Historia Naval: Revista DE
Historia Naval: Revista DE
Historia Naval: Revista DE
2007
REVISTA
DE
HISTORIA NAVAL
Núm.
98
INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL
ARMADA ESPAÑOLA
REVISTA
DE
HISTORIA NAVAL
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CUBIERTA ANTERIOR: Logotipo del Instituto de Historia y Cultura Naval.
CUBIERTA POSTERIOR: Del libro Regimiento de Navegación, de Pedro de Medina (Sevilla, 1563).
Págs.
NOTA EDITORIAL............................................................................. 5
Corría el año 1569 cuando Selim II, sultán de Turquía, preparó una expedi-
ción para apoderarse de Chipre, que pertenecía a Venecia. El papa Pío V, alar-
mado por el peligro que esto suponía para la cristiandad, propició una Santa
Liga formada por el propio pontífice, España, Venecia, Génova y Malta, apro-
bándose las capitulaciones, que se juraron el 24 de mayo de 1571, con término
ilimitado y lo mismo contra turcos que contra berberiscos. Mientras tanto,
Selim ya había atacado la isla de Chipre y era cuestión, pues, de impedir a toda
costa que avanzase hacia poniente. Don Juan de Austria fue nombrado capitán
general de la armada de la Santa Liga; Marcantonio Colonna, de la escuadra
pontificia; y Sebastiano Venier, de la veneciana. La fuerza coligada, reunida en
Mesina el 5 de septiembre de 1571, sumaba en total, a más de seis galeazas
venecianas al mando de Francesco Duodo, 207 galeras, 26 naves y 76 buques
ligeros entre los de España, el papa, Venecia, Malta y Génova. El mismo mes
embarcaron y fueron distribuidos por todos los navíos 34.500 hombres de los
Tercios Viejos de infantería española de Nápoles, Sicilia y Cerdeña, de infante-
ría alemana, veneciana y del papa. La suma de la gente de mar alcanzaba los
13.000 hombres, y la de la gente de remo, 43.500; en total, 91.000 hombres.
Respecto al dispositivo de marcha en la navegación al encuentro del
enemigo turco, don Juan dispuso la fuerza en columnas, con las escuadras o
escuadrones en líneas sucesivas. La vanguardia y la exploración se confiaron
a Juan de Cardona, con ocho galeras destacadas por la proa a 20 millas.
Seguía el ala derecha, con otras 51, mandadas por Giovanni Andrea Doria,
general de las escuadras españolas en Italia; a continuación, el cuerpo de bata-
lla, a las órdenes directas de don Juan, con 64 unidades; después, el ala
izquierda, regida por el veneciano Agostino Barbarigo, con 55; en la cola
formaba la retaguardia o reserva, 30 galeras a cargo de Álvaro de Bazán,
cerrando el dispositivo la escuadra de galeazas venecianas de Duodo y la de
las naves. Además, se estableció un orden de combate en dispositivo o forma-
ción «en águila» —líneas de frente integradas por las mismas escuadras ante-
riores, es decir, ala izquierda, centro o batalla, ala derecha, y a retaguardia, la
reserva de Bazán, para acudir a donde fuese necesario—. Una milla a
vanguardia de cada una de las escuadras se acordó situar sendas parejas de
galeazas, mientras Cardona ocuparía un puesto situado entre el centro y el ala
derecha.
(1) ROSELL, C.: Historia del combate naval de Lepanto. Imprenta de la Real Academia de
la Historia, Madrid, 1853; QUARTI, Guido A.: La guerra contro il Turco a Cipro e a Lepanto.
G. Bellini, Venecia, 1935; CARRERO BLANCO, Luis: La victoria del Cristo de Lepanto. Editora
Nacional, Madrid, 1948; CEREZO MARTÍNEZ, Ricardo: Años cruciales en la historia del Medite -
rráneo (1570-1574). Barcelona, 1972, pp. 129-195.
Michelli (h. 1542-h. 1617) (2); podemos mencionar también el cuadro anónimo
del Duomo di Santa Maria, en Montagnana (Padua), y la Apoteosis de la batalla
de Paolo Veronés (1528-1588), exhibida en la Real Academia de Bellas Artes de
Venecia, entre otras. En Inglaterra, el National Maritime Museum posee un
cuadro estimable de la misma batalla pintado en el siglo XVI por H. Letter.
En España, aparte del cuadro del Museo Naval del siglo XVII objeto de este
estudio, también existen otros representativos de este suceso, como el detalle
que figura en la alegoría que muestra a Felipe II ofreciendo al cielo a su hijo
el infante don Fernando (1477-1576), pintado en 1573 por Tiziano, cuando el
artista tenía noventa y seis años, propiedad del Museo del Prado; los pintados
en 1584 por Lucca Cambiasso por encargo de Felipe II para el monasterio de
El Escorial; el de la ermita de la Madre de Dios de Roser, Valls (Tarragona),
realizado en cerámica en 1634; el de la iglesia de Santo Domingo de Murcia,
obra al óleo atribuida a Juan de Toledo (1611-1665); el de la iglesia de Santia-
go en Totana (Murcia), de la misma atribución; el anónimo de la iglesia parro-
quial de Nuestra Señora de la Asunción, en Bujalance (Córdoba); los que exis-
tían del mismo siglo en la Casa de Cervantes, en Valladolid, y en el Archivo
Central de Alcalá de Henares (3); el del antiguo convento de San Pablo, en
Sevilla, hoy parroquia de Santa María Magdalena, pintado al fresco a princi-
pios del siglo XVIII por Lucas Valdés (1671-1725); y, por último, el óleo de
Antonio Brugada realizado en 1850, perteneciente a las colecciones del
Museo Marítimo de Barcelona (4).
Cuando me dispuse a realizar una profunda revisión y corrección del
tomo I del Catálogo-guía de la institución editado en 1996, la primera dificul-
tad que encontré al abordar la redacción de los textos catalográficos fue preci-
samente la representada por la citada pintura anónima, titulada Revelación a
san Pío V de la victoria de la Santa Liga en Lepanto (7 de octubre de 1571),
realizada al óleo en el siglo XVII para ensalzar la figura del papa san Pío V y
su decisiva influencia en la formación de la Santa Liga, protagonista de aque-
lla célebre batalla naval. El cuadro desde siempre ha sido considerado de
autor anónimo, aunque hace años a Julio Guillén le recordaba las maneras de
Juan de Toledo (5).
(2) Recientemente (2003) ha sido ofertado al Museo Naval para su posible adquisición un
magnífico lienzo representativo del combate, de la escuela veneciana, atribuido con reservas al
propio Tintoretto.
(3) Ignoro la situación actual de estos dos cuadros.
(4) Artiñano describe con mayor o menor profundidad estas pinturas del combate de
Lepanto existentes en España (ARTIÑANO , Gervasio de: La arquitectura naval española.
Madrid, 1920, láminas XXXVII-XLI). Este autor también cita una adarga con mosaico de
plumas, realizado éste por los indios amantecas de México, en la que figura la batalla, según el
conde de Valencia de Don Juan en su Catálogo de la Real Armería de Madrid, p. 162.
(5) GUILLÉN, Julio: Catálogo-guía del Museo Naval de Madrid, 1945 (9.ª ed.), p. 33.
Hugo O’Donnell también la considera anónima, sin inclinarse claramente por la autoría de Juan
de Toledo (Las joyas del Museo. Zahara Ediciones, 1992, p. 178). Para González de Canales
podría ser de mano italiana por su composición (GONZÁLEZ DE CANALES, Fernando: Catálogo
de pinturas del Museo Naval, t. IV. Ministerio de Defensa, Madrid, 2001, pp. 170 y 171).
