La Guerra Del Paraguay y Las Mo - Jose Maria Rosa
La Guerra Del Paraguay y Las Mo - Jose Maria Rosa
La Guerra Del Paraguay y Las Mo - Jose Maria Rosa
Su Excelencia el general D. Jos de San Martn me honr con la siguiente manda: La espada que
me acompa en toda la guerra de la Independencia ser entregada al general Rosas por la firmeza y
sabidura con que ha sostenido los derechos de la Patria. Y yo, Juan Manuel de Rosas, a su ejemplo,
dispongo que mi albacea entregue a S.E. el seor Mariscal Presidente de la Repblica paraguaya y
generalsimo de sus ejrcitos la espada diplomtica y militar que me acompa durante me fue posible
sostener esos derechos, por la firmeza y sabidura con que ha sostenido y sigue sosteniendo los
derechos de su Patria
(Archivo General de la Nacin. Buenos Aires. Correspondencia Rosas-Roxas y Patrn, vol. 1867-
1870).
PROLOGO A LA PRIMERA EDICIN
La verdadera historia de
la guerra del Paraguay
La guerra del Paraguay fue un eplogo. El final de un drama cuyo primer acto
est en Caseros el ao 1852, el segundo en Cepeda el 59 con sus ribetes de
comedia por el pacto de San Jos de Flores el 11 de noviembre de ese ao, el
tercero en Pavn en 1861 y las expediciones punitivas al interior, el cuarto
en la invasin brasilea y mitrista del Estado Oriental con la epopeya de la
heroica Paysand, y el quinto y desenlace en la larga agona de Paraguay
entre 1865 y 1870 y la guerra de montoneras en la Argentina de 1866 al 68.
El ocaso de la nacionalidad podra llamarse, con reminiscencias
wagnerianas, a esa tragedia de veinte aos que descuaj la Amrica espaola
y le quit la posibilidad de integrarse en una nacin; por lo menos durante un
largo siglo que an no hemos transcurrido. Fue la ltima tentativa de una
gran causa empezada por Artigas en las horas iniciales de la Revolucin,
continuada por San Martn y Bolvar al cristalizarse la independencia,
restaurada por la habilidad y frrea energa de Rosas en los aos del sistema
americano, y que tendra en Francisco Solano Lpez su adalid postrero.
Causa de la Federacin de los Pueblos Libres contra la oligarqua directorial,
de una masa nacionalista que busca su unidad y su razn de ser frente a
minoras extranjerizantes que ganaban con mantener a Amrica dbil y
dividida; de la propia determinacin oponindose a la injerencia fornea; de
la patria contra la antipatria, en fin, que la historiografa colonial que
padecemos deforma para que los pueblos hispanos no despierten del
impuesto letargo. Causa tan vieja como Amrica. Narrarla es escribir la
historia de nuestra tierra, es separar a los grandes americanos de las pequeas
figuras de las antologas escolares.
PROLOGO A LA PRESENTE EDICIN
Rosas y Brasil
Olinda forma el ministerio dos velhos (de los viejos), con antiguas
notabilidades jubiladas. El anciano ex Regente con sus 72 aos es casi el
benjamn de la tertulia de valetudinarios que gobernar Brasil en 1862. Sin
embargo cunta energa y habilidad despleg el gabinete dos velhos! En su
gestin qued trazada la poltica internacional del Imperio que habra de
llevar a la intervencin en el Uruguay y a la guerra del Paraguay.
Ocupa la cartera de negocios extranjeros el marqus de Abrantes reliquia
de los tiempos del Primer Imperio que no haba enfriado sus sueos de
reincorporar la Cisplatina borrando la derrota de Ituzaing. El desquite
alevoso y solapado de Caseros no le pareca suficiente. Sus antecedentes
mostraban un constante afn expansionista. Canciller de don Pedro I en 1830,
haba enviado a Francia y Espaa al marqus de Santo Amaro con
instrucciones de gestionar la formacin de una monarqua en la Argentina
que fuera mejor vecina del Imperio que la repblica turbulenta y
contagiosa de los caudillos federales. Descontaba que Francia y Brasil
apoyaran a los partidos del orden los unitarios en una guerra contra los
anarquistas federales, cobrando los franceses su precio con una influencia
decisiva en la Argentina, los espaoles en un prncipe de su casa reinando en
Buenos Aires, y Brasil con la reincorporacin de la Cisplatina.[5]
Fracas Abrantes: la revolucin de 1830 en Pars, la derrota de los
unitarios en Ciudadela, y finalmente la abdicacin de Pedro I impidieron el
cumplimiento de su ambicioso plan. Tambin la obstinada negativa de
Fernando VII a reconocer la independencia de la Amrica Espaola, aun con
prncipes de su casa en los tronos hispanoamericanos.
El vizconde se llam a silencio por muchos aos. Hasta 1844 en que el
canciller Ferreira Franca le encomienda una misin gratsima en Europa:
gestionar de Aberdeen y Guizot la participacin brasilea en la aventura
imperialista contra la Confederacin Argentina. Tambin fracasara, porque
Aberdeen no quiso emplear los caones de Inglaterra para un
engrandecimiento de Brasil.
Ahora, en 1862, volva por tercera vez a la actualidad. Lo alentaba en su
expansionismo la misma fe de 1830: tom a la Repblica Orienta su
deseada Cisplatina por meta de sus afanes. Como pronta medida trocara el
gobierno blanco de los orientales por un complaciente poder colorado.
Empez a acumular agravios para obligar a una intervencin militar
(prevista por los tratados de 1851). Reclam primero por la violacin de
derechos y bienes de los sbditos brasileos residentes en el Estado
Oriental;[6] en setiembre, suspendi en represalias las esculidas ventajas
orientales del tratado de comercio; el 25 de junio de 1861 envi al presidente
Berro una fuerte nota exigiendo inmediatas reparaciones por los repetidos
ultrajes.[7] Todo estuvo dispuesto para la intervencin militar y en
consecuencia se movilizaron las tropas sobre la lnea de frontera.
Vanamente Berro explicara que no haba tales ultrajes; la poblacin
brasilea en el Uruguay era muy numerosa, y los agravios eran delitos
comunes sometidos a la justicia de la Repblica. El gabinete dos velho
prepar a Brasil para una accin de envergadura que restablecera el prestigio
imperial en el Plata: Tefilo Ottoni en su exagerado humanitarismo clamaba
en la cmara por una inmediata intervencin en el Uruguay, gobernado por
hombres fuera de la especie humana.[8] Pimienta Bueno, en el Senado,
calificaba de tigres de Quinteros al correcto presidente Berro y a sus
ministros pacifistas.
Al tiempo de prepararse en Buenos Aires la expedicin de Venancio
Flores, cruzaran la frontera los regimientos brasileos. A fines de 1862 los
imperiales y sus auxiliares mitristas y colorados, tenan dispuesta la
eliminacin del partido blanco y del gobierno uruguayo.
Bernardo Berro lanz un grito de angustia por toda la Amrica espaola.
Le llegaron ecos de apoyo y simpata de los pases lejanos, mientras los
diarios de Buenos Aires del Buenos Aires mitrista repetan los clamores
humanitarios de Tefilo Ottoni y Pimenta Bueno, y el presidente Mitre
daba formales y mentidas seguridades de su neutralidad. Pero ms all del
Uruguay y del Paran, en la tierra guaran celosamente mantenida lejos de los
caones y patacones brasileos, el viejo Lpez aseguraba al ini-nistro oriental
Juan Jos de Herrera que los incorregibles anarquistas [los mitristas] y los
matacos siempre aleves y llenos de doblez[9] tendran que verse tambin con
el Paraguay si osaban avanzar sobre el Estado Oriental.
CAPTULO 3
MAUA
El banquero
Cada de Rosas
El Banco Mau y Ca
La guerra desdichada
Caseros signific el dominio brasileo en ambas mrgenes del Plata. Por los
tratados de 1851, impuestos al nuevo gobierno de Montevideo en mayo de
1852, la Repblica Oriental pas a ser poltica y financieramente un
protectorado imperial. La obra iniciada por Lecor en 1816, y resistida por
Artigas, los Treinta y Tres, Ituzaing, se realizaba con la cada de Rosas. Era
intil que la inmensa masa de la poblacin oriental rechazara esta
dependencia: ah estaban los tratados, los patacones, los buques de guerra y
las fuerzas de ocupacin para que la hegemona lusitana se cumpliera.
La Argentina, la pobre Argentina de Urquiza y Mitre los restos del
naufragio no poda oponerse al predominio brasileo sobre la tierra
hermana; Urquiza lo haba convenido antes de la cada de Rosas y sera intil
que despus de Caseros quisiera borrar con el codo sus escritos. Tena que
resignarse a su triste suerte de satlite, enjugndola con el pedido de
patacones a ttulo de aliado del emperador.[1] No era otro Rosas como lo
temi en su momento el Enviado del Emperador, Honorio Hermeto.[2]
Adems su situacin poltica no estaba consolidada en Buenos Aires y el
mismo Enviado Imperial se encargaba de moverle el piso. Lo haban
obligado a dar la garanta argentina exigida por Brasil a los tratados de 1851.
Con ella no solamente aceptaba el protectorado brasileo en el Estado
Oriental sino renunciaba en nombre de la Argentina a las Misiones
Orientales.[3]
El cisma entre Buenos Aires y las trece provincias restantes, prolongado
de 1852 a 1861, fue aprovechado por Brasil como por Inglaterra, Francia y
Estados Unidos para arrancar bocados a la soberana argentina. En 1853, por
los tratados de San Jos de Flores, Urquiza entreg los ros argentinos a la
navegacin de las tres ltimas potencias a cambio de ayudarle a escapar de
los porteos.[4] Al empezar ese ao, e iniciarse el sitio de Buenos Aires,
haban sido tropas de desembarco inglesas, francesas y brasileas de las
escuadras de estacin en el Plata quienes impidieron la entrada a la ciudad del
ejrcito federal de Hilario Lagos.[5]
La poltica de pndulo brasilea y europea mantena el clima para sacar
provecho de ambos enemigos. La equvoca situacin pona a su merced a los
dos gobiernos, necesitados de dinero para enfrentarse. Para conseguir
patacones en nmero suficiente, estaban dispuestos ambos a pagar el
precio en soberana.
En febrero de 1856 lleg a Paran el vizconde de Abaet (Limpo de
Abreu) ministro de Negocios Extranjeros en el gabinete de la conciliacin
presidido por Honorio Hermeto. Se debe su presencia a la difcil situacin de
Brasil con Paraguay, que estuvo en 1854 al borde de una guerra evitada por
haber cedido el Imperio en sus pretensiones.[6] Pero poda reanudarse y Brasil
necesitaba apoyo.
No se conocen los detalles de las negociaciones de Abaet con Urquiza,
porque los documentos de la Confederacin se extraviaron misteriosamente.
