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Santos Domínguez. Plaza de La Palabra (Antología 1994-2010)

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SANTOS DOMNGUEZ

PLAZA DE LA PALABRA

ANTOLOGA POTICA
1994-2010
PRLOGO

T quin eres?

Por aqu ha pasado el dolor. Este libro es una joyera de cicatrices y todas ellas
renen la moral de las llagas, la cortesa de la atencin a la calamidad, la
cordura del llanto pudoroso, la penitencia del naufragio metdico, la lealtad que
transportan en el pico las cigeas del desconsuelo. Por aqu ha pasado el dolor
con sus manos orantes, funerales y su penacho milenario. El dolorido que ha
compuesto estas pginas avanza iluminado por su herida, sufre despacio con
su calma al hombro, le ha firmado el conforme al contrato de la desolacin, ha
mirado de frente al esplendor de la ruina, ha llenado el motor de su carruaje de
piedad con los picos carbones del cansancio y se ha dispuesto a caminar con
una obcecacin irreparable por todas las provincias del fro.

El lector de poesa, mendigo de consolacin, pregunta T quin eres?; y el


dolorido, con la ansiedad, el duelo, la resistencia, la rabia y el honor de toda la
historia de la tribu reventndole en la memoria, responde humildemente con
orgullo: Soy un hombre que mira a travs de la lluvia. Qu es lo que ve y
contempla y traduce y comparte este hombre que mira a travs de la lluvia?
Qu costal de revelaciones porta este destronado que camina con lentitud
impetuosa y que ha jurado no renunciar jams a la corona de escarcha de la
infancia? Qu cargamento de consideracin contiene la mirada de este de
lluvia mojado y calcinado? Este viajero que ya no desconoce el lugar en donde
el viento pronuncia las slabas del pnico, qu ha aprendido, qu manifiesta,
qu dadiva nos distribuye con la fraternidad fulminante de los soldados de la
desposesin? Con qu consuelo nos ungenta este escribano de la especie de
implumes mayorcitos y testigo de la pena de los aparadores? Qu dice ste
que escribe bajo un cielo de nieve, qu dice este aterido que riega cada pgina
con tizones verbales, para que las semillas del dolor estallen como espigas del
trigo de la misericordia, qu dice con el ansia de que aquestos lectores sus
hermanos, mendigos de consolacin, comamos bocaditos vallejianos de
eternidad rudimentaria y bebamos omarkaiyanes vasos de carpediem de quince
grados? Por qu viene a aliviarnos una pizca, una moneda, un leve acorde de
alegra en este duro oficio de aprender a morir?

T quin eres?, le preguntamos a semejante agrimensor del infortunio. Qu es


lo que ves a travs de la lluvia? Y entonces nos alarga la mano; y entonces nos
colocamos nuestra propia corona de escarcha de la infancia, lo acompaamos
por los desfiladeros honorables de la intemperie, y asistimos, absortos,
principescos, a la recepcin de la noche: lo que ah se ve es el mundo
cuantioso enharinado de galaxias; lo que se ve es el cntico de las constelaciones
arrimado al odo sediento de las criaturas mortales; lo que se ve es una
asamblea de emociones contemporneas cuyas races arcaicas se abrigan en el

2
fasto del Tiempo. Y se ve la mirada misteriosa de una dama de Vermeer; y se ve
la decepcin encelada de un destrozado en Centroeuropa; y se ve la calcinacin
incombustible de las santas palabras que, cuando son requeridas con respeto
absoluto, suenan como juramentos tranquilos; y se ven la exactitud y el podero
de las metforas que burbujan conocimiento porque nacieron no en la velocidad
de la jactancia, sino en la parsimonia de la angustia; y se ve la familia orquestal
de los acentos, lo que la mente vieja y sabia llama con precisin el Ritmo. Ah, el
ritmo, cordn umbilical del cosmos, testosterona de la msica, metrnomo del
presocrtico, pulmn de la poesa moderna desde el origen del lenguaje!

T quin eres?

Mientras seguimos encendiendo las hogueras azules en las cumbres heladas de


viento y desamparo; mientras miramos con heroica resignacin las estrellas
febriles de la espera; mientras en estas pginas omos el oleaje y la palpitacin
de los campos, los bosques, el viento, las montaas, los ocanos, la compasin,
la nieve; mientras permanecemos en el maravilloso palacio de la vida, donde
incuba la noche su procesin de sombras; mientras vivimos lentamente este
libro, este alto testimonio, estas palabras, este ritmo, esta conducta, esta
felicidad Santos Domnguez anda y anda con la fuerza irrompible de quien
lleva a la espalda su saco de dolor, su emocin de existir y sus consoladoras
palabras genesacas.

Flix Grande

3
No veo con los ojos: las palabras
son mis ojos.

Octavio Paz

4
PRTICO DE LA MEMORIA
(1994)

5
MOSE IBN EZRA EN SU HUERTO

"Reposamos en el huerto de los arrayanes."


(Mos Ibn Ezra)

All le podis ver, detrs de aquella verja,


en el huerto encendido de naranjas y mirto,
con la memoria llena de zjeles y anillos
y de noches abiertas a donde toda espuma.
En su frente los crculos ni se cierran ni escapan
hacia la primavera. Tiene
la luna y los jazmines
poblados de adjetivos, de verano y palomas,
de nubes delicadas que suben por la fuente
y de una luz amarga que persiste y deleita.

6
DAVID
(Florencia)

No vuelve el corazn, pero la piedra


pone en tus manos clidas y en tus dos ojos fuertes
las tardes ms intensas, las maanas ms claras.

De dnde vienes t, que no preguntas


-nunca ms hombre alguno mir tan lentamente-
las noches que limitan nuestra altura?

De dnde t, que en suave curvatura


pisas el corazn de las tinieblas
y sostienes seguro, con tus tres dedos jvenes,
el valor, la belleza, la dignidad del hombre?

7
NOCTURNO DE DOANA

y el desnudo jinete desdeoso


por las murallas verdes del acanto,
segaba con la cruel sonrisa de su espada
el nocturno azahar y la melancola..."

(Pablo Garca Baena)

Sobre el mar y los pinos, la noche de alabastro


fija su muda estirpe de jazmn y magnolios.

El arco planetario traza su celosa


de mrmol en los patios silentes de beleo.

El ngel del romance desliza sigiloso


su espada de cristal sobre las azoteas.

Viajero transitivo de noches cinerarias,


arde en el dulce incendio de grisallas sin cauce.

Fluye el agua sin borde por los pinares hmedos


y el jinete del sueo huye por las barandas.

Ya aguarda el columbario y avisa el heliotropo.

8
LA ORILLA DEL INVIERNO
(1996)

9
LAS ISLAS ORIENTALES

Por este mismo mar el antiguo viajero


peregrinaba y eran sus das lampadarios
azules: nostalgia y esperanza
orientaban su rumbo,
los vientos le indicaban el rastro de su patria.

Husmeaban los canes las puertas de su casa.

10
LOS PUERTOS DE LA TARDE

As como el que cuenta sus denarios,


pesadamente inclina
su esqueleto de plomo en la tarde imprecisa,
as t vas contando los ocasos del agua,
los ros inseguros, los barcos que se llevan
el eco de los cmbalos tras el viento delgado.

11
LA ORILLA DEL INVIERNO

Has visto la tesela sigilosa y el mosaico confuso de los das;


las alcuzas del sueo, la dura geografa
del dolor, los pinares, el atrio del tetrarca.

Has visto los pretorios con luna, las almenas,


las orillas oscuras y el mirto de los patios.

Eras joven y haba acanto en los adarves


y hogueras en los puertos orientales. El mundo
bajaba cada tarde a los huertos de oro
del mar. Eras ms joven.

La vida era una nave


con las velas abiertas.

12
No volvers a ver este puerto de niebla.
La nave ya se adentra en la devanadera
lquida de la noche.

Al este las estrellas se copian en el duro


corazn de noviembre y el otoo alimenta
la lluvia que maana caer sobre tu boca.

13
CUADERNO DE ABUL QASIM
(2001)

14
PLAZA DE LA PALABRA

La plaza de tu sueo es una algaraba


de razas que contemplan el viejo palmeral.
En esa plaza miras fluir el chorro lento
de cada atardecer:
el agua se detiene en acequias con sndalo
y alminares sonoros que dan la espalda al tiempo.
T has visto en esa plaza,
junto al viejo que toca la darbuka y los encantadores
de serpientes, la almendra sabia y dulce
de la desgana antigua.
La indolencia frugal con que miran la vida
los turbios vendedores de cntaros de Fez.
Cmo late a esa hora el corazn mestizo
y clido del Sur!

15
LA ALJABA DEL VIAJERO

Estar en otro sitio? El viaje verdadero


es aquel que se emprende sabiendo que ya nunca
volveremos al punto de partida, a la exacta
certeza de los puertos que dejamos atrs.
Lo dems? Excursiones y argucias de la niebla.
El viajero cabal es el que nunca vuelve,
quien rompe las amarras y atraviesa la leve
espuma blanca y turbia que le una al pasado,
el que rasga la tnica que ayer llevaba puesta.
El viaje verdadero consiste en no volver.

16
LA MEMORIA, ESE ALCZAR

Un hombre es el paisaje de las ciudades que ama:


Sus callejones lentos, sus fuentes musicales,
sus estanques secretos, sus arduos laberintos,
sus plazas numerosas, sus jardines en sombra
y el difuso horizonte que ve desde sus torres.

17
LAS PROVINCIAS DEL FRO

(2005)

18
EL LECTOR, UN PAISAJE

A veces el paisaje
es poco ms que un animal cansado.
(Javier Rodrguez Marcos)

El lector se levanta para ver la fatiga vegetal del paisaje,


triste como los lunes en los parques zoolgicos.

Por el aire sin curvas de las constelaciones


llega la hora serena de la luz ms profunda.

Fuera, canta el invierno


con agujas de escarcha, con las lentas agujas
del final de la tarde.

Las parameras tristes, los lamos del ro...


Los heraldos del fro galopan en el viento.

Fuera canta el invierno


su blanca meloda helada entre los pinos,
su salmodia aterida de minutos y nieve
que sube por los arcos nublados de los montes
donde el cuarzo ejercita, con su brillo ms duro,
la forma de memoria que llamamos olvido.

Cuando el perro adivina la muerte tras la niebla


y ventea la humedad gris y fra del cercado,
el lector se levanta para mirarse l mismo
contra el cristal.
Y ahora
sus ojos ya no miran.

La tarde le devuelve
su imagen sobre el fro incendio del crepsculo
en un bosque extranjero que no dice su nombre.

Y el lector ya no sabe
si la dudosa lgrima que cae por el cristal
es suya o del paisaje.

19
PAUL CELAN Y LOS TRENES
Negra leche del alba, te bebemos de noche
(P. Celan)
Cuando oscurece escribe.
Apoya en la mejilla una mano delgada,
entorna la mirada y recuerda los trenes,
las fras estaciones contra el amanecer,
su cuchillo de luna.

Y oye pasar los trenes por esas estaciones


de viento y pesadilla, llenas de charcos negros,
de carbonilla y nieve y de nios sentados
sobre un suelo con barro y andrajos de colores.

Escribe desde un puerto. Slo cuando anochece,


cerca del Ponto Euxino, donde Ovidio purgaba
con la hiel del destierro sus das disipados.

Centroeuropa era una amapola raqutica,


una nia muy plida con los ojos abiertos,
con los ojos marinos y opacos de los muertos.

Espera a que oscurezca.


Oye silbar los trenes
y recuerda otros ojos mirando estupefactos
entre dos tablas tristes por las que entra la noche
con un soplo de escarcha en aquel barracn.
El fantasma del fro va recorriendo Europa.

Un humo que confunde la noche y la venganza


ha quedado flotando en el ciego holocausto
de los violines rotos sobre un campo de ortigas.

