El documento resume un libro escrito por Henry Buckley titulado "Vida y muerte de la República española". Buckley fue testigo de la década crucial en la historia de España desde 1929 hasta 1939 como periodista y corresponsal. El libro ofrece un relato periodístico vivo y directo de la época y sus protagonistas políticos. Desde su publicación en 1940, ha sido una fuente importante de información para los historiadores. La primera edición en castellano ofrece a los lectores españoles la oportunidad de redescubrir ese pasado.
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El documento resume un libro escrito por Henry Buckley titulado "Vida y muerte de la República española". Buckley fue testigo de la década crucial en la historia de España desde 1929 hasta 1939 como periodista y corresponsal. El libro ofrece un relato periodístico vivo y directo de la época y sus protagonistas políticos. Desde su publicación en 1940, ha sido una fuente importante de información para los historiadores. La primera edición en castellano ofrece a los lectores españoles la oportunidad de redescubrir ese pasado.
El documento resume un libro escrito por Henry Buckley titulado "Vida y muerte de la República española". Buckley fue testigo de la década crucial en la historia de España desde 1929 hasta 1939 como periodista y corresponsal. El libro ofrece un relato periodístico vivo y directo de la época y sus protagonistas políticos. Desde su publicación en 1940, ha sido una fuente importante de información para los historiadores. La primera edición en castellano ofrece a los lectores españoles la oportunidad de redescubrir ese pasado.
El documento resume un libro escrito por Henry Buckley titulado "Vida y muerte de la República española". Buckley fue testigo de la década crucial en la historia de España desde 1929 hasta 1939 como periodista y corresponsal. El libro ofrece un relato periodístico vivo y directo de la época y sus protagonistas políticos. Desde su publicación en 1940, ha sido una fuente importante de información para los historiadores. La primera edición en castellano ofrece a los lectores españoles la oportunidad de redescubrir ese pasado.
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Henry Buckley fue testigo de
excepcin de una dcada crucial en la Historia contempornea espaola, desde su llegada a Madrid en 1929, cuando slo es un periodista principiante, hasta que atraviesa los Pirineos en 1939 con los restos del ejrcito republicano, convertido ya en un corresponsal curtido. Siempre objetivo, pero cada vez ms involucrado en la vida espaola, Buckley vive en primera persona las convulsiones sociales, las pugnas polticas y los enfrentamientos blicos que determinaron el futuro del pas: presencia la cada de Primo de Rivera, est junto a Alcal Zamora cuando se proclama la Segunda Repblica, junto al general Lster en la batalla del Ebro y junto a Negrn en el ltimo Consejo de Ministros de un gobierno al borde del exilio. Vida y muerte de la Repblica espaola es un relato periodstico vivo y directo de una poca y de sus protagonistas, y desde su publicacin en Londres en 1940 ha sido fuente inagotable de informacin para los historiadores. Esta primera edicin en castellano ofrece a los lectores espaoles la oportunidad de redescubrir un pasado que sigue marcando su presente. HENRY BUCKLEY
Vida y muerte de la Republica
Espaola
Traduccin de Ramn Buckley
Sinopsis
Henry Buckley fue
testigo de excepcin de una dcada crucial en la Historia contempornea espaola, desde su llegada a Madrid en 1929, cuando slo es un periodista principiante, hasta que atraviesa los Pirineos en 1939 con los restos del ejrcito republicano, convertido ya en un corresponsal curtido. Siempre objetivo, pero cada vez ms involucrado en la vida espaola, Buckley vive en primera persona las convulsiones sociales, las pugnas polticas y los enfrentamientos blicos que determinaron el futuro del pas: presencia la cada de Primo de Rivera, est junto a Alcal Zamora cuando se proclama la Segunda Repblica, junto al general Lster en la batalla del Ebro y junto a Negrn en el ltimo Consejo de Ministros de un gobierno al borde del exilio. Vida y muerte de la Repblica espaola es un relato periodstico vivo y directo de una poca y de sus protagonistas, y desde su publicacin en Londres en 1940 ha sido fuente inagotable de informacin para los historiadores. Esta primera edicin en castellano ofrece a los lectores espaoles la oportunidad de redescubrir un pasado que sigue marcando su presente.
Traductor: Buckley, Ramn
Autor: Buckley, Henry ISBN: 9788467030723 Generado con: QualityEbook v0.72 Vida y muerte de la Repblica espaola HENRY BUCKLEY fue testigo de excepcin de una dcada crucial en la Historia contempornea espaola, desde su llegada a Madrid en 1929, cuando solo es un periodista principiante, hasta que atraviesa los Pirineos en 1939 con los restos del ejrcito republicano, convertido ya en un corresponsal curtido. Siempre objetivo, pero cada vez ms involucrado en la vida espaola, Buckley vive en primera persona las convulsiones sociales, las pugnas polticas y los enfrentamientos blicos que determinaron el futuro del pas: presencia la cada de Primo de Rivera, est junto a Alcal Zamora cuando se proclama la Segunda Repblica, junto al general Lster en la batalla del Ebro y junto a Negrn en el ltimo Consejo de Ministros de un gobierno al borde del exilio. Vida y muerte de la Repblica espaola es un relato periodstico vivo y directo de una poca y de sus protagonistas, y desde su publicacin en Londres en 1940 ha sido fuente inagotable de informacin para los historiadores. Esta primera edicin en castellano ofrece a los lectores espaoles la oportunidad de redescubrir un pasado que sigue marcando su presente. Ttulo original: Life and Death of the Spanish Republic
Henry Buckley, 1940
Traduccin: Ramn Buckley
prlogo LE por vez primera Vida y Muerte de la Repblica espaola en la biblioteca de la Universidad de Oxford en 1969 y me impresion su extraordinaria descripcin de la poltica espaola durante toda la vida de la Segunda Repblica, desde su inicio el 14 de abril de 1931 hasta su derrota a finales de marzo de 1939. Era un libro que abarcaba el periodo completo, combinando recuerdos personales de los grandes polticos de la poca con relatos de primera mano de los principales acontecimientos de esa dcada decisiva. Narraba esa compleja experiencia con una prosa rica, salpicada de humor e impregnada de compasin por el sufrimiento de los espaoles, y de indignacin hacia quienes lo provocaron. Sent gran inters por saber ms de ese hombre que senta un afecto tan profundo por Espaa y por los espaoles. Lo nico que saba era que Henry Buckley haba sido corresponsal de The Daily Telegraph durante la Guerra Civil espaola. Por ello sent una gran alegra cuando, en 1971, un amigo mutuo, Agustn Gervs, me present a Ramn, hijo del autor. Durante nuestro encuentro le manifest mi entusiasmo por el libro de su padre y expres mi asombro por el hecho de que nunca se hubiera vuelto a publicar. Sus respuestas a mis preguntas aumentaron mi inters tanto por el autor como por el libro. Me enter de que Henry Buckley haba nacido cerca de Manchester en 1904 y que, tras haber estado en Pars, haba venido a Espaa como corresponsal del ahora desaparecido Daily Chronicle. En la poca en que conoc al hijo de Henry Buckley, yo ya empezaba a coleccionar libros sobre la Guerra Civil espaola, que se convertira en una de las grandes pasiones de mi vida. Le coment que mientras que la mayora de las obras sobre dicho tema publicadas en Inglaterra resultaban relativamente fciles de obtener en libreras de segunda mano, Vida y Muerte de la Repblica espaola era absolutamente imposible de encontrar. Ramn me explic que esa dificultad se deba al hecho de que, poco despus de publicarse en 1940, el depsito londinense donde se almacenaban los ejemplares fue destruido por las bombas incendiarias alemanas. Tard ocho aos ms en obtener un ejemplar propio. Durante los veinticinco aos siguientes, el libro de Henry Buckley ha sido una de las obras sobre la Guerra Civil espaola que he reledo con mayor frecuencia. Mi fascinacin por el autor continu, avivada en buena parte al enterarme de que haba regresado a Espaa tras la Segunda Guerra Mundial con su esposa catalana y vivido all hasta su muerte, pese a haber sido un ferviente republicano. Resulta algo irnico que el propio Franco recibiera a Buckley en las audiencias anuales que otorgaba a los miembros de la Asociacin de Corresponsales Extranjeros en Espaa. Henry Buckley era un catlico con una aguda conciencia social. A lo largo del libro, resulta evidente que era su compasin, ms que su ideologa, la que motivaba su apoyo a las luchas de obreros explotados y campesinos sin tierra en los aos treinta. Buckley meda a las principales personalidades de la poca con un rasero ms humano que poltico. El general Miguel Primo de Rivera le pareca un grandsimo caballero andaluz. Le desagradaba Alfonso XIII (su rostro revela maa, quiz astucia, pero no inteligencia). Senta simpata personal por Jos Antonio Primo de Rivera, el hijo del dictador, pero despreciaba a los matones a sueldo de la Falange. En 1929, al adentrarse por primera vez en Espaa, su primera impresin fue de decepcin por la miseria general y la pobreza de los campesinos. A su llegada, Buckley era muy consciente de que iba a informar sobre un pas que le era absolutamente desconocido. Escribe siempre con una percepcin humorstica de sus propias limitaciones, describindose al abandonar Pars rumbo a Madrid como virgen, antojadizo y melindroso. Siempre se muestra sumamente sensible a la belleza femenina, pero jams pierde su sentido del ridculo masculino. Nos habla, por ejemplo, de una novia alemana que se desmayaba en sus brazos cada vez que la besaba, aunque se apresura a aclaramos que los vahdos se deban a una deficiencia cardaca de la teutona y no eran, en modo alguno, consecuencia de sus propias dotes amatorias. Puede que Buckley fuera un ignorante a su llegada, pero se propuso aprender y lo logr. Al principio no le gustaba Madrid por inhspito, ventoso y montono y le indignaba esa colmena burocrtica en la que un milln de espaoles viven a expensas del resto de la nacin. Sin embargo, como muestra su relato del sitio de la capital durante la guerra, acab enamorndose de la ciudad y admirando a sus habitantes. Creo que el sistema democrtico adoptado por la Repblica cuando el rey Alfonso abandon el pas fue en buena parte responsable de la tragedia espaola, escribe Buckley en lo que, a primera vista, parecen palabras de buen conservador ingls. Sin embargo, pronto se hace evidente que su opinin se basaba en la creencia radical de que los republicanos no eran lo bastante autoritarios como para acometer una reforma completa de la arcaica estructura econmica del pas. El valor abrumador de este maravilloso libro estriba en proporcionarnos la visin objetiva de un testigo presencial en esa dcada crucial de la Historia contempornea de Espaa. Su relato est plagado de ancdotas tan perspicaces como reveladoras. Mientras las masas republicanas invaden las calles de Madrid, Buckley, esperando en el fro cortante de la noche del 13 de abril ante el Palacio de Oriente, le pregunta a un portero qu est haciendo la familia real. Imaginaba a sus miembros en angustioso cnclave, llamando a amigos y realizando consultas desesperadas escribe Buckley. Sin embargo, la respuesta del portero fue tranquila y comedida: "Sus majestades estn asistiendo a una funcin cinematogrfica en el saln en el que recientemente se ha instalado un aparato de sonido". Al da siguiente, presenci cmo el entonces desconocido doctor Negrn calmaba a una muchedumbre impaciente disponiendo que se colgara una bandera republicana de un balcn del Palacio de Oriente. En el bar Chicote de la Gran Va madrilea, un banquero espaol le dijo que el nico futuro que iban a tener los republicanos y socialistas era la horca o la crcel. En el otoo de 1931, presenci cmo se le negaba la entrada al Palacio de Oriente a la esposa de Alcal Zamora el da de su investidura como presidente de la Repblica, gesto que Buckley considera simblico de la posicin que ocupaban las mujeres espaolas en esa poca. Tanto para el historiador como para el lector general, uno de los mayores placeres de la prosa de Buckley se halla en sus agudos retratos de los principales polticos y militares de la poca. Sobre Julin Besteiro, un presidente de las Cortes algo desencaminado, escribe con mordaz irona que mostraba buena tolerancia, siempre dispuesto a ayudar a los dbiles; en este caso los representantes del feudalismo que haban tratado sin escrpulos a sus oponentes durante muchos siglos. Despus de la matanza a manos de las fuerzas de seguridad de los campesinos anarquistas de Casas Viejas, en la provincia de Cdiz, el 8 de enero de 1933, Buckley describe a Carlos Espl, entonces subsecretario de Gobernacin, como un republicano excepcionalmente inepto y confuso. Pese a que no le gustaban sus medidas, admiraba la eficacia poltica del dirigente de la CEDA, Jos Mara Gil Robles, truculento, enrgico, ejecutivo excelente, con un buen juicio sobre los hombres y la poltica. Por otra parte, consideraba el pretendido cariz revolucionario de Largo Caballero en 1934 completamente falso. Se refera al general Gonzalo Queipo de Llano como un oficial excitable e irascible y describe la oratoria vaca de Alcal Zamora en trminos satricos. De todos los polticos de la dcada, quien ms le impresion fue Dolores Ibrruri. Tras entrevistarla por primera vez en Valencia en mayo de 1937, habla con admiracin ilimitada de la energa, la capacidad de liderazgo y la claridad de ideas de La Pasionaria. Le agradaba Indalecio Prieto y admiraba su labor incansable como ministro durante la Guerra Civil, pero se daba cuenta de que su trabajo febril no era muy productivo por su empeo en ocuparse hasta de los ms mnimos detalles, llegando hasta el extremo de examinar personalmente las peticiones de los periodistas para visitar el frente. Buckley seala con exasperacin cmo el secretario de Prieto, Cruz Salido, se limitaba a remitrselo todo a Prieto. De Valentn Gonzlez, El Campesino, su opinin confirma la de otros observadores: Posea en la mirada el extrao magnetismo de un loco. Por el contrario, pocos observadores esperaran que se describiera al brutal estalinista Enrique Lster como un gourmet. Tena un cocinero que haba estado en los vagones-restaurante de los coches-cama antes de la guerra, y de las diversas ocasiones, durante varias retiradas, que tuve ocasin de comer en el cuartel general de Lster, creo que ninguna result mala. Tambin poda admirar el manejo de Lster de los restos de un ejrcito con frialdad y una destreza considerable. Reserva su mayor admiracin para Negrn no solo por su dinamismo, sino tambin por su generosidad: Lo que ms me impresion de l fue su compasin por el sufrimiento humano. Se quedaba mirando al vendedor de peridicos al que acababa de comprar el diario vespertino y le deca: "Te han tratado esos ojos, hijo? No? Pues ve al doctor fulano de tal en la clnica tal y tal, entrgale esta tarjeta y l se ocupar de que te curen de inmediato". La visin de Buckley para los detalles reveladores hace que la poltica de la Segunda Repblica cobre vida en las pginas de su libro. Durante el perodo previo a las elecciones de noviembre de 1933, visit la sede de la CEDA y seal la esplndida calidad de los carteles utilizados en la campaa de Gil Robles. El 21 de abril de 1934 asisti, bajo una lluvia torrencial, a la concentracin de la Juventud de Accin Popular en El Escorial. El desfile, los saludos romanos y los cnticos llevaron a Buckley a considerarla un ensayo para la creacin de los escuadrones de choque fascistas. Se esperaba una asistencia de cincuenta mil personas, pero pese a los servicios de transporte, la gigantesca campaa de publicidad y las grandes sumas gastadas, lleg a menos de la mitad de ese nmero. Adems, como observa Buckley, haba demasiados campesinos en El Escorial dispuestos a contar a los reporteros cmo el cacique del pueblo los haba mandado con el billete y los gastos pagados. La vspera de la insurreccin de los mineros en Asturias, la noche del 5 de octubre, Buckley se hallaba con los socialistas Luis Araquistin, Juan Negrn y Julio lvarez del Vayo en un bar de Alcal discutiendo la conveniencia de la estrategia de Largo Caballero. Durante el sitio de Madrid, describe cmo el hotel Palace se convierte en hospital. Durante la batalla de Guadalajara, entrevista a soldados regulares italianos que haban venido a Espaa siguiendo las rdenes de sus superiores. A finales de mayo de 1937, se apresura a visitar Almera para examinar los daos causados por el buque de guerra alemn Admiral Scheer el 31 de mayo de 1937, en represalia por el bombardeo republicano del crucero Deutschland dos das antes, y aporta una sombra descripcin de los destrozos producidos en los barrios obreros de ese puerto indefenso. Buckley se indigna ante las injusticias de una guerra desigual, aunque su indignacin por las injusticias sociales ya era evidente desde 1931. Reflexionando sobre la situacin de Alfonso XIII la noche antes de su partida de Madrid, pregunta retricamente: Dnde estn sus amigos? Puede alguien creer que este buen pueblo de Espaa tenga un corazn de piedra? No. Si alguna vez hubiera mostrado generosidad o comprensin por sus padecimientos y luchas, no le dejaran solo esta noche. Pero nunca lo hizo. Aunque catlico practicante toda su vida, la fe catlica de Buckley flaque debido a la hostilidad de los catlicos de derecha hacia la Repblica, comentando: Del mismo modo que me disgusta la violencia de las turbas y la quema de iglesias, creo que la gente de Espaa que proclamaba a voz en grito su fe catlica era la que ms culpa tena de la existencia de masas analfabetas y una economa nacional en ruinas. Su humanidad entr en pugna con su fe religiosa, como puede verse en sus grficos relatos de las vidas cotidianas de los braceros hambrientos en el Sur. La indignacin de Buckley se convierte en furia cuando llega al terrible relato de los refugiados que llegan a la frontera francesa. Le enfureca especialmente la hipocresa de britnicos y franceses, ms preocupados por la suerte de los tesoros del Museo del Prado que de la suerte de medio milln de seres humanos. El mundo entero estaba pendiente del rescate de unas seiscientas obras maestras del arte espaol e italiano que se guardaban cerca de Figueras despus de su larga odisea. Pero no nos importaba nada el alma de un pueblo que estaba siendo pisoteado. Fuimos incapaces de acoger a ese medio milln de personas, a las que hubiramos podido alentar y proporcionar trabajo en Gran Bretaa, Francia y sus colonias. Eso s que hubiera sido cultura en el sentido real de la palabra [...]. Las mujeres, los nios, los enfermos y los heridos podan dormir al aire libre sin que a nadie le importara. Pero los veinte camiones de los cuadros del Prado contaban con grandes cubiertas de lona y el cuidado de una veintena de expertos. En cierta medida, la indignacin de Buckley se dirige sobre todo al papel del gobierno britnico y del cuerpo diplomtico. Comenta que cuando hablaba con alguna de nuestras autoridades diplomticas, las encontraba bien dispuestas hacia la derecha espaola. La consideraban una garanta contra el bolchevismo, pensaban que era preferible tenerlos a ellos en el poder que a los socialistas o republicanos por esta razn, y desdeaban amablemente cualquier sugerencia de que la derecha espaola pudiera alinearse algn da con Alemania e Italia, con lo cual nuestras rutas imperiales se hallaran repentinamente en peligro. Apenas le sorprendi que su amigo Jay Alien, el gran corresponsal de guerra estadounidense, le contara que haba visto desembarcar a pilotos italianos en Gibraltar y las autoridades britnicas les haban permitido y facilitado su paso por el Pen para llegar a Sevilla. Tras el bombardeo del acorazado Deutschland, los alemanes muertos fueron enterrados con todos los honores militares en Gibraltar. Le constern que las autoridades ordenaran a un destructor britnico que no interviniera mientras el puerto de Ganda era bombardeado por la aviacin alemana. De hecho, Buckley describe a una clase dirigente britnica que antepona sus prejuicios clasistas a sus intereses estratgicos. A este respecto cita a un diplomtico britnico que afirma: lo esencial que hay que recordar en el caso de Espaa es que se trata de un conflicto civil y es muy necesario que apoyemos a nuestra clase. Buckley no comparta en modo alguno la histeria anticomunista de las clases medias britnicas. Se mostraba escptico ante las declaraciones de que la Unin Sovitica quera crear un satlite espaol. Incluso suponiendo que el Partido Comunista llegara a conseguir el control completo del gobierno y la nacin, seguira probablemente estando compuesto por espaoles, y me pareca que a Rusia le iba a resultar muy difcil imponer una lnea de conducta que no aprobara el conjunto de los espaoles [...]. Por supuesto, Rusia tena gran inters en salvar a la Repblica, pero no creo que, aparte del deseo natural de ver al Partido Comunista espaol con el mayor poder posible y propagar sus ideas al mximo, los rusos tuvieran idea alguna de convertir a Espaa en un estado sometido, y no lograba imaginar cmo podran haberlo hecho a tan larga distancia [...]. Se ha escrito mucho sobre las actividades rusas en Espaa durante la Guerra Civil, pero yo no vi rusos en las fuerzas policiales ni como personas particulares, exceptuando el personal diplomtico, unos cuantos periodistas y algunos consejeros militares. Tambin hubo, durante algn tiempo, varios aviadores y tanquistas a partir de octubre de 1936, hasta que la mayora fueron reemplazados de forma gradual. Por esta razn, dist mucho de convencerle el coronel Segismundo Casado, comandante del Ejrcito Republicano del Centro, cuando sostuvo que su golpe del 4 de marzo de 1939 pretenda salvar a Espaa del comunismo. Como corresponsal del Daily Telegraph, Henry Buckley entabl amistad con los principales corresponsales de guerra en Espaa, entre ellos Jay Alien, Vincent Sheehan, Lawrence Fernsworth, Herbert Matthews y Ernest Hemingway. Buckley era un hombre sensible, modesto y lacnico. Un periodista espaol describi su voz como casi un susurro. Era muy popular entre los dems corresponsales extranjeros, que solan llamarle Enrique. Constancia de la Mora, esposa del jefe de la aviacin republicana Ignacio Hidalgo de Cisneros, describa a Buckley como un hombre de cara tmida, con un pequeo tic en la comisura de los labios que le daba una pincelada sardnica a su humor seco. Sin embargo, su aspecto reposado y modales tranquilos ocultaban el valor de un periodista siempre dispuesto a correr considerables riesgos para cubrir la informacin. En las ltimas fases de la batalla del Ebro, cruz el ro en una barca con Ernest Hemingway, Vincent Sheehan y Herbert Matthews. Despus explic: Nos enviaron para informar de las noticias en el frente de Lster [...]. En ese momento casi todos los puentes que cruzaban el Ebro haban resultado destruidos por la lucha, y se haban hundido en el ro una serie de aspas de hierro para desalentar la navegacin. Sin embargo, como no haba otra va para alcanzar el frente, nos montamos los cuatro en una barca con la idea de remar a lo largo de la orilla hasta que llegramos a la parte ms profunda del cauce, luego lo cruzaramos y volveramos a remar hasta la orilla opuesta. El problema fue que nos vimos atrapados en la corriente y comenzamos a desviarnos hacia el centro. Cada momento que pasaba la situacin se haca ms amenazadora, pues una vez sobre las aspas era seguro que el fondo de la barca se destrozara; y casi igual de seguro que nos ahogaramos tan pronto como la barca hubiera volcado. Fue Hemingway quien salv la situacin porque se puso a los remos como un hroe y con tanto ahnco que logr que lo cruzramos sanos y salvos. Durante la batalla del Ebro, Henry Buckley visit Sitges acompaado del pintor Luis Quintanilla y de Herbert Matthews. All conoci a Mara Planas, hija de un industrial local y catalanista conservador. Pocos meses ms tarde, decidieron casarse. Aunque la Iglesia catlica estaba oficialmente proscrita en la Espaa republicana, Constancia de la Mora, encargada de las relaciones del gobierno con la prensa extranjera, consigui que pudieran contraer matrimonio en una capilla utilizada por las autoridades vascas exiliadas en Barcelona. Tras la Guerra Civil, Buckley regres a Londres con su esposa y ms tarde fue destinado a Amsterdam, de dnde tuvo que huir tras la invasin alemana. Posteriormente fue corresponsal de guerra con la flota britnica en el Mediterrneo y en la campaa del norte de Africa. Al iniciarse la invasin de Italia desembarc con las tropas aliadas en Anzio, donde result gravemente herido por un obs alemn. Inmediatamente despus de la guerra fue adscrito a las fuerzas aliadas en Berln y luego nombrado corresponsal de Reuters en Madrid, para despus pasar a Roma en 1947 y 1948 antes de regresar a Madrid. En 1949 volvi a Madrid como director de Reuters, donde permaneci hasta septiembre de 1966, salvo breves misiones en Marruecos y Argelia. En 1962 cubri la ltima resistencia de la OAS en Orn. Continu siendo amigo de Hemingway, y siempre que el novelista estadounidense visitaba Madrid iba a verlo para enterarse de lo que pasaba. Era tal su conocimiento de la Guerra Civil espaola que Hugh Thomas confes que haba escarbado en su cerebro sin piedad mientras preparaba su clsica obra sobre el tema. Despus de haber vivido treinta aos en el pas, el gobierno de Espaa solemniz su jubilacin en 1966 con la concesin de la Cruz de Caballero de la Orden de Isabel la Catlica, que le impuso el entonces ministro de Asuntos Exteriores Fernando Mara Castiella. En enero de 1968 la reina Isabel II de Inglaterra le nombr miembro de la Orden del Imperio Britnico, galardn que le entreg el entonces embajador britnico sir Alan Williams. A partir de 1966 Henry Buckley se retir a vivir en Sitges, pero continu trabajando para la BBC como corresponsal ocasional. Muri el 9 de noviembre de 1972. Manuel Aznar, uno de los periodistas ms prestigiosos del franquismo, escribi en La Vanguardia: Por ser un ingls de condicin muy distinguida fue, entre nosotros, ejemplo de gentilhombra. As quisiramos que fuesen todos los ingleses entre nosotros. Su amigo Willy Forrest escribi en el Times del 15 de noviembre de 1972: Buckley vio ms de la Guerra Civil que ningn otro corresponsal extranjero e inform al respecto con un apego tan escrupuloso a la verdad que se gan el respeto incluso de aquellos que a veces hubieran preferido que la verdad permaneciera oculta. Vida y Muerte de la Repblica espaola es un digno monumento a un gran periodista. PAUL PRESTON NOTA DEL TRADUCTOR RECUERDO que cuando yo era nio recibamos en nuestra casa de Madrid las visitas, bastante asiduas, de un joven ingls de melena rubia y aspecto algo desgarbado que asediaba a mi padre con su bloc de notas en la mano y un verdadero arsenal de preguntas siempre dispuestas en la punta de la lengua. Por aquel entonces, palabras como Brunete o Miaja, Teruel o Pasionaria significaban muy poco para m. El jovencito en cuestin se llamaba Hugh Thomas y entonces empezaba a elaborar lo que acabara siendo el libro ms emblemtico sobre la guerra espaola. Sin apenas darme cuenta de ello, estaba presenciando, en aquellos encuentros en casa, la verdadera lanzadera de la Historia: el testigo de unos acontecimientos histricos estaba siendo interrogado, muchos aos despus, por una persona que no los haba vivido pero cuya misin era justamente la de configurarlos, la de ponerlos en orden, la de darles un sentido y una direccin. La Historia no era ms que eso, la lanzadera que iba y vena de la primera persona de mi padre a la tercera persona de Thomas, de la expresin de la verdad de una persona a la configuracin de una realidad colectiva. Es justamente esa primera persona narrativa yo vi... habl con... interrogu... pens... sent... am... odi... la que he pretendido subrayar en esta traduccin al espaol del libro que escribi mi padre. Es un libro donde el yo aparece en todo momento y constituye, mas an que los acontecimientos que describe, el verdadero hilo conductor del relato. He aqu la Historia, pero la Historia en vivo y en directo, con todas las limitaciones que esto supone se trata, al fin y al cabo, solamente de las vivencias de una persona, pero tambin con todas sus ventajas, con el calor humano que desprende cada una de sus pginas. Y, sin embargo, el libro de mi padre no transmite solo la inmediatez de los acontecimientos, sino que es tambin una reflexin personal sobre los sucesos que estaban ocurriendo en Espaa. Tngase en cuenta que mi padre lo escribi cuando la contienda espaola ya haba concluido pero el conflicto mundial todava no haba estallado. Aquellos escasos meses que separaron las dos guerras fueron un verdadero trampoln de la Historia, es decir, un lugar privilegiado desde donde otear el horizonte, mirando hacia delante y hacia atrs, una verdadera palanca desde la que uno poda saltar en el tiempo, estableciendo los vnculos entre lo que ya haba ocurrido y lo que estaba a punto de acaecer. La democracia haba fracasado en Espaa y, por razones muy similares, estaba ahora a punto de fracasar en todo el mundo occidental. Los lderes britnicos y la opinin pblica inglesa ya no podan desvincularse de los sucesos de Espaa como hasta entonces haban hecho por la sencilla razn de que la Repblica espaola estaba a punto de arrastrar en su cada a todas las democracias occidentales. Por eso no estamos solo ante unas memorias personales o un libro de Historia. El libro que escribi mi padre era un alegato contra sus propios paisanos, contra el pueblo ingls que haba vuelto la espalda a Espaa y que entonces, en ese ao de 1939, con el aliento de Hitler en el cogote, ya no poda ignorar por ms tiempo. Las noticias y las reflexiones sobre Espaa eran el espejo mismo en el que los ingleses deban contemplarse si pretendan enderezar el torcido rumbo de su propia Historia. Como en su redaccin mi padre dirigi su escrito a un pblico ingls, al realizar la traduccin me he visto obligado a suprimir algunos detalles sobre los polticos y la poltica inglesa de la poca que, me imagino, tendran escaso inters para el lector espaol de hoy. Tambin me ha parecido oportuno aligerar algunas alusiones a la composicin de ciertos gobiernos de la Repblica y a la distribucin de las carteras ministeriales, pensando que se trata de hechos histricos suficientemente conocidos por el pblico espaol en general. Mi intencin ha sido subrayar el ritmo narrativo que tiene el libro, la viveza y la espontaneidad misma de la narracin, que constituyen, a mi modo de ver, su mayor virtud. Finalmente, me parece importante precisar que la palabra repblica tiene distintos y diversos significados en el libro de mi padre. Puede significar: a) una forma de Estado, un determinado rgimen poltico; b) una parte del territorio espaol, diferente a la zona ocupada por las tropas del general Franco; c) una quimera, una utopa, una entelequia, un ideal de convivencia, una forma de ser y de estar, un paraso perdido antes, casi, de haberlo podido disfrutar. RAMN BUCKLEY VIDA Y MUERTE DE LA REPBLICA ESPAOLA INTRODUCCIN
ES muy posible que t, amable lector,
que tienes este libro entre las manos, te preguntes, antes de comenzar a leer sus pginas, sobre la oportunidad de su publicacin en unos momentos en que los cimientos mismos del mundo occidental en el que vivimos parecen estremecerse. La verdad es que el libro estaba ya escrito antes de ese fatdico 3 de septiembre de 1939, antes de esta fecha que quedar ya para siempre inscrita en los anales de la humanidad. Pero tambin es cierto que su publicacin podra haber esperado unos meses si de lo que se tratara fuera de realizar un simple anlisis de la historia de la Repblica espaola, que naca el 14 de abril de 1931 y mora el 1 de abril de 1939, con la proclamacin del rgimen totalitario del general Franco en todo el territorio espaol. Pero el propsito de este libro no es el simple anlisis poltico del rgimen de un pas cercano al nuestro. Se trata de averiguar las causas por las cuales la democracia fracas en Espaa, y en definitiva las causas por las que la democracia est fracasando, o est a punto de fracasar, en el mundo entero. No es esa justamente la causa por la que estamos luchando, no es la democracia misma lo que est en juego en nuestro pas, en nuestro Imperio, y en todos los pases de Occidente? Unas semanas antes de que entrramos, una vez ms, en guerra con Alemania, el propio lord Baldwin haba alzado la voz de alarma en un discurso pronunciado en Nueva York. Deca Baldwin que la democracia solo sobrevivir en nuestro mundo occidental si somos capaces de dotarla de un carcter constructivo. Un sistema poltico no es bueno simplemente porque los principios en los que est basado sean buenos, sino en la medida en que se muestre capaz de resolver, de manera rpida y eficaz, los problemas polticos y econmicos con los que se enfrenta un pas. Acaso no eran buenas personas los polticos que tomaron el poder cuando Alfonso XIII sali de Espaa? Alguien puede poner en duda sus buenas intenciones, su preparacin, su inteligencia, su calidad humana? Estaban todos ellos o casi todos ellos imbuidos de las ideas liberales del siglo XIX, dispuestos a que Espaa, por primera vez en su Historia, tuviera un verdadero rgimen democrtico. Desde el mismo momento en que llegaron al poder, organizaron elecciones, crearon un parlamento representativo, disearon una nueva Constitucin para el pas... Qu duda cabe que aquellos cuatrocientos setenta hombres, a pesar de las diferencias de educacin, de clase social y de ideas, supieron trabajar juntos formando aun con todas las discrepancias que poda haber entre ellos un solo cuerpo, preparando, en definitiva, el futuro de la nacin! Cul era la tarea fundamental de aquellos hombres, cul la de la Repblica espaola? Convertir un pas cuya economa y cuyo sistema poltico responda todava a los viejos principios del feudalismo, en un pas moderno, progresista, que mirara no hacia el pasado, sino al futuro, abierto a todas las grandes innovaciones y revoluciones de nuestro tiempo: la revolucin y mecanizacin en el campo, la revolucin en el transporte, en la industria, en la educacin y en la mejora del ser humano. La democracia no lleg fcilmente a nuestro propio pas, y fue Oliver Cromwell el que dio el golpe de muerte al feudalismo. La Repblica francesa de hoy tiene su origen en la Revolucin francesa de ayer. Estas democracias, creadas hace siglos, han llegado hasta nuestros das, s, pero en estado de letargo profundo. Porque si no fuera as, cmo se explica que los demcratas franceses e ingleses no advirtieran a la joven Repblica espaola de los peligros que corra, de los enemigos que la acechaban? Se puede construir una democracia sin haber destruido antes los cimientos del feudalismo que todava existen en aquel pas? Y a continuacin se precisaba la formacin de una clase media, el fomento de la iniciativa privada, la colaboracin con el dinero pblico, la formacin de empresas estatales colaborando con la empresa privada. Ya s que todo esto requiere tiempo, que sin duda habra producido muchos conflictos y enfrentamientos, pero al menos se habra iniciado el camino que puede conducir a un pas desde la era feudal a la moderna, un pas que buscar algn da su lugar en la fraternidad de naciones europeas... Pero no fueron esos los consejos que ingleses y franceses dieron a la joven Repblica espaola. Los polticos ingleses aconsejaron a los espaoles que, aceptado el cambio poltico, se modificara lo menos posible, es decir, que todo cambiara (antes una monarqua, ahora una repblica) para que todo permaneciera igual. Porque en el fondo esa es la esencia de la filosofa poltica que tenemos hoy en da los ingleses: que no ocurra nada y, si algo ocurre, si se produce algn cambio, que sea superficial. La Repblica espaola fracas porque se inspir en los principios liberales de nuestras viejas democracias sin advertir que estas antiguas democracias liberales estaban cuartendose y resquebrajndose, tratando de construir un edificio ya caduco sobre unos cimientos claramente reaccionarios. Ao tras ao fui observando la construccin de aquel edificio de la democracia espaola, intuyendo que le faltaba algn elemento esencial, que algo no funcionaba, pero sin poder precisar con exactitud cul era el error que se estaba cometiendo. Al cabo de esos aos, y cuando ya es demasiado tarde, me parece que estoy en situacin de poder detectarlo. Qu fcil es, en estos dramticos momentos de nuestra historia, echarle la culpa al fascismo, echar la culpa al fascismo de lo que ocurri en Espaa en estos ltimos aos y de lo que nos est ocurriendo a nosotros ahora! El verdadero enemigo no es el fascismo, sino nuestro propio sistema, nuestra democracia. Si seguimos pensando que la democracia consiste en seguir las reglas del juego y mantener el statu quo de un pas, de una determinada sociedad, de una determinada clase social, es que seguimos viviendo en el siglo pasado, que no somos capaces de responder a los retos del presente. Partiendo de los principios de la democracia, hay que elaborar un nuevo sistema poltico que nos permita hacer frente a los cambios cientficos, tecnolgicos, sociales que se estn produciendo en nuestros das, con tal rapidez y de tal magnitud como jams antes haba conocido la humanidad. Llegu a Espaa a tiempo de presenciar la cada del general Primo de Rivera, sal de Espaa con los ltimos refugiados republicanos que cruzaron la frontera francesa en febrero de 1939. Esta es mi historia de aquellos aos, que ha de servir como reflexin, como teln de fondo, para entender los dramticos acontecimientos que en estos momentos se estn produciendo en nuestro pas... Tratar de entender los motivos del fracaso de la Repblica espaola es tratar de entender los motivos de nuestro propio fracaso. Es buscar soluciones para nuestro propio pas, asediado y amenazado de muerte. Londres, diciembre de 1939 I Primo de Rivera
NADIE me haba preparado para mi
encuentro con el aspecto desolador que ofrece la meseta castellana en noviembre, ni con la pobreza de sus campesinos, ni con el olor a aceite de oliva rancio que despedan las cantinas de las estaciones por las que bamos pasando. A medida que el tren se acercaba a Madrid, en su lento discurrir desde la frontera de Irn, mi desazn iba en aumento. He hablado con muchos viajeros que han experimentado la misma sensacin al llegar a Espaa por primera vez. Por mucho que nuestros maestros nos hablen de la aridez de la geografa espaola, lo que prevalece en nuestras mentes es la visin de una Espaa romntica en la que unos amantes hablan de amor bajo los naranjos con un fondo musical de guitarras... Los alemanes se vuelven particularmente lacrimosos al hablar de Espaa: das lande ube die zitronen bluehen. (Por qu ser que los alemanes hablan de limoneros y nosotros de naranjos?). Lo cierto es que ante m solo haba un yermo, esplndido en su grandeza y en su colorido, eso s, pero muy diferente a lo que yo haba esperado encontrar. All estaba yo, sentado en un vagn de tren en una tarde del mes de noviembre de 1929, con dos frailes gordos y algo malolientes en mi compartimento, lo que aumentaba an ms mi depresin. Porque como catlico practicante me molestaban esos monjes sin afeitar que, adems, no hacan esfuerzo alguno para entender mi pobre espaol. Algo haba en ellos que chocaba con mi intolerancia anglosajona, que impeda conciliar un rostro seboso y mal afeitado con un profundo sentimiento religioso. Al llegar a Madrid, la llovizna y la densa niebla me trajeron recuerdos de mi infancia en los montes de Derbyshire. Algunos aos ms tarde me encontrara en ese mismo lugar, junto a la estacin de Prncipe Po, tirado en una trinchera mientras las balas y los obuses silbaban a mi alrededor, y el tiempo entonces carecera de importancia. Pero en esa tarde de 1929 yo era un ingls impaciente por descubrir Madrid y recuperar las ilusiones perdidas en aquel largo viaje. Y la verdad es que no me cost mucho recobrarlas. Subiendo la cuesta de Prncipe Po pude contemplar el Palacio Real, los soldados emplumados montando guardia en el exterior con sus uniformes azules y escarlata, vigilando la entrada a la residencia de Alfonso XIII, aquel rey que tantas veces haba contemplado en las portadas de las revistas internacionales con cara de buena persona, de gobernante que quera lo mejor para su pas, tan difcil de gobernar. Quiz Espaa no fuera tan srdida como la haba imaginado durante el viaje... Diez minutos ms tarde me encontraba en la habitacin de un excelente hotel con telfono y bao privado, desayuno y dos comidas, todo por el equivalente de diez chelines. Vivir en Espaa poda tener sus encantos. All estaba yo, un reportero inexperto de veintin aos, dispuesto a enviar, con toda la arrogancia de mi juventud, crnicas sobre un pas que desconoca por completo. Mi nica experiencia periodstica consista en mis dos aos anteriores en Pars; una experiencia profesional y personalmente pobre. Ni siquiera la famosa libertad sexual del Pars de los aos veinte haba conseguido vencer mis prejuicios religiosos y me haba ido de la capital francesa tan virgen como llegu. Haba aprendido, eso s, a informar sobre carreras de caballos y a boxear, gracias a las lecciones que haba tomado en un gimnasio parisiense. Fueron conocimientos que jams utilic luego. Trabajaba mucho y coma cualquier cosa y eso no es bueno para la salud. En Espaa, por lo menos, me alimentaba mejor: dos buenas y abundantes comidas al da. La vida se ve de otra manera con el estmago lleno. Trabajaba menos y lea ms, y sobre todo tena tiempo para pasearme a mis anchas por Madrid. Felipe II, aquel rey que nos envi la Armada, cometi ese otro desaguisado que fue hacer de Madrid la capital de Espaa. Escogi uno de los lugares ms inhspitos y desrticos de toda la pennsula Ibrica. l sabr por qu lo hizo, pues no se lo explic a nadie. El caso es que a da de hoy casi un milln de personas habitan en ese lugar tan poco habitable. Y resulta que en esta ciudad de un milln de habitantes la mayor fbrica tiene solamente setecientos obreros. Es decir, un milln de madrileos vive, en cierta manera, a costa del resto de la nacin. Comparemos la poblacin de Madrid con la de Washington D. C. (600 000 habitantes) o la de Canberra (40 000 habitantes) y tendremos una idea de la magnitud de la mquina burocrtica instalada en la capital de Espaa. Aquella burocracia creada por el propio Felipe II haba crecido fuera de toda proporcin. Para instalar un retrete nuevo en una pequea escuela de la provincia de Cdiz haba que solicitar el permiso en Madrid. Madrid me pareca una burocracia masiva e ineficaz que viva a costa, y a espaldas, del resto del pas. No es exagerado decir que en aquellos das Madrid chupaba la sangre de Espaa, la misma sangre que, unos aos ms tarde, donara tan generosamente en su defensa. Los grandes terratenientes iban a Madrid a gastarse el dinero ganado cultivando el trigo. Podan invertirlo en bloques de pisos o gastrselo alegremente en el juego o la prostitucin, pero en cualquier caso el dinero volaba de su lugar de origen y obligaba a los campesinos a seguir el mismo camino: emigraban en masa a la capital en busca de cualquier empleo. As es como Madrid sangraba a Espaa en aquellos das, la misma sangre que, aos despus, como ya he sealado, entregara con tanta generosidad. No quiero decir con esto que me disguste Madrid. Al contrario, me encanta. El centro de la ciudad tiene elegantes edificios de los siglos XVIII y XIX con algn pequeo rascacielos de nuestro siglo despuntando aqu y all. En 1929 encontr una ciudad ms moderna de lo que yo me haba imaginado, con calefaccin central en muchos edificios, ascensores, neveras elctricas en los apartamentos y las dems comodidades que se pueden encontrar en una ciudad como Londres. Naturalmente, pienso que era un error y que ese dinero que se haba invertido en modernizar Madrid deba haberse invertido en modernizar el campo espaol, en tractores y cosechadoras ms que en pisos. Pero la verdad es que yo, en aquellos momentos, no estaba dispuesto a quejarme. Vivir en Madrid era, contra todo pronstico, mucho ms agradable que vivir en cualquier ciudad de provincias de Francia o Inglaterra. Incluso, por extrao que pueda parecer, la prefera a Pars. Quiz tuviera que ver la altura ms de dos mil pies, que proporciona al cuerpo una inusitada energa, o tal vez fuera cosa de la comida espaola, que siempre me ha parecido excelente, o quiz de mi recin descubierta pasin por la manzanilla, acompaada siempre de alguna tapa (que poda ser cualquier cosa, desde caracoles hasta callos), o del espectculo de la vida en las calles de Madrid, esos constantes piropos de los hombres a las chicas que pasaban y que no hacan ms que recordarme mis propias limitaciones en ese terreno. El caso es que Madrid me fascinaba, aunque en aquellos momentos no habra sido capaz de precisar por qu. Una noche, bajando por la calle de Alcal, un amigo me llam la atencin sobre un hombre envuelto en una capa que cruzaba la calle. Se apoyaba en un bastn, pero an mantena un cierto aire juvenil. Era Primo de Rivera. Siempre he sentido no haberlo podido entrevistar antes de su cada, pero estbamos viviendo los ltimos das de su gobierno y el dictador ya no conceda entrevistas. De todas maneras, era aleccionador ver a aquel dictador pasendose por las calles de Madrid sin escolta. Me imagino que le seguira algn polica de paisano, pero lo que yo recuerdo es la solitaria y algo melanclica figura de un madrileo bajando lentamente por la calle de Alcal. Que el dictador estaba acabado lo saba todo el mundo menos el propio dictador. Poco antes de mi llegada a Espaa, el rey haba organizado una montera con el objeto de persuadir a Primo de Rivera para que abandonara el poder y as formar un nuevo gobierno en torno al duque de Alba. Pero Primo de Rivera se negaba a presentar la dimisin. No poda entender cmo el rey, que tanto le haba apoyado, le retiraba ahora su confianza. Ms que un dictador, Primo de Rivera me pareca entonces un dadivoso Pap Noel. Haba embarcado a Espaa en una poltica de grandes inversiones pblicas que ahora no encontraba forma de pagar. Con la ayuda de Estados Unidos estaba intentando convertir a Espaa en un pas moderno, construyendo carreteras, lneas de ferrocarril, grandes embalses para la produccin de energa elctrica... Cuando los crditos internacionales comenzaron a flaquear, decidi nacionalizar las grandes compaas de petrleo. El xito del gobierno de Primo de Rivera haba radicado justamente en la ductilidad de sus finanzas, libres de toda traba parlamentaria, y en la disponibilidad del dinero pblico. Y ahora que los crditos empezaban a flaquear, en los principios de la crisis econmica mundial, era inevitable que sus enemigos (incluidos los magnates del petrleo) se le echaran encima. La clase poltica no le perdonaba que hubiese gastado billones de pesetas sin contar con ella, y la pequea burguesa, que haba conseguido una relativa prosperidad bajo su gobierno, buscaba ahora el acceso al poder poltico. Las viejas instituciones feudales que todava gobernaban el pas tampoco acababan de fiarse de la manera tan personal que Primo de Rivera tena de gobernar. Ni el Ejrcito, ni la Iglesia, ni la propia Corona iban a derribar a Primo de Rivera, pero tampoco haran nada para mantenerlo en el poder. Hasta su protegido, el joven ministro de Hacienda, Jos Calvo Sotelo, pareca haberlo abandonado en sus ltimas y amargas horas en Espaa. Quiz no sea una comparacin muy correcta, pero en aquellos momentos me pareca un toro al final de la corrida, estoqueado ya por el propio matador y rodeado de los peones que trataban de marearle (como se dice en Espaa) con sus capas, esperando que l solo acabe derrumbndose... Era, desde luego, un espectculo poco edificante ver al viejo toro dando cornadas al azar vendiendo oro para tratar de detener la ya imparable cada de la peseta, pensando que su derrumbe no era inevitable, sin darse cuenta de que en los tendidos el pblico comenzaba ya a impacientarse. Volv a ver a Primo de Rivera en la estacin del Norte de Madrid, en una fra maana de marzo, cuando regresaba, ya cadver, de su corto exilio en Pars, dos meses despus de su cada. La sala de espera de la estacin se haba llenado de flores, y en el centro, rodeado de velas, yaca el viejo general en un catafalco envuelto en la bandera nacional. Arrodillado ante su cuerpo estaba el rey Alfonso XIII con su uniforme de gala, azul y escarlata. Desde la posicin en que me encontraba poda ver su rostro. No haba ni rastro de emocin en aquella cara, mejor dicho, en aquella mscara, la mscara de un hombre educado para ocultar sus propios sentimientos... Era la mscara de un hombre que pasaba por ser hbil en los asuntos de gobierno, listo y simptico en sus relaciones personales. Cuando el rey y sus ayudantes se marcharon al fin de aquella improvisada capilla, todos pudimos respirar con ms desahogo. II Don Alfonso
LA atencin del mundo se centraba
ahora en la figura de Alfonso XIII. Sobrevivira el rey a la cada de su dictador? En los primeros das de la Dictadura, el rey haba hecho ostentosa exhibicin de su estrecha relacin con Primo. Aqu est mi Mussolini!, le haba dicho al presentrselo al rey Vctor Manuel de Italia. Pero la relacin entre los dos se haba agriado en los ltimos aos y los corrillos madrileos repetan una frase del dictador: Los Borbones, a m, no me la juegan. El da de la cada de Primo, todos los viejos lderes polticos aguardaban impacientes la llamada de Palacio. Pero el rey no llam a Snchez Guerra, a Alcal Zamora, ni siquiera al conde de Romanones, sino que busc ms cerca, en el Palacio mismo. Llam al jefe de su Casa Militar, el general Dmaso Berenguer, y a una serie de amigos ntimos, entre ellos el duque de Alba. En otras palabras, el rey haba decidido gobernar l mismo. Nunca entender por qu, en este momento crucial de su vida poltica, don Alfonso, una vez ms, volvi la espalda a la clase poltica. Lo haba hecho ya en 1923, cuando dio su bendicin al golpe de Estado del general Primo de Rivera. Y lo haca de nuevo ahora, en un momento an ms delicado de la Historia de Espaa. La reaccin de los polticos no se hizo esperar. El seor Snchez Guerra, del Partido Conservador, pronunci un discurso en el que comparaba al rey con un gusano. Don Niceto Alcal Zamora, uno de los lderes del Partido Liberal, anunci su conversin al republicanismo. Los ms discretos decan que era poco menos que suicida intentar liquidar los efectos de una dictadura sin contar con la ayuda de la clase poltica. Yo no digo que los polticos hubieran podido salvar a Alfonso XIII, pero s que, con su apoyo, se hubiera podido encontrar alguna frmula de transicin, como la regencia. Pero no, el rey prefiri cerrar filas usando para ello las figuras de la vieja aristocracia. La aristocracia espaola es una de las instituciones ms decrpitas que existen en este pas. Para acabarlo de arreglar, el rey escogi como presidente de gobierno al general Berenguer. Como alto comisionado de Marruecos, Berenguer haba sido el responsable poltico del desastre de Annual, donde diez mil soldados espaoles capitaneados por el general Silvestre haban sido masacrados por las tropas de Abd el- Krim en 1921. La Comisin Investigadora del desastre de Annual tena que presentar sus conclusiones al parlamento espaol en el mes de octubre de 1923, pero el golpe de Estado de Primo de Rivera en el mes de septiembre lo impidi. Y justamente ahora, cuando la opinin pblica hablaba de nuevo del desastre y de la extraa coincidencia del golpe de Primo que puso fin a la Comisin Investigadora, al rey no se le ocurre otra cosa que resucitar a Berenguer. Nunca tuvo don Alfonso muy en cuenta a la opinin pblica espaola, pero en ese momento trascendental de su reinado, menos que nunca. Basta recordar algunos momentos de la vida del monarca para entender hasta qu punto el rey haba vivido de espaldas al pas, a la opinin popular. Al rey le tocaron en suerte los treinta aos ms duros en la historia reciente de este pas, cuando acababan de desaparecer los ltimos vestigios del mayor imperio de todos los tiempos, un pas que apenas se haba incorporado a la revolucin industrial que haba revolucionado la economa de otras naciones europeas, un pas, en definitiva, que segua viviendo en la era feudal, a pesar de que el calendario sealaba que estbamos ya en los albores del siglo XX. Sera, por tanto, absurdo achacar a don Alfonso toda la responsabilidad de los sucesos producidos en los ltimos aos. Pero pienso que es igualmente absurdo sostener lo contrario, es decir, exculpar a don Alfonso de toda responsabilidad. Por eso me parece interesante repasar algunos momentos de la biografa del rey antes de hacer balance de su reinado. Se ha dicho, por ejemplo, que recibi una educacin esmerada, sobre todo teniendo en cuenta las circunstancias en las que accedi al trono: Alfonso era rey desde que naci, debido a la prematura muerte de su padre. Su madre, aquella pequea mujer austraca llamada Mara Cristina, se encarg de su educacin y evidentemente no estuvo a la altura de las circunstancias. Lo rode de curas y de militares, es decir, de la Espaa feudal, cuando lo que el pas necesitaba era un monarca de nuestro tiempo. Eso s, a aquella criatura se le dio un barniz moderno. Era bien conocida su aficin por los automviles y pasaba por ser un buen jugador de polo. Con aquella cscara moderna se trataba de ocultar una personalidad profundamente reaccionaria y conservadora. Baste recordar el primer Consejo de Ministros al que asisti poco despus de acceder al trono. Acababa de cumplir don Alfonso los diecisis aos, y supongo que a esa edad casi todo es disculpable. De todas maneras, me imagino la cara de los ministros cuando vieron entrar al rey, en aquella primera cita con el gobierno del pas, vestido con su uniforme militar. A aquellos hombres que procedan de la vida civil aquello les debi de parecer casi una provocacin. Y lo primero que quiso dejar claro el joven rey fue que estaba all no para escuchar, sino para ser escuchado. Se encar con el general Weyler y le pregunt qu pretenda al cerrar algunas de las academias militares que haba en Espaa. El regreso de los cientos de oficiales que Espaa tena en las colonias haba ocasionado un gran excedente de militares graduados sin destino, lo que haba obligado al cierre temporal de algunas academias militares. Pero esas razones no las entenda el joven rey, que hablaba por boca de los estamentos ms reaccionarios del Ejrcito. Hubo de intervenir Sagasta en aquella disputa entre el rey y Weyler, y propuso que se aceptara la propuesta del rey de que no se cerrara ninguna academia. Romanones seala en sus memorias la perplejidad de los ministros ante el talante del joven monarca. Bajo su vigilante mirada, ningn poltico estaba a salvo. Despus de su coronacin, las Cortes permanecieron cerradas durante largo tiempo con la intencin de obstruir un proyecto de ley del gobierno liberal de Canalejas que controlaba y restringa las actividades del clero y las rdenes religiosas. Canalejas present la dimisin, pero su sucesor, el conservador Antonio Maura, tampoco permaneci en el poder... Maura cometi la imprudencia de nombrar capitn general de Castilla al general Weyler, que, como antes hemos sealado, haba tenido un duro enfrentamiento con el rey. Este se neg a firmar el nombramiento de Maura y propuso a otro general ms de su gusto y del de la camarilla del Ejrcito que le apoyaba... Maura se vio obligado a presentar la dimisin. En el ao 1905 se produjo otro incidente con el Ejrcito. Un grupo de jvenes oficiales destrozaron en Barcelona la redaccin de la revista satrica Cu-Cut por un artculo que haba publicado caricaturizando algunas actividades del Ejrcito. El capitn general de Catalua se neg a castigar a dichos oficiales y, adems, recibi felicitaciones de varias comandancias de toda Espaa. Finalmente, el propio gobierno decidi intervenir para proceder contra los oficiales, pero el rey lo impidi y oblig a su presidente, el liberal Montero Ros, a presentar su dimisin. Encarg de formar gobierno al dcil y ambicioso Moret, que no solo no castig a los oficiales, sino que aprob, como primera medida de su gobierno, un proyecto de ley que aplicaba la ley marcial y someta a jurisdiccin militar al autor de cualquier artculo o escrito publicado en la prensa espaola que atacara el honor del Ejrcito o la unidad de la nacin. He aqu cmo el rey haba conseguido dar un giro de ciento ochenta grados a un acto de vandalismo, a un acto punible que, en lugar de ser castigado, era premiado. De nada servira seguir enumerando las continuas interferencias y tropelas del rey en la accin de sus gobiernos si no se comprendiera la relacin que se haba establecido entre estos y el monarca. El presidente del ejecutivo deba acudir cada da a Palacio para discutir y mantener informado al rey de las actividades del gobierno. Pero es que, adems de sus encuentros con el presidente, el rey sola despachar una o dos veces por semana con cada uno de los ministros. Esto permita al soberano todo tipo de intrigas a espaldas del propio presidente, y era el propio rey quien, en definitiva, mova los hilos del poder. Los hilos de aquella tramoya estaban en manos del ms fiel guardin del sistema feudal, y mientras l gobernara no haba peligro alguno de que algo cambiara en el pas... De cuando en cuando, haba alguna luz entre tanta sombra. Sorprendentemente, el rey pidi clemencia al gobierno Maura, que haba ratificado la pena de muerte dictada contra Francisco Ferrer despus de los sucesos de la Semana Trgica de Barcelona. A pesar de que Ferrer era un conocido anarquista cataln, no haba ningn indicio que lo relacionara con el levantamiento que se produjo en 1909 en la Ciudad Condal a raz del embarque de tropas a Marruecos. Incluso el Papa haba pedido clemencia para Ferrer. El rey poda haber presionado a Maura para que lo indultara, pero no lo hizo... No se le ocurri en esta ocasin intrigar a sus espaldas. Se limit a hacer una sugerencia que no fue aceptada. A partir de 1907, disminuy la frecuencia de los cambios de gobierno, lo cual no era de extraar porque se estaba produciendo un dficit de polticos en Espaa para ocupar tantas carteras ministeriales, y no era cuestin de importarlos del extranjero. Despus de la dimisin de Maura, Canalejas volvi a acceder al poder en 1911, dispuesto a llevar a cabo el programa poltico de los liberales: debate parlamentario y creacin de una comisin de investigacin sobre los sucesos de la Semana Trgica de Barcelona, incluida la ejecucin de Ferrer; proyecto de ley del candado, que prohiba el establecimiento de nuevas rdenes religiosas en territorio espaol; censo de todas las comunidades religiosas en Espaa en el que constaran los bienes muebles e inmuebles de dichas comunidades. Pero cada vez que Canalejas topaba con la Iglesia o con el Ejrcito ya saba de antemano cul sera el resultado... Hay que reconocerle al rey la maestra de manejar perfectamente los hilos de aquel entramado, de convertir a Canalejas, otrora fogoso liberal, en una marioneta ms de su particular teatrillo de tteres. El verdadero Canalejas haba muerto mucho antes de que aquel anarquista le disparara en plena Puerta del Sol madrilea. Durante unos aos despus de la muerte de Canalejas, el rey pareci flirtear con personajes liberales o incluso intelectuales que se declaraban abiertamente republicanos. Personas como Gumersindo de Azcrate o Miguel de Unamuno comenzaron a visitar Palacio, dando as la impresin de que el rey poda evolucionar y cambiar su ideologa. Pero pronto se pudo comprobar que aquello haba sido flor de un da. En 1915 se celebr en Espaa un congreso eucarstico y el rey oblig a todo su gobierno a asistir a la ceremonia de clausura en el propio Palacio Real. Unos meses ms tarde se inaugur el monumento al Sagrado Corazn de Jess en el cerro de los Angeles, el centro geogrfico de Espaa, y el propio rey pronunci el discurso en el que se consagraba Espaa al Corazn de Jess. Actos como aquellos no solo suponan el reconocimiento de que Espaa era un pas catlico, sino la vinculacin directa del poder poltico con la Iglesia, en unos momentos en que las clases populares cuestionaban el papel de esta en Espaa. Supongo que uno de los temas candentes del reinado de Alfonso XIII fue la neutralidad de Espaa en la Gran Guerra. El rey haba reflejado perfectamente su propia opinin y la del pas en general cuando le coment confidencialmente a Winston Churchill: Aqu, los nicos que estamos a favor de los aliados somos el populacho y yo. Por una vez, el rey se alineaba con las clases populares, los intelectuales y un gran sector de la clase media adscrita al pensamiento liberal. Pero, naturalmente, la Iglesia y el Ejrcito estaban del lado de las potencias del Eje, y as lo proclamaban a diario a travs de los medios de comunicacin. La neutralidad en la guerra mundial proporcion a Espaa una gran ocasin para que el pas se modernizase. A cambio del envo masivo de comida y armamento, el dinero comenz a afluir a Espaa, pero sin que aquel capital supusiera una inmediata modernizacin de la industria espaola o una mecanizacin del campo. El impulso para efectuar el cambio estaba all, pero de nuevo las fuerzas de la reaccin parecan dispuestas a que aquello no sucediera. Antes incluso de que concluyera la Gran Guerra, se haban producido tensiones dentro del propio Ejrcito. Las Juntas de Defensa que aparecieron en Barcelona en el ao 1917 deban entenderse como una especie de golpe militar dentro del propio Ejrcito, protagonizado por jvenes oficiales que se sentan discriminados con respecto al trato de favor que reciban los oficiales destinados a Marruecos. El Ejrcito o una parte de l se haba tomado la justicia por su mano y el gobierno del conde de Romanones tuvo que dimitir: Queramos defender el poder civil y comprobamos que no disponamos de los medios para hacerlo, escribi aos ms tarde. Aquel enfrentamiento de diferentes facciones del propio Ejrcito de una forma abierta y en la superficie misma de la vida del pas, supona efectivamente el principio del fin del poder civil en Espaa, tal como haba sentenciado Romanones. Maura auguraba el fin de aquel poder civil al declarar: El nico remedio que puede haber ante esta situacin es la entrega del poder a aquellos que no estn dispuestos a tolerar que otros lo tengan. Las Juntas de Defensa de 1917 fueron la antesala del golpe de 1923, auspiciado por el propio rey. Mientras tanto, en el territorio del Rif, en el norte de Marruecos, diez mil soldados espaoles perdan la vida al ser conducidos hacia una ratonera por el lder rebelde Abd el-Krim. Parece que el general Silvestre, al mando de las tropas espaolas, haba recibido unos das antes del desastre un telegrama del rey en el que le animaba a seguir adelante con sus tropas y a no cejar en la persecucin del lder rebelde por parte de todo soldado que tenga lo que hay que tener. La arenga real contenida en aquel telegrama nunca fue desmentida por Palacio. Simplemente se dijo que se trataba de felicitar al general Silvestre por celebrarse el da del santo patrn de la caballera espaola, cuerpo al que perteneca el general. Naturalmente, nunca se hizo pblico el texto exacto de aquel telegrama. En cualquier caso, el general no sobrevivi a la batalla, pero s lo hizo su hijo, que era su ayudante de campo. Aquel joven oficial se dispona a declarar sobre el desastre de Annual ante una comisin investigadora de las Cortes justamente cuando se produjo el golpe de Primo de Rivera y la vida parlamentaria qued durante aos en estado de hibernacin. Hasta aqu este rapidsimo bosquejo de la vida y las actividades polticas de don Alfonso, basado en las notas que en estos momentos tengo a mano. Podramos resumir diciendo que en los aos anteriores a la dictadura militar (1902-1923) se formaron treinta y dos gobiernos, lo cual da idea de la inestabilidad poltica que caracteriz su reinado. Pienso, como ya he sealado al comienzo de esta breve resea, que no lo tuvo fcil y que ni las circunstancias ni, muy a menudo, la calidad de las personas que lo rodearon hicieron nada fcil su labor... Pero creo tambin que us su indudable talento para la intriga poltica siempre o casi siempre en sentido equivocado, es decir, favoreciendo a aquellas personas que representaban el feudalismo y la reaccin. Su propia capacidad para la intriga ocasion, adems, otro dao irreparable para la poltica espaola: la fragmentacin de los partidos. Al apoyar a diferentes personas en el mismo partido segn conviniera a sus intereses, divida y fraccionaba dicha formacin poltica, y consegua que sus miembros se vieran ms como adversarios que como compaeros. No quiero, desde luego, entrar en su vida personal. Pienso que bastante desgracia tena con las enfermedades hereditarias de su propia familia. Creo tambin que su verdadera y quiz nica aficin fueron los coches, sobre todo los de carreras, y estoy convencido de que habra sido un excelente piloto de carreras si hubiera tenido ocasin de desarrollar esta vocacin. No me parece que fuera persona de gran inteligencia, pero s, desde luego, excepcionalmente listo y astuto, con una excelente memoria para acordarse de personas o de documentos que llegaban a sus manos. Cuando sali de Palacio en 1931, solo se encontraron lbumes militares y deportivos en sus habitaciones privadas, lo cual no dice mucho de su capacidad intelectual. Pero era, como ya he sealado, una persona con ciertos talentos y aptitudes que, en mi humilde opinin, malgast a lo largo de su existencia. Al final de su vida poltica se quej amargamente de que las Cortes ya no funcionaban, cuando haba sido precisamente l el mximo responsable de aquella parlisis de la democracia. Pero volvamos otra vez a los acontecimientos que se estaban produciendo en el ao 1930. En el mes de diciembre, mi peridico me envi a Jaca para presenciar la ejecucin de dos oficiales que se haban declarado en rebelda contra el gobierno de Berenguer. Afortunadamente no llegu ms all de Zaragoza, donde recib instrucciones de regresar a Madrid, pues en la capital se estaban produciendo sucesos an ms importantes. Digo afortunadamente porque no es agradable ver a dos seres humanos ejecutados a sangre fra, sobre todo si ests convencido de que aquellas dos muertes no serviran de nada. Al contrario, la ejecucin de los capitanes Fermn Galn y Garca Hernndez habra de catapultarles a la leyenda y a la fama, convirtindolos en una suerte de mrtires laicos y haciendo ya inevitable la proclamacin de la Repblica. Desde la cada de Primo de Rivera, en el mes de enero, las fuerzas progresistas haban iniciado su ataque final contra el feudalismo, representado, ahora de forma bien tangible, por Alfonso XIII. En agosto de ese mismo ao se reunan en San Sebastin para firmar el famoso pacto las ms diversas facciones del republicanismo, desde viejos liberales como Alcal Zamora hasta socialistas y comunistas. El objetivo del pacto, que en aquellos momentos se mantena en secreto, era el acoso y derribo de la monarqua espaola. Tampoco faltaron a la cita algunos jvenes oficiales, como el capitn Fermn Galn, que protagonizara en diciembre la rebelin de Jaca. Tan fervoroso partidario de la Repblica era el capitn Galn que decidi alzarse dos das antes de lo convenido con sus compaeros de conspiracin para evitar que estos pudieran retractarse. Galn no perteneca a partido poltico alguno. Era simplemente un joven idealista que se rebelaba contra las injusticias de su tiempo. Le haban enviado a una guarnicin fronteriza porque sospechaban de sus vinculaciones polticas. Tan segura se senta Espaa, que mandaba a sus fronteras a los oficiales sospechosos. Galn y Garca Hernndez, los lderes de la conspiracin, fueron fusilados un domingo por la tarde despus de un consejo de guerra que tuvo lugar en la misma maana. Eso iba contra el reglamento, que ordenaba que las ejecuciones tuvieran lugar al da siguiente y que impeda, en todo caso, que se ejecutara en domingo. Uno de mis contactos en la Telefnica de Zaragoza me inform de que el general Berenguer haba llamado a la guarnicin de Jaca varias veces durante la maana y haba hablado con uno de los oficiales encargados de la ejecucin instndole a que la realizara cuanto antes. Digo esto porque, en los das que siguieron a las ejecuciones, la Casa Real trat de dar un viso de legalidad a la ejecucin al asegurar que el rey se haba limitado a dar el visto bueno. Ahora sabemos que el asunto se debati ampliamente en un Consejo de Ministros y que el duque de Alba se opuso a la ejecucin. La insistencia de Berenguer decidi finalmente el asunto, y ya sabemos quin hablaba por boca del general. Y cul era el suceso tan importante que reclamaba mi atencin en Madrid y me impeda llegar a Jaca? Un piloto llamado Ramn Franco (no confundir con su hermano Francisco Franco, director de la Academia Militar de Zaragoza por aquel entonces) haba tomado el aerdromo militar de Cuatro Vientos, se haba apoderado de un bombardero y haba hecho varias pasadas sobre el Palacio Real. Ms tarde, Ramn Franco declar que en el ltimo momento no se atrevi a bombardear el Palacio al ver a muchos nios jugando en sus alrededores... Parece ser que el general Berenguer haba ordenado a la Fuerza Area perseguir a Franco, pero los aviadores que se encontraban en Cuatro Vientos haban desobedecido esta orden. Cuando finalmente algunos aviones salieron del aerdromo de Getafe, Ramn Franco, al que acompaaba el general Queipo de Llano, haba puesto proa a la frontera de Portugal. De la misma manera que la muerte de Fermn Galn haba dado alas a la Repblica, el bombardeo del Palacio Real de Madrid habra tenido el efecto contrario, ya que inevitablemente habra decantado a la opinin pblica del lado del bombardeado monarca y su familia. La atencin del pas se centraba ahora en la Crcel Modelo de Madrid. Tras el fracaso aparente de la conspiracin republicana, lderes republicanos y socialistas fueron a parar a esa crcel. Al ser arrestado en su domicilio, Alcal Zamora insisti en or misa en su parroquia antes de ser conducido a prisin, y as haba aparecido en las portadas de los peridicos, demostrando su fino olfato poltico. Con imgenes como esa, de poco le serva a Berenguer proclamar que las conspiraciones republicanas estaban financiadas por el dinero de Mosc. El duque de Alba intent demostrar la veracidad de las acusaciones monrquicas afirmando que un agente comunista haba sido detenido en la frontera con dos millones de pesetas en los bolsillos. Un joven periodista ingls amigo mo le haba sealado al duque que no era nada fcil llevar encima, de forma discreta, dos millones de pesetas, ya que supona, en el mejor de los casos, ocultar en la ropa dos mil voluminosos billetes de mil pesetas. El duque, sin duda ms acostumbrado a manejar la chequera que la billetera, qued algo perplejo ante la observacin. Fui a la Crcel Modelo para visitar a tanta celebridad como haba encerrada aquellos das en su interior. En el locutorio de la crcel pude contemplar a travs de las rejas a un sonriente grupo de personalidades polticas que parecan saborear anticipadamente las mieles de su triunfo. Tan seguros estaban de s mismos que, segn me contaron, se hallaban ultimando ya sus planes de gobierno en la misma crcel. All estaban Alcal Zamora, Fernando de los Ros, Francisco Largo Caballero y Miguel Maura, entre otros. El que llevaba la voz cantante era Alcal Zamora, si bien su pasado poltico poda poner en entredicho su recientemente adquirida fe en la democracia, la libertad y el progreso. La monarqua pareca herida de muerte, pero nadie se atreva a vaticinar su cada, y menos an la forma en la que se producira. En lo que se refiere a mi vida privada, los sucesos de Jaca tuvieron la gran virtud de sacarme del paro periodstico en el que me encontraba en aquellos momentos. Resulta que haba perdido la corresponsala del peridico londinense The Daily Chronicle, al ser este absorbido por The Daily News. Me haba tenido que refugiar en la enseanza del ingls como modus vivendi, y la verdad era que aquello de repetir a todas horas: Is this chair black?, para que el alumno te contestara No, the chair is white, no me iba. Me sirvi, sin embargo, para entrar en contacto con una serie de personas muy interesantes, como aquel coronel de la Guardia Civil que era escolta del rey y se empeaba en desarrollar unas aptitudes lingsticas que Dios no le haba dado. Me sirvi tambin para conocer a una deliciosa alemanita con la que estuve saliendo unos meses. Lo nico malo de mi romance con la teutona era que esta, en cuanto la besaba, se me desmayaba en los brazos, debido sin duda a la debilidad de su corazn, ms que a mis proezas amatorias. Recuerdo que, en uno de estos trances, me dirig con ella en brazos hacia lo que pareca ser una farmacia y result ser una funeraria... Para restablecerla de aquellas dolencias conoca un buen remedio: la llevaba a algn restaurante alemn, de los muchos y buenos que hay en Madrid, y le haca servir una enorme racin de tarta de manzana con nata, y despus... como nueva! La noche del 13 de abril me encontr haciendo guardia en las puertas del Palacio Real. Envuelto en un grueso gabn para protegerme del viento helado que bajaba del Guadarrama, pas all la que iba a ser la ltima noche de don Alfonso en Espaa. Aunque parezca mentira, haba solo dos periodistas: un pequeo reportero espaol y yo. Tampoco pareca registrarse ninguna actividad inusitada en el interior del edificio. De vez en cuando, muy de vez en cuando, se abran los grandes portones para dejar pasar algn coche que entraba o sala. La noticia all aquella noche no era lo que pasaba, sino justamente lo que no pasaba. Alrededor de la medianoche, abri la puerta uno de los mayordomos y tuve ocasin de conversar unos minutos con l. Le pregunt qu haca la familia real. Me los imaginaba reunidos en cnclave, llamando a sus amigos y haciendo urgentes consultas. El mayordomo me contest con voz reposada: Sus majestades estn asistiendo a la proyeccin de una pelcula en la nueva sala cinematogrfica del Palacio. Si me hubiera contestado que el rey y la reina jugaban a la pdola en camisn por los pasillos me habra sorprendido bastante menos. Las elecciones municipales del da anterior haban puesto en entredicho no solo al rey, sino a la institucin misma de la monarqua. Camino del Palacio haba pasado por la Puerta del Sol y haba contemplado a las multitudes enardecidas gritando a favor de la Repblica. La polica apenas se molestaba en reprimirlas. Algunos agentes haban bajado de los caballos y confraternizaban con la muchedumbre, intercambiando chistes y cigarrillos. La zona de Palacio estaba acordonada y solo se permita el acceso a las personas que tenamos alguna misin que cumplir. Y as, mientras Madrid explotaba de jbilo, el Palacio Real, a pocos metros de distancia de la Puerta del Sol, estaba sumido en el silencio y apareca triste y solitario, como si se encontrara a muchos kilmetros de distancia y ya no perteneciera a la realidad del pas. Dnde estaban aquella noche los cuatrocientos generales que dicen que hay en Espaa? Dnde se encontraban los doscientos grandes de Espaa? Y dnde el clero, los cardenales y obispos, de una Espaa que me haban dicho que era tan catlica? Esas eran las preguntas que yo me haca, una y otra vez, mientras me paseaba aquella noche ante las puertas del Palacio. Muchos de ellos han lamentado desde entonces la cada de su rey, pero muy pocos hicieron algo por evitarlo, segn pude comprobar esa noche mientras permaneca delante del edificio. Fue en esa noche cuando don Alfonso constat la soledad en la que se encontraba. Y es que el que siembra vientos recoge tempestades. Don Alfonso no haba movido un dedo para impedir la cada de Canalejas poco despus de su acceso al trono. Y se haba divertido enfureciendo a Maura para que un amigo suyo ocupara el puesto de capitn general de Castilla. O satisfaciendo todas las demandas del Ejrcito poco despus de que un grupo de jvenes oficiales devastara la redaccin del peridico humorista cataln Cu-Cut... Bonito premio! O cuando el pasatiempo favorito del monarca era intrigar con Romanones para echar a Moret, o, al contrario, intrigar con Moret para echar del gobierno a Romanones. Casi treinta aos de intrigas polticas y ahora, para rematar la faena, se haba quitado de encima a su duce con el mismo desenfado con el que se desprenda del gabn en das de calor... Esta noche tu pueblo mismo te est juzgando... Y cmo te juzga? Volvindote ostentosamente la espalda... Un pueblo tan agradecido como ha sido tradicionalmente el pueblo espaol est celebrando, a pocos metros de aqu, tu inminente cada... Hasta los polticos que tanto te necesitan hace ya bastante tiempo que te desprecian. Y me imagino que nunca habras esperado que el Ejrcito, que te haba ayudado a sofocar los tmidos intentos democrticos producidos a lo largo de tu reinado, te abandonara en esta hora de la verdad... Tan solo estabas, don Alfonso, en esa glida noche del mes de abril, que nicamente un periodista espaol y un despistado periodista britnico te acompaaban en las puertas de Palacio. El da anterior, 12 de abril, se haban celebrado elecciones municipales en toda Espaa. El rey haba encargado a un grupo de polticos, encabezados por el conde de Romanones, la preparacin de las elecciones. Al principio se haba pensado en celebrar elecciones generales, pero el propio Romanones haba desechado la idea, prefiriendo averiguar antes cmo soplaba el viento. No tard en enterarse. Como dijo el almirante Aznar la maana despus de las elecciones a los periodistas que le interrogbamos: Queris mayor noticia que la de un pas que se acuesta monrquico y se levanta republicano?. An hoy desconozco el resultado exacto de las elecciones del 12 de abril. Los nicos resultados que he visto publicados concedan unos sesenta mil escaos de concejal a los monrquicos y unos catorce mil a los republicanos. As es que, desde un punto de vista aritmtico, el triunfo haba sido para la monarqua. Unos meses ms tarde, me acerqu al Ministerio de la Gobernacin para confirmar estos resultados. Me llevaron a los stanos, y all me mostraron centenares de paquetes que contenan los resultados telegrafiados desde cada uno de los ayuntamientos de Espaa. Nadie se haba molestado en abrirlos. Pregunt por qu no se haba hecho y cul era la razn por la que todava no sabamos el resultado final de aquellas elecciones que haban cambiado la historia del pas. Me contestaron que haran falta muchos empleados para realizar el cmputo final y que no estaban disponibles. Me pregunto si aquellos sobres han sobrevivido a las bombas incendiarias del general Franco y si alguien en el futuro tendr la paciencia de hacer ese recuento... La coalicin republicana haba triunfado en casi todas las ciudades. Tambin es verdad que haba fracasado en la mayora de los pueblos, porque los grandes terratenientes y los pequeos caciques controlaban an a los campesinos y les exigan votar a la derecha. En algunos pueblos, ni siquiera las presiones de los caciques pudieron con las esperanzas que gran parte del campesinado depositaba en la Repblica. Un amigo mo de Egea de los Caballeros, en Aragn, me describa las elecciones del 12 de abril en su pueblo: Era impresionante ver cmo los campesinos, antes de depositar su voto, proclamaban en voz alta que votaban por la Repblica. Los caciques tomaban nota de sus nombres, as como el cabo de la Guardia Civil. Seguro que si la Repblica no hubiera triunfado, la mayora de ellos se habra encontrado en la calle esa misma noche. Incluso en los barrios burgueses de Madrid haba triunfado la Repblica, una evidencia ms de la abrumadora falta de apoyo a la monarqua. Se ha dicho muchas veces que las elecciones del 12 de abril eran de carcter municipal y no de carcter constitucional, y que, por tanto, no proceda un cambio de rgimen. Desde un punto de vista legal, es posible que este argumento sea cierto. Pero desde un punto de vista prctico, el hecho de que esas elecciones fueran municipales facilit mucho las cosas. Si hubieran sido de carcter legislativo, se deberan haber seguido los plazos legales de disolucin de las Cortes, preparacin de elecciones, etc., y ello hubiera dado tiempo a que las fuerzas de la reaccin y el feudalismo se prepararan y se organizaran. El factor ms importante de las elecciones de abril fue la sorpresa, y gracias a esa sorpresa se pudo cambiar de rgimen sin derramamiento de sangre. En estos cambios, y en otras muchas cosas, iba yo pensando a mi regreso del Palacio Real en aquella larga noche del 13 de abril, aterido el cuerpo por los fros aires del Guadarrama. Un polica me detuvo en la calle para pedirme fuego. Pegamos la hebra y el polica, al despedirse, me dijo: Nada, ya ver usted como todo se arregla en cuanto nos libremos de ese mono que tenemos sentado en el trono... Mi mujer y yo tenemos un retrato de Galn y Hernndez en nuestro dormitorio desde el da en que los fusilaron. Cuando un miembro de la polica armada espaola hablaba de aquella manera, era evidente que todo intento por parte del rey o el gobierno de tratar de reprimir las manifestaciones de fervor republicano que se estaban produciendo por doquier en Espaa habra sido en vano. Ese mismo polica me haba contado que un joven oficial de su cuerpo haba ordenado a sus hombres cargar contra la multitud en la Puerta del Sol. Sus hombres no solo le haban desobedecido, sino que se haban permitido arrestarle y llevarle preso a su propio cuartel... Los acontecimientos del nuevo da prometan ser muy interesantes... Amaneca en Madrid el 14 de abril. A primeras horas de la maana entraba en Palacio el conde de Casa Valencia. El rey don Alfonso es de las pocas personas que conozco que se han hecho amigas ntimas de su propio dentista. El conde de Casa Valencia, de personalidad exuberante, haba hecho una carrera meterica a la sombra de Palacio, desde simple sacamuelas a dentista de su majestad, y a partir de ah le haban llovido los honores: ttulo nobiliario y, ms recientemente, secretario de la fundacin de la nueva Ciudad Universitaria madrilea, la institucin con la que el rey haba celebrado el veinticinco aniversario de su coronacin. Tuve ocasin de hablar con el conde varias veces y le encontr un hombre afable y dicharachero que evidentemente disfrutaba de su situacin y de la publicidad que se le daba. En aquella maana del 14 de abril, el conde de Casa Valencia era portador de malas noticias para su amigo el rey. Llevaba una carta del conde de Romanones en la que este comunicaba al monarca que sera conveniente se ausentase del pas durante algn tiempo. La noche anterior hubiera podido parecer que el rey y su familia hacan una demostracin de sangre fra al pasar la velada contemplando una pelcula americana. Pero, a la