Este documento analiza la autobiografía Espejo de sombras de Felicidad Blanc publicada en 1977. Explora cómo Blanc, como mujer, tuvo dificultad para definir su propia identidad de manera coherente debido a que históricamente las mujeres han sido representadas por los hombres más que representarse a sí mismas. A través de su autobiografía, Blanc intenta delimitar las dos personas en que se convirtió después de su matrimonio y ser representada por su marido, el poeta Leopoldo Panero. El documento también analiza cómo Blanc
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Este documento analiza la autobiografía Espejo de sombras de Felicidad Blanc publicada en 1977. Explora cómo Blanc, como mujer, tuvo dificultad para definir su propia identidad de manera coherente debido a que históricamente las mujeres han sido representadas por los hombres más que representarse a sí mismas. A través de su autobiografía, Blanc intenta delimitar las dos personas en que se convirtió después de su matrimonio y ser representada por su marido, el poeta Leopoldo Panero. El documento también analiza cómo Blanc
Este documento analiza la autobiografía Espejo de sombras de Felicidad Blanc publicada en 1977. Explora cómo Blanc, como mujer, tuvo dificultad para definir su propia identidad de manera coherente debido a que históricamente las mujeres han sido representadas por los hombres más que representarse a sí mismas. A través de su autobiografía, Blanc intenta delimitar las dos personas en que se convirtió después de su matrimonio y ser representada por su marido, el poeta Leopoldo Panero. El documento también analiza cómo Blanc
Este documento analiza la autobiografía Espejo de sombras de Felicidad Blanc publicada en 1977. Explora cómo Blanc, como mujer, tuvo dificultad para definir su propia identidad de manera coherente debido a que históricamente las mujeres han sido representadas por los hombres más que representarse a sí mismas. A través de su autobiografía, Blanc intenta delimitar las dos personas en que se convirtió después de su matrimonio y ser representada por su marido, el poeta Leopoldo Panero. El documento también analiza cómo Blanc
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LA AUTOBIOGRAFA FEMENINA: LA MUJER COMO
ESCRITURA (SOBRE FELICIDAD BLANC)
Virginia Trueba Mira UNIVERSITAT DE BARCELONA Resumen:
Resumo:
Abstract:
Espejo de sombras, la autobiografa (heterobiografa) que
Felicidad Blanc publica en 1977 1 constituye, ya desde su mismo ttulo, un difano ejemplo de la dificultad que han tenido las mujeres para definirse a s mismas de un modo coherente y preciso. No es ste, desde luego, un buen momento para hablar de sujetos identitarios susceptibles de ser representados ya que el postmodernismo los ha echado por tierra al postular su descentramiento e inestabilidad pero, ms all de la oportunidad de esta reescritura de la idea de sujeto por lo que respecta al
1 La autobiografa de Felicidad Blanc (Espejo de sombras, Barcelona, Argos
Vergara, 1977) no est escrita directamente por ella misma sino que es la transcripcin de un relato oral transmitido a Natividad Masans y revisado ms tarde por la misma Blanc. El proceso de elaboracin de ste y otros textos heterobiogrficos ha constitudo el tema de la tesis doctoral de Ana Lourdes de Hriz Ramn, Heterobiografas espaolas del siglo XX (Estudio pragmtico), Universit Degli Studi Di Pisa, 1998-1999.
HESPERIA. ANUARIO DE FILOLOGA HISPNICA, V (2002)
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feminismo como pensamiento poltico 2, lo que interesa en primer
trmino destacar es que a lo largo de la historia el hombre s ha podido hacerse la ilusin de la integridad de su propio yo, s ha podido mirarse en el espejo y, como Narciso, reconocerse 3, ilusin que ha sido contrariamente para la mujer un imposible. Cuando la mujer se ha mirado en el espejo ha encontrado una imagen movida y confusa que le devolva una identidad extraa, y ello porque al menos desde Pigmalin la mujer no se ha representado a s misma sino que ha sido representada, construda por el otro. He aqu configurado el drama de muchas mujeres, tambin el de Felicidad Blanc si se lee su estremecedora autobiografa a la luz de tales consideraciones: su condicin de representacin o escritura de otro, proporcional a la anulacin de la representacin o escritura de s misma. Y es ese drama el que convierte al yo que escribe Espejo de sombras en un yo disperso que no acaba nunca de resolverse, y ello porque es un yo que habla siempre a travs de una double voiced como la que Elaine Showalter aprecia en muchos textos de mujeres, es decir, de una voz que habla al mismo tiempo desde los otros y que intenta hablar tambin desde s misma 4. Conocidas son las tensiones entre posmodernismo y feminismo, puestas en evidencia, entre otros, por Patricia Waugh, Feminine Fictions, Londres and New York, Routledge, 1989, Linda Hutcheon, Poetics of Postmodernism. History, Theory, Fiction, New York and London, Routledge, 1988 y The Politics of Postmodernism, New York, Routledge, 1989, Linda Nicholson, Feminism/Postmodernism, New York, Routledge, Chapman and Hall, 1989. Tambin en castellano, el trabajo de Pilar Hidalgo, La feminizacin de la novela postmodernista, Atlantis, 12, 2, noviembre 1991, pp. 65-81 y las obras colectivas, El gran desafo, ed. Angel G. Loureiro, Madrid, Megazul-Endymion, 1994 y Abanicos excntricos, Ensayos sobre la mujer en la cultura postmoderna, ed. M Carmen Africa Vidal Claramonte, Teresa Gmez Reus, Universidad de Alicante, Anglo-American Studies, 1995. Ver tambin por lo que respecta al ltimo debate, ahora dentro del feminismo, entre esencialismo y construccionismo el trabajo de Diana Fuss, En essncia: feminisme, naturalesa i diferncia, Eumo Editorial, Barcelona, 1999. 3 Georges May, L autobiographie, Pars, Presses Universitaires de France, 1979, p. 111. 4 Elaine Showalter, Feminist criticism in the wilderness, Critical Inquiry, 8, 1985, pp. 179-205. A la misma cuestin se refiere Sidonie Smith cuando sostiene, citando a Nancy K. Miller, que lo especfico de la visin retrospectiva 2