[7] Crcano afirma que se convino una alianza militar del Imperio y Urquiza,
Tanto en Buenos Aires como en el interior (ms aqu que all) la diplomacia
del patacn tuvo su fuerte y patritica rplica. No obstante el silencio oficial
sobre los tratados de Paranhos y habrselos votado en sesiones secretas algo
trascendi de ella; el periodista Carlos Bouquet denunci en El Imparcial de
Crdoba: El tratado de lmites nos despoja de 4500 leguas de nuestro
territorio; el de extradicin nos infama.[15] Por escrpulos de partido no
acusaba a Urquiza de la infamia sino al ministro Derqui, resignado chivo
emisario de las cosas pasadas y futuras del estanciero de San Jos. Sobre
todo la condicin de los esclavos braileos en territorio argentino, haca
bramar constitucionalmente al joven periodista: Se ha dispuesto en el art. 15
de la constitucin que los esclavos que de cualquier modo se introduzcan
queden libres por el solo hecho de pisar territorio de la Repblica, pero es
letra muerta para el emisario signatario de nuestro oprobio con Brasil. En la
Confederacin Argentina hay esclavos desde ahora, pese al nfasis
constitucional, y son aquellos habitantes de nuestro pas unidos por un
contrato servil con un propietario brasileo.[16]
Con poca habilidad el diario oficial Nacinal Argentino de Paran sali a
la defensa de los tratados: La propiedad de esclavos por sbditos brasileos
debe respetarse constitucionalmente porque es un acto constitucional el
respeto a la propiedad extranjera.[17]
Pero esa oposicin a la que deben agregarse los furibundos artculos de
Juan Carlos Gmez en Tribuna de Buenos Aires pidiendo una inmediata
guerra contra Brasil,[18] consigui algn resultado: la Cmara de Diputados
modific el tratado de lmites borrando las pretensiones brasileas. Eso no
era lo convenido con Paranhos, y ste se neg a canjearlo en esas
condiciones. Haba que aguardar mejores tiempos: El Imperio debi esperar
la liquidacin de la prxima guerra del Paraguay, que ya se diseaba, para
reanudar la campaa, dice Crcano.[19]
Don Carlos resisti las pretensiones brasileas: tena consigo las simpatas de
la gran masa de federales argentinos y blancos orientales, que se sentan
unidos indisolublemente a su destino; pero adverta los estragos que la
diplomacia del patacn consegua en los gobernantes. No le caba dudas a
Lpez desde 1853 que una guerra con Brasil era inevitable. Pero al can
imperial contestara el can guaran. Dnde formaran los hermanos de
raza y sangre? Ayudaran al Paraguay los gobernantes que por sus patacones
entregaban el territorio y la legislacin de su pas? Comprenderan esos
liberales de Buenos Aires que la libertad. no estaba en el dominio
extranjero?
El 14 de mayo de 1856, da de la fiesta nacional, Don Carlos dio su
habitual alocucin al cuerpo diplomtico. Bien duras y precisas fueron sus
palabras dirigidas al general Guido, representante de la Confederacin
Argentina, que antes haba tenido el honor de representar a Rosas en Ro de
Janeiro:
El mes de mayo es el mes de Amrica, pues en l se hizo la revolucin
de la emancipacin. Ningn resultado ha conseguido la Confederacin
Argentina porque ha perdido su nacionalidad y patriotismo. Los hombres que
la gobiernan slo cuidan de s y nada de la Patria. Tambin en El Nacional
de Buenos Aires se escribe mucho de libertad, pero ella slo se goza en el
Paraguay[20] dijo Lpez. Grande y lamentable verdad: la Confederacin
Argentina haba perdido su nacionalidad y patriotismo de los tiempos de
Rosas. Es cierto que don Juan Manuel no haba reconocido la independencia
de Paraguay, pero tampoco lo atac ni haba permitido que el extranjero
navegara el Paran o cruzara las Misiones para hacerlo. Desde la cada de
Rosas corresponda al Paraguay impermeable a los patacones de Paranhos
o a los caones de la escuadra de Ferreira de Oliveira, como lo fue tambin
Rosas a los francos de Martigny y a los caones de Obligado la defensa de
sus pobres hermanos de raza.
Era buena oportunidad ese mes de mayo para recordar a Rosas, el
magnfico defensor de las soberanas australes. Y rectificando cosas
anteriores, don Carlos orden a su peridico El Semanario historiar los
atropellos contra el Plata desde 1838, calificando a Rosas, su gran enemigo
de antes, de ponderado defensor de la independencia americana[21].
CAPTULO 5
Brasil y Paraguay
Independencia o Muerte!
Miente usted!
Una guerra entre Brasil y Paraguay era en 1857 una aventura para el Imperio.
Paraguay tendra el apoyo de los estados sudamericanos (menos Buenos
Aires), y su resultado poda significar la prdida de las ventajas adquiridas en
Casaros.
No haba duda sobre la simpata paraguayista de federales argentinos y
blancos orientales que no se equilibraba con la posicin contraria de liberales
y colorados. En 1857 los federales y los blancos eran dueos de la
Confederacin Argentina y del Estado Oriental. Es cierto que se encontraban
atados al Imperio por los compromisos surgidos de Caseros, pero de alguna
manera poda contarse con ellos para llevarlos a guerrear contra los
paraguayos. El Imperio tendra que realizar un esfuerzo que tal vez no poda
cumplir.
A eso debise que el ministro de Negocios Extranjeros, Jos M. de Silva
Paranhos, dejase la cartera y emprendiera el viaje al Plata en misin especial
ante los gobiernos de Paran y Asuncin. Si consegua vencer y era
consumado diplomtico la guerra se postergara para mejor ocasin. Por
las dudas, procurara la alianza o la benevolencia de Urquiza para quien
llevaba los patacones necesarios[11].
En captulo anterior vimos el resultado de la diplomacia del patacn
hbilmente empleada por Paranhos en Paran; no solamente consigui el
permiso rigurosamente secreto de transitar a travs de territorio
argentino para llevar un ejrcito contra Paraguay, sino que sac ventajas
comerciales, fluviales y de lmites. El patacn daba para todo.
Despus de cumplir su cometido con Urquiza march a Asuncin en
enero de 1858. Lo recibieron con toque de clarines y mientras cruzaba su
buque hubo maniobras de guerra en Humait: No me dej impresionar
comunic a su gobierno, me conduje con prudencia pero con firmeza.[12]
El futuro vizconde de Ri Branco era el diplomtico ms fino que tuvo
Brasil; no se dio por enterado de las salidas de tono de don Carlos (No es
posible un acuerdo amigable atento a sus declaraciones le contest el
presidente a su discurso) y gestion con insistencia un convenio ventajoso
para todos.
Francisco Solano fue otra vez nombrado por su padre para negociar con
el brasileo. Ni uno ni otro queran la guerra, aunque los dos la crean
inevitable.
Como ambos estaban de acuerdo en postergar la guerra, no fue difcil
entenderse en una solucin de momento. Paranhos tena que volver a su pas
con un triunfo, aunque fuese pequeo, para balancear los reiterados fracasos
de los diplomticos en Asuncin. Por ejemplo: dejar sin efecto las
reglamentaciones fluviales, sustituyndolas por un tratado bilateral que dijera
ms o menos lo mismo. Solano estaba dispuesto a conceder ms, que fueran
tres y no dos los buques de guerra que remontaran el Paraguay.
As se convino en una convencin fluvial ampliatoria. De la de lmites, ni
hablar. Y era lgico coment Paranhos a su gobierno pues Paraguay no
poda ceder al mismo tiempo en la cuestin de navegacin y en la de lmites.
El sagaz diplomtico saba que Paraguay en poco haba cedido, pero
convena magnificar la pequeez lograda.
La guerra qued postergada.
CAPTULO 6
PARAGUAY E INGLATERRA: LA
CUESTIN CANSTATT
La leccin de Rosas
La tcnica de Rosas
Brasil
INGLATERRA Y BRASIL: LA
CUESTIN CHRISTIE
Conmocin popular
Pavn
EL CHACHO
El Chacho
Fue entonces que alz el Chacho la bandera abandonada por Urquiza. Angel
Vicente Pealoza, brigadier general de la Nacin y jefe del III Ejrcito
llamado de Cuyo vise envuelto en la defensa de los derechos populares.
Invadida Catamarca por las divisiones de Taboada/que talaban a sangre y
fuego la campaa, escribe extraado a ste el 8 de febrero: Por qu hacer
una guerra a muerte entre hermanos con hermanos? contraria a la hidalgua
de la raza; no hay objeto, pues la victoria ha sido amplia para los liberales y
a qu exterminar a los federales? Teme que las generaciones futuras
imitarn tan pernicioso ejemplo.[7]
La carta es tomada como una provocacin. Pealoza es desposedo de su
rango militar, y mientras Taboada penetra en Catamarca, Sandes lo hace en
La Rioja y Arredondo en San Juan. Las tropelas se suceden: degellos,
raptos, robos, violaciones, cepos colombianos.[8] En Guaja, domicilio del
Chacho, Sandes ordena quemar su casa despus de saquearla, Pealoza se
revuelve como un jaguar herido. No tiene tropas de lnea ni armas, pero
levanta su ensea y en poco tiempo son cientos, luego miles, quienes lo
rodean. Vienen con sus caballos, de monta y de tiro, y una media tijera de
esquilar para fabricar la lanza acoplndola a una caa. Toda la tierra, dirase,
reunida en Los Llanos a la orden del caudillo. Y empieza sus victoriosas
marchas: de La Rioja a Catamarca, de Mendoza a San Luis. La montonera
crece al acoplar voluntarios; poco pueden contra sus cargas las tropas del
ejrcito de lnea compuesta de enganchados y condenados a servir las armas.
Pero el Chacho no pelea para imponerse a los porteos; lo hace para defender
a los suyos de las vejaciones. Quiere solamente que los dejen vivir. Busca
paz; una paz beneficiosa para todos.
Se la dan. Un primer tratado se firma en San Luis el 23 de abril: se
respetar a los federales y no habr ms levas para los cantones de
fronteras ni exacciones militares ni cepos colombianos ni chinitas mandadas
a Buenos Aires. Es un engao en el que cae con su desbordante buena fe.
Apenas retirado de San Luis, el general Rivas recibe orden de perseguirlo y
apresarlo. Pero el montonero se le escurre y llega a sus Llanos inexpugnables.
Seguir la guerra.
En los Llanos, Pealoza es imbatible. Va hasta su cuartel en misin del
gobierno nacional el sacerdote Eusebio Bedoya. Llega en nombre de Mitre a
ofrecerle otra vez la paz, ahora garantizada por su palabra del ministro del
Seor. El Chacho acepta complacidsimo. No habr ms guerra. Se fija La
Banderita, el 30 de mayo para el cambio solemne de las ratificaciones.
Acude El Chacho con sus tenientes y montonera en correcta formacin.
