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La Guardia de Asalto

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LA CRISIS CONSTITUCIONAL DESDE UNA PERSPECTIVA REPUBLICANA

La guardia de asalto. Policía de la República

Alejandro Vargas González


Historiador

La Guardia de Asalto nació con la Segunda República. Una de las


primeras preocupaciones del Gobierno Provisional fue la creación de una
fuerza de orden público que se identificara plenamente con la defensa del
nuevo régimen. La idea fue del ministro de la Gobernación, Miguel Maura,
quien decidió completar el Cuerpo de Seguridad con unas secciones llamadas
de Vanguardia y Asalto. El encargado de llevar adelante el proyecto fue el
director general de Seguridad, Ángel Galarza.

Sin embargo, la idea no era nueva. Unos meses antes el general Mola,
último director general de Seguridad de la monarquía, había creado una
Sección de Gimnasia con guardias escogidos con el fin de formar un cuerpo
represivo de elite que evitara la utilización del Ejército para sofocar los
desórdenes públicos. Sin duda, Maura y Galarza se encontraron con este
proyecto al ocupar sus cargos en el ministerio, y decidieron hacerlo suyo, si
bien con algunas modificaciones. Así lo explica el propio Maura en sus
memorias:

“Lo ocurrido los días 11 y 12 de mayo – la quema de conventos en Madrid- me


había confirmado el temor de la imposibilidad de hacer frente a los conflictos
de orden público en las ciudades con la Guardia Civil, como único
instrumento. Ni su armamento – el tradicional fusil mauser, de largo alcance y
de manejo lento- ni el uniforme del Cuerpo, ni su rígida disciplina, podían
adaptarse a las luchas callejeras y a la labor preventiva en las ciudades. Cada
vez que intervenían era inevitable que el número de bajas fuese elevado, dado
su armamento y obligado modo de proceder (...). Tan pronto como Ángel
Galarza estuvo al tanto de su misión en la Dirección General de Seguridad,

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planeamos juntos la creación del nuevo Cuerpo de policía armada, al que


desde el principio acordamos dar el nombre de Guardia de Asalto. Galarza se
puso en contacto con el coronel Muñoz Grandes, hombre capaz y organizador
excepcional, y éste aceptó la misión de ser el creador del cuerpo que
proyectábamos (...) En menos de tres meses creó de la nada un cuerpo perfecto
de tropa entrenada, uniformada, seleccionada y disciplinada en forma
impecable. Fue un verdadero milagro la rapidez y la perfección con que fue
creada la Guardia de Asalto. El reglamento del cuerpo era
extraordinariamente rígido, no sólo en cuanto a disciplina, sino también en
cuanto a las condiciones requeridas para el ingreso en él. Se exigía la estatura
mínima de un metro ochenta centímetros, una constitución física
verdaderamente excepcional. Su entrenamiento era intensivo, y pasaban horas
y horas en el gimnasio del Cuerpo (...)

Ello dio por resultado que, habiendo sido iniciada la labor de la creación del
cuerpo a fines del mes de mayo, pocos días antes de abandonar yo el
Ministerio, es decir, el 14 de octubre, el ministro contaba con un cuerpo de
Guardias de Asalto de ochocientos hombres formidablemente entrenados y
preparados para la acción, armados con porras y pistolas como armamento
normal, y dotado de un material móvil que permitía a sus secciones estar
presentes, a los pocos momentos, en el lugar preciso (...)

Constituyó dicho Cuerpo un elemento básico del orden para los ministros que
me sucedieron en el cargo, y quedó la Guardia Civil descargada de la misión
de enfrentarse en las calles de las grandes aglomeraciones con las turbas o
con grupos de revoltosos, concentrando su acción eficacísima en los pueblos y
en el campo, que es la propia del Instituto”. (1)

(1) MAURA, M. Así cayó Alfonso XIII. pp. 274-275.

La nueva policía fue creada por ley de 30 de enero de 1932, siendo su misión principal y casi
única el mantenimiento del orden público, función en la que la Guardia de Asalto debía comportarse,
como indicaba Maura, de modo muy diferente a como lo venían haciendo la Guardia Civil o el
Ejército. El Reglamento, publicado el 10 de mayo de 1932, hacía hincapié en la necesidad de preparar
a los hombres para disolver con éxito cualquier grupo numeroso y restablecer el orden que se hubiese
alterado utilizando métodos incruentos pero convincentes.