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Desde esta perspectiva, lo que me interesa ahora del texto de
Felicidad Blanc es de qu modo, a partir del material que selecciona de su propio pasado y de la interpretacin que le confiere, esa mujer que no acaba de encontrar su sitio (46) como ella misma se define, configura y denuncia su propia identidad escindida, es decir, su no-identidad. Una puntualizacin, no obstante, se impone en primer lugar. Es cierto que el texto de Felicidad Blanc ha sido construido desde la oralidad por Natividad Masans que, de modo inevitable, interpreta a Blanc, aunque slo sea a travs del ejercicio de seleccin que lleva a cabo de sus palabras habladas que, como es lgico, no puede transcribir de modo ntegro. No es menos cierto, sin embargo, que Masans, si creemos lo que dice, intent que fuese Blanc la que eligiese su persona, es decir, su mscara 5. Pero es que, aunque nos permitamos dudar de Masans, no hay que olvidar tampoco que la propia Blanc revis y legitim, por tanto, el texto transcrito. Quiero decir con ello que si Espejo de sombras no devuelve a la que alguien pudiera considerar la verdadera Felicidad Blanc, s entrega una de las mscaras que Felicidad Blanc ha escogido para hablar ante el pblico. Lo que hace Felicidad Blanc aprobando el texto de Masans es mostrar su conformidad con la mscara que ha resultado despus de la intervencin de sta ltima. Y es precisamente esa mscara en la que quieren detenerse las lneas que siguen. femenina reside en la forma de congeniar los dos universos que informan el acto de leer en la mujer; reside en la lucha de la mujer para generar la verdad de su propio significado desde dentro de ella misma y contra una sentencia que la ha condenado a cierto tipo de ficcionalidad (95). De este modo, las mujeres se ven envueltas en un dilogo dinmico con dos historias, dos interpretaciones, dos posturas retricas (99), (Sidonie Smith, Hacia una potica de la autobiografa de mujeres, Anthropos, Suplemento 29, Diciembre 1991, pp. 93105). A esta duplicidad de la subjetividad femenina hace alusin igualmente la conocida expresin de Patricia Spacks, retrica de la incertidumbre con la que refiere la inseguridad de la voz femenina en la autobiografa (Patricia Meyer Spacks, Selves in Hiding, Womens Autobiography. Essays in Criticism, ed. Estelle C. Jelinek, Blomington, Indiana University Press, 1980, p. 131). 5 As lo constata en entrevista concedida a Ana Lourdes de Hriz Ramn en ob.cit., p. 236.
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Consciente de haber sido una mujer a la que han dormido
(escrito) como dir Hlne Cixous de las mujeres que han despertado 6, Felicidad Blanc remonta en su autobiografa el curso del tiempo hasta sus mismos orgenes -el texto avanza linealmente desde el pasado hasta poco antes del presente de la escritura- en un intento por explicar su transformacin en palabra de otro, en especial a partir del encuentro en plena postguerra espaola con Leopoldo Panero, ese poeta adems de marido que, literalmente, la imagina y representa en sus propios versos. Es el deseo de delimitar con precisin las dos personas que convivirn ms tarde en ella el que lleva a Felicidad Blanc a prestar una especial atencin a su infancia, a ese momento en que an no haba sido escrita definitivamente por nadie. Blanc remonta el relato de su vida a sus primeros aos nace en un Madrid de 1914, convirtindose en la tercera de cuatro hermanos de una familia que ha prosperado desde el punto de vista econmico de los que no tiene, claro est, un recuerdo propio sino ajeno y, en este aspecto aunque desde otro punto de vista, Felicidad vuelve a ser escritura de otros demostrndose de ese modo la imposibilidad del yo de abarcar la totalidad de su propia vida, la incapacidad, en definitiva, de la memoria para referir esa totalidad. Es significativo que los primeros recuerdos propios de Felicidad sean los de las casas que habit, los de ese espacio domstico que Gaston Bachelard ha identificado simblicamente con una gran cuna que conserva para siempre tiempo comprimido 7. As es tambin ese espacio para Felicidad Blanc, firmemente grabado en su memoria con el paso de los aos, un espacio que la protege de un mundo exterior al que teme y con el que no se comunica -recuerda que ser siempre, fuera del hogar, una nia retrada y acobardada- y que al tiempo adquiere en ocasiones, y en momentos posteriores a los de la infancia, un cariz opresivo que insiste en el aislamiento, ahora impuesto desde fuera, con el mundo. La estructura interna de Espejo de sombras podra 6 Hlne Cixous, La risa de la medusa, Barcelona, Anthropos, Trad. Ana M Moix, 1995, p. 17. 7 Gaston Bacherlard, Potica del espacio, Mxico, FCE, 1998, p. 36 y 38.