Tambin est el ejrcito nacional. Rodean al doctor Bedoya los jefes
mitristas: Rivas, Arredondo, Sandes. Jos Hernndez, el autor de Martin
Fierro, narra la entrega de los prisioneros nacionales tomados por el
Chacho: Ustedes dirn si los han tratado bien? pregunta ste, Viva el
General Pealoza!, fue la nica y entusiasta respuesta. Despus el riojano se
dirige a los jefes nacionales: Y bien, dnde estn los mos? Por qu no
me responden? Qu! Ser cierto lo que se ha dicho? Ser verdad que
todos han sido fusilados?. Los jefes de Mitre se mantenan en silencio,
humillados; los prisioneros haban sido fusilados sin piedad, como se
persigue o se mata a las fieras de los bosques; las mujeres haban sido
arrebatadas por los invasores[9]
Olta (8 de noviembre)
ANTECEDENTES DE LA POLTICA
ORIENTAL
En cambio, los colorados se jugaron con los liberales argentinos: Juan Carlos
Gmez en la prensa, Flores, Sandes y los militares en el ejrcito.
Despus de Pavn, Flores, jefe de la vanguardia de Mitre, recuerda a ste
sus obligaciones con los colorados. Pavn no haba sido solamente victoria
de los liberales contra los federales; tambin de la causa de la libertad
contra los elementos de la tirana en las dos orillas del Plata. Desde las
costas del Paran escribe a Mitre el 20 de octubre de 1861;
Convencido de que el triunfo de Pavn va a asegurar la paz futura de Buenos Aires y su
engrandecimiento, como el de toda la Repblica, me tomo la libertad de hacerle un recuerdo, cual es el
que no olvide a los orientales que, proscriptos de su patria, desean volver a ella, dndonos participacin
en los destinos polticos. Pertenezco a un gran circulo de mis amigos polticos para los que tengo que
llenar deberes muy sagrados[3].
Los preparativos de Flores seguan a la luz del da, pero el presidente Berro
crea en Mitre. Esto alarma a Carlos Antonio Lpez, presidente del Paraguay
(morira en setiembre de ese ao), que en marzo de 1862 pregunta al
Encargado de Negocios de la Repblica Oriental, Juan Jos de Herrera, por
las expresiones de Berro:
Djome dice el informe de Herrera haber odo que haba el seor
Berro presentado su mensaje, muy bueno, pero que le dijera si era cierto algo
que le haban afirmado, contenido en l, y que l se resisti a creer. Y era que
aquel documento contena un prrafo en que el seor Berro declaraba que,
creyendo en las protestas de amistad y de respeto del general Mitre, tena
plena confianza y depositaba fe en que ese general no atentara contra el
Estado Oriental que a l [a Lpez] le haba parecido increble que el seor
Berro tuviera fe en los hombres anarquistas de Buenos Aires, y que esa fe la
basara en protestas dadas precisamente por el principal de esos anarquistas.
Que no le creyera nada el seor Berro; que l [Lpez] estaba en situacin de
poderle dar este consejo de amigo; que los anarquistas dicen una cosa y hacen
otra, que ya fue as la vez pasada cuando el desgraciado general Daz invadi
el Estado Oriental ayudado e impulsado por Buenos Aires en medio y
simultneamente de las protestas de Alsina que lo mismo habra de volver
a suceder cualquier da en que a Mitre le pareciera oportuno; que,
naturalmente, Mitre aparecera en desacuerdo con Flores aparentando
precisamente que ese desacuerdo es causado por la resistencia de Mitre a
coadyuvar pretensiones de invasin del caudillo oriental, pero que todo eso
no es ms que una estratagema. Que mientras interese a Mitre y a sus aliados
entretener con esas promesas falaces a los orientales, as lo harn, pero que
era pueril depositar fe en ellos. Que Flores ha de ir al Estado Oriental da ms
o da menos, y que lo iba a hacer sin decir all voy (estas palabras las dijo
S.E. en portugus).[10]
Asombra la exactitud del vaticinio, acota Luis Alberto de Herrera: La
mirada del primer Lpez penetra hasta el fondo de la tragedia que se
prepara.[11]
Alertado por Carlos Antonio Lpez, Berro manda a Buenos Aires al Dr.
Octavio Lapido en misin especial, Los aprontes de Flores son pblicos y la
prensa mitrista ha empezado a propagar la Cruzada Libertadora. En
octubre Lapido entrevista a Mitre: ste le asegura que los preparativos de
Flores eran por la guerra del Chacho, y no haba pasado por la cabeza de
nadie perturbar a la Repblica Oriental. Elizalde, ministro de Relaciones
Exteriores, evaca el 12 de noviembre una indntica consulta de Lapido:
El gobierno argentino no tiene motivo ninguno para participar de los temores que expresa la nota
del Comisionado Especial, que cree destituida de fundamento. Pero que en todo caso debe contar el
gobierno oriental con que el argentino ha de cumplir los deberes que la ley de las naciones le impone,
mucho ms entre gobiernos que cultivan relaciones de amistad.[12]
EL MISTERIO DE LA INVASIN DE
FLORES EN 1863
3.) El ministro de Guerra de Mitre, Juan Andrs Gelly y Obes, que haba
quedado en Buenos Aires participaba el 19 de abril al presidente, ausente en
Rosario, la desaparicin de Flores, Sus trminos lo muestran oponindose a la
invasin:
Desde ya creo que el tal guaso de Flores nos va a traer una complicacin muy seria con su
invasin, pues si no le dan en la cabeza pronto y llega a tomar cuerpo su plan, el taita de Entre Ros ha
de auxiliar a los suyos como mejor pueda, y de ah el embarazo para nosotros, Pobre partido de
principios el que encabeza don Venancio!.
LA CRUZADA LIBERTADORA
Prepotencia mitrista
El Tacuar (noviembre)
URQUIZA
Recelos de Urquiza
Urquiza tena intactas sus milicias, las mejor disciplinadas y armadas del
pas.
Hacia marzo de 1863 una noticia haba desconcertado al general. Desde
Pavn su convenio tcito con Mitre se haba cumplido; pero el mitrismo ya
en la presidencia de su jefe tomaba medidas sospechosas. El ministro del
Interior, Rawson, acababa de dejar en Santa Fe y Crdoba importantes
armamentos; dijo que para acabar con el Chacho, pero podan ser para
combatir a Urquiza. Las agresiones de la prensa portea, hasta entonces
silenciadas, recrudecieron en forma alarmante: el 31 de mayo, Tribuna lo
volvi a llamar asesino como si se estuviera en los tiempos anteriores a
Pavn.
Tal vez era por lo del Chacho. Urquiza explic a Mitre, que nada tena
que ver con el Chacho, cuyo levantamiento ha condenado pblicamente: Si
mi nombre era explotado para darle autoridad o prestigio, esto se haca sin mi
conocimiento ni aprobacin le escribe el 27 de junio, agregando: jams he
otorgado ni otorgar mi aprobacin a los movimientos sediciosos que tienden
a perturbar la paz, alterar el orden, menoscabar la autoridad general e impedir
que el pas disfrute de los beneficios que le garanten instituciones
protectoras. La paz mitrista, el orden mitrista y las instituciones mitristas
tenan su mejor puntal en el jefe de los federales. Pero all, del otro lado del
Paran, seguan los armamentos trados por Rawson. Urquiza ya ha servido al
mitrismo; ha entregado a los federales del interior y ha hecho votar a Entre
Ros por Mitre; ahora el mitrismo poda desalojarlo de su gobierno y de sus
propiedades. Receloso Urquiza, al tiempo de escribir la carta anterior a Mitre,
se pone en contacto con los blancos orientales y con los paraguayos: manda a
Montevideo al senador Moreno, y recibe en San Jos al oriental Vzquez
Sagastume a quien expresa sus simpatas por el presidente Berro en sus
conflictos con Mitre; y se dirige por una persona de su confianza al cnsul
paraguayo en Paran, Jos Rufo Caminos, para llevar un urgente y secreto
pedido a Lpez. La persona de su confianza era el santafesino Jos Caminos,
sobrino del cnsul. El mensaje:
El general se empea en que por el primer vapor salga Ud. para el Paraguay, y haciendo valer toda
su influencia ante el presidente Lpez, trabaje para que el doctor Lapido (representante de Berro en
Asuncin) establezca y afiance un tratado de alianza ofensivo y defensivo.
Si este pacto se realiza, el general tendr de la Repblica Oriental todos los elementos que necesite
de dinero y armas para ponerse al frente de un gran pronunciamiento que d por resultado la separacin
definitiva de Buenos Aires de las dems provincias, de manera de resolver de acuerdo con Paraguay
todas las cuestiones del Ro de la Plata. En treinta o cuarenta das terminara la campaa El general
cuenta con la voluntad de las potencias para reconocer al nuevo Gobierno de las trece provincias.
Me ha encargado de que diga a usted que l aborrece y habr de aborrecer por siempre a los
porteos, y que era llegado el caso de separarnos de ellos para toda la vida.[1]
Pronunciamientos populares
INTERVENCIN BRASILEA EN LA
GUERRA ORIENTAL
El 5 de abril de 1864
Situacin oriental
Era grave la posicin del gobierno blanco a la llegada de Saraiva y
Tamandar. Por falta de caballada no poda alcanzar a Flores y la guerra se
haca interminable. Paraguay estaba retrado despus de la desconsideracin
del protocolo Lamas-Elizalde, y exista una discrepancia interna en el partido
gobernante. El Presidente Berro haba concluido su cuatrenio el 1 de marzo, y
no se consigui acuerdo para elegir reemplazante. Interinamente ocupaba la
presidencia el titular del Senado, Atanasio de la Cruz Aguirre, manteniendo a
Herrera en el ministerio de Relaciones Exteriores.
Adems se acababa de desvanecer otra esperanza. Los entrerrianos en su
inmensa mayora clamaban desde 1863 por la guerra contra el mitrismo, que
no haba estallado por Urquiza. Pero ste terminaba su perodo de gobierno
en mayo de 1864, y el candidato de toda la provincia y al parecer del mismo
Urquiza, era Ricardo Lpez Jordn, abiertamente federal e intervencionista.
Tena la mayora o unanimidad en la Legislatura y se descartaba que los
compromisarios (integrantes con los legisladores del colegio electoral) a
elegirse en los primeros das de abril votaran a su favor, nadie dudaba de la
consagracin de Lpez Jordn, cuando inesperadamente Urquiza la trabara:
consigui comprometer contra Lpez Jordn algunos diputados e intervino
fraudulentamente en la eleccin de los compromisarios. Logrado un
colegio electoral manejable, hizo gobernador a su ministro Jos Domnguez,
que en todo le estaba sometido. Fue indicacin de Mitre? Lo dara a
entender la carta de Urquiza a Mitre el 7 de abril: Tengo el gusto de
participar a V. E. que los candidatos apoyados por m para electores de
gobernador han obtenido una entusiasta e inmensa mayora contra una
oposicin compuesta de algunos amigos disidentes y de todos los malos
elementos que hay en la provincia. Quiero decir que ha triunfado el principio
de orden, de legalidad y de adhesin a la autoridad nacional que forma la
base de mi poltica indeclinable. Y al darle cuenta, el 30 de abril, de la
asuncin de Jos Domnguez, agrega: Es mi actual Ministro. Cuenta con
todo el apoyo de mi influencia. V. E. contar en l un cooperador decidido.