luz de los acontecimientos que comenzaban a precipitarse aquella maana, estaba claro que no era sangre fra, sino pura inconsciencia lo que haba motivado la asistencia del rey y la reina a la sala cinematogrfica la noche anterior. El rey era totalmente ajeno a la realidad de su pas. Y ahora, demasiado tarde, trataba de reaccionar. Exiga la inmediata presencia de Romanones en Palacio. No tard en personarse el conde ante su majestad para darle cuenta de lo ocurrido en la reunin del Consejo de Ministros celebrada a primeras horas de la maana. A ella haba acudido el jefe de la Guardia Civil, el general Sanjurjo, para informar al gobierno de que, desde su punto de vista, era imposible reprimir las manifestaciones republicanas que se daban en toda Espaa, y mucho menos impedir el acceso al poder de los concejales democrticamente elegidos por el pueblo. La Guardia Civil, segn Sanjurjo, no deba ni poda intervenir en aquellos momentos. En el mismo sentido se expres el general Berenguer, a la sazn ministro de la Guerra, que haba tenido la prudencia de enviar, el da antes de las elecciones, una circular a todas las capitanas generales exigiendo se mantuvieran al margen de los acontecimientos que pudieran resultar de las elecciones de carcter puramente poltico, como explicit en su misiva. Un nico ministro pidi la intervencin del Ejrcito, don Juan de la Cierva, el hombre de hierro de la poltica espaola. Pero estaba solo frente a los otros ministros. Cmo podan pedir la intervencin del Ejrcito para anular unas elecciones que ellos mismos haban convocado? No quedaba otra solucin, segn sugiri Romanones al monarca, que un entendimiento con los republicanos. La propuesta del rey, que Romanones transmiti a los republicanos, consista en la inmediata celebracin de nuevas elecciones para elegir unas Cortes Constituyentes, que se encargaran de redactar la Constitucin deseada por el pueblo. El rey se comprometa a abandonar el pas si el resultado de estas nuevas elecciones le era adverso. Las negociaciones entre Romanones y los republicanos tuvieron lugar en el domicilio del prestigioso mdico don Gregorio Maran, antiguo amigo del rey y ahora simpatizante de las ideas republicanas. All fue donde el conde de Romanones se entrevist con su adversario poltico que acababa de salir de la crcel, Niceto Alcal Zamora. Este rechaz la propuesta del rey y fue terminante con el conde. No poda haber un perodo neutral o constituyente. El monarca deba abandonar el pas aquella misma tarde. De lo contrario, no responda de lo que pudiera ocurrir cuando las masas trabajadoras acabaran su jornada. El conde de Romanones transmiti el ultimtum de Alcal Zamora al rey. Este an trat de convencer a Romanones proponiendo una solucin intermedia, la regencia de su primo el infante don Carlos, de reconocido talante liberal. El conde de Romanones expres su opinin de que ya era demasiado tarde para cualquier solucin que no significara la inmediata partida del rey de Espaa. Se pas entonces a discutir la manera en que debera realizarse. Se descart la salida por Irn porque se haban registrado disturbios en San Sebastin. Se consider la posibilidad de que el rey se marchara por la frontera portuguesa, pero finalmente se opt por utilizar la base naval de Cartagena, donde el rey se embarcara en un buque de la Armada. Una vez se hubo adoptado esta decisin, Romanones y el rey salieron a una antecmara donde les aguardaban algunos ministros, grandes de Espaa y otras personalidades. Un joven oficial de caballera, el marqus de Cavalcanti, se adelant para decirle: Pongo mis tropas a disposicin de su majestad para la defensa del trono!. El general Berenguer, que estaba a su lado, le increp: Demustreme usted que es capaz de controlar la situacin sacando las tropas a la calle! Demustremelo!. En ese momento parece ser que intervino el rey y con voz sosegada les dijo: Caballeros, no hay necesidad de discutir este tema. Mi decisin est tomada. Abandonar Espaa esta misma noche. Finalmente se acord que el rey saldra del Palacio aquella misma tarde y que la reina y los infantes se marcharan al da siguiente, para darles tiempo a preparar lo indispensable para el viaje. No debe su majestad preocuparse por ellos le dijo Romanones al rey. Quedan en manos de espaoles. Ala cada de la tarde, cinco o seis grandes automviles salan del Palacio por la puerta del Campo del Moro y doce horas despus don Alfonso estaba a bordo del crucero Jaime I rumbo a Marsella. Se ha hablado mucho sobre esta salida tan precipitada del rey y algunos han llegado a acusarle de cobarda. Creo que la acusacin es totalmente injusta. La permanencia del rey en Palacio no haca sino poner en peligro no solo la vida de su familia y los servidores que estaban dentro, sino tambin la de muchos que estaban fuera. El rey comprendi perfectamente que el objeto de la ira popular era l y que, al quitarse de en medio, restaba intensidad a la virulencia callejera. Se trataba, en todo caso, de que llegara a Cartagena de la manera ms rpida y discreta posible. De hecho, se produjo un pequeo incidente cuando la comitiva real se par para repostar en una gasolinera cerca de Murcia y el rey fue reconocido y, al parecer, abucheado. Por otra parte, que la reina abandonara a alguno de sus hijos y se marchara con su marido era impensable. Creo que los acontecimientos han venido a demostrar que el rey actu de forma perfectamente correcta en este ltimo acto de su vida poltica. Se march de la manera ms rpida y discreta posible, y no cay en la tentacin de defender el trono con las armas, lo que hubiera ocasionado un innecesario derramamiento de sangre. En aquellos momentos los acontecimientos fuera de Palacio se precipitaban. Los catalanes haban declarado, por su cuenta y riesgo, su propia Repblica. Desde que, a primeras horas de la maana, la localidad guipuzcoana de Eibar se haba pronunciado a favor de la Repblica, llegaban a Madrid cientos y cientos de telegramas de toda Espaa sumndose a esa proclamacin. A medioda consegu acceder al Ministerio de la Gobernacin en la Puerta del Sol. All pude entrevistarme con el subsecretario, Mariano Marfil. Normalmente, el ministerio es un hervidero de funcionarios y policas, pero en aquella maana del 14 de abril se asemejaba a una balsa de aceite. El subsecretario pareca un hombre perdido en una isla desierta. Muy pocos funcionarios haban acudido al trabajo aquella maana. El ministro tampoco llegaba y el seor Marfil no tena idea de cundo llegara. Los telfonos sonaban y nadie contestaba. En aquel silencio sepulcral solo poda escucharse, con toda nitidez, la cada del antiguo rgimen como fruta madura. Al salir a la calle pude contemplar un extrao cortejo que vena por la calle de Alcal hacia la Puerta del Sol. Aparentemente, un oficial del Ejrcito se haba hecho con una bandera republicana y, subindose sobre un taxi, se diriga a la Puerta del Sol ondeando los colores de la que iba a ser la nueva bandera de Espaa. Una multitud se haba congregado a su alrededor coreando enfervorizada las palabras Repblica y Libertad. A las cuatro de la tarde, la Puerta del Sol estaba de bote en bote. A esa misma hora el rey y su squito discutan la mejor manera de abandonar el pas mientras Alcal Zamora y sus amigos se dirigan hacia el Ministerio de la Gobernacin, aclamados por la muchedumbre. Cuando por fin pudo llegar a la puerta del ministerio grit: Abran en nombre de la Repblica!. Los guardias obedecieron y Alcal Zamora subi hasta la planta principal en volandas. Yo di un suspiro de alivio. El ministerio ms importante haba pasado a manos de la Repblica sin que se derramara una sola gota de sangre. Es difcil que mis compatriotas ingleses puedan hacerse una idea de lo que significaba en Espaa el Ministerio de la Gobernacin. Toda la maquinaria del Estado que controla la vida del pas se rega desde este organismo: la temible Guardia Civil que patrullaba los caminos de Espaa reciba sus rdenes desde aqu; la polica en las ciudades no mova un dedo sin el permiso del ministro; los gobernadores civiles que rigen cada provincia espaola hablaban a diario con el ministro; y en las elecciones que hubo durante la monarqua todo se preparaba desde aqu, se hacan listas de los diputados que se crea iban a ganar las elecciones... y los resultados finales variaban muy poco de los vaticinios realizados en el propio ministerio. Quedaba an por tomar otro bastin de la intransigencia y del feudalismo espaol: el Ministerio de la Guerra. Afortunadamente, el general Berenguer era hombre de palabra, poco amigo de aventuras. Fue Manuel Azaa, con ese rostro que tanto me recuerda a Mr. Pickwick, el encargado de hacerse cargo de ese ministerio... Y haba que ver a Dmaso Berenguer, con cara de pquer, entregando el Ministerio de la Guerra nada menos que a Azaa, el presidente del Ateneo de Madrid, ese antro de perversin donde las ideas liberales haban encontrado, desde haca ya bastantes aos, su caldo de cultivo... Si Torquemada levantara la cabeza! Caa la noche y la multitud de madrileos haba roto el cordn policial que rodeaba el Palacio Real y se diriga a las puertas. El rey se encontraba ya lejos del lugar, enfilando, por las llanuras de la Mancha, la carretera que le conducira a Cartagena. Un escuadrn de caballera se haba situado delante de las puertas del Palacio. Los soldados parecan desconcertados ante la muchedumbre que les increpaba y no saban muy bien qu hacer en aquellas circunstancias. Los gritos del gento iban en aumento y en cualquier momento se poda pasar de las palabras a los hechos. Apareci entonces un automvil. Iba conducido por el doctor Juan Negrn. Le acompaaban dos jvenes artistas, el pintor Luis Quintanilla y el escultor Emilio Barral, que morira en la defensa de Madrid algunos aos ms tarde. Se bajaron del automvil y se encararon con los policas que guardaban las puertas del Palacio. El dilogo que sostuvieron con los policas fue, ms o menos, el siguiente: Dr. NEGRN (dirigindose a la multitud). No hay razn para armar este escndalo. El rey se ha marchado, la Repblica ha sido proclamada desde el Ministerio de la Gobernacin y este edificio pertenece desde ahora al pueblo espaol. VOZ DEL PUEBLO. Puede ser que lo que usted dice sea verdad, pero no nos gusta la pinta de estos soldados de caballera con el sable desenvainado. DR. NEGRN. Eso se arregla en seguida (y dirigindose al escuadrn de caballera). Mi capitn... CAPITN. A sus rdenes, seor. Dr. NEGRN. Soy un representante del nuevo Consejo Municipal Republicano de Madrid. En su nombre, le pido que se retire con su escuadrn a una posicin ms alejada, al Patio de Armas, con objeto de tranquilizar a esta gente. CAPITN. Acato sus rdenes, seor. Mi escuadrn se retirar al momento. Dr. NEGRN (a la muchedumbre). Qu ms queris, amigos? VOZ DEL PUEBLO. Queremos que una bandera republicana ondee en el Palacio Real. Dr. NEGRN. Eso ser ms difcil, porque hemos dado rdenes de que ningn republicano entre en el Palacio hasta que no se haya marchado el ltimo miembro de la familia real... Pero, en fin, veremos lo que se puede hacer... Quintanilla, treme una bandera republicana. (Quintanilla se dirige hacia la multitud y, despus de unos momentos de incertidumbre, aparece con una magnfica ensea tricolor). Dr. Negrn. Vamos a ver si hay algn voluntario que sepa trepar y coloque la bandera en el balcn central. De esta forma tan sencilla se consigui aplacar a las masas. Ms tarde, alrededor de la medianoche, miembros de la Guardia Socialista, que llevaban un distintivo rojo en los brazos, tomaron posiciones frente al Palacio Real. Pero su presencia ya no era necesaria. A aquellas alturas de la noche, la multitud haba adoptado un aire festivo y no se haba producido ningn intento de agresin. Supongo que quienes se encontraban en el interior del Palacio miraran con preocupacin las evoluciones de la multitud que lo rodeaba, temiendo que en cualquier momento se desmandase. Pero, en realidad, el Palacio nunca estuvo en peligro de ser tomado por la multitud y, en cualquier caso, la Guardia Real se habra bastado para defenderlo de un ataque. A la maana siguiente, la reina Victoria Eugenia, sus dos hijas y sus tres hijos suban al expreso de Irn en la estacin de El Escorial. Les despedan una multitud de amigos y criados. El tren llevaba en aquella solemne ocasin un maquinista singular, el duque de Zaragoza, personaje excntrico, tan apto para conducir hbilmente la locomotora de un tren como para recitar de corrido los poemas de Lord Byron o Shelley. Conoca de antes al buen duque y en el andn de El Escorial, mientras la familia real espaola daba sus ltimos adioses, le pregunt si era ese su ltimo viaje oficial en una locomotora o pensaba llevar al presidente de la Repblica tambin... Tengo entendido que el excntrico duque tuvo ocasin de ser el maquinista de Alcal Zamora en alguno de sus viajes oficiales. As fue como la reina Victoria Eugenia sali de Espaa, conducida por un duque y despedida por un general, Sanjurjo, que, a pesar de haber sido confirmado por la Repblica como capitn general de la Guardia Civil, acudi a despedir a su reina en la estacin de El Escorial. El da que la reina Victoria Eugenia sali de Espaa, el 15 de abril, fue proclamado festividad nacional. Los madrileos se haban echado a la calle y gritaban: No se han marchado, les hemos echado!. Algunos, vestidos con disfraces, caricaturizaban a la familia real y con sus desgarradores llantos y golpes de pecho parodiaban su despedida. Aquello pareca ms un carnaval que una revolucin. Solo tuve ocasin de presenciar un pequeo incidente. Trataba yo de cruzar la Puerta del Sol para subir por la calle de la Montera cuando vi que por esta bajaba un camin engalanado con las insignias de la hoz y el martillo, y en el que se representaban las virtudes de la Rusia sovitica, acompaado de una veintena de chicos y chicas con el puo en alto y cantando La Internacional. Al llegar el cortejo a la Puerta del Sol se produjo un enorme abucheo. La gente les increpaba gritando: Abajo el comunismo! Queremos la fiesta en paz! Bolcheviques, a Mosc!, y frases similares. Apareci, no s muy bien de dnde, un destacamento de polica que se encarg de conducirles lejos de aquel lugar y, al punto, la alegra y el buen humor volvieron a hacer acto de presencia entre la muchedumbre. Y es que, en aquel da, todo pareca color de rosa. Se haba producido un cambio de rumbo radical en el Estado espaol, un viraje de ciento ochenta grados, y todo ello casi sin incidentes, sin apenas derramamiento de sangre... Pobres espaoles! Qu ilusos eran, ramos, en aquella maana del 15 de abril, celebrando la cada de un rgimen, el fin del feudalismo en Espaa! Y el feudalismo, que haba dejado caer a don Alfonso porque ya no le era til, segua tan fuerte como antes... III Manuel Azaa
TENGO la teora de que las reacciones
violentas de las masas varan segn la nacionalidad. En Inglaterra, las masas suelen atacar y saquear en primer lugar las tiendas de comestibles. Las masas en Alemania suelen buscar a algn judo para que sea su chivo expiatorio. En Francia las masas se dirigen invariablemente hacia sus adversarios polticos, con los que se enzarzan en batallas campales. En Espaa, en cambio, las multitudes se dirigen hacia las iglesias con objeto de saquearlas o quemarlas. Visto desde esta perspectiva, no resulta nada sorprendente que el primer conflicto con el que tuvo que enfrentarse el gobierno de la Repblica fuera el de la quema de iglesias y conventos. La luna de miel de la Repblica dur apenas un mes. Durante ese tiempo los republicanos se dedicaron a cantar las alabanzas de la pacfica revolucin espaola, tan distinta en ese sentido de la reciente revolucin rusa, y los monrquicos, a publicar en las pginas centrales de ABC grandes reportajes y entrevistas con el rey exiliado. Tan perfecto era el idilio, que los monrquicos se dedicaron a organizarse polticamente, algo que no haban hecho durante la monarqua. Hubo un mitin monrquico en Madrid en el que se interpret la Marcha Real. Alguien debi de orlo desde la calle y la gente se fue concentrando alrededor del edificio a la espera de que salieran los participantes. Cuando salieron, la muchedumbre les increp y se produjeron enfrentamientos y carreras. A continuacin, los manifestantes se dirigieron al edificio de ABC, donde fueron recibidos por disparos que quitaron la vida a dos personas. La breve luna de miel haba concluido. Y es que, para el hombre de la calle, la Repblica era algo ms que el cambio de una bandera por otra, de una administracin por otra. Para el hombre de la calle, la llegada de la Repblica significaba el fin de la era feudal en Espaa; el fin de la hegemona de la Iglesia, el Ejrcito, la Corona y la oligarqua sobre el resto de los espaoles. La multitud haba vuelto a cargar sobre el edificio del ABC y la polica se vio obligada a disparar al aire. Yo me encontraba en la primera fila de la manifestacin y, al or los disparos, me tir bajo un seto, con tan mala suerte que los pantalones se me rasgaron en la alambrada que lo rodeaba. Fue as como me convert en el primer sans coulotte de la nueva Repblica! Madrid estaba al rojo vivo. El lunes 10 de mayo haba sido convocada una huelga general por los anarquistas en protesta por los sucesos del ABC. Pronto, varias iglesias ardan en el centro de Madrid. Frente a las iglesias se congregaron grandes masas para disfrutar del espectculo. La polica haba desaparecido como por ensalmo y un grupo de bomberos contemplaban impotentes un incendio porque la multitud les impeda llegar hasta las bocas de agua. Me sub a un taxi. Quiere usted que le lleve a dar una vuelta por el Madrid en llamas? Hago el recorrido completo por solo diez pesetas, me dijo el taxista. El gobierno reaccion tarde y mal ante los sucesos de aquel da. Haba muchas divisiones en su seno: desde Manuel Azaa, quien ms tarde afirmara haber preferido que se quemaran todas las iglesias de Espaa a que se derramara la sangre de un solo republicano, hasta el ministro de la Gobernacin, Miguel Maura, que haba pedido a la polica que disparara sobre la multitud para tratar de mantener el orden. Pero el orden solo logr restablecerse al atardecer, cuando fue declarado el estado de sitio y el ejrcito ocup posiciones frente a las iglesias. En otras ciudades se haban producido disturbios semejantes o peores. En Mlaga la multitud haba saqueados templos y conventos hasta dejar muy pocos en pie. En total, unos ochenta edificios religiosos (iglesias, conventos, monasterios, etc.) ardieron en esos das terribles del mes de mayo. Lo peor de todo fue que, al parecer, los republicanos aprendieron muy poco de aquellos das de mayo. No comprendieron que la nica forma de impedir este tipo de acciones en el futuro era destituir a todas aquellas personas que todava ejercan el poder de forma feudal y provocaban las iras de la multitud. La Iglesia catlica, en cambio, aprendi la leccin. Se dio cuenta al fin de que si quera defender su patrimonio y sus bienes, solo poda hacerlo desde dentro de la Repblica, y no desde fuera. A partir de los sucesos de mayo, la Iglesia se puso en movimiento para reconquistar el poder dentro de la Repblica. Los acontecimientos de aquel mes de mayo me produjeron una fuerte impresin personal. Yo era catlico practicante desde los seis aos, y desde entonces no haba dejado de ir a misa un solo domingo. Incluso haba pertenecido, de nio, a una sociedad llamada los caballeros del Santsimo Sacramento, lo que me obligaba a comulgar por lo menos una vez a la semana. Y es que en mi pas no pareca haber conflicto entre las creencias religiosas y las ideas polticas. En aquellos das del mes de mayo yo viva este conflicto por primera vez en toda su intensidad. Por un lado, me horrorizaba presenciar la quema de iglesias y conventos y, sobre todo, la indiferencia de la gente de la calle ante estos sucesos. Pero me horrorizaba an ms or a los catlicos criticar a la Repblica y todo lo que ella significaba. Yo haba celebrado la llegada de la Repblica porque estaba convencido de que iba a mejorar las condiciones de vida de la clase obrera espaola. Haba viajado a lo largo y lo ancho de la geografa espaola y me escandalizaba la miseria en la que vivan los campesinos espaoles y la brutalidad con que los trataba la polica y la Guardia Civil. La proclamacin de la Repblica significaba para m el primer paso para poner remedio a aquella situacin tan desesesperada. Los catlicos que ms protestaban eran, pensaba yo, los responsables de que aquellas masas de obreros y campesinos vivieran en la miseria. Me haba llegado la hora de tomar una decisin. Dej de ir a misa los domingos, supongo que porque no me senta a gusto compartiendo el mismo banco en una iglesia con gente a la que despreciaba. Alguien puede suponer que me haba dejado influir por el agnosticismo que se respiraba en crculos republicanos. Creo que no es el caso, porque desde entonces voy a la iglesia y a misa con frecuencia, tomo la comunin y hace poco me cas en una iglesia. Pero sigo oponindome al uso de la Santa Cruz para encubrir lo que no son ms que intereses materiales. Y me alegra comprobar que, en los ltimos aos, la prensa catlica inglesa ha denunciado siempre a Franco, ponindose siempre del lado de la Repblica. La Iglesia espaola, que haba perdido fuerza y poder en el siglo XIX con la desamortizacin de Mendizbal, se haba recuperado a lo largo del siglo XX y al iniciarse la Repblica contaba con ms de treinta mil sacerdotes, ochenta mil monjas y frailes, y miles de edificios de su propiedad esparcidos por todo el territorio nacional. Volva a ser una institucin importante en Espaa pero una institucin sin vida, sin un mensaje espiritual claro que llegara a las masas. Se ocupaba de la enseanza, s, pero solo de las clases medias y altas que tenan el suficiente poder adquisitivo para mandar a sus hijos a colegios de pago catlicos. En los colegios pblicos del Estado, donde se hacinaban los nios de las clases bajas, no se vea ningn sacerdote, pero no porque no se enseara religin, sino porque a los sacerdotes no les interesaba... Estoy hablando, naturalmente, en trminos generales, ya que haba rdenes religiosas que tenan escuelas para nios pobres. Pero el espectculo que ofreca la Iglesia en Espaa cuando yo llegu a este pas era ms bien desolador. Despus de la Gran Guerra, una serie de pases europeos como Alemania, Austria, Checoslovaquia, Polonia y otros decidieron estrenar Constitucin. Hoy en da todas esas constituciones son papel mojado y sus autores, si no han sido asesinados, estn exiliados o pasando una temporadita de vacaciones en Dachau... Pero en el ao 1931, cuando se acababa de inaugurar un nuevo Estado, no quedaba ms remedio que elaborar su Constitucin. Debo decir que aquello, adems, sintonizaba admirablemente con el carcter espaol. Durante meses, la elaboracin de la Constitucin exclua toda accin, de manera que los legisladores podan pasarse horas, das o semanas discutiendo tal o cual artculo a sabiendas de que todas aquellas propuestas no se realizaran sino en un lejano y distante futuro... Mi pas ha sobrevivido muy bien durante siglos sin Constitucin alguna, amparndose simplemente en documentos tan antiguos como la Carta Magna, el Bill of Rights o el Dominions Bill... No quiero con esto decir que est en contra de las constituciones. Sera tanto como negar la necesidad de un plano para un edificio que va a ser construido. Lo que ocurre es que los cambios en la estructura misma del Estado son tan rpidos que hoy da apenas da tiempo a elaborar una Constitucin sin que quede ya obsoleta antes de estrenarse. Estamos viviendo una poca de cambios tan profundos, dramticos y frecuentes, que los polticos ya no pueden permitirse el lujo de pensar en el futuro, sino de elaborar nuevas estrategias a da de hoy o de maana. Los polticos no pueden ser ahora arquitectos que disean el futuro de una nacin, sino ms bien generales en campaa cuyos planes responden da a da a los movimientos del enemigo... Qu quiero decir con todo esto? Que mientras los polticos espaoles se reunan en las Cortes para debatir acalorada y apasionadamente cada uno de los 121 artculos de la nueva Constitucin durante tres largusimos meses, las fuerzas de la reaccin empleaban ese tiempo para organizarse de nuevo. En realidad, nada haba cambiado desde el 14 de abril: los grandes terratenientes seguan disfrutando de todas sus propiedades; la Guardia Civil segua inspirando el mismo terror que antes; ninguno de los cuatrocientos generales con los que contaba el Ejrcito haba perdido su empleo, la Iglesia continuaba igual, con la nica baja del cardenal Segura, que haba sido expulsado del pas, la polica era la misma que antes. Solo el monarca pareca estar ausente del pas, pero nadie te aseguraba que no estuviera en algn balneario de vacaciones. El primer gobierno de la Repblica tampoco pareca dispuesto a tomar la iniciativa. En las nuevas Cortes se haba elegido a cuatrocientos setenta y tres diputados, de los cuales trescientos sesenta pertenecan a la coalicin de republicanos y socialistas. Por primera vez desde 1890, se haban celebrado unas elecciones en Espaa sin contar con una maquinaria poltica que las encauzara. Los distritos electorales ya no eran los municipios, sino las provincias, y ello haba contribuido a desbaratar el antiguo sistema de control de las elecciones por parte de los caciques locales. El feudalismo que controlaba los municipios an no controlaba las provincias. Despus de los disturbios del mes de mayo, el gobierno haba cerrado muchos peridicos de la derecha y abolido los partidos o grupos que se denominaran monrquicos. Podra entenderse que las fuerzas de la derecha concurrieron a las elecciones con un pequeo handicap. Pero los catlicos no tardaron en organizar su partido de Accin Popular. Este partido se proclamaba neutral en cuanto a la forma de Estado (monarqua o repblica) e insista en que, en aquellos momentos, lo importante era ocuparse de los grandes problemas de Espaa. Al viejo feudalismo le haban salido nuevos criados. A pesar de todo esto, puede afirmarse que las elecciones fueron de una transparencia y una pureza casi virginales si se las compara con cualquier otra eleccin celebrada anteriormente en la pennsula Ibrica. Por primera vez en Espaa, el pueblo poda votar libremente a quien quisiera y las excepciones que an se produjeron (el amo que an controlaba el voto de sus campesinos, la oficina donde estaba mal visto el voto de izquierdas, etc.) no hacan sino confirmar la novedad de este caso. Antes de celebrarse las elecciones, el Gobierno haba encomendado la tarea de redactar una nueva Constitucin al abogado Angel Osorio y Gallardo. Don ngel se haba descrito a s mismo como un monrquico sin rey, y al caer la monarqua haba dicho en pblico que en su casa hasta el gato es republicano. Tuve ocasin de entrevistarle y, desde luego, con su barba a lo Eduardo VIII, compona una bella estampa. Fue una de las entrevistas ms extraas de mi vida, porque don ngel insisti en que no poda pronunciar palabra alguna para la prensa, de manera que yo hube de escribirle las preguntas mientras l me daba las respuestas tambin por escrito, y as nos pasamos un buen rato, como dos aplicados colegiales. Acabada la silenciosa entrevista, don ngel se mostr extremadamente dicharachero, hablando del tiempo, las islas Britnicas y temas semejantes... Don ngel Osorio y otros abogados de su cuerda haban elaborado un proyecto de Constitucin tan parecida a la monrquica de 1876 que, francamente, no entenda por qu se haban tomado tanto trabajo. Cuando las Cortes emanadas de las nuevas elecciones leyeron el proyecto elaborado por don ngel y sus amigos, lo rechazaron de inmediato y encargaron la redaccin de un nuevo proyecto a Luis Jimnez de Asa, un abogado ms joven, miembro del Partido Socialista. Se trataba de redactar un proyecto de Constitucin acorde con las nuevas ideas de nuestro siglo, un siglo al que una parte de los espaoles parecan haber renunciado a pertenecer. Y mientras tanto las Cortes desperdiciaban un tiempo precioso polemizando sobre Alfonso XIII, sobre sus responsabilidades en el golpe de Primo de Rivera, sobre posibles sobornos que el rey habra recibido de compaas extranjeras por las obras pblicas realizadas durante la Dictadura, olvidndose de que agua pasada no mueve molino... El Estado se haba hecho cargo del patrimonio real, pero esto solo supona nuevas y onerosas obligaciones para el gobierno, que de ahora en adelante se vera en la obligacin de mantener y conservar dicho patrimonio. La Repblica debi seguir el ejemplo de Alemania, que no expropi al kiser, obligndole as a correr con los gastos de mantenimiento de sus propiedades. Otro de los asuntos que se discutieron en estas Cortes Constituyentes fue la eleccin de dos diputados que habran de jugar un papel importante en la Repblica. Me refiero a Jos Mara Gil Robles, que sali elegido por Salamanca, y Jos Calvo Sotelo, por Galicia. Parece ser que las elecciones no fueron nada claras, particularmente la de Calvo Sotelo, que prefiri quedarse en Pars y estuvo ausente de Espaa durante todo el proceso electoral. Sin embargo, las Cortes dieron las elecciones por buenas. Y as se sucedan los debates, que yo escuchaba desde el mullido banco rojo de la galera de prensa. Las interminables discusiones me ensearon mucho sobre Espaa, pero beneficiaron muy poco a la Repblica. El presidente de las Cortes era Julin Besteiro, catedrtico y socialista moderado. A m, el seor Besteiro me pareca ms liberal que socialista. All, sentado en su nueva ctedra parlamentaria, se mostraba como lo que era: un ser benigno y tolerante para con los dbiles..., en este caso los poderes feudales que haban expoliado al pas durante siglos. El borrador de la nueva Constitucin que Jimnez de Asa present a las Cortes tena un poco de todo, desde la Constitucin de Weimar hasta la sovitica de 1924; desde el Estatuto de la Revolucin Mexicana a la nueva Constitucin austraca... Como era de esperar, los problemas empezaron en cuanto se empez a discutir el artculo primero. Se trataba de definir en este artculo lo que era la nueva Repblica espaola. Quiz en aquellos momentos lo ms honesto hubiera sido describirla como una monarqua sin rey, pero haba que buscar un ttulo ms atractivo. Los socialistas queran que se definiera como una Repblica de trabajadores. Los catalanes queran que se mencionara el tema autonmico. Los republicanos se oponan a la Repblica de trabajadores alegando que esta definicin les separara definitivamente de pases amigos como Francia e Inglaterra. Jos Ortega y Gasset argumentaba que la Repblica deba decidirse entre un centralismo y un federalismo pleno. El llamado filsofo de la Repblica opinaba que una autonoma solo para Catalua creara un desequilibrio en todo el Estado espaol. Toda esta pirotecnia verbal sobre el artculo primero de la nueva Constitucin concluy con una frmula que pareci ser del gusto de todos. El nuevo rgimen espaol sera una Repblica integral de trabajadores de todas las clases. Todava no s lo que es una Repblica integral. Se trataba de salir del paso como fuera. En el tema autonmico se rechaz la frmula federalista y se opt porque cada regin a peticin propia pudiera tener poder sobre sus asuntos internos, propiciando la creacin de Cortes regionales. Catalua fue la primera en beneficiarse de la nueva Constitucin. Se haba mostrado unida en su empeo autonmico ante los ataques de la prensa de derechas de toda Espaa, que acusaba a los catalanes de querer desmembrar el pas. Era un triunfo de la sensatez de la clase media, a la que pertenecan la gran mayora de los diputados. Solo doce de cuatrocientos setenta y tres diputados se definan a s mismos como trabajadores manuales y, de estos, la mayora eran lderes sindicales y no haban ejercido un trabajo fsico desde haca bastantes aos. Otro de los temas candentes era el del voto femenino. Los socialistas estaban a favor del voto para la mujer; los republicanos, en contra, porque consideraban que el voto femenino era reaccionario por naturaleza, tal como se haba demostrado en las ltimas elecciones de Alemania y Gran Bretaa. Desde luego, no les faltaba razn, y ms an en Espaa, donde las mujeres de clase media solan ser muy conservadoras en todo lo que se refera a la cuestin social. Pero los socialistas no cejaron en su empeo hasta conseguir el voto para la mujer. El tema de la nacionalizacin causaba escalofros a ciertos polticos con solo nombrarlo. Aqu, como en otros asuntos, se lleg a una frmula de compromiso, dictaminando que se llegara a la expropiacin de empresas nicamente en casos de absoluta necesidad y despus de negociacin con las partes afectadas. Los socialistas se consolaban diciendo que eso era el primer paso hacia una futura socializacin del Estado, y que en ningn caso significaba una traicin a su programa revolucionario. En aquellos momentos, todo en Espaa se dejaba para maana. Como me deca el hijo de un banquero espaol en la barra de Chicote una noche: Eso es justamente lo que queremos, que todo se aplace, que todo quede para "maana"... Lo que los socialistas no saben es que "maana" estarn encerrados en chirona. Habra sido aleccionador para algunos diputados de las vecinas Cortes pasarse de cuando en cuando por la barra de Chicote para enterarse de lo que pensaban hacer con ellos ciertos seoritos madrileos, con la ayuda de algn oficial que tambin se dejaba caer por all... Cuando uno, en los pasillos de las Cortes, les hablaba de la posibilidad de un golpe, ellos se rean... Las relaciones entre Alcal Zamora y el resto del gobierno, que nunca haban sido buenas, llegaron hasta la ruptura. Parecan ya muy lejanos los das en que socialistas y republicanos, encerrados juntos en la Crcel Modelo de Madrid, elaboraban un ambicioso programa de gobierno que comprenda amplias nacionalizaciones, separacin de Iglesia y Estado, Seguridad Social, etc. Don Niceto haba empezado a distanciarse de sus colegas al insistir en la creacin de una cmara alta o Senado, lo cual, en aquellos momentos, habra entorpecido an ms la actividad legislativa del gobierno. Pero la chispa que desencaden la primera crisis de gobierno fue el debate sobre la cuestin religiosa. Las Cortes se pronunciaron a favor de la disolucin de la Compaa de Jess, la abolicin del sueldo estatal a los sacerdotes... Un Alcal Zamora iracundo se levant de su asiento en el banco del gobierno en las Cortes para protestar contra el artculo que defendan sus propios compaeros de gobierno, antes de abandonar el hemiciclo amenazando con no volver jams... La ira de Alcal Zamora era, hasta cierto punto, comprensible porque se trataba de un catlico ferviente. Pero, entonces, para qu haba defendido un programa revolucionario en la prisin de Madrid? De qu serva cambiar una monarqua por una repblica si no podan tocarse las sacrosantas instituciones de la Espaa feudal? Nadie pona en duda la fe catlica del seor Zamora, pero s, quiz, su fe republicana. En todo caso, su dimisin haba creado una situacin especial. Al no existir todava la figura de jefe de Estado, el seor Zamora no tena a quin presentar su dimisin. Los miembros del gobierno haban prometido permanecer en sus puestos hasta que se aprobara la nueva Constitucin. Fue el presidente de las Cortes, Besteiro, el encargado de suplir este vaco de poder. Y fue Besteiro quien encarg al ministro de la Guerra, Manuel Azaa, que se hiciera cargo tambin de la presidencia del gobierno. Un encendido alegato de Azaa en contra de la Compaa de Jess haba ayudado/ sin duda, a promocionar la figura de este intelectual madrileo. Pero es que, adems, Azaa no haba perdido el tiempo en los seis meses que permaneci al frente del Ministerio de la Guerra, al conceder licencia a ocho mil oficiales para retirarse con el sueldo ntegro. La medida de Azaa tena su lgica en un Ejrcito como el espaol, que contaba con un enorme excedente de oficiales. Pero quienes se acogieron a dicha medida eran, en la mayora de los casos, personas sin una clara vocacin militar, muchos de ellos simpatizantes con las ideas republicanas, que se encontraban a disgusto en el seno del Ejrcito espaol. En cambio, los Goded, Cavalcanti, Sanjurjo o Franco, es decir, los militares vocacionales que constituan un serio peligro para la supervivencia misma de la Repblica, permanecieron en sus puestos, con lo cual el impacto poltico de la medida era bastante dudoso. La crisis de gobierno me pill, como casi todos los grandes acontecimientos que tuvieron lugar en Espaa, en una estacin de tren. Haba estado pasando unas vacaciones fuera de Madrid. Primero en Valencia, donde conoc a un tipo estupendo, un cannigo de la catedral. Me llev de ac para all para que lo viera todo. Comimos con cuatro sacerdotes que parecan campesinos y devoraban enormes cantidades de carne. El cannigo trataba de explicarles que la Repblica era la nueva forma de gobierno en Espaa y que lo mejor que podan hacer era adaptarse a ella. Ellos se rean y me decan que el cannigo era un buen hombre, pero algo simple, y que en realidad no se enteraba de lo que estaba ocurriendo en Espaa. Despus me fui a Palma de Mallorca y me dediqu a visitar su maravillosa catedral y a baarme desnudo en las playas de Pollensa, en compaa de un funcionario del Estado y dos chicas americanas, pero todo fue muy inocente. As que la crisis de gobierno me pill en el tren camino de Madrid, sin un cntimo en el bolsillo pero feliz. Viajaba entonces siempre en tercera clase, y no solo por cuestin de dinero. Ir en primera significaba encontrarme con tipos envarados y encorbatados que no hacan ms que disculparse, como espaoles, del espectculo que ofreca la Repblica. Los de tercera, en cambio, solan hablar bien de la Repblica e incluso presuman de ella ante un extranjero como yo. Un sargento de la Guardia Civil sentado junto a m proclamaba en voz alta: En este pas no basta con quitarles a los curas y a las monjas sus propiedades..., es preciso destruirlas para que no las ocupen de nuevo ms adelante!. Afirmacin un tanto sorprendente viniendo de quien vena... Sera, como mi amigo el cannigo de Valencia, uno entre mil de su clase. Era un tipo bien parecido y se dedic durante todo el viaje a cortejar a una joven actriz que se desplazaba con su compaa a Zaragoza. En un compartimento de tercera en Espaa, la conversacin suele ser muy animada y se cuentan historias que haran sonrojar a un camionero ingls, pero aqu todo el mundo se re. En doce horas de viaje en un compartimento de tercera se aprende ms sobre Espaa que en doce meses viviendo en Madrid. Al llegar a Madrid me enter de que los jesutas haban sido expropiados, pero no expulsados del pas. En realidad, muchos de ellos continuaron viviendo en Espaa, organizando retiros espirituales, etc. La expropiacin significaba que perdan algunos magnficos edificios, pero en cambio dejaba intactas sus reservas monetarias porque estaban todas a nombre de terceras personas. Adems de esta medida, se tom la decisin de suspender el pago estatal a los sacerdotes a partir del siguiente mes de diciembre. Todo ello me pareca, como catlico, un programa muy moderado, porque en realidad dejaba prcticamente intacta la fuerza y el poder de la Iglesia catlica en Espaa. La nica medida decisiva que haba de tomar el Estado contra la Iglesia me refiero a la ley que prohibira a las rdenes religiosas ensear en Espaa an no haba sido adoptada. Pero, a pesar de su moderacin, las medidas del gobierno tuvieron la virtud de enfurecer a Gil Robles y a sus amigos, que se marcharon de las Cortes para no volver hasta que la nueva Constitucin fuera aprobada. Una tarde a finales de noviembre, un grupo de socialistas y republicanos se encaminaron hacia el domicilio de Alcal Zamora. Iban a pedirle que se convirtiera en el primer presidente de la Repblica espaola. La eleccin de Alcal Zamora podra parecer sorprendente despus de lo ocurrido unos meses antes. Sin duda, se deba a que en aquellos momentos no haba ninguna figura en el panorama poltico espaol de sobresaliente personalidad o prestigio. Quiz Julin Besteiro hubiera sido un candidato ms idneo, pero el hecho de ser socialista podra dar una imagen equivocada de la Repblica espaola a los ojos de los otros pases occidentales. Yo estaba en las Cortes el da en que Alcal Zamora prest juramento como primer presidente de la Repblica. Sentada a mi lado se encontraba una mujer delgada, de pelo blanco y aire distinguido, la esposa del nuevo presidente. La haban metido all, arrinconada en la galera de prensa... Los diplomticos extranjeros haban trado a sus mujeres a la ceremonia. Me fij en la princesa Bibiesco, hija de lord Oxford y esposa del embajador rumano en Madrid, sentada junto a su marido en la galera del cuerpo diplomtico. A la mujer del presidente, en cambio, la haban escondido en la galera de prensa. Y lo peor fue cuando nos dirigimos con ella al Palacio Real. Una ujier le prohibi la entrada y tuvo que buscar a un oficial que acreditara su personalidad. Cuando, por fin, conseguimos acceder a los balcones del Palacio, contemplamos el desfile de tropas. Pasaba ante nosotros el cuerpo de la Guardia Civil, con su uniforme de gala, y la multitud que se arremolinaba ante las puertas del Palacio mostraba divisin de opiniones. Mientras unos vitoreaban frenticamente, otros prorrumpan en grandes abucheos... No podran llegar a entenderse nunca los espaoles?, pensaba, algo deprimido por aquel espectculo. Soplaba un viento fro cuando salimos del Palacio, y mientras caminaba entre una multitud de gente pobremente vestida me preguntaba qu necesidad haba tenido la Repblica de usar el Palacio Real para sus actos oficiales... La respuesta a mi pregunta quiz la tuviera el propio Alcal Zamora, que, sin duda, haba alcanzado en aquel da la ilusin de su vida: ocupar, aunque solo fuera por unas horas, el Palacio Real como jefe del nuevo Estado. En todo caso, estaba claro que la clase media haba regresado al poder en aquella Espaa republicana. Tanto Azaa como Alcal Zamora eran abogados de profesin, como manda la tradicin de que un joven espaol de clase media estudie Derecho, sea cual sea su vocacin o su futura dedicacin profesional... Eso explica por qu hay tantos excelentes oradores en Espaa y tan pocos cientficos... Ninguno de estos dos lderes tena ribete revolucionario alguno. Pertenecan, como digo, a aquella clase media que haba gobernado Espaa a lo largo del reinado de Alfonso XIII y que, con la llegada de Primo de Rivera, se haba sentido expulsada del poder. La Repblica era, por tanto, la forma en que la clase media recuperaba el poder poltico perdido. Se trataba ahora de observar su reaccin ante los poderes feudales que la acechaban. Alcal Zamora haba tenido al menos la decencia de expresar su posicin con meridiana claridad: al luchar contra el artculo 26 de la nueva Constitucin, era evidente que quera que el catolicismo conservara la hegemona social, los privilegios y las ventajas que desde siempre haba tenido en Espaa. La posicin de Azaa, en cambio, no estaba tan claramente definida. Como ministro de la Guerra, haba conseguido reducir el nmero de oficiales en el Ejrcito espaol y ahora abanderaba el artculo 26, precisamente el atacado por Alcal Zamora. Estaba claro que Azaa se mostraba dispuesto a plantar cara a los poderes feudales, pero no lo estaba tanto si aquel enfrentamiento iba a ser a muerte o solo a primera sangre... El problema de la clase media espaola era que no tena la fuerza suficiente como para gobernar el pas en solitario. En Inglaterra Cromwell y en Francia la Revolucin haban acabado con los privilegios feudales, pero en Espaa la burguesa no tena la fuerza suficiente como para establecer su propio programa poltico. En aquellos momentos Azaa y Alcal Zamora podan representar el poder poltico, pero las riendas del autntico poder estaban en manos de los grandes terratenientes, de la Iglesia catlica y del Ejrcito. Gobernaba la clase media pero dependa de una oligarqua sin la cual le era imposible gobernar: ese era el dilema de la burguesa en aquella poca. Naturalmente, haba una solucin: la burguesa podra haberse aliado con los sindicatos obreros y haberse enfrentado a los poderes del feudalismo, pero aquello no se les haba pasado ni por el forro de su imaginacin. Otra solucin al problema poda haber venido de los propios poderes feudales, si estos se hubieran mostrado dispuestos a hacer concesiones. Si, por ejemplo, los grandes terratenientes hubieran accedido a donar al Estado una parte de sus propiedades, o los obispos a disminuir el nmero de sacerdotes, o el Ejrcito a someterse a un plan de reduccin y modernizacin de sus efectivos. En otras palabras, podan haber colaborado con la clase media en la reconstruccin y modernizacin del pas. Pero, naturalmente, eso habra sido como pedirle peras al olmo. Sin embargo, ahora sabemos ya que hubiera sido justamente el camino a seguir para evitar el derramamiento de sangre que se producira unos aos ms tarde. Y esta guerra de Espaa la que ya ha sido desgraciadamente no nos advierte de la que est por venir. Si seiscientos lderes europeos (polticos, economistas, grandes empresarios, humanistas) se reunieran en algn lugar y tuvieran las manos libres, podran redisear nuestro Viejo Continente: grandes proyectos de regado, extensin y potenciacin de la red ferroviaria, investigacin y utilizacin de los ltimos descubrimientos cientficos, cooperacin y desarrollo industrial. El problema es que en estos momentos ya nadie tiene las manos libres. Los empresarios ingleses pondran el grito en el cielo si se les ofreciera colaborar con los alemanes, pero no solo los empresarios, sino el hombre de la calle; preocupado por no perder su puesto de trabajo, considerara cualquier colaboracin con Alemania un caso de alta traicin. Y as seguimos, ciegos a todo dilogo, a cualquier tipo de colaboracin, hasta que estas aguas que bajan tan turbias revienten el dique de contencin y Europa toda se vea anegada en la ms terrible batalla que jams haya presenciado y nos encontremos un da, casi sin saber cmo ocurri, con nuestras ciudades en ruinas, nuestros hijos respirando el gas letal y nuestros campos devastados por la guerra. As que, de qu sirve criticar la ceguera de la oligarqua espaola si esa misma ceguera es la que nos llevar pronto a nuestra propia destruccin? Sera como advertir la paja en el ojo ajeno sin percatarse de la viga en el propio. Contino con mis reflexiones sobre la Repblica espaola y que sea lo que Dios quiera... El presidente de la Repblica espaola es natural de Priego, en la provincia de Crdoba. Pertenece a la clase media rural, diferente, en sus aspiraciones, a la ciudadana... Su padre era propietario de grandes fincas de olivos y trigo. Naci nuestro presidente en el ao 1870, estudi Derecho en la Universidad y entr en la poltica en el ao 1907 de la mano del conde de Romanones. Tienen los andaluces la misma fama que nosotros atribuimos a los irlandeses, es decir, una excelente labia, y esta cualidad ayud enormemente al joven Alcal Zamora en su labor como diputado en Cortes, que en 1916 haba conseguido ya una cartera ministerial, la de Fomento. Sus diferencias con Romanones sobre la guerra de Marruecos y la autonoma de Catalua le apartaron durante unos aos de la primera lnea poltica, pero en 1923 fue nombrado ministro de la Guerra, con aspiraciones a convertirse en presidente de gobierno. Se comprender ahora lo que sealaba antes: la dictadura de Primo de Rivera puso freno a la carrera profesional de todos aquellos polticos de clase media que no cejaron hasta verle destituido. Se mencion su nombre en el complot para derribar a Primo llamado Sueo de una Noche de Verano que tan caro cost al propio Romanones... Perteneca Alcal Zamora al Partido Liberal, siempre se mantuvo dentro de las directrices del partido y destac ms por su facilidad de palabra que por sus ideas. El seor Zamora era, desde luego, un poltico difcil de seguir para un reportero extranjero como yo. Sus discursos eran torrentes de oratoria y, en plena disquisicin sobre la cuestin social, intercalaba metforas sobre las verdes praderas de Galicia o las montaas nevadas de los Pirineos, que tenan muy difcil traduccin a mi idioma. En una ocasin tuve que traducir uno de sus discursos para una emisora de radio inglesa. Como no me enter de una palabra de lo que haba dicho, decid utilizar el texto de uno de sus discursos anteriores y, que yo sepa, nadie se dio cuenta del cambio... Pero lo que ms me molestaba de l era su tremenda vanidad personal, como si identificara la Repblica con su propia persona. En las fechas anteriores al 14 de abril y en los primeros das de la Repblica me haba parecido una persona interesante con gran sentido del tacto y cierto atractivo personal. Pero cuando sus propios compaeros de gobierno le empezaron a llevar la contraria en temas como las relaciones con la Iglesia y la creacin de una cmara alta, sali a relucir un engreimiento y una petulancia que antes no le haba detectado. No habla ingls, pero su francs resulta aceptable. Persona muy distinta es don Manuel Azaa. Su rostro amplio y bonachn, su mirada inquisitiva, sus amplias espaldas, su sobresaliente panza, me parecen el vivo retrato de nuestro Mr. Pickwick. Su padre se dedicaba a fabricar jabn y tena grandes propiedades en Alcal de Henares, donde naci don Manuel. Como todo joven de la clase media espaola, Manuel Azaa pas por un colegio religioso antes de matricularse en la Facultad de Derecho de Madrid. Nos cuenta en uno de sus libros que a los quince aos ya haba abjurado de su fe catlica. La muerte de su padre y la quiebra de los negocios familiares forzaron al joven Manuel a buscar empleo en Madrid. Despus de aprobar brillantemente unas oposiciones, se convirti en funcionario pblico, y muy pronto se adapt a la vida que todo buen funcionario lleva en Madrid: levantarse a las diez, llegar al despacho a las once, comida a las dos, y despus de la siesta al caf, y de all al Ateneo para leer o para seguir discutiendo..., volver a casa a las nueve para la cena, y despus de cenar, de nuevo al caf o al teatro, para retirarse a la una o las dos de la maana... Azaa fue elegido secretario del Ateneo de Madrid, lugar de reunin de jvenes inquietos muy diferente al tranquilo y conservador Ateneo londinense. En el ao 1928, soltern empedernido, sorprendi a todos sus conocidos casndose con Dolores Rivas Cherif, hermana de uno de sus mejores amigos. Por esa poca, Azaa se haba granjeado la amistad de don Jos Giral, catedrtico de la Universidad de Madrid, y junto con otros amigos haban fundado el partido de Accin Republicana. Durante el levantamiento de Jaca hubo de huir a Francia, pero al cabo de pocas semanas estaba de nuevo en Madrid. Cuando fue nombrado ministro de la Guerra en el primer gobierno de la Repblica, los madrileos pensaban que se trataba de un chiste. Que el secretario del Ateneo de Madrid se pusiera al frente de los ejrcitos espaoles pareca un episodio de ciencia-ficcin... Pero los militares espaoles se equivocaron si pensaban que habran de vrselas con un joven diletante que viva en las nubes de la literatura. Ante su sorpresa se encontraron con un hombre que saba muy bien lo que quera, que poda ladrar y hasta morder... Despus de pensionar, como ya he dicho, a buen nmero de oficiales, se dedic a reestructurar el Ejrcito espaol, tratando de modernizar su equipo y armamento. Ya en el primer desfile que se celebr en tiempos de la Repblica, el pblico comentaba admirativamente el aspecto marcial de las tropas espaolas... Posiblemente la clave de su personalidad estriba en su falta total de ambicin. En ocasiones pareca un observador de la vida poltica espaola, como si contemplara todo desde otro planeta. Es posible que si hubiera dedicado todo su ingenio a destruir los poderes feudales que regan an el destino de Espaa, lo habra conseguido. Pero, tanto como al feudalismo, Manuel Azaa tema el poder de la clase obrera. Por eso se dedicaba a trabajar laboriosamente el espacio poltico que haba entre estas dos clases, por eso se aplicaba a elaborar una Repblica de las clases medias. Lo que no saba Manuel Azaa es que ese espacio del centro se iba achicando y que acabara desapareciendo bajo sus pies. Ya por aquellos das, un panfleto semanal llamado Grada y Justicia alcanzaba enormes tiradas. Estaba repleto de caricaturas grotescas de Azaa y sus amigos. Se hacan innumerables chistes sobre las cosas que le pueden ocurrir a un hombre que se casa, por primera vez, a los cuarenta y ocho aos... Yo me negaba a creer que ese panfleto vulgar lo publicara la misma editorial catlica que sacaba El Debate. Pero as me lo confirm uno de los que trabajan en la editorial, que tuvo al menos el buen gusto de decir que estaba totalmente avergonzado de ello y que haba pedido a los editores que retiraran del mercado dicha publicacin. Pero, en fin, la consigna en aquellos das en los crculos reaccionarios era la de desacreditar la figura de Azaa y, como no encontraban medios legtimos para hacerlo, se dedicaban a sacar esos infames bodrios... Pero en realidad no haca falta que las fuerzas de la reaccin atacaran a los lderes republicanos, porque ellos mismos se hacan su propia guerra. Alejandro Lerroux acababa de retirarse, con sus noventa diputados, de la coalicin republicano-socialista... Las clases medias de Espaa comenzaban a derrotarse a s mismas. IV Sanjurjo
EN la madrugada del 10 de agosto de
1932 me despert el ruido de cohetes, bastante frecuentes en las clidas noches de verano madrileas. Despus de maldecir a los juerguistas que los disparaban a esas horas, y cuando ya comenzaba a conciliar otra vez el sueo, empez a sonar el telfono. No se trataba de cohetes, sino de disparos de artillera. La espada de Damocles que penda desde el principio sobre la cabeza de la Repblica pareca a punto de caer. La algarada militar de Madrid tena su origen en el levantamiento del general Sanjurjo en Sevilla. Sanjurjo responda a la imagen que se tiene del militar espaol: de buena planta, amante del vino y de las mujeres, ms sobrado de valenta que de inteligencia... Haba sido director de la Guardia Civil y entonces era jefe de Carabineros, cuerpo que controlaba las fronteras espaolas. Aunque en los primeros momentos haba apoyado a la Repblica, su conciencia pareca ahora dictarle lo contrario. Los motivos de este cambio de actitud parecan ser la autonoma catalana y el proyecto de ley de reforma agraria, a punto de ser aprobados por las Cortes. El Ejrcito se opona a la autonoma catalana, y la Iglesia y los terratenientes, a la reforma agraria. El levantamiento de Sanjurjo responda, por tanto, a la inquietud de toda la derecha espaola ante la situacin poltica. Pero el golpe de Sanjurjo result ser de saln, urdido ms en reuniones y cenas de amigos que en los despachos de los cuarteles. El regimiento de caballera que se sublev en Madrid fue rpidamente reducido por la propia polica, y en Sevilla el reinado de Sanjurjo result efmero... Durante veinticuatro horas se dedic a lanzar proclamas y discursos en los que anunciaba que no pretenda acabar con la Repblica, sino simplemente purificarla. Pero al da siguiente haba desaparecido de la ciudad; se diriga en automvil a la vecina frontera con Portugal. Fue arrestado antes de que pudiera cruzarla por uno de sus propios carabineros. En el juicio sumario que se celebr pocos das despus fue condenado a muerte, pero a continuacin indultado. Despus del juicio cruz al fin la frontera portuguesa para poder preparar desde all, con ms tranquilidad, a lo que parece, el golpe del 18 de julio de 1936. Pero de nuevo el destino se cruz en su camino. Muri pocos das despus de este segundo golpe en accidente de aviacin. El frustrado golpe de Sanjurjo haba sido precedido por unas semanas de inusitada tensin en el seno de las fuerzas armadas. Durante unas maniobras militares cerca de Madrid, el general Goded, al arengar a la tropa, haba gritado: Viva el Ejrcito espaol! Viva Espaa!. En el cuarto de oficiales, un joven coronel llamado Manglada se encar con el general, reprochndole no haber dado el Viva la Repblica!, tal como mandaban las ordenanzas. El general mand arrestar al coronel por desacato a la autoridad. Finalmente, el ministro de la Guerra, Azaa, tom cartas en el asunto dando la razn al joven coronel, con lo cual la trifulca militar se hizo de dominio pblico. Aquella tormenta en un vaso de agua solo vena a demostrar la extrema debilidad de la Repblica ante el estamento militar. Porque ya de por s era sorprendente que el general Goded, amigo personal del rey Alfonso XIII, fuera nombrado por el gobierno de la Repblica inspector en jefe del Ejrcito. El gobierno haba decidido contemporizar con el Ejrcito y los resultados a la vista estaban. La nica consecuencia positiva del golpe de Sanjurjo fue la creacin de un cuerpo especial de la polica llamado Guardia de Asalto. La idea parti del primer jefe de polica de la Repblica, ngel Gallarza. Al principio, los guardias de asalto iban armados solamente con las porras reglamentarias, pero, a medida que los enfrentamientos con grupos anarquistas se iban haciendo ms cruentos y aparecan agentes provocadores en las manifestaciones que desenfundaban sus pistolas, fue necesario armar a estos guardias, y en los ltimos aos de la Repblica incluso usaban metralletas y tanquetas. Pero la importancia de la creacin de este cuerpo de Guardia de Asalto resida en su significado poltico. La mayora de sus miembros proceda de sindicatos obreros o de agrupaciones republicanas o socialistas. Por fin la Repblica contaba con un cuerpo de fuerzas armadas cuya lealtad no poda ponerse en duda. En el juicio contra los civiles que haban ayudado a Sanjurjo, se supo que Alejandro Lerroux haba estado implicado directamente en el asunto. Haba mantenido diversos contactos con el general y haba pronunciado varios discursos en las Cortes vaticinando reacciones violentas si el gobierno persista en sus objetivos polticos. Parece ser que el da del levantamiento de Sanjurjo, el lder populista parti precipitadamente hacia su residencia veraniega de San Rafael, en Segovia. No haba pruebas para acusarle de nada, pero a partir de aquel momento quedaba claro que el que haba sido lder popular, idolatrado por las masas, se haba pasado al enemigo. Sin juicio previo, el gobierno decidi castigar a varios centenares de personas que haban participado en la tentativa de Sanjurjo con el exilio a Villa Cisneros, en el Shara espaol. La mayora eran civiles o soldados sin graduacin, de manera que la medida apenas afect al estamento militar. Sin embargo, recibi dursimas crticas tanto de la derecha como de la izquierda por haber exiliado a personas no sometidas antes a un juicio. Comprendo que la medida legalmente no se sostiene, pero desconozco qu otra cosa poda haber hecho el gobierno en aquellas circunstancias. Administrar justicia en Espaa no era cosa de un da ni de dos: recuerdo que en mayo de 1936 asist a un juicio contra unos anarquistas que haban quemado una iglesia en Lora del Ro, Crdoba... en 1931! El gobierno se vio obligado a responder a esta tentativa de la derecha por hacerse con el poder decretando la confiscacin de las fincas rurales de los grandes de Espaa, conocidas como bienes de seoro. Los bienes de seoro eran fincas que pertenecan a miembros de la nobleza desde pocas remotas, en muchos casos desde el tiempo de la Reconquista. Haban sido heredados por tradicin de padres a hijos y, en la mayora de los casos, ni siquiera exista un ttulo de propiedad. Algunas de estas tierras fueron a parar a los municipios, que a partir de ese momento los empezaron a utilizar como tierras de pasto y labranza para la colectividad. Pero en muchos casos fueron vendidos por los interesados precipitadamente, y la medida ayud a enriquecer a algunos desaprensivos. El fracaso de la sanjurjada dio nuevos bros a las Cortes espaolas y en el mes de septiembre se aprob el Estatuto de Autonoma para Catalua, as como la Ley de Reforma Agraria. Naturalmente, una cosa era la aprobacin de la ley en las Cortes y otra muy distinta su difcil (iba a decir imposible) cumplimiento. Se encomend la tarea de negociar la venta de las tierras a los campesinos (los campesinos deban pagar una pequea hipoteca a lo largo de treinta aos para hacerse con la propiedad) a un maestro de escuela llamado Marcelino Domingo, y desde luego se necesitaba la paciencia de un maestro para una empresa semejante... Porque los terratenientes todava no haban sido expropiados, sus tierras an no haban sido confiscadas y aquella bella utopa amenazaba con nunca dejar de serlo. Conclua 1932 con muchas palabras pero muy pocos hechos para fortalecer la fe en la Repblica. Claro que peor estaban las cosas en el pas vecino. Se me ocurri hacer una visita a Portugal y vi un pas repleto de miseria y caras tristes. Estudiantes con capas mugrientas, campesinos ataviados con una piel de oveja, hombres que transportaban sacos de carbn en sus cabezas como si todava nos encontrramos en la era de la esclavitud. Un empleado de una compaa de tranvas inglesa me dijo que cada maana obligaba a sus empleados a pasarse por la barbera de la compaa para que estuvieran medianamente presentables. Lisboa es, sin duda, una de las ciudades ms bellas del mundo... pero tambin una de las ms tristes. V Casas Viejas
LOS pueblos de Espaa se integran
dentro del paisaje. Su silueta forma parte de la naturaleza misma. Tienen el mismo aspecto que hace siglos. La civilizacin moderna parece no haberlos tocado. Quiz por eso mismo son lugares tan incmodos para vivir hoy en da. He pasado muchas noches en estos pueblos perdidos de la Espaa mesetaria. Y no me he hospedado en ninguna posada, sino en la casa de algn labriego. Si es invierno, te despiertas con la garganta reseca por el fro y la humedad. Si es verano, te despiertan los mosquitos y otros insectos que pululan en el aire. El suelo de la habitacin suele ser de tierra. No hay cristal en las ventanas, que, ms que cerrar, se atrancan con la madera. El desayuno familiar consiste en una sopa grasienta hecha de harina que por aqu llaman gachas. A veces, en honor a algn extranjero, sacan un pedazo de pan negro y un poco de leche de oveja. Con tan escaso alimento, el labriego sale a trabajar las tierras, que suelen encontrarse a bastante distancia del pueblo, y no vuelve hasta el anochecer. Las tierras por lo general no pertenecen al labrador, sino que las tiene en arriendo y paga una cantidad anual por ellas. El campesino posee un burro y a veces, con suerte, una mula. Su arado es de los tiempos de Julio Csar. No suele tener dinero para comprar fertilizantes para sus tierras y el agua de riego de la que dispone es muy escasa. La falta de bosques y la erosin de las tierras hacen que las condiciones de trabajo para los agricultores sean a menudo precarias, por no decir imposibles. Se me dir que las mismas condiciones de atraso e indigencia pueden encontrarse en ciertas zonas rurales de mi propio pas. No digo que no, pero la diferencia est en que mientras en Inglaterra son la excepcin, en Espaa constituyen la regla. Estos campesinos tristes, pobres y subalimentados son, hoy por hoy, mayora en Espaa. Casas Viejas es uno de esos pueblos. Se encuentra situado en la carretera que conduce a Cdiz desde Medina Sidonia. No es ms que un pequeo pueblo de campesinos y pastores, pero su nombre se ha convertido en uno de los grandes motivos de debate en la Repblica. Casas Viejas ejemplifica lo que puede ocurrir cuando de las palabras no se pasa a los hechos y la Ley de Reforma Agraria no deja de ser una bella entelequia... La primera vez que o el nombre de Casas Viejas fue en una noche heladora del mes de febrero de 1933, cuando me levant a regaadientes de la cama para contestar al telfono que no dejaba de sonar. Un periodista espaol me deca que en un lugar llamado Casas Viejas haban muerto dieciocho personas en un choque con la polica. Cuntos heridos ha habido?, le pregunt yo de manera rutinaria. Ninguno, fue la contestacin. Aquello me pareci muy extrao. Parece casi imposible matar a dieciocho personas sin herir a una sola. Para tranquilizarme, me dije a m mismo que se tratara de un error, as que mand una breve noticia por telfono a Londres, sin dejarme llevar por ese demonio que todos los periodistas llevamos dentro, que me urga a vestirme, coger un coche y marchar hacia el lugar sin prdida de tiempo. En Casas Viejas acababa de producirse el primer levantamiento anarquista en un pueblo espaol. Esta diminuta localidad andaluza fue la nica en toda Espaa en secundar la llamada a la huelga general proclamada por los anarquistas. Ellos solos se levantaron contra todo el Estado espaol. Los campesinos del pueblo rodearon los barracones de la guardia civil y mataron a uno de ellos. La Guardia Civil a su vez dispar y mat a varios campesinos. El gobierno, temiendo quiz que la revuelta de Casas Viejas se propagara a otros pueblos, mand a una compaa de la Guardia de Asalto desde Madrid al mando del capitn Rojas. En total, unos sesenta hombres y tres oficiales. En Medina Sidonia se les unieron un destacamento de guardias civiles y juntos marcharon hacia Casas Viejas. Despus de rescatar a los guardias civiles que se hallaban cercados en su propio cuartel, se dirigieron hacia una casa del pueblo donde un grupo de campesinos se haba hecho fuerte. La polica incendi la casa con unos bidones de gasolina y varios campesinos murieron en su interior al ser atrapados por las llamas. Y lo peor estaba an por llegar. Lo que ocurri a continuacin fue de una barbarie sin precedentes, sobre todo teniendo en cuenta que Casas Viejas era un lugar aislado y que la revuelta no se haba propagado a otros lugares. El capitn Rojas orden a sus guardias que fueran de casa en casa y cogieran a cualquier campesino que pudiera haber participado en la revuelta. A todos los sospechosos se los llevaron a la casa que haba sido incendiada y que perteneca a un campesino apodado Seisdedos, y all, junto a las ruinas humeantes, los fusil a todos sin previo interrogatorio. El propio capitn Rojas les dio el tiro de gracia. La reaccin de las fuerzas de la izquierda y la derecha no se hizo esperar: los anarquistas acusaron al gobierno de brutalidad policial sin precedentes, y los conservadores profetizaron que la revolucin estaba ya en marcha... El gobierno tuvo, al menos, el buen juicio de admitir su culpabilidad y nombrar de inmediato una comisin parlamentaria para investigar el asunto, cosa digna de resear en un pas muy poco aficionado a las comisiones de investigacin (dos aos despus, cuando los terribles sucesos de Asturias, el gobierno de Gil Robles se cuid muy mucho de nombrar comisin de investigacin alguna!). Pero, fuera de esta comisin, la pasividad del gobierno ante los sucesos de Casas Viejas fue realmente alarmante. Casares Quiroga, a la sazn ministro de Gobernacin, era un gallego poco amigo de tomar decisin alguna; su subsecretario, Carlos Espl, era todava ms ineficiente que su jefe y tena bajo sus rdenes a Arturo Menndez, inepto jefe de polica... Solo esta cadena de absoluta pasividad y total ineptitud puede explicar por qu se estaban produciendo en Espaa los sucesos ms graves desde la proclamacin de la Repblica sin que el gobierno moviera un dedo para castigar aquella barbarie... Con Carlos Espl haba tenido yo anteriormente un encontronazo. La Guardia Civil de Palma haba arrestado a cuatro ciudadanos americanos por estar borrachos y por agresin a la fuerza armada. Me interes por ellos y fui a ver a Espl para saber en qu haba consistido dicha agresin. Resulta que un guardia civil haba agredido en un bar a un americano que estaba borracho y la mujer que le acompaaba haba propinado una bofetada al guardia civil agresor. Por culpa de aquel cachete a la autoridad, los americanos fueron encerrados durante varios meses en la prisin de Palma por orden del seor Espl, horrorizado por tamaa agresin... Evidentemente, la barbarie de la Guardia Civil en Casas Viejas le debi de parecer al seor Espl pecata minuta comparada con aquella bofetada que haba recibido su guardia en Mallorca! Poco tiempo despus de Casas Viejas, se produjo un suceso parecido en Extremadura, en la localidad de Castilblanco. Un grupo de campesinos hambrientos fue arrestado por la Guardia Civil por recoger bellotas para comrselas en una finca que no les perteneca. Resulta que la bellota es un fruto sagrado en Extremadura: sirve para dar de comer a los cerdos. Los campesinos airados atacaron a la Guardia Civil y mataron a cuatro de ellos. No solo los mataron, sino que a continuacin los despedazaron. Aquello poda haber acabado en otro Casas Viejas de no ser por el buen juicio de un oficial que lleg con un cuerpo de refuerzo, pero prohibi a sus hombres hacer uso de las armas. Fueron arrestadas sesenta personas y se salvaron muchas vidas. Flotaba por Espaa un aire de tristeza en aquel ao de 1933, como si la nave de la Repblica hubiera emprendido un rumbo fijo y no estuviera dispuesta a variarlo, por ms que tormentas, nieblas e icebergs de diversa consideracin amenazaran su existencia misma. Tomemos como ejemplo el Tribunal de Garantas Constitucionales que el propio Azaa haba incluido en el texto constitucional como salvaguarda de sus valores. Componan este tribunal veinticinco miembros elegidos entre el estamento universitario, el Colegio de Abogados, los municipios y las propias Cortes, que escogan a su presidente. Por una extraa combinacin de circunstancias, el Tribunal result ser una de las instituciones ms reaccionarias de la Repblica, al poder abortar cualquier ley aprobada por las Cortes. De poco le serva tener como presidente a un hombre del partido de Azaa, si estaba maniatado por el resto de los miembros del Tribunal. Quiz la Repblica no fuera algo as como una nave, sino ms bien como un automvil que intentara avanzar con el freno de mano puesto. Y qu decir de esa otra utopa de un Estado laico en el que la enseanza estara en manos de aquel! Fue el caos ms total y absoluto! Porque, efectivamente, la ley que prohiba la enseanza a las rdenes religiosas se aprob antes del verano, pero, como no se confiscaron sus propiedades, el Estado se enfrent a la imposible tarea de conseguir profesores y colegios para medio milln de nios que se haban quedado en la calle... Y el nuevo curso estaba a la vuelta de la esquina! Las nicas escuelas que la Repblica poda confiscar eran las de la disuelta orden de los jesutas... Pero ya se sabe que hecha la ley, hecha la trampa. Recuerdo el caso de una iglesia y convento de los jesutas en la Gran Va que haban resultado daados en los sucesos de mayo de 1931. Cuando el Estado trat de hacerse con la propiedad de los edificios y del terreno, result que pertenecan a un ciudadano americano que viva en Nueva York y que present los papeles que as lo acreditaban en regla... Y lo mismo suceda con muchas otras escuelas que pertenecan a la Iglesia, aunque se emplearan otras argucias: Gil Robles y Martnez de Velasco se haban puesto al frente de empresas que controlaban las antiguas escuelas religiosas, laicas sobre el papel, pero religiosas en todo lo dems. As fue como oh, paradoja de las paradojas! las antiguas escuelas religiosas se convirtieron en floreciente negocio para la propia Iglesia: los nuevos directores eran laicos, pero la enseanza estaba en manos de los frailes, curas y monjas que actuaban a ttulo personal y adems cobraban una miseria, mientras que las clases media y alta seguan pagando elevadas matrculas por enviar a sus hijos a aquellas escuelas... El negocio para la propia Iglesia no poda ser ms provechoso! Y, mientras, el Estado vea cmo todos esos hipotticos alumnos se esfumaban como por ensalmo... Pero, en ese sentido, la Iglesia casi le estaba haciendo un favor: de dnde iba a sacar el Estado los diez mil maestros y las tres o cuatro mil escuelas que precisaba para iniciar el nuevo curso escolar? Para acabar de rematar la faena, las elecciones que se celebraron a final de ao se encargaron de asegurar que aquella bella utopa de una enseanza laica en Espaa nunca se hiciera realidad. Pero, antes de hablar de estas nuevas elecciones, es preciso que les cuente a mis britnicos lectores los intrngulis del sistema electoral espaol diseado por la Repblica. Como soy consciente de que a esos lectores lo mismo les pillo arrebujados junto a la chimenea y con un buen brandy en la mano que en las apreturas del tren de las ocho y cuarto de la maana a Londres, procurar ser lo ms breve posible. La idea de la Repblica era hacer una ley electoral que garantizara una mayora estable en las Cortes, as como una minora representativa. Para conseguir esto, estableci la ciudad o la provincia como distrito electoral. Cada cincuenta mil personas en cada una de estas circunscripciones elige un diputado a Cortes. En Madrid se eligen diecisiete diputados. En cambio, una pequea provincia espaola puede estar representada por solo cinco o seis diputados. Esto propicia las grandes coaliciones, porque ninguno de los partidos tendra recursos suficientes para hacer propaganda electoral en un territorio tan extenso como a veces es una provincia. Y las minoras tambin se benefician, porque los votantes solo pueden votar a cuatro de cada cinco candidatos que figuran en una determinada papeleta. En la provincia de Granada, por ejemplo, donde se eligen quince diputados, el votante nicamente puede votar a doce. Se evita de esta forma el alud de votos a un solo partido y se potencia la existencia, al menos, de minoras dentro de la Cmara. En definitiva, lo que la Repblica trat de evitar fueron aquellos diminutos distritos electorales que existieron con la monarqua y que permitan al amo de cada distrito ejercer su autoridad. Y en este sentido, la nueva Ley Electoral de la Repblica puso fin a dcadas de caciquismo y signific uno de los pocos triunfos sobre aquella Espaa feudal que todava exista y que en muy poco tiempo dara nuevas y alarmantes seales de vida... En efecto, a principios de octubre de 1933 la coalicin republicano-socialista (todava no se hablaba entonces de Frente Popular) se haba venido abajo. La izquierda estaba dividida porque los republicanos pensaban que podan ir solos a las siguientes elecciones sin entender que por ese camino marchaban hacia su ocaso. La derecha tambin estaba dividida. Los sectores ms inteligentes de la Iglesia sobre todo los jesutas todava pensaban en hacerse con el poder de forma democrtica y haban conseguido grandes cantidades de dinero para poder concurrir a las elecciones con posibilidades de xito. Los sectores ms reaccionarios haban descartado desde haca tiempo toda posibilidad de entendimiento con una Repblica democrtica y se presentaban a las elecciones apoyando abiertamente el retorno de la monarqua y secretamente la aparicin de algn duce que les condujera hacia su propia utopa. Hasta los partidos obreros estaban divididos. Indignados por los sucesos de Casas Viejas, de los que hacan responsable al propio Partido Socialista, los anarquistas propugnaban la abstencin para aquellas elecciones. Bonita manera de luchar contra el feudalismo y la reaccin! Aquellas decenas de miles de votos que se perdieron por culpa de los anarquistas llevaran a la derecha en volandas al triunfo. Lo que yo recuerdo de las elecciones de octubre de 1933 fue la masiva presencia de sacerdotes, monjas y frailes en los colegios electorales. Parece ser que por especial dispensa del Vaticano hasta las monjas de clausura pudieron salir de los conventos para depositar sus votos. Recuerdo que la gente las abucheaba por las calles, pero ellas permanecan imperturbables en su desfile hacia los colegios electorales. Afortunadamente, la polica haba tomado las calles de Madrid en aquella jornada electoral, de manera que no se produjeron los incidentes que cabra haber esperado. El resultado de aquellas elecciones fue el colapso total y absoluto de todos los partidos republicanos, con la excepcin del partido del seor Lerroux, si es que podemos considerar al partido de Lerroux como verdaderamente republicano. El derrumbe ms significativo fue el del propio Manuel Azaa y su Accin Republicana: de cuarenta diputados haba pasado a tener solo ocho, y el propio Azaa se hubiera quedado sin escao de no ser por la gentileza de su amigo Julin Zugazagoitia, editor de El Socialista, que le cedi el suyo. El triunfador adems de Alejandro Lerroux haba sido Jos Mara Gil Robles al frente de la CEDA, el partido de la Iglesia catlica. Haba que ver ahora al llamado Emperador del Paralelo, azote en otro tiempo de la Iglesia y los curas, andando del bracete de Gil Robles y, por tanto, de toda la Curia romana! Porque si en la primera vuelta la colaboracin entre Lerroux y Robles haba sido tentativa, en la segunda fue ya descarada, y en algunos lugares, como en Crdoba, los candidatos de la CEDA haban dejado de lado a los monrquicos para aliarse con los republicanos de Lerroux en listas nicas. ABC poda muy bien rasgarse las vestiduras por la forma en que los catlicos de la CEDA haban prescindido de los monrquicos, pero los resultados a la vista estaban: entre Gil Robles y Lerroux sumaban ms de doscientos diputados, y si a estos aadimos los cuarenta del Partido Agrario, resulta que tenan una holgada mayora en un hemiciclo de cuatrocientos cuarenta y tres escaos. Todo ello sin contar con los sesenta y tantos diputados monrquicos alfonsinos y carlistas que haban sido elegidos. El nico partido de la izquierda que se haba salvado de aquel naufragio era el Socialista, que haba conseguido sesenta y cinco diputados. Catalua haba sido el nico lugar que defenda mayoritariamente los ideales republicanos, y Esquerra Republicana se convirti en el partido ms votado, enviando treinta diputados a Madrid para defender lo que quedaba de la maltrecha Repblica. VI Gil Robles
PARA entender la personalidad poltica
