograrlo, y aunque crea firmemente que va Ud. hacer la
felicidad de sus conciudadanos. No hay felicidad sin libertad, que es el supremo bien del
hombre y, que es, junto con la justicia, el mayor propulsor del progreso y del destino de las
naciones.
A qu desenvainar la espada, si no se han de defender con ella principios, si no se han de
hacer triunfar verdades saludables que involucran el bien general y el bien particular que
es el fin humano de la vida en este trnsito a travs de los tiempos? Herir en nombre de la
verdad fecunda se llama salvacin; pero herir en nombre de una pasin estril se llama
asesinato, crimen, atentado horrendo contra toda moral y contra toda bondad. Vale la
pena de hacer morir a tantos hombres, perturbar y perjudicar tantos intereses para que
triunfe nicamente el capricho de un solo hombre, o lo que es ms irrisorio todava, para
que triunfe solamente el capricho de unos favoritos infames que si se ren de los pueblos,
tambin se burlan amargamente de los tiranos? No es la hora de las ilusiones, y de las
mentiras risueas. Hay que decir la verdad, hay que exaltarla, hay que levantarle un
trono, hay que desagraviarla, hay que darle satisfaccin a los pueblos, porque de otro modo
toda palabra es intil y toda obra es ancho abismo en donde habita la muerte, que es la
mentira y es la iniquidad. Hay que enfrentar Cristo a Iscariote para derribarlo, porque la
tiniebla se combate con la luz, y sera un monstruoso absurdo pretender destruir la sombra
acumulando ms sombra y duplicar la noche para obtener su extincin y su disipacin.
Al estado a que hemos llegado se hace necesario en Venezuela, no un poltico, no un
hombre de Estado sino un verdadero Reformador que renueve y fabrique desde los cimien
tos hasta las almenas del edificio. Qu haremos con un nuevo capataz que reciba por
inventario un rebao doliente a quien arrean y esquilman unos cuantos esclavos y unos
cuantos villanos? Yo en mi humilde esfera de ciudadano y de militar contribuira gustoso
con mi buena voluntad y con mi sangre si fuese necesario para la exaltacin de ese Refor
mador que encarne y suscite las grandes y fundamentales verdades de que ha menester
nuestra Patria para salvarse, pero no estoy dispuesto a meterle el hombro ni el pecho a una
conjuracin tirnica que nos hara a todos botn de un dspota altanero, aunque ese dspo
ta sea mi propio hermano y aunque tenga la seguridad de heredar su cetro de hierro. Mi
ttulo de ciudadano, mis sacrificios por su causa y por su gloria, mis largos destierros
sufridos honrosa y estoicamente por sustentar sus intereses polticos, las persecuciones de
que he sido vctima por ser su hermano y por ser su amigo, mi condicin de patriota y de
republicano, me dan voz y voto en este grave asunto, tanto ms cuanto que Ud. sabe que el
nico de su familia a quien ha visto a su lado en todas las horas crticas de su vida he sido yo,
vctima refleja de su grandeza, de que no disfrut, y corazn que desafiaba la muerte por el
triunfo de sus banderas cuando los miserables znganos consuman la colmena de su
fortuna y los cobardes aduladores danzaban y gozaban amparados por nuestros aceros,
defendidos y protegidos por nuestros peligros. Ahora bien: El Pueblo Venezolano lo acepta
a Ud. sin Restauracin, sin crceles, sin destierros, sin monopolios, sin favoritos, sin abso
lutismos, sin infalibilidades, sin ese gesto trgico que le dieron la prctica de la fuerza en la
guerra y el ejercicio de la violencia en la paz. Despus de sus victorias, no supo Ud. desceir
su espada para tomar en sus manos el libro de las Leyes. No crey Ud. en otro dolo que en la
fuerza, menospreciando la persuasin que es otra diosa excelsa. Se fue Ud. detrs de la
coaccin, oprimi el derecho de que era guardin, puso su gran carcter al servicio de la
arbitrariedad, se adhiri a la parte dura del poder, la que inspira terror, cuando con ese
mismo poder ha podido hacerse adorar, salvando primero a Venezuela del caudillaje y de la
anarqua, y despus tendiendo el manto del perdn y de la misericordia por sobre las
cabezas de los vencidos y levantando de su desmayo las libertades pblicas que todo lo
esperaban de U d., porque as lo haba prometido al Pueblo. Por qu, en vez de dejarnos el
imperio de la Ley, nos dej Ud. a un lacayo, nos dej a un traidor, nos dej a Juan Vicente
Gmez? Por qu no levant Ud. la moral de los Congresos, la moral de los tribunales, la
moral de los caracteres, en vez de levantar esa turba de miserables que le han traicionado y
le han vendido con mengua suya y baldn de la santa Democracia? Pues bien, sus rufianes
han dispuesto de la herencia de Bolvar, han erigido la traicin en dogma, han implantado
la jurisprudencia del despojo, del asesinato, de la impunidad; han establecido y promulga
do el derecho de la iniquidad; han invertido el orden social y poltico de Venezuela, sobrepo
niendo la bastarda a la legitimidad y ocultando detrs de la mscara cmica de un Presi
dente m an iqu , las som bras y repugnantes facciones del Traidor de Diciem bre,
perspectiva nica de nuestra Venezuela, la inmensa vctima, la nacin Prometeo!
El Pueblo Venezolano lo tiene a Ud. por un tirano y lo seguir teniendo en tal concepto,
mientras contine en ese ttrico silencio que ha debido romper desde hace tiempo para
predicar la Repblica, para proclamar la libertad, la igualdad y la fraternidad. Tiene que
convencer primero al pueblo de que ha cambiado sus ideas autocrticas por ideas liberta
rias, de que no llegar armado del cuchillo y del ltigo sino empuando el lbaro de la
justicia, de que su pecho no va inflamado por el odio ni por la venganza, sino por la llama de
los grandes sentimientos, de que no va a ser dueo, seor ni dspota, sino preceptor, padre,
protector, providencia; de que no va a restaurar sus intereses materiales pisotendolo y
atropellndolo todo, sino a engendrar de nuevo los grandes intereses morales que toda
nacin necesita para subsistir y que en Venezuela han desaparecido completamente por la
fuerza disolvente y abusiva de la corrupcin del poder sobre las instituciones pblicas y las
cualidades ciudadanas.
Debe convencer al Pueblo de que si Ud. es andino no es andinista, porque no es natural ni
justo que una nacin entera est sufriendo sujeta a tributo de una sola regin con menosca
bo del resto de los Venezolanos que tienen tambin derecho a aspirar, a gobernar y a tomar
parte en la cosa pblica No somos, acaso, hermanos, los andinos, los centrales y los orien
tales, y no vivimos dentro de las mismas fronteras nacionales, al amparo de la misma
bandera y sujetos a las mismas leyes? Por qu, pues, hacer odiosas distinciones que por un
lado deprimen el orgullo de la mayora del pas, y por el otro exaltan la soberbia y la codicia
de una minora regionalista que ha establecido una especie de derecho de conquista, una
especie de dogma de secta, de odiosa masonera de familia, de sangre y de paisanaje, para
monopolizar el mando con exclusin casi absoluta del resto de los Venezolanos? En buena
hora que los andinos participen de la cosa pblica, pero en una forma equitativa y generosa,
y no considerndola, como un patrimonio particular, sino como el acervo y bien comn de
todos nuestros compatriotas en cualquier parte que nazcan, siempre que sean dignos y
aptos. Pero exaltar y enriquecer al andino, por ser andino, es tan odioso y absurdo como lo
sera exaltar y enriquecer al oriental por ser oriental, o al carabobeo por ser carabobeo.
El pas est cansado ya de sufrir esa tutela y explotacin que ha engendrado una divisin
peligrosa de sangre y casi de raza que puede producir tal vez en el porvenir consecuencias
funestas y gravsimos males. Si seguimos por tan injusta senda estamos expuestos a que la
semilla de Panam cunda entre nosotros, ya porque los llamados centrales quieran m aa
na tomar la revancha y ejercer represalias contra los andinos y stos se proclamen autno
mos, ya porque la dominacin andina se haga tan odiosa y pesada en los otros Estados de la
Unin, que uno o varios de stos tome el desesperado partido de hacer un movimiento
separatista que no tiene nada de imposible, dada la ambicin y maquiavelismo de cierta
Potencia extranjera.
Por lo dems, el predominio del regionalismo andino no es sino un fenmeno de la unidad
nacional, el desenvolvimiento sociolgico de un elemento colectivo que busca fundirse en la
masa general de la poblacin y de la cultura de nuestro pas para hacer el verdadero y nico
tipo homogneo que debe prevalecer como representativo del Venezolano de extremo a
extremo y de frontera a frontera de la Repblica. Nosotros encaramados en nuestras
montaas ramos una cosa aparte de la poblacin y del territorio de Venezuela y m irba
mos como un mito al habitante de las llanuras y como una fbula al hijo de las grandes
ciudades del centro. Todos los regionalismos en Venezuela se haban ya dado cita en el
Capitolio y se haban fundido en un solo cuerpo al calor del Poder que ejercieron con la
violencia ms o menos grande, propia de todo elemento nuevo y brbaro. Slo nosotros
faltbamos a la cita. Los orientales en los Monagas, los llaneros y los carabobeos con Pez,
los corianos, con Falcn, los arageos, con Alcntara, los guariqueos, con Crespo, los
caraqueos, con Guzmn, todos, en fin, a manera de corrientes emanadas de diversos
puntos convergieron hacia el centro como haca un estuario donde iban a mezclar y a
confundir sus turbulentas aguas. Le toc a Ud. precipitarnos como un torrente de las altas
montaas de los Andes y hemos llegado al centro del crculo para derramarnos y esparcir
nos por toda la circunferencia. Lstima grande que hayamos dado carcter odioso a esta
necesidad natural de la economa colectiva de nuestro organismo nacional y que no haya
mos comprendido que no se trataba de una conquista sino de una fusin de la cual saldra
triunfante la unidad de raza que no tenamos, y que hemos debido obtener por medios
menos dolorosos y crueles. Gmez ha acentuado mucho ms esa nota ingrata y antilgica, y
henos aqu que aquel ideal de la unidad no se realizar sino despus de una reaccin
violenta contra ese predominio regional que se ha hecho ya muy pesado y en cuya remocin
y alivio deben interesarse ms que nadie los mismos andinos. Salvado este trance tendre
mos paz en todas partes, porque el pas marchar sin divisiones y sin tirana.
Es hora ya de terminar esta larga carta que le dirijo sin presuncin y sin malicia, no para
hacerle recriminaciones innecesarias, sino para expresar ciertas verdades que creo tiles a
la Patria, a mis contrraneos y a Ud. mismo. Lo que le digo no es una cosa annima, nueva
ni sorprendente; es la expresin de la conviccin de todo el pueblo Venezolano que lo siente
as y que quiere hacer una verdadera revolucin social despus de tantas farsas armadas,
impropiamente calificadas con el ttulo de revoluciones. Toda revolucin trae una idea
nueva, toda revolucin es un paso hacia adelante. Mas, hacia dnde hemos marchado
despus de tanta sangre vertida en los campos de batalla? Hacia la ruina, hacia el desastre,
hacia el descrdito, hacia el aniquilamiento, hacia el pasado, hacia la barbarie y la traicin
tan bien encarnadas y caracterizadas en Juan Vicente Gmez. En ese movimiento de
retroceso hemos alcanzado los tiempos inquisitoriales con sus intolerancias, sus torturas y
sus cadalsos; hemos alcanzado los tiempos de Tiberio, Nern y Calgula; hemos alcanzado
los tiempos de Judas, el inicuo deicida; nos hemos remontado a los tiempos de Can, el
primer homicida, el padre del asesinato, el monstruo criminal que mat a su hermano como
Gmez m ata a los suyos por envidia de su virtud y por envidia de sus haberes.
Continuar esta situacin? Se perpetuarn en nuestra Patria las semillas malficas
que tantas manos criminales y antipatriticas han arrojado sobre ella, poblando el am bien
te de llantos, de sangre, de desesperacin y de duelo? Ud. que tiene los medios para hacerlo,
debe intentar la empresa de la salvacin con la frente limpia de todo pensamiento sombro,
los ojos fijos en el ideal, como verdadero hroe, apstol y redentor. No vaya a desenvainar su
espada ni vaya a cubrir su senda de laureles para que pase sobre ellos la bacanal de los
traficantes, de los indignos, de los hijos espreos de la patria y de la humanidad. Si vamos a
hacer el esfuerzo, hagmoslo en obsequio de las ideas grandes, no en pro de los hombres
reptiles ni de las pequeas pasiones, que son las que pierden y hunden las naciones. En este
predicamento ser el primero o el ltimo soldado de la nueva cruzada, que ser lo ms
trascendental de la Historia de Venezuela, porque ser el paso definitivo hacia su ruina o
hacia su resurgimiento. Y as, posedo de tan nobles anhelos pasar Ud. a la posteridad
rodeado de las bendiciones del pueblo, con la doble corona de laurel y de mirto, smbolos de
la guerra y de la paz; grande como Camilo, el segundo fundador de Roma, glorioso como
Octavio el restaurador del orden y de la prosperidad de su patria y bajo cuyo reinado
apareci el Cristo de la Paz y fueron cerradas majestuosamente las puertas del templo de
Jano.
CA R M E LO CASTRO
Otra de las veintinueve acciones de arm as del general Gmez es la batalla de Ciudad
Bolvar que se convirti en fecha clsica nacional. H a sido menester que muriese el
dspota para que la verdad de los hechos como va a ocurrir con otras muchas supercheras
de entonces y de ah o ra - el documento vivo, respalde lo que en estas M em orias dijimos a su
hora:
-C m o fue lo de Ciudad Bolvar? Ah! bueno. Cuando recibimos rdenes de atacar las
fuerzas de la revolucin, el general Rivas me orden retirar la caballera, pues ya estas
fuerzas no eran necesarias y me confi el mando de un batalln de infantera. Llegamos a
Zaraza, donde pasamos un mes reponiendo las tropas. De ah salimos en junio para atacar
a Soledad, y a m, como Jefe de las fuerzas de avance, me toc pelear en ese sitio al general
Cruz Mirabal Nez, quien era del cuerpo de avance de la revolucin del general M atos. Lo
derrot, hacindonos dueo de la Plaza.