[5]
El gobierno de los blancos orientales quedaba cada vez ms aislado.
CAPITULO 18
PARAGUAY EN DEFENSA DE LA
REPBLICA HERMANA
Amenaza paraguaya
Aparece ahora el verdadero autor del drama; el hombre que desde bastidores
empujar la guerra detenida por la gallarda actitud de Lpez y la prudente de
Saraiva. Es el ministro ingls en Buenos Aires, Edward Thornton. Como
todos los diplomticos ingleses es enemigo del Paraguay, que cierra sus ros a
la libre navegacin britnica, se permite tener hornos de fundicin, no
consume los tejidos de Manchester ni necesita del capital o del apoyo ingls.
A fin de cuentas acaba de humillar al gobierno de la reina en la malhadada
cuestin Canstatt en la que Thornton debi prosternarse en nombre de S. M.
ante el viejo Lpez. Por eso no le gusta Paraguay; el 6 de setiembre de ese
ao, escribe a Russell: La gran mayora del pueblo paraguayo es
suficientemente ignorante como para creer que no hay pas alguno tan
poderoso y feliz como el Paraguay y que este pueblo ha recibido la bendicin
de tener un Presidente digno de toda adoracin.[3]
Thornton se siente decepcionado por el giro de la reclamacin de Saraiva;
haba esperado de la belicosidad brasilea que surgiera la guerra porque saba
perfectamente es ministro concurrente en Asuncin al tiempo de serlo en
Buenos Aires la resolucin de Lpez de jugarse en la defensa de la
autonoma oriental. Y ahora ese vacilante Saraiva se guardaba el ultimtum
en la faltriquera. No. El buscara el modo de arrastrarlo a la guerra. El 31 de
mayo invita a comer en la Legacin inglesa de Buenos Aires al joven
ministro de Relaciones Exteriores argentino, Rufino de Elizalde, y le sugiere
un viaje a Montevideo para solucionar el entredicho con el gobierno oriental
y de paso entenderse con Saraiva; esto ltimo es el verdadero objeto. Ese
entendimiento darla nimo al apocado comisionado de Pedro II. Todo lo
dems: intervencin brasileo-argentina, abierta o encubierta a favor de
Flores, guerra de Paraguay contra Brasil y la Argentina en favor del gobierno
oriental, sera una consecuencia encadenada del entendimiento de Elizalde
con Saraiva. Por supuesto eso no lo dijo al joven canciller argentino, ni haba
para qu decrselo.
Elizalde acepta entusiasmado la idea de intervenir en la mediacin con un
poltico de la talla y el renombre de Saraiva. Al da siguiente, 1 de junio,
Thornton ve a Mitre; sabe hablarle su lenguaje y le explica las altas
conveniencias americanas de pacificar al Uruguay, que Mitre, con su
retrica, encuentra que pondr muy en alto el nombre argentino. Una
accin conjunta con los brasileros le traa el recuerdo de los tiempos
juveniles y heroicos de Caseros. Solamente desconfiaba de la falta de
experiencia de su ministro, pero Mr. Thornton se comidi a pilotearlo por
pura simpata personal. El 5 de junio el ingls embarca en la caonera
britnica Tritn a Elizalde y al ubicuo Andrs Lamas, siempre dispuesto a
servir a todos los gobiernos menos al suyo, que para algo podra utilizar en
Montevideo. Iban aparentemente a poner en paz la Repblica Oriental, pero
ya arreglara las cosas para que no la hubiese y Brasil y la Argentina
quedasen enfrentados a Paraguay. Conviniera o no conviniera a los intereses
argentinos y brasileos, quisiranlo o no sus gobiernos, habra guerra con
Paraguay.
Saraiva acept el obsequio del canciller argentino que le trajo Thornton a
Montevideo; pero como no es Elizalde ni Mitre quiere saber qu se trae el
ingls bajo la levita. Oh, nada ms que la paz y el deseo de ayudar a Saraiva
en su difcil posicin! Una alianza argentino-brasilea frenara los impulsos
del Paraguay, y entonces el comisionado podra presentar su ultimtum en la
confianza de que las represalias brasileas no traeran consecuencias. El
brasileo desconfa, pero el regalo de una alianza argentina por mano inglesa
no es para desdear. Herrera recibe a los pacificadores. Por supuesto no se
opone a una mediacin. El 10 entrega las bases: desarme, amnista,
reincorporacin de los sublevados al escalafn militar, elecciones libres.
Thornton pide que Andrs Lamas y Florentino Castellanos representen al
gobierno en los arreglos. Herrera tuerce el gesto, pero no puede oponerse;
aqul es la gran figura diplomtica oriental y tiene prestigio en el continente y
en Inglaterra; ste, hombre sin posicin partidaria es el mejor jurista de
Montevideo. Pero Castellanos es el abogado de las empresas inglesas en
Montevideo, y Lamas es Lamas. Herrera, por ser grato a Thornton o por el
renombre de ambos propuestos, cae en la ingenuidad de conferirles la
representacin.
Era tan grande el deseo de paz del presidente Aguirre y de la poblacin que,
inesperadamente, fueron aceptadas la duras exigencias del convenio. Si
solamente pudiera conseguirse una rebaja en los pesos a entregar a Flores y
cierta discrecin en los grados militares que distribuira entre los
revolucionarios? La aceptacin desconcierta a Thornton y al petulante
Elizalde (el epteto es de Maillefer), convertido en amanuense del ministro
ingls. Tal vez Saraiva fue el nico en alegrarse sinceramente. La noticia
trasciende a la calle y es festejada con regocijo; solamente una fraccin de los
blancos tenazmente belicosos los amapolas encabezados por Antonio de
las Carreras, ponen reparos a una capitulacin que regala tanto a los
rebeldes: distribuir dinero y grados militares a bandidos y aventureros,
muchos de ellos extranjeros, que seran fusilados sin merced ni escrpulos si
pudieran prenderlos y no estuvieran protegidos por la diplomacia de tres
gobiernos, como escribe el sagaz Maillefer,[1] era demasiado. Pero Aguirre
se ingenia para mostrar la inconveniencia de un rechazo: es cierto que se
conceda mucho, pero tambin se lograba una paz slida afirmada por
Inglaterra, Brasil y la Argentina. Tomar por la calle del medio esperando el
apoyo de Paraguay sera muy patritico, pero significaba la guerra contra
Brasil y la Argentina apoyadas en Inglaterra. Una guerra donde, no obstante
la posible diligencia paraguaya, la vctima inmediata y necesaria sera la
Repblica Oriental.
Tambin algunos colorados se regocijan por la paz. No todos son
floristas: el grupo intelectual de los conservadores crema y nata de) partido
tema ms al agreste caudillo que al gobierno civil y responsable de
Aguirre y Herrera. Entre ellos repetan una frase oda por Castellanos a Flores
en las Puntas del Rosario: apenas entrara en Montevideo, si los intelectuales
pretendan aprovechar su triunfo, se vera obligado a fusilar una media
docena de esos horribles doctorcitos.[2]
Impresin en la Argentina
Urquiza se decide
HEROICA PAYSAND!
El 20, Lucas Priz ensaya una salida y logra expulsar a Flores y a Netto a
cuatro leguas de Paysand. Pero ya estn a la vista los regimientos de Mena
Barreto, y el 22 vuelve a cercarse la ciudad. El bravo Priz (argentino, nativo
de Concepcin del Uruguay) obtiene como premio el ascenso a general: poco
podr gozarlo. El comandante Braga escribe a Entre Ros: La voluntad de
todos es morir antes que consentir que manchen este pueblo con su planta
inmunda el imperialista Flores y dems canalla brasilea.
Se acercan las ltimas horas. El Ivahy trae ms municiones de Buenos
Aires, generosamente provistas por los arsenales de Mitre, aunque ste lo
negar. Hay varios das de tregua mientras se prepara el asalto definitivo. El
29 deliberan en San Francisco (a legua y media de la ciudad) Barreto,
Tamandar, Netto y Flores: sus efectivos son casi veinte veces superiores a
los escasos seiscientos hombres, cansados y heridos, que quedan a Leandro
Gmez; sus armas, infinitamente mejores; sus municiones, abundantsimas.
Va a darse la batalla final, fijada para las cuatro horas veinte minutos del 31
de diciembre. Tamandar quiere que el ao nuevo encuentre a la bandera
brasilea en la cpula de la iglesia donde todava luce la oriental. Todo
Entre Ros comenta Julio Victorica muchos correntinos y gran nmero
de porteos asisten desde la costa argentina a aquel terrible espectculo La
contemplacin paciente de semejante cuadro era insorpotable. Entre Ros
arda indignado ante el sacrificio de un pueblo hermano, consumado por
nacin extraa. El general Urquiza no saba ya cmo contener a los que no
esperaban sino una seal para ir en auxilio de tanto infortunio.[5]
Despliega frente a Paysand el ejrcito imperial. Joo Propicio Mena
Barreto, su general, dispone los efectivos para la accin definitiva; el bravo
Jos Antonio Correia da Cmara (que andando el tiempo matara a Solano
Lpez en Cerro Cor y recibir por eso el ttulo viril de vizconde de Pelotas)
desembarca cuatro caones de la escuadra para bombardear por tierra a los
baluartes. Perdidos entre los imperiales aparecen los 600 jinetes de Flores,
pues la desercin ha diezmado a los cruzados. Un gran hombre de armas del
ejrcito de Joo Propicio no tomar parte en la accin: es Manuel Osorio, el
futuro Marqus de Erval y jefe de la caballera. Debe cumplir un cometido de
suma importancia por orden de Silva Paranhos: entrevistar a Urquiza en el
palacio de San Jos para comprarle 30 000 caballos, prcticamente todos los
de Entre Ros, al precio extraordinariamente generoso de 13 patacones cada
uno.[6] Una operacin que totaliza la exorbitante suma de 390 000 patacones,
casi los 400 000 que le dieron a Urquiza en 1851 para guerrear contra Rosas.
[7]
Al tiempo de empezar el asalto definitivo de Paysand, ante el horror y la
furia de su pueblo que asiste impotente a la masacre desde la orilla argentina,
y la expectativa de todo el mundo que espera de un momento a otro su
anunciado pronunciamiento para liberar a los sanduceros, Urquiza trata
con Osorio el precio de venta de la caballada destinada a combatir,
precisamente, a los brasileos. Corresponda esta adquisicin traduzco al
brasileo Panda Calgeras al desarme del posible adversario, pues los
entrerrianos, ptimos y admirables jinetes, no formaban sino pobre infantera.
Y de esta manera Urquiza fue anulado como valor combatiente.[8]
Ignorante de los xitos comerciales de Urquiza, llueven sobre ste
peticiones de todas partes, incitndole a la accin y clamando rdenes.