de Jos Mara Gil Robles hay que remontarse al ao 1915 y a la adquisicin del peridico El Debate, encabezado por Angel Herrera. Don Angel era funcionario del Estado, pero tena un hermano jesuta y el capital para la adquisicin del peridico provena de un grupo financiero de Bilbao fuertemente vinculado a crculos catlicos. Parece ser que el obispo de Madrid intervino tambin en la operacin. En poco tiempo, el peridico se convirti en uno de los de mayor tirada en Espaa, beneficiado sin duda por el aumento de circulacin durante la guerra mundial. Poco tiempo despus de su aparicin, El Debate comenz a recibir sancin eclesistica y se convirti as en el portavoz de la Iglesia en Espaa. En los ltimos aos del reinado de don Alfonso, El Debate, inspirndose directamente en fuentes vaticanas, comenz a mostrar posiciones crticas respecto al monarca. Sin duda, el nuncio en Espaa, monseor Tedeschini, haba hecho ver al cardenal Pacelli (el futuro Po XII) la necesidad por parte de la Iglesia de acercarse a una Repblica que se adivinaba prxima. Y as, ante la sorpresa y el desconcierto de muchos catlicos espaoles, Angel Herrera comenz a publicar editoriales en contra de don Alfonso. Escriba, desde luego, con todo respeto, diciendo, por ejemplo, que haba que apoyar a la autoridad establecida, aunque ello fuera en contra de la conciencia de muchos catlicos. Era una manera elegante de decir que si Alfonso XIII caa, los catlicos no haran nada por ayudarle a levantarse. Naturalmente aquello haba supuesto un golpe muy duro para el propio rey, que gustaba de llamarse a s mismo el Rey Catlico. Y quiz fuera eso lo que el Vaticano le reprochaba: el Papa hubiera preferido una postura menos beligerante del rey, de manera que si la monarqua caa en Espaa no arrastrara a la propia Iglesia en su cada. Estos editoriales de ngel Herrera enfurecan a muchos catlicos espaoles, entre ellos al primado de Espaa, el cardenal Pedro Segura. Este contestaba a ngel Herrera a travs de las columnas del peridico tradicionalista El Siglo Futuro (debera haberse llamado El Siglo XVI) tachando a El Debate de peridico libertino. En ms de una ocasin trat el cardenal Segura de que el Vaticano le retirara la licencia eclesistica. El cardenal Segura sufra, segn tengo entendido, problemas de hgado. Ello explicara, sin duda, su carcter colrico, sus arrebatos, que le llevaban del fanatismo intransigente a la ascesis ms pura. Personalidad tan singular haba impresionado al rey, que le haba sacado de una oscura dicesis de Extremadura para convertirle en arzobispo de Burgos y, finalmente, en cardenal primado de Espaa en cuestin de seis aos, todo un rcord para una carrera eclesistica. Sin duda, el monarca pensaba que Segura era la luz ms resplandeciente de la Iglesia espaola en aquella poca, pero poner a un fantico como Segura al frente de la Iglesia espaola en aquellos difciles aos treinta era como soltar a un toro en plena cacharrera... Sin duda, el Vaticano se alegr de su expulsin de Espaa en los primeros das de la Repblica, y no tuvo inconveniente en aceptar su dimisin como cardenal primado, un acto de censura que rara vez ejerca la Iglesia contra sus prelados ms ilustres. Desapareca as el escollo ms importante para que el Vaticano pudiera ejercer su poltica en Espaa, a travs de Angel Herrera y sus amigos. En los primeros das de la Repblica, se organizaron bajo el lema de Accin Nacional, una agrupacin poltica que no se defina en cuanto a la forma de Estado, para poder atraer as a los monrquicos. La Accin Nacional pas a llamarse Accin Popular y, finalmente, CEDA, es decir, Confederacin Espaola de Derechas Autnomas. Herrera era, desde luego, la eminencia gris de esta organizacin y continuaba ejerciendo su magisterio desde las pginas de El Debate, pero don Angel era de los pocos polticos que conoca muy bien sus propias limitaciones. Demasiado tmido y retrado para convertirse en el lder poltico que necesitaba su partido, escogi a un joven de Salamanca llamado Jos Mara Gil Robles, y su eleccin no pudo ser ms acertada. Brillante en su oratoria, corrosivo en los debates, excelente ejecutivo, infatigable trabajador, perfecto conocedor de la poltica y sus pasiones, Gil Robles era el animal poltico que Herrera necesitaba para llevar a cabo sus planes. Muchos de mis colegas piensan que Robles es una persona arrogante y engreda. No estoy de acuerdo. Pienso que si Gil Robles hubiera nacido en un medio distinto, si sus ideas y su formacin poltica hubieran sido diferentes, podra haberse convertido en el gran lder que la Repblica tanto haba necesitado pero nunca haba tenido. Mi primer encuentro con Gil Robles se produjo en 1933, aunque con anterioridad haba tenido ocasin de escucharle en las Cortes. De estatura mediana, con una cierta barriga, la cabeza en forma de pera coronada por una incipiente calvicie, su aspecto fsico no delataba una personalidad que emanaba dinamismo y vigor. Haca dos aos que Herrera le haba dado carta blanca en el partido, y desde entonces don Jos Mara no se haba tomado un minuto de descanso. Recorriendo Espaa incansablemente de uno a otro extremo de su geografa, Gil Robles haba conseguido convertir el puado de hombres que en 1931 constituyeron Accin Nacional en una gigantesca organizacin poltica que se nutra de grupos regionales como el Partido Regional Valenciano, el Partido Regional de la Mancha, el Partido de Navarra... Gil Robles, a pesar de su juventud, tena una considerable experiencia poltica, ya que haba intentado organizar un partido cristiano- socialista, junto a Herrera y Ossorio y Gallardo, y, aunque su intento haba fracasado, haba hecho innumerables contactos que ahora le servan para estructurar su nuevo partido, la CEDA. En muchas ocasiones trat de averiguar la fuerza real de la CEDA en aquellos aos de la Repblica. En una ocasin se me dijo que en Madrid contaban con doce mil militantes, que no son muchos en una ciudad de casi un milln de habitantes. Pero de lo que no cabe duda es del poder real de convocatoria de ese partido, tal como qued demostrado en las elecciones de 1933, y la atraccin que tuvo para el gran capital, incluso con aquellas personas con pocas o ninguna simpata hacia la Repblica como el conde de Romanones o Juan March, que engrosaron generosamente las arcas de la CEDA. A todo esto, El Debate se haba convertido en el rotativo ms moderno de Europa, con una capacidad de tirada e impresin superiores a cualquier otro peridico europeo, y en Espaa competa con ABC para situarse en cabeza de la prensa espaola. Tena corresponsales en las ms importantes capitales europeas (Roma, Pars, Berln), y por medio de una agencia de noticias, Logos, controlaba la prensa provincial de media Espaa. Acababan de sacar un peridico vespertino, YA, que tambin haba tenido una excelente acogida. Pensaba en todas estas cosas un da mientras esperaba noticias de la campaa de Gil Robles sentado delante de su despacho. El Debate comparta ahora con el cuartel general de la CEDA un moderno edificio de seis plantas. En la entrada, unos jvenes que llevaban como distintivo la insignia del yugo y las flechas ejercan un estricto control de las personas que pasaban al interior. Pero, aun as, los pasillos del edificio estaban llenos de gente de todas las clases sociales, aunque predominaran las mujeres y los hombres elegantemente vestidos, que solan lucir un recortado bigotito. Aquella misma maana haba estado visitando la casa del pueblo de una organizacin socialista y todo era muy distinto, no tanto en el atuendo de las personas, sino en el ambiente mismo del edificio, como si la casa de los socialistas tuviera vida y esta, en cambio, con su aspecto artificial y moderno, tuviera algo de irreal y fantasmagrico. Pero no caba duda de que los fantasmas que poblaban aquel edificio estaban, de momento, ganando la partida. Echemos ahora un vistazo a su socio de gobierno, el fundador del llamado Partido Radical, Alejandro Lerroux. Como Alcal Zamora, Lerroux tambin era de Crdoba, donde haba nacido en 1868. A principios de siglo trabajaba como periodista en Madrid y unos aos despus fundaba en Barcelona el Partido Radical. Este partido buscaba el voto de los cientos de miles de trabajadores del sur de Espaa que haban llegado a Barcelona con la revolucin industrial de fines del siglo pasado y no se sentan representados por los partidos catalanistas que imperaban en la ciudad. Lerroux se haba convertido en una de las figuras ms populares de la Ciudad Condal. Haba establecido su feudo en uno de los barrios ms populares de la ciudad, en la falda de Montjuich, y se le haba otorgado el ttulo de Emperador del Paralelo, el nombre de la avenida que atraviesa esta zona, famosa por sus teatros y su vida nocturna. Era conocida su figura, ataviada con las alpargatas que llevaban los trabajadores, pasendose por las calles de estos barrios. Tena, como ya hemos sealado, un gran poder de convocatoria entre los emigrantes que se consideraban excluidos tanto por los partidos polticos catalanes como por los propios sindicatos anarquistas, demasiado revolucionarios para algunos en sus propuestas. Lerroux y sus ideales republicanos sintonizaban perfectamente con aquellos emigrantes, que se volcaron en su favor en las elecciones municipales de la ciudad, triunfando sobre los partidos catalanistas que ostentaban el poder. Pero su xito electoral signific el fracaso de su poltica, porque muy pronto la administracin de la ciudad cay en manos de mafias que cobraban dinero para los radicales de Lerroux de empresarios, constructores y dems estamentos de la ciudad. A su vez, corri la voz de que los gobiernos monrquicos de Madrid favorecan a aquellos republicanos de Lerroux para impedir que los partidos catalanistas gobernaran en Barcelona. Poco a poco, sus simpatizantes, desencantados por todos estos escndalos fueron alejndose del Partido Radical. Pero su cada no se produjo hasta 1907, en las famosas elecciones limpias de Antonio Maura. En esas elecciones no se produjo ninguna interferencia o desvo de votos a favor de Lerroux, como haba ocurrido anteriormente, de manera que triunfaron de nuevo los partidos catalanistas. El propio rey se quej de la limpieza de aquellas elecciones: Volvieron a las Cortes muchos amigos del gobierno..., pero tambin muchos enemigos del rgimen. Al perder su inmunidad parlamentaria, Lerroux fue perseguido por el fiscal general del Estado por los artculos que haba publicado en la prensa en los ltimos aos y tuvo que huir a Francia. En la guerra de 1914, Lerroux hizo campaa desde Francia por medio de declaraciones y artculos en la prensa para que Espaa se uniera a los Aliados. Poco se sabe de l hasta que reaparece en Espaa con la cada de la monarqua, tal como veremos a continuacin. Las elecciones de 1933 haban complicado sobremanera el panorama poltico espaol. Y no porque hubiera ganado la derecha, sino porque el partido ms importante, la CEDA de Gil Robles, no se declaraba abiertamente a favor de la Repblica. En sus declaraciones deca aceptar por el momento la Repblica, pero propugnaba, para un futuro, un estado corporativo semejante a los que en aquellos momentos haba en Italia o en Alemania. Las juventudes del partido, conocidas como las JAP (Juventudes de Accin Popular), iban an ms lejos y aseguraban que aquella democracia decadente representada por la Repblica espaola deba ser barrida del mapa. En aquellas extraas circunstancias, qu es lo que deba hacer el presidente de la Repblica, Alcal Zamora? En teora, su obligacin era invitar a Gil Robles a su residencia para pedirle que formara gobierno. Pero Gil Robles segua negndose a declararse abiertamente republicano y Alcal Zamora se negaba a recibirle en Palacio... Por otra parte, tambin hay que entender las presiones a las que los miembros de la CEDA se vean sometidos en aquellos momentos. Sus aliados polticos, los partidos monrquicos, consideraban las elecciones de 1933 como un plebiscito en el que el pueblo espaol haba rechazado, por mayora, la Repblica como forma de Estado y haba llegado el momento de que el Ejrcito, apoyado por los partidos de derecha, se hiciera con el control del pas. Pero el partido de Gil Robles tampoco se dejaba arredrar por aquellas presiones. Su estrategia pasaba por convertir a Lerroux en jefe de gobierno, proporcionndole el apoyo de la CEDA en tanto siguiera las directrices de este partido, que le retirara su apoyo y le dejara caer en el momento en que se desviara. Los partidos monrquicos acabaron por aceptar a regaadientes la estrategia de la CEDA. Alcal Zamora invit a Lerroux a formar gobierno y la crisis quedaba, al menos por el momento, solventada. La Repblica acababa de superar su momento de mxima debilidad. Con la derrota de los partidos de izquierda, que eran sus mximos valedores, un simple golpe de Estado de algn general hubiera acabado con el rgimen. Pero los catlicos queran hacerlo con cautela y pensaban que el rgimen poda ir cambiando y modificndose gradualmente. No contaban, sin embargo, con que la izquierda acabara reorganizndose y unindose y ya no les concedera una nueva oportunidad de hacer una reforma del Estado desde las urnas. VII Jos Antonio
LA SEMANA Santa de 1934 la pas en
Sevilla. Era la primera vez que la Repblica permita su celebracin. Me dispuse as a contemplar mi primera Semana Santa espaola. La Virgen de la Macarena bajaba por las estrechas calles de Sevilla, conducida milagrosamente por los costaleros que la enhebraban a travs de puertas y arcos como un hilo por la aguja. Delante de ella iba una compaa de soldados romanos que se detenan de cuando en cuando en alguna taberna para echarse un trago. Tomamos unas copas de ans con algunos miembros de aquella guardia pretoriana, y todos parecan de muy buen humor, charlando, riendo y contando chistes, como si en lugar de estar en una procesin religiosa se hubieran disfrazado para el Carnaval de Venecia. Por fin, la Virgen lleg junto al Ayuntamiento y all la Nia de la Puebla le dedic sus mejores saetas. La Nia de la Puebla era ciega, y su aspecto poco agradable, pero en cuanto abra la boca tena a todo el pueblo andaluz en un puo. Mientras suba y bajaba la voz de la Nia en la noche sevillana, yo me fijaba en otra nia que haba junto a m. Tena la piel de aceituna, los ojos grandes y negros, los pechos redondos y altos y contemplaba la procesin con toda seriedad..., acompaada de su pap y su mam. Y yo, mientras la miraba, me preguntaba qu sera de ella en cinco, en diez aos, cuando fuera toda una mujer. Sabra cuidar su figura haciendo deporte y ejercicio fsico, o se abandonara a la rutina del hogar y engordara, como le haba ocurrido a su madre? Se interesara por temas culturales, aprendera idiomas, o se dejara llevar por la vida cotidiana dedicndose a parir hijos como haba hecho su madre? Porque mi admiracin, mi adoracin por la mujer espaola chocaba siempre con su espritu conservador y rutinario, anclado en tradiciones ancestrales. Llegara el da en que estas mujeres maravillosas dejaran atrs sus viejos prejuicios para integrarse de lleno en la vida moderna? Seguramente, pensaba yo para mis adentros en aquella noche sevillana, pero antes tendra que haber un gran derramamiento de sangre, porque est visto que el mundo no avanza sin revoluciones o guerras que obligan a hacer a la fuerza lo que no se est dispuesto a hacer de buen grado. De pronto me sent cansado y deprimido, abrumado por tanta flor, tanto incienso y tanta vela. Mi sangre anglosajona se revolva contra todo aquello y decid apartarme de las multitudes e internarme en el silencioso barrio de Santa Cruz, donde la encalada blancura de sus calles y la suave luz de sus faroles me devolvieron la paz. De vuelta ya en el hotel, me encontr con un grupo de aviadores alemanes que acababan de llegar de Berln, de donde haban despegado ese mismo da, y se dirigan por la costa africana hacia Sudamrica, adonde llegaran en un par de das... Me los encontr en el bar del hotel, tomando copas y hablando de sus plateados Heinkels, totalmente ajenos a la algaraba religiosa del exterior. La Edad Media y el siglo XX acababan de entrar en colisin en aquella noche sevillana. A mi regreso a Madrid entabl amistad con la hija de la aristcrata inglesa Margot Asquith. Lady Elizabeth Asquith se haba casado con el prncipe rumano Antoine Bibesco, embajador de Rumania en Espaa, y vivan en Madrid desde 1929. Ocupaban, cuando yo los conoc, la magnfica mansin del prncipe Alfonso de Orleans, que se haba ausentado de Espaa al estallar la Repblica. No solo tomaron la casa del prncipe, sino tambin todo el personal a su servicio. Me imagino la cara de sorpresa de los viejos criados acostumbrados a tratar con la realeza, al ver a sus nuevos seores tomando el t con Manuel Azaa. A m me diverta mucho observar el rostro del mayordomo cuando su nuevo patrn le mandaba comprar El Socialista o El Heraldo de Madrid. Tena poco que ver con el prncipe Antoine, pero me encantaba charlar con su mujer, que coincida conmigo en la pasin por los acontecimientos que se desarrollaban en Espaa. Ella senta una enorme admiracin por Manuel Azaa, que yo no comparta, pero en cambio concordbamos plenamente en nuestra debilidad por Jos Antonio Primo de Rivera, el hijo mayor del ltimo dictador. Y es que en las comidas de la casa de los Bibesco pasbamos revista a todas las personalidades de la clase poltica espaola, y entre las personas que nos hallbamos all reunidas siempre surga el chispazo de la controversia y la discusin. Nunca como en aquel ao de 1934 se haba sentido la clase media espaola tan dividida, tan trada y llevada en direcciones tan opuestas. Azaa y sus amigos se haban situado extramuros de la Repblica, pensando que su antiguo aliado Lerroux les haba traicionado y conduca a la Repblica hacia su destruccin. Lerroux entenda la Repblica como una monarqua sin rey. Gil Robles y los catlicos pretendan crear un Estado corporativo siguiendo el modelo austraco, una especie de fascismo con ribetes clericales. Jos Antonio Primo de Rivera acababa de fundar Falange Espaola, siguiendo las coordenadas de un fascismo ms ortodoxo. Onsimo Redondo haba creado las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, un fascismo ms radical. Adanse a estos los partidarios de don Alfonso de Borbn, capitaneados por Antonio Goicoechea, y los tradicionalistas, representados por el distinguido conde de Rodezno, y se comprender la diversa, y contradictoria, oferta poltica a la que se vea sometida la clase media espaola. Esta desunin de la clase media explica por qu, en ese ao de 1934, cuando la derecha tena el poder, no se produjo un golpe de Estado fascista. Tambin hay que tener en cuenta las diferencias en el panorama internacional. Hitler estaba an demasiado inmerso en los asuntos de su propio pas para embarcarse en una aventura internacional, y Mussolini no se habra atrevido a lanzarse a semejante aventura sin la ayuda de Hitler. De cualquier manera, el fascismo era ya una realidad patente en la Espaa de 1934, y la verdad es que las dos personas que lo impulsaban no podan haber sido ms seductoras y simpticas: Serrano Suer y Jos Antonio Primo de Rivera. Don Ramn Serrano Suer, cuado del general Franco, organizaba a un grupo de jvenes catlicos que se encuadraban bajo las siglas JAP, Juventudes de Accin Popular. El primer mitin pblico de las JAP fue un autntico fiasco. Se celebr en San Lorenzo de El Escorial, en la explanada de la lonja del monasterio, bajo una lluvia torrencial. A pesar de la gran cantidad de dinero que se gast en publicidad y organizacin, a pesar de los trenes especiales que salieron de Madrid y otros puntos, solo concurrieron a l unas veinte mil personas. El mitin consisti en una misa de campaa y un discurso de Gil Robles. No poda verse ni una sola bandera republicana. Muchos jvenes llevaban pantalones de color caqui y polainas. Se haban inventado un nuevo saludo militar, que consista en cruzar el brazo derecho sobre el pecho. Haba muchos campesinos pululando por aquel mitin de El Escorial y, cuando les preguntabas qu hacan all y de dnde haban venido, algunos confesaban, con el mayor candor, que les haban mandado sus amos con todos los gastos pagados. El nmero de jvenes que formaban parte de esta organizacin paramilitar no pasara de ocho o diez mil, cifra realmente insignificante si se tiene en cuenta que procedan de todo el territorio nacional. No creo que aquello fuera capaz de quitar el sueo a ningn republicano. Serrano Suer al menos tena dinero para su organizacin, pero Jos Antonio Primo de Rivera, ni eso. Alto, distinguido, bien hablado, corts y amable con sus interlocutores, Jos Antonio era, a sus treinta aos, una de las personas ms encantadoras del Madrid de aquellos das. Yo me lo encontraba a menudo en los pasillos de las Cortes y estuve en varias ocasiones en las oficinas de su partido, situadas junto a la Castellana. Recuerdo que un da fui a pedirle un libro sobre su padre y l me dijo que no se haba escrito ninguno. Realmente, los espaoles son gente increble. Resulta que alguien gobierna el pas durante seis aos y cuando le echan nadie se toma la molestia de escribir un libro sobre l. Hablbamos de estas cosas cuando nos cruzamos en el pasillo con un grupo de jvenes discutiendo acaloradamente: Ah tiene usted a un grupo de espaoles, seor Buckley me dijo Jos Antonio sealndoles, hablando, siempre hablando... En este pas es imposible organizar a la gente para que hagan un trabajo constructivo!. Jos Antonio, adems de ser diputado en Cortes, tena un bufete de abogado. Uno de sus hermanos, Fernando, estaba en el Ejrcito, y el otro, Miguel, se haba quedado en sus tierras de Jerez de la Frontera para ocuparse de los negocios familiares. Jos Antonio era el nico que viva en Madrid, pero no se trataba del clsico seorito madrileo. Persona retrada, aficionado a la literatura, y sobre todo a la poesa, era demasiado sensible para alternar en los crculos de la sociedad madrilea de aquellos das. Hablaba ingls con un acento encantador. Lo que no me explico muy bien es qu haca este hombre como lder de un partido fascista. Durante unos meses trabaj en la Embajada britnica, que estaba situada frente a los locales de la Falange, y tuve ocasin de espiar los movimientos de Jos Antonio. Recuerdo que, a la hora de comer, sola salir del edificio precedido por un grupo de matones con gabardina y la mano en el bolsillo de la chaqueta, como si estuvieran en Hollywood, y despus de echar un vistazo a la calle, que sola estar desierta a esas horas, se montaban en un Ford descapotable para escoltar a su Jefe, que conduca un Chevrolet, hasta el chal de Chamartn donde viva. No creo que Jos Antonio dispusiera de ms de mil hombres en todo Madrid. Pero, naturalmente, contaba con muchos miles de simpatizantes. A veces, cuando hablaba en las Cortes, pareca un lder obrero. Recuerdo una ocasin en la que, con encendida oratoria, habl de las mujeres andaluzas que trabajaban diez horas en el campo por una peseta. Espaa, deca, tena que ser totalmente reformada. No me extraa que el marqus de Eliseda, que haba sido uno de los fundadores de Falange y haba invertido mucho dinero en ella, se marchara indignado. Recuerdo otra ocasin en la que el lder socialista Indalecio Prieto haba hecho un encendido elogio de las obras pblicas realizadas bajo la dictadura de Primo de Rivera. Jos Antonio se levant de su asiento y fue a estrecharle la mano. Gesto realmente inslito en unas Cortes en las que los diputados de izquierdas y derechas se miraban con verdadero odio, aunque luego, en los pasillos, confraternizaran bastante. Jos Antonio haca lo contrario. Era capaz de ser muy efusivo en pblico con sus enemigos polticos, aunque despus se mostrara reservado y distante. No estoy tratando de hacer un panegrico de la figura de Jos Antonio. No puede ocultarse el hecho de que, aparte de sus simpatizantes y seguidores, tena un nmero bastante considerable de matones a su servicio. En teora, estos matones haban sido contratados para defender los locales de la Falange y la persona del lder, sobre todo cuando este actuaba en mtines y actos pblicos. Pero en la prctica a estos matones se les iba la mano, y raro era el da en que no estaban mezclados en algn tiroteo, tratando de romper una huelga o alguna manifestacin. Naturalmente, a veces los tiros se los llevaban ellos. En una ocasin, en abril de 1934, a la salida de la Crcel Modelo, donde haba estado prestando declaracin, el coche de Jos Antonio fue alcanzado por una granada. El lder no sufri dao alguno. Jos Antonio estaba en contacto con otros lderes fascistas. Por esta poca viaj a Roma, donde fue recibido por el Duce. Segn contaba la prensa espaola, Mussolini le dijo que, en aquellos momentos, no vea ninguna esperanza para implantar el fascismo en Espaa y... mostr su admiracin por Largo Caballero como lder de las masas espaolas! Tambin estuvo en Berln, entrevistndose con Hitler. Sac la conclusin de que aquel no era el momento para intentar un golpe de Estado fascista. Si su apoyo internacional era, en aquellos momentos, muy limitado, tampoco en Espaa gozaba de muchas simpatas, especialmente entre los grandes terratenientes, por sus discursos sobre la reforma agraria, y la Iglesia, por sus crticas contra los excesos del clero. Y sin estos dos puntos de apoyo difcilmente se poda conseguir dinero en Espaa para su organizacin. No es fcil, despus de lo que ha acontecido en los ltimos aos, dar una idea de lo que pasaba en Madrid en aquel ao de 1934. Hubo tres huelgas generales, huelgas de peridicos, incluso una huelga de taxistas que llenaron las calles de Madrid de tachuelas para que nadie pudiera circular durante unas cuantas jornadas. Baste decir que nos solamos aprovisionar con latas de judas en el piso en el que viva para poder sobrevivir los das en los que cerraban las tiendas. Continuaba la lucha soterrada por el control de la Repblica. Adems, se producan nuevas divisiones entre los polticos de la clase media. Diego Martnez Barrio, un tipo alto y lleno de energa, antiguo linotipista que se haba hecho con su propia empresa de publicaciones, decidi separarse de Lerroux y su partido, llevndose consigo a dos ministros del gabinete, as como a veinte diputados. Yo me encontraba en Sevilla cuando Martnez Barrio hizo su declaracin secesionista y recuerdo que alzaba las manos y proclamaba: Manos limpias, las mas!. Martnez Barrio era la figura ms importante del Partido Radical despus de Lerroux, as que el golpe para este fue considerable. Si Largo Caballero despertaba la admiracin del Duce italiano, pens que ya era hora de conocerlo. Me entrevist con l en una calurosa tarde del mes de agosto de 1934. En ese momento, Largo Caballero tena sesenta y cinco aos. Nacido en Madrid en 1869, no haba ido a la escuela y haba aprendido a leer y a escribir a los veinte aos. En su juventud trabaj en la construccin, y su actividad poltica comenz en 1917, ya que fue uno de los firmantes del manifiesto de la huelga general de aquel ao. Aquello le vali una sentencia de por vida en un penal en Africa. Esta sentencia le fue conmutada, y un ao despus regresaba a Madrid, donde fue elegido diputado en Cortes en el ao 1918. A partir de ese momento se convertira en la figura ms destacada del movimiento sindical espaol. Detrs de Largo Caballero haba una eminencia gris. Pensador, publicista, editor, Luis Araquistin haba apoyado la causa de los aliados en la Gran Guerra y ahora comparta con Largo Caballero la misma antipata hacia los bolcheviques. Por eso me haca tanta gracia or, en los ccteles de la diplomacia, los nombres de Araquistin y Caballero como los lderes de una revolucin roja, cuando ni el uno ni el otro tenan absolutamente nada de revolucionarios. Lo que pretendan, en aquel tenso verano de 1934, era mostrar firmeza en sus posiciones. La entrada de la CEDA en el gobierno era para ellos una prueba de fuego. Si se dejaban dominar por la derecha, les ocurrira lo que pocos meses antes haba pasado con los obreros austracos, cuando fueron aplastados por Dollfuss. Los socialistas espaoles haban aprendido muy bien la leccin de sus camaradas austracos y estaban dispuestos a no ceder terreno ante la presin de la derecha. No podemos consentir, me aseguraba Largo Caballero en aquella entrevista del verano de 1934, que el Partido "Clerical" de Gil Robles entre a formar parte del Gobierno... Y no podemos consentirlo simplemente porque no son republicanos, porque no quieren que se les identifique con la Repblica... Y si esto es as, cmo demonios podemos aceptarlos en el gobierno?. Como buen ingls, yo poda ver las dos caras del problema que centraba la atencin poltica espaola en aquel verano de 1934. Por un lado, la CEDA haba triunfado en las elecciones del ao anterior y tena legtimo derecho a formar parte del gobierno de la nacin. Pero tambin entenda que si en mi pas un partido poltico decidiera no acatar la monarqua, no ondear la Union Jack y no interpretar nuestro himno nacional en los mtines y en los desfiles, tendra muchos problemas a la hora de entrar en el gobierno... Como poco se le exigira una explicacin ante las cmaras de su postura y una rectificacin pblica de los aspectos ms formales de la cuestin (respeto a las instituciones, a la bandera y al himno nacional) antes de ser admitido a formar parte del gobierno. La cuestin, en cualquier caso, era apasionante, y no pude por menos de preguntarle a Caballero qu haran en caso de que Gil Robles cumpliera su amenaza. Eso es fcil de contestar replic el lder sindical. Las masas saldran a la calle, y no hay nada ni nadie que pueda detener a las masas cuando se levantan para luchar por sus derechos. Aquellas palabras de Caballero parecan pintar una estampa de la Revolucin francesa, pero eran difcilmente aceptables en pleno siglo XX, cuando dos soldados armados con una buena ametralladora podan mantener a raya a una muchedumbre de miles de personas. Naturalmente, no haba que tomar sus palabras al pie de la letra... Con sus declaraciones, solo pretenda convencer al presidente de la Repblica, Alcal Zamora, de que la entrada en el gobierno de la CEDA traera consigo inevitablemente la violencia y el derramamiento de sangre... En aquellos momentos, el primer interesado en evitar que la gente se echara a la calle era el propio Largo Caballero. Y es que por aquel entonces no responda para nada a su apodo de Lenin espaol... Solo le faltaba el sombrero bombn, el traje oscuro y la pipa en la boca para ser confundido con un enlace sindical de los obreros ferroviarios britnicos! Una tarde del mes de julio estaba tomndome un caf con el redactor jefe de El Debate cuando lleg la noticia de que Dollfuss haba sido asesinado por los nazis, y aquella noticia sin duda dara mucho que pensar a los catlicos espaoles... Porque, aunque pudiera parecer lo contrario, haba muchas cosas en comn entre catlicos y socialistas en aquel verano de 1934. Por un lado, Gil Robles se haba casado y en su luna de miel haba visitado la Alemania del Reich, dando pbulo a todo tipo de comentarios. Pero, por otro, el cardenal Pacelli, secretario de Estado en el Vaticano, ejerca una influencia cada vez mayor en la Iglesia espaola. Despus de la muerte de Dollfuss, Pacelli insista en que la Iglesia deba seguir un curso medio, apartndose de las pretensiones de la extrema derecha. La situacin de Robles no era fcil. Mientras Pacelli y el nuncio del Papa, Tedeschini, as como Angel Herrera, le aconsejaban prudencia, los aristcratas y los terratenientes que tanto haban contribuido a las arcas de la CEDA no se conformaban con que este partido se consolidara como el principal de la derecha. Aceptando tcitamente el rgimen republicano, presionaban a Robles para que entrara a formar parte del gobierno. Por su parte, el gobierno de Lerroux pareca hacer mritos para su propia destitucin, de manera que Robles se vio forzado, al regreso de su luna de miel, en agosto, a comenzar a mover piezas para formar nuevo gobierno. El de Lerroux haba tenido graves problemas con los nacionalistas. Para incrementar sus ingresos, Lerroux haba decidido suprimir el concierto econmico que permita a los vascos recaudar sus propios impuestos para luego ceder una parte al gobierno de Madrid. Como protesta, los partidos nacionalistas vascos convocaron elecciones municipales, que, por otra parte, deban celebrarse por aquellas fechas, pero el gobierno Lerroux anul dicha convocatoria. El conflicto entre el gobierno de la Repblica y los partidos nacionalistas estaba servido. Las elecciones se celebraron sin el consentimiento del gobierno central, que se neg a reconocer a los concejales elegidos, en su mayor parte pertenecientes a partidos nacionalistas. Tambin haba problemas en Catalua, aunque fueran de ndole muy distinta. El recin estrenado Estatuto de Autonoma de Catalua permita a los rabassaires campesinos que daban una parte de la cosecha a los propietarios de las tierras que ellos cultivaban a acceder a la propiedad de la tierra por medio del pago de una renta escalonada a lo largo de aos. Los propietarios de las tierras haban protestado por aquel cambio en el statu quo y el gobierno Lerroux haba decidido ponerse de parte de los propietarios, con lo cual no haca sino echar lea al fuego. El problema del idioma tambin levantaba pasiones y Llus Companys, presidente de la Generalitat, se haba enfrentado al gobierno al defender el derecho de un abogado que haba sido recusado por los propios magistrados a expresarse en cataln en la vista de un juicio. Pero, ms all de estos aspectos puntuales, exista el temor, ampliamente compartido por nacionalistas vascos y catalanes, de que el gobierno Lerroux se dispusiera a ceder ante las pretensiones de la Espaa feudal y abrir las puertas a una nueva dictadura. Lo mismo teman los socialistas. Estos, presintiendo que algo iba a suceder, comenzaban a prepararse para un otoo caliente. Una partida de cuatrocientos fusiles, treinta ametralladoras y abundante municin, destinada en principio a un intento de golpe de Estado en Portugal que nunca se produjo, fue desviada hacia Espaa a bordo del barco Turquesa, que atrac en el puerto de Gijn. Lograron descargar solo una pequea parte de las armas antes de que la Guardia Civil incautara el resto. Sin duda, exageraba el ministro del Interior, Salazar Alonso, cuando le comentaba a un periodista extranjero: Hay en Espaa un milln de socialistas, armados hasta los dientes, dispuestos a levantarse en cualquier momento para implantar el comunismo. A pesar del exiguo botn del Turquesa y de algunos fusiles y ametralladoras que haban pasado de contrabando desde Alemania, el arsenal de los socialistas no poda competir, en aquellos momentos, ni con la ms modesta guarnicin militar de provincias. Tenan, eso s, una buena cantidad de revlveres que se fabricaban en Espaa, pero con revlveres no se hace una revolucin. Circul por aquellos das en Madrid el rumor de que los socialistas haban colocado cargas de dinamita en los stanos del Ministerio de la Gobernacin, con la idea de hacerlas explosionar si el ministro no dimita. Yo, naturalmente, pens que era un bulo. Pero unos das ms tarde me pude enterar de que algo de verdad haba en ello. Me encontraba en el cine con mi amigo el pintor Luis Quintanilla, afiliado al Partido Socialista, y en el descanso de la pelcula le coment la noticia. La dinamita me dijo Quintanilla no estaba en el ministerio, sino en casa del diputado socialista Morn. Un camarada en la polica nos dio el soplo de que iban a su casa a llevrsela, y nosotros llegamos antes que ellos y la sacamos... Y ah me tienes a m deca Quintanilla, muy divertido cruzando la Gran Va en taxi con media tonelada de dinamita dentro y, adems, sin saber adonde llevarla... Por fin recib rdenes de enterrarla en un depsito de la Ciudad Universitaria. La polica, que nos vena pisando los talones, se present all poco despus de que la escondiramos. La verdad es que esta historia de policas y ladrones me pill por sorpresa. Una cosa es hablar de la revolucin y otra sentirla tan cerca. Y lo que me pareca ms terrible: si Quintanilla, Araquistin, Negrn, personas cultas, en modo alguno extremistas, se armaban, algo muy serio estaba ocurriendo. Recuerdo perfectamente bien la pelcula que Quintanilla y yo estbamos viendo en el cine Callao aquella tarde. Se llamaba xtasis y la protagonizaba Hedy Lamar. La pelcula haba sido prohibida en diversos pases, y en Espaa la prensa catlica haba hecho lo imposible para que no se proyectara. El xtasis en cuestin era una escena en la que Hedy Lamar se meta en la choza de un obrero ferroviario para dejarse seducir por l. Durante la escena de la seduccin, la cmara solamente enfocaba la cara y una mano de la protagonista, pero aquello era suficiente para que los espectadores que llenaban el cine de bote en bote llegaran al delrium trmens... Una mujer que haba junto a m se rea histricamente. Quiz Espaa necesitara una revolucin. A la salida del cine, me dirig con mi amigo Quintanilla al bar Los Italianos, junto a la Gran Va, pero al entrar vi que haba dos policas de paisano en la puerta. Me excus y le dije a Quintanilla que tena muchas cosas que hacer aquella tarde. Nadie pareca interesado en evitar que, en aquella situacin tan potencialmente explosiva, saltara la chispa. En la apertura de las Cortes despus de las vacaciones veraniegas, el 1 de octubre, Gil Robles, cumpliendo su amenaza, present una mocin de censura contra el gobierno, al que acababa de dejar en minora. El da 3 de octubre se form un nuevo gobierno con tres carteras para la CEDA. Se supo que el presidente Alcal Zamora haba puesto como condicin, para que la CEDA entrara en el gobierno, que no podan ocupar ningn ministerio clave, lo cual no deja de ser divertido. Equivale a decirle a alguien que es suficientemente leal a la Repblica para ocupar el Ministerio de Agricultura, pero no para ocupar el de Gracia y Justicia... Alcal Zamora actuaba en aquellos momentos como un funambulista que avanzara con pies de plomo sobre la tensa cuerda de la democracia sin caer ni a un lado ni a otro, sin darse cuenta de que intentando contentar a todos no iba, finalmente, a contentar a nadie. Y el caso es que el nuevo ministro de Agricultura, Jimnez Fernndez, catedrtico de la Universidad de Sevilla y miembro del grupo cristiano-socialista dentro de la CEDA, era una persona moderada y respetable, que siempre haba defendido dentro de su partido el inters de los obreros y que ofreca la mejor imagen posible de su grupo poltico. Lobo con piel de cordero, pensaron muchos... En cualquier caso, las izquierdas no estaban dispuestas a dar su brazo a torcer. Haban advertido que no toleraran a ningn miembro de la CEDA en el gobierno y actuaron en consecuencia: convocaron una huelga general en todo el pas, que deba comenzar en la noche del 4 al 5 de octubre. Ya s que, como periodista, aquello no iba conmigo y me tena que limitar a relatar los luctuosos sucesos que, sin duda, estaban a punto de producirse. Pero, por dentro, herva de indignacin... Podan haberse encontrado distintas salidas a aquella crisis de gobierno, pero nadie pareca interesado en buscarlas. El pas se encaminaba hacia el desastre sin que ello pareciera preocupar lo ms mnimo a los polticos que lo conducan. Decid que necesitaba un trago y me encamin a Chicote, en plena Gran Va madrilea, para aguardar acontecimientos. Chicote estaba muy tranquilo aquella tarde, y los seoritos y oficiales que solan frecuentarlo no se vean por ninguna parte. Demasiado tranquilo. Estuve charlando con un colega australiano. Hablamos de la estupidez humana en general y de la espaola en particular, de la inconsciencia de la clase poltica, que pareca empeada en conducir el pas hacia el desastre y la barbarie... Alguien cont una ancdota del prncipe de Gales que iba como anillo al dedo a la situacin en la que en aquellos momentos nos encontrbamos: Un periodista amigo mo le pregunt en una ocasin qu opinaba su alteza sobre la civilizacin europea... "Civilizacin europea? le contest el prncipe Me parece una excelente idea!". Apareci un joven que perteneca a la Falange de Jos Antonio y me dijo confidencialmente: Tenemos a mil quinientos hombres armados en la calle y estamos dispuestos a aplastar cualquier intento de huelga general. Llam a la redaccin de El Sol y me dijeron que haba manifestaciones en Barcelona. Llam a El Debate y me dijeron que en Barcelona se haba proclamado una repblica independiente y que Madrid estaba a punto de explotar. Me dirig al bar Marfil, que tiene unos grandes ventanales que ofrecan una magnfica perspectiva de la calle de Alcal. Adems de eso, servan una cerveza lager muy fra. All, sentados alrededor de una mesa, estaban Negrn, Araquistin y lvarez del Vayo leyendo la prensa de la tarde y poniendo cara de circunstancias. Me dirig a ellos y le pregunt a Araquistin, por decir algo: Es cierto que habis convocado una huelga general para la medianoche de hoy?. Araquistin afirm con la cabeza. Y no hay nadie capaz de impedir esta locura colectiva?, insist yo. Eso dselo a tus amigos los curas, me contest de mala gana Araquistin. Araquistin saba que yo era catlico y que tena buenos contactos en El Debate. Podra haberle dicho que los catlicos tampoco haban provocado aquella situacin y que solo haban llegado a ella forzados por la extrema derecha. Pero de qu habra servido? Sal del bar y me dirig hacia la Puerta del Sol. Antes de llegar a ella, escuch un disparo. Poda or las contraventanas de todas las casas cerrndose apresuradamente. Los taxis desaparecan del centro de la ciudad y la gente, al salir de los cines, corra hacia las bocas del metro. La Guardia de Asalto, armada con fusiles, bayonetas y ametralladoras, se desplegaba por el centro de la ciudad tomando posiciones. Las sirenas no dejaban de sonar. Al llegar a casa, cog el telfono para retransmitir mi crnica. Me hubiera gustado empezar con estas palabras: La humanidad acaba de cometer esta noche en Madrid un nuevo acto de locura colectiva..., pero record que era periodista y no filsofo, y dije: Una huelga general revolucionaria acaba de comenzar esta noche en Madrid, como protesta por la formacin de un nuevo gobierno en el que, por primera vez, entra a formar parte el partido catlico CEDA. A partir de aquel momento, y durante tres semanas, apenas si com o dorm. Es difcil resumir en pocas pginas los sucesos de aquel mes de octubre de 1934 y, sin embargo, aquellos das fueron decisivos, ya que en ellos quedaron demostrados una serie de hechos que habran de marcar la poltica nacional e internacional en los aos siguientes. A nivel nacional, se evidenci que la derecha feudal no estaba dispuesta a llegar a ningn pacto o entendimiento con la Repblica. Haban colocado a los hombres de Gil Robles en el gobierno sin mostrar el menor respeto por los principios republicanos. A partir de ese momento, la izquierda saba que no poda esperar ningn tipo de concesin de los poderes feudales. A nivel internacional, el papel de Alemania comenzaba a subir enteros. Sin duda, la visita de Gil Robles al Tercer Reich aquel verano haba sido muy provechosa. Los planes expansionistas del Reich, las invasiones de Francia e Inglaterra, solo podran realizarse con una Espaa amiga que le facilitara bases para sus submarinos y sus aviones, puertos para sus barcos, etc. Los alemanes tardaron cinco aos en asegurarse la amistad de Espaa. Si en aquel octubre de 1934 la izquierda espaola hubiera cedido a las pretensiones de la derecha, Gil Robles podra haber instaurado en Espaa un estado corporativo que habra servido de trampoln para que Alemania realizara sus planes en Europa. Pero estamos an en aquella noche del 4 de octubre. Recib una llamada de mi corresponsal en Barcelona, Larry Fensworth. Me deca que el palacio de la Generalitat haba sido bombardeado por las tropas del general Batet, a quien los catalanes, ingenuamente, crean que tenan de su lado. Conect con Radio Asociacin de Barcelona y, entre Els Segadors y El Cant de la Senyera, se podan or llamadas de auxilio. La emisora retransmita desde el interior del palacio bombardeado, y en aquellas circunstancias las notas de La Santa Espina adquiran una dimensin dramtica... Aquello pareca una repeticin del 13 de septiembre de 1713, cuando los patriotas catalanes sucumbieron ante las fuerzas absolutistas y centralistas del rey Felipe V. Aquella revuelta catalana del mes de octubre era muy parecida a la de abril de 1931, cuando se proclam la Repblica catalana. Estaba dirigida por la clase media a travs del partido Esquerra Republicana, los liberales de Llus Companys y los separatistas de Estat Catal. Como ocurriera en 1931, los partidos obreros se haban abstenido. En esta ocasin, a causa de la friccin que exista entre Companys y los anarquistas, que controlaban el movimiento obrero en Catalua. El consejero de Gobernacin del gabinete de Companys, llamado Dencs, haba organizado a grupos de jvenes en una asociacin paramilitar llamada Escamots Verts, que se dedicaban a romper huelgas y manifestaciones de la clase obrera en el mejor estilo fascista. Y as se produca en Barcelona una curiosa situacin. Mientras Companys y la Generalitat se enfrentaban al nuevo gobierno de Madrid sacando a la calle a sus mozos de escuadra, eran los propios anarquistas los que, por medio de francotiradores, se dedicaban a tirotear a la polica catalana. De nada serva la proclamacin, desde los balcones de la Generalitat, de una Repblica catalana independiente si a continuacin no distribua armas entre los miles de seguidores que se aglomeraban en la plaza de Sant Jaume. Companys haba telefoneado al general Batet pidiendo que sus fuerzas apoyaran al gobierno cataln de la Generalitat. Despus de pensrselo durante unas horas, Batet haba proclamado la ley marcial en Barcelona y haba enviado sus tropas contra los mozos de escuadra, que se haban desplegado en torno a la Generalitat. Parece ser que el propio consejero Dencs, que lgicamente debera haber organizado la resistencia, al enterarse de que el presidente Companys resista en el palacio de la Generalitat, decidi huir por unas alcantarillas. Aquella huida de Dencs por las cloacas se convirti en la comidilla de la ciudad durante semanas. A m no me parece nada mal utilizar las cloacas si esa es la mejor manera de huir, pero desde luego los catalanes no se lo perdonaron. De todas maneras, parece ser que cuando consigui salir del pas se fue a Italia, lo cual confirmaba las sospechas de los anarquistas catalanes de que Dencs estaba en contacto con el fascismo italiano. De cualquier manera, la resistencia de Companys dentro del palacio de la Generalitat no dur mucho. Rodeado por las tropas de Batet, decidi rendirse a las seis de la maana, al comprobar que el general se dispona a bombardear el histrico edificio. El general Batet tambin hubo de emplearse a fondo contra la Uni de Botiguers, un sindicato de tenderos que era un foco importante para los nacionalistas. Ni corto ni perezoso, decidi bombardear el edificio y, al parecer, caus la muerte de una docena de personas. Los anarquistas catalanes acabaron sumndose a la rebelin, pero tarde y de mala gana. Decidieron ocupar edificios portuarios y pabellones de la Feria de Muestras en Montjuich, pero, como digo, su corazn no estaba en esa lucha. El 6 de octubre sintonic con una emisora catalana y pude escuchar un llamamiento de un portavoz anarquista para el retorno al trabajo de los obreros afiliados a la CNT. Aquella indecisin anarquista dio tiempo a Lerroux a llevar tropas y refuerzos policiales a Barcelona, que acabaron de sofocar aquella rebelin. Quedaba claro que los anarquistas eran siempre el factor sorpresa, ya que nunca se saba cmo iban a reaccionar. Mientras tanto, en Madrid, la lucha no cesaba. En las tres semanas que duraron los disturbios murieron cerca del centenar de personas, de las cuales una docena eran soldados o pertenecan a la polica. Parece ser que lo que los socialistas se proponan con esta tenaz resistencia era debilitar el nuevo gobierno. Se trataba de tener a la ciudad y al pas en vilo por medio de disparos espordicos de francotiradores desde las azoteas de las casas. La polica haba arrestado ya a bastantes de estos jvenes socialistas cuando, en la noche misma del 4 de octubre, realiz una redada en un local de Buenavista donde se distribuan armas y se llev detenidos a ms de cincuenta. Pero los socialistas no eran los nicos jvenes que se movilizaron en este octubre caliente de 1934. En la maana del domingo da 5, Jos Antonio Primo de Rivera y cuatrocientos o quinientos seguidores marcharon por la calle de Alcal y se situaron delante del Ministerio de la Gobernacin, para ponerse a disposicin de Alejandro Lerroux y su nuevo gobierno. Haba que ver a aquel viejo rebelde de la izquierda recibiendo ahora las aclamaciones de los fascistas! La multitud se mostraba hostil ante aquel desfile falangista, se oan abucheos y protestas, y la cosa podra haber llegado a ms de no ser por la fuerte escolta policial que llevaban. Algunos cafs haban desafiado la orden de cierre de los socialistas y se mantenan abiertos, atendidos por camareros que no pertenecan al sindicato. En uno de ellos, el caf Coln, en el comienzo de la calle de Alcal, se atenda a los clientes como siempre cuando se oy una rfaga de disparos de metralleta disparados desde un automvil, y dos camareros caan muertos junto a las mesas. A partir de aquel momento, cerraron todos los cafs de Madrid. Oficiales con uniforme empezaban a aparecer por las calles de Madrid, apoyando a la polica y a los guardias de asalto. Muchos de ellos eran oficiales que se haban retirado con el plan Azaa y que ahora volvan a tomar las armas. Al principio, la polica disparaba sin ton ni son contra las fachadas de los edificios de donde partan los disparos de los francotiradores socialistas. Tardaron una semana en dominar su nerviosismo y darse cuenta de que al disparar al vaco no hacan sino seguir el juego de los provocadores y aumentar la confusin. Se dedicaron entonces a localizar a los francotiradores y poco a poco la ciudad fue volviendo a la calma. Al cabo de unos das ya no era preciso ir corriendo por las calles, refugindose en cada esquina, e incluso se poda dormir varias horas seguidas durante la noche, lo cual era de agradecer por parte de este, ms que cansado, agotado corresponsal de prensa. En el Norte, los vascos tambin haban ofrecido una tenaz resistencia. Haban levantado barricadas en las carreteras y las calles ms importantes. Solo en San Sebastin hubo veinte muertos. Bilbao y su comarca minera estaba en huelga total. En Extremadura, los campesinos, conducidos por la diputada socialista Margarita Nelken, se haban enfrentado a la polica armados nicamente con sus guadaas. No tenan mucho que hacer contra las tropas que salan desde Madrid y se desplazaban con facilidad por todo el territorio nacional. Para qu querran, me preguntaba yo, la dinamita Quintanilla y sus amigos, si luego no la utilizaban para volar los puentes que habran impedido el desplazamiento de tropas? VIII Asturias
PERO el corazn de la revuelta estaba
en Asturias. En cuestin de das, casi de horas, los noventa mil mineros de la cuenca asturiana se haban apoderado de Oviedo, haban cortado las comunicaciones con el resto de Espaa, por ferrocarril y carretera, en el puerto de Pajares, para despus dirigirse a Gijn, Mieres y Trubia, donde se haban apoderado de una fbrica de armamento. Y as, en poco ms de tres das, haban creado un pequeo Estado comunista (comunista-anarquista para ser ms exactos) dentro del Estado espaol. De dnde haba salido aquella potente llamarada revolucionaria? Francamente, no lo s ni creo que ahora mismo lo sepa nadie con certeza. Los mineros asturianos eran, desde luego, los obreros mejor pagados de Espaa, si bien es cierto que trabajaban en unas condiciones deplorables. Un ingeniero de minas ingls, amigo mo, me haba dicho: He inspeccionado minas en todas las partes de Europa, incluso en Rusia, y desde luego nunca haba visto condiciones de trabajo ms infames que las de los mineros asturianos. La Repblica haba hecho mucho por ellos: haba rebajado su horario laboral y subido los salarios, y ahora que la Repblica estaba en peligro los mineros se echaban a la calle para defenderla. Otro de los elementos que pudo jugar un papel decisivo en esta sorprendente revolucin fue un periodista amigo mo llamado Javier Bueno. Personalidad brillante, hablaba cinco o seis idiomas y trabajaba en Madrid en un diario vespertino, La Voz. Pocos meses antes de la revolucin asturiana, march a Oviedo para hacerse cargo de un peridico llamado Avance, publicado por los socialistas para la cuenca minera. Bueno, adems de excelente periodista, era un fervoroso partidario de la causa revolucionaria, y es fcil imaginarse el impacto que debi de tener el rotativo, bajo su nueva direccin, en una poblacin minera que no necesitaba sino la chispa que encendiera la llama. Un tercer elemento que debe tenerse en cuenta era la propaganda comunista que pareca haberse concentrado en esta regin de Espaa. Los comunistas, que tenan una incidencia muy pequea en el resto del Estado espaol, parecan haber volcado sus recursos y su propaganda en la regin asturiana, pensando quiz que los mineros asturianos, ms concienciados que los otros obreros del pas, acabaran arrastrando a estos a la revolucin. Pero sigo pensando que la primera causa fue la decisiva, es decir, el deseo de defender la Repblica contra viento y marea, la lucha contra unos poderes feudales que pretendan retrasar el reloj de Espaa a la hora que marcaba el 14 de abril. Por esta causa comn luchaban ahora los mineros, agrupados desde haca unos meses en la Alianza de los Trabajadores, que una a socialistas, comunistas y anarquistas en un solo movimiento. Era la primera vez que la izquierda se una en Espaa y aquello habra de tener en el futuro importantes consecuencias. La primera reaccin del gobierno Lerroux fue mandar tropas desde Len, pero estas unidades fueron fcilmente detenidas por unas cuantas ametralladoras que los mineros haban situado en las alturas de Pajares. Naturalmente, uno piensa que habra sido bastante sencillo coger a los mineros por la retaguardia, pero seguramente ni los soldados ni los oficiales tenan mayor inters en un enfrentamiento armado con sus compatriotas. Ante aquella difcil situacin, el gobierno Lerroux no tuvo otra opcin que echar mano de los dos generales ms jvenes y brillantes con los que entonces contaba el Ejrcito espaol. Me refiero, naturalmente, a Franco y a Goded, cuyas simpatas por la extrema derecha eran bien conocidas; pero aquello no pareca preocupar a Lerroux. Aunque Franco y Goded fueron nombrados simples asesores del ministro de la Guerra, puede decirse que ellos se hicieron cargo del ministerio mientras dur la rebelin, y desde all implantaron su ley. Lo primero que hicieron fue cortar las comunicaciones telefnicas y telegrficas con el exterior e implantar una rgida censura en todo el pas. Lo segundo, negar el permiso a todos los periodistas que pretendamos desplazarnos a Asturias. Fue mi primer contacto con el general Franco. A continuacin, volvieron su atencin hacia la situacin en Asturias. No tardaron en darse cuenta de que las tropas regulares que haba en la Pennsula no tenan la menor intencin de presentar batalla a los mineros de Asturias. La solucin estaba en Marruecos. A toda prisa, trajeron a la Pennsula los diez mil soldados que componan el famoso Tercio de la Legin. Pero, pensando que esto no bastara para aplastar la rebelin, trasladaron tambin algunos regimientos de tropas regulares marroques. Y as, mientras el crucero Libertad bombardeaba el puerto de Gijn, legionarios y moros desembarcaban en la costa asturiana. Era difcil saber exactamente lo que ocurra en Asturias en aquellos primeros das de la revolucin. Los peridicos nacionales tardaron en salir a la calle y cuando lo hicieron seguan fuertemente censurados por el gobierno, y as solo conocamos su versin de los acontecimientos. Por otra parte, la prensa internacional conceda muy poca atencin a la revolucin asturiana, ocupada como estaba con el asesinato del ministro de Asuntos Exteriores francs, Barthou, que centraba la atencin mundial. Resultaba difcil precisar cmo una huelga general comn a toda Espaa haba desembocado en una revolucin en Asturias. Las primeras noticias que llegaron de all, en la noche del 4 al 5 de octubre, ofrecan un panorama muy parecido al del resto de Espaa. Enfrentamientos de los mineros con la polica en Gijn, Mieres, Laviana y Campomanes, que en algunos casos obligaron a la polica a retirarse a sus cuarteles. En Mieres, la batalla dur varios das. La primera noticia realmente inquietante que lleg de Asturias fue la emboscada que los mineros asturianos haban tendido a dos camiones repletos de guardias de asalto que se dirigan a Mieres a reforzar la guarnicin. Aquello, ms que un levantamiento espontneo, obedeca a una estrategia premeditada. A partir de aquel momento, los acontecimientos comenzaron a precipitarse. Miles de mineros se dirigan a la capital, Oviedo, para capturarla. En su mayora iban armados con pequeos paquetes de dinamita de la que sobresala una mecha que encendan con la punta del cigarrillo y lanzaban al aire. Tenan aquellos petardos un aire de fiesta, y pareca poco probable que amedrentaran a una guarnicin de mil soldados estacionada en Oviedo. Pero la guarnicin permaneci acuartelada y las fuerzas de la polica, que controlaban el centro de la ciudad, se vieron impotentes para resistir el empuje de los mineros. Todava no se ha determinado el nmero de mineros que participaron en el asalto a Oviedo, pero en cualquier caso no podan exceder de los cinco mil, ya que el resto estaba desplegado por toda Asturias, defendiendo los pasos de montaa o atacando los puestos de la polica. Mientras tanto, los mineros haban tomado dos fbricas de armas, una cerca de Oviedo y otra en Trubia, y se haban hecho con unos quince mil fusiles muser y algunas piezas de artillera, aunque les faltaran municiones. Pero el problema ms serio con el que se enfrentaban los mineros era el vaco de poder que haba en su organizacin. Amador Fernndez, lder del Sindicato Minero, se encontraba en Madrid cuando estall la revuelta. Javier Bueno, el periodista de quien les he hablado, fue encarcelado en los cuarteles del Ejrcito poco despus de estallar la revuelta. El poder, por pura lgica, recaa en el presidente del sindicato, Ramn Gonzlez Pea, un socialista muy moderado sin ningn ribete revolucionario en su personalidad poltica. Me imagino el terror de este hombre al comprobar que la propia dinmica de los acontecimientos conduca de una situacin de huelga general a una autntica revolucin. Aquella situacin exceda por completo la capacidad poltica de Pea. Su mayor mrito fue que hizo lo posible por contener a sus hombres. De todas formas, se cometieron excesos, como en cualquier revolucin. En Mieres, los mineros mataron a quince ingenieros a quienes acusaban de haber maltratado a miembros de su organizacin. Tambin asesinaron a varios sacerdotes. La prensa de derechas de Madrid empez a hacer circular el bulo de que los sacerdotes eran torturados, algunos quemados vivos y otros exhibidos en los escaparates de carniceras bajo el letrero de carne de cerdo. Todos estos rumores fueron desmentidos por la comisin que se encarg de investigar los sucesos de Asturias. Uno de los sacerdotes que la prensa daba por muerto escribi una carta al director de ABC diciendo que se encontraba muy bien, gracias. Otra historia de sacerdote quemado vivo se qued en cuerpo de sacerdote incinerado despus de haber sido asesinado. Naturalmente, todo esto no disculpa la violencia revolucionaria de los mineros, que mataron a un total de treinta civiles. La sucursal del Banco de Espaa en Oviedo cay en poder de los mineros, que se hicieron con un capital de unos veinte millones de pesetas. Pero no les iba a servir de nada, porque sus compaeros anarquistas, por su cuenta y riesgo, haban abolido la moneda en muchas poblaciones de la cuenca y se dedicaban a hacer grandes hogueras con los billetes de banco. El comit revolucionario de cada pueblo distribua vales que podan ser intercambiados por cualquier tipo de mercanca en las tiendas. Esto solo ocurra en aquellos pueblos dominados por los anarquistas, que se manifestaban a favor de un comunismo libertario. En cambio, en los lugares donde prevalecan los socialistas y los comunistas, se mantuvo la libre circulacin del dinero. La lucha por la capital, Oviedo, an no haba terminado. Los mineros penetraron hasta el interior de la ciudad, pero no haban conseguido hacerse con el barrio viejo en torno a la catedral. En la Torre Vieja, la Guardia de Asalto haba instalado un nido de ametralladoras que mantena a raya a los mineros. Estos, en su intento por llegar hasta la Torre Vieja de la catedral, haban incendiado el palacio arzobispal y a continuacin haban dinamitado la catedral misma, penetrando por un boquete en la mismsima Cmara Santa. Mientras prosegua el asedio a la Torre Vieja, el lder sindicalista Gonzlez Pea, junto con el diputado socialista Teodomiro Menndez, se dedicaban a salvar incontables vidas de una muerte segura a manos de los mineros. Teodomiro Menndez era viajante de comercio, y yo le haba odo en los pasillos de las Cortes contar con mucha gracia sus aventuras y lances amorosos. Como le ocurra a Gonzlez Pea, tena muy poca madera de revolucionario. Ambos fueron relevados de sus puestos y sustituidos por un comit formado por anarquistas y comunistas. El comit tampoco acababa de ponerse de acuerdo. Unos decan que deban proseguir la lucha en Oviedo hasta hacerse con el control de la ciudad. Otros abogaban por desplegar sus fuerzas por las colinas que circundan Oviedo para prevenir un ataque de las tropas que el gobierno enviaba desde Galicia. En todo caso era ya demasiado tarde. El puerto de Gijn cay en manos del Tercio el 17 de octubre, despus de ser bombardeado. Por otra parte, las fuerzas del General Lpez Ochoa haban pasado desde Galicia a Asturias sin encontrar resistencia. El da 18 haba llegado hasta las afueras de Oviedo, donde se encontraban las tropas acuarteladas. Desde all, Lpez Ochoa reclam la rendicin de los mineros que se encontraran en la ciudad, prometiendo clemencia a todo aquel que depusiera las armas. La entrada de la Legin y de las tropas marroques en la ciudad de Oviedo ha dado mucho que hablar. A pesar de que encontraron muy escasa resistencia, porque la mayora de los mineros haban depuesto las armas, penetraron a sangre y fuego, como si se tratara de alguna expedicin de castigo contra alguna cabila del Atlas. No solo mataban a los que llevaban armas, sino tambin a los que no las llevaban. El seor Gordon Ords, miembro de la Comisin Investigadora, hizo una lista de cuarenta y ocho civiles no combatientes muertos. La lista le fue proporcionada por dos periodistas que haban llegado de Madrid, Luis de Sirval y Andrs Barbeito. Cuando los mandos de la Legin se enteraron de que haba dos periodistas investigando en la recin conquistada Oviedo mandaron a sus hombres a detenerlos. Barbeito pudo huir a tiempo, pero Sirval fue apresado, encarcelado y posteriormente asesinado por un sargento blgaro de la Legin. En la prensa de Madrid se hablaba de un millar de cadveres incinerados por la Cruz Roja en Oviedo para evitar infecciones. Naturalmente, las incineraciones no solo se hacan para evitar infecciones, sino tambin cualquier tipo de investigacin sobre las causas de la muerte. Un conocido fotgrafo madrileo logr un documento nico sobre la incineracin de los cadveres. El lugar donde se llevaban a cabo las cremaciones era secreto militar, pero l pudo enterarse por medio de las prostitutas de un burdel frecuentado por legionarios, segn me contaba luego en Madrid. As fue como logr las fotografas de montaas de cadveres que se vertan en un horno incinerador, que circularon por toda Espaa. El general Lpez Ochoa, desde luego, no hizo honor a la palabra que haba dado de clemencia para los mineros que depusieran las armas. En Mieres los legionarios fusilaron a sesenta mineros; en Campomanes, a ciento veinte. La cifra de mineros muertos en Oviedo es todava una incgnita. Pero en cualquier caso, no resulta aventurado afirmar que el furor revolucionario de los mineros levantados fue un juego de nios comparado con la brutal represin de moros y legionarios. El gobierno puso al frente de las labores policiales en la recin conquistada ciudad de Oviedo al comandante de la Guardia Civil Lisardo Doval, y a buen seguro que los prisioneros se echaran a temblar al or su nombre. Alto, distinguido, Doval cuadraba perfectamente en la descripcin del caballero espaol, aunque sus mtodos de trabajo no fueran precisamente caballerescos. Se haba ganado justa fama de duro en la represin de las huelgas y manifestaciones que se produjeron en Barcelona en 1921. Desde entonces haba refinado sus mtodos de tortura, y en Oviedo se dedicaba a sumergir en baos de agua helada durante horas a sus prisioneros o a quemarles los rganos genitales. Se trataba de conseguir informacin sobre el dinero que haba desaparecido del Banco de Espaa y de los siete mil fusiles sustrados de la fbrica de armas. Queran tambin informacin sobre el lugar donde se escondan Gonzlez Pea y los otros lderes. Para conseguir aquella informacin, Doval estaba dispuesto a torturar a sus prisioneros hasta la muerte, si fuera preciso. La conmocin por la represin en Asturias fue tan grande que desde Gran Bretaa se desplaz una comisin de diputados para investigar el caso. Lerroux los recibi en Madrid muy cortsmente: Quieren ustedes ir a Asturias? Pues no faltaba ms! Mi secretario les dar una carta de presentacin para el comisario Doval. Y al da siguiente sala la expedicin inglesa para Oviedo. Al llegar a la ciudad y entrar en un caf, los diputados ingleses fueron recibidos con un gran abucheo. En seguida se present el comisario Doval en persona, quien les inform de que, para evitar mayores accidentes, deba acompaarles hasta la frontera. Cuando los periodistas madrileos le preguntaron a Lerroux si los diputados ingleses haban sido expulsados de Oviedo, este, con una sonrisa, les contest: Expulsados? Pero qu dicen ustedes! Simplemente, el seor Doval, que velaba por su seguridad personal, se ha visto en la obligacin de acompaarles a la frontera. Pocas semanas despus de este incidente, Doval era trasladado a un nuevo destino y su sucesor, Angel Velarde, pona en libertad a los ms de mil presos que abarrotaban las crceles. Curiosamente, mientras escriba este captulo en Inglaterra, en mayo de 1939, un informante espaol me comunica que Doval haba llegado a Madrid en el mes de abril, poco despus de que cayera en manos de Franco, pero que haba muerto sbitamente de un disparo en la nuca... Alguien se haba tomado la justicia por su mano. De todas maneras, los sucesos de Asturias quedaron oscurecidos, en lo que a la prensa internacional se refiere, por el asesinato del rey Alejandro de Yugoslavia y del ministro de Asuntos Exteriores francs, Louis Barthou, en las calles de Marsella. Barthou acompaaba al rey Alejandro en su visita oficial a Francia y el asesinato se produjo poco despus de su llegada a Marsella. Las consecuencias polticas de ese crimen fueron enormes, sobre todo en lo que se refiere a la figura de Barthou. Haba sido uno de los pocos polticos europeos capaces de reaccionar ante la llegada al poder de Hitler y su partido en Alemania. Se opona frontalmente a la idea de contemporizar con Hitler y no comparta la teora de que el Ejrcito prusiano era indispensable como baluarte y defensa de la civilizacin occidental ante la revolucin bolchevique. De hecho, tanto Italia como Alemania haban reconstruido sus ejrcitos nacionales gracias a las generosas donaciones de los Aliados... Y ahora Barthou propona un giro de ciento ochenta grados en la poltica exterior y ofreca un pacto de los Aliados con los pases del Este y los Balcanes. A ello obedeca, justamente, la invitacin al rey Alejandro de visitar Francia y discutir las condiciones y el desarrollo de dicho pacto. Se comprende as toda la magnitud del asesinato de Marsella al situarlo en su contexto poltico. Las balas de los asesinos acababan de hacer trizas el primer proyecto de defensa de la Europa occidental contra la amenaza fascista. Curiosamente, la gendarmera francesa, tan celosa de su labor en tantas ocasiones, haba dejado al ilustre husped y a su acompaante prcticamente sin proteccin aquella maana en las calles de Marsella. Por supuesto, antes de que las balas asesinas mataran a Barthou, ya lo haban hecho, verbalmente, los propios polticos franceses e ingleses que se mofaban de los temores del ministro francs: Barthou est gag, se comentaba en Londres en aquel verano de 1934. Parece mentira que a sus aos se deje influir por esa propaganda roja que no deja de decir pestes de Hitler!. O, tal como dijo un corresponsal cuando Barthou lleg a Londres: Al dar su bendicin en trminos absolutamente vagos y platnicos al proyecto de Barthou, Londres no haca ms que darle sepultura. IX Viaje a ninguna parte
EL Sud-Express Madrid-Pars es uno de
los grandes expresos europeos, comparable al Orient Express, que atraviesa toda Europa, o al Train Bleu, que lleva a los parisienses hasta la Riviera. Todo el glamour europeo viaja en estos trenes, que apenas llevan vagones de tercera clase. En los pasillos de estos trenes uno suele encontrarse con diplomticos, algn que otro vendedor de automviles que trabaja a comisin, grandes ejecutivos o empresarios, espas y traficantes de armas, algn trasnochado miembro de la vieja aristocracia e incluso periodistas internacionales, como es el caso de un servidor. Hay que reconocer que desde hace algn tiempo, una parte de la clientela tradicional de estos viejos trenes se est pasando a la aviacin, simplemente porque hoy da todo corre prisa y uno ya no puede permitirse el lujo de pasarse varios das atravesando Europa. Pero mientras los vagones-restaurante de estos grandes expresos sigan sirviendo esas opparas comidas y cenas, me imagino que la aficin a ellos no decaer. Supongo que el Sud-Express sigue ocupando un lugar de privilegio entre los grandes trenes europeos simplemente porque su destino final es Espaa, y Espaa es o era, antes de que comenzara la guerra el pas del amor y del romance... Pero en la realidad, poco tena de romance el viaje en el Sud-Express, porque los viajeros, despus de doce horas de viaje hasta llegar a la frontera espaola, deban descender del tren con todo su equipaje para subirse a otro que les conducira hasta el interior del pas. Resulta que a los ingenieros espaoles se les ocurri construir rales de mayor anchura para hacer ms cmodo el viaje para los viajeros, pero tambin para impedir una posible invasin europea por ferrocarril, supongo que en los tiempos en que los grandes movimientos de tropas se hacan en tren. Hoy en da, lo nico que entorpecen esos rales es la comodidad de los viajeros que van a Espaa. Pues bien, en la noche del 20 de octubre de 1934 se encontraba este servidor de ustedes en la estacin de Prncipe Po, en el andn del Sud- Express, a punto de partir rumbo a Pars. Por lo que yo poda observar, no habra ms de cinco pasajeros en el tren aquella noche, acompaados, eso s, por decenas de policas secretas que se paseaban, como estaba haciendo yo mismo, por el andn de la estacin. Ya he dicho antes que el general Franco haba impuesto una frrea censura a raz de los sucesos de Asturias. Y no haba manera de comunicarse con el mundo exterior ni por telgrafo ni por telfono. El nico modo de transmitir la noticia era llevarla en mano en aquel famoso tren que saldra dentro de pocos minutos. Y cul era la noticia? La noticia era que Espaa estaba al borde de una dictadura militar. El presidente Alcal Zamora estaba negociando desesperadamente con el Ejrcito para evitar el fusilamiento de los presos condenados a muerte tras la revolucin de Asturias. Parece ser que insista en que l era el presidente de la Repblica y que solo a l corresponda dar el visto bueno a cada una de las ejecuciones. Naturalmente, Alcal Zamora tambin reprochaba al Ejrcito la dursima represin en Asturias y las masacres indiscriminadas en Oviedo y otras poblaciones a manos de la Legin. Durante tres semanas, el Ejrcito haba tenido el poder real del pas en sus manos y ahora que la revuelta haba sido sofocada no estaba dispuesto a soltarlo. Las negociaciones de Alcal Zamora haban dado pie a toda clase de rumores que circulaban por Madrid en aquellos das: Sabes lo que dijo Goded anoche? Sabis el paradero del general Franco? Es cierto que Alcal Zamora ha enviado ya todos sus archivos personales a Pars?. Etctera, etctera. Alcal Zamora se daba cuenta, demasiado tarde, de que al admitir a miembros de la CEDA en el gobierno haba puesto en marcha una serie de acontecimientos y el pas se le haba ido de las manos... Yo trataba de enviar la noticia de aquel golpe de Estado que se estaba preparando y por eso me encontraba en la estacin del Prncipe Po, junto a mi colega Jay Alien, del Chicago Daily News. Jay iba con su perro Dollfuss, un pequeo teckel al que llamaba Dollfy, desde que el verdadero Dollfuss fue asesinado. El centinela que guardaba el paso al andn el Ejrcito haba tomado posiciones en toda la ciudad nos dijo que haca falta el pasaporte para acceder al andn. Jay no llevaba su pasaporte as que me toc ir solo a buscar a alguna persona viajero o empleado del tren que llevara nuestras crnicas hasta la frontera de Hendaya, donde seran recogidas por una persona de nuestra confianza para telegrafiarlas de inmediato a Pars. Aquello habra sido un juego de nios para Jay Alien, corresponsal internacional acostumbrado a verse en situaciones como esa, pero yo reconozco que me temblaban las piernas cuando sub a un vagn en busca del revisor: Billete, por favor!, me espet cuando lo encontr. Ver usted comenc a decirle, yo realmente no voy a viajar en este tren.... No pude continuar porque detrs de m haba un guardia civil con su carabina de reglamento que me observaba con curiosidad. Me disculp y baj del tren a todo prisa mientras los dientes me comenzaban a castaetear. A todo esto, los mozos comenzaban a cerrar puertas y el tren estaba ya listo para salir. En un ltimo y desesperado intento, me sub a otro vagn en busca de algn alma caritativa que quisiera hacerse cargo de aquellas cuartillas que llevaba en la mano. Mozo!, comenc a gritar a la desesperada, porque el tren se haba puesto ya en movimiento. Y efectivamente, vi un mozo a mi espalda que estaba preparando la cama de un general que se hallaba detrs de l, vestido con lo que pareca ser su uniforme de gala. El general me sonrea, pensando quiz que yo deba de ser su compaero de viaje. Se me congel la mano y las cuartillas que llevaba en ella y, optando de nuevo por la huida, salt del tren cuando ya empezaba a coger velocidad. Regres al lugar en el que se encontraba mi amigo con el rabo entre las piernas y con las miradas de todos aquellos policas que patrullaban el andn clavadas en mi cogote, o al menos as me lo pareca a m en aquellos momentos. Al verme llegar cabizbajo, Jay comprendi lo que haba pasado y me dijo: No te preocupes... Esto se arregla con una buena cena!. Y la verdad es que mi amigo tena razn. Aquella noticia fue, como mi frustrada misin, un viaje a ninguna parte. Y la salvacin de la Repblica lleg del lugar ms inesperado... Fue el propio Jos Mara Gil Robles el que convoc un rueda de prensa donde asegur con toda firmeza: En Espaa no habr dictadura... La CEDA no va a permitir el fin del rgimen parlamentario!. Entonces, y solo entonces, apareci de nuevo Alejandro Lerroux (que llevaba varios das sin decir esta boca es ma) y se ofreci a salvar la democracia y la Repblica... Aquellos eran demasiados obstculos para el Ejrcito, algunos de cuyos sectores no haban visto con buenos ojos la intervencin de la Legin y de las tropas regulares moras por primera vez en la Pennsula. Quiz tambin influyera en el Ejrcito el hecho de que el momento de la huelga revolucionaria pareca haber pasado. A pesar de los masivos despidos en algunas empresas, los sindicatos en Madrid haban dado rdenes a sus afiliados de regresar a sus puestos de trabajo. Pero insisto en que la figura clave que solucion aquella crisis y deshizo el golpe de Estado fue Jos Mara Gil Robles. A qu se debi aquel repentino cambio de corazn, aquella emocionada declaracin a favor de la Repblica? Me imagino que el Vaticano no fue del todo ajeno a ello... Un Vaticano escarmentado por los sucesos de Austria y la muerte de Dollfuss, un Vaticano tan temeroso de un rgimen comunista como de la aparicin de un dictador fascista. X El fracaso de Azaa
EL ao 1935 fue un perodo de