-E l general Gmez vena con la Escuadra enviada por el general Castro. All en Soledad
la esperamos, y en el vapor M iranda nos trasladamos a la margen derecha del Orinoco
para poner sitio a Ciudad Bolvar, ltimo baluarte de la revolucin Libertadora.
-...?
- E l general Gmez se qued en un sitio llamado Caafstolo , mientras las fuerzas
seguan avanzando distribuidas en tres cuerpos de ejrcito.
-L o s jefes de los cuerpos eran el general Emilio Rivas, quien tena orden de tomar el
Cementerio; Juan Fernndez Am paran, con rdenes de atacar el Zamuro; y los generales
M anuel Salvador Araujo y M anuel Sarmiento, quienes entraron por la calle del Orinoco.
Eramos de 6.00 0 a 7.000 hombres.
-L a s rdenes -q u e yo su p iera- eran trasmitidas telegrficamente por el general Castro
y tambin por el general Pablo Garrido, Jefe M ilitar del Distrito Infante, gran conocedor
del terreno.
...?
-Y o nunca vi al general Gmez antes de la batalla. Las lneas la recorran el Jefe de
Estado Mayor, Jos Antonio Dvila, a quien por cierto el general Gmez le pag muy mal, y
el general Manuel Corao. El sitio dur 4 5 das, no recuerdo bien.
- L a accin decisiva comenz a las 4 de la maana, con un fuego cerrado en todos los
frentes por tierra y por agua. El general Castro haba hecho responsable al general Rivas
de la toma del Cementerio, dndole un prctico: el general Figuera M ontes de Oca. Yo iba
bajo las rdenes del general Rivas y comandaba 300 hombres que tena en la calle de Michel
Angello. Cuando acab de amanecer y estbamos nosotros tratando de tomar las trinche
ras del Cementerio, vimos la bandera amarilla del Gobierno en el fuerte del Cerro del
Zamuro. Y a el general Fernndez lo haba tomado.
-M u ch o se ha hablado, en los tiempos de Gmez, a sotto voce, desde luego, de una traicin
del artillero de El Zamuro, quien dio paso franco a las fuerzas de la Restauradora. Se lo
decimos al coronel Olivo, pero ste, levantndose del asiento, nos dice enrgicamente:
-N o hubo tal traicin. Lo que pas fue que el general Fernndez era muy conocedor de
todo ese terreno, la prueba es que haba sido enviado expresamente a este sitio por el
general Castro y hbilmente pudo tomarlo. Pero le aseguro que no hubo traicin por parte
del artillero.
Olivo contina detallndonos el ataque decisivo:
-E l general Fernndez en el Cerro del Zamuro, recibi tropa y provisiones con rdenes de
conservar el sitio que era muy importante. La toma completa de Ciudad Bolvar se pudo
hacer dos das despus del asalto a El Zamuro. En el Cementerio fue la pelea ms encarni
zada, all hubo mucha sangre, tratando de tomar las trincheras, pues ste era el sitio
decisivo para entrar hasta el Capitolio.
Los ojos sin vida del coronel Olivo se animan y golpea el suelo con su bastn al recordar la
carga decisiva:
-A vanzbam os. Recuerdo que el general Figuera le dijo al general Rivas, refirindose a
m: Me gusta ese indiecito, por lo impvido. Tena yo entonces 33 aos. Seguimos cargan
do, di la orden de tocar 1 y 14 y despus la Pava. Yo estaba deseoso de llegar primero al
Capitolio: pero faltando poco recib mi reemplazo, y el general Rivas dndome su mua me
dijo: Vaya y dle la noticia al general Gmez, que acabamos de tomar la ciudad.
Yo no conoca al general Gmez. Despus de un buen trecho de camino llegu a la playa
donde bajo un toldo conversaba el Jefe Supremo con varios amigos, me present y le dije:
-G en eral Gmez, le manda a decir el general Rivas que hoy a las 3 de la tarde tomamos a
Ciudad Bolvar. Gmez con esa manera brusca que l tena al hablar me contest: Esta es
una noticia segura del coronel Olivo, a m se me pona que el general Rivas iba a tomar hoy
el Cementerio. Dgale al general Rivas que lo felicito y me felicito yo. As se cogi el triunfo
de Ciudad Bolvar el general Gmez, nos dice Olivo. El no estaba por todo eso, afirma una
vez ms. Gmez fue slo un espectador lejano de la contienda.
- .. .?
-G m ez entr a Ciudad Bolvar al da siguiente de haberla tomado el general Emilio
Rivas.
(De un reportaje del coronel Gregorio Olivo al diario Ahora, edicin del 12 de febrero de
1936.)
Con todo, justo es declarar que siquiera estuvo en Caafstola durante esa accin. En la
adulatoria frentica de estos ltimos aos todo Venezuela ley asombrada que fue l y no el
general Castro quien dirigiera la batalla de Tocuyito en setiembre de 1899; y aun el mismo
Gmez iba all a conmemorar esa mixtificacin entre algunos de los propios antiguos
oficiales de Castro. E igual patraa se publicaba respecto de la batalla de La Victoria...
Por correspondencia del doctor Mendible, luego de publicada esta parte de mi obra, ste
nos explica as lo ocurrido:
1 Muerte del general J.J. Briceo. Este seor tena sus fuerzas distribuidas en dos
cuarteles diferentes y dichas fuerzas montaban poco ms o menos a quinientos hombres
bajo oficiales de su entera confianza. Como este seor haba pertenecido antes a lo que se
llam la Conjura, esto es, a los que no queran a Gmez, cre yo, cuando estall la Reaccin
que todava estara en ese predicamento, y le propuse, en vista de los sucesos, que asumi
ramos una actitud independiente de la evolucin que se realizaba; que yo asumira la
autonoma del Estado y l me apoyara con la espada; que levantramos un ejrcito y
marchramos sobre Caracas rpidamente sorprendiendo a Gmez y atacndole, cuando
an se encontraba inseguro en su traicin. Yo crea esta accin de segursimo efecto, pues
en aquellos das todo era desconcierto, desconfianza y temerosa confusin en el ambiente
poltico. Qu cndido fui yo y cun ignorante del medio donde actuaba! La contestacin de
Briceo fue que l tena compromisos con Gmez desde La Vaqueray que no deba hacer
(yo) otra cosa que agachar la cabeza y marcar el paso.
En vista de esta contestacin resolv atacarlo de todos modos y combin un movimiento
entre mi cuerpo de polica y el jefe de la guardia de presos para arrebatarle a Briceo las
armas de que dispona y proceder yo entonces por mi propia cuenta, pues, crame, que lo
prefera todo menos a apoyar al Hroe de Diciembre en sus planes de traicin y usurpacin.
Cuando se hizo el ataque, el general Briceo estaba fuera de sus cuarteles y Ud. com
prender que si en mi plan hubiera estado el eliminarlo, lo habra puesto en prctica como
acto previo, lo que me habra simplificado la cuestin y quizs resuelto a priori el problema,
ahorrndome el gravsimo peligro que corr de perder la vida, pues el general Briceo sali
corriendo de la casa donde se encontraba y disparando sus armas lleg hasta la puerta de la
Prevencin de uno de sus cuarteles, que en ese momento sometamos, y donde encontr la
muerte, a manos, segn se cree, de uno de sus propios soldados y del coronel Alberto
Garbn, que era mi Jefe de Polica. El general Briceo muri, pues, combatiendo y crame,
que he lamentado siempre que aquel valiente hubiera ofrendado su vida en aras de la ms
triste y bochornosa traicin.
Seguramente que la circunstancia de haberse sublevado la guardia de prevencin fue lo
que dio lugar a que se dijera que fueron estos ltimos los que se sublevaron, pero no fue as.
Ellos, como le dije a Ud., se aprovecharon de la coyuntura y se escaparon. Quin lo poda
impedir?
2oEscapatoria de los presos - La explicacin anterior da la clave perfecta de este hecho
que ocurre con frecuencia en casos semejantes.
El 24 de julio de 1925, por medio de los buenos oficios del doctor Francisco Baptista
Galindo, un enorme grupo de desterrados pas la frontera para acogerse a la am nista que
se llam la reconciliacin de la familia tachirense*. El doctor Abel Santos y su hermano el
doctor Eduardo encabezaron el retorno. El primero, a nombre de los asilados venezolanos
en el acto de su repatriacin por la frontera del Tchira se dirigi a la comisin nombrada
por el general J.V. Gmez para recibirlos, compuesta de los doctores R. Gonzlez Rincones,
Vicente Dvila, Isaas Garbiras, Samuel E. Nio y Carlos F. Pirela; dijo:
Seores: Si hubiera necesidad de un smbolo para exteriorizar los deseos del Primer
Magistrado de la Repblica, general Juan Vicente Gmez, nada mejor que una corbata
blanca colocada en el pice del asta en que flamea la ensea de la Patria, confiada a su
cuidado. Ella servira a cabalidad para traducir estos conceptos que son suyos: M i gran
anhelo es contemplar a todos los tachirenses felices en sus hogares, deseo que vengan
todos. La campaa de paz que he emprendido la considero la ms importante de mi activi
dad poltica; he logrado para la heroica tierra del Tchira restituirle para siempre unidos
en abrazo fraternal a sus hijos queridos, que tienen derecho a vivir en su regin amparados
por las leyes y cuidados por m, disfrutando de la paz bendita que reina en la Repblica.
Nobles y patriticas palabras, a las que no hemos podido menos que corresponder en esta
forma para contribuir as a la consecucin de tan elevados propsitos. El Conductor de la
Repblica, como lo habis odo, nos ofrece una paz digna en la vida del derecho, nica
frmula posible en la conveniencia ciudadana. Nosotros, los que venimos, la aceptamos con
honradez como cumple a hombres de corazn, y aportaremos nuestros esfuerzos a esa
campaa que el Supremo Magistrado ha emprendido y ha de ser, sin duda, su mejor presea,
a fin de que se convierta para todos los venezolanos en hermosa realidad y pueda cada uno
decir con orgullosa satisfaccin, amparado por su bandera, Patria, de tus entraas soy
pedazo, repitiendo la frase del insigne hijo de Ocaa, la noble y hospitalaria ciudad que me
quiso como suyo, cario que no podr olvidar. La realizacin de esta obra de paz habr de
proporcionar al general Gmez, puedo asegurarlo, la mayor de las complacencias entre las
muchas que haya experimentado en su ya larga vida pblica. El comienzo puede decirse
que est en este sencillo desfile que presenciis y que quiz pueda llegar a tener una gran
significacin poltica y es econmicamente de no escasa enseanza. Sentimos s que no est
aqu presente el Supremo M agistrado, pues estamos seguros que conservara de este acto
un recuerdo imperecedero, ntido, inconfundible, no slo en su mente, sino tambin en su
alma de venezolano y de soldado de la Patria.
Seores: no estamos aqu todos. Bast anunciarles que las puertas de la Patria estaban
abiertas, y centenares de labriegos ya se fueron en busca de la labranza abandonada; faltan
nuestras mujeres, faltan nuestros hijos y faltan muchos ms impedidos por la distancia. No
somos, hablan los documentos oficiales, ni la vigsima parte de esa enorme m asa de ener
gas humanas y de capital, que la ola roja y negra de una incomprensin demente arroj a la
hospitalaria tierra colombiana. Nos veis? Venimos con el alma rebosante de contento al
pisar nuevamente el suelo de esta Patria que nos da nombre y orgullo; mas, si en los
semblantes se refleja un cierto aire de tristeza, bien podis explicroslo: del otro lado de ese
ro, tres veces sagrado al patriotismo, quedan sepultadas para unos, juventud y fuerzas
agotadas sin fruto, que el tiempo avaro no devuelve; dejan otros, huesos de seres queridos a
quienes la muerte quiso dar el sculo de paz; muchos marchan a sabiendas de que su hogar,
ayer bullicioso y riente, hoy est vaco por la partida eterna de los que lo alegraban, y a los
que el destino cruel no permiti dar la postrera despedida, plena de amor y hmeda en
llanto; y en fin, no pocos vienen a satisfacer nicamente un ntimo deseo del corazn, hollar
el suelo siempre recordado, espaciarse en sus bellos horizontes y volver a respirar por pocas
horas sus aires, pues habrn de regresar porque plantaron sus tiendas en firme en la
heredad hermana. De stos, seguros estamos de su cario por Venezuela, lo guardarn
intacto y morir con ellos; pero de sus hijos pocos sern nuestros, la mayora lo ser de la
tierra en que nacieron y se forman, para ir tal vez muchos de ellos a aumentar esa ya larga
lista de apellidos que figuran con honor y brillo en el hogar santandereano.
M as, a qu recordar dolores? Hoy es el da fausto en las pginas de nuestra historia,
conmemoremos el natalicio del Gran Libertador, Padre de la Patria: que el cese del odio
entre hermanos, odio que aborrece Dios, sea la mejor ofrenda que a una tributemos a su
memoria.
Y como tambin por una feliz coincidencia, son hoy los das del Primer Magistrado de la
Nacin, general Juan Vicente Gmez, hagamos votos por su ventura y pidamos a la Provi
dencia Divina en cuyas manos est la suerte de los pueblos, le ilumine, a fin de que el grito
de Venezuela por sobre todo, dado por l y por nosotros todos, nos una y fortifique. Podis
as decrselo. Seores.
