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Carilda Oliver Labra - Poesias

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Carilda Oliver Labra

Me desordeno, amor, me desordeno


Me desordeno, amor, me desordeno
cuando voy en tu boca, demorada,
y casi sin por qu, casi por nada,
te toco con la punta de mi seno.
Te toco con la punta de mi seno
y con mi soledad desamparada;
y acaso sin estar enamorada
me desordeno, amor, me desordeno.
Y mi suerte de fruta respetada
arde en tu mano lbrica y turbada
como una mal promesa de veneno;
y aunque quiero besarte arrodillada,
cuando voy en tu boca, demorada,
me desordeno, amor, me desordeno.

ste
El mo, el importante, el que me dura;
perfecto como el jueves o el verano.
ste que nunca pierdo, casi hermano,
lo menos fro, la mayor dulzura.
El comparable a un soplo en la cintura,
y la inocente mano de mi mano;
el acostado a sollozar temprano,
el que tiene tambin de mi locura.
ste que se sonre de ser hombre,
ste de absurdo mal, de fruta en nombre:
mi propio enorme corazn enorme.
El necesario celestial testigo
de mi absoluta palidez de trigo,
que me besa por dentro cuando duermo.

ltima elega

Yo podra decir que estoy en primavera


bajo un aire oloroso a luz definitiva,
y podra tapar la mirada bisiesta
que se me est cayendo afuera de la vida;
y ser de flor, de lluvia, de mariposa buena,
semejante a este cielo cuidado por la brisa,
a la ignorancia simple con que quiere una abuela,
o a la salud del alba, que es casi campesina...
Pero me estoy llorando el corazn que llevo,
frente al hombre que tiene un poco de mi fro.
Ya no puedo dormirme con prpados violentos:
l me espera despierto en la calle del vino.
Quizs debo acordarme de este color que tengo
y debo ser ms tibia que un rincn del olvido.
Le dir blandamente con mi voz de febrero:
Ensame una llama que se apague distinto.
Y estaremos las noches que le falten al tiempo
en el lugar humilde donde se acaba un trino:
l, con frente intil que le puso el invierno,
y yo, como un adis sujeto en el vaco.

Adis
Adis, locura de mis treinta aos,
besado en julio bajo luna llena
al tiempo de la herida y la azucena.
Adis, mi venda de taparme daos.
Adis, mi excusa, mi desorden bello,
mi alarma tierna, mi ignorante fruta
estrella transitoria que se enluta,
esperanza de todo por mi cuello.
Adis, muchacho de la cita corta;
adis, pequea ayuda de mi aorta,
tristsimo juguete violentado.
Adis, verde placer, falso delito;
adis, sin una queja, sin un grito.
Adis, mi sueo nunca abandonado.

Al dorso de un retrato

Mira el retrato...
Fjate bien!:
en lo que tengo tras la sien
hay arrebato.
Y la sonrisa
que por el rostro pasea,
como enfermiza,
es pena fea.
No has observado
esta nariz?
Es un rarsimo desliz...
Vaya pecado!
En la garganta
ya casi pura
cantando canta
mi sepultura.
No he de ocultarte que por la frente
anda cautivo
un ser ausente,
peor que vivo.
Mira mi boca
ser de hada, ser de bruja?:
me la he cosido con una aguja;
herida antigua que se sofoca.
Jardn de rasos elementales,
ya no es un vino;
y aunque le corto ala y camino
tiene una furia, sufre unos males...
Aqu en el pecho
intilmente, no sin razn,
loco, maltrecho,
mi corazn
el tiempo olvida;
por una estrella lo cambia todo,
y muy a su modo
hace la vida.
Estas orejas
guardan secretos interesantes,
msicas viejas,
voces de antes.
Lo que me pierde
y me aniquila
es la pupila
trgica, verde:
jade en que huyo,
mito en desgracia,
hoja de acacia,

luz de cocuyo.
A maravilla
el mrmol finge
de alguna estatua, de alguna esfinge
esta mejilla;
y sin embargo
es suave y dulce como una pera
y slo espera
un beso largo.
Y mi cabello?
Pobre tesoro,
pjaro bello,
lluvia de oro,
sube que sube
se enreda siempre con una nube.
Soy algo boba,
soy algo miope.
(Uno me daa y otro me roba);
pero ando en sueos siempre a galope.
Ves este cuello?
Pues se me enfra...
Lleva la muerte como un destello
de poesa.
Vida absoluta.
Hay cierta monja que nunca azoro,
hay cierta puta
aqu en mi carne. Con ambas lloro.
Cuando maana se vuelva ayer
no har del polvo un parentesco:
en el retrato siempre parezco
una mujer!

