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El Profesor

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EL

PROFE

Abel Santos
El profe
Copyright © 2024 por Abel Santos
De ninguna manera es legal reproducir, duplicar o transmitir cualquier parte de este documento,
ya sea en medios electrónicos o en formato impreso. La grabación de esta publicación está
estrictamente prohibida y no se permite el almacenamiento de este documento a menos que se
cuente con el permiso por escrito del autor. Todos los derechos reservados. Este libro es un
trabajo de ficción. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, o hechos reales es
pura coincidencia. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e
incidentes son productos de la imaginación del autor o se utilizan de forma ficticia.
ÍNDICE

Prólogo
El resultado del examen
El comienzo del lío
Las cosas de Nacho
La casa de los abuelos
Lamentos por la derrota
Preludios de la quedada
La quedada
La comida y la sobremesa
Tarde de estudio
Fin de fiesta
La pillada
Asuntos de Daddy
Una charla entre amigos
Mensajes buenos … y malos
¿ Es mejor no saber?
Donde las dan las toman
La hora de las verdades
Epílogo
Nota final
Prólogo

La historia que voy a contaros tuvo lugar mientras trabajaba en un centro privado de Formación
Profesional. Fueron solo unos meses, pero la experiencia no podré olvidarla mientras viva.
Imposible es olvidar unos acontecimientos que hicieron tambalearse mi matrimonio, mi vida y
mi reputación.
Para quien le resulte desconocido el escenario, le diré que lo bueno de trabajar en un centro
de estudios de FP de grado superior es que las jovencitas ya tienen más de dieciocho años. De
hecho, bastantes de ellas cuentan los veinte o los sobrepasan.
Lo malo es que, si das clases como yo hacía en un centro privado dirigido por monjas, las
chicas aún visten uniforme colegial como si siguieran en la edad del pavo. Y, claro, trabajando
entre feromonas femeninas enfundadas en faldas tableadas —que enseñan más muslos de los que
tapan— y camisas blancas con corbata —a juego con las medias hasta la rodilla—, no podía
evitar mantenerme empalmado casi toda la jornada laboral.
Esto me permitía llegar a casa como un toro bravo. Paula, mi mujer, llevaba una temporada
que no se creía que saliéramos a polvo diario —por lo menos— y que a veces la empotrara en el
mismo recibidor de la casa, sin dejarla llegar al dormitorio.

Aunque un poco tarde, dejadme que me presente. Me llamo Carlos A., y no soy profesor,
maestro, ni nada que se le parezca. En realidad soy Ingeniero Industrial. Lo que pasa es que en
aquella época una fusión de empresas me había pillado descolocado y acabé en la calle con un
talón que, no por ser jugoso, era menos humillante. Después de dedicarle diez años a una
multinacional de campanillas, me encontraba en la cola del paro, como tantos otros de mis
compañeros.
Por cosas del Karma o por puro azar, resultó que poco después de mi despido me
reencontré con Nacho, uno de mis mejores amigos desde la tierna infancia y uno de los mayores
puteros que he conocido jamás.
Nacho trabajaba en un centro de estudios religioso como subdirector. De director, en
realidad, porque la monjita que presidía el consejo del colegio era un carcamal que solo ejercía
de figurante, mientras mi amigo soportaba el peso del día a día. Esto le permitía a Nacho llevar
un tren de vida que era de envidiar.
Al conocer mis problemas laborales, Nacho me ofreció un puesto como profesor sustituto.
En esas circunstancias, y aunque al principio me resistí, no pude por menos que aceptar la
propuesta de mi amigo.
La asignatura que me adjudicó Nacho fue la de matemáticas, y algunas horas sueltas en las
de física y dibujo. De esta manera, le ayudaba a ponerle un parche al agujero que le había
producido la jubilación anticipada del anterior profesor hasta que encontrara un recambio
definitivo.
—Será solo por seis meses, hasta que acabe el curso escolar, te lo prometo —me había
asegurado mi amigo—. Para esa fecha ya habré conseguido un nuevo profesor con mayor
vocación que la tuya.
—Seis meses y ni un día más —le había advertido yo.
—Por supuesto, Carlitos, no te preocupes. Tú de momento ponte a la faena y prepara a mis
chicas para que al menos aprueben, aunque sean con un cinco pelón, que las muy bobas solo
piensan en follar y el que paga el pato ante el ministerio por el bajo rendimiento somos el colegio
y yo mismo.
Cuando hablaba de «yo mismo», se refería al bonus que llevaba asociado el éxito o fracaso
escolar de sus alumnas —que doblaban en número a los alumnos masculinos—. Y cuando decía
que las muy bobas «solo pensaban en follar», me daba por preguntarme cómo sabría él en lo que
pensaban las chicas. Y prefería no ahondar en el tema, mejor no estar al tanto de a qué se
dedicaba el gran playboy entre tanta jovencita en su tiempo libre.
Total, que allí me hallaba yo aquella mañana de mayo, mientras las chicas —la gran
mayoría— y los chicos —apenas media docena— reflexionaban sesudamente sobre las
preguntas que les había puesto para el examen mensual.
Miraba a los examinados, sobre todo a las alumnas, desde mi mesa frente a la clase y de
vez en cuando me veía obligado a cambiar de postura para evitar que mi paquete se pasara de
llamativo. Pocas semanas atrás, mientras el frío apretaba, al menos los leotardos tapaban aquellos
muslos imberbes. Ahora que el calor comenzaba a aparecer, los leotardos se habían esfumado,
las faldas se habían ido acortando, y era imposible mirar hacia otro lado que no fuera la parte
inferior de las mesas donde los muslos asomaban en todas las posiciones imaginables, mostrando
bajo las faldas más braguitas de las que hubiera deseado.
Cuando ya pensé que me iba a ser imposible mantener la entereza, el timbre de fin de la
clase resonó martilleante, liberándome de la esclavitud de las visiones pecadoras. Un segundo
antes me había casi rendido y estaba dispuesto a correr hacia el baño a meneármela desesperado.
Por fortuna el timbre llegó antes.
La mayor culpable de mi desesperación había sido Sonia, una empollona delgaducha que
solía sentarse en la primera fila. La chica llevaba todo el examen cruzando y descruzando las
piernas y enseñándome lo que había al final de sus finos muslos: un tanga que no llegaba a cubrir
la piel y los rizos que se suponía que debería de tapar. Estaba seguro de la chica había sido
puesta allí por el resto de la clase para mantener mis ojos ocupados durante el examen y poder
copiar sin problemas.
El viejo truco de la película Instinto básico.
Y a fe que lo habían conseguido. No me había movido de mi asiento ni un solo segundo,
con tal de no perderme aquel libidinoso paisaje. Ese día Paula, mi mujer, iba a llevarse un polvo
de campeonato. Si no lo remediaba nadie, en el recibidor de nuestra casa iba a arder Troya.
El resultado del examen

Dos días después, tras entregar las notas del examen, se desencadenó la tragedia que habría de
hacerme bajar a los mismísimos infiernos.
La mayoría de la gente encaja bien los resultados. A todos nos ha pasado que nos cateen un
examen cuando estudiábamos, y lo hemos llevado como hemos podido. Son las reglas del juego
y nos ayuda a madurar. Pero aquella chica, Ari, no había dejado de lloriquear desde el momento
en que le había comunicado su nota.
Y, lo peor de todo, una vez se hubo vaciado la clase, última del día, Ari y su amiga Eva
seguían en la última fila, murmurando entre ellas y mirándome de reojo de cuando en cuando.
Eva había aprobado por los pelos, así que tampoco tenía mucho de qué presumir. Pero la
veía esforzarse en consolar a su amiga, sin por lo visto conseguirlo. Cuando dirigían sus miradas
hacia mí cuchicheando, yo me hacía el despistado y miraba hacia otro lado. Ari movía la cabeza
negando lo que fuera que Eva le decía y yo empezaba a impacientarme.
Sin saber cómo actuar, decidí disimular que leía un libro de texto a la espera de que ellas se
fueran primero. No quería dejarles solas por si el asunto que las mantenía allí fuera algo tan
grave que, como su profesor que era, no podía ignorar. Pero no parecía que ellas tuvieran
intención de marcharse, se diría que pensaran quedarse a dormir allí mismo.
Quince minutos después de finalizar la clase, observé movimiento entre las chicas. Eva se
levantaba de su pupitre y se dirigía directamente hacia mí.
Mi mesa se hallaba sobre una plataforma de unos diez centímetros. Por ello, al detenerse la
joven de pie frente a mí, parecía más baja de lo que en realidad era, alrededor del uno setenta.
Eva se situó en una posición erguida, las manos a la espalda, las piernas unidas y los pies
en «V». Una postura que se me antojó infantil. Un pequeño movimiento de cadera hacía volar
ligeramente su falda hacia uno y otro lado. Sus ojos burlones y su media sonrisa se habían
quedado fijos en mí. Se mantenía callada.
—¿Querías algo, Eva? —le dije tras un angustioso minuto de silencio. Ari nos miraba
desde su pupitre con ojos enrojecidos. Se había metido las manos unidas entre los muslos sobre
la falda y su imagen se asemejaba a la de un cervatillo asustado.
—Si, profesor…
Su voz era melosa y suave. Estaba claro que iba a pedirme algo.
—Ya os he dicho que podéis llamarme Carlos —repliqué amistoso—. No sois niñas de
primaria.
—Pues eso, Carlos —se corrigió—. Quiero hablarte de mi amiga Ari.
Se giró hacia ella y la chica del fondo no movió ni un músculo. Parecía haberse quedado
congelada.
—Quería hablarle de mi amiga Ari —repitió Eva—. Usted la ha suspendido y se encuentra
desolada.
—Vaya, ¿y no puede venir ella a hablar por sí misma? —repliqué, esta vez menos
amistoso—. Por cierto, Ari se ha llevado un cuatro y medio, pero tú has aprobado por los pelos.
Tu cinco coma uno no es para tirar cohetes.
—Sí, pero bueno, al menos yo he aprobado y mis padres no me castigarán, que no es su
caso… —carraspeó—. Pero lo que quiero decirle no es eso.
—Ah, ¿no? —me extrañé. No sabía por dónde iban los tiros, así que esperé a que terminara
su diatriba.
—No… —volvió a girarse hacia su amiga. Ari abrió mucho los ojos, adiviné que Eva
estaba a punto de soltar una bomba—. Lo que yo quiero es explicarle por qué Ari no ha podido
hacer un examen mejor.
Me costaba tragar saliva. Aquella escena la había visto yo en más de un video de Internet.
Y el final acababa con menos ropa que el que todos llevábamos en ese momento. Cambié de
posición para que mi paquete no se mostrara tan evidentemente crecido, aunque no estuve muy
seguro de haberlo conseguido.
—Tu… dirás… —fue lo único que conseguí articular.
La chica tomó aire y soltó el mensaje que llevaba preparado.
—Ari no ha podido estudiar más para el examen porque está enamorada de usted. Tanto le
ama que no le resulta posible concentrarse.
—¿¡Qué!? —El aire se solidificó a mi alrededor y se negó a entrar en mis pulmones por
unos segundos. El corazón se me saltó un latido. Aquella frase sonaba a excusa barata, pero era
imposible que no te calara muy adentro. Al menos muy adentro de la entrepierna.
—Pues eso, profe… perdón… Carlos… —insistió Eva—. Que Ari está por usted y no hay
manera de que se concentre. Por más que estudie, no consigue recordar lo que ha estudiado a la
hora del examen.
Estaba claro. Todas las señales iban dirigidas hacia el mismo punto. En cualquier momento
me iba a proponer alguna «guarrería» a cambio de las cinco décimas que le faltaban para el
aprobado raspón.
Apostaba lo que fuera sin miedo a perder.
Lo que no tenía muy claro era cual debía ser mi respuesta.

Me equivoqué de plano.
Eva siguió hablando, pero en ningún momento insinuó que le subiera la nota a su amiga a
cambio de algún «favor». Y yo me mosqueaba más a cada segundo que pasaba. «Carlitos —me
decía—, tienes que dejar de ver porno».
Tras un tenso nuevo minuto, Eva volvió a hablar.
—Ya, ya sé… —aflautaba la voz para parecer más joven, pero yo sabía que los veintidós
no los cumplía, mientras que Ari ya contaba con veinte—. Sé que usted está casado y que,
además, si se pasa con alguna alumna le pueden echar del colegio…
Tosí y no dije nada. Tenía la boca tan seca que no era capaz de hablar.
—…Pero si al menos le diera unos achuchones, pues a lo mejor a mi amiga se le pasaba…
—continuó Eva—. Ya sabe, alguna caricia, algún besito… Estas cosas nos han sucedido a todas,
y al final se nos pasa en cuanto afrontamos la realidad. Justo cuando comprendemos que no es
amor lo que sentimos, sino calentura. Así que he pensado que si usted la hiciera caso durante
unos minutos, seguro que se le pasaría la tontería. Y el próximo examen lo haría mejor sin la
presión del amor. Seguro que usted lo entiende, ¿a que sí?
Hice un esfuerzo supremo y conseguí decir mis primeras palabras en varios minutos.
—Mira, Eva, coge a Ari y salid las dos de clase. Te prometo que me olvidaré del tema y
nadie sabrá lo que ha ocurrido hoy aquí.
—¿Está seguro, prof… digo, Carlos? —la sonrisa lobuna de Eva expresaba que había visto
mi paquete y que el mensaje de mi entrepierna se contradecía con mis palabras—. Mire que se
trata de solo unos besitos… Nada especial…
—Ni hablar… Venga, llama a Ari y marchaos las dos.
Eva hizo una señal a su amiga, que se levantó, colocó los libros contra su pecho, y se
acercó hacia la mesa con la mirada baja.
Enseguida las dos jovencitas enfilaban el camino hacia la puerta. No habían llegado a ella,
cuando Eva se volvió y susurró una frase que se me clavó en el cerebro.
—Por si cambia de opinión, estaremos un rato en el baño de las chicas… A estas horas ya
no queda nadie y la señora de la limpieza no llega hasta las ocho.
Instintivamente miré el reloj. Eran las seis y media. Parecía que los tiempos habían sido
estudiados por Eva y su amiga. Aunque Ari no había soltado ni media palabra en todo el tiempo,
por lo que no podía estar seguro de si estaba en el ajo, o si se trataba de una broma inventada en
exclusiva por Eva.
El comienzo del lío

En cuanto me quedé a solas, comencé a pensar en las dos chicas. Ambas eran guapas, cada una a
su manera. Eva era morena y alta, de pechos generosos y piernas trigueñas y musculadas, como
de gimnasio. Era guapa y sus ojos oscuros eran una tentación, pero no llegaba a la belleza serena
de Ari.
Esta, rubita y de larga melena, era algo más baja que su amiga y tenía un aire infantil. Sus
ojos azul oscuro, casi añil, la piel clara y su expresión tímida la hacían deseable a rabiar por la
inocencia que desprendía. Sin contar con que sus muslos, más tiernos y blandos que los de Eva,
llamaban a ser el primero en acariciarlos, en besarlos, incluso en morderlos, tal era la
inexperiencia que emanaba de ellos. Aunque dudaba mucho de que fuera virgen, ni mucho
menos. Apostaba a que la más inocente de las chicas a las que daba clase se habría acostado con
tres o cuatro chicos, de ahí para arriba. Y no solo una vez con cada uno. Era lo normal en los
tiempos modernos y no tenía nada que objetar.
Estos pensamientos eran peligrosos y no me estaba dando cuenta. Porque me llevaban a
dejarme arrastrar por el torbellino de emociones iniciado por Eva. Lo que vulgarmente se llama
pillarse un calentón. Poco a poco yo solito me iba hundiendo en el fango, con mis testículos
hinchándose sin prisa, pero sin pausa.
Y, como era de esperar, tras darle más de mil vueltas a la propuesta de Eva en el tiempo
record de cinco minutos, sucumbí a la tentación.
Me puse en pie decidido a darme una vuelta por los lavabos. En principio no sería raro ir
por allí. Todo el mundo tiene necesidad de pasarse por los baños de vez en cuando. Bastaría con
entrar en los de los chicos y echar una relajante meada, cosa normal tras más de una hora sin
moverme de la clase. Después, si las cosas no estaban claras, saldría por la puerta y me iría a
casa para descargar la próstata entre las piernas de mi querida Paula.
Ella lo agradecería, como siempre, y hasta era posible que abriéramos una botella de vino
para celebrar el polvazo que pensaba echarle por culpa de aquellas dos chicas de la FP.

*
Llegué a los baños a paso lento y tratando de no hacer ruido. El lugar me era familiar, habida
cuenta de que siempre he sido de muelle flojo. La puerta de entrada daba paso a un pequeño hall
donde, a la izquierda, se encontraba el aseo de los chicos y, a la derecha, el de las chicas. La
puerta de los baños masculinos se hallaba abierta completamente, cosa habitual, mientras que la
del femenino se hallaba entornada.
Asomé la cabeza en el baño de los chicos y agucé el oído. Como esperaba, la soledad y el
silencio era la tónica reinante en el lugar. La luz diurna de la calle entraba por los ventanales del
fondo.
En el baño de las chicas, al menos desde el exterior, tampoco se intuía presencia alguna.
Comencé a sospechar que había sido engañado por Eva y que allí no encontraría a la parejita.
Aunque, mientras no entrara al interior, no podría estar seguro.
Abrí la puerta y asomé la cabeza, como había hecho unos segundos antes en el baño de los
chicos. Soledad y silencio, igualmente. Estaba claro, me habían dado gato por liebre. Era hora de
irse a casa.
Me giraba para abandonar el lugar cuando oí los susurros.
—Chhhsss… profesor… —Adiviné que era Eva la que hablaba en susurros—. Estamos
aquí…
Me di la vuelta y observé la puerta del cubículo de discapacitados que se hallaba
entornada, a falta de una raya de dos centímetros por la que asomaba un ojo y una nariz.
También adiviné, más que vi, el cabello oscuro de Eva.
Salí un segundo al pasillo exterior para detectar cualquier presencia. Al ver que no había
moros en la costa, entré como una flecha y me colé en el cubículo.