Solano Lpez espera desde noviembre con un ejrcito en la frontera el
pronunciamiento prometido por Urquiza que le permitira cruzar el
territorio argentino y llegar en pocas jornadas a Paysand. En momentos de
desarrollarse el ltimo y definitivo ataque a la ciudad, y de concluirse el
negocio de los 30 000 caballos 1 de enero el ingenuo presidente
paraguayo escribe a su ministro en Pars, Cndido Barreiro: Dentro de pocos
das el general Urquiza debe tomar una actitud decidida, no siendo posible
que contine como hasta aqu[9].
Comenta Pandi Calgeras la absurda actitud de Urquiza olvidando por
un negocio de caballos a Paysand, a los blancos orientales, a los
entrerrianos, a los federales argentinos y a los paraguayos finalmente
que quedaran solos en la patriada. Lo comenta con duras frases que prefiero
dejar en su lengua:
No exista em Urquiza o estofo de um homem de Estado: no passava de um condottiere.
LA LECCIN DE PAYSAND
Las 4.20 del amanecer del 31 de diciembre fue la hora sealada por los
sitiadores de Paysand para el ataque definitivo. Vomitan fuego los caones
de la escuadra imperial, ahora copiosamente aprovisionados con metralla
argentina. Por los cuatro puntos cardinales inician el avance los regimientos
de Joo Propicio; el 3. de infantera brasileo consigue aduearse de las
trincheras de la Aduana y marcha a la plaza. Sale Priz del baluarte de la
ley (un edificio de ladrillos transformado en fortaleza) y con treinta y cuatro
hombres carga a la bayoneta: una carga que quedar legendaria, porque el
regimiento imperial se repliega y los sanduceros recobran la Aduana. Pero
Priz, flamante general oriental, ha pagado con la vida la hazaa; tomara el
mando de la maltrecha trinchera el coronel Azambuya.
Se han acabado los fulminantes. Lucas Gmez ordena recoger los
fsforos que pueden encontrarse mientras el bombardeo se intensifica: ya hay
trescientos sanduceros fuera de combate y apenas si resisten de pie otros
trescientos. En el diario de la defensa y sitio de Paysand, que alguien
tiene tiempo de escribir a lpiz, se anotan los dramticos momentos de ese fin
de ao: Todos los soldados tienen el hombro derecho hinchado de tanto
hacer fuego, hasta el punto de que algunos cambian de mano el fusil
escribe su incgnito redactor en la noche de ao nuevo, La mitad de la
guarnicin ha quedado fuera de combate y por falta de gente no es posible
enterrar a nuestros queridos muertos. Duerman en paz al pie de los dbiles y
arruinados muros que con tanta valenta defendieron! Cuntos les
seguiremos maana? Pero morir por la patria es gloria. Somos dignos hijos
de Artigas y de los Treinta y Tres. Nuestra sangre no ha degenerado[1].
Llega la noche; noche de ao nuevo. Todava flamea en lo alto de la
iglesia la bandera oriental, iluminada por los resplandores de los incendios y
el estallido de las granadas. No se ha cumplido el deseo de Tamandar de
iniciar 1865 con el pabelln imperial en lo alto de Paysand. Pero, hasta
cundo podr resistir ese diezmado nmero de hroes? Se calculan en 4000
las bombas arrojadas por la escuadra desde la maana anterior, y seguirn
sucedindose toda la noche. Se espera el ataque definitivo para el amanecer.
No se produce, pero recrudece el bombardeo, contestado por los defensores
con sus dbiles fusiles. Aquello es una carnicera sin objeto, pues la
metralleta imperial aniquila a los sanduceros que esperan ansiosamente la
llegada de Urquiza, que est a pocas leguas de distancia. A medioda muere
Azambuya; al atardecer Leandro Gmez convoca a junta de oficiales. Alguno
Larravide entre ellos opina que debe combatirse hasta morir; pero
aquello no es combate sino una masacre que el cansancio de 30 horas hacen
insufrible. Predomina la idea de pedir una tregua para enterrar a los muertos.
Gmez redacta la peticin y la enva por un prisionero florista que no regresa;
llega la noche y sigue el metralleo, que ya no puede contestarse porque se
acabaron las municiones.
Al amanecer del 2, Gmez manda otro parlamentario reiterando la
solicitud de tregua al tiempo de izar en los baluartes banderas de
parlamento. Cesa el fuego mientras deliberan los jefes enemigos. Llega la
respuesta: Despus de la obstinada resistencia hecha por la guarnicin de su
mando, sin esperanza alguna de salvacin, no puede hacerse lugar a la tregua
que V.S. solicita en su nota de ayer, que acabamos de recibir, no obstante los
derechos de guerra que invoca Rndase con la guarnicin de su mando en
calidad de prisionero de guerra en cuya condicin sern tratados con las
consideraciones debidas, nica proposicin que podemos hacerle.
Al tiempo de traerse la nota, desborda el 3. de Infantera brasileo la
escasa defensa de las trincheras. Nunca se ha explicado satisfactoriamente
esta violacin de las leyes de guerra: mueren el coronel Raa y el
comandante Ribero defendiendo las brechas. El coronel brasileo Oliveira
Bello llega hasta donde se encuentra Gmez firmando la contestacin a la
nota aliada; le intima rendicin, y el general entrega su espada. Junto a l
estn sus jefes Federico Fernndez, Juan Braga, Eduviges Acua y Francisco
Figueroa; todos se rinden al coronel brasileo bajo fe de ser tratados con las
consideraciones debidas a prisioneros de guerra. Sale Oliveira Bello con los
vencidos y en la calle encuentra al comandante florista Beln[2] que con 30
hombres reclama a los prisioneros. El brasileo se niega. A poco llega el
florista Gregorio Surez, alias Goyo Jeta, que en nombre de Flores exige la
entrega. Oliveira Bello consulta con Gmez, quien muy tranquilo
extraordinariamente tranquilo, anota en su parte el brasileo le dice:
Prefiero ser prisionero de mis conciudadanos. Comandante ordena
entonces Goyo Jeta a Beln , hgase cargo de esos hombres. Echa a andar
la partida unos pasos hasta la casa de la familia Ribero: Aqu noms,
resuelve Beln, y contra el portal del huerto fusila a los prisioneros. Leandro
Gmez da por s mismo la voz de fuego. Tras las descargas, la soldadesca se
arroja sobre ellos, que an se mueven entre los estertores de la muerte; un
miserable Eleuterio Mujica se inclina sobre el general todava vivo y le
descarna la pera; despus lo desnuda y lo cose a pualadas, ejemplo que ser
imitado por los dems con las otras vctimas. Esa noche, Mujica, en el
transporte argentino Guardia Nacional, har bromas macabras mostrando la
pera de Leandro Gmez, pasndola como pincel por la cara de varias
personas que se encontraban a bordo.[3]
El asesinato de Gmez y su Estado mayor ser la seal para el desborde.
Por las abiertas brechas de las trincheras se ha llenado la plaza de sitiadores
que cazan, inclementes, a los vencidos. Intilmente los jefes brasileos tratan
de detener la masacre; a pualadas y a tiros, son muertos los ltimos
defensores, que a falta de armas se defienden a cascotazos. Entre ellos, el
capitn Eusebio Benavdez, mal herido y desangrndose, desde unas ruinas
tendr a raya a los asesinos a pedradas. Acabar muerto y su cadver
mutilado.
El engao y la felona juegan su papel en las ltimas escenas de este
drama de valor, de sangre y de crmenes, escribe uno de los pocos
sobrevivientes, el comandante Federico Aberastury, al redactar el parte de la
derrota. Los jefes brasileos se mostraron compungidos de semelhantes
atentados que tanto deslustran a victoria que obtivemos en Paysand.[4]
Impresin en la Argentina
LA DEFECCIN DE URQUIZA
Parcialidad, mitrista
La bandera de Caseros
TERMINA LA GUERRA EN LA
REPBLICA ORIENTAL
Y terminaba:
La comisin piensa, entonces, que si una guerra sobreviniese con la Repblica Argentina, con
motivo del trnsito de nuestro ejrcito por nuestro territorio de Misiones, o por el suyo, no es la guerra,
sino, simplemente, la defensa de la paz y de nuestra propia conservacin.[3]
EL TRATADO DE LA TRIPLE
ALIANZA (MAYO DE 1865)
Octaviano
La triple infamia
Rosas haba soado con una federacin de los pueblos del Plata y alguna vez
expuso un sistema americano que englobara en una alianza perpetua a los
pases surgidos del tronco espaol. Consecuente con ello, se opuso a la
subdivisin de la herencia espaola, tanto al no reconocer la independencia
declarada en 1842 por Paraguay, como al impedir la Repblica de la
Mesopotamia preparada en 1845 por los interventores anglo-franceses, y
concertada virtualmente en 1846 por Urquiza y Madariaga en el tratado de
Alcaraz.
No era el suyo un imperialismo. No avanz un paso contra Paraguay,
limitndose a esperar que el buen juicio de los paraguayos los llevase a
rectificar su separacin del tronco comn; tampoco lo hizo contra el Estado
Oriental, cuya autonoma mantuvo celosamente no obstante su gravitacin
sobre el presidente Oribe. Es que Rosas, hombre de realidades y poltico de
largos alcances, saba que nada estable se consigue por la fuerza. Solamente
con el alejamiento de las potencias no espaolas (Brasil, Inglaterra y Francia)
que contribuyeron a dividir a Amrica y mediante una poltica clara, limpia y
elevada podran volver a unirse las partes dispersas. De la misma manera que
haba construido la Confederacin Argentina quitando los recelos de las
provincias hacia Buenos Aires y mantenindoles su plena autonoma interior,
podra conseguirse por propia voluntad, que no por imposicin la
Federacin Americana. Por eso en marzo de 1843 rechaz y llam trampa
que se nos quiere tender el proyecto de tratado de alianza con Brasil, por
el que se dejaba a la Repblica Oriental bajo su influencia siempre que
ayudase al Imperio a reconquistar Ro Grande. Los hombres de estado de
Brasil creyeron que Rosas se iba a enredar en una guerra de conquista contra
los orientales, que si poda darle un triunfo momentneo, alejara para
siempre la posibilidad de reconstruir la Patria Grande.
Una trampa semejante a la eludida por Rosas en 1843 (y que demostr a
los gobernantes brasileos la peligrosidad de un poltico como Rosas al frente
de la Confederacin Argentina),[4] fue la urdida en mayo de 1865 por
Octaviano al poco avisado Mitre. El esplndido obsequio de Paraguay sera
difcil de digerir, aun despus de una extenuadora derrota paraguaya. Y
entonces llegara la ocasin para el Imperio de encontrar la simpata del
pueblo guaran presentndose como defensor de su independencia. Pero
Mitre y su ministro Elizalde esto no lo saba Octaviano tenan el
asesoramiento del ministro ingls Thornton, cuidadosamente informado de
las negociaciones de la alianza rigurosamente secreta.[5] Y se desprende de
la correspondencia del ingls con Russell, que fue ste quien evit el traspi
mitrista.