Al nio que vende berros


No tienes padres, claro... Lo s por tu indecisa
manera de mirar. Lo s por tu camisa.
Eres pequeo y grande detrs de la canasta.
Respetas los gorriones. Un centavo te basta.
La gente va vestida por adentro de hierro.
No te oyen... Has gritado dos o tres veces: berro!

Pasan indiferentes con bultos y sombrillas,


en pantalones nuevos y en blusas amarillas;
caminan presurosos hacia el Banco y el tedio
o hacia el atardecer por la Calle del Medio.
Y t no ests vendiendo: t juegas a vender;
y aunque jams jugaste te sale sin querer.
Pero no te me acerques; no, nio, no me hables.
No quiero ver el sitio de tus alas probables.
Te encontr esta maana al doblar de la Audiencia,
y qu golpe me ha dado tu infeliz inocencia!
Mi corazn que era un poco de ilusin
ya es como berro mustio, como no corazn.

Anoche
Anoche me acost con un hombre y su sombra.
Las constelaciones nada saben del caso.
Sus besos eran balas que yo ense a volar.
Hubo un paro cardaco.
El joven
nadaba como las olas.
Era ttrico,
suave,
me dio con un martillo en las articulaciones.
Vivimos ese rato de selva,
esa salud colrica
con que nos mata el hambre de otro cuerpo.
Anoche tuve un nufrago en la cama.
Me profan el maldito.
Envuelto en dios y sbana
nunca pidi permiso.
Todava su rayo lasser me traspasa.
Hablbamos del cosmos y de iconografa,
pero todo vino abajo
cuando me dio el santo y sea.
Hoy encontr esa mancha en el lecho,
tan honda
que me puse a pensar gravemente:
la vida cabe en una gota.

El canto
Rmpanme los vestidos, qutenme la locura,
pulan con ese ltigo mi sitio de estar sola,
triganme los infiernos, pongan mi cama dura;
no temo a los tiranos ni al cncer ni a la ola.
Djenme sin pecado, sin sol, sin biblioteca;
ya hurfana de todo no sentir ni tedio.
Escndanme ese pan, claven mi boca seca:
nada podrn hacerme que no tenga remedio.
No importar la crcel porque beb delirio,
hasta en el mismo polvo suele nacer el lirio,
ninguna muerte sabe pudrirme la maana.
Mi corazn no tiene gravmenes ni dueo.
Nunca podrn quitarme el ala con que sueo.
Y seguir cantando cuando me d la gana.

El miedo
Entre los miedos que me ha dado tu muerte
hay uno.
No es el miedo a perder tus ojos de slvame
ni a que de pronto,
al abrir un mueble,
la ropa se te parezca.
No es el miedo a que el xido fatigue
tus cuchillos,
a que el tiempo apague tu ltimo cigarro.
No es el miedo a que aparezca entre mis cosas
otra receta intil
ni el miedo a sentirme desnuda sin tus manos.
No es el miedo a confundirte conmigo
sino a que caigas
de mi memoria
y yo no recuerde la forma donde estabas.

En vez de lgrima (II)

Entre libros te guardo casi seco,


mi animal luminoso, mi demente,
y tu voz que est viva sigue ausente,
mi juguete sin cuerda, mi tareco.
En la paz misteriosa de unos nichos
sin querer ya zafarme de tu frente,
alelada de amor pero impotente,
te he dejado otra vez entre los bichos.
Ah, mi nio de trapo, lis siniestro,
no te puedo rezar ni el padrenuestro.
Ah, ternura que el Diablo siempre arranca,
si tenas la luz que maravilla,
por qu huiste de nuevo a la semilla,
por qu mataste esa paloma blanca?