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delimitarse a travs de los diversos espacios domsticos que habita
Blanc, ellos son los testigos mudos de su deseo y su alegra, su impotencia y su pesadumbre, su desolacin y su renuncia. As, van apareciendo las protectoras y hogareas casas madrileas de su infancia de la calle Jorge Juan y Gran Va, las casas y fincas de sus vacaciones felices de nia en Barbastro, Hendaya o Sitges, la casa definitiva en Madrid de la calle Manuel Silvela a la que llega de adolescente enamorada del amor y en la que vivir hasta su matrimonio, la casa de casada de la tambin madrilea calle Ibiza en la que empieza a deconstruir muchas ilusiones, las casas de Astorga y Castrillo que son ya los espacios de su marido, la casa de Eaton Square en Londres en la que Blanc construye una ingenua ficcin de felicidad, la de Vallensana en Barcelona o la de Torrelodones en Madrid. Slo al final del relato y tras la venta de la casa de Manuel Silvela, los espacios domsticos pierden algo del protagonismo anterior. Entre otras cosas, los sustituyen las crceles y psiquitricos que habita ahora Felicidad en busca de su segundo hijo. La presencia de los espacios interiores en Espejo de sombras (en especial los domsticos) resta importancia a la calle como espacio de liberacin para el yo hablante, muy distinto en este aspecto del yo de las memorias de una Concha Mndez o una Carmen Baroja que s insiste en el espacio pblico que habita a lo largo de los aos, o tambin de ese yo ms ficticio de un personaje como Andrea en Nada u otros personajes femeninos escritos por mujeres a partir de la postguerra, todos ellos representantes de esa chica rara de la que ha hablado Carmen Martin Gaite, quien de igual modo la ha incorporado a sus narraciones. Tambin Felicidad podra ser una chica rara pero su rareza queda atenazada en su mismidad, no la impulsa a la conquista de otras realidades como s ocurre, por ejemplo, y muy en especial, en las memorias habladas (a Paloma Ulacia Altolaguirre) de Concha Mndez. El mundo de infancia y de las primeras casas en que Felicidad encuentra refugio a su timidez y retraimiento es inseparable en ella de todos esos otros personajes (adultos) que la envuelven y de los que aprende a leer por vez primera la realidad. Muchos de esos personajes constituyen un colectivo muy especial,
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son las numerosas mujeres que integran su familia, quedando
aparte, y por eso mismo destacado, la figura mtica de un padre que esperaba un hijo al nacer Felicidad -como reconocern muchas mujeres en sus textos autobiogrficos-, un padre trabajador y abnegado pero distante y ausente la mayor parte del tiempo, cuyo cario buscar Felicidad a lo largo de los aos. Pese al trato entraable que prodiga en todo momento a su padre, la voz de Espejo de sombras constata tambin el autoritarismo de esa figura, quien dictamina siempre lo que hay que hacer, claro, porque aunque l no aparezca sus rdenes son tajantes (66). Carolyn G. Heilbrun ha sealado cmo en muchas autobiografas de mujeres la figura del padre se asume con dificultad aunque siempre se le profese al mismo tiempo un firme afecto y, en ltima instancia, se acabe eludiendo su posicin de centralidad en la realidad patriarcal 8 . En Espejo de sombras se encuentra una voz que reconoce al objeto de deseo pero que, como queda dicho, es capaz al mismo tiempo de des-idealizarlo. Al menos en el tiempo presente desde el que habla Felicidad Blanc. La infancia es, pues, para la voz de Espejo de sombras el universo femenino que forman, en concreto, su abuela Isabel, su ta Elosa, sus hermanas y, en particular, su madre. Son ellas quienes pueblan su mente de relatos orales de sus propias vidas anteriores, muy siglo XIX, las que inyectan en la imaginacin de la nia historias novelescas que sta descubrir ms tarde en los libros que lea, historias que descubren a Felicidad un mundo amable de amor y alegra, en ocasiones clandestino como el de esos novios prohibidos (71) de su hermana Elosa, la primera loca en la vida de Felicidad, internada desde joven en un sanatorio psiquitrico. La feminidad que Felicidad aprende de esas historias romnticas empezar, no obstante, a desfigurarse para ella en el momento en que se pregunte, tras leer Guerra y Paz, Dnde est el prncipe Andrs? (108), es decir, cuando empiece a intuir que quizs no ser salvada por ningn hombre, como ha ledo tambin en esas historias orales que, adems de transmitirle un mundo 8 Carolyn G. Heilbrun, Escribir la vida de una mujer, Megazul, Madrid, 1994, p. 77.
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ocioso y complaciente, desvelan para ella otro de dificultades y
desencuentros encarnado en las mismas mujeres de antes que ahora transmiten a Felicidad una imagen de resistencia ante el desencanto. Entre esas mujeres destaca muy en especial la abuela Isabel, esa mujer que lee el diario La Libertad y un da lleva a Felicidad al entierro de Pablo Iglesias, esa mujer apasionada y soadora que supo vivir su independencia al quedarse viuda, momento a partir del cual yo creo recuerda Felicidad que su personalidad empieza a trazarse de manera decisiva, un rasgo que me la hace sentir todava ms cerca (23). Pese a la conciencia de que el amor es tan slo una idea, o tal vez por ello, Felicidad har de ese sentimiento tema fundamental de su vida, dibujndose a s misma como una especie de Penlope a la espera de la llegada o el regreso de su hroe. Dentro del mundo femenino que rodea la infancia de Felicidad, otra mujer que lleva su mismo y desafortunado nombre ocupa un lugar central, como ocurre tambin en otros textos autobiogrficos femeninos: su madre, su interlocutora ms vlida, esa figura que en los textos de autora masculina suele ser una ausencia o una figura maltratada 9. Su compaa es un hilo que me une al pasado (193), reconoce Felicidad cuando su marido ha debilitado ya ese hilo hasta casi romperlo. La doble voz, amorosa y crtica a la vez, con que Felicidad se haba referido a su padre, reaparece ahora aunque de un modo distinto. La madre es para ella aquella mujer que entendi e interioriz su papel en el seno del espacio domstico pero que lo desarroll feliz slo en apariencia: a pesar de nuestro poco contacto ella vive por completo entregada a su marido y son ta Elosa y la abuela Isabel las que se ocupan ms directamente de nuestra crianza, me siento muy 9 Nancy Chodorow ha explicado desde la psicologa cmo la relacin madre-hija ocupa en lugar destacado en el proceso de individuacin femenina, contrariamente a lo que ocurre con el hijo cuyo desarrollo se produce a travs de un desplazamiento desde la identificacin a la separacin (Ver Susan Stanford Friedman, El yo autobiogrfico de la mujer: teora y prctica en El gran desafo, ob.cit., pp. 151-186, donde se exponen las tesis de Chodorow y Rowbotham en contraste con las tradicionales de Gusdorf, Olney o Mehlman, centradas en el sujeto masculino).
