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Mendoza, J. (2005)

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EXORDIO A LA MEMORIA

COLECTIVA Y EL OLVIDO
SOCIAL
JORGE MENDOZA GARCÍA
• Durante el siglo XX la memoria ha sido tratada desde dos perspectivas: la individualista, que
insiste en que la memoria se encuentra al interior de la cabeza, como facultad individual, y la
colectiva, que indica que la memoria se edifica sobre la base de los grupos.
• i) la memoria, incluso la individual, tiene una base colectiva, pues es en ella donde
se sostiene; ii) desde los griegos los presupuestos eran dos: lugar e imagen, y en el
siglo XX se habla de marcos sociales: tiempo y espacio; iii) la memoria se
construye con ciertos artefactos, como los edificios y placas conmemorativas; iv) el
lenguaje es el elemento central con el que se edifica la memoria; y v) para que la memoria
establezca la continuidad entre pasado y presente se requiere que ésta se comunique.
• Por otro lado, la memoria colectiva tiene su contraparte, el olvido; olvido
que para estudiosos de la psicología ha sido una facultad también
individual, pero que para la psicología social es un proceso psicosocial.
La otra punta, o extremo, del proceso en el que se inscribe la
memoria colectiva, es el olvido social, que también se despliega por
grupos y tiene sus elementos constitutivos.
• Un punto de partida es que i) para diversos pensadores se hace necesario olvidar; ii) tiene sus
procesos, principalmente el silencio, en los cuales se sustenta; iii) despliega sus prácticas, como la
imposición y la censura; iv) tiene sus productos, como el vacío y la novedad; y v) se ejerce
principalmente desde el poder. Así, mientras la multiplicidad de la memoria se sustenta y
edifica en el lenguaje y los artefactos, el olvido lo hace sobre el silencio y mediante
prácticas como la imposición de una sola versión sobre el pasado; y mientras que la
memoria posibilita la continuidad, en el olvido hay ruptura, por eso se presenta la
novedad. De esta manera, memoria y olvido se relacionan, de tal suerte que tienden a configurar
las sociedades, en el sentido de que en la medida que una avanza el otro tiende a retroceder,
cuando la memoria se incrementa el olvido se minimiza y viceversa.
• La relación entre los recuerdos propios y los de otros dentro de esa colectividad
representa una forma de la memoria colectiva, porque, como explica Maurice
Halbwachs (1950: 15), “si se llega a olvidar un recuerdo o no pudiésemos dar
cuenta de él, es que ya se dejó de ser parte de ese grupo”; y a la inversa, cuando los
recuerdos de un grupo se reconstruyen fácilmente es que aún se forma parte de éste.
• Pablo Fernández Christlieb (1991: 98): la memoria colectiva es “el proceso
social de reconstrucción del pasado vivido y experimentado por un determinado
grupo, comunidad o sociedad”.
• Desde esta perspectiva, lo que se denomina memoria individual no es más que un punto
de vista dentro del grupo.
• Los recuerdos individuales no llegan a distinguirse de los recuerdos del grupo, puesto que los
primeros forman parte de las rememoraciones del segundo.
• Cuando se evoca un recuerdo, se requiere al menos pensarlo para reconocer lo que se
intenta recordar, pues de no suceder así lo que se intenta traer a la memoria se experimenta como
mera sensación, por eso se dice de esos “pre-recuerdos” que se tienen en la “punta de
la lengua” porque, exactamente, no se presentan en el terreno del pensamiento, y por lo
tanto no se reconocen y no terminan por ser memoria sino sensaciones informes.
• De esta manera, desde el siglo XVI se enumeran tres tipos de sitios en los cuales
almacenar la memoria: los magni loci, recintos pequeños en cuyas ventanas,
columnas, altares o muros pueden quedar inscritos los recuerdos; los loci maiores,
donde las bóvedas, salones, solerías, alcobas, y sitios más amplios son depositarios
de la memoria. Se entiende que en el primer caso la memoria podría ser de grupos
pequeños, parejas, clubs de amigos, gente cercana y conocidos. En el segundo, se puede
hablar de colectividades más amplias, comunidades por citar un caso. Y, finalmente, está
el loci maximi, que daría cabida a una memoria colectiva de sociedades, puesto
que la instala en caseríos, conventos, iglesias, pueblos y ciudades.
FECHAS