Mientras Mitre y Elizalde informaban a Thornton, ro por medio Carlos
de Castro lo haca con las reservas consiguientes al respresentante de
Inglaterra en Montevideo, William Letsson. Russel tuvo por lo tanto en
Londres, al mismo tiempo, dos copias autnticas del tratado secreto para
hacerlas valer en su momento. Este momento lleg al ao siguiente 1866
cuando la guerra haba destruido el poder blico de Paraguay; e Inglaterra que
slo aspiraba a la libre navegacin y al libre comercio, quiso hacer la paz.
Rusell public el tratado secreto, poniendo con ese acto contra los triples
aliados la opinin entera de Europa y Amrica y aun a los mismos legionarios
paraguayos que disolvieron su Legin. Indignados los imperiales por la
magnitud de la indiscrecin, inquirieron de Rusell el nombre de su
informante, y ste para salvar a Mitre que todava poda serle til, sacrific al
pobre seor De Castro.[6] Brasil exigi su inmolacin, que Flores se apur,
desde luego, a cumplir.
Pero si Mitre no acept los restos del Paraguay, se qued en el papel
con todo el Chaco paraguayo hasta Baha Negra. Posiblemente Thornton
no repar en esto; porque el regalo era y result indigerible, y slo sirvi para
enconar los nimos de los sobrevivientes paraguayos contra la Argentina y
acercarlos a Brasil, que despus de aniquilar a Paraguay aparecera como un
salvador.
CAPITULO 29
Ocupacin de Corrientes
Los contingentes
Mientras tanto, los paraguayos de Robles ocupan la ribera del Paran hasta
Empedrado. Otro cuerpo de 11 000 hombres a las rdenes del teniente
coronel Estigarribia cruza la frontera en Itapa y marcha hacia la provincia
brasilea de Ri Grande: el 10 de junio se apodera de So Borja y sigue hacia
el sur. Ro Uruguay por medio, avanza tambin hacia el sur por el territorio
argentino un pequeo contingente que comanda el mayor Duarte.
Aparentemente, la ciudad de Corrientes ha quedado desguarnecida y la
situacin ser aprovechada con audacia por el general argentino Paunero para
intentar un golpe de mano. Transportado y apoyado en la escuadra brasilea
del almirante Barroso, desembarca al sur de Corrientes el 24 de mayo, y el 25
aprovecha la fiesta patria para atacar la ciudad defendida por mil soldados
paraguayos. Para mantenerse en la plaza, descontaba Paunero la ayuda de la
poblacin, pero no ocurri nada de eso; debi replegarse por la apata o
franca hostilidad de los correntinos. El 26 el coronel Charlone, uno de los
atacantes, explica al Ministro de Guerra Gelly y Obes la indiferencia, si no el
franco paraguayismo de los correntinos.
La operacin de guerra que venimos haciendo est lejos de responder a las creencias que abrigan
en Buenos Aires. La ciudad de Corrientes, y aun todo el pas, no tiene el entusiasmo que se cree en
Buenos Aires, y por el contrario no hay espontaneidad ni amistad seria hacia nosotros.[8]
Llegan noticias a Buenos Aires de que algo anda mal en los 8000
hombres de Urquiza acampados en Basualdo. Algunos se han pasado a los
paraguayos entre los cuales combate desde la iniciacin de las hostilidades
el coronel argentino Telmo Lpez, pero a los ms le repugna luchar contra
la bandera de su patria aunque sea llevada por Mitre. Tampoco quieren
hacerlo contra Paraguay en favor de Brasil. Intilmente Urquiza los
proclama, recordndoles la gloria de Caseros y la alianza de 1851 con los
brasileos. El solo en entusiasmarse parece haber sido Octaviano de Almeida
Rosa que dirige a Urquiza, Caballero de la Orden Imperial de Cristo desde la
batalla del 3 de febrero de 1852, una agradecida nota por mantener la
fidelidad de su corazn a la alianza brasilea.[9]
Bajo tan deplorables auspicios se iniciaba en mayo y junio de 1865, la
guerra contra Paraguay.
CAPITULO 30
La ofensiva paraguaya
Toledo (8 de noviembre)
FRACASO DE LA OFENSIVA
PARAGUAYA
La guerra y la esclavitud
LA GUERRA EN PARAGUAY
BASTA DE GUERRA AL
PARAGUAY!
Repercusin de Curupayty
La montonera de Jchal
Tal vez en Jchal los guitarristas improvisaran las dcimas recogidas por
Carrizo en sus Cancioneros:
Los hombres que han gobernado
no son los inteligentes,
pues al que bien se ha portado
lo han mandado al contingente.
Nada vale ser prudente
y amigable en la ocasin,
el pobre con ms razn
porque ni razones tiene.
Hoy Varela nos conviene
por ser un jefe de honor.[1]
Pasaban los meses sin que llegase a Jchal la noticia del pronunciamiento de
Urquiza. El 4 de marzo, Varela adelanta una montonera con Eustaquio
Medina, (ste s era chileno) con el objeto de sublevar al Norte: vence al ex-
gobernador de Catamarca, Melitn Crdoba, en Tinogasta, al tiempo que
Varela, con el grueso de la tropas, busca reunirse en Chilecito con Aurelio
Zalazar y en Salta con Aniceto Latorre.
Mitre haba llegado a Rosario abandonando, con alegra no disimulada
por los brasileos, la conduccin de la guerra de la Triple Alianza. Paunero
permaneca en Ro Cuarto, atento a San Luis dominada por los Sa y a
Crdoba donde Simn Luengo inspector de milicias incitaba al
gobernador Luque a salir de su complaciente neutralidad y tomar parte ms
decidida en la revolucin federal.
Por un momento Mitre quiso ponerse al frente del ejrcito nacional, pero
el recuerdo de Sierra Chica, Cepeda y Curupayty prevaleci en el estado
mayor porteo y consiguieron disuadirlo. Se dispuso el armamento de los
ejrcitos del Oeste (Paunero), Noroeste (Taboada) y Norte (Navarro), que
operaran desde Ro Cuarto y Catamarca contra los revolucionarios. Mientras
el ministro de Guerra y Marina, Julin Martnez, esperaba aquietar a Crdoba
con su presencia.
La vanguardia del ejrcito del Oeste, mandado por Arredondo, consigui
batir a Sa en el paso de San Ignacio sobre el ro Quinto; la derrota deshizo
totalmente a los colorados cuyanos. Quedaba solamente en pie la montonera
de Varela que se diriga de Chi-lecito a Salta, tratando de juntarse con el
general salteo Aniceto Latorre pronunciado por los federales.
Las victorias de los ejrcitos nacionales en San Ignacio y Pozo de Vargas (el
1 y 10 de abril de 1867) contra los federales fueron agitadas por la prensa
mitrista como la imposicin definitiva de la libertad contra la barbarie.
Es cierto que Sa y Videla haban sido destruidos en San Ignacio y los restos
de sus tropas se apretaban en los pasos de la cordillera para escapar a la
venganza; pero todava quedaba Felipe Varela con un puado de
sobrevivientes a su alrededor y un corazn ms grande que los Andes en el
pecho.
Ocurre, despus, el gesto tardo de Simn Luengo en Crdoba.
Gobernaoa la provincia el doctor Mateo Luque, federal y simpatizante con la
revolucin, a la que haba ayudado bajo cuerda. Pero Luque quiere
pronunciarse abiertamente sin recibir rdenes de Urquiza y ha acatado en
apariencia al ministro de Guerra, Julin Martnez, instalado en Crdoba
desde el mes de enero. Ha facilitado contingentes a Paunero, pero los tiene
comprometidos a sublevarse y apresar al jefe mitrista si Urquiza, como jefe
del partido federal, se decide a pronunciarse. Antes de la derrota de San
Ignacio, Felipe Sa escriba a Carlos Juan Rodrguez en Mendoza, el 27 de
enero:
Si ha llegado a tu conocimiento el decreto del gobierno de Crdoba [de convocatoria de
contingentes], no te alarmes porque esas fuerzas sern las que darn el ltimo golpe, si es que [Paunero]
sale del lazo que le tenemos tendido. La situacin de l es desesperante: en sus mismas fuerzas tiene sus
principales enemigos. Te adjunto la que dirige Paunero a Marcos Paz [vicepresidente en ejercicio de la
Repblica] tomadas ayer 22. Por ellas vers que todo lo espera de Crdoba, sin conocer el infeliz que
esa provincia le es del todo adversa. Por eso es que te repito que no te alarmes del gobierno cordobs
sobre movilizacin de fuerzas, etc.[1].
Mientras Taboada lo busca por La Rioja (que estuvo once das de junio en
poder del legendario Aurelio Zalazar, el invisible jefe de Chilecito), Paunero
se rehace de su derrota en San Juan y Navarro lo cree en Catamarca. Varela
inesperadamente baja de la cordillera frente a Salta con mil guerrilleros.
Esquiva las divisiones de Navarro que corren a barrerle el paso, y al galope se
dirige contra la ciudad. Se encuentra frente a ella el 10 de octubre. Al ir a
aquella ciudad [Salta] escribe Varela no me llev el nimo de ir a
apoderarme de un pueblo sin objeto alguno, no. Marchaba en busca de
pertrechos blicos porque era todo cuanto necesitaba para triunfar de los
enemigos que me amenazaban, y obtener una posicin ventajosa sobre el
poder de Mitre.[4]
Mucho y malo se ha escrito de la toma de Salta por Varela. Los cronistas
oficiales se han desatado con los habituales adjetivos, y una informacin
sumaria del gobierno provincial dej constancia de los horrores del combate
y el saqueo consiguiente. Pero un anlisis imparcial permite restar mucho.
Por lo pronto Varela no fue el culpable del combate. La ciudad no estaba
en condiciones de resistirle cuando se supo la inminente llegada de la
montonera. El gobernador, Sixto Ovejero, dispuso la resistencia armando a la
clase principal, pues el enemigo que halaga siempre a las masas encuentra
proslitos entre quienes no abrigan un corazn honrado.[5] Consigui reunir
trescientos vecinos honrados que orden en barricadas y trincheras
alrededor de la ciudad. Como el ejrcito de Navarro estaba cerca, Ovejero
crey que Varela no se atrevera a atacar; con mayor razn, por cuanto los
fusiles de la montonera no pasaban de 40, mientras los defensores tenan 225
entre escopetas y rifles.
Ovejero valor demasiado el poder de los fusiles. A la invitacin de
Varela para dejarle entrar dentro de una hora en la ciudad para tomar los
seis caones y los fusiles que haba en ella en servicio de la libertad de mi
patria, y deseoso de evitar a la poblacin la desastrosa consecuencia de la
guerra, mand responder gallardamente con una descarga de los rifleros. El
montonero orden el ataque y a punta de lanza los federales se cargaron la
resistencia que escasamente pudo sostener cuarenta minutos, tras los cuales el
gobernador y los dispersos buscaron el asilo del templo de San Francisco.[6]
Cerca de 300 cados dieron cuenta del disputado combate.