De repente me encontré en medio de una escena que había visto en vídeos para adultos. Yo en
mitad del reservado; Eva a mi espalda, afanada en atrancar la puerta con el seguro interior que
parecía resistirse; y Ari en un lateral mirándome pudorosa.
La rubita se apoyaba en el lavabo y mantenía los brazos cruzados. Se había anudado la
chaqueta de punto en la cadera y parecía una quinceañera con su aspecto juvenil. La mirada ya
no era tan baja como antes, pero la timidez de sus ojos seguía siendo notable.
Por fin, Eva terminó de cerrar la puerta y se dirigió hacia Ari, tomándola de los dos brazos
desde su espalda.
—Bueno, pues vosotras diréis… —hablé más por no estar callado que por otra cosa.
Por supuesto, fue Eva la que respondió.
—Pues eso, profesor, como le he dicho antes Ari está deseando que usted le preste
atención y que le dé mimos, ¿verdad Ari?
La rubita hizo un ligero gesto afirmativo y volvió la cabeza para evitar mis ojos.
—Pero siéntese, profesor —prosiguió la morena olvidando mi petición de que me llamara
por mi nombre—. Baje la tapa del váter y póngase cómodo sobre ella.
Así lo hice y me senté frente a las chicas. Eva empujó a su amiga hacia mí, quien hizo
gesto de leve resistencia, hasta que la situó a la distancia suficiente para que pudiera tocarla si
extendía el brazo.
—Como le decía hace un rato… —volvió a hablar la morena—, Ari le ha cogido mucho
cariño y necesita saber que usted la aprecia… al menos un poquito. Mire, mire, yo le enseño lo
bonita que es mi amiga para que usted se decida.
»Vea este pelo, suave y sedoso —Eva acariciaba la melena de Ari y extendía algún
mechón con el supuesto objeto de que yo apreciara su belleza—. Y mire sus ojos… Ufff… y qué
labios… ¿Se ha fijado en sus labios, profesor? ¿No se da cuenta cómo le piden a gritos que los
bese?
Ari se veía intimidada, pero no osaba interrumpir el discurso de su amiga.
—Mi amiga le desea tanto a usted, que es incapaz de estudiar. Pero si usted la mima un
ratito, esté seguro que el próximo examen sacará notable. ¿Verdad Ari? Anda, acaricia la cara al
profesor, que se dé cuenta de cuanto lo amas.
Notaba cierta guasa, tanto en el rostro como en las palabras de Eva, pero opté por callar.
Con ayuda de la morena, Ari recorrió mi rostro con una de sus manos. Cuando lo hubo
hecho, Eva detuvo la palma de la mano de su amiga sobre mis labios para que la besara, cosa que
hice levemente mientras observaba el siguiente movimiento de la chica.
Esta, siempre a la espalda de Ari, le desanudó las mangas del jersey y lo dejó sobre el
lavabo. Luego le desabrochó los botones de la blusa uno a uno hasta dejarla abierta por
completo, y tiró de ella para sacarla de debajo de la cintura de la falda. El sujetador de la chica
cubría unos pechos pequeños, pero firmes, que parecían temblar con cada respiración.
Eva no necesitó quitárselo, bastó un suave tirón para alzarle las copas y los pechos
quedaron al aire. Una punzada de deseo me recorrió la espina dorsal. Mi entrepierna palpitaba
enloquecida. Las tetas de Ari mostraban unas areolas pequeñas y rosadas, con dos botones
centrales hinchados como canicas. Aquello demostraba que Ari, a pesar de su pasividad, se
estaba calentando, y este detalle me tranquilizó. Saber que Eva no la estaba forzando a hacer
aquello contra su voluntad me reconfortaba.
Tras unos segundos sin que yo hiciera otra cosa que mirar aquellos pequeños pechos, Eva
me azuzó.
—Puede tocar si quiere… —me dijo, y luego se dirigió a Ari—. Díselo tú, Arita, que el
profesor parece tímido.
La rubia tragó saliva y se atrevió a hablar por primera vez.
—¿No quiere tocarme… profesor?
Eva no desaprovechó la ocasión para quedar por encima.
—No le llames, profesor, llámale Carlos, que si no se enfada… Anda, pídeselo otra vez, a
ver si se anima…
Pero Ari no repitió la frase. No hizo falta porque en ese momento me desperté de mi
letargo. De alguna manera, me decía, al final sí se estaba produciendo la escenita típica de las
películas subidas de tono. Y aunque una voz interior me decía que aquello estaba mal, me fue
imposible resistirme a actuar como protagonista masculino.
Levanté las dos manos y comencé a sobarle las tetas a la jovencita. Se las amasé unos
segundos antes de pellizcarle los pezones.
—Ayyyy… —se quejó Ari levemente.
—Uy, perdona, cielo, ha sido sin querer… —me disculpé.
—Venga, Carlos… —respingó Eva—. Déjese de historias… Apriete bien y chupe esos
pezones, que lo está deseando. Y Ari se muere por que se los muerda. ¿Verdad, Ari?

Aquello fue como un disparo de salida. Aunque me hallaba sentado, mi metro ochenta me
ayudaba a alcanzar aquellas tetas con la boca para lamerlas a placer. Unas tetitas suaves como
solo la piel de una veinteañera puede serlo. Perdido el pudor, le chupé, lamí, mordí y salivé
aquellos pechos impúberes hasta sentirme ahíto. Ari suspiraba con cortos gemidos y Eva, por
detrás, la sujetaba para que no retrocediera ni se dejara caer sobre mí por el temblor de las
rodillas que hacía que se le doblaran las piernas de tanto en tanto.
Tras unos minutos que se me antojaron excesivamente cortos, Eva volvió a la carga. Me
empujó suavemente para que me echara hacia atrás y entonces levantó la falda de Ari para
mostrarme su interior.
—Mire, profe, mire que muslos…
Yo babeaba mirando las piernas suaves de Ari, pero mucho más imaginando lo que habría
tras aquellas braguitas de algodón blanco. Eva pareció leerme la mente.
—Anda, Ari, bájate las bragas para que el profesor te vea el coñito. Ya verá, profesor, no
ha visto una rajita más bonita en toda su vida.
Ari giró la cabeza y miró a su amiga con poco convencimiento, pero esta le hizo un gesto y
se mordió el labio antes de aceptar la orden. A continuación, se bajó las bragas hasta la mitad de
los muslos, dejando su vulva a la vista.
Os puedo jurar que aquel coñito es el más hermoso que he visto en mi vida. Cerrado como
se hallaba, semejaba una pequeña hendidura en el centro de un melocotón. El vello, ralo y tan
rubio que parecía blanco, daba la impresión de no existir, dando al chochito la apariencia de un
conejito de muñeca.
—Ábrete la rajita, nena… —ordenó más que sugirió Eva a su amiga—, que el profe vea tu
agujerito.
Ari pareció sopesarlo unos segundos y después obedeció de nuevo. Con los dedos de
ambas manos, se abrió los labios del chochito y me mostró una piel rosada que reclamaba ser
acariciada a gritos.
De nuevo Eva se adelantó a mis pensamientos.
—Ande, profesor, toque, no sea tímido. Acaricie a mi amiga el conejito para que se sienta
feliz. Lo está deseando la muy putilla.
Me asombré por este apelativo, pero al no notar cambio alguno en la expresión de Ari, lo
dejé pasar.
Acerqué mis manos y, separando los labios, acaricié la piel más hermosa del universo: la
piel del coño de una veinteañera. Subí los dedos por la hendidura repetidamente y acariciaba el
clítoris con movimientos circulares cada vez que llegaba hasta él. Los suspiros de Ari iban en
aumento.
—Vamos, profe, no se corte… ese agujerito está pidiendo un dedo… Mire, mire como se
va humedeciendo.
Hice caso del consejo de la morena y acerqué uno de mis dedos hacia la entrada del coño
de Ari. Antes de hundirlo en su interior, lo lleve a la boca y lo salivé, Luego se lo introduje
despacio, con mimo, mientras la rubia abría las piernas para dejarme ángulo.
Estuve saliendo y entrando de ella durante unos segundos. Cuando noté que la humedad
era suficiente, acerqué un segundo dedo e intenté meterlo acompañando al primero.
Ari se echó hacia atrás impidiendo la maniobra y la miré extrañado.
—No, profesor, no me meta los dos que me hace daño —dijo y me detuve.
Eva, ante la interrupción de la escena, volvió a tomar el mando.
—Vamos, nena, siéntate sobre el profesor. Deja que te dé unos besitos.
La rubia se subió las bragas y, sin mayor preámbulo, se sentó a horcajadas sobre mis
piernas y me arrimó la boca. Lo primero que hice al notar sus labios frente a los míos fue
lamerlos con suavidad. Luego intenté abrírselos para introducirle la lengua en aquella boca que
notaba que ardía incluso por fuera.
Pero de nuevo Ari se negó. Por más que forzaba la situación para que abriera la boca, ella
se empeñaba en no hacerlo, dejándose besar pero con los labios apretados. Pensé que quizá
tuviera mal aliento, aunque no era normal en mí, pero no me dio tiempo a darle muchas vueltas.
Por el rabillo del ojo, observé como Eva agarraba por el pelo a Ari y tiraba de él. Con un
pequeño quejido, la rubia abrió la boca y aproveché para colarme dentro y saborear el aliento que
brotaba de ella.
Durante los siguientes minutos le comí la boca a Ari con todas las ansias del mundo. La
babeaba sin pudor y con la lengua le recorría su interior con lujuria. La sujetaba del cuello
mientras lo hacía y le acariciaba el pelo con la mano libre. A veces la chica intentaba
escabullirse, pero entonces Eva la sujetaba firmemente por la cabeza y no se lo permitía.
Comencé a sospechar que entre aquellas chicas había un juego secreto. Pero mi excitación
y el calor que emanaba de la boca de aquella chavala me impedían pensar.
Y seguí a lo mío.
Mientras le babeaba la boca, mis manos abandonaron su cuello y se perdieron por debajo
de la falda. Las introduje dentro de las bragas y le amasé el culo con avaricia; un culo pequeño
pero apretado como una pelota de goma maciza. Ari se quejaba con pequeños suspiros dentro de
mi boca, pero yo hacía oídos sordos y volvía a apretarle con tal de oír sus gemidos.

Me dolía la boca de comerle la suya a Ari, cuando Eva dio un giro de tuerca a la situación. Tomó
a la rubia de debajo de los brazos y la alejó de mi unos centímetros.
—Venga… —le dijo a Ari—. Ahora es el momento de… lo otro… Ponte de rodillas.
No tenía ni idea de lo que podía ser «lo otro», pero por la cara que puso Ari no debía de ser
nada agradable. Al menos para ella. La rubia negó brevemente a Eva con la cabeza, pero esta
insistió.
—Vamos, cariño, no te hagas la remolona… —le dijo—. Si lo estás deseando…
Como Ari no hiciera nada, Eva la empujó a mis pies, antes de agarrarla de las manos y
llevarlas a mi cintura.
—Venga, nena, empieza… que no tenemos toda la tarde…
Con expresión de angustia, Ari estiró ambas manos y comenzó a soltar mi cinturón. Tragué
saliva dos veces. Por la cabeza se me pasó la fugaz idea de que debía escapar de allí. Una cosa
era magrear a la jovencita y otra era permitir que me la chupara. ¿Qué vendría después? ¿Iba Eva
a obligar a su amiga a dejarse follar?
Mientras pensaba en esto, Ari ya me había desabrochado el cinturón y bajaba la cremallera
de mi bragueta.
—Ahora viene lo mejor, profesor… —susurró Eva con sonrisa perversa—. Ari está como
loca por besarle el soldadito. Pero levante el culete, don Carlos, deje que Ari tire del pantalón y
los bóxer.
En efecto, Ari ya tiraba de ambas prendas, aunque con una cara de pavor indisimulable. Y
ya no tuve la menor sospecha: Ari no estaba haciendo aquello por motu proprio, sino obligada
por su amiga.
El móvil que vislumbré en las manos de Eva parecía confirmarlo: La morena nos estaba
grabando.
No obstante, antes de que pudiera reaccionar, Ari ya había extraído mi polla del interior de
la ropa y la sujetaba con la mano derecha mirándola despavorida. Y yo era incapaz de exigirle a
Eva que apagara el teléfono.
—Vamos, querida —le animó Eva—. Mueve ese soldadito arriba y abajo para que se
ponga firme…
Y soltó una risotada que resonó en las paredes de los baños.
Ari me pajeó sin ganas durante un par de minutos, tiempo más que suficiente para que mi
polla se pusiera a punto de reventar. Creo poder afirmar que nunca la he tenido tan dura en toda
mi vida. Yo la miraba sin pestañear, casi más asustado que ella.
—Hale, guapa… —volvió a ordenar Eva—. Deja de mirarla y toda para adentro…
Y Ari, sumisa, sacó la lengua y recorrió con suavidad el círculo de mi glande, provocando
un calambrazo en mis testículos que me puso la carne de gallina. Antes de introducírsela en la
boca, sin embargo, escupió sobre ella varias veces. La ensalivó cuanto pudo, extendiendo la
saliva por todo el tronco con los dedos y se acercó con la boca abierta dispuesta a tragársela hasta
la campanilla.
Y en ese momento se encendieron las luces.

—¿¡Quién anda por aquí a estas horas!?


La tarde había ido cayendo y la penumbra reinaba en los lavabos antes de que la voz de la
monja resonara en las paredes del lugar y los fluorescentes se encendieran todos a la vez.
Ari dio un respingo y se echó hacia atrás, cayendo de culo sobre el suelo.
—¡Es sor Inés…! —susurró con expresión de pavor girando la cabeza hacia la puerta.
—¡Hostia, claro que es ella, la muy cabrona…! —replicó Eva acongojada.
Me puse en pie de un salto y me arreglé la ropa a toda velocidad. En efecto, yo también
había reconocido la voz de sor Inés, la vieja bruja y directora del colegio. Aquella zorra no había
estado muy de acuerdo con mi fichaje por parte de Nacho. Si me pillaba encerrado con aquellas
chicas, no solo iba a despedirme, sino que me perseguiría por toda la ciudad para hundir mi
reputación y que nadie me volviera a dar un trabajo.
Miré a Eva con la histeria pintada en los ojos. No me lo podía creer, pero le estaba
pidiendo que me ayudara a buscar una salida. Solo podía confiar en sus artes como alumna
perversa para escapar de aquel atolladero.
—Joder, ¿qué hago…? —le susurré cogiéndola por los dos brazos.
Eva puso un dedo en sus labios y luego acercó la boca a mi oído.
—Intente escalar por la pared y pásese al cubículo de al lado —susurró—. Pero tenga
cuidado de que no esté abierta la puerta, si no la habremos cagado… Yo mientras intento
entretenerla.
Ari seguía sentada en el suelo, los ojos enrojecidos por el susto, y no pude por menos que
sentir pena por ella. La jovencita —a pesar de sus veinte primaveras— se había metido en aquel
fregado sin comerlo ni beberlo. A saber que juego se traía su amiga Eva para obligarla a
mamársela al profesor de Mates. No tenía ni idea de lo que había originado aquel embrollo, pero
estaba dispuesto a aclararlo. Aunque el asunto debía esperar, lo primero era salir vivo de allí.
Mientras las chicas se apretujaban detrás de la puerta del cubículo, yo escalaba la pared de
madera subiéndome al inodoro y trepando tan ligero como no había sido capaz de hacerlo en mi
vida.
—¿Es que no me oís? —escuchaba a la directora de fondo mientras rezaba por lo bajo y
me descolgaba hacia el otro lado de la pared—. ¿Quiénes estáis ahí dentro? Ya no son horas de
andar por aquí. ¿No estaréis fumando? Sabéis que está totalmente prohibido en todo el recinto
del colegio. Como no tengáis una buena excusa os la vais a cargar. ¡Estoy dispuesta a
expulsaros!
Me asomé al cubículo contiguo y vi que la puerta no estaba cerrada, sino tan solo
entornada. Desde su posición la bruja podría verme, así que necesitaba una buena actuación por
parte de Eva para centrar en ella su atención, si no quería acabar de patitas en la calle y con mi
esposa pidiéndome el divorcio por putero. Yo, que en mi vida había osado ni por un segundo
ponerle los cuernos a Paula, me había dejado llevar al huerto por dos putillas que a saber lo que
buscaban de mí.
—Somos Ari y yo, Eva… señora directora —oí hablar a la morena mientras me dejaba
caer con un pie sobre la cisterna del váter y cerraba la puerta con el otro lo más despacio que
podía—. Es que Ari se ha puesto mala y la estaba ayudando a vomitar.
—¿¡Y por qué no abrís la puerta!? —vociferaba la vieja, ahora dando golpes con la mano
abierta.
—Es que… se ha atascado —dijo Eva y supe que en eso no mentía. El ruido del cerrojo
atestiguaba que, aunque pretendía abrirlo, no lo conseguía. Le estaba dando los mismos
problemas que había tenido para cerrarlo.
—A ver, yo te ayudo —dijo la bruja mientras yo ya cerraba la puerta del todo y me sentaba
en el inodoro a la espera de acontecimientos—. Empujo la puerta hacia ti, a ver si se abre…
—Vale, ahora pruebo…
Al sentirme casi a salvo, respiré aliviado. De buena me estaba librando. Pocos minutos
después, las tres mujeres abandonaban los baños entre las explicaciones de Eva, que eran
imposibles de tragar, y las amenazas de sor Inés. Ari seguía sin abrir la boca, quizá haciéndose la
enferma.

Esperé otros diez minutos, acojonado porque la bruja pudiera volver y, cuando di por concluido
el peligro, escapé de los baños con todo el sigilo del mundo.
Después, a la carrera, recogí mis bártulos de la clase y me dirigí hacia la salida del colegio.
Saludé a sor Juanita, la única que se encontraba en la portería a aquella hora, y me apresuré hacia
el parking.
Según me acercaba a mi coche, descubrí de repente a una Eva relajada y sonriente. Fumaba
tranquila sentada en un banco y parecía estar esperándome.
—Hola, profesor, ¿todo bien? —me soltó con sorna.
—Casi todo … —dije serio—. Pero esto que me habéis hecho es una canallada y no puede
volver a repetirse.
—Ah, ¿sí? —dijo sin abandonar la ironía—. ¿Alguien le ha puesto una pistola en la
cabeza, don Carlos?
Me estaba mirando el paquete al decir esto y me ruboricé. Quizá la historia se había
terminado, pero era evidente que mi calentón se mantenía, y mi entrepierna era incapaz de
mentir. Mi querida Paula no sabía lo bien que le iba a sentar aquella calentura cuando la pillara
minutos más tarde.
—No sé qué juego os traéis, pero que sepas que no me vais a volver a engatusar.
Eva le dio una profunda calada al cigarro y formó unos aros con el humo antes de
responder.
—Pues no estoy yo tan segura… —replicó sonriente—. Porque a Ari le queda mucho amor
que darle…
Y lanzó una carcajada.
No entendía las bromas de Eva, pero sí veía claro que se estaba cachondeando de mí… Y
tal vez también de Ari. Era mejor plegar velas y salir de allí cuanto antes. Al día siguiente lo
vería todo más claro y sabría cómo afrontar la situación.
Guardé silencio ante su comentario y eché a andar hacia mi coche. Apenas había dado tres
pasos, cuando divisé a Ari con un chico de su edad. El muchacho estaba sentado en el capó de un
coche y la joven, metida entre sus piernas, le comía la boca como si quisiera tragársela mientras
él le sobaba el culo por debajo de la falda, justo lo que yo había hecho unos minutos antes.
Me volví hacia Eva con expresión alucinada.
—¿Quién es ese?
—¿Quién, ese…? —repuso volviendo a expulsar una bocanada de humo—. Pues es un tal
Chovi, el novio de Ari. ¿Por qué?
Intenté reprimir mi estupor, aunque probablemente no lo conseguí.
—Ah, ¿pero Ari tiene novio?
—Bueno, novio, novio… —respondió la morena—. En realidad es el tercer chico de este
mes, tampoco es que se vaya a casar con él…
Tragué saliva, sin saber qué responder.
—Pero tranquilo, don Carlos… —soltó otra de sus risitas—. Que a quien Ari ama de
verdad es a usted. Ya lo verá…
Y, sin decir nada más, se levantó y salió a buen paso en dirección contraria a donde la
parejita se relamían los labios y resegaban sus entrepiernas con tanta ansia que estaba seguro de
que no andaban muy lejos de correrse a dúo.
Las cosas de Nacho