Cuando oscurece escribe


y adivina un futuro no mejor que el pasado.
Es un superviviente y arrastra la profunda
desolacin del ghetto, la tristeza de un cielo
plomizamente agrio y alguna hebra de sol
por las turbias regiones heladas de la muerte.

Una patria de piedra, una patria nocturna,


una patria de nada y una rosa de nadie
ahora que ya la lengua, esa ltima patria,
es la ms humillante: la lengua del verdugo.

Crece el escalofro.
Ya ha decidido irse. Ha elegido el momento.
Ser cuando oscurezca, como ahora, cuando escribe
sobre la luz ms dura del invierno en Tubinga.
Como ahora, cuando escribe, despus de oscurecido,
slo para orientarse entre tanta tiniebla.

20
LEAR BAJO LA TORMENTA

Blow, winds and crack your cheeks


(Shakespeare)

Sobrevuelan los buitres mi ceguera de nieve.


Ladran los perros. Anda
despierta la mentira mientras la esquirla afila
su venganza agudsima por mis ojos nublados
y sube la gangrena y muerde la conciencia.

Como una penitencia, un erial pedregoso


abona mi osamenta y nutre la morada
flor antigua y sin savia de los das pasados.
Leve flor sin races, ni color ni perfume
que deshoja su lento trnsito de minutos
sobre el desconcertado esqueleto del perro.

Una luz boreal, ms dbil que mi sangre,


entristece mi reino y por las caracolas
se despea el aullido del arrepentimiento.

El mundo se ha incendiado como un rbol podrido


que ofrece al rayo un torpe fantasma de vigilias,
el espectro dudoso de su sola orfandad.

Yo he prendido esa mecha.


Es justo que ahora purgue mi error y mi soberbia
con este caminar sin curvas ni horizonte,
por este espacio ancho, como de ltima aurora,
con simiente de lobo y lengua de serpiente.

Ah, mis ojos cegados en la noche confusa


de la vspera, oh turbio eclipse del sentido,
duro como la tierra yerma por la que vago.

Recin desembarcado en la desolacin,


un helado anticipo de largo escalofro
quebrar la maana con su silencio blanco.

Entonces ser el buitre y el colmillo del perro,


la carroa, el pantano, la lechuza en las torres.

21
LAS TORRES DE TUBINGA

Vuelve alegre el barquero a su sereno ro


(Hlderlin)

No ha llegado la noche, pero yo ya la veo.


Como un pjaro negro, se ha posado en las torres.

No es el ave que vuela por las cumbres del bosque


ni viaja por sus alas el rumor de las fuentes.
Es un vuelo de sombra que borrar los das
como se ha ido borrando mi perfil devastado.

Yo soy, como esa sombra, la sombra de una alondra.


Miro asombrado el mundo esta tarde sin niebla
que apaga mi mirada y oigo el dulce goteo
de la luz en las horas.

Muy Reverendo Padre,


ya s que en la colina agoniza la garza
y una lenta granada apura su fulgor.

Miro por la ventana el ltimo paisaje.


Esta luz que declina detrs de los tejados,
el humo vegetal de juncos y races
a la orilla del Neckar, por los bosques sagrados
de Diotima y los cisnes y los dioses mortferos.

A lo lejos las islas, las barcas en la orilla,


las madres de los hroes, los ros subterrneos,
los templos y las puertas de Corinto y Tubinga
y el mar y los caballos por el tiempo dorado
como el sauce y el agua por la tiniebla verde.

Ah, la sombra, la danza, el cmbalo del viento


en la montaa, el viento por las jvenes yeguas.
Pero yo, Scardanelli, humildemente oscuro,
apenas deletreo su alfabeto de vida.

No ha llegado la noche, pero s que es la ltima.


Ya el cristal me regala su frgil transparencia.
Santidad, permitidme que contemple en silencio
posarse la alta noche en las torres sin sueo.

22
PASTORAL DE OTOO
(Con Leopardi)
ed erra larmonia per questa valle
(G. Leopardi)
Sentado en una piedra
he aprendido a mirar la tarde con los aos,
ms all del paisaje, ms all de los hombres.
La luz dominical de una campana blanca
suena alegre y lejana y viene de la infancia.

Me he asomado al abismo
donde el cuervo levanta la urgencia de su vuelo
con el raudo dibujo de un presagio sin hora.

Con plenitud de mieses


est maduro el grano, en sazn la provincia
boreal de la fruta.

Segado est ya el trigo y lista la serpiente


al espasmo ondulante del ciclo riguroso.
Ya amarillea el hinojo su cruz invertebrada
contra la tarde leve y sus altos silencios
de pjaros azules.
En la base del monte una nube levanta
su columna barroca densa de agua y de luz.

Y estn solos los ojos en el final estrecho


de esta tarde de plomo,
de helado plomo bajo y azul sobre las sierras.

El guila abandona su extensa envergadura


a las curvas caudales del viento largo y verde.
Con el canto del cuco
algo dice la tarde que el ojo no comprende
sobre la pesadumbre azul de la genciana,
sobre la persistente fragilidad del lirio,
escuetamente blanco contra la piedra gris,
bajo un ciprs sin nombre.

Y est cautivo el tiempo en los montes que asalta,


jadeante, una aspereza de jaras y cantuesos.
Cautiva la mirada del cielo de otras tardes,
desarmada y cautiva de la luz cereal
en donde ardi la infancia.

Yo no s si esta tarde regresar otra tarde


con sus canciones verdes y su luz de campana.
Yo la fijo en su frgil vuelo y en la subida
agreste de retamas, en la ruina del arco
acosado de ortigas,
con el viento y la arena que desordena el tiempo.

23
ESTELA TICA
No os asombr, en las estelas ticas, el cuidado
de los gestos humanos?
(R. M. Rilke)

Lo recuerdas, Eurdice?
Recuerdas tu vigilia de sangre por la aurora?

Yo haba parado el tiempo con la tristeza dulce


de mi lira sin sueo.

Ya habamos derrotado al veneno, al espasmo


mineral de las rtulas.

Iban quedando atrs las islas del espanto


de un reino tenebroso.
Las fieras nos miraban desde la lejana
del lago de los muertos.
Por las aves nocturnas
corra el escalofro de su mirada ausente.

Dame la mano. Mira


cmo brilla la noche callada de los ros,
cmo nada, intocable, la sombra de los peces
por el secreto centro lquido de la luna.

Dame la mano, Eurdice, y olvida la serpiente.

Escucha cmo suena


el misterio del viento en las altas estrellas;
oye cmo se afina
en los caballos jvenes su impaciencia de orgasmos,
cmo crece en la hierba la noche de los lirios,
la noche conmovida en su concierto de agua.

Pon tu mano en mi espalda y djate guiar


por la msica oscura de las constelaciones.

No mires todava.

Ya ha levantado el vuelo el pjaro imposible


que arda por tus ojos.
Ya se aleja hacia el hielo su llama desolada.

No nos separa el aire ni la impaciencia blanca,


nos separan los tiempos distantes del deseo.

En el bajorrelieve tu frente inalcanzable


no volver a soar
la noche de los peces.

24
PREFACIO PARA LEER A WORDSWORTH

And see how dark the backward stream!

(W. Wordsworth)

Mientras oyes al mirlo cereal de las tardes


y zumban las abejas su estrbico aleteo
en las altas colmenas del olvido,
ves levantarse el tiempo como un espejo de humo
sobre las crestas rubias de todos los veranos
o en las lanzas azules de la tarde en la sierra.

Estar donde estuvo: en la estela del ro,


en el sueo redondo de los alcaravanes,
en la alucinacin del pjaro invisible,
inhspito en la noche elemental del sapo,
donde insiste su crtalo, su azul tartamudeo
por la humedad del bosque con nubes y campanas.

El veneno amarillo del sol cuando se pone


ha ahogado en el silencio al pjaro y al hombre.

Est el otero en sombra. Cae la tarde de plomo


como cae la simiente de escarcha, lentamente
en los charcos con luna.

En el ngel de niebla que suba por el ro,


con su azada de sombra, con su ala de tiniebla.
En la luna tajante de esta noche de invierno,
en el ojo espantado de un caballo de espumas,

Y ese hombre sers t y vendrn tus palabras


del mundo de los muertos: sin eco y sin consuelo,
en la hora precisa del corazn. Entonces.

Y el paisaje se calla porque t ya no miras.

25
ADA SIN ARDOR

Este bosque, este musgo, tu mano, esta mariquita


que se ha posado en mi pierna, todo esto no puede
sernos arrebatado. O puede? (Lo sera. Lo fue.)
V. Nabokov

La historia es conocida y sigue estremeciendo


como el viento inclemente de las estepas rusas
a las que pertenece.

Una muchacha an siente


el latigazo dulce del placer en los muslos
y escribe largas cartas con la pluma encendida
del sol de los veranos, con la caligrafa
caliente del deseo,
con la sintaxis limpia y pber de la carne.

Con la efusin de cartas que no recibe nadie,


pues van a una remota direccin clausurada,
la pasin levantaba un puente de recuerdos,
alimentaba urgencias de bosques que caducan
por caminos de hierro y de barro muy negro
que hirieron de penumbra a ejrcitos de bronce.

Cubierto por la nieve del tiempo y la distancia,


como aquellos soldados, se desplom el deseo.
Slo la imagen queda de aquella adolescente
que vivira en Mosc y sera desdichada.

Como aquella muchacha, con su flecha sin rumbo


y una rama marchita de olivo y esperanza,
seguimos encendiendo las hogueras azules
en las cumbres heladas de viento y desamparo.

Seguimos escribiendo, bajo un cielo de nieve,


en este duro oficio de aprender a morir,
con la decolorada tinta del desconsuelo,
cartas apasionadas que no recoge nadie
a un buzn cancelado en el sur de Crimea.

26
EL CABALLERO Y LA MUERTE
el diablo estaba tan cansado que prefera dejarlo todo
en manos de los hombres, ms eficaces que l.
(L. Sciascia)
El pie lo da un grabado con torres y jacintos.

Tras siete aos de guerra cayeron las banderas


como caen rendidos los lirios asediados,
podridos por la lluvia paciente de los das,
tras un cerco tenaz de luna y torbellinos.

Y el caballero vuelve, coronado de sombras.

Viene de las regiones quemadas de la guerra,


de un tablero siniestro con sangre y con azufre.

El caballero vuelve del final de los tiempos.

No mira. Los recuerdos


le encadenan a un tiempo de incendios y celadas
que se clava en su frente como una rosa triste.
Lleva fijos los ojos en la crin del caballo.

Su carne macerada atraves los puentes,


sinti la quemadura glacial de la derrota
que recorra su espalda con un terror de armio
en la llanura ardiente de un ajedrez siniestro.

Desde all el caballero contempla la espesura


fragosa de los montes, donde la noche tensa
su ballesta de hielo por las constelaciones.

Y ya no suea nunca ms que con los azores,


con corazas de fuego, con el rayo escarlata
del ejrcito ciego de los abismos.

Y oye el triple lamento


del guila, las brasas
que incendiaban los cuatro extremos de la tierra,
en su horizonte prpura de alfil y apocalipsis.

27
EN UN BOSQUE EXTRANJERO

(2006)

28
EL NGEL NECESARIO
La lengua es un ojo
(Wallace Stevens)

Qu significa un sauce?
Llora con los pastores de Virgilio el paisaje?

El diente de un len,
tiene un significado adems del indicio
de su inquietante acecho?

Un rabilargo, el verde feraz de aquella vega,


qu smbolos transitan?
Dnde habita el sentido de las hogueras blancas
ms all del provecho agrcola del huerto?
Surte el arroyo un canto a la hierba en la orilla?
Reside en algn sitio la expectacin de un pjaro?

No.

Slo el ojo que mira y una lengua secreta


que convoca en lo oscuro palabras y metforas
para explicar el sueo temporal de la vida,
la luz de la maana, las venas, el latido
montono del mundo.

En lo que ests mirando, quin pone pena o pinta


un eje y el espritu en la forma desnuda que hiere la retina?