convalecencia poltica para Espaa. Cincuenta mil de los sesenta mil presos polticos salieron de las crceles espaolas. Ninguna de las figuras ms destacadas de la revolucin de Asturias fue ejecutada, pero s algunos hombres que no haban jugado un papel tan relevante en la revolucin, entre ellos el sargento Vzquez. Resulta que Vzquez estaba destinado a la guarnicin de Oviedo cuando estall la revolucin y decidi desertar para ayudar a los mineros asturianos, que por cierto andaban bastante escasos de estrategia militar, tal como se comprobara unos das ms tarde. Cuando se captur a Vzquez, el Ejrcito se neg en redondo a concederle el indulto. El socialista Gonzlez Pea recibi una sentencia de treinta aos despus de que la pena de muerte le fuera conmutada, lo mismo que Llus Companys y los miembros de su gabinete de la Generalitat. La sentencia ms extraordinaria fue sin duda la que recibi Largo Caballero, que fue... liberado por falta de pruebas! O sea, que despus de haber interrogado a los sesenta mil presos polticos que estaban en prisin no se haba encontrado prueba alguna contra Caballero... Lo cual demuestra muchas cosas, entre otras, que aquella huelga general revolucionaria y no era lo nico en Espaa se haba planeado y organizado sin documento escrito alguno. Me imagino que Caballero dara instrucciones verbales a Araquistin, y este transmitira la informacin a los diferentes mandos y representantes sindicales. Caballero me contaba que, durante los das que dur la huelga, burlaba la vigilancia policial que haba ante su domicilio vistindose con la ropa y la gorra de su chfer. En cualquier caso, fue arrestado en su domicilio el 14 de octubre y pas varios das en comisara prestando declaracin sin que pudiera imputrsele participacin alguna en los sucesos que estaban ocurriendo en toda Espaa. Hay que tener en cuenta que si aquella huelga revolucionaria hubiera triunfado, es ms que probable que Caballero habra presidido un gobierno en el que habran figurado republicanos de izquierda y socialistas como Araquistin y lvarez del Vayo. Nunca he logrado averiguar cules fueron los entresijos de aquella huelga revolucionaria de 1934. Me consta, por ejemplo, que Llus Vallesca, hombre de confianza de Companys, estuvo en Madrid aquel verano para negociar con Caballero un acuerdo entre socialistas y nacionalistas catalanes en la eventualidad de que la CEDA entrara en el gobierno de Lerroux. Pero est claro que no hubo coordinacin alguna entre los socialistas de Madrid y el gobierno de Catalua en lo que se refiere al momento escogido para iniciar la revuelta, ni menos an en los objetivos a conseguir. Cuando estall la rebelin catalana, Azaa se encontraba en Barcelona por casualidad, asistiendo al entierro de un amigo, y fue encarcelado por Lerroux durante unos meses. Recibi un trato muy duro, sobre todo teniendo en cuenta que aquel hombre haba sido presidente de la Repblica. Al salir de la crcel, public un libro donde se hablaba mucho de sus sufrimientos en la prisin y muy poco de los del pueblo espaol en aquella rebelin de octubre. La prensa de derechas se ensa con Indalecio Prieto, acusado de huir hacia Francia en cuanto sonaron los primeros disparos en Madrid. Deca aquella prensa, con evidente regocijo, que aquel toro habra que lidiarlo en alguna plaza del sur de Francia. De hecho, Prieto permaneci algunos das oculto en Madrid y despus fue conducido a la frontera por su amigo Hidalgo de Cisneros, que tena pasaporte diplomtico. Parece ser que cruz la frontera en el maletero del coche de Cisneros, que los oficiales de aduana afortunadamente no revisaron. De todos modos, las huidas a Francia de Prieto eran ya proverbiales. En 1917 haba sido el nico lder socialista que consigui salir de Espaa despus de la huelga del mes de agosto. En 1930, tras el pronunciamiento de Jaca, sali del pas vestido de fraile benedictino. Cuenta la leyenda que el oficial de aduanas que revisaba los papeles de aquel fraile le pis, sin querer, la sandalia y su pie desnudo, y el fraile solt tal torrente de insultos e imprecaciones que dejaron boquiabierto al oficial ante aquel religioso tan malhablado. Qu puedo decir de Indalecio Prieto que no se haya dicho ya? Prieto es la figura de ms peso en todos los sentidos de la palabra del ala derecha del Partido Socialista. Si Besteiro vive el socialismo desde las nubes de su educacin y principios liberales, Prieto se apoya pragmtico con los dos pies en la tierra. Adems, Prieto es rara avis en Espaa un hombre que se ha hecho a s mismo, un hombre que ha adquirido el diario El Liberal de Bilbao, el mismo que sola vender en las calles cuando era nio. El Liberal, por cierto, continuaba siendo liberal, aunque simpatizara a menudo con las ideas de los socialistas. Prieto tena importantes contactos con los grandes industriales vascos y, a travs de ellos, con los partidos nacionalistas. Tanto Prieto como Besteiro constituan, por tanto, esa cabeza de puente tendida entre liberales y socialistas sobre la que se asentaba la filosofa misma de la Repblica espaola. Prieto se haba opuesto siempre a cualquier accin violenta, pero en aquel verano de 1934 se haba involucrado personalmente en la formacin de las milicias socialistas, aquellos jvenes que llevaban camisas rojas y que se haban constituido en francotiradores al iniciarse la huelga revolucionaria del mes de octubre. Durante quince das omos desde las azoteas sus espordicos disparos, que haban quitado la vida a algunos madrileos y el sueo a todos. Tambin debo decir que Prieto era amigo de grandes proyectos, como el que realiz en Madrid cuando fue ministro de Obras Pblicas, entre 1931 y 1932. Se trataba del llamado Tnel de la Risa que atravesaba la ciudad de Madrid por el subsuelo, uniendo la estacin de Atocha, en el sur de la ciudad, con los suburbios de Chamartn en el Norte, donde pensaba construir una nueva estacin. Prieto se propona acabar la lnea directa Burgos-Madrid y enlazarla con aquel Tnel de la Risa, de forma que los pasajeros que vinieran del norte de Espaa pudieran continuar viaje hacia Algeciras sin bajarse del tren. Se trataba de reducir el viaje entre Pars y los ferrys que llevaban al norte de frica en muchas horas. Para m, como para tantos otros, constitua uno de los esfuerzos ms serios que se haban proyectado para modernizar las comunicaciones en Espaa. Por eso resultaba casi divertido leer los comentarios de la prensa de derechas Informaciones, ABC, El Debate en contra de ese Tnel de la Risa, cuando insistan en que todo era una maniobra de Francia para transportar sus tropas lo ms rpidamente posible al norte de frica en caso de una guerra colonial. La prensa de derechas era en aquellos das decididamente ger-manfila, y pensaba que aquellos proyectos de Prieto y sus amigos franceses nos arrastraran, tarde o temprano, a un conflicto con Alemania. Algo de verdad haba en todo esto. Francia llevaba tiempo proyectando una lnea de ferrocarril transahariana que habra de acabar uniendo todos los pases del norte de frica y que se comunicara con Europa a travs de un tnel subterrneo bajo el estrecho de Gibraltar. El proyecto de Indalecio Prieto enlazara, por tanto, con el proyecto francs. Lo que ocurra es que yo no consegua ver qu consecuencias negativas poda tener el llevar la civilizacin y la tecnologa europeas al norte de Africa. No haba llegado el momento de que las grandes potencias se unieran y realizaran estos proyectos en lugar de rivalizar y pelearse? Cul era la misin de las potencias coloniales, llevar la prosperidad a sus sbditos o el hambre, la miseria y la destruccin? En cualquier caso, pareca increble que la derecha espaola se opusiera a aquel proyecto de Indalecio Prieto, de vital importancia para incrementar el comercio y el turismo en Espaa. Pero no hubo manera, y aquel proyecto nunca se lleg a completar. En lo que se refiere a los madrileos, el Tnel de la Risa habra transportado a los viajeros desde el corazn mismo de la ciudad hasta la cercana sierra del Guadarrama, permitiendo el acceso directo y rpido a uno de los lugares ms hermosos del centro de la Pennsula. El primero en lamentar que no existieran rpidas comunicaciones entre Madrid y el sur de Espaa era yo mismo. Mi amigo Jay Alien se haba cansado de ser periodista en Madrid y haba alquilado un chal en Torremolinos, un pequeo pueblo al otro lado de la baha de Mlaga. Yo hice frecuentes viajes para visitarle en aquel ao de 1934, y a lo largo de 1935, que fue un ao sin grandes noticias polticas en lo que a Espaa se refiere. En una ocasin pregunt por qu un expreso como el Madrid-Algeciras realizaba tantas paradas en su recorrido contabilic hasta nueve paradas en un trayecto de cincuenta kilmetros y me dijeron que era cosa de los caciques andaluces, que presionaban a Renfe para que el tren se detuviera en los pueblos que ellos indicaran. De todos modos, me encantaba despertarme en algn lugar de Andaluca, despus de dejar atrs Crdoba, y contemplar, con el fresco aire de la maana, a algn muchacho a lomos de un burro cantando alguna cancin del Sur, tan parecidas, por sus tonos nasales, a las que haba odo en el norte de frica... Despus, al entrar en las cantinas de las pequeas estaciones, me enfrentaba con la dura realidad: nios sucios rodeados de moscas que corran hacia m pidindome comida y dinero. Recuerdo especialmente la estacin de Boadilla, donde el expreso se divida unos vagones iban para Algeciras y los otros para Mlaga, llena de perros esquelticos husmendolo todo en busca de comida y cruzando una y otra vez las vas del tren sin poner atencin en las maniobras de las mquinas, enganchando y desenganchando vagones. El hambre en Andaluca no se ocultaba, sino que afloraba a la superficie. Desde Boadilla descendamos hacia Mlaga pasando por los grandes embalses construidos por Primo de Rivera para llevar el agua a las tierras de Mlaga. Y al llegar a Mlaga, recuerdo que sola ir a una farmacia de la calle Larios, donde me atenda una joven andaluza, rubia por ms seas, y all estaba yo, pidindole cualquier cosa solo por ver su cara y or su delicioso acento... Mi primera visita a Gibraltar la hice desde Mlaga con Jay Alien. Recuerdo todava la impresin que me caus aquella colonia inglesa en el corazn de Andaluca, con los bobbies y sus famosos cascos, como si estuviramos en el centro de Londres. El da que Jay y yo visitamos Gibraltar coincidi con la llegada de dos batallones de los Highlanders, unos procedentes de Palestina y los otros de Jamaica, y para celebrar aquel encuentro realizaron un gran desfile militar por el centro de la poblacin. Las lneas de comunicacin del Imperio se cruzaban en aquel pen, y aquel espectculo que se desarrollaba ante nuestros ojos, tan vistoso y tan marcial, daba fe de que el Imperio todava exista, pero no de hasta cundo seguira existiendo. Por lo dems, Gibraltar es totalmente britnico con sus salones de t y sus tabernas y nada tiene de espaol. Jay quiso saber dnde se dirigira la tropa que aquella noche tena permiso en Gibraltar, y le dijeron que tenan autorizacin para visitar la vecina poblacin de La Lnea. Jay, que nunca se quedaba callado, quiso saber si al volver de La Lnea se realizaba algn control mdico en Gibraltar, antes de que los soldados embarcaran de nuevo. Como buen americano, Jay se preocupaba mucho por las cuestiones sanitarias y deca que en el Ejrcito americano la sanidad se situaba siempre en primer lugar. En los das de aquella Semana Santa tambin estuvimos en Mlaga con mi amiga Lisa, una joven austraca que haba conocido en esa ciudad. Recuerdo presenciar con ella las procesiones religiosas y observar el entusiasmo y la devocin que despertaba el paso de las imgenes religiosas por el centro de la ciudad. Recuerdo tambin que, a medida que uno se iba alejando del centro y se internaba en los barrios ms pobres, la devocin de la gente no pareca tan grande y las personas no se arrodillaban al paso de las imgenes. Mientras tanto, en Madrid se produjeron varias tormentas en un vaso de agua (o en una taza de t, como decimos nosotros). En el mes de abril, el presidente de la Repblica dijo aquello de que no tolerara en Espaa una Repblica del Vaticano. Estas palabras en boca de Alcal Zamora eran, cuando menos, sorprendentes. La CEDA pretendi indignarse y sac a sus ministros del gobierno... pero solo fue para volver reforzada despus de un mes de negociaciones! El nuevo gobierno tena nada menos que cinco ministros de la CEDA, entre ellos el propio Gil Robles, que se hizo cargo del Ministerio de la Guerra. En cambio, uno de los perdedores de aquella crisis fue Jimnez Fernndez, que se defina a s mismo como cristiano-socialista y pretenda lanzar una reforma agraria en Extremadura y otras regiones del Sur. Los monrquicos haban denunciado a Jimnez Fernndez en las Cortes, tachndole de rojo. As que Robles decidi prescindir de l, a pesar de ser el nico ministro de la CEDA respetado por los partidos de la oposicin. En el mes de agosto, Robles cre otro pequeo revuelo al mandar tropas al estrecho de Gibraltar. En aquellos das el Parlamento britnico debata las sanciones que habran de imponerse a Italia por la invasin de Etiopa, y se haba hablado de la posibilidad de cerrar el estrecho o al menos ejercer un control estricto de los barcos que lo cruzaran para impedir el aprovisionamiento de las tropas italianas. Ni corto ni perezoso, Robles envi tres batallones de infantera que se desplazaron desde Mlaga a Algeciras, y un regimiento de caballera desde Sevilla a Algeciras. Se trataba, naturalmente, de dar un toque de atencin al gobierno de su majestad, y la prensa afn al gobierno lo subray indicando que Gran Bretaa no puede tomar ninguna decisin con respecto al estrecho sin consultarla antes con el gobierno espaol. En aquellos das del mes de agosto, el propio Robles se encontraba de vacaciones en San Sebastin, y al ser interrogado por los periodistas dijo que se trataba simplemente de unas maniobras y que, como ministro de la Guerra, estaba reorganizando los emplazamientos del Ejrcito en el sur de Espaa. Con aquella evasiva pretenda restarle importancia a los hechos. A m se me ocurren dos comentarios al respecto. El primero, que Robles actu a la ligera, porque las decisiones polticas y, sobre todo militares, no pueden basarse en simples rumores. La segunda, que si Robles actu como lo hizo fue por presiones del Vaticano, que defenda unos intereses de Italia aparentemente amenazados. O quiz las presiones para que Robles actuara de aquella manera vinieran directamente de Alemania, a travs de los generales espaoles Goded o Franco que le eran afines. A pesar de este pequeo incidente, puedo asegurar que las relaciones entre la derecha espaola y el gobierno ingls eran entonces excelentes. Mis contactos en la Embajada britnica me aseguraban que un gobierno fuerte de derechas en Espaa era la mejor garanta contra los bolcheviques, y cuando yo les preguntaba qu ocurrira si esa derecha se aliaba con Alemania e Italia, me contestaban que los intereses econmicos y comerciales de Espaa la obligaran siempre a alinearse con las grandes potencias. De todos modos, aquel estira y afloja continuaba entre bastidores. Parece ser que Anthony Edn haba pedido al ministro de Asuntos Exteriores portugus, el doctor Montheiro, que intercediera en Madrid a favor de las sanciones de Gran Bretaa contra el gobierno italiano. El da en que Montheiro lleg a Madrid, El Debate atacaba en un editorial a la prensa portuguesa por sugerir que Espaa y Portugal deban realizar una poltica exterior comn, lo cual era una manera de indicar que deban alinearse con las grandes potencias. El Debate reclamaba la independencia de Espaa en su poltica exterior, deseo muy laudable pero ciertamente difcil en aquella coyuntura. En el banquete oficial que el gobierno ofreci aquella noche al ministro Monteiro haba cinco sillas vacas, las de los cinco ministros de la CEDA. Visit varias veces la Crcel Modelo de Madrid, donde no haba estado desde el ao 1932, cuando le hice una entrevista a Ramiro de Maeztu, arrestado poco despus del levantamiento de Sanjurjo. Maeztu era una persona encantadora, casado con una inglesa, con el nico defecto de que se dejaba llevar por una causa que defenda con excesivo ardor. En su juventud haba simpatizado con el anarquismo, y ahora, con el mismo entusiasmo suicida, defenda el catolicismo ultramontano. Pero, en fin, en 1935 Maeztu ya no estaba en la crcel y en su lugar se hallaban sus adversarios polticos. Al primero que divis detrs de las rejas fue a Francisco Largo Caballero, a quien pregunt cmo le trataban en prisin: No tengo nada que decir a la prensa, fue su lacnica respuesta... La mejor entrevista de mi vida! En realidad, yo iba a ver a mi amigo Luis Quintanilla, que haba sido arrestado porque en su domicilio encontraron a un lder socialista revolucionario que la polica andaba buscando. Quintanilla emple su natural simpata para congraciarse con el director de la crcel, que le haba permitido instalar su estudio en el interior de la celda que ocupaba, y as pasaba las horas pintando. Alguna influencia en la crcel deba de tener porque, cuando le pas la botella de whisky que haba llevado para l, nadie nos dijo nada. Detrs de las rejas, junto a Quintanilla, estaba Ogier Preteceille, uno de los editores de El Socialista, que adems era corresponsal en Madrid de un peridico londinense. Preteceille me cont que, cuando le arrestaron, los guardias de asalto le haban aporreado diciendo: Esto es para que aprendis a no meteros en los asuntos de Espaa. La prensa extranjera haba resultado bastante malparada en ese bienio de gobierno de la derecha. Dos periodistas extranjeras, Ilse Wolff y Simone Tery, haban sido expulsadas del pas. Reginald Calvert, de Reuters, fue encarcelado... Tampoco los intelectuales haban salido mejor parados. All, detrs de las rejas, estaba el estudioso portugus Ramos Oliveira, que se convertira ms adelante en un excelente agregado de prensa de la Embajada espaola en Londres. Qu excelente novela hubiera podido escribir un novelista sobre las tres mil almas que en aquellos das albergaba la Crcel Modelo de Madrid y que iban desde el idealista y soador hasta el agitador poltico, desde el carterista hasta el asesino, desde el estraperlista hasta un grupo de jvenes que acababa de ser arrestado en un local de la calle Jardines por mostrar una decidida preferencia por otros jvenes de su mismo sexo! Largo Caballero se pas doce meses en la crcel antes de ser liberado sin juicio. Unas semanas antes de su liberacin se le haba permitido abandonar la crcel para asistir al funeral de su mujer. El funeral se convirti en un mitin poltico, y cerca de veinte mil personas haban acompaado a Caballero hasta el cementerio. All, junto a la tumba de su mujer, vi a varios jvenes levantando el puo en alto. Era la primera vez que contemplaba el saludo marxista. Quiz se hubiera usado antes en Espaa, pero yo no lo observ hasta esa tarde del mes de septiembre de 1935 en el cementerio de Madrid. Unos minutos ms tarde, el saludo se converta en amenaza, cuando la multitud levantaba el puo frente al domicilio del presidente Alcal Zamora. Y lo curioso es que uno de sus hijos, Luis, iba con nosotros en la manifestacin. Este joven haba sido procesado por ciertos comentarios que hizo a un oficial durante la revolucin de Octubre cuando estaba en el Ejrcito. Parece ser que haba devuelto la paga recibida como soldado durante el mes de la revolucin al ministro de la Guerra, y todo ello haba causado un cierto revuelo en crculos militares. Aquel desfile funerario era en realidad una muestra de solidaridad para con las vctimas de aquel sangriento octubre. A todo esto estall en Espaa el famoso escndalo del estraperlo, vocablo formado por la unin de los apellidos Strauss y Perlowitz de dos aventureros que haban venido a Espaa a buscar fortuna. Strauss haba inventado una nueva ruleta que en lugar de treinta y seis tena solo doce nmeros, para, con esta reduccin, favorecer no solo la fortuna, sino tambin la destreza de cada jugador al arrojar los dados. Sea como fuere, los dos casinos que utilizaron este tipo de ruleta San Sebastin y Mallorca tuvieron que cerrar precipitadamente acusados de ganancias ilcitas. El escndalo adquiri dimensiones polticas al verse implicado Aurelio Lerroux, hijo de don Alejandro. Haca pocos meses que la derecha haba llegado al poder en la Repblica y ya el fantasma de la corrupcin planeaba sobre ella. Lerroux hubo de abandonar precipitadamente el gobierno, pero el escndalo haba daado ya no solo a los radicales, sino a toda la derecha, o quiz, para ser ms exactos, a la clase media, una clase que ofreca su imagen ms frvola justamente en aquellos meses tan dramticos que estaba viviendo el pas. Mientras las huelgas revolucionarias convulsionaban al pas, las clases ms adineradas se divertan inventando nuevos juegos de ruleta! El escndalo del estraperlo, que tuvo una enorme repercusin en la opinin pblica, haba perjudicado a la imagen de la derecha, pero, en cambio, haba fortalecido a la Repblica. Quiero decir con esto que, en aquellos momentos, un sentimiento prevaleca sobre los dems en Espaa, un sentimiento de apoyo total e incondicional a la Repblica democrtica. Nunca qued esto tan patente como en aquella maana gris del mes de noviembre de 1935, cuando asist a un mitin que daba el republicano Manuel Azaa. Pocos polticos han conseguido reunir un nmero tan elevado de personas para escuchar sus palabras. Los asistentes a aquella reunin eran, desde luego, ms de doscientos mil, y quiz llegaron a los trescientos mil. Y eso que los organizadores parecan haber hecho lo posible para desanimar al personal. El mitin se celebraba en un lugar extremadamente incmodo, un descampado llamado Campo de Comillas, cerca de Carabanchel, en las afueras de Madrid. La mayora de los espectadores estaban tan lejos que ni siquiera podan ver al antiguo jefe del gobierno, y los altavoces funcionaban de una forma tan defectuosa que a menudo tampoco podan orle. Se haba hecho poca y mala publicidad del mitin y el gobierno, aunque haba dado permiso para su celebracin, estaba dispuesto a poner todas las trabas posibles para entorpecerla. La Guardia Civil haba colocado controles en las carreteras, que se dedicaban a desviar muchos camiones que acudan desde los pueblos al mitin de Azaa. Y para colmo, a los organizadores se les haba ocurrido cobrar la entrada, desde las quince pesetas que costaba la localidad de asiento ms cara hasta la peseta y media que costaba la ms barata. Ningn partido poltico haba organizado aquella reunin y no exista presin alguna para que la gente acudiera a ella; al contrario, los patronos miraban con evidente desagrado a los obreros que asistieron. Qu razn haba, entonces, para que doscientas mil personas se concentraran en aquella maana fra del mes de noviembre de 1935 en aquel descampado de Carabanchel? Cuntos lderes europeos eran capaces, en ese momento, de convocar a tamaa multitud para que escucharan un simple discurso sin ningn aderezo, sin ningn desfile, espectculo o parada militar que tanto encandilan a las masas? Haban llegado desde los rincones ms remotos del pas, algunos haban viajado cientos de kilmetros en camiones abiertos bajo un cielo inclemente, y cuando el discurso hubo concluido, se subieron de nuevo a los camiones para emprender la misma ruta de regreso por inhspitos caminos. Yo me sent junto a un amigo mo que haba venido desde Egea de los Caballeros, en Aragn. Era el joyero de la localidad, apasionado defensor de las ideas republicanas. Ms tarde recibira una carta escrita en Egea que deca escuetamente: Emilio muri el 6 de septiembre de 1936 a consecuencia de una enfermedad causada por los continuos desplazamientos a Madrid. Era la frmula convenida, para evitar la censura, de decir que haba sido fusilado. Junto con Emilio, cuarenta campesinos haban viajado aquel da de noviembre de 1935 desde Egea de los Caballeros al mitin de Madrid. Muchos pagaran cara tamaa osada. Aquellas doscientas mil personas que aguardaban pacientemente a que Azaa empezara su discurso representaban en realidad a veinte millones de espaoles. Eran la presencia visible de una Espaa ansiosa de escuchar de nuevo la voz de la persona que consideraban an el smbolo de la democracia. Haban visto a Azaa fracasar en una ocasin, pero seguan confiando en l. Lo que aquella multitud esperaba, en aquella fra maana del mes de noviembre en Carabanchel, es que se produjera un milagro. El milagro de or que la democracia no haba muerto y que, si estaba en peligro, los republicanos se hallaban dispuestos a salvarla. El milagro de or a Azaa pronunciarse sobre un programa concreto, el compromiso solemne con todos sus electores de realizar todas aquellas reformas que no se haban realizado y que haban paralizado la marcha de la Repblica: tierra para los campesinos que la necesitaban, nacionalizacin de aquellas empresas privadas que no eran competitivas, expulsin definitiva de la Iglesia catlica del gobierno de la Repblica, limpieza total en el Ejrcito espaol de aquellos elementos contrarios a la Repblica, liquidacin del cuerpo de la Guardia Civil y sustitucin por otro cuerpo de polica que aceptara los principios de la Repblica, educacin para todos los espaoles proporcionada por el Estado. Para or estas verdades tan simples se haba desplazado aquella multitud desde todos los puntos de la Pennsula. Lo ms trgico de Espaa, en los aos que yo llevo viviendo en este pas, es contemplar el espectculo de unas multitudes, de unas masas, que buscan, que piden a gritos un lder que les conduzca hacia la plena democracia, esperando, siempre esperando que aparezca, esperando contra toda esperanza... Yo tambin, sentado entre aquella multitud, esperaba que se produjera el milagro, el milagro de contemplar a Manuel Azaa convertido en lder de masas, el milagro de ver que sus palabras arrastraban a multitudes, el milagro de ver que toda la tinta que llevaba aquel hombre en las venas se converta por fin en sangre, que su pasin poltica estallara al fin en un discurso que galvanizara a unas multitudes que haban venido justamente a eso, a ser galvanizadas. Pero la vida no est hecha de milagros. Azaa comenz su discurso con voz monocorde hablando de las relaciones internacionales para adentrarse despus en temas econmicos, haciendo un sutil anlisis de la poltica econmica del gobierno, la inflacin y la incidencia que todo ello tena en las reservas de oro del Estado. Excelente discurso, sin duda alguna, para una reunin de economistas o para los postres de algn banquete de altos dirigentes empresariales... En el fondo, Azaa se tena miedo a s mismo, tena miedo del entusiasmo que en aquellos momentos concitaba su persona. Sobre todo tena miedo de arrastrar a aquellas multitudes tras de s para luego no tener nada que ofrecerles. El liberalismo decimonnico que predicaba y que tanto impacto tuvo en los primeros das de la Repblica haba quedado ya desfasado, hueco de sentido. Lo que aquella gente buscaba era alguien que sacara a la Repblica del atolladero en que se encontraba, que diera el empujn decisivo que el pas necesitaba para pasar del siglo XIX al XX. En contra de lo que pensaba el seor Azaa, Espaa, en aquellos momentos, no poda valerse por s misma. No bastaba con aplicar un estricto programa de libertades pblicas para que el pas saliera adelante. Azaa, a pesar del respaldo popular que siempre haba tenido, no supo crear un partido poltico en torno a l que fuera capaz de sacar el pas de la angustiosa situacin en la que se encontraba. Azaa era una persona culta, inteligente, sensible, producto del medio en el que haba nacido. A m no me cabe la menor duda de que este hombre en Francia o en Inglaterra habra tenido un brillante porvenir poltico. Pero, en Espaa, sus innegables dotes personales no eran suficientes. Azaa habra tenido que vencerse a s mismo, es decir, vencer los prejuicios de su propia clase, para convertirse en el lder popular que la gente buscaba en l, capaz de arrastrar al pas por el sendero de un concepto nuevo, combativo y progresista. As que la gente regres a sus hogares con las manos vacas. Ya no les quedaba un resquicio de esperanza para creer que las cosas cambiaran, que sus hijos iran a la escuela y que incluso llegaran a ir a la universidad, que habitaran en viviendas dignas y no en las chabolas que ahora ocupaban. Y aquella falta de esperanza en un futuro mejor traera consigo la violencia, disparos contra la Guardia Civil, incendios de iglesias... Y entonces las personas bienpensantes se echaran las manos a la cabeza, algunos oficiales se reuniran en los cuarteles para preguntarse hasta cundo podan tolerar aquella situacin, cmo podan permitir que aquellas hordas de salvajes pisotearan los principios de la civilizacin y la decencia... Me march del mitin de Azaa totalmente deprimido, pensando que este pas no tena solucin. Solo me consolaba pensar que no estaba en la piel de Manuel Azaa, de un hombre que haba tenido la salvacin y la solucin de los problemas de Espaa en la punta de los dedos, pero que una vez ms haba dejado pasar la ocasin. XI Victoria
HUBO tres gobiernos en los ltimos tres
meses de aquel ao de 1935, lo cual constituir todo un rcord, incluso para la Repblica espaola... Cuando don Manuel Prtela Valladares form gobierno el 9 de diciembre de aquel ao, era el nmero once desde 1933, es decir, desde que la derecha llegara al poder: Lerroux haba presidido cinco gabinetes, el seor Chapaprieta dos, y el resto los haban presidido Ricardo Samper y Martnez Barrio. En la Repblica de Espaa se cambiaba de gobierno como de chaqueta, y aquella ligereza era, sin duda, causa, o sntoma, de la debilidad de la propia Repblica. Pero haba otras razones para explicar aquel continuo sesmo poltico que se produca en Espaa. Existe una ley muy antigua en este pas segn la cual cualquier persona que acepte una cartera ministerial recibir una pensin anual de diez mil pesetas. Si una persona jura el cargo de ministro pero a las pocos das o a los pocas horas es cesado (lo cual ha sucedido en ms de una ocasin), sigue percibiendo esa pensin de por vida. Se comprende entonces que una cartera es un seguro de vida para cualquier poltico espaol. Voy a poner un ejemplo para que se comprenda mejor este asunto. Me tom el trabajo de contar los ministros pertenecientes al Partido Radical en este bienio de gobierno de la derecha y contabilic treinta y ocho. Teniendo en cuenta que el nmero de diputados radicales durante estos dos aos ascenda a unos cien, se puede comprobar que el porcentaje es altsimo. Cualquiera de esos cien diputados poda tener justificadas esperanzas de que a l tambin le tocara la lotera... Sin embargo, no todo el mundo se apuntaba a esta dinmica. En este sentido, cabe destacar la honradez de los socialistas, quienes entre 1931 y 1933 mantuvieron a los mismos tres ministros (Prieto, Caballero y De los Ros) a pesar de los numerosos cambios de gobierno que se produjeron en aquellos dos aos... En esto los socialistas fueron inflexibles y no permitieron que otros miembros del partido se beneficiaran de esas pensiones que el Estado espaol tan dadivosamente conceda. Particularmente sangrante fue, desde mi punto de vista, la cada del gobierno que presida Joaqun Chapaprieta. Se debi simplemente a que ni los de la CEDA ni los monrquicos aceptaron el plan de reformas fiscales diseado por el presidente. Este se propona introducir algunas reformas en un sistema fiscal en el que solo se pagaban impuestos por unos ingresos superiores a las cien mil pesetas anuales, en el que la imposicin por cantidades superiores a esta cifra era nicamente del tres por ciento, y en el que haba tal cantidad de excepciones al reglamento que prcticamente nadie en el pas pagaba impuestos. Espaa era, en definitiva, un paraso fiscal para la gente rica, un pas como alguien haba dicho de Grecia muy pobre pero lleno de ricos. No haba ms que asomarse a la Gran Va madrilea cualquier noche y contemplar las grandes filas de cochazos y limusinas detenidos ante los bares de ccteles y los clubes nocturnos. Aquel era el pas que el seor Chapaprieta pretenda comenzar a cambiar con su timidsima reforma fiscal, y por eso produca vergenza ajena contemplar cmo aquel hombre era expulsado del gobierno. Su sucesor, como ya he sealado antes, fue Francisco Prtela Valladares, de cabello blanco y maneras elegantes, conocido como El Consorte porque estaba casado con una mujer que ostentaba el ttulo de condesa. Prtela era una persona mayor, de ms de setenta aos, cuya actividad poltica se haba iniciado a principios de siglo en Barcelona, donde haba sido gobernador civil. Parece ser que Prtela haba convencido al presidente Alcal Zamora para formar un partido de centro, que l mismo presidira, y poder as concurrir a las elecciones. Prtela perteneca al Partido Radical, pero siempre haba actuado con cierta independencia. Con su partido de centro pretenda actuar de bisagra entre la izquierda y la derecha en las Cortes espaolas. Los de la CEDA, naturalmente, no vieron con buenos ojos la iniciativa de Prtela, pensando, con razn, que aquel partido de centro no hara sino quitarles votos a ellos. Para mayor escarnio, el gobierno de Prtela no inclua a ningn miembro de la CEDA. El presidente se enfrentaba a una mocin de censura que el propio Gil Robles presentara en las Cortes cuando estas abrieran de nuevo sus puertas tras la pausa navidea. La disolucin de la Cmara fue la nica salida posible a aquella crisis poltica, y el pas, en el nuevo ao de 1936, se enfrentaba a unas elecciones que seran decisivas. La temperatura poltica suba a medida que se acercaba el mes de febrero, fecha en la que deban celebrarse. El ltimo da del ao 1935 quedaba formado el Frente Popular, integrado por todos los partidos republicanos (excepto los radicales), los socialistas y los comunistas. En los partidos de derechas la divisin era patente. La extrema derecha quera aislar al partido de Gil Robles por el escaso xito de su gestin en el poder y propugnaba la abstencin. A solo diez das de las elecciones legislativas qued formado el Frente Nacional, integrado por la CEDA y los partidos monrquicos. Esto situaba a la derecha en una cierta desventaja respecto a la izquierda, que haba iniciado su campaa electoral varias semanas antes. Pero, y para compensar, el Frente Nacional dispona de abundantes fondos para su campaa electoral y se permita el lujo, desconocido en los partidos de izquierda, de contratar un personal que la llevara a cabo. Desde luego, el despliegue de carteles y panfletos que realizaron en las calles de Madrid fue comparable al de las elecciones de 1933. Pero algo haba cambiado respecto a las ltimas. La derecha, al menos en parte, pareca haber perdido la confianza en s misma. Un da, paseando por la calle de Alcal, se me acerc un joven que me entreg un panfleto con la hoz y el martillo estampado en la portada. Al abrirlo me di cuenta de que se trataba, en realidad, de propaganda catlica. Aquella manera de camuflar el producto que vendan me hizo pensar que la derecha no las tena todas consigo. En aquellos das, ninguno de nosotros ramos conscientes de la importancia trascendental de esas elecciones ni suponamos que el mundo entero estara pendiente de ellas y que constituiran motivo de discusin durante meses o incluso aos. En la vspera de las elecciones me di una vuelta por un distrito de clase obrera, Cuatro Caminos. No pude ver un solo cartel del Frente Nacional. No es que la izquierda los hubiera arrancado de las fachadas, sino que la derecha no se haba atrevido a pisar ese barrio para colocar su propaganda electoral, prueba de que la temperatura poltica del pas haba subido muchos grados en los ltimos das. Quintanilla me haba dicho una noche mientras cenbamos juntos: La victoria del Frente Popular ser aplastante. Se estaba recuperando de los ocho meses que haba pasado en la crcel, pero mientras tanto haba tenido un pequeo incidente. Un da, cuando se encontraba en el caf Negresco tomndose una cerveza, se le acerc un joven y le entreg, de manera algo violenta, un panfleto de propaganda fascista. Ni corto ni perezoso, Luis cogi la botella de cerveza que tena a mano y se la parti en la cabeza. Al infortunado joven hubo que darle varios puntos antes de que pudiera regresar a su casa. Ahora Quintanilla tema la venganza de los falangistas y haba decidido tomar sus medidas de precaucin. Una maana, cuando le visit en el parque del Oeste, donde estaba realizando un gigantesco mural en honor de Pablo Iglesias, me di cuenta de que, entre los pinceles, esconda un revlver del calibre cuarenta y cinco. Quintanilla no se equivoc en sus predicciones electorales. Yo contaba con que una mayora del pas apoyara al Frente Popular, pero no subestimaba los obstculos que la derecha pondra a un hipottico triunfo de la izquierda. El partido de Prtela Valladares, que en teora ocupaba el espacio del centro entre los dos grandes frentes de izquierda y derecha, en la prctica poda ayudar a Gil Robles colocando algunos de sus hombres en sus listas. Conoca tambin la lnea directa que haba entre el despacho de Gil Robles y la Jefatura de Polica, de manera que este poda ejercer un control directo sobre las fuerzas de seguridad del pas. La derecha, desde luego, no se recataba en usar cualquier mtodo para conseguir votos. En una compaa de seguros haban colocado ostentosamente en el vestbulo un retrato del rey Alfonso XIII para que sirviera de constante recordatorio a los empleados que iban a votar en las prximas elecciones. En algunas oficinas concedan el da entero a aquellos empleados que se saba votaran a la derecha. Conoca a un seor, dueo de varios edificios de apartamentos en Madrid, que llevaba a los porteros de estos edificios a votar en coche, asegurndose, naturalmente, de que a la hora de votar cogan una papeleta de derechas. Tambin haba muchas amas de casa que acompaaban a sus criados a los colegios electorales para ensearles cmo se votaba. En los colegios electorales, era muy diferente ser interventor de izquierdas que de derechas. Los de derechas reciban un sueldo de quince pesetas, adems de las comidas y un cigarro puro. La nica recompensa que reciba un interventor de izquierdas era que, si su jefe se enteraba, le pona en la lista negra de sus empleados. La diferencia econmica entre las dos coaliciones era, como ya he sealado, abismal. En el Frente Popular solo el Partido Socialista dispona de recursos para aquellas elecciones, al tener acceso a las arcas de los sindicatos. Posiblemente tambin el Partido Comunista dispusiera de recursos ofrecidos por el Komintern, pero en todo caso seran muy limitados. La maquinaria electoral de la derecha exhiba en cambio un gigantesco retrato de Gil Robles colocado en un edificio de siete plantas de la Puerta del Sol. La derecha ejerca todo tipo de presiones ideolgicas sobre los electores. La nica presin que la izquierda ejerci sobre el votante haba sido organizar pequeas manifestaciones callejeras en ciertos barrios con la esperanza de que las mujeres de aquellas zonas no salieran a la calle a depositar su voto. Pero esto haba ocurrido solo en casos muy contados, porque en el da de las elecciones la polica haba desplegado sus efectivos por las calles de las grandes ciudades espaolas, y el nmero de incidentes durante la jornada electoral fue relativamente escaso. En total, se contabilizaron tres muertos y diecisiete heridos, lo cual habra constituido un verdadero descalabro en Inglaterra, pero que aqu, en Espaa, y sobre todo teniendo en cuenta el grado de apasionamiento con que se seguan aquellas elecciones, se consideraba una cifra muy aceptable. La ronda de colegios electorales que yo hice durante la jornada de votacin me confirma la impresin de que, en general, las elecciones se desarrollaron con toda normalidad. Al contrario, lo que hay que destacar es la paciencia de los electores, que en muchos casos guardaban cola durante horas sin que se apreciaran defecciones en las largas filas. Estas colas se ocasionaban cuando haba algn interventor quisquilloso que se obstinaba en comprobar minuciosamente la identidad de cada uno de los votantes. Presidiendo una de estas mesas pude ver la figura del duque de Alba, uno de los pocos aristcratas espaoles que cumplan con sus obligaciones cvicas. El Frente Popular consigui una ventaja importante en la primera vuelta, que increment en la segunda. En el Frente Nacional, la CEDA mantuvo las posiciones que ya tena en las ltimas elecciones, mientras que los radicales de Lerroux prcticamente desaparecan como partido poltico. Los republicanos de Azaa consiguieron setenta y cinco escaos, que sin duda supuso una agradable sorpresa para don Manuel, aunque me imagino que muchos de aquellos escaos fueron un regalo de socialistas o comunistas. Las cifras escuetas sealan que la derecha (Frente Nacional) y la izquierda (Frente Popular) se repartieron los casi nueve millones de votos depositados, pero el Frente Popular consigui mayor nmero de escaos, al existir mayor cohesin entre los partidos que lo componan. Ya s que los periodistas no debemos expresar nuestras opiniones personales, pero yo mantengo lo que he dicho anteriormente: si estas elecciones se hubieran celebrado en Inglaterra, por ejemplo, el triunfo del Frente Popular habra sido verdaderamente aplastante, por la sencilla razn de que en mi pas la derecha no ejerce tanta presin social sobre el elector. Por otra parte, es justo sealar que uno de los factores que jug un papel ms importante en la victoria del Frente Popular fue la decisin de muchos anarquistas de concurrir a las urnas. La Repblica estaba amenazada de muerte, y muchos fueron los que, aun luchando contra sus principios, acudieron a votar. Otro factor que influy decisivamente en el triunfo del Frente Popular fue el voto del desempleo. La huelga general de 1934 haba provocado despidos salvajes en algunas empresas. Un banco lleg a despedir a cuarenta empleados. Conoc a un trabajador ferroviario de la estacin del Norte al que se le ocurri hablar bien de los mineros asturianos. Fue arrestado y poco despus puesto en libertad sin cargos. Pero al acudir a su puesto de trabajo se le comunic que haba perdido empleo y sueldo. El peridico ABC despidi durante aquel mes de octubre a trescientos empleados. En la situacin en la que se encontraba el pas entonces, era difcil que aquellos hombres encontraran un nuevo puesto de trabajo. La derecha podra haberse mostrado ms tolerante, sobre todo de cara a las elecciones. Porque no era difcil imaginarse a quin votara aquella multitud de parados que haba en toda Espaa. Los resultados electorales son bien conocidos: los republicanos moderados (Azaa y Martnez Barrio) consiguieron ciento sesenta y dos diputados; los socialistas, noventa y cuatro y los comunistas, diecinueve. El Frente Nacional (CEDA, monrquicos, tradicionalistas, agrarios), ciento cuarenta y cuatro, y los partidos de centro de Prtela y Lerroux, cincuenta y ocho. XII La Repblica, a la deriva
LA REPBLICA obtuvo, desde luego,
una gran victoria en las elecciones del 16 de febrero, pero estuvo a punto de convertirse en una victoria prrica. Sabemos ya que en las horas que siguieron a la proclamacin de los resultados, el general Franco estuvo presionando al presidente Prtela Valladares para que no cediera el poder a los partidos del Frente Popular. Mantener a Prtela como jefe de gobierno en aquellas circunstancias era lo mismo que efectuar un golpe de Estado. Afortunadamente, Prtela Valladares no se dej intimidar por las amenazas del Ejrcito. Pero quiz no se haya hecho suficiente hincapi en el papel que jug el propio Gil Robles en aquellas horas dramticas que siguieron a la proclamacin de los resultados. Ya hemos sealado cmo l alternaba gestos que parecan destinados a hundir a la Repblica con otros dedicados a salvarla, dando, por as decirlo, una de cal y otra de arena... Haba salvado a la Repblica de la amenaza de la dictadura en octubre de 1934, como sealbamos anteriormente, y ahora se dispona de nuevo a salvarla. Como ya he dicho antes, mi impresin personal es que el cardenal Pacelli (el futuro papa Po XII) estaba detrs de todo ello, liderando dentro de la Curia romana una corriente de opinin que se opona a toda costa a una dictadura en Espaa, que poda ser tan nefasta para la Iglesia catlica como ya lo eran las de Alemania e Italia. En todo caso, fui testigo involuntario de la toma de posicin del lder de la CEDA en aquellas horas decisivas que siguieron a las elecciones. Yo haba acudido al domicilio de Gil Robles el da despus de las elecciones para conseguir una entrevista con l. Mientras aguardaba en un saln contiguo a su despacho, pude or la voz del secretario de Robles que deca: Pues s, seores, anoche los monrquicos trataron de persuadir a nuestro jefe para que se sumara a un golpe de Estado del Ejrcito que anulara el resultado de las elecciones... Nuestro jefe estaba furioso y se opuso rotundamente. Les dijo que estaban locos si pensaban que l o su partido podan participar en aquella alocada aventura.... En aquel momento, el secretario se dio cuenta de que haba dejado la puerta que comunicaba con el saln donde yo me encontraba ligeramente entornada y se dirigi hacia ella para cerrarla. Me mora de curiosidad por saber quines eran aquellos monrquicos que haban hecho tamaa oferta al lder de la CEDA, aunque me imagino que se trataba de Calvo Sotelo, de Goicoechea o quiz de los dos a la vez... Tambin hubiera querido enterarme de si se trataba del mismo complot de Franco que pretenda mantener a Portela en el poder. Mi impresin es que los lderes monrquicos y el general Franco acudieron primero al lder de la CEDA, y solo al verse rechazados por Gil Robles decidieron hacerle la propuesta al presidente Portela. Desde luego, la situacin de Gil Robles en aquellos momentos no era envidiable. Estaba entre dos fuegos. El pueblo le acusaba de haber provocado la huelga revolucionaria de octubre de 1934, y la derecha y el Ejrcito de lo contrario, de haber abortado dos golpes de Estado, en octubre de 1934 y ahora, en febrero de 1936. Lo mejor que poda hacer era largarse durante un tiempo y eso es exactamente lo que hizo. Nombr a Enrique Jimnez Fernndez, el lder de los cristiano-socialistas, como su sustituto al frente de la CEDA y se march a una villa cerca de Biarritz, donde pas unas semanas recluido con su familia. Pero antes de marchar, y por si acaso, hizo pblico un comunicado en el que deca que la CEDA se comprometa a respetar la voluntad popular. Poco despus de hacerse pblico el comunicado de Gil Robles, el propio Calvo Sotelo daba otro comunicado en el que sealaba que si se produjera una situacin de agitacin o amenaza del comunismo en Espaa, el Ejrcito intervendra para salvar la situacin, ya que los polticos no parecan dispuestos a hacerlo... El Ejrcito no permitira que Espaa cayera en manos de la revolucin roja. El punto de vista de ambos polticos en aquellos momentos quedaba as expresado en sus comunicados. Y es que los rumores de un complot para llevar a cabo un golpe de Estado venan de antes de febrero de 1936. Un extranjero con muy buenas fuentes de informacin me haba comunicado, ya en diciembre de 1935, que se haba puesto en marcha una conjuracin para dar un golpe de Estado, cuyos integrantes y bases de operacin coincidan exactamente con los que, finalmente, se conocieron en julio de 1936. Si Portela o Gil Robles hubieran cedido, aquel complot se habra adelantado unos meses. Y pienso que quiz Portela y Gil Robles, sin quererlo, le hicieron un favor al general Franco al negarse a seguir sus pretensiones en febrero de 1936. Porque en aquellos momentos no haba pretexto o razn alguna para dar un golpe de Estado. Los meses que siguieron le proporcionaron a Franco argumentos suficientes huelgas, desrdenes, ocupacin de tierras, quema de conventos y finalmente el asesinato de Calvo Sotelo para llevar a cabo la intervencin militar. Se me dir que al Ejrcito no le hacan falta argumentos para realizar aquella intervencin, pero eso entonces no era cierto. En febrero de 1936 el Ejrcito espaol estaba profundamente dividido. Aparte de un ncleo duro de oficiales que nunca haban dudado en expresar su desprecio hacia la Repblica y su profunda admiracin hacia los regmenes de Italia y Alemania, la mayor parte de los oficiales habran dudado en sumarse a una rebelin pocos das despus de que el pas manifestara claramente su opinin en las urnas. Por eso deca antes que Portela y Gil Robles le estaban haciendo, sin quererlo, un favor a Franco postergando aquel golpe ya anunciado. Pienso que, en aquel momento, el grueso del Ejrcito no le habra secundado. En esa ocasin decisiva, cuando el pas necesitaba ms que nunca un lder, no apareca nadie para ocupar ese puesto. Portela Valladares haba anunciado su dimisin para despus de las elecciones, y tanto los socialistas como los comunistas renunciaban a entrar en el gobierno. No quedaban ms que los republicanos de Azaa y los de Martnez Barrio para formar gobierno. Martnez Barrio ocupara el puesto de presidente de la Cmara y el propio Azaa, a regaadientes, se encargara de formar gobierno. Un gobierno a todas luces dbil sin la presencia de los socialistas (a pesar de las protestas de Prieto, que pretenda entrar en l), que le habra dado mayor consistencia. Un gobierno que desde el principio pareci ir a remolque de los acontecimientos. Un ejemplo. Antes de que Azaa pudiera redactar el proyecto de ley de amnista para los presos polticos, estos ya salan a la calle liberados por los concejales de los ayuntamientos donde se encontraban las crceles, de manera que Azaa tuvo que rectificar sobre la marcha y legalizar por decreto-ley una situacin a todas luces irregular. La misma improvisacin observamos en el mbito laboral. El gobierno pretenda que todos los trabajadores despedidos a raz de la huelga de octubre de 1934 fueran readmitidos en las empresas. Muchas de esas empresas haban contratado nuevos operarios, por lo que estos tambin podan hacer valer sus nuevos contratos, de manera que se creaba desde el propio gobierno una situacin imposible de resolver. El peridico ABC, que haba despedido a la mayor parte de los trescientos trabajadores que tena en nmina, se vea ahora obligado a readmitirlos. Como en los ltimos meses haba estado contratando personal nuevo, se encontraba con un exceso de trabajadores y casi en bancarrota. El gobierno obligaba a las empresas a readmitir trabajadores cuando lo que las empresas buscaban en medio de aquella crisis econmica era lo contrario, deshacerse de ellos. Espaa se acercaba a la aterradora cifra de un milln de parados. Los problemas del pas se hacan cada da ms acuciantes y el gobierno no estaba preparado para resolverlos. El telfono de mi oficina sonaba a todas horas para darme noticias de violentos sucesos que se producan a lo largo y lo ancho de la geografa espaola. El partido de Jos Antonio no haba conseguido un solo escao en las elecciones, pero sus matones intimidaban a todo el mundo. El 12 de marzo dispararon sobre Jimnez de Asa, el abogado socialista que haba conseguido la liberacin de miles de prisioneros polticos de las crceles donde se encontraban desde los sucesos de octubre de 1934. Asa no muri en el atentado, pero s el polica que le escoltaba. Como represalia por esta accin, elementos de la izquierda anarquista entraron en la redaccin del peridico fascista La Nacin, saquearon las oficinas y quemaron a continuacin tres iglesias madrileas. Pero no solo era la capital de Espaa la que se vea sacudida por estos sucesos: en Cdiz murieron once personas en enfrentamientos con la polica, en Granada los fascistas abrieron fuego contra una manifestacin de trabajadores... Por fin, el gobierno decidi poner a Falange Espaola fuera de la ley, pero, como siempre, actuaba demasiado tarde y a remolque de lo que iba sucediendo. De poco sirvi que el 17 de abril se decretara su disolucin, o que el 28 de mayo se procesara a Jos Antonio Primo de Rivera, sentencindolo a cinco meses de crcel por un delito de tenencia ilcita de armas. Para entonces, los acontecimientos haban sobrepasado cualquier accin gubernamental y seguan ya su propia dinmica. La impotencia del gobierno se vio reflejada en el cierre de las Cortes durante un mes, tal como fue decretado por Portela. Manuel Azaa dimiti el 7 de abril y fue sustituido por Santiago Casares Quiroga, tan bienintencionado como su antecesor, pero igualmente inepto para llevar a cabo cualquier programa poltico. El nico proyecto poltico del gobierno en aquellos das era el de su propia supervivencia. A pesar de su disolucin, o precisamente por ello, los fascistas no cejaban en sus tiroteos por las calles de Madrid. El 13 de abril asesinaban a don Manuel Pedregal, el juez que haba dictado una sentencia de treinta aos de crcel contra el pistolero que mat a un vendedor de peridicos socialista... Y los socialistas, en represalia, asesinaron a un hombre en el desfile del 14 de abril, supongo que para celebrar el aniversario de la llegada de un rgimen de libertad a Espaa. Sin saberlo, porque iba vestido de paisano, los socialistas haban asesinado a un sargento de la Guardia Civil. La rplica de los fascistas no se hizo esperar. Menudo funeral organizaron por el guardia civil asesinado! Los pistoleros de todo Madrid se reunieron alrededor de aquel fretro y el cortejo fnebre discurra por las calles y avenidas ms cntricas de Madrid. Al llegar al paseo de la Castellana, fue saludado por una salva de disparos que procedan de los tejados donde se haban apostado francotiradores socialistas. Los guardias civiles que acompaaban al cortejo fnebre sacaron sus armas y contestaron al fuego de los francotiradores, de manera que a lo largo de la Castellana se organiz una batalla campal. Los enlutados familiares y los polticos que haban acudido al entierro echaron cuerpo a tierra para resguardarse de aquella lluvia de balas. En medio del tiroteo, el cortejo fnebre continuaba su camino hacia la Cibeles sin que nadie pareciera dispuesto a detener aquella masacre. Al llegar junto a las verjas del parque del Retiro, en la Puerta de Alcal, el cortejo fue de nuevo tiroteado por jvenes socialistas que haban tomado posiciones detrs de las verjas del parque. El nerviosismo ms absoluto se haba apoderado de los guardias civiles que acompaaban el fretro y que disparaban a su propia sombra. Yo segua de cerca aquel accidentado entierro, pero al ver cmo se ponan las cosas en la Puerta de Alcal, decid buscar refugio en el bar ms cercano. El resultado de aquel entierro fueron otros quince muertos, entre ellos Andrs Artela, primo de Jos Antonio. Quince me parecan muy pocos teniendo en cuenta los disparos que o esa tarde. Aquella refriega en el centro mismo de la capital de Espaa tuvo el saludable efecto de obligar al gobierno a buscar responsabilidades en sus propias Fuerzas Armadas. Veinticinco oficiales de la Guardia Civil, algunos de alta graduacin, fueron arrestados y acusados de pertenecer a la Falange. Muchos oficiales de la Guardia de Asalto tambin fueron relevados de sus cargos y sustituidos por personas afines a los republicanos o que, al menos, no hubieran expresado en pblico su repulsa hacia la Repblica, que con bien poco se conformaba el gobierno en aquellos das. Pero lo que ms sorprenda al observador en aquella primavera de 1936 no eran las refriegas y tiroteos que se producan en la ciudad, sino una suerte de inquietud general que se mascaba en el ambiente y que haca que todo el mundo se hubiera puesto nerviosamente en marcha. Primero hubo desfiles para celebrar la victoria en las elecciones, despus para pedir la amnista, a continuacin para conmemorar el Primero de Mayo. La gente se pasaba la vida desfilando por las calles de Madrid, vistiendo la camisa roja de las juventudes socialistas o la azul de los comunistas, marchando cada vez ms acompasada y marcialmente, cantando o gritando consignas y eslganes, reivindicando sobre todo el derecho a la marcha misma, una marcha que ya nada ni nadie podra detener. La gente se haba echado a la calle, y ese fervor popular coincida con una creciente influencia del comunismo en Espaa. Desde la revolucin de Asturias, los comunistas, a travs de una organizacin llamada Socorro Rojo Internacional, haban distribuido gran cantidad de dinero entre los familiares de los mineros encarcelados, adems de encargarse de su defensa proporcionndoles abogados. Eso hizo que el papel de los comunistas espaoles subiera bastantes enteros, un partido que hasta entonces haba tenido una incidencia relativamente pequea en la vida poltica espaola. Pero, ms que nada, el comunismo se presentaba entonces como la nica opcin poltica con ideas nuevas, capaz de sacar al pas del marasmo al que los liberales de Manuel Azaa lo haban conducido. Otra de las notas sorprendentes en aquel Madrid de 1936 fue una especie de vuelta a la naturaleza, como si aquel espritu revolucionario que flotaba en el ambiente se hubiera contagiado tambin de algn germen rusoniano. Para un madrileo, la naturaleza es todo aquello que puede contemplarse desde la terraza de un bar o, en el colmo de la aventura, desde una de esas barquillas que hay en el estanque del Retiro. Pero en aquella primavera de 1936 un extrao virus pareci apoderarse de la juventud madrilea, que se suba en los trenes los domingos por la maana para hacer excursiones por la sierra. En pocos meses se abrieron seis nuevas piscinas en Madrid que se abarrotaban de pblico, como si todo fuera poco para las ansias de aire libre del personal. Aquellas excursiones campestres acababan a veces de manera trgica. Una tarde de domingo, un grupo de jvenes socialistas tirotearon a un grupo de fascistas en El Pardo e hirieron a uno de ellos. A su regreso a Madrid, los fascistas comenzaron a disparar indiscriminadamente desde un coche que marchaba a gran velocidad por la Gran Va. Uno de los disparos alcanz y dio muerte a una joven socialista que regresaba con sus compaeros de un da en el campo. La joven encontr la muerte sin saber de dnde le vena, ajena a los acontecimientos que la haban provocado. Junto a Rusia, otro pas comenzaba a hacerse presente en Espaa. Me refiero, naturalmente, a Alemania. No haba pasado inadvertido el viaje del general Sanjurjo a Alemania con el pretexto de asistir a la inauguracin de los Juegos Olmpicos. Se saba que haba tenido contactos con Hitler y que haba visitado la fbrica de armas Krupp. Volvi en el mes de junio acompaado por el coronel Beigbder, que haba sido alto comisario de Espaa en Marruecos y lleg a ser ministro de Asuntos Exteriores en el primer gobierno de Franco. Beigbder era la persona indicada para realizar el contacto con Hitler, porque conoca el alemn, haba sido agregado militar en la Embajada espaola en Berln y se haba relacionado con los altos crculos del Ejrcito alemn. Los vnculos entre Espaa y Alemania se incrementaban cada da. Comenz a funcionar un servicio de vuelos diarios entre Stuttgart y Madrid. Los ferrocarriles alemanes haban abierto una oficina en la calle Alcal. La agencia oficial de noticias alemanas, Deutsches Nachrichten Bureau, acababa de abrir unas grandes oficinas en uno de los mejores barrios de Madrid. Una asociacin llamada Amigos de Alemania traa, clandestinamente, armas a Espaa. Mussolini ayudaba a los fascistas espaoles, pero en aquellos momentos estaba claro que Hitler mova sus peones con mucha ms eficacia que su aliado italiano. Mientras tanto, el desasosiego aumentaba. Huelga de camareros, huelga incluso de toreros, capitaneados por Marcial Lalanda, que poco despus se pasara al bando de Franco. Los ascensores dejaron de funcionar en Madrid y hasta los sepultureros se negaban a continuar en sus puestos de trabajo. Desde Almera llegaban noticias de una historia truculenta: unos campesinos haban asesinado a un guardia civil despus de una disputa sobre un terreno acotado. La Guardia Civil haba reunido todos sus efectivos en aquella zona y se haba dirigido hacia el poblado en cuestin, donde haba perseguido y dado muerte a diecisis campesinos. Parece ser que la mayora murieron en una alcantarilla donde se haban refugiado. Una organizacin clandestina llamada Unin Militar, de filiacin fascista, haba hecho circular una lista negra de veinte nombres a los que consideraba elementos peligrosos que haba que eliminar. El primer nombre de la lista era el de un tal capitn Faraudo. Una tarde, cuando paseaba del brazo de su esposa por la calle Alcntara, Faraudo fue asesinado de seis disparos en el pecho. El asesinato era obra de profesionales, ya que su mujer, que estaba junto a l, result ilesa. El capitn Faraudo era el responsable de las Milicias Socialistas. El segundo hombre de la lista negra de la Unin Militar era el teniente Castillo, que perteneca a la Guardia de Asalto. Se haba casado haca poco tiempo y unos das antes de la boda su novia recibi un mensaje que deca: Para qu se casa usted con un cadver?. En la noche del 12 de julio, cuando sala de su casa para incorporarse al servicio, fue ametrallado por unos hombres que le aguardaban en la puerta. Castillo no era, que yo sepa, un elemento extremista o subversivo. Solo se vanagloriaba de ser un buen republicano. Los compaeros de Castillo recogieron su cuerpo y lo llevaron hasta la comisara. Poco despus se trasladaban al domicilio del lder monrquico Jos Calvo Sotelo. Eran altas horas de la madrugada. Le despertaron y le pidieron que les acompaara hasta la Jefatura de Polica para ser interrogado. Decidi acompaar a los guardias a la Jefatura. Poco despus, su cadver era depositado en el cementerio. La Repblica pagara muy cara aquella insensata accin criminal. Porque todo lo que haba acontecido hasta aquel momento la quema de iglesias, los enfrentamientos entre la Guardia Civil y los campesinos, incluso los tiroteos de los pistoleros fascistas no tena la magnitud de aquel crimen de Estado. Durante los ltimos seis meses los fascistas haban buscado desesperadamente una justificacin que legitimase el levantamiento ante la opinin pblica. Ya la tenan. Pienso, sin embargo, que la culpa no es solo de los asesinos del teniente Castillo, sino fundamentalmente de todo el gobierno de Casares Quiroga, que no supo, no pudo o no quiso controlar la situacin. Siguiendo las pautas del gabinete Azaa, Casares Quiroga se limitaba a no hacer nada. La lista negra de la Unin Militar circulaba por todo Madrid sin que el gobierno se diera por enterado. La prensa madrilea haba pasado semanas discutiendo sobre las maniobras subversivas del general Mola en Pamplona sin que el gobierno expresara el ms mnimo inters en el asunto. Azaa haba marcado la pauta de aquel laissez faire gubernamental cuando, contestando a las preguntas de un periodista, haba afirmado: El fascismo no tiene la menor importancia en Espaa. El gobierno no serva ya para solventar ningn problema de orden pblico en Espaa, as que los compaeros del teniente Castillo haban decidido tomarse la justicia por su mano. La derecha en Espaa tena en aquellos momentos dos figuras de personalidad relevante. Gil Robles haba sido su dirigente ms inteligente, pero no tena la fuerza o el carisma de Calvo Sotelo, sobre todo en los debates parlamentarios o en los discursos que pronunciaba, que arrastraban a sus oyentes... El asesinato de Calvo Sotelo desencadenara una serie de acontecimientos que ya no se detendra hasta tres aos despus. XIII El levantamiento
TAN solo en dos ocasiones en toda mi
vida me he sentido totalmente arrastrado por la pasin. La primera fue a raz del levantamiento de los generales, en los das que siguieron al 18 de julio de 1936. La segunda, mientras contemplaba ese angustioso ro sin retorno de miles y miles de refugiados que se dirigan hacia la frontera de Figueras en enero de 1939. En aquellos calurosos das del mes de julio de 1936, yo iba por la vida en un estado de total embriaguez, como inmerso en una borrachera en la que no haca falta el vino. Da y noche aporreaba las teclas de mi mquina de escribir y enviaba despachos a Londres que solan empezar con frases como: Los hombres y las mujeres de Espaa se han puesto en pie para defender hasta la muerte el rgimen de libertades..., o bien: La captura del cuartel de la Montaa pasar a la historia como una segunda toma de la Bastilla..., o esta otra: De la misma manera que Cromwell se levant en nuestro pas para establecer el reino de la democracia, el pueblo espaol est luchando para que su pas no caiga, de una vez por todas, en las garras del feudalismo. Eran frases inspiradas, a la vez, por la indignacin y el entusiasmo, por la ira ante lo que estaba ocurriendo y por la esperanza en que el desenlace, al fin, habra de ser el justo. Quera, sobre todas las cosas, contagiar esta santa ira y este fervor a mis lectores de fuera de Espaa, convencido de que nadie en el mundo poda permanecer ajeno a lo que estaba ocurriendo en este pas, la lucha titnica de un pueblo sin preparacin y sin apenas armas contra un ejrcito que pretenda imponer su tirana. Yo estaba convencido de que del resultado de aquella desigual y feroz contienda iba a depender no ya la suerte de Espaa, sino la de Europa y la de todo nuestro Imperio. Porque la manera en que los alemanes haban ido penetrando en Espaa en los ltimos meses, infiltrndose en el gobierno con sus espas, enviando armas clandestinamente, controlando incluso la Asociacin de la Prensa Extranjera en Madrid, hacan prever que Espaa era la punta de lanza elegida por Alemania para controlar y finalmente destruir a las democracias europeas. Despus de ocho o diez das consegu salir de ese estado de constante y permanente excitacin. Estaba fsica y mentalmente agotado. Y adems pensaba con toda mi santa inocencia que la partida estaba ganada. Recuerdo que en uno de mis despachos escrib en tono solemne: Un golpe de Estado que no se ha hecho con el poder al cabo de veinticuatro horas est condenado al fracaso. Y sigo pensando que, al menos sobre el papel, tena razn. Los generales rebeldes no tenan reconocimiento internacional. Contaban con pocos recursos econmicos, su posicin en los lugares que haban ocupado era bastante precaria y no disponan de una fuerza area importante. El gobierno de la Repblica contaba con la sexta reserva de oro del mundo en orden de importancia y, puesto que era el gobierno legtimamente reconocido por todos los pases, no tendra dificultades en adquirir el armamento que fuera necesario para hacer frente a los generales rebeldes. Saba, adems, que los alemanes no estaban an en condiciones de entrar en combate a favor de los rebeldes. A pesar de la evidente militarizacin de la Alemania de Hitler, el Ejrcito alemn no dispona an del cuadro de mandos, del armamento y los recursos suficientes para entrar en combate. Era en ese momento inferior al Ejrcito francs. Francia y Gran Bretaa, pensaba yo entonces, se cuidaran de impedir cualquier intervencin de Alemania en Espaa... Qu equivocado estaba! Voy a contar una pequea ancdota que, a mi modo de ver, ilustra perfectamente lo que estaba ocurriendo en el terreno internacional en las semanas que siguieron al alzamiento. Una amiga ma, periodista alemana pero casada con un espaol, acreditada en Madrid, se haba desplazado a Berln y all haba cambiado su pasaporte republicano por uno expedido por la Junta de Burgos. Desde Berln pensaba desplazarse a Londres, as es que acudi con el documento de la Junta a las oficinas consulares britnicas de la capital alemana, creyendo firmemente que los britnicos rechazaran un documento expedido por los rebeldes en Burgos. Todo lo contrario. El cnsul britnico se mostr sumamente corts y asegur a mi amiga que con aquel documento podra viajar por las islas Britnicas sin ningn problema. Para los britnicos me cont ms adelante mi amiga, el documento de Burgos tena exactamente la misma validez que el pasaporte expedido por el gobierno de la Repblica... Al llegar a Londres sigui contndome mi amiga, quise saber qu pensaban los crculos ms influyentes de la City sobre los acontecimientos en Espaa... Todas las personas con las que habl en el mundillo financiero londinense estaban perfectamente convencidas de la victoria final del general Franco, y todos me aseguraron que despus de su triunfo no tendra dificultades en conseguir crditos en nuestro pas... Regres a Berln y escrib una serie de artculos en los que deca que nada se opona al triunfo final de Franco y su gente.... Ella s que tena razn! Tena yo un amigo periodista alemn que lea mis crnicas con benevolencia y me preguntaba si mis opiniones sobre la Repblica y la guerra coincidan con las del lector medio britnico. Pensaba mi amigo alemn que las nicas aficiones declaradas de los ingleses en aquellos das eran el golf y el cctel antes de la cena. Recuerdo que yo me indignaba ante esta opinin aparentemente frvola. Mi amigo alemn desapareci pronto de Madrid en busca, sin duda, de climas ms favorables para sus ideas. No volv a verle hasta dos aos ms tarde. Nos encontramos en Perpin. Yo sala de Espaa con las ltimas columnas de refugiados, hostigados por las tropas de Franco, y l regresaba al pas que le haba expulsado. Cenamos juntos y, despus de hacer balance de aquellos dos aos vividos desde campos opuestos, l concluy: Despus de todo, yo tena razn cuando te aseguraba que tus compatriotas no haran nada para defender la democracia en Espaa. El desencanto con la actuacin de mi pas en la guerra espaola llegara ms tarde. De momento, yo estaba inmerso en la sucesin de los acontecimientos, que reclamaban toda mi atencin. En la noche del 19 de julio, el gobierno haba tomado la nica decisin que poda tomar si quera impedir el triunfo de los generales rebeldes: armar al pueblo. Me consta que la decisin de Casares Quiroga y sus ministros fue una de las ms duras y difciles de su vida poltica. Todos ellos eran hombres de Izquierda Republicana o de Unin Democrtica, es decir, personas de talante liberal y de ideas tan moderadas que haran parecer extremista al propio Lloyd George. Aquellos hombres se enfrentaron en la noche del 19 de julio a la decisin ms importante de su vida: no armar al pueblo significaba, inevitablemente, entregar el poder a los generales rebeldes, pero armarle supona, de hecho, dar el poder al pueblo. Ambas soluciones repugnaban, sin duda, su conciencia de burgueses de clase media, pero, puestos en la encrucijada, no dudaron en apoyar la causa popular. Dieron la orden. Pocos minutos despus salan del Ministerio de la Gobernacin decenas de camiones cargados de armas que se dirigan a las sedes de los partidos polticos y a las centrales sindicales para distribuirlas entre sus seguidores. La multitud se haba reunido, expectante, para saber si tendra ocasin de luchar por sus derechos. Al ver aparecer los camiones, la muchedumbre prorrumpi en el delirio. Los madrileos tendran la oportunidad de defenderse a s mismos. Todo haba comenzado con el vuelo, aparentemente inocuo, de unos turistas ingleses a las islas Canarias para tomarse unas vacaciones. El capitn Bebb, piloto ingls, haba volado hasta el archipilago en compaa del mayor Pollard y de dos gentiles damas a las que haca pasar por turistas. Como se haba convenido de antemano, Bebb haba de transportar a Franco desde las Canarias hasta Melilla, donde se iniciara el levantamiento. Franco, evidentemente, no se fiaba de sus propios hombres y haba preferido contratar los servicios de un piloto ingls que, por cierto, recibi una condecoracin del propio Franco al concluir la guerra. El que deba ser comandante en jefe del levantamiento, el general Sanjurjo, haba muerto en el aeropuerto de Lisboa al estrellarse su avin. Franco contaba con el apoyo del general Mola en Pamplona, donde se haba sublevado al frente de los carlistas, y del general Queipo de Llano en Sevilla, que a duras penas haba conseguido controlar gracias a los catorce mil carabineros que tena a sus rdenes. Tambin el general Cabanellas haba triunfado en Zaragoza, cortando as las comunicaciones entre Madrid y Barcelona. Albacete haba cado temporalmente en manos de los rebeldes, de manera que la capital de Espaa se encontraba en aquellos momentos aislada del resto del pas. En Madrid la indecisin de los generales durante las primeras horas del levantamiento haba hecho fracasar la rebelin. Un amigo mo que estaba cumpliendo el servicio militar en el cuartel de la Montaa me contaba cmo los oficiales se pasaban horas discutiendo sobre si deban levantarse o no. El general Fanjul, que haba sido subsecretario en el Ministerio de la Guerra con Gil Robles, esper nada menos que hasta la maana del lunes 21 de julio para unirse al levantamiento. Para entonces era demasiado tarde. Los madrileos estaban ya armados y, adems, con la moral muy alta al enterarse del triunfo de los militares leales y la milicia popular sobre el general Goded en Barcelona. Aquella misma maana, el gobierno de Casares Quiroga haba presentado su dimisin al presidente Azaa. Por la tarde, este encargaba la formacin de un nuevo gobierno a Martnez Barrio, un republicano moderado, con el propsito de pactar con los generales rebeldes. Circulaba el rumor de que el propio Martnez Barrio haba invitado a los generales rebeldes Mola y Cabanellas a formar parte de este nuevo gobierno, pero que ambos lo haban rechazado. Los sindicatos y los partidos de izquierda estaban furiosos. En aquellos momentos en los que Madrid se levantaba en armas y el pueblo se dispona a la lucha, resulta que Azaa y Martnez Barrio pactaban con el enemigo. No tuvo ms remedio que cambiar de planes el presidente Azaa y encargar la formacin de un nuevo gobierno a su amigo el catedrtico de Farmacia don Jos Giral. En cuestin de horas el gobierno haba cambiado dos veces. Esto da idea de la radical inseguridad de los republicanos que en ese momento tenan el poder. Entre las dos opciones que se ofrecan ante ellos resistencia total o rendicin total a los generales rebeldes haban escogido el camino de en medio, el de la negociacin y el pacto con el enemigo, el nico camino que, en aquellas circunstancias, no llevaba a ninguna parte. Porque Franco y los otros generales rebeldes interpretaban aquellas ofertas de paz como sntoma evidente de la debilidad del gobierno de la Repblica y no hacan sino redoblar sus esfuerzos en el campo de batalla. En la maana del lunes 21 de julio me despert, por primera vez en mi vida, al son de un insistente caoneo. Algo se me encoga en el estmago al constatar que aquello ya no era el ruido de algn disparo de fusil que tantas veces me haba perturbado el sueo en los ltimos cuatro o cinco aos de agitada vida madrilea. Aquello que oa desde mi cama en la clida maana de julio era evidentemente otra cosa. Me levant y sal a la calle. Madrid pareca transformado. De la noche a la maana, jvenes de ambos sexos que pertenecan a diferentes organizaciones sindicales parecan haber adoptado un uniforme comn: el mono azul. Haban confiscado gran cantidad de coches y se dedicaban a patrullar las calles de Madrid, sacando escopetas y pistolas por las ventanillas. A diferencia de octubre de 1934, los fascistas eran ahora los perseguidos y se refugiaban en los balcones y terrazas de los edificios, desde donde disparaban sus francotiradores. Uno tena que tomar sus precauciones cuando sala de casa. En aquella maana del mes de julio me cost bastante llegar hasta la esquina. All me di cuenta de que la parroquia del barrio estaba en llamas. Le pregunt a un obrero quin la haba incendiado. El obrero dio un repaso a mi traje burgus de americana y corbata antes de contestarme: Camarada, los curas se han hecho fuertes en el interior y nos han disparado desde dentro... Pensamos que haba llegado la hora de darles un escarmiento. Es difcil saber si fueron los curas o los obreros los que empezaron aquella refriega. Durante aquel da ardieron cinco o seis iglesias en Madrid. Pero no eran las iglesias el centro de atencin de los madrileos en aquella maana. La batalla por la ciudad de Madrid se desarrollaba en los barracones del cuartel de la Montaa, situados en la parte alta de la ciudad, por encima de la estacin del Norte. All, el general Fanjul se haba hecho fuerte con una guarnicin de ochocientos hombres a los que se haban unido unos trescientos civiles fascistas. La guarnicin estaba indecisa sobre si deba o no efectuar una salida, y mientras se lo pensaba se haba ido congregando en los alrededores del cuartel una variopinta muchedumbre de obreros y soldados, policas y poetas, militantes y curiosos que, sin conocimientos ni direccin alguna, se aprestaban a tomar aquella bastilla madrilea. Con la ayuda de unas piezas de artillera del siglo XIX y la colaboracin de la aviacin republicana, que de cuando en cuando dejaba caer una bomba sobre el cuartel, la muchedumbre irrumpi en su interior despus de cuatro o cinco horas de asedio y arras todo lo que encontraba a su paso. Los soldados supervivientes de la guarnicin se entregaron a los asaltantes y ios fascistas intentaron huir por el Parque del Oeste, pero all les esperaba un nido de ametralladoras que seg la vida de casi todos. Los fascistas que se quedaron en el interior del cuartel fueron fusilados en el patio de armas. Cuando por fin logr penetrar en el interior del cuartel no me extra demasiado encontrarme con un pintor en el puesto de mando. Efectivamente, mi buen amigo el artista Luis Quintanilla se haba hecho cargo de la guarnicin. Pero qu haces t de soldado?, le pregunt. Ya ves, gajes del oficio! me contest. Queremos convertir el cuartel de la Montaa en un centro de acuartelamiento para milicianos y desde aqu pueden partir hacia cualquier punto de la ciudad donde sea necesaria su presencia. Quintanilla me ense el charco de sangre que haba en el patio donde los fascistas haban sido fusilados. Me ense tambin la sala de oficiales totalmente destrozada por los asaltantes. Parece ser que algunos oficiales se haban refugiado en ella, perseguidos por el fuego de la multitud. A duras penas se consigui salvar la vida del general Fanjul, cercado por un gento que clamaba por su sangre. Quintanilla me contaba que hubo que llevar un coche blindado al interior del cuartel para que lograra salir de all sin que la airada muchedumbre se tomara la justicia por sus propias manos. Claro que de poco le sirvi escapar de la muerte en el cuartel de la Montaa, porque pocas horas despus se enfrentaba a un consejo de guerra. La defensa de Fanjul fue pattica. Asegur que se encontraba en el piso de una amiga francesa cuando le comunicaron la gravedad de la situacin y que al llegar al cuartel no pudo controlar a sus propios oficiales. Fue sentenciado a muerte y ejecutado a la maana siguiente. Tambin en Carabanchel el regimiento a las rdenes del general rebelde Garca de la Herrn haba sido sometido. Caa la noche y la situacin en Madrid pareca estar firmemente en manos del gobierno. Pero a muy pocos kilmetros de la capital, las ciudades de Alcal de Henares y Guadalajara haban cado en manos de los rebeldes y la suerte de Toledo permaneca incierta. El fervor popular de aquel improvisado ejrcito no se agot en el cuartel de la Montaa. Al contrario, los madrileos tomaron las armas y se aprestaron a conquistar nuevos objetivos militares con una temeridad y una inconsciencia que asustaban. Que asustaban no solo a los que les apoybamos, sino seguramente tambin al enemigo que tenan enfrente. Cmo explicar si no la cada de Guadalajara, bien defendida por el rebelde general Barrera? En el asalto a esa ciudad haban muerto nada menos que once muchachas pertenecientes a las Juventudes Socialistas, prueba de la alegre inconsciencia con que los milicianos entraban en combate. Solamente Toledo, con la guarnicin encerrada en el Alczar, pareca resistir esta tumultuosa oleada de entusiasmo popular. Albacete haba cado de nuevo en manos republicanas, con lo que quedaban restablecidas las comunicaciones de la capital de Espaa con el exterior. Y el avance fascista en la sierra de Madrid haba sido detenido en Somosierra y en el Alto de los Leones por aquella misma legin de jvenes inexpertos, muchos de los cuales cogan un fusil por primera vez en su vida. En esta primera semana en la que se salv Madrid, Dios pareca estar de parte de los dbiles. Los extranjeros en la capital de Espaa buscaban refugio en sus respectivas embajadas. En la britnica se hacinaban ms de trescientas personas. Sus empleados se haban desplazado a San Sebastin, donde todos los veranos se abran oficinas durante los meses de calor. El cnsul se haba ido de vacaciones y el embajador estaba ausente. All no haba nadie para representar al gobierno de su majestad, ni siquiera para tener informado a ese gobierno. Todo pareca indicar que Londres aguardaba acontecimientos. Caso de un rpido triunfo del general Franco, no se habran visto en la necesidad de pactar con el gobierno de Giral. El britnico quera mantener las manos limpias para poder saludar con ellas al vencedor de lo que seguramente consideraba una engorrosa contienda. En aquellos primeros das de la insurreccin, ya Londres se haba embarcado en su poltica de no intervencin. De poco serva tener observadores en Madrid que informaran de los acontecimientos, que explicaran que Jos Giral no era un monstruo del terror rojo, que hicieran ver que en la Embajada de Madrid se haban incautado documentos en los que se planeaba, con todo lujo de detalles, la intervencin alemana en la guerra espaola. Londres no saba, no vea y no oa lo que estaba ocurriendo en Espaa, y para llevar a cabo esta poltica sobraba, efectivamente, todo el cuerpo diplomtico de la Embajada. Supongo que todos los imperios envejecen y deben llegar a su fin, pero era muy triste para m, en medio de aquellos das de entusiasmo y fervor popular, sentirme un hombre joven de una nacin ya caduca. XIV Al frente de la sierra
SOY la persona menos indicada para la
guerra. Tengo un temperamento excesivamente nervioso, predispuesto a imaginarme peligros a veces inexistentes. Sin embargo, debo confesar que el da en que me concedieron un pase para visitar el frente del Guadarrama se apoder de m tal excitacin que pareca un chiquillo con zapatos nuevos. Entr en el restaurante del hotel Gran Va poco menos que danzando, ante el asombro de los compaeros que me esperaban en el comedor, apenas prob bocado durante la comida y estaba listo para salir media hora antes de la hora prevista. En aquella suerte de bautismo de sangre me acompaaban dos veteranos corresponsales de guerra. Karl von Wieganut haba sido corresponsal con el Ejrcito alemn en Francia, y Edgar Ansel Mowrer, del Chicago Daily News, haba estado en el otro lado, con el Ejrcito aliado. Mowrer tena el pelo negro y la expresin intensa del Cristo crucificado. Ningn periodista como Mowrer reflejaba en su rostro y en su vida la tragedia de Europa crucificada entre dos guerras. bamos hacia el frente en el squito de Largo Caballero, que quera recorrer las posiciones del Guadarrama en unos momentos en los que el frente pareca estabilizarse despus de los intensos combates de los primeros das. Encontramos a Caballero vestido con el ya obligado mono azul y con un revlver que le colgaba del cinto. Llevaba un sombrero de caza para completar el atuendo. No tena entonces ningn puesto en el gobierno, pero como secretario de la Unin General de Trabajadores su influencia sobre el mando republicano deba de ser muy grande. Salimos de Madrid por la carretera de Burgos. Mi primera leccin como corresponsal de guerra la recib al darme cuenta de que el riesgo de morir en accidente de trfico era mucho mayor que por una bomba o un obs. La temeridad de los conductores espaoles se hizo proverbial y qued reflejada en aquella cancin de los brigadistas cuyo estribillo deca algo as como: Si no acaba contigo/ el disparo de un obs,/ lo har sin duda alguna/ el conductor del autobs. En aquella ocasin, el conductor era un taxista madrileo que se haba puesto al volante de un Packard por primera vez en su vida. Y el hombre lo pasaba en grande comprobando las posibilidades de su nuevo vehculo. Al tomar las curvas se le iba el coche hacia una u otra cuneta y, aunque pisbamos gravilla en algunas ocasiones, siempre consegua rectificar el volante a tiempo y devolvernos al asfalto de la carretera. Al llegar a Buitrago, a unos cincuenta y cinco kilmetros de Madrid, vimos el primer movimiento de tropas, si es que a aquello se le puede llamar una tropa: soldados con su uniforme, voluntarios en mono, guardias de asalto, civiles vestidos de paisano, algunas muchachas con las camisas rojas de las Juventudes Socialistas... Al frente de todos ellos, el general Bernal, un oficial de artillera que al principio no me quiso dar su nombre porque, segn me explic, no quera que los rebeldes supieran dnde estaba. Su misin era guardar la carretera de Madrid, para lo cual contaba con setenta y cinco bateras. En Buitrago conoc a Francisco Galn, hermano de Fermn Galn, el hroe de Jaca. Francisco Galn actuaba de enlace entre las diferentes posiciones republicanas en el largo frente del Guadarrama que se extenda desde el Alto de los Leones hasta el puerto de Somosierra. Me contaba que en los primeros das del levantamiento haba llegado de Madrid una columna mvil, integrada por gente de todo tipo y, sin pensrselo dos veces, haban emprendido la subida por los repechos que conducen hasta el puerto de Somosierra. All les esperaban las bateras enemigas que los masacraron sin piedad. Los supervivientes de aquella carnicera se haban vuelto contra el coronel que los diriga y le haban pegado un tiro en la cabeza. As era Madrid en los primeros das de la revolucin. Todo el mundo estaba loco. Quiz fuera esa locura la que salv a la capital de Espaa. Dejamos atrs Buitrago y nos internamos por el valle del Lozoya y all, junto al ro que surte de agua a la capital de Espaa, vimos las primeras vctimas del frente. Eran cuatro hombres, vestidos con el consabido mono azul, espas, segn nos cont un pastor que andaba por all, que haban pasado desde Segovia para averiguar el movimiento de tropas de los republicanos. Cuatro fascistas menos!, exclam el conductor del coche, que demostraba tener tan poca delicadeza con la lengua como con el volante. Ascendamos por la carretera a casi dos mil metros de altura hacia el puerto de Navafra. Al llegar arriba fuimos rodeados por una muchedumbre de jvenes imberbes vestidos con el mono azul y la escopeta al hombro. Nos condujeron hasta las tumbas de los fascistas que haban matado haca un par de das. Se trataba de un grupo de carlistas conducidos, al parecer, por un cura, que haban subido el monte por el lado de Segovia, intentando apoderarse de la posicin republicana. No se esperaban una posicin tan bien defendida. La mayora haban muerto en la refriega. Un pie asomaba en una de las improvisadas sepulturas. El pie del seor cura. La muerte, tan real y tan cercana, pareca constantemente desmentida por aquel paisaje idlico de verdes pinares y caudalosos torrentes que descendan por la montaa. Ascendamos lentamente por el puerto de Cotos hasta llegar a Navacerrada. Desde all, la carretera se precipitaba hacia el valle. El coche se detuvo en el pueblo de Cercedilla. All estaba mi amigo Luis Quintanilla. Me cont que, en los primeros das del levantamiento, Cercedilla haba sido cercada por una compaa de doscientos guardias civiles. En situacin tan apurada, el comandante del distrito haba telefoneado al cuartel de la Montaa, donde se encontraba mi amigo Quintanilla. Este haba descubierto unos morteros en los stanos del cuartel. Orden a sus hombres que cargaran los morteros en unos cuantos taxis que empleaba para sus desplazamientos y sali a socorrer a la amenazada poblacin de Cercedilla. Al llegar cerca de la localidad, despleg su batalln de taxis por las carreteras de los alrededores y orden fuego a discrecin sobre las posiciones enemigas. En medio del denso arbolado que rodea el pueblo serrano, los guardias civiles atacantes debieron pensar que tenan un ejrcito entero ante ellos, ya que reciban fuego de todas las direcciones, y decidieron suspender el ataque y retirarse al otro lado de la sierra. Desde Cercedilla nos dirigimos a la cercana poblacin de Guadarrama, situada a muy poca distancia del Alto de los Leones, que estaba en manos de los rebeldes. Al acercarnos al pueblo podamos or muy claramente los disparos de las bateras rebeldes desde lo alto del puerto, contestadas por las bateras republicanas en las afueras de la poblacin. Nosotros estbamos en medio de aquel fuego cruzado. Al llegar a un puesto de guardia, depositamos all a Largo Caballero, porque, segn se nos dijo, su vida era demasiado valiosa (y la nuestra?), y nos internamos en el interior de la poblacin. Por primera vez desde que salimos de Madrid, dese estar de vuelta en mi habitacin del hotel Gran Va. Atravesbamos las calles inhspitas de un pueblo desierto y solo oamos el zumbido de los proyectiles que cruzaban sobre nuestras cabezas. En las pelculas, las balas nunca alcanzan al hroe, pero en la realidad cada proyectil parece que va destinado a acabar con la vida de uno. En realidad, los obuses del enemigo no iban dirigidos al pueblo, sino a posiciones republicanas que estaban mucho ms all, pero de cuando en cuando se les iba un poco la mano. Encontramos al general Riquelme, comandante en jefe de aquel sector, en un hermoso chal de color rosa. Aquella misma tarde un obs haba cado en los terrenos del chal y todo pareca indicar que los rebeldes saban dnde se hallaba el cuartel de operaciones. Yo tena ganas de perder de vista aquel lugar con la mayor rapidez, pero los oficiales insistieron en explicarnos con la ayuda de mapas la situacin de nuestras posiciones y las del enemigo. Los rebeldes, segn me contaron, se haban adueado del Alto de los Leones pocas horas despus del alzamiento, y desde esa posicin hostigaban a la vecina poblacin de Guadarrama, en la que nos encontrbamos. Parece ser que los rebeldes, para aduearse de tan importante posicin, haban llegado no solo desde Segovia, sino tambin desde Madrid. Esta historia ilustra perfectamente la confusin reinante en los momentos que siguieron al levantamiento. Parece ser que un coronel de infantera al mando de un regimiento en El Pardo quera sublevarse pero no se atreva. As que congreg a sus hombres y, despus de instarles a combatir por la Repblica hasta la muerte, los llev hacia la sierra. Uno de los soldados era el hijo de Largo Caballero y es fcil imaginarles camino de la sierra madrilea cantando canciones revolucionarias y levantando el puo cada vez que cruzaban por algn pueblo. Pero al llegar a la poblacin de Guadarrama, los camiones no se detuvieron, como era de esperar, sino que continuaron montaa arriba hasta llegar a las posiciones rebeldes del Alto de los Leones, donde el coronel entreg sus propios hombres a los insurgentes. Es de suponer el estupor y el desconsuelo de aquellos muchachos tan alevosamente engaados..., y la cara de satisfaccin del coronel, que haba capturado nada menos que a su propio regimiento! Tan importante haba sido el avance de los rebeldes en la zona de Guadarrama que todo el mundo esperaba que el pueblo cayera tambin en sus manos. Las fuerzas vivas de la localidad haban formado un comit para recibir a los militares como se merecan y se pasaban el da ensayando el saludo fascista. Segn me contaron all, las autoridades del pueblo mandaron al pregonero de la localidad que comunicara a los vecinos que deban permanecer en sus hogares porque las fuerzas militares estn a punto de entrar por la carretera de vila. Los elementos de izquierda que haba en Guadarrama se refugiaron en los bosques ms cercanos para esperar acontecimientos. Pero no ocurri absolutamente nada. En lugar de llegar camiones de vila, llegaron desde Madrid, pero cargados de milicianos y policas que ocuparon la poblacin. Lo primero que hicieron fue fusilar a las autoridades fascistas. En total murieron unas quince personas. La historia se repeta en todas partes. En cuestin de horas, a veces de minutos, una poblacin poda cambiar de manos, de manera que las vctimas se convertan de pronto en verdugos y los verdugos en vctimas. Hubo un intento por parte de los milicianos de apoderarse del Alto de los Leones. Algunos estuvieron muy cerca de conseguirlo, e incluso la radio en Madrid dio la noticia de que lo haban logrado. Pero aqu se repiti la misma historia del puerto de Somosierra. Los militares fascistas, desde su excelente posicin en la cima de la montaa, tenan a su merced a los inexpertos milicianos que trabajosamente suban por los repechos del puerto. Los rebeldes haban perseguido a los milicianos y se haban apoderado del sanatorio situado a media ladera. Por la tarde, subimos un trecho por la carretera que conduce al Alto. Podamos or disparos de armas de fuego en los bosques que nos rodeaban. Acompabamos al general Riquelme, que iba vestido con un mono de color caqui, pero llevaba el distintivo de su graduacin colgado del sombrero. Los bosques humeaban con las bombas incendiarias que lanzaban los rebeldes. Muchachas vestidas con el mono azul suban dificultosamente por la ladera del monte llevando cubos de agua, no s bien si para apagar las llamas o para refrescar a sus sudorosos camaradas. El fuego y el calor del verano convertan al monte en un infierno. Se acercaron unos milicianos a la carretera y habl con alguno de ellos. Uno era trabajador del metal, tena cuarenta y cinco aos, una mujer y dos hijos. Me dijo que no haba cogido un fusil en su vida. Luchaba para salvar la Repblica, para que no se convirtiera en una dictadura militar. Junto a l haba una chica alemana, refugiada comunista, pequea y delgadita, pero incansable trabajadora, segn me dijeron. Aquella misma maana haba formado parte de una patrulla de reconocimiento que se haba internado hasta ms all de las lneas enemigas. Junto a estos idealistas de la guerra haba tambin personas de todo tipo, como las prostitutas baratas que inevitablemente acompaaban a todo batalln de milicianos. Digo baratas porque las caras estaban del otro lado. Pero la mayora de las muchachas que se vean en el frente en aquellos das eran las novias, las hermanas o las amigas de los soldados, que haban ido al frente para cocinar y cuidar a los hombres. La criada de la casa en la que yo viva en Madrid desapareci durante dos semanas para ir al frente de Somosierra a cuidar de sus hermanos. Al cabo de quince das volvi y continu con el trabajo domstico como si nada hubiera pasado. La intendencia del ejrcito republicano no empez a funcionar hasta un mes despus de producirse el alzamiento. En medio de tanta improvisacin y confusin, yo me preguntaba qu impeda a los bien pertrechados militares rebeldes que ocupaban el Alto de los Leones descender de la montaa, tomar el pueblo e iniciar la marcha hacia Madrid. La nica explicacin es el herosmo de aquellas gentes sencillas que solo dos semanas antes estaban trabajando en una fbrica, o conduciendo un tranva o escribiendo cartas en alguna oficina y que ahora, de la noche a la maana, se encontraban en el frente empuando un fusil, sin experiencia alguna ni apenas oficiales que les dirigieran. Siempre me haba preguntado sobre el apoyo real que tena la Repblica entre la gente corriente, en la duda de que, llegado el caso, esa gente estuviera dispuesta a morir por ella. La respuesta a aquella pregunta estaba ante mis ojos. Otro factor que debe tenerse en cuenta era la superioridad de la aviacin republicana sobre la rebelde. Por cada avin rebelde haba cuatro o cinco republicanos. Cada maana los aviones republicanos bombardeaban la carretera y las posiciones rebeldes en el Alto de los Leones. Sin embargo, durante la noche los rebeldes tenan plena libertad de movimiento y podan desplazar columnas enteras sin ser molestados. A nuestro regreso a Madrid, recogimos a Largo Caballero en el puesto de mando donde lo habamos dejado. Al llegar a la estacin de Villalba le esperaba un batalln de centenares de voluntarios socialistas a los que pas revista. Era el recin formado batalln Largo Caballero. Este no presentaba una estampa precisamente marcial al pasar revista a las tropas que haban formado ante l, pero tampoco era cuestin de pedir peras al olmo a este sindicalista bajito y algo obeso. Mientras regresbamos a Madrid, sintonizamos en la radio del coche Radio Stuttgart. El locutor hablaba de Espaa, del avance incontenible del ejrcito de Franco, adjudicndole ciudades que estaban en poder republicano, alabando la nobleza del bando rebelde y denostando la barbarie de die bolshevisten! Cambiamos de emisora y buscamos una inglesa. Transmitan msica de baile desde el Radio City de Nueva York. Aquello me irrit an ms que la emisora alemana. Saba muy bien que la BBC retransmitira algo ms tarde un boletn de noticias sobre Espaa. Pero sera un boletn totalmente asptico, cuidando muy mucho de no herir, en cada uno de los partes que emitan, la fina sensibilidad de alemanes e italianos. Mientras los germanos estaban poniendo toda la carne en el asador, nosotros lo contemplbamos todo con la fra mirada del observador imparcial, como si aquello no fuera con nosotros. Pronto nos bamos a enterar de por dnde iban los tiros... Al llegar a Madrid, nos dirigimos directamente al hotel Gran Va. Al entrar en el comedor llevbamos un aura de hroes sobre nuestras cabezas. Nuestros colegas se arremolinaban alrededor sin dejar de preguntar: Ha habido una nueva ofensiva?, o Es peligroso el frente?. Nosotros sonreamos con suficiencia, quitndole importancia al asunto: Peligro? No, ninguno..., solo que al llegar a Guadarrama hay que apartarse de la lnea de tiro enemiga para que no te caiga un obs encima.... Y as, entre copa y copa, uno iba olvidndose de los hombres que haba dejado en las faldas del Guadarrama, tendidos sobre la pinaza del bosque con unos fusiles en las manos que no saban usar... Mi segunda expedicin al frente la hice con el periodista de United Press Jan Yindrich y un destacamento de la Cruz Roja. A Madrid haban llegado noticias de un ataque moro por la zona de Cebreros. Jan y yo decidimos salir a investigar lo que haba de verdad en todo ello. bamos en busca de la columna del coronel Mangada, que, segn el gobierno, se encontraba en el pueblecillo de Navalperal de Pinares, y segn la radio rebelde, haba sido expulsado de aquel lugar y se encontraba en plena huida. Naturalmente, no haba que fiarse de ninguna de las dos versiones, ya que las emisoras de unos y otros fantaseaban de lo lindo. No encontramos a Mangada, un general de unos sesenta aos cuya lealtad a la Repblica haba demostrado haca aos al enfrentarse al general Goded, por lo que fue encarcelado, como antes he sealado. No encontramos a Mangada, pero s a su lugarteniente. Este nos cont que Navalperal haba cado haca una semana o diez das aproximadamente. No haban encontrado resistencia al entrar en el pueblo porque la mayora de los rebeldes se haban marchado, pero s tuvieron que enfrentarse al cura, que les disparaba desde la torre de la iglesia. Desde entonces se haban producido dos ataques de los facciosos, que trataban de reconquistar el pueblo. En el segundo de estos ataques, los rebeldes haban empleado, efectivamente, tropas de infantera mora. No tena ningn prisionero para demostrrmelo, ya que los rebeldes haban huido en direccin a Villacastn, pero s poda ensearme los cuerpos de algunos moros que haban muerto en la refriega. Podamos ir con el destacamento de la Cruz Roja que se dispona a incinerarlos. La Columna Mangada se compona de unos quinientos o seiscientos voluntarios y varias compaas de soldados. Tenan unas cuantas ametralladoras y dos o tres piezas de artillera ligera. Algunos soldados llevaban musers, pero la mayora portaban rifles de poca prehistrica. Con tan escasos recursos, la Columna Mangada se haba plantado a las puertas de vila. Si no haba efectuado un asalto a la ciudad fue nicamente por falta de medios. Nos montamos con los chicos de la Cruz Roja en una ambulancia y nos fuimos en busca de los moros que estaban en tierra de nadie. Siempre me haba imaginado a los moros de apariencia ms bien insignificante, pero estos eran de enorme estatura. Los dos que vimos estaban medio desnudos y uno de ellos pareca haber contrado una enfermedad sexual. Los camilleros de la Cruz Roja haban vaciado una lata de gasolina sobre los cadveres y se disponan a prenderles fuego. Jan y yo nos retiramos a prudente distancia, pero los enfermeros insistan en que nos quedramos a presenciar la quema. Volvimos a Navalperal, donde me encontr con mi viejo amigo Santiago Delgado, a quien haba conocido en Madrid trabajando para una compaa inglesa. A pesar de su lamentable estado de salud, Delgado tambin se haba dejado arrastrar por el entusiasmo de aquellos das y haba decidido ir al frente, donde se ocupaba de la intendencia del ejrcito. En aquellos momentos estaba distribuyendo monos azules entre una compaa de guardias civiles leales a la Repblica y que, con evidente nostalgia, abandonaban sus tricornios y sus uniformes verdes. Pocas semanas ms tarde supe que Delgado haba muerto, agotado por un trabajo que ni su edad ni su salud le permitan ya realizar. Pocas horas despus Jan y yo estbamos sentados en un restaurante de El Escorial, disfrutando de un magnfico pollo asado. Hay que ver cmo se habita el cuerpo a los avatares de la guerra! All estbamos nosotros comiendo como si tal cosa, totalmente ajenos a otra carne asada que, pocas horas antes, haba perturbado nuestro delicado olfato. Pero nos sentamos satisfechos porque podamos demostrar que los moros estaban luchando en la meseta castellana, que aquello no era insidiosa propaganda bolchevique, como deca Radio Stuttgart. Aquellos moros suponan una irnica jugada de la Historia. La Espaa catlica y feudal haba tardado ocho siglos en deshacerse de sus invasores musulmanes, y ahora esa misma Espaa los traa de nuevo a la Pennsula como aliados en una supuesta cruzada cristiana. Al no contar con el apoyo popular, la Espaa feudal haba tenido que recurrir a sus enemigos ancestrales para poder conquistar su propio pas, doblegando as la voluntad de hombres y mujeres libres. Las tropas moras haban llegado de Marruecos a bordo de aviones Junker alemanes que estaban realizando un transporte masivo de soldados a travs del estrecho de Gibraltar. La operacin estuvo a cargo del coronel von Scheele, a quien Franco haba felicitado con estas significativas palabras: Enhorabuena, von Scheele. Si no llega a ser por usted.... En un mes, von Scheele y sus hombres transportaron catorce mil hombres desde Marruecos a la Pennsula, diez mil soldados moros y cuatro mil legionarios espaoles. Despus de la cada de Badajoz, el 14 de agosto, aquellas tropas moras se haban dirigido hacia el centro de la Pennsula y, unos das despus de que nosotros estuviramos all, atacaban y tomaban el pueblo de Peguerinos. Parece ser que las tropas moras estaban muy bien equipadas y que uno de cada seis hombres portaba un fusil automtico. El bloqueo del estrecho de Gibraltar por parte de la marina republicana haba obligado a Franco a recurrir a la Luftwaffe para el transporte de tropas por va area. Parece ser que uno de aquellos gigantescos aviones Junkers que Hitler haba enviado a Espaa aterriz en el aeropuerto de Madrid por equivocacin y tuvo que despegar a la desesperada al darse cuenta de su error. Lo mismo les haba ocurrido a dos aparatos italianos que tuvieron que repostar en un aeropuerto del Marruecos francs. Segn parece, pidieron ayuda y un aparato nacional les sobrevol y dej caer un paquete con uniformes de la Legin espaola. Las instrucciones que recibieron eran que deban disfrazarse de legionarios espaoles y presentarse ante las autoridades francesas alegando que pertenecan a un destacamento de la Legin espaola en Nador y que se haban quedado sin combustible. A estas farsas que, por supuesto, no engaaban a nadie haba que recurrir para mantener la ficcin de la no intervencin. Alemania ni siquiera se molestaba en disimular: cuando la aviacin republicana se diriga hacia Ceuta para bombardear el puerto donde se estaba desembarcando material de guerra para el ejrcito nacional, pudo comprobar que el temible acorazado Deutschland patrullaba las aguas de esa ciudad, haciendo as imposible la incursin area. Las pruebas de la intervencin de Alemania e Italia estaban a la vista del que las quisiera ver, pero las democracias europeas preferan apartar los ojos mientras la invasin llegaba hasta el corazn de Espaa. Y nosotros acabbamos de certificar la masiva presencia de tropa mora en el centro de la Pennsula. Quedaba claro lo dicho anteriormente, que, despus de la toma de Badajoz el 14 de agosto, una divisin de soldados marroques alrededor de mil quinientos hombres se haba dirigido hacia el centro de la pennsula y atacado diversos pueblos en la sierra de Guadarrama. Luis Quintanilla me cont que una avanzadilla de tropas moras haba tomado por sorpresa el pueblo de Guadarrama. Quintanilla lleg poco tiempo despus con refuerzos de las milicias socialistas, que lucharon casa por casa y empujaron a los moros fuera del pueblo. Me contaba Quintanilla que en una de las casas haba visto a una nia de catorce aos que acababa de ser violada por los moros y a una pareja de ancianos que yacan en la cama con sendas balas en las cabezas. Tambin haba visto a los milicianos ejecutar a los prisioneros moros que haban tomado. Aquellas escenas de muerte y violacin en el pueblo de Guadarrama daran la vuelta al mundo, ya que Quintanilla las plasm en unos dibujos al carboncillo que se expusieron en Nueva York y las fotos de sus dibujos fueron ampliamente difundidas. XV Franco se acerca