Los datos aportados sobre esta obra de arte por antiguos catálogos y la
documentación conservada en el archivo administrativo del Museo son esca-
sos. En resumen, lo que se conoce sobre ella es lo siguiente. A finales de
1847, tras la desamortización de Mendizábal (1836), la pintura se encontraba
bastante deteriorada y clavada sobre tablas en el testero del primer descanso
de la escalera principal del antiguo convento de Santo Domingo de Málaga,
convertido en hospicio (6). Por real orden de 21 de enero de 1848 se dispuso
que Pedro Marín, comandante militar de Marina de Málaga, pasase a exami-
nar el cuadro para informar sobre su posible traslado a Madrid. El 9 de febrero
Marín contestó elevando un informe del experto Carlos de Vega, que hacía
hincapié en la necesidad de someter la obra a una restauración a fondo previa
al traslado. El 10 de julio del mismo año, el alcalde corregidor de Málaga
hacía entrega de la pintura al comandante de Marina, en cumplimiento de una
real orden de 15 de junio anterior, conseguida gracias a las gestiones de
Mariano Roca de Togores (1812-1889), marqués de Molins y ministro de
Marina. Ingresó en agosto del mismo año y finalizó su instalación en el
Museo el 24 de abril de 1849 en su marco de madera actual, debidamente
restaurada por el citado Carlos de Vega, a expensas del propio marqués (7). Se
expuso en una sección de la sala que ocupaba la secretaría del Palacio o Casa
de los Consejos, en la calle Mayor de Madrid, actualmente sede del Consejo
de Estado. Su historial a partir de entonces estuvo indisolublemente unido al
resto de las primeras colecciones de la institución. Así, en 1853 la pintura fue
trasladada a su nueva sede, el Palacio de los Ministerios, antigua casa de
Godoy hasta 1807, hoy en día sede del Centro de Estudios Constitucionales,
junto al actual Senado, en la plaza de la Marina Española. De allí pasó a la
planta baja del nuevo Ministerio de Marina, solemnemente inaugurado el 16
de julio de 1928, planta reservada para albergar los fondos del Museo Naval,
donde se conserva desde 1932. Actualmente (2007) el lienzo, amparado por el
número de inventario 109, está expuesto en la Sala II, Reyes de la Casa de
Austria (1517-1700), en regular estado de conservación, por lo que necesita
una restauración a fondo (8).
Sólo cabe añadir que resulta inaceptable que una obra de arte del siglo
X V I I de tal categoría, rara entre las colecciones del patrimonio histórico
español, tan escaso de pintura naval, haya pasado desapercibida a la investi-
gación de tantos visitantes estudiosos de sus salas desde mediados del siglo
XIX (9).
Comentando estas inquietudes con mi amigo el arqueólogo e historiador
Javier Iván Noriega Hernández, de Nerea Arqueología Subacuática (Málaga),
se interesó mucho por el tema, dada la circunstancia, como dijimos, de haber
pertenecido el cuadro en su día al convento de Santo Domingo de Málaga, tan
unido desde hace siglos a la historia de esta bellísima ciudad. Para estudiar la
pintura, la incansable actividad de Noriega se ha concretado en la formación
de un equipo dirigido por Marina Romero Contreras, que ha dispuesto de la
colaboración de Ana Ros Togores, jefa de la sección de Artes Plásticas y
Decorativas del Museo Naval de Madrid; Francisco García Gómez, investiga-
dor de la historia de Málaga y su provincia; Enrique Rivada Antich, arquitec-
to; Rafael Retana Rojano, investigador de las cofradías del Rosario en Mála-
ga; fr. Francisco S. Hermosilla Peña, párroco del convento de Santo Domingo;
Alberto J. Palomo Cruz, sacristán de la catedral de Málaga; Encarnación Díaz
Álvarez, investigadora especializada en la edad moderna; Juan A n t o n i o
Sánchez López, profesor de Historia del Arte de la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Málaga; Enrique Valdivieso González, catedrático
del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla; Manuel
Molina Gálvez, archivero de la Diputación Provincial de Málaga; Rosario
Camacho Martínez, catedrática del Departamento de Historia del Arte de la
(10) Si el autor de la pintura pretendió darle una connotación jansenista, no estuvo acerta-
do al incluir este crucifijo en la obra, pues es bien conocido que Pío V, por una constitución
fechada el primero de octubre de 1567, condenó las proposiciones de Michel Bay, precursor de
la secta jansenista.
(11) QUARTI: op. cit., p. 723; CARRERO BLANCO: op. cit., pp. 209 y 210. Fray Justo Pérez de
Urbel calificó el milagro como «pura leyenda» («Lepanto y la devoción del Rosario», conferen-
cia pronunciada en 1936 que figura en el folleto IV Centenario de la batalla de Lepanto), a mi
manera de ver con ligereza, sin haber examinado el expediente de canonización del pontífice,
como hizo el padre Coloma y atestigua Guglielmotti, entre otros.
que en la pintura está siendo procesionada bajo palio en andas portadas por
cuatro caballeros precedidos por padres dominicos (recordemos que el papa
Pío V Ghislieri pertenecía a esta orden, así como la importante profusión de
las hermandades religiosas y de sus piadosas salidas en comitiva por la ciudad
de Málaga).
En cuanto a la autoría de esta zona de la pintura, Marina Romero la
adscribe al entorno de la escuela malagueña de los siglos XVII y XVIII, relacio-
nada en principio con el hispanoflamenco Miguel Enrique (m. 1647); más
concretamente, y como primera hipótesis, al artista Juan Niño de Guevara
(Madrid, 8 de febrero de 1632-Málaga, 8 de diciembre de 1698), y en segun-
da, a Diego de la Cerda (Málaga, 6 de julio de 1674-5 de agosto de 1745),
discípulo del anterior, el primero asentado en Málaga desde 1634 junto a fray
Antonio Enríquez de Porres, obispo de la ciudad con el nombre de Alonso de
Santo Tomás (1664-1692), al cual se encontraba unido por lazos familiares
(12).
Juan Niño de Guevara, discípulo de Alonso Cano, junto con su primer
maestro, el hispanoflamenco Miguel Enrique, constituyen la más alta jerar-
quía artística de pintores a lo largo de casi toda la centuria del siglo XVII barro-
co en Málaga. Acerca de su religiosidad, Palomino nos habla de que era muy
dado a la virtud y a la escuela de Cristo. La temática del presente cuadro se
enclava en esta acepción. Hombre de vasta cultura y, sobre todo, de profunda
espiritualidad, encarna de modo claro «el cristiano viejo del tiempo de los
Austrias», con un fervor y una pasión religiosa fuera de lo corriente.
La atribución de esta parte del óleo a la mano de Niño de Guevara está
basada en muchos detalles de color, pincelada y tratamiento de las figuras,
particularmente en lo que se refiere al ángel que pasa su mano derecha sobre
la cabeza del papa, elemento iconográfico muy repetido en las pinturas de este
artista. Así lo encontramos en La Trinidad de la catedral de Granada, el San
Agustín de la parroquia del mismo nombre en Córdoba, o El triunfo de la
Caridad de la malagueña iglesia-hospital de San Julián.
Además, Marina Romero considera la forma de los dibujos, sobre todo en
lo referente a los ojos almendrados y las siluetas de los rostros, muy típicos de
Niño de Guevara. Igualmente, un dato muy significativo es la utilización de
los colores de este pintor, fiel representante de la escuela malagueña del
siglo XVII. El uso predominante de los ocres, así como del rojo encarnado, que
domina el tercio izquierdo del cuadro, es otra de las principales característi-
cas. El empleo del color se adueñó de él tras las importantes influencias
flamencas recibidas de la mano de su propio maestro, que abanderó la escuela
malagueña del mismo siglo. Otro elemento característico es la composición
del cuadro, que encaja perfectamente con la utilizada por el autor, y así lo
atestiguan algunas de sus pinturas de la citada iglesia de San Julián.