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ligada a ella (37). En otras ocasiones, el discurso es ms directo y
adquiere un tono de denuncia explcita: ms bien era una esclava, prescinda de todo, del teatro, de la vida social, con tal de estar pendiente de su marido (37). Una ancdota simblica delata la conciencia de la hija de la tambin doble faz de la vida de la madre que, de modo dramtico, acabar siendo la doble faz de la propia vida de Felicidad. Recuerda sta que a su madre le gusta mucho estar a oscuras en su habitacin, iluminada nicamente por el reflejo de la calle. Y en la oscuridad mira por la ventana los coches que pasan, el movimiento de la calle (37), mira ese mundo que est ms all de la cuna-tumba en la que habita, mira a travs de esa ventana que ha sido siempre para la mujer espacio bisagra, smbolo de lo fronterizo 10. Al relato de toda esta vida familiar sucede el de los primeros episodios amorosos de Felicidad -el sexo quedar siempre en un segundo plano-, vividos, slo en un principio, desde aquella libertad heredada de la infancia. Ms tarde, su matrimonio con Leopoldo Panero anula esa libertad, en cierto modo maltrecha ya con la experiencia de una guerra que, como recuerda Felicidad, termina de modo definitivo con su juventud, una guerra contada desde la cotidianeidad, desde el sentir de la voz narrativa y no desde un discurso abstracto y distante de la propia experiencia. Los aos de la guerra civil son los del fro, el hambre, la ausencia, la muerte (entre otras, la de su hermano Luis en el frente del Ebro) y la locura, son tambin los de la boda frustrada con Rafael, el sobrino de Fernando de los Ros. Los nicos acontecimientos positivos que Felicidad recuerda son el acercamiento a la figura de su padre y sus primeras experiencias laborales en el hospital de este ltimo esos trabajos extradomsticos consentidos por la sociedad de modo excepcional, que realizaron numerosas mujeres a lo largo de los tres aos de guerra-, tambin su progresiva politizacin que vena producindose desde los tiempos de la Repblica, y que era extraa, sostiene ella, en una mujer de aquel entonces la militancia 10 Ver Sandra M. Gilbert y Susan Gubar, quienes matizan el simbolismo de Bachelard citado arriba a la luz de los estudios de gnero (La loca del desvn, Madrid, Ctedra, 1984, p. 101).
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de personajes como Clara Campoamor, Victoria Kent, Margarita
Nelken, Casilda Lpez, Matilde Huici o Matilde de la Torre segua siendo, desde luego, una rareza en el panorama poltico de la dcada de 1930 11-. Acabada la guerra y como otras muchas mujeres, Felicidad no volver a trabajar. Las mujeres haban perdido dos guerras. En su caso no trabajar hasta despus de fallecido su marido cuya aparicin en su vida sella, de modo irremediable durante mucho tiempo, la honda fractura creada por los aos del conflicto blico. Y, como en todo el relato, de nuevo la vana insistencia en querer ser de nuevo algo de lo que fui (115), lo que no hace sino confirmar la conciencia de Felicidad de la huida o la fuga del yo que ser la constante de toda su vida junto con el intento por detenerla. La postguerra viene determinada por el refugio de Felicidad en el mundo de los libros, de esa biblioteca que poco a poco ha ido construyndose pero, sobre todo, por la aparicin de Leopoldo Panero, a quien conoce gracias a Jos Antonio Maravall y a la que es su novia por aquel entonces, Mara Teresa. La primera consecuencia de ese encuentro puede resumirse, en expresin de Luisa Muraro, en que Felicidad volver la espalda a la madre para hacer del hombre el modelo 12. Es quizs el aspecto ms relevante de ese encuentro: la ruptura del espejo identitario femenino que impide a Felicidad encontrar una imagen de s misma en otras mujeres, aunque slo sea la imagen cmplice que le habla del Felicidad es todava joven cuando, por ejemplo, se funda el madrileo Lyceum Club Femenino, en abril de 1926, que tendr como presidenta a Mara de Maeztu, como vicepresidentas a Isabel Oyarzbal y Victoria Kent y como secretaria a Zenobia Camprub, algunas de las mujeres espaolas del momento de ms slida cultura y frrea voluntad que, entre otras cosas, debieron empezar a opinar desde este espacio pblico del tan polmico tema del voto femenino, discutido parlamentariamente en 1931. El Lyceum dur hasta 1939, fecha en la que el edificio en que se ubicaba pasa a ser la sede de Falange Espaola. Para esas fechas Felicidad Blanc est ya politizada y ha tomado partido por la causa republicana. 12 Luisa Muraro, Sobre la autoridad femenina, Filosofa y gnero. Identidades femeninas, Compiladora Fina Biruls, Pamiela, Pamplona, 1992, p. 57. Ver el ms extenso, Luisa Muraro, El orden simblico de la madre, Cuadernos Inacabados, Horas y Horas, Madrid, 1995. 11
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silencio de sus voces ms propias. Como ella misma reconoce en
El desencanto de Jaime Chvarri (1976), Leopoldo barri todas mis amistades femeninas, includas, claro, las familiares. Se inicia entonces la ardua travesa por un camino que Felicidad sabe ms que nunca no es el suyo, por una escritura que sabe no es la suya sino la de su marido y la del mundo de hombres de que ste est rodeado (aparecen en el texto Luis Rosales, Dionisio Ridruejo, Pedro Lan, Luis Felipe Vivanco, Manuel Machado, Juan Guerrero, Dmaso Alonso, Azorn, Rafael Snchez Mazas o Gregorio Maran) y en el que Felicidad es en todo momento una extraa 13. Con esa sumisin consciente que caracteriza una gran parte de su discurso, reconoce: Cuando le hablo [a Leopoldo] de mi niez, de mis recuerdos, de mis lecturas, me observa, distrado. Quiere llevarme hasta donde est l (128). As define tambin su derrota y su exilio: me voy declarando vencida (128), yo le sigo dcilmente (129). En efecto, de este modo es cmo Felicidad quiere ser vista por el lector hasta la muerte de Panero: como una mujer paralizada, bloqueada, incapaz de reaccionar ni siquiera ante sus propios hijos por los que teme cuando Panero conduce el coche en estado de embriaguez y los cuales tambin, al igual que el marido, acaban ignorndola: mis hijos coincidirn ms tarde en que hasta la muerte de su padre no me comprendieron a m, ni se tomaron la pena de pensar quin era yo (206). Los hijos tambin han hecho suya la escritura de la madre por el padre. Y tambin los amigos de Leopoldo, tal como aparecen en algn momento en el recuerdo de Felicidad, como cuando sta relata su cohibicin ante Eugenio dOrs en la casa de Castrillo y resume su parecer con estas palabras: tengo la seguridad de que l me cree absolutamente tonta (195). Felicidad habla, y con insistencia, de su marido. Otra mujer que tambin estuvo siempre rodeada de 13 As describa su sentir Ana Mara Matute en un texto asimismo autobiogrfico: Siempre me he sentido sola en mi juventud. A veces incluso cuando estaba muy rodeada de gente, de gente con la que me entenda. Quizs porque era una mujer entre hombres, no s (Natividad Massans, Crecer en Espaa, Barcelona, Argos Vergara, 1978, p. 54), con la diferencia de que Matute se entiende con esos hombres y es capaz de apostar por encontrar su propia voz literaria mientras que Felicidad renunci a la suya y a otras voces propias.