Dos días después, a la hora del recreo, me encontraba desayunando con Nacho en la cafetería
frente al centro de estudios. Mi amigo se mantenía en plena forma, duro de gimnasio, y se
permitía unos desayunos pantagruélicos, mientras yo apenas me tomaba un café con sacarina y
leche desnatada.
Aquella mañana repasábamos las semanas que llevaba en el colegio. Él me preguntaba si
me sentía a gusto, tras mis primeros momentos de dudas. Yo le sonreía y le confirmaba que así
era, cosa en la que no mentía. Los comienzos habían sido un tanto titubeantes, pero a medida que
pasaban los días me iba sintiendo más seguro como profesor y hasta empezaba a cogerle gusto.
Cuando casi acabábamos con los restos del café, una jovencita se plantó en la puerta de la
cafetería y, tras echar un vistazo a todos lados, fijó la mirada en nuestra mesa.
Se trataba de Ari, que se había quedado parada tras entrar en el bar y al localizarme me
miraba con sonrisa pícara. Tuve que reconocer que estaba incluso más bella que dos días atrás,
durante nuestra aventura en los baños. La acompañaba una de sus amigas a la que no reconocí,
pero esta se despidió de ella y se fue hacia uno de los extremos de la barra.
No había visto a Ari desde la tarde fatídica, y la observaba tan embobado que no pude
evitar que nuestras miradas se encontraran. Tragué saliva y traté de disimular. Por el rabillo del
ojo la seguía observando, sin embargo. Ella no retiraba su mirada. Muy al contrario, la mantenía
fijamente en mí. Nacho estaba justo a mi derecha y no se había percatado del duelo visual.
Esperaba que la chica no hiciera ninguna locura. Un numerito de colegiala encaprichada sería mi
ruina.
¡Joder, aunque fuera mayor de edad, Ari era casi una niña! ¡Y yo estaba casado y le
doblaba los años! Podía perder muchas cosas a la vez: el trabajo, la amistad de Nacho y mi
matrimonio. Sin contar con mi reputación.
«Ostras, Ari —le decía con los ojos, al borde del infarto—, vete con tus amigas y deja de
jugar.»
Giré la cabeza hacia Nacho, que había alzado los ojos y parecía haber detectado a la joven.
Tardé solo un segundo en volver la vista, pero al mirar de nuevo hacia la puerta Ari ya no estaba
allí. La busqué por el local angustiado, hasta que la descubrí a unos cinco metros de nuestra
posición. Había sorteado algunas mesas y venía directamente hacia mí. Sonreía con sus pícaros
ojos y parecía tener prisa por llegar.
Deseé que la tierra me tragara. Miré hacia todos lados, pero no vi una vía de escape. Haría
más ruido si intentaba huir que si me arrugaba y capeaba el temporal con alguna excusa en el
caso de que Ari hiciera alguna locura. La chica ya estaba a menos de tres metros… menos de
dos… a solo un metro…
Cerré los ojos, la tensión era insoportable.
Cuando imaginaba que me diría algo, Ari me bordeó y, lanzándose hacia Nacho, comenzó
a abrazarle y a besuquearle como si entre ellos existiera una gran confianza.
«¡No me jodas! —pensé indignado—. ¡No me fastidies que el cabrón de Nacho se ha
tirado a la chiquilla!»
—¡Papá! Qué alegría verte… —dijo Ari tras soltar su abrazo, sentándose en las rodillas de
mi amigo.
Mis ojos no hubieran podido abrirse más. ¿Había dicho «papá»?
—Uy, Ari, qué miedo me das… —repuso Nacho con sonrisa de pillo—. A ver qué me
quieres sacar ahora…
—¿Quién, yo…? —dijo la chica fingiendo enojo—. Con lo que yo te quiero y lo mal que
me lo pagas…
—Jajaja… —reía Nacho, orgulloso, mientras la chica le besaba en la cara con aquellos
labios que había saboreado yo en los lavabos pocos días antes y la lengua que me había recorrido
el capullo para ensalivarlo.
Joder, me dije, pues era verdad, ¡Nacho era el padre de Ari! ¿Cómo no la había
reconocido? Si en realidad conocía a aquella nena desde que no levantaba un palmo del suelo.
—Espera, deja de besuquearme… que te presento a mi amigo Carlos… —dijo Nacho.
—Bah, papá… pero qué me vas a presentar… —replicó ella—, si es mi profe de mates, el
que no me quiere subir medio punto la nota… Yo que tú le hacía pagar el desayuno.
—Ah, ¿sí? —me miró mi amigo con asombro—. ¿Pero también das clase a los mayores?
—Por dios, Nacho, no me escuchas… —le amonesté—. Te dije que sor Inés me había
encasquetado unas suplencias con los mayores por la baja de Lucía, ¿no lo recuerdas?
—Ah, pues ni idea… —rió mi amigo—. Pero si tú lo dices…
Ari me miraba con expresión de guasa, se lo debía de estar pasando en grande.
—Pero… —dije yo tragando saliva. Aún no había digerido que aquella chica a la que había
medio follado con un dedo pudiera ser la hija de mi amigo—. ¿Tanto tiempo ha pasado? Pero si
la última vez que vi a tu niña… tan solo gateaba o poco más.
—Pues aquí la tienes… —replicó orgulloso—. Esta es la misma pequeñaja con coletas que
se te subía encima y no te dejaba ver el fútbol. ¡Fíjate lo mayor que está ahora! ¿Cuántos has
cumplido, Ari? ¿Diecinueve o Veinte?
—Pero, papá —se enojó la chica—. ¿No me digas que no recuerdas mi edad?
—Bueno, qué más da… —se disculpó Nacho—. Toma los cincuenta euros que venías a
sacarme y déjanos a Carlos y a mí tranquilos. Anda, corre con tus amigas, que me tienes tan
embobado que me sacas lo que quieres, jodía…
La chica cogió el billete al vuelo y salió a la carrera. Antes de desaparecer de nuestra vista,
me guiñó un ojo sin que su padre lo notara.
Yo me había quedado pensativo. El recuerdo del que había hablado Nacho retornaba a mi
memoria y yo quería morirme. Había sobado y morreado a aquella muchacha con la avaricia que
provoca la lujuria. Y le había acariciado el coño por fuera y por dentro. Una jovencita a la que no
había visto desde hacía años, pero que había conocido en otro tiempo, cuando Paula y yo
estábamos muy unidos a Nacho y su mujer. La bilis me subía y me bajaba del estómago a la
garganta y viceversa.
—Bueno, tío —cortó Nacho mis pensamientos—, ¿de que estábamos hablando? Ah, sí, de
la comida que tenemos que hacer en mi casa para celebrar nuestro reencuentro después de tanto
tiempo. Creo que la estamos postergando demasiado.

A última hora de la mañana me tocaba clase en el aula de Eva y Ari. Estuve acojonado hasta que
el timbre señaló el final. Tuve suerte, sin embargo, ninguna de las dos tuvo una salida de tono, ni
de palabra ni de obra, y el tiempo transcurrió sin percances.
No obstante, cuando salía del colegio para ir a comer, Eva me tomó el paso en la explanada
del parking y me sorprendió una vez más.
—Oiga, profe, ¿qué tal el viernes por la tarde?
—¿Qué…? —no tenía ni idea de a qué se refería. O, mejor dicho, prefería no tenerla.
—Pues ya sabe… —replicó chistosa—. Para terminar la faena con Ari. La chica tiene aún
mucho amor que darle y con la interrupción de la bruja se quedó a medias la pobre.
Tosí atragantado. No sabía qué responder. Había supuesto que la broma se habría
evaporado como una tormenta de verano, pero al parecer no era así.
—Mira, Eva —conseguí decir—. Esto se ha terminado. Ni tiene ningún sentido, ni me
apetece seguir con el juego. Así que olvídalo y dejadme en paz.
Eva, mirando sin pudor a mi entrepierna, decidió burlarse una vez más de mi erección
incipiente.
—Vaya, pues parece que su soldadito dice lo contrario.
Me ruboricé sin poder evitarlo. La jovencita siempre iba por delante, por lo visto. ¡Una
puñetera cría de veintidós años!
—Te voy a decir algo —tomé aire—. El padre de Ari es mi jefe. Si se entera de lo que ha
pasado, no solo me despedirá, sino que me matará. Sin contar con lo que hará mi mujer…
Hablaba totalmente en serio. Estaba acojonado. Pero Eva no se rendía fácilmente.
—¿Y quién se lo va a decir? —me retó con la mirada—. ¿Usted?
—Eva…
—Espere… —me cortó—. Antes de tomar una decisión, piense en las tetitas de Ari. Tan
pequeñas, tan suaves, tan blancas… con esos pezoncitos sonrosados. Y la nena loca por que
usted se las sobe y se las muerda…
Hizo un gesto de león mostrándome los dientes y mi entrepierna dio un salto bajo los
pantalones.
—Y esos muslos… —prosiguió, y mi erección ya era indisimulable, hasta el punto que
tuve que taparla con la cartera para evitar que la notara todo el que pasaba—. ¿No me diga que
no ha soñado con los muslos de Ari y con ese chochito tan cerradito al final de ellos después de
lo de la otra tarde? Venga, profesor, déjese de monsergas y láncese a la piscina. Carpe diem,
profe, que una oportunidad como esta no la va a tener a menudo. Usted la disfruta, Ari se libera
de su capricho, y después como si no hubiera pasado nada.
Me mordí la lengua. No podía aceptar, pero la golfilla me había puesto tan cachondo que
apenas podía respirar. Así que solo solté un gruñido y, aunque no dije que sí, tampoco que no, al
menos con palabras.
Y Eva lo tomó como una afirmación.
—Pues nada, el viernes nos vemos a la salida de las clases de la tarde. Iremos a casa de mis
abuelos, que están de viaje por Australia. En su barrio pasaremos desapercibidos. Es una zona de
chalets muy discreta y tranquila. Ya verá que bien lo pasamos, profe, no se arrepentirá.

Cuando llegué a casa por la tarde, Paula me esperaba con un picardías nuevo que acababa de
estrenar. Sin embargo, con todo el lío que me traía a cuenta de la golfilla de Eva, tuve que
rechazar su ofrecimiento.
Mi mujer, que se había acostumbrado a mis sesiones de sexo de media tarde, notó que algo
ocurría. Y, por supuesto, preguntó.
—¿Qué te pasa? —soltó tras abrir una cerveza sobre la mesita del salón—. No me dirás
que tienes problemas en el colegio. Si te despiden de nuevo vamos a seguir tirando de los
ahorros, y ya no nos queda tanto. No me gustaría volver a lo que nos pasó hace años.
No podía decirle que tenía problemas de acoso sexual por parte de una alumna perversa,
por lo que tuve que mentir.
—Oh, no, todo va bien… —me disculpé y le di un trago a la botella—. Lo que pasa es que
estoy cansado. Verás como se me pasa y otro día te hago un estreno de ese picardías por todo lo
alto.
Paula siempre se mostraba comprensiva conmigo, y esta vez no lo fue menos.
—Bueno, tampoco pasa nada, lo podemos estrenar cuando quieras. Total, se trata solo de
quitármelo…
Reímos la broma y, tras un trago de la botella, comencé a relajarme.
Era el momento de comentarle lo de la invitación de Nacho para comer en su casa. Sabía
que la idea no iba a hacerle gracia. Por alguna razón que desconocía, Eva y Nacho no se llevaban
excesivamente bien. Pero Nacho, además de mi amigo, ahora era mi jefe y había que
corresponder a su invitación. La vieja historia de quedar bien con tus superiores y esas cosas.
—Tengo algo que decirte, es una noticia excelente.
Paula me miró con aire de mosqueo. Me conocía demasiado bien como para venderle una
moto. No debía haber empezado con una frase tan entusiasta, se me había notado demasiado que
intentaba colarle una trola.
—¿Te han subido el sueldo? —bromeó ella sin muchas ganas.
—Uy, ya quisiera… —reí para hacer tiempo—. Pero como profesor no creo que me vayan
a subir el sueldo muy a menudo.
—¿Entonces?
—Pues, verás… —tomé aire y solté la «buena nueva»—. ¡Nacho nos ha preparado una
comida en su casa para celebrar nuestro reencuentro!
—¿¡Qué!? —sus ojos se agrandaron como espantados.
—Pues eso, que quiere que nos juntemos de nuevo las dos parejas. Dice que no entiende
cómo pudimos separarnos con lo unidos que estábamos en otro tiempo.
—No me jodas… —dijo Paula con expresión de desagrado.
—Tiene razón, yo tampoco lo entiendo —repliqué—. Y mira si el tío es majo, que está
preparando la piscina del chalet para que pasemos el día todos juntos. Y así aprovechamos el
veranillo adelantado que estamos teniendo. Primero nos bañamos, luego comemos y, tras la
sobremesa, nos tomamos unas copas.
Paula se puso de pie. Se cruzó de brazos y comenzó a dar paseos alrededor del salón. Se la
veía mosqueada.
La miraba ir y venir con el picardías transparente que apenas le cubría la mitad del cuerpo
y mi instinto depredador comenzaba a resucitar. Aquellos muslos y aquellas tetas no parecían los
de una mujer de cuarenta años. Ninguna de sus nuevas amigas la echaban más de treinta y cinco
y ella no las contradecía, a sabiendas de que estaba todavía más que aprovechable, muy lejos del
estándar de las mujeres de su edad.
—No quiero ir… —fueron sus palabras tras varios minutos de silencio—. Búscate una
excusa creíble y líbrate del compromiso, te lo ruego.
—Pero, por dios, Paula… —me quejé—. Puedo buscar una excusa para un día, quizá para
dos… pero no puedo buscar excusas para todos los días del año…
Paula dio una patadita al suelo, enfadada.
—Ya sabía yo que no debías aceptar la oferta de trabajo de ese tío… Me imaginaba que
acabaría así.
—¿Pero por qué dices «ese tío»? ¿Qué bicho te ha picado? —Ahora era yo el que
empezaba a mosquearse—. ¿Pero qué te ha hecho? Además, ahora que lo pienso, si nos
distanciamos de él y de Laura fue por ti. Hasta hoy no me había dado cuenta, pero ahora lo veo
claro.
Me miró fijamente. Luego saltó como una gata enjaulada.
—Sí, fui yo la que te fue alejando de Nacho. Primero animándote a que aceptaras el trabajo
en el sur. Y luego cambiando nuestros números de teléfono para que no nos encontraran.
—¿Qué…?
—Lo que oyes… —confirmó ante mi estupor—. ¿Y sabes por qué?
—Joder, ni idea…
—Tu amigo Nacho es un putero asqueroso, eso lo sabes, ¿no?
—Pues claro, ¿y…?
—A ver, hijo, que parece que estás ciego… —suspiró antes de soltar la bomba—. Pues que
sepas que el muy cabrón siempre me ha mirado con mirada sucia.
—¿Mi… mirada… sucia? —No podía creer lo que oía—. ¿Qué quieres decir con mirada
sucia?
—Joder, está claro, ¿no…? —se impacientaba—. El muy cerdo se pasaba todo el tiempo
tirándome indirectas, que si yo era demasiado guapa para ti, que si él me podría hacer su reina.
Vamos… que no te enteras… que se moría por follarme, so bobo…
La boca se me había secado.
—No me lo puedo creer…
—Pues créetelo… —respiró agitada—. Y tú no te dabas ni cuenta cuando me tocaba el
culo cada vez que pasaba a mi lado.
Le eché un trago a la botella de cerveza para deshacer la bola que se me había formado en
la garganta.
—¿No… serían imaginaciones tuyas…? —le dije en cuanto pude hablar—. No sé… a lo
mejor lo malinterpretaste.
Me echó una mirada furibunda.
—Ah, ¿sí? ¿Eso es lo que crees? —dijo con el tono subido—. ¿Quieres que te cuente lo
que pasó la última noche que nos vimos? Estuvimos en aquella disco de moda del centro,
¿recuerdas?
—Sí, claro que recuerdo… —repuse pensativo—. Ahora que lo dices, fue días después de
esa noche cuando empezaste a insistir que aceptara el trabajo en Málaga.
—Eso es… ¿Y sabes por qué fue? ¿Quieres que te lo cuente?
Me estaba empezando a acojonar, incluso más que con Eva y Ari. Y solo pude confirmar
con un movimiento de cabeza.

*
La miré con el estupor pintado en la cara y Paula se arrancó con la historia.
—Pues resultó que a eso de la una, cuando yo estaba loca por irme a casa, se me ocurrió ir
al baño porque me meaba viva. Pero parecía que en aquella discoteca era hora punta, porque el
baño de las chicas tenía una cola que casi llegaba a la pista de baile.
Tragué saliva. Y empecé a visualizar el relato de Paula. La imagen de la disco se mostró
clara en mi mente, a pesar del paso de los años.
—Desesperada como estaba, Nacho se me acercó y me ofreció una solución: Como el baño
de los chicos apenas estaba ocupado, me reservaría un cubículo y me ayudaría a pasar dentro sin
que ningún tío me molestara. Además, él vigilaría en la puerta mientras terminaba.
»Sospeché algo, pero no estaba para discusiones, así que acepté. ¡Joder, Carlos, era tu
amigo, cómo iba a dudar de él! Hicimos como había planeado y, tras sentarme en la taza, me
sentí aliviada. Antes de terminar, sin embargo, noté ruidos en la cerradura. Me tapé como pude,
estaba con las bragas a media pierna, pero con la falda me cubrí los muslos.
—Hostia, Paula, ¿estás hablando en serio? —la interrumpí.
—Totalmente en serio —respondió—. ¿Quieres saber lo que pasó o lo dejo?
—Sí… sigue… —repuse sin muchas ganas. Hubiera preferido no saber, pero no podía
quedarme a medias, la duda se me clavaría como una espina y sería mucho peor.
Y Paula continuó con su historia
—Cuando entró no noté nada, pero enseguida me di cuenta de que llevaba la polla en la
mano.
—¿¡Qué!?
—Pues eso, el muy cerdo se la había sacado por la bragueta. Pasmada por la sorpresa, solo
pude echarme hacia atrás. Pero él se me lanzó encima y me la arrimó a los labios, al tiempo que
me rogaba que me la metiera en la boca. Se le notaba fuera de sí de puro cachondo. Yo me asusté
con sus malos modos, así que intenté levantarme para salir de allí.
Al ponerme en pie, sin embargo, se lo dejé a huevo. Primero comenzó a morrearme y
luego me metió la mano bajo la falda. Antes de poder quejarme, ya me había metido dos dedos
en el coño. En eso sí que es bueno tu amiguito, por lo visto, sabe encontrar el agujero en un
segundo hasta con los ojos cerrados.
—¿Seguro que no estaba… borracho? —conseguí decir atragantado como me hallaba.
—Pues qué se yo… Achispado sí que estaba, como todos… Pero lo que estaba era que se
subía por las paredes de puro cachondo. Ya te he dicho que me tenía muchas ganas, y no se
cortaba un pelo en decírmelo en cuanto tú no estabas cerca. Sabía el muy cerdo que yo no te iría
con el cuento por el pudor y la vergüenza que sentía.
Me estaba cagando en todos los muertos de Nacho por lo bajo, pero no sabía qué decir.
Cualquier exabrupto se quedaría corto. Al final dije la primera bobada que se me ocurrió.
—Y… cuando empezó a tocarte bajo la falda… ¿No pudiste pararle con las manos?
—Imposible, te lo juro, me faltaban manos para tapar todos los frentes. Así que lo único
que hice fue empujarle lo más que pude. Por suerte, cuando peor estaba la cosa, la voz de Laura
me salvó.
—¿Laura? ¿Cómo?
—Pues sí, Laura debía de haberme visto entrar en el lavabo de los tíos y, al ver que
tardaba, metió la cabeza para llamarme y preguntar si me iba bien. Nacho se llevó un buen susto
y me dejó libre. Yo me subí las bragas como pude y salí del cubículo a la carrera.
—Joder… —dije atragantado y volví a beber de la botella.
Paula suspiró y soltó la moraleja.
—Pues eso… ya sabes ahora por qué me cae mal tu amiguito Nacho.
Trataba de razonar lo que había oído, y encontrar respuestas en la medida de lo posible.
Parecía imposible, pero tenía que intentar no enervarme. Si me dejaba llevar por la mala leche,
solo podría provocar más problemas.
—¿Pero, y tú…? —dije tras reflexionar—. ¿Por qué no me dijiste nada?
Tomó mi botella de cerveza y le dio un largo trago. Luego respondió.
—No quise armar más bulla. Ya te lo he dicho, bastante vergüenza tenía yo encima. Y,
además, tendría que luchar contra vuestra incredulidad, la tuya y la de Laura… A saber lo que
hubierais pensado los dos. Es lo que está ocurriendo ahora, que no te lo puedes creer.
—Será cabrón el muy…
—Así que opté por la solución más fácil: convencerte para largarnos de esta ciudad.
Maldita la hora en la que hemos vuelto.
Tras unos minutos de intentar calmarnos, no llegamos a ninguna conclusión sobre qué
hacer con la celebración en casa de Nacho.
—No sé… —dije yo al cabo—. ¿Te parece si lo dejamos por hoy y lo hablamos con calma
más adelante? Yo le iré dando largas hasta que no se pueda más y lo vamos pensando mientras,
¿te parece?
Paula estuvo de acuerdo y dejamos el asunto aparcado para mejor ocasión.
La casa de los abuelos