EL 9 de septiembre se reuna por
primera vez en Londres el Comit de Supervisin del Tratado de No Intervencin formado por representantes de veintisis pases. Aunque entonces no lo sospechramos, ese tratado de infausta memoria habra de sellar la suerte de aquella guerra. Lo que entonces pareca una noticia alentadora acabara siendo la peor de las noticias para la Repblica. Las informaciones que llegaban de la guerra tampoco inducan al optimismo. Irn caa en manos de Franco ante la pasividad de las autoridades francesas. Resulta que la Repblica haba mandado camiones de municiones desde Barcelona a travs del sur de Francia para reforzar la guarnicin de Irn. Pero el Frente Popular francs, que en principio haba autorizado aquella expedicin, se retract y neg el permiso para que los camiones cruzaran de nuevo la frontera en Irn y as cay esta poblacin, cuando las municiones para su defensa se encontraban paralizadas a escasos kilmetros de distancia. Ocurra que los sindicatos franceses estaban empeados en una lucha aparentemente ms importante que la que tena lugar en Espaa: la lucha por la semana de cuarenta horas! Huelgas, manifestaciones, todo les pareca poco a los trabajadores franceses para conseguir su objetivo... Cmo podan molestarse en apoyar a sus camaradas espaoles cuando luchaban por tan excelsa causa? Qu importancia podan tener las masacres de obreros en Espaa cuando su propio horario laboral estaba en juego? Y lo mismo podramos decir de los sindicatos britnicos. El 11 de septiembre el Consejo de los Sindicatos realiz una consulta por correo a sus afiliados: ms de tres millones de trabajadores britnicos votaron en contra de la intervencin en Espaa y solo unos cincuenta mil a favor. Exactamente lo mismo ocurri en el Congreso del Partido Socialista que se reuni en Edimburgo el 5 de octubre. A pesar del vibrante discurso de la escritora y militante socialista Isabel de Palencia, la mocin a favor de la intervencin en la guerra de Espaa fue ampliamente derrotada. El frente de Aragn resista, pero poca ayuda se poda esperar de Catalua mientras los anarquistas mantuvieran su hegemona en esta tierra. Catalua estaba ms atenta a la revolucin que a la guerra y bastante haca con mantener una lnea de frente relativamente estable en Aragn. El colapso de Extremadura haba permitido un avance, que ya pareca imparable, del ejrcito nacional en direccin a Madrid. Efectivamente, las tropas del general Yage, despus de la sangrienta conquista de Badajoz, a la que antes nos hemos referido, continuaban su incontenible avance hacia Madrid. Contaba Yage con cincuenta o sesenta mil combatientes del Tercio y Regulares, todos procedentes de Marruecos y con un excelente equipo, disciplina y preparacin. Contaban adems con tanques y tanquetas y, sobre todo, con la recin llegada aviacin alemana. El 13 de agosto, Frank Kuklohn daba cuenta ya en su crnica del New York Times de que veinte aviones bombarderos Junker, acompaados de varios cazas, haban aterrizado en Sevilla para unirse a las tropas fascistas. Desde entonces, esta fuerza area se haba visto incrementada con varios aparatos ms. Esa era la potente maquinaria de guerra que ascenda por el valle del Tajo, sin que la Repblica pudiera oponer resistencia alguna. El 5 de septiembre se haban apoderado de Talavera de la Reina. Ningn obstculo serio les separaba ya de Madrid. El gobierno enviaba columnas de sindicalistas que podran haber hostigado a unidades ms pequeas, pero que nada podan hacer ante aquel ejrcito disciplinado que apenas detena su avance cuando los avistaba en el horizonte. Los cambios polticos que se produjeron en Madrid aquel 5 de septiembre parecan llegar tambin demasiado tarde. Largo Caballero, pragmtico y eficaz, se pona al frente del gobierno para sustituir al dbil Jos Giral. lvarez del Vayo, con su amplia experiencia como corresponsal en muchas ciudades europeas, se pona al frente de Asuntos Exteriores, sustituyendo al incompetente Augusto Barcia. Los socialistas haban puesto todas sus esperanzas en Indalecio Prieto, gran gestor que podra ayudar a rearmar al Ejrcito republicano como ministro de Aviacin y Marina. El doctor Negrn, cercano a los comunistas, se incorporaba al gabinete como ministro de Finanzas, y dos miembros del Partido Comunista, Hernndez en Educacin y Uribe en Agricultura, entraban en el Gobierno. Ya s que muchos de mis colegas le llamaron el gabinete rojo, y quiz tuvieran razn... Pero no me cabe la menor duda de que, por primera vez en mucho tiempo, la Repblica tena a su frente un gobierno digno de tal nombre, dispuesto a aceptar la responsabilidad histrica de aquel momento. Lstima que llegara al poder con tantos meses de retraso... Quiz sus integrantes fueran capaces de enfrentarse al caos que en aquellos das reinaba en Madrid. Cientos de personas eran ejecutadas en la capital de Espaa sin haber sido sometidas a un juicio previo. Comits socialistas, comunistas o anarquistas se haban erigido en amos y dueos de aquel caos: confeccionaban listas negras de personas que deban ser arrestadas, las sometan a juicio secreto y sumarsimo y, si el veredicto era de culpabilidad, las ejecutaban en las afueras de la ciudad. La Pradera de San Isidro, a orillas del Manzanares, y la Ciudad Universitaria aparecan cada maana llenas de cuerpos de personas asesinadas la noche anterior. Y lo peor es que muchas de estas muertes obedecan a ajustes de cuentas de tipo personal, que nada tenan que ver con razones polticas. Conoc uno de estos tribunales populares que tena su sede en el Crculo de Bellas Artes de la calle de Alcal. Me hice amigo de su presidente, un hombre con barba cuyo nombre no recuerdo, pero no se me permiti asistir a ningn juicio. Me consta que tanto el gobierno Giral como el de Largo Caballero hicieron lo que pudieron para controlar a aquellos elementos que actuaban en nombre de partidos polticos o simplemente en nombre propio, pero poco pudieron hacer hasta que el propio gobierno dispuso de armas de fuego. La primera partida de armas lleg de Rusia a finales de octubre, y solo entonces pudo el gobierno comenzar a imponer su autoridad. Naturalmente, aquel bao de sangre que se estaba produciendo en Madrid en el verano de 1936 tena mucho que ver con lo que estaba sucediendo en el otro bando. Nos llegaban incesantes rumores de matanzas perpetradas por las tropas de Franco, y muchos de esos rumores, con el paso de los das, acababan por confirmarse. La matanza de Badajoz, donde fueron asesinadas ms de mil doscientas personas despus de conquistada la ciudad, haba sido confirmada por el periodista Mario Neves desde Portugal. La matanza en un bando pareca alimentar a la del bando contrario, como la que ocurri en la Crcel Modelo de Madrid el 9 de agosto, cuando, a raz de un incendio provocado en una de las alas de la crcel, se procedi a sacar a varias decenas de presos al patio y a la ejecucin sin juicio previo. La muerte de personalidades como Martnez de Velasco o Melquades lvarez, que haban jugado un papel relevante en la Repblica antes de la guerra, hizo mucho dao a la causa republicana. A veces las matanzas indiscriminadas las producan los propios milicianos al regresar a Madrid desde el frente. En este, aquellos hombres sin apenas instruccin militar se enfrentaban a tropas profesionales y sufran tales estragos que al llegar a la capital decidan tomarse la justicia por su mano y organizaban autnticas caceras de personas que consideraban fascistas. Todava hoy, cuando escribo estas lneas, cuatro meses despus del final de la guerra, no he podido obtener cifras aproximadas de las personas asesinadas en Madrid en aquellos primeros meses del conflicto. Las autoridades franquistas las han calculado en unas cien mil. Sospecho que esta cifra es muy exagerada. Cada da llevaban al depsito de cadveres de Madrid entre treinta y cien cuerpos. Si pensamos que un promedio de cincuenta personas fueron asesinadas en Madrid entre julio de 1936 y enero de 1937, los asesinatos en los primeros meses de guerra rondaran la cifra de diez mil solamente en la capital de Espaa, lo cual ya me parece una autntica barbaridad. Debo sealar aqu que en mis interminables caminatas por Madrid en aquellos das jams vi un cuerpo en la calle. Cada da caminaba tres kilmetros desde el edificio de Telefnica hasta mi casa y en muchas ocasiones me diriga hacia la lnea del frente, pero apenas haba constancia de personas asesinadas en la calle. Los cadveres aparecan cada maana, como ya he dicho, en dos lugares muy localizados: la Pradera de San Isidro y la Casa de Campo, pero en ningn momento tuve la sensacin de que hubiera matanzas indiscriminadas o de que reinara el terror en la ciudad, como despus se ha afirmado... Si es imposible establecer una contabilidad de personas asesinadas en la Repblica, ocurre lo mismo en el territorio controlado por Franco. Parece ser que cuarenta diputados fueron asesinados en la Repblica y cuarenta en la Espaa de Franco; ahora bien, no tengo idea de si esa paridad expresa algn equilibrio en lo relativo a la muerte de civiles en ambos bandos. Parece ser que la represin en Andaluca por parte del general Queipo de Llano fue particularmente sangrienta. En Granada fue asesinado Federico Garca Lorca, y sus amigos insisten en que muri a manos de la Guardia Civil, en represalia por aquel poema que les dedic en su Romancero Gitano. Y la pregunta que nos hacamos aquellos das en Madrid era por qu el gobierno no paraba aquella masacre. La respuesta a esta pregunta es que haba sido el propio gobierno el que haba armado al pueblo en los primeros das de la guerra. Aquellas armas, que haban servido para sofocar la rebelin fascista con la toma del cuartel de la Montaa, servan ahora para estos asesinatos y matanzas indiscriminadas. No hay que olvidar que Madrid estaba prcticamente sin fuerza policial alguna. Las fuerzas de asalto o de la Guardia Civil que haban permanecido leales a la Repblica estaban en el frente del Guadarrama, luchando contra los rebeldes. Y otro dato que debe tenerse en cuenta es la existencia de la llamada quinta columna de Madrid, es decir, la parte de la poblacin que apoyaba a los fascistas. Se calculaba que un diez por ciento de la poblacin de Madrid estaba a favor del golpe de Franco, lo que supone unas cien mil personas sobre una poblacin de un milln. Los tribunales populares respondan a la necesidad de controlar a aquellas personas enemigas de la Repblica, por ms que en muchas ocasiones se excedieran en sus funciones. Supongo que la nica solucin justa hubiera sido internar a todos aquellos facciosos en grandes campos de concentracin, pero eso entonces resultaba imposible. La situacin internacional tampoco ayudaba a que aquella dramtica situacin se resolviera. Desde primeros de agosto, Francia y Gran Bretaa haban acordado no enviar armas a Espaa, de manera que un gobierno legtimamente constituido como era el de la Repblica espaola no solamente no reciba armas, sino que ni siquiera poda comprarlas. Aquello pareca un slvese quien pueda de las democracias europeas, dispuestas a suspender los principios mismos del derecho internacional con tal de no enfrentarse a las potencias del Eje. Los gobiernos de Alemania e Italia seguramente no daban crdito a sus ojos al ver cmo las democracias occidentales les allanaban el terreno. Espaa primero y despus Austria, Checoslovaquia y Rumania eran las piezas del domin que iban derrumbndose hasta que la propia Francia quedara ya como una democracia aislada dentro de una Europa fascista. Quiz ni hiciera falta atacar a Francia, quiz sera ya para entonces la ltima pieza que caera del rbol como fruta madura. Mientras tanto, haba que contemporizar con ingleses y franceses, asegurar que ellos estaban comprometidos en una cruzada contra el comunismo, insistir en que los intereses de las potencias coloniales seran salvaguardados, etctera. Daba igual. Mi propio pas haba entrado en estado de coma profundo y nada ni nadie pareca interesado en despertarlo. XVI Toledo
DE todas las ciudades espaolas,
Toledo es mi favorita, tal vez porque toda ella guarda una perfecta armona encaramada en la pequea colina que rodea el ro Tajo. Tan poco espacio tenan sus constructores que tuvieron que apiar casas y calles en el reducido espacio de la colina, de manera que ya no hubo sitio para adiciones y excrecencias ms modernas. Algunos prefieren Sevilla, que es en Espaa la ciudad espaciosa por excelencia. Yo pongo por delante el recogimiento fsico de Toledo, quiz porque nos habla de otro recogimiento, el del alma. He estado tantas veces en Toledo, he pasado tantos das felices all, que no puedo resistir la tentacin de recordar algunos. Recuerdo ese Viernes Santo de 1930 en que las imgenes religiosas y los penitentes de la procesin desfilaban entre los apuestos cadetes de la Academia Militar y los bizarros oficiales de la Guardia Civil en uniforme de gala. Recuerdo aquel otro da de 1932 en la que el cardenal Gom se converta en el nuevo primado de Espaa tras la cada de su antecesor, el fantico cardenal Segura. En el squito del cardenal haba un sacerdote con el que estuve conversando: Es un buen hombre me dijo en voz baja, lstima que sea cataln!. Recuerdo finalmente aquella fra tarde del mes de enero en la que, despus de comer perdices en la Venta del Aire, recorr la ciudad de la mano de una amiga de Newcastle. Paseando por las fras calles nos encontramos frente a la catedral y decidimos subir a la torre. Desde all, junto a las campanas, pudimos contemplar una prodigiosa puesta de sol invernal en la que los fros tonos grises del cielo se fundan y confundan con la pizarra de los tejados y la plateada piedra de los muros de la ciudad. Y recuerdo tambin la botella de ans que nos bebimos en el autobs de regreso a Madrid para quitarnos el fro que se nos haba metido en el cuerpo. Toda esa Espaa que yo atesoraba en el recuerdo haba desaparecido de un plumazo. Ahora volva a Toledo, pero era para enfrentarme a la tragedia de una ciudad dividida, en lucha consigo misma. Los militares que se haban encerrado en el Alczar en los das que siguieron al 18 de julio continuaban defendindose en el histrico palacio. La verdad es que yo no senta ninguna especial devocin por aquel edificio destruido y reconstruido varias veces en su historia. La ltima reconstruccin se hizo en el ao 1887 y el arquitecto emple por primera vez hormign armado para sostener algunas de las bvedas. Solo as se explica que el edificio permanezca an en pie despus de haber recibido el impacto de nueve mil obuses, quinientas bombas que dejaron caer los aviones y media docena de minas con las que se pretendi dinamitar el edificio desde sus cimientos. Fui a Toledo en los primeros das del mes de agosto, cuando los rebeldes controlaban todava la carretera de entrada a la ciudad con un nido de ametralladoras. Para entrar en Toledo tenamos que dar un rodeo por la plaza de toros. A pesar del peligro, las calles estaban llenas de una multitud inquieta, milicianos con grandes sombreros de paja a lo Sancho Panza (eran los campesinos), anarquistas con los pauelos rojos y negros, soldados... El nerviosismo de la multitud era explicable porque en el recinto del Alczar haba ms de un millar de hombres bien armados que, en cualquier momento podan efectuar una salida e irrumpir en la ciudad. Los atacantes se convertan en atacados. Lo sorprendente en esos primeros das del asedio no era que el Alczar no hubiera cado en manos republicanas, sino todo lo contrario, que los militares del Alczar no se hubieran hecho con la ciudad de Toledo. La defensa del Alczar se ha convertido ya en leyenda y, como en toda leyenda, hay aspectos que no se corresponden con la realidad. En contra de lo que se ha dicho, apenas haba cadetes defendiendo el Alczar porque la mayora de los cadetes de la Academia Militar estaban de vacaciones el 18 de julio. La mayor parte de los defensores del Alczar pertenecan a la Guardia Civil y haban acudido de todos los puntos de la provincia de Toledo, llamados por el gobernador, porque tenan, segn dijo, que defender la Repblica. Cuando estuvieron todos reunidos en la capital de la provincia se encerraron en el edificio junto con el propio gobernador civil, algunos soldados y elementos fascistas. En ningn momento trataron de apoderarse de la ciudad. Antes de encerrarse se llevaron prisioneras a algunas mujeres pertenecientes a organizaciones de izquierda. Haba un total de quinientas setenta mujeres y nios en el Alczar. Resulta difcil de entender cmo una ciudad dominada por los militares y los curas era tan abiertamente hostil al alzamiento del 18 de julio, pero evidentemente ese era el caso. El coronel Moscard, que estaba al mando del Alczar, no tuvo otra opcin que replegarse en su interior y el 22 de julio comenzaba su defensa. Habl con el gobernador civil y me asegur que todos los tesoros artsticos de la ciudad haban sido protegidos y estaban bajo custodia. Me habl de algunos fusilamientos de fascistas que se haban producido junto a la sinagoga del Trnsito, pero evidentemente la atencin de la poblacin se centraba en el Alczar, constantemente hostigado por los milicianos que lo rodeaban. Fui a Toledo una y otra vez, atrado y a la vez horrorizado por aquella singular situacin, pensando incluso en el infierno que deban de soportar los que estaban dentro del Alczar, constante e implacablemente bombardeado. En una ocasin, me encontraba en la plaza del Zocodover cuando vimos llegar los aviones. Yo puse pies en polvorosa, sabiendo que la aviacin republicana era muy capaz de errar el tiro. Y efectivamente, la primera bomba cay muy cerca de la plaza y mat a dos milicianos y mand a mi colega Yindrich escaleras abajo en el edificio donde se encontraba. Desde el lugar donde yo me hallaba poda ver perfectamente las bombas que caan de los aeroplanos. Eran de aluminio y refulgan a la luz del sol. Ver caer una bomba es una sensacin espantosa porque siempre da la impresin de que van derechas a por ti, aunque sepas muy bien que caern quinientos metros ms adelante. En otra ocasin llegu a Toledo procedente del frente de Talavera, donde las cosas no marchaban bien para la Repblica. All habamos estado con el general Asensio, alto, elegante, bien vestido, no uno de esos oficiales que se ponen el mono azul. El enemigo avanzaba hacia la capital de la nacin y Asensio defenda la carretera de Talavera a Madrid. Haba preparado una maniobra para envolver al ejrcito atacante en cuanto llegara a Talavera. Asensio pareca olvidarse de que delante de l tena un ejrcito entrenado y bien disciplinado, que difcilmente caera en la trampa que le quera tender. En su cuartel de Santa Olalla, Asensio me pareca un cnico que haba decidido poner al mal tiempo buena cara. Pero tal vez me equivocara y creyera ingenuamente que con sus escasas e inexpertas tropas poda desbordar a enemigo tan poderoso. No lo s. Asensio nos prest su vehculo para que inspeccionramos el frente. Camino de la lnea de frente nos encontramos con un grupo de milicianos que iban en direccin contraria a la nuestra. Adnde vais?, les preguntamos. Hemos perdido contacto con las otras compaas y vamos a ver si las encontramos, nos contestaron. Mentan y saban que lo sabamos. Estaban tan cansados y hambrientos que no les importaba. En el frente nos encontramos con una compaa de guardias de asalto. Los aviones pasaban rozando por encima de nuestras cabezas. Dos cazabombarderos en llamas caan a poca distancia de donde nos encontrbamos. Al regresar al cuartel general nos informaron de que haban apresado a uno de los pilotos y que era italiano. Se llamaba Vicenzo Patriarca, haba participado en la guerra de Abisinia y haba venido a Espaa con otros oficiales italianos, haciendo escala en el norte de Africa. Era el primer piloto italiano apresado por la Repblica. Fue enviado directamente a Madrid y todos los medios de comunicacin se hicieron eco de la noticia. Pero nada iba a hacer mella en la voluntad de los gobiernos democrticos que saban muy bien lo que ocurra en Espaa, pero que haban decidido lavarse las manos como Poncio Pilatos. Desde Talavera nos dirigimos a Toledo. Era el domingo 16 de septiembre, una fecha importante en el asedio del Alczar. El embajador de Chile en Espaa, don Aurelio Morgado, se haba presentado ante los viejos muros y, con un altavoz en la mano, haba pedido una tregua a los defensores para poder evacuar a las mujeres y a los nios. Morgado era el portavoz del cuerpo diplomtico con representacin en Espaa. Su oferta no obtuvo respuesta. Unos das antes, el coronel Vicente Rojo, del ejrcito republicano, entr en el Alczar para hacer la misma oferta. Moscard no permiti la evacuacin de las mujeres y solo pidi un sacerdote para que diera la comunin, que le fue concedido. La Repblica se dispona a poner en prctica el ltimo recurso que le restaba para conseguir la rendicin del Alczar. Los mineros asturianos haban excavado la pared occidental del edificio y se disponan a dinamitarla. Pero el capitn Barcel, que estaba al cargo de la operacin, no actu correctamente. Orden a toda la poblacin civil y militar que abandonaran la ciudad mientras se efectuaba la explosin. La carga de dinamita abri un gran boquete en el muro, pero los milicianos tardaron al menos veinte minutos en regresar a sus puestos y cuando lo hicieron se encontraron con que la brecha estaba bien cubierta por los defensores. Otro error fue encomendar el asalto a una banda de jovencitos que se encuadraban en el batalln La Pasionaria. Sin duda, esta misin debi realizarla la Guardia de Asalto que se encontraba acuartelada en el hotel Castilla. Creo que, de todas mis experiencias en la guerra, nada me deprimi tanto como Toledo. Por un lado, me exasperaba la impotencia de los atacantes y, por otro, me horrorizaba pensar lo que estaran pasando los que estaban dentro, sobre los que a diario caan docenas de bombas. Naturalmente, todo poda haber concluido en pocas horas si el gobierno se hubiera decidido a usar gases lacrimgenos. Era la nica forma rpida y efectiva de desalojar un gran edificio. Supongo que el gobierno no quiso hacer uso de los gases para no sentar un precedente de imprevisibles consecuencias en aquella guerra. La ltima vez que fui a Toledo fue el sbado 26 de septiembre. Los rebeldes se haban apoderado de Maqueda y su castillo, en la interseccin de la carretera de Talavera a Madrid. En Torrijos, entre Maqueda y Toledo, un oficial republicano se haba apoderado de un vehculo y haba ordenado al chfer a punta de pistola que se dirigiera hacia el territorio rebelde. Sus propios soldados le haban matado a tiros. Episodios como este se repetan entre los oficiales republicanos. El gobierno nunca poda estar absolutamente seguro de su lealtad. Al recorrer las calles de Toledo por ltima vez me di cuenta de que era una ciudad perdida. Los aviones republicanos mantenan an un ltimo y desesperado enfrentamiento con los aparatos de Franco, que ya invadan el cielo. Junto al Alczar, la Guardia de Asalto segua intercambiando disparos con los defensores, pero sin poner el corazn en el asunto. A pocos kilmetros de la ciudad, en las montaas que rodean su flanco oeste, la lucha se haba intensificado y el avance de los rebeldes era imparable. Pocas horas despus, el da 28 de septiembre, todo haba concluido. Los rebeldes haban roto la lnea gubernamental y entraban en la ciudad por veinte sitios distintos. Muchos jvenes milicianos murieron tratando de defender una ciudad que ya no tena defensa. El gobierno se olvid de dar la orden de retirada cuando an era posible. Cuando yo sal de la ciudad, el sbado 26 de septiembre, debi procederse a la evacuacin de la poblacin civil y militar. Eso habra evitado la prdida de muchas vidas. La misma imprevisin se cometi con las obras de arte que el gobernador civil me haba asegurado estaban tan bien custodiadas. Lo cierto era que una importante partida de cuadros de El Greco se haba quedado atrs y que las personas a su cargo hubieron de ponerse a salvo pasando en barca de una a otra orilla del Tajo, cuando los rebeldes entraban ya por la Puerta de Bisagra. La orden de expedicin de aquellos grecos estara perdida en algn despacho gubernamental. Los defensores del Alczar sufrieron ciento cuarenta bajas, una cifra realmente insignificante si se tiene en cuenta las toneladas de bombas que los republicanos dejaron caer sobre ellos. No cabe duda de que se hicieron acreedores a la leyenda que se ha forjado en torno a ellos, ya que demostraron que su valor estaba realmente a prueba de bombas. XVII La Telefnica
EL moderno edificio de la Telefnica de
Madrid es una construccin muy curiosa. Inspirada, sin duda, en los grandes rascacielos neoyorquinos, el arquitecto decidi rematar la construccin con una suerte de torre almenada, de manera que, contemplado desde cierta distancia, su imponente mole ms bien parece la de un castillo que sobresale de la planicie gris urbana. Todos los corresponsales de prensa pasamos muchas horas en el interior de este imponente edificio. Desde la quinta planta telefonebamos las crnicas a Londres que anteriormente haban pasado por la censura. A medida que el frente se acercaba a Madrid, pasbamos ms y ms horas en este edificio hasta que lleg el da en que podamos observar los movimientos de tropas rebeldes desde su terraza. Era como ser corresponsal de guerra desde tu propia butaca! As se convirti la Telefnica en el centro del Madrid sitiado, en el punto de mira hacia el que apuntaban los caones de los rebeldes. Aquel edificio levantado por la tecnologa americana durante la poca de Primo de Rivera, apadrinado por la International Telegraph and Telephone Corporation, tena, sin embargo, un corazn muy espaol. He aqu, me deca a m mismo al contemplar la Telefnica, un edificio con toda la eficiencia americana, pero con un corazn espaol, que sabe vibrar ante la tragedia de este pueblo, que pone su sofisticada tecnologa al servicio de un pueblo en lucha. Supongo que soy hijo de mi tiempo. Debo confesar que me gustan los trenes ms modernos y sofisticados, los hoteles cmodos y eficientes, los coches americanos de ltima moda, parqu en el suelo de las casas... Pero quiero que todos estos inventos nos lleven hacia un mundo verdaderamente feliz y no al horror de ese mundo feliz que vaticina Aldous Huxley en su novela... Ese mundo moderno estaba all ante mis ojos, en el edificio de la Telefnica: me encantaba subir y bajar en esos ascensores que no hacan ruido y se desplazaban a gran velocidad, contemplar la automatizacin de aquellas mquinas que daban servicio a los cincuenta mil telfonos automticos que haba entonces en Madrid, hablar con Londres a las cinco de la madrugada porque el servicio no se detena... Y es que la Telefnica continuaba funcionando normalmente. Un comit de trabajadores se haba hecho cargo de la direccin, pero la casa segua funcionando a su ritmo habitual y prestaba servicio las veinticuatro horas del da, atendida por guapsimas madrileas modosamente vestidas de negro con blusas de cuello blanco almidonado. Desde que comenz la guerra no se haba producido ninguna reivindicacin por parte de los trabajadores de la empresa, que podan muy bien haberse aprovechado de las circunstancias para forzar una mejora de su situacin laboral. Aquellas muchachas vestidas de negro seguan acudiendo a sus puestos de trabajo como si nada sucediera en el exterior para que la voz de Madrid se dejara or en el mundo entero. No se me olvidar nunca la tarde del 6 de noviembre de 1936, cuando la primera bomba de Franco cay sobre el edificio. Los rebeldes haban instalado sus bateras en la Casa de Campo, de manera que toda la Gran Va quedaba dentro de su radio de accin. Cuando omos el estampido de la bomba contra las paredes del edificio, los corresponsales de prensa que nos hallbamos en la quinta planta nos dirigimos apresuradamente al stano. Pero no lo hicimos por la escalera, sino que una de esas muchachas uniformadas de negro nos llev en el ascensor. Mientras buscbamos refugio en las profundidades, el servicio de ascensor continuaba funcionando con normalidad. Cuando hice acopio del valor suficiente como para regresar a mi puesto de trabajo en la quinta planta, la telefonista me dijo que me haba estado buscando por todas partes: Pero dnde demonios se haba metido usted? Tiene comunicacin con Londres desde hace diez minutos y usted sin aparecer!. Avergonzado, casi reptando, me dirig hacia la cabina telefnica. El censor, observando que mi estado de nervios estaba algo alterado, permiti que retransmitiera mi crnica a Londres sin pasar por la censura previa, aunque l, naturalmente, se mantuvo a la escucha. Una bomba haba daado la cuarta planta del edificio de la Telefnica en Madrid, pero el ritmo de trabajo de la plantilla no se haba alterado ni por un instante, y, desde la encargada del ascensor hasta los que dirigan la censura, nadie haba abandonado su puesto de trabajo... Esa fue la crnica que envi a Londres ese da este agitado corresponsal de prensa. Lo que ocurra en el edificio de la Telefnica no era la excepcin, sino justamente la norma de lo que estaba sucediendo en todos los rincones de la capital de Espaa. Esa es la razn por la que Madrid no cay con la misma facilidad con la que haba cado Toledo unas semanas antes. Las otras razones no me sirven. Hay quien dice que la llegada de las Brigadas Internacionales a la capital de Espaa fue el elemento decisivo en la defensa de Madrid. El 8 de noviembre llegaban a Madrid mil quinientos hombres de la XI Brigada. Pero estos hombres, por muy bien pertrechados que estuvieran, poco podan aadir a los ochenta mil que se aprestaban a defender su ciudad. Adems, las Brigadas Internacionales no estaban defendiendo los puentes de Toledo y Segovia, que fueron los puntos por donde Franco inici su ataque a la ciudad. A mi manera de ver, la suerte de la ciudad se decidi entre los das 7 y 11 de noviembre, demasiado pronto para que las recin llegadas Brigadas Internacionales tuvieran una influencia decisiva. Lo cual no quiere decir que, en los das que siguieron, no jugaran un papel importante en el frente de la Ciudad Universitaria, impidiendo que las tropas de Franco penetraran en la capital por la zona de Cuatro Caminos. Tambin se ha dicho que si Franco no hubiera permitido al general Yage desviarse de su camino para rescatar a los defensores del Alczar de Toledo, habra conseguido tomar la capital de Espaa por sorpresa. Pero lo que Franco tena delante de sus ojos no era una ciudad indecisa, donde poda influir el factor sorpresa, sino una ciudad abiertamente hostil. Y esto lo pudo comprobar el sbado 7 de noviembre cuando inici su ataque sobre la capital de Espaa. Contaba con quince mil hombres, segn sus propios clculos, o con sesenta mil, segn fuentes gubernamentales. Yo no puedo precisar el nmero exacto. Madrid pareca entregado esa maana de noviembre. El gobierno acababa de abandonar la ciudad. El jefe de polica tambin se haba marchado. La censura en la Telefnica se haba relajado tanto que podamos mandar lo que quisiramos. Las calles aparecan desiertas... No eran todas esas circunstancias las ms favorables para que la famosa quinta columna apareciera y abriera a Franco las puertas de la capital de Espaa? Franco haba pasado las seis semanas transcurridas desde la cada de Toledo el 27 de septiembre reorganizando su ejrcito, preparndose para lo que l crea que sera el ataque final. Haba recibido tanques italianos con sus correspondientes tripulaciones. Los alemanes le haban enviado artillera ligera. Miles de combatientes moros haban acudido a reemplazar las bajas que haban tenido. El punto dbil del ejrcito rebelde, la aviacin, haba sido reforzado por unos cincuenta o sesenta bombarderos enviados desde Alemania. Por el contrario, la aviacin republicana acababa de perder su ltimo cazabombardero: Nuestro ltimo caza va a despegar maana por la maana, le haba dicho el coronel Hidalgo de Cisneros a un colega mo una noche del mes de octubre. La esperanza de Cisneros estaba puesta en Rusia, que haba decidido cumplir el Pacto de No Intervencin con la misma escrupulosidad con que lo estaban haciendo Alemania e Italia. Rusia haba prometido el envo de aviones y tanques que comenzaron a llegar a Espaa en el mes de octubre. Con los primeros tanques rusos intent el gobierno proteger el flanco sur de la capital, atacando a las tropas de Franco en la localidad de Sesea, cerca de Aranjuez, pero fueron barridos por los tanques italianos, bien apoyados por las tropas de infantera rebeldes, de manera que Franco se haba plantado a las puertas de Madrid sin encontrar apenas resistencia. La capital apenas si haba tenido tiempo de improvisar una mnima defensa. En el mes de agosto, un grupo de arquitectos madrileos haba elaborado un plan para la defensa de Madrid. El gabinete Giral lo haba rechazado, argumentando que las obras para la defensa de la capital desmoralizaran a la poblacin madrilea.... Al contrario, el gobierno haba proseguido con las obras de expansin del metro madrileo, con la instalacin de los rales para una nueva lnea de tranvas en la calle del Prncipe Po. Los nicos trabajos en las llamadas lneas de defensa de Madrid haban sido realizados por voluntarios de la poblacin civil que acudan a centenares los domingos por la maana para parapetar y excavar trincheras. La poblacin de Madrid, en buena lgica, debera haber estado totalmente desmoralizada cuando Franco lleg a sus puertas el 7 de noviembre de 1936. Hasta el presidente Azaa haba abandonado la capital unos das antes para dirigirse a Barcelona. El comunicado de prensa emitido por su gabinete, en el que se deca que el presidente se ha dirigido a Barcelona para continuar sus visitas al frente..., tampoco aclaraba demasiado las cosas. Daba la impresin de que haba puesto pies en polvorosa sin importarle mucho hacia dnde se diriga. El gobierno abandon la ciudad el da anterior al de la llegada de Franco. Haba dado entrada a cuatro nuevos ministros, todos ellos anarquistas, Federica Montseny, Juan Peir, Juan Lpez y Juan Garca Oliver, para incluir a la Federacin Anarquista Ibrica (FAI) y a la organizacin sindical anarquista CNT en el gobierno del Frente Popular. Antes de partir, Largo Caballero haba encomendado al general Miaja la defensa de Madrid. Este y el general Pozas haban recibido dos sobres sellados con las ltimas instrucciones. En estas instrucciones, el gobierno instaba a los dos generales a defender la ciudad, pero, caso de no poder hacerlo, les ordenaba un repliegue de tropas hacia Tarancn, en direccin a Valencia. Estaba claro que ni el propio gobierno tena fe en la salvacin de Madrid. La capital tuvo que salvarse a s misma. En la maana del domingo 8 de noviembre fui al puente de Toledo para ver la situacin. Los obuses silbaban por encima de la cabeza, sin saber muy bien de dnde venan y adonde iban. Supongo que procedan de algn punto de la Ciudad Universitaria y se dirigan contra las avanzadillas de Franco que se acercaban al ro. Aquella maana, los titulares de los peridicos de todo el mundo describiran las ltimas horas de Madrid. La noche anterior haba llamado a las oficinas de mi peridico londinense y me preguntaron con extraeza: Se puede saber desde dnde llama usted, Buckley?. Yo les contest que desde el centro mismo de Madrid: No puede ser me dijeron. Sabemos de buena tinta que las fuerzas de Franco han entrado ya en Madrid y estn luchando en las calles del centro.... En vista de que aquel seor de Londres saba ms que yo, le colgu el telfono. Al poco rato me llam un amigo de Pars y me dijo con voz alarmada: Se puede saber qu haces en Madrid? No sabas que Franco considera que todos los corresponsales del lado republicano son "rojos" y que lo vas a pasar muy mal si te cogen?. Efectivamente, un corresponsal de prensa amigo mo haba recibido una amenaza de muerte del gobierno de Burgos, anuncindole que sera fusilado si se le encontraba en Madrid. Hasta aquel momento no me haba preocupado por mi seguridad personal, pero al recibir estas llamadas comenc a pensar en mi propio pellejo. Aquella misma maana, varios periodistas haban abandonado la capital de Espaa. En un momento de debilidad, cog el telfono y llam a la Embajada britnica para preguntar al encargado de negocios, Ogilvie-Forbes, si tena algn coche disponible para viajar a Valencia. Me contest que no tena ninguno y que lo mejor que poda hacer era quedarme en Madrid. Todos estos temores se disiparan a la maana siguiente cuando, tal como deca antes, baj hasta el puente de Toledo para comprobar la situacin. Ante mis ojos desfilaban centenares de ciudadanos sin uniforme con un fusil en la mano y dos docenas de cartuchos en los bolsillos. Algunos de aquellos fusiles eran tan viejos que podan hacer ms dao a quienes los disparaban que al enemigo. Muchos de aquellos hombres no haban utilizado un fusil en su vida. Haban sido convocados por sus respectivas organizaciones sindicales para luchar por la defensa de Madrid. Fueron ellos los que salvaron Madrid en las dos jornadas crticas y decisivas del 7 y el 8 de noviembre de 1936. La mayora eran hroes desconocidos, tranviarios, taxistas, obreros de la construccin, vendedores, cuyos nombres no pasarn a la Historia aunque dejaran la piel en la defensa de su ciudad. Luchaban sin ningn tipo de servicio sanitario, sin recibir comida ni bebida, a veces sin rdenes de ningn tipo, porque en amplios sectores del frente no haba oficiales que dirigieran a aquella abigarrada multitud. Y sin embargo consiguieron detener el avance de las mejores tropas del Ejrcito espaol, los famosos Tercios, las bien disciplinadas tropas moras, los fanticos carlistas de Navarra. Su secreto era muy sencillo: aguantar a pie firme y no ceder terreno. Y as fue cmo las sucesivas oleadas de tropas que mandaba el general Franco se estrellaron contra la grantica muralla humana levantada por la resistencia popular. Una y otra vez, con evidente herosmo, los Tercios de la Legin trataban de abrirse paso por los suburbios de Carabanchel o intentaban franquear el ro para tomar la estacin del Norte. Cmo es posible que no abrieran una brecha, que no encontraran el punto dbil en aquella muralla humana que circundaba Madrid? Desde las alturas de la Telefnica, la almenada torre castellana, el comandante de la artillera republicana dominaba todo el campo de batalla y mandaba a sus bateras las rdenes precisas para que mantuvieran a raya al enemigo e impidieran que la muralla del castillo se agrietara y se viniera abajo. Desde aquel momento comenz una nueva vida para nosotros, los que vivamos en Madrid. Hasta entonces, la ciudad haba sido un lugar relativamente tranquilo donde se produca de cuando en cuando alguna incursin area, pero donde, por lo general, se poda comer y dormir con tranquilidad. De pronto nos encontrbamos en la lnea del frente. La artillera y los aviones no dejaban de disparar. A los rebeldes no les haba hecho ninguna gracia quedarse a las puertas de la gran ciudad y estaban dispuestos a no dejarnos ni un minuto tranquilos. Comenzaron a lanzar bombas de quinientos y hasta de mil kilogramos que caan en el centro y los suburbios de la ciudad, evitando cuidadosamente el paseo de la Castellana, donde se encontraban la mayora de las embajadas, y ciertos sectores de la ciudad donde viva la gente adinerada. Recuerdo que en la noche del 17 de noviembre, yo me encontraba en la Gran Va comprndole un peridico a un vendedor que pareca no haberse percatado de que Madrid estaba en guerra. Era una noche lluviosa, las nubes bajas ofrecan una aparente proteccin contra los ataques areos. De pronto se oy el ruido inequvoco de una bomba que se diriga hacia nosotros. Las bombas pesadas llevan una hlice en su parte posterior que les ayuda a mantener la direccin. Antes de que tuviramos tiempo de buscar refugio, la bomba haba hecho explosin a unos doscientos metros del lugar donde nos encontrbamos, en el mercado del Carmen. Eran las nueve de la noche. Durante cinco largas horas no hubo ni un minuto de descanso. Venan una y otra vez dejando caer su pesada carga de manera que hasta el poderoso castillo de la Telefnica temblaba ante aquel diluvio. Las bombas incendiarias iluminaban el cielo de Madrid, que arda por los cuatro costados. Una bomba cay en una de las bocas de metro de la Puerta del Sol y mat a decenas de personas que haban buscado refugio en ella. Las vctimas que conseguan salir al exterior se vean obsequiadas por una lluvia de cristales que caan de los edificios ms cercanos. Un amigo mo que se encontraba en el lugar vio cmo un hombre mora decapitado por una lmina de cristal que le cay encima. Una casa de ocho plantas apareci a la maana siguiente partida por la mitad, como si una mano gigantesca la hubiese despedazado. Sus habitantes quedaron apresados por montaas de cemento de las que pocos pudieron ser rescatados con vida. Las casas que mejor ardan eran las ms antiguas. La bomba incendiaria, despus de explotar sobre el tejado, dejaba caer su carga de calcio lquido, que produca una llama blanca, sobre las vigas de madera de la techumbre, hasta que todo el edificio se converta en una inmensa pira. De esta manera ardieron cinco grandes edificios en la Puerta del Sol. Y continuaron ardiendo durante das, sin que nadie se molestara en apagarlos. Aquellas escenas dantescas comenzaban a formar parte de la vida cotidiana. Es imposible saber el nmero de personas que murieron aquellos das en Madrid. Las autoridades manifestaban que no podan dar cifras de muertos porque aquello era secreto de guerra. La nica manera de conocer la verdad era ir cada maana al depsito de cadveres y contar las vctimas de la noche anterior. Los muertos estaban dispuestos en mesas de mrmol. En aquella memorable noche del 17 de noviembre ingresaron ms de trescientos cadveres, y no parece aventurado afirmar que al menos mil personas murieron en Madrid en aquel mes de noviembre vctimas de los bombardeos. Un da, mientras me entretena contando el nmero de cadveres que haban ingresado aquella maana en el depsito, se me acerc un mdico y, al saber que yo era ingls, me pidi en tono suplicante que hiciera todo lo que estuviera de mi parte para que mi gobierno intercediera ante el de Alemania para tratar de detener aquella devastacin salvaje. Seguramente el mdico habra pasado noches, quiz semanas, sin dormir. Sus manos, agotadas por el trabajo, le temblaban de la emocin. Yo le ment y le dije que sin duda la opinin pblica en mi pas obligara a mi gobierno a tomar cartas en el asunto... En cuanto pude, me zaf de l con buenas palabras. Pero ya no consegu permanecer tranquilo. Las palabras de aquel hombre me atormentaban. En la Ciudad Universitaria se luchaba no solamente por la Repblica espaola, sino que estaba en juego el futuro de los pases democrticos. Si el gobierno de mi pas no quera entrar en liza, no era el deber de todo ciudadano libre defender la libertad en la que nos haban educado? Qu haca yo contando cadveres en el depsito madrileo o mandando unas noticias que no cambiaran para nada la postura cerril de mi gobierno? Dnde estaba mi puesto, detrs de la mquina de escribir o detrs de un fusil, defendiendo las ideas en las que crea? Pens en alistarme en las Brigadas Internacionales. Pero me falt el valor. No soy una persona corpulenta y tema no poder aguantar los rigores del combate. Tema, sobre todo, la muerte que parece muy cercana cuando luchas en primera lnea. A pesar de la guerra, la vida en Madrid continuaba. Por todas partes se vea gente llevando sus enseres, mudndose de casa, abandonando su hogar destruido por las bombas o amenazado por encontrarse en la lnea de fuego y buscando uno nuevo en los miles de viviendas abandonadas. Nios abandonados buscaban a sus padres por las calles de Madrid. Los hospitales, llenos a rebosar, eran frecuentemente bombardeados, sembrando el caos. En las estaciones de metro pasaban la noche tantas personas que era imposible salir o entrar en los trenes sin pisar los cuerpos de quienes estaban durmiendo. Una mujer ya mayor que trabajaba en la Telefnica me cont su historia. Viva con su hija y sus nietos en un edificio junto al puente de Toledo. Aquel edificio haba sido bombardeado en diecisiete ocasiones, pero ella no encontraba dnde ir con su familia y deba permanecer en l. Cada da tena que desplazarse hasta la Telefnica, lo que en aquellas circunstancias supona una hazaa. Pero ni ella ni ninguna de las personas con las que habl durante aquellos das pensaban en la rendicin. Se quejaban de la guerra, pasaban mucha hambre y, lo que es peor, pasaban mucho miedo, pero estaban convencidos de que luchaban por una causa justa y estaban dispuestos a proseguir la lucha. A finales del mes de noviembre lleg a Madrid una comisin de investigacin enviada por el Parlamento britnico gracias al llamamiento de lvarez del Vayo, que era entonces ministro de Asuntos Exteriores. Aquella coleccin de parlamentarios britnicos, representantes de todas las tendencias dentro de la Cmara de los Comunes, pareca, sin embargo, extraamente surrealista en aquel Madrid en guerra, como si un grupo de marcianos hubiera aterrizado de pronto en la capital de Espaa. Recuerdo a Sefton Cocks (socialista), con una ligera cojera pero siempre de buen humor y dispuesto a entrar en las zonas de mayor peligro, o a Wilfred Roberts (liberal), un tipo intelectual, o al comandante James (conservador), que se dedicaba a medir los agujeros producidos por las bombas o a hacer preguntas tcnicas sobre el armamento republicano. Les acompaaba Margarita Nelken, recin ingresada en las filas del Partido Comunista. Su fuerte personalidad y sus ideas chocaban con las de aquellos bienintencionados parlamentarios, y no me pareca la persona ms indicada para actuar de cicerone en aquellas circunstancias... Claro que todo eso tampoco tena la menor importancia. El nico resultado positivo de la presencia de los parlamentarios britnicos en Madrid fue que durante ocho o diez das prcticamente cesaron los bombardeos sobre la capital de Espaa. Alemania, por aquellos das, se guardaba mucho de ofender al Reino Unido. Hitler pensaba entonces que podra necesitar en algn momento la ayuda de Gran Bretaa. Las noticias de la presencia de los parlamentarios ingleses en Madrid en la prensa mundial fue suficiente para que se suspendieran los bombardeos durante unos das y nos dieran una pequea tregua. En cualquier caso, Madrid se haba convertido en el centro de la atencin mundial. En un primer momento se haba pensado que Franco entrara sin muchas dificultades en la capital de Espaa, y muchos rotativos del mundo entero haban enviado a sus corresponsales ms distinguidos para que describieran la cada de Madrid desde las posiciones que ocupaba el ejrcito franquista. Pero en vista de que la esperada cada no se produca, los sesenta o setenta corresponsales que estaban con las tropas franquistas se dispersaron. La noticia estaba dentro de la ciudad misma y ramos nosotros, los corresponsales republicanos, los que tenamos que informar al mundo de los acontecimientos que all se estaban produciendo. En las ltimas semanas habamos estado durmiendo en la Embajada britnica. Lo hacamos en el suelo de los salones que otrora servan para celebrar grandes cenas y recepciones, y que ahora nos parecan mullidas camas por lo cansados que nos encontrbamos cuando nos tumbbamos sobre ellos a dormir al llegar la noche. Daba igual que bombardearan: puedo asegurar que dormamos como angelitos. Naturalmente, lo hacamos pensando que si Franco entraba de noche en la ciudad, como insistentemente se rumoreaba, aquel sera uno de los pocos lugares relativamente seguros para nosotros. Todos compartamos el temor de que Franco entrara en Madrid por la noche y tratara de tomar la ciudad por sorpresa, todos excepto el corresponsal ms veterano, E. G. De Caux, del Times de Londres. Un da, mientras contemplbamos las posiciones de Franco con unos potentes prismticos desde el Parque del Oeste, De Caux me dijo: Sabes una cosa, Buckley? No veo por ningn lado los grandes movimientos de tropas que Franco necesitara para aduearse de una ciudad como Madrid. Una ciudad de un milln de habitantes no se puede tomar con un puado de hombres. Franco tendr que traer muchsimas ms tropas si pretende hacerse con la ciudad. De Caux, zorro viejo en estas lides, saba lo que se deca. Los dems ramos jvenes e inexpertos corresponsales de guerra, si bien este es un arte que no se aprende en ninguna escuela, sino da a da en las trincheras. Recuerdo a Geoffrey Cox, un neozelands que buscaba con su penetrante mirada la verdad detrs de la superficie de los acontecimientos; a Sefton Delmer, australiano de origen irlands que llenaba las primeras pginas del Daily Express de Londres con su prosa arrebatada y violenta; ms delicado (nos asombraba a todos con sus pijamas de seda mientras acampbamos en la Embajada britnica) era Stubbs Walker, del Daily Herald... Walker fue nuestra nica baja en aquellos das: tuvo que marcharse a Pars para que le sacaran la muela del juicio. Las noticias que, da a da, mandbamos sobre la desesperada resistencia de la ciudad eran, en realidad, mensajes de socorro para que el mundo entero se percatara de la tragedia que nosotros estbamos presenciando. Y estos mensajes eran recogidos por ciudadanos de Birmingham o de Amberes, de Aberdeen o de Dubln..., y estos ciudadanos se apresuraban, en muchos casos, a dar dinero para la causa republicana, un dinero que a ellos seguramente les haca falta. Pero qu podan hacer aquellas pequeas donaciones privadas frente a los millones de dlares que le llegaban a Franco desde los gobiernos de Portugal, Alemania e Italia y de muchas compaas privadas de los Estados Unidos y del propio Reino Unido? A pesar de que la Repblica controlaba las reservas de oro del Estado espaol, el gran capital estaba convencido, desde el principio mismo de la contienda, de que Franco sera el vencedor de aquel combate y pona todos sus recursos a su disposicin, seguro de que aquellas inversiones las recobrara con creces... Y as, mientras los grandes rotativos proclamaban a bombo y platillo la ayuda de los ciudadanos demcratas de todo el mundo a la causa republicana, en cualquier trastienda de Londres, Pars o Nueva York un grupo de financieros se reunan con algn enviado del general Franco y acordaban crditos de miles de libras... y nadie se enteraba. Era una situacin muy curiosa. Mientras Londres, con sus grandes rotativos, pareca apoyar la causa republicana, la City, destejiendo lo que otros tejan, volcaba sus recursos a favor del general, convencidos como estaban de que ello les reportara las mayores ganancias... Claro que todos los pecados llevan su penitencia. Antes de que este libro salga a la luz, los angustiosos acontecimientos que Madrid vivi en noviembre de 1936 se reproducirn en aquellos pases que se autodenominan libres. Libres de muchas cosas, pero no de un pecado que puede llegar a ser peor que todos los otros, el pecado de omisin. XVIII Un conde en la crcel
AQUELLA guerra tena para m
escenarios muy diferentes y poda deparar muchas sorpresas. Una maana me encontraba en el saln de una elegante casa madrilea, en compaa de una condesa, cuando el mayordomo interrumpi nuestra conversacin para anunciar que la polica se encontraba en la puerta. Yo me puse algo nervioso porque, aunque conoca aquella familia, no saba si su palacete madrileo podra esconder algn centro de espionaje fascista. Pero la visita de la polica result ser de lo ms inocente: solo queran saber si la seora condesa podra alojar en su vivienda a unos refugiados que haban perdido la suya. Se trataba de un tranviario que se haba quedado sin casa en la barriada de Cuatro Caminos despus de ser bombardeada por la aviacin fascista. La condesa se levant y acompa al tranviario y a su familia a las habitaciones que ocuparan en un extremo de la casa. Aquella inslita visita al domicilio de una condesa se deba al encargo de un amiga ma, que me haba pedido que la ayudara porque su marido estaba en la crcel. La condesa pareca encantada de charlar con un periodista ingls. Me cont que conoca personalmente al rey Eduardo VIII, y por los detalles que me daba estoy seguro de que me deca la verdad. Fui a ver a su marido, el conde, a la crcel. Se le acusaba de haber pertenecido a la CEDA y a Falange y de haber contribuido con grandes aportaciones de dinero a la derecha. Mis amigos me aseguraban que se trataba de una familia liberal, as que no tengo idea de si todo aquello era verdad o mentira, y naturalmente el conde tampoco pareca muy dispuesto a aclarar mis dudas. Se le vea hundido, como si hubiera perdido la ilusin y las ganas de vivir. Las gestiones que pude hacer por l resultaron infructuosas, porque, en aquel Madrid bombardeado por los fascistas, la compasin que despertaba un conde en las autoridades era muy escasa. A diferencia de su marido, la condesa pareca disfrutar de aquel bullicio que se haba organizado en su casa, como si la guerra le hubiera dado nueva vida en lugar de quitrsela. Cuando fui a verla para contarle el fracaso de mis gestiones para liberar a su marido, ella me dijo: No te preocupes, Henry, que ya lo he arreglado con mis amigos anarquistas. Ellos me dicen que lo pueden sacar de la crcel a escondidas y luego quiz t puedas meterlo como refugiado en la Embajada britnica. As era el Madrid de aquellos das: una condesa con amigos anarquistas, disfrutando de la inslita situacin en la que se encontraba! Hay que sealar que la Junta que en aquellos momentos gobernaba o trataba de gobernar Madrid se compona principalmente de comunistas, socialistas y anarquistas, y que uno de aquellos anarquistas, Melchor Rodrguez, era el jefe de prisiones. Tampoco pude conseguir acceso a la Embajada para cuando el conde fuera puesto en libertad. En este punto, tanto la Embajada britnica como la de Estados Unidos eran muy estrictas: no aceptaban refugiados. Creo que en esto se equivocaban. Una cosa es aceptar a oficiales rebeldes, como haban hecho otras embajadas, y otra muy distinta cerrarles la puerta a personas inocentes cuya vida corra peligro. Se calcula que veinte mil personas encontraron refugio en las diferentes embajadas durante la guerra, y el gobierno de la Repblica siempre respet la inviolabilidad de los territorios que ocupaban. Caso aparte fue, desde luego, la ocupacin de la de Finlandia, que se encontraba junto a la britnica. Una noche omos un tiroteo en la calle, y el propio embajador britnico, Ogilvie-Forbes, nos inform de que haba dado permiso a la polica de la Repblica para entrar en la Embajada britnica para poder cercar a las personas que se encontraban dentro de la legacin de Finlandia. Resulta que los diplomticos finlandeses haban regresado a su pas al comenzar la guerra, pero haban dejado a un espaol para que se encargara de los asuntos de la legacin. Este ciudadano espaol haba montado un negocio y cobraba unas cien libras esterlinas por el derecho de admisin, adems de una cuota diaria por el servicio de comidas. El negocio era tan prspero que haban llegado a apoderarse de los pisos adyacentes que en aquellos momentos se hallaban desocupados. Cuando la polica republicana pretendi entrar en la legacin fue recibida por los disparos de la gente de derechas que en aquellos momentos la ocupaba. Muchas personas resultaron heridas antes de que la polica se hiciera duea de la situacin. La vida de los corresponsales de prensa no se hizo ms fcil con la llegada a Madrid de las Brigadas Internacionales. Cada da recibamos decenas de peticiones para que averiguramos si tal o cual voluntario estaba muerto o herido. Al hijo del almirante Mackenzie lo dimos por muerto en varias ocasiones e incluso se celebraron sus funerales en Madrid. Qu alegra fue verle entrar en mi oficina, y adems tan buen mozo como result ser! Y qu decir de Esmond Romilly, sobrino de Winston Churchill? Menudos quebraderos de cabeza nos daba! Recuerdo un da en que me encontraba en el hotel Palace, convertido entonces en hospital de emergencia. Estbamos en el saln de banquetes del hotel, aquel saln que yo conoca tan bien porque todos los partidos polticos desde la extrema derecha a la izquierda celebraban all sus gapes y convenciones. Ahora servan aspirinas en lugar de pollo con patatas y las engalanadas mesas se haban convertido en camas de campaa. Yo estaba visitando a un brigadista escocs que haba cado en combate y le llevaba unos bombones para endulzarle aquel mal trago. Cerca de donde nosotros nos encontrbamos estaba el joven Romilly con otros cuatro o cinco brigadistas. Hablaban de la accin de su brigada en Boadilla del Monte, donde haban muerto cuatro o cinco de sus compaeros. De pronto, Romilly advirti mi presencia y se dirigi hacia m, increpndome: Qu hace aqu este periodista? Seguro que est aqu para espiarnos! Lrgate de aqu ahora mismo!. Comprend el estado de excitacin en el que se encontraba, recin llegado del frente, y le obedec. Unos das ms tarde me lo encontr frente a la Embajada britnica y me pidi disculpas. Recuerdo que incluso le regal un tradicional pudin de Navidad de los que por aquellos das nos llegaban a la Embajada. Pero le dije que se lo tendra que comer fuera, porque ninguna persona con uniforme poda entrar en el edificio. As estaban las cosas entonces en mi pas: aquellos jvenes que tan generosamente luchaban por la democracia estaban proscritos, eran unos apestados que no podan entrar en sus embajadas, ni aun llamndose Churchill de apellido. As premiaba mi pas a aquellos hroes. Y, efectivamente, hroes eran todos los jvenes que conoc en aquellos turbulentos das en Madrid. Podan haber venido a Espaa por los motivos ms diversos: por puro idealismo, por escapar de su familia o incluso por escapar de la justicia. Pero a la hora de entrar en combate se convertan todos en hroes: llevaban armas anticuadas, estaban mal equipados, no saban hablar espaol, pero todo lo suplan con su heroico comportamiento en las trincheras. Y debo decir en honor a la verdad que los alemanes eran los mejores. Se trataba de refugiados polticos que haban sufrido en sus propias carnes la miseria del campo de concentracin, la amargura del exilio. Estaban ya curados de espanto y la muerte significaba muy poco para ellos, mucho menos que para franceses o britnicos, que todava valoraban su propia vida. Y lo mismo podramos decir de los italianos, que se haban integrado en el batalln Garibaldi. Aquellos hombres ya haban probado los horrores del fascismo y, por tanto, estaban curtidos. S muy bien que circulaban historias sobre los brigadistas, tachndolos de mercenarios o aventureros. Si los hubo, yo, desde luego, no los conoc. Conoc a jvenes poetas como John Cornford o Tom Wintringham y a personas tan magnficas como el propio Romilly, Ralph Bates o Hugh Slater, ninguno de los cuales tena el ms remoto parecido con un delincuente o un simple aventurero. Tambin circulaba el bulo de que haba muchos judos entre los brigadistas. Yo encontr muy pocos y esos pocos estaban siempre entre los mejores. Recuerdo a un joven de una familia adinerada de Frankfort que haba escapado del terror nazi y se encontraba en un hospital de Madrid con una bala alojada en un pulmn. Y mientras tanto, Franco segua golpeando ciegamente con sus bateras la ciudad de Madrid. Recuerdo un comentario de un general alemn que escriba en Die Wehrmacht y que, visto desde el lado contrario, me pareca bastante exacto: Nuestros bombarderos tenan la misin de destrozar la ciudad y desmoralizar a sus habitantes para preparar la entrada de las tropas de Franco, pero esta entrada nunca acababa de producirse. A mediados de enero de 1937 Franco vari su estrategia al darse cuenta de que era en terreno abierto donde sus tropas, altamente profesionalizadas, bien equipadas y apoyadas por la aviacin alemana, tenan todas las de ganar. En lugar de atacar la ciudad solo por el Norte, abri otros frentes en el Sur y estableci as un asedio casi total de la ciudad. XIX El Jarama
EL ltimo ataque directo de Franco al
corazn de Madrid se produjo en enero de 1937. A partir de ese momento, opta por una serie de maniobras envolventes en torno a la capital. Estas maniobras podran haber tenido xito si las hubiera realizado en el otoo, cuando lleg frente a la capital de Espaa. Pero el asedio a Madrid no haba hecho sino fortalecer la voluntad de sus habitantes, que, con la moral muy crecida, estaban dispuestos a resistir hasta el final. En aquellos tres meses de asedio, las fuerzas leales al gobierno de la Repblica se haban transformado. Se haban organizado en pequeas unidades bajo el mando de un oficial. Haban recibido la tan esperada ayuda de Rusia y ya disponan de tanques, artillera pesada y ametralladoras, as como de los inestimables Migs que surcaban los aires de la capital. Recuerdo que la maana en que aquellos aparatos llegaron a la ciudad (chatos llamaban los madrileos a los bimotores y moscas a los de un solo motor), la gente se asomaba a los balcones, a las terrazas, a las azoteas de las casas y agitaba sus pauelos con lgrimas en los ojos. Aquellos aparatos eran rusos pero de diseo americano, con motores Boeing. Haba llegado tambin algn bombardero tipo Martin, pero aquellos aparatos siempre estuvieron en inferioridad numrica con respecto al enemigo. Una maana deba de ser a principios del mes de febrero de 1937 me encontraba yo tumbado en una trinchera cerca del puente de Arganda, en la carretera de Valencia. Los rebeldes haban comenzado una gran ofensiva sobre esta zona con la intencin de cortar ese cordn umbilical que una la capital de Espaa con Levante, es decir, la zona que le suministraba los alimentos y el material de guerra que Madrid necesitaba para aguantar el asedio. La ofensiva rebelde se haba iniciado el 6 de febrero, y al da siguiente las emisoras fascistas ya proclamaban la conquista del famoso puente. Pero la realidad era que se encontraban todava a un par de kilmetros del lugar y los disparos que llegaban hasta nosotros moran a nuestros pies. Haban estado bombardeando el puente, pero no haban conseguido destruirlo, y la prueba era que Irving Pflaum, de la United Press, y Herbert Mathews, del New York Times, haban conseguido cruzarlo en coche aquella misma maana. Yo decid no seguir el ejemplo de mis colegas. Mi chfer estaba casado y con familia y me pareca que le estaba haciendo correr un riesgo innecesario para demostrar algo que, por otra parte, ya haba sido demostrado. En las laderas del Jarama se haban apostado miles de milicianos que ofrecan una encarnizada resistencia a aquella mquina de guerra que se les vena encima: tropas de la Legin y Regulares de Marruecos, tanques y artillera alemanes y, por supuesto, el apoyo desde el aire de la aviacin nazi. Se hablaba entonces de una fuerza que se acercaba a los ochenta mil hombres. Y es que la moral de los nacionales era muy alta despus del triunfo en Mlaga. La ciudad andaluza haba cado el 8 de febrero, oponiendo escasa resistencia a las tropas italianas de Mussolini recin llegadas a Espaa. Bien pertrechadas, estas tropas disponan de su propio material: transporte, comunicaciones e intendencia, aparte, claro est, de un material de guerra moderno y de primera clase. No era, pues, sorprendente que hubieran barrido la escasa resistencia que presentaron los mal pertrechados milicianos, y haban entrado en Mlaga como si se tratara de un paseo militar. La ofensiva italiana sobre esa ciudad estaba apoyada, adems, desde el aire por la aviacin alemana y desde el mar por sus propios destructores, que no dejaron de caonear la costa malaguea impidiendo incluso la retirada de la poblacin civil. La verdad es que los malagueos tampoco haban recibido mucha ayuda del gobierno de la Repblica. Largo Caballero, tan eficaz como lder sindical, haba resultado ser un ministro de la Guerra bastante mediocre. Un ejemplo como botn de muestra. Un grupo de periodistas ingleses que haban intentado llegar a Mlaga cuando se inici la ofensiva italiana se encontraron con un puente derruido por las recientes lluvias que les haba impedido seguir adelante. Es decir, la nica va de acceso a Mlaga desde la zona republicana va Almera estaba cortada y nadie pareca darle importancia a aquel insignificante detalle. As, el suministro de alimentos y de material de guerra que llegaba en camiones desde Valencia no pasaba de Almera, a la espera de que algn da pudiera llegar a la asediada Mlaga. Quiz Mlaga estuviera condenada por la Repblica desde un principio, pero lo cierto es que nada se hizo por salvarla. Tal vez Mlaga fuera solamente eso, un pen que la Repblica sacrificaba al enemigo con la esperanza de poder ganar, al final, la partida. Porque la verdadera partida no se estaba jugando en aquel en otro tiempo bello rincn andaluz, sino en torno a la capital de Espaa. Y lo cierto es que Franco haba dividido peligrosamente sus efectivos al mandar a los recin llegados italianos a los confines meridionales de la Pennsula. Es difcil no intuir que haba una rivalidad entre Franco y sus aliados alemanes, por un lado, y los recin llegados italanos. Si estos haban conquistado Mlaga, Franco y los nazis se disponan ahora a lograr una pieza mucho mayor. No hace falta ser un lince para darse cuenta de que si los italianos se hubieran incorporado a la ofensiva del Jarama, nada ni nadie podra haber detenido al ejrcito de los nacionales. Pero lo cierto es que all estaban, ante mis ojos, incapaces de tomar aquel puente, detenidos por la heroica resistencia de las milicias republicanas. Fue entonces cuando el general Aranda decidi cruzar el ro unos kilmetros ms abajo del puente de Arganda para tratar de alcanzar la poblacin de Morata de Tajua, situada en los altos que dominan el valle del Jarama. Comenzaba as una de las batallas ms encarnizadas de la guerra. Y pienso que en este caso s fue decisiva la intervencin de las Brigadas Internacionales. Los brigadistas haban llegado a Madrid demasiado tarde para ser un elemento decisivo en la defensa de la ciudad. Pero desde entonces se haban fogueado en la lucha por la Ciudad Universitaria y ahora estaban listos para ofrecer a la Repblica lo mejor de s mismos. Fueron ellos los que cubrieron ese hueco que haba en el ejrcito republicano entre Perales y Morata de Tajua por donde pensaba penetrar el general Aranda con sus tropas. All fue donde los hombres de la XI y la XV Brigadas se mantuvieron firmes. Para dar una idea de las prdidas del Batalln Ingls, baste decir que de los cuatrocientos hombres que lo componan solo cincuenta quedaban en pie despus de una semana de combate. Afortunadamente para ellos, en aquel momento se les uni el batalln de la Brigada Lincoln, y juntos ingleses y americanos continuaron la lucha. Pienso que el contingente total de las Brigadas Internacionales que defendieron el Jarama no exceda de los cuatro mil hombres. Algunos acababan de llegar de los campos de instruccin que tenan en Albacete, pero la mayora, como ya he dicho, haban entrado en combate en Madrid. Es difcil, en cualquier caso, precisar el nmero de brigadistas que defendieron el frente del Jarama porque no se haba publicado ningn recuento oficial y porque, aunque cada una de las brigadas contaba, en teora, con seiscientos hombres, en la prctica esta cantidad se reduca a cuatrocientos y en algn caso hasta los cien, de manera que cuando se anunciaba que en una operacin haban participado las Brigadas XV y XVI era imposible adivinar cuntos efectivos reales haban entrado en combate. Curiosamente, las primeras brigadas que combatieron en el frente del Jarama haban sido las italianas y las alemanas. Las italianas comandadas por Nicoletti, un lder antifascista muy conocido, y las alemanas comandadas por un polaco, el comandante Walter. Los ingleses estaban bajo las rdenes de Tom Wintringham, un hombre menudo y de apariencia insignificante, pero con gran coraje y excepcionales dotes de mando. Tambin estaba all la Brigada Dimitroff, compuesta de serbios, blgaros y un sinfn de nacionalidades centroeuropeas que, segn algunos, llegaba hasta la veintena. Es un misterio para m saber cmo el general Gal, un hngaro segn tengo entendido, se haca entender en aquel guirigay. El gobierno de la Repblica, tolerante casi siempre a la hora de conceder pases para el frente a los corresponsales extranjeros, se mostr firme en aquella ocasin, y hasta cierto punto era comprensible, porque cualquier informacin que se pudiera proporcionar al enemigo sobre aquella delgada lnea que defenda el Jarama poda resultar decisiva. Pero nuestro empeo en visitar aquel frente poda ms que cualquier impedimento del gobierno. Usando unos viejos pases y contando un sinfn de mentiras, un grupo de corresponsales conseguimos acercarnos a un lugar en la lnea del frente conocido con el nombre de la Casa Blanca. Aquella casa era, en realidad, una granja situada en la interseccin de la carretera que va de Morata de Tajua a San Martn de la Vega con la que sube desde el puente de Arganda y va hacia Chinchn. Aquella Casa Blanca haba sido objeto de disputa desde el momento en que las tropas nacionales cruzaran el ro Jarama e intentaran tomar los cerros que lo rodeaban. No tenan ms que avanzar unos pocos metros ms all de la Casa Blanca, atravesar una meseta donde crecan los olivos y se encontraran en las alturas que dominaban Morata de Tajua, en perfecta situacin para tomar el pueblo. Se luchaba por aquellos palmos de terreno, por aquellos olivares que separaban la Casa Blanca, tomada por los nacionales, y la vanguardia de las brigadas, a unos centenares de metros de distancia. Sefton Delmer, el corresponsal del Daily Express que me acompaaba, conoca a Ludwig Renn, el escritor alemn de la XV Brigada, y a Gustav Regler, otro escritor germano, comisario poltico de aquella brigada. Nos los encontramos a los dos sentados bajo un olivo, al borde mismo de aquella endiablada meseta, junto con el comandante de la compaa, el mayor Hans. Este era un alemn alto y corpulento con una clida sonrisa y un gran inters por aquella guerra. Pero nunca pude averiguar nada sobre su pasado y su familia porque, tal como me dijo, tema represalias de las autoridades nazis sobre su familia, que continuaba en Alemania. Por eso se haca llamar simplemente Hans. All estaba Hans, con los mapas de la zona desplegados ante l y, desde luego, en aquella ocasin no haba ninguna simpata en su mirada. No poda ocultar sus suspicacias hacia aquellos periodistas burgueses que buscaban informacin. Por suerte, contbamos con la ayuda de Regler y Renn, que fueron los que convencieron a su jefe para que permitiera que visitramos un puesto de observacin que estaba justamente detrs de la primera lnea de fuego republicana. Mientras tanto, la artillera republicana, situada a escasos metros de donde nos encontrbamos, continuaba hostigando las posiciones nacionales en tomo a la Casa Blanca. Nunca se me olvidar la corta carrera que nos dimos para alcanzar aquel puesto de observacin. Las balas enemigas y las de nuestra propia artillera silbaban sobre nuestras cabezas. Afortunadamente, no iban dirigidas hacia donde nos encontrbamos. El objetivo de la artillera de los nacionales estaba situado a nuestra derecha, de manera que sus proyectiles cruzaban en diagonal sobre nosotros. Y es que aquella lnea de frente pareca un sacacorchos por las vueltas que daba. Cuando conseguimos llegar hasta el puesto de observacin vimos que haba cinco hombres, un espaol, un hngaro, un alemn, un polaco y un yugoslavo. Los artilleros eran franceses, de manera que todava no s en qu lengua se transmitan las rdenes, y me pareca un milagro que los proyectiles pudieran alcanzar las posiciones de los nacionales en torno a aquella Casa Blanca que contemplbamos en la distancia. Aquella plcida planicie de olivares se convirti, durante diez interminables jornadas, en escenario de una de las ms encarnizadas batallas que he presenciado en toda la guerra. Gracias a nuestra amistad con Renn y Regler pudimos seguir aquellos combates casi al minuto, aunque a la mayora de los comandantes de brigada no les haca ninguna gracia vernos por all. Claro que aquello no rega para Tom Wintringham, que nos proporcionaba toda la informacin posible. As fue como el mundo entero pudo seguir al detalle la batalla por la colina del Pingarrn, tal como se conoca el lugar donde estaba situada la Casa Blanca. Me parece curioso resear aqu que al principio la censura no nos permita referimos a las Brigadas Internacionales, sino simplemente a las fuerzas de la Repblica. Naturalmente aquello no se poda mantener en secreto durante mucho tiempo y pronto fue un secreto a voces. Las propias redacciones de los peridicos en Inglaterra y otros lugares sustituan fuerzas republicanas por Brigadas Internacionales. Sigo sin tener noticia exacta de las fuerzas de las que dispona el general Aranda, pero un corresponsal de la Espaa de Franco las cifraba en ochenta mil hombres. La Repblica no poda contar con ms de treinta mil en aquel frente que se extenda desde el puente de Arganda hasta la localidad madrilea de Ciempozuelos, lugar donde est ubicado el manicomio ms importante de la provincia de Madrid, como es bien sabido. Con estos datos, parece increble que la ofensiva del general Aranda fracasara. Solo puede explicarse si tenemos en cuenta que los nacionales haban abierto tres frentes en tres lugares muy distantes de la geografa espaola: en el Norte, la batalla por Bilbao haba comenzado ya; en el Sur, la ofensiva se haba centrado en la ciudad de Mlaga, como ya hemos sealado; y naturalmente aquella feroz batalla del Jarama. Solo esta dispersin de las fuerzas nacionales puede explicar el escaso xito que estaban consiguiendo en el frente de Madrid. Franco tena que dividir la aviacin de la que dispona entre estos tres frentes, mientras que el gobierno de la Repblica haba decidido concentrar toda su fuerza area en la defensa de Madrid. Esto supona un cierto respiro para la aviacin republicana, al menos en lo que a Madrid se refiere. Supona que la aviacin de Franco solo era dos o tres veces superior a los escasos y menguados aparatos de la Repblica. La ventaja en aquel combate que ahora presenciaba estaba, desde luego, del lado de los nacionales. Dispona el general Aranda de un ejrcito profesional y disciplinado, bien apoyado por tanques, artillera y aviacin alemana. Lo nico que poda inclinar la balanza del lado republicano estaba en el terreno de lo espiritual, en aquella fe ciega de los brigadistas que haban depositado en la lucha toda su ilusin, como si su tierra estuviera all mismo y no a miles de kilmetros de distancia. Se me dir que tambin del lado nacional exista aquel fervor y entusiasmo, que tambin ellos luchaban por unos ideales. S, pero eran la excepcin y no la regla. Me explico. Qu duda cabe de que el Tercio de la Legin, los requets o incluso las tropas regulares de Marruecos podan mostrar igual entusiasmo y fervor en el combate que los brigadistas que tenan frente a ellos. Pero soy de la opinin de que el grueso del ejrcito de Franco 110 pona el corazn en aquella lucha. Es decir, las tropas cumplan rdenes, se desplazaban a los lugares siguiendo instrucciones, pero creo que mostraban cierta apata, como si atacar a sus propios compatriotas no acabara de ser plato de su gusto. Podra contar muchas ancdotas de aquellos das vividos en el valle del Jarama. Recuerdo la historia que me contaban los supervivientes de una unidad britnica, recin llegados al frente del Jarama para su bautismo de fuego. Una tarde vieron en la distancia y entre dos luces a un grupo de soldados que se dirigan hacia ellos con el brazo en alto y cantando La Internacional. Pensaron que se trataba de desertores del ejrcito nacional y acudieron a ellos con los brazos abiertos, para ser recibidos por los disparos de los fusiles y ametralladoras que guardaban bajo sus gabanes. O aquella historia que me contaba Jack Cunningham, comandante escocs que tuvo un momento de desfallecimiento y decidi retirarse con sus hombres a un lugar seguro detrs de la lnea de fuego. All se encontr con el general Gal, que les lanz tal arenga que aquellos hombres, medio muertos por el cansancio unos minutos antes, se levantaron como si hubieran resucitado y marcharon hacia la primera lnea entonando canciones escocesas. Pronto toparon con una unidad de soldados moros que, al or aquellos cnticos tan exaltados, salieron huyendo, pensando, sin duda, que se haba perdido y se encontraban muy por detrs de las lneas enemigas, en pleno territorio de la Repblica. Contemplando el herosmo de aquellos soldados britnicos, no poda por menos de pensar que ellos estaban haciendo lo que los polticos y los empresarios y los burcratas se haban negado a hacer. Porque salvar la democracia en Espaa era salvarla en todo el mundo civilizado. Claro que yo empezaba a dudar de si mi propio pas perteneca an a ese mundo civilizado. XX Guadalajara