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hombres como Carmen Baroja, optar por la retrica del silencio:
una casada defraudada por el romanticismo 14, sostiene de s misma en relacin a su experiencia matrimonial. No dice ms pero se entiende todo. Ser el sentir de muchas mujeres. Es el de Felicidad Blanc, que ha decidido en Espejo de sombras romper el silencio de toda una vida. Esos hijos que la ignoran, que no la conocen y que no colman, salvo por breves instantes, el vaco inmenso (205) de la vida de Felicidad, ocupan un lugar destacado en el relato pero lo hacen siempre en relacin a la figura paterna. La descripcin de los sucesivos embarazos, abortos y partos es de una gran dureza aunque siempre contenida, nunca desbordada. Nada se desborda nunca en Espejo de sombras. Y podra hacerlo. La frialdad del yo que habla asombra y perturba en muchos momentos. Es la frialdad de la que describe en primera persona hechos y situaciones como protagonizados por un tercero. Felicidad relata, as, un primer y complicado parto a principios de los aos cuarenta del que recuerda en especial la reaccin de Leopoldo: tengo la certidumbre de que si hubiera tenido que elegir aquella noche entre la vida del nio y la ma hubiera elegido la del nio (156). Dos aos ms tarde, se aade a lo anterior un aborto al que Leopoldo Panero no asiste. Poco despus, un nuevo parto, en esta ocasin de un nio prematuro que muere al poco de nacer y de cuyo dolor slo se hace eco Luis Rosales, quien escribe en esa ocasin un poema en prosa titulado Retrato de Felicidad Panero que Felicidad decide reproducir en la autobiografa y que ofrece el siguiente retrato de esa mujer hueca y vaca en que se ha convertido ya para entonces: Es como si leyeras una herida y apretaras el dolor hacia adentro. Basta mirar tus ojos para sentir dolor. Y el dolor es un largo viaje desde el cual no se puede regresar (157). Llega despus otro embarazo que obliga a Felicidad a guardar cama unos meses. Y, por fin, el ltimo parto de un nio que no llega a nacer en el hospital sino en casa porque Leopoldo Panero est escribiendo a mquina un poema y no oye 14 Carmen Baroja y Nessi, Recuerdos de una mujer de la generacin del 98, Prlogo, edicin y notas de Amparo Hurtado, Barcelona, Tusquets, 1998, p. 43.
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los gritos de dolor de su mujer. Cuando no escribe, Leopoldo
dirige el Instituto de Estudios Polticos o marcha en viaje oficial a Latinoamrica en nombre del Instituto de Cultura Hispnica u organiza la I Bienal de Arte en Barcelona. Leopoldo habita un mundo que no ser nunca el de Felicidad, que sta nunca podr compartir con l. Consciente en todo momento de la retirada que est protagonizando -a la mujer se le olvida con mucha menos frecuencia el hecho de ser mujer que al hombre el hecho de ser hombre 15-, el discurso de Felicidad Blanc insiste en esa otra parte de s misma atenazada y que no sabe bien cmo definir, esa otra parte que es la de su voz ms propia, la de su deseo ms entraado. Nada est destrudo, est simplemente apartado (131), sostiene. Qu es lo que est apartado? Ella misma responde sin responder, desde el silencio de una pluma que nunca ha escrito: lo ms ntimo, lo que yo crea ms mo (131). Felicidad siente que tras la mscara que el otro le ha impuesto se esconde un yo que la dice de un modo ms propio. Lo importante no es tanto la definicin de ese yo sino el lugar desde el que escribe, que es el de una desgarrada pero controlada conciencia de estar sepultado por un discurso falsamente identitario construdo por otro. Si se acepta, como Jos Luis Pardo, que lo que falsea mi verdad ntima es [...] todo lo que me obliga a aparentar identidad firme y estable porque la falta de identidad es el nombre propio de la intimidad 16, entonces puede entenderse que cuando Felicidad Blanc sostiene que voy siendo otra persona, alguien que ha dimitido de s misma (197), est diciendo que asume la identidad que el otro le ha fabricado aunque sienta que esa identidad la aleja dramticamente de su intimidad. El suyo no es un caso excepcional. Desde el punto de vista de la representacin de los gneros, lo que el hombre ha construdo para la mujer ha sido precisamente una identidad, no una intimidad. Dicho de otro modo, lo que en un momento determinado se ha roto para Felicidad es la posibilidad de proyectar en el mundo 15 Lynn Sukenik, On Women and Fiction, citado por Susan Stanford Friedman en ob.cit., p. 160. 16 Jos Luis Pardo, La intimidad, Valencia, Pre.Textos, 1996, p. 47 y 134.