Hombres que me servisteis de verano


se que no dej de ser mi amante
y al que le debo siempre sepultura,
uno a quien nunca quise lo bastante;
aqul, obra de sueo, conjetura...
Alguien que jug a nada y tuvo suerte,
otro que no ha venido de la guerra,
ste donde converso con mi muerte
porque me lo disputa hasta la tierra.
Salid de la memoria evocadora
con vuestro amor, pues tengo fro ahora!
Sabed todos que os llevo de la mano.
Vuestras sombras estallan como un mito
de vez en cuando aqu. Sois lo bendito,
hombres que me servisteis de verano.

La divorciada
Se viste bien. Camina como nube.
Tiene el jams venciendo la mirada
y un aire de paloma maltratada,
de cadver con vida se le sube.

Es triste si se para junto al mar.


Qu silencio tan grave el de su frente!
Esa muchacha, acaso diferente,
escribe versos para no llorar...
En cada mes alumbra una amapola.
Juega al tedio y la sed. Aunque est sola
espera siempre un hijo al azar.
Y cuando pasa con su azul pequeo
-del brazo de algn hombre para el sueotodos murmuran que se va a acostar.

La solterona
Con la blusa vaca y los ojos inmensos
de soportar las lgrimas que no saben caer,
lleg calladamente. Maduros y propensos,
flotaron en la noche pecados sin hacer.
Y yo vi sus diez dedos marchitos de agona
jugando a ser amados sobre aquel alfiler;
y vi su enorme ojera morada que creca
como un mar insondable que vive de mujer;
y me qued sintiendo su pobre boca seca
que inund de palomas tristes la biblioteca,
sus piernas respetadas, su sexo sin llover,
y fue tan misterioso mi corazn pequeo
que tuve que ser fuerte para no usar el sueo
de regalarle mi hombre en ese anochecer.

La vecina muerta
La casa era como ella: un plido juguete,
y estaba limpia y triste bajo el nmero siete.
No quiero recordarla... Me hace dao la orilla
de su vestido blanco con una vieja hebilla.
All, inocentemente, cuando abra la puerta,
era un sueo borroso, una lmpara incierta:
algo que le peda proteccin a la muerte.

Sus ojos... pobres ojos como de flor sin suerte!


parecieron mirarme hacia adentro una vez.
Vivi junto a nosotros con el susto del pez.
Recin casada y sola, lavaba los manteles
y lavaba su alma. Siempre le fueron fieles
la timidez de novia y la ventana eterna.
La tarde sobre ella era una tumba tierna.
No conoc su nombre. No lo s todava...
Pero despus de muerta la llamar Mara.

Madrigales (I)
Esos ojos de noche, tan austeros,
tan pegados a m con sus borrones,
esos ojos que t quitas y pones,
esos ojos, en fin, tan maromeros
cmo saltan del plato a la ternura!
Esos ojos de simple fantasa
que se quedan sin ser el alma ma,
esos ojos de pascua y fiebre pura
que me tienen enferma, alucinada,
porque sirven el ojo de la nada;
esos ojos silvestres, comensales,
con sus trampas de bien, abrecaminos,
esos ojos que son casi divinos
y se mueren como ojos terrenales.

Mi madre
Mi madre es esa nia sin padre y sin mueca
que nos hizo la carne y el alma del verano.
Usa vestidos serios y ya no toca el piano,
pero aqu en nuestra casa ha sembrado una areca.
Propietaria de todos los paales del mundo,
por jugar con nosotros se olvid de ir a misa;
y ya veis: le ha salido una iglesia en la risa.
Su delantal es sabio como un libro profundo.

Con las tijeras quiere cortarme penas hondas.


Hace guisos humildes y caricias redondas,
y se arruga despacio como una ilusin.
Mi madre es esa nica criatura diferente
que para darme un beso raro y resplandeciente
me ha zurcido la herida que llaman corazn.

Muchacho loco: cuando me miras


Muchacho loco: cuando me miras
con disimulo de arriba a abajo
siento que arrancas tiras y tiras de mi refajo...
Muchacho cuerdo: cuando me tocas
como al descuido la mano, a veces,
siento que creces
y que en la carne te sobran bocas.
Y yo: tan seria, tan formalita,
tan buena joven, tan seorita,
para ocultarte tambin mi sed
te hablo de libros que no leemos,
de cosas tristes, del mar con remos,
te digo: usted.