Luego, desde San Cristbal en setiembre del mismo ao publicse el Voto de Adhesin
del Pueblo Tachirense al Benemrito general J.V. Gmez que dice:
Sobre el pedestal de las grandezas de la Patria, en donde casi durante un siglo se
agitaron para azotar sus glorias inmarcesibles, las pasiones polticas, se levant, blanca
como las nieves de nuestras montaas, la bandera de fraternidad y de la unin. No la lleva
en sus manos un partido poltico que aspira el poder; ni un caudillo que vencido en luchas
partidarias, busca ese refugio para salvar su nombre del oprobio, o encauzar hacia el
triunfo, con el auxilio de todos, sus aspiraciones; ni es un aventurero que se trepa por asalto
en las esferas gubernativas; ni un militar de espada rota, que quiere remendar sus errores
de ayer, con la sangre del pueblo, sino un ciudadano de alta talla, que en el anlisis
imparcial y severo de las altas virtudes del pueblo venezolano, se asocia a l, con el carcter
de Jefe Supremo, para que la Nacin tenga rumbos de prosperidad, de bienestar y de
grandeza.
M s de tres lustros van ya, en que el Benemrito general Juan Vicente Gmez por una
necesidad sociolgica, por una evolucin definitiva del pueblo, mal comprendida al princi
pio de sus detalles, pero por eso no menos fuerte y uniforme; por una imposicin con que la
paz hizo necesario su triunfo sobre la guerra y el desastre, asumi el Poder, y empez su
lucha de reconciliacin, en abierta oposicin contra aquellos que siempre vieron en la Curul
Presidencial, al Jefe de un partido, el antagonista de todas las ideas de verdadero republi
canismo, o el contemporizador que sacrifica en las manos de sus colaboradores, el libro de la
ley y el prestigio de las instituciones.
Raros tiempos de enseanza han pasado en esta era que rompe las pasiones de ayer, y
deja campo abierto a las aspiraciones del porvenir. Su misma fe de patriota no crey
alcanzar tanto. Tan modesto como honrado, no solicit la gloria, ni un laurel para su frente;
buscaba la paz para sus conciudadanos, la tranquilidad para el hogar venezolano, la estabi
lidad de las instituciones, el imperio de la ley, la redencin del hombre por el trabajo; el
respeto a Venezuela con la honorabilidad y rectitud de sus procederes; ms que la fuerza de
sus armas invencibles, la fuerza del bien que atrae todos los espritus; ms que las represa
lias que exaltan, sus bondades que calman y tienden un velo sobre el pasado.
Hoy ha triunfado sobre el ayer y el presente, ese grande hombre, Benemrito general
Juan Vicente Gmez. Y el pueblo del Tchira, quien lo admira se enorgullece de sus glorias,
ya todo unido en el hogar comn; ms de cincuenta mil soldados de la paz y del trabajo, con
alma grande y pensamiento severo, dispuestos a custodiar la efectividad de las institucio
nes, que protegidas por l, son la garanta de cuarenta mil hogares que van a poner su bolo
para la grandeza de la Causa y la gloria de su nombre, le presentan el testimonio de su
adhesin incontrastable, de su lealtad franca y sincera, como al Jefe Supremo de quilates
altsimos, que los ha sabido unir, con lazos fraternales, para marchar como un solo hombre
a las conquistas del porvenir. Y es ste tambin un vnculo sagrado que nos une a su hijo
muy distinguido, el general Jos Vicente Gmez, quien es el colaborador ms entusiasta en
esa obra de fraternidad y de cario, bien realizada por la mano experta de nuestro ilustre
Jefe, y aqu cumplida con hidalgua de procederes, por el muy noble y digno general Juan
Alberto Ramrez.
Nada hemos necesitado sino paz, cordialidad y armona, respeto a nuestros derechos
ciudadanos y la concesin legal de nuestras libertades pblicas. Eso lo tenemos garantiza
do con el ilustre Conductor de los destinos nacionales, por eso lo seguimos a l sin vacila
cin, con la entereza de los pueblos dignos y la firmeza de los ms enrgicos.
San Cristbal: Septiembre de 1925.
Las seis primera pginas de este documento que se public en forma de libro contienen
438 firmas.
Permanecieron en el destierro voluntario el general Juan Pablo Pealosa, el general
Maclobio Prato y sus hijos, Joaqun Briceo Maldonado y un escaso grupo de irreductibles
que aparecen ms tarde en la lucha incansable y cuyos destinos se tejen en esa terrible
serie de episodios que finaliza en la tragedia de la aventura militar, de la enfermedad, de la
prisin y de la muerte. Djose entonces, para explicar la actitud de aquella transaccin
que us el nombre de todo un pueblo a los fines de repatriar una gran cantidad de sus hijos,
que los iniciadores sacrificaron sus justos resentimientos -com o patriotas y como persona
lidades polticas- movidos a piedad por la miseria y el desastre en que vean sucumbir a sus
conterrneos del otro lado de la raya colombiana y por el convencimiento en que estaban de
que nada humanamente posible poda hacerse contra el rgimen imperante en Venezuela.
Sea. No hay derecho a dudar de ello, dado los hombres que tal cosa iniciaran. Pero luego, el
ao de tal reconciliacin, aparece en el histrico Samn de Gere, el da 24 de julio de 1926
el doctor Abel Santos y pronuncia las siguientes palabras:
Seor Presidente de la Repblica: Seor Vicepresidente: Seores Ministros del Ejecuti
vo Federal: Seores: Sobre los das tambin domina la fortuna. En la historia de los pueblos
los hay faustos e infaustos, si sealan triunfos y alegras, o traen a la mente el recuerdo de
reveses y dolores. Hoy es da de jbilo en nuestros anales; el 24 de Julio marca el natalicio
del super-hombre americano y tiene que constituir para todo venezolano a ms de un justo
orgullo de familia, un serio e indiscutible compromiso para consigo mismo y para con todo el
mundo americano. Un venezolano que lo sea en espritu y en verdad, debe tener siempre
presente que es hijo de la tierra del Libertador y esto ha de bastarle para que sepa a qu est
obligado y cul es la orientacin que debe guiarlo cuando se trate de mantener en alto
nuestro prestigio de nacin independiente y libre. Hoy tambin, ciudadano Presidente, son
vuestros natales, y por ello tengo especial complacencia en presentaros las ms calurosas
felicitaciones, que no son solamente mas sino de todo el pueblo tachirense; al felicitaros,
cmpleme hacer votos, a la vez que por vuestra ventura personal, porque el Supremo
Hacedor os gue, a fin de que sigis haciendo de esta Patria un gran pueblo y con ello
aumentis vuestro renombre. Empero, la Providencia ha querido que al mismo tiempo en
este da fausto para el patriotismo se verifique el aniversario de un paso trascendental en
nuestra vida poltica. Tuvisteis la clara visin del porvenir, la fe en el xito y el supremo
entre todos los valores: la confianza. No dudasteis, y en un momento como ste estabais con
nosotros en espritu, nos dabais el abrazo de bienvenida como que somos hijos de un mismo
suelo, nos han arrullado las mismas dianas y hemos crecido a la sombra de esa bandera,
que es una e indivisible como smbolo de la Patria, y maldito aquel que pretenda prostituir
la o desgarrarla! Y como os debemos gratitud porque confiasteis en nosotros, hasta aqu
hemos venido para acompaaros en este aniversario, que no dudo habr de marcar un
nuevo derrotero en la vida poltica de la Nacin, y al hacer acto de presencia para deciros de
modo especial y solemne, antes de regresar a nuestras montaas, que vuestra confianza no
ser defraudada y que los que ayer trajisteis al suelo de la Patria estamos dispuestos a
secundaros en la obra de bien que realizais. Una palabra ms para concluir: en uno de los
libros de los hebreos, el Talmud, se lee esta bella y honda frase: Dios se ruega todos los das
a s mismo que su misericordia sea mayor que su justicia, que bien puede tener aplicacin
en el gobierno de los pueblos; y como en estos momentos se me viene a la memoria no puedo
dejarla pasar sin repetirla.
Al general Zoilo Vidal, hombre muy querido y lder reconocido de los nacionalistas en
Guayana se le llamaba cariosamente el caribe Vidal, y lo era de pura cepa. Form en las
filas activas contra Andrade y contra Castro -1 8 9 8 , 1 9 0 2 - hasta que qued vencida la
revolucin Libertadora acaudillada por el seor M atos y con la cooperacin de los oficia
les nacionalistas. Refugise en el extranjero y all, junto con Manuel Vicente Romerogarca
y otros, pas el duro destierro de aquella poca. Doa Mercedes Smith de Hamilton nos
refiri un detalle acerca del temple de espritu de aquellos asilados. Como no tenan con qu
pagar la modesta pensin en que vivan y no queriendo agravar la situacin de una viuda
que se sostena tambin all con su trabajo, banse a escondidas Vidal y Romerogarca a
cavar fosas en un cementerio de Nueva York para conseguir el par de dlares de sus
gastos... El autor de Peona atrap una congestin pulmonar -p u e s carecan hasta de
sobretodos-y por ello los descubri la seora Hamilton. Parece trivial este detalle. No lo es
tanto: creemos - y lo dijimos en todos los to n o s- que el tipo de desterrado y de vctim a
que, o vive a costa de los compaeros ms industriosos o menos flojos, o se dedica a la fcil
holgazanera de las grandes ciudades forjando juntas, sociedades y grupos a cuyo margen
medra un poco y disocia otro poco, si no empieza redimindose a s propio qu pretende ir a
redimir a la pobre Venezuela? Es esa doctrina de la pereza capital la que hace de cada
empleado cesante un oposicionista y de cada oposicionista un proto-cesante... Y es por
ello que cuando suena la campana del refectorio salen corriendo, sin ver para atrs ni a los
lados, y terminan en la anonima de todos los escandalosos... Vidal era culto y pasablemen
te instruido. Estuvo siempre en estrecha amistad con los hombres ms destacados de su
poca. Era sincero, ajeno a pequeeces y egolatras; no refera esas hazaas absurdas de los
milites de la decadencia. Su figura alta, erguida; su tez cobre claro; plata prematura sus
sienes. Ojos de fuego, vivacidad en los movimientos amplios, de una elegancia que podra
mos llamar aborigen por el aire fcil con que llevaba siempre el traje. Y vesta muy bien.
Acaso aquel ademn angular de su hombro izquierdo evocaba la soltura de los Paramacomis y de los Guaicaipuros al desembozar la m anta... Su padre fue caribe de pura cepa, s; y
su madre criolla. Pero blanca. Careca de la jactancia mulata; del presuntuoso pedantismo
del hijo de emigrados pobres advenidos a la sociedad metropolitana tras resultados opimos
de hacienda o de mostrador. La reaccin contra Castro en 1909 trjole desde el destierro a la
Presidencia del Estado Sucre... De cmo se condujo all, la prensa de otra poca nos lo dice:
Odiaba los vicios, persegua los jugadores y combata el Macn que estaba en las afueras
de Cuman.
En dicho M acn, como en todos los otros, tocbanse da y noche maracas, cuatro, tambo
res y bandolas. Los tocadores de estas ltimas llambanse, en buen castellano, bandoleros,
y casi todos lo son por ms de un concepto. Bilase, preponderante, el joropo local y algn
que otro baile de jarungos o extranjeros.
Bbese aguardiente en mayor cantidad que lo que beben los mulos agua, y, como las
caballerosas que realzan con sus encantos y habilidades tales reuniones constituyen la flor
y nata de Lujuripolis y Rumbolandia, el Macn es una especie de flagelo de Dios impuesto
a algunos pobres pueblos en castigo de sus pecados. Vindole de cerca pregntase uno si en
verdad los hombres que tan bajo caen y las mujeres de Putifar - o de cualquier otro jefe de
guardias de F araon es- que tal papel hacen, han odo hablar de pudor remotamente siquie
ra.
Una vez el Macn imperaba durante varios das con sus noches en Cuman. Pareca un
simn o viento del desierto africano, caliente como la boca de un horno ardiente y repug
nante como una manada de monos araguatos en celo. El comandante de A rm as, Julin
Oliva, y el coronel Pepe Castro, jefe de la polica, daban el ejemplo a los escandalosos y
disolutos.
El Presidente general Zoilo Vidal, el Caribe, en persona, descendi al antro de desver
genza y escndalo. Quisieron imponrsele los que de imponerse haban vivido. Pero fue l
quien se impuso al cabo, y el Macn concluy para siempre bajo su gobierno.
Administr ejemplarmente en su territorio. Aument el comercio, la industria, la gana
dera y todos los factores de riqueza natural del Estado de Sucre, haciendo respetar por el
Gobierno Central los fueros y la autonoma federal de la regin de su mando.
Como se opusiera a una intromisin superior, fue llamado por el Presidente. Oy que ste
le colmaba de elogios por su laboriosidad y celo. Fue felicitado y muy atentamente despedi
do. Al salir de la mansin presidencial fue reducido a prisin y calzado con grillos de gran
peso en calabozo celular. All evidenci la indoblegable recedumbre de sus ancestros. M u
chas veces se le pidi firmase un documento implorador de clemencia y siempre se neg,
siempre protest, siempre fulmin rayos de encendida clera contra su tirano y verdugo.
Sostena relaciones con una ejemplar y, no menos que l, valiente seorita Pepilla X , con
la cual iba a contraer matrimonio poco antes de ser encarcelado.
Iba a verle regularmente a la prisin su prometida. Para poder consagrarle ms tiempo y
ms completa atencin, quiso que contrajesen matrimonio. As fue, y mediante un Poder
otorgado por el general, el acto legal qued solemnizado.
M s de ocho aos permaneci en prisin estrecha y dura, cargado con frreos grillos, este
hombre ejemplar, duro como diamante y como los diamantes tambin luminoso y ejemplar
por su dignidad y carcter.
Tras este terrible cautiverio fue libertado al propio tiempo que lo ramos nosotros de la
Rotunda (diciembre de 1921)... Su telegrama para Gmez, desde Puerto Cabello deca as:
Me acaban de decir que por orden de usted estoy en libertad. Gracias a Dios. En nuestra
breve permanencia en Caracas sola venir a vernos y nos visitbamos con frecuencia. Un
mdico -cu yo nombre reservamos hasta tanto nos autorice a publicarlo nos trajo las
fotografas tomadas en el manicomio subrepticiamente. Est en ellas Vidal con una luenga
barba blanca, descalzo, un viejo piyama destrozado... Al fondo, muros descascarados, sor
didez, desamparo. Y toma en otra de las fotos a su chiquilla por la mano con un gesto tan
pattico y es tan repulsivo y triste el aspecto de cuanto lo rodea, el loquero, las plantas
ralas, los socavones enrejados, que esta tragedia cotidiana es sin paralelo; por la lentitud
cruel, por la ejecucin fra de ese secuestro. El profesional nos asegur bajo palabra de
honor de facultativo, que el general Vidal no estaba ni haba estado loco hasta entonces
(1927).