EN aquella primavera de 1937, nuestra
vida en Madrid estaba dirigida por el frenes de la guerra y marcada por una rutina diaria que no dejaba de ser curiosa. Algunos colegas, como el propio Hemingway, ya han contado cmo era vivir en Madrid en aquellos meses, pero creo que no estar de ms que yo cuente aqu algunas cosas sobre la vida cotidiana, si es que se la puede llamar as. Los corresponsales de prensa extranjeros comamos a diario en los stanos del hotel Gran Va, frente al edificio de la Telefnica. El men diario variaba poco: solamos tomar judas blancas o pintas acompaadas de pan de centeno y carne de caballo o de mula asada. El restaurante estaba a resguardo de las bombas que caan a todas horas en la Gran Va, pero de cuando en cuando nos veamos sorprendidos por una lluvia de cristales que caan desde el techo por alguna de las claraboyas que se abran a la calle. Recuerdo un da en que nos cay encima un trozo de cristal cuando estbamos comiendo y departiendo amablemente con la duquesa de Atholl y otros miembros del Parlamento britnico, que realizaban una visita a ese Madrid en guerra. Afortunadamente nadie result herido y recuerdo que la duquesa me pregunt si, adems de carne de caballo, tambin comamos cristales. Yo me disculp y sub al vestbulo del hotel para saber lo que haba ocurrido. All, tendido junto a la puerta de entrada, haba un hombre en el suelo, a pocos pasos de donde haba explosionado la bomba. Sus manos trataban de sujetar sus intestinos, que le haban reventado, pero lo ms curioso era ver la expresin de su cara, que no reflejaba dolor alguno, sino ms bien asombro e incredulidad ante lo que le acababa de ocurrir. Parte de sus intestinos acabaron en mis zapatos mientras me inclinaba sobre l y otra parte en el coche de la duquesa, aparcado frente a la puerta del hotel. Mientras transportbamos a aquel hombre a una ambulancia yo ya saba que morira antes de ser atendido en un hospital. En aquel mismo lugar, haca pocos das haba muerto una de las camareras que esperaba junto a la puerta del hotel la llegada de su novio. La duquesa tuvo que aguardar a que limpiaran su coche para continuar viaje. De todos modos, me caus una excelente impresin: aquella mujer haba sido elegida diputada en la Cmara de los Comunes y estaba entregada a la causa de la democracia, tanto en Espaa como en el resto del mundo. No me sorprendi enterarme de que, unos meses ms tarde, en las elecciones britnicas, esta valerosa mujer perda su escao de diputado: mi pas, definitivamente, se haba vuelto loco. Ms fra fue la recepcin que los periodistas dimos a los miembros de la Segunda Internacional que nos visitaron unos das despus. Las grandes cantidades de dinero que la Segunda Internacional haba recogido para la Repblica en los primeros das de la guerra fueron disminuyendo a medida que transcurran los meses. Pero no era de dinero de lo que nos quejbamos. Al fin y al cabo, la Repblica dispona de una de las mayores reservas de oro del mundo. Lo que faltaban eran armas y municiones. Lo que nosotros echbamos en cara a los socialistas es que no haban hecho lo suficiente con sus respectivos gobiernos para facilitar esas armas y, en ltimo trmino, para intervenir en Espaa. La situacin mundial no estaba para paos calientes. Por lo general, todos aquellos visitantes se alojaban en el hotel Gran Va, ms protegido que el hotel Florida, cuya fachada principal se abra a la plaza del Callao. Pero debo confesar que el hotel Florida tena ms vida. Recuerdo a un capitn vasco que mandaba una unidad en el frente de la Ciudad Universitaria y sola reunirse con sus amigos en el Florida por las noches. Eso s, tena siempre un coche esperndole en la puerta del hotel, y en cuanto el oficial de guardia le telefoneaba para avisarle de cualquier novedad sala pitando hacia el frente, que se hallaba a muy poca distancia del lugar donde nos encontrbamos. Me acuerdo de una noche en la que un colega y yo conocimos a dos hermosas mujeres de Marruecos. Supongo que mi amigo se propasara con su pareja, pero lo que yo recuerdo son los gritos de dolor de mi colega, quejndose de que aquella mujer le haba mordido en la entrepierna! Y recuerdo que una noche loca de despedida de algunos de mis colegas yo bailaba la rumba con una periodista noruega que al menos deba de pesar cien kilos! Yo soy ms bien pequeo de estatura y de complexin ligera, as que constituamos una extraa pareja. Tal vez fuera por eso por lo que fuimos tan aplaudidos al final de nuestro baile! Y un da, o mejor dicho una noche, alguien encontr, abandonada en los stanos del hotel, una mquina americana para hacer tortitas, y all estbamos en los stanos del hotel comindonos unas maravillosas tortitas con nata y sirope mientras amaneca sobre Madrid en guerra. Mientras tanto, la feroz batalla del Jarama se iba diluyendo en una serie de enfrentamientos cada vez ms espordicos, sin que la lnea del frente se moviera. Franco, sin embargo, no perda el tiempo y haba conseguido apoderarse de varios navos republicanos, equilibrando su inicial desventaja en el mar. Primero hundi el Galdams y tom prisionero y despus mand fusilar al diputado cataln Carrasco i Formiguera, de reconocida filiacin catlica, militante del partido Uni Democrtica de Catalua. Silencio en la Iglesia espaola por aquel horrible asesinato. Solo los catlicos franceses Mauriac, Bernanos, Maritain se atrevieron a levantar la voz ante un acto tan insensato. Presa de mayor importancia fue el Mar Cantbrico, capturado por los nacionales cuando se dispona a desembarcar material de guerra y aviones destinados a la Repblica. El Mar Cantbrico haba zarpado de algn puerto en Estados Unidos pocas horas antes de que el Congreso americano firmara un Convenio de Neutralidad para prohibir la venta de armas de cualquier tipo a Espaa. Desde all se haba dirigido a algn puerto mexicano para tratar de burlar la vigilancia a la que, de antemano, saba que estaba sometido por parte de los nacionales. Era justamente en los servicios de inteligencia donde el general Franco gozaba de una enorme ventaja sobre su rivales. Los alemanes haban montado un impresionante servicio de espionaje no solo en Europa, sino en Estados Unidos, lo que permita a Franco recibir informacin sobre cualquier movimiento de barcos a este o al otro lado del Atlntico. No tena ms que apostar sus naves en el estrecho de Gibraltar y aguardar a que pasara por all su presa para caer sobre ella. Esto es lo que ocurri con el Mar Cantbrico y con tantos otros barcos que intentaron llegar a la Repblica. Los holandeses, que solan enviar barcos con comida y medicinas para los republicanos, optaron finalmente por mandar un destructor, el Hertog Hindrich, para proteger sus cargueros en ruta hacia la Espaa republicana. La relativa calma en torno a la capital de Espaa que habamos tenido en los ltimos das del mes de febrero, se rompi a principios de marzo con la llegada del contingente italiano bajo las rdenes del general Bergonzoli. Pocos das despus, la llamada batalla de Guadalajara haba comenzado. La batalla dur quince das y supuso un tremendo castigo para las fuerzas italianas. Tantos han dictado ya sentencia sobre esta famosa batalla que me parece que lo prudente es examinar estas opiniones con alguna precaucin. Es cierto que la batalla de Guadalajara es la prueba definitiva de que cualquier ofensiva puede ser detenida desde el aire, o que los modernos y ultraligeros carros de combate italianos no son tan efectivos como parecen, o simplemente que los soldados italianos, a la hora de la verdad, son cobardes? Todas estas opiniones, vertidas tan a la ligera, merecen un escrutinio ms exhaustivo antes de ser aceptadas o rebatidas. Para entender Guadalajara hay que remontarse a la llegada del primer contingente de tropas italianas que llegaron a Andaluca a finales de 1936. A medida que avanzaban hacia el Este se haban encontrado con muy escasa resistencia. Los miles de milicianos, en su mayora campesinos andaluces de tendencia anarquista, estaban tan pobremente pertrechados, tan mal instruidos, sin apenas tanques o artillera para hacer frente a la moderna mquina de guerra italiana, que aquello haba sido como coser y cantar. Haban cortado Andaluca, desde el Oeste hacia el Este, con la misma facilidad que un cuchillo corta un pedazo de manteca. Nada que ver con el frente de Madrid. Aparentemente, nadie les dijo a los italianos que la historia all iba a ser muy diferente: all haba cazas soviticos para enfrentarse a su propia aviacin, all haba una artillera que se haba visto reforzada en los ltimos meses, all estaban unas Brigadas Internacionales pletricas despus del xito del Jarama, y all estaban las recin creadas unidades del ejrcito republicano que suplan sus carencias materiales con enormes dosis de entusiasmo. Nadie les haba contado todo esto a los italianos. Simplemente aterrizaron en la alta meseta castellana, como antes haban desembarcado en Andaluca, y desplegaron todo su potencial de guerra: treinta mil soldados y un gran nmero de tanquetas y camiones que permitan motorizar a su ejrcito, atacar al enemigo no al paso de un soldado de infantera, sino a la velocidad de un camin desplazndose por terreno abierto. Y para ms inri, su primer contacto con las fuerzas de la Repblica fue el mismo que el tenido unas semanas antes en Andaluca: grupos de milicianos, en su mayora campesinos anarquistas, que se haban hecho fuertes en torno a Sigenza, que apenas haban entrado en combate hasta aquel momento, y que bastante hicieron con salir corriendo cuando vieron que se les echaba encima aquel motorizado ejrcito italiano. A los pobres campesinos de Sigenza aquello les debi de parecer como una invasin de marcianos o extraterrestres. Y a los italianos les confirmaba lo que ya haban comprobado en Andaluca: su moderno ejrcito inspiraba tal terror en el enemigo que este sala corriendo a las primeras de cambio. Tal era el entusiasmo de los italianos y su fe en la victoria que una emisora italiana con la que consegu sintonizar recomendaba a la poblacin de Madrid que se rindiera cuanto antes porque los famosos legionarios italianos estaran en cuestin de horas a las puertas mismas de su ciudad. En un par de das, las fuerzas italianas haban avanzado hasta Brihuega y Trijueque y se hallaban, por tanto, a escasos kilmetros de la propia Guadalajara. El gobierno tena solo un par de das para prevenir la defensa de esta ciudad. A toda prisa, desplaz la XI Divisin desde el frente del Jarama hacia Guadalajara. El joven general Enrique Lster estaba al mando de esta divisin. A pesar de su nombre ingls, Lster haba nacido en Galicia, en la localidad de El Ferrol, al igual que el propio general Franco. Durante los aos de la Repblica haba estado en Rusia como tantos otros lderes comunistas, y ahora se dispona a poner en prctica la estrategia militar que all haba aprendido. Tambin haban sido desplazadas al frente de Guadalajara la Brigada XV de los alemanes, bajo las rdenes de Hans, y las brigadas belgas e italianas. Ingleses y americanos deban permanecer en el Jarama para mantener una mnima defensa en aquel frente. El gobierno haba adquirido recientemente una serie de camiones ligeros de procedencia americana que facilitaron enormemente el transporte rpido de tropas. Eran camiones capaces de desenvolverse bien en terreno abierto y que, debido a su extrema ligereza, no se atascaban en zonas pantanosas, y gracias a ellos se pudo desplazar un pequeo ejrcito de un frente al otro en cuestin de horas. En la noche del mircoles 10 de marzo, cuando los italianos se haban apoderado de la localidad de Trijueque, un ejrcito republicano de unos seis o siete mil hombres se concentraba en la vecina localidad de Torija, a unos cinco o seis kilmetros de Trijueque. Torija, situada en la alta meseta que domina la ciudad de Guadalajara, era un buen lugar para iniciar la defensa de dicha ciudad. Tambin se haban desplazado fuerzas a Hita, para cubrir el flanco occidental, y hacia el Sur, para controlar la carretera de Brihuega. Pero Torija habra de convertirse en el centro neurlgico de aquella operacin y en su castillo medieval se instal Enrique Lster para dirigirla. A partir de ese momento, la buena estrella que haba acompaado a las tropas italianas desde el momento de su llegada a Espaa se eclips y toda suerte de desgracias pareci caer sobre l. Cuando, en la maana del 11 de marzo, los italianos emprendieron su avance hacia Torija y hacia la ya muy cercana Guadalajara, se encontr de frente con unas tropas que no retrocedan a las primeras de cambio. Es decir, la artillera italiana caoneaba las posiciones republicanas, pero estas devolvan el fuego y no retrocedan, como sin duda esperaban los italianos. Las tanquetas italianas que atacaban las posiciones republicanas no hacan mella en ellas. Quiz si los italianos hubieran dispuesto en aquel momento de tanques, habran podido abrir una brecha en el ejrcito que les cerraba el paso. Hasta el tiempo se les volvi en contra. Una ventisca de nieve y granizo comenz a azotar aquella desolada meseta castellana haciendo an ms dificultoso el avance de las tropas italianas. Aquellas nubes bajas y aquel viento huracanado no impidieron el despliegue de la aviacin republicana. La Repblica sac de los hangares cuanto todava poda mantenerse en el aire y todos los aparatos de que en aquellos momentos se dispona atacaron a las tropas italianas. Los cazas barran una y otra vez la carretera que conduca hacia Guadalajara, impidiendo el avance de los italianos. La aviacin nacional, en cambio, no apareca por ningn lado, quiz porque no dispona de aerdromos cercanos donde los cazas que tienen un depsito muy pequeo de gasolina pudieran repostar. En realidad, no sabamos lo que estaba ocurriendo en la zona nacional, porque Franco haba prohibido a los corresponsales de prensa acreditados en su bando que se desplazaran con las tropas italianas, porque haba que mantener a toda costa la elegante ficcin de que no haba tropas italianas en Espaa. El propio secretario del partido fascista italiano haba comunicado al general Franco que Italia haba prohibido el reclutamiento de voluntarios para la guerra de Espaa en cumplimiento del Tratado de No Intervencin. La funcin de teatro continuaba. Pero lo cierto es que durante aquellos das crticos no apareci ningn caza nacional para proteger a las desamparadas tropas italianas en su avance hacia Guadalajara. No ocurra lo mismo con los bombarderos, que se dedicaban a bombardear sistemticamente la capital alcarrea. En uno de aquellos ataques perecieron al menos sesenta personas. Pero si las bombas llovan sobre Guadalajara, no lo hacan en cambio sobre las posiciones republicanas que impedan el avance de los italianos sobre esta ciudad. Aquellas columnas mviles italianas tampoco parecan contar con suficiente proteccin antiarea. Resulta sorprendente, asimismo, que los italianos no hubieran preparado pistas de aterrizaje en un terreno lo suficientemente alto y seco para impedir cualquier tipo de contingencia en caso de mal tiempo. En aquella situacin tan crtica, el comandante italiano cometi lo que a mi juicio fue un gravsimo error. En lugar de retirarse a algn lugar donde sus hombres pudieran protegerse y mantener sus posiciones, opt por consolidar su posicin en aquel abierto y desolado pramo que no ofreca proteccin alguna. En vez de replegarse a algn lugar para reagrupar a sus tropas e iniciar una nueva ofensiva, decidi plantar cara a las fuerzas republicanas en una lnea de frente que se extenda desde Trijueque hasta Brihuega y que ofreca un excelente blanco a la aviacin republicana. La teora de que fueron los elementos los que derrotaron a las tropas italianas es solo cierta si nos atenemos a lo que ocurri en el aire. Yo estuve inspeccionando el terreno tanto durante como despus del combate y puedo asegurar que, a pesar del agua que caa, la tierra haba drenado perfectamente. Yo desde luego no vi ningn vehculo atascado en el barro. La carretera principal estaba asfaltada y en muy buen estado. Fue una de las obras que realiz Primo de Rivera. En tierra no fueron los elementos los que derrotaron a los italianos, sino los hombres que defendan las posiciones de la Repblica. Empapados de agua y ateridos de fro, sin los cascos y los impermeables con los que se protegan los italianos, aquellos hombres aguantaron a pie firme, dispuestos a no ceder ni un milmetro de terreno a la ofensiva italiana. Sefton Delmer, Loayza y un servidor estuvimos en el castillo de Torija en ese fatdico da del 11 de marzo y regresamos a Madrid con la conviccin de que la ofensiva italiana, al menos por el momento, haba fracasado. Pude entrevistarme con un prisionero italiano, el sargento Lognoro, del 157 Regimiento del Ejrcito italiano. Me cont que se haba introducido por equivocacin en territorio republicano con doscientos soldados. Al caer la tarde haba odo voces cercanas y, al preguntar en italiano dnde se encontraba, recibi la respuesta en perfecto italiano: Aqu estamos, camaradas; hace tiempo que os estbamos esperando. Se trataba, naturalmente, de miembros del Batalln Garibaldi de las Brigadas Internacionales que daban as la bienvenida a sus incautos compatriotas. Lognoro me confes que haba recibido rdenes de partir hacia un destino desconocido y se haba encontrado en Espaa sin comerlo ni beberlo. Por lo menos, eso es lo que me dijo en aquellos momentos. Su comandante, el mayor Luciano Silva, haba participado en la Primera Guerra Mundial, en la guerra de Abisinia y en otras campaas coloniales. Personas de este fuste deberan haber podido imponerse a ese ejrcito amateur de la Repblica al que ahora se estaban enfrentando. La aviacin republicana tena su base de operaciones en el pequeo aerdromo de Alcal de Henares, situado a muy escasa distancia del frente, con lo que poda hacer frecuentes incursiones y regresar sin problemas para repostar. En ese sentido tena toda la ventaja sobre la aviacin franquista. De cualquier manera, pareca imposible que consiguieran orientarse en medio de aquella tormenta y mucho menos que pudieran hacer blanco con una visibilidad prcticamente nula. Los aparatos bimotores los solan pilotar espaoles, que dejaban a los ms experimentados aviadores rusos los aparatos de un solo motor, mucho ms difciles de pilotar. De todos modos, la Repblica contaba ya con grandes pilotos espaoles, como La Calle, jefe de un escuadrn que particip en Guadalajara. La ltima vez que vi a La Calle fue en el aerdromo de Toulouse, encerrado en un hangar, castigado, sin duda, por los franceses por haber luchado por la libertad en Espaa. Los flancos de la ofensiva italiana, situados en Hita y en Brihuega, estaban pendientes de lo que ocurra en el centro de la ofensiva, en Trijueque, y no se atrevan a avanzar para no quedar al descubierto. Y as la ofensiva italiana se hallaba paralizada, sin poder avanzar ni tampoco retroceder, porque Bergonzoli, como antes he sealado, no se atreva a dar la orden de retirada. Por otra parte, poca ayuda podan esperar del resto del ejrcito nacional. Sea porque Franco haba desplazado ya grandes contingentes de tropas hacia el Norte, sea porque los generales nacionales estuvieran celosos del xito conseguido por los italianos en Mlaga, sea porque los propios italianos hubieran insistido en emprender aquella ofensiva en solitario, lo cierto es que los italianos saban que no podan contar con la ayuda de sus aliados, que habra podido sacarles de la desesperada situacin en la que se encontraban. Mientras tanto, la actividad en Torija, donde yo me encontraba, era frentica. Fue all donde por primera vez me encontr cara a cara con Enrique Lster. Tena este el aspecto de lo que era: un cantero gallego, con sus grandes manos, su corpulencia, su gruesa voz, la firmeza en su mirada y en su expresin. De trabajar la piedra haba pasado a ser enlace sindical y despus a Cuba y finalmente a la Unin Sovitica, donde recibi su adoctrinamiento y adiestramiento en la Academia Militar. Fue el encargado de organizar el famoso Quinto Regimiento poco despus de comenzar la guerra, en lo que fue un intento por parte del gobierno de la Repblica de formar su propio ejrcito, de convertir a todos aquellos milicianos en un cuerpo con instruccin y disciplina. Tuvieron desde luego un comportamiento heroico en el Jarama, en la colina del Pingarrn y despus en Ciempozuelos. Estaba, por tanto, ante una de las luminarias del nuevo ejrcito republicano. El domingo 14 de marzo las tropas republicanas iniciaron la contraofensiva. Sus fuerzas y las Brigadas Internacionales reconquistaron el pueblo de Trijueque despus de un feroz combate. Yo llegu all al da siguiente, mientras los italianos seguan bombardeando el pueblo sin resignarse a perderlo. Recuerdo que pas bastante ms tiempo en posicin horizontal que en vertical, pero pude hablar con Gustav Regler y Ludwig Renn, que me contaron que haban entrado en el pueblo a bordo de un tanque. Magnfico ejemplo el de aquellos dos escritores alemanes para la intelligentsia de todo el mundo, situados en la vanguardia no solo de las letras, sino tambin de las armas! Aquel domingo se cumplan seis das desde el inicio de la ofensiva italiana y el general Bergonzoli pareca incapaz de tomar decisin alguna. All estaba su ejrcito atascado en una lnea que se extenda desde Trijueque hasta Brihuega, aparentemente incapaz de avanzar o de retroceder. Hasta que las fuerzas republicanas iniciaron la segunda contraofensiva en Brihuega y bajaron desde la meseta hasta la hondonada donde se encuentra esta ciudad. En esta ocasin, los italianos no se retiraron ordenadamente, sino en total desbandada, retrocediendo hasta las localidades de Ledanca y Algora en la carretera principal, es decir, hasta el lugar donde la ofensiva se haba iniciado. El viernes 19 de marzo el frente se haba roto en mil pedazos. Parece ser que uno de los mensajes que se encontraron entre los prisioneros capturados era del propio Duce y deca lo siguiente: A bordo del yate Pola, camino de Libia, recibo ilusionado las noticias de los grandes combates que nuestros legionarios estn librando en Espaa. Conozco su entusiasmo y su determinacin y s que triunfarn sobre la resistencia del enemigo. La victoria sobre los intemacionalistas tendr grandes consecuencias militares y polticas. Que sepan los legionarios que su Duce sigue al minuto sus avances y sus victorias. Parece ser que Mussolini tuvo que interrumpir su viaje a Libia para regresar a Roma y hacerse cargo de la delicada situacin en la que sus legionarios le haban metido. El ltimo da en que visit aquel frente fue el 23 de marzo y la situacin se haba estabilizado. El ejrcito republicano no estaba en situacin de seguir persiguiendo a los italianos por la sencilla razn de que sus tropas estaban totalmente agotadas despus de la batalla del Jarama y aquella agotadora semana en Guadalajara. Al inspeccionar el terreno, pude comprobar que estaba lleno de capas, abrigos, mscaras antigs, cascos e incluso algunas botas, todo ello abandonado sin duda por los italianos en su huida. En cambio, encontr muy pocos cadveres, seal inequvoca de que aquello haba sido un slvese quien pueda. La responsabilidad de aquel desastre habra que buscarla en los oficiales italianos, que haban dividido sus escasos recursos, no haban buscado la ayuda y la cooperacin con el ejrcito nacional y haban subestimado la resistencia del republicano. El orgullo les haba impedido retirarse cuando an estaban a tiempo para reagrupar las tropas y buscar una coyuntura ms favorable. Pero no creo que los soldados italianos fueran responsables de aquel fiasco, ni que tengamos que llegar a la conclusin de que el carcter italiano es incompatible con el arte de la guerra. All estaban aquellos trescientos o cuatrocientos hombres de la Brigada Garibaldi para demostrar justamente lo contrario! Tampoco creo que el fracaso de aquella ofensiva italiana deba achacarse a la excesiva mecanizacin o motorizacin de sus tropas. Sin embargo, es probable que la falta de experiencia de los oficiales que controlaban aquellas rapidsimas unidades ocasionara una falta de coordinacin entre los diferente flancos de aquella ofensiva. Lo que realmente demostr al mundo la batalla de Guadalajara fue de lo que era capaz el ejrcito de la Repblica cuando contaba con un mnimo de armamento, apoyo areo y buena coordinacin y direccin. Aquel ejrcito creado de la nada en tan poco tiempo comenzaba a funcionar. XXI putsch de Barcelona
LA batalla de Guadalajara no seal,
como se haban propuesto los italianos, el fin de Madrid sino todo lo contrario, el fin del asedio de Madrid. Tras casi seis meses de sitio, Franco hubo de tomar la que quiz fuera su decisin ms importante en toda la guerra: desistir en sus intentos de tomar la ciudad y dirigir su atencin hacia el norte del pas. Pero aunque fuera una decisin difcil, a la luz de los acontecimientos result la ms acertada. El resto de ese ao de 1937 lo dedic Franco a la conquista del norte de Espaa: Bilbao cay el 19 de junio, Santander el 25 de agosto, Gijn el 22 de octubre. No voy a describir aqu la campaa de Franco en el Norte por la sencilla razn de que no estuve all. Para los interesados en los trgicos sucesos que se produjeron en tomo al sitio de Bilbao y en Guernica, yo les recomendara El rbol de Guernica, de George L. Steer. La decisin de Franco de dirigirse al norte de Espaa solo se entiende si tenemos en cuenta el bloqueo casi total de armas y material de guerra que se haba impuesto a la Repblica. Si Madrid hubiera tenido la ocasin de rearmarse en aquellos meses en los que Franco le concedi un respiro, la situacin se habra vuelto muy peligrosa para los intereses de los nacionales. La decisin de Franco demuestra hasta qu punto saba que aquel rearme era imposible, hasta qu punto confiaba en sus propias fuerzas y despreciaba las de su enemigo. Porque el Norte no era importante como objetivo militar. Quiero decir que no representaba un peligro para su retaguardia cuando sitiaba Madrid, y tampoco era una zona decisiva, ya que daba por descontado que el Norte se rendira cuando el resto del pas cayera en sus manos. Por qu entonces se diriga hacia all? Porque era su escaparate, la ocasin de exhibir sus rpidas conquistas ante el mundo entero. Con un ejrcito relativamente pequeo como el que tena, pero excelentemente equipado de artillera, tanques y aviacin, Franco saba de antemano que el Norte no se le poda resistir. Para dar una idea de la desproporcin de fuerzas, basta decir que la Repblica dispona de dos o tres cazas para la defensa de Bilbao, frente a los ciento cincuenta o doscientos aparatos que Franco despleg para el asedio. Naturalmente, el gobierno de la Repblica trat de enviar cazas al nuevo frente, pero no poda hacerlo desde Madrid porque la distancia era demasiado grande para que aquellos aparatos volaran sin repostar. Trat de hacerlo desde el aerdromo de Pau, en el sur de Francia, pero las autoridades francesas lo prohibieron, desarmaron los aviones y los enviaron de vuelta al territorio espaol. Aquel intento de utilizar bases francesas por parte del gobierno de la Repblica desencaden las protestas de Italia y Alemania. Y mientras tanto la aviacin alemana bombardeaba Guernica! Aquellos setenta aparatos que viajaban a bordo del Mar Cantbrico habran podido salvar Bilbao, pero, como antes hemos sealado, cayeron en manos de Franco. En cualquier caso, la decisin de emprender la campaa del Norte, que supona alargar la guerra por tiempo indefinido, debi de ser muy dura para Franco: el orgullo de sus tropas pisoteado en las puertas mismas de Madrid. Pero Franco se trag su orgullo en aquella ocasin, y de una manera muy poco espaola, pero eminentemente prctica, opt por una solucin que, a largo plazo, le aseguraba el xito en su empresa, un xito que dependa, en gran medida, del gobierno de Francia. No hablo ya de cooperacin con el gobierno de la Repblica, sino simplemente de permitir el paso del material de guerra que llegaba de Rusia por territorio francs. La marina de los nacionales haba establecido un bloqueo del Mediterrneo e incluso haban hundido un barco llegado de Rusia, el Konsomol, adems de capturar otros buques. Pero si los envos de Rusia se hubieran hecho por el mar del Norte y el Atlntico hasta un puerto como Burdeos, los nacionales y sus aliados no hubieran podido impedirlo. Desde Burdeos habra sido muy sencillo hacer llegar ese material hasta territorio de la Repblica, siempre que las autoridades francesas lo hubieran permitido, naturalmente. Aquella era la frustrante situacin que se viva en la Repblica en la primavera de 1937. Por primera vez desde que comenzara la guerra, Franco nos permita un respiro. Pero, debido al bloqueo impuesto por los fascistas, as como por el de aquellos pases que la Repblica consideraba sus aliados, cunda la sensacin de que aquel respiro no iba a servir para nada. Al contrario, servira para la disgregacin de las propias fuerzas de la Repblica, tal como ocurri en el putsch de Barcelona. Sali a flote la lucha por el poder en la Repblica, larvada en aquellos meses de guerra, pero que ahora explotaba en la superficie. Los anarquistas, despus de la revolucin social que desencadenaron en los primeros meses de la Guerra Civil, se haban entregado a grandes experimentos sociales. La colectivizacin de la industria en Catalua haba mejorado, sin duda alguna, la condicin de los trabajadores, que ahora cobraban salarios muy altos y trabajaban menos de las cuarenta horas semanales. Pero si las condiciones de los obreros haban mejorado, no por ello haba aumentado la produccin en la industria textil, la qumica y la mdica, que eran las de mayor peso en Catalua. Naturalmente, all no haba altos hornos como en Vizcaya, y en este sentido su contribucin al material de guerra tena que ser por fuerza muy limitado. Pero, en cualquier caso, Catalua era el centro industrial ms importante en la Repblica, y aquella revolucin social en la que estaba inmersa no contribua a aumentar su produccin. El gobierno de Largo Caballero se haba mantenido en el poder gracias a un difcil equilibrio entre las pretensiones de los anarquistas y las de los comunistas, apoyndose a veces en unos y otras en otros. Aquel equilibrio se rompi el 1 de mayo en Barcelona, cuando los anarquistas iniciaron una revuelta en las calles de Barcelona, alindose con el POUM (Partido Obrero de Unificacin Marxista), lo que propici la cada del gobierno de Largo Caballero y la llegada al poder de un nuevo gobierno presidido por Juan Negrn. La revuelta de mayo fue, sin duda, el suceso ms lamentable que se produjo en la Repblica mientras dur la guerra. Pienso que Franco podra haberse aprovechado de aquella situacin lanzando un ataque por sorpresa en el frente de Aragn, que haba quedado debilitado por la marcha de una divisin anarquista a Barcelona. Parece ser que los integrantes de esta divisin fueron desarmados, aunque Barcelona estuvo durante una semana en manos de los anarquistas y sus aliados los trotskistas del POUM. El gobierno mand seis mil hombres desde Valencia bajo las rdenes del general Pozas para sofocar la rebelin, y despus de una semana de barricadas y luchas callejeras la revuelta fue sofocada. Debo sealar aqu que la mayora de los anarquistas no tuvieron nada que ver con aquel putsch, y los ministros anarquistas del gobierno de Caballero, como Federica Montseny o Garca Oliver, se marcharon inmediatamente a Barcelona para negociar una solucin. Aquella revuelta fue organizada por un grupo radical anarquista liderado por el intelectual cataln Andrs Nin. Supongo que tambin haba otros elementos interesados en que aquella revuelta prosperara, y me parece probable que los agentes de Franco en Barcelona estuvieran asimismo implicados en ella. Nin fue arrestado y conducido a Madrid, donde fue encarcelado. Pero un buen da desapareci de la crcel y nunca ms se supo de l. Todo parece indicar que fueron los comunistas los que liquidaron a Nin. Los otros lderes de la revuelta fueron juzgados en Barcelona y sentenciados a penas de prisin. El gobierno cometi la torpeza de insistir en que aquellos hombres eran agentes alemanes o italianos infiltrados, en lugar de juzgarles simplemente por un acto de rebelin. Debo sealar tambin que muchos intelectuales de izquierdas apoyaron el putsch de Barcelona. Recuerdo una conversacin que tuve con Emma Goldman, la veterana revolucionaria americana, que sostena que el fracaso del putsch anarquista significaba el fin de la revolucin en Espaa. Deca que, a partir de entonces, el gobierno de la Repblica sera reaccionario y conservador. Nadie saba lo que iba a ocurrir en Espaa a partir de ese momento, pero yo no estaba muy de acuerdo con las opiniones de la Goldman. El putsch anarquista de Barcelona fue la consecuencia de la debilidad extrema del gobierno de la Generalitat catalana, presidido por Llus Companys. Companys y su partido, Esquerra Republicana, eran liberales de izquierda, personas con excelentes ideas y grandes planes para el futuro, pero sin capacidad alguna para realizarlos. Desde el principio mismo de la guerra haban sucumbido a la presin de los anarquistas, que controlaban de hecho no solo Barcelona, sino la mayor parte de las ciudades y pueblos de Catalua. Debo sealar aqu que no se trataba simplemente de una alianza entre Esquerra Republicana de Catalua y los anarquistas, sino que eran los comits anarquistas que se haban organizado en toda Catalua los que, de hecho, controlaban la situacin. No haba, por tanto, una colaboracin, sino una sumisin de Esquerra a los dictados de los anarquistas. Aquella situacin podra muy bien haber degenerado en un caos total de no ser por el rpido crecimiento del partido comunista cataln, el PSUC (Partido Socialista Unificado de Catalua), y el sindicato UGT (Unin General de Trabajadores). Los comunistas fueron los claros vencedores de aquella lucha por el poder en Catalua, que tuvo repercusiones inmediatas en el gobierno de la Repblica. El 16 de mayo caa el gobierno de Largo Caballero y el 17 se nombraba a Juan Negrn, hasta entonces ministro de Hacienda, presidente del gobierno, y a Indalecio Prieto, ministro de la Guerra, que adems conservaba las carteras de Marina y Aviacin. Para entender la cada de Largo Caballero, aquel lder carismtico de las masas obreras, el Lenin espaol como se le haba llamado, hay que tener en cuenta la pugna entre bastidores que se haba desarrollado desde que accedi al gobierno. Influido sin duda por su amigo el intelectual socialista Luis Araquistin, Caballero se haba ido distanciando del Partido Comunista. Antes de la guerra, y en contra de los criterios de Indalecio Prieto, Caballero haba establecido una alianza con el Partido Comunista que haba llevado al Frente Popular al poder en las elecciones de 1936. Pero en aquellos das el partido apenas contaba con diez mil afiliados. Al comenzar la Guerra Civil, el nmero de afiliados creci hasta los cien mil y la Unin Sovitica se convirti en el nico pas que ayudaba a la Repblica. Esto, naturalmente, dio alas al partido, que se convirti en una de las fuerzas ms importantes en la Repblica. Caballero no haba tenido problemas en colaborar con el Partido Comunista cuando este era una fuerza poltica de escasa entidad, pero ahora que se haba convertido en un gran partido se ech atrs. Largo Caballero era, en teora, un marxista que crea en la lucha de clases y en el triunfo del proletariado. Pero en la prctica no pasaba de ser un experto lder sindical. Su vida haba discurrido entre los despachos de los sindicatos y las crceles donde a menudo haba ido a parar. Pero no haba tenido ni el tiempo ni la cultura suficiente para madurar su pensamiento y para estar a la altura de las circunstancias en aquellos crticos das para la Repblica que le haba tocado vivir. Sin ambicin ni ostentacin alguna, tena una hoja de servicios a la Repblica que a nadie se le hubiera ocurrido cuestionar. Sin embargo, le falt aquel plus de liderazgo y de imaginacin poltica que se precisaban para enfrentarse a aquellas dramticas circunstancias. Rusia haba pasado por una guerra civil y una revolucin y en cuestin de veinte aos haban creado un partido con vocacin de liderazgo no solo en Rusia, sino en el mundo entero. Los comunistas espaoles no tenan ms que copiar el modelo ruso, inspirndose en el funcionamiento a base de clulas para actuar con rapidez e influir en la opinin pblica. El Ejrcito republicano adoraba a los comunistas por su estricta disciplina. A diferencia de los anarquistas, obedecan rdenes y despus las discutan. En poco tiempo, Enrique Lster haba organizado el Quinto Regimiento, que pronto se convirti en la espina dorsal de todo el Ejrcito republicano. Los comunistas tambin manejaban como nadie el nuevo lenguaje poltico, los eslganes que electrizaban a las multitudes y las enardecan. Tenan la habilidad de expresar en pocas palabras lo que todo el mundo senta, pero que nadie, hasta aquel momento, haba dicho. Naturalmente, si Caballero hubiera sido ms listo, habra buscado una alianza con aquella nueva y poderosa fuerza poltica. Las novedosas ideas procedentes de Mosc habran, sin duda, revitalizado al Partido Socialista, y la organizacin sindical que los socialistas controlaban se habra visto beneficiada con la nueva savia que proporcionaban los lderes comunistas. Pero en lugar de aliarse con ellos, entr en una lucha sorda entre bastidores que a la larga le llevara a su destitucin. Caballero no era el nico socialista que desconfiaba de los comunistas. El propio Negrn se haba ocupado de reorganizar el cuerpo de Carabineros, una especie de polica de aduanas. El contingente del cuerpo haba aumentado en nmero de catorce mil a cuarenta mil hombres. Formaban parte de su uniforme unos cascos de acero y unas largas capas de color verde, y se desplazaban en modernos camiones por la ciudad. No estaban destinados al frente, sino a la retaguardia, y su funcin ms importante era la custodia de edificios pblicos, ministerios, embajadas, etctera. El cuerpo estaba integrado por hombres procedentes de las Juventudes Socialistas y de ciertos sectores republicanos del Ejrcito. Era un secreto a voces que el cuerpo de Carabineros era una especie de guardia pretoriana del Partido Socialista, destinada a disuadir a los comunistas de cualquier tentacin de golpe de Estado. De aqu el esmero con que Indalecio Prieto haba reorganizado aquel antiguo cuerpo. A diferencia de otros cuerpos, los carabineros no tenan comisarios polticos. Si los socialistas desconfiaban de los comunistas, menos an podan tolerar a los anarquistas. Varios ministros socialistas se haban enfrentado ya con Caballero por el trato de preferencia que este conceda a los anarquistas. El putsch de Barcelona fue, por tanto, la gota que colm el vaso de agua. Era el momento para dejar caer a Largo Caballero y encumbrar a Indalecio Prieto. Pero Prieto prefera trabajar en la sombra y propuso a Juan Negrn como presidente de gobierno. El propio Prieto diriga todo el esfuerzo blico con las tres carteras que reuna en sus manos Guerra, Marina y Aire y se constitua adems en el hombre fuerte del gobierno. Los anarquistas se solidarizaron con Caballero y no entraron en el nuevo gobierno, y el resto de las carteras se repartieron entre tres ministros socialistas, tres republicanos, dos comunistas, un nacionalista vasco y un cataln. El nuevo gobierno tena un claro color rojo, porque el propio Negrn, aunque no estuviera afiliado al partido, era un simpatizante, y los socialistas como Prieto estaban claramente dispuestos a colaborar con el Partido Comunista. Aquello, por otra parte, no haca sino reflejar la nueva composicin poltica de la Repblica. Mientras que el Partido Socialista se haba estancado en unos ochenta mil afiliados que tena al comenzar la guerra, los comunistas haban pasado de los cien mil militantes en julio de 1936 a los trescientos mil en aquellos momentos. Por muy infladas que pudieran estar estas cifras (proporcionadas por el propio partido) quedaba clara la fulgurante ascensin de este partido en los primeros meses de la guerra. Su lder ms carismtico era sin duda Dolores Ibrruri. Yo haba odo a Dolores pronunciar discursos y responder a interpelaciones en las Cortes espaolas y me haba sorprendido la fuerza de su carcter y de su voz. Yo estaba all en la ltima sesin de las Cortes cuando contest al famoso discurso de Calvo Sotelo en el que este se declaraba fascista con aquella atronadora amenaza: Usted no volver a hablar en esta casa!. Naturalmente, aquello no pasaba de ser parte de la retrica de Dolores y nada tuvo que ver con el asesinato de Calvo Sotelo pocos das despus. No fue este un asesinato poltico en el sentido de premeditacin, sino puramente emocional, dictado por las ansias de venganza de los compaeros del teniente Castillo, como ya hemos sealado antes. Dolores Ibrruri era una mujer vasca de padres muy humildes. De joven trabaj como criada. Se cas con un minero asturiano y fue sin duda en Asturias donde se politiz y adquiri un pensamiento poltico. En los aos de la Repblica se afili al Partido Comunista y se convirti en una gran oradora. Conoc a Dolores en Valencia, en el mes de mayo de 1937. Recuerdo que era un da caluroso y que al entrar en la sede del partido un soldado me pidi que me identificara. Despus de hacerlo grit: Un ingls para ver a Dolores!. Arriba me esperaba su secretaria. Me dijo que Dolores estaba muy ocupada y que no poda atenderme, pero que contestara a mis preguntas si se las daba por escrito. Esa monserga ya me la conoca yo y le expliqu que aquello no servira de nada si no la conoca personalmente. La convenc para que entrara en el despacho de Dolores y pronto pude or su voz que deca: Que pase!. La habitacin donde trabajaba Dolores era grande, fresca y limpia. No haba nada en las paredes y muy pocas cosas encima de su mesa, entre ellas un frasco de agua de Colonia. Y detrs de la mesa estaba ella, una mujer de unos treinta y cinco aos, alta, de buena figura, con una mirada imperiosa, casi desafiante: Qu quiere saber?, me espet nada ms verme. No haba nada de amable o amistoso en aquella voz. No s cmo, pero consegu suavizar sus ademanes, consegu que se relajara, consegu que hablara conmigo. Y entonces se lanz de lleno a su tema favorito: la lucha del pueblo espaol por conquistar su dignidad y su libertad. Se olvid de que yo exista y escenific aquella lucha del pueblo a veces hablando con odio, otras con amargura, a veces con humor, otras con cinismo, a veces rindose a carcajada limpia y otras enarcando las cejas y en ocasiones golpeando la mesa con el puo. No podra decir lo que Dolores me dijo en aquella ocasin, solo el cmo me lo dijo. Tres cuartos de hora ms tarde bajaba por las escaleras de la sede del partido con la cabeza dndome vueltas, ebrio no de ideas, sino de sensaciones, y sobre todas ellas la certeza de que haba conocido a un ser humano excepcional. Dolores es el nico poltico de raza que he conocido en todos estos aos en Espaa. Tiene ms carcter y temperamento en su dedo meique que Manuel Azaa en todo su cuerpo. Naturalmente no estoy hablando de ideas con las que puedo o no coincidir, sino de actitudes, de un dinamismo especial que desprende su persona y que contagia al reportero ms insensible y que cree estar de vuelta de todo, como puede ser este servidor. Supongo que aquello fue como una revolucin emocional, algo que parece ajeno a nuestro carcter supuestamente fro y que nos es dado experimentar en muy contadas ocasiones. No tuve ocasin de conocer a otros lderes comunistas, pero durante mi estancia en Valencia s pude comprobar el buen trabajo realizado por Uribe, el ministro de Agricultura. Las ideas colectivistas y cooperativistas de anarquistas y socialistas no funcionaban en la huerta valenciana, donde cada campesino est muy orgulloso de cultivar su propio terreno, por muy pequeo que este sea. No aceptaban la idea de la propiedad comn por muy marxista que esta fuera y se aferraban cada uno a su pedazo de tierra. El conflicto haba llegado a tal extremo que las labores del campo se haban suspendido. En estas lleg Uribe y se puso del lado de los campesinos. Respetando la propiedad de cada uno, organiz una cooperativa simplemente para la compra de fertilizantes y otros productos y la venta de lo que cultivaban en la huerta. Aquello enfureci a socialistas y anarquistas, que acusaban a los comunistas de admitir en su sindicato a los elementos ms reaccionarios del campesinado de Valencia. Yo no entro ni salgo en esta polmica, pero de qu se trataba?, de poner otra vez en marcha a los agricultores de la huerta para que funcionaran a pleno rendimiento? Pues Uribe lo haba conseguido. Un da, en el restaurante Baviera de Valencia, tuve una larga charla con Luis Araquistin. Recuerdo una frase que pronunci y que me choc extraordinariamente: Los socialistas estamos tan en contra del comunismo como del fascismo. No podemos permitir que Espaa viva bajo el yugo de Mosc. La verdad es que yo no entenda muy bien aquello del yugo de Mosc. A m Mosc me pareca estar muy lejos para que pudiera controlar nada en Espaa. Aun admitiendo que Espaa pudiera llegar a ser algn da un pas bajo un rgimen comunista, sera en todo caso un comunismo a la espaola, gobernado por comunistas espaoles, influidos por Mosc, ciertamente, pero capaces de desarrollar su propio programa poltico y sus propias directrices. As le razonaba yo a Araquistin y todava no s si le estaba convenciendo a l o trataba de convencerme a m mismo. En cualquier caso, estaba claro que a los socialistas en aquella primavera de 1937 les haba dado un ataque muy agudo de celos. Durante los aos de la Repblica, ellos haban sido los mximos representantes de la clase obrera y ahora se vean postergados y avasallados por una nueva formacin poltica que reclamaba su protagonismo. Los socialistas no haban sabido estar a la altura de las circunstancias y desde el comienzo de la guerra no haban sabido o no haban querido renovar aquel Frente Popular que tan buen resultado les dio en febrero de 1936. En los meses que duraba la guerra, la presencia rusa en Espaa haba sido ms bien discreta. Haba diplomticos, periodistas y asesores militares, pero no en gran nmero. A partir de octubre de 1936 tambin hubo pilotos y expertos en tanques. Es cierto que los soviticos trataban de mantener un perfil bajo. Los periodistas rusos que estaban en Espaa, como Mijail Koltsov, de Pravda, tenan fama de inaccesibles y apenas se mezclaban con sus colegas de otras nacionalidades. Tampoco creo que hubiera ms espas rusos en Espaa durante la guerra que alemanes o italianos. Nadie poda asegurar cmo sera el futuro, pero en aquella primavera de 1937, si bien el Partido Comunista comenzaba a llevar la voz cantante, la presencia de rusos en Espaa no era desde luego agobiante. XXII La CORONACIN DEL REY
ME refiero naturalmente al rey de
Inglaterra, porque el rey de Espaa estaba muy bien como estaba, descoronado. Asist a la coronacin del rey en aquella primavera de 1937 y pude contemplar el magnfico espectculo del desfile por el centro de Londres desde un escaparate especialmente habilitado en unos grandes almacenes de Oxford Street. Y en aquel escaparate era yo, efectivamente, como un maniqu, totalmente insensible a la magnificencia y la belleza de las tropas que pasaban ante mis ojos: muchos guardias del rey a caballo, muchos highlanders escoceses tocando la gaita, muchos gurkas indios con sus llamativos turbantes; s, pero dnde estaban los tanques?, dnde el cuerpo motorizado?, dnde los caones y las ametralladoras? Y al final del desfile, las autoridades que regan nuestro Imperio, los rajaes llegados de la India, los gobernadores de los pases africanos. S, pero dnde estaban los nativos de aquellos pases? Y sobre todo, dnde estaba la juventud? Porque aquello me pareca un desfile de momias. Supongo que la transicin haba sido demasiado rpida. Haca escasos das que haba dejado atrs un Madrid en guerra. El bombardeo de Madrid se haba recrudecido en las ltimas fechas y llegaron a caer hasta dos mil bombas y obuses en una sola jornada y el nmero de vctimas lleg a ser de cuarenta a cincuenta diarias, con centenares de personas heridas. El ltimo da en que estuve en Madrid fue uno de los peores que he pasado en toda la guerra. Cuando despert, pareca como si alguien estuviera tirando pesas en el piso de arriba, pero eran caonazos que retumbaban en todo el edificio. Sal a la calle para coger el metro y me ape en la estacin Banco de Espaa. Cuando ascenda a la superficie, por las escaleras me top con varias personas que bajaban corriendo. Al llegar arriba supe el motivo de aquellas prisas. Junto a la boca de metro haba un hombre sin cabeza. Pareca que se la haban seccionado limpiamente con una cuchilla. A su lado, una chiquilla pareca dormida si no fuera por sus piernas, que tena dobladas de una forma extraa. Y un poco ms lejos otra mujer se haba derrumbado y semejaba un montn de ropa vieja y trapos sucios. Supongo que debera haber salido para comprobar, al menos, si estaban muertos, pero las piernas no me obedecieron, y en lugar de subir a la superficie me precipit hacia abajo, buscando el refugio del metro. Solo me atrev a salir cuando escuch el ruido de las ambulancias. Franco estaba utilizando la artillera antiarea para bombardear la calle de Alcal y la Gran Va, la arteria principal de Madrid. Por la tarde cog de nuevo el metro para transmitir mi ltima crnica desde el edificio de la Telefnica. A mi lado haba dos chicas jvenes que discutan: T haz lo que quieras, pero yo he venido a la Gran Va a comprarme un par de medias, le guste o no le guste al general Franco!. Y tir de su compaera, y, sin saberlo, tambin tir de m y subimos por las escaleras hasta la calle. El aspecto que ofreca la Gran Va era desolador. Por lo menos veinte o treinta edificios haban sido bombardeados desde que estuve all aquella misma maana. En la entrada del edificio de Telefnica haba una gruesa capa de hule que cubra el cuerpo de dos chicas que haban muerto al explosionar una bomba cuando salan del edificio. El general Franco tena la mala costumbre de programar los bombardeos para las ocho de la tarde, cuando ms gente haba en la calle y cuando ms dao poda hacer. Todava no s lo que persegua con aquel horror, pero puedo asegurar que la poblacin de Madrid, incluso aquellos que en algn momento pudieran haberle favorecido, le haban vuelto resueltamente la espalda. A la maana siguiente sala en coche por la carretera de Valencia, y debo confesar que aquello me pareci una liberacin. Viajaba conmigo John Lloyd, de la Associated Press, y, aunque viajbamos en un coche que ms pareca una lata de sardinas, yo me encontraba radiante de felicidad. All estaba el campo hermossimo en plena primavera, all estaban los pjaros cantando, all estaba el sol bandolo todo, como si la naturaleza no tuviera noticia alguna del horror que se estaba produciendo en Madrid. Incluso el lugar donde nos detuvimos para desayunar, un bar donde nos sirvieron unos excelentes huevos con beicon, pareca totalmente ajeno a la tragedia, como si se encontrara a miles de kilmetros de Madrid. O quiz fuera que yo me senta de nuevo totalmente vivo. Tal vez la nica manera de apreciar las cosas ms elementales y simples de nuestra existencia sea cuando sabes que has estado a punto de perderlas. Y ahora que me encontraba de nuevo en Londres no saba muy bien qu hacer con mi vida. Iba a cenar con amigos aqu y all y en alguna ocasin acabamos la noche en un strip-tease. Pero qu diferencia de los strip-tease en los que yo haba estado en Espaa! En este pas ese tipo de espectculos estaban dirigidos a la clase obrera, y haba que or los gritos, las chanzas y las bromas de los clientes pidiendo a las chicas que se fueran quitando la ropa! En Londres, los espectadores pertenecan ms bien a la clase media y parecan inmensamente aburridos mientras miraban a las chicas, como si estuvieran all simplemente porque esa noche no hubieran encontrado nada mejor que hacer. All estaba yo en la capital misma del Imperio britnico, pero de un imperio donde se respiraba ya un inconfundible aire de decadencia. Todo aquel desfile militar que contemplaba desde el escaparate de Oxford Street me pareca una produccin de Hollywood, como si todas aquellas cmaras de cine que se vean en las calles estuvieran rodando una pelcula que, dentro de unas semanas, veramos en las pantallas. Incluso aquellas personas que se desmayaban a mi alrededor por las apreturas de la muchedumbre y que la polica retiraba en camillas parecan extras especialmente entrenados para el rodaje. No poda ser cierto lo que mis ojos contemplaban los lanceros, los alabarderos, los gaiteros, la guardia real , porque aquello perteneca al siglo XIX, nada que ver con el nuevo siglo que nos haba tocado vivir. Pas junto a m el automvil con el primer ministro, Stanley Baldwin, y la multitud prorrumpa en vivas, como si todo estuviera perfectamente ensayado. Yo me preguntaba si tena la menor idea de lo que significaba el Tratado de No Intervencin, si le importaba lo ms mnimo lo que estaba ocurriendo en Espaa. Pas la carroza real con sus majestades y la cara del rey pareca la de un hombre preocupado pero resultaba imposible saber si lo que le preocupaba era lo que estaba ocurriendo en Espaa, ni siquiera poda saber si se le estaba contando la verdad sobre Espaa. Ignoro si tendr algo que ver el chaparrn que cay al final del desfile, pero recuerdo que regres a mi hotel totalmente deprimido. Tena la impresin de que me haba equivocado de siglo, que mi pas todava viva en el XIX cuando el resto del mundo viva ya en la era moderna, en la zozobra y en la belleza de la era moderna. En lugar de lanceros bengales, habra querido ver tanques y unidades motorizadas y vuelos rasantes de la aviacin sobre nuestras cabezas. Y en lugar de las autoridades y los grandes dignatarios que haban acudido desde todos los rincones de nuestro Imperio, habra querido ver a la juventud de todos los colores y de todas las razas en aquel desfile, unida por aquello que llamamos la Commonwealth o Comunidad de Naciones. Pero aquella Commonwealth que yo soaba tena que ser letra viva, y no muerta, tena que estar representada por la juventud de cada pas, y no por venerables ancianos con un pie en la tumba. Otra cosa que me descorazon en aquel breve viaje a Londres fue el escaso inters que encontr por lo que estaba ocurriendo en Espaa. Por supuesto, la gente de izquierda defenda con ardor la Repblica espaola y los tories la cuestionaban, cuando no la atacaban. Pero me refiero al hombre de la calle sin mucho inters por las ideas polticas. A aquel hombre medio no pareca interesarle ni preocuparle en absoluto lo que estaba ocurriendo en un pas que era casi un pas vecino. No saban que al desinteresarse por la suerte de Espaa estaban empezando a cavar su propia fosa. XXIII El bombardeo de Almera
UNA maana me encontraba
desayunando en la localidad de Murcia, camino de Almera. Me pareca raro hallarme en una ciudad espaola que no haba sido bombardeada en aquella guerra. Estbamos en pleno desayuno cuando omos el sonido de una banda de msica que se acercaba. Bueno pensamos, al menos hay alguna actividad marcial. Result que no era una banda del Ejrcito, sino la de la ciudad, y anunciaba una corrida de toros para el domingo siguiente. Murcia pareca estar lejos de todo, incluso de la misma guerra. Rodeada de una hermosa huerta y con un clima semitropical, Murcia me pareca detenida en el tiempo, con su gran catedral cerrada, sus calles y carreteras muy abandonadas, sus habitantes con uno de los ndices de analfabetismo ms altos de Espaa, el ochenta por ciento de la poblacin antes de la Repblica. Yo iba camino de Almera para escribir la crnica del bombardeo de la ciudad por el buque alemn Almirante Scheer, en represalia por el bombardeo del destructor Deutschland en la baha de Ibiza. Parece ser que el Deutchsland se encontraba anclado junto al puerto de Ibiza cuando fue localizado por dos bombarderos de la Repblica. No est muy claro quin abri fuego primero, pero lo cierto es que las aguas de Ibiza estaban bajo control de barcos franceses que vigilaban el cumplimiento del Tratado de No Intervencin que prohiba el acceso de cualquier buque extranjero a las aguas territoriales espaolas. El bombardeo del Deutschland haba causado veinte muertos y setenta heridos, y en represalia el propio Deutschland, acompaado de otros tres destructores, se haba dirigido a la ciudad costera de Almera para bombardearla a placer, porque la ciudad apenas dispona de bateras. En la hora que dur el caoneo de las bateras alemanas sobre la ciudad murieron al menos veinticuatro almerienses y ms de cien resultaron heridos. Yo haba tenido problemas para salir de Madrid porque no pareca interesar mucho a nadie aquella historia. Nuestra representante de prensa, una mujer austraca, estaba viviendo un apasionado romance con un colega espaol y no pareca dispuesta a que la molestramos. Por fin mi amigo Sefton Delmer y yo encontramos un viejo camin que se diriga hacia esa remota ciudad del Sur y nos montamos junto con docenas de campesinos que volvan a su tierra. Como era previsible, el camin se estrope poco despus de salir de Madrid y tuvimos que hacernos con los servicios de un viejo taxi al que no le funcionaban las luces y se detena en seco cuando de noche apareca alguien en direccin contraria. As fue como llegamos a Murcia y, despus de dejarla atrs, nos internamos por un paisaje lunar como yo no he visto en ningn otro lugar de Europa. No es la guerra la que ha devastado este lugar, sino el abandono y la pobreza extrema de sus habitantes. Recorres kilmetros y kilmetros sin ver un rbol o una brizna de hierba, contemplando casas derruidas y abandonadas, la ausencia de toda vida humana o animal, salvo alguna cabra que busca entre las races de los rboles algo que comer. Solo grandes proyectos de regado y reforestacin podrn devolver la vida algn da a ese lugar donde apenas existe. Mucho antes de llegar a la ciudad de Almera divisamos grupos de personas acampadas junto a la carretera, refugiados que teman que se repitieran los bombardeos de los das anteriores. Sin embargo, cuando entramos en la ciudad vimos las calles repletas de gente. El gobernador civil puso a nuestra disposicin a un joven anarquista que nos condujo a todos los lugares que haban sufrido el bombardeo. Este haba dejado a ocho mil personas sin hogar. Cientos de casas haban sido destruidas, incluido el consulado britnico, cuyas ruinas visit. Se trataba de bombardear una poblacin civil sin defensa alguna, si exceptuamos una vieja batera republicana que haba en la costa y cuya distancia de tiro ni siquiera alcanzaba la posicin donde se encontraba la flota alemana. Los alemanes bombardeaban Almera con la misma impunidad que lo haban hecho antes con Guernica, bombardeaban una poblacin civil sin posibilidad alguna de defenderse. Asist al entierro de una de las vctimas. Me impresion el cortejo del entierro, las caras macilentas y demacradas de aquellos obreros y campesinos que parecan viejos cuando todava eran jvenes. La guerra pareca doblemente injusta en aquel lugar, castigando a hombres que ya haban sido duramente castigados a lo largo de toda su existencia. El colofn de aquella crnica que escrib sobre Almera se produjo, sorprendentemente, en Gibraltar. All recal el Deutschland para enterrar a sus muertos. El entierro se hizo en presencia del gobernador de Gibraltar, el general Harrington, acompaado por dos almirantes de la flota britnica. Era muy consolador ver cmo Inglaterra abra sus brazos a sus amigos alemanes mientras cerraba sus fronteras en Gibraltar a la poblacin espaola! Mientras tanto, la guerra prosegua en el Norte. La muerte del general Mola en un accidente de aviacin no pareca haber afectado al avance de los nacionales, que tomaron Bilbao el 19 de junio. Pocos das despus, el 6 de julio, la Repblica, tratando de tomar de nuevo la iniciativa, lanzaba un ataque sobre Brunete, a unos veinte kilmetros al oeste de Madrid. Se trataba de llegar, si era posible, hasta Navalcarnero, desde donde se podra haber atacado al ejrcito nacional que sitiaba Madrid por su retaguardia. La punta de lanza de aquel ataque estaba en manos de Lster y su Quinto Regimiento. Se trataba de un ataque por sorpresa. Los hombres de Lster deban recorrer durante la noche los escasos kilmetros que los separaban de Madrid y atacar Brunete de madrugada. Lo extrao de aquel ataque por sorpresa es que, efectivamente, sorprendi a los nacionales y Lster pudo tomar Brunete. Digo esto porque yo me haba enterado de los planes para aquel ataque por sorpresa unas semanas antes en los cafs de Valencia. La cada de Brunete en manos de la Repblica consigui al menos que los nacionales enviaran su aviacin de vuelta a Madrid durante unas semanas. Como parte de la ofensiva de Brunete, las Brigadas Internacionales haban tomado Villanueva de la Caada en una batalla feroz que dur un da entero. El nmero de bajas fue enorme. Pude visitar a un brigadista ingls en el hospital de campaa. Tena la espina dorsal destrozada y sus horas estaban contadas. Me pidi que le leyera la orden del da que les haban dado a los brigadistas aquella misma maana antes de entrar en combate. Mientras la lea me dijo que le pareca una excelente pieza de oratoria. Me cont que haba estudiado en la Universidad de Cambridge y que se haba alistado en las Brigadas poco despus de graduarse. En momentos como esos me convenca a m mismo de que mereca la pena seguir informando sobre aquella guerra. Recoger las ltimas palabras de aquel joven que lo haba dejado todo para acudir a luchar por un pas que no era el suyo era devolver a mi pas un rayo de esperanza, decirles a los ingleses que no todos eran tan ruines como los polticos que en aquellos momentos los gobernaban. La batalla de Brunete acab el 25 de julio. Haba conseguido aliviar la situacin en el Norte, obligando a Franco, como dije, a desplazar su aviacin de nuevo hasta Madrid. Pero no haba conseguido su objetivo ms importante: romper el cerco de la capital. Las fuerzas de la Repblica podan sorprender a los nacionales, pero no disponan de la artillera, los tanques o la aviacin suficientes como para hacer mella en aquella tenaza de hierro que Franco haba dispuesto en torno a la capital de Espaa. Y pienso que la ofensiva de Brunete fue, en lneas generales, un grave error por parte de la Repblica, que, en aquellos momentos de bloqueo de material de guerra, no poda ni deba malgastar sus fuerzas. XXIV Reposo en Montreux
ME encontraba totalmente agotado en
aquel verano de 1937, aunque no lo saba. Me lo dijo una mujer inglesa, mdico en las Brigadas Internacionales. Cmo te encuentras?, me pregunt mirndome a la cara, un da que estbamos tomando unas copas en El Escorial. La verdad es que algo cansado le contest. De un tiempo a esta parte no tengo apetito y he perdido cinco kilos. Debe de ser el calor de agosto. Me lo imaginaba me dijo . Sigue mi consejo y tmate unas buenas vacaciones, porque si no lo haces, lo sentirs. Despus de la batalla de Brunete, Ginebra en el mes de agosto pareca poco menos que la antesala del paraso. All estaba yo contemplando el famoso lago desde la terraza del hotel Rusia, sin ms ocupacin que observar el lento discurrir de un barco de vapor con sus lucecitas y su banda de msica en cubierta. Pareca mentira, pero haca escasamente una semana me encontraba yo en un barranco, en la retaguardia de la ofensiva de Brunete, hablando con los chicos de la Brigada Inglesa, aunque la verdad es que estaban tan agotados que tenan pocas ganas de hablar. Conoc a Jock Cunningham, que comandaba la brigada y que era radical y muy revolucionario en sus ideas, y a Hugh Slater, que vino a Espaa como corresponsal de prensa y regres para alistarse en las Brigadas. Resulta que Slater, en su segundo viaje a Espaa, haba sido arrestado en Perpin, donde se pas dos semanas en el calabozo acusado del horrible crimen de querer entrar en Espaa para luchar por la democracia y la libertad. Pero all estaba Slater tan contento, al mando de una batera de caones antiareos. Desde Ginebra sub hasta el pueblecito de Caux-sur-Montreux, desde donde poda seguir contemplando el lago Leman, pero a vista de pjaro, a muchos kilmetros de distancia. El aire estaba tan quieto que, a pesar de la distancia, poda escuchar claramente el sonido de los barcos de vapor que cruzaban lentamente el lago. Una calma total y absoluta pareca reinar en aquel pueblecito, justamente lo que yo andaba buscando. Pasaba la mayor parte del tiempo tumbado, en mi cama o en el monte, entre la flor de brezo, leyendo la prensa que llegaba a mis manos. He aqu algunas anotaciones que hice en mi diario de aquel mes de agosto a partir de las noticias que iba leyendo en los peridicos: 7 de agosto: El petrolero ingls British Corporal ha sido bombardeado en el Mediterrneo. 13 de agosto: El buque espaol recin construido Ciudad de Cdiz ha sido hundido por un submarino desconocido frente a Gallpoli. 14 de agosto: Un petrolero de trece mil toneladas con bandera panamea ha sido incendiado por los disparos de un buque de guerra de los nacionales espaoles frente a las costas de Tnez. 17 de agosto: El carguero espaol Aldecoa tuvo que buscar refugio en un puerto francs despus de ser perseguido por unidades de la marina italiana. 18 de agosto: El barco espaol Armuru, procedente de Rusia, hundido frente a Gallpoli. 24 de agosto: El carguero ingls Noemijulea, que transportaba fosfatos desde Tnez a Barcelona, bombardeado frente a la costa espaola. 25 de agosto: El buque cisterna ingls Romford bombardeado. 31 de agosto: El carguero ruso Timiryazeff, procedente de Liverpool y con destino a Port Said, que transportaba carbn, torpedeado y hundido frente a la costa de Argelia. 2 de septiembre: Hundido el buque cisterna ingls Woodford en ruta desde Valencia a Barcelona por un submarino sin bandera o identificacin. El Woodford ondeaba la bandera del Tratado de No Intervencin y llevaba a bordo un oficial del Comit de No Intervencin. 6 de septiembre: El petrolero ingls Burlington, que llevaba siete mil toneladas de crudo a bordo con destino a Cartagena, es apresado por destructores nacionales. Los nacionales llevaron el barco hasta Palma de Mallorca, desembarcaron el crudo y permitieron a su capitn que continuara viaje. Naturalmente, aquel desastre de barcos que viajaban por el Mediterrneo llev a Inglaterra y a otros pases a firmar el Tratado de Nyon, que pretenda acabar con esos actos de piratera. Se establecieron patrullas para vigilar y controlar el trfico en este mar y se oblig a los submarinos a viajar en superficie. Pero el dao para la Repblica ya estaba hecho. Como es lgico, el precio del seguro de los barcos se puso por las nubes y el transporte de armas y material blico a Espaa no solo deba realizarse de forma clandestina y bajo increbles dificultades, sino que cada pistola deba pagarse a precio de oro. Mientras tanto, Franco se aprovisionaba tranquilamente en los puertos del Norte. Los cargueros alemanes llegaban a Pasajes o a Bilbao o a Vigo, donde descargaban su mercanca tanques, aviones, artillera sin ocultarla especialmente y sin mayores problemas. El bloqueo decretado por el Tratado de No Intervencin exiga que para detener un barco era preciso antes inspeccionarlo. Y como los alemanes no admitan ninguna inspeccin, sus barcos viajaban sin contratiempos por el Atlntico hasta los puertos del Norte. Tampoco las autoridades de Gibraltar parecan tomarse mayores molestias en aquel asunto. Dejaban pasar los barcos por el estrecho sabiendo muy bien que su destino eran los puertos del Norte para aprovisionar a los nacionales. Desde Caux-sur-Montretix la situacin pareca cada vez ms clara: la campaa del Norte haba servido a Franco para fortalecer su situacin y poder aprovisionarse sin problemas, al tiempo que someta a la Repblica a un lento pero seguro estrangulamiento en el Mediterrneo. Yo lo miraba todo desde mi pequeo refugio en las alturas de la montaa. Poda ver cmo las pequeas nubes se iban formando en el lago, cmo al principio no eran ms que un jirn de niebla. Poda ver cmo ascendan lentamente por el valle y se unan a otras nubes. Era cuestin de tiempo hasta que estallara la gran tormenta. XXV Teruel
PERO la Repblica todava no estaba
dispuesta a arrojar la toalla. A principios de septiembre lanz una nueva ofensiva en el frente de Aragn para tomar Zaragoza. El 5 de septiembre caa Belchite, en el camino a dicha ciudad, en manos de las Brigadas Internacionales y de las tropas republicanas que las apoyaban. Pero en todas las ofensivas sola ocurrir lo mismo: tenan xito en los primeros das, el tiempo que Franco tardaba en llevar sus unidades motorizadas y sus tanques desde el Norte. Y entonces las tropas republicanas tenan que enfrentarse a un enemigo con una superioridad tcnica tan avasalladora que poco se poda hacer, y las ofensivas, como la de Belchite o la de Brunete, se quedaban en agua de borrajas. Se desbarat otra ofensiva planeada contra Teruel porque, horas antes de iniciarse, el comandante en jefe se pas al enemigo llevndose los mapas y planos del ataque. Afortunadamente, su ausencia fue detectada aquella misma noche y se dio orden a las tropas y los arsenales de municiones previstos para el ataque de que se dispersaran. Cuando de madrugada comenzaron a llegar los aviones nacionales y a bombardear las posiciones republicanas, las tropas se haban diseminado ya y el dao fue menor de lo previsto. Pienso para mis adentros que, en el fondo, la defeccin del comandante fue una bendicin del cielo: la Repblica no estaba preparada para lanzar aquel ataque. El problema mayor de la Repblica segua siendo la escasez de armas. Como he sealado antes, por cada barco ruso que consegua burlar el bloqueo fascista caan dos o tres en manos de italianos o alemanes. La ruta terrestre era imposible porque Francia haba cerrado hermticamente sus fronteras con Espaa. La nica solucin era que la Repblica fabricara su propio material de guerra, pero eso resultaba difcil y costoso, porque la industria siderrgica estaba en el norte de Espaa. Con lo poco que haba en el territorio de la Repblica, se hizo un titnico esfuerzo por aumentar la produccin de armas. Justamente para dar auge a esta produccin, el gobierno decidi trasladarse de Valencia a Barcelona. Una de las primeras medidas gubernamentales fue suspender la semana de cuarenta horas que haban suscrito los sindicatos catalanes. Catalua se converta en el centro poltico e industrial de la Repblica y el eje Valencia-Barcelona, en su arteria principal. A partir de ese momento comenz el bombardeo intensivo de Franco sobre los puertos de estas dos ciudades, a sabiendas de que tena que paralizar el nuevo impulso que la Repblica quera tomar. No me parece casual que nuestro corresponsal en Roma anunciara, a principios de octubre, que Bruno Mussolini, el hijo del Duce, se haba incorporado a la escuadrilla de aviones que los italianos tenan en Palma de Mallorca. El objetivo de su misin estaba claro: bombardear los puertos del Levante espaol. Uno de los motivos de friccin que surgi en el nuevo gobierno de Negrn fue la cuestin de los comisarios polticos. El ministro de la Guerra, Indalecio Prieto, desconfiaba de los comisarios. El papel de estos en el nuevo ejrcito republicano consista en explicar a los soldados las razones por las cuales estaban luchando, asesorarles en cuestiones personales y erigirse en modelos de conducta para que los soldados pudieran seguir su ejemplo. Julio lvarez del Vayo, que estaba a cargo de aquel cuerpo de comisarios, sola decir que se trataba de ensear el porqu se avanzaba y el cmo, el porqu y en qu circunstancias se deba retroceder. La idea del comisario poltico vena de los tiempos de la Revolucin francesa, pero estaba claro que el modelo que se haba adoptado en Espaa era el de Rusia, aunque, justo es decirlo, los comisarios polticos no procedan solo del Partido Comunista, sino que tambin los haba anarquistas y socialistas. Los comisarios reciban una buena paga y tenan el grado de comandante en el batalln al que se les destinaba. Soy de los que piensan que la figura del comisario era necesaria en el ejrcito de la Repblica. Un ejrcito que prcticamente acababa de nacer, que luchaba en una guerra civil, es decir, en una guerra entre hermanos, y que dispona de medios muy precarios para el combate, precisaba de estos asesores no solo para que allanaran las dudas de los soldados en el terreno poltico, sino para auxiliarlos en el terreno personal. Eran, por tanto, algo as como instructores polticos, psiclogos y estrategas, todo en uno. En alguna ocasin se haban producido fricciones con los oficiales militares, pero en general estaba demostrado que las unidades que disponan de buenos comisarios eran las ms efectivas en el combate. Prieto no anul la figura del comisario, pero sola dar los puestos ms importantes a los socialistas, los anarquistas o los republicanos de izquierda, lo cual creaba fricciones con los comunistas. Otro de los problemas de Prieto radicaba en la excesiva burocratizacin de sus ministerios. Conseguir un pase para viajar al frente era una verdadera tortura y, como aquellos pases eran vlidos solo para dos semanas o como mucho un mes, la cantidad de papeleo resultaba ingente. Y al ser Prieto una persona encantadora, era, por tanto, mucho ms difcil de criticar. Pienso que hubiera sido un excelente gestor bajo las rdenes de un lder mucho ms dinmico y carismtico de lo que l era. A aquel hombre le faltaba un poco de alegra. Recuerdo que una de las coletillas en sus discursos era aquello de pase lo que pase en esta guerra, ya sabemos ahora que la economa de este pas est arruinada para muchos aos, lo cual sin duda era verdad, pero no se trataba de algo que inspirara demasiado entusiasmo en aquellas dramticas circunstancias. Y es que Prieto era un lder para la paz ms que para la guerra, una persona capaz de llevar a cabo un programa poltico a largo plazo ms que un iluminado que inspirara a aquella gente cada vez ms desilusionada. Cuando lord Attlee, lder de la oposicin en la Cmara de los Comunes britnica, visit Espaa en diciembre de 1937 dijo en una entrevista que el factor esencial para la victoria de la Repblica era la amalgama de todas las fuerzas antifascistas en un solo movimiento. Tena toda la razn del mundo, pero... a ver quin le pona el cascabel al gato! Tal era entonces la fuerza y el podero del Partido Comunista que cualquier amalgama pasaba necesariamente por reconocer el liderazgo de los comunistas, y eso era algo que republicanos, anarquistas y socialistas de derechas no estaban dispuestos a hacer. Sin embargo, aquella unidad poltica, por difcil que fuera, constitua la nica posibilidad que tena la Repblica de sobrevivir. Aunque parezca irnico, Indalecio Prieto era una de las pocas personalidades respetadas por la diplomacia occidental. Los ingleses solan decir de l que era una persona totalmente fiable y los franceses llegaron a calificarle como el nico gran hombre que haba en la Repblica. Pero todos esos piropos no le valan absolutamente para nada, es decir, no se traducan en favores de ningn tipo. Ingleses y franceses contemplaban los toros desde la barrera, encumbrando a unos y denostando a otros, pero sin querer inmiscuirse en los asuntos del pas vecino. Tenan todava la ocasin de adoptar una lnea mucho ms dura con respecto a la intervencin de Alemania e Italia en Espaa, pero, como eso podra poner en peligro su propia seguridad, no estaban dispuestos a hacerlo. Tuve ocasin de conocer a Attlee durante los das que pas en Espaa. Me pareci una persona sensible y cordial, pero no de una gran fuerza. Me asegur que entenda perfectamente que no solo el socialismo o la democracia, sino el futuro mismo de nuestro pas pasaba por lo que ocurriera en la guerra espaola. Entenda el problema, pero me dio la impresin de que no saba muy bien lo que se poda hacer desde Inglaterra. Lea en su cara una sensacin de impotencia y desamparo, como si los acontecimientos en Espaa le hubieran sobrepasado ampliamente y ya no supiera cmo reaccionar. Eso s, se entrevist con los brigadistas ingleses y accedi a que dieran su nombre a su batalln. Pero me temo que poco ms que eso result de su visita. Aquello no tena remedio. A principios del mes de octubre la Sociedad de Naciones rechazaba una propuesta que ordenaba la retirada de todos los ciudadanos extranjeros que luchaban en Espaa. Por supuesto, aquella propuesta favoreca a la Repblica y perjudicaba al general Franco. Pues bien, a pesar de que Francia e Inglaterra votaron a favor de la propuesta, fue rechazada por treinta y dos votos a treinta. Incluso en aquellas fechas, el eje Roma-Berln era capaz de manipular la opinin pblica mundial imponiendo su criterio sobre el de las llamadas democracias occidentales. Pero todo esto nos lleva lejos de los acontecimientos que se estaban produciendo en aquellos momentos en la guerra espaola. La atencin mundial se centraba ahora en la ciudad de Teruel, situada en el camino que conduce desde el interior de la Pennsula a la huerta valenciana. Teruel, encumbrada sobre una colina y rodeada de altos cerros y montaas desprovistas de rboles, tiene una belleza austera y dramtica. Valencia, como digo, est a escasos cien kilmetros de distancia, pero Teruel no tiene nada que ver con la capital levantina ni con su clima agradable y templado. Los termmetros en invierno marcan all las temperaturas ms bajas de toda Espaa. El carcter apasionado y dramtico de sus gentes se refleja en la leyenda medieval de los amantes. Cuenta la historia de un muchacho pobre que quera casarse con la hija de un hombre muy rico. El hombre le concedi un tiempo para que consiguiera su propia fortuna. El joven se enriqueci y regres a Teruel el da en que su amada celebraba su matrimonio con otro hombre. El muchacho se suicid y su amada muri de dolor junto a su tumba. El folclore popular ha trivializado la historia con los siguientes versos: Los amantes de Teruel, tonta ella y tonto l!