De todos modos, las principales señas de identidad que llevan a la inves-
(12) CEÁN BERMÚDEZ, Juan Agustín: Diccionario histórico de los más ilustres profesores
de las Bellas Artes en España. Ibarra, Madrid, 1800, t. II, pp. 232-236, y t. III (adiciones del
conde de la Viñaza en 1894), p. 191.
(13) PÉREZ DE COLOSÍA Y GIL SAN JUAN, María: La Málaga del barroco, vol. II. Editorial
Andalucía, Granada, 1984; DÍEZ BORJE, José María: La vida española en el Siglo de Oro según
los extranjeros. Ediciones del Serbal, Barcelona, 1990; CAMACHo, R. (dir.): Guía histórico-
artística de Málaga. Editorial Arguval, Málaga, 1992; MORALES F OLGUERA, José Miguel
(coord.): Fray Alonso de Santo Tomás y la hacienda El Retiro. Benedito, Málaga, 1994; CLAVI-
JO GARCÍA, Agustín: Juan Niño de Guevara, pintor malagueño del siglo XVII. Universidad de
Málaga, Málaga, 1998.
da y dibujada por Diego de la Cerda y terminada por sus alumnos hacia 1713,
como homenaje y recuerdo a la santidad del pontífice Pío V, plasmando en el
lienzo alguna de las procesiones conmemorativas que tuvieron lugar en Mála-
ga en aquellas fechas.
Si pasamos a describir las zonas
central y derecha del cuadro, pura-
mente navales, la Vi rgen del Rosario
aparece presidiendo el escenario de la
acción, y aunque no es de atribución
Inmaculada, esta última advocación
de la Virgen María asume una extraor-
dinaria importancia tras un larg o
camino iconográfico. Procede del
Apocalipsis: «En esto apareció un
gran prodigio en el Cielo, una mujer
vestida de sol, y la luna bajo sus pies,
y en la cabeza una corona de doce
estrellas» (14). Tal es el caso de nues-
tra pintura. Las 12 estrellas de la coro-
na simbolizan los 12 apóstoles, mien-
tras que la presencia de la luna bajo
los pies de la Virgen es un atributo
cargado de significado. Si bien la luna
rebasa el simbolismo puramente cris-
tiano y se adentra en las más ancestra-
les creencias humanas, en el caso de
este óleo tiene directas relaciones con
el momento de su creación pictórica. Los cristianos españoles de los siglos
XVI y XVII, ignorantes de todo el antiguo riquísimo acervo cultural, identifica-
ban tras la batalla de Lepanto que nos muestra el cuadro la presencia del astro
como la victoria del cristianismo sobre la Media Luna turca infiel. Si nos
atenemos a la forma de representar la luna, generalmente nos aparece de cuar-
to creciente, a pesar de las indicaciones de Pacheco (15). Los atributos de
poder también los encontramos en el Niño Dios, ya que es el verdadero rey
del Universo. Éste se encuentra centrado, en su eje, como rey «en minoría de
edad». En el siglo XVII las imágenes barrocas eran espléndidas, de dimensio-
(14) Apocalipsis, 12,1. Curiosamente, las 12 estrellas y el color azul celeste que figuran
en la bandera de la Unión Europea, de clara connotación mariana, fueron impuestas por el cató-
lico alemán Conrad Adenauer al decretar su diseño el 8 de diciembre de 1957, día de la Inma-
culada Concepción.
(15) «Suelen los pintores poner la luna a los pies desta mujer, hacia arriba; pero es
evidente entre los doctos matemáticos, que si el sol y la luna se carean, ambas puntas de la luna
han de verse hacia abaxo, de suerte, que la mujer no estaba sobre el cóncavo, sino sobre el
convexo. Lo cual era forzoso para que alumbrara a la mujer que estaba sobre ella, recibiendo la
luna del sol. Y plantada en un cuerpo sólido, como se ha dicho, aunque lúcido, había de asentar
en la superficie de afuera».
«Así que, combatiendo por más tiempo de hora y media, fue tres veces la
real del Turco rendida hasta el árbol, pero con la gente de refresco que de
continuo le entraba fueron los nuestros vueltos a echar fuera, pero el último,
como llegase el marqués de Santa Cruz con el socorro de la retaguardia que
traía y lo repartiese a donde más le pareció convenir, en breve tiempo se dio
tal estrecha a los enemigos que, no pudiendo más resistir a los crueles golpes
de los nuestros, fueron muertos y presos todos los de la real [turca], adonde
también murió Alí Bajá, del cual afirman algunos turcos que se tomaron escla-
vos que le vieron degollarse él mismo con sus propias manos, luego que vio
perdida su galera, habiendo primero echado a la mar una cajeta pequeña, la
cual afirman que era de grandísimo precio porque estaba llena de preciosísi-
mas joyas (no obstante, otros quieren decir que un soldado español le cortó la
cabeza y se echó con él a la mar, y nadando, la trajo a Su Alteza [don Juan de
Austria], el cual no gustó nada del presente, diciendo qué quería él hacer con
una calavera de muerto, y que holgara mucho que se lo trajese vivo)...
»Ganada que fue la galera turquesca, le fue cortada la cabeza a Alí Bajá, y
puesta en una pica en la real nuestra, y en la otra quitado el estandarte bárbaro
y en su lugar arbolada una cruz (y el estandarte del Turco fue traído a Su Alte-
za, el cual era una cola de caballo rucio, ympresa [sic] que usan los emperado-
res de la Casa Otomana)» (16).
(16) ANÓNIMO: La batalla naval del señor don Juan de Austria, con prólogo del almirante
Julio Guillén Tato. Ministerio de Marina, Madrid, 1971, pp. 185 y 186, transcripción del
manuscrito coetáneo sign. 2438 del Archivo del Museo Naval, ff. 397 y 398.
(17) ARTIÑANO: op. cit., p. XXXVIII.
(18) MALARA, Juan de: Descripción de la galera real del Sermo. Sr. D. Juan de Austria.
Francisco Álvarez, Sevilla, 1876, pp. 499 y ss.
(19) El estandarte de la Santa Liga que arboló don Juan de Austria a bordo de la galera real
en la batalla de Lepanto se conserva en la santa iglesia-catedral de Toledo. Tiene las siguientes
dimensiones: longitud, 7,30 m; ancho en la vaina, 4,42 m, y en el exterior, 3,27 m. Es de damas-
co azul recamado de oro, que remata en punta redonda, todo pintado al óleo, de lazos, ramos y
hojas en medio, la imagen de un Santo Crucifijo, y debajo, el escudo de armas de san Pío V;
al lado derecho, las de Venecia, y al otro, las del emperador Carlos V; debajo de las
con la cruz de San Andrés, y una flámula carmesí con la imagen de la Virgen
del Rosario (realmente eran gallardetes de tafetán azul en el calcés). A proa de
la carroza está reunida parte de la gente de cabo que acompañaba al generalí-
simo de la Liga: Luis de Zúñiga y Requesens, Fernando Carrillo, Luis de
Córdoba, Bernardino de Cárdenas, Luis Carrillo, Gil de Andrada, Juan
Vázquez de Coronado, Miguel de Moncada, Rodrigo de Mendoza, Luis de
Cardona, Juan de Guzmán, Felipe de Heredia y Ruy Díaz de Mendoza, entre
otros (20).