Caracas, febrero de 1936. - La seora Josefina de Vidal est frente a nosotros. Las ropas
negras hacen resaltar la blancura de su piel ya cansada por el paso del tiempo. Viuda de
aquel carcter rebelde que se llam Zoilo Vidal, cuyo recuerdo est vivo en Venezuela como
una lcera, necesariamente tienen que interesarnos sus revelaciones al margen de la
tragedia del venezolano que expi en la crcel de un Asilo de Locos al crimen inmenso de
haber querido combatir como bueno la tirana que le rob los mejores aos de su vida.
-Q u isiera que publicaran lo que voy a decirles, nos suplica la enlutada visitante.
Y seguidamente, con voz que a ratos se anuda de emocin, de comienzo a su historia:
- Y a ustedes saben quin era mi esposo. Por el ao de 1921 despus de una injusta prisin
de doce aos y das, le fue otorgada la libertad. Una libertad aparente nada ms, porque
tras l iban siempre como sombras siniestras, los espas de Gmez. En 1922, como se le
presentara una gran crisis nerviosa, opinaron los doctores David Lobo y Vicente Pea que
deba pasar una temporada en Los Teques, cuyo clima fro le aprovechara bastante.
-Convencida de que el dictamen mdico convena ciertamente a la resentida salud de mi
esposo, hice con prontitud mis preparativos y ya nos disponamos a cambiar de residencia,
cuando se presentaron dos policas a mi casa y sin dar explicaciones de ninguna especie
hicieron preso a Zoilo, llevndoselo sin prdida de tiempo.
Hace una pausa la viudad del general Vidal. Y luego bajando an ms el tono dolorido de
su voz de viuda, nos confiesa:
-D ebido a eso, perd al hijo que estaba por nacer...
-Z oilo fue llevado brutalmente al Manicomio, en una de cuyas celdas permaneci 46 das,
al cabo de los cuales sali con un brazo fracturado, de resultas del infame trato que le daban
all los encargados del Asilo.
-P ero bien, seora, estaba realmente desequilibrado su esposo?
-N o , no -protesta la viuda de Vidal. -Z oilo padeca simplemente de grandes nerviosida
des, a consecuencia de sus largos das de prisin, das amargos, nutridos de vejmenes
horribles, por orden de Juan Vicente Gmez, su encarnizado enemigo.
-N uevam ente libre mi esposo, siempre por indicacin mdica, lo traslad a un clima ms
benigno. En efecto, nos radicamos en Sabanagrande y poco despus en Los Teques, cuya
temperatura le hizo gran provecho. All en Los Teques, olvidadas un tanto sus torturas y
gracias a mis solcitos cuidados, la salud de Zoilo mejor notablemente.
- D e cunto tiempo fue su estada en Miranda?
-D e dos aos. Y cuando ya alegraba nuestro hogar infortunado la presencia de una
niita, nacida doce das antes, Gmez orden por tercera vez el encarcelamiento de mi
pobre esposo.
-F u e conducido brutalmente a la ergstula que le haba sealado la furia del Tirano: al
asilo de Enajenados de Caracas. En este funesto refugio maltratado, como un perro, estuvo
Zoilo hasta su muerte acaecida seis aos despus, el 26 de mayo de 1930.
Por los ojos de la viuda del general Zoilo Vidal, mrtil del despotismo de Gmez, aoma el
dolor. Pero comprendiendo acaso que no es el minuto de las lamentaciones, sino el de
acusacin y el anatema, doa Josefina recobra la firmeza y dice:
-C re o necesario para que el pblico de Venezuela lo sepa, decir a ustedes todo cuanto
tiene que ver con el drama de la prisin y la muerte de mi esposo, vctima no slo de Gmez
sino de sus discpulos.
Y la palabra acusadora contina.
-A n te esta nueva y ms dolorosa calamidad, no obstante el delicado estado de salud en
que me halla, comenc a gestionar activamente la libertad de Zoilo. Me dirig a todo el
mundo. Y fueron tantos y tan audaces mis pasos, que hasta logr acercarme a Gmez, bajo
el uvero de Macuto.
-M a s aquella gestin fue intil. A Juan Vicente Gmez le interesaba la ruina de mi
esposo.?
-Q u le dijo, seora?
Al verme cerca y or mis desesperadas splicas, aquel verdugo no abri los labios sino
para decir estas palabras, que eran no slo una negativa, sino tambin la confirmacin de
su crimen:
- Aj, aj, ya la dejaron acercarse.
-N o desesper, sin embargo. Segu enviando cartas por dondequiera.
Y
una vez, despus de muchas e intiles peticiones, Gmez me contest dicindome que
-E l doctor Blanch, no obstante, desoy mi ruego. Tena segn lo supe orden de no expedir
certificados sobre la salud de Zoilo, en vista de lo cual y por consejo del mismo, decid ocurrir
a las autoridades en solicitud de un permiso para que el mdico pudiera cumplir con este
elemental deber profesional.
-S e ra muy extenso narrar todas mis desventuras durante este calvario de mi vida. Slo
puedo decirles que a innmeras instancias mas fue, por fin expedido el certificado dicho,
aunque de un modo ambiguo, pues los doctores teman la sancin gomecista. Pinta la
situacin que me rodeaba un hecho:
Como le dijese el doctor Brgido Torrealba, sabedor de la gravedad de Zoilo, al Inspector
de Hospitales aquella vez, Chacn Itriago, que mi esposo se encontraba seriamente enfer
mo, le repuso ste: Lo mejor es que usted no se meta en este asunto.
-M uri mi esposo la fecha que ya indiqu al comienzo Muri asesinado lentamente por
Gmez, y con la complicidad de sus ulicos, en una oscura celda del Manicomio de Caracas.
Y ni siquiera me fue concedida la merced humanitaria y nada perjudicial para ellos de velar
en mi casa el cadver. El general Garca, Gobernador por ese entonces, me repuso cuando
me le present implorndole me entregara el cuerpo de Zoilo:
- Seora, eso no es cosa ma. Si a m me ordena el general Gmez que se lo entregue, lo
hago. De lo contrario, no.
-D e l Manicomio m ism o - termina visiblemente emocionada la seora- sali para su
ltima morada el cadver de mi pobre esposo.
En una noche de julio de 1917 los cadetes de la llamada Escuela Naval (seccin del
transporte Zamora ) fuimos sorprendidos con la noticia de que algo grave suceda en
cubierta, noticia sta llevada a nuestra camarita por uno de nuestro cuerpo. Inmediata
mente subimos y al pisar cubierta vimos al Primer Oficial, Teniente Daz, quien, sable de
campaa en mano, daba rdenes para que nos llamasen y nos acomodaran un chopo
(fusil) a los cadetes, orden que como se supondr, fue inmediatamente puesta en ejecucin.
En efecto fuimos designados para montar guardia, transmitindosenos instrucciones de
que hiciramos fuego contra toda persona que intentando acercarse al Zamora no contes
tara a ninguno de los tres alertas que debamos darle. No fue sino al cabo de un largo rato y
por los trozos de conversacin exaltada que oamos que pudimos darnos cuenta de cul era
la causa de semejante alarma a bordo. Fue el caso que parte de los 300 presos que en viaje
anterior habamos trado de Puerto Cabello para Guanta, para ser utilizados en las obras
de saneamiento de este ltimo puerto, haban sido denunciados por un pobre e infeliz viejo
que pens con tal accin ganar la libertad. En consecuencia haba que estar sobre las armas
hasta tanto el Comandante del barco, seor Jess Rafael Lares (q.e.p.d.) regresara de
tierra a donde haba ido con el fin de averiguar lo que hubiera de cierto y disponerse en
consecuencia las medidas que del caso fueren. Poco despus de habernos acomodado un
chopo a cada uno de los cadetes segn la expresin del Teniente Daz, dio el Comandante de
Bateras seor Frnquiz, orden de que entregsemos los chopos a los soldados y marineros
y furamos en vez a jalar el barco pa fuera. Despus de llevar un cabo a la boya que haba, y
creo que todava haya, en el centro de la baha, separamos el barco del muelle unos tres
metros o cuatro, tendiendo en seguida una planchada que poda ser retirada rpidamente
en cualquier momento de peligro. Oase en tierra un rumor confuso de gritos y voces de
mando; seguramente no era otra cosa que la implantacin del procedimiento investigatorio
usado en las crceles y cuarteles de polica de Venezuela para los aun meramente sospecho
sos de una falta: la tortura. A poco regres el Comandante Lares de tierra y pudo dar cuenta
exacta de los acontecimientos. Era el caso que un colombiano, cuyo nombre no recuerdo,
haba logrado convencer a un buen nmero de presos a que le siguieran en un golpe de
mano que se dara el domingo, en cuya vspera fue descubierta la conspiracin, es decir, al
da siguiente del en que estbamos. El plan era sencillo en extremo. La Aduana de Guanta,
edificio a donde estaban alojados los presos, no tena sino una gran puerta delantera y otra
trasera que estaba para aquel entonces condenada. La guarnicin que custodiaba dichos
presos tena por costumbre a la hora del rancho del medioda colocar las armas en pabe
lln, cerca de la puerta del edificio, la cual atrancaban del lado fuera con una barra. Esta
coyuntura sera aprovechada por los presos, empujando en masa la dbil puerta, la cual era
de poca resistencia, dado su gran tamao y que no tena sujecin en la parte inferior, en el
punto donde se juntan las dos hojas. Despus de apoderarse de las armas y dominar la
guarnicin que para el caso estara indefensa, proponanse atacar al Zamora, cuya gente
a esa hora deba estar durmiendo la siesta que acostumbran soldados y marineros echar,
despus del almuerzo y hasta la una, hora en que comienzan de nuevo las labores a bordo.
Los clculos estaban magnficamente echados y a no dudar hubieran tenido xito, fatal
para todos nosotros, a no ser por la delacin de un pobre iluso. U na vez dueos del barco el
colombiano se comprometa a hacerse cargo de la mquina, en tanto que la parte marinera
estara en manos de uno o dos margariteos. Aquella noche pas en medio de naturales
zozobras. Al da siguiente empez el horrible castigo que deban sufrir los sesenta y pico de
hombres comprometidos directamente. Amaneci aquel fatal domingo de julio: un sol bri
llante pareca querer hacer ms patentes, ms visibles, los acontecimientos que iban a
tener lugar en este da. A las nueve de la maana todo estaba listo. En un rincn del interior
del edificio estaban hacinados, unos sobre otros, temerosos ya, sospechando el castigo que
se les iba a imponer, un numeroso grupo de presos, en cuya primera fila aparecan el
colombiano y los lderes margariteos de la frustrada sublevacin. Como este edificio est
dividido en dos andenes, toda vez que existe una lnea ferroviaria que penetra en su
interior, fue tendida una plancha que comunicase las dos partes. Como digo arriba, en un
rincn estaban hacinados los condenados: ste corresponda al lado derecho del edificio. En
el lado izquierdo se hallaban reunidos el Jefe de la Guarnicin y los oficiales, sargentos y
cabos encargados del castigo. El coronel Torres* presida aquella tenebrosa asamblea.
Diose comienzo por el lder colombiano. Despus de bajarle los pantalones y de colocarle el
conocido cepo de campaa, qued all, sin movimiento, desnudas las nalgas y colgndole
los testculos por la posicin que tena: echado sobre el lado derecho. U n cabo, provisto de
una vara de mangle de una pulgada de espesor tena el encargo de comenzar la paliza.
Empez con el desgraciado y fueron gritos de dolor y de espanto, pedazos de testculos y
nalgas, de piel de la espalda, a los cuales iban adheridas partculas de la vara del mangle
que volaban por el aire. M s o menos a los cien palos el desdichado perdi el conocimiento,
recobrndolo a poco por el dolor mismo causado, para no perderlo ya sino permaneciendo en
un estado de semi-inconsciencia, los ojos desorbitados, una masa sanguinolenta, una llaga
viva, latente, siendo al terminar cargado hasta el extremo opuesto y tendido boca abajo
sobre las losas del piso. A la hora escasa haba expirado el infeliz. A recibir mil palos fueron
con el colombiano otros diez o doce de los principales del complot... - peces gordos, cmo le
parece- . El resto a razn de 5 0 0 ,2 0 0 ,1 0 0 y 50, segn el grado de culpabilidad. La ejecucin
de la espantosa orden fue llevada a cabo con una tranquilidad, con un mtodo que haca
ms impresionante, si cabe, el hecho que se estaba consumando. Hasta el servicio de
aprovisionamiento de varas de mangle fue regulado por aquel fascineroso al mando de la
guarnicin. A medida que los soldados iban y venan trayendo y llevando varas de mangle
(nuevas y desmontadas) continuaban los ayes de dolor de los apaleados. Los hubo que
rogaron al coronel Torres: - Pgueme cuatro tiros, coronel, pero no me den por las.... A lo
que el desalmado contestaba: - Sargento, jalselas para ajuera a ese ajo. Las varas de
mangle haba que tirarlas al poco de ser usadas, pues se abran, formndose en sus extre
mos como una especie de flecos, lo que ajuicio del coronel Torres no pegaba suficientemente
fuerte, mandando en consecuencia a renovarlas. Adems, desgraciado del cabo o sargento
que estuviese encargado de apalear a un preso, que no pegase de firme, pues en ms de una
ocasin desenvain el coronel su espada y usndola a plan contra un subalterno le dijo:
- Mndele de ancho, so murgano, porque si no lleva usted. A las cinco de la tarde de este
funesto da fue suspendida temporalmente la paliza, resultado de la cual era una hilera de
cuerpos, piltrafas humanas, alineadas en un rincn del ttrico edificio. De stos, cinco
murieron antes de la hora de suspenderse el vapuleo y el resto poco despus. Al da siguien* Alejandro Torres, no Silvestre como erradamente se ha escrito.
te se reanud aquel horroroso acto, habiendo dispuesto el coronel Torres que dejaran los
cadveres, sobre los cuales volaba un enjambre de moscas, a manera de ejemplo para los
que an faltaba por apalear. Dos o tres das antes del descubrimiento del complot a que
vengo haciendo referencia, haba llegado el Zamora, procedente de Puerto Cabello y La
Vela; de este ltimo lugar habamos trado a una viejecita de ms de sesenta aos, a quien
el Comandante Lares, con su innata bondad haba dado el pasaje y a la que pensaba de
igual manera volver a llevar al puerto de origen. El viaje de esta anciana tena por solo
objeto ver a un hijo que estaba en Guanta en calidad de preso, formando parte del nmero
de aquellos cuya custodia estaba encargada al coronel Torres. El hijo, muchacho de veinte
aos, apareci complicado en lo del complot y fue condenado a llevar doscientos palos, tras
los cuales probablemente quedara intil para toda la vida. Investigado que hubimos los
cadetes si era seguro su castigo, tratamos por todos los medios imaginarios de ocultar a la
anciana la tortura a que su hijo iba a ser sometido. Ya ella lo haba visto al siguiente da de
nuestro arribo a Guanta y muy contenta de ello pareca no tener sino palabras de agradeci
miento para nuestro Comandante por el pasaje que le haba conseguido. Sin embargo,
debido a indiscreciones de quin sabe quin, la viejecita supo lo que iba a pasar y en seguida
suplic al coronel Torres, en presencia de todos los oficiales, tanto sus propios subalternos
como los del barco, que perdonara a su hijo, pues era muy joven y no saba lo que se haca.
