Acerca de Mis Cuentos, Por Borges
Acerca de Mis Cuentos, Por Borges
Acerca de Mis Cuentos, Por Borges
EL ZAHIR
Voy a tratar entonces de recordar un cuento mo. Estaba dudando mientras me traan y
me acord de un cuento que no s si ustedes han ledo; se llama El Zahir. Voy a
recordar cmo llegu yo a la concepcin de ese cuento. Uso la palabra cuento entre
comillas ya que no s si lo es o qu es, pero, en fin, el tema de los gneros es lo de
menos. Croce crea que no hay gneros; yo creo que s, que los hay en el sentido de que
hay una expectativa en el lector. Si una persona lee un cuento, lo lee de un modo
distinto de su modo de leer cuando busca un artculo en una enciclopedia o cuando lee
una novela, o cuando lee un poema. Los textos pueden no ser distintos pero cambian
segn el lector, segn la expectativa. Quien lee un cuento sabe o espera leer algo que lo
distraiga de su vida cotidiana, que lo haga entrar en un mundo no dir fantstico -muy
ambiciosa es la palabra- pero s ligeramente distinto del mundo de las experiencias
comunes.
Ahora llego a El Zahir y, ya que estamos entre amigos, voy a contarles cmo se me
ocurri ese cuento. No recuerdo la fecha en la que escrib ese cuento, s que yo era
director de la Biblioteca Nacional, que est situada en el Sur de Buenos Aires, cerca de
la iglesia de La Concepcin; conozco bien ese barrio. Mi punto de partida fue una
palabra, una palabra que usamos casi todos los das sin darnos cuenta de lo misterioso
que hay en ella (salvo que todas las palabras son misteriosas): pens en la palabra
inolvidable, unforgetable en ingls. Me detuve, no s por qu, ya que haba odo esa
palabra miles de veces, casi no pasa un da en que no la oiga; pens qu raro sera si
hubiera algo que realmente no pudiramos olvidar. Qu raro sera si hubiera, en lo que
llamamos realidad, una cosa, un objeto -por qu, no?- que fuera realmente inolvidable.
Ese fue mi punto de partida, bastante abstracto y pobre; pensar en el posible sentido de
esa palabra oda, leda, literalmente in-olvidable, inolvidable, unforgetable,
unvergasselich, inouviable. Es una consideracin bastante pobre, como ustedes han
visto. Enseguida pens que si hay algo inolvidable, ese algo debe ser comn, ya que si
tuviramos una quimera por ejemplo, un monstruo con tres cabezas, (una cabeza creo
que de cabra, otra de serpiente, otra creo que de perro, no estoy seguro), lo
recordaramos ciertamente. De modo que no habra ninguna gracia en un cuento con un
minotauro, con una quimera, con un unicornio inolvidable; no, tena que ser algo muy
comn. Al pensar en ese algo comn pens, creo que inmediatamente, en una moneda,
ya que se acuan miles y miles y miles de monedas todas exactamente iguales. Todas
con la efigie de la libertad, o con un escudo o con ciertas palabras convencionales. Qu
raro sera si hubiera una moneda, una moneda perdida entre esos millones de monedas,
que fuera inolvidable. Y pens en una moneda que ahora ha desaparecido, una moneda
de veinte centavos, una moneda igual a las otras, igual a la moneda de cinco o a la de
diez, un poco ms grande; qu raro si entre los millones, literalmente, de monedas
acuadas por el Estado, por uno de los centenares de Estados, hubiera una que fuera
inolvidable. De ah surgi la idea: una inolvidable moneda de veinte centavos. No s si
existen an, si los numismticos las coleccionan, si tienen algn valor, pero en fin, no
pens en eso en aquel tiempo. Pens en una moneda que para los fines de mi cuento
tena que ser inolvidable; es decir: una persona que la viera no podra pensar en otra
cosa.