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exterior su intimidad para construir de esa manera una identidad
estable pero a la medida de s misma. Se ha roto la comunicacin con ese mundo, con ese interlocutor de cuyo descubrimiento depende en gran parte el descubrimiento del yo femenino segn, entre otras, Mary Mason 17, de acuerdo a los valores intersubjetivos que han estado especialmente presentes en la tradicin femenina. Desde luego la necesidad de ese interlocutor es una constante en el relato de Felicidad Blanc, de ah esa gratitud convertida en ocasiones en amor -amenazados ambos por el temor a la mirada inquisidora (165) de Panero-, por todos aquellos hombres que le permiten hablar de s misma, de su intimidad. As, aparecen en su autobiografa hombres como Juan Ramn Masoliver, Jos Mara Souviron, Calvey Cassey, Lpez Olivn o, sobre todo, Luis Cernuda, con quien Felicidad inventa una historia de amor que acaba confesando a Panero, lo que provoca que ste la eche de casa. La obliga tambin a firmar unos papeles en los que renuncia a sus hijos. Felicidad le pide perdn. Panero vuelve a admitirla en casa. Le prohibe, no obstante, que vea a su padre, ya gravemente enfermo 18. Felicidad paga, por tanto, su amor aunque ni siquiera Mary G. Mason, The Other Voice: Autobiographies of Women Writers, Autobiography: Essays Theoretical and Critical, ed. James Olney, Princeton, Princeton University Press, 1980, pp. 207-235. A mi modo de ver, esa intersubjetividad no se explica por el inesencialismo esencial de la identidad femenina como ha sostenido cierto feminismo sino por motivos sociales y polticos como expone, entre otras, Susan Stanford Friedman en el trabajo mencionado, en el que cita a Audre Lorde, quien refleja en su autobiografa la dificultad, no slo de ser mujer, sino tambin negra y lesbiana, dificultad de la que nace la necesidad de relacin con otras mujeres en busca de solidaridad: El instinto de conservacin nos hizo ver a algunas de nosotras que no podamos darnos el lujo de elegir una definicin sencilla, una individuacin nica (p. 182183). Ver tambin los argumentos de Germaine Bre, Autoginografia, en El gran desafo, ob.cit., p. 105. 18 Luis Cernuda aparece en el relato de Felicidad Blanc como un tmido y retrado enamorado que no sabe cmo expresar sus sentimientos ante ella. Muy distinto es el Cernuda del relato de Rafael Martnez Nadal cuando refiere un episodio que tambin cuenta Blanc: el des-encuentro londinense entre Panero y Cernuda con motivo de la lectura de ste de su ltimo poema, La familia. Si se comparan ambos relatos, se observa la contraposicin entre la casi pusilanimidad de Cernuda en el de Blanc y la rabia del mismo personaje en el de 17
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ha sido capaz de vivir como adltera, la nica propuesta que la
literatura decimonnica haba inventado para distraer el dolor femenino. Paga meramente su idealismo. No hay en Felicidad, por otra parte, mujeres interlocutoras -como no suele haberlas en el discurso patriarcal que ha predicado la imposibilidad de la complicidad femenina-, con la excepcin final de su madre, la nica con la que puede compartir el dolor, charlar horas enteras desmenuzando mis recuerdos, como hacamos en mi adolescencia con mis primeros sueos, que ella tambin comprenda (173). Lo ms escalofriante de esta autobiografa es lo deprisa que la autora dimite de s misma, de su propia escritura. Es una mujer vencida, inhibida, que calla, aunque ntimamente no otorgue. Es simblica, adems de literal, la absorcin de su biblioteca por la biblioteca del marido. Dos escrituras en pugna y una derrota anunciada desde el principio: Un da -recuerda Felicidad-, en casa, mirando mi biblioteca que es mi mayor orgullo, me dice [Leopoldo]: Hay muchos libros que los tengo yo. Son repetidos. Cuando nos casemos se pueden regalar o vender (128). La disolucin de la biblioteca de Felicidad es un adelanto de esa otra disolucin, tambin literal adems de simblica, de la escritura que ella misma practicar, de esos cuentos tristes que escribe mientras mece la cuna del segundo de sus hijos y que llegar a publicar en algunas de las ms prestigiosas revistas del momento como Insula, Espadaa o Cuadernos Hispanoamericanos 19 pero que abandona al final consciente de un precio que no quiere pagar: el abandono de sus hijos. De nada sirven tampoco los elogios que brindan a esos cuentos Jos Luis Aranguren, Jos Mara Valverde o Eugenio de Nora. Leopoldo tampoco se da cuenta de este sacrificio. Seguramente pensar que ya no tengo nada ms que contar (177), aade Felicidad desde la conciencia lcida de esa claudicacin que el franquismo ha disfrazado de mstica femenina. Martnez Nadal, quien recuerda la asociacin de Cernuda ese da entre Panero y la Espaa de Franco: sacristanes, hipcritas, cursis y pueblerinos (R. Martnez Nadal, Espaoles en la Gran Bretaa. Luis Cernuda. El hombre y sus temas, Madrid, Hiperin, 1983, p. 180). 19 Cuentos que, junto a algunas cartas, se recogern en Felicidad Blanc, Cuando am a Felicidad, Madrid, Ediciones Juan Gris, 1979.
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El silencio al que Felicidad destina su escritura tiene su
contrapunto en la voz de la escritura de Leopoldo Panero, la cual devuelve a Felicidad dos imgenes distintas que slo contribuyen a agudizar su propia escisin interna. Por un lado, la imagen del poeta Panero, tan distinta a la realidad del hombre Panero que es, para Felicidad, un desconocido -se trata de una doble identidad que adquiere dimensiones sociales cuando Felicidad la compara a la de esa Espaa que canta cosas inexistentes (175), destruyendo o falsificando la realidad de cada da-. Es el poeta, no el hombre, el que justifica en este aspecto la profesin de amor de Felicidad: Cuando la desilusin llega algunas tardes, leo su Cntico 20. El tambin est en Cntico, l no es slo ese Leopoldo Panero que veo por las tardes. Olvido su fsico que no me gusta, sus manos enormes, manos de campesino, no de escritor (129).