El temblor del que escribe sin nombre y sin historia


y obedece a una antigua voz de granito y lava,
el que entra en la ciudad pensando en un incendio,
el que camina a ciegas por un bosque extranjero
cuando el sol se ha callado y el silencio es oscuro
y sube de la tierra como sube la noche
de la humedad del tiempo.

Cuando la fiera asoma


su hocico estremecido, sus ojos asombrados,
su rampante estatura al miedo de la luna.

El que vuelve al insomnio de una voz que no es suya


pero eleva en la mano un vuelo blanco y gil,
alto en el horizonte, lejano en los sonidos
como de otros planetas de azul desmesurado,
como una luz no usada y una lengua invisible.

As escribe el que habita en lo oscuro, el que a tientas


va cubriendo de imgenes un mundo que no es suyo,
un mundo que no entiende,
desordenado y tierno, perverso y necesario.

29
BOSQUE DE BIRNAM

Hasta la ltima slaba con que el tiempo se escribe


(W. Shakespeare)
Si amaneciese ahora,
si verdemente amaneciera ahora sobre este bosque espeso,
sobre el ltigo seco del rayo y su asechanza.

Si dilatadamente
el cobre fuera abriendo su veneno en el cielo,
si el horizonte armase de pronto su ballesta
y pusiese sus flechas de penumbra,
sus lanzas boreales de hielos afilados
en la luz de la almena, sobre el trueno y la lluvia.

Desde las islas del oeste, veloz como el halcn,


ha avanzado el granizo con su tambor aciago.
Sus estandartes negros han cruzado la bruma
y han sembrado los campos con sus balas heladas.

Pronto germinar la infamia en estos valles.


Ya atraviesa los fosos, sube ya las murallas
con su hoja amarilla, con su recia armadura
convoca en el asedio al infierno y los astros.

De otros bosques se hicieron


las flechas que ahora llenan el carcaj enemigo
de este bosque que avanza.

Otros bosques nutrieron el fuego de la fragua


donde templ su espada la voz que ha de matarme.

No este solo, otros bosques,


otros das y otras muertes se conjuran ahora
con sustantiva furia, con la turbia apetencia
de sangre y borbotones
en la hora impronunciable de mi muerte.

30
RECEPCIN DE LA NOCHE
el que abre la mano y recibe la noche
(Jos Emilio Pacheco)

Mi mano te ha ofrecido el humilde membrillo


del final de la tarde.
El dorado membrillo con su luz de noviembre,
con su luz encogida y su labe maduro
de frutos para el fuego, de luz en los armarios.

En esta hora de hierba habr hombres que contemplen


el vaco, las estrellas febriles de la espera,
el azul ms cansado de la vida.

En esta hora de hierba y luz verde en los sauces,


hay silencio y metforas y gira en torno al aire
la insistente ronquera del oboe,
su voz alucinada, su cuajarn de sombra,
la frgil transparencia de la hora vespertina
cuando all en las hogueras se ha venido encendiendo
su minuto callado.

Huye en su trote triste


el lobo de ojos rubios que regresan,
como un remordimiento, de otro tiempo en el bosque,
de un tiempo que no es suyo
ni de nadie, del hielo, de la savia del rbol.

Y luego una bandada de cintas afiladas en el viento


y otras flechas con garzas despus hacia la niebla,
huyendo de la luz, volando agudamente hacia el instinto
del dormidero oscuro donde posa la noche
sus ritmos circulares como ese sol que gira
en la siesta amarilla de los alcaravanes.

Abre el remordimiento, igual que una granada,


su noche de alacranes.
Porque hay noche y banderas y aguijones de sombra
y silencio en la bruma de las cosmografas,
en el espacio en blanco que siguen ocupando
los muertos en las sillas, las turbias alimaas de la noche
o las ltimas aguas sonoras de la tarde y la sombra,
en los troncos heridos por un fulgor antiguo,
por un rayo de luna cuando teje la niebla,
como una diosa aleve su artificio engaoso.

Donde incuba la noche su procesin de sombras,


en los cuentos de invierno, donde esboza la aurora
su mapa de regiones devastadas.

31
VIGILIA DE LOS PJAROS

Pasan hombres oscuros


(Julio Mariscal)

Con un lienzo de escarcha, con el desconsolado


rayo de la maana, por el azogue duro del camino
lleg a nuestros umbrales como antes a los huesos
frgiles del caballo, a la rueda elemental del da.

Por sus pasos contados, por el comercio lento


del ro con las orillas de ramajes oscuros
lleg como una turbia caracola violeta.

As lleg. Y entonces,
en la oscura virtud del bosque solitario,
en el lugar de espejos que es siempre la memoria
se detuvo un instante,
se pos en las estancias invisibles del vuelo,
flot sobre el espeso paraje de la vscera,
adquiri la costumbre del prpado y el canto
en la luz del enjambre, sobre los filamentos
de la provincia clara del da que amanece
o en la desolacin del bronce envejecido
con la jaculatoria verde de la tristeza.

Alguien lo confundi con la nocin del pjaro


y unos dioses absurdos de simientes estriles
proclamarn ahora la abolicin del mundo,
la primogenitura general de la noche.

32
INTERIOR CON FIGURA

(Vermeer)
Parece desindividualizar siempre a sus modelos,
hacer la sntesis del universo.
(Andr Malraux)

La magia imprevisible
es la mujer que mira indiferente
no al fondo de ella misma: al fondo de nosotros.

Ms all de la piel, nos perturba ese gesto.


Con su fulgor cansado nos hiere esa tristeza,
esa hbrida ternura de sereno disgusto.

Igual que un bodegn en el prisma de luz


anula la costumbre de una lenta evidencia
donde pesa el mantel y flota el pan caliente,
como flota en la pena de los aparadores
el alma de John Donne por su noche dormida.

Y yace en el alfizar la corona de escarcha de la infancia,


la trompeta del ngel del invierno,
donde el viento pronuncia las slabas del pnico.

La figura que mira desde detrs del cuadro


ilumina el volumen caliente del espejo,
habita la imprecisa palabra que no acierta
a acabar de decirse y deja en los jardines
del mar el vuelo incierto del enigma.

Es la plata del sueo y en su hueco habitable


no hay arrugas, ni pliegues de miedo por la ropa,
ni un borrn de amargura
en la luz seccionada de la tarde abolida,
en la limpia seccin de la ciudad dorada.

La magia imprevisible es la mujer que mira


el cielo blando, el velo sutil de la tristeza
que huye, serena y frgil, al fondo de la estancia,
al lugar del misterio de una lengua extranjera,
de una lengua secreta que habla cuando conversa
con ella misma a solas.

Un caballo se agita por sus sueos azules


de espumas y oleajes.

Y el tiempo se detiene. Y sus ojos nos miran.

33
SAN JERNIMO LEE UNA CARTA

(Georges La Tour)
Que la literatura se parece a una carta
que el escritor se manda sin cesar a s mismo.
(J. M. Caballero Bonald)
Nadie ms bajo el rayo
de luz ntida y densa. Nadie vela contiguo
en la celda callada de la noche inminente.

Qu est leyendo ahora, ensimismado, el monje?

Fuera hace fro. Quiz


sea ya de noche y llueva.
Fuera hace fro. Los brbaros
han llegado a las puertas remotas del imperio.

No son buenas noticias las que tiene la carta.


Lo delata su ceja. Como ella, se levantan
palabras en las rocas.
Los cartularios hablan de aullidos minerales,
de lenguas de granito en las fronteras,
de turbias tempestades de granizo,
solsticios punitivos y avalanchas de espanto.

Ya no espera indulgencia en la historia,


pero olvida que fuera, donde no habita el justo,
cada vez es ms fro el viento de los hombres;
que en las empalizadas
aguarda agazapado un tropel de serpientes,
listas para la presa y el tiempo de la sangre.

Y aunque ha dejado abiertas las puertas del convento,


la prrroga interina que otorga la lectura
dibuja una campana de luz que le mantiene
inmune a la barbarie,
lejos del extravo despiadado del siglo.

Aunque es mansa la mano que sostiene la carta,


tiene el monje la fuerza cardinal de un incendio
en su cara angulosa y en su roja dalmtica.

Esa carta es el mundo y ahora el lector lo abarca.


Sus ojos fatigados son ya la metonimia
de la noche en reposo, de la noche en asedio.

34
ANGELUS NOVUS
(Paul Klee)
Y luego he sonredo a mis recuerdos
y me he dicho que nadie
puede saber qu guarda todava.
(Ricardo Molina)
Por qu miramos siempre
hacia atrs, como el ngel,
o como la mujer de silencioso nombre
que al salir de Sodoma lloraba su pasado
en las claras planicies del recuerdo,
en aquella ciudad de la llanura
donde dejaba en sombra
la casa abandonada con sus pecados ntimos,
con sus secretos vicios que envidiaban los dioses?

Antes de hacerse sal


pudo ver el contorno de una nube de azufre,
su densidad de fuego,
la cabeza cortada del caballo,
la lluvia genital sobre el pas del yermo.

En la hora amarilla del viento y del espanto


tuvo tiempo de ver la confusin de tribus,
las cansadas trincheras de la furia,
los ltimos cuarteles de un campo de Agramante.

La venganza, la torpe secuela de la envidia


la convirti en estatua.

Es la luz del pasado, la luz ms luminosa


y tiene, como el ngel, en la espalda los ojos.

Porque nada hay ms turbio que el da que le esperaba


a Lot bajo las vias amargas del incesto.

Porque nada hay ms turbio


que el da que nos espera.

35
MATERIAL INFLAMABLE
Visin de Caravaggio

Jams un pintor pint su propio espritu con tanta fuerza.


(Henry Fusely)

Alguien sostiene un foco de luz caliente y roja


sobre los figurantes. Al fondo flota un lienzo
y pende el terciopelo sobre la sangre helada
que enciende el pao blanco de lino incandescente.

Con desprecio de estatuas y atencin a los hombres,


en las criptas secretas he visto arder la vida,
el bronce, el filtro, el pulso
venreo de los falos
y un enigma de fuentes y de frutas incisas.

Ni invencin ni decoro. En las horas azules


frecuent las tabernas cidas del deseo,
el lupanar infecto donde la carne afirma
su furia inoculada en las bocas frutales,
en las uvas lascivas, en las ingles plebeyas.

La dura luz se enfra en el cielo de estao


y es un teatro de sombras, es el final del pulso
que vacila en las lmparas de una cmara oscura
donde un teln amansa su geometra tajante.

Porque nace del tiempo y vuelve a la certeza


indigente de un cuerpo ganado en un relmpago
y hay gestos contenidos, amagos incipientes
y muecas sorprendidas del dolor pordiosero.

Bajo la pertinencia de una luz clandestina


se amansa el sedimento del bermelln o el vino.
La ebriedad de la calle envenena al gemetra
y en su trasiego de rbitas renacer el sarmiento,
la clera, el color, las colgaduras.

Desnudo el escenario, desnudo el personaje,


desnudas las pasiones que un estertor denuncia,
su sangre persuadida, sus cigarras de fuego,
la innoble quemadura de su spera argamasa.

En el perfil incierto del da que se avecina


los msicos callados preparan la trompeta
de los ltimos tiempos.

Es transparente el lienzo y el otoo es ahora


esta mesa con frutos de colores intensos.

36
Al fondo de la sala, coronado de hiedra,
un ngel descarado toca un violn lascivo.

En la consolacin del canto arrecian ya los ltimos


reductos de la tarde. En la muerte del ngulo
su tregua calla y dura. Oh, cmplice del tedio!

Es el ngel penltimo que viene a recordarnos


que nada nos asiste sino un tiempo pautado,
como la partitura precaria que interpreta.

37
HIPERIN

Tendr que abandonar este refugio, esta cuna de gloria?


(Keats)

Deja que entre la noche por el azul callado


del pjaro, en la isla fatigada del sueo,
en el inalcanzable
rbol en donde duerme su reposo de plumas.