La tarde del viernes me encontraba tan nervioso que apenas di pie con bola. Al acabar la última
clase, bajaba aterrado las escaleras del colegio que daban al parking. Miraba hacia la explanada
con miedo a encontrarme con Eva o Ari. La morena había dicho que me buscaría a la salida y
tenía la sensación de que cumpliría su palabra.
Por si eso ocurría, me había hecho el firme propósito de negarme a seguirle el rollo, por
mucho que insistiera. Era solo una cría un par de años mayor que Ari, ¿por qué iba a dejarme
manipular por ella?
De todas formas, por si al final la chica era capaz de enredarme, le había soltado a Paula un
rollo como excusa. En mi trola había incluido una reunión con los padres de un alumno, una
mesa de profesores para las notas de los trimestrales y alguna cosilla más.
Caminé con cautela y, al no ver a ninguna jovencita esperándome en el parking, suspiré
aliviado y me relajé. El bicho de Eva debía de haber renunciado a seguir con sus jueguecitos.
Eso, o quizá Ari se había negado a seguirle la corriente a la pirada de su amiga.
Era una suerte, bufé feliz, podría irme a casa y jugar con Paula, que llevaba tiempo
pidiéndome estrenar el picardías y aún no había sido capaz de complacerla.
Dejé la cartera en el asiento trasero del Volvo y arranqué el motor. Tras mover la palanca
del cambio automático hacia adelante, el coche se desplazó suavemente por el descampado que
daba salida a la avenida principal. Cuando llegaba casi al cruce, bajé la vista para conectar la
radio. Enseguida comenzaría la final de baloncesto de la Eurocopa y podría escuchar el partido
camino a casa.
Solo me despisté un segundo, pero apenas moví los ojos escuché un golpe en la chapa que
me hizo levantar la cabeza después de pisar el freno a fondo.
—¡Joder, profe, que casi me atropella! —soltó Eva desairada acercándose a mi ventanilla
tras golpear con sus manos el capó—. ¿Es que no me ve?
Carraspeé espantado. Había faltado un milímetro para llevarme por delante a la chica,
aunque a aquella velocidad no habría sido para tanto, pensé como auto excusa.
Bajé la ventanilla y le pregunté mosqueado.
—¿Y tú qué haces aquí en medio, si se puede saber? —dije, aunque conocía de sobra la
respuesta. Mis piernas comenzaban a temblar.
—Joder, profe, habíamos quedado para ir a casa de mis abuelos… ¿Se acuerda o le hago
un mapa? —dijo bajando el tono—. ¿Y no pensará que le vamos a esperar a la puerta del colegio
para que las monjas nos vean entrar en su coche?
La chica había hablado en plural, y me temí lo peor. Giré la cabeza hacia la derecha y allí,
en efecto, se encontraba Ari plantada con los libros sobre el pecho. Su expresión era serena,
menos asustada que el día de los baños. Mascaba un chicle y hacía globitos con él estirando los
labios como en un beso.
Enseguida pasé a la acción. Eva tenía razón, no podía dejarme ver con las dos chicas
subiéndose a mi coche. Abrí las puertas y las urgí a subir. Ya discutiría con ellas en un lugar que
estuviera menos a la vista de todo el mundo.
—Yo le guío, profe… —tomó el mando Eva en cuanto el Volvo enfiló la calle principal—.
Gire a la derecha en aquel semáforo.
Miré por el retrovisor. Ari mascaba su chicle con aire indiferente. Eva, en el asiento del
copiloto, no paraba de darme indicaciones, que yo seguía por inercia. No era momento de
disputas, sino de salir de allí lo antes posible.
Mientras avanzábamos entre los coches, vigilaba a Ari por el rabillo del ojo. Darme cuenta
de que aquella muchacha podría estar desnuda ante mí en los próximos minutos empezaba a
surtir efecto entre mis piernas. Mi erección no había dejado de crecer desde que habíamos
perdido de vista el colegio.
Y no podía dejar de sentirme culpable. Aquella criatura había jugado sobre mis rodillas no
hacía tanto. Aunque había que decir que a sus veinte ya no se parecía a la niña que conocí,
precisamente.
—¿Tú estás de acuerdo con esto? —le pregunté mirándola a los ojos a través del espejo.
Ari se encogió de hombros como si no fuera con ella.
—¿Qué pasaría si se enterara tu padre? Ya sabes que somos amigos…
—Venga, profe, no sea muermo —interrumpió Eva—. ¿Por qué se va a enterar su padre?
¿Se lo va a decir usted?
Las excusas de Eva no evolucionaban, se repetía de forma constante. Todo lo que sabía
decir era que nadie se iba a enterar. Pero ¿y si no era así? ¿Quién las iba a pasar canutas, ellas o
yo? Ignoré a la morena y volví a la carga con Ari.
—¿No dices nada? ¿Te da igual? ¿Le quieres poner los cuernos a tu novio?
Ari volvió la cabeza y miró por la ventanilla hacia ninguna parte. No respondió, parecía
que pasaba de todo. O que estaba manipulada por su amiga.
—Joder, profe, que Ari no tiene novio… —soltó Eva en su lugar.
—¿Cómo que no? —protesté —. Si lo vi el otro día con mis propios ojos…
—Ah, se refiere a Chovi —replicó Eva—. Ni caso, profe, Chovi y Ari han roto ayer. Ari
prefiere centrarse en su amor por usted. Al menos hasta que haya podido superarlo y
concentrarse en los estudios. ¿No querrá usted privar a la chica de sacar un notable en el examen
de recuperación, no?
Yo me rebelaba ante el silencio de la hija de Nacho e insistía.
—Joder, Ari, ¿se te ha comido la lengua el gato? ¿Por qué callas y aceptas todo lo que dice
Eva?
Pero no hubo forma de sacarla de su silencio.

Tras cuarto de hora de seguir las indicaciones de Eva, entramos en una zona de chalets antiguos,
rodeados de muros rebosantes de vegetación que los aislaban del exterior. Las calles se hallaban
en completa calma. Había pocos coches y menos transeúntes. Tuve que aceptar que Eva había
elegido el sitio adecuado para mantener el secreto de lo que íbamos a hacer allí.
Al llegar a una zona de arbolado, Eva me pidió que me detuviera.
—Mire, profe, aparque en esa calle que cruza y luego venga andando hasta el chalet de la
puerta amarilla. Es la de mis abuelos. Ari y yo vamos por delante para que no nos vean juntos.
Suspiré enfadado. Durante el trayecto había ido reflexionando sobre lo que haría. Y había
decidido finalmente que no iba a dejarme manipular por dos jovencitas como si fuera un
adolescente salido.
—Ni de coña —repuse—. Fin del trayecto. Aquí os dejo a las dos y yo me voy para mi
casa.
Eva puso expresión de guasa. Me hubiera parecido mejor que hubiera sido una expresión
de enfado, pero al parecer la chica prefería moverse en la ironía que en la disputa.
—Venga, profe, no me vacile… —dijo burlona.
—No te estoy vacilando, que sepas que no pienso entrar en la casa de tus abuelos…
La golfilla no se arredró con mis palabras, sino que acrecentó la chanza. Para ello le bastó
con señalar a mi entrepierna y repetir con sorna:
—Pues a mí me parece que su soldadito sigue opinando lo contrario, como siempre.
Una vez más había utilizado la excusa que yo le ponía a huevo. Me enfurecí conmigo
mismo por dejárselo tan fácil.
Y es que mi erección había superado los límites de la decencia. Eva no necesitaba
esforzarse mucho para convencerme. Solo con mirar hacia atrás y ver la falda arremangada de
Ari sobre aquellos muslos lechosos podía obrar el milagro. Y lo estaba obrando, al menos con mi
«soldadito», como lo llamaba ella.
—Pues haga lo que quiera, profe —sentenció la morena bajando del coche—. Nosotras
vamos para allá y le esperamos. Voy sacando unas copas para que no diga que soy mala
anfitriona. Vamos, Ari, deja de mirar a las musarañas, que tienes que ponerte guapa para don
Carlos.

Me quedé observando como movían sus caderas, los libros contra el pecho, en dirección al chalet
de la puerta amarilla. Aquellas putillas sabían lo que se hacían. Me habían puesto a más de cien
con solo enseñar las piernas bajo la falda, que se movía a un lado y al otro al ritmo de sus pasos.
Sus pechos núbiles, además, parecían estar llamando a ser babeados bajo la fina camisa blanca
del uniforme, cosa que sería capaz de volver loco a cualquiera, mucho más a un cuarentón como
yo.
Pero había tomado la determinación de que iba a marcharme. Esta vez no ocurriría como la
tarde en los baños, cuando me dejé arrastrar por la lujuria y perdí la cabeza. Arrancaría el coche
y saldría de allí a la carrera, antes de que la tentación pudiera conmigo.
Puse el Volvo en marcha y empujé la palanca del cambio automático. Moví el volante para
salir de la plaza de aparcamiento y, de pronto, una imagen se dibujó sobre el parabrisas.
En la imagen se podía ver a una mujer sentada sobre el inodoro de un baño de discoteca.
Un hombre, de espaldas, intentaba besarla a toda costa mientras le metía las manos por debajo de
la falda. Las bragas de encaje, que antes se sujetaban sobre los muslos, ahora caían a plomo a sus
pies. Cuando el hombre conseguía apoderarse de su interior, la mujer, intentando huir de él, se
levantaba la falda sin querer y podía verse la mano del cerdo moverse adelante y atrás, sus dedos
entrando y saliendo del coño de ella.
El hombre era Nacho. Y la mujer, Paula, ¡mi esposa!
«¡Me cago en su p…!», blasfemé para mí. Mi amigo del alma había intentado aprovecharse
de Paula. Y si no hubiera sido por su mujer, Laura, tal vez lo habría conseguido».
Lo vi claro, aquella afrenta clamaba venganza. Y qué mejor venganza que follarme a su
propia hija. Total, si como decía Eva, Ari era una golfilla de tres novios por mes, la chica debía
de tener el coño como la boca del metro. Una polla más o menos no la iba a afectar ni para bien
ni para mal.
Este pensamiento me obligó a ajustarme el instrumento bajo los pantalones, tan
empalmado me encontraba a esas alturas.
Apagué el motor decidido, me bajé del coche a toda prisa, y en pocos segundos me
aferraba a las verjas de la puerta amarilla. Esta se abrió sin necesidad de esforzarme. Eva cuidaba
los detalles y la había dejado entornada, sabiendo que al final sucumbiría a la tentación.
«¡A la mierda con todo! —me dije— se acabaron los remilgos». Me tomaría un par de
copas para darme valor y me follaría a la rubia. Eso, al menos. Porque si la cosa se me ponía a
tiro me las iba a follar a las dos, se pusieran como se pusieran.
Por zorras.

Desde la valla exterior, crucé un caminito de losetas hasta llegar a la puerta del chalet —más
bien una casa baja de las de antes, con un solo piso— y comprobé que su puerta se encontraba
igualmente abierta. Entré en el recibidor y me dirigí hacia lo que parecía el salón, de unas
dimensiones bastante espaciosas para tratarse de una casa más bien modesta.
Las dos chicas se encontraban allí y mezclaban coca-cola con diferentes licores en tres
copas repletas de hielo. Al parecer Eva había cumplido la promesa de que me esperarían con la
copa preparada.
—¿Gin? —pregunto la morena, mirándome por el rabillo del ojo.
—No, prefiero ron negrita, si tienes —respondí.
Los primeros momentos —brindis, tragos cortos y miradas alrededor de la sala— fueron
un tanto timoratos por parte de los tres. Luego Eva tomó el control y propuso bailar al ritmo de
una música que llamó «movidita» y que había puesto en un viejo aparato reproductor de CD.
Comenzamos a movernos cada uno a su bola y, tras los primeros tragos, se notaba que todos nos
íbamos soltando poco a poco.
El ritmo del baile fue acelerando tras los primeros instantes. Cuando acabé mi primera
copa y empecé con la segunda, la chaqueta, la corbata y hasta los zapatos habían volado hasta
una vieja mecedora al lado del televisor. Eva reía a carcajadas viéndome moverme como un
«pingüino pirado» al son de la música.
Tenía que reconocer que los apodos de Eva solían ser acertados y de lo más divertido.
Ari, la más apocada de todos, nos miraba a Eva y a mí rebuscar el mejor rock entre los
discos de su abuelo, un tipo marchoso y «viejo rockero de los que nunca mueren», según su
nieta.
Finalmente, la morena cambió de tercio y pasó de la música marchosa a otra lenta, más
bailable en pareja que por separado. Se veía su maniobra para ir entrando en faena. Ari se mostró
arisca a la hora de inaugurar el baile lento y Eva, siempre en vanguardia, se abrazó a mí para
iniciarlo.
Tanto pegaba su cuerpo al mío mientras girábamos suavemente, que por obligación tenía
que estar sintiendo la dureza de mi polla sobre su bajo vientre.

EVA
Parecía que el viejo bribón ya no podía estar más cachondo. ¡Como se resegaba contra mí, el
muy asqueroso, que decía una cosa con su boquita, pero con su entrepierna la contraria! Si
hubiera seguido bailando con él, cabía la posibilidad de que se lanzara a desnudarme
enloquecido. O, como mínimo, se habría corrido en los pantalones rozándose conmigo, lo que
habría constituido un inconveniente serio.
Porque la cosa esta vez no iba de mí, sino de Ari. Así que tras bailar los primeros temas
lentos, me separé del profe y tiré del brazo de mi amiga, que se había sentado sobre el sillón de
tres plazas de mis abuelos. En ese momento pasaba uno tras otro los CD de la caja donde criaban
polvo haciéndose la despistada y me miró desganada. Le devolví la mirada con un reproche y
ella aceptó mi reprimenda en silencio.
Le desabroché tres botones del escote de la camisa del uniforme, antes de entregársela al
profesor, que la recibió asiéndola por las caderas y pegando la entrepierna a su vientre. Con los
zapatos de ligero tacón de ella, y descalzo como se hallaba él, la diferencia de altura no era tan
acusada. Calculé que podrían magrearse de pie a conciencia, antes de pasar al siguiente acto
sobre el sofá.
—Así, bien juntitos, como buenos chicos… —les dije con una pizca de picardía.
Una vez unidos y en pleno baile, tiré de las mangas de la chaqueta de punto de mi amiga y
en pocos segundos Ari se encontraba en las mismas condiciones que el profe: la camisa al aire y
por fuera de la cintura. Por los botones desabrochados del escote se mostraban las copas de un
sujetador mini, que podía ser retirado de allí con solo empujarlo hacia arriba.
Por un momento, mi amiga se separó unos centímetros del profesor. Una alarma se activó
en mi cerebro. Y, vigilante como me hallaba, les empujé fuertemente para que sus cuerpos se
pegaran como lapas. Por un lado, no podía permitir que la erección del profesor se enfriara. Por
el otro, necesitaba que Ari comenzara a cocerse en su propia salsa. Sin prisa, pero sin pausa. Si
no, no conseguiríamos aquello para lo que estábamos allí.
Pasaron dos canciones antes de que me mosqueara por la ausencia de besos. Una nueva
alarma se activó. Y mientras bailaba a su lado abrazada a un cojín, tomé de la melena a Ari y le
levanté la cabeza.
—Abre esa boquita de puta, cariño —le susurré a mi amiga al oído.
Ari soltó un ligero quejido por el tirón del pelo, pero acató mi orden sin rechistar.
Cuando el profe comenzó a comerle la boca y ella abrió los labios para dejarse invadir por
su lengua, suspiré. La cosa no iba tan mal. Lo que tenía que pasar, tenía que pasar. Y cuanto
antes ocurriera, mejor. No teníamos toda la tarde.
Tras los primeros besos, el profesor se vino arriba y comenzó a alzarle la falda por detrás.
Le apretaba las dos nalgas con ansia mientras su lengua jugaba con la de mi amiga entrando y
saliendo de su boca. Ari le había pasado los brazos por el cuello y ahora ella también le comía la
boca a don Carlos.
Una vez más constaté que la cosa iba por buen camino. Ari era más que calentona, si
seguía así, se pondría a cien enseguida y en menos de media hora se habría cumplido el objetivo.
El siguiente paso consistía en que se sentaran sobre el sofá. Hacerlo así facilitaría mucho la
tarea de mi amiga. Les empujé hacia él con suavidad hasta que se dejaron caer sin oposición.
—Hale, a quererse con comodidad… —les dije con suavidad, aunque ninguno dio
síntomas de haberme oído. Más bien seguían con el magreo mutuo y lamiéndose la boca por
turnos.
Las piernas de ambos se habían enroscado, al profe le faltaban manos para sobarle a Ari las
tetas, el culo, y hasta el coño por encima de las bragas. Aproveché para soltarle la camisa a mi
amiga y levantarle el sujetador sin que casi se diera cuenta. En cuanto las tetitas de Ari salieron
al aire, el profesor comenzó a sobarlas y a chuparlas con ganas.
Mi amiga jadeaba como si le faltara el aire. ¡Genial!, me dije. Con ese nivel de calentura
sería capaz de hacer cualquier cosa que le pidiera, incluso «aquello». No había duda, estaba a
punto.
Así que decidí dedicarme al profesor.
Desabroché el cinturón de don Carlos, luego le abrí la bragueta y, tirando de los bóxer
hacia abajo, saqué su polla al exterior. Se gastaba un buen pollón el profe para pasar de los
cuarenta, tenía que reconocerlo. Y se encontraba duro como una piedra. Con no mucho trabajo
por parte de Ari, la faena podría terminar en pocos minutos.
Conseguí manipular a mi amiga, que seguía comiéndole la boca al profe como si no
hubiera un mañana, para que con su mano derecha aferrara su instrumento. La guie un par o tres
de veces para menear la piel de aquel pollón con su mano y, cuando vi que ya se la meneaba sin
mi intervención, la dejé seguir sin ayuda.
Sus ojos abiertos de par en par denotaban la misma expresión de admiración que yo había
experimentado poco antes por aquel pedazo de polla. Oscura, larga y gruesa, sin contar las
innumerables venas que la recorrían, le dotaban de una imagen muy masculina. Aunque ambas la
habíamos visto en los lavabos del colegio, la interrupción de sor Inés no nos había permitido
observarla con detenimiento.
Por un momento envidié a su esposa, que la gozaría cada noche en la cama.
Cerré los ojos y respiré profundo. Tenía que olvidarme de aquel instrumento magnífico y
centrarme en mi papel. Miré el reloj. Nos quedaban como máximo cuarenta minutos. Había que
apurar, aunque estaba segura de que nos sobraría tiempo.
En los instantes siguientes, Ari pajeó al profesor con suavidad, mientras este metía y
sacaba dos dedos del coño de mi amiga con una facilidad que demostraba lo mojada que estaba
la puñetera.
«Está ya está cocinada, la muy guarra. Mucho decir que no, que no, y al final mira cómo se
lo pasa la zorrita», me dije. Y comencé a diseñar el siguiente paso.
Conseguí que se separaran las bocas y empujé la cabeza de Ari poco a poco sobre la
entrepierna del profesor. Don Carlos me miraba alucinado, adivinando lo que iba a ocurrir a
continuación. Ari nos miró a ambos por turnos un instante y después abrió la boca para recibir
aquel pollón en su interior.
El profe apretó los ojos, bufó por un segundo, y luego comenzó a gruñir como un cerdito.
Parecía que el cabronazo estaba disfrutando de la sesión. Otro que se había hecho el pudoroso
hasta que había sucumbido. En eso me recordaba a don Juan, el profe de Economía laboral,
aunque a aquel nos costó más tiempo llevarle al huerto. Debo decir en su favor, sin embargo, que
tratándose de un cura de sesenta tacos, había sido todo un «milagro» conseguir que se bajara los
pantalones.
Mientras recordaba experiencias pasadas, observaba como el asunto iba viento en popa.
Ari succionaba con deleite el glande de aquel pollón —que conseguía hacer correr hormiguitas
por mi estómago—, cuando decidí que ya podía relajarme y correr al lavabo.
Llevaba media hora con ganas de mear, pero me había aguantado para no dejar a solas a
los tortolitos. No me fiaba de lo que pudiera ocurrir si lo hacía. Pero mi vejiga estaba a punto de
reventar, y la sesión estaba ya encarrilada, así que no temí abandonarles. Al fin y al cabo solo me
ausentaría un par de minutos.
Me puse en pie y salí a la carrera.
—Vuelvo enseguida —les dije—. Ari, tú a lo tuyo, ya sabes…
Ari me miró por el rabillo del ojo y siguió mamando con los ojos semicerrados, expresando
un deleite que quizá no era tal, pero que daba el pego de maravilla.