Recuerdo Teruel en pleno invierno, el
sol ponindose tras los montes y bandolo todo de tintes rosados y de color violeta. Aquella ciudad tan bella y tradicional, tan espaola, era tambin una de las ms conservadoras y reaccionarias de toda Espaa. Cuando por fin conseguimos entrar en la ciudad con las tropas republicanas, pregunt por unos amigos que tena all. Menudos amigos tiene usted, camarada! me respondi un hombre . Vaya usted al seminario y pregunte por ellos!. El seminario era el lugar donde los fascistas de Teruel se haban hecho fuertes y resistan cuando el resto de la ciudad haba cado en manos republicanas. Al primero que encontr cuando llegu al frente de Teruel fue a Ernest Hemingway, que se alegr enormemente de verme, sobre todo cuando comprob que le llevaba dos botellas de whisky. Le encontr como le haba visto en tantas otras ocasiones: estaba ayudando a un grupo de milicianos a situar en posicin un can del setenta y cinco, que se empleaba para asaltos a corta distancia. Para Hemingway la guerra era eso: implicarse en cuanto discurra a su alrededor, ayudar a los soldados novatos a cargar y descargar sus armas, hablar con todo el mundo, a veces tambin pelearse con todos. A pesar de que era el corresponsal de prensa mejor pagado de cuantos estbamos en la guerra espaola, pienso que se le daba mejor la novela o el cuento que la crnica periodstica, entre otras cosas porque era un perfeccionista y correga docenas de veces todo lo que escriba. Su tcnica no se adaptaba a las inevitables prisas de un corresponsal de guerra. Al comenzar el conflicto, Teruel cay en manos de los nacionales y las fuerzas republicanas locales se replegaron a los altos del Escandn, a unos diez kilmetros de la ciudad. La lnea del frente se acercaba an ms en Valdecebro, en el Nordeste, describiendo una media luna en torno a la ciudad. Los republicanos la haban bombardeado en algunas ocasiones, pero el frente no se haba movido desde el comienzo de la guerra. La operacin que llev a cabo Enrique Lster con su Quinto Regimiento consisti en completar aquella media luna del frente hasta que la ciudad quedara totalmente rodeada. Para ello, desplaz sus tropas, a plena luz del da, desde Valdecebro hasta Caudete y Concud, pero sin llegar a tomar ninguna de estas localidades, y desde all se dirigi hacia el Sur para ascender hasta la Muela de Teruel y completar as el crculo en torno a la ciudad. Se trataba, por tanto, de una maniobra envolvente, parecida a las que ya haba ejecutado en Brunete y en Belchite. La operacin se inici en la tarde del viernes 17 de diciembre y el combate por la ciudad de Teruel no cesara hasta el 22 de febrero, cuando el general Franco tom de nuevo la ciudad. En la noche del 17 de diciembre qued totalmente rodeada. Tena entonces Teruel una poblacin de veinte mil habitantes, adems de una guarnicin de unos cinco mil soldados nacionales. Todava no entiendo cmo la Repblica se las ingeni para enviar a este desolado y remoto rincn de Espaa una tropa de cincuenta mil hombres sin que el enemigo se enterara. Quiz lo hicieran al amparo del mal tiempo que reinaba, una tempestad de nieve y viento que disminua la visibilidad a pocos metros. Claro que eso tambin contaba en contra del ejrcito republicano, que deba desplazar sus piezas de artillera por un terreno donde a menudo se quedaban empantanadas. La operacin Teruel haba sido planeada por Vicente Rojo, profesor de Estrategia en la Academia de Toledo; el comandante en jefe era el general Miaja, que haba participado en la defensa de Madrid y en las batallas del Jarama y de Guadalajara. Rojo, a pesar de su modestia y de su personalidad retrada, era sin duda una de las luminarias del ejrcito republicano. Otra cosa es si la Repblica debera o no haber emprendido aquella ofensiva. Como he sealado antes, mi opinin era que la debilidad del ejrcito republicano desaconsejaba cualquier accin ofensiva y aconsejaba concentrar todas las energas en fortificar sus posiciones y reorganizarse. El prestigio del ejrcito republicano no dependa de la toma de Teruel, entre otras cosas porque esa conquista no supondra ningn cambio de posicin de las potencias occidentales respecto al envo de armas. Haca tiempo que la Repblica saba muy bien que la nica forma de obtener material de guerra era con las reservas de oro del Banco de Espaa, adems de tener grandes dosis de buena suerte para que aquel material llegara a su destino. Circulaba por aquellos das una teora bastante peregrina, pero que quiz tuviera un fondo de verdad. Segn esa teora, Prieto necesitaba la conquista de una plaza importante para poder negociar desde una posicin de fuerza una tregua o armisticio con el general Franco. Es posible que desconociera la nueva correlacin de fuerzas, de la misma manera que haba subestimado la ascensin del Partido Comunista en la Repblica. Quiz lo que no entenda Prieto es que Franco ya no dependa de Alemania e Italia solo para la provisin de hombres y armas, como haba ocurrido en los primeros das del conflicto, sino que ahora estaba unido a aquellos dos pases por un gran movimiento que pretenda cambiar el mundo. En otras palabras, Franco ya no poda negociar una tregua, aunque lo hubiera deseado, porque ahora formaba parte de un movimiento internacional, y ya no dependa de s mismo, sino de sus socios. En aquel ao y medio de guerra haba ocurrido en Espaa una polarizacin de las dos partes en el conflicto: una parte, la Repblica, escorndose cada vez ms hacia un tipo de rgimen comunista, y la otra, la nacional, inclinndose a favor de un tipo de rgimen fascista. El totalitarismo, por tanto, pareca inevitable en el horizonte poltico espaol, ganara quien ganara aquella guerra. Pero, habiendo dicho esto, convendra hacer algunas matizaciones. A pesar de que tanto Falange Espaola como el Partido Comunista haban crecido espectacularmente durante aquellos meses y contaban ya con cientos de miles de afiliados, no se haban hecho, ni de lejos, con el control poltico de ninguna de las dos Espaas. Es sintomtico que Franco castigase al lder falangista Manuel Hedilla con el exilio cuando este se atrevi a hacer objeciones a su poltica en zona nacional. Franco quera dejar claro que all segua mandando el Ejrcito, por encima de cualquier otra faccin. La Iglesia, por otra parte, haba vuelto a su antigua preeminencia, y el exiliado cardenal Segura haba regresado con todos los honores para ocupar el arzobispado de Sevilla. Y los grandes terratenientes y propietarios que apoyaban al general Franco no haban sufrido ningn tipo de expropiacin de sus propiedades, como habra ocurrido en un rgimen totalitario. Pero, naturalmente, hay muchos tipos de regmenes totalitarios. El de la Alemania nazi deja muy escasa libertad al individuo. El rgimen fascista de Metaxas en Grecia o el de Oliveira en Portugal, en cambio, tratan de combinar la iniciativa privada, propia del capitalismo, con el control de las grandes empresas por parte del Estado, propio del fascismo. El rgimen del general Franco en la Espaa nacional parece apuntar hacia este tipo de solucin, ms que hacia el fascismo en estado puro, como sucede en Alemania. En aquella Europa de 1937 haba nacido lo que podramos llamar un capitalismo rebelde. Aquella rebelda, encabezada por Alemania e Italia, pretenda reorganizar y redistribuir los medios de produccin para poder as competir y aventajar a las que, hasta aquel momento, haban sido las dos grandes potencias europeas, Francia y Gran Bretaa. A esta rebelda se haban sumado una serie de pequeos estados como Grecia, Portugal y ahora la Espaa del general Franco. Se trataba, por tanto, de un gran movimiento a nivel internacional, encabezado y coordinado desde la Alemania nazi. Por eso deca antes que Franco, aunque hubiera querido, no poda pactar ningn armisticio, en la medida en que ya no dependa de s mismo. No me parece del todo irrelevante aadir aqu que, por aquellas fechas, diciembre de 1937, Londres acababa de nombrar a sir Robert como principal agente de Gran Bretaa en la Espaa nacional, con destino a la ciudad de Salamanca. En Barcelona se conformaban con tener un encargado de negocios. El gobierno de su majestad comenzaba a orientarse en la direccin en la que soplaba el viento. Pero volvamos de nuevo a Teruel, esa poblacin de unos veinte mil habitantes y cinco mil soldados que la custodiaban. La historia de Teruel en los primeros das de la guerra haba sido como tantas otras historias de tantas otras ciudades espaolas. Los nacionales tomaron el poder y comenz un bao de sangre. La izquierda habla de dos mil personas asesinadas en Teruel en aquellos primeros das, aunque yo me inclino por una cifra menor, varios centenares como mnimo. Parece ser que algunas de estas ejecuciones eran pblicas y se efectuaban en la plaza del Torico en presencia de varios centenares de espectadores. Se ejecutaba a personas de ambos sexos. Un concejal republicano del Ayuntamiento me comentaba que, de los siete concejales de izquierda, solo dos seguan con vida, y fue porque ambos consiguieron huir a territorio de la Repblica. Yo entr en la ciudad veinticuatro horas despus de que lo hicieran las tropas de Lster y solo pude ver el cadver de un hombre tendido en la cuneta. Parece ser que Lster entr en la ciudad por una carretera y permiti a la poblacin civil que lo deseara salir por la otra. Se intent a toda costa evitar las represalias. Algunos edificios de la ciudad como el Banco de Espaa, el Gobierno Civil, el convento de Santa Clara y el seminario continuaban en manos de los fascistas, que ofrecan tenaz resistencia. Durante dos semanas continu all para ofrecer a mis lectores ingleses el drama de aquella poblacin perdida en las montaas del centro de Espaa, cuyo nombre corra ya de boca en boca por todo el mundo. Cada noche regresaba a Valencia para poder mandar mi crnica a Londres. Un da pude ver cmo arrestaban al director de la crcel de Teruel, que se haba escondido durante unos das y tena un aspecto lamentable. No s lo que haran con l. Otro da encontramos una tienda con centenares de jamones colgados del techo. Dos soldados la custodiaban. El dueo nos ofreci un jamn y nos pidi que llevramos a su hijo con nosotros a Valencia aquella noche, hacindole pasar por periodista. Me imagino que aquel joven deba de pertenecer a la Falange o algn partido de derechas, pero no nos import llevarle cuando comprendimos que de lo que se trataba era de salvarle el pellejo. Recuerdo tambin que celebramos la Nochebuena en un establo (parece apropiado) donde los soldados haban organizado una gran hoguera. Sacaron las guitarras y se organiz una improvisada rondalla al estilo de Aragn. As pasamos la noche, entre jotas y villancicos, y me sent mucho ms cercano al verdadero espritu navideo que si hubiera estado en Pars o en cualquier otra capital europea, participando en algn cotilln. Ms tarde, envuelto en mantas en el coche, no consegua conciliar el sueo: me preguntaba dnde me encontrara yo en la Nochebuena del ao siguiente: en realidad lo que me cuestionaba es dnde se encontrara el mundo al ao siguiente, si la humanidad se habra desquiciado por completo pareca llevar ese camino o si, por el contrario, se habra embarcado en una nueva senda de paz y de conciliacin, si no era ya hora de que volviramos de una vez los ojos hacia un pequeo establo para ver lo que all haba ocurrido haca casi dos mil aos. En los primeros das despus de la ocupacin, Teruel pareca un lugar relativamente tranquilo y seguro, sobre todo si se evitaba pasar cerca de aquellos lugares donde los fascistas an resistan. Pero la paz dur poco tiempo. Pronto comenzaron a llegar cazas Fiat que ametrallaban las carreteras pasando en vuelo rasante, y unos das despus, pesados bombarderos Junker que dejaban caer toneladas de bombas sobre la ya castigada ciudad. Preparaban el camino para la contraofensiva del ejrcito nacional. Corra el rumor de que italianos y alemanes estaban en contra de aquella contraofensiva y hubieran preferido esperar hasta la primavera para atacar en una punta de lanza que habra de llevar el ejrcito nacional hasta el mar Mediterrneo. Podran esperarse unos meses para reconquistar Teruel, que, adems, no tena ninguna importancia estratgica. Pero me imagino que Franco era de otra opinin y pensaba que no poda mostrar ningn signo de debilidad o flaqueza si no quera que los crditos que le concedan los banqueros de Pars, Londres o Nueva York se interrumpieran. A veces las consideraciones polticas pesaban ms en esta guerra que la estrategia militar. Lo cierto es que, si la Nochebuena haba resultado casi idlica, la Nochevieja fue un infierno. Las fuerzas republicanas, que no cedieron un palmo de terreno, rechazaron el ataque frontal de las fuerzas nacionales sobre la ciudad. Los cazas y los bombarderos ametrallaban y bombardeaban una y otra vez las posiciones republicanas, hasta que la ventisca que se haba levantado a media maana hizo que la visibilidad fuera casi nula. Constitua un espectculo dantesco contemplar a aquellos hombres luchando contra el enemigo y a la vez contra los elementos, como si la furia en el combate hubiera desencadenado esa otra furia en forma de nieve y ventisca que ahora caa sobre ellos. Yo tena tina visin privilegiada de aquel tremendo espectculo. Aquel da me haba quedado en puerto Escandn porque la artillera nacional amenazaba todas las carreteras de acceso a Teruel. Desde all divisaba las bateras de Franco lanzando lenguas de fuego sobre la ciudad, o los pesados bombarderos alemanes dejando caer su mortfera carga antes de alejarse lentamente. Las tropas nacionales consiguieron llegar a dos kilmetros de la ciudad, pero no pudieron pasar de all, tal era la desesperada defensa de los republicanos. Debi de ser un duro golpe para los fascistas que todava resistan en el centro de Teruel. Ms tarde nos enteramos de que en el valle haban muerto dos colegas del otro lado, corresponsales en la Espaa de Franco. Se trataba de Edward Neil, de la Associated Press, y Bradish Jonson, del Spur, adems de Harold Philby, del Times, que result herido. Parece ser que una bomba cay junto al coche en el que viajaban. La tormenta de viento y nieve dur dos das ms y cuando concluy haba lugares que tenan ms de un metro de nieve. El trfico por carretera se haba interrumpido y unos seiscientos vehculos quedaron atrapados en la nieve. Ya que no podamos movernos de all, Sefton Delmer y yo decidimos bajar hasta la ciudad para descubrir lo que ocurra. Los nacionales tuvieron la gentileza de no bombardear nuestro vehculo mientras nos acercbamos a la ciudad. A ambos lados de la carretera veamos los cuerpos de mulas muertas petrificados por el fro. Cuando entramos en Teruel comprobamos que sus habitantes no tenan un minuto de respiro. Los cazas y los bombarderos nacionales pasaban una y otra vez sobre nuestras cabezas y la artillera nos obsequiaba con sus proyectiles. Pero al llegar junto a los edificios del seminario y del convento de Santa Clara pudimos comprobar que era all, efectivamente, donde el demonio tena su guarida, como decimos en mi pas. Las bombas y los proyectiles no caan ya solo de arriba, sino de todas partes, en una batalla que pareca no tener fin. Pudimos ver a los carabineros sus elegantes trajes verdes hechos jirones lanzando granadas a los stanos de aquellos edificios religiosos, mientras los rebeldes que se escondan all les devolvan el fuego, en medio de las ruinas de los edificios. Ascendimos a la nica torre de Teruel que no estaba en ruinas para contemplar el escenario de aquella batalla. Los nacionales haban tomado la Muela de Teruel, pero su mpetu pareci flaquear cuando se disponan a asaltar la ciudad. Mientras tanto la guerra continuaba en aquel otro frente que haba dentro de la misma poblacin. Indalecio Prieto haba insistido en minimizar el nmero de vctimas entre la poblacin civil, lo que significaba que aquellos edificios que an resistan deban ser tomados en combate cuerpo a cuerpo y no utilizar minas u otros medios de destruccin masiva. De cualquier manera, el convento de Santa Clara se haba derruido, pero al parecer mil setecientas personas resistan en los stanos sin luz ni agua. Otras tres mil resistan en el edificio del Banco de Espaa. El 7 de enero el teniente coronel Rey dHarcourt, el oficial de ms rango del ejrcito nacional en el interior de Teruel, decidi rendirse y las miles de personas que permanecan en los edificios fueron evacuadas. Se ha criticado mucho la decisin de DHarcourt, especialmente por los oficiales del ejrcito nacional que rodeaban Teruel. Pero qu otra cosa poda hacer ante los miles de civiles mujeres, nios y ancianos que tena a su cargo y que no disponan de agua potable ni de comida? Sin duda, habran muerto mucho antes de que el ejrcito de Franco entrara en la ciudad para rescatarles, lo que no ocurri hasta el 22 de febrero. El colofn a esta historia de Rey dHarcourt fue la triste muerte que encontr camino de la frontera francesa, fusilado al final de la guerra. La batalla de Teruel continu durante las seis semanas siguientes. Prieto se vio obligado a llevar las Brigadas Internacionales, aunque al principio haba asegurado que aquella sera una batalla exclusivamente espaola. As fue como llegaron a Teruel la Brigada Lincoln, la Mackenzie-Papineau (canadienses) y el recin bautizado Batalln Attlee, de los ingleses. Muchos de estos jvenes perdieron la vida en los desolados cerros y montaas que rodean la ciudad de Teruel, tratando de evitar lo inevitable. Uno de los grandes problemas a los que hubo de enfrentarse el ejrcito republicano en la batalla de Teruel fue el de las comunicaciones. No me refiero solo a que el terreno es extraordinariamente montaoso y abrupto y las buenas carreteras escasas, sino al hecho de que los defensores de la ciudad resistieron durante semanas, como ya he sealado, en el seminario y el convento de Santa Clara. Estos edificios ocupan una posicin ventajosa en lo alto de la ciudad, ya que dominan los caminos de acceso a ella por la carretera de Valencia y por la de Cuenca. Los soldados del ejrcito nacional que se refugiaron en ellos podan, por tanto, hostigar, desde las ventanas y terrazas del edificio, a las tropas, los vehculos y los tanques que pretendan entrar en la ciudad. Como ya he sealado antes, Prieto haba prohibido el uso de minas, gases lacrimgenos, fuego u otros medios de destruccin masiva, de forma que, durante las tres semanas que dur el desalojo de aquellos edificios, las tropas republicanas deban dar grandes rodeos para evitar los disparos de los fascistas. Por ejemplo, si se quera desplazar una pieza de artillera hasta la Muela de Teruel, que dista solo unos kilmetros del centro de la ciudad, para evitar el fuego enemigo haba que llevarla hasta Puebla de Valverde y de all hasta Vilel, para finalmente ascender hasta la Muela. Un corto recorrido de unos kilmetros se haba convertido en un calvario de setenta o ms. Yo, desde luego, puedo asegurar que recorr varios miles de kilmetros en el mes que estuve en Teruel cubriendo la refriega. Recuerdo que el primer chfer que tuve era de Santander y me cont la lucha por aquella ciudad en el mes de julio de 1936, cuando otros republicanos de izquierda y l haban impedido la entrada en la ciudad de un pequeo destacamento militar estacionado en las afueras. Recuerdo a otro joven, un ferviente anarquista de veintin aos. Deca que no fumaba, no beba y no se acostaba con mujeres y que aquello era parte del credo anarquista. Pasaba el rato leyendo discursos de Bakunin y de Sorel. Nos dijo que haba estado un tiempo en el frente de Aragn, pero que tuvo que regresar a Barcelona porque las montaas le daban neurastenia. A pesar de todas sus virtudes, no tena gran destreza manejando el volante y nosotros le comentamos que, sin duda alguna, la castidad produca flaqueza e inseguridad y le perjudicaba a la hora de coger el coche. Conoc a otro anarquista en el puerto Escandn. Se trataba de un ferroviario de Valencia. Haba pertenecido a la tristemente clebre Columna de Hierro. Esta brigada anarquista parti de Barcelona con una unidad de doscientos guardias civiles leales a la Repblica con el objeto de detener a los nacionales que se haban apoderado de Teruel al comienzo de la guerra, y parecan dispuestos a continuar su avance hasta Valencia. Cuando llegaron a Puebla de Valverde, a unos veinte kilmetros de Teruel, el jefe de la guardia civil sac su revlver, grit: Viva Franco!, y respaldado por sus hombres, conmin a los anarquistas a que se rindieran. La columna anarquista se dispers por el campo en desbandada y muchos de ellos lograron huir, pero la Guardia Civil mat a setenta u ochenta anarquistas. Todo ello quiz ayude a explicar la mala fama que, a partir de aquel momento, se fue ganando la Columna de Hierro. Sus integrantes se dedicaron durante un tiempo a vivir en el campo, expoliando a los campesinos y matando a los curas. La polica acab en Valencia con uno de sus lderes, apodado Seisdedos, por actos delictivos, y la Columna de Hierro acudi al entierro de su jefe con tanquetas y ametralladoras. Tambin acudi la polica de Valencia junto con un nutrido grupo de comunistas, y parece ser que el rifirrafe que se arm fue muy considerable. Se habla de sesenta personas muertas en aquel famoso entierro. No se conocen otras fechoras de la Columna de Hierro, pero el joven anarquista que estaba con nosotros en puerto Escandn evidentemente echaba de menos aquellos buenos das que haba pasado con la famosa columna. Francamente me contaba, yo dej el ejrcito cuando introdujeron todas aquellas bobadas de saludar a los superiores, ser disciplinado y acatar rdenes. Aquello ya no tena nada que ver con la libertad revolucionaria que nos prometieron al principio. Cmo puede haber revolucin si no hay libertad?. Yo sigo pensando ya s que muchos no lo creen as que las races del anarquismo espaol se hallan en el analfabetismo de la poblacin rural. El nico lder anarquista de talla que hubo en la Guerra Civil fue Buenaventura Durruti, y al parecer muri de los disparos de los propios anarquistas. Durruti era cataln pero de origen andaluz. Estuvo en el frente de Aragn al mando de un batalln anarquista y, cansado de los robos y la delincuencia de algunos de sus hombres, los junt a todos, escogi a algunas cabezas de turco y los mat delante del resto de sus compaeros. A partir de aquel momento, muchos anarquistas desconfiaban de l y, naturalmente, l desconfiaba de los anarquistas, de manera que no iba a ningn lado sin sus guardaespaldas, que le acompaaban a todas partes con sus ametralladoras y subfusiles en el mejor estilo de Hollywood. Luch por ltima vez en Madrid, en el frente de la Ciudad Universitaria. Nadie ha aclarado si muri de una bala perdida, si le mataron los comunistas o le dispar su propia gente, como parece lo ms probable. XXVI LA BATALLA DE ARAGN
CONTRA todo pronstico, la ofensiva
nacional no se detuvo en Teruel, sino que continu su camino en busca del Mediterrneo. Franco abri un frente de unos doscientos kilmetros, desde los Pirineos hasta Montalbn. Y en este vasto frente, lanz tres ataques en punta de lanza: desde Huesca por las faldas del Pirineo; desde Zaragoza hacia Lrida, y desde Zaragoza por el valle del Ebro hacia el mar. Aquella ofensiva en pleno invierno cogi totalmente por sorpresa al ejrcito republicano. Las tropas que haban participado en la defensa de Teruel estaban totalmente agotadas y no haban tenido tiempo de reponer el material de guerra perdido. Yo mismo haba visto a unidades del ejrcito republicano que entraban en combate cuando la mitad de los hombres no disponan de un fusil, no hablo ya de granadas o de ametralladoras. Solamente en el aire la Repblica pareca disponer de suficientes aparatos, aunque no creo que el nmero de bombarderos excediera en esos momentos de los ciento cincuenta, y tenan que lidiar con una aviacin fascista que superaba los quinientos bombarderos. Segn las cifras que se hicieron pblicas en Alemania despus de finalizar la guerra de Espaa, en ella participaron ciento treinta oficiales y cinco mil soldados alemanes, tcnicos, pilotos y tanquistas en su mayor parte. Si a esto aadimos los pilotos nacionales y los italianos, podemos hacernos una idea del potencial areo del general Franco. La punta de lanza ms importante en aquel tridente que desplegaba el ejrcito nacional se diriga hacia el Mediterrneo. Participaban en esta ofensiva dos divisiones italianas y dos divisiones mixtas, es decir, italo- espaolas, pero bajo mando italiano. Eran tropas de refresco, que no haban participado en la batalla de Teruel. Aquellas tropas, excelentemente equipadas, disponan de camionetas, tanquetas y tanques ligeros para facilitar el rpido avance de la ofensiva. Las cuatro divisiones sumaban la friolera de sesenta mil hombres. El comandante en jefe era el general Berti, y el segundo en el mando, el general Manzini. Para dar una idea de la rapidez del avance de aquella ofensiva, baste decir que en pocos das la Repblica haba perdido tres mil kilmetros cuadrados y el frente de Aragn simplemente se haba colapsado. A pesar de que en algunos puntos de aquel frente los republicanos haban resistido perfectamente el avance de las tropas nacionales, debieron retirarse precipitadamente para no encontrarse en posiciones aisladas, flanqueadas por las velocsimas tropas nacionales, que parecan competir en una suerte de carrera para ver quin llegaba antes al mar. El efecto de aquel golpe en la moral del ejrcito republicano no pudo ser ms devastador, sobre todo en aquellos momentos en que Barcelona y toda la Repblica celebraba el hundimiento del crucero Baleares, uno de los buques estrella de la marina de Franco. La marina republicana lo haba tenido muy difcil en aquella guerra. Cuando sus naves salan de la base naval de Cartagena sola escoltarlas algn barco alemn e italiano, que sin duda espiaba cada uno de sus movimientos y transmita su posicin exacta al ejrcito nacional. Y no haba nada que pudieran hacer contra aquellos buques escolta nazis, porque si los hubieran atacado, eso habra sido un acto de agresin internacional. En alguna ocasin, como en el bombardeo naval de la ciudad de Mlaga, la marina republicana haba perseguido a unidades que parecan pertenecer a la marina nacional y que no llevaban bandera alguna. Cuando se encontraron ya en alta mar y fuera de las aguas territoriales, izaron la bandera italiana. En esta ocasin, la marina republicana tuvo ms suerte. Eludi la escolta alemana y se present de improviso frente a la flota de Franco. La flota republicana se compona de dos cruceros, el Libertad y el Mndez Nuez, y un destructor. Ante ellos estaba lo ms granado de la marina nacional, los cruceros Almirante Cervera, Canarias y Baleares. Amparndose en la oscuridad de la noche, los barcos republicanos consiguieron una posicin favorable respecto a los nacionales y concentraron su fuego de torpedo en el costado del Baleares, que fue alcanzado de lleno, hizo explosin y se hundi. Satisfecha con aquel golpe de suerte, la flota republicana regres a Cartagena sin sufrir baja ni dao alguno. Todava no me explico por qu los otros navios nacionales no acudieron en ayuda del Baleares ni persiguieron a la flota republicana. Posiblemente se debi a la oscuridad, y los almirantes del Canarias y del Cervera pensaran que se trataba de muchos ms barcos de los que en realidad tenan delante. No he ledo una versin nacional de esta batalla naval, as es que no puedo cotejarla con la informacin que se public en la Repblica. En cualquier caso, parece ser que los primeros en acudir en auxilio del Baleares fueron dos barcos ingleses, el Boreas y el Kempenfeldt, que estaban patrullando aquellas aguas en cumplimiento del Tratado de No Intervencin. A las cuatro de la madrugada dijeron haber avistado un barco en llamas y a punto de hundirse. Se dirigieron al lugar y pudieron rescatar a cuatrocientos hombres de un total de ms de mil que constitua la dotacin del Baleares. Despus de esto se dirigieron hacia donde se encontraba el Canarias para transferir aquellos hombres, muchos de los cuales estaban heridos. Al da siguiente, exaltado por aquel xito tan inesperado, el propio Indalecio Prieto se reuna con la prensa y nos ofreca champn para que brindramos con l. Nos ense unas fotos que mostraban al Canarias recibiendo a los supervivientes del naufragio del Baleares y rodeado de mucho humo. Prieto y el vicealmirante Bouza, presente en aquella reunin, insistan en que aquella foto probaba que el Canarias tambin haba sido alcanzado por los torpedos republicanos. Yo le contest que aquel humo pareca proceder de las chimeneas del barco, pero el vicealmirante insista en que tena que venir de algn incendio declarado en la sala de mquinas. De cualquier manera, aquel era un gran xito para una Repblica que, desde haca ya bastante tiempo, no tena nada que celebrar. Si echbamos cuentas, la marina de la Repblica dispona de dos cruceros, el Cervantes y el Mndez Nez, doce destructores, seis lanchas torpederas y cinco submarinos. Los nacionales tenan tres cruceros, el Canarias, el Almirante Cervera y el Navarra (este ltimo construido durante la guerra con ayuda alemana), dos destructores, cinco lanchas torpederas y cuatro submarinos. Nadie saba de dnde procedan aquellos submarinos. Desde luego, no tenan ninguno cuando empez la guerra. Tampoco estaba muy claro de dnde procedan algunos destructores. Parece ser que Italia se los haba vendido al general Franco. Imagnense la que se habra armado si se hubiera anunciado que la Unin Sovitica venda un destructor a la Repblica! La marina era, en todo caso, el nico cuerpo del ejrcito en el que la Repblica aventajaba a los nacionales. Pero aquella ventaja no se traduca en una hegemona en el mar, porque la marina republicana tena que lidiar no solo con la de Franco, sino tambin con la de Italia y Alemania. La marina de la Repblica no poda luchar en solitario con aquel bloqueo naval que la Sociedad de Naciones haba impuesto a Espaa y que Italia y Alemania, con tanta astucia, aprovechaban. Mientras que el Atlntico era un mar abierto para los intereses de Franco, el Mediterrneo era un mar cerrado para aquella Repblica que dominaba toda la costa del Levante espaol, pero que no poda sacar ningn beneficio de ello. Aquel pequeo xito del hundimiento del Baleares apenas nos distrajo de los problemas con los que se enfrentaba la Repblica entonces. Uno de ellos era determinar la posicin exacta del frente, que fluctuaba ms que la cotizacin de las acciones en Bolsa. Otro era el persistente bombardeo de Barcelona que acompaaba a la ofensiva de Franco en Aragn. Pareca haber aprendido del estratega Douhet, que sostena que la forma ms segura de asegurarse la victoria en una batalla era golpear al enemigo en la retaguardia, para que, de esta manera, el movimiento de tropas hacia el frente se paralizara. No era aquella la primera ocasin en la que se bombardeaba Barcelona. El 25 de enero de aquel ao, un bombardeo en el centro de la ciudad haba causado ms de cien muertos. Unos das ms tarde, escuadrones italianos estacionados en Mallorca haban matado en un bombardeo a ms de trescientas personas, incluidos ochenta nios que se encontraban en un orfanato. Pero la verdadera prueba del mtodo Douhet lleg el 16 de marzo, cuando la ciudad comenz a ser bombardeada a intervalos de tres horas. La aviacin italiana realiz un total de diecisiete incursiones que concluyeron dos das despus. La cifra de muertos alcanz los mil trecientos y la de heridos super los dos mil. Recuerdo que un medioda cay una bomba muy cerca de donde yo me encontraba, y pudimos contemplar, atnitos, cmo se derrumbaban a un tiempo cuatro grandes edificios. Al principio pensamos que se trataba de un nuevo invento, de una bomba con una capacidad destructora como jams se haba conocido hasta aquel momento. Despus supimos que lo ocurrido era que la bomba haba cado sobre un camin repleto de dinamita que se encontraba en plena calle y que produjo el efecto devastador que todos habamos presenciado. En aquella terrorfica explosin murieron ms de cuatrocientas personas, y cuando las ambulancias se acercaban para recoger los cadveres, se comprobaba que no haba cadveres, sino trozos de cuerpos diseminados por todas partes. La explosin se haba producido a la hora de comer, cuando muchas personas salan de sus oficinas y estaban en la calle. El pnico comenz a cundir en Barcelona. La gente, aterrorizada, abandonaba la ciudad a cientos y a miles, y buscaban refugio en el campo. Pero el sentimiento que prevaleca entre los ciudadanos no era el pnico, sino la indignacin, la furia ante aquellos bombardeos cuyos nicos objetivos eran civiles y no militares. Aquellas oleadas de bombas que concluyeron, como ya he dicho, el viernes 18 de marzo, obligaron a la Repblica a trasladar los cazas que tena destinados en el frente de Aragn para defender la ciudad. A partir de ese momento haba una patrulla area sobre los cielos de Barcelona. Pero no fue aquello lo que hizo que Franco suspendiera los bombardeos, sino el grito de horror que se levant en la prensa de todo el mundo. Hasta Franco se dio cuenta de que deba mejorar su imagen si quera entrar en Barcelona con un mnimo de dignidad. Desde mi punto de vista, el experimento Douhet fue un total y absoluto fracaso, aunque se haba realizado a muy pequea escala y en circunstancias muy especiales. Los aviones haban accedido a la ciudad por el mar sin encontrar apenas resistencia antiarea. Sin embargo, los dos objetivos del experimento Douhet no se cumplieron: las comunicaciones de Barcelona con el frente de Aragn no se haban interrumpido y la gente no haba abandonado la ciudad, presa del pnico. Es cierto que varios miles de personas dorman en los descampados y que algunas se haban refugiado en casas de campo, pero la gran mayora de los ciudadanos permanecan en Barcelona, con mucho miedo en el cuerpo, pero tambin con mucho odio hacia las personas que haban ordenado aquel bombardeo tan incomprensible sobre la poblacin civil. Si de lo que se trataba era de hundir la moral de la poblacin civil que ya estaba por los suelos por las noticias que llegaban del frente y por la escasa ayuda de la comunidad internacional, yo dira que consigui el efecto contrario: los ciudadanos vieron su orgullo tan absurdamente pisoteado que reaccionaron ponindose an ms de parte de la Repblica. La misma noche en que comenzaron aquellos bombardeos intensivos sobre Barcelona presenci una procesin de miles de personas que recorra el paseo de Gracia en direccin a la parte alta de la ciudad. Se concentraron en torno al palacio de Pedralbes, donde en aquellos momentos el presidente Azaa presida un consejo de ministros. Haba circulado la noticia de que el presidente Azaa quera proponer un armisticio, auspiciado por las potencias occidentales, Francia e Inglaterra, que actuaran de intermediarias entre ambas partes. La propuesta era que tanto Azaa como Franco dimitieran de sus puestos de jefes de Estado y en su lugar se nombrara un gabinete neutral presidido por un poltico aceptable para ambas partes, como podra ser el profesor Julin Besteiro. El Partido Comunista haba convocado a sus militantes a la manifestacin para protestar por aquella peticin de armisticio y fue secundado por los anarquistas y buena parte del Partido Socialista. Cuentan las malas lenguas que un ministro, alarmado por aquella multitud que se concentraba en el exterior del palacio, vio llegar por la avenida Diagonal a varias unidades de los guardias de asalto y exclam, aliviado: Menos mal! Aqu llega la Guardia de Asalto!. Lo que no saba el ministro es que la Guardia de Asalto acuda para sumarse a la manifestacin. Finalmente, y despus de una violenta discusin, se impuso el criterio de que la guerra deba continuar y el doctor Negrn recibi a una delegacin de los manifestantes para informarles del acuerdo que se haba tomado. Pedir un armisticio a Franco en aquellas circunstancias equivala a pedir la luna, y lo malo era que muchos republicanos no se daban cuenta y caan una y otra vez en el mismo error. No haba otra alternativa que continuar la guerra hasta el final con la esperanza de que un brusco cambio en la situacin internacional favoreciera la posicin republicana. Incluso la rendicin incondicional era para la Repblica un callejn sin salida, porque supona, seguramente, la muerte para miles de personas, la crcel para decenas de miles de personas, y la certeza de que Espaa ya no volvera a ser un pas democrtico durante varias generaciones. Yo me imagino que cuando el seor Besteiro represent a la Repblica espaola en la coronacin de Jorge VI, debi de tantear a las autoridades de mi pas sobre la posibilidad de un armisticio. Desde luego, fue recibido por Anthony Eden, y le cont todo lo que Eden deseaba escuchar. Tambin se entrevist con Lon Blum y le contara todo lo que el socialista francs quera or. De aquellos encuentros nacera, digo yo, la idea de un armisticio. Me temo que, con la mejor intencin del mundo, Besteiro estuvo engaando a aquellos seores, pintando un panorama que simplemente no se corresponda con la realidad. Y no lo haca de mala fe, sino porque l mismo no acababa de entender lo que estaba ocurriendo en Espaa, tanto en la zona republicana como en la nacional. La dinmica de los acontecimientos haba llevado a esas dos Espaas a tal extremo que ya no era posible ningn tipo de entendimiento, simplemente se trataba de saber cul de las dos Espaas acabara imponindose sobre la otra. El profesor Besteiro constituye un perfecto ejemplo de cmo se puede ser honrado, culto, total y absolutamente dedicado a su pas y, sin embargo, no saber lo que est ocurriendo en l. Perteneca a otro tiempo, casi dira que a otro siglo. Esto, naturalmente, con independencia de su talla humana, que demostr quedndose en Madrid y con los madrileos hasta el final mismo de la guerra. Lo que entonces nos preocupaba no era ese imposible armisticio, sino una lnea de frente que se nos vena, literalmente, encima. El ejrcito republicano haba pasado de ocupar posiciones muy cercanas a las ciudades de Huesca y Zaragoza y, en el Pirineo, las puertas mismas de Jaca, a retirarse en desbandada ante aquella ofensiva de los nacionales. Estos barran toda aquella zona como si fueran un gran vendaval y ocasionaban la primera gran ola de refugiados de la guerra. El avance haba sido tan rpido que muchas tropas y civiles leales a la Repblica se encontraron, de la noche a la maana, en territorio nacional, sin posibilidad de retroceder al republicano. Muchos optaron por cruzar los Pirineos hacia Francia, pero aquello era casi peor que enfrentarse a las tropas nacionales, porque los pasos de montaa estaban cubiertos de nieve en ese mes de marzo y por lo general aquellas personas no iban equipadas para emprender aquella travesa. Parece ser que los restos de una divisin unos cuatro mil hombres , cuando llegaron a Francia, fueron entrevistados por las autoridades francesas para ser repatriados. Podan escoger entre el regreso al ejrcito republicano o la incorporacin al ejrcito nacional. Solo ciento sesenta y ocho soldados entre cuatro mil eligieron esta segunda opcin. Yo me encontraba en Lrida, dispuesto a presenciar la batalla por aquella ciudad. Pero el espectculo ms deprimente no estaba en la poblacin misma, sino fuera de ella, en las carreteras por donde flua un ro interminable de refugiados, acarreando sus pertenencias en sus carretas de mulas. Entonces llegaban los aviones nacionales y, en vuelos rasantes, comenzaban a ametrallarlos, dejando una estela de cadveres de hombres y animales y un reguero de sangre. La batalla de Lrida llev una semana y si dur tanto fue gracias al arrojo de uno de los personajes ms pintorescos del ejrcito republicano. Me refiero a Valentn Gonzlez, apodado El Campesino. Proceda en efecto de una familia de campesinos de Extremadura y pareca realmente un labrador, corpulento, bronceado, saludable de aspecto y algo lento en sus andares. Pero haba algo extrao en su mirada, un brillo en los ojos que atraa con una fuerza magntica parecida a la mirada de un loco. Perteneca al Partido Comunista y haba sido en su juventud enlace sindical y, segn cuentan, agitador poltico. Se estren en la guerra en Guadalajara, donde jug un papel importante. Apareci de nuevo en la batalla de Teruel, donde parece que fue el ltimo en abandonar la ciudad antes de que entraran en ella las tropas nacionales. Estas haban rodeado la ciudad y nadie se explicaba cmo El Campesino haba conseguido salir de ella con todos sus hombres y haba cruzado por la noche las lneas nacionales sin que le descubrieran. Visit los cuarteles del batalln de la Guardia de Asalto que comandaba y me impresion el aseo y la limpieza tanto de sus hombres como del lugar. Me impresionaron tambin el entrenamiento y la disciplina de sus soldados. Claro que aquello se deba en parte a la eficiencia de su lugarteniente, el joven comandante Medina. El carismtico Campesino y aquel joven universitario, tan escrupuloso y metdico, formaban un buen equipo. De Teruel, el batalln de El Campesino haba regresado a Madrid para disfrutar de un bien merecido descanso. Y all estaban de nuevo, a finales del mes de marzo, dispuestos a detener aquel tren expreso que pareca entonces el ejrcito nacional. Sal a inspeccionar las defensas de Lrida antes de que llegaran los nacionales y pude comprobar que no existan. Una ciudad tan importante y nadie se haba molestado en levantar una lnea de defensa! El nico obstculo al avance de las tropas nacionales era el ro Cinca: los republicanos haban volado el puente sobre el ro en Fraga, a pocos kilmetros de Lrida, y haban abierto las compuertas de los embalses en los Pirineos, de manera que el ro bajaba muy crecido. Cuando las tropas nacionales llegaron a l hubieron de improvisar un puente de barcas. El Campesino les esperaba a la entrada de Lrida, en un puesto de mando que haba improvisado en los stanos de un banco. Me dijo que podra resistir si llegaba la artillera y los tanques que estaba esperando. No llegaron. Cuando el ejrcito nacional se acerc a la ciudad bombardearon el puente de hierro que cruza el ro y que haba sido previamente minado. La explosin fue tan devastadora que una parte de aquel puente de hierro cay sobre el refugio donde se encontraba El Campesino, que result herido de cierta gravedad, y tuvo que ser retirado del frente. La estrella de El Campesino se eclips a partir de aquel momento. Ms adelante le dieron el mando de una divisin, pero le retiraron a Medina, su hombre de confianza, y pronto fue relevado del mando. Quiz El Campesino no fuera ms que un carismtico lder de guerrillas, pero sin las dotes ni la capacidad para comandar un ejrcito moderno. Lrida cay el 3 de abril, pero la tenaz resistencia al ejrcito nacional la primera que haba encontrado desde que iniciara aquella ofensiva dio al gobierno de la Repblica un pequeo respiro para poder reorganizar sus tropas. De regreso a Barcelona recogimos en el coche a un ferroviario que haba ido a Lrida para llevarse de all cualquier locomotora que todava quedase en la estacin de ferrocarril. Al comprobar que no haba ninguna, sali de la ciudad antes de que cayera en manos de los nacionales. Lo encontr andando por la carretera y le ofrec llevarle en el coche. Era un veterano de unos sesenta aos de edad. Le pregunt por sus ideas polticas. No tengo ideas polticas y no pertenezco a ningn partido me contest. Pero lo que no entiendo es por qu los que tienen tanto se han levantado para luchar contra nosotros, que tenemos tan poco. Aquel hombre, en su aparente ignorancia, haba acertado a definir mejor que nadie lo que era la guerra espaola. Aquel 3 de abril fue, desde luego, un da negro para la Repblica, porque tambin cay Gandesa, en el frente del Ebro. Las Brigadas Internacionales se encargaron de la defensa de esta estratgica plaza, situada en las cercanas del gran ro y clave para su proteccin. La prueba de su heroica resistencia fue el nmero de bajas: trescientos americanos de la Brigada Lincoln y ciento veinticinco ingleses del Batalln Attlee. Los brigadistas alemanes sufrieron tambin bajas similares. Richard Mowrer y yo habamos estado inspeccionando las lneas del frente pocas horas antes de que llegaran las tropas italianas. Las Brigadas Internacionales haban tomado posiciones en la carretera que sale de Gandesa en direccin a Caspe. Se haban situado en lo alto de un cerro y su posicin pareca buena. Regresamos aquella misma noche a Barcelona para poder mandar la crnica. Recuerdo que recogimos en nuestro automvil a unas mujeres refugiadas que insistieron en subir con su cabra. Ante la mirada de horror de Mowrer, las mujeres nos convencieron de que el animal estaba enseado y no hara sus necesidades en nuestro coche. Aquellas mujeres venan andando desde Belchite. Ms adelante nos cruzamos con jvenes brigadistas de la Lincoln y compatriotas del Batalln Attlee que se dirigan al frente de Gandesa. Andaban en largas hileras a ambos lados de la carretera, con caras de cansancio. Algunos levantaban la vista al paso de nuestro vehculo y nos miraban con envidia. Supongo que pensaban: Qu bonito es ser periodista y regresar cada noche a la ciudad, y darse un buen bao y salir a tomarse una copa y a conocer mujeres!. Pero la mayora estaban tan agotados que ni siquiera podan levantar la vista, concentrando todo su esfuerzo en poner un pie delante del otro. Se dirigan hacia un frente que, como tal, apenas exista, sin una estrategia definida y sin apenas oficiales para transmitir rdenes. En definitiva, se dirigan hacia la boca del lobo. Como ya he sealado, trescientos de aquellos jvenes que marchaban por la carretera para reunirse con sus compaeros pereceran pocas horas despus. Nadie haba previsto el rpido avance de aquellas fuerzas motorizadas de los italianos que, en lugar de tomar las plazas, se limitaban a flanquearlas dejando al enemigo totalmente fuera de posicin. Los brigadistas que habamos visto marchando por la carretera, a las rdenes del americano Bob Merryman, haban llegado al cruce de carreteras antes de entrar en Gandesa y haban visto unas tanquetas situadas cerca de aquel lugar. Suponiendo, lgicamente, que aquellos tanques eran republicanos, se haban dirigido hacia ellos para saber dnde estaban las posiciones de las Brigadas y haban sido recibidos por fuego cruzado de tanques y ametralladoras. No podan imaginarse que la vanguardia de las fuerzas enemigas haba dejado atrs Gandesa y se internaba en lo que ellos crean que era terreno republicano. Lo mismo les haba ocurrido a los que haban tomado posiciones en la carretera de Caspe. Se haban encontrado de pronto rodeados por el enemigo, sin otra ruta de retirada que campo a travs hacia el propio ro, que describe un gran arco en torno a la poblacin de Gandesa. Unos centenares consiguieron llegar hasta el Ebro en una marcha por el campo de muchos kilmetros. Pero ya no haba puentes para cruzarlo, porque todos haban sido dinamitados en previsin de la ofensiva nacional. Tampoco quedaban barcas, as es que muchos de ellos trataron de cruzar el ro a nado, lo cual no era fcil en aquella poca del ao, cuando iba crecido y con fuerte corriente. Los que estaban heridos o no saban nadar se escondieron en cuevas cerca de la orilla o en casas de campesinos que les ofrecan ayuda. La odisea de aquellos hombres tendr que ser narrada algn da. El desastre de Gandesa no se debi solamente a los movimientos relmpago de las fuerzas motorizadas italianas, sino sobre todo a la falta de informacin del ejrcito republicano sobre el enemigo. La Repblica no dispona de aviones de observacin para seguir los movimientos de las tropas nacionales. Gracias a la aviacin alemana, Franco dispona de excelentes aparatos capaces de tomar fotos areas con gran precisin y de transmitir por radio al minuto el movimiento del ejrcito enemigo. Pero, aparte de estas deficiencias tcnicas, tambin las hubo humanas, y en este caso hay que aludir a la responsabilidad al general Rojo, que no haba previsto el rpido avance de los italianos y haba llevado a aquellos brigadistas a un callejn sin salida. Indalecio Prieto present la dimisin como ministro de la Guerra, supongo que a raz de esos desastres del 3 de abril, Negrn rehzo su gabinete y, adems de primer ministro, se adjudic dicha cartera. Los sindicatos volvieron a tener un papel relevante en el gobierno con la inclusin de un anarquista llamado Blanco y del socialista Gonzlez Pea, el lder sindical que haba encabezado la rebelin de Asturias. Las once carteras se repartieron de la siguiente manera: cuatro para los republicanos, tres para los socialistas, una para los comunistas, una para los anarquistas y dos para los nacionalistas. No s si fue como resultado del cambio en el gobierno, pero el ejrcito pareci remozarse en aquellos das: los camiones circulaban ondeando grandes banderas republicanas, se apreciaba un nuevo entusiasmo entre la tropa y, lo ms importante, la ofensiva nacional pareca haberse detenido. No nos hacamos ilusiones y sabamos muy bien que las tropas nacionales deban de estar agotadas despus de un mes de marcha incesante, pero de momento el avance sobre el Ebro se haba detenido. No as el que discurra por el interior de Catalua, cerca de la lnea de los Pirineos. El 6 de abril caa Balaguer y unos das despus Tremp. Ello supona un verdadero desastre para la Repblica, porque all era donde se encontraban las centrales elctricas que abastecan de electricidad a Barcelona y su cinturn industrial y a casi toda Catalua. A toda prisa, se pusieron en marcha las centrales que operaban con mquinas de vapor y se solicit la ayuda de Andorra y Francia, porque los cables de alta tensin llegaban hasta la frontera. Pero en aquellos momentos nadie pareca dispuesto a ayudar a la Repblica espaola. XXVII Enrique Lster
EL da 8 de abril me encontraba con
Richard Mowrer en un pueblo cerca de Cherta, en la carretera de Alcaiz a Tortosa. Recuerdo que era un perfecto da de primavera, el sol ya calentaba y una suave brisa acariciaba los rboles y las flores a mi alrededor. Aquel idlico escenario pareca poco apropiado para el violento combate que Lster y sus hombres haban sostenido durante varios das con las tropas italianas que trataban a toda costa de abrirse paso hasta la costa mediterrnea y dividir as la Repblica en dos mitades. Richard y yo nos encontrbamos en un establo, devorando, si mal no recuerdo, un pedazo de carne asada y disfrutando del vino del pas, mientras, a pocos metros de distancia, Lster sostena una conversacin con Tagea, uno de sus ms preciados oficiales, que resista el avance italiano en el mismo Cherta. Yo me preguntaba dnde haba aprendido a apreciar la buena comida un cantero como Lster. Y es que su cocinero haba servido en el wagon-lits de los grandes expresos, y ya se sabe que all trabajan los mejores cocineros. Por eso fuera en Guadalajara, o en el Jarama, o en Teruel, o aqu en Cherta yo procuraba dejarme caer por el cuartel de Lster a la hora de comer y siempre haba algo interesante. Lster hablaba por telfono a su oficial con voz imperiosa: Por dnde atacan los italianos? Coge el mapa y dame exactamente su posicin. Dnde estn tus tanques? Bueno, pues no tienes ms que avanzar los tanques por esa carretera unos centenares de metros y pillars el flanco de los italianos. Qu dices? Que hay muchos aviones italianos en el aire? Eso a ti no te debe importar! Lleva tus tanques hasta ese bosque que hay ms adelante en la carretera para que se resguarden. Cmo? Que te vas a pegar un tiro? No digas estupideces y haz lo que te digo! En seguida voy para all. Yo me rea porque conoca bien a Tagea y saba que era incapaz de pegarse un tiro. Con sus grandes gafas de concha, tena Tagea un cierto aire intelectual. Haba sido un lder destacado del sindicato estudiantil en la Universidad. Ahora, con media divisin bajo sus rdenes, estaba haciendo un excelente trabajo al impedir el avance de los legionarios de la Columna Littorio, la flor y nata del Ejrcito italiano. Sus hombres apenas haban dormido en tres semanas. Yo me preguntaba cmo poda recibir aquel joven universitario rdenes de un humilde cantero gallego. Lster no haba pasado de la educacin primaria en la escuela, y solo aos ms tarde, en Rusia, recibi algn tipo de educacin superior. La vida de Enrique Lster haba sido tan acelerada que apenas tuvo tiempo para educarse. Pero lo cierto es que all estaba, en la vanguardia misma del ejrcito republicano, comandando lo que quedaba de una divisin con gran aplomo y buen juicio. Contaba, eso s, con los consejos de un oficial ruso que le acompaaba a todas partes y que, a su vez, se haca acompaar de una rubia secretaria de formas rotundas. Todos los oficiales rusos que conoc en el frente se hacan acompaar de secretarias, y aquello pareca dar buenos resultados. Claro que a veces estas secretarias caan en manos de los nacionales y, segn me contaron, hablaban ms de la cuenta. En todo caso, aquel oficial ruso estaba all, ms que para aconsejar, para supervisar el trabajo de Lster y supongo que tambin para impedir que cometiera algn error garrafal. Porque era evidente que Lster tena un talento natural para aquel trabajo. Cuando hablaba con nosotros nos contaba lo justo para que entendiramos lo que estaba ocurriendo en la batalla, pero nunca nos daba ningn tipo de informacin que pudiera alertar al enemigo sobre sus intenciones. Gracias al comunismo, gracias al Partido Comunista, haba tenido la oportunidad de hacerse con una escueta educacin, al menos en el terreno militar. Haba recibido su formacin en la Alta Escuela Militar de Mosc, como tantos otros jvenes talentos del ejrcito de la Repblica, toda una generacin que ahora estaba dando lo mejor de s en aquella guerra. Y yo me preguntaba por qu nosotros, en los pases democrticos occidentales, no habamos sido capaces de hacer lo mismo. Nuestras magnficas escuelas y universidades no haban creado nada parecido, tal vez, me deca yo, porque nosotros producamos grandes especialistas, pero no grandes lderes, tal vez porque a las democracias no les interesaba especialmente el liderazgo. Sin embargo, en aquel mundo a la deriva en el que estbamos viviendo, no era el liderazgo lo que ms se necesitaba, y no era precisamente esa carencia de lderes en las democracias occidentales el sntoma ms evidente de su decadencia? Cuando ces la alarma area que nos haba retenido en aquel establo cerca de Cherta, regresamos a Tortosa, o mejor dicho, lo que quedaba de ella. Haca ya unas semanas que se haba convertido en una ciudad fantasma. Despus de unos bombardeos que mataron a unas cincuenta personas, sus habitantes haban decidido abandonarla. Los aparatos italianos seguan llegando a diario desde sus bases en Mallorca y soltaban sobre ella su cargamento de bombas, pero solo molestaban a la guarnicin que la custodiaba y a las unidades que cruzaban la ciudad y su famoso puente sobre el ro Ebro. Cuando cruzamos ese gran puente de hierro por la maana para dirigirnos hacia Cherta vimos all a un joven centinela en una garita, con su uniforme recin estrenado relumbrando a la luz del sol. Recuerdo que le coment a mi colega lo apuesto que pareca con su indumentaria. Cuando regresamos, ya casi de noche, los aparatos Caproni se acababan de retirar despus de realizar su incursin diaria y all, junto a la garita del puente, haba una amasijo de carne y ropa teida de sangre. Supongo que en algn lugar una madre estaba esperando a su hijo sin imaginarse que lo que quedaba de l ya no tena apariencia humana. Curiosamente, la estructura del puente no haba sufrido daos importantes y pudimos cruzarlo con toda tranquilidad. Era un puente de hierro muy slido y se precisaban bombas de doscientos o trescientos kilogramos para derruirlo. Los italianos esperaron a sobrepasar Cherta (ya dije antes que no tomaban las plazas, sino que simplemente las dejaban atrs) y entonces s, entonces mandaron sus grandes bombarderos que bombardearon el puente en cadena, y aun as tardaron varias horas en derrumbarlo. Pero quedaban el viejo puente de piedra y el puente del ferrocarril todava en pie. A pesar de aquellos bombardeos sobre Tortosa, el trfico intenso que cruzaba la ciudad no se interrumpa. En parte se trataba de transporte militar que se desplazaba de Barcelona a Valencia, pero tambin haba muchos camiones franceses que venan por las naranjas. En Valencia estaban en plena cosecha y los franceses traan buenos francos que cambiaban a precios inverosmiles por pesetas de la Repblica, y regresaban a su pas con los camiones repletos de naranjas y un negocio tan redondo que vala la pena exponerse a las bombas de Franco. El 15 de abril las tropas de Franco entraron en Vinaroz, con lo que se cumpla el objetivo ms importante de aquella ofensiva: la llegada al Mediterrneo del ejrcito nacional y, por consiguiente, la divisin del territorio de la Repblica en dos mitades. La ofensiva del Norte, que se internaba directamente en Catalua, se haba interrumpido al topar con las dos barreras naturales, los ros Ebro y Cinca, de manera que la lnea del frente ascenda hasta el oeste de la Seo de Urgell. Franco no pareca tener prisa por conquistar Catalua y continu su ofensiva en direccin Sur, hacia Castelln de la Plana y Valencia. Por estas fechas, los franceses decidieron abrir sus fronteras al trfico de armas destinadas a la Repblica. Los tanques y la artillera pesada rusos que haban quedado durante meses bloqueados en la frontera pudieron por fin entrar en Espaa. Aquello era como dar nueva vida a un moribundo y el ejrcito republicano pareci resucitar. Naturalmente, el gesto de Francia hacia la Repblica llegaba demasiado tarde. De haber contado con ese material un par de meses antes, el paseo militar que las tropas nacionales se haban dado desde Zaragoza hasta el Mediterrneo no habra sido tal. Pero, en fin, nunca es tarde si la dicha es buena, y aquellas breves semanas en las que permaneci abierta la frontera francesa supieron a gloria en la Repblica. XXVIII Ofensiva sobre Valencia
DURANTE aquella primavera y los
comienzos del verano de 1938, Franco prosigui su ofensiva hacia el Sur, pero sin mucho xito. Basta decir que, como ya hemos sealado, Franco haba tomado Vinaroz el 15 de abril pero tard dos meses ms en entrar en Castelln de la Plana, a escasos cien kilmetros de distancia. Si se compara con la ofensiva de Aragn en los meses anteriores, se comprobar que el ejrcito nacional avanzaba por la costa mediterrnea a paso de tortuga. La conquista de Castelln era necesaria para Franco porque todava no dispona de un puerto en aquella zona del Mediterrneo. El Grao de Castelln, situado a algunos kilmetros de la propia ciudad, se converta as en objetivo prioritario. Las razones de aquella lenta progresin de los nacionales son mltiples. Una de ellas era la zona montaosa que deban cruzar las tropas, el Maestrazgo, que permita al ejrcito republicano, a las rdenes del coronel Menndez, oponer tenaz resistencia a su avance. Menndez haba estado en Teruel y pona en prctica todo lo que all haba aprendido respecto al combate en terreno montaoso. Tambin hay que tener en cuenta el rearme del ejrcito republicano, as como el cansancio de las tropas nacionales despus de aquella desenfrenada carrera hacia el mar. Sea por lo que fuere, era evidente que los nacionales estaban encontrando muchas ms dificultades de las previstas en sti avance hacia Valencia. En el mes de julio viaj a esta capital en avin para poder seguir de cerca un nuevo frente abierto por las tropas nacionales que avanzaban desde Teruel. Antes de que pudieran llegar a la costa, las fuerzas republicanas que se haban hecho fuertes en la sierra de Espadn detuvieron aquella ofensiva. Desde Nules, en el interior, hasta Sagunto, en la costa, la Repblica haba establecido una lnea defensiva que el ejrcito nacional no haba conseguido superar. Uno de los responsables de aquel xito era el joven Durn, un oficial del ejrcito republicano, msico y compositor en la vida civil, y parece que tambin haba hecho sus pinitos en el cine. Extrao aprendizaje para llegar a militar, pero as eran tantos y tantos oficiales de la Repblica. La nueva ofensiva lanzada desde Teruel se deba, evidentemente, a la excelente defensa de la costa levantina que tanto dificultaba el avance nacional. La doble cua de Franco, una desde la costa y otra desde el interior, pretenda hacer saltar por los aires aquella defensa para poder acceder as a la capital levantina. Debo reconocer que mi labor en aquel frente fue una de las ms agradables que he tenido en el transcurso de la guerra. Solamos desplazarnos desde Valencia al frente a primeras horas de la maana y regresbamos hacia las tres de la tarde. Despus de comer escribamos nuestras crnicas, las mandbamos por radio a Londres y todava tenamos tiempo de acercarnos al Perell para darnos un bao. Disfrutbamos adems del paisaje de la huerta valenciana, que se parece un poco a la campia holandesa por el agua y las acequias, pero es mucho ms rica en colorido. Cuando llegbamos al Perell, a pocos kilmetros de Valencia, bamos a la casa del cnsul americano, que nos permita cambiarnos en ella y, despus de un buen bao, nos obsequiaba con un whisky en la terraza. All estbamos, contemplando el azul intenso del Mediterrneo desde una tumbona y con un whisky en la mano sin poder creer que unas horas antes habamos estado tirados en alguna trinchera. Supongo que la vida y las necesidades de un corresponsal de prensa en aquella guerra eran muy diferentes a como haban sido en conflictos anteriores. Antes, los corresponsales se incorporaban plenamente al ejrcito con el que estaban y mandaban sus crnicas a travs de los medios de comunicacin que les facilitaba el propio ejrcito. Muchos de aquellos periodistas eran expertos en temas militares. Todo esto haba cambiado con la guerra espaola. Ahora el factor ms importante que deba tenerse en cuenta era la prisa. Tan fundamental era salir por la maana al frente para enterarse de lo que pasaba como volver a media tarde para escribir a toda velocidad lo que habamos visto. Ya no escribamos largas crnicas donde se analizaba la situacin, sino mensajes breves, con frases cortas que describan lo que estaba ocurriendo, pero rara vez profundizaban en la materia. Y es que la mayora de nosotros no ramos expertos en temas militares y para casi todos aquella era su primera experiencia en un frente. Claro, que se aprenda muy deprisa. Recuerdo un da, tumbados en la arena de la playa del Perell, que hablbamos entre nosotros sobre el miedo que sentamos cada maana cuando nos dirigamos al frente. La verdad es que pocas veces nos acercbamos a la primera lnea de fuego. Nos solamos quedar en puestos de observacin, al alcance, eso s, de las bateras enemigas, adems del fuego de la aviacin. El riesgo no poda ser muy grande, pero a m no me importaba confesar que cada vez que me acercaba al frente se me haca un nudo en el estmago y otro en la garganta. Y cuando tenamos que abandonar el coche al divisar algn aparato enemigo descendiendo sobre nosotros, me daba un ataque de pnico, no tanto por las bombas que podan lanzar, sino por las ametralladoras que barran la carretera. Ser un buen corresponsal de guerra en aquellas circunstancias era un trabajo tremendamente difcil. Por un lado, se necesitaba alguien con msculos de acero y una resistencia fsica a toda prueba. Pero tan importante como sus reflejos fsicos eran sus reflejos emocionales, la capacidad de percibir y sentir lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Y tan decisiva como sus reflejos emocionales era su inteligencia, su capacidad para analizar cualquier situacin, para criticar las diferentes estrategias en el combate. Como lo era tambin su habilidad para sacar partido de cualquier hecho, de dramatizar cualquier situacin, para que aquella crnica que estaba escribiendo, sin apartarse de la verdad, fuera capaz de causar algn impacto en el nimo del lector que la leyera. A m me suceda, por ejemplo, que cuanto ms en forma me encontraba, ms nervioso me pona al acercarme a la lnea de fuego. Si estaba cansado, me relajaba y ya nada me importaba. Naturalmente, el miedo y la ansiedad se olvidaban tambin con el vino y las mujeres que frecuentbamos, pero no haba una regla fija. Algunos de mis colegas soportaban perfectamente un largo perodo de tensin y castidad y otros en cambio se derrumbaban. Aquella ofensiva sobre Valencia desde Teruel fue uno de los errores ms graves que cometi Franco desde que comenz la guerra. El gobierno estimaba que los nacionales sufrieron veinte mil bajas en una sola semana, y aunque la cifra seguramente estaba inflada, da una idea bastante exacta de la carnicera que sufrieron dichas tropas. Los italianos estaban al frente de aquella ofensiva, con las divisiones Littorio, 23 de Marzo y Flechas Azules, donde haba soldados espaoles e italianos bajo mando italiano. Apoyaban esa infantera nada menos que seiscientas piezas de artillera y cuatrocientos aviones en el aire, de procedencia italo-alemana. Contra tan impresionante maquinaria de guerra pareca que poco podran hacer los aguerridos defensores de aquella tierra. Y, efectivamente, el principio de la ofensiva se pareci mucho a la de Guadalajara. El 15 de julio los nacionales tomaron sin mayores problemas la localidad de Sarrin. El avance continu hacia Mora de Rubielos, que pocas horas despus caa tambin en manos de los nacionales, pero no sin una heroica resistencia de una unidad de carabineros que consigui salir de all cuando estaba ya rodeada por las tropas enemigas. Esto ocurra en el flanco derecho de la ofensiva nacional. En el flanco izquierdo, los nacionales se haban internado en la sierra de Toro, un terreno casi impracticable. All se haban enfrentado a los anarquistas de la Columna de Hierro, de la que ya hemos hablado, y, al parecer, haban dado buena cuenta de ellos. La situacin no se presentaba nada bien para la Repblica cuando yo inspeccion ese frente el 16 de julio. Todo el mundo pareca estar en retirada y lo que caa del cielo era un autntico diluvio de bombas. Se bombardeaba no solo la lnea del frente, sino pueblos que a veces estaban a treinta kilmetros de distancia. La verdad es que yo no entenda muy bien lo que Franco pretenda conseguir con aquellos bombardeos indiscriminados sobre la poblacin civil, que yo ya haba presenciado en Barcelona, pero que nunca antes haba visto, al menos a tal escala, en una zona agreste y rural como aquella. Si lo que pretenda era desmoralizar a la poblacin civil, estaba consiguiendo todo lo contrario. Un da, cuando entr en la vieja y pintoresca Segorbe, ahora reducida a escombros, pude ver a un grupo de chicas que se afanaban en recoger chatarra entre las ruinas de la ciudad. La suban a un camin para llevarla a Valencia, donde, segn me contaron, la llevaban a una fbrica que la reciclaba y converta en material de guerra. Aquellas chicas no pensaban en huir, sino todo lo contrario, en prolongar la resistencia hasta el final. En aquellas circunstancias, las mujeres de la Repblica supieron estar a la altura de los hombres. Con el frente prcticamente colapsado, solo quedaba un resquicio para la esperanza. Se trataba de una lnea de fortificaciones que se extenda desde Viver a la sierra de Espada, ltimo obstculo con el que las tropas nacionales se habran de enfrentar antes de enfilar la llanura de Valencia. No s quin dise y construy aquellas fortificaciones, pero sin duda hizo un buen trabajo. En primer lugar, porque dominaban todos los caminos y carreteras por los que inevitablemente habra de discurrir el avance del ejrcito nacional. En segundo lugar, porque estaban excavados en la tierra y en la roca de aquellos lugares, de manera que pudieran resistir los impactos cercanos de bombas de ms de media tonelada. El 18 de julio aquella ltima lnea de defensa estaba lista para el combate. Los italianos, convencidos de que las tropas republicanas estaban no ya en retirada, sino en franca huida, no se molestaron en comprobar la consistencia de aquella ltima lnea defensiva que tenan delante. Como haba ocurrido en Guadalajara, cometieron un gravsimo error. Avanzaban en oleadas solo para ser abatidos por las ametralladoras republicanas que dominaban las alturas. Los nacionales no se esperaban aquella resistencia y llevaron toda su artillera para concentrar su fuego en la lnea defensiva republicana. Yo presenci el combate desde las alturas de un cerro cercano. Las columnas de humo producidas por los obuses nacionales se multiplicaban por las faldas de las montaas en un frente que se extenda a lo largo de unos treinta kilmetros. Y despus llegaba la aviacin y pasaba y repasaba las posiciones republicanas dejando caer su pesada carga, y uno entonces se preguntaba si poda quedar alguien con vida en aquella lnea de defensa. Supongo que la misma pregunta se hacan las tropas italianas: no era posible que quedara vida humana en aquellas alturas tan castigadas por su aviacin. Cuando cesaba el ataque areo y se dispersaba el humo, las tropas italianas se desplegaban para comenzar un nuevo ataque, pero de nuevo surgan, no se saba de dnde, las ametralladoras republicanas, que barran a placer desde las alturas a los atacantes. Y esto ocurra una y otra vez. La aviacin nacional volaba entonces ms bajo con objeto de afinar el tiro contra aquella lnea defensiva aparentemente inexpugnable. Y lo increble era que las fuerzas republicanas no disponan de bateras antiareas en aquel sector, de manera que la aviacin poda bombardearlas a placer. Llegaban los bombarderos protegidos por docenas de pequeos cazas, aunque realmente no necesitaban proteccin alguna porque la aviacin republicana era casi inexistente. Yo llegu a contar casi cien aparatos en el aire a un tiempo, pero aquella demostracin de podero y fuerza se estrellaba contra los riscos donde se escondan, no se sabe muy bien cmo, los defensores de la Repblica. Cinco das despus de iniciarse el combate, las posiciones continuaban siendo las mismas. Supongo que se estaba escribiendo un nuevo captulo en la historia militar. Un terreno escabroso, unas excelentes fortificaciones y unas decenas de ametralladoras eran capaces de paralizar toda una maquinaria moderna de guerra, que dispona de una superioridad abrumadora (yo calculo que de ocho a uno) en todos los terrenos: infantera, artillera, tanques, aviacin, etc. Supongo que si la Repblica hubiera dispuesto de buenos estrategas, lo primero que se les hubiera ocurrido habra sido reforzar aquella lnea de defensa que tan excelentes resultados les haba dado. Habran trado tropas de refresco de Barcelona para tratar de consolidar aquellas posiciones, esperando a que Franco atacara de nuevo para ocasionarle una nueva masacre. En lugar de esto, optaron por la solucin contraria: iniciaron una nueva ofensiva en el Ebro. Supongo que lo que pretendan era salvar la ciudad de Valencia, sin darse cuenta de que Valencia se estaba salvando sola. Efectivamente, haba organizado su propia defensa, sin ayuda alguna de las Brigadas Internacionales o de tropas enviadas desde Madrid. Con algn refuerzo, los que estaban salvando Valencia eran las propias tropas valencianas, comandadas por un tal coronel Menndez y un cuerpo de oficiales jvenes que haban recibido su instruccin en la Academia Militar de Barcelona antes de comenzar la guerra. Pienso que si Franco no hubiera conquistado Teruel en el mes de febrero, aquella rpida ofensiva del ejrcito nacional no se habra producido y Franco no habra podido llegar al mar en el mes de abril y haberse situado a las puertas de Valencia en el mes de julio. Pero, como antes he sealado, la apertura de la frontera francesa en el mes de junio haba resultado decisiva para la Repblica, que haba conseguido rearmarse en pocas semanas. Esto explicaba el lento avance de Franco por la costa desde Vinaroz y tambin el parn de su ejrcito en aquella segunda ofensiva desde Teruel. La Repblica tena ahora armas para defenderse, pero esas armas no eran inagotables. La frontera francesa se haba cerrado de nuevo y nadie poda vaticinar cundo se abrira. Franco, en cambio, dispona de un arsenal, porque saba que toda pieza destruida sera pronto sustituida por el material de guerra que entraba por los puertos del Norte. Supongo que si el general Rojo hubiera estado en Valencia en lugar de encontrarse en Barcelona, habra entendido mejor la situacin. El que estaba en peligro no era el ejrcito republicano, que mantena sus posiciones, sino el del general Franco. Este y sus aliados italianos haban perdido el veinte por ciento de sus hombres y los que todava continuaban vivos estaban totalmente agotados por el calor, la falta de agua y aquel combate que tan cuesta arriba en todos los sentidos se les haba puesto. Como ya he dicho, si la Repblica hubiera actuado con inteligencia, habra reforzado aquella lnea de defensa en torno a la ciudad de Valencia y esperado a que Franco atacara y se estrellara de nuevo en ella. Supongo que el general Rojo y el doctor Negrn, que, como digo, se encontraban muy lejos del lugar, en Barcelona, sucumbieron a la tentacin de encontrarse con un ejrcito descansado, listo para el ataque y relativamente bien armado y pertrechado. Supongo tambin que actuaban con la noble intencin de distraer el ataque de Franco en Valencia abriendo un nuevo frente. Como ya he dicho, pretendan salvar esta capital sin darse cuenta de que se estaba salvando sola. Aquel nuevo envite del ejrcito republicano le debi de parecer de perlas al general Franco. Suspendi la ofensiva sobre Valencia que tantas bajas y sinsabores le haba costado y dirigi sus tropas hacia el Ebro. La batalla por Valencia concluy as tan sbitamente como haba comenzado. Demostr que las tropas motorizadas hispano-italianas no eran invencibles, si se contaba con buenas fortificaciones y un mnimo de armamento. Los oficiales y la tropa se sentan orgullosos de que hubieran sido los propios valencianos los que haban detenido al general Franco, sin ayuda alguna de tropas extranjeras, y crean que aquello convencera al fin a las potencias occidentales para apoyar a la Repblica. Me miraban cuando decan eso y yo les sonrea para seguirles la corriente, pero en mi fuero interno me sorprenda su total ingenuidad. La Repblica se enfrentaba ahora a un nuevo problema. Ya no eran solo las armas, sino tambin la comida lo que comenzaba a escasear. Desde haca meses, los alimentos no llegaban a Madrid y las raciones que se repartan haban disminuido en nmero y en tamao, producindose una situacin de semihambruna en la capital. El cierre de la frontera francesa en lo que a armas se refiere no afectaba a los productos alimenticios que continuaban llegando por tierra a Catalua. Pero el transporte de esos productos ms all de Catalua era muy complicado, sobre todo ahora que las comunicaciones terrestres con Valencia haban sido cortadas por el ejrcito nacional. El Tratado de No Intervencin se haba convertido en el mejor aliado del general Franco. Cuando pas por Alicante antes de dirigirme a Valencia para presenciar aquella ofensiva, contempl los restos de cuatro buques ingleses atracados en el puerto. Haban sido destruidos, segn me contaron, en una noche de luna llena por un solo bombardero que haba hecho muchas pasadas para escoger sus objetivos. Teniendo en cuenta que Alicante apenas contaba con bateras antiareas, el bombardero se poda permitir el lujo de acercarse, buscar sus objetivos y bombardear con total impunidad. El centro de la ciudad de Alicante tampoco haba escapado a los bombardeos fascistas y en una ocasin murieron hasta trescientas personas. Si no me equivoco, un total de veintisiete barcos britnicos haban sido hundidos cuando se encontraban atracados en puertos de la Repblica, y unos ciento setenta haban resultado seriamente daados. Los franceses haban perdido trece barcos y tenan cuarenta y dos daados. Los bombardeos sobre aquellos buques los realizaban los llamados cazabombarderos, como el Junker Sturz tipo JU 87. Se trata de aparatos de un solo motor pero capaces de transportar bombas de media tonelada bajo el fuselaje. Al descender sobre su objetivo usa unos alerones en las alas para frenar el descenso y dar tiempo para afinar la puntera. Tiene la ventaja de que puede descender hasta una altura muy baja, eludiendo as las bateras antiareas. Un avin de este tipo descendi sobre Barcelona y dej caer una bomba en una central elctrica. Afortunadamente, la bomba no explot, pero esa precisin solo se poda realizar con aparatos de aquel tipo. Hasta el 3 de abril de 1938 Barcelona haba sufrido casi cien bombardeos y, como digo, fue su puerto, como los otros de la Repblica, el lugar ms afectado. Sin embargo, los trabajadores portuarios jams interrumpieron su trabajo, demostrando un gran herosmo. Muchos eran viejos, ya que los ms jvenes haban marchado al frente. La democracia tena sus pegas, entre ellas la burocracia, y se tenan que pasar diversos controles antes de que la mercanca pudiera ser desembarcada. Parece que hasta veinte organizaciones distintas ejercan diversos controles sobre el puerto, dificultando an ms el desembarco de mercancas, lo cual haca ms heroica la labor de los estibadores del puerto. Naturalmente, el gobierno de la Repblica poda haber tomado represalias contra aquellos bombardeos. Burgos estaba a tiro de piedra de Madrid. Pero Indalecio Prieto se mostraba contrario a tomar represalias y solo en alguna ocasin, como tras los terribles bombardeos de Barcelona, haba ordenado bombardear determinados objetivos; en aquel caso, la ciudad de Salamanca. Naturalmente, pienso que Prieto haba hecho muy bien al prohibir las represalias y el bombardeo de objetivos civiles, porque yo haba comprobado en zona republicana el odio y la ira que generaban esos actos. Franco y sus asesores no se percataban suficientemente del aborrecimiento que la gente senta hacia l, incluso personas que en principio no haban tomado partido en la guerra. Ganara quien ganara la contienda, aquel odio que se palpaba hacia Franco tardara aos, quiz generaciones, en disiparse. Si antes distingua entre objetivos civiles y militares y deca que el bombardeo de los puertos del levante espaol por parte de los nacionales era ms o menos legtimo, no me refera a la ley internacional. Segn esa ley, ningn barco extranjero poda ser atacado en un puerto siempre y cuando estuviera all por razones comerciales legtimas. En tanto no se demostrara lo contrario, las razones comerciales de aquellos barcos extranjeros eran perfectamente legtimas. Pero a la comunidad internacional no le interesaba en aquellos momentos mostrar una fuerte oposicin a aquellos bombardeos de las aviaciones italiana y alemana, y as las potencias occidentales les dejaban hacer, aunque fueran sus propios barcos los que las sufrieran directamente. Pude entrevistarme con muchos oficiales y miembros de la tripulacin de los barcos britnicos que atracaban en puertos espaoles. No pocos de ellos haban ido a Espaa por dinero, pero puedo asegurar que tambin muchos de aquellos hombres de nuestra marina mercante estaban all por sus propias convicciones, asuman aquellos riesgos porque apoyaban la causa de la Repblica. Siempre que hablaba con gente como ellos pensaba que no todo estaba perdido en mi pas y, sobre todo, que la absoluta indiferencia del gobierno de su majestad hacia Espaa no representaba los sentimientos de muchos de mis compatriotas. Con mis propios ojos contempl lo que le ocurri a un mercante ingls en el puerto de Ganda. Este encantador puertecito situado al sur de Valencia perteneca a una compaa inglesa y lo diriga mster Apfel, un seor que llevaba siempre el sombrero bombn puesto. En el puerto haba un nico mercante, el Dellwyn, el resto eran barcos pesqueros y embarcaciones deportivas. En los tinglados no pude ver ms que fertilizantes. El Dellwyn llevaba una carga de carbn destinada a la fbrica de gas de la localidad, ya que el comercio de carbn estaba autorizado por el Tratado de No Intervencin. Haba un oficial controlador y el barco llevaba la ensea de haber sido inspeccionado por los controladores. Pero todo aquello no sirvi de nada. En la noche del 27 de julio el Dellwyn fue hundido por un hidroavin alemn que tena su base en la baha de Pollensa, en Mallorca. Durante cinco noches consecutivas aquel hidroavin se haba acercado a Ganda para destruir al Dellwyn, pero siempre erraba el tiro. En la quinta noche acert de lleno y lo mand a pique. Pero lo ms grotesco de aquella historia es que el destructor britnico H. M. S. Hero se hallaba fondeado a media milla del puerto de Ganda, y sus oficiales contemplaban cada noche las evoluciones del hidroavin alemn y las bombas que dejaba caer en torno al Dellwyn sin poder hacer nada para socorrerlo. Ms que una tragedia, aquello empezaba a parecer una pera bufa. XXIX La batalla del Ebro