Sobre el pasillo de crujía se aprecia
en solitario la figura de don Juan de
Austria; lleva media armadura con
brazales, calzas y botas hasta las rodi-
llas; en el pecho luce una gran joya o
condecoración de ocho puntas; cubre
las melenas de la cabeza un morrión
adornado de penacho de plumas rojas
y blancas; sobre el peto cruza la banda
encarnada de general; la mano dere-
cha empuña una espada en gesto
amenazador, y con la izquierda porta
la bengala de mando. Detrás del gene-
ralísimo, un padre con hábitos de
dominico (21) mantiene un crucifijo
con la mano derecha mientras lo seña-
la con la izquierda. Más a proa, sobre
el mismo pasillo, destaca la imagen
del cómitre, mosqueando con un
rebenque o «anguila» las espaldas de
la chusma, a la que se aprecia bogan-
do desesperadamente, observándose
entre los remeros, tocados con barreti-
nas encarnadas, algunas caras burles- Detalle. don Juan de Austria en la galera real.
cas o socarronas. La proa está mate-
rialmente cubierta por la gente de guerra escogida de infantería española y
alemana —en la realidad eran 100 hombres—, que abigarrados luchan encar-
nizadamente con los jenízaros turcos.
del papa, las de don Juan de Austria. Todos los escudos van entrelazados con cadenas,,,,,,,, que
simbolizan la unión de las potencias que formaron la Liga (FERNÁNDEZ DURO, Cesáreo: Tradi -
ciones infundadas. Rivadeneyra, Madrid, 1888, pp. 549 y ss.)
(20) HERRERA, Fernando de: «Relación de la guerra de Chipre y suceso de la batalla naval
de Lepanto», en el folleto IV Centenario de la batalla de Lepanto, homenaje de Mallorca. Imp.
Ministerio de Marina, Madrid, 1971, pp. 109 y 110.
(21) Debe de representar a fray Miguel Servía, confesor de don Juan de Austria, de la
Orden de San Francisco de la Observancia y que, por tanto, no era padre dominico (i b i d e m,
pp. 3-5).
Detalle. Popa de la galera capitana turca, La Sultana, y a la derecha, la galera real española.
(22) Requesens iba en la Real de don Juan (HERRERA: op. cit., p. 108).
Tanto La Real de don Juan como La Sultana de Alí pasha tienen por sus
popas y aletas varias galeras que las apoyan con gente de refresco. En la leja-
nía, bajo la imagen de la Virgen, el ala derecha cristiana de Doria y la izquier-
da turca de Uluch-Alí se baten encarnizadamente en las postrimerías del
combate.
Detalle. Popa de la galera capitana turca, La Sultana, y a la derecha, Alí pasha blandiendo un
alfanje.
detalles que permitan adjudicar a Juan de Toledo la autoría del óleo de batalla
naval que estamos estudiando.
A falta de exámenes posteriores
más profundos cuando haya finaliza-
do su restauración, o del hallazgo de
documentación que pruebe lo contra-
rio, podemos pensar que, eliminado
Juan de Toledo, nos encontramos ante
una pintura del círculo de Enrique
Jácome y Brocas o del hispanofla-
menco Juan de la Corte, con fuertes
influencias de la escuela genovesa
(27). Por otra parte, la preeminencia
dada en el lienzo a la intervención de
la galera real española y de don Juan
de Austria, como muestra la zona
naval del cuadro, nos hace inclinar-
nos aún más por la atribución de la
autoría a la mano o al taller de alguno
de los dos mencionados, pues los
pintores italianos en general y los
venecianos y genoveses en particular
siempre resaltaron la intervención de
los marinos de su patria en el célebre
combate. En cuanto a la datación, si
La cabeza del decapitado Pialí Alí, qapudan nos atenemos a las épocas de activi-
pasha de Turquía en Lepanto. dad de los pintores citados, podemos
Pintura mural en el palacio de El Viso del aventurar que la fecha de ejecución
Marqués, cedida por el equipo de restauración de esta zona naval del cuadro —hacia
dirigido por Javier Carrión Barcáiztegui.
1650— es anterior en bastantes años
a la parte centrada en la imagen de
san Pío V, que atribuimos a Niño de Guevara o a Diego de la Cerda y, por lo
tanto, ésta es un hábil añadido realizado entre la beatificación del pontífice, en
1672, o poco después de su canonización, hacia 1714, siendo esta fecha la
más probable.
Iconografía cedida amablemente por Francisco Manuel Palomo, de Foto-
gestión.
(27) PADRÓN MÉRIDA, Aída: «Combate naval entre cristianos y turcos», núm. 98 del catá-
logo de la exposición Carlos V. La náutica y la navegación, Pontevedra, 2000.
Introducción
La organización
observación astronómica. Hasta entonces los mapas con que contaban los
marinos, producto de una política de sigilo que limitaba su publicación y
divulgación, eran «cuarterones» del seno mejicano, manuscritos y hechos a
mano alzada, producto de navegaciones de pilotos, pero poco perfeccionados;
además de éstos, existían los mapas extranjeros, principalmente holandeses y
franceses, casi todos productos de gabinete.
La primera división, con sus relojes puestos a punto en Trinidad, iría a las
Antillas Menores, empezando por San Martín, la Anguila y Anegada hasta
llegar a Puerto Rico, cuyos puertos debía levantar exhaustivamente, recono-
ciendo también cabo Engaño, Punta de Espada (en La Española), las emboca-
duras de Santo Domingo y las de la isla de Cuba. Las mismas operaciones se
realizarían en Yucatán, Campeche y Veracruz, donde se establecería el obser-
vatorio, y en los puertos de Movila, Pensacola (hasta la bahía de San Bernar-
do) y Tampa, San José. Se abordaría a continuación el reconocimiento de isla
Margarita, en la costa de Venezuela, Puerto Cabello, Santa Marta y la entrada
del golfo de Darién y Nicaragua. Consideraban también los oficiales el prove-
cho que se seguiría de los conocimientos prácticos en astronomía que obten-
drían los dedicados a ella.
El tercer objetivo era examinar las fortificaciones de las plazas fuertes de
estas zonas, para lo que habría que destinar a un oficial del Ejército que supie-
ra de ello; también se pasaría revista al ramo de maderas para construcción
naval y al de la pesca.
Proponían para el mando de los
bergantines, pues los oficiales firman-
tes irían en las corbetas mandando
sendas divisiones, a los tenientes de
navío Dionisio Alcalá Galiano y
Cayetano Valdés. Esta expedición
estaría equipada con toda clase de
instrumentos científicos y se emitirían
reales órdenes para que se le facilitase
toda clase de ayuda de los jefes de los
distintos apostaderos por los que pasa-
se. Como podría también ser útil
adquirir nuevos conocimientos de
historia natural, botánica, física, etc.,
en el transcurso de la campaña se
podría destinar a esta expedición los
especialistas correspondientes. Los
oficiles terminaban la exposición del
Cronómetro marino n.º 5, firmado por Arnold.
Museo Naval de Madrid.
plan aceptando las sugerencias y
correcciones que fueran necesarias.
Valdés mandó todos estos planes a
Mazarredo y a Tofiño para que informasen. En marzo de 1789 Mazarredo
remitió a Valdés un plan muy detallado de 96 puntos. Recomendaba que el
viaje se ciñese sólo a lo marítimo, sin contemplar otras materias de estudio, a
la vez que desaconsejaba que interviniesen Ugarte y Villavicencio, por sus
difíciles caracteres. La selección del personal al mando resultó un poco
complicada, ya que los oficiales debían tener experiencia en labores hidrográ-
ficas y haber pasado por el curso de Estudios Mayores. Cayetano Valdés,
Dionisio Alcalá Galiano y José de Espinosa, oficiales que postulaban uno de
La expedición
Se preveía para cada división una duración de seis años, con un rumbo
distinto que les llevaría a encontrarse solamente en dos islas, Trinidad y Cuba.