EVA
Me alivié con una meada que no bajó de los tres minutos. Tras tirar de la cadena, el timbre del
móvil me sobresaltó. Busqué el origen de la llamada y comprobé que se trataba de mi madre.
Podía haber hecho como siempre, pasar de ella y no responder. Pero la última vez que lo hice me
quedé sin móvil durante una semana. No era cuestión de repetir.
—Hola mamá… —dije tras pulsar el icono verde—. ¿Todo bien?
—Sí, mira, es que necesito que me traigas algo del súper de camino a casa. Por cierto,
¿dónde estás?, ¿vas a tardar mucho en venir?
Maldita pesada. A mis veintidós años aún tenía que aguantar sus manías persecutorias.
Pero, claro, como vivía bajo su techo y comía de su plato —frase que repetía a menudo—, pues
eso… Se hacía urgente buscarme un trabajo —uno decente, quería decir— para disponer de mi
propio dinero y largarme de casa lo antes posible.
—Estoy en casa de una amiga, mamá…
—¿De Ari?
—No, mamá, de otra amiga. Tengo muchas amigas, ya te lo he dicho. No conoces a
todas…
—Bueno, pues apunta lo que necesito…
Tomé nota mental de la lista de la compra y colgué. Miré el reloj. Joder, mi madre me
había entretenido diez minutos. Demasiado tiempo. Aunque me tranquilicé al pensar que todo
debía de estar yendo como se había planeado. Con lo avanzada que había dejado la cosa, era
imposible que se fuera a torcer.
Salí confiada del baño y me dirigí al salón a paso ligero. Esperaba encontrármelos tirados
en el sofá, la polla del profe hecha un guiñapo y Ari limpiándose la lefada del cerdito sobre su
cara. Así que crucé la puerta y… ¡allí no había nadie!
¡Joder!, ¿dónde estaban aquellos dos?

EVA
—¿Ari? —llamé desesperada sin elevar el tono. No podían estar muy lejos, quizá se habían ido a
la cocina para prepararse otra copa después de la mamada—. ¿Profesor?
No hubo respuesta.
¿Cómo era posible?, les había dejado solo por unos minutos. No sabía por qué, pero mi
instinto me lo había estado avisando, por eso no les había dejado ni a sol ni a sombra hasta que
no pude aguantar más.
¿Dónde coños se habrían metido aquellos dos? Ari sabía de sobra que no debían salir del
salón, la zona donde se hallaban las cámaras.
Salí corriendo al pasillo y agucé la oreja.
—¿Ari?, ¿profesor? —volví a preguntar sin elevar demasiado la voz.
Temiéndome lo peor me dirigí hacia las habitaciones. Apliqué el oído en la primera y no
escuché ningún sonido. Lo mismo ocurrió con la segunda. Finalmente llegué a la habitación
principal, al final del pasillo y tras girar en un recodo. No necesité aplicar la oreja. Los jadeos de
Ari y los gruñidos del profesor eran lo suficientemente expresivos como para saber lo que
ocurría allí dentro.
¡El muy cabrón se la estaba follando! ¡Joder, no! ¡Ese no era el plan!
Agarré el pomo de la puerta y lo giré, pero los muy cerdos la habían asegurado por dentro.
No querían ser molestados. ¡Aquello no era solo un calentón, era una puta caldera al rojo vivo!
La había cagado por no haber previsto que algo así podía ocurrir. Sabía que Ari era más
bien fría… hasta que cogía carrerilla. Luego era capaz de follarse a un equipo de fútbol al
completo. Y lo que estaba sucediendo dentro de la habitación de mis abuelos era simplemente
inadmisible.
En primer lugar porque el plan de nuestro incipiente negocio consistía en grabar mamadas.
M-a-m-a-d-a-s, no folladas.
Habíamos abierto hacía unos meses un canal en Only Fans y nos iba bastante bien. Al
principio solo hacíamos cosas suaves. Desnudarnos, tocarnos un poco, besuquearnos entre
nosotras… La cosa comenzó a funcionar, sacábamos unos quinientos al mes. Pero al poco los
ingresos comenzaron a desinflarse. Demasiada competencia y con contenido más explícito.
Así que habíamos acordado publicar grabaciones «más fuertes», para ver que ocurría, e
ideamos lo de grabar mamadas. ¡Solo mamadas! Para hacer más atractivos aquellos vídeos,
bastaba con meter en el ajo —sin que ellos lo supieran— a tíos mayores que fueran profesores o
que lo parecieran. La mezcla de vejetes con jovencitas de uniforme daba mucho juego y atraía
muchos clientes.
Primero lo hicimos con un cura sesentón. Fue un rotundo éxito. El primer mes sacamos dos
mil euros. Después vino un cincuentón barrigudo. ¡Cuatro mil! Y ahora le había tocado a don
Carlos, profe sustituto… Y amigo del padre de Ari, por añadidura. El pedazo de minga que se
gastaba el tipo seguro que podría proporcionarnos un subidón aún mayor en los ingresos.
No existía peligro de ser reconocidos, ya que solo publicábamos en América Latina. Pero,
por si la cosa se destapaba, habíamos decidido no grabar sexo duro. A pesar de que éramos
mayores de edad, mejor no meter en líos a los pobres profes en el caso de que la cosa se torciera.
En las primeras experiencias me había tocado a mí ser la que mamaba los rabos de los
profes, mientras Ari hacía de «gancho». A Ari lo de mamar no le hacía mucha gracia, así que yo
me había sacrificado, haciéndome coletas para parecer más impúber.
Y ahora que había conseguido que Ari se «bajara al nabo», como le pedían muchos de
nuestros seguidores, la cosa se había torcido. Y se podía liar una buena.
Porque, entre otras cosas, le había mentido al profesor y Ari sí que tenía novio: Chovi, el
chico al que había visto don Carlos magreando a mi amiga en el parking. Llevaban tres años
juntos, desde el último curso de instituto.
Y, mucho peor, Chovi era mi hermano.
¡Joder! Mi hermano no sabía nada de nuestros negocios… ¡Y estaba a punto de llegar a la
casa de mis abuelos! Había quedado con él para que nos recogiera con el coche a Ari y a mí, ya
que el viejo chalet de nuestros abuelos se hallaba bastante lejos de casa.
Chovi no era de los que hacían favores. Pero con tal de darle un repaso a su chica antes de
hacer de taxista, había accedido sin problemas. Y mi hermano era celoso. Muy celoso. Si llegaba
y se encontraba una escena como la que sabía que se estaba desarrollando en la habitación de mis
abuelos, el profe iba a acabar en el hospital… Y Ari y yo sin un solo pelo en la cabeza.

EVA
Miré el reloj. Quedaban diez minutos para que Chovi apareciera por la puerta, y tenía llaves. Mi
hermano solía ser puntual, así que si no hacía nada, en poco tiempo se iba a montar la
marimorena.
Reflexioné un instante. Tenía que hacer algo. Llamar a la puerta era un intento inútil. Con
el nivel de calentura que llevaba, el profesor no iba a abandonar a su presa hasta que no plantara
la bandera y vaciara los testículos. «Piensa, Eva, piensa», me decía desesperada.
De pronto una idea surgió en mi mente. ¡Lo tenía!
Salí a la calle y giré por el borde de la casa hasta llegar a la ventana de la habitación de mis
abuelos. Empujé una de las hojas y… ¡eureka!, la ventana se hallaba entreabierta. Bendito mi
abuelo que aseguraba que dormía con la ventana abierta en verano y en invierno. Manías de viejo
con «pitopausia», decía mi abuela, palabra que yo nunca había entendido del todo.
Empujé la persiana hacia arriba de la forma más sigilosa que pude y conseguí abrir un
hueco para colarme por él. Una vez dentro, me quedé escondida detrás de las cortinas. Los
tortolitos se encontraban en la cama a lo suyo y no se habían percatado de mi incursión en su
nidito de amor.
Me giré despacio hacia ellos —había entrado de espaldas— y me encontré la escena en
toda su crudeza. Aunque, para mi alivio, el pollón del profe se encontraba aún fuera de la
madriguera. No pude por menos que suspirar.
Ari se hallaba totalmente despatarrada sobre la cama. La falda le había volado y
descansaba sobre el suelo, justo encima de las bragas, de las que se veía asomar un extremo por
debajo. El profesor se encontraba sobre Ari y le comía la boca, sosteniéndose sobre un brazo
para no dejarse caer sobre mi amiga. En esa posición le lamía la cara, la boca y los ojos como un
poseso. Gruñía como un cerdito a punto de recibir la puntilla, mientras le amasaba las tetas con
la mano libre.
Ari, la muy guarra, se dejaba sobar y babear, mientras con las dos manos gesticulaba en las
zonas bajas del profesor, cuyo pantalón y bóxer se hallaban colgando del viejo sillón de orejas de
mi abuelo. Sabía que don Carlos no se estaba follando a mi amiga porque en ese caso estaría
totalmente tumbado sobre ella y la culearía como un animal, pero no podía adivinar lo que
ocurría entre las piernas de la parejita.
Tuve que moverme hacia un lado para ganar en perspectiva y descubrir el secreto. Y vaya
si lo descubrí. Ari, con una mano se abría los labios del coño, y con la otra agarraba el pollón del
profesor. ¡Se estaba pajeando con él, clamé con alivio! Como había supuesto, no se lo había
introducido en el orificio sagrado, sino que se resegaba el clítoris con la punta de seta totalmente
amoratada, a la búsqueda de un inminente orgasmo. Un orgasmo que parecía que iba a ser brutal,
por los jadeos que lanzaba mi amiga con los ojos y los dientes apretados.
—Vamos, zorrita, vamos… —oí susurrar al profesor, que seguía sin percatarse de mi
presencia—. Córrete de una puta vez, que me muero por metértela. Te voy a dejar ese conejito
más abierto que el túnel de Guadarrama, por zorra.
El jodido profesor farfullaba en susurros. Estuve segura de que no hablaba para Ari, sino
para sí mismo. El muy asqueroso se la iba a follar a traición, estaba convencida. Y se relamía al
ver llegar el momento.
¡Pedazo de cabrón! Me jodía reconocer que el muy cerdo se había aprovechado de la
ocasión y que, de víctima de las dos zorritas, había pasado a lobo feroz. Claro que la culpa era
nuestra, se lo habíamos puesto a huevo y él solo nos había seguido la corriente. Lo que no me
explicaba era como Ari, tan habitualmente pudorosa con alguien que no fuera su novio, se había
prestado a abrirse de piernas con el viejo buitre.
—Me corro, profe… me corro… —comenzó a susurrar Ari mordiéndose el labio y
doblando la cabeza hacia adelante, traspasada por el gusto que aquella polla le estaba
proporcionando—. Osti… coño… me cago en la puta…. me corro… me corro…aaahh…
aaahh…
Y comenzó a convulsionarse. El profesor la acompañaba en los espasmos, aunque ahora se
preocupaba más de taparle la boca para que sus gritos no escaparan de la habitación. Menudo
idiota, la única que había en la casa era yo y por mucho que le tapara la boca de poco le iba a
servir.
Entonces ocurrió lo que me temía. El profesor se tumbó sobre Ari, quien abrió las piernas
hasta una posición casi imposible, y enterró el pollón entre las paredes húmedas de mi amiga.
«Joder —protesté interiormente—, ¿se la va a follar sin condón el muy hijo de su
madre…? Es una follada traicionera, como me imaginaba.»
Apenas los huevos de don Carlos tocaban los labios del coño de mi amiga, soltando un
bufido de satisfacción, unos golpes secos resonaron en la puerta de la habitación.

EVA
—¡Ari, ¿estás ahí?!
El vozarrón de mi hermano era inconfundible. Salí de detrás de las cortinas y en tres saltos
me planté ante ellos. Había recogido de paso la ropa de los tortolitos y se la lancé encima de la
cama. El profesor se había salido de dentro de mi amiga y su polla comenzaba a encogerse a toda
velocidad.
—¡Vamos, capullos, vestiros…! —grité en susurros—. ¡Que ha llegado Chovi!
El profesor me miraba atolondrado, por lo que tuve que darle un empujón para que
espabilara.
—Joder, profe, déjese de hostias si quiere salir vivo de aquí. Salte por la ventana y vístase
en la calle. Luego pírese a toda mecha que a mi hermano le sobran músculos y mala leche.
—Pero, Eva… ¿dónde estabas? —balbuceaba don Carlos atragantado—. ¿Y quién es ese
que grita?
—Es mi novio, profesor… —le dijo Ari subiéndose las bragas sobre la cama.
—Calle y corra, mecagüentodo… —le dije a mi vez y le empujé hacia la ventana. En
pocos segundos, el profe había desaparecido con los pantalones en la mano y solo se oían los
gritos de mi hermano.
—¡Ari, coño, sé que estás ahí…! ¡Abre de una puta vez!
Mi amiga ya estaba casi vestida, pero le quedaba ponerse los zapatos y abrocharse la
camisa del uniforme.
—Date prisa, yo le entretengo… —le susurré.
Los nuevos golpes en la puerta me acojonaron. Preferí soltar una excusa antes de seguir
callada.
—Espera, Chovi, no seas capullo… —dije sin mirar atrás, confiando que Ari estuviera
vestida antes de que mi hermano consiguiera entrar—. Que se ha atascado el pasador de la puerta
y no hay manera.
Era mi excusa preferida, la solía utilizar en ocasiones parecidas, y siempre funcionaba.
Hacía gruñir el pasador como si se estuviera resistiendo. Pero no hizo falta que llegara a soltarlo.
La puerta se abrió como una exhalación y Chovi entró en el cuarto de perfil, mostrando el
hombro con el que se había cargado la cerradura. Tuve suerte de saltar hacia atrás justo a tiempo.
—¿¡Qué coños pasa aquí, a qué viene tanto misterio!? —soltó enfurecido nada más poner
los pies dentro de la habitación.
Cerré los ojos y no quise mirar detrás de mí. Si Ari estaba aún sin vestir del todo la
habíamos cagado. Chovi me empujó a un lado y se acercó a la cama de mis abuelos. Por fin me
giré y me atreví a mirar, rezando para que todo estuviera bien.
Ari, tumbada boca abajo sobre la cama y jugando como una niña con las piernas dobladas
hacia su espalda, simulaba leer un libro que había sacado de vete a saber dónde. Se las había
apañado, además, para estirar un poco la colcha, aunque imaginaba que la camisa seguiría
desabrochada debajo de ella.
—Aquí no pasa nada… ¿Qué esperabas? —le espeté simulando extrañeza.
—Ni de coña, no me lo trago… —dijo, y buscó por todo el cuarto con la mirada.
Tras la inspección ocular, se fue hacia la ventana, que se había quedado de par en par, y
asomando la cabeza atisbó hacia todos lados. Luego volvió al cuarto y se acercó a mí, me agarró
del hombro y me soltó un exabrupto.
—¡Dime que estabais haciendo y con quien o te parto el brazo!
No tuve que fingir el quejido que escapó de mis labios, en verdad me había hecho daño el
muy animal. Y más que me iba a hacer si no se me ocurría algo creíble. Por fin tuve una idea.
—Joder, Chovi, ¿Has venido tu solo? —susurré para dar credibilidad a la escena.
—¿Qué…? ¿Qué coños pasa?
Imaginaba que la sorpresa le haría soltarme, como así fue. Luego asomé la cabeza al
pasillo y fingí otear el ambiente. Finalmente, cerré la puerta y me puse en jarras. Entonces no me
corté y yo también elevé la voz.
—¡Pues lo que pasa es que nos has jodido la función! —le solté—. ¡Eso pasa!
—¿Qué función? —su cara de no entender nada era todo un poema.
—Pues qué va a ser, subnormal, que Ari y yo nos estábamos liando un buen peta y que nos
has jodido, pedazo de idiota…
Me elevé sobre los empeines, estirándome todo lo que podía. A pesar de ser dos años
menor que yo, mi hermano me sacaba una cabeza.
—¿Un peta? —se extrañó—. ¿Y qué coño hacéis fumando un peta en la habitación de los
abuelos?
—Joder, hermanito, que no te enteras… La hierba se la hemos mangado al abuelo. Estaba
en una bolsita entre las páginas del libro que está leyendo Ari. No hemos querido perder el
tiempo. Aquí te pillo, aquí te mato…
—¿El abuelo… es un fumao…? —su cara de estupor lo decía todo.
—Pues yo que sé, supongo… Porque no creo que el peta fuera de la abuela.
La expresión de Chovi se relajó.
—Joder con el abuelo… menudo pibe, el tío es una caja de sorpresas…
—Ya te digo… —concluí, suspirando aliviada. Se había tragado la trola.
Pero Chovi era mucho Chovi, y aún tenía que darle una vuelta de tuerca al asunto, para
variar.
—Bueno, pues saca el peta y vamos a fumárnoslo entre los tres, ¿no? —soltó con chulería
—. Que uno no es de piedra…
Joder, me había pillado. ¿Qué podía decir ahora? De nuevo la mente se me iluminó.
—Sí, ahora, no te fastidia… En cuanto has empezado a dar golpes, lo he tirado todo por el
váter, ¿cómo iba a estar segura de que no estabas con nadie, pedazo de melón?
Mientras Chovi se lamentaba por el «peta perdido», le hice una seña a Ari para que se lo
llevara a su cuarto y lo entretuviera. Tenía que rescatar las tres cámaras GoPro colocadas de
forma estratégica en el salón para grabar la función de la tarde. Esperaba que al menos las
imágenes fueran de interés para nuestros fans. Nuestros sudores nos habían costado. Aunque se
iban a quedar sin corrida en la jeta de Ari.
Mientras esperaba a que aquellos dos apagaran sus ganas en la habitación de invitados, me
entretuve hojeando unas revistas de mi abuela.
Ari no pudo reprimirse y mientras se corría por segunda vez aquella tarde, soltó una sarta
de palabrotas en las que incluyó algún «profe» que otro, sin que al parecer el idiota de mi
hermano se diera cuenta.
Lamentos por la derrota