Deja que entre la sombra en la rama que ha hervido


con la oscura trompeta del crepsculo,
con los coros violetas
que sostenan las ltimas banderas de la tarde.

Y luego, ya habitado t tambin por la oscura


profundidad del vrtigo,
prende en los arrabales una hoguera de espinos
y arde donde otra ardiente corona de roco
consuma la memoria con olvido y con viento.

Porque todo es viaje. Todos somos viajeros


que transitan oscuros de una sombra a otra sombra,
de la orilla del sueo a una orilla sin nadie.

38
PALIMPSESTO

y que somos tambin el enemigo.


(Julio Martnez Mesanza)
Aqu aparecen todos con su indeleble huella,
en el libro de lluvia que empapa la memoria.
Aqu dej su marca de agua precaria y breve
el que temi a la noche
y el que temi a los astros de la noche.

Aqu brill un momento


la rueda milenaria y el camino
de lentos pedernales con campanas y chispas
que llaman a una infancia cereal y tostada.

Aqu habita el indigno, el de la sangre exigua,


aqu estn el cobarde y el miedo del cobarde,
el cuchillo impreciso y el an ms borroso contorno de la fiebre.

El que spero celebra el triunfo del infame,


la arrogancia del ngel y el sepulcro vaco,
el hospiciano tmido y el gen del delincuente.

Si se mira al trasluz, como en un palimpsesto,


aqu se superponen
el frgil muro blanco de la muerte y el fusil repentino,
la luna del desierto y el mar donde navega
la rosa de los vientos sin ptalos ni espinas.

La incierta sombra fsil y una delgada luz no menos insegura,


el minuto promiscuo y su fruto templado,
el vino, las hileras y el caos del laberinto.

El espectro del viento y un hueco de campanas


que funde en negro el da revelado y confuso
donde circula un luto lento y ensangrentado.

El rub por el ojo del pjaro del fro


y el dialecto primario del verano en el bosque,
las gotas de penumbra para entrar en el aire
y el cfiro que extiende sus redes de silencio
en las altas murallas del viento en la ciudad.

Aqu estuvo la efmera claudicacin del tomo,


el hilo de la rueca y el dios de las batallas.
La prpura en los suaves caballos del otoo
y los frutos amargos de noviembre,
la intransitiva flor del desengao,
la patria numerosa de los tristes.

39
Sobre el metal gastado de los cielos de invierno
el xido del fro
dibuja con el ritmo paciente de la arteria
el alto muro hmedo de una luz litoral
con la que se inaugura la mirada en el lugar del agua,
en la raz exacta que desde el arrecife
baja a la siderurgia helada del infierno,
a los lagos que inundan la frontera natural de la vida.

Como en un palimpsesto, aqu estn conviviendo


las fuerzas y las noches, esas fuerzas oscuras
que desata un demiurgo, un profeta de sombras
como un reiterativo mar o como los caballos
y el estambre fugaz del corazn.

40
LAS SLABAS DEL TIEMPO

(2007)

41
CEMENTERIO ALEMN (YUSTE)
The years to come seemed waste of breath.
(W. B. Yeats)
De seis en fondo ahora, la formacin de cruces
insiste en recordar al caminante
la estirpe de estas muertes militares,
la raz malograda que se pudri en sus tumbas.

Cae el hielo de la tarde como antes vuestros cuerpos,


como cay la tierra sobre vuestras canciones,
como han ido cayendo las hojas de estos robles
hasta dejar ausente su esqueleto de acero.

Con la annima nieve de la muerte,


sobre vuestra tristeza ha crecido la hierba
y esa hierba persiste verdemente
en el sueo invertido de vuestro escalofro,
en vuestro duro nombre de muertos extranjeros
y en el sepia asombrado de vuestra adolescencia.

Habais dejado apenas el mundo de los juegos


para seguir jugando con torpe ardor de guerra.
Para acabar as, convertida ya en mueca
la risa irresponsable que se hel entre las nubes
o devolvi desnuda la crueldad del ocano.
Para acabar aqu,
lejos de vuestra casa y de sus sombras ntimas.
Aqu, donde conviven la pena y la vergenza
y la costumbre junta el horror y el silencio
en el ltimo espasmo que hel vuestra mirada
azul y extraa y fra, vuestra ltima sorpresa
al contemplar de pronto la muerte cara a cara,
tan extraa como estos olivos contra el cielo.

Y ahora estis en la muerte y segus sin saberlo.


Lo sabe el caminante cabizbajo
que mira conmovido vuestras tumbas
y contempla el sendero que l tambin cruzar
otra tarde de hielo, sin hierba, pensativo.

En un rincn del tiempo se acumulan las zarzas


que acabarn ardiendo en una hoguera fra
con los huesos ms tristes de la historia.

Y la tierra os ha dado no tan solo reposo:


os da una dignidad que en vida no tuvisteis,
la dignidad del muerto en un bosque extranjero.
Porque para la muerte todo suelo es extrao
y un hombre es extranjero en cualquier cementerio
que visiten sus ojos pensativos.
Un hombre es extranjero en cualquier cementerio en que repose.

42
HIJO DE ANQUISES
Anquises recibe con alegra la visita de su hijo
(Virgilio. Eneida VI, 687)
Hijo triste de Anquises,
t que te preguntabas,
ante los altos muros de la ausencia
que proyectan su sombra vaca por los bosques,
en qu deshabitada habitacin de niebla
se ampara su presencia o su memoria.

Si volvieras a verlo, si despus de cruzar


el desierto de Libia y sus noches de escarcha
pudieras rescatarlo
del reino de tinieblas donde muere...

Si torpemente hundieras tu mirada,


tus metdicos ojos que fundaron ciudades
sobre sus ojos ciegos y sus cuencas vacas,
veras slo una sombra.

No esperes ya su peso
dulce sobre tus hombros despus de la batalla:
veras slo el recuerdo de lo que fue su forma,
un espejismo de aire.

Te asaltar una pena


que pesar en tu pecho ms que su cuerpo antiguo,
ms que el aire que abrazas
bajo esta noche oscura de la muerte.

Ser la conmemoracin de los despojos


que noviembre ha dejado con sus flores heladas
sobre una luz tan fra que recuerda al acero.

Persiste su recuerdo
o es slo ese residuo de rotacin y trnsito
que en el borde cansado de la tarde,
flota sobre el arroyo y vaga por el soto,
por la reminiscencia de las regiones pstumas?

Qu lugar tiene a Anquises, preguntabas entonces,


en qu hondas vecindades sigilosas
vive su silenciosa mansedumbre.

Y ahora lo has comprendido, cuando despus de verlo,


despus de hablar con l
del lgebra implacable de los das,
te ha abierto las dos hojas de las puertas del sueo:
Cualquier isla es su tumba cuando llueve,
cuando la lluvia pone su mscara piadosa
en la grisalla dura del invierno en el mar.

43
NOCTURNO EN LA CIUDAD
Como un papel de otoo en el asfalto.
(Flix Grande)
Como un extrao miro la lluvia en la ciudad
a oscuras y desierta.
Y no la reconozco.
No veo en ella otras calles
que las que ciega el tiempo y el recuerdo diluye.

Paseo por las torvas provincias de la sangre,


por las desolaciones
de este siglo que se alza
sobre siglos de horror impronunciable.

Como si no supiera
que esta lluvia tan lenta,
que esta niebla insistente que nos habla en voz baja,
que persiste en posarse delante de nosotros
como un pjaro herido
amansar los campos,
para la siembra, s, tambin para el que entierran.

Como si no supiera que somos la ciudad.


Que, oscuros y desiertos,
an somos esta lluvia
que cae sobre los muertos y sus ojos cerrados,
esta niebla insistente que empapa la memoria
como un pao de olvido.

Que prosperan las hierbas


malas y los vencejos.
Que vendrn otros aos
y el sol de los veranos no arder en nuestra cara.

44
VOCATIVO SINGULAR
los muertos y los muertos y los muertos,
surgentes, naturales.
(Luis Rosales)

Te lo adverta tu padre al final del verano,


cuando agosto pona las primeras tormentas
por un sur de relmpagos, detrs de las montaas,
y silbaban los trenes de la estacin remota.
Sonaban sus bocinas como un lamento negro,
bajaban al holln que haba en la chimenea:

-He soado esta noche


con mi padre deca-.
Le vea y me hablaba
como te hablo yo ahora.
Si sueas con los muertos, es que vienen las lluvias.

Y t entonces soabas con muertos muy lejanos,


con toreros antiguos o con antepasados
a los que nunca viste,
con muertos cuyos rostros conocas de lejos,
en fotos color sepia o en los cuadros antiguos
que el sol iluminaba cuando caa la tarde
en la penumbra tibia de la casa.

Hoy te sigue pasando:


al final del verano y anterior a la lluvia,
se pasea por tu sueo un triste mensajero
que viene de otro tiempo,
de una nada con nubes que arrastra el suroeste.

Pero ahora ese tiempo es reciente y los rostros


son cercanos: amigos,
familiares que vuelven
ms jvenes y enteros para anunciar la lluvia.

Cuando hablan sin nostalgia usan para llamarte


un suave vocativo singular y domstico
y en su penumbra ignoran que vienen temporales.

En ese vocativo hay algo que te llama


ms all de tu nombre y de tu tiempo frgil.

De qu lugar oscuro del corazn de un muerto?

45
CREPSCULO ESPAOL DE CASANOVA
Hay tanto adis delante de tu rostro.
(G. Schehad)
Cae la tarde amarilla, se va precipitando
la sombra tras las copas espesas de los pinos.
Y estos paisajes hondos, este otoo de vias
me hablan muy lentamente del final de la hoguera,
de estas brasas que huelen a una dulce tristeza.

Me consuela la calma que tiene el campo ahora.


Me miro en el silencio interior del crepsculo
y en el agua del ro,
en el agua que corre somera y transitoria,
oigo hablar a los muertos que fueron mis amigos.

El final de la tarde, con esta luz serena,


con esta mansedumbre de las convalecencias,
me entrega su piedad a la hora del espanto.

A esta edad la Fortuna ya no mira a los hombres:


mi equipaje es un hueco, un bal de extravo,
lo que saldan las horas, un bagaje de humo
que pesa ms ahora que cuando estaba lleno.

Mira otra vez. Quiz


slo es esto la vida:
Un tmulo de arena al sur de la ventisca,
la estatua indiferente en donde posa un pjaro
su frgil tiempo de aire,
la sombra del caballo contra un muro de agua.

S. Quiz los minutos, como las caracolas,


son huellas del cristal sobre la nube,
el pndulo marino que duerme en las campanas.

Tal vez la vida sea ms un lugar que un tiempo.


Un lugar que confunde la mscara y la piedra,
la vigilia y la lluvia, los das y los nombres
en la hora de la esfinge y las inundaciones.

Tal vez la vida es esto:


la voluntad de nieve que hay en las pesadillas,
el espritu spero de una emulsin de lodo,
un incendio que sube por el acantilado,
cenizas y pavesas sobre las olas verdes,
la confusa blancura de las constelaciones.

Quiz slo sea eso lo que la vida quiere:


fluir y atravesarte
como un inconsistente apcrifo del viento.
Mis ojos slo miran el lugar de su ausencia.

46
POR LA CALLE DEL AIRE

Que hay un silencio ltimo


ms all del silencio de la noche.
(Csar Simn)
Vienes por una calle
de fuentes y races.
Vienes por una calle
de piedras y de nubes,
de luces verticales,
de la fecundidad
del viento entre las vias.

Yo vengo de una noche


de azules conmovidos
por la emocin del pjaro
que llegaba del fro
con el dolor de un lento
goteo de las horas.

En una orilla t,
que vienes de los ros
vegetales del fuego,
de los astros en giro.

En la otra orilla yo,


cercado por la oscura
ausencia de los huertos,
por el eclipse opaco
de la luz en la sangre.

Por donde no va nadie


vienes t como viene
el silencio del sol,
su promesa caliente.

Te acuerdas? Donde estbamos


el tiempo era en el agua
un transcurso callado,
una corriente oscura,
un soplo de silencio.