LA buena noticia en la Repblica en
aquel verano de 1938 es que, al fin, se haba conseguido formar y forjar un verdadero ejrcito, capaz de enfrentarse con dignidad al de Franco. La mala noticia era que no haba nada que comer. En otras palabras, tenamos buenos soldados, pero con armas escasas y poca comida. Yo estuve unos das en Madrid en aquel verano de 1938 y pude comprobar que la situacin haba empeorado ostensiblemente desde mi ltima visita. La racin diaria que se distribua a la gente eran unas judas con un pedazo de pan. En agosto comenz a funcionar la lnea de tren que una la capital con Valencia va Tarancn. Pero la comida que llegaba desde Valencia comenzaba tambin a escasear y apenas serva para aprovisionar el ejrcito de cuatrocientos mil hombres que la Repblica tena en la zona centro. La poblacin de Madrid pareca haber encogido y estaba claro que aquella situacin no se poda prolongar indefinidamente. La situacin en Barcelona no era mucho mejor. Los trenes de cercanas que salan a diario de la ciudad iban atestados de gente, que a veces se suban en el techo de los vagones para no quedarse en el andn. Esas personas salan de la ciudad cada da en busca de comida. No llevaban dinero encima, sino pastillas de jabn, sobres de azcar, paquetes de caf, productos que los campesinos necesitaban. Se trataba en muchos casos de chicas jvenes que se dirigan a pequeos pueblos o aldeas para mercadear esos productos. De noche las veas regresando con un saco de patatas colgado de la espalda, andando kilmetros para coger el tren de vuelta en la estacin ms cercana. Y cuando al fin apareca el tren tenan que luchar por subirse a bordo, o a veces viajaban colgadas en las escalerillas, el saco de patatas bamboleando a sus espaldas. Pero all no conclua su odisea. En ocasiones, los aviones fascistas que haban estado bombardeando el puerto se dirigan hacia aquellos trenes para descargar las bombas y municiones que les haban sobrado, y los viajeros saltaban de los trenes y corran despavoridos en busca de algn refugio. Y si aquellas chicas lograban regresar a sus hogares con el saco de patatas tan laboriosamente conseguido, tampoco podan esperar dormir tranquilas: lo ms probable es que las sirenas sonaran una y otra vez alertando de nuevos ataques areos, a veces hasta cinco o seis veces en una noche. La produccin de material de guerra en las pocas fbricas que la Repblica tena en Catalua era lenta y laboriosa. En primer lugar porque las fbricas eran objetivos militares y estaban continuamente amenazadas por la aviacin enemiga y el trabajo haba de interrumpirse con frecuencia. En segundo lugar, porque no haba suficiente electricidad. En tercer lugar, porque la dinamita y otros materiales explosivos con los que se fabricaban las bombas venan de fuera y entraban siempre de contrabando. Sola utilizarse el pequeo y bien protegido puerto de Vallcarca, situado en el macizo del Garraf, al sur de Barcelona, para estos menesteres. Al amparo de la noche sola llegar a este diminuto puerto algn mercante, a menudo con bandera inglesa o procedente del norte de Africa. En un santiamn se proceda a descargar la preciosa mercanca y el barco, si no haba sido an detectado, continuaba viaje por la costa. Todava faltaba transportar aquella peligrosa carga de dinamita hasta la fbrica de bombas y municiones. Comprese esta odisea con las facilidades que se le daban a Franco, que reciba en los puertos del norte de Espaa las bombas empaquetadas en Colonia o en Hamburgo, sin que nadie se atreviera a interceptar aquellos barcos que surcaban el mar del Norte. Un oficial del ejrcito me cont que la partida de obuses para mortero que recibieron en el Ebro era defectuosa, de manera que los morteros republicanos apenas funcionaron en aquella batalla, excepto cuando se hacan con un arsenal de obuses abandonado por el ejrcito nacional. Lo mismo podramos decir de los aviones que se fabricaban en la Repblica, que dependan de ciertas piezas que se fabricaban fuera de Espaa, de manera que la produccin se poda detener durante semanas a la espera de aquellas piezas. Otro de los artculos que escaseaba en la Repblica era el jabn. Ya s que puede no parecer objeto de primera necesidad, pero la limpieza jugaba un papel importante en la moral de la tropa, as como de la poblacin civil. Lo cierto es que la grasa para fabricar jabn se destinaba a las fbricas de material de guerra. Tambin las finanzas de la Repblica comenzaban a flaquear. En el mes de febrero de 1936, antes de comenzar la guerra, el Banco de Espaa tena unas reservas de oro, plata y bronce estimadas en unos tres mil millones de pesetas. Digo estimadas porque el precio de la onza de oro variaba considerablemente por aquellas fechas. Adems de estas reservas, el gobierno se haba hecho con depsitos bancarios y propiedades de gente considerada hostil a la Repblica. Finalmente, haba pedido a los ciudadanos que se desprendieran de todos los objetos de oro que poseyeran en un ltimo intento de mantener a flote las finanzas. Ocurra que los gastos del Estado aumentaban a velocidades astronmicas. Los seguros de los barcos extranjeros que llegaban a los puertos espaoles se haban multiplicado por cien, debido a los riesgos que deban correr para alcanzar la Repblica. Yo tena la impresin de que el Estado todava contaba con dinero, pero su provisin de fondos comenzaba a agotarse. Calculaba que en aquellos dos aos y pico de guerra la Repblica haba gastado una cantidad que rondaba los cuatro mil millones de pesetas. Se explicaba perfectamente si tenemos en cuenta las cantidades extravagantes que pagaba por el material de guerra que compraba, mucho del cual nunca llegaba a su destino o acababa en manos del enemigo o en el fondo del mar. Las finanzas de la Repblica comenzaban a flaquear y se oan rumores de que estaba tanteando un prstamo en el extranjero. Sea como fuere, la verdad es que la Repblica haba estado en guerra durante dos aos sin pedir la ayuda de nadie, lo cual tena una enorme importancia poltica, porque significaba que no estaba hipotecada a ningn pas. Las finanzas del general Franco eran mucho ms sorprendentes, aunque debo confesar que no tengo datos fidedignos para contrastar lo que voy a decir y me sirvo de simples conjeturas. Franco estaba en desventaja con respecto a la Repblica porque no dispona de las reservas de oro del Banco de Espaa. Aparentemente, su provisin de fondos consista en las contribuciones de sus propios seguidores y de las propiedades confiscadas en el territorio nacional. Pero, a pesar de su aparente debilidad econmica, resulta que la peseta de Franco la peseta que se expeda en territorio nacional alcanzaba una cotizacin mucho ms alta que la republicana. Cada libra esterlina se cambiaba por cincuenta pesetas de Franco, en el cambio oficial, y por cien, en el mercado negro. A la vez, cada libra esterlina se cambiaba por cien pesetas republicanas, al cambio oficial, y por trescientas o cuatrocientas en el mercado negro. Pero la verdadera razn de la fortaleza financiera de Franco era que no funcionaba con dinero real, sino con crditos. Al concluir la guerra espaola, un peridico italiano cifr la deuda de Franco con respecto a su pas en dos mil millones de pesetas. No tengo la ms remota idea de si aquella cifra se aproximaba a la realidad, pero quedaba claro que Franco haba vivido del crdito durante todo el conflicto. La cantidad de moneda que circulaba en Espaa al empezar la guerra ascenda a unos cinco mil millones de pesetas y al finalizar la contienda haba aumentado a siete mil millones, solo en territorio republicano. La inflacin de la peseta en dicho territorio se deba, en gran medida, al espectacular incremento de la paga tanto de los soldados como de los obreros. Un soldado de las fuerzas republicanas reciba diez pesetas diarias y en el Ejrcito de Franco, cincuenta cntimos diarios. La gente en la Repblica llevaba mucho dinero en el bolsillo y era frecuente or a alguien preguntar en una tienda: Qu tenis para vender?. Pero la inflacin no era suficiente para explicar la devaluacin de la peseta republicana. Poda deberse tambin a que muchas personas ricas se haban pasado al territorio nacional llevando consigo grandes cantidades de pesetas republicanas que cambiaban a cualquier precio. Es posible tambin que Franco, que puso en circulacin una nueva moneda, sacara al mercado internacional grandes cantidades de las antiguas pesetas de la Repblica. Sea por lo que fuere, lo cierto es que la peseta republicana se venda a precio de saldo fuera de Espaa. Pero la razn ms importante de esta devaluacin de la peseta en los mercados internacionales es que nadie apostaba ya por la Repblica. El dinero no habla, pero escucha, escucha a aquellas personas que tienen el poder en un determinado pas. Si Londres o Pars hubieran tomado medidas contra la intervencin de Italia y Alemania en la guerra espaola, o simplemente hubieran permitido la apertura de la frontera francesa para que la Repblica se pudiera aprovisionar, el dinero habra escuchado, habra tomado nota, y la peseta republicana habra subido como la espuma. Pero lo que se escuch fue el silencio cmplice de las dos potencias, y el dinero tom nota de aquel silencio y apost, con toda la lgica del mundo, por la peseta de Franco. Supongo que mis lectores deben de estar ya hartos de que vuelva una y otra vez sobre este asunto. Quiz fuera que me senta, de alguna manera, culpable de aquello, sobre todo hacia el final de la guerra, cuando vea a aquellas gentes cansadas, hambrientas y con el mundo entero en contra, y todava te miraban como si t, o tu pas, pudieras hacer algo por ellas. Yo hablaba a diario con decenas de personas, en los tranvas, en los trenes, en los coches que nos llevaban al frente; hablaba con soldados, con diplomticos, con partidarios y con detractores de Franco, y siempre tuve la certeza de que, para la inmensa mayora de las personas, la lucha por la Repblica y su rgimen de libertades haba valido la pena. Se quejaban mucho de todo lo que estaba ocurriendo, de todo lo que estaban sufriendo, pero nunca de la causa por la que estaban luchando. Y esta lucha que hoy en da parece definitivamente perdida no solo en Espaa, sino fuera de ella, no habr sido en vano, de eso estoy totalmente convencido. Porque en Espaa se plantaron unas semillas que germinarn de nuevo, aunque no sepa decir cundo ni dnde. Mi admiracin hacia la Repblica y, sobre todo, hacia la fe que la gente todava tena en ella, no me impeda ver el lado ms oscuro del rgimen. Me refiero, por ejemplo, al barco Uruguay, atracado en el puerto de Barcelona y con cuatrocientos prisioneros nacionales en sus bodegas. Supongo que a muchos de ellos se les aplicaba el tercer grado para obtener la mxima informacin, adems de estar sometidos a diario al bombardeo de su propia aviacin. El Uruguay no contribua precisamente a dar una buena imagen de la Repblica. De todos modos, hay que decir que en aquellos ltimos meses de la guerra no se estaba produciendo nada parecido a la barbarie que se desat al iniciarse la contienda. Para dar un ejemplo, en Barcelona asist a varias sesiones del llamado Tribunal del Pueblo, compuesto por un magistrado y dos civiles, que se ocupaba de casos de deslealtad a la Repblica y de traicin, y me pareci que se haca justicia, si bien habra preferido que se hubiera actuado con menos celeridad y con ms tiempo para aportar pruebas, llamar a testigos y dictar sentencia. Pero en aquel verano de 1938 era consciente sobre todo del tremendo sufrimiento humano que aquella guerra estaba causando. Me paraba por la calle, al verme con pinta de extranjero, una viuda para preguntarme por la guerra y cunto tiempo tardaran las tropas de Franco en entrar en Barcelona. Despus me contaba que a su marido lo haban matado los rojos en los primeros das de la revolucin y por eso quera saber cundo entraran los suyos en la ciudad. Llegaba al hotel y la camarera quera que le contase los ltimos triunfos del ejrcito republicano. A ella la Falange le haba matado a sus dos hermanos, asesinados en Pamplona poco despus del Alzamiento. Las cosas eran ms simples en el frente, porque todo se reduca al enfrentamiento entre dos ejrcitos. Yo habra preferido que aquel enfrentamiento hubiera sido ms equilibrado, que las fuerzas en liza hubieran tenido las mismas posibilidades para alcanzar la victoria final. El ejrcito republicano tena motivos para estar orgulloso por la ofensiva que haba lanzado en el Ebro. No era ninguna broma cruzar aquel ro de una anchura de ms de cien metros, un caudal muy grande incluso en verano y una corriente bastante rpida. Para dificultar an ms la operacin, las mrgenes del ro eran escarpadas. En la noche del 25 de julio, la vanguardia de las tropas republicanas cruz el ro a nado y en combate cuerpo a cuerpo sorprendi a las tropas nacionales que se encontraban en la otra orilla. Se construyeron a toda prisa puentes de pontones con grandes barcas para que cruzara el grueso del ejrcito, y en cuestin de cuarenta y ocho horas las fuerzas republicanas ocupaban posiciones clave en las montaas que van desde Mequinenza, donde al Ebro se le junta el Segre, hasta Miravet. Se abra, pues, un frente de unos sesenta kilmetros. Trazaba un gran arco en torno al Ebro que llegaba a su mximo dimetro en torno a Gandesa, a unos cuarenta kilmetros del ro. Gandesa no se haba tomado de nuevo, sino que el ejrcito republicano haba ocupado posiciones en los montes que la rodean por el Nordeste. Comenzaba as lo que despus se llamara la batalla de los observatorios. Desde sus posiciones en las montaas, los republicanos podan seguir paso a paso los movimientos del ejrcito nacional. Las tropas de los nacionales, sobre todo las del general Yage, tardaron bastantes das en situarse en un frente que se extenda a lo largo de sesenta kilmetros. Franco, tan tranquilo y meticuloso como siempre, pareca no tener prisa en iniciar la contraofensiva. Despus de una discusin con su alto estado mayor, cuentan que exclam: No entienden mi estrategia, no la entienden. Tenemos la flor y nata del ejrcito republicano encerrado en un espacio de treinta y cinco kilmetros y no lo entienden!. Se hizo una tentativa de cruzar el ro en Amposta, justamente donde se abre formando el delta, por parte de las Brigadas Internacionales de franceses y de alemanes mandados por el comandante Hans. Segn la informacin que recibamos^ Burgos, murieron trescientos brigadistas, cien se ahogaron y otros trescientos fueron capturados por los nacionales. Aquello tena todo el aspecto de haber sido una maniobra de distraccin por parte de la Repblica, para impedir que Franco desplazara las tropas de aquel sector hacia la parte ms alta del ro, donde se estaba produciendo la verdadera ofensiva. En cualquier caso, esta accin fue un xito total y en muy pocas horas el ejrcito de la Repblica se haba hecho fuerte en las altas montaas del otro lado del ro. El xito del ataque se explicaba por su rapidez, como en el caso del asalto de Lster a Teruel. Unas pocas ametralladoras de Franco bien situadas al otro lado del ro habran sido suficientes para impedir el cruce de aquel ejrcito de cincuenta mil hombres y al menos doscientas piezas de artillera. Todava era ms sorprendente saber que la operacin haba sido ejecutada por oficiales que, en su gran mayora, eran amateurs, es decir, no haban recibido formacin en una academia militar. Ese no era el caso del jefe de aquella accin, el coronel Modesto, un madrileo pequeito pero muy dinmico. Modesto haba pasado tres aos en la Legin, donde alcanz la graduacin de cabo. Carpintero de profesin, haba actuado en varias ocasiones como enlace sindical y, como tantos otros, huy a Rusia despus del fracaso de la huelga revolucionaria de 1934. Al igual que Lster, en Mosc haba recibido la educacin militar que se imparta a todos los revolucionarios que llegaban de pases extranjeros. Lster tambin formaba parte de aquella ofensiva. A l y a su Quinto Regimiento se le haba encomendado el flanco sur, y del flanco norte se haba hecho cargo el joven Tagea, que tan buen papel haba hecho en Cherta, al resistir durante dos semanas el avance de la Divisin Littorio en la ofensiva nacional del mes de marzo. Como ya he sealado, a m aquella ofensiva no me pareca una buena idea, teniendo en cuenta el estado de extrema debilidad de la Repblica. Pero la decisin poltica la haban tomado el general Rojo y el gabinete de Juan Negrn, y nada tena que ver con la brillantsima ejecucin de aquella operacin relmpago y con la ocupacin de posiciones firmes del ejrcito republicano a la espera de la contraofensiva de los nacionales. En cuestin de horas, la aviacin de estos ltimos comenzaba a bombardear sin apenas tomarse un descanso los puentes de barcas por donde haba pasado el ejrcito republicano. Desde la maana hasta la noche, la aviacin de Franco machacaba ambas mrgenes del ro. Un observador pudo contar hasta ciento sesenta aparatos de Franco en el aire a un mismo tiempo. Poca cosa se poda hacer para molestarles en su tarea. Las bateras antiareas de la Repblica eran pocas y muy espaciadas a lo largo de aquel frente, y los escasos cazas que tena la Repblica apenas podan hacer mella en aquellos escuadrones de bombarderos nacionales que a veces reunan hasta cincuenta aparatos. Sin embargo, la tarea de la aviacin nacional no era tan sencilla como pudiera parecer. Se ha calculado que se necesitan de promedio unas quinientas toneladas de bombas para destruir uno de esos puentes de pontn, y eso en pesetas equivala a la friolera de veinte millones. Por mucho que los aviadores de Franco afinaran su puntera, continuaba siendo un ejercicio muy difcil acertar en un puente con una bomba. Tambin hay que decir que los republicanos hacan lo posible para despistar a los pilotos nacionales, y haban tendido en distintos puntos del Ebro falsos pontones hechos de cuerdas y ropa, que conseguan engaar a los nacionales, que los contemplaban desde el aire y los tiroteaban a placer. Pienso que todo lo que los bombarderos han ganado en los ltimos tiempos en velocidad lo han perdido en la precisin en el tiro, porque la bomba debe soltarse mucho antes y el margen de error es, por tanto, mucho mayor. Los nacionales abrieron las compuertas de varios embalses de afluentes del Ebro en los Pirineos, con lo cual muchos de aquellos pontones fueron barridos por la corriente del ro. Pero ni la aviacin enemiga ni las crecidas del Ebro eran capaces de acabar con el entusiasmo de un equipo de ingenieros que se encargaba de construir aquellos improvisados puentes y de sustituir los destruidos por nuevos ingenios de su invencin. Hablando del Ebro, no puedo dejar de contar una ancdota que nos ocurri a un grupo de corresponsales cuando tratbamos de cruzarlo. Queramos entrevistar a Enrique Lster, que con su divisin ocupaba posiciones al otro lado del ro. Subimos a una barca cuatro corresponsales de prensa, Vincent Sheehan, Herbert Matthews, Ernest Hemingway y yo. En plena travesa nos dimos cuenta de que la corriente arrastraba nuestra barca hacia los restos de un puente que haba sido destruido por la aviacin nacional, con riesgo de naufragar entre aquellos cascotes. Adase a esto los aparatos nacionales, que hacan rpidas pasadas sobre nuestras cabezas, y se comprender que nuestra posicin no era nada cmoda. El soldado que remaba no pareca tener mucha idea de lo que estaba haciendo, as que Hemingway lo apart de un manotazo, se sent en su lugar, empu los remos y comenz a remar con furia hasta que llegamos a la otra orilla. As era el escritor americano: pona el corazn en todo lo que haca, lo mismo si se trataba de ensear a unos milicianos a emplazar una pieza de artillera que de sacar de un apuro a un grupo de incautos colegas. La batalla del Ebro que comenz en el mes de julio no concluira hasta el mes de noviembre. La Repblica perdi diez mil hombres y cincuenta mil resultaron heridos antes de que el frente cediera al avance de las tropas nacionales. Estas escuetas cifras dan idea por s solas del herosmo de aquel ejrcito que resisti impvido incluso cuando saba que no le quedaba ya ningn puente en pie para emprender la retirada, si exceptuamos el de hierro en Mora de Ebro, que milagrosamente sobrevivi a todos aquellos bombardeos. Pienso que una de las prdidas ms importantes que sufri el ejrcito republicano durante aquella larga batalla fue la de las Brigadas Internacionales, que se haban incorporado a la 35 Divisin bajo las rdenes del coronel Medina. Hubo en Espaa unos doce mil brigadistas, y me imagino que en el frente del Ebro combatiran unos cinco mil. La decisin de prescindir de ellos la tom el doctor Negrn cuando anunci, ante la asamblea de la Sociedad de Naciones, que la Repblica haba decidido retirar a todos los voluntarios extranjeros de forma unilateral, es decir, sin esperar la misma medida por parte de Franco. Barcelona les dio una impresionante y calurosa despedida el 28 de octubre, cuando los brigadistas marcharon por ltima vez por las avenidas principales de la ciudad. Aquello pareca el principio del fin. Unos das despus mora en Palma de Mallorca el hermano piloto del general Franco. Aquel hombre que haba apostado por la Repblica antes de que esta se declarara y despus se haba sumado al ejrcito nacional, mora antes de ver entrar las tropas nacionales en Barcelona. XXX Juan Negrn
LOS individuos que pertenecen a la
clase intelectual rara vez se sienten a gusto en una situacin que se podra describir como revolucionaria, aunque hayan sido justamente ellos mismos los que hayan ayudado a crear esa situacin. Una cosa es tener ideas revolucionarias y otra muy distinta es afrontarlas en la realidad; una cosa es soar con la revolucin y otra muy distinta es ver cmo esa revolucin se materializa ante tus propios ojos. Buen ejemplo de todo esto fue el de aquel grupo de intelectuales madrileos que ayudaron a derrocar la monarqua y a traer la Repblica a Espaa: Jos Ortega y Gasset, Salvador de Madariaga, Gregorio Maran, Ramn Prez de Ayala, Miguel de Unamuno. Ya en la poca de la Repblica su importancia fue menguando, su papel como portavoces del mundo de la cultura fue decreciendo. Y al comenzar la Guerra Civil pareci como si se los hubiese tragado la tierra. Hubo desde luego notables excepciones, entre ellas la del propio Unamuno, que por su misma naturaleza era un ser incapaz de callarse por nada y por nadie. Hasta el mismo da de su muerte, ocurrida en Salamanca a finales de 1936, estuvo despotricando contra todo y contra todos, primero contra los republicanos y despus contra los nacionales. Hay otra excepcin a esta regla que ya he sealado, aunque se tratara la de un intelectual menos conocido que los antes citados. Me refiero al doctor Juan Negrn. Este hombre fue la persona ms interesante que conoc en toda la guerra. Y la pregunta que yo me haca entonces, y que no me he dejado de hacer desde entonces, era la siguiente: qu demonios haca ese canario bonachn y bou vivant que desde siempre haba mirado con desprecio la poltica, que haba sido elegido diputado un par de veces pero que jams haba pronunciado un discurso parlamentario, qu haca aquel hombre al frente de la Repblica en su hora ms crtica? Desde que llegu a Madrid en 1929, haba coincidido muchas veces con Negrn en la tertulia de intelectuales que sola reunirse en el bar Los Italianos. Aunque parezca mentira, Negrn haba recibido una educacin totalmente germana. Fue a Alemania con su familia cuando tena doce aos y permaneci all hasta los veinticinco. Naturalmente, se trataba de la Alemania anterior a la Gran Guerra. De cualquier manera, Negrn recibi la excelente educacin que su padre, un prspero terrateniente canario, se poda permitir. A su regreso a Espaa gan la ctedra de Fisiologa en la Facultad de Medicina de la Universidad de Madrid, y ya en los aos de la Repblica fue secretario del rector y se implic directamente en la construccin de la nueva Ciudad Universitaria. Tena adems una consulta privada y un laboratorio de anlisis mdicos. Para entonces ya estaba casado y tena tres hijos. En los cinco aos en los que fue diputado en Cortes durante la Repblica jams se le ocurri pronunciar un discurso. Cuando fue jefe del gobierno durante la guerra y tuvo que hablar ante la Cmara para explicar su poltica, lo primero que dijo fue: Gracias a Dios que no soy poltico ni pienso serlo jams!. De estatura mediana, anchas espaldas, gafas de concha negra que se le coman media cara, una mirada y sonrisa joviales, quiz lo ms notable de Juan Negrn fuera su inmensa capacidad de trabajo, a pesar de llevar una vida muy irregular: poda estar de copas con sus amigos hasta las cuatro de la maana, pero a las ocho y media coga su coche y a las nueve en punto estaba en su despacho de la Ciudad Universitaria. Otra caracterstica suya era la capacidad de acercarse a la gente y, como buen mdico, su inters por las personas que le rodeaban: al chico que le venda el peridico y que ocultaba los ojos tras unas gafas le preguntaba por la vista y le alargaba una tarjeta de algn oftalmlogo amigo suyo. Y cuando visitaba algn pueblo remoto insista en entrar en las casas para ver las condiciones en las que viva aquella gente y trataba de ayudarles en lo que poda. Aquel fue el Juan Negrn que yo conoc. Durante los primeros das de la guerra y la revolucin, los intelectuales que antes he citado, al contemplar los crmenes cometidos por algunos revolucionarios, o la expropiacin de las tierras, o al comprobar que los juicios de los tribunales populares eran sumarsimos, se echaron atrs y gritaron aquello de No es eso, no es eso!. Juan Negrn en cambio se ech hacia adelante: se fue al frente del Guadarrama para organizar los servicios mdicos y hospitalarios, y todava tuvo tiempo, segn parece, de dirigir a los milicianos que acudan a aquel frente. De nada serva lamentarse de los terribles crmenes que se cometieron en Madrid en los primeros das de la guerra, entre otras cosas porque lo mismo estaba sucediendo en el lado nacional, y nada se poda hacer al respecto en aquellos momentos. De lo que se trataba entonces era, ni ms ni menos, de salvar la Repblica y Negrn fue de los pocos intelectuales que comprendi perfectamente la situacin y puso manos a la obra. La actividad de hombres como Negrn salv a Madrid y, por tanto, a la Repblica en aquellos primeros meses de la guerra. Negrn fue ministro de Hacienda en el gobierno de Largo Caballero de septiembre de 1936. Se enter de que le haban nombrado ministro mientras organizaba la evacuacin de Talavera de la Reina ante la inminente llegada de las tropas de Franco. En mayo de 1937 fue nombrado presidente del gobierno gracias al apoyo de Indalecio Prieto, y en abril de 1938 se hizo cargo tambin de la cartera de Defensa, convirtindose as en el lder indiscutible de la Repblica hasta la desaparicin del rgimen. Dos circunstancias ayudaron a Juan Negrn a mantenerse en el poder en esta ltima poca de la Repblica. En primer lugar, el apoyo del Partido Comunista, sin el cual era imposible gobernar, y en segundo lugar, el apoyo, a veces a regaadientes, de su propio partido, el Socialista. Los socialistas se hallaban tan divididos que, en cualquier caso, les habra sido imposible ponerse de acuerdo respecto a otro candidato. Por un lado, estaba Largo Caballero, apartado del poder y rodeado de su gente: Araquistin, Rodolfo Llopis, Wenceslao Carrillo. Caballero coqueteaba con los anarquistas, pero nunca consigui llegar a ningn pacto serio con ellos. Por otro lado, estaba Indalecio Prieto. Por otro, Ramn Gonzlez Pea, el lder de la revolucin de Asturias, y an me dejo en el tintero a Julin Besteiro, que viva en una suerte de retiro o exilio no se saba muy bien en Madrid. Corresponde a los estudiosos historiadores del futuro averiguar por qu y cmo se produjo aquel desmoronamiento del socialismo democrtico no solo en Espaa, sino tambin en otros lugares de Europa especialmente en Austria y en Alemania a lo largo de los aos treinta. Lo tenan todo: una poderosa organizacin, unos lderes inteligentes y bien preparados, unos programas polticos para encandilar a las masas de trabajadores industriales que les apoyaban. El Partido Socialista espaol fue el que ms xitos obtuvo en estos aos: organiz la huelga nacional y la revolucin de Asturias en 1934 y fue decisivo en el levantamiento popular contra el golpe militar de Franco en 1936. Pero dos aos ms tarde, en 1938, se haba venido abajo y sus tres mximas figuras Caballero, Besteiro y Prieto se haban retirado de la poltica. Quedaba Julin lvarez del Vayo. Se trataba de otro joven intelectual con educacin alemana, ya que haba cursado estudios en la Universidad de Leipzig. Dominaba los idiomas alemn, francs, ingls y era experto en relaciones internacionales, especialmente despus de los aos que haba pasado en Berln y en Ginebra trabajando como periodista. Por eso Largo Caballero le ofreci la cartera de Asuntos Exteriores en su gobierno. Adems de ministro, fue el jefe de los comisarios polticos, con rango de general del ejrcito. Sali del gobierno con la cada de Largo Caballero en mayo de 1937, pero volvi a entrar en abril de 1938 con Juan Negrn. De todos los socialistas, pienso que lvarez del Vayo es el que mejor comprenda la situacin y ms poda sintonizar con lo que en aquellos momentos estaba ocurriendo en el pas. Creo que nadie mejor que l poda representar la diplomacia espaola en esa poca tan crtica para la Repblica. Naturalmente, el hecho de que Londres y Pars hicieran odos sordos a lo que l deca en nada empaa su labor. Ni siquiera le ayudaba el tener un embajador en Londres tan capaz como Pablo de Azcrate. Estaba claro que aquella no era la hora de la diplomacia. Quiz el mayor problema que tuvo Juan Negrn en aquellos ltimos meses es que apenas poda contar con gente de su propio partido para ayudarle con la ingente cantidad de problemas que se le venan encima. Negrn pareca un hombre-orquesta en aquel gobierno. Se haba hecho cargo de la presidencia de gobierno, pero adems, de las carteras de Guerra, Marina, Aviacin, Industria e incluso Hacienda, ya que el ministro titular, Mndez Aspe, no tomaba ninguna decisin sin consultarla con l. Y por si esto fuera poco, tena frecuentes roces con el gobierno de la Generalitat de Llus Companys. Negrn y Companys vivan una suerte de gobierno de cohabitacin en Barcelona, y en cualquier acto oficial haba que interpretar Els Segadors junto al Himno de Riego. En esto los catalanes eran muy susceptibles, aunque no pareca el momento ms adecuado de preocuparse por aquellas nimiedades. Como ya he sealado, los que estuvieron detrs de Juan Negrn en todo momento fueron los comunistas. Hacia el final de la guerra sus afiliados sobrepasaban ya los trescientos mil, y era la fuerza poltica ms importante en la Espaa republicana. Tenan adems el apoyo de las Juventudes Socialistas y de otras organizaciones, como el Socorro Rojo Internacional. Su poder en los sindicatos era grande a travs de una organizacin llamada Grupo Revolucionario Socialista. Controlaban, directa o indirectamente, gran parte de los peridicos que se publicaban en aquellos das. Tenan adems la gran virtud de no airear los trapos sucios, de manera que si se peleaban entre ellos nosotros no nos enterbamos. Finalmente contaban con un buen equipo de gente relativamente joven, como Dolores Ibrruri, Jos Daz, Jess Hernndez y Manuel Uribe, que presentaban una imagen cohesionada. Negrn contaba con todo el aparato del Partido Comunista para hacer llegar sus mensajes al pueblo. Si se trataba, pongamos por caso, de movilizar ms hombres para el frente y de hacer que las mujeres ocuparan sus puestos de trabajo, aquella propuesta tena que llegar a todos los rincones de la Repblica para ser explicada, discutida y asumida por cada comunidad. El aparato del Partido Comunista se pona entonces en marcha y proporcionaba los medios para difundir y discutir la propuesta. El Ejrcito tambin haba dado todo su apoyo a Juan Negrn. Este trat de reorganizarlo, pero hubo de enfrentarse a muchas dificultades polticas. Dentro del Ejrcito haba, como en otros sectores, muchos celos con respecto a los comunistas, que eran los nios bonitos en aquellos momentos. Si, por ejemplo, la ofensiva del Ebro se dejaba en manos de comunistas como Modesto y Lster, el flanco norte de aquella ofensiva, para compensar, tena que estar en manos de un hombre de distinta filiacin poltica, como Juan Perea, que haba comandado una columna de milicianos anarquistas en Somosierra al comenzar la guerra. Poco se puede decir de los partidos republicanos, como la Izquierda de Azaa y la Unin de Martnez Barrio, porque haban sido decapitados ya antes de que empezara la guerra: Azaa y Martnez Barrio haban asumido las funciones de presidente y portavoz de las Cortes, con lo cual queda dicho todo! Debo aadir en honor a Martnez Barrio que cuando las Brigadas Internacionales establecieron sus campos de entrenamiento en Albacete fue l quien se encarg de coordinar aquel campamento con la ciudad, para facilitar todo lo que los brigadistas necesitaban. Pero son hechos puntuales y aislados. Y qu decir de los propios catalanes de Esquerra Republicana? Pues, simplemente, que se comportaban como si aquello no fuera con ellos. Naturalmente, la atona, el desinters y la falta absoluta de iniciativa por parte de los partidos republicanos se deba fundamentalmente a la falta de apoyo de las potencias occidentales. El silencio de estas potencias haba contagiado a los liberales espaoles, los hombres que haban trado la Repblica a Espaa y, por tanto, la democracia. Ahora el mundo les volva la espalda y ellos tambin se encerraban en un mutismo, en un profundo silencio. Haban acudido a los pases democrticos en busca de soluciones para sus problemas y les haban dado con la puerta en las narices. O quiz fuera que las democracias de la vieja Europa ya no tenan soluciones, que haba que mirar hacia otros lderes, como el presidente Roosevelt en Amrica, para encontrarlas. Pero Amrica quedaba demasiado lejos y el tiempo de la Repblica espaola se iba agotando. All estaba Espaa dispuesta a dar el salto desde unas estructuras feudales que haban dominado en el pasado hacia un futuro ya moderno, hacia un campo ya mecanizado. Pero nadie en el mundo pareca dispuesto a echarle una mano. Quiz porque nosotros los ingleses ya no tenamos soluciones a todos esos problemas, o por nuestro supremo egosmo, que siempre nos ha caracterizado, o porque pensbamos que la democracia era una suerte de stat quo que deba mantenerse y no una forma creativa de enfrentarse al mundo y sus problemas. En realidad no s cules eran las razones de nuestra total indiferencia hacia la Repblica espaola, solo s que pronto pagaremos por ello. XXXI El colapso del frente
EL fro era agudo en el exterior. El
coche patinaba en el hielo de la carretera cuando nos dirigamos hacia la iglesia para asistir a la misa del gallo. Pero dentro de aquella pequea iglesia catlica en el norte de Inglaterra se estaba muy calentito. Placa la friolera de catorce aos que no la pisaba, catorce aos que me haban llevado por todos los rincones de Europa. Pero aquella Nochebuena necesitaba volver a casa. La ltima que pas en aquella iglesia yo era el monaguillo que ayudaba al sacerdote en la misa; ahora era un respetable seor casado. En el sermn, el sacerdote habl de Espaa: Omos tantas versiones distintas de lo que est ocurriendo en Espaa que ya no sabemos qu pensar. Pero una cosa s sabemos, y es que el pueblo espaol est sufriendo, y lo nico que ahora podemos hacer por ellos es rezar para que tanto dolor desaparezca pronto. Los catlicos ingleses haban odo tantas y tan contradictorias versiones que ya no saban muy bien lo que pensar, y aquel sacerdote tena al menos la honradez de reconocerlo. Desgraciadamente, en los ltimos meses la prensa catlica inglesa se haba ido inclinando ms y ms del lado de Franco y aquello haba producido un desconcierto lgico entre los catlicos ingleses. Mientras asista a aquella misa del gallo, pensaba en la Iglesia, en el papel que haba representado durante siglos y en el que ahora desempeaba. Qu partido tomara Cristo en aquella contienda? No estara donde siempre estuvo, del lado de los pobres y de los humildes? Ya s que se me dir que miles de religiosos sacerdotes, monjas, frailes fueron asesinados en los primeros das de la guerra. Pero Cristo habra querido saber por qu se haban producido aquellos asesinatos, habra querido saber si su Iglesia haba cumplido con su cometido en los aos y en los siglos anteriores a aquella guerra. No me imagino a Cristo del lado del dinero y del poder. Y as habamos llegado a la extraa paradoja que se viva en aquellos das tanto fuera como dentro de Espaa: cualquier persona que estuviera a favor de los pobres y de los oprimidos era inmediatamente tachada de anticatlica. Veinticuatro horas ms tarde estaba de nuevo en Espaa. Haba precipitado mi regreso por las alarmantes noticias que me llegaban: en la madrugada del 23 de diciembre Franco haba lanzado la gran ofensiva sobre Catalua, con unos doscientos mil soldados y la Divisin Littorio como punta de lanza. Y la verdad es que desde el comienzo de aquella ofensiva le haba favorecido la suerte. Haba escogido cruzar el ro Segre, que actuaba de frontera entre los dos ejrcitos, en un punto al sur de Lrida, frente a unas posiciones republicanas defendidas por una divisin de carabineros. Ya he dicho antes que los carabineros estaban controlados por los socialistas y no tenan comisarios polticos en sus unidades. Por las razones que fuere, en cuanto empezaron a caer las primeras bombas, los oficiales que estaban al mando decidieron subirse a sus coches y largarse con viento fresco. Naturalmente, los soldados, al comprobar que sus oficiales haban desaparecido, decidieron hacer lo mismo y comenzaron la retirada. De esta forma tan simple pudo el ejrcito de Franco cruzar el ro Segre sin que nadie le molestara. Aquello colapsaba todo el frente, porque las tropas que defendan posiciones ms abajo del ro se vieron totalmente desbordadas por el avance nacional y comenzaron a retirarse tambin. Para tratar de apagar aquel incendio, la Repblica llev al bombero de siempre, Enrique Lster. Con su Quinto Regimiento trat de tapar el boquete que los nacionales haban abierto en la lnea del frente, y desde la Nochebuena hasta el 3 de enero ocup las colinas detrs del Segre, en torno al pueblo de Castelldans, y resisti el avance de las tropas italianas. Hasta que no regres a Espaa no me di cuenta de la extrema gravedad de la situacin. Supongo que me aferraba a la esperanza de que, en vista de la ofensiva de las tropas nacionales, Francia abrira de nuevo sus fronteras, como lo haba hecho en la ofensiva anterior. No me haba percatado de que en aquellos momentos tanto Londres como Pars se haban puesto ya abiertamente del lado de Franco, no por las virtudes de este, sino porque consideraban que la Repblica espaola era ya decididamente roja. Franco, al fin y al cabo, representaba para ellos la ley y el orden, aunque fuera un orden nazi, pero aquello, pensaban mis ingenuos compatriotas, se arreglara despus de la guerra, concedindole a Franco una serie de crditos que sin duda alguna haran que volviera Espaa al redil de las naciones democrticas. Esas eran las cuentas de la lechera que en aquellos momentos se hacan los gobiernos de Francia y Gran Bretaa, aunque debo aadir, en honor a la verdad, que aquellas cuentas no eran compartidas por todos los polticos conservadores del momento. Pienso sobre todo en Anthony Edn y en Winston Churchill, pero ellos eran minora en el Partido Conservador. Mientras tanto, cientos de piezas de artillera esperaban en el puerto de Marsella, adems de ametralladoras y municin. Pero no haba manera de transportar aquel material de guerra por mar, la nica manera autorizada por las autoridades francesas. Marsella estaba llena de espas que inmediatamente daran aviso de cualquier barco que zarpara de los muelles, y sera cuestin de horas, no de das, para que aquel barco fuera bombardeado desde el aire o perseguido por la flota de Franco y sus aliados. Tambin haba aviones esperando en los muelles de Marsella, pero estaban en partes y nadie poda ensamblarlos hasta que no llegaran a su destino. Marsella se hallaba muy lejos, y yo me encontraba con Herbert Mathews y Willie Forrest en Castelldans, en pleno fragor del combate. Lster haba establecido su centro de operaciones en una cueva a un kilmetro de la lnea del frente. Sus hombres haban tomado posiciones en los cerros que dominaban el valle del Segre y aguantaban como podan la lluvia de fuego de la artillera italiana que suba desde el valle, as como la que los aviones nacionales les enviaban desde el cielo. Las bateras republicanas apenas podan responder a aquel diluvio. Lster, casi siempre locuaz y comunicativo, estaba aquella maana de un humor de perros. Apenas nos dedic un buenos das cuando nos vio. Afortunadamente, su comisario poltico, Santiago Alvarez, estaba algo ms locuaz. Nos dijo que los hombres de su regimiento aguantaban con mucho esfuerzo sus posiciones en Castelldans, y que la divisin italiana estaba realizando la maniobra que sola realizar, desbordarles por el flanco, y se diriga en direccin sur hacia Borjas Blancas. Corrimos al coche bajo un diluvio de bombas y obuses, comprobamos que el automvil no haba sufrido dao alguno, cruzamos el pueblo ya totalmente desierto de Castelldans y enfilamos la carretera hacia Borjas Blancas. Cuando llegamos a este pueblo vimos que haba sido totalmente destruido por la aviacin nacional, todo para nada, porque aquel pueblo no constitua un objetivo militar y la poblacin civil lo haba abandonado haca ya varios das. Nos congratulamos de haber escapado con vida de aquella lluvia de fuego y nos sentamos en la cuneta de la carretera para celebrarlo. Hay que ver lo bien que sienta un bocadillo y un vaso de vino en esas circunstancias! Desde la carretera podamos ver las explosiones de las bombas que caan por los lugares que acabbamos de pasar, y supongo que sentamos una dicha infinita de estar vivos. Aquella misma noche del 3 de enero cay Castelldans y al da siguiente, Borjas Blancas y Artesa de Segre, ambas localidades en la interseccin de importantes carreteras. A esas alturas, ramos ya expertos en retiradas y no nos impresionaban tanto las largas filas de refugiados, los soldados maltrechos y el caos y la confusin que todo ello generaba en caminos y carreteras. Pero pronto nos dimos cuenta de que aquella retirada era diferente de las que habamos visto en otras ocasiones, porque aquella era la retirada sin posible retorno, la retirada definitiva. En las montaas que defienden y protegen el campo de Tarragona el joven coronel Tagea nos hablaba ya con total franqueza y libertad: Tenemos una o dos ametralladoras para cada batalln. Nos quedan solo unos treinta caones en toda la divisin, pero ayer nicamente funcionaban tres, aunque el equipo de reparacin hace milagros. Ayer trajeron un tanque que se haba incendiado. Sacamos los restos de los dos tanquistas que todava se encontraban en su interior, lo limpiamos, lo reparamos y hoy el tanque est de nuevo en servicio. As estn las cosas en este frente. Las ligeras columnas motorizadas italianas rompan el frente por veinte lugares distintos y habra hecho falta un gran dispositivo areo y artillera mvil para poder detener aquel avance. Lo nico que se le puede achacar al general Rojo es el no haber presagiado aquella ofensiva. En las semanas que siguieron a la batalla del Ebro podra haber llevado tropas y material de guerra desde Valencia y desde la zona Centro en general. A pesar de que la marina y la aviacin nacionales ejercan una gran vigilancia sobre la costa mediterrnea, pienso que un destructor al amparo de la noche poda haberla burlado. Naturalmente, aquello habra debilitado el frente de Valencia, en aquellos momentos inactivo, pero era un riesgo que, en circunstancias extremas, haba que correr. Todo el mundo saba que la Repblica no resistira despus de la cada de Barcelona. Pienso tambin puestos a pensar en errores que pudieran haberse cometido que despus de la batalla del Ebro habra sido mejor retrasar las posiciones y esperar la ofensiva de Franco en una lnea imaginaria que podramos trazar de Norte a Sur, desde Pons, pasando por Bellpuig, hasta Montblanch, cercano ya a la costa. Esta lnea de frente tena, a mi modo de ver, ms fcil defensa que el Segre, y aunque supona entregar al enemigo una gran extensin de territorio, tena la ventaja de estar ms cerca de Barcelona y, por tanto, ser ms adecuada para el acceso de tropas de refresco. Pero, naturalmente, todo esto son conjeturas, y en ltimo trmino la Repblica no dispona de una lnea Maginot, sino de simples bnkers, trincheras y nidos de ametralladoras. Tan confiado estaba Franco en su ofensiva que se haba permitido el lujo de usar la caballera en la parte sur del Ebro, cerca ya del delta. Excepto en guerra de guerrillas, y siempre en terreno muy accidentado, la caballera es hoy una reliquia del pasado. Al descubierto, el caballo es un blanco mucho ms fcil que la infantera, totalmente vulnerable a los cazas desde el aire o a un simple nido de artillera desde tierra. Por eso aquel escuadrn de caballera comandado por el general Monasterio supona casi un desplante por parte de Franco, como si tratara de decirnos que aquella guerra se haba convertido en un desfile militar. Durante la guerra, solo en Teruel se haba utilizado la caballera con xito. Las fuerzas de la Repblica se haban hecho fuertes al norte de la provincia, en la sierra de Palomera. Pero Franco haba conseguido abrir una brecha en el frente un poco ms abajo, y por all entr la caballera, a las rdenes de Monasterio, descendi hasta el pueblo de Perales y a continuacin pill al ejrcito republicano por la retaguardia. El abrupto terreno y la celeridad con que se efectu la operacin dieron el xito al uso de la caballera, pero en general esta se utilizaba para operaciones de limpieza, es decir, para repasar un terreno por el que ya haban pasado las tropas de vanguardia. Recuerdo una ocasin en Nules, cerca de Valencia, donde las tropas nacionales haban entrado despus de horas de intenso bombardeo. Lleg entonces un escuadrn de la caballera nacional con el objetivo de perseguir a las tropas republicanas que se batan en retirada. Pero justamente en aquel momento apareci una escuadrilla de cazas republicanos que barra el campo con sus ametralladoras, y los pobres caballos huan despavoridos. Y desde luego la caballera nacional no volvi a aparecer por aquel frente. Creo que el general Gambara, que estaba al mando de las fuerzas italianas en aquella ofensiva de los nacionales, merece un reconocimiento. Por mucho que las tropas republicanas estuvieran en estado de total precariedad, el frente no se habra derrumbado si no hubiera sido por aquella absoluta y desconcertante movilidad de las tropas italianas, que tenan la virtud de aparecer y desaparecer donde menos se las esperaba. Estbamos asistiendo, me pareca, a un nueva idea de la guerra, donde el concepto lnea del frente era ya cosa del pasado. Lster estaba de acuerdo conmigo. Un da en el Ebro me dijo: Lo que ms me ha preocupado en esta guerra han sido las tropas italianas. Al insistir yo en el tema, aadi: Esas unidades mviles que se desplazan a tanta velocidad no solo apoyan a los tanques y a los carros blindados, sino que disponen de hombres con fusiles automticos y ametralladoras ligeras. Pueden aparecer en poco tiempo en cualquier lugar y tienen una gran capacidad de fuego. Se trata adems de unidades que estn frescas porque acaban de entrar en combate y pillan a mis hombres muy cansados. Esas unidades mviles apenas intervinieron en la batalla del Ebro, pero jugaron un papel decisivo en la ofensiva de Catalua. No me extraa que, al final de esa ofensiva, las unidades italianas se adjudicaran la captura de entre veinte y cuarenta mil prisioneros, la toma de ciento cincuenta pueblos y de seis ciudades importantes. No s si fueron las primeras en entrar en Barcelona, pero desde luego s lo hicieron en Tarragona, la segunda ciudad de Catalua. Todo suceda a la velocidad del rayo. No dispongo de la informacin necesaria para conocer la composicin exacta del ejrcito italiano la Divisin Littorio, las Flechas Negras, las Flechas Azules, las Flechas Verdes ni mucho menos la proporcin de infantera motorizada, tanques, tanquetas, carros blindados y unidades de artillera motorizada que se utilizaron para conseguir un despliegue tan efectivo en un tipo de terreno que, aunque accidentado y montaoso, no presentaba grandes elevaciones ni dificultades insuperables para aquel ejrcito mvil. Me imagino que el nmero de soldados italianos se elevaba a cuarenta mil, con otros veinte mil hombres dedicados al transporte, artillera y tropas de reserva, aunque hasta el momento no se han publicado estadsticas de esta ofensiva. Los italianos han admitido cinco mil bajas, pero insisten en que muchas de ellas eran de las tropas espaolas que los acompaaban. Naturalmente, no quiero quitarles mrito a las tropas nacionales en aquella ltima ofensiva. Me consta que los tercios de Navarra se batieron con gran coraje, pero a grandes rasgos la ofensiva fue un duelo entre los ejrcitos de Lster y Gambara, que se vieron las caras primero en Castelldans, despus en Montblanch, en Vilafranca del Peneds y finalmente en el Llobregat, a las puertas mismas de Barcelona. Tagea resisti tambin maravillosamente en las montaas que circundan Valls, y nadie le hubiera movido de all si no hubiera sido desbordado por su flanco derecho; con la cada de Valls quedaba descolgado y con el riesgo de verse aislado. Los italianos haban contado con cuatrocientos caones en aquella ofensiva, que se desplazaban por medio de tractores. No creo que el ejrcito republicano dispusiera de ms de sesenta antes de comenzar la batalla del Ebro, y muchos estaban ya inservibles cuando Franco inici la marcha sobre Catalua. No tengo idea del nmero de tanques de que disponan los italianos, pero no podan bajar de los doscientos, todos ellos ligeros marca Whippet, a los que habra que aadir un buen nmero de tanques alemanes, marca Mercedes. Las tropas republicanas disponan de muy pocos tanques y todos de fabricacin sovitica. El gobierno contaba con camiones especiales para transportar estos tanques por carretera. Recuerdo que al principio aquellos tanques eran tripulados por soldados rusos, pero pronto estos fueron sustituidos en su mayor parte por taxistas madrileos, que hicieron un excelente papel en los combates. Supongo que no podran quedar ms de treinta de esos tanques cuando Franco inici la ofensiva, a finales del mes de diciembre. No creo que sea necesario describir el avance de Franco paso a paso. Baste decir que Tarragona cay el 15 de enero y Barcelona el 26 de enero. El general Rojo se dio cuenta demasiado tarde de que deba llevar hombres y material de guerra desde Valencia, y cuando al fin llegaron a Barcelona era ya tarde para que aquellos refuerzos fueran efectivos. Tampoco sirvi de nada la orden de alistamiento para todos los hombres entre los diecisiete y los cincuenta y cinco aos. Supongo que la Repblica tom aquella medida simplemente para impedir disturbios en las ciudades. Aquella movilizacin de ltima hora result desastrosa. Lo nico que consigui fue atestar de gente los trenes y los transportes pblicos y crear nuevas unidades a las que no se poda entrenar, ni siquiera alimentar. A veces uno recuerda las cosas ms inslitas en situaciones tan dramticas como aquella. Me acuerdo, por ejemplo, de cuatro mquinas apisonadoras que se desplazaban por la carretera de Valls hacia Barcelona a la aterradora velocidad de cinco kilmetros por hora. Y recuerdo que me encontr aquellas mismas mquinas y a aquellos mismos hombres que las conducan en Caldetas, en la carretera de la costa catalana hacia la frontera, dos semanas ms tarde. Dos soldados republicanos caminaban hacia el exilio en compaa de una vaca. Los soldados estaban tan agotados que la vaca marchaba ms deprisa que ellos, y uno se tena que poner delante del animal para frenar su paso. Pero quiz lo que ms recuerde sea la sensacin de desamparo, de miseria y de tristeza que se respiraba en las calles de Barcelona en aquellos das del mes de enero. Las calles estaban vacas y los camiones, cargados hasta arriba, a veces de gente, otras de muebles y utensilios, enfilaban la carretera de la costa hacia la frontera. La gente hablaba en voz muy baja, en un susurro, como si un enemigo invisible estuviera acechando y escuchando. Todava no podan hacerse a la idea de que todo estaba perdido, a pesar de que las bateras del general Franco resonaban ya a las afueras de la ciudad. XXXII Las Cortes en las mazmorras
QU extraamente apropiado era todo
aquello! La ltima sesin de las Cortes de la Repblica se celebraba en una mazmorra! La democracia prisionera, la democracia amordazada, la democracia torturada! Qu sabia eleccin la de aquel ttrico lugar para el ltimo encuentro de los diputados que haban representado y defendido la democracia, antes de que se produjera la dispora, antes de que la Repblica pasara a ser un captulo ms en la larga y ciertamente variada Historia de Espaa! Haca mucho fro en el castillo de Figueras aquella noche del 1 de febrero de 1939, haca fro, pero sobre todo haba humedad, una humedad que se calaba hasta los huesos y te encoga el alma. En aquellas mazmorras donde nos encontrbamos, en los stanos del castillo de Figueras haban estado encerradas gentes de derechas durante la guerra, y antes, gentes de izquierdas, despus de la huelga general de 1934. Ahora todo estaba limpio y silencioso, las paredes recin encaladas, aguardando el acontecimiento que se iba a producir all aquella noche. Era un lugar seguro, a resguardo de las bombas de Franco, cuyo ejrcito pisaba los talones de aquella dramtica retirada republicana hacia la frontera francesa. Las Cortes espaolas se reunan en ese lugar en la noche del 1 de febrero, tal como ordenaba la Constitucin. Yo haba asistido a su primera sesin y ahora me dispona a asistir a la ltima. Durante la guerra, las Cortes se haban reunido en Madrid, despus en Valencia en aquella maravillosa Lonja que se haba decorado con grandes tapices para la ocasin, despus en un monasterio en Montjuich, e incluso en un banco en Sabadell. Unas Cortes nmadas, unas Cortes perseguidas con saa por los enemigos de las Cortes, unas Cortes que en definitiva no haban conseguido echar races en aquel pas que ahora se dispona a expulsarlas. Unas Cortes que tambin haban sido culpables, porque nunca fueron capaces de hablar con voz firme y clara, como el pueblo, sin duda alguna, hubiera deseado. Su presidente, Diego Martnez Barrio, estaba sentado junto a una mesa envuelta en la bandera republicana. Frente a l haba sesenta y tres diputados de los cuatrocientos setenta y tres que tena aquella Cmara. Dio la palabra a Juan Negrn, que, como no era orador, ley su discurso. Pona tres condiciones para la paz: 1) Total independencia y autonoma del territorio espaol. 2) Garantas para que el pueblo espaol pudiera escoger su propio destino. 3) Garantas de que no se perseguira a los perdedores en la posguerra. Hablaba, naturalmente, para la Historia. Algo parecido a la muerte flotaba en el ambiente de la sala aquella noche. Le susurr al odo del escritor ruso Ilya Ehrenburg, que tena junto a m: Esto parece una tumba. Lo es me respondi. Es la tumba de la democracia, pero no solo la de Espaa, sino la de toda Europa. Todo ese da habamos estado esperando en Figueras los bombardeos de Franco. Llegaron a la maana siguiente y mataron a unas sesenta personas. La ciudad, lindando casi con la frontera francesa, estaba atestada de refugiados. Habamos estado en las oficinas del gobierno cumpliendo con el ritual de la censura, como si aquella fuera una crnica ms entre las miles que habamos estado enviando a lo largo de tres aos de guerra, sobre todo para rendir tributo al equipo de personas que ni siquiera en aquellas dramticas circunstancias eran capaces de abandonar sus puestos de trabajo. Si all estaban ellos, all estbamos tambin nosotros. Realmente no fue en Figueras donde percib el ocaso de la democracia, sino al cruzar la frontera y llegar a Francia. Muchas veces los periodistas nos quejamos de nuestro trabajo y decimos que preferiramos ser limpiabotas, pero en el fondo estamos encantados con nosotros mismos y con nuestra labor. Sin embargo, ha habido una sola historia en toda mi vida que hubiera preferido no tener que escribir jams: lo que sucedi aquel da que llegu a la frontera francesa. Hoy sigo pensando que lo que mis ojos vieron ese da no fue la realidad, que fue simplemente una pesadilla, un mal sueo. Un sueo del que podra despertarme con una buena ducha de agua fra. La primera oleada de refugiados que alcanzara la cifra final de cuatrocientos mil lleg al pequeo pueblo fronterizo francs de Le Perthus el 30 de enero. Recuerdo que la carretera estaba atestada de carretas, camiones, ambulancias, carros de mulas y cualquier otro vehculo de ruedas que se pueda uno imaginar. Los franceses no dejaban pasar ningn tipo de vehculo, de ah el gigantesco atasco. Corra el rumor de que las tropas de Franco haban entrado ya en Figueras, y aquel rumor haba producido una estampida de la gente hacia la frontera. Al principio, todo el mundo era admitido, pero al prefecto de los Pirineos Orientales, monsieur Didkowsky, se le ocurri cambiar de opinin. Decidi admitir solo a mujeres y nios, excluyendo as a los miles y miles de soldados republicanos que en aquellos momentos se agolpaban en la frontera. Hay que decir, en honor a la verdad, que los jefes del ejrcito republicano haban pedido a las autoridades francesas que no admitieran a soldados, por la sencilla razn de que Franco no haba llegado an a Gerona y, por tanto, estaba muy lejos de Figueras. Pero todo esto la gente no lo saba. En cualquier caso, la tragedia estaba servida. Yo estaba all, en aquel puesto fronterizo aquella noche junto con el brigadier Molesworth, enviado especial de la Sociedad de Naciones, y no podamos dar crdito a lo que estbamos contemplando: veamos llegar a aquellos soldados hasta el puesto fronterizo, algunos simplemente destrozados por el cansancio, otros hambrientos, otros heridos de gravedad, algunos con miembros de su cuerpo gangrenados, todos cubiertos de suciedad, barro y miseria, y veamos cmo los guardias fronterizos franceses los mandaban de vuelta, de vuelta hacia ningn lado. A todo esto haba comenzado a llover, primero suavemente, pero cada vez con ms intensidad, de manera que aquellas cortinas de agua no hacan sino aumentar el espectculo dantesco al que, absolutamente impotentes y horrorizados, asistamos. De nada sirvi que Molesworth protestara ante la gendarmera. Se encogieron de hombros y dijeron que estaban cumpliendo rdenes. Yo, desesperado, no saba lo que deba hacer. Regres a la Junquera, el ltimo pueblo espaol, y fui en busca del comandante. Me dijo que doce bebs haban muerto aquella noche por dormir a la intemperie. Las calles estaban llenas de gente que dorma o que haba pasado ya a mejor vida. Volv a la frontera y me dirig a Perpin. Pens que la ciudad entera se estara preparando para recibir aquella oleada de refugiados, que las escuelas se estaran acondicionando para atenderles, que las iglesias se habran abierto en plena noche para acogerles, que se habran preparado cantinas y cocinas de campaa para dar de comer a toda aquella gente, que cines y teatros habran suspendido sus funciones. Me equivocaba. Al llegar a Perpin pude comprobar no solo que los cines estaban abiertos aquella noche, sino que, adems, estaban muy concurridos. Y las calles se encontraban llenas de personas que paseaban, que hablaban, que se rean, que se divertan. Iban bien vestidas y parecan bien alimentadas. Entraban en los bares y en los cafs, y se dirigan a los music halls para contemplar el espectculo de variets que se ofreca aquella noche. Desde la calle, poda or la inconfundible msica del acorden francs. Aquel espectculo era, en el fondo, mucho ms ttrico y dantesco que el que acababa de ver en la frontera, porque estaba contemplando a una humanidad que haba perdido el corazn, a unos seres humanos que haban dejado de ser humanos. Llegados a este punto, sera totalmente injusto olvidarnos de aquellas personas francesas y no francesas que se volcaron con los refugiados. El mismo prefecto de los Pirineos no haca ms que cumplir rdenes de Pars, pero, por su propia iniciativa, haba trado a un equipo de mdicos que se ocupaban de los heridos ms graves en la fortaleza de Bellegarde, encima de Le Perthus. Las mujeres de ese pueblo organizaron una cantina para dar sopa caliente al mayor nmero de refugiados posible. El obispo de Perpin mand un comunicado a los medios de comunicacin instando a los catlicos franceses a ayudar a los refugiados espaoles. El prroco del pueblecito de Prats de Moll abri las puertas de su iglesia aquella noche para que entraran los refugiados. Pero fueron, como digo, actos individuales, que en ningn caso podan disimular lo que ya era evidente: la crueldad del gobierno francs hacia aquellos miles de refugiados espaoles y la indiferencia de la poblacin francesa en general, como si todo aquello no fuera con ellos. Unos das ms tarde Francia decidi abrir sus fronteras, aunque fue un gesto tardo y obligado por las circunstancias. Qu otra cosa podan hacer los franceses con aquellas masas de refugiados que se agolpaban en sus fronteras? Cmo podan impedir aquella invasin si no era por la fuerza de las armas? Yo recordaba el medio milln de refugiados holandeses que llegaron a Blgica porque no queran vivir en su pas ocupado por los alemanes en 1914 y la clida acogida de los belgas. Qu distinto del trato de los franceses a sus vecinos espaoles! Y lo peor estaba todava por llegar. Cuando aquellos desgraciados pudieron cruzar al fin la frontera se les llev a unos campos junto al mar. Aquellos campos eran solo eso, campos pantanosos que se inundaban con las lluvias o eran azotados por tormentas de arena cuando se levantaba el viento en la playa. Apenas haba alguna cabaa donde refugiarse. Los hombres tenan que cavar agujeros en la arena; vivan en guaridas como animales para protegerse de las lluvias y del fro. No exista agua potable en aquellos campos, de manera que pronto cundi la disentera entre la poblacin de refugiados. El servicio mdico era prcticamente inexistente, de manera que semanas despus de haber llegado muchos heridos todava no haban sido atendidos. Algunas mujeres y nios fueron recogidos en otros lugares, pero muchas sufrieron los rigores de aquellos mal llamados campos de refugiados y bien llamados campos de concentracin. No haba ms que ver a los soldados senegaleses que patrullaban con porras de madera y a la caballera del Ejrcito francs, que recorra aquellos recintos blandiendo el sable a la menor provocacin, para que no quedara ninguna duda del lugar donde nos encontrbamos. Y as, un mes despus de que la guerra hubiera concluido, gente que en su vida anterior eran abogados, o arquitectos, o mdicos, se haban convertido en esta nueva vida en Argeles o en Saint-Cyprien los nombres de aquellas ratoneras en alimaas que vivan en madrigueras que ellos mismos se haban construido como si fueran topos en la arena. Deambulaban todo el da con aspecto desaliado y abatido, sin saber dnde meterse cuando llegaron las lluvias de la primavera. Nunca me haba sentido tan deprimido, porque ese medio milln de hombres que deambulaba perdido por aquellos campos representaba el punto al que el gnero humano haba llegado, sealaba no hacia un pasado evidente la guerra espaola, sino, por extrao que pudiera parecer, hacia un futuro, una visin de futuro en el que todos los verdaderos demcratas acabaramos as, encerrados en grandes campos de concentracin, encerrados y aislados para no contaminar con nuestras ideas al resto de la humanidad. Ya no hablo de caridad cristiana, pero qu impeda a las autoridades francesas o inglesas ofrecer trabajo a todos aquellos hombres, excepto el temor de que con sus ideas contaminaran a los otros trabajadores? Las potencias europeas s se preocuparon de salvaguardar una cosa en la guerra espaola: los cuadros del Museo del Prado. Expertos en arte se trasladaron a Madrid para supervisar el embalaje y la proteccin de los cuadros, y todo el mundo saba que seiscientos cuadros haban llegado hasta la frontera francesa despus de una larga odisea. As que no era cierto que la suerte de los espaoles les fuera indiferente: todo el mundo se alegraba de saber que los cuadros de Francisco de Goya, Diego Velzquez, El Greco o Zurbarn haban llegado hasta la frontera y se encontraban en buen estado, o de que haban salido de Perpin con direccin a Ginebra el 13 de febrero y no haban sufrido dao alguno. Lstima de que todos aquellos caballeros hubieran muerto haca cientos de aos! Como sealaba al principio, la guerra espaola me haba dado ocasin de escribir centenares de historias, algunas de ellas infinitamente tristes y dolorosas, pero desde luego ninguna tan srdida, ninguna tan miserable, ninguna tan degradante para el ser humano como las que escriba en aquellos das desde el sur de Francia, historias que no quera escribir simplemente porque senta vergenza ajena. Se puede abandonar un pueblo a su suerte, como haban hecho Francia e Inglaterra con Espaa, pero lo que no se puede hacer es pisotear su honor y su dignidad, precisamente aquello que ms valoraba el pueblo espaol. XXXIII El fin de la Repblica
RECUERDO una escena que presenci
de nio en una granja inglesa: el granjero se dispona a matar a un pato, pero cuando ya le haba dado varias cuchilladas el pato se le escap de las manos y comenz a correr frenticamente por el corral dejando atrs un largo reguero de sangre. Los chavales que estbamos presenciando aquella matanza quisimos ayudar al granjero, que no consegua atrapar al ave y lanzamos sobre el pato una lluvia de piedras y otros objetos que tenamos a mano. Pero el animal se resista a morir y tuvimos que atraparlo y reducirlo entre todos para que al fin pereciera. La Repblica espaola era todava joven en 1939: todava no haba cumplido los ocho aos. Ms joven desde luego que la Repblica de Weimar en Alemania, que lleg a cumplir los quince, o que la Repblica de Austria, que tena veinte, o la checa, que haba llegado a los veintiuno aquella primavera. La Repblica checa tambin estaba viviendo en aquella primavera de 1939 sus ltimos das, pero pareca que aceptaba su muerte y los checos parecan resignados a vivir sin ella. El problema de la Repblica espaola era el mismo que el del pato de aquella granja: no se resignaba a aceptar su suerte, se resista a morir. Despus de la cada de Catalua, el doctor Negrn sali en avin para Madrid con todo su gabinete, dispuesto a buscar soluciones donde ya no las haba, entre otras cosas porque la poblacin estaba al borde de la hambruna y porque los dos aos en que el gobierno haba permanecido alejado de la capital lo haban distanciado de la gente. En cualquier caso, quedaban casi medio milln de hombres tericamente en pie de guerra en la zona Centro, y el gobierno pensaba que algo se poda hacer todava con aquella fuerza. El 5 de marzo se produjo el putsch del general Miaja, del coronel Casado y de Julin Besteiro contra el gobierno de Negrn. A pesar de sus buenas intenciones, aquel putsch no poda haber llegado en peor momento y tuvo nefastas consecuencias para la Repblica o lo que quedaba de ella. Porque las razones del golpe de Estado haban sido las de negociar una rendicin con Franco, cuando este llevaba meses o aos insistiendo en que no haba nada que negociar, que la nica salida para la Repblica era simplemente la de deponer las armas, la rendicin incondicional. Tampoco entiendo los pretextos de Miaja y Casado alegando que Negrn presida un gobierno comunista, cuando solo haba un ministro que perteneca al Partido Comunista. Era cierto que el ejrcito republicano haba estado mayoritariamente bajo mandos comunistas, pero eso era porque Lster, Modesto y Galn eran los mejores generales que hubiera podido tener el Ejrcito espaol en aquellas circunstancias. Nadie protest cuando Lster llevaba sus tropas a la victoria en Teruel, en Guadalajara o en el Ebro. Pareca ridculo rasgarse ahora las vestiduras porque aquellos grandes estrategas fueran comunistas. Desgraciadamente, el golpe de Besteiro y los militares impidi poner en marcha el plan de retirada que Negrn y su gobierno estaban organizando: era todava posible abrir un corredor desde Madrid hasta Cartagena, donde los barcos de la Repblica permanecan anclados. Aquel corredor habra permitido la huida de miles de republicanos de Madrid para embarcarse en ese puerto. El ejrcito de la Repblica dispona de efectivos para cubrir aquella retirada en direccin a Valencia y Cartagena con suficientes garantas como para asegurar un mnimo de proteccin a la poblacin civil que decidiera salir de la capital en direccin a la costa. Franco, por otra parte, pareca dispuesto a dejar salir a todos esos miles de personas, que solo podran causarle problemas en caso de permanecer en Espaa. Para entonces, el pueblo de Madrid, que una vez ms pasaba a la Historia por la defensa apasionada de su ciudad, estaba fsica, moral y materialmente agotado. Dos aos de bombardeos, de hambre, de un trabajo en ocasiones febril, de vivir casi siempre al borde de la desesperacin, haban causado estragos en una poblacin que ya no era ni sombra de lo que fue al principio de la guerra. No es que la gente no estuviera dispuesta a defenderse, es que ya ni siquiera estaba dispuesta a ponerse en pie. Contemplaran la entrada de las tropas de Franco con la completa indiferencia que solo da el agotamiento ms absoluto. El nuevo gobierno, si podemos llamarlo as, dio rdenes de arrestar al doctor Negrn y a sus ministros. Afortunadamente para ellos, huyeron en avin desde Alicante, donde haban instalado su cuartel general. La mayor parte de los lderes comunistas, como Dolores Ibrruri o Enrique Lster, consiguieron escapar tambin de aquella purga. En la base naval de Cartagena reinaba en aquellos ltimos das de la Repblica el ms absoluto caos. Primero se produjo un intento de levantamiento de oficiales afectos a Franco. Negrn mand tropas para sofocar aquella rebelin, pero entonces se produjo el golpe de Estado de Madrid, con lo cual las tropas se volvieron contra s mismas. La flota republicana opt por levar anclas y puso rumbo hacia Bizerta, en Tnez. Yo haba estado en Cartagena el mes de agosto del ao anterior y me haba sorprendido agradablemente el buen aspecto de la marinera. La flota cay bajo control socialista y evidentemente los comisarios polticos de este partido haban realizado una buena labor. No digo que en aquellas circunstancias la flota pudiera hacer mucho, pero creo que antes de zarpar de Cartagena podran haberse llevado a unos miles de republicanos para que huyeran de la represin de Franco. Muy pocos consiguieron escapar. En Valencia, Alicante y otras ciudades costeras reinaba el caos ms absoluto y pronto cayeron en manos de Franco. Sus tropas entraron en Madrid el 29 de marzo, con el consentimiento de las democracias occidentales, que no hacan esfuerzo alguno por acoger aquella riada de refugiados que primero haba salido por la frontera de Catalua y ahora lo haca por mar y aire desde diversos puntos de Espaa. El 1 de abril de 1939 el general Franco decret el fin de la guerra. La Repblica haba muerto. Descanse en paz. MAPA DE ESPAA
HENRY BUCKLEY, (1904 1972)
lleg a Espaa en 1929 desde Paris y Berln y escribi crnicas sobre el pas hasta 1939. Fue un testigo excepcional. Vivi la cada de la monarqua, el establecimiento de la Repblica y la Guerra Civil. Era catlico, pero pronto se hizo muy crtico de la oscurantista Iglesia espaola. En una referencia al peridico tradicionalista, El Siglo Futuro, escribi en el libro que ms vale llamarlo El Siglo XVI porque poco haba cambiado en la Iglesia desde entonces. Hacia el final del libro confes estar avergonzado del uso que se le est dando a la cruz y dej de ir a misa con regularidad. En los dos aos antes del establecimiento de la Repblica, llega a la conclusin que va a ser muy difcil establecer una democracia y una sociedad ms justa debido a la existencia de una economa feudal sin una fuerte clase media y mercantil capaz de tomar el control y reformar y reconfigurar la maquinaria econmica para que encaje con las necesidades del siglo XX. No haba otro pas en Europa en esta poca donde una persona rica pudiera obtener tantos rendimientos por su dinero y pagar tan pocos impuestos como Espaa. Era un pas pobre con muchos ricos. Acompa a Francisco Largo Caballero en los frentes de la Sierra Guadarrama y a Enrique Lister en los de Guadalajara, visit a Llus Companys en la crcel Modelo, indag en la vida del contrabandista Juan March (sin conocerle), es testigo del asedio del Alczar de Toledo, visit con regularidad los depsitos de cadveres en Madrid para contar el nmero de muertos. La poltica de no intervencin de Francia, el Reino Unido y los Estados Unidos lo hizo enojar. Por omisin, ayudaron a estrangular a la Repblica. Nacido en Inglaterra en 1904, hizo sus primeras crnicas periodsticas en Pars y se traslad en 1929 a Espaa, donde permaneci hasta el final de la Guerra Civil como corresponsal de The Daily Telegraph. Durante la Segunda Guerra Mundial, cubri toda la campaa del norte de Africa y la invasin aliada de Italia como corresponsal de la agencia de noticias Reuters, hasta que fue gravemente herido por un obs alemn en la batalla de Anzio. En 1949, despus de cubrir corresponsalas en Berln y Roma, Buckley regres a Madrid como director de Reuters. Espaa fue la gran pasin de su vida y aqu permaneci hasta su muerte en 1972. Table of Contents HENRY BUCKLEY Sinopsis Vida y muerte de la Repblica espaola prlogo NOTA DEL TRADUCTOR VIDA Y MUERTE INTRODUCCIN I Primo de Rivera II Don Alfonso III Manuel Azaa IV Sanjurjo V Casas Viejas VI Gil Robles VII Jos Antonio VIII Asturias IX Viaje a ninguna parte X El fracaso de Azaa XI Victoria XII La Repblica, a la deriva XIII El levantamiento XIV Al frente de la sierra XV Franco se acerca XVI Toledo XVII La Telefnica XVIII Un conde en la crcel XIX El Jarama XX Guadalajara XXI putsch de Barcelona XXII La CORONACIN DEL REY XXIII El bombardeo de Almera XXIV Reposo en Montreux XXV Teruel XXVI LA BATALLA DE ARAGN XXVII Enrique Lster XXVIII Ofensiva sobre Valencia XXIX La batalla del Ebro XXX Juan Negrn XXXI El colapso del frente XXXII Las Cortes en las mazmorras XXXIII El fin de la Repblica MAPA DE ESPAA