Inflexible, aqul se neg a ello y todo lo que prometi a la anciana fue que vera ms tarde
cmo iban las cosas... Continu la paliza todo el da lunes y los ayes y los gritos traan hasta
el barco el eco de la tragedia que estaba desarrollndose en tierra. A bordo, hasta los
marineros ms rudos estaban sobrecogidos por un sentimiento de pavor. Flotaba en el
ambiente una sombra de catstrofe. El Comandante Lares pasebase taciturno, grave,
comprendindose en la expresin de su rostro la contrariedad que le causaba la imposibili
dad en que estaba de poder oponerse a aquel brbaro crimen. Los cadetes, alegres de
costumbre, apenas si hablbamos, limitndonos a maldecir al tirano que ordenaba seme
jantes atropellos. Los marineros, corianos en su mayora, hablaban de la viejecita, cuyo
hijo, paisano de ellos, sera tambin cruelmente apaleado. Da martes. Amaneci en el
puerto el General Salom , que entr con velas desplegadas, seguramente adaptadas para
darle mayor velocidad. Anclado que hubo se trasladaron a tierra los oficiales y junto con los
del Zamora fueron a presenciar la continuacin de la tragedia. Transcurri el da y ya slo
faltaban cuatro o cinco desdichados, entre los que estaba el hijo de la anciana y cuyo
apaleamiento haba pospuesto el coronel Torres para ltima hora. Vuelve la ancianita a la
carga, y rogando de rodillas, abrazada a las del coronel Torres, le besa los pies, le pide: - Por
su madre, por lo que ms quiera, coronel, no me le pegue. A los ruegos de la infeliz madre se
unironlos de los oficiales de ambos barcos surtos en el puerto (los subalternos de Torres no
se atrevan a chistar). Todo en vano. - Yo no hago sino cumplir las rdenes del general
(Juan Vicente Gmez). Al fin se logr que no le dieran sino cien palos y por exigencia del
Comandante Lares el pobre coriano fue trasladado a Barcelona e internado en un hospital
all. U n gesto que pinta claramente la desesperacin de aquellos pobres hijos del pueblo es
el siguiente: el segundo Comandante del General Salom, Teniente Pedro Salom, usaba la
chaqueta del uniforme bastante corta y por debajo de ella asomaba el can de su revlver.
Cuando este oficial estaba contemplando el apaleo de uno de los presos, otro salvando de
varios saltos la distancia que le separaba del Teniente Salom, trat de sacarle el arma del
cinto con intencin, segn dijo despus, de pegarse un tiro... A las once de la m aana del
martes se dio fin a aquella espantosa tragedia. Y a doce eran cadveres que se enterraron.
Sobre el saldo de moribundos y de invlidos cerrse otra vez el portaln de la A duana de
Guanta.
(Nota escrita, comunicada al autor en Montreal, a 20 de noviembre de 1927 por un ex
oficial de la marina venezolana y testigo presencial de lo narrado).
la vasta extensin que cubre una ola de las peores contumelias y las denegaciones ms
cnicas, escogemos aqu, slo por el valor demostrativo y caracterstico, la del doctor Pedro
Manuel Arcaya, Embajador y Ministro Plenipotenciario de Venezuela en los Estados U ni
dos del Norte, en 1924 y la del doctor Pedro Csar Dominici, diplomtico de igual categora
ante el Gobierno de la Repblica Argentina, en 1934. Diez aos de diferencia entre una y
otra no modifican en nada la trayectoria... Y si estos seores, investidos con tan elevado
cargo, descendan en una especie de vrtigo de vileza hasta ese extremo qu iba a quedar
para la gentuza de antesalas y de redacciones de mesa redonda?
He aqu los documentos:
...No muy diferente aunque ms torpe es la calumnia que han forjado los libretistas de la
Revolucin respecto de cinco o seis detenidos polticos que murieron en las crceles venezo
lanas durante los aos de 1918 a 1919, pero ella es tan necia, que no ha encontrado ninguna
acogida ni aun en los ms suspicaces espritus. Los mismos revolucionarios que la han
propagado no la creen. (Pedro Manuel Arcaya, Nuevas Apuntaciones de Historia Poltica,
Washington, 1924.)
Y
como si no bastase, doce aos despus, en 1935 publica, en espaol, un libro en apologa
del tirano. Muere ste, vese obligado a renunciar la alta prebenda ante su escandalosa
presencia en el ms alto cargo exterior de nuestra Cancillera, y he aqu que lo reimprime,
ya en forma necrolgica, pero en ingls, con un epilogo contra el actual Presidente de la
Repblica, su Gobierno y sus procedimientos al convencerse en todo el ao de que quedara
fuera del favor oficial. Ese eplogo finaliza su obra y remata su catstrofe moral. Como
muestra de todo el panfleto este prrafo: Los enemigos de Gmez han denunciado que los
prisioneros polticos que murieron en la crcel fueron envenenados. Ni el Procurador Gene
ral de la Nacin (es el Dr. J.J. Abreu) ni un solo individuo ha acusado a nadie de haber
cometido tales crmenes imaginarios. Es difcil creer que haya all asesinos a quienes el
presente Gobierno (el del General Lpez Contreras, del cual no es ya prebendado el Dr.
Arcaya) los est protegiendo de un proceso criminal. (Pagina 234 - The Gmez Regime in
Venezuela W ashington, D.C. diciembre 17 de 1936).
Amicis inmortales, inimicitias mortales debere esse", es su cita final del clsico latino.
S; la amistad es inmortal, la enemistad perecer. Pero del ms trivial latn es tambin la
sentencia: Fins coronat opus. El anciano falsario con el final corona su obra y su vida.
En cuanto al seor doctor Pedro Csar Dominici, quien contina al frente de nuestra
representacin Diplomtica en la Argentina al entrar en prensa la segunda edicin de esta
obra (1937), he aqu lo que dice:
Seor director: Leo en
C ritica
nombre por primera vez llega a mis odos, de un reciente viaje a Venezuela titulado Tres
millones de hombres en agona. Las cosas que relata el seor Capo hacen dudar de que
realmente haya ido a Venezuela, y su permanencia en las Antillas est diciendo a voces que
el viaje del citado periodista ha sido edificado con los panfletos y hojas sueltas de los
revolucionarios venezolanos que residen en las islas vecinas. Repite los tpicos calumnio
sos publicados hace 15 aos de crceles llenas de presos, de suplicios medioevales, de
estudiantes construyendo carreteras, y dems engaifas propias de los revolucionarios de
todas las pocas y lugares. Hace 15 aos public en Nueva York el seor Pocaterra un
opsculo relatando su prisin en la Rotunda de Caracas, comenzando por confesar que
estaba complicado en una conjuracin y golpe de mano con un cuartel de la ciudad y que a
las 4 de la maana aguardaba sentado en un banco de una plaza el estallido para incorpo
rarse al movimiento, lo cual justificaba su prisin. Cuenta este seor que en la crcel
empleaban medios violentos con los prisioneros, y que tres o cuatro, que murieron de
disentera, haban sido envenenados con unos polvillos blancos por un carcelero. Los muer
tos no eran caudillos militares ni polticos a quienes un gobierno sangriento poda tener
inters en eliminar con los tales polvillos, sino seores como Pocaterra, a quienes se prob
que estaban en el complot. Esos seores importantes, estn vivos o en el extranjero o en el
pas, y muchos figuraron despus en el gobierno. Despus de unos meses de crcel fue
puesto en libertad el seor Pocaterra -n o obstante ser culpable-. Vivi en Caracas algn
tiempo y embarcse ms tarde para Nueva York, dedicndose con la pluma a forjar un
ambiente de antipata y crueldad al gobierno venezolano. Cada vez que los revolucionarios
escriben contra el gobierno, repiten las historias que cuenta en su libro el seor Pocaterra,
a pesar de confesar l que ni fue molestado, ni martirizado. Claro est que cuando en
alguna escaramuza de los revolucionarios con tropas del gobierno muere algn revolucio
nario, no muri peleando, sino que fue asesinado... Sin embargo, nuestro gobierno san
griento ha tenido la buena suerte de no haberse visto obligado en tantos aos, a repeler
ninguna agitacin popular, ni de tener ningn da luctuoso en que la fuerza pblica se
hubiese visto obligada a defenderse con las armas. La leyenda tan explotada por los enem i
gos del gobierno residentes en el exterior de los estudiantes trabajando en las carreteras,
provino del siguiente episodio dramtico-jocoso: cansadas las autoridades de polica del
espectculo de seoritos alcoholizados pidiendo dinero a todo el mundo: cansada la polica
de prenderlos y soltarlos sin resultado alguno; ocurrisele a un prefecto de polica enviarlos
una m aana con las cuadrillas de trabajadores que trabajaban en la carretera de Caracas a
La Guaira. Tres o cuatro das dur aquella pequea farsa que ellos vislumbraban como
indescriptible tragedia, pasados los cuales, el jefe de polica los puso en libertad bajo la
amenaza de tenerlos un mes la prxima ocasin. La ocurrencia fue reda en Caracas, y
posiblemente el gobierno lleg a conocerla. Pero el terror que inspir a aquellos seoritos en
constante estado de embriaguez agresiva produjo el ms saludable efecto, y para felicidad
de sus familias, no se les vio ms en las calles. Aquel episodio balad, dio origen al estribillo
que hace aos canta la propaganda revolucionaria de las Antillas, de los estudiantes traba
jando en las carreteras... y que reproduce de tiempo en tiempo algn diario del exterior.
Nuestras contiendas civiles nunca fueron en Venezuela crueles ni vengativas. Bastar con
recordar que en los sesenta aos ltimos no ha habido en mi pas sino dos fusilamientos: el
del general M atas Salazar, que se alz con sus tropas en el ao 1870, traicionando al
Partido Liberal que diriga el general Guzmn Blanco, y el del general Antonio Paredes,
fusilado prfidamente por el general Cipriano Castro, en 1903. Pero no habla, naturalmen
te, el seor Capo, de la inmensa deuda de gratitud que tiene Venezuela con el presidente
Gmez, por la admirable transformacin de un pas en bancarrota econmica en una na
cin de orden y responsabilidad honorable, citada hoy en todas partes como un modelo
digno de imitar financieramente, en medio de la crisis que devora al mundo. No se entretie
ne siquiera el periodista Capo, ni sus asesores revolucionarios venezolanos, en rememorar
el estado material y moral en que encontr el pas el presidente Gmez cuando le toc
dirigir sus destinos; en pleno sainete grotesco, cuando monsieur Clemenceau, haca sacar
al presidente Castro del hotel en Martinica en calzoncillos y Castro reciba a las autorida
des en Santander en la cubierta del trasatlntico en pantuflas y gorro bordado en oro,
gritando con gestos simiescos; cuando las escuadras extranjeras bloqueaban los puertos
venezolanos para exigir el pago de sus deudas; cuando Castro firmaba los protocolos de
W ashington para lograr la ayuda de los Estados Unidos; cuando no se pagaban los sueldos
pblicos y los enfermos de los hospitales andaban en grupos por las calles porque no se les
daba de comer; poca de horror y de humillacin para Venezuela y los venezolanos. El seor
Capo ignora o no le han dicho esas cosas. Pero los que vivimos aquel tiempo, llevaremos
siempre aquel cuadro pavoroso, ante los ojos... El hombre que el Destino llev al poder
entonces, tambin tuvo ante los ojos, aquel ciclo vergonzante. Y construy la obra de hoy
que seala a Venezuela como el nico pas en el mundo que no tiene deuda exterior, ni
emprstitos, ni debe a nadie un centavo. El nico pas donde no hay desocupados, donde no
Cuando el pueblo de Cuba puso en fuga a Gerardo Machado, y mientras todo era de
emergencia y de violencia en la Isla, nosotros escribimos a la prensa cubana en el sentido de
intentar la accin respectiva por la desaparicin de Francisco Laguado Jayme. Escribimos
inmediatamente tambin a su hermano Carlos, residente en Ccuta , y ste nos envi
poder legal suficiente que investimos en la brillante abogado Berta Darder. Ya aos antes,
tiranizando an Machado en la Grande Antilla, le anuncibamos que a su hora y da iba a
tener que dar cuenta de ese crimen. Promovise la accin respectiva por ante el Tribunal de
Sanciones en la Habana; la colonia venezolana apoy enrgicamente las gestiones de la
acusacin. Conocase-prim ero por la iniciativa de don Joaqun Garca Monge, ese grande y
noble espritu que tiene a veces en sus solas manos y en las pginas e Repertorio Am erica
no todo el decoro de nuestra A m rica-, luego public Manuel Mrquez Sterling Las Confe
rencias del Shoreham, donde concretaba el asunto desde el punto de vista internacional y a
todo ello unise la campaa previa de prensa del momento, en demanda de sancin. Gestio
nes en la Embajada Cubana en W ashington, en la Secretara de Estado en Cuba... cuanto
estuvo en nuestra mano para que ese crimen no se cometiera! Y se cometi.