Así pues, se trataba de crear una policía moderna y eficaz a imitación de

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sus homónimas de otros países de Europa. Sus unidades se concentrarían en los


núcleos urbanos, constituyendo un cuerpo de élite que actuaría con rapidez y
contundencia, comprometiéndose a mantener el orden público evitando el
derramamiento de sangre, lo que no siempre fue posible.

La Guardia de Asalto dependía del Ministerio de Gobernación y no era un


organismo autónomo. Constituía una sección dentro del Cuerpo de Seguridad o
Policía Gubernativa. Su mando se confiaba a un coronel o teniente coronel del
Ejército, con el cargo de Inspector General. El nuevo Cuerpo contaba con 50
compañías distribuidas en 16 grupos, cuyas sedes eran: Madrid (1º,2º y 3º),
Bilbao (4º), Sevilla (5º), Valencia (6º), Zaragoza (7º), La Coruña (8º), Málaga
(9º), Oviedo (10º), Badajoz (11º), Valladolid (12º), Murcia (13º) y Barcelona
(14º, 15º y 16º).

La unidad básica en el organigrama era la escuadra, formada por un cabo


y cinco guardias. Tres escuadras formaban un pelotón bajo el mando de un
sargento. Le seguía la sección, que mandada por un teniente agrupaba a tres
pelotones. Finalmente, tres secciones constituían una compañía, a cuyo frente
se encontraba un capitán.

Todos los oficiales eran militares profesionales, procediendo muchos de la


Legión y de los Regulares, lo que pronto dio a las unidades de Asalto un
marcado carácter castrense que terminó por asemejarlas a la Guardia Civil.

Los sucesivos gobiernos republicanos no escatimaron gastos a la hora de


dotar al Cuerpo de efectivos y material. En abril de 1932 se autorizó una
plantilla de un coronel, dos tenientes coroneles, 12 comandantes, 57 capitanes,
177 tenientes, 302 suboficiales y sargentos, y 3.896 cabos y guardias. Cifra,
esta última, que se incrementaría en 2.500 hombres en septiembre de ese
mismo año.

El armamento fue especialmente cuidado. La tropa fue dotada de


carabinas, modelo mauser 1893, y una pistola astra-m-900 calibre 7,63 mm.
Completaban las armas de fuego diversas dotaciones de ametralladoras pesadas
y ligeras, morteros, granadas de mano y gases lacrimógenos. No obstante, el
arma que pronto distinguió a la Guardia de Asalto fue la utilización de una

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matraca o porra de cuero de 80 cm de longitud, que sustituyó al sable, que


tantos heridos y muertos causaba en las manifestaciones y tumultos callejeros.
Su éxito fue rotundo, y en poco tiempo fue adoptado por todo el Cuerpo de
Seguridad.

En julio de 1936, en vísperas de la rebelión militar, la plantilla del Cuerpo


de Seguridad y Asalto estaba compuesta por 17.660 efectivos, de los que
16.667 eran cabos y guardias, 543 suboficiales y sargentos, 428 oficiales, 18
comandantes y tres tenientes coroneles. Unos 8.000 hombres pertenecían a la
sección de Seguridad, siendo el resto guardias de Asalto.

A su mando se encontraba, aunque de forma interina, el teniente coronel


Sánchez Plaza. Muñoz Grandes había abandonado el Cuerpo meses atrás. El
hombre que tan eficazmente había organizado las fuerzas de Asalto se negó a
dirigirlas bajo el gobierno del Frente Popular. Militar de filiación africanista e
ideas conservadoras, Muñoz Grandes se sublevó el 18 de julio. Durante la II
Guerra Mundial mandó la unidad conocida como División Azul, que combatió
en el frente ruso, y llegó a alcanzar el grado de capitán general.

La sublevación militar se encontró con la oposición de la Guardia de


Asalto en casi todo el país. Y es que en los meses inmediatamente anteriores a
la guerra sus cuadros de mando se vieron profundamente alterados por el
gobierno. En especial los correspondientes a las unidades que guarnecían las
ciudades más importantes (sólo Madrid y Barcelona concentraban la mitad del
total de efectivos). Con esta medida el gobierno se aseguró la lealtad de las
fuerzas del Cuerpo en una proporción superior a la Guardia Civil y los
Carabineros.

