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domingo, 31 de marzo de 2019

nzherald.co.nz
     Encuentran otro kauri de las marismas, los árboles sepultados hace 50.000 años, Isla del Norte, Nueva Zelanda
Escaleras talladas en el interior de un tronco de kauri antiguo (Ancient Kauri Kingdom, Awanui, Northland, Nueva Zelanda
 
     Un kauri de las marismas es un tronco de kauri, nombre maorí de la especie Agathis australis, una conífera que sólo crece en la Isla Norte de Nueva Zelanda por encima de los 38º de latitud sur, pero que fue sepultado por un cataclismo natural hace miles de años.
    Los kauris son árboles de tronco grueso, llegando a alcanzar en diámetro a las secuoyas norteamericanas, y pueden crecer hasta los 50 metros de altura. Se cree que la especie apareció durante el jurásico, hace 135–190 millones de años, y los bosques que forma se encuentran entre los más antiguos del mundo.
     Algunos de los que existen actualmente tienen más de 1.000 años, pero los científicos no han encontrado evidencias que prueben que puedan vivir más de 2.000 años.
     Debido al tamaño y resistencia de la madera de kauri pronto se la empezó a aprovechar para la construcción, tanto de casas como de barcos. Su belleza la hizo también ideal para la fabricación de muebles de alta gama, lo que dio lugar a una explotación intensiva, iniciada a mediados del siglo XIX, que redujo su superficie forestal de 12.000 kilómetros cuadrados antes de 1840 a tan sólo 1.400 en la década de 1950. Se calcula que hoy queda un 4 por ciento de bosque de kauri.
Los kauris de las marismas quedaron enterrados en marismas saladas a causa de erupciones volcánicas, cambios en el nivel del mar o inundaciones. Un número considerable han sido encontrados y desenterrados, el último hace apenas unos días cerca de la localidad de Ngāwhā Springs en las excavaciones de construcción de una planta eléctrica.
     Las pruebas de radiocarbono indican que este tronco de kauri tiene unos 40.500 años, algo menos que otros hallados anteriormente, que sobrepasan los 50.000. Tiene 16 metros de largo y 60 toneladas de peso.
El tocón de 28 toneladas se levanta de su lugar de descanso en el sitio de construcción de la central eléctrica de Ngawha,  cargado en un remolque. Foto / Debbie Beadle
     Sorprendentemente la mayoría de kauris de las marismas desenterrados están en tan buen estado que su madera todavía es aprovechable. Es de un color más claro que la de los kauris actuales, pero todavía se puede emplear para la fabricación de muebles, aunque no en la construcción.
     Este nuevo kauri de las marismas descubierto es especialmente interesante para los científicos que estudian el Evento de Laschamp, la inversión de los polos magnéticos de la Tierra sucedida hace unos 41.400 años, precisamente porque data de esa época. El análisis de los anillos del kauri puede ayudar a determinar con mayor precisión cuándo sucedió la inversión y cuánto tiempo duró.
  
Los miembros e invitados de Ngāwhā Marae hacen fila para tomarse una foto con el árbol de 40 000 años. Foto / Debbie Beadle
     El Evento de Laschamp se descubrió por primera vez en flujos de lava de la localidad del mismo nombre, en el distrito francés de Clermont-Ferrand en la década de 1960. Desùés fue confirmado en archivos geológicos en otras partes del mundo. Se cree que la inversión duró unos 440 años y que la intensidad del campo magnético terrestre cayó al 75 por ciento del actual, lo que provocó una mayor incidencia de rayos cósmicos en la Tierra aumentando la cantidad de isótopos de berilio 10 y carbono 14. Según Alan Hogg, director del laboratorio de radiocarbono de la Universidad Waikato, cuando murió este kauri debía tener entre 1.500 y 2.000 años.
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miércoles, 8 de abril de 2009

LOS KAURIS DE WAIOPUA FOREST, NZ


CONTEMPLAR LOS GRANDES KAURIS
Waipoua Forest, Isla del Norte, Nueva Zelanda


Estaba alojado en una de las cabañas que el servicio de parques nacionales tiene destinadas a los viajeros. El amanecer ya me encontró levantado y dispuesto a patear las bien trazadas y cuidadas sendas del bosque de Waipoua. Pero la climatología del lugar, pleno otoño, no estaba dispuesta a facilitarme la jornada. Así que bien dispuesto contra los elementos me dirigí a la colina donde el servicio de incendios tiene una torre de observación. Estaba cuidada pero no había nadie. Alrededor se levantaban perezosamente las brumas de la mañana y mirando hacia el norte contemplé la llegada de una oscura masa de nubes.
Estas islas son un farallón, encarado y orgulloso, en mitad de los mares del sur. Aquí golpean pertinazmente los vientos y las mareas del norte, aquí descargan sus iras las tempestades del océano. Más al sur serán ya insuperables.
Dentro del bosque el viento no se sentía. Al suelo sólo llegaban densas gotas de agua que lo empapaban. El viento hacía crujir las copas de los árboles indicándome que no era muy recomendable el seguir caminando. Sin embargo el turista o viajero no entiende de días buenos o malos, sólo que ése es el día, no va a tener más oportunidades. Fuertes ráfagas hacían gemir las copas de los altos kauris. Un gran cimal, en un crujido bestial, anunció su caída arrastrando ramas menores. Después… silencio. Yo sólo pensaba en llegar a contemplar los grandes árboles, seguro de que, si alguna otra rama mas caía, no me encontraría cerca.
Este bosque deja pasar la luz, es claro, a menudo se muestra a gran distancia y los altos árboles parecen columnas hacia el cielo. Las sendas te conducen con facilidad hacia los grandes monstruos, serenos, amables, corpulentos pero sin copa. Los más viejos parecen desproporcionados. Con los años han seguido incrementando sus anillos de crecimiento pero sus copas han sufrido el rigor de las tormentas y han sido desmochados repetida y despiadadamente. Sólo los jóvenes kauris tienen una copa proporcionada. Sucede también en otras especies. El servicio forestal los protege con esmero, incluso al Tane Mahuta -Dios del Bosque- con alambre de espino en la proyección de su copa, para que nadie dañe sus raíces. Las sendas, al llegar a las proximidades de un gran kauri, se elevan con entramados de madera para proteger las raíces del árbol. La contemplación de estos grandes seres te hacen olvidar el presente y te proyectan a un pasado que, deseo, no hayamos perdido.

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“…Hablo de gigantes de épocas olvidadas
aquellos que me alimentaron en tiempos pasados:
Nueve mundos en total, las nueve raíces del árbol,
el maravilloso fresno, se abren paso bajo la tierra…”

La creación del mundo según Völuspá