Se pretendía, pues, cartografiar estas costas aprovechando los mapas que ingle-
ses y franceses habían hecho de sus posesiones en el Caribe, y verificar las
observaciones parciales hechas por otros marinos españoles desde Cuba y
Nueva España. Las dos divisiones debían encontrarse en Trinidad, donde esta-
blecerían el primer meridiano en Puerto España y pondrían los cronómetros a
punto. La primera división estaba encargada de levantar los planos de las A n t i-
llas de Sotavento y Barlovento, como eran denominadas entonces las Antillas
Menores, es decir, Barbada, Santa Lucía, San Vicente, Granada y Granadilla,
hasta llegar a Fuerte Real, en Martinica. Ninguna de estas islas era española,
así que no se debía hacer ningún reconocimiento, ya que estaban correctamen-
te cartografiadas; sólo debían comprobar la extensión de cada isla, sus canales
de separación y la posición astronómica. De Martinica debían ir a las islas
Dominica, Marigalante, Guadalupe, Deseada, Antigua, Barbuda, Montserrat,
Redonda, Nieves y San Cristóbal, para hacer las mismas operaciones que en
las anteriores. De Guadalupe, donde habrían repostado, debían ir a las islas de
San Bartolomé, San Martín y Anguila, fondear en San Eustaquio, y de allí
dirigirse a las islas Saba, Aves, Santa Cruz, Santo Tomás y Puerto Rico, desde
donde se organizarían reconocimientos de la propia isla y sus canales. En
Santo Domingo, las operaciones se limitarían a la parte española, pues la fran-
cesa estaba muy bien descrita por Chastenet Puysegur. De Santo Domingo era
preciso ir a Cuba, donde se desarrollaría la segunda parte de la campaña de la
primera división, haciendo un exhaustivo reconocimiento de la isla y del canal
de Bahamas. Una vez terminado el reconocimiento de las costas cubanas,
Churruca debía emprender los reconocimientos de la costa norte del seno
mejicano, es decir, desde el río Misisipí, Luisiana y Florida hasta el presidio
de San Agustín y la sonda de la Tortuga.
La segunda división era la encargada de realizar el plano de la isla de
Trinidad y reconocer la costa sur del seno mejicano o Tierra Firme, desde la
isla Trinidad, Granada, Margarita, La Guaira y Puerto Cabello, hasta Santa
Marta y Cartagena de Indias. Desde allí se organizarían otras campañas en
Portobelo, Santo Domingo y Jamaica, y de allí a La Habana, para seguir el
reconocimiento del Yucatán y Campeche hasta enlazar con los reconocimien-
tos hechos por la primera división en el río Misisipí.
Salió la primera división de Cádiz el 15 de junio del 1792, deteniéndose
para hacer observaciones en las islas Salvajes; los expedicionarios siguieron a
la isla de La Palma, en la que levantaron un plano, para pasar a continuación a
la de El Hierro, donde comprobaron las mediciones de los cronómetros y la
situación de la isla. Llegaron Tobago el día 18, y pasaron el 19 a Trinidad,
donde hicieron levantamientos, establecieron el meridiano de Puerto España
y, habiendo también arribado la segunda división el 1 de agosto, se repartieron
las tareas astronómicas, decidiendo levantar una nueva carta de la isla en lugar
de enmendar la que había hecho el piloto Llorente. También, siguiendo las
instrucciones de Mazarredo, establecieron el primer meridiano en América en
(4) Francia poseía antes de la guerra las islas de Guadalupe, Dominica, Martinica, Grana-
da, Santa Lucía, San Vicente y Tobago y Santa Cruz, Gran Bretaña, las islas Antigua, Barba-
dos, Montserrat, Neis, Anguila, Barbuda y San Cristóbal; Holanda, la de San Martín, y Dina-
marca, que era neutral, Santo Tomás y San Juan.
(5) La descripción de la derrota y los trabajos de la primera división del informe, que el
mismo Churruca emitió al llegar a Cádiz, en Extracto de los acaecimientos y operaciones de la
1ª division de bergantines destinada a perfeccionar la hidrografía de las islas de la América
septentrional bajo el mando del capitán de fragata D. Cosme Damián Churruca, iniciando
dichas operaciones desde el puerto de Cádiz el 15 de junio de 1792. 1795, octubre, 18, a bordo
del Conquistador en Cádiz. MN. Ms. 320, doc. 26, ff. 188-199.
tos que habían dado los ingleses al comienzo de la expedición, creía necesario
situar las islas Mulatas y reconocer sus canales antes de dar por concluida su
comisión. El 8 de agosto de 1799 recibió el permiso para hacer esas observa-
ciones, con las que se consideraba concluido el levantamiento de las cartas y
planos desde el meridiano de la isla de Trinidad hasta el de Portobelo, debien-
do después volver a España. En 1802 se reiteró el cese de la expedición y la
orden de retorno después de que reconociera la travesía entre Cartagena de
Indias y Cuba para situarla en las cartas (Lucena Giraldo 1991). Para entonces
Fidalgo comunicaba que estaba terminada la carta esférica n.º 1, desde Trini-
dad de Barlovento hasta cabo Codera, junto con cinco planos de sus puertos y
el padrón de latitudes y longitudes de ella, y la carta n.º 2, desde cabo Codera
hasta cabo La Vela, con 13 planos de cartas esféricas de las islas Antillas
Menores, además de los puertos comprendidos en dicha carta. Anunciaba que
estaban casi terminadas la tercera, desde cabo Codera hasta punta de San Blas,
y la cuarta hasta el río de Chagres.
(9) Existe un listado de los planos que se entregan en AGM, DH, GI, leg. 4911.
(10) Plano del Puerto Cabello en la Costa de Tierra Firme: Situado el Castillo de San Feli-
pe en latit. N. 10°29’30’’ y longitud 61°47’30’’. Año 1804 : Dirección Hidrográfica, 1804.
· Carta esférica del mar de las Antillas y de las costas de Tierra Firme desde las bocas del
río Orinoco hasta el golfo de Honduras. Madrid : Dirección de Hidrografía. Año 1810.
Bibliografía
· Carta Esférica de la isla Margarita y sus canales con el golfo del Carraco en la costa
firme, levantada en el año de 1793 por la 2.ª División de Bergantines del Rey Empresa y
Alerta, al mando del brigadier de la Real Armada D. Joaquin Francisco Fidalgo. Dirección de
Hidrografía, Madrid, 1816.
· Carta Esférica de las Costas de Tierra Firme en quatro hojas, que comprende desde la
longitud de 53° 45’ occidental de Cádiz hasta 73°50’ del mismo meridiano, levantada de orden
del Rey desde 1793 hasta 1802 por la 2.ª División de Bergantines Empresa y Alerta, al mando
del brigadier de la Real Armada D. Joaquín Francisco Fidalgo y publicada de orden de S. M. en
la Dirección de Hidrografia, 1816.
· Carta Esférica de parte de la Costa del Darién del norte con las Islas Mulatas que la hacen
frente desde la de Pinos hasta la Punta San Blas del golfo del mismo nombre, levantada por
orden del Rey por la 2.ª División de Bergantines Empresa y Alerta, al mando del brigadier de la
Real Armada D. Joaquín Francisco Fidalgo. Dirección de Hidrografía, Madrid, 1817.
Antecedentes y prolegómenos
Figura 2. Proclama de la Alcaldía Federal de Cádiz donde se designan los presidentes de mesa
para las elecciones municipales del 12 al 15 de julio de 1873. Va firmada por el alcalde Fermín
Salvochea. (Del libro de Pedro Parrilla Ortiz El cantonalismo gaditano.)
ros, en la planta baja del edificio de la Aduana. Por otra parte, diversas
compañías ocupaban la estación de ferrocarril y el fuerte de La Cortadura.
