Serie - ExperienciaTerritorio - Dimensiones de Análisis - DG - 2024
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Bibliografía de referencia 16
Una mirada hacia la institución educativa.
Algunas categorías para su análisis
Lo planteado por la autora nos remite a otra cuestión fundamental para pensar la
enseñanza y el aprendizaje hoy: los rasgos epocales. La desligadura y la fragilidad
relacional, la desafiliación, la fragmentariedad e incertidumbre, la inmediatez y el
cortoplacismo, la precarización identitaria, tienen múltiples efectos sobre el
aprendizaje de nuestros estudiantes.
Además, esos recorridos suelen estar vinculados con bajos logros de aprendizaje,
porque cuando las trayectorias escolares son discontinuas -como suelen ser algunas
las trayectorias no encauzadas- las posibilidades de sostener aprendizajes
significativos se ve seriamente afectada.
Esto nos remite al concepto de fracaso escolar y a considerar los distintos marcos
teóricos existentes para su interpretación. Cabe señalar que cada uno de ellos tiene
consecuencias diferentes para la enseñanza en cuanto a los modos de intervención,
de acompañamiento al aprendizaje y a la responsabilidad sobre el mismo.
Profundicemos entonces algunas ideas en torno a este tema.
Las dos concepciones mencionadas en primer término, asumen una perspectiva que
entiende al fracaso escolar como un problema externo a la escuela, sea porque
se sostienen argumentos centrados en lo patológico-individual, explicando el
fenómeno a partir de un conjunto de déficit, retardos madurativos y/o retrasos
intelectuales; o porque se enfatizan cuestiones ligadas a las condiciones de vida o
crianza de los estudiantes, o la constelación de problemas familiares y vinculares
que pueden estar incidiendo en su capacidad o en su disposición para el
aprendizaje. El supuesto en ambas concepciones, es que existe una homogeneidad
de rasgos que definen a los sujetos “normales” frente a los cuales los estudiantes
con dificultades constituyen una “anomalía” de diverso tipo.
En esta línea de análisis son muchas las investigaciones que han analizado que la
institución educativa puede marcar una diferencia sustantiva en la historia de los
aprendizajes. Los trabajos de Edmons, 1979; Purkey y Smith, 1983; Brookover,
1979; Sarason, 1982; Goodlad, 1986 representan los estudios pioneros que
permitieron revertir las conclusiones del histórico Informe Coleman (1966). Este
informe que influenció marcadamente sobre políticas y prácticas educativas,
afirmaba que la escuela incidía bastante poco en el rendimiento final del alumno, y
señalaba que lo que sí parecería marcar una diferencia sustancial era su origen
familiar, social o cultural más inmediato. Sobre estas ideas se constituyó un
paradigma que marcó un modo de hacer escuela y que aún hoy continúa vigente en
las representaciones de algunos docentes y otros actores sociales.
Hasta aquí hemos definido un conjunto de problemas teóricos que nos permiten
analizar a la institución educativa como el espacio en el cuál se despliegan las
trayectorias estudiantiles y hemos señalado que lo que allí sucede tiene efectos
importantes en dichas trayectorias.
Varios han sido los intentos por caracterizar la experiencia escolar de los
estudiantes. Entre los más reconocidos están los trabajos de Elsie Rockwell (1995)
quien señala al respecto, que el concepto más significativo para comprender este
fenómeno es el de “cotidianeidad” (Heller, 1977). En esta idea se integran un
conjunto de actividades que constituyen, desde cada sujeto en particular, procesos
significativos de reproducción social y de apropiación cultural. La vida cotidiana
abarca por lo tanto una diversidad de actividades mediante las cuales los
profesores, estudiantes y actores de la comunidad le dan existencia a las
instituciones dentro de las particularidades de cada contexto.
En cada institución se produce una definición ad hoc de lo que es “ser docente”.
Es decir, cada profesor aprende lo que en determinada situación se acostumbra
a realizar y se considera como válido. Esto se relaciona con el concepto de
socialización en el trabajo, proceso por el cual un docente incorpora los usos y
costumbres de su tarea en un contexto particular, en la propia acción, en la que
inciden sus pares y autoridades. En esta dimensión se incluyen todos los modos
de definir la tarea de los profesores: presentar planificaciones, construir
informes, participar en proyectos, realizar el seguimiento de los alumnos, hacer
tutorías, entre otras.