Zaragoza fue la única gran ciudad donde las unidades de Asalto, al mando
del comandante Manuel Marzo, se sumaron en bloque a la sublevación, lo que
facilitó en gran medida las cosas al general Cabanellas, que ya contaba con la
adhesión de la Guardia Civil. Y lo mismo hicieron diversos destacamentos de
otras dos ciudades que tenían un importante contingente de efectivos: Oviedo y
Valladolid. En la capital asturiana el coronel Aranda entregó el mando de los
de Asalto al comandante Gerardo Caballero, que se encontraba en situación de
disponible. Caballero, en un audaz golpe de mano, consiguió que la mayoría de

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los guardias le siguieran. No obstante, el comandante de la plaza, Alfonso Ros,


y diversos oficiales, se negaron a sublevarse.

Por su parte, en Valladolid, la rebelión militar fue iniciada por diversos


oficiales de Asalto que se negaron a obedecer la orden de trasladar sus tropas a
Madrid con el fin de reforzar los efectivos de la capital. Al frente del grupo de
Asalto se encontraba el comandante Nicanor Martínez, que fue reducido por
sus hombres. No obstante, parte de la tropa, al mando del capitán Cuevas, salió
en dirección a Madrid.

Caso singular fue el de Murcia, sede del 13º grupo de Asalto. Había en la
ciudad dos compañías al mando del capitán Ricardo Balaca, que intentó
sublevarse. Al no encontrar apoyos ni en el Ejército ni en la Benemérita, se vio
pronto obligado a rendirse, tras lo que fue fusilado.

En algunas de las ciudades donde triunfó el Alzamiento, la Guardia de


Asalto se opuso con decisión. Dos casos destacaron: La Coruña, donde los
guardias resistieron dos días en el edificio del Gobierno Civil; y Sevilla. En
esta ciudad, y al mando del comandante Loureiro, tres compañías apoyadas por
tres blindados resistieron durante horas, hasta que fueron reducidas por la
Guardia Civil, leal a Queipo de Llano. En Córdoba y Cádiz diversas unidades
opusieron resistencia, pero fueron derrotadas por tropas llegadas de África.

En conjunto, más del 70 por ciento de los efectivos del Cuerpo se mantuvo
fiel al Gobierno. En Madrid, donde el Cuerpo de Seguridad contaba con una
guarnición de 4.000 hombres, la lealtad fue absoluta. Concentraba la capital los
grupos de Asalto 1º, 2º y 3º, tres escuadrones de caballería, tres compañías de
especialidades y once compañías urbanas. Muchas de estas fuerzas estaban
motorizadas y contaban con blindados y compañías de ametralladoras. Los
grupos de Asalto estaban mandados por los comandantes Pérez Martínez,
Sánchez de la Parra y Burillo, todos ellos afectos al Frente Popular. Además, el
mismo 18 de julio el Ministerio de la Gobernación ordenó que se concentrasen
en la capital las compañías de Valladolid, Salamanca, Segovia, Avila, Logroño,
Guadalajara, Toledo y Ciudad Real. Con ello se aseguró la derrota de la
rebelión en Madrid, pero facilitó su triunfo en las ciudades castellanas, que
quedaron sin unidades de Asalto.

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También era muy numerosa, cerca de 2.000 efectivos, la guarnición de


Barcelona, que además fue reforzada con unidades procedentes de otras
poblaciones catalanas. Bajo la dependencia de la Comisaría General de Orden
Público se encontraban los grupos de Asalto 14º (comandante Alberto
Arrando), 15º (comandante Madroñero), y 16º (comandante Gómez García).
Estas fuerzas se completaban con tres escuadrones de caballería, nueve
compañías urbanas y tres de especialidades. Su oficialidad fue profundamente
remozada los meses previos a la guerra, pues el Gobierno desconfiaba de
numerosos jefes y oficiales.

El capitán Federico Escofet, como comisario de Orden Público de la


Generalitat, confió plenamente en la Guardia de Asalto para detener a las
tropas sublevadas en determinados puntos de la ciudad. Los de Asalto actuaron
con lealtad y eficacia. No obstante, hasta la intervención del 19 Tercio de la
Guardia Civil, al mando del coronel Escobar, la balanza no se decantó del lado
del Gobierno.

En las restantes ciudades sedes de grupos de Asalto se mantuvo sin serios


problemas la obediencia al Gobierno. En Valencia y Málaga los guardias
sitiaron los cuarteles del Ejército, donde una oficialidad desconcertada dudó
durante días entre la fidelidad y la rebelión, hasta que fueron vencidos. En
Bilbao y Badajoz, donde se hallaban importantes efectivos, los guardias se
mantuvieron en su puesto.