En la calle del aire


la bajamar del tiempo
desemboca en el tnel
ingrvido del sueo.

47
LA FLOR DE LAS CENIZAS

(2008)

48
ARIA EN MI
Conocis el lugar donde van a morir
las arias de Hndel?
(A. Colinas)

Al fondo de la tarde posa su mansedumbre,


sobre el ltimo incendio de las cristaleras,
la frase luminosa de un oboe.

La plata de los sueos vibra bajo el destello


barroco de sus notas.
Brilla o suena la luz en las copas ms frgiles
con el fulgor dorado de la tarde incompleta
y en do menor de marzo.

Con esta claridad que vuelve como un eco


de un tiempo cancelado,
de otro tiempo de esferas dormido en los salones
y en los espejos hondos de los lagos.

Da indicios memorables de todo lo perfecto,


de todo lo que vuela o flota o late
en la leve materia sonora de la tarde
ceremonial del bosque.

Tiene el tamao exacto que tiene la armona,


fluye en la lentitud que mide un intervalo,
arde en el persistente calor de los rescoldos,
vive en la demorada perfeccin de los sueos.

Viene o baja de lejos, de una alta claridad


donde la herida nombra sus puntos cardinales,
donde arden los violines y fracasa la historia
bajo el vuelo nocturno de un pjaro de fuego.

Sucumbe a este parntesis donde tiempo y espacio


caen como las murallas de la ciudad sitiada.
Habita en el reposo oculto de las aves
y en la oscura materia del silencio.

Y a travs del cristal,


por el aire que flota tan tibio en los acordes,
entran todas las tardes transparentes del mundo
en el alto reducto del contraluz dorado,
a salvo de tinieblas, de furia y de ruido.

Arde el olor amargo de la noche en Salzburgo


y el cmplice comps del corazn
arde tambin, secreto.
Y sube donde el pjaro, a la raz callada de su vuelo.

49
DESDE UN TEJADO OSCURO
slo es real la niebla.
(Octavio Paz)

Desde un tejado oscuro de Lovaina


me mira fijamente un gato de silencio.

Amanece este da con lentitud de nieve


y su luz destemplada enfra con silencio
las formas que perfila tan levemente ahora.

Un transente equvoco avala este momento


cuando entra en la penumbra y se diluye
su msera presencia, su rostro pasajero,
la mercanca de un tiempo variable y confuso
que tienen los vestigios y las incertidumbres.

Yo no he estado en Lovaina, pero s que ese gato


me espera en un tejado de la ciudad del sueo
y s que su mirada azul y transparente
inocula este brillo con que duele el paisaje
y hay un hueco que espera el hueco de mi ausencia
y una mujer que cruza la maana con niebla.

Aunque an no ha amanecido en los tejados


con gatos y con nieve de Lovaina.

50
ROSA DE LA MEMORIA

T, rosa de silencio, t, luz de la memoria


(Luis Cernuda)

Mi memoria es a veces la memoria de un ro,


la gramtica cncava de la fiebre en la herida
profunda del paisaje,
el intervalo oscuro de la sangre.

Como llaga erosiva y minuciosa,


nace o muere la luz en el recuerdo?
Sale o se pone el sol
en el ardor sin llama de la ruina?

Otros das mi memoria se remonta hacia arriba,


sucinta y transitoria, sin puntos cardinales
por el cauce de un ro que yo no he visto nunca.

Tenaz, inapetente,
en sus orillas pasta un animal tranquilo.

Sus ojos no me ven.


Indiferentes, turbios,
son los ojos del tiempo.

51
LA MIRADA DEL NGEL

Sobre un fondo de almagres de Pompeya,


sobre el incandescente color de los incendios
que aqu, en los frescos, arde,
anticipa esta luz sus propias destrucciones.

Sobre ese fondo almagre han empezado a alzarse


los das eruptivos del volcn,
con su lluvia de fuego y su lengua de lava.

El mundo queda atrs,


en los misterios rficos y en sus apartamientos
en la luz transparente de la villa inicitica,
en el aliento fro que la pared desprende
al fondo de estos cuerpos calientes y secretos.

Ardiente y lentamente, va arrasando su cauce


los cuerpos en escorzo, la sucesin de vrtebras
y aquellos corazones abiertos al misterio
donde encendi sus piras la liturgia
o levant las alas un pjaro de hielo.

Corona, mirto y tnica, sin que lo viera nadie,


reptaba sucesivo el fro de la serpiente
desde la oscura selva que tutelaba un fauno.

Por esa herida abierta en la que el tiempo pone


la lepra contagiosa de sus manos,
los huevos insidiosos de sus declinaciones,
huye con una lmpara
el ngel femenino de las sombras.

Los contempla sereno un Cupido que apoya


la barbilla infantil en su mano de sombra,
mientras en la otra mano est en reposo un arco.

Es el ngel hermtico
la mscara terrible de las calcinaciones,
es el tiempo impasible
que le cubri de fuego la cabeza.

Ya slo ese Cupido les observa


con mirada aburrida, flexionada una pierna
sobre la rama verde del laurel de los mitos.

Desde otra selva oscura


qu ngeles invisibles nos estarn mirando
igual de indiferentes, igual de imperturbables?

52
INDEFENSA BLANCURA
La indefensa blancura que la muerte conquista
(Diego Jess Jimnez)

Como en tumbas o tneles, como en tubos de sombra,


la oscuridad se posa en el pecho del hombre,
se hunde en el corazn helado del caballo
o se anuncia en el ojo espantado del potro,
invade las regiones limtrofes del sueo
con sus olores fros, blancos, en sombra y blancos.

Con insistente pulso,


con alfileres negros y ritos y lamentos,
ha cado la noche sobre los devastados
campamentos del llanto.
Se ha instalado la muerte
sobre el ceremonial respiratorio
y en el prpado insomne de la vida
cae un vuelo de palomas
desde su latitud aleteante.

Con su espada de hielo


que arrasa el cereal y derriba los rboles
exhaustos de la sangre,
llega hasta las races del xido y las tie
del color del tejado de las casas antiguas
y el aire duro entra por galeras, por cuevas,
por las concavidades rupestres del recuerdo,
desciende a la ceguera arterial de la piedra
y baja, ms abajo
que la raz ms honda de las venas,
bajo los esqueletos sin vuelo de los pjaros,
ms hondo que el estrato que oculta las vasijas
y el arco cigomtico, los frascos de perfume,
los restos de las cecas, los utensilios ltimos.

Sombras preliminares
en las proximidades del vaco
se aduean del silencio
debajo de los ros subterrneos,
donde no llega el viento ni el eco de su curso.
En donde el puro centro de la nada
reclama sus ancestros: agujas y navajas,
flores muertas y vidrios hundidos en el barro,
como el tiempo que pudre
lentamente una rosa.

Un silencio prehistrico empapa los caminos


que no tienen retorno ni fermento.
Malas hierbas devoran su trazado en el tiempo.
Ya slo una campana los evoca.

53
PARA EXPLICAR LA NIEVE

(2009)

54
EL REINO DE LOS HIELOS
Soy el guardin del hielo.
(Jos Watanabe)

Lo he visto algunas tardes de diciembre con nieve,


confundido en las hojas cadas de los chopos
y en la emboscada blanca de la niebla en el ro.

Lo he visto en la mirada redonda de los peces,


en el hueco que deja el vuelo de los pjaros
y en las nubes de fuego que disip un mal viento.

Lo he visto cuando suena la campana en la espiga


y llueve sobre el mar la larga luz de mayo.
Donde gimen las hondas caracolas
y en un bosque de alisos que atraviesa un arroyo,
en la convalecencia ms frgil de las rosas,
all, en la antigua patria de la infancia lo he visto.

Lo he visto mientras flotan


espacio y tiempo y nadie
en el insomnio amargo del ausente,
mientras arde en el mar oscuro del invierno
la llama azul del fro o la memoria.

Sobre su mansedumbre late lenta la noche,


negra y respiratoria.
Suya es la condicin fugaz de la mirada,
suyo el viento, la herida, los desmoronamientos,
la luz deshabitada de los amaneceres.

Lo he visto y me ha mirado.
Me est esperando un da de Pars y aguacero,
un jueves con Vallejo y niebla desolada.

Un da agazapado que yo ya no recuerdo,


un jueves que me mira
desde el reino incontable de los hielos.

55
ES QUE VIENEN LAS LLUVIAS

Lo encuentro ahora en sueos,


esa borrosa patria de los muertos.
(Octavio Paz)
Son las lluvias, abuela,
ya lo s. Y hoy has vuelto
desde tu nada blanca,
desde la niebla fra de tu nombre y tu ausencia,
a no decirme nada,
a una conversacin que no era de palabras,
a esta frgil manera de estar en compaa.

T no puedes saberlo. La muerte te condena


a ignorar que regresas para anunciar la lluvia
a los sueos triviales de tu nieto.

A no saber que vuelves de tu silencio antiguo,


desde la mansedumbre que otorgan las desgracias
como un don animal que reposa en los ojos,
como esa lejana que vive en la mirada
azul de las criaturas.

A no saber que vuelves


un da como hoy, el ltimo de un ao
que para ti no existe en tu tiempo abolido.

Slo queda en el aire vaco de diciembre


un recuento de sombras, un ro de desventuras
o esa pericia blanca
con que la tarde junta los recuerdos
en el silencio lento de la nieve.

Son las lluvias, abuela, ya lo s.


Y hoy has vuelto
-no lo sabes y has vuelto-
para dejarme triste como este da de niebla
que t ya no conoces ni padeces.

56
EL MANANTIAL DE LA DONCELLA

Algo me est buscando entre las hierbas


azules de otra vida.
(J. E. Cirlot)

De eso tratan los cuentos:


de la noche que acaba con el canto del gallo,
de atravesar el bosque como quien atraviesa
el fuego, el agua, el ro, el da de la piedra
de un duro Dios ausente.

De un canon de venganza,
de una nusea en las horas ms altas de la luz
y de las confluencias del animal salvaje
con la inocencia pber de las vrgenes.

De eso tratan los cuentos:


de atravesar un bosque peligroso
en una ceremonia de nieve y manantiales,
de un rito de serpientes que oficia en el paisaje
la luz de la doncella con su herida callada.

Del espectro del odio y el da de la venganza


con ramas de abedul y purificaciones
en la vigencia ardiente de la tarde
o en la hora combustible de la ira.

Como cruzar un puente,


fugaz en la gabela de los sueos,
con un halcn, con una fuente amarga
y un caballo de sombra en la memoria.

Qu llama o sangre viva,


qu rosa o luz de almendro se queda con nosotros
y renace en el agua transparente del sueo?
Qu viento desolado agita los laureles
y apuala el costado sin vuelo de los pjaros,
la garganta del perro, el canto de los gallos?

Al fondo canta un mirlo.

57
EXILIO TERRENAL
De um estranho pas que nunca vi
sou neste mundo imenso a exilada
(Florbela Espanca)

Vivir en el exilio
como el que desde dentro de una batalla ardiente
contempla desvalido la agitacin del miedo
y oye la confusin y su fragor le aturde.

Como el que se extrava


por un bosque extranjero con sombras agresivas,
ve cuerpos malheridos y guerreros en fuga
y no comprende nada de estrategias o tcticas,
slo ve la emboscada y la sorpresa
de su sangre instantnea,
la encarnizada furia y el ruido del acero
en su carne asombrada.

Como esquirlas de huesos,


como astros revocados o material de sombra,
dos columnas de sangre levantan en la roca
seales minuciosas de un litoral nocturno
entre el vinoso mar
y la bveda oscura de las premoniciones.

Estar bajo este cielo


cuando aparezca el hielo en el paisaje,
cuando callen los perros y destilen las horas
el sonido mojado del otoo,
cuando la niebla de los puertos traiga
voces fras de naufragios en madrugadas mudas.

Efmera o letal sucede la maana


y su rito solar de plenitud sonora.