No se asusten
No se asusten
si uso algn cometa mgico,
si colecciono perros en la acera,
si dulcemente arranco el caos de mi entraa;
no se asusten:
estoy sin tiempo para tumbas,
ardo
y me corono con un naipe.
No se asusten por nada:
simplemente recibo un heliotropo.

Razn del Sueo


No es el modo casual con que caminas,
ni el dibujo inexacto de tu mano:
es tu ruda tristeza mal vestida
quien se pone de acuerdo con los astros.
Cansado de nacer para los ngeles,
tienes todo el dolor de la ceniza.
Alarma cotidiana de mi sangre,
pasajero rebelde de esta herida:
sucedes por adentro de mi carne
y dueles en el centro de m misma.

Recado
Amor, amor de aqu: psame el brazo
por la cintura. Amor, toca esta frente,
di una frase vulgar, casi inocente,
re, re despus... Tengo un retazo
de sol bajo la tela de mi hombro.
Arrncalo de ah, dselo a un nido.
Llora como si ya te hubieras ido,
y cllate en el punto en que te nombro.
Amor, amor, sujtame esta gota!
(Verdad que se parece a la mar rota?)
Mi corazn para la luz se cierra.
Al sur de todo vengo abandonada.
Detnme: estoy murindome por nada,
arrepentida de mirar la tierra.

Se me ha perdido un hombre
Se me ha perdido un hombre.
Y lo busco por cifras y guitarras,
por rostros y entrepisos,
en el cielo,
en la tierra,
dentro de m.
Se me ha perdido un hombre.

Y me he quedado temblando
como quien no come sino polvo,
como quien ya extravi la sombra.
Pero no,
que no,
que no me ayudan a buscarlo.
A quin le importa si su mirada
ha derrotado al tiempo?
A quin le importa aquella piel
con ganas
de la luz?
A quin le importan unos labios transparentes
que no tuvieron hambre,
unas piernas que slo corran al amor?
Se me ha perdido un hombre.
Y todos ren,
se entretienen,
sudan,
mastican,
se desenvainan por las noches;
despreciativos,
inefables,
maromeros,
unnimes,
como si slo se hubiese cado un alfiler
o la hoja ms seca
del rbol del bien y del mal,
como si la muerte no hubiera entrado
a destiempo
en nuestra casa.
Y yo pensando que era demasiado joven,
que reuna lminas y piedras,
pedacitos de mundo,
hierros,
cosas del mar.
Yo pensando en la grandeza de criatura,
en cmo miraba Venus al atardecer,
en cmo cay en la trampa.
Yo pensando
en dnde est la mitad del cuerpo mo,
en quin va a cantar ahora para quitarme
el miedo,
en las veces que no nos besamos
y en las que nos besamos,
en sus ojos colricos frente a la injusticia,
en ese silencio con que me responde,
en la herida que nunca le cos,
en sus manos.

Se me ha perdido un hombre.
Aydenme a buscarlo!
Pronto...
Siento fro.
Aqu no hay lmparas ni claves,
no tengo redes
ni computadoras.
No tengo flechas ni radares.
Dnde est?
Intenta ser mi sombra el desvalido?
Se me ha vuelto invisible entre gusanos?

Te borrar
Te borrar con una esponja de vinagre,
con un poco de asco.
Te borrar con una lgrima importante
o un gesto de descaro.
Te borrar leyendo metafsica,
con un telefonazo o los saludos
que doy a la ceniza;
con una tos o un crdeno minuto.
Te borrar con el vino de los locos,
sacndome estos ojos;
con un varn metido aqu en mi tumba.
Te borrar con juegos inocentes,
con la vida o la muerte;
aunque me vuelva monja o me haga puta!

Te mando ahora a que lo olvides todo


Te mando ahora a que lo olvides todo:
aquel seno de nata y de ternura,
aquel seno empinndose de un modo
que te pudo servir de tierra dura;
aquel muslo obediente pero fiero,
que vena de sierpes milenarias;
aquel muslo de carne y de me muero

convocado en las tardes solitarias;


aquel gesto al echarme en la locura;
aquel viaje al amor, de mi cintura;
aquel gusto en la piel a lirio extrao,
aquel nombre pequeo bajo el nombre,
aquel pecado de volverte un hombre
en el vicio feliz de hacerme dao.

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