CARLOS
De pronto, y sin saber cómo, me encontraba en el jardín de aquella casa antigua, desnudo de
medio cuerpo y con la ropa en la mano. Un momento antes había conseguido introducirle la polla
a aquella criatura celestial, y al segundo siguiente empecé a escuchar imprecaciones, a recibir
empujones y al final acabé como el típico amante de los chistes descubierto en plena faena, con
la diferencia de que yo no había acabado dentro de un armario.
Menuda putada. Con lo bien que había planeado el guion para follarme a la rubita… ¡al
final no lo había conseguido!
Todo había empezado cuando Eva se ausentó para ir, según ella, al lavabo. Ari mamaba de
mi polla con un deleite que al principio creí fingido. Pero cuando entreabrí los ojos y noté como
miraba el rabo la muy zorra, supe que de fingido nada. Era admiración lo que encontré en
aquellos ojos, como si estuviera cumpliendo un sueño.
—Te gusta mi «soldadito», como lo llama tu amiga, ¿eh?
La sonrisa de Ari se iluminó.
—Me encanta… —dijo y le dio una lametada al capullo haciéndome ver las estrellas.
Le había echado una mano por detrás y le había introducido dos dedos por el coñito, que se
hallaba tan caliente y mojado que casi chorreaba.
—¿No te gustaría sentirlo aquí dentro? —dije moviendo los dedos en su interior, a lo que
ella respondió con un saltito sobre el sillón.
—Ande, profe, no sea guarro —respondió con una risita nerviosa—. De follar, nada, que si
se entera mi padre, nos mata a los dos.
Entonces se me ocurrió emplear la frase más utilizada por Eva.
—¿Y quién se lo va a decir a tu padre? ¿Tú?
La chica sonrió abiertamente, antes de hacer un rizo con su lengua sobre mi glande en
forma de seta que estaba tan hinchado que amenazaba con reventar. De hecho, hacía varios
segundos que respiraba profundo para evitar eyacular de forma descontrolada.
—No me tiente, no me tiente… —dijo y volvió a agachar la cabeza.
Ari cerró los ojos y volvió a meterse el tronco de la minga hasta las amígdalas. Yo seguía
hurgando en su interior, haciéndola vibrar con mis jueguecitos.
—Lo digo en serio, preciosa —insistí. Me extrañó notarme tan lanzado, recordaba que a la
salida del colegio sentía pánico por dejarme seducir por aquellas dos crías. Pero a esas alturas,
entre la calentura y el alcohol, había perdido todas las inhibiciones.
La chica se incorporó a medias, me echó las manos al cuello y me dio un piquito en los
labios.
—No creo que lo diga en serio, profe… —susurró—. Ese pollón no me cabe en el coñito ni
loca… Qué callado se lo tenía, tiene usted una polla que parece la de un negro.
—¿Ah, sí?
—Sí…
—¿Has visto la polla de muchos negros?
—Algunas…
—¿Algunas? —casi me atraganté al oírla, ¿pero qué clase de putilla era aquella chavala?
—En el porno, claro… —replicó y suspiré aliviado.
Se hizo un silencio entre los dos. Ahora ella no chupaba, pero me pajeaba suave, subiendo
y bajando la piel hasta cubrir el glande con ella, y dándole toquecitos con el dedo pulgar de
cuando en cuando.
—Y, dime… ¿Te gusta mucho? —dije para romper el silencio.
La sonrisa de Ari crecía cada vez más. Se había ruborizado y el color de sus mejillas era de
lo más excitante.
—Sí, mucho, ya se lo he dicho…
—¿Cómo de mucho?
—Pues no sé, un montón.
—Del uno al diez.
—Doce… —repuso y se echó a reír.
—¿Y de verdad no te gustaría sentirla dentro?
Se echó un mechón de su bonito pelo por detrás de la oreja.
—No puedo, si nos pilla Eva se enfadaría… Y con razón.
—¿Y eso por qué, es tu dueña?
La chica no respondió a mi pregunta.
—Aunque si hay una cosa que me gustaría… —dijo en su lugar—. Y no creo que enfadara
a Eva. Me parece a mí, vamos…
Empecé a relamerme. Aquella preciosidad podía decir lo que quisiera, pero en cuanto
empezara a jugar con lo que quiera que tenía en la cabeza, me la iba a terminar follando, se
pusiera como se pusiera. Es más, me iba a pedir de rodillas que se la metiera y le partiera la rajita
en dos.
—¿Y que es esa cosa que te gustaría? —dije para no detener el juego del gato y el ratón.
Acercó sus lindos labios a mi oreja y me susurró lo que tenía en mente. No pude evitar un
silbido. Y una lombriz recorrió mi estómago. Cada vez veía más probable follarla como se
merecía.
—Pero no puede ser aquí… —susurró, como si temiera que alguien la oyera—, tiene que
ser en una habitación. Estoy muy cachonda, no tardaría en correrme, así que no creo que Eva se
entere. Se le ha oído hablar por el móvil en el baño, si se ha liado a charlar con alguno de sus
novios, tiene para rato.
—O sea… —repetí para ver si lo había entendido—. Nos vamos a un cuarto, hacemos eso
que… te gustaría… Y luego nos venimos de nuevo al salón.
—Eso es… —sus ojos brillaban de lujuria.
—¿A terminar de chupármela?
—Sí, a eso precisamente… a chuparle hasta que me llene la cara de leche… ¿No le
gustaría?
Tragué saliva. Era imposible estar más cachondo de lo que ya lo estaba, pero es que
aquella muñeca podría volverme loco si seguía hablando de sexo con la inocencia con la que lo
hacía.
—No sé, si tú lo dices… —pensaba en voz alta mientras casi estaba a punto de aceptar—.
Pero, ¿por qué no lo hacemos aquí? ¿Para qué tanto ir y venir?
Su sonrisa volvió a ensancharse y sacó la lengua con un gesto infantil.
—Es un secreto… no puedo decírselo…
El color de su cara era cada vez más parecido a la grana. Aquella muchacha estaba super
caliente, a punto de reventar. Lo había reconocido ella, pero es que lo llevaba pintado en la
frente.
—Venga, profe, no sea malo… no me apruebe si no quiere, pero hágame ese favor…
Sí, tenía razón, un favor sí que me apetecía hacerle, pero quizá otro «tipo» de favor.
Acepté y Ari no se lo pensó dos veces. Se levantó del sillón y tiró de mí hacia un cuarto
que se encontraba al final del pasillo, tras un recodo. Al entrar en él, cerró el pestillo interior de
la puerta y comenzó a desnudarse de la falda y las bragas. Yo hice lo mismo con mis pantalones
y mis bóxer, lo que extrañó a la chica.
—No, no hace falta que usted se desnude, profesor… basta con que lo haga yo…
—Ah, bueno… —me excusé con la primera bobada que se me ocurrió—. Tú tranqui, es
solo para estar más cómodo.
Segundos después, la zorrita se maltrataba el clítoris con la punta de mi polla, mientras yo
le relamía la suave piel de la cara y la boca, al tiempo que le amasaba las tetitas, tan suaves como
la seda. Mi plan era claro: en cuanto la chica perdiera el norte al correrse, la iba a meter el pollón
hasta que no le entrara más. Si le cabía entero como si solo le entraba la mitad, se la iba a clavar
hasta el útero. A esas alturas era impensable que se resistiera, cachonda como estaría y
adormilada por el orgasmo que se le avecinaba y que la iba a dejar para el arrastre. Una tormenta
de emociones en toda regla, a tenor por las caras que ponía.
Y así fue.
—Hale, guapa —le susurré en el momento álgido—, sube al cielo que ahora voy contigo…
Mientras Ari perdía el control de su cuerpo, me volqué sobre ella y le metí la polla de una
sola embestida. No necesité de más, porque aquel conejito ansioso se la tragó entera como si se
la quisiera comer. Siempre me ha sorprendido la fisionomía femenina, y en ese momento me
extrañó que mi pollón pudiera caberle a una mujer en un vientre tan delgado.
Sin embargo, en el momento en que la punta de mi aparato tocaba su útero, un ciclón
recorrió la habitación y, sin comerlo ni beberlo, acabé en la calle y medio desnudo.

Me libré por los pelos de la inspección que el tal Chovi realizó sacando medio cuerpo por la
ventana. Me tuve que hacer un ovillo en un rebaje de la pared de la casa, pero por suerte
funcionó. Luego corrí despavorido hacia la salida, poniéndome la ropa por el camino. Debí
marcar un record de velocidad al atravesar aquel jardín.
Una vez en el coche y camino de casa, golpeaba el volante encolerizado. Me sentía furioso
por haber perdido la oportunidad de follarme a la muchachita más hermosa que haya conocido.
Aquel chochito, tan suave y cerrado, había sido el lugar más delicioso donde jamás había estado
en mi vida.
Yo nunca he sido de mucho ligar, pero había tenido dos novias antes de casarme con Paula.
Me había acostado con todas antes del primer mes de estar juntos —a Paula la había desvirgado
en el asiento trasero del coche de mi padre—, pero puedo asegurar que jamás había conocido un
conejito a la altura del que había probado aquella tarde aciaga.
Y mi cólera crecía al recordar que me habían engañado al decirme que Ari no tenía novio.
¿Por qué diablos lo harían? ¿Y a qué venía tanto teatro para seducirme? Demasiado fácil me lo
habían puesto, me repetía una y otra vez, asustado.
¡Era un perfecto idiota!, me decía. El estómago se me retorcía cuando sospechaba que
habrían grabado la escena del salón y que a partir de ese momento me harían chantaje. Aunque
algo no cuadraba en la historia. Si estaban grabando lo que hacíamos en el salón, ¿por qué Ari no
permitió que se grabara la escena para la que me llevó a la habitación? ¿Mamar se aceptaba, pero
pajearse con la punta de mi polla, no? ¿Qué coño significaba todo aquello?
De lo que sí estaba casi seguro era de que no iba a tener una segunda oportunidad con Ari.
Y eso era casi peor que saber que mi vida y mi reputación caminaban sobre el filo de la navaja.
Llegué a casa antes de lo que Paula esperaba y le pedí que se pusiera el picardías. Se
encontraba cansada después de un día difícil en el trabajo, pero debió olerse que yo andaba
cachondo como un perro porque no dudó en complacerme.
Y todo el fuego que había encendido Ari dentro de mí por la tarde lo descargué en el coño
de mi mujer… tres veces. Cuando acabé con ella, la pobre se durmió como un pajarillo al que
hubieran apaleado.
Preludios de la quedada

La semana siguiente transcurrió sin mucha novedad. El lunes lo pasé todo el día agarrotado,
temiendo que en cualquier momento se me acercara Eva a comunicar sus condiciones para no
difundir la grabación de la casa de su abuela.
Pero no vi a ninguna de las chicas ese día ni al siguiente. Las dos al alimón se saltaron mis
clases. Eso me relajó bastante. El miércoles coincidimos en el aula y volvieron los temblores. La
hora de clase, sin embargo, transcurrió sin que ninguna de las dos llegara siquiera a mirarme
desde el fondo de la sala.
Una semana más tarde, al no recibir novedades, llegué a la conclusión de que mis temores
eran infundados. Me había cruzado varias veces con ellas por el patio y había coincidido con una
o con las dos en mis clases, y casi ni me habían saludado.
Dos semanas después ocurrió algo que me causó ansiedad más que sorpresa. Paseando por
el patio del colegio me había cruzado con las dos chicas, acompañadas por otras amigas. Tanto
Eva como Ari bajaron las cabezas para que nuestras miradas no se cruzaran.
Al sobrepasarlas, noté por el rabillo del ojo que Ari se volvía hacia mí. Como un acto
reflejo, giré la cabeza igualmente y nuestras miradas conectaron. Fue solo una fracción de
segundo, pero en ese corto espacio de tiempo sentí que Ari me decía muchas cosas. Parecía
decirme, por ejemplo, que lo que había sucedido entre nosotros no era casualidad. Ni tampoco
solo algo físico. Que había algo más.
Fue como un fogonazo de comprensión mutua. Por un momento sentí la tentación de ir a
su encuentro y llevarla a algún rincón del patio para charlar de cualquier cosa. De las notas, del
próximo examen, de lo que fuera… ya me inventaría cualquier excusa con tal de intercambiar
unas palabras y entender si sentíamos el mismo gusanillo en el estómago.
Pero no hubo suerte. Su amiga Eva —debería decir su «perro guardián»—, dándose cuenta
del juego de miradas, tiró de la chica rubia y la alejó de mí a toda velocidad.
Y a partir de ese día las tornas cambiaron. Si hasta entonces me había sentido vigilado y
perseguido, ahora era yo el que vigilaba y perseguía a la rubita a la menor ocasión. Cuando
explicaba en clase, lo hacía solo para Ari. La miraba en todo momento, y Eva no conseguía
evitar que ella me escuchara embobada.
El sumun del atrevimiento llegó cuando el día antes de un examen le pasé, a escondidas,
una nota con las preguntas que iban a caer. Por supuesto, el examen lo bordó. Y, mucho mejor
aún, Eva lo suspendió. Eso significaba que Ari se había callado nuestro secreto. Y mi pecho
comenzó a inflamarse cada vez que la veía pasar cerca de mí, especialmente si Eva no se
encontraba a su alrededor.
Me estaba viniendo arriba, así que tomé una decisión arriesgada, al tiempo que valiente:
tenía que llegar a ella, tenía que seducirla… y tenía que terminar la faena que se había quedado a
medias la tarde que pasamos en la casa de la abuela de Eva.
Y, por supuesto, tenía que hacer todo aquello en venganza de lo que Nacho le había hecho
a Paula. Así que urdí una estrategia y la puse en marcha de inmediato.

A la primera ocasión en que coincidí con Nacho en el bar del desayuno, entre charla y charla
mencioné el plan de pasar el día juntos en su «super chalet», como él lo llamaba. Nacho había
sacado el tema en varias ocasiones, pero yo le había dado largas como había acordado con Paula.
Ahora, en plena efervescencia para poder conquistar a Ari, era yo el que insistí en que no
podíamos dejar pasar más tiempo.
Hicimos un planteamiento de posibles fechas y quedamos en comentarlo con nuestras
mujeres para que ellas eligieran la que más les cuadraba.
Aquella tarde lo comenté con Paula, y de nuevo volvieron sus reticencias.
—Por dios, Carlos, te dije que no aceptaras, que yo no quiero verle la cara a ese… a ese…
—Bueno, mujer… —intenté calmarla—, si al fin y al cabo es solo un día…
—¿Cómo que un día? —protestó—. ¿Pero no íbamos a quedar solo para comer?
Tragué saliva. Me estaba jugando el todo por el todo. Necesitaba todo un día para
desarrollar mi plan. Si al final se plantaba y solo aceptaba ir a comer, todo el esfuerzo hasta el
momento habría sido en vano.
—Bueno, al principio, sí… —carraspeé—. Luego alguien habló de pasar la tarde en la
piscina… Ya te lo dije, ¿recuerdas?... Y al final una cosa ha llevado a la otra… Total, que nos
hemos dicho que por qué no pasar el día juntos. Pero todo el día tampoco es… Desde las doce o
así, no me digas que es para tanto…
—Que no, Carlos, que no… —repetía y no se bajaba del burro.
Viendo que no colaban mis explicaciones, pasé al modo «llorón».
—Anda, cielo, haz esto por mí… no seas mala… —ronroneé como un gatito meloso—.
Que no puedo decirle que no a mi jefe… Ya sabes que aún no me ha salido ninguna oportunidad
de trabajo, igual tengo que pedirle el favor de que me renueve el contrato otros seis meses hasta
ver qué pasa.
—Joder, Carlos, eres un asqueroso, no me vengas con lloriqueos de adolescente.
Me había pillado de plano, aunque era lo natural después de tantos años juntos.
—Anda, mujer, si solo tienes que cerrar los ojos por un día y luego se acabó… Te prometo
que no vuelvo a quedar con ellos nunca más.
La discusión prosiguió durante una hora. Pero al fin me salí con la mía. Un día de amistad,
sol y piscina a cambio de la paz familiar. Tan solo un día no era un precio tan alto, ¿no?
De haberlo sabido, jamás hubiera forzado aquella reunión de amigos. No tenía ni idea de
que estaba a punto de meterme en el mayor lío de mi vida.
La quedada

El día en que se había fijado la reunión fue un domingo. Yo había peleado en la sombra para
conseguir que se eligiera ese día de la semana. Y lo había conseguido.
La elección del domingo no era casual. Como tampoco era «casual» que yo hubiera puesto
un examen de repaso para el lunes posterior. Un truco de viejo profesor, a pesar de mi escasa
experiencia en el cargo. Y, por supuesto, en esta ocasión no le había pasado la lista de preguntas
a Ari, quien me había interrogado con la mirada sin entender por qué no lo hacía.
La respuesta era clara. Teniendo en cuenta que Ari tendría que preparar el examen ese
domingo, había cerrado la posibilidad de que la chica saliera y desapareciera de la casa.
Llegado el día, Paula y yo arribamos al super chalet de Nacho y Laura algo antes de las
doce. A las doce y cuarto ya nos encontrábamos en sendas tumbonas junto a la piscina. Un cubo
de hielo daba cobijo a multitud de cervezas y otras bebidas refrescantes. En una mesita se había
repartido una variedad de aperitivos a cada cual más exquisito.
Laura y Nacho lo habían preparado todo como buenos anfitriones.
Las primeras conversaciones, como era de esperar, versaron sobre los viejos tiempos,
cuando nos veíamos a menudo. Y nadie parecía entender cómo se había enfriado nuestra
amistad.
Por supuesto, las miradas de los hombres se volcaron sobre las mujeres, y viceversa. Todos
nos encontrábamos en bañador —las chicas en bikini— y en estas condiciones los cuerpos no
podían esconderse.
Y el cerdo de Nacho no podía evitar su despliegue de los aires de ligón que había tenido
desde chaval. De «putero», en versión de Paula.
Mi mujer hacía rato que había notado, al igual que yo mismo, cómo el asqueroso de mi
amigo la recorría con la mirada sin apartarla de ella ni un segundo. Y buscaba mis ojos con los
suyos para reprochármelo. «Ves cómo sigue con su persecución como en los viejos tiempos»,
parecía decir sin hablar.
Había que reconocer que Paula estaba de muy buen ver para su edad, rondando casi la
cuarentena. Su pelo largo y castaño —aún sin tintes artificiales—, sus ojos claros y sus labios
carnosos eran una tentación para los sentidos. Si a eso le sumabas un cuerpo aún duro, delgado y
sin atisbo de celulitis, no era tan extraño que Nacho se relamiera los labios al contemplarla.
Al lado de Paula, la pobre Laura parecía una mamá de serie cómica. Gordita, con el pelo de
varios colores y con una celulitis que no habría podido disimular ni vestida con un chándal de
dos tallas mayores a la suya, la pobre no tenía ningún encanto que atrajera a un hombre.
No era raro que Nacho tuviera «hambre». Ese tipo de hambre que no le era posible saciar
en casa y que tenía que buscar en la calle. Ni por un segundo dudé de que mi amigo le pusiera los
cuernos a su mujer. Menudo cabronazo. Seguro que se estaba tirando a la mitad de las chicas de
la FP. Si hasta lo había intentado con mi pobre Paula, el muy hijo de…
Mis ansias de venganza no solo no se habían disipado con la cortés acogida de nuestros
amigos en su casa, sino que se iba acrecentando a medida que transcurría la mañana.