Estar junto a esta piedra


antes que en la alta tarde
flote con su cansancio el silencio del pjaro.

Estar bajo este cielo mientras llega


la pleamar repentina, la desembocadura.

Y ya sin esperanza de retorno,


quedarse en el exilio de un lugar que no existe.

58
MUDA MEDUSA, VRTICE

Muda medusa, vrtice. Si no la trajo el mar,


de qu otras aguas vino
la materia punzante de este osario en la arena?

Si no fue la marea la que dej en la orilla


la huella incandescente de su vuelo,
de dnde vino entonces
la raz de los pjaros,
su retina adiestrada en medir el espacio?

La floracin oscura que desde las races


busca espacios de luz por el aire afilado,
sube por galeras donde resuena el eco
como suben las aves por columnas calientes.

Su elipse ensimismada no es crculo ni altura,


sale del magma fro de la memoria estril,
surge de la penumbra
con el sigilo oscuro de la alquimia.

Como una dolorosa fractura del paisaje,


va del fuego callado del centro de la tierra
a la nieve del aire, al canto pasajero.
Descifra el esqueleto de los peces,
deletrea las vsceras atroces del destino,
los restos de las alas, las pezuas partidas.

Como vive el silencio


en la memoria muda de los peces
o en la tristeza azul con que te mira el mar.

Sobre las tenebrosas humedades


donde germina el barro
en vrtigos de humo, en la idea del pez,
en el proyecto opaco del vuelo,
la leve brevedad del ptalo en el viento.

Donde las flores cbicas de una ciudad sin sueo,


las galeras con eco, la piedra, el caracol,
la levedad morada de la tarde,
el hielo transparente de la noche de marzo.

Infierno y paraso, los del espectador.

59
NO NECESITO VERLO

No necesito verlo. Mi sueo lo alimenta.

Si gime en la pupila
la lenta intermitencia de la tarde
y an recuerda la escarcha el ojo del caballo,
dame el descenso armnico del sauce,
la luz desmoronada que cae por la colina,
la bajada del agua en piedra de cascada.

As caer en el centro de m mismo,


en la ola material que arrastrar hasta el fondo,
sobre el arco del tiempo,
una cruz de ceniza y un cazador de sombras.

No necesito verlo. En esta hora desciende


el latido del aire, la luz respiratoria
sobre el agazapado felino de la noche.

Y otro minuto aguarda, en medio de la tregua,


su momento de sangre, salvaje y subalterno.

No necesito verlo. Mi sueo lo alimenta.

60
ANTIGUO RITO

Merodean por mi insomnio


los oscuros contornos de unos cuerpos vacos,
las mscaras litrgicas tras las que hay otras mscaras
y detrs otros huecos.

Son estos das que pasan y dejan embridadas las heridas


como la tierra terca que queda en las races
y se huele en el aire y en el estambre a veces.

Slo por las hogueras sabemos que persiste


el cerco sostenido de la ciudad nocturna,
pero yo s que ahora, por pasadizos hondos,
por aljibes ocultos que slo el pie conoce
alguien lleva una antorcha por la humedad del eco
y sube una escalera para cumplir un rito
antiguo como el mundo.

Hemos visto apagarse tantas tardes


en la arena mojada que incendia el sol poniente,
hemos desentraado la razn submarina
que es cifra transparente de la tarde,
la lgica de elipses que hay en los laberintos.

Madrporas y sal
limitan el espacio y la vigilia oscura
en donde viven juntas memoria y cicatrices
la sucesin insomne de la noche en las naves,
en suma minuciosa de tinieblas.

Bajo un nueve de lunas nos acecha,


desde el fondo insondable de los ojos de un gato,
el filo de silencio de la nieve.

61
PJARO EN EL CLAUSTRO

Preludio del silencio,


hay, como en las matanzas, un tiempo detenido,
un paisaje asolado por la sal de un incendio.

Profundo y tenebroso como un oscuro salmo,


el canto agudo y alto de un pjaro escondido
caer desde la altura vegetal de los claustros
como a un reclinatorio de sombra su salmodia.

Con la perplejidad de un sueo de mercurio


desde el espacio escueto de asombro de su vuelo
emerge la raz secreta del durmiente.

La prudencia silente del animal oculto


en el fondo fluvial de la memoria
da en secreta clausura la sombra de sus notas.

Palabras no tena, pero de su mirada


suba una agradecida materia intraducible,
una dulzura azul para salir del mundo.

62
NUEVE DE LUNAS

(2010)

63
HISTORIA NATURAL DE LA POESA

Daltri diluvi una colomba ascolto.


GIUSEPPE UNGARETTI

Vengo de donde mide su conjetura el aire,


de la raz antigua de la piedra y la msica,
de las palpitaciones verdes de la madera,
de los primeros ros que cruzaron los pjaros.

Yo vivo en la intemperie donde vive el vaco,


donde crece una nube de granizo
y habita la serpiente,
bajo un cielo sin msica que alimenta tormentas.

Antes que los caldeos enunciaran el nmero


para cifrar los astros y su oscuro latido,
ya viva en el agua interior del planeta
y en las germinaciones de una dura semilla.

Como los temporales, yo vivo en la intemperie


y cruzo las palabras como quien cruza un bosque,
porque sabe que al fin la luz ser con ellas
y latir en el pulso primero de los pjaros
y en las germinativas races de los ros.

Yo vengo de un lugar de baluartes


y argamasas primarias.
Yo vivo en la intemperie del adverbio,
vivo en la carne viva de la palabra mundo
y en lo que ella contiene de veneno y belleza.

Con tiempo y con arena defin los espacios


propicios para el canto. Y antes de celebrar
el transcurso callado de la sangre en las venas,
lament un pecho inmvil y unos ojos opacos.

Yo soy el que en la noche


pesa a plomo el silencio y destila el mercurio,
quien acaricia el hielo
y espera la llegada del sol por los pinares.

Yo soy el que alimenta


el silencio parado de un animal que acecha
su minuciosa dosis de minutos.

Hoy dibujo lo mismo la flor de la vainilla


que el diluvio en un sauce,
la transparencia azul de la tristeza
lo mismo que la herida que gime ante la hormiga.

64
Soy el que guarda el fuego, el que prende el pabilo,
el que espera cansado
sobre los adjetivos y las declinaciones
mientras arde en los altos campanarios
la claridad caliente de la tarde.

Soy el que incendia el pasto al final del verano,


el que pudre los pozos y envenena las fuentes.

Nadie sabe mi nombre.


Soy el insomne, el ciego,
el que no tiene nada y el que nada pretende.

Soy la salmodia amarga de un reflejo,


la letana de un eco, la liturgia
vaca del oscuro,
en el fondo del fango, en la penumbra.

Muro de fuego y clera, vidrio que arde o persiste


bajo la luz del nmero en la fragua del tiempo
donde un nueve de lunas convoca sobre el yunque
su arista de misterio, su ritmo de metales.

65
LA TARDE EN ISLA NEGRA

Aqu no cabe el mar, pero lo tengo enfrente.

Aqu est el universo,


dentro de una botella con arena y con lava
y el mascarn de proa
que penetra en la noche secreta de los peces.

Aqu la luz es hija de la palabra noche


y la lluvia en la selva suena en las caracolas
terrestres de la casa.

Arde la fragua al fondo de las habitaciones,


sobre los pedernales
se encienden las montaas de la luna.

Aqu cantan los pjaros y afila su mirada


metlica la iguana.
Liblulas paldicas, rama que rompe un rayo:
las primeras seales hacia la luz de otoo.

Slo el mar est fuera


de esta casa en la isla,
pero canta all enfrente su cancin de sirenas
la semilla del tiempo
que siembra en sus orillas la sal de la serpiente.

66
CAE LA NOCHE EN LA NOCHE

A qu viene la noche si no es buscando pjaros.


JULIO DENIS

Cae la noche en la noche y la luna en el rbol.

Viene la luna al rbol a dibujar un frgil


panorama de lirios y huecos de palomas
en fuga, a seguir las secuelas fugaces de los peces,
a pintar las murallas con crines de caballo.
Borra demarcaciones la noche en sus fronteras
y comparten el sueo la vena y el barmetro.

All donde las bestias de la sombra


ejecutan su rito de acechos y penumbras,
un pjaro de nieve canta oscuro en las ramas
secretas del crepsculo.

En la estirpe del moho,


las piedras escalares de la noche
suben como despojos de un presagio fallido
en la dudosa oscuridad del bosque.

Sima de incertidumbre donde evocan las horas


sin centro y sin descanso
sus vestigios prensiles,
su latido trabado en la espesura.

Velan bajo las bvedas races y terrazas


en la piedra, en los rostros,
con brasas que persisten en las arterias hondas de la vida,
en brumas de otra orilla.

Est el pjaro atento


a la gravitacin final de la penumbra
y en las cuencas ardientes donde respira el soto
est el hueco del pulso y el acecho de agujas
del ojo agazapado de las bestias nocturnas.

Cae la arena del tiempo y se hunde en el confn


sin fondo del pasado.
Cava donde las nubes y busca en lo ms turbio
escamas en huida, caballos que galopan
en sombra en la alta noche.

Vienen la luna al rbol y la noche a la noche.

67
EL NGEL DEL PANTANO

El ngel subterrneo de la sombra


yace en el fondo ciego del abismo,
reposa en la ceniza,
en donde ardi aquel fuego de los dioses aciagos.

Ahora slo persiste


la penltima niebla de los hombres,
la noche intransitable de la estrella,
lo que rezuma el limo venenoso,
la voraz insurgencia de la flor funeral
que crece inaccesible en un jardn sombro.

A veces sube
por la escalera verde de las plantas,
por el agua del sueo, turbia y preliminar.

Brota como la hierba


el vuelo sostenido de la tarde en reposo
cuando chilla en la sangre su destemplado acero
y apacigua su foso de reptiles
o busca en la ensenada litoral de las sombras
lo que en la luz no encuentra.

La carcoma acuciante de sus simulaciones


todava no es el monstruo que llamamos historia.

68
EL CUENCO DE LA MANO
Me sent a reposar en la otra orilla
con el tiermpo en el cuenco de la mano.
JULIO MARISCAL

Cunde el otoo ya en las aceitunas


mientras baja la niebla al pie de las montaas
y afila los caminos y hace ladrar los perros
con miedo y humedad en la garganta
tona y destemplada.

Ya slo suena el soplo


del viento por las alas leves de los vencejos,
esquilas en hilera y el estertor de un gallo
sobre el escalofro opaco de la tarde.

Su soledad serena, su gradacin de verdes


en la sorpresa blanca de los pjaros
que en lo hondo del pinar agitan los pauelos
luminosos del vuelo, el relmpago efmero
de luz pura y sin tiempo
del paisaje en el cuenco de la mano.

69
ALTA NOCHE

Como entr el extranjero hijo de diosa,


oculto en una nube,
en la ciudad del tirio guerrero y laborioso
y penetr en un bosque y llor frente a un templo
y enamor a una reina piadosa y desgraciada,
as ha entrado la noche, subrepticia y con niebla,
con el primer escalofro de otoo en el paisaje.

As ha entrado la noche, como un lento secreto,


la red de nervaduras de la noche,
ssmica y espantada, innumerable,
la dimensin sonora de las sombras,
la oscura voz de un infortunio
antiguo. La alta noche.

70
BVEDA EN BENAMAHOMA

Tiene el agua el sonido


germinal y violento de la vida
y la luz transparente que nace de la nieve
lleva el aliento verde que teir en otoo
la lejana del prado y har trepar la hiedra
por el tronco del lamo.

Tiene la lentitud serena de la sombra,


su podredumbre de hojas, el silencio del pjaro
o del tiempo que acecha como una bestia insomne.

Golpea contra la roca


el transcurso imparable de su espuma,
llega hasta las races antiguas del quejigo
y antes de ser un fruto venenoso en la tarde,
alimenta la hierba ballestera en la orilla.