Controlada la ciudad, Salvochea, en compañía de varios concejales y
miembros de la diputación provincial y del comité republicano local, se trasla-
dó al edificio de la Aduana, en el que izó una bandera roja, insignia adoptada
por todos los cantones que se iban proclamando, y constituyó un comité de
salud pública que asumió la representación de la provincia. Acto seguido se
publicó un primer manifiesto (3), en el que se justificaba este su proceder
anunciando que, «proclamada la República Federal por los representantes de
la nación, ha sido necesario que las provincias se constituyan por sí a fin de
contrarrestar el espíritu centralizador de las organizaciones pasadas y salvar
Figura 4. Tropas del Ejército marchando por las calles de Cádiz, ciudad emblemática y cuna del
liberalismo español decimonónico, durante el Sexenio Democrático. (Grabado de la época.)
ron ya los primeros disparos de fusil con los centinelas del cuartel de Infante-
ría de Marina de San Fernando.
El domingo 20 el comité gaditano decidió pasar a la ofensiva y amenazar
claramente a los marinos, enviando a San Fernando, hacia las siete de la tarde,
un tren especial con dos compañías de Artillería del Ejército con cuatro
piezas, y seis compañías de Voluntarios de la República, al mando de un
teniente coronel de Artillería del Ejército.
La llegada de los refuerzos cantonales decidió finalmente al contralmirante
Rodríguez de Arias, por obvias razones de seguridad y en previsión de un
posible agravamiento de la situación, a ordenar el día 21 el repliegue al arse-
nal de La Carraca de todas las fuerzas del Regimiento de Infantería de Marina
—unos 400 hombres—, mandadas por el general Rivera, junto con todo el
personal de la capitanía general con sede en la población de San Fernando.
Este repliegue estratégico, unido al hecho de que se uniera a los sublevados un
remolcador que acababa de salir del arsenal, envalentonaría a los cantonales,
quienes procedieron a ocupar la población de San Carlos, próxima a San
Fernando y donde vivían la mayoría de las familias de los marinos, y a esta-
blecer barricadas y parapetos en las zonas de la Albina y el Zaporito con obje-
to de cortar el único camino de acceso por tierra al arsenal.
Ante el riesgo de enfrentamiento que se avecinaba, un importante número
de personas —cerca de 30.000, según la prensa de la época, aunque parece
una cifra altamente exagerada— abandonó la población y los pueblos vecinos
con dirección a El Puerto de Santa María, mientras las nuevas autoridades
cantonales, siguiendo las indicaciones del comité gaditano, procedían a cerrar
e incautarse de hasta 18 conventos e iglesias de la localidad, donde quedaron
abiertas al culto sólo cuatro parroquias.
Figura 9. Entre los edificios de la Marina en San Fernando ocupados por los cantonales a fina-
les de julio de 1873 destaca la Escuela Naval. (Calcografía de la época en La Ilustración Espa-
ñola y Americana.)
Figura 10. Plano de las posiciones ocupadas por los cantonales y de las defensas de los marinos
durante el asedio del arsenal de La Carraca en el verano de 1873. (Grabado de la época de La
Ilustración Española y Americana.)
Figura 11. Detalle de las baterías cantonales situadas frente a la Escuela Naval de San Fernando
a finales de julio de 1873. (De un grabado de la época de L a Ilustración Española y Americana.)
Figura 12. Combates en la ciudad de Sevilla entre las tropas del general Pavía y los cantonales
en julio de 1873. (Calcografía de la época de La Ilustración Española y Americana.)
de Marina decididos a enfrentarse con las armas a los sublevados, quizá por la
mala experiencia de los pasados sucesos del mes de mayo, y los débiles inten-
tos de resistencia de algunos oficiales de la Vitoria y la Numancia no fueron
suficientes ni comparables a los de sus compañeros de Cádiz.
El resultado de estas iniciales jornadas revolucionarias en Cartagena, y
aunque la falta de enfrentamientos armados propiciaría que no hubiera que
lamentar muerto alguno durante estos primeros días en ninguno de los dos
bandos, también permitiría que la escuadra, la denominada Fuerza Naval del
Mediterráneo, y el arsenal naval se incorporaran a la sublevación cantonal y
consolidaran su capacidad de resistencia, facilitando la supervivencia del
cantón murciano durante seis largos meses, entre el 14 de julio de 1873 y el
12 de enero de 1874. En el curso de este período, los cantonales realizarían
numerosas expediciones marítimas por toda la costa mediterránea, con apresa-
miento de buques, desembarcos con incautación de contribuciones y bienes
(Águilas, Torrevieja, Vera, Motril, etc.), bombardeos de ciudades importantes
(Almería y Alicante), combates navales (cabo de Aguas), conflictos con las
escuadras alemana y británica y accidentes con pérdidas de buques —vapor
de guerra Fernando el Católico y fragata protegida Tetuán— hasta la rendi-
ción de la ciudad de Cartagena el 12 de enero de 1874 tras un duro asedio
militar y bombardeo con artillería de sitio, cuyo corolario fue la huida a Orán
de los principales dirigentes cantonalistas a bordo de la fragata blindada
Numancia. En resumen, una aventura que finalmente costaría cerca de un
millar de muertos, la amenaza de una posible intervención militar de británi-
cos y alemanes, tres ciudades bombardeadas —Almería y Alicante, por los
cantonales, y Cartagena por el Ejército sitiador del genera López Domínguez,
cuyos resultados supondrían, en el caso de Cartagena, la destrucción total o
parcial de casi las dos terceras partes del total de sus edificios—, dos impor-
tantes unidades navales perdidas, y una grave crisis para el propio régimen
republicano, que terminaría costándole su misma supervivencia.
Por el contrario, en Cádiz las actitudes y los resultados fueron muy dife-
rentes, tanto en el caso de los mandos del Ejército como en el de los de la
Marina. Mientras que el gobernador civil de la provincia declinaba el poder en
el alcalde, cabecilla de la insurrección y presidente de la Junta Revoluciona-
ria, el gobernador militar se unía a la sublevación, junto con todos los efecti-
vas a su mando, y encabezaba las fuerzas militares del cantón. Los mandos de
la Marina, aislados inicialmente del foco de la sublevación, se negaron a unir-
se a los sublevados y, a pesar de las primeras dudas e incluso de las escasas
ganas de resistencia por parte de algunos de sus máximos responsables, inclui-
do el propio capitán general, decidieron rápidamente enfrentarse con las
armas a los sublevados, gracias a la decidida actitud de una buena parte de sus
mandos intermedios, liderados por el entonces capitán de fragata Pascual
Cervera Topete, el secretario del arsenal, Eduardo Montojo, el comandante de
Infantería de Marina Olegario Castellani y el comandante de la goleta
Concordia, teniente de navío Celestino Lahera.
El resultado fueron once días de enfrentamientos armados que produjeron
Desde que en julio de 1936 Hitler decidiera intervenir a favor de los alza-
dos en España, en lo que a la postre devendría en conflicto civil español, las
relaciones entre los Ejércitos de ambos países fueron a partir de entonces flui-
das y más que amistosas, llegando a convertirse en algo habitual entre 1936 y
1945 las visitas, comisiones e intercambios entre militares españoles y alema-
nes. La Armada no iba a ser menos que sus compañeros de los otros Ejércitos
y enviaría al país teutón numerosas comisiones de oficiales y suboficiales para
observar, analizar, aprender e intentar adquirir material militar y licencias de
fabricación con que ponerse al día en cuestión de armamentos. Alemania era
en 1939 la potencia militar más importante de Europa.