Saqueo de Salta
SE REANUDA LA GUERRA EN
PARAGUAY
Consecuencias de Curupayty
La escuadra imperial
La guerra contra Paraguay fue hecha por el Imperio con dos auxiliares
extranacionales, Mitre y Flores. En 1865 se conservaron las apariencias de
una Triple Alianza con un tratado formal entre naciones soberanas, y hasta
quien no era brasileo fue colocado al frente del ejrcito. Pero despus de
Curupayty no haba para qu conservar la mscara, sobre todo porque la
jefatura de Mitre costaba muy cara. La guerra sera desde entonces y ms,
despus del desastre de Tuy-Cu en noviembre de 1867, que significara el
definitivo licnciamiento de Mitre con el pretexto de tener que asumir una
presidencia in extremis en Buenos Aires una guerra brasilea. Mitre, jefe
nominal del ejrcito escribe despus de Curupayty Natalicio Talavera,
corresponsal de guerra de La Semana de Asuncin est haciendo el papel
ms ridculo posible: no solamente dejan de obedecerle los brasileos, sino
las mismas tropas argentinas que estn bajo su inmediata direccin. Polidoro,
Tamandar, Porto Alegre, no quieren saber nada de Mitre, a quien desprecian
altamente.[6] Le Courrier de la Plata, rgano de la colectividad francesa en
Buenos Aires, denunciaba el papel ridculo, torpe y odioso que haca la
Argentina en la guerra ahora solamente brasilea: ridculo, porque se ha
colocado en una posicin secundaria, que no le conviene respecto al Brasil;
torpe, porque contribuye a destruir el baluarte que la protega al norte contra
las invasiones brasileas, y odioso porque coopera para degollar a un pueblo
que tiene su sangre y su misma forma de gobierno.[7]
Todo el secreto de la victoria brasilea estaba en el forzamiento del
Humait por la escuadra y dejar practicable el ro para el bombardeo de
Asuncin. El imperio no haba querido arriesgar sus acorazados, demasiado
costosos, y haba preferido que murieran los esclavos negros y los
voluntarios argentinos en las operaciones terrestres dirigidas por Mitre.
Hasta que se convencieron en setiembre de 1866 que por ese procedimiento
la guerra se haca interminable.
Los pocos navos paraguayos haban sido destruidos en Riachuelo en los
momentos iniciales del conflicto: por lo tanto, no habra batallas navales sino
forzamiento de pasos fortificados. No era muy arriesgado, pero era necesario
jugar la escuadra, y Tamandar tan intrpido frente a Paysand result
prudente ante Curupayty y Humait. No le gustaba nada una hilera de
cuerpos extraos sumergidos a escasa profundidad que cruzaban de una
banda a otra y los suponan poderosas minas prontas para hacer saltar per los
ares a sus buques. Resultaron ser damajuanas.
Tras un intento heroico y fracasado de algunos paraguayos con el
comandante Molas y el capitn Genes de abordar a los acorazados con
botes suicidas, Incio consigui el 17 de agosto forzar el paso de
Curupayty. Lo favoreca que el general Daz, el hroe paraguayo, haba
muerto en febrero vctima de su temerario arrojo mientras desde una canoa y
en medio del ro observaba los movimientos de la escuadra. Pero si el bravo
almirante haba doblegado a Curupayty, no se atrevi contra Humait y
qued otra vez en mitad del ro.
LA MARCHA TRGICA
Fuera de la ley
La residenta
El sable de Rosas
CERRO-COR
La caravana empecinada
Soldados abrasados por la fiebre o por las llagas y extenuados por el hambre,
sin ms prendas de los desaparecidos uniformes que el calzn ceido por el
ysyp, y algunas veces un correaje militar para sostener la canana o pender el
sable; pocos llevan el morrin con la placa de bronce del nmero del
regimiento. Descalzos porque los zapatos (y a veces el morrin y las correas)
han sido comidos despus de ablandar el cuero con agua de los esteros.
Mujeres de rasgados tipoys, afiladas como agujas por la extenuacin o la
peste, preparan el rancho; polvo de huesos (cuando lo hay) cocido con jugo
de naranjas agrias, si se ha conseguido alguna; las ms de las noches, nada.
Entonces se roe el cuero de los implementos militares.
Todos estn enfermos, todos esculidos por el hambre, todos sufren
heridas de guerra que no han cicatrizado. Pero nadie se queja. No se sabe
adonde se va, pero se sigue mientras haya fuerzas: quedarse atrs sera pisar
un suelo que ha dejado de ser paraguayo y sufrir el atropello de los cambs.
Los rezagados tambin morirn de hambre en la tierra arrasada por los
vencedores.[1]
En coches destartalados van Elisa Lynch con los nios pequeos del
Mariscal; la cuida su hijo de quince aos, el coronel Panchito, improvisado
jefe de estado mayor por su padre. En otro, tres fantasmas: la madre y las dos
hermanas de Lpez, flageladas por su
debilidad ante la resistencia imposible; en otro, el vicepresidente Snchez,
anciano de ochenta aos cuya razn desvara. Conduce la hueste espectral
Francisco Solano. Todava es presidente del Paraguay y Mariscal de la guerra
contra la Triple Alianza: si no ha podido dar el triunfo a los suyos, ofrecer a
las generaciones futuras el ejemplo tremendo de un herosmo nunca igualado.
No traduce en su rostro impasible, ni en el cuidado uniforme, rastro de
desesperacin o de abandono. Conduce la retirada espantosa como si fuera
una parada militar: aparentaba la misma calma y tranquilidad de otros
tiempos dir un enemigo suyo en su detrimento.[2] An es Jefe; y un jefe no
puede abatirse. En medio de las selvas o de los desiertos, en lo alto de las
cordilleras mientras lleva a la muerte a la caravana empecinada. Francisco
Solano ser siempre el pulcro y sereno Leopoldo de Amrica como lo llamara
Mitre antes de la guerra.
La caravana va hacia el Norte para eludir la maniobra envolvente de los
brasileos que los obligara a entregarse sin combatir. A veces llega a una
aldea, erigida solemnemente en capital provisional de la Repblica:
Caraguatay, a los pocos das el 28 de agosto luego San Estanislao.
Despus el desierto, pues debe caminarse lejos del ro dominado por los
caones imperiales. Una huella blanca, formada por los huesos de los cados,
seala a los brasileos la ruta de los fugitivos. Ya no se entierra porque no
hay tiempo ni energa para hacerlo; se camina hasta el agotamiento, y cuando
se cae, un compaero o compaera toma el arma y sigue. Los bueyes que
tiraban de las carretas del parque y los caones han debido sacrificarse, pero
algunas mujeres fuertes y bravas se uncen a los yugos y arrastran los
convoyes. Solamente quedan caballos para quienes se reservan los mejores
alimentos: pertenecen a los escuadrones y son sagrados: apoderarse de ellos
sera un sacrilegio, como inutilizar una carabina o abandonar un can.
Siete meses, doscientas jornadas de ardiente sol tropical transcurren en
esta marcha nica en la historia. Hasta que el 14 de febrero de 1870 la
caravana trgica llega a Cerro-Cor (escondido entre cerros en guaran),
campo de buena gramilla, regularmente protegido, a poca distancia del
Aquidabn-nigu, afluente del Aquidabn. Diez mil muertos jalonan la ruta
macabra desde la sierra de Azcurra; los que han podido llegar son poco ms
de cuatrocientos. Lpez da la orden de detenerse en Cerro-Cor; hay alimento
para los caballos, alguna pesca y venados y guasunchos cruzan por los cerros.
All se podra descansar y tambin morir.
El 1 de marzo de 1870
LA VICTORIA NO DA DERECHOS
Admiracin de Amrica
La victoria no da derechos
LA DIPLOMACIA BRASILEA Y LA
ANTIDIPLOMACIA ARGENTINA
El gobierno libre
Sarmiento estuvo de acuerdo con Mitre, y se dio orden a Vedia para que
concluyese el 20 de junio en Asuncin con Ri Branco, Rivarola y
Lizaga un protocolo reconociendo la plena vigencia del tratado de la
triple alianza. Todava tratar Varela de defender su posicin desde La
Tribuna, apoyndose en el vicepresidente Alsina; pero el 17 de agosto debe
presentar su renuncia sustituyndolo Carlos Tejedor, que crea que la victoria
daba derechos. A la gran poltica de Varela, Sarmiento haciendo odos a
Ri Branco y Mitre prefiri la pequea poltica del latrocinio. Que tampoco
podra consumarse, estando el brasileo de por medio.
La constitucin paraguaya
Para mayor irrisin, o para cuidar las formas, se abrieron a prueba las
pretensiones de Paraguay y Brasil sobre el territorio disputado dejndose
constancia por los protocolos del 4, 5 y 7 de enero que Paraguay no
haba producido ningn ttulo (los brasileos se haban apoderado del archivo
paraguayo y lo haban devuelto despus de quedarse con todos los
documentos relativos a la cuestin de lmites, dejando solamente los
referentes a la parte argentina)[17].
Cumplidas las formas, se firm el 9 de enero el tratado Cotegipe-Lizaga
El Imperio se quedaba con la tercer parte de Paraguay, garantizando en el
resto la independencia e integridad de la Repblica; no retiraba sus fuerzas
de ocupacin para el mejor cumplimiento de los ajustes y del orden
pblico, y dejaba subsistente como una espada de Damocles el cobro de la
deuda de guerra con la sola generosidad que sera fijada benvolamente.[18]
El dcil Congreso aprob a libro cerrado en una sola sesin, no obstante las
protestas del seador Solalinde, apaciguadas cuando el representante Brizuela
autor de la mocin de aceptarlo sin discutirlo dijo no hemos tratado de
potencia a potencia es preciso aprobarlo.
En Buenos Aires cay como una bomba, no obstante que desde los
protocolos del ao anterior era previsible la finalidad brasilea. Sarmiento se
indign con Mitre a quien hizo responsable de lo ocurrido; Mitre escribi a
Cotegipe el 22 de enero dicindoie que haba un evidente error porque se
habra obrado contra el pensamiento del S.E. el seor Vizconde de Ri
Branco, presidente del Consejo de ministros de quien Mitre tena la palabra
y la confidencia.[19] Tejedor escribi al Canciller brasileo Correia que la
enormidad de esas estipulaciones no puede ocultarse a nadie. Y,
maliciosamente, nombr a Ituzaing en su nota.[20]
Cotegipe contest a Mitre desdeosamente:
urna realidade a celebraao do tratado entre o Imperio e o Paraguay. Nem levemente foram
offendidos os intereses presentes o futuro da Repblica Argentina. Brasil no faltou a fe publica e a
seus compromisos. Fiz o que era humanamente possivel para evitar a alteao dos boas relaces. Sinto
que a tratado no merea a aprovaao de V.E..[21]
EL CURUPAYTY DIPLOMTICO DE
MITRE
Tejedor dio instrucciones a Mitre que sonaban como una clarinada de guerra.