Luego me encontr ante la segunda o tercera dificultad... he perdido la cuenta. Por qu
esa moneda iba a ser inolvidable? El lector no acepta la idea, yo tena que preparar la
inolvidabilidad de mi moneda y para eso convena suponer un estado emocional en
quien la ve, haba que insinuar la locura, ya que el tema de mi cuento es un tema que se
parece a la locura o a la obsesin. Entonces pens, como pens Edgar Allan Poe cuando
escribi su justamente famoso poema El Cuervo, en la muerte hermosa. Poe se pregunt
a quin poda impresionar la muerte de esa mujer, y dedujo que tena que impresionarle
a alguien que estuviese enamorado de ella. De ah llegu a la idea de una mujer, de
quien yo estoy enamorado, que muere, y yo estoy desesperado.
Entonces, en lugar de hablar de la belleza del love splendor, la convert en una mujer
bastante trivial, un poco ridcula, venida a menos, tampoco demasiado linda. Imagin
esa situacin que se da muchas veces: un hombre enamorado de una mujer, que sabe por
un lado que no puede vivir sin ella y al mismo tiempo sabe que esa mujer no es
especialmente memorable, digamos, para su madre, para sus primas, para la mucama,
para la costurera, para las amigas; sin embargo, para l, esa persona es nica.
Eso me lleva a otra idea, la idea de que quizs toda persona sea nica, y que nosotros no
veamos lo nico de esa persona que habla en favor de ella. Yo he pensado alguna vez
que esto se da en todo, si no fijmonos que en la Naturaleza, o en Dios (Deus sirve
Natura, deca Spinoza) lo importante es la cantidad y no la calidad. Por qu no suponer
entonces que hay algo, no slo en cada ser humano sino en cada hoja, en cada hormiga,
nico, que por eso Dios o la Naturaleza crea millones de hormigas; aunque decir
millones de hormigas es falso, no hay millones de hormigas, hay millones de seres muy
diferentes, pero la diferencia es tan sutil que nosotros los vemos como iguales.
Entonces, qu es estar enamorado? Estar enamorado es percibir lo que de nico hay en
cada persona, eso nico que no puede comunicarse salvo por medio de hiprboles o de
metforas. Entonces por qu no suponer que esa mujer, un poco ridcula para todos,
poco ridcula para quien est enamorado de ella, esa mujer muere. Y luego tenemos el
velorio. Yo eleg el lugar del velorio, eleg la esquina, pens en la Iglesia de la
Concepcin, una iglesia no demasiado famosa ni demasiado pattica, y luego al hombre
que despus del velorio va a tomar un guindado a un almacn. Paga, en el cambio le dan
una moneda y l distingue en seguida que hay algo en ella -hice que fuera rayada para
distinguirla de las otras. l ve la moneda, est muy emocionado por la muerte de la
mujer, pero al verla ya empieza a olvidarse de ella, empieza a pensar en la moneda. Ya
tenemos el objeto mgico para el cuento. Luego vienen los subterfugios del narrador
para librarse de esa que l sabe que es una obsesin. Hay diversos subterfugios: uno de
ellos es perder la moneda. La lleva, entonces, a otro almacn que queda un poco lejos, la
entrega en el cambio, trata de no fijarse en qu esquina est ese almacn, pero eso no
sirve para nada porque l sigue pensando en la moneda.
Luego llega a extremos un poco absurdos. Por ejemplo, compra una libra esterlina con
San Jorge y el dragn, la examina con una lupa, trata de pensar en ella y olvidarse de la
moneda de veinte centavos ya perdida para siempre, pero no logra hacerlo. Hacia el
final del cuento el hombre va enloqueciendo pero piensa que esa misma obsesin puede
salvarlo. Es decir, habr un momento en el cual el universo habr desaparecido, el
universo ser esa moneda de veinte centavos. Entonces l -aqu produje un pequeo
efecto literario- l, Borges, estar loco, no sabr que es Borges. Ya no ser otra cosa que
el espectador de esa perdida moneda inolvidable. Y conclu con esta frase debidamente
literaria, es decir, falsa: "Quizs detrs de la moneda est Dios". Es decir, si uno ve una
sola cosa, esa cosa nica es absoluta. Hay otros episodios que he olvidado, quizs
alguno de ustedes los recuerde. Al final, l no puede dormir, suea con la moneda, no
puede leer, la moneda se interpone entre el texto y l casi no puede hablar sino de un
modo mecnico, porque realmente est pensando en la moneda, as concluye el cuento.