Los Rahmenverträge
Un año después de finalizada la guerra civil española, las tres ramas del
Ejército español firmaban con sus homólogos alemanes unos contratos marco
(R a h m e n v e rt r ä g e) de cooperación militar, contratos que se vieron afectados
por las negociaciones fallidas entre ambos países en torno a la no beligeran-
cia española y que tuvieron un seguimiento muy irregular, cayendo muy
pronto en el olvido y perdiendo su vigencia precisamente por la falta de
acuerdos finales en torno al espinoso asunto de la participación española en
la guerra.
La Marina española, en concreto, llegó a firmar su acuerdo con la
Kriegsmarine en junio de 1940, aunque los términos del mismo nunca llega-
rían a cumplirse. En la primavera de 1941, la necesidad de adquirir el mate-
rial solicitado el año anterior hizo que la Armada retomara las negociacio-
nes, que en esta ocasión llegaron a buen puerto. Y así, se firmó un contrato
para la cesión de licencias de fabricación de torpedos, así como algunas
adquisiciones más, importando el conjunto un montante de 1,7 millones de
Reichmarks, cifra realmente pequeña si la comparamos con los contratos
suscritos más tarde.
En septiembre de ese mismo año, a propuesta del ministro de Marina, el
Consejo de Ministros autorizaba mediante decreto reservado la construcción de
seis submarinos del tipo VII C alemán, con un gasto de 118.533.660 pesetas, a
repartir en cuatro anualidades. Se trataba del modelo más numeroso de los que
formaron el Arma Submarina alemana durante la segunda guerra mundial, y su
Proa de un submarino clase «G» en gradas (Cartagena, 1950). Este tipo de submarinos,
c o n t r atados con Alemania en 1951, jamás se llegarían a construir en España.
(Foto: E.N. Bazán, vía Juan Luis Coello Lillo.)
Los cañones de 8,8 cm L/45 eran del modelo empleado por los alemanes
en los submarinos, y su adquisición respondía al deseo del Estado Mayor de la
Armada de armar con ellos los futuros sumergibles tipo «G» —idénticos a los
(1) Los submarinos alemanes tipo «VII C» montaban un único cañón a proa. Los planes
del EMA pasaban, al principio, por la realización de 10 submarinos de esta clase, una primera
serie de seis unidades y cuatro más en una segunda, por lo que no resulta extraño que se deseara
adquirir una docena de piezas artilleras para así disponer de una reserva.
(2) Hay que constatar que, además de estos 26 montajes dobles semiautomáticos adquiri-
dos en 1942, en el seno del Programa Bär también se adquirieron varios montajes de esta
misma clase y modelo.
cuatro equipos por lancha, los tres «reglamentarios» y uno de respeto para
cada una. Al final, la Marina sólo recibiría 27 motores, lo que hizo imposible
la construcción de las 10 unidades inicialmente previstas, que quedaron redu-
cidas únicamente a seis torpederas. Los 13 motores restantes nunca llegarían a
España porque cuando estuvieron disponibles para su transporte ya no era
posible cruzar Francia en tren. El OKM ofreció a la Marina española la posi-
bilidad de obtener la devolución de lo pagado por anticipado (3), pero el EMA
dio orden de transferir el exceso pagado por los motores no suministrados —
un total de 1.458.104,03 RM— a la casa Rheinmetall, con la que quedaba
pendiente parte de la deuda contraída por la adquisición de cañones y paten-
tes.
Las 459 minas que figuraban en
contrato eran del tipo EMD, un mode-
lo de contacto y de anclaje por escan-
dallo, fabricado en Alemania desde
1924, cuyo proceso de producción ya
había finalizado y del que este país
tenía excedentes. Por la documenta-
ción del agregado naval en Berlín que
hemos manejado para realizar este
estudio, nos consta que hubo otro
contrato —desconocemos su fecha—
por el que se adquirieron 495 minas
holandesas (sin duda, procedentes de
botín de guerra) del modelo Vickers
H-2 —análogo al EMD— y que se
o rganizó cierto conflicto con los
alemanes, quienes querían cobrar el
material de respeto enviado junto a las
minas, no habiendo sido éste contem-
plado en contrato y habiendo asegura-
do al agregado naval que dicho mate-
rial no se cobraría por ningún
concepto. Entre estos respetos había Antiaéreo cuádruple de 2 cm, denominado en
muchos kilómetros de cables de orin- su país de origen «Flakvierling». La foto fue
que, que en aquella época eran muy tomada en el crucero G a l i c i a en los años
necesarios para la Marina. Es posible cincuenta. (Foto: José A. Fernández, vía A.
Mortera.)
que estas últimas minas procedieran
de un Rahmenverträge anterior.
Las licencias de fabricación de material para la Armada comprendían, por
un lado, cañones antiaéreos automáticos sencillos de 3,7 cm con sus cureñas,
plataformas y municiones, y por otro, lanchas rápidas y minas.
(3) Telegrama n.º 755 remitido por el agregado naval en Berlín al EMA, con fecha 9 de
octubre de 1944. Archivo J.R. Soler.
(4) GARCÍA P ARREÑO, Jorge: Las armas navales españolas. E.N. Bazán, edición no
comercial, Madrid, 1982.
Los cañones de 3,7 cm L/85 R.B. Bazán de la batería de salvas del arsenal de Ferrol. Con más
de sesenta años, estos veteranos siguen disparando diariamente —sin fines bélicos—
al orto y al ocaso. (Foto: autor.)
Los seis cañones antiaéreos de 10,5 cm, en montaje doble y con estabiliza-
ción en los tres ejes, iban a servir para como modelo para la fabricación por la
industria española de la artillería principal de los cañoneros tipo Pizarro, y de
los destructores «Oquendo». El agregado naval en Berlín, capitán de fragata
Espinosa, decía en su informe reservado de 22 de enero de 1943:
«... 10,5 para cañoneros. Este asunto está aún un poco turbio. El general
Rocha cuando estuvo en Berlín pidió autorización al Ministerio para el sumi-
nistro de estos cañones y el Almirantazgo alemán deseaba se resolviese cuanto
antes qué dirección de tiro habían de llevar. La comisión del capitán de corbe-
ta D. Mario Romero habló con la casa Rheinmetall y con la Hazemeyer sobre
estas direcciones de tiro (...) La comisión del capitán de navío Antón que ha
venido a Berlín formando parte de la Comisión general de adquisición de
material de guerra trae entre sus peticiones direcciones de tiro para estos caño-
nes. Respetuosamente comunico a V.E. que no he visto una gran seguridad
técnica en cuanto a la posibilidad de que los cañoneros proyectados resistan la
artillería antiaérea de 10,5 que se le desea montar ni si técnicamente será posi-
ble que unos barcos tan pequeños lleven cañones pareados y estabilizados de
este calibre. Procuraré en reuniones con los técnicos del Ministerio de Marina
alemán aclarar esta posibilidad...»
Operación «Isabella»
(6) Estos cañones eran modelos ya anticuados en Alemania, que los había utilizado duran-
te la primera guerra mundial.
(7) La 1.ª, 2.ª y 3.ª piezas tenían los números de fábrica 1.380, 1.151 y 1.382, respectiva-
mente.
(8) La 1.ª, 2.ª y 3.ª piezas tenían los números de fábrica 137, 41 y 104, respectivamente.
(9) La 1.ª, 2.ª y 3.ª piezas tenían los números de fábrica 174, 145 y 43. La pieza 174 había
realizado 130 disparos, según se desprendía de su libreta de filiación original, desde su puesta
en servicio en la Marina alemana hasta su entrega en España. Aquí sólo realizó 67.