Antes de ser inmvil


el agua putrefacta del pantano,
va en su cuenca de afluente
la bveda invertida de torviscos y luna,
un somero paisaje de nubes en transcurso
y en sus recodos negros el fro de la muerte.

71
EL DOLOR EN LOS MAPAS

Con lmparas de aceite sigilosas


en las que tiembla el mundo y flota la esperanza,
en la orilla de hierro y de penumbra
o en el umbral de nieve de una rosa de sombra,
interminablemente, suena oscura la sangre.

Y entre una orilla y otra


fluye lenta la luna y su ciego oleaje,
con indicios dudosos entre dos luces leves
del corazn oscuro que late en los relojes.

Con secuelas sin sangre sus mareas nocturnas


van al gris inseguro de la orilla de cieno,
al silencio borroso de los muertos.

Bajo el arco confuso y tenso de la noche


sus umbrales en sombra, las estatuas sin rostro
que miraron un da el mar desde una isla.

Vestigios indelebles deja el viento en la orilla


y una luz inconstante ciega los laberintos
y vadea los arroyos en tardes de tormenta.

Su mensaje es el mismo de la piedra y el pjaro,


del rbol sucesivo de los meses.
Hacia una luz ms alta y una luz ms profunda
crece verde hacia el mar el rbol de los sueos.

De aquellos das recuerdas el roce silencioso de las alas


en el fondo profundo de la noche,
en el arco secreto del tiempo y el olvido
donde tiene su campo abierto la tristeza.

De aquel tiempo retiene la memoria


slo pecios dispersos de barcas en la arena,
la suave insumisin del dolor en los mapas
que la historia ha borrado.

El resto es inventado o lo oculta el silencio.

72
LUNA Y CIENCIA NOCTURNA

(2010)

73
ABISMO DE LOS PJAROS
Los pjaros son lo contrario del tiempo.
Olivier Messiaen

No el ngel previsible de las revelaciones,


no aquel ngel terrible que Rilke escuch un da:
el que canta en el pjaro liturgias de cristal,
incomprensible y alto.

Su canto transparente se despea en la noche


y va desde el planeta lejano de los sueos
hasta el perfil oscuro del silencio.

No el ngel previsible,
no el arcngel numrico sobre su azul de cpulas:
el que aletea en el pjaro secreto del otero
y en el timbre dorado que oculta su plumaje.

Confusin de arco iris y despertar del vuelo


bajo las campanadas rosadas o violetas
de cada amanecer.

Fuera del tiempo ya, contra el azul del cielo,


los pjaros dorados.
Y en el asombro puro del acorde,
su msica distante,
la nota afirmativa con que arde su garganta.

Sobre la luz dorada, los pjaros azules.

Cae su canto en el da, arde en la luz ms alta


y se pierde en la tarde su vuelo hacia lo oscuro,
su deslumbrado vuelo de dios hacia el abismo,
hacia el limo y la piedra, donde los ros profundos
y la hmeda raz de la madera,
hacia el espacio ciego de la noche.

Sensibles al color que los sorprende,


sus sonidos lunares y su yambo distante
reflejan en el agua, imperativa o triste,
la estrofa repetida
y el conjuro incisivo de sus slabas breves.

Por las torres antiguas donde posa en secreto


su transparencia el pjaro
va la luz de su vuelo,
la intensa quemadura de su canto.

Cantan all los ngeles sus vocalizaciones:


flotan en el espacio y estn fuera del tiempo
y nosotros con ellos.

74
SELVA SOLA
El coro de querubines
tiembla tras cantar en las iglesias cerradas.
Anna Ajmtova

De qu oscura campana sumergida


surge el canto del ngel?
De qu siete trompetas que mezclan fuego y nieve
y agrietan las murallas por las que escapa el tiempo?

Como gotas de lluvia en el estanque en calma,


slo el mirto en el tiempo
y sobre el mirto el pjaro.

Como la noche al mar, llega octubre a los ros,


dora los miradores su luz apaciguada
en la hora del sosiego de los pjaros.

Por el hueco que deja su silencio


entra la noche lenta en el ojo espantado del caballo
con la caligrafa secreta de la estrella
y el vuelo solitario del ave extraviada.

Donde la luz reposa se ha despeado el pjaro,


la suave rapidez del pjaro del tiempo.
Signo y metal del lgamo
que inunda la materia hmeda de las sombras.

Selva sola, silencio con sombra de serpientes


en la sustancia sorda de la escama.

Donde respira el bosque


y los peces olvidan los huesos de la noche,
el viento ciego, el viento
y la ceniza muda.

75
EL CIELO SOBRE BERLN

Estar solos, indefensos.


Dejar que todo ocurra.
Peter Handke

No son legiones, vienen


de dos en dos al mundo sin alas de los hombres.

Vienen desde la estela,


desde sus claroscuros de hielo y de grisalla
para encender hogueras de silencio,
contra la lenta luz nevada del invierno.

Vienen para probar el sabor de la sangre


y el calor de la herida, para ver cicatrices
o los colores blancos del dolor en los pjaros.

Son la mano que escribe sobre el tiempo del sueo


las armonas secretas y azules de su canto
en las estatuas fras de las islas extraas.

No duermen, pero suean la cruz del sur con lluvia,


las escalas oscuras del ngel de las lgrimas.
Suean con una casa que flota sobre un lago,
el reflejo de un mundo debajo de otro mundo.

Tan lejos y tan cerca,


despliegan en el cielo las alas del deseo
y en el planeo violeta de la tarde,
en el umbral del tiempo,
se paran para or
las msicas esfricas de las constelaciones.

Coetneos de los pjaros, tienen la edad del vuelo,


son los que queman rboles, los que incendian la orilla
remota de los ros.
No traen otro mensaje que su misterio ardiente,
su nada desvalida
de hijos abandonados de los dioses.

En su tierra de nadie sus canciones sin letra


cantan desde el vaco de sus bocas cerradas
acordes inefables,
la mdula del miedo, los delfines del sueo.

76
ESTA FUENTE ES EL MUNDO

Oigo los pjaros afuera,


otros, no los de ayer que ya perdimos,
los nuevos silbos inocentes.
Eugenio Montejo

Esta fuente es el mundo


y en ella brilla el da con su fulgor de hielo
cuando amanece y vienen los que huyen de la noche
a conjurar con agua
la densa latitud de las tinieblas.

El mundo es esta fuente que se demora y calla.


Se hunde en ella la tarde sin peces del verano
y el que llena los cntaros con agua y mansedumbre
ha esperado sin prisa esta hora detenida
para poner en paz su corazn y el mundo.

Y es el mundo tambin esta fuente que mana


cuando viene de noche el animal secreto
a reflejar su hocico en el espejo turbio de sus aguas.

S. Esta fuente es el mundo


y en ella est el silencio y en ella est la ausencia,
esta ausencia de pjaros en la que flota el tiempo
sobre la luz mojada de los atardeceres.

77
PARA APAGAR LAS LMPARAS

de todo lo que pertenece al cuerpo, son las alas las que ms participan de lo divino
Platn

Son la infancia del mundo,


la claridad que gira
en la constancia circular del aire,
sobre un fondo de msicas moradas en la tarde.

Desconocen su sombra y en su cielo de huidas


son remotos y libres, son antorchas de fugas
que viajan por la noche inabarcable
del solsticio y las islas.

Sobre mares con luna y oleajes oscuros


son la altura que tiene la vigilia
negra de los insomnes.

En su noche encendida, en sus altas maanas,


la llama infinitiva en la que arde el presente.

Signos en movimiento, savia que habita el aire


entra el da en su canto para apagar las lmparas
con palabras que elevan la mirada hacia el lmite,
en la frontera fra de una luz destemplada.

Son la campana azul que suena transparente


en la secreta elipse del mundo en giro ciego.

Metfora de un tiempo en fuga sola,


del puro sucederse de los das
del pjaro lucfugo al alba de la alondra.

Donde flota la luz y borra los recuerdos


y disuelve el pasado sin memoria
en las horas ms quietas.

Alrededor el aire, slo el aire con pjaros.

78
FLAMENCOS EN LOS CAOS

Y marchan solemnes en lo irreal.


Rilke

Ajenos en su vuelo, altos, inaccesibles,


vienen de un equinoccio de sombra sin memoria,
de la desconocida latitud de los sueos
y arden en la frontera de la luz de levante
en esta orilla atlntica de salitre y marismas.

Absortos en su vivo reflejo rosa y verde,


no cantan, slo vuelan.
Viven en su silencio vertical y contemplan
las estrellas del agua, la luna llena, lo hondo.

Aprovechan las noches para ir de un continente


a otro, para perderse entre el aire y el agua.
Su mundo no es del reino de esta tierra.
Una insondable msica, instintiva y secreta,
llegada de otro mundo, gua su vuelo callado.

Ms lejanos que altos, vuelan indiferentes


en la noche calmada del planeta.
Vuelan en la armona de su silencio rojo,
flechas hacia un naufragio
contra el oscuro fondo de la noche.

Hasta que al fin un da, cansados, desdeosos,


se alejan de nosotros, se alejan de s mismos
y dejan su reflejo
en el recuerdo rojo de los lagos
o en la alta soledad del meteoro.

79
TEORA DEL HORIZONTE

(Patinir)
un azul, que repiten
los ecos de la umbra.

Rafael Alberti

Bveda azul, desvelo de cegueras,


mecnica insistente de ejes y rotaciones.

Hay una luz muy baja, un nadir de celajes


y hogueras en la orilla contra el azul del fondo.

Es la memoria que arde en luminarias,


la protesta amarilla en la noche del mundo.

Contra el plomo, en penumbra,


sus treguas vegetales, la resistencia frgil
del pjaro en el fro.

Un azul imposible, de sueo o de alquimista,


dibuja la frontera que separa
el mundo de los vivos del reino de los muertos.

Es el azul del fro, un azul que no pesa


y se aleja hacia el fondo difuso del vaco,
disuelto en horizonte y en agua de neblina.

Dnde dicta el remero su remota leccin


mineral de tinieblas,
de aceros en liturgia de minutos?

Dnde encontrar palabras que levanten


un muro contra el tiempo y sus inundaciones?

80
PLATA MUDA

(De Chirico)
Y habr estatuas de sal del otro lado?
Olga Orozco

Por las cpulas fras del desierto de un sueo,


donde posa la luna
su antigua soledad inhabitable en el reloj de un arco,
viene la plata helada.

Viene la plata sola por las olas que insisten


en socavar la arena
y en dispersar los pecios y enterrar las columnas
bajo las herraduras de un galope en la orilla.

Por la msica blanca que baja de las violas


hasta el ojo del hombre y el alfiler del grito
que sube al corazn desde la sangre,
por el mrmol en sombra que cae en los acueductos
viene la plata helada y sola de una rosa
sin sueo y sin memoria.

Hay mscaras sin nadie que vuelven con la noche


a posar su vaco en la arena desierta.

La ceguera de mrmol de la estatua.


Sobre las alamedas sus prpados de yeso
en las noches con luna.

Su plata sola y muda


se posa indiferente
sobre la incertidumbre del pintor o el poeta.

81
PJAROS
(Braque)

refractan los pjaros en las lunas


su pasin y su muerte.

Rafael Prez Estrada

De dos en dos los ngeles,


de par en par las alas
en las torres vacas
donde enciende el recuerdo su almenara, su sombra.

Con el farol del fro, con el brillo voltil


del fsforo en la luna
entra lenta la noche,
cereal y confusa sobre los descampados.

Slo suena el silencio.

Suena bajo el cristal y en la aguja de nieve,


en el filo que raja y deja aristas negras
de cuarzo en las heridas.

Plurales en las nubes, heridos en lo oscuro,


la esencia vertical de su canto encendido
es la luz de su vuelo, el ancla del silencio
azul de los que suean.

Es ngulo, volumen, negacin de lo plano,


quimera del insomne
o desvanecimiento del reino de la lluvia
que cae sobre los cuerpos.