• A la configuración de la memoria contribuyen los marcos sociales, tal como


el tiempo que empíricamente puede traducirse en fechas, mismas que guardan
eventos significativos para su posterior conmemoración. Halbwachs (1950: 129)
lo expone así: “El tiempo no es real más que en la medida en que tiene un
contenido, es decir, en que ofrece una materia de acontecimientos al
pensamiento. Es limitado y relativo, pero tiene una realidad plena. Es lo bastante
extenso para ofrecer a las conciencias individuales un cuadro suficientemente
amplio para que puedan disponer de él y reencontrar sus recuerdos”.
• Es el mismo tono que usa Blondel (1928), quien argumentaba que la celebración del
cumpleaños, suceso que se supone individual por ser el festejo de una sola persona, es en
realidad una conmemoración colectiva, pues es la tradición, la cultura en sí, la que delinea qué
es lo que hay que recordar y por tanto guardar en la memoria, y que después se
convertirá en festividades y conmemoraciones sociales, como las fechas políticas de
levantamientos y resistencias, fechas civiles como las bodas o los XV años o religiosas
como las peregrinaciones en ciertos momentos, de raigambre, que la gente practica. Las
fechas, entonces, son tiempos de la memoria que posibilitan que una sociedad se conciba
con tradición, con pasado, con identidad, es decir, que se reconozca como tal.
LUGARES

• Los grupos dejan sus huellas en los sitios que ocupan, y modifican los lugares para
sus vivencias al tiempo que se adaptan a éstos. Cada sociedad “configura el
espacio a su manera” y de esta forma “construye un marco fijo donde
encierra y encuentra sus recuerdos” (Halbwachs, 1950: 106).
• Al igual que el tiempo, el espacio contiene acontecimientos y construye recuerdos,
puesto que es en los lugares donde las experiencias se guardan, sea en los
rincones, en los parques, en los cafés o en cualquier otro sitio donde los
grupos viven su realidad y allí dan significado a sus experiencias.
ARTEFACTOS

• La memoria puede irse edificando a través de sus espacios y de sus fechas,


pero puede también hacerlo mediante ciertos artefactos e instrumentos como los
museos, archivos, galerías y bibliotecas, creados y organizados con la intención
de almacenar y comunicar el presente y el pasado de una cultura a futuras
sociedades (Middleton y Edwards, 1990).
• fectivamente, la literatura se convierte en otro artefacto de la memoria en virtud de
que plasma lo que en la historia oficial en ocasiones se niega o se calla.
EL LENGUAJE

• El instrumento más acabado y a la vez marco central de la memoria colectiva, es el lenguaje, y con
éste se construyen, mantienen y comunican los contenidos y significados de la memoria. A decir de
Halbwachs (1925) el lenguaje es el marco más “estable” de la memoria colectiva.
• John Shotter (1990: 142; énfasis en el original; corchete agregado), quien señala: “podríamos decir
que nuestras formas de hablar dependen del mundo en la medida en que lo que decimos está
enraizado, o basado, en lo que los hechos del mundo nos permiten decir... [así] es igual de cierto
decir que lo que tomamos como naturaleza del mundo depende de nuestras formas de hablar de
él”. Como puede advertirse, el lenguaje es una construcción social, una producción cultural.
• Ahora bien, estas producciones culturales son las que permiten el recuerdo: se recuerda por medio
de construcciones sociales, y el lenguaje, dentro de la colectividad, es uno de ellos.
• La memoria colectiva es múltiple, por eso se habla más de memorias
colectivas que de memoria colectiva, puesto que las
interpretaciones sobre determinados acontecimientos dependerán de los
grupos o colectividades que hayan vivenciado o significado tales
sucesos.
• a la memoria colectiva le interesa menos la exactitud con la que ocurrió
un hecho, interesándose más en la reconstrucción y significado que para un
grupo tienen los acontecimientos pasados.
APROXIMACIÓN AL OLVIDO SOCIAL