Olvida tambin esa fuerza fsica (185) de Panero que la
aterroriza. Felicidad se niega a aceptar a la persona real que est tras los versos y por ello seguir siempre pidiendo como los mendigos que piden una limosna, una palabra, una sonrisa (156), esperando que el poeta se superponga al hombre. Como dice con pasin fra Adrienne Rich, el lenguaje bello puede mentir [...], el lenguaje del opresor a veces suena hermoso 21. La belleza no siempre cuenta la verdad. Y Felicidad lo sabe pero la conciencia de la mentira no la impele nunca a actuar. Es al lenguaje de la poesa al que se aferra, en el que cifra su nica y falsa esperanza. No se trata slo, sin embargo, de esa doble imagen de Panero, se trata tambin de la imagen que de s misma ha construdo el Panero poeta. Como ella reconoce: Esos poemas que escucho de sus labios y leo muchas veces, en los que habla de m, a quin se refieren? a esa mujer solitaria, abandonada, a la que no presta ninguna atencin, a la que hace esperar horas enteras en la noche y a la que ha visto cerca de la muerte varias veces sin que nada demostrase que lo senta? Los El poema se reproduce en Espejo de sombras. Los primeros versos rezan as: Es verdad tu hermosura. Es verdad. Cmo entra/la luz al corazn! Cmo aspira tu aroma/de tierra en primavera el alma que te encuentra!/Es verdad. Tu piel tiene penumbra de paloma. 21 Citado por Carolyn G. Heilbrun, ob.cit., p. 79. 20
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empiezo a mirar como si fueran escritos a otra mujer. Otra mujer que no vive con l, que est lejos, que yo apenas conozco (175).
Y en otro momento, con esa trgica irona que se le escapa
en ocasiones o que practica a sabiendas, reflexiona del siguiente modo: No lo comprendes?, me digo a m misma, siempre estars en esos poemas. No era eso lo que queras? No pidas ms (150). El tormento se ha instalado de esta manera y sin remedio en la vida de Felicidad Blanc. Dnde estuvo mi equivocacin? (198), se pregunta, como queriendo detener por un momento la fuga de s misma. Y responde, quizs en confundir la literatura con la vida (198). La escritura del otro con la suya propia. La conciencia, sin embargo, de esa equivocacin no rectifica nada porque incluso tras la muerte de Panero en 1962, esa muerte que la rejuvenece como dice en El desencanto, tratar de compensar a un marido que, momentos antes de morir, le tom la mano en un gesto ambiguo: Voy a pagarle ese ltimo gesto de sus manos, que buscaron no s si mi perdn o mi ayuda (221). Y lo paga, en efecto, como si de una deuda se tratase, con el arreglo de la casa de Astorga en que vivieron, una obra que, reconoce, se la ofrezco a Leopoldo como un intento de reconciliacin con el pasado (230). El relato del acercamiento de ambos en los ltimos aos queda apuntado pero no analizado y el lector slo puede preguntarse qu habr de fantasa e ilusin en la rectificacin del desencuentro, qu habr en Felicidad de esa mujer portuguesa, recordada por la misma Blanc, que iba a visitar a su novio a la crcel de Zamora disculpndole del delito de violacin que le imputaban porque, en el fondo, era bueno (234). El ltimo captulo de Espejo de sombras (el discurso narrativo finaliza en 1976), no deja lugar a dudas acerca de lo que, en verdad, fue el sentir ntimo de esa mujer que en su fuero ms interno no acab nunca de reconocer y aceptar la escritura que los otros crearon para ella. Significativamente, ese captulo lleva por ttulo Yo misma. Leopoldo Panero ha muerto. Felicidad Blanc guarda el riguroso y necesario luto pero muy pronto aquella persona que estuvo retenida dentro de m va surgiendo de nuevo, pero
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diferente (223), explica. Cobran importancia los amigos de su hijo
mayor, Juan Luis, distintos a aquellos anteriores de su marido, en los que encuentra ahora la posibilidad de desarrollar esa parte de s misma reprimida durante tanto tiempo, entre ellos Carlos Bousoo, Claudio Rodrguez, Francisco Brines, Jaime Gil de Biedma o Carlos Barral. Los nuevos tiempos no son fciles pero Felicidad demuestra, como antes de su matrimonio, que es la mujer fuerte capaz de enfrentarse a ellos y, sobre todo, juzgarlos por s misma. Su vida a partir de entonces es un discurrir por el negocio lucrativo de la psiquiatra (231), por el mundo de las crceles, de la droga, mundos que habita ahora su segundo hijo, Leopoldo Mara Panero y en los que ella se introduce para intentar recuperarle. Por primera vez despus de muchos aos, despus de su matrimonio, ha vuelto a tener contacto con la realidad exterior, ha vuelto a trabajar, ese trabajo que, como ella misma reconoce, si de algo le ha servido ha sido para no tener miedo (241). Los nuevos tiempos de los aos setenta son de apertura, en especial para la mujer, y son esos aos precisamente los que van a permitir a Felicidad aproximarse a lo que ella siente como su mismidad oculta, y ello pese a que afirme al final de Espejo de sombras que ella pertenece al siglo XIX, el siglo que sublim cierta imagen de la femineidad construyendo para la mujer un rgido molde en el que pocas se reconocieron, no obstante, sin ambigedades. En el fondo, las suyas han sido, en sus propias palabras, dos maneras de vivir o de pensar (237), un desdoblamiento que sera tambin el de muchas mujeres de aquellos aos. Felicidad emprende la labor del relato de su vida como un modo de aproximacin, por tanto, a su propia escisin como mujer que, ella sabe, es la misma que la de todas las mujeres: Pienso en tantas mujeres que como yo, habrn dejado que se oscureciera su inteligencia repitiendo maquinalmente los mismos gestos, perdida la curiosidad por todo, anuladas en una renuncia intil (206).