EL LIBRO DE ARENA
Bien, ese cuento pertenece a una serie de cuentos, en la que hay objetos mgicos que
parecen preciosos al principio y luego son maldiciones, sucede que estn cargados de
horror. Recuerdo otro cuento que esencialmente es el mismo y que est en mi mejor
libro, si es que yo puedo hablar de mejores libros, El libro de arena. Ya el ttulo es
mejor que El Zahir, creo que zahir quiere decir algo as como maravilloso, excepcional.
En este caso, pens antes que nada en el ttulo: El libro de arena, un libro imposible, ya
que no puede haber libros de arena, se disgregaran. Lo llam El libro de arena porque
consta de un nmero infinito de pginas. El libro tiene el nmero de la arena, o ms que
el presumible nmero de la arena. Un hombre adquiere ese libro y, como tiene un
nmero infinito de pginas, no puede abrirse dos veces en la misma.
Este libro podra haber sido un gran libro, de aspecto ilustre; pero la misma idea que me
llev a una moneda de veinte centavos en el primer cuento, me condujo a un libro mal
impreso, con torpes ilustraciones y escrito en un idioma desconocido. Necesitaba eso
para el prestigio del libro, y lo llam Holy Writ -escritura sagrada-, la escritura sagrada
de una religin desconocida. El hombre lo adquiere, piensa que tiene un libro nico,
pero luego advierte lo terrible de un libro sin primera pgina (ya que si hubiera una
primera pgina habra una ltima). En cualquier parte en la que l abra el libro, habr
siempre algunas pginas entre aqulla en la que l abre y la tapa. El libro no tiene nada
de particular, pero acaba por infundirle horror y l opta por perderlo y lo hace en la
Biblioteca Nacional. Eleg ese lugar en especial porque conozco bien la Biblioteca.
As, tenemos el mismo argumento: un objeto mgico que realmente encierra horror.
Pero antes yo haba escrito otro cuento titulado "Tln, Uqbar, Orbis Tertius". Tln, no
se sabe a qu idioma corresponde. Posiblemente a una lengua germnica. Uqbar
surgiere algo arbigo, algo asitico. Y luego, dos palabras claramente latinas: Orbis
Tertius, mundo tercero. La idea era distinta, la idea es la de un libro que modifique el
mundo.
Yo he sido siempre lector de enciclopedias, creo que es uno de los gneros literarios que
prefiero porque de algn modo ofrece todo de manera sorprendente. Recuerdo que sola
concurrir a la Biblioteca Nacional con mi padre; yo era demasiado tmido para pedir un
libro, entonces sacaba un volumen de los anaqueles, lo abra y lea. Encontr una vieja
edicin de la Enciclopedia Britnica, una edicin muy superior a las actuales ya que
estaba concebida como libro de lectura y no de consulta, era una serie de largas
monografas. Recuerdo una noche especialmente afortunada en la que busqu el
volumen que corresponde a la D-L, y le un artculo sobre los druidas, antiguos
sacerdotes de los celtas, que crean -segn Csar- en la transmigracin (puede haber un
error de parte de Csar). Le otro artculo sobre los Drusos del Asia Menor, que tambin
creen en la transmigracin. Luego pens en un rasgo no indigno de Kafka: Dios sabe
que esos Drusos son muy pocos, que los asedian sus vecinos, pero al mismo tiempo
creen que hay una vasta poblacin de Drusos en la China y creen, como los Druidas, en
la transmigracin. Eso lo encontr en aquella edicin, creo que el ao 1910, y luego en
la de 1911 no encontr ese prrafo, que posiblemente so; aunque creo recordar an la
frase Chinese druses -Drusos Chinos- y un artculo sobre Dryden, que habla de toda la
triste variedad del infierno, sobre el cual ha escrito un excelente libro el poeta Eliot; eso
me fue dado en una noche.