Sería casi la una cuando Paula se quejó del calor y me pidió que le pusiera crema solar.
—Tranqui —saltó Nacho dando un bote en su tumbona—. Yo mismo te la pongo. ¿Dónde
la tienes?
La mirada que le lanzó Paula hubiera derretido a un esquimal. Y Nacho recogió velas. Eso
sí, mientras yo embadurnaba las piernas, el dorso y el pecho de mi mujer, el cerdo de mi amigo
no se perdió ripio de la operación. Quizá fuera una sospecha infundada, pero el hecho de que
colocara un plato de aperitivos sobre su entrepierna me pareció demasiada casualidad. El muy
cerdo se había empalmado como un burro mirando a mi mujer.
El estómago me dio un vuelco, aunque conseguí contenerlo. Aquel cabrón me las iba a
pagar tarde o temprano, me lo juré en ese momento.
Tras extenderle la crema, nos volvimos a acomodar cada uno en su tumbona. Y en ese
instante surgió la primera buena noticia de la mañana: Ari hizo acto de aparición en el jardín. En
ningún momento me había atrevido a preguntar por ella, pero intuía que se encontraba en casa.
No hubiera sido extraño que la chica hubiera salido por la mañana y tuviera el plan de estudiar
por la tarde. Pero para mi fortuna no había sido así.
Consulté el reloj para hacerme el despistado, pero vigilé su grácil caminar descalza por el
rabillo del ojo. Eran poco más de la una. La chica se había hecho esperar menos de una hora.
Ari cruzó ante nosotros camino de la piscina. Llevaba una toalla al hombro y mostraba su
atractivo cuerpo, con un mini bikini que mostraba más de lo que conseguía cubrir.
—¿Dónde vas, nena? —le preguntó su madre.
No pareció que a Ari le hiciera mucha gracia el apelativo de «nena», por lo que torció el
gesto.
—Voy a bañarme, hace mucho calor… —replicó sin volverse.
—¿Cómo llevas la preparación del examen? —intervino su padre, quizá por obligarla a
detenerse y mostrarse educada con sus invitados.
—Bien… —respondió, esta vez aún más seca.
—¿Lo entiendes todo…? —volvió a meter baza su madre—. Mira que aquí tienes al
profesor… Si tienes alguna duda, siempre puedes preguntarle.
—Eso se llama tráfico de influencias —soltó Nacho con sorna.
Ari se volvió levemente, y respondió evasiva sin mirar a nadie.
—Déjame en paz, mamá… —protestó—. Ya sé yo lo que tengo que hacer… Y lo entiendo
todo perfectamente.
—Es que es una chica tímida —la excusó su madre ante nosotros—. Y muy orgullosa.
La joven dejó caer la toalla que la envolvía sobre la hierba y saltó de cabeza dentro del
agua. Luego comenzó a nadar arriba y abajo de la piscina, con un estilo impecable.
Sentí que era mi oportunidad. Ahora o nunca.
—Vuestra hija tiene razón —dije resoplando—. Hace un calor de mil demonios, yo
también voy a darme un baño. ¿Alguno de vosotros se anima?
Recé para que nadie más se apuntara y gané el premio gordo. Todos estaban demasiado a
gusto en las tumbonas, y más ahora que la sombra las había cubierto. Lo de esforzarse en el agua
no parecía ir con ellos.
—Ve tú —dijo Nacho—, que siempre has sido el mejor nadador entre los colegas. Y a ver
si de paso le cuentas a la niña alguna de las preguntas que van a caer.
Entré en la piscina bajando por la escalerilla —lo de tirarse de cabeza ya no me pegaba— y
comencé a retozar. El frescor del agua me aliviaba el calentón que recorría mi cuerpo con solo
mirar a la chica.
De vez en cuando, entre disimulos, me acercaba lo más posible a la línea que llevaba Ari al
ir y venir con sus brazadas. Necesitaba al menos una mirada por su parte, algo que me mostrara
una conexión.
Pero no lo conseguí. En ningún momento posó sus ojos en los míos y eso me destrozaba.
Mi autoestima caía sin freno. No entendía como había podido hacerme ilusiones. Acababa de
cumplir los cuarenta y uno, estaba muy lejos de mi mejor forma y las primeras canas empezaban
a clarear mis sienes.
¡Era estúpido pensar que una cría de su edad pudiera sentirse atraída por mí! «Menudo
gilipollas estoy hecho», pensé.
Diez minutos más tarde, la chica se dirigió hacia la escalerilla y, tal como había venido, se
esfumó entrando por el ventanal del salón. La hubiera seguido hasta el mismo infierno.
Necesitaba hablarle a toda costa. Pero no podía salir a la carrera tras ella, ni que me hubiera
vuelto loco.
Reflexioné un instante. Era ese día o nunca más, no podía dejarlo pasar sin pelear. Así que
tracé un nuevo plan y lo puse en marcha.
Lo primero era esperar un poco más dentro de la piscina para no mostrarme apresurado. Lo
segundo volver a la tumbona y seguir bebiendo cerveza mientras me secaba con mi toalla. Lo
tercero…
—Joder, con tanta cerveza me han entrado unas ganas de mear de la leche… —dije dando
saltitos para reforzar la broma.
Nacho hizo un chiste sobre mi eterno «muelle flojo» —había hecho el mismo chascarrillo
soso desde tiempo inmemorial— y a continuación actuó de anfitrión diligente.
—No vayas al aseo de la planta baja, ese que has visto a la entrada. Está en reparación con
los jodíos fontaneros que no acaban nunca. Mejor sube a la planta de arriba y en el pasillo de la
derecha está el baño de invitados.
—Sí, y no intentes entrar en el baño de nuestro cuarto por nada del mundo —soltó chistosa
Laura—. Tengo la habitación como una leonera y no está para visitas.
Reímos la gracieta al unísono y me perdí por el ventanal por el que había desaparecido Ari
pocos minutos antes.

No tenía ni idea de la configuración de la casa —ni Nacho ni Laura habían tenido la deferencia
de hacernos un recorrido—, pero preferí primero echar la meada y ya me preocuparía de buscar a
Ari después. Lo que le diría si conseguía encontrarla era un misterio para mí. Había decidido que
me dejaría llevar e improvisaría sobre la marcha.
Subí hasta la primera planta por una amplia escalera —por el lujo y el tamaño de sus
componentes comprendí que lo de «super chalet» no era un farol— y al llegar a la planta
superior miré a todos lados. En la inmensa claridad que provenía de dos claraboyas, descubrí tres
pasillos y en cada uno de ellos varias puertas. Recordé que Nacho había mencionado el pasillo de
la derecha y hacia él me dirigí.
En pocos segundos me hallaba ante la primera puerta. Intenté abrirla pero se encontraba
cerrada con llave. Caminé hacia la siguiente y esta vez se abrió sin dificultad.
Solo pensaba en mi vejiga que pedía clemencia, de modo que sin preocuparme de nada
más, entré en el espacioso baño y me volví para cerrar la puerta.
Al girarme apresurado me llevé la gran sorpresa: Ari se secaba el cuerpo con una gran
toalla después de haberse duchado. Y me miraba con los ojos abiertos como platos.
El susto que me llevé fue mayúsculo. En otras circunstancias me habría mostrado de otra
manera, tal vez altanero, seductor. Pero mi estúpida interrupción de la ducha de la jovencita me
dejó tan cortado que no supe reaccionar.
—Uy, perdón… —dije e intenté volver sobre mis pasos.
—Espere, profesor, no se vaya…
Carraspeé a modo de disculpa y, bajando la mirada, volví a cerrar la puerta. Ni en sueños la
hubiera mirado de frente, me sentía avergonzado y mantuve la cabeza girada hacia un lado. No
habría hecho falta, sin embargo, porque Ari se había cubierto por completo con la toalla.
—Lo… siento… —repetí balbuceante—. No imaginaba que estuvieras aquí, si no te
aseguro que yo… Es que no conozco la casa y claro… Soy un idiota…
—Oh, no, profesor… —dijo ella mordiéndose el labio—. La culpa ha sido mía por no
haber cerrado con el pestillo.
Nos miramos breves segundos en silencio. Luego ella volvió a hablar.
—Quisiera hacerle una pregunta… Si a usted no le importa…
Comenzaba a relajarme al notar en su tono cierta cordialidad. La misma que había estado
buscando desde hacía días sin encontrarla.
—Tú dirás… —suspiré feliz por su deseo de hablar conmigo.
—Es por… el examen… —se mostraba cohibida, así que la animé a que continuara. El
tema no era el que más me apetecía, pero era un comienzo—. Es porque… a ver… profesor… es
que no entiendo por qué no me ha pasado las preguntas como en el anterior.
Así que era eso. Vaya con la jovencita. Empezaba a dudar quien se quería aprovechar de
quien. Pero como era una pregunta profesional, me permitía tomar el control de la conversación.
—Bueno, verás… —improvisé—. Es que el examen no será especialmente difícil, estoy
seguro de que lo sacarás sin ayuda.
—¿Está seguro, profesor…? —¿Había hablado en tono meloso o solo me lo había
parecido?
—Sí, totalmente —confirmé—. El que será más difícil es el final, dentro de poco. Pero no
te preocupes, para ese sí que te pasaré las preguntas, te lo prometo.
Su rostro se iluminó. Acababa de ganarme un tanto.
—Oh, gracias, profe… —dijo y comenzó a tutearme, cosa que me provocó un hormigueo
de placer—. Eres un tipo genial, ¿te lo han dicho alguna vez?
—No muchas —fingí humildad—, pero si tú lo dices…
Estábamos iniciando un tonteo que tal vez nos llevara más lejos poco a poco, pero había
algo que no podía esperar.
—¿Por qué te mueves tanto, profe? —dijo al darse cuenta de mi inquietud—. ¿Tienes
algún problema?
No intenté disimular, no valía la pena. Me arriesgaba a mearme en el bañador y a quedar
como un imberbe idiota.
—Es… la vejiga… —reí avergonzado—. La tengo a punto de reventar. Demasiada
cerveza, ya sabes…
Se apoyó en el lavabo de espaldas a él y me señaló el camino hacia el inodoro.
—Pues no te cortes, mea sin problemas… Ahí tienes el váter.
Me moví lentamente hacia el inodoro y me situé frente a él. Pero había algo que me
cortaba: Ari no se había movido ni un milímetro y me miraba descarada. Sonreía encantada con
la situación.
—¿No vas a… salir…? —balbuceé—. O… al menos volverte de espaldas.
Ari rió mostrando su bonita dentadura y me soltó sin cortarse ni un pelo:
—Oh, no… ¿Para qué? Al fin y al cabo ya se la he visto antes. No creo que me vaya a
asustar.
Su expresión de guasa me avergonzaba como a un mozalbete. Pero la próstata dolía a esas
alturas como si fuera a estallar. No tenía escapatoria. Y, al fin y al cabo, ¿no estaba allí para eso?
Así que me bajé el bañador hasta medio muslo y comencé a mear con chorro grueso y
fuerte, y con expresión de alivio en el rostro, los ojos cerrados por el placer.
Mientras desaguaba a toda presión, sentí una presencia en mi costado izquierdo. Abrí los
ojos y me encontré a Ari pegada a mí. No se había soltado la toalla, pero esta no le cubría ya los
pechos. Sus adolescentes pezones me miraban curiosos, hinchados quizá por el roce de la toalla.
O quizá por algo más, prefería suponer.
En ningún momento había dejado de sonreír la hija de mi amigo Nacho.

No sabía qué pretendía la muchachita, aunque no tardé en averiguarlo.


Ari se apretó el nudo de la toalla y pasó su brazo derecho por detrás de mi cintura. Su
mano izquierda se extendió y rozó suavemente con sus dedos el tronco de mi polla. Con lo que
estaba pasando, mi erección ya había comenzado a aparecer hacía rato, pero con el suave roce de
su mano, la bandera se irguió para intentar mirar hacia el techo.
—Espera, Ari… —intenté detenerla—. Se va a poner todo perdido.
Efectivamente, mi chorro no disminuía y, si la manguera se izaba del todo, la que se iba a
liar era macanuda. Y ni por el mejor de los polvos quería tener que enfrentarme a la madre de Ari
a causa de la limpieza doméstica.
—Tranqui, profe, no te preocupes… tú solo relájate —susurró la jovencita.
Recordé el proverbio que reza «no digas a nadie que se relaje cuando quieres que se
relaje», y mi polla cabeceó alterada. El proverbio era totalmente cierto.
Pero Ari no se asustó. Apartó mis manos y sujetó mi polla fuertemente para doblarla hacia
abajo. Lo consiguió lo suficiente y mantuvo la postura hasta que el chorro desapareció por
completo.
Una vez acabada la faena, la chica comenzó a mover la piel arriba y abajo. Lo hacía con
gran lentitud, casi con mimo. Yo la dejaba hacer, disfrutando de las sensaciones. Calambres de
gusto recorrían mi vientre y mi espina dorsal. Mis huevos se balanceaban al ritmo de su paja
suave.
Al ver a Ari tan receptiva, no dudé en dar el siguiente paso. Le pasé el brazo izquierdo por
el hombro y, tomándole de la mandíbula, levanté su cara. El pelo lo tenía aún húmedo, pero su
tacto no era menos sedoso por ello.
Cuando su boca estuvo a mi altura, le introduje el pulgar para que la abriera. Luego
acerqué la mía y le di un suave beso, casi un aleteo de mariposa sobre los labios.
El segundo beso no fue tan casto. Mi lengua entró en su boca como un torbellino y se la
comí a placer mientras con la mano libre le sobaba las dos tetas a la vez. Ella me devolvía el beso
jugando con una lengua voraz cargada de babas. Estaba en la gloria. Pero aún quedaba lo mejor.
—Ay, profe… —susurró jadeante dentro de mi boca—. Necesito terminar lo que empecé
el otro día.
Tragué saliva. No estaba seguro de a qué se refería.
—Lo que tú quieras —le respondí jadeante.
—Voy a chupártela si no te importa… ¿me dejas, porfa?
Mi polla cabeceo a modo de respuesta.
—Es tarde… —intenté ser juicioso—. Tus padres se estarán preguntando qué hago aquí
arriba tanto tiempo.
—No me hagas esto, profe… Si no quieres, no pasa nada, puedes decírmelo. Pero no me
pongas excusas, que me muero de ganas…
—¿Pero cómo no voy a querer, chiquilla?
Me lamió los labios antes de responder.
—Pues déjame que te lo haga, por favor…
Joder, estaba a punto de explotar. Con que me arrimara los labios iba a correrme a mares.
No creía poder durar más de unos segundos. Tardando tan poco tiempo tal vez no era mala idea
pintarle la cara a la muñequita antes de volver a la piscina. Así podría mirar a Nacho con sonrisa
triunfal, sin que él supiera a qué se debía.
—Vale, pero vamos hacia el lavabo que no quiero ponerlo todo perdido.
—Joder, qué miradito eres, hijo… —aceptó mordiéndome el labio inferior.
Nos movimos sin separarnos y, una vez en posición, Ari me dio un piquito y luego
comenzó a arrodillarse. Mi polla reaccionó con un cabeceo de satisfacción. No le quedaban
muchos segundos para convertirse en una fuente de esperma.
Pero la rubita no llegó a terminar el gesto.
Porque la voz de Eva detrás de la puerta nos sobresaltó.

*
—¡Ari!, ¿estás ahí?
La antipática Eva no había esperado a recibir una respuesta. Al mismo tiempo que soltaba
la frase ya estaba empujando la puerta.
Ari se levantó de un salto y yo me subí el bañador lo más rápido que pude. No fue
suficiente, el mal ya estaba hecho.
—Mecagüenlaleche, Ari… ¿¡Se puede saber lo que estás haciendo!?
La hija de mi amigo Nacho bajó la mirada como pillada en falta, al tiempo que se subía la
toalla para taparse los pechos, avergonzada.
—Joder, Eva —exclamé—. ¿A ti no te han enseñado a llamar a las puertas?
En realidad estaba más enfadado conmigo mismo que con ella. Con el subidón que me
había provocado la presencia de Ari al entrar en el baño, me había olvidado de asegurar la puerta
con el pasador.
—Venga, Eva, no te enfades… —pidió la rubita—. Al fin y al cabo no ha llegado a pasar
nada.
Pero para mí ese era el problema, que no había pasado nada. Menuda putada. Me sentí con
derecho a protestar.
—No sé quién te crees tú que eres para darle órdenes a Ari todo el tiempo, ni que fueras su
madre…
La cabeza de Eva pareció echar humo.
—¿Qué quién soy yo, profesor? —espetó airada y poniéndose en jarras—. Pues soy nada
menos que la futura cuñada de esta zorrita. Y me jode un montón que a mi hermano le pongan
los cuernos, ¿se entera? ¿Qué quiere, que vaya ahí abajo y le diga a sus padres lo que acabo de
encontrarme, a ver qué les parece?
—Eva, no te pases, no fastidies… —suplicó Ari—. Que ya sabes que mi padre me mata…
La cara de espanto de Ari no era fingida. Pero menos lo era mi gesto de estupor.
—Mecagüentodo, Eva —le copié el exabrupto a la morena y me sonó bastante bien—.
¿Pero de qué vas? Te recuerdo que fuiste tú la que me pusiste a Ari en bandeja para que le
hiciera guarradas. ¿Ahora te pones exquisita con lo que tú misma has provocado? ¿A qué venía
todo el teatro del lavabo del colegio y de casa de tu abuela, si no? ¿Qué es lo que eres, una
calientapollas que usa a sus amigas en lugar de hacerlo por sí misma? A ver, explícate, me
gustaría saberlo…
Las dos chicas se miraron. Había temor en sus ojos. No decían nada, pero sus miradas
hablaban algún código que solo ellas conocían.
—¿No le habrás contado nada? —le espetó Eva a la rubita—. No me jodas, Ari, ¿no se te
habrá ocurrido…?
—¡Calla, joder…! —le increpó Ari. Y Eva se llevó las manos a la boca. Se había pasado
de frenada.
No necesité más. Como había imaginado la historia entre Ari y yo, con el empujón de Eva,
tenía un objetivo. Y el estómago comenzó a arrugárseme.
—¿Queréis chantajearme, verdad?
Las dos chicas negaban con la cabeza, pero eran incapaces de decir nada.
—Pues que sepáis que no os hacía falta —continué—. Que pensaba poneros buena nota a
las dos en el examen final.
Me hacía el ofendido, pero lo que estaba era acojonado.
—No es eso, profe, te lo juro —consiguió decir Ari—. Además, no conseguimos grabar
nada, las cámaras del salón no funcionaron.
¿¡Cámaras!? Ahora sí que habían conseguido ponerme al borde del infarto. Las dos
chavalas me estaban complicando la vida y yo me estaba dejando como un imbécil.
—Joder… Así que es verdad, teníais cámaras… —bufé.
—Sí… —admitió Ari con la mirada baja—. Pero te juro que no se grabó nada, ya te lo he
dicho.
Me sentí aliviado por la noticia, aunque no sabía si podía creerla. En cualquier caso, estaba
atrapado. No me quedaba otra que jugarme el todo por el todo. Así que decidí huir hacia
adelante.
—A ver, ¿qué nota queréis? ¿Un ocho, un nueve…?
Eva miraba a Ari desconcertada y esta se encogió de hombros. Al final se sobrepuso y fue
la primera en hablar.
—A mí con un siete me vale, si no mis padres van a sospechar.
—Yo necesito un ocho —apuntó Eva—, tengo que subir la nota media si quiero tener
vacaciones este año.
Tragué saliva. Era el momento de huir.
—Pues ya lo tenéis —dije con aire digno—. Y ahora me voy. Espero que todos cumplamos
nuestra palabra.
Salí del baño dando un portazo. En pocos segundos me hallaba junto al resto de los adultos
al borde de la piscina. Tuve que inventar una trola sobre un apretón de tripas para justificar el
tiempo empleado, pero no observé sospechas por parte de nadie.
La comida y la sobremesa

Una vez sentados a la mesa, Laura llamó a su hija por el móvil. Enseguida aparecieron Ari y Eva
trotando por la escalera. Asustado por la presencia de la morena, me sentí incómodo.
—¿Va a quedarse Eva a comer con nosotros? —pensé y me sobresalté al darme cuenta de
que lo había dicho en alto.
—A saber… —respondió Laura—. Estas dos son imprevisibles. Hacen lo que les da la
gana y cuando les apetece. Menuda juventud. Por mí si se quiere quedar, que se quede. Tenemos
comida de sobra.
Afortunadamente, Eva se disculpó y tras despedirse desapareció por el ventanal del salón.
Suspiré aliviado al verla marchar, aunque en ningún momento había dado motivos para pensar
que pudiera delatarme.
Comimos en un ambiente de cordialidad. «Demasiada» cordialidad, me dije. Aquello no
parecía una amistosa comida entre amigos, sino más bien una tirante reunión de compromiso.
Notaba a Paula algo nerviosa y muy por la labor de que las conversaciones fluyeran por temas
superficiales, como no queriendo entrar en asuntos personales.
La única que no habló durante la comida fue Ari, quien apartó la mitad de lo que su madre
le había puesto en el plato —ahora entendía el motivo de su tipo perfecto—, y se pasó mirando
hacia ninguna parte la media hora que compartió con nosotros. Entre bocado y bocado, parecía
que le daba pereza tener que mover el brazo para llegar hasta el plato y luego llevar el tenedor a
la boca. Aquella boca que sabía a arándanos con nata.
Yo la miraba de forma descarada, regodeándome en sus formas, en su pelo, en su piel…
Aquella piel que había acariciado minutos antes, y aquella boca que había besado a placer y que
me había comido la polla con estilo exquisito.
Era una pena que ese día Eva la hubiera interrumpido, que la cosa acabara así, sin sentir su
aliento entre mis muslos. Me habría vuelto loco de placer al derramar mi semen por su carita de
niña buena.
Y lo habría deseado más por su padre que por ella misma. Por aquel cerdo que se creía
irresistible, y que había atacado a Paula con el total convencimiento de que mi mujer cedería a
sus exigencias. Que se dejaría follar como una vulgar zorra. Maldito hijo de su madre…
Estos pensamientos se diluyeron en el mismo momento en que Ari se levantó y,
excusándose como una jovencita educada, se perdió escaleras arriba hacia su habitación. Tenía la
perfecta excusa de la necesidad de estudiar para el examen y no la desaprovechó. Yo era el único
de los cuatro que sabía que aquella tarde no abriría un libro, segura como estaba de que aprobaría
sin dar golpe.
Su sensual balanceo de caderas al subir las escalinatas iba dedicado a mí en exclusiva, de
eso estaba seguro