Sobre los cuerpos caen, sin vuelo ni sonido,


de par en par y azules, los ptalos del sueo,
las alas verticales del ngel de la lluvia.

82
MONJE A LA ORILLA DEL MAR

(Caspar David Friedrich)

se tiene la impresin al contemplarlo de que le hubieran cortado a uno los prpados.


Heinrich von Kleist

Todo es frgil aqu, todo es niebla de asombro


bajo el silencio blanco de la nieve
o en el abismo azul de los acantilados.

Como un pjaro herido,


la lluvia se ha posado mansamente
en la orilla del mar.
Su msica de sombra silenciosa
desciende blanda y tibia
a la arena sin pjaros.

Desciende blanda y tibia


desde este cielo turbio al turbio mar sin peces
y all se desdibuja,
se disuelve en el agua
de otro mar ms profundo sin temblor ni oleaje.

En la precaria orilla, sobre una leve duna


soy un cuerpo en penumbra, una interrogativa
silueta que contempla el horizonte incierto,
perplejo frente al mar vaco de veleros.

Y pienso en el desorden nevado de la muerte.

83
ACORDE DE TRISTN
Hacia poniente
se dirigen las miradas.

Wagner. Tristn e Isolda

Inmvil, sin nosotros, sin norma ni agona,


desde fuera del tiempo slo nos mira el tiempo
con el ojo sin pausa de un galope de nieve
en la pura conciencia del transcurso.

Ya nada existe fuera de esta vigilia lenta,


de esta sombra tan blanca en la que languidece
con lenta disonancia
otra vez el acorde extrao del marino.

T esperas otro acorde que te llegue del mar,


de ese mar desolado donde no canta nadie.
Y no llega del mar la amarga meloda
en la voz del pastor, llega desde la sombra
de este tiempo que suena exacto y repentino
con su comps binario en el silencio blanco
igual que una fisura que agrieta el corazn.

No llega desde el mar, llega desde la herida


de un resplandor ms fro
que la escarcha profunda que quema estas palabras.

Pero el dolor no es esto. Es el vaco del mar


y el turbio acorde sordo de las olas.
Es la rosa en el viento, la rosa que persiste
despus de los naufragios y al volver de los sueos.

Su estatura obcecada va a un lento escalofro


y hay campanas que suenan
en la sonata blanca de la luna en el mar.

84
SATIE

lo persigue el misterio sonando todava


Jos Mara Jurado

Cuando atardece crezco, como crecen los rboles:


hacia abajo, hacia el hondo
silencio del paisaje.

Semejante a la lluvia
cae en la tarde la lenta percusin del piano
y el tiempo detenido va describiendo crculos.
Se posa en el minuto inaugural del mundo
y en el comps entero del acorde.

Semejante a la lluvia,
busca el lecho profundo de los ros y el recuerdo.
Baja hasta las races y su alimento turbio
de tierra y sombra verde.

Crezco hacia abajo y oigo,


desde el hondo silencio,
la monodia solemne,
la despojada nitidez del mundo;
desde la subterrnea desnudez del paisaje,
estambres o pistilos y crculos astrales,
la calma y los acechos
del sigilo morado con el que entra la noche.

85
ADAGIO AFIRMATIVO

(Con Schumann)
desde la ms profunda oscuridad emerge
Adelbert von Chamisso

Mira el silencio verde del otoo,


en el que cunde el musgo.
Oye este corazn que late incierto y lento
con la premonicin secreta de lo pstumo,
este animal equvoco que busca la salida,
minotauro encerrado en las islas del sueo.

Bajo este cielo largo, ni azul ni compasivo,


oye esta luz caediza de nieblas y naufragios:
es la sbita luz de los sobrevivientes.

Huele el viento que viene como de otro planeta,


de la raz del fro y de lo oscuro;
esta inminencia de alas que fecundan el aire,
transitivas, calladas como una cicatriz.

Y escucha en estas notas de cristal transparente


que un da dict un ngel
la sosegada lentitud del mundo,
el giro de los astros,
el consuelo de plata que vibra en los violines.

86
LA CANCIN DE LA NOCHE
(Mahler)

Me he alejado del mundo


Friedrich Rckert

De la infancia persisten, turbios y subterrneos,


los tonos funerales, los desfiles siniestros.
Las sombras del dolor las convoca el piano
con esta marcha fnebre
de clarines urgentes y pompas de nostalgia.

Pero irrumpe la vida en la tregua del pjaro,


en la flauta delgada del desvanecimiento.
En la lumbre coral de los metales
la luz va evaporando el humo de las sombras
y borra los sonidos oscuros de la angustia
con vrtigo incisivo, con viento y con sosiego.

Tormenta de abandono, mirada sin lamento,


qu no te pertenece,
tranquila en esta noche profunda de los montes
con el agua que fluye, ambigua y desgarrada?

87
LUNA Y CIENCIA NOCTURNA
Slo las alas huyen de la muerte.
Pablo Neruda

Por un presagio antrtico de penumbra y de hielo


los dones transparentes de los pjaros
laten en la garganta y arden en la memoria
secreta de los mapas, en hogueras de nieve
por cmaras oscuras y comarcas que incendia
su canto numeroso y su mirada.

Como briznas de hierba pegadas en la piel,


como oscuras heridas,
se instalan en las vrtebras, circulan por la sangre,
crecen con nuestras uas o esperan en la puerta.

Como los das amargos se quedan con nosotros


y a veces, lentamente, nos hablan al odo,
ms ac de los sueos, ms lejos que el dolor.

Un fulgor de metales tiembla entre las banderas


moradas de la tarde, reverbera en la llama
bajo la luz occipital del mundo en esa hora
y una orquesta de fiebre
se pierde en el abismo de la noche.

88
VIGILIA DE LA PIEDRA

Son los seres que fui los que me aguardan


Olga Orozco

Somos lo que hemos sido, somos forma de huidas,


hora verde y campanas que escucha la memoria,
seuelo de pavesas en lugares inciertos.

Semejante al invierno, una bruma de herrumbres,


hermana de lo opaco y del reflejo,
desordena el paisaje de la noche en los puertos
con las intermitencias confusas de los faros
o en la luz silenciosa de un jardn extranjero.

Sobre el vaco oscuro que en los acantilados


confunde con la lluvia el mar, la tierra, el cielo,
la noche innumerable del acecho.

Como los ros arrastran su imagen del transcurso,


su memoria del hielo o de las altas aguas despeadas,
traen los das sus preguntas
en los leves umbrales de la primera luz.

Como en los ros sucede


el recuerdo del trueno en la tarde sin nadie
o la orilla con pjaros, traen los das sus preguntas
que acabarn latiendo
en las cuencas vacas
con que mira la noche por los ojos de un puente
en la spera vigilia eterna de la piedra.

89
EN LA SOMBRA DEL SUEO
olvido, raz del alba
Mara Zambrano

En la sombra del sueo intuy lo invisible,


la pisada sin huella en un lugar de olvido;
un continente oscuro que emerge de la niebla,
de la extraa sintaxis confusa del recuerdo.

Entendi las arenas del desierto,


las incontables gotas que trae el amanecer
a las ramas desnudas del almendro.

Ardi en los arrabales donde nace la bruma


y en los ojos con lumbre de un mensajero alado
que viaj sobre el tiempo.

Descifr otros relmpagos y planetas en giro


en las ltimas curvas sin viento del paisaje,
donde la tarde agota sus colinas
y el fulgor de los mdanos
clausura en oleaje sus ltimos destellos.

Caminaba entre espejos


por el fondo del sueo sin aceras
de una ciudad confusa,
por el recinto ciego de una luz que diluye
en niebla sus fantasmas y busca sus confines
en los itinerarios secretos de los pjaros,
en la iconografa de plata sucia y peces
que tienen los crepsculos.

Al volver ya no supo dnde estaba la verja,


dnde la orilla, el mrmol o el jardn sin estrellas:
si detrs de la niebla
o en el fondo de un sueo que no pisaba nadie.

90
EL ROSTRO DE CARONTE

Mientras pasan las alas blancas del tiempo


Ezra Pound

Como los reyes locos que habitan las leyendas


y vagan por el pramo bajo una luna helada
y caen sobre la nieve,
hay palabras que caen como ceniza o copos
sobre siglos de noches.

Y no las iluminan los cantos de los pjaros,


las disuelve una bruma que viene de los astros
sobre las telaraas sutiles del recuerdo,
si rojo en los cristales se desmorona el da
en linajes de helechos que habitan en lo oscuro,
si regresan los pjaros a su mbito nocturno.

Y el prpado se mezcla confuso con la escama


en el cuchillo azul de los relmpagos,
las centellas desertan del mundo de los hombres.

Fulgor de luna o sombra que se anega en la ola


o conjura la noche tentacular del miedo.
Cliz de oscuridad, gtico gato.

Comparten el silencio
la garganta de arena y el presagio del hielo,
el agua venenosa que transpiran los muros
y el humo azul, el humo nevado del invierno.

91
LOS PJAROS DEL FRO
entornar la mirada
hasta ver lo impensable, es crear
Diego Jess Jimnez

Y ahora es la mansedumbre vegetal del otoo,


el silencio amarillo del pjaro en el bosque,
la honda razn del vuelo
y las hojas cadas desde una luz ms alta
a este suelo implacable
donde se posa el sueo mineral de la muerte.

Con su pual de hielo abre el viento las puertas,


perfora las ventanas, revienta las cornisas de las casas
y un cincel invisible incendia en flor el mrmol
sobre las plantas fras de los claustros en sombra.

Un pjaro en lo espeso de la floresta agreste


habitar el silencio opaco del olvido
con la oscura simiente mineral del invierno.

El fro como una llama azul que canta y quema,


como un pjaro negro en la nieve del tiempo.

Ahora es la mansedumbre del tiempo que declina


y la humedad callada que pudre las races
con la msica fra que late en la hojarasca
bajo los esqueletos de los rboles muertos.

Los pjaros del fro erosionan la noche


que rebaja a arenisca la mirada del ngel.

Una luz de sudario resbala por las grgolas del tiempo


y un caballo de sombra recorre las fronteras.

92
AOS LUZ
Quin sabe de nosotros? Ni rboles ni estrellas.

R. M. Rilke

Si alguna vez, ausente,


ves que pasa la sombra del pasado
sin lluvia ni coartadas en las que cobijarte.

Si vieras otra vez


dos lunas en un sueo de playas en agosto
y acequias en la siesta somera de los peces,
acurdate de m sin llanto y sin nostalgia.

Acurdate de m,
hija de la memoria y su oscuro sustrato.
Que busque tu mirada races y serpientes
o bvedas sin fondo,
auroras boreales o incendios subterrneos.

Acurdate de m por montaas con brezo


o arroyos espectrales.
De m por las regiones perplejas de los hielos
si detrs del asedio de los vientos constantes
o en las olas ms altas ves la luz de una isla
y en la espuma del mar la soledad del nufrago,
el mapa de la noche sin rboles ni estrellas.

T, diosa blanca. T, duea de las mareas


y el latido nocturno del crabo en el bosque.

Sobre el mar de la noche yo tambin oigo ahora


el canto numeroso de los astros.
Veo el imn de la luna, los puales del slice
detrs del aire azul de las galaxias.

Oigo el silencio blanco de estrellas sucesivas,


veo pozos de penumbra y charcos subterrneos
donde bate sus alas el pjaro del sueo.

Siento el vaco sideral del mundo,


el vrtigo del tiempo,
los aos luz, los aos de las sombras.

93
UNA CANCIN EXTRANJERA

un pjaro de plumas doradas


en la palmera canta, sin significado humano,
sin sentimiento humano, una cancin extranjera.
Wallace Stevens

Desde la latitud muda de la serpiente


al puro vuelo, al canto
central de llama o alas,
escribo a tientas: voy
como un pjaro en vuelo
que ignora los caminos de la tarde
y arde ciego en el aire, en crculos de sombra
antes de que la cera se funda en alta luz,
en memoria del fuego
y vuelvan a la tierra
las alas derretidas del poema.

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