• Los grupos que desean imponerse sobre otros recurren al olvido social
para mostrarse como los más viables, los más adecuados, para
mantenerse en las posiciones de privilegio en que se encuentran y
como aquellos que provienen de un pasado más o menos dignificante
que les permite mantener sus posiciones de poder en el presente.
• El olvido puede fincarse sobre dos tiempos: antes y después de la
memoria.
• En el primer caso, los mecanismos que se implementan imposibilitan que
los acontecimientos significativos de una sociedad se mantengan,
imposibilitando de esta manera la forja de la memoria, y mucho
menos la comunicación. En este caso, el olvido antecede a la memoria, ya
sea por la velocidad de los sucesos cuya rapidez rebasa el ritmo o lentitud
necesarios para percibir, vivenciar y retener en el recipiente social los
eventos que interesan.
• En el segundo caso, el olvido se presenta después de que los sucesos han estado en el campo
de la memoria colectiva, i.e que para arribar al olvido hay que pasar primero por la memoria
(Yerushalmi, 1989). En este sentido, los eventos significativos que en algún momento se mantenían
guardados no logran ser comunicados, por distintas razones: ya sea por el silencio, por omisión, por
imposición, por prohibición, por censura, por la aplicación del terror o cualquier otro mecanismo que
conduce al olvido, porque al final no hay comunicación de experiencias que interesan al grupo en el
poder. En un sentido, puede hablarse de un olvido institucional, que es un olvido impuesto desde los
grupos que dominan las instituciones, sean gubernamentales, eclesiásticas o académicas, en donde
imponen su punto de vista, en tanto que gozan de poder. Cuando este olvido impuesto es
creído, asumido por la sociedad, la desmemoria se presenta y se transita en el camino del
olvido social.
• El olvido, como proceso, hace acto de presencia con la información, a diferencia de la comunicación que
corresponde a la memoria colectiva. Cuando el silencio no resulta suficiente para borrar sucesos ocurridos
tiempo atrás, se echa mano de la información. Así, cuando se habla de lo ocurrido, de personajes,
agrupaciones, acciones o situaciones que se querían mandar al olvido, se alude a estos en términos de
objetos, como dirigiéndose a cosas. Y al referirse a lo sucedido como cosas, lo que queda es sólo
lo hecho, el dato (Gómez de Silva, 1985), aquello que no puede tener varias interpretaciones, sino
sólo una, la brindada por aquellos que tienen los instrumentos para verter información, por
ejemplo, en los medios masivos como la televisión que cosifica aquello de lo que habla. Lo vuelve
un sinsentido, porque la información, como dato, no se “palpa”, no crea “atmósferas” que permitan
comprender de lo que se está hablando, porque, por un lado, fragmenta lo que expone, y por el otro satura
con una gran cantidad de información en poco tiempo, de tal suerte que poco o nada con significado queda.
• “la iconorrea televisiva produce una agnosis del acontecimiento: éste no es
más que una sucesión de planos percibidos sin duración e independientemente unos
de otros, más o menos desrealizados y cuyo sentido escapa masivamente al
telespectador” (Candau, 1998: 113).
• Para el olvido la información resulta bondadosa.
• Contrario a la memoria colectiva que insiste en la multiplicidad de voces, el
olvido social se erige sobre la base de una sola versión, la única válida, que
según el ritmo de los acontecimientos es supuestamente inevitable.
• A la imposición y el terror se agregan otras prácticas, como la expertez, consistente en
otorgarle sólo credibilidad a los discursos de los expertos, en este caso, los autorizados para
hablar sobre el pasado serían los historiadores; su voz es la que cuenta. La censura, práctica
predilecta de los gobiernos totalitarios.
• A estas prácticas hay que sumarle el fuego, con la quema de textos, práctica desplegada
desde, al menos, el siglo III a. C. en la China antigua.
• A la escritura que mantiene la memoria se le contrapone la quema de maderas, pieles,
papiros, hojas, libros en donde se han tallado, marcado, pintado, impreso o escrito, las
memorias de distintos grupos, pueblos y sociedades.
• La memoria de los grupos, de las colectividades, de las sociedades, de las naciones, se
niega a esfumarse, porque de irse se corre el riesgo de no saber de dónde se proviene,
quién se es y, por tanto, hacia dónde dirigirse: si no hay pasado, i. e. memoria, no hay
identidad, y sin identidad las sociedades se ven en aprietos, por la sencilla razón de que
requieren un pasado, un origen: reconocerse a sí misma en un devenir.
• La identidad es entendida como “el reconocimiento de uno mismo a través de las vicisitudes de uno
mismo”, y eso ocurre así porque “la colectividad necesita continuidad, de modo que las experiencias
que se van sucediendo una tras otra se vayan asimismo enlazando una con la otra, para que así la
colectividad sepa que ella es el sujeto de las experiencias anteriores y asimismo que ella es el sujeto
de sí misma” (Fernández Christlieb, 1994: 99-100).
• La memoria nace cada día, con lo que significamos del pasado construimos
la realidad en la que nos movemos, y por la memoria tiene sentido. La memoria
nos remite a los orígenes, a lo fundacional, a lo que se encuentra al inicio de nuestras
intenciones, de las intenciones edificantes de una nación, de una sociedad. Hay que
saber qué hay en la raíz, en el comienzo, para averiguar así si hemos
desviado el camino, y entonces sabernos conducir, porque cuando se olvidan los
principios se olvidan los fines. Cuando se olvida el pasado el único futuro que
queda es el olvido, y el olvido es la única muerte que mata de verdad.

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