La Guardia de Asalto fue oficialmente disuelta por Decreto de 27 de


diciembre de 1936, pasando sus hombres a formar parte del llamado Cuerpo de
Seguridad. No obstante, popularmente se les siguió conociendo con el nombre
de siempre hasta el final de la guerra.

La confianza del Gobierno en el Cuerpo era absoluta, lo que propició que


a lo largo de la contienda se reclutaran nuevos hombres, llegándose a alcanzar
la cifra de 40.000. Fueron utilizados en ocasiones como tropas de choque y
especialmente como policía militar, tanto en el frente como en la retaguardia.
Su arrogancia y excelente armamento sorprendió al escritor británico George
Orwell durante los hechos de mayo de 1937 en Barcelona, de los que fue
testigo privilegiado:

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“Eran unas tropas magníficas, con mucha diferencia las mejores que yo
había visto en España (...) Yo estaba acostumbrado a las andrajosas y mal
armadas milicias del frente de Aragón, y no sabía que la República poseyera
tropas como aquellas. No sólo eran hombres de unas condiciones físicas
excepcionales, sino que lo que más me asombraba eran sus armas. Todos ellos
iban armados con flamantes fusiles de un modelo que llaman “el fusil ruso”.
Tuve ocasión de examinar uno. Estaba lejos de ser un fusil perfecto, pero era
incomparablemente superior a aquellos atroces y viejos trabucos que teníamos
en el frente. Los guardias de asalto tenían un fusil ametrallador por cada diez
hombres y una pistola automática cada uno; en el frente teníamos
aproximadamente una ametralladora por cada cincuenta hombres, y en cuanta
a pistolas y revólveres sólo era posible obtenerlos ilegalmente. En realidad,
aunque no había reparado en ello hasta entonces, lo mismo ocurría en todas
partes. Los guardias civiles y los carabineros, cuya misión no tenía nada que
ver con la lucha en el frente, iban mejor armados y equipados que nosotros.
Sospecho que esto ocurre en todas las guerras, que siempre se da el mismo
contraste entre la mimada policía de la retaguardia y los andrajosos soldados
de las trincheras. En general, los guardias se asalto, al cabo de uno o dos días,
se llevaron muy bien con la población (...) no tardaron en deponer su aire de
conquistadores y las relaciones se hicieron más cordiales” (2).

La ácida crítica de Orwell no carecía de fundamento. El mismo jefe del


Estado Mayor del Ejército republicano, el general Vicente Rojo, se mostró muy
crítico en varios informes sobre la escasa efectividad en combate de las
unidades formadas por guardias de asalto y por carabineros. Años más tarde
volvería a recordar este hecho en un conocido libro de memorias.

Las críticas no deben sorprendernos, pues hemos de recordar que las


tropas de asalto no fueron concebidas como fuerzas de choque sino como
policía de retaguardia; lo que motivó, sin duda, que numerosos emboscados se
alistaran como guardias con el fin de eludir el servicio activo en el frente.
Cuando éste se produjo, ya al final de la guerra, la baja moral de estos hombres
tuvo desastrosos efectos.

Por su parte, y a diferencia de los gobiernos republicanos, Franco no


realizó el menor cambio organizativo mientras duró la contienda. Finalizada
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ésta, el dictador procedió a una reestructuración de las fuerzas de orden


público, lo que se plasmó en la Ley de Policía de 8 de marzo de 1941. Esta Ley
ponía fin de forma definitiva al Cuerpo de Seguridad y de Asalto, que fue
sustituido por una nueva unidad policial: la Policía Armada, los grises del
franquismo, diseñada para actuar en el medio urbano.

(2) ORWELL, G. Homenaje a Cataluña. Pp. 146-147.

Referencias bibliográfic as

- ALPERT, Michael. El Ejército Republicano en la Guerra Civil. Madrid,


1989.

- ESCOFET, Frederic. Al servei de Catalunya i de la República. París, 1973.

- MAURA, Miguel. Así cayó Alfonso XIII. Barcelona, 1966.

- MUÑOZ, Roberto. Fuerzas y Cuerpos de Seguridad en España (1900-1945).


Madrid, 2000.

- ORWELL, George. Homenaje a Cataluña. Barcelona, 1985.

- ROJO, Vicente. ¡Alerta los pueblos!. Barcelona, 1975.

- SALAS LARRAZÁBAL, Ramón. Historia del Ejército Popular de la


República . Madrid, 1973.

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