(10) Nos ha sido imposible hallar los números de fabricación de estas tres piezas.
Fuentes y bibliografía
(15) Un millón de pesetas más que cuando se recibió la factura el año anterior.
aunque nacida por expreso deseo de Carlos III nunca se hubiera podido llevar
a cabo de no estar ya firmemente cimentada en la Isla la herramienta naval.
Navarro es, por tanto, un realizador pero también un premonitor.
Sin prisa, pero sin pausa, la presencia naval en la Isla se afirma a dimen-
siona. Viene también desde Cádiz la Real Compañía de Guardias Marinas, a la
que tan vinculado estuvo Navarro desde sus tiempos mozos, y que sienta sus
reales en el Colegio de Sacramento. Viene también el Real Observatorio de
Marina, privilegiadamente emplazado en los terrenos de Torrealta, admiración
de propios y extraños y donde habrá de destacar la aportación de sus primeros
directores, Tofiño, Virmecati, Ortiz de Canales, que llenan la Isla de un conte-
nido científico que le da rango y prestancia. Pero el espaldarazo más notorio,
la razón más conveniente de esa vinculación, es la creación de la población
militar de San Carlos, tan espléndidamente estudiada por el notable historia-
dor isleño Juan Torrejón. La voluntad de Carlos III era firme. La nueva pobla-
ción de San Carlos quedaría insertada en el amplio programa urbanístico de la
España ilustrada, destacando su pertenencia al subconjunto formado por las
poblaciones de carácter militar naval y dotando así a la Isla de una especial
fisonomía castrense.
Las primeras disposiciones para el comienzo de las obras se dictaron en
1775 y 1777; pero, a pesar de ellas, transcurrieron algunos años sin que los
deseos del monarca se viesen satisfechos, no pasando de simples prolegóme-
nos, como el desmonte de los terrenos que se iban adquiriendo. Pero ello no
mermaba la voluntad del rey, quien volvió a reiterar su pronta realización en
un real decreto de 11 de febrero de 1785, con la cláusula imperativa de que
tendrían que someterse a su examen los presupuestos, planos, perfiles y
memoria que habrían de redactarse, entre los cuales se incluirían los de un
cuartel y un hospital, sin olvidar los relativos a una iglesia.
Comenzaba así la cuenta atrás para la creación de esta ingente obra —el
más ambicioso de los proyectos carolinos— que si pasó por no pocas dificul-
tades, bastante de ellas devenidas de la coyuntura política y la falta de recur-
sos, hoy se abre esplendorosa a los ojos del mundo, con el emotivo remate del
Panteón de Marinos Ilustres, templo para la devoción y el recuerdo donde los
héroes y sabios allí sepultados esperan el día de la resurrección aposentados
en suelo isleño.
Es evidente que la Isla y la Marina se sienten fuertemente enlazadas en las
intactas lealtades que tanto han significado en su constante histórica, con tanta
andadura compartida, con tanto camino juntas. Hoy los tiempos nos exigen
nuevos planteamientos, nuevas estrategias, pero el espíritu de unión vive y
alienta. Ya no está esa Real Compañía de Guardias Marinas, savia y vivero de
brillantes oficiales de peluca y espadín de la Marina ilustrada. Más tarde rena-
cería en La Carraca como Real Colegio Militar, para pasar en 1845 a un edifi-
cio de la población de San Carlos que un rey al que tanto debe la Isla había
entronizado con notable acierto. Los aires revolucionarios de 1868 impusieron
el cierre del Colegio Naval Militar, y fue un marino de afinidades gaditanas,
Juan Bautista Topete, quien la restableció en 1871 como Escuela Flotante a
Institución .............................................................................................................
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Dirección postal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Fax ....................................................................
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Dirección de intercambio:
El Rey
Libros. En español
En francés
En inglés
gráfico del Museo Naval», en BIP, diciembre de 2005, pp. 49-52, 4 fotos en
color.
En francés
En inglés
LYNN, J. A.:«Does Napoleón Really Have Much to Tech Us», pp. 599-608.
RAMOINO, P. P (CA).: «Lews conecuences de la bataille de Trafalgar sur la
vision stratégique italienne, les idées de Giulio Rocco», pp. 619-628.
HERRERO FERNÁNDEZ-QUEDADA, M. D.: «Adquisición de carronadas para
la Armada española a finales del siglo XVIII».
GARCÍA HERNÁN, E.: «Poder terrestre y poder naval en la época de la bata-
lla de Trafalgar».
Día 23 de mayo:
Día 24 de mayo:
Día 25 de mayo:
http://www.fomar.org.
Corr. electr.: fomar@fomar.jazztel.es
Este curso incluye una práctica de carácter optativo, titulada «El maquetis-
mo naval y los bajeles del comercio» para los alumnos matriculados en la
modalidad B, impartida por Enric Juhé Corbalán, profesor la Escuela de
Maquetismo Naval de Masnou. Estaba dedicada al conocimiento de cómo
eran los bajeles comerciales desde la antigüedad hasta nuestros días.
Para más información contactar con
Universidad de Barcelona.
Teléf.: 93 403 58 80. Fax: 93 403 57 26.
Internet: http://www.ub.edu/juliols
Miércoles 4.
Jueves 5.
Viernes 6.
Sábado 7.
J.A.O.
M.M.C.
En 1996 se publicó la primera edición del primer tomo del Catálogo guía
del Museo Naval de Madrid, redactado por el entonces director del organis-
mo, el contralmirante González-Aller Hierro una de las plumas más brillantes
y prestigiosas de la Armada y que de inmediato obtuvo el éxito de difusión y
crítica que cabía esperar por tan notable como documentada obra.
Diez años más tarde aparece la segunda edición de este primer tomo de la
que puede decirse con toda justicia «notablemente corregida y aumentada»,
pues su autor, en un admirable esfuerzo de investigación y acoplamiento, ha
logrado una ajustada conjunción temática tan rica en valores como en matices,
que bien puede calificarse de perfecta.
De las 254 páginas de la primera edición a las 696 de la segunda, va un
largo trecho en que las ampliaciones de antiguas voces, con la incorporación
de nuevas aportaciones y juicios analíticos, forman un ensamblado conjunto
logrado desde una paciente dedicación y a través de un seguimiento directo de
las obras de reforma o instalación de nuevas salas, con una más amplia y deta-
llada explicación de cuadros, maquetas, armas, instrumentos náuticos, trofeos,
etc. No es que el Museo se haya ensanchado de «motu propio», es que ha
enriquecido su catalogación con esta nueva edición del Catálogo.
Las dos ediciones siguen idéntico recorrido por las diferentes salas
contempladas y que se completan con las de referencia en los tomos II y III de
la obra, pero la riqueza argumental se incrementa no solo en las ampliaciones
biográficas y determinados pasajes de la historia naval trazados con auténtica
solvencia, sino en las nuevas aportaciones recibidas en el período de 1966 a
2007, y que sorprenden no solo por su originalidad, sino por los conceptos
que engloban y definen esta nueva dimensión histórica.
Si en un momento la primera edición del Catálogo-guía cumplió el objeti-
vo propuesto, esta segunda entrega tan acertadamente reforzada testimonial-
mente y visualmente alcanza las mayores cotas de proyección, siendo un vivo
exponente de que el patrimonio naval en cualquiera de sus facetas puestas de
relieve a través de la historia, el arte y la ciencia integra una ambivalencia
expresiva dificilmente superable.
MAHAN, Alfred T.: Influencia del poder naval en la historia. Estudio crítico de
Gonzalo Parente Rodríguez. Ministerio de Defensa, Madrid, 2007, 580 pá-
ginas.
J. C. P.
2007
REVISTA
DE
HISTORIA NAVAL
Núm.
98