Lase el reportaje judicial:
D IA R IO D E LA M A R IN A -A G O S T O 24, 1934.
M achado holl m iserablem ente el respeto que merece todo exilado poltico, dijo el
Dr. Lavn en su magnfico discurso. El Tribunal estuvo reunido hasta anoche, sin publicar
el fallo.
Hasta las siete y media de la noche estuvo reunido el Tribunal Nacional de Sanciones que
conoce del proceso por la muerte del escritor y revolucionario venezolano Francisco Lagua
do Jayme, sin que una vez terminada la reunin, en la que se acord la sentencia, se dieran
a conocer los trminos de la misma. Los reporteros preguntaron al Presidente, Dr Ricardo
R. Duval, y ste, con la discrecin propia de su magistratura, inform que nada haba an
de la resolucin del Gobierno Provisional, vigente desde ayer, que dispone que los M agis
trados de lo Civil no pueden integrar tribunales de lo Criminal, estimndose que por ello
tendra que anularse, por segunda vez, el juicio que nos ocupa, dado que los doctores
Francisco I. Sols y Andrs Mara Lazcano se encuentran en ese caso y forman parte del
Tribunal Nacional de Sanciones, el Dr. Duval aclar que haba triunfado el criterio en la
recta interpretacin de dicha disposicin, de que el caso no afectaba a los citados funciona
rios, porque se contrae a juicios que en lo adelante han de celebrarse, pero no a los que ya se
encuentran conociendo, por lo que dichos doctores Sols y Lazcano no podran seguir for-
mando parte del repetido Tribunal, pero s del de Laguado Jayme, mucho ms cuando ste
se encuentra ya en trmites de dictar sentencia.
Las sesiones de ayer, pues, fueron dos, la de la maana y la de la tarde, absorbieron la
atencin de los que intervienen en el juicio referido: en la primera termin la prueba toda y
en la segunda informaron las representaciones de las partes. El Ministerio Fiscal, repre
sentado por el Dr. Pablo F. Lavn que pronunci un magnfico alegato jurdico; la acusacin
particular, a cargo de la Dra. Berta Darder, que combati la, a su juicio, ineficacia de los
Tribunales de Sanciones, pidiendo, tanto uno como otra, la pena de muerte por fusilamien
to para los procesados Santiago Trujillo y Florencio Garca Gallardo, por asesinato cualifi
cado. Finalmente, informaron los doctores Heliodoro Gil y Enrique Lamar, Letrados de
Oficio del Tribunal Supremo, quienes solicitaron probada la culpabilidad de sus respecti
vos patrocinados.
El testigo nico y ltimo que declar ayer fue Luis Alfredo Lpez Mndez, revolucionario
venezolano, cuyo padre sufre prisin en Venezuela por revolucionario, y compaero y
amigo de Laguado Jayme, del cual hace la historia de sacrificio y de abnegaciones para
derrocar el rgimen imperante en su pas, campaa que llev a cabo primero en su patria y
luego en Cuba. Culpa al ex Ministro de Venezuela en Cuba seor Rafael A. Arriz, de ser el
autor intelectual -in d u c to r- de la muerte de Laguado. Este, asegura el testigo, fue preso
por la Judicial, a instancia del Ministro Arriz que recibi en tal sentido instrucciones de su
Gobierno, que se apresur a hacer cumplir el de Machado. Laguado fue llevado a la Judi
cial, donde lo vio y donde le pidi que le llevara ropas y libros y al regresar a dicho centro
policaco para cumplir el encargo, supo que haba sido llevado a la Polica Secreta.
Afirma, categricamente, el testigo que Laguado fue llevado a la Secreta, pues all lo vio y
recuerda que en esos momentos pelaba una naranja. Recuerda, tambin, que Fors, el exJefe de la Judicial, le dijo que Laguado haba insultado a Arriz, agregando que el citado
Fors aviso a Rubn Martnez Villena, a quien el testigo tenia escondido, de que lo quera
matar el Gobierno, aviso que le dio por medio del Dr. Juan Antiga. Termina asegurando, a
insistentes preguntas del Dr. Duval, que Laguado Jayme estuvo en la Secreta.
Despus de terminar Lpez, el Presidente pregunta a las partes qu solicitan en cuanto a
los testigos que faltan por deponer; la doctora Darder y los doctores Gil y Lamar, renuncian
los suyos, pero el Dr. Lavn pide sean citados Pedro Martnez Moles e Hilario Gonzlez;
Oficial ste de la Marina de Guerra Constitucional. Como el primero se encuentra en el
extranjero, se lee su declaracin prestada en el sumario; en ella acusa a Garca Gallardo. El
Fiscal insiste sobre Gonzlez, pero el Tribunal, tras deliberar, le inform que ha acordado
no examinarlo, por tener ya pruebas suficientes para dictar sentencia; el Fiscal hace pre
sente que la declaracin del testigo Gonzlez le es imprescindible y entonces el doctor
Duval le informa que el Tribunal ha decidido terminar el juicio lo antes posible dada la
premura existente por la disposicin a que hacemos referencia al comienzo. Finalmente a
solicitud del doctor Gil, se acuerda continuar el juicio por la tarde, a las dos, para terminar
lo, prorrogando, si necesario fuere, las horas de audiencia.
Por la tarde, a las dos y treinta y cinco, comenz su informe el doctor Lavn, el que
termin a las tres v cuarenticinco.
Fue una slida pieza oratoria del Dr. Lavn, que dividi en tres partes, y puntualiz, no
solamente los valores morales que han intervenido en la tragedia, sino el aspecto jurdico
del problema sometido a la consideracin y fallo del Tribunal. Comienza hablando de la
funcin pblica que llena el Ministerio Pblico, el cual, en este caso, representado por el,
tiene que pedir dos penas de muerte, para castigo de los que han cometido el crimen,
aunque l sea decidido adversario de la pena de muerte. Entiende que la clase de delito que
se juzga, que no puede ser considerado comn, pues es ms execrable y mas horripilante
que el que cometa un vulgar criminal, no puede tener ms sancin que la condena de la
pena referida, ms cuando Tribunales de Sanciones han sido creados en una nueva situa
cin jurdica que reclama el castigo de los que se valieron de la potencia que les daba el
Poder para llevarlo a cabo con todas las cualificativas y todas las agravantes y ms cuando
haba triunfado en el caso Laguado Jayme, la Diplomacia del crimen, representada por el
entonces Ministro de Venezuela en Cuba, seor Rafael A. Arriz, sin cuya solicitud M acha
do no hubiera ordenado el asesinato de Laguado Jayme, ni Trujillo, ni Garca Gallardo lo
hubieran llevado a cabo.
Estim a que los Tribunales de Sanciones, por ser Tribunales de Derecho, sometidos al
ordenamiento jurdico establecido por nuestra legislacin, en la apreciacin de los hechos
tienen que someterse al dictado de la Ley escrita, que les marca estrechos lmites, pero que
en este caso no pueden ser tan estrechos que no les permita ver claramente la culpabilidad
de los procesados, en contra de los cuales se ha desarrollado una tan amplia prueba testifi
cal y documental, que no es preciso ni siquiera examinarla.
Combate el sistema incalificable de los Gobiernos, que en vez de ser salvaguardia de los
principios del Derecho, de la Justicia y de la Humanidad, se manifiestan, como el de
Machado, en Cuba, y como el de Gmez en Venezuela, enemigos de todos esos principios
llegndose al caso de que un Ministro, que debe ser el amparador de sus nacionales en pas
extranjero, es el primero que los persigue encarnizadamente e inspira su asesinato.
Sostiene que el Tribunal no puede eludir la responsabilidad que tiene ante s, en el orden
penal y en el orden doctrinal, ya que se trata de un hecho incalificable, un hecho irrepara
ble, en que los sentimientos de toda la humanidad han de producirse en contra de esa clase
de crmenes que han de pasar a la Historia como uno de los ms abyectos e incalificables,
por haber sido cometido por sujetos que servan un rgimen poltico que estaba completa
mente fuera de la Ley.
Despus de hacer amplias consideraciones sobre la estructura moral de los que se pres
tan a ayudar a las situaciones polticas tan comunes en los pases de Amrica, desatando su
vesania y criminalidad contra los indefensos y los enamorados del ideal puro y noble
llevado hasta el sacrificio y la inmortalidad, que slo cometen el delito de amar la Libertad,
el Derecho y la Razn, entra en materia sobre el crimen que se juzga.
Perfila la personalidad de Laguado Jayme, campen de esos principios loables y grandio
sos en que el hombre pone a contribucin todo lo que le pertenece en aras del bien de la
Humanidad, desafiando las iras de los gobernantes tiranos, dspotas y autocrticos, habla
de las garantas que el Dr. Alfredo Zayas, Presidente de la Repblica de 1921 a 1925, dio al
exilado venezolano para que expusiera sus ideas en un pas libre, cosa que enaltece al exPresidente fallecido; habla del sistema de terror implantado por Gerardo Machado y cmo
se consuma el asesinato, inspirado por Arriz, ordenado por el Presidente derrocado y
llevado a cabo por Trujillo, Garca Gallardo y dos agentes de aqul, dos agentes de la polica
Secreta. Estim a que est de sobra probado que Laguado estuvo en la Secreta y que de all
fue sacado, con el pretexto de ser trasladado al vapor Mximo Gmez, pero con el criminal
propsito de asesinarlo. Se refiere a la abundante prueba testifical practicada, la que ha
dejado establecida, sin lugar a duda alguna, la culpabilidad de los encartados. Habla de la
identidad de Laguado Jayme, de sobra comprobada, y de que no se poda dudar que Lagua
do no pudiera, a pesar de no ser una personalidad universalmente conocida, contribuir al
derrocamiento de Gmez y recuerda el caso de Juan Montalvo, quien, desde las mrgenes
del Sena, en Pars, derrib la dictadura de su patria, en la Repblica del Ecuador.
lao Francisco Laguado Jayme. En su sentencia la Corte establece que este asesinato fue
ordenado por el ex-presidente Gerardo Machado y luego solicit del Gobierno Dominicano
la extradicin de ste, refugiado all, obligndolo a escapar de nuevo con destino desconoci
do.
A la doctora Berta Darder, a la prensa y a los escritores ms brillantes de la nueva
generacin cubana, sea esta nota el testimonio de la justicia que se les debe a quienes por la
justicia luchan. Tbdos los odiosos matones que el pueblo de Cuba ejecut sumariamente a la
cada y fuga de Machado, no valen el ms humilde de los cubanos o venezolanos que hacen
parecer los dspotas.
En cuanto a los reos y a sus cmplices materiales o intelectuales una sola frase: as vamos
ajustando cuentas nosotros.
INDICE
VII
XXI
d e c a d e n c ia
(Tomo I)
Pag.
......................................................................................................
.........................................................................................................................................
3
7
11
CAPITULO I
23 de mayo de 1899 - La invasin - Tbcuyito - Valencia - Los Valles de Aragua Castro y su oratoria - Los dos hroes ......................................................................................
13
CAPITULO II
Recuerdos de la batalla - La comicidad trgica - Una procesin de fantasmas - Las
cosechas de la muerte - El holocausto de la estupidez - Gloria al bravo pueblo
19
CAPITULO III
Los hombres de Castro - El pecado nacional - El padre de familia, los intelectua
les y el pueblo - La Libertadora - Los patrioteros de 1902 - La Conjura - Los
asesinatos - Una sinopsis
............................................................................................................
23
CAPITULO IV
Comienza el manuscrito - La detencin - A pequeas causas... - Can redivivo - Los
hijos putativos de Gumersindo Rivas - Hacia Puerto Cabello - La noche - La prisin
de Estado - En la bveda nmero o c h o .......................... .......................................................
32
CAPITULO V
Los otros pensionistas - El bao de mar - Recuerdos de la Independencia - Los
libros-M ontesdeoca, el infortunado - Se va Rodrguez Silva... - No hay mdico ni
medicinas para los presos polticos - Una nueva apoteosis castrista en Carabobo Disputas teolgicas - Castro, pope ortodoxo.......................................................................
40
CAPITULO VI
Un poco de historia a travs de Silverio - El documento parlante - Bocetos - Cara
cas, la gentil - Romanticismo galileo - U n asesinato - Solagnie y las ranas - Los
poetas - Las zetas Una tragedia indita - Los bandas .................................................
CAPITULO VII
Aires de afuera - Los dictadorzuelos del futuro - Ao Nuevo en prisin - Viene un
segundo Jefe - Proyectos de fuga - Una frase admirable dicha sencillamente - La
ansiedad que mata - El Ministro de la Guerra visita el castillo - Horas antes de la
evasin - Hacia lo desconocido - A bordo de El Zumbador - Pedro Ducharme y
Doroteo Flores - La bodega del hambre - La asfixia - En A d c o r a .............................
CAPITULO VIII
Al fin!... - El Saco de Maracaibo - Las delicias de sobrecubierta - El Castillo de San
Carlos - Peligros de ciertos adjetivos - La requisa - Jorge Bello y los presos - Los
calores del 8 y las comodidades del 12 - La doble esclavitud nacional - El preso del
Mandevil ............................................................................................................................................
CAPITULO IX
Nuestra ley de presupuesto - Jorge Bello y las escolopendras - U na familia de
guerreros - Los nuevos hermanos Siameses - La leccin de ingls - Hordas, tribus,
clanes - Mahoma no fue a la montaa pero la montaa aplast al profeta - La nueva
sociedad comanditaria en perspectiva - La futura avenida comercial
.......................