Cada institución define un modo de realizar las tareas, al tiempo que establece
prioridades y jerarquías explícitas e implícitas. Por ejemplo: en una institución
puede proclamarse la centralidad del trabajo pedagógico, sin embargo, de modo
permanente le exige al profesor la presentación formal de información
administrativa, de modo que en la práctica concreta, este docente deba dedicar
gran cantidad de tiempo del día a esta tarea en detrimento de otras vinculadas
con la enseñanza. En esta línea resulta importante indagar por ejemplo:
En esta dimensión de análisis se enfatiza la mirada sobre los procesos básicos que
se desarrollan en las aulas: enseñar y aprender. En este sentido, se busca analizar
la forma en que se produce la transmisión de conocimientos y los medios que se
emplean para promover trayectorias escolares significativas para los estudiantes.
Los estudiantes se observan y se miden unos a otros, sus juicios están influidos por
los del profesor, en función de los cuales captan e interiorizan ciertas normas. En
síntesis, esta metáfora de la “fabricación” del éxito y el fracaso escolar, a la que se
hizo referencia más arriba, pretende llamar la atención sobre el hecho de que las
organizaciones tienen el poder de construir una representación de la realidad e
imponerla a sus miembros y usuarios como definición legítima de la realidad.
Asimismo, sabemos que las expectativas que los profesores tienen respecto a sus
estudiantes inciden en el rendimiento efectivo de los mismos. Este proceso es
conocido como el efecto Pigmaleón (Rosenthal, Jacobson, 1980), también analizado
como “profecía autocumplida” y señala, tal como han demostrado muchas
investigaciones y estudios sobre el tema, que las expectativas que una persona
tiene sobre el comportamiento de otra puede, sin pretenderlo, convertirse en una
exacta predicción de lo que efectivamente ocurrirá. Estos aportes muestran,
además, que existe una cierta relación entre la pertenencia social de los alumnos y
las expectativas que se generan hacia ellos, de modo que las expectativas son
mayores y más positivas cuando se trabaja con estudiantes situados en escalones
más altos de la estructura social.
Tomar decisiones didácticas implica asumir criterios que justifiquen qué vale la
pena enseñar y cómo hacerlo. Para ello, todos los recursos simbólicos y materiales
de que se dispone deben ser empleados con fines educativos, enmarcados en un
proyecto pedagógico significativo.
Es preciso por lo tanto, generar en las aulas estrategias de trabajo que
apunten a recuperar trayectorias escolares diversas, “no encauzadas”,
reconociendo que no se trata de brindarles a todos los alumnos las mismas
experiencias de aprendizaje, sino de ofrecer propuestas heterogéneas que
permitan a todos obtener los mismos resultados. Entendemos que este
posicionamiento respeta efectivamente el derecho a la educación.
Las acciones que despliegan las escuelas abarcan varias dimensiones y muy
específicamente una: la comunitaria, a través de la participación, considerando que
ésta es una actividad de actores colectivos y no solamente individuales.
Emerge cada vez con mayor fuerza la necesidad de construir un nuevo tipo de
vínculo entre escuela y familia. Mucho se ha escrito sobre el tema, describiendo un
arco que va desde pensar a las familias como un cuerpo organizado con capacidad
para controlar y definir aspectos centrales de la vida escolar, hasta posiciones que
entienden a la educación como una actividad técnica altamente especializada que
está en manos de profesionales y ante la cual las familias no tienen nada que decir.
Asimismo, las investigaciones empíricas muestran que las escuelas con mejores
resultados suelen ser escuelas en las que existe un vínculo fuerte con las familias y
una percepción mutuamente positiva: las familias valoran a la escuela y ésta
percibe las potencialidades de las familias y establece canales de comunicación
adecuados.
Tal vez, la primera cuestión a revisar es de qué manera y para qué son convocadas
las familias a las escuelas. Muchas veces estas comunicaciones se limitan a actos
escolares, reuniones de cooperadora, “retos” vinculados al bajo rendimiento de sus
hijos o al mal comportamiento.
Creemos que es necesario que la escuela abra sus puertas para que los padres
"entren y vean" a través de clases abiertas, exposiciones o simplemente la
posibilidad de recorrer la escuela un día normal.
Bibliografía de referencia
Bidle B., Good T. Y Goodson I. (2000) La enseñanza y los profesores. Tomos I,
II y III. Barcelona. Paidós.
Gvritz, Silvina (Comp.) (2000). Textos para repensar el día a día escolar.
Buenos Aires. Santillana.
Maddoni, P (2014) El estigma del fracaso escolar. Buenos Aires. Paidós.