Espejo de sombras es el retrato de una generacin de mujeres
que no pudieron construirse ni construir sus propias vidas. Su renuncia intil es la que Felicidad ha intentado plasmar como
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una manera de hacrsela entender a s misma, es decir, de intentar
comprender su propia vida, los hilos que han acabado, por un lado, tejiendo una identidad en la que nunca se vi representada y, en segundo trmino, desfigurando una intimidad que ella siente siempre como lo ms propio. Espejo de sombras no devuelve a la verdadera Felicidad Blanc, sa que ella misma reconoce ha estado oculta tras la imagen de s misma que otros han creado para ella. Esa verdadera Felicidad Blanc es inaccesible para ella misma y para el lector porque, entre otras cosas, no podemos contar ya con la vida de Felicidad Blanc sino con el relato de esa vida, que no puede reproducir una verdad real sino una verdad estetizante. Es la propia Felicidad Blanc la que afirma en Espejo de sombras que las cosas no viven ms que dentro de uno mismo, es intil tratar de revivirlas (172), es decir, de re-producirlas 22. Esa vida de las cosas dentro de uno es la intimidad. Y la intimidad escapa a todo logos explicativo y tambin a toda memoria del pasado. Por eso no me han interesado en este trabajo las imprecisiones respecto de la realidad extratextual de las que ha que hablado Benito Fernndez 23 o el grado de veracidad ntima de la autora al que se refiere Emilia Corts cuando sostiene que esta autobiografa es completamente sincera 24. Espejo de sombras puede tener pretensin de sinceridad igual que de referencialidad tal como indican las fechas, los nombres propios de numerosos personajes pblicos conocidos de todos o las fotografas includas en el libro- pero la poca fiabilidad de la autobiografa es tambin condicin inevitable del gnero 25. Y de todo discurso del yo. Quin es, en verdad, Felicidad Leopoldo Mara Panero es muy claro en El desencanto: lo que cuenta esta pelcula no es, sostiene, la verdad de la familia Panero, sino su leyenda pica. 23 J. Benito Fernndez, El contorno del abismo. Vida y leyenda de Leopoldo Mara Panero, Barcelona, Tusquets, 1999, p. 368 24 Emilia Corts Ibez, La autodigesis en Pilar Valderrama, Josefina Manresa y Felicidad Blanc, en Escritura autobiogrfica, eds. J. Romera, A, Yllera, M. Garca-Page y R. Calvet, Madrid, Visor, 1993, p. 159. 25 Ver Sidonie Smith, ob.cit., p. 97 donde cita a Francis R. Hart, quien aade tambin que esa inevitabilidad no debe impedir, sin embargo, que nuestra respuesta a un texto autobiogrfico sea menos libre que la que damos a un texto de ficcin. 22
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Blanc es la pregunta que queda sin responder. Lo que importa es el
gesto de esa mujer que habla del silencio de s misma en relacin a la idea de renuncia. Lo importante es el propio ejercicio que Felicidad Blanc lleva a cabo en este texto y que consiste en subrayar, constatndola y denuncindola, su condicin de escritura. Espejo de sombras no oculta el rencor (131) de aqulla que sabe, no ha escogido la mscara para acudir a la fiesta, esa mscara que es la identidad sin la cual es difcil o imposible vivir. Espejo de sombras es un texto, en este sentido, especialmente crudo y atroz. Tiene muy poco de autocomplaciente. Sin mscara libremente escogida, se impone la inestabilidad del sujeto, en este caso la de ese sujeto femenino sometido a un proceso identitario mucho ms atenazador de lo que ha sido ese mismo proceso para el hombre. Espejo de sombras reproduce de modo consciente la fragmentacin de una imagen femenina que la sociedad patriarcal ha querido sin fisuras puesto que slo de ese modo garantizaba su propia estabilidad. Como escribe Deborah Cameron, los hombres slo pueden ser hombres si las mujeres son mujeres sin ambigedades26. Espejo de sombras apunta contrariamente a esa otra mujer oculta tras la mscara impuesta, otra mujer que la autora siente vivir dentro de s pero que nunca acaba de definir porque representa en definitiva, como en otras muchas mujeres, una pgina en blanco que ha quedado por escribir y sobre la que ahora el postmodernismo ha proyectado la sospecha de que pueda, en verdad, escribirse 27. Y esa es la nica Citado por Carolyn G. Heilbrun, ob.cit., p. 20. La aproximacin de ciertos feminismos de las premisas posmodernas como en el caso de autoras como Julia Kristeva, Linda Alcoff, Domna Stanton, Hlne Cioxous o Luce Irigaray- no deja de ser problemtica porque, como dice Mary Caputi, no se puede concebir el feminismo sin las mujeres (Mary Caputi, El feminismo, el posmodernismo y las filosofas de la violencia, Abanicos excntricos, ob.cit., p. 30) o, como sostiene con vehemencia Teresa Ebert, porque el derecho a la diferencia (posmoderna) de cierto feminismo simplemente maquilla la desigualdad, la cual sigue existiendo como explotacin y jerarqua (Teresa Ebert, Feminismo y posmodernismo de la resistencia. Diferencia dentro/Diferencia entre, Feminismos literarios, ed. Neus Carbonell y Meri Torras, Arco/Libros, Madrid, 1999, p. 201), p. 201). Para estas ltimas autoras no se trata de recuperar ningn esencialismo sino de poder 26 27
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verdad de Espejo de sombras, la verdad del gesto de su autora, su
voluntad de entrar en escena, de portar una voz, no de serla.
construir de un modo ms justo, porque del mismo modo que el yo es creado
por el discurso, el yo puede crear el discurso, un yo que no ser ya el rgidamente unificado de la autobiografa tradicional ni el mero constructo ficcional, disperso y diferente del postmodernismo ms radical, sino un otro capaz de transcenderlos a ambos y ser capaz de elegir, de inscribir y de actuar (Ver Shirley Neuman, Autobiografa: de una potica diferente a una potica de las diferencias, en El gran desafo, ob.cit., p. 438).