CAPITULO X
Nueve aos de restauracin liberal - Al aire, al sol - Los nuevos presos - El
inalmbrico del nmero 12 - Un poco de sociologa barata - La cancin del soldado
-A n d in o s y Centrales - Una cuestin de fondo que no debe evadirse ni desfigurarse
- El bombardeo de 1902 - El Vinneta y el Panther - Los alemanes en San Carlos
y Puerto Cabello - Salvajadas - Cobardas - La resitencia heroica - Algunas notas
para la historia de nuestras humillaciones - Valor, valores - Los ms hbiles y los
ms aptos - Darwin en el gnero chico - La literatura y la poltica comparadas Efemrides a planazos - Los muertos annimos - Y al fin una tarde
......................
CAPITULO XI
Los prolegmenos del 19 de diciembre - Castro se embarca... - Pal y Planas - La
misin Tellera - Promesas de ahorcado - Por qu regresaron los caudillos - Ho
landa agresora - Curazao, Antilla holandesa controlada por Caracas - Comienza
la escena en la plaza... - El cuarto de hora de Rabelais - Y el general que no
llega! - El pueblo est callado... - Los motines - La primera sangre - Sigue la
farsa - Los del hilo y los de filo - El encantamiento r o t o ..........................................
CAPITULO XII
El golpe del 19 en los Estados - Peones de ajedrez - El nuevo escudo de Venezuela Pasa la farndula... - Las nuevas Fulanas y las viejas M enganas - El cortejo del
santn podrido - Un voto que se cumplir - Aquella maanita de diciembre... - La
segunda mentira: los revlveres de Lpez Baralt - El general truculento y agresi
vo - El hroe en pleno herosmo - El miedo, consejero ruin - Gmez pide la
in terven cin ..........................................................................................................................................
CAPITULO XIII
Y los infantes de Aragn, Qu se fizieron?... - La conspiracin del silencio - La
extraeza del Padre Eterno - Con el nuevo capataz - Jano, la tachirense - Desfiles
cmicos y tristes - Los dspotas ntimos - Olvido de lo pasado y otra vez al bollo Eustoquio Prato - Otra farsa burda - El banquete de La Providencia - Los periodicucheros y los caciques - La verdad popular - Tlirris ebrnea - Los hombres a travs
del cinismo biogrfico
.....................................................................................................................
CAPITULO XIV
Los sepultureros parlamentarios: grajos y guanajos - Buscndole la vuelta a la
Constitucin - Los espantajos intervencionistas de la Casa Amarilla - El nuevo
gabinete - Otro perodo y reforma constitucional - El Consejo de Gobierno - Los
caudillos y sus responsabilidades - El directorio liberal y la segunda gira: Maracay, Valencia, Puerto Cabello - El general Gmez por dentro y por fuera - Squitos y
sagradas - Una noche de insomnio ...........................................................................................
CAPITULO XV
La partida del yate - Matos, el esperado - Los caudillos sobre cubierta - Certamen
de chistes psimos - Los males de tierra firme y el mal de mar - El jefe no marea Chubascos oportunos - Algunas siluetas de tormento - Reminiscencias lejanas - La
Guaira - El lunch de Velutini - Otra vez en el estudio familiar - Por aquellos
tiempos... - Los triviales, los blicos y los famlicos de 1919 - El primer Centenario
con Colmenares Pacheco - El ejrcito pintoresco e ilustrado - El asalto amarillo Hoy por ti maana por m... - Persecuciones, espionajes y torturas - Los hsares a
la crmme Simone y el certamen de simpata - Una frase del embajador Nan - Y
as Bertoldo estuvo en el b e s a m a n o s........................................................................................
CAPITULO XVI
Se reforma el Gabinete del Centenario - La hora de los leguleyos - Tellera en
Guayana - Las intrigas de Miraflores - Los protoexiliados - La renuncia de Jos
Manuel Hernndez - Historia de un fracaso contada por su propio esqueleto - La
respuesta de Gmez - Un acuerdo del Consejo de Gobierno - La cada del M iniste
rio - Hacia el continuismo - El Gabinete de los intelectuales - El escndalo del
Protocolo - La agona de la oposicin - Arvalo Gonzlez y Flix Montes - El asunto
Delgado-Chalbaud - Gmez se declara en campaa - Gil Fortoul - La infamia de
Coro - Ritorna vincitore - El hroe de j u l i o .......................................................................
CAPITULO XVII
El segundo golpe de Estado - Una pequea guerra fantstica antes de la Gran
Guerra - La nueva serie de crmenes - El verdugo de Guanta - Otra vez La Rotunda
- La revolucin de Guayana - Angelito Lanza - El asesinato de Ducharme - La
evolucin continuista desnuda - La cuestin jurdica: Flix Montes - Una carta de
Leopoldo Baptista - Dos Gmez y una sola infamia - La Provisional - La cada de
los intelectuales - El nuevo sanhedrn - Mrquez Bustillos o el nico lazo que nos
une a la civilizacin, segn Giuseppi Monagas - Estalla la guerra europea - La
colaboracin del destino - Gmez germanfilo - Bethman Hollweg y el doctor Vivas
- El ltimo recurso: la conspiracin...........................................................................................
CAPITULO XVIII
Causas y efectos de la germanofilia de Gmez - Los atentados a la neutralidad
neutralizada - El ministro alemn von Prolius - Los representantes de los Estados
Unidos, Francia e Inglaterra - La prensa y sus restricciones - La kultur en alpar
gatas - Cuando lo del Lusitania - El Fongrafo y su clausura - Carneros de
Panurgo - Un episodio de los orgenes de la incursin de los yanquis en Venezuela Notas de un viaje que comenz en comedia y termin en tragedia - W ilhem staad y
sus bellezas - Una nueva edicin de M ata-H ari: la espa del Hotel Americano . . .
219
CAPITULO XIX
El motn de Maracaibo - U n sacrificio insensato y estril - Las pequeas tristezas
de la provincia - Persecuciones alternativas - Los pantalones del general Aranguren - Atajando pollos - M atute Gmez y la nueva remesa de brbaros - De cmo
algunos detalles personales ilustran ciertos acontecimientos pblicos - Las vcti
m as sin victimario - Los hroes desconocidos - Militares y periodistas - La hora
del destino - Pasa la peste blanca - Gmez y la gripe - Vilezas del miedo - Caracas la
gentil - Pginas que se le olvidaron a Manzzoni - La manifestacin proaliada Desmanes de la gente de escaleras abajo - En las antesalas de la muerte - La noche
de la conspiracin - El reloj del Panten ................................................................................
229
CAPITULO XX
Comienzan las prisiones - La venganza de la cobarda - Las causas oscuras, remo
tas y personales del crimen de 1919 - El prefecto Carvallo y el jefe de la polica TVazos al lpiz-tinta - Una nueva versin de Rabelais: Vicentico Garganta - Por
qu el sobrino odia a su to - Tipos, caracteres y fantoches - El jacobino, el grave y el
agudo - Los estudiantes - La noche del 19 de enero - U n circo circunvalado - Carva
llo en accin - Un arresto preventivo - La correccional incorregible - El mensaje
del Gobernador - Otros arrestos: Torres Abandero - Veinticuatro horas despus Hacia La Rotunda - El sistema de secuestro celular y la formacin prctica de
expedientes - La libertad? - Historia de un dichoso papel - Eso lo resolver el
general... - En el vestbulo del tormento - Las cortinas parlantes - El delator
Piero
APENDICES
I
287
II
294
III
300
I V
.302
V
304
VI .................................................................................................. .308
VII .................................................................................................. 314
VIII .................................................................................................. 315
I X ..............................................................................................318
X
.322
INDICE DE ILUSTRACIONES
Rafael Arvalo Gonzlez (p. 202).
Antes de la demolicin de La Rotunda, 1935, el pblico visita
el trgico recinto (p. 265).
La explanada de La Rotunda. Obsrvese el radio por donde
ventilbanse los dos pisos de celdas circulares (p. 266).
El recinto de los suplicios. En el muro pueden verse sospecho
sas salpicaduras (p. 266).
El buzn por donde penetran los vivos y salan los muertos.
El mismo para introducir las magras raciones (p. 267).
Nereo Pacheco. Los aos y el traje han transformado un poco
y aun suavizado la curiosa faz del viejo carcelero (p. 268).
La Rotunda. Piso principal (p. 271).
La Rotunda. Piso superior (p. 272).
La Rotunda. El yunque de remachar grilletes (p. 273).
El olvido. El tringulo de la muerte (p. 274).
Un sector de celdas. La marcada con el 41 fue en la que estuvo
el autor. En la 19 muri el doctor Domnguez Acosta (p. 277).
Algunos grilletes de los que se usaban en esa poca (p. 278).
El suplicio de los grillos (p. 281).
El general Zoilo Vidal (p. 309).
TITULOS PUBLICADOS
1
SIM O N BOLIVAR
D O C T R IN A DEL L IB ER TAD O R
Prlogo: A u gusto M ijares
Seleccin, notas y cronologa: M anuel Prez Vila
2
PABLO NER IJD A
CAN TO GENERAL
Prlogo, notas y cronologa: Fernando A legra
3
JOSE E N R IQ U E R O D O
LA V O R A G IN E
Prlogo y cronologa: Juan Loveluck
Variantes: Luis Carlos H errera M onila S.J.
5-6
INCA GARCILASO DE I.A VEA
C O M E N T A R IO S REALES
Prlogo, edicin y cronologa: A u relio M ir Quesada
7
R IC A R D O PALM A
CIEN TR AD IC IO N ES P E R U A N A S
Seleccin, prlogo y cronologa:]os M iguel O v ied o
8
T E A T R O RIO PLATEN SE
Prlogo: D avid V ias
Compilacin y cronologa: Jorge Lafforgue
9
R U B E N D A R IO
POESIA
Prlogo: A n g el Ram a
Edicin: E rn esto M eja Snchez
Cronologa: Julio V alle-C astillo
10
JOSE R IZA L
N O LI M E T A N G E R E
Prlogo: L e o p o ld o Z ea
Edicin y cronologa: M rgara R u sotto
11
GILBERTO FREYRE
C A S A -G R A N D E Y SEN Z A L A
Prlogo y cronologa: D arcy R ib eiro
Traduccin: B en jam n de Garay y Lucrecia M anduca
12
D O M IN G O F A U S T IN O S A R M IE N T O
FACUNDO
Prlogo: N o jit r ik
Notas y cronologa: Susana Z an etti y N ora D o tto r i
13
J U A N RULFO
OBRA CO M PLETA
Prlogo y cronologa: Jorg e R u ffin elli
14
M ANU EL G O N ZALEZ PRADA
P A G IN A S LIBRES - H O R A S D E L U CH A
Prlogo y notas: Luis Alberto Snchez
15
JOSE M A R T I
N U E S T R A A M E R IC A
Prlogo: Juan Marinello
Seleccin, notas: H u g o A ch gar
Cronologa: C in tio V itier
16
SA L A R R U E
EL A N G E L DEL ESPEJO
Prlogo, seleccin, notas y cronologa: S ergio R a m rez
17
ALBER TO BLEST G A N A
M A R T I N R IV A S
Prlogo, notas y cronologa: Jaim e C oncha
18
R O M U L O GALLEGOS
DO A BARBARA
Prlogo: Juan Liscano
Notas, variantes, cronologa y bibliografa: Efran Subero
19
MIGUEL A N G E L ASTU R IAS
TRES OBRAS
(Leyendas de Guatemala, El Alhajadito
y El Seor Presidente)
Prlogo: A rtu ro Uslar Pietri
Notas y cronologa: G iu seppe Bellini
20
JOSE A S U N C IO N SILVA
21
JUSTO SIERRA
22
JU A N M O N TA L V O
LAS C A T IL IN A R IA S Y OTROS TE X T O S
Seleccin y prlogo: B enjam n Carrin
Cronologa y notas: G ustavo A lfre d o Jcom e
23-24
P E N S A M IE N T O POLITICO D E LA E M A N C IP A C IO N
(17 90 - 1825)
Compilacin, notas y cronologa: Jos Luis R o m e r o
y Luis A lb erto R o m e r o
25
M A N U E L A N T O N IO DE AL M E ID A