Acabada la comida, Nacho propuso que pasáramos al salón. Allí tomaríamos el café y los gin-
tonic que mi amigo se ofreció a preparar según su «fórmula especial».
Cuando los dos esposos se fueron hacia la cocina a preparar las bebidas, Paula y yo nos
quedamos solos por primera vez en todo el día.
—¿Qué tal? —le dije para romper el hielo que notaba en su expresión—. ¿A qué no es para
tanto?
—Mira, si tú eres feliz, pues bueno está —dijo entre dientes—. Pero no me pidas que esté a
gusto. Está claro que entre nosotros ya no hay feeling. Así que te pido por favor que no
alarguemos la tarde.
—No sé qué quieres que haga, no depende de mí —protesté suave para no enfadarla—.
Tampoco es plan de tomarnos el café y la copa y salir a la carrera. Deja que ellos conduzcan la
conversación, que nos enseñen fotos o lo que quieran. Tú hazte la loca y bebe un poco del gin-
tonic, así te relajarás, ya lo verás. Cuando te quieras dar cuenta, ya estaremos saliendo por la
puerta y se acabó.
Paula suspiró, no parecía muy convencida. De pronto cambió de tema.
—Una cosa… —se detuvo un segundo antes de continuar, lo que me puso en guardia—.
¿Esas chicas son dos de tus alumnas?
—Sí, ya lo sabes, te comenté que Ari es alumna mía.
—Sí, Ari ya lo sabía… ¿Pero la otra?
—También, son compañeras inseparables.
Carraspeó antes de proseguir.
—Es que… ¿No son… demasiado mayores para ir todavía al colegio?
Solté una risotada. Paula nunca había sido celosa, pero no me extrañó que se mostrara
suspicaz al ver a aquellas chicas tan sexys. En cualquier caso, reconocí que no iba
desencaminada.
—Estás fuera de juego, querida —le dije, intentando desviar su imaginación hacia asuntos
menos… «eróticos»—. Hoy en día la FP está casi equiparada a la universidad. Al menos los
grados medios y superiores. Los alumnos tienen unas edades que son cualquier cosa menos
«colegiales».
—Y… —siguió con sus dudas—. ¿Tienes muchas alumnas como ellas?
De nuevo volví a carcajear. Le había dado a mi mujer un repente que no conocía de antes.
Con lo caliente que andaba por haberme quedado a la mitad con Ari y con aquellos celos que me
estaban excitando, aquella noche íbamos a tener fiesta en casa. Una fiesta con cohetes y traca
final, de eso me encargaba yo.
—No fastidies, Paula, ¿tanto te preocupa que tenga alumnas guapas?
—No es que me preocupe, es mera curiosidad…
—Sí, ya…
Ahora era ella la que sonreía.
—¿Pero por qué no respondes? ¿Tienes algo que ocultar?
—Ah, vale, vas en serio… —me hice el ofendido—. Pues te diré que no todas las chicas
son así. Las hay altas, bajitas, gorditas, guapas, feas… Y, además, también hay chicos. Y, bueno,
yo de belleza masculina no entiendo mucho. Quizá te apetezca darte una vuelta por el colegio
para darme tu opinión.
Iba a responder algo Paula cuando Laura y Nacho entraron por la puerta con sendas
bandejas.
—¿De qué hablabais? —preguntó Nacho indiscreto tras repartir los gin-tonic.
Por supuesto que no me apetecía hablar de lo buena que estaba su hija y de lo celosa que se
había puesto Paula por ello. Así que despejé lo más lejos que pude.
—Hablábamos de los grados de FP que impartimos en el colegio —dije serio y profesional
—. Le estaba explicando cómo funciona actualmente la FP. Y también le comentaba que en
nuestro centro impartimos casi veinte de esos grados.
—Vaya, igual tengo que derivarte al departamento de Marketing —replicó Nacho guasón y
reímos todos la ocurrencia.
A partir de ese instante, la conversación derivó en monográfico por los derroteros de la
formación profesional, tema en el que a mi amigo se le veía como pez en el agua, y los minutos
comenzaron a desgranarse entre trago y trago.
Unos minutos después, sin que nadie lo esperara, una figura apareció por la escalera que
comunicaba el salón con la planta superior. Alcé la vista y descubrí a Ari que nos miraba
silenciosa, como temerosa de interrumpir. Tenía las manos entrelazadas por delante, en un
ademán tímido e infantil.
Unos minishorts veraniegos y un top que siluetaba el perfil de sus impúberes pezones eran
todo su atuendo, a excepción de unos calcetines rosa que le daban un toque tan sensual que no
pude evitar empalmarme de golpe.
Tarde de estudio

Ari nos miraba desde la escalera con aire de niña que no ha roto un plato. Los cuatro adultos la
observamos durante un minuto sin decir nada. Parecía que todos esperábamos que fuera ella la
que hablara.
—¿Pasa algo, nena? —dijo al fin su madre al ver que no se arrancaba.
Ari tragó saliva y por fin se atrevió a hablar.
—Sí… bueno, no sé si debo… A lo mejor os interrumpo… —esta vez la chica no parecía
haberse molestado por el apelativo infantil de su madre.
Nacho quiso hacerse el padre molón y la animó a pedir lo que fuera.
—Venga, cielo, dinos… ¿en qué podemos ayudarte?
Yo empecé a sospechar por donde iban los tiros y me ruboricé sin poder evitarlo. Desde
que la había descubierto en la escalera me había colocado una servilleta sobre la entrepierna,
pero más difícil iba a resultarme disimular la excitación que se había pintado en mi rostro.
Al cabo Ari se decidió a ir al grano.
—Es por unos ejercicios del examen… —musitó con tono avergonzado—. Por más vueltas
que les doy no consigo entenderlos… Y he pensado que como esta mañana me dijisteis que le
preguntara al profesor si no pillaba algo, pues…
Iba a poner alguna excusa. No podía volver a ausentarme y dejar sola a Paula con una
pareja a la que no tragaba, a riesgo de que se terminara de cabrear del todo. Pero el padre de la
chica se me adelantó.
—Pues, claro, cariño… —dijo cogiéndome de un brazo y animándome a ponerme en pie
—. Mi amigo Carlos te ayudará a que entiendas esos problemas, ¿verdad, colega? Tranqui,
peque, que tú mañana apruebas el examen porque vas a ser la mejor preparada de todos.
Me levanté sin muchas ganas y me dirigí hacia la escalera. Miré a Paula y me encogí de
hombros. ¿Qué otra cosa podía hacer? No podía decir que no a Nacho. La mirada de mi mujer
advertía claramente: «No tardes».
No tenía ni idea de a qué iba a la habitación de Ari, porque a estudiar era claro que no. Así
que lo que iba a pasar era para mí una incógnita. Una incógnita que hacía crecer el bulto dentro
de mis pantalones.
Seguí a Ari escaleras arriba gozando de la vista de sus piernas y de lo que se podía atisbar
por debajo del pantaloncito, que dejaba a la vista el nacimiento de sus redondeadas nalgas. Una
visión celestial.
Me esperó bajo el marco de la puerta y en cuanto entré la cerró y le echó el pestillo
interior. Una señal más de que algo no iba bien. O de que iba genial, según como se quisiera ver.
Me acerqué hacia su mesa de estudio, donde descansaban los libros y el ordenador, pero
ella se subió a la cama y se cruzó de piernas al estilo indio en el borde inferior.
La miré estupefacto. Su descaro no tenía límites. Sabía que no me necesitaba como
profesor, pero no sabía exactamente lo que buscaba. Y las palabras se me atragantaron. De
nuevo, como horas antes en el baño, no sabía por dónde empezar. Y en esta ocasión, a diferencia
de por la mañana, ella no me ayudaba.
—Bueno —dije cansado del silencio—. ¿Qué es lo que quieres que te explique?
Se lo pensó un instante, y su respuesta no me sorprendió.
—Pues… es que… en realidad no quiero que me expliques nada.
—Ah, ¿no? —dije yo de forma irónica—. Qué extraño… teniendo en cuenta de que ya
estás aprobada de antemano…
Me moví hasta situarme delante de ella. Me quedé de pie, las manos en los bolsillos. Ella
se había dado cuenta de que le miraba entre las piernas, donde el pantaloncito mostraba más de
lo que tapaba. Con admiración creí distinguir que debajo del mini short no llevaba bragas.
Mi polla, que había renacido desde que la vi bajar por las escaleras, seguía su camino
ascendente. Ella la miró igualmente y sonrió. En eso parecía que estuviéramos sincronizados.
—No, verás… —se explicó—, es que quería comentarte algo de lo que hemos hablado esta
mañana, ¿recuerdas?
—No sé, esta mañana hemos hablado de muchas cosas… ¿A qué te refieres?
—Pues… a eso de las grabaciones… —hizo una mueca de niña buena—. Quería
disculparme.
—Vale, te disculparé… pero solo cuando me lo hayas contado todo.
—¿Todo…?
—Todo.
—Vale…
—Pues venga, empieza por el principio.
—Verás…
Y comenzó a narrar una historia novelesca en la que se mezclaba la plataforma Only Fans,
los vídeos de unas jovencitas juguetonas —Eva y ella misma— y la necesidad de dar un salto de
«sensualidad» en sus publicaciones. Por fortuna, las cámaras habían fallado todas a la vez. Las
estrenaban ese día y las habían configurado de forma equivocada, así que el video no había sido
grabado. Cuando Ari terminó, yo alucinaba «en colores».
—¿Entonces yo era el protagonista masculino de la escena subida de tono?
—Sí, más o menos… Pero no se trataba de tener sexo, no te rayes. Solo tenía que dejarme
magrear un poco y chupártela hasta que te corrieras en mi cara.
La mandíbula se me descolgó del todo.
—¿Eso no te parece sexo?
—Bueno, algo de cochinada sí que es… lo reconozco… —sonrió pícara—. Pero sexo, lo
que se dice sexo, tampoco…
No deseaba entrar en una discusión sobre cómo veíamos el sexo dos personas de
generaciones tan diferentes, pero me quedaba pasmado con la visión del asunto por parte de una
chica de su edad. Por otro lado, ahora entendía por qué no había querido que hiciéramos «lo
otro» en el salón, donde se suponía que había un montón de cámaras —tres, por lo visto—.
Aunque «lo otro» tampoco le debía de parecer «sexo, sexo». ¿O tal vez sí? A saber…
Cabía la opción de que previera que iba a querer follármela y que ella no se iba a poder
resistir, así que mejor que no quedara grabado.
—Me preocupa mucho lo que pudiera haber ocurrido con mi imagen —le recriminé—. ¿Te
imaginas que alguien me reconoce en un video de esos? Estaría acabado.
—Ah, por eso no te preocupes —soltó desenfadada—. Los vídeos los solemos «capar»,
añadiendo zonas veladas en las caras de los chicos, cuando los hay. Además, no publicamos en
España, solo en Latinoamérica. Tampoco a nosotras nos mola que nos pillen, a ver que te crees...
Iba a indagar sobre el asunto, pero Ari no me permitió seguir con las elucubraciones.
Su cambio de tercio fue brutal.

—Estás un poco empalmado, ¿no?


Tragué saliva y respiré profundo antes de responder. Ari se había equivocado del todo. No
estaba un «poco empalmado», estaba «super» empalmado, a punto de reventar para ser exactos.
—Oh, no… —me excusé—. Es que estos pantalones me van un poco justos.
—Ya, claro… —sonrió pícara—. ¿No será que te empalmas porque te gusto, aunque solo
sea un poquito?
La jovencita me estaba vacilando a todas luces. Aquella chica no gustaba «solo un
poquito» a nadie. Cualquiera que la conociera tenía por fuerza que estar loco por ella.
—Pues claro que me gustas, Ari… —repuse con sinceridad—. Pero tú tienes novio, ¿no?
—Sí, ya lo sabes…
—Chovi… —dije con extrañeza—. Vaya mote raro, ¿qué significa?
—No es un mote, es su apellido. Es así como le empezaron a llamar sus amigos y así le
hemos terminado llamando todos, hasta su propia hermana.
—Ah, ya veo…
—Sí…
—¿Y qué plan tenéis? ¿Vais a casaros, tener niños, compraros una casa?
—Ni idea… vete a saber… de momento nos conformamos con follar juntos… Lo demás lo
iremos viendo.
Joder con la chica. Si las chavalas de su generación eran así de claritas, no me quería
plantear la idea de divorciarme y tener que volver al mercado. Se me iban a comer vivo.
—Eh… —no sabía qué más decir, aquel charco en que se había metido nuestra
conversación no era para un tío de mi edad. Por fin pensé en una salida—. ¿Y Eva?
—¿Qué pasa con Eva?
—Quiero decir que si tiene novio.
—Sí… bueno, no… nada fijo… Se lo pasa bien con unos y con otros…
—Qué bien, ¿no…? —dije y el silencio volvió a instalarse en el cuarto.
De pronto, Ari volvió a cambiar de tercio. El corazón se me saltó un latido cuando hizo la
siguiente pregunta.
—Tú me tienes muchas ganas, ¿verdad?
Joder... Vaya si le tenía ganas. ¿En qué lo habría notado? Aquella chica era una lumbreras,
pensé con sorna.
—¿Yo, ganas…? ¿Qué va…? —negué mintiendo como un bellaco—. ¿Por qué lo
preguntas?
—Lo digo por lo del otro día… —prosiguió—. Mira que hacerme un truco de magia para
metérmela en mitad de un orgasmo, cuando yo no podía decir si quería o no…
—Bueno… —busqué una excusa rápida—. Tú te lo habías pasado bomba, yo también
tenía derecho, ¿no?
Se rascó la nariz antes de contestar.
—Ya, pero eso no te justifica. En el salón te había dicho que tu pollón era demasiado
grande, que me daba cosa que pudieras hacerme daño.
—¿Acaso te dolió?
—Pues… no… —reconoció—. Pero, ¿me la metiste entera?
—Entera…
—Joder… ¿Tan grande tengo el… ese… para que me quepa tanto dentro?
—Pues ya ves, parece que sí.
—De todas formas, no llegaste a moverte, si lo hubieras hecho, tal vez sí me habría
dolido…
—No creo, estabas tan húmeda que se entraba y salía de tu chochito con facilidad.
¡Menuda conversación para una tarde de domingo!, me decía. No solo me alucinaba, sino
que elevaba mi erección hasta niveles jamás alcanzados con otra mujer, incluida Paula. No sabía
si Ari lo estaba buscando o si ese tipo de temas los trataban así, tan sin pudor, los chavales de
hoy.
De todas formas, yo era de los que aprendía con rapidez, y poco a poco me iba sintiendo en
mi salsa.

—¿Te puedo hacer una pregunta… íntima? —le dije sin pensármelo dos veces, siendo yo el que
cambiaba de tercio en esta ocasión. Si había que jugar a su juego, pues adelante.
—Puedes preguntar… Pero no te aseguro que te vaya a responder.
Carraspeé y me lancé a la piscina.
—Debajo de esos mini shorts… ¿llevas braguitas?
Ari abrió los ojos, semi espantada.
—Pues no… pero no me digas que se ve algo.
Se inclinó hacia adelante para mirarse entre los muslos.
—Solo un poco, no mucho… —sonreí guasón—. Por eso te lo he preguntado.
Cuando levantó la mirada, ella también sonreía.
—¿No eres un poco mirón tú?
—Sí… pero solo un poco.
—Ya se te ve… cuarentón y viejo verde, menudo partidazo de tío.
—Y con un buen pollón… —le recordé—. Tú misma lo dijiste.
—Eso sí, mira, te lo tengo que reconocer.
Dudé si darle una vuelta de tuerca a la situación. ¿Por qué no?, me dije. Ir un poco más allá
tampoco era tan grave teniendo en cuenta hasta dónde había llegado.
—¿Me dejas que te aparte a un lado la tela del pantaloncito entre los muslos? Es por ver lo
que hay debajo —le solté sin parpadear.
Con una sonrisa de oreja a oreja se fingió enfadada.
—¡Serás guarro!
Se tapaba la cara, como si se sintiera avergonzada. Yo estaba seguro de que fingía, que se
lo estaba pasando en grande vacilando al viejo profe. Aunque tampoco era necesario, teniendo en
cuenta que ya nos habíamos dado unos restregones entre los dos y que nos habíamos visto sin
ropa. Aunque, desde su punto de vista, aquello no había sido «sexo, sexo», así que tal vez no me
dejara llegar más lejos.
—¿Qué más te da? —insistí—. No voy a ver nada que no haya visto antes, como tú dijiste
esta mañana.
—Pues sí que me da… porque después de mirar, querrás tocar.
—Te prometo que no…
—Ya, ¿y quién se lo cree…?
Me puse en cuclillas y la miré de frente entre los muslos.
—Pero, ¿qué haces? —rió ruborizada, y esta vez sí que lo estaba de verdad.
—Mirarte como un viejo verde.
Seguía riendo sin poder parar. Después concedió:
—Bueno, está bien, te dejo mirar, pero tú no apartas la tela, la aparto yo…
—Vale… —acepté sin nada que perder.
Ari se retiró hacía un lado la tela que intentaba cubrir su entrepierna sin conseguirlo. Ante
mí apareció su rubio y ralo vello púbico. La vulva mostraba un granate subido, y entre los labios
se notaba una humedad que rezumaba desde el interior. Estaba claro: Yo podía estar empalmado,
pero ella no estaba menos cachonda.
Sin decir nada, estiré una mano y acaricié suave el valle de su vulva, separando los bordes
ligeramente. Ari se mordía el labio en silencio mirándome rozarla.
—No toques… —se quejó.
—No toco, solo es un roce.
—Ya… y una mierda…
—Te lo juro…
—Si serás cabrito…
Pensé que me apartaría la mano, pero cerró los ojos y suspiró. Estaba disfrutando.
—Precioso… —le susurré sin miedo a que me cortara.
—¿De… verdad…? —interrogó—. ¿No lo dices por decir?
—Te lo prometo… ¿No lo has mirado nunca con un espejo, como en las pelis?
—No, nunca…
—Pues deberías…
Me eché hacia atrás y me puse en pie, tirando de una de sus manos para que ella también se
levantara.
Cuando estuvo a mi lado, Ari temblaba como una hoja.
—¿Qué vas a hacerme? —me preguntó temerosa.
—Solo quiero que bailemos.
—¿Solo?
—Sí, solo…
—Bueno, si no es más que eso…
La abracé y la llevé al ritmo de una música que existía únicamente en nuestra imaginación.
Con las manos le apretaba las nalgas y la atraía contra mi polla, que debía sentirla a la altura del
ombligo.
No le debió agradar el contacto en esta ocasión.
—No, para…
—Ssshhh… —le decía yo al oído sin permitirla retroceder.
Seguíamos bailando, ahora mis manos en sus caderas.
—Déjame ver tus tetitas, Ari, me muero por verlas de nuevo.
—Ni de coña… Que ya te estás pasando. Ya las has visto antes en el baño. Eres un guarro,
ya lo sabía, tenía que haberle hecho caso a Eva…
—Esta mañana no te quejabas tanto.
—Sí, pero esta mañana estaba engañada… Ahora ya sé lo que eres, me lo ha contado