A su paso por Montevideo, deba ponerse de acuerdo con el gobierno oriental
para una accin conjunta contra Brasil; en Ro de Janeiro conseguir que se
declarase formalmente la subsistencia del tratado de alianza, y obtener el
apoyo de Brasil para que la Argentina sacase de Paraguay los lmites
prometidos all, y conseguir la inmediata desocupacin brasilea de
Asuncin. Solamente cumplidos estos extremos poda dar su aprobacin al
tratado Cotegipe-Lizaga. En caso contrario: retirarse belicosamente.[1]
El 20 de junio Mitre est en Montevideo. El presidente Gomensoro le
dice sinceramente que en el caso de una guerra de la Argentina y Brasil
aunque sus simpatas estaran con nosotros, permanecer neutral. Tampoco
la destrozada Repblica Oriental poda ser de gran ayuda; solamente puede
prometer sus buenos oficios para mantener la paz.[2] El 6 de julio llega a
Ro de Janeiro. El recibimiento es fro e inamistoso, se queja en sus cartas a
Tejedor.[3] El 9 entrevista al Canciller Correia a quien cumplimenta por el
gusto de volver a visitarle; el brasileo responde que infelizmente no tiene
l tanto gusto como la otra vez. Mitre le asegura que su misin era de paz y
amistad, que Correia rechaza porque a juzgar por ciertos hechos, no pareca
as quejndose de la prensa argentina y las notas del ministro Tejedor que
hablaban de Ituzaing. Como Mitre dijera que Brasil haba roto la alianza,
el brasileo contest que no era as y nosotros escribe Mitre[4]
podamos hacer un tratado con Paraguay conforme al de la Triple. Sus
palabras esperanzan a Mitre que da satisfacciones por la campaa de prensa
ya que el nimo del gobierno argentino no haba sido nunca ofender ni al
pueblo ni al gobierno brasileos, declaracin que no tendra embarazo en
formular por escrito. Pero a Correia le duele la mencin de Ituzaing
deslizada en una de las notas de Tejedor, contestado por Correia a su vez con
un recuerdo de Caseros. Mitre explica que el recuerdo de Ituzaing no tena
ni siquiera una intencin ofensiva; complacido, Correia le aclara a su vez
que el recuerdo de Caseros haba tenido slo por objeto ennoblecer ms
nuestra alianza puesto que no olvidaba que Mitre form entre los
vencedores de esa batalla. Retirados los posibles agravios, Mitre pide una
audiencia al emperador que el Canciller promete gestionarle.
El 13, Pedro II recibe a Mitre. El ex presidente le habla de Caseros y
Tuyuty, sacrificios comunes de dos pocas memorables en la lucha contra
las brbaras tiranas que eran oprobio de la humanidad y un obstculo y un
peligro para la paz y para la libertad en estas regiones; el emperador
contesta que la poltica de buena fe y amistad que el Brasil ha seguido
siempre para con sus vecinos, y que nadie conoce mejor que Vos cuando
recordis esas dos pocas de tanta gloria, es el medio por el cual os habis de
granjear la merecida benevolencia. Mitre se retira satisfechsimo.
Entrevista a Ri Branco. El Presidente del Consejo de ministros halaga su
vanidad dicindole que vea en la eleccin de un estadista como yo, la
prueba de los aciertos diplomticos argentinos;[5] pero encuentra
dificultades para un tratado que diese a la Argentina el Chaco prometido:
estaban las pretensiones de Bolivia y el pronunciamiento de la opinin
paraguaya. Mitre pide el apoyo del Imperio exigido por sus instrucciones y
Ri Branco se lo da ampliamente en forma verbal. Pero como no tena tiempo
de ocuparse en diplomatizar, nombra al veterano marqus de San Vicente,
Jos Antonio Pimenta Bueno, para que lo estipule de acuerdo con Mitre. Esto
solamente se har en noviembre, retardando noventa das las negociaciones,
mientras se prepara el ejrcito imperial en Ri Grande y se refuerzan las
tropas de ocupacin en Paraguay. La Argentina no toma medidas porque
Mitre ha asegurado que desde su primera entrevista la paz estaba
consolidada.
El marqus de San Vicente es la historia viva de la diplomacia brasilea
en Paraguay, desde que en 1842 treinta aos atrs siendo Presidente de
Matto Grosso indujo a Carlos Antonio Lpez a declarar la independencia
paraguaya que Gaspar Rodrguez de Francia no haba hecho formalmente. Su
carrera es larga: ha sido varias veces ministro de Negocios Extranjeros, y
acaba de ser presidente del Consejo de Ministros. Es suave en maneras y
fuerte en hechos, y su sonrisa constante no traduce su pensamiento. Elogia a
Mitre y parece embelesarse con las tiradas oratorias del general. A Mitre le
parece fcil dominarlo porque no tiene la visin clara y la meditacin
profunda del hombre de Estado; supone que lo ha dominado con su oratoria
y en lugar de un contendor he encontrado en l un aliado. Le habla al
brasileo de que debemos vivir unidos como ncleo de luz, progreso y
justicia de esas jvenes nacionalidades [los pases de Amrica espaola],[6]
cuya independencia debieran garantizar Argentina y Brasil. San Vicente
aplaude. La independencia y la integridad; pero esta ltima de ahora en
adelante porque el tratado Cotegipe-Lizaga haba, desgraciadamente, pasado
en autoridad de cosa juzgada; ha sido ratificado por el emperador, y anularlo
sera inferirle un agravio a Su Majestad. Fuera de ese detalle, debera
asentarse la renovada amistad argentino-brasilea sobre bases slidas:
precisamente aqullas que ha dicho Mitre, la independencia plena del
Paraguay y su integridad. Si se estaba en eso, para qu exigir la Argentina
todo el Chaco, lo que molestara a los paraguayos y pondra a la Argentina en
conflicto con Bolivia que exhumaba viejos documentos para pretender hasta
el Bermejo por el sur y el Paraguay por el este? Si la Argentina se contentase
con el lmite del Pilcomayo! No debera olvidar Mitre que haba otras
zonas de friccin: que los paraguayos haban sacado pretensiones a parte de
Misiones y la isla Cerrito. Cmo se sorprende Mitre si ni siquiera
Lpez haba reclamado la soberana del Cerrito y las Misiones? Es cierto
sonre San Vicente , porque estuvo muy ocupado en preparar su agresin,
pero los paraguayos de ahora hablaban de sus derechos. Sin decirle que era
Cotegipe quien los induca: nadie se haba ocupado en limitar las misiones
paraguayas de las correntinas, y tanto poda sostenerse que el Paran era su
lmite como la cordillera que corre entre el Paran y el Uruguay; adems no
estaban muy claros los derechos argentinos a Formosa entre el Bermejo y el
Pilcomayo que Lpez siempre disput, y ahora tambin disputaba Bolivia. Si
la Argentina se contentase con Formosa y no llevase sus pretensiones ms
all de Villa Occidental, le poda asegurar que Brasil defendera la frontera en
el ro Paran con la isla Cerrito. Y Brasil y la Argentina, estrechamente
unidas como al da siguiente de Caseros y en vsperas de la guerra de la
Triple Alianza, formaran el Coloso de Sud Amrica dispuesto a abatir
tiranas y hacer triunfar el derecho. Todo eso sera obra de Mitre, en cuyas
manos estaban los destinos diplomticos de la unin argentino-brasilea
como estuvieron en 1865 sus destinos militares.[7]
Mitre se emocion. En nombre de la Argentina reconoci el tratado
Cotegipe-Lizaga; Brasil a su vez se comprometi a darle su cooperacin
moral y eficaz para un tratado de lmites con Paraguay. Nada se dijo sobre
stos, porque San Vicente no quiso (fuera de la aprobacin del tratado) que se
firmase nada por redundante. Pero Mitre ya estaba convencido de que en
homenaje al emperador, a la paz y a la renovacin de la alianza del 65, la
Argentina debera contentarse con llegar al Pilcomayo, tal vez con una
estrecha faja costera que le diese Villa Occidental. Es decir: casi la victoria
no da derechos pero con la diferencia de habrselos dado a Brasil.
Se despidi entuasiasmado de Pedro II. Le asegur la buena voluntad
hacia su persona del pueblo argentino, aunque el emperador dice Mitre
no me pareci del todo convencido respecto de nuestras simpatas populares
hacia el Imperio.[8] Volvi triunfador a Buenos Aires: traa la paz y la
alianza prometida de Brasil. Fue recibido con manifestaciones populares y se
lanz su candidatura a la presidencia para suceder a Sarmiento que terminaba
al ao siguiente.
El barn de Gondim
Jaime Sosa
La conferencia de Ro de Janeiro
Torpezas argentinas
La sorpresa del tratado Tejedor-Sosa, ech por tierra el largo y hbil trabajo
de Ri Branco cuyo objeto final era la anexin de Paraguay al Imperio, o por
lo menos un protectorado definitivo. Don Pedro II llam a reunin del
Consejo de Estado como se haca en las grandes ocasiones.
La opinin fue contraria a rechazar el tratado: la Argentina haba
negociado con Paraguay sin acuerdo de su aliado de la misma manera que
Brasil lo haba hecho anteriormente. No era posible a Brasil oponerse al
convenio Tejedor-Sosa, a lo menos directamente; pero poda valerse de su
influencia en Asuncin para conseguir que el congreso y el presidente
paraguayo no aprobaran lo hecho por su representante en Ro de Janeiro.
Tambin poda amenazarse con la guerra Haba un pretexto que,
convenientemente agitado, poda hacerse pasar por una descortesa a lavar
con sangre. Tejedor en su apuro por llevar a Buenos Aires el tratado con
Sosa, no se haba despedido del emperador. Poda elevarse a la categora de
ofensa, y moviendo bien las cosas conseguir una achicada de la Argentina.
Pero habra una achicada? En el ao anterior las cosas se presentaban
favorables; pero en 1875 haban cambiado: Chile y Bolivia estaban en
conflicto por el salitre (que deriv despus en la guerra del Pacfico) y, una
fuerte crisis financiera obligaba en Brasil al cierre de muchos bancos, entre
ellos el de Mau que hasta entonces haba sido la caja segura de la poltica
expansionista.
El Consejo resolvi orillar la guerra aunque se perdiese definitivamente la
incorporacin de Paraguay. Se opondra, por medios privados, a la
aprobacin en Paraguay del tratado Sosa-Tejedor. El gabinete Ri Branco,
culpable del fracaso de la conferencia de Ro de Janeiro, debi renunciar el
25 de junio y Pedro II encomend al duque de Caxias, la formacin de un
nuevo ministerio, cuya figura principal sera Cotegipe como ministro de
Negocios Extranjeros.
Bernardo de Irigoyen