M E M O R IA S D E U N S A R G E N T O D E MILICIAS
Prlogo y notas: A n to n io C ndido
Cronologa: Laura de C a m pos V ergu eiro
Traduccin: E lvio R o m e ro
26
UTOPISM O SOCIALISTA
(18 30 - 1893)
Prlogo, compilacin, notas y cronologa: Carlos M. R am a
27
RO BER TO A R L T
LOS L A N Z A L L A M A S
EL D O L O R P A R A G U A Y O
Prlogo: A u g u sto R oa Bastos
Seleccin, notas: M iguel A. Fernndez
Cronologa: A lb erto Sato
31
P E N S A M IE N T O C O N S E R V A D O R
(1815 - 1898)
Prlogo: Jos Luis R o m e ro
mpilacin, notas y cronologa: Jos Luis R o m e r o y Luis A lb erto R o m e r o
32
LUIS PALES M ATO S
33
JOAQUIM M M A C H A D O DE ASSIS
C U EN TO S
Prlogo y seleccin: A lfre d o Bosi
Cronologa: N eusa Pinsard Caccese
Traduccin: Santiago K o v a d lo ff
34
JORGE 1SAACS
M A R IA
Prlogo, notas y cronologa: G ustavo M eja
35
(H A N DE M IR A M O N T E S Y Z U A Z O L A
A R M A S A N T A R T IC A S
Prlogo y cronologa: R o d r ig o M ir
36
R U FIN O BLANCO F O M B O N A
LA UTOPIA D E A M E R IC A
Prlogo: R afael G utirrez G irardot
Compilacin y cronologa: A n g el R am a y R afael G utirrez G irardot
38
JOSE M. A R G U E D A S
OBRA LITERAR IA
Prlogo, notas y cronologa: C intio V itier
41
CIRO ALEGRIA
EL M U N D O ES A N C H O Y AJENO
Prlogo y cronologa: A n to n io C orn ejo Polar
42
F E R N A N D O O R T IZ
C O N T R A P U N T E O C U B A N O DEL TA B A C O Y EL A Z U C A R
Prlogo y cronologa: Julio Le R iveren d
43
F R A Y S E R V A N D O TERESA DE MIER
ID EAR IO POLITICO
Seleccin, prlogo, notas y cronologa: E dm un do O G orm an
44
FRANCISCO G AR C IA C A L D E R O N
LAS D E M O C R A C IA S L A T IN A S - LA C REACIO N D E U N C O N T IN E N T E
Prlogo: Luis A lb erto Snchez
Cronologa: A n g el R am a
Traduccin: A na M ara G uilliand
45
M AN U EL UGARTE
LA N A C IO N L A T IN O A M E R IC A N A
Compilacin, prlogo, notas y cronologa: N o r b e r to G alasso
46
JULIO H E R R E R A Y REISSIG
EL OFICIO D E LECTOR
Compilacin, prlogo y cronologa: G ustavo C ob o Borda
49
LIM A BAR R E T O
D OS N O V E L A S
(R ecu erd os del escribien te Isaas Cam inha
y el T riste Fin de P olica rp o Q uaresm a)
Prlogo y cronologa: Francisco de A ssis Barbosa
Traduccin y notas: H a y d e jo fr e B arroso
50
A N D R E S BELLO
OBRA LIT E R A R IA
Seleccin, prlogo: P edro Grases
Cronologa: O scar S am brano U rdaneta
51
P E N S A M IE N T O D E LA ILU S TR A C IO N
(Economa y sociedad iberoamericana en el siglo X V III)
Compilacin, prlogo, notas y cronologa: Jos Carlos C h iaram on te
52
JO A Q U IM M. M A C H A D O DE ASSIS
Q U IN C A S BORBA
Prlogo: R o b e r to Schw arz
Cronologa: N eu sa Pinsard Caccese
Traduccin: ] uan Garca G ayo
53
ALEJO C AR PEN TIER
EL P A Y A D O R Y A N T O L O G IA D E POESIA Y PROSA
Prlogo: Jorge Luis B orges (con la colab ora cin de Bettina E delberg)
Seleccin, notas y cronologa: G u illerm o Ara
55
M A N U E L Z E N O G A N D IA
LA C H A R C A
Prlogo, notas y cronologa: Enrique Laguerre
56
M A R IO DE A N D R A D E
OBRA ESCOGIDA
(Novela, cuento, ensayo, epistolario)
Seleccin, prlogo y notas: G ilda de M ello e Souza
Cronologa: G ilda de M ello e Souza y Laura de C a m pos V ergu eiro
Traduccin: Santiago K o v a d lo ff y H cto r O lea
57
L IT E R A T U R A M A Y A
Compilacin, prlogo y notas: M ercedes de la Garza
Cronologa: M iguel L en -P ortilla
Traducciones: A drin R ecin os, A lfre d o Barrera y M ediz B olio
58
CESAR VALLEJO
LAS L A N Z A S C O LO R A D A S Y C U EN TO S SELECTOS
Prlogo y cronologa: D o m in g o M iliani
61
CARLOS V A Z FERREIRA
62
FRANZ TAM AYO
OBRA ESCOGIDA
Seleccin, prlogo y cronologa: M arian o Baptista G u m u cio
63
GUILLERM O E N R IQ U E H U D S O N
H ISTO R IA G E N E R A L D E LAS IN D IA S
Y VID A D E H E R N A N CORTES
Prlogo y cronologa: Jorge Gurra Lacroix
65
FRANCISCO LOPEZ DE G O M A R A
H ISTO R IA D E L A C O N Q U IS TA D E M E X IC O
Prlogo y cronologa: Jorge Gurra Lacroix
66
J U A N R O D R IG U E Z FREYLE
EL C A R N E R O
Prlogo, notas y cronologa: D a ro A ch ury V alenzuela
67
T R A D IC IO N E S H IS P A N O A M E R IC A N A S
Compilacin, prlogo y cronologa: Estuardo N ez
68
P R O Y E C T O Y C O N ST R U C C IO N D E U N A N A C IO N
(A rg en tin a 1846 - 1880)
Compilacin, prlogo y cronologa: T u lio H alp erin D o n g h i
69
JOSE CARLOS M A R IA T E G U I
7 E N S A Y O S D E IN T E R P R E T A C IO N D E LA R E A L ID A D P E R U A N A
Prlogo: A n b al Q u ijan o
Notas y cronologa: E lizabeth G arrels
70
L IT E R A T U R A G U A R A N I DEL P A R A G U A Y
Compilacin, estudios introductorios, notas y cronologa:
R u bn B areiro Saguier
71-72
P E N S A M IE N T O POSITIVISTA L A T IN O A M E R IC A N O
Compilacin, prlogo y cronologa: L e o p o ld o Z ea
73
[OSE A N T O N IO R AM O S SUCRE
OBRA CO M PLETA
Prlogo: Jos R a m n M edina
Cronologa: Sonia Garca
74
AL EJANDRO DE H U M B O I.D T
C A R T A S A M E R IC A N A S
Compilacin, prlogo, notas y cronologa: Charles M inguet
75-76
FELIPE G U A M A N POM A DE A Y A L A
N U E V A CORON1CA Y B U E N G O B IERN O
Transcripcin, prlogo, notas y cronologa: Franklin Pease
77
JULIO C O R T A Z A R
RA YU ELA
Prlogo y cronologa: Jaim e Alazraki
78
L IT E R A T U R A Q U E C H U A
mpilacin, prlogo, traducciones, notas y cronologa: E dm un do Bendez
A ibar
79
EUCI.IDES D A C U N H A
LOS SERTONES
Prlogo, notas y cronologa: W a ln ice N og u eira G alvao
Traduccin: Estela D o s Santos
80
F R A Y B E R N A R D IN O DE S A H A G U N
EL M E X IC O A N T IG U O
Edicin, prlogo y cronologa: Jos Luis M artnez
81
GUILLERM O MENESES
ESPEJOS Y DISFRACES
Seleccin y prlogo: Jos Balza
Cronologa: Salvador T en reiro
Bibliografa: H ora cio Jorge B ecco
82
J U A N DE VELASCO
83
JOSE L E Z A M A LIMA
EL R E IN O D E LA IM A G E N
Seleccin, prlogo y cronologa: Julio O rtega
84
O S W A L D DE A N D R A D E
O B RA ESCOGIDA
Seleccin, prlogo: H a ro ld o de C am pos
Cronologa: D av id Jackson
Traducciones: H ctor O lea, Santiago K o v a d lo ff, M rgara R u sotto
85
N A R R A D O R E S E C U A T O R IA N O S DEL 30
Prlogo: J org e Enrique A d ou m
Seleccin y cronologa: P edro Jorge Vera
86
M A N U E L D IA Z R O D R IG U E Z
N A R R A T IV A Y EN SAYO
Seleccin, prlogo: O rla n do A rau jo
Cronologa: M ara Beatriz M edina
Bibliografa: H o r a c io Jorg e B ecco
87
CIRILO V IL L A V E R D E
CECILIA VALD ES
Prlogo, notas y cronologa: Ivn Schulm an
88
H O R A C IO Q U IR O G A
CU E N TO S
Seleccin, prlogo: E m ir R od rg u ez M on eg a l
Cronologa: A lb e r to O re g g io n i
89
FRANCISCO DE S A N T A C R U Z Y ESPEJO
OBRA E D U C A T IV A
Edicin, prlogo, notas y cronologa: P h ilip A stu to
90
A N T O N IO JOSE DE SUCRE
D E M I PR O PIA M A N O
Seleccin y prlogo: J. L. Salcedo-B astardo
Cronologa: Ins Q u in tero M o n tie l y A n d rs Eloy R o m e r o
91
M A C E D O N IO F E R N A N D E Z
M U SE O DE LA N O V E L A D E LA E T E R N A
Seleccin, prlogo y cronologa: Csar Fernndez M o re n o
92
JUSTO A R O SE M E N A
F U N D A C IO N D E LA N A C IO N A L ID A D P A N A M E A
Seleccin, prlogo, cronologa y bibliografa: R icaurte Soler
93
SILVIO R O M E R O
C O M EDIAS
Edicin, prlogo, notas y cronologa: M argit Frenk
95
TERESA DE LA P A R R A
OBRA
(N arrativa, ensayos, cartas)
Seleccin, estudio crtico y cronologa: V elia Bosch
Teresa de la Parra: las voces de la palabra
Julieta F om b on a
Bibliografa: H o ra cio Jorge B ecco y R afael A n g el R ivas
96
JOSE CECILIO DEL VALLE
OBRA ESCOGIDA
Seleccin, prlogo y cronologa: Jorge M ario G arca Laguardia
97
E U G E N IO M A R IA DE H O STO S
M O R A L SOCIAL - SOCIOLOGIA
Prlogo y cronologa: M anuel M a ldon ad o - D en is
98
J U A N DE E SPIN O ZA M E D R A N O
APO LO G ETIC O
Seleccin, prlogo y cronologa: A u gu sto T am ayo Vargas
99
A M A D E O FREZIER
100
FRANCISCO DE M IR A N D A
A M E R IC A ESPERA
Seleccin y prlogo: J. L. Salcedo-Bastardo
Cronologa: M anuel Prez V ila y Josefin a R od rg u ez de A lo n s o
101
M A R IA N O PICON SALAS
VIEJOS Y N U E V O S M U N D O S
Seleccin, prlogo y cronologa: G u illerm o Sucre
Bibliografa: Rafael A n g el R ivas D ugarte
102
T O M A S C AR R ASQ U ILLA
LA M A R Q U E S A D E YO LO M B O
Prlogo: Jaim e M eja D uque
Edicin y cronologa: K urt L. Levy
103
NICOLAS GUILLEN
D O N S E G U N D O SO M B R A - PROSAS Y PO EM AS
Seleccin, estudios y cronologa: Luis H arss y A lb erto Blasi
105
LUCIO V. M AN SILLA
U N A E X C U R S IO N A LOS IN D IO S R A N Q U E L E S
Prlogo, notas y cronologa: Sal S osn ow ski
106
CARLOS DE S IG E N Z A Y G O N G O R A
SEIS OBRAS
Prlogo: Irvin g A. Leonard
Edicin, notas y cronologa: W illia m G. Bryant
107
J U A N DEL VALLE Y CAVIEDES
OBRA CO M PLETA
Edicin, prlogo, notas y cronologa: D an iel R. R eedy
108-1 09-1 10
B A R T O LO M E DE LAS CASAS
H ISTO R IA D E LAS IN D IA S
Edicin, prlogo, notas y cronologa: A n d r Saint-Lu
111
M IGUEL O T E R O SILVA
CASAS M U E R T A S . LOPE D E A G U IR R E ,
PRIN CIPE D E LA L IB E R T A D
Prlogo: Jos R a m n M edina
Cronologa y bibliografa: Efran Subero
L ETRAS D E LA A U D IE N C IA D E Q U IT O
Seleccin, prlogo y cronologa: H ernn R od rg u ez C astelo
113
ROBERTO J. P A Y R O
OBRAS
Seleccin, prlogo, notas y cronologa: Beatriz Sarlo
114
ALO N SO GARRIO DE LA V A N D E R A
EL LA ZA R ILL O D E CIEGOS C A M IN A N T E S
Introduccin, cronologa y bibliografa: A n to n io Lorente M edina
115
CO STUM BRISTAS C U B AN O S DEL SIGLO X I X
Seleccin, prlogo, cronologa y bibliografa: Salvador B ueno
116
FELISBERTO H E R N A N D E Z
N O V E L A S Y CU EN TO S
Carta en mano propia: Julio Cortzar
Seleccin, notas, cronologa y bibliografa: Jos P ed ro D az
117
ER N ESTO SAB AT O
SOBRE H EROES Y T U M B A S
Prlogo: A. M. V zqu ez Bigi
Cronologa y bibliografa: H ora cio Jorge B ecco
118
JORGE LUIS BORGES
FICCIONES
EL A L E P H - EL IN F O R M E D E BR O D IE
Prlogo: Iraset Pez U rdaneta
Cronologa y bibliografa: H ora cio Jorge B ecco
119
A N G EL R A M A
LA CRITICA D E LA C U LT U R A E N A M E R IC A L A T IN A
Seleccin y prlogos: T om s Eloy M artn ez y Sal Sosn ow sk i
Cronologa y biliografa: Fundacin Internacional A n g el R am a
120
F E R N A N D O P A Z CASTILLO
POESIA
Seleccin, prlogo y cronologa: O scar Sam brano U rdaneta
Bibliografa: H ora cio Jorge Becco
H E R N A N D O D O M IN G U E Z C A M A R G O
OBRAS
Seleccin y prlogo: G iov a n n i M e o Z ilio
Cronologa y bibliografa: H o r a c io Jorge B ecco
122
VIC E N TE GERBASI
O B RA POETICA
Seleccin y prlogo: F rancisco P rez P erd om o
Cronologa y bibliografa: Eli G alin do
123
A U G U S T O R O A BASTOS
Y O EL SU P R E M O
Prlogo, cronologa y bibliografa: Carlos P ach eco
124
E N R IQ U E B E R N A R D O N U E Z
N O V E L A S Y EN SA Y OS
Seleccin y prlogo: O sv ald o Larrzabal H en rq u ez
Cronologa y bibliografa: R o b e rto Lovera D e-S ola
125
SERGIO B U A R Q U E DE H O L A N D A
VISION D EL P AR AISO
Prlogo: F rancisco de A ssis Barbosa
Cronologa: A rlin da da R och a N og u eira
Bibliografa: R osem a rie Erika H orch
Traduccin del texto de Sergio Buarque de Holanda:
Estela dos Santos
Traduccin del prlogo y la cronologa: A g u stn M artn ez
126
M A R IO B R IC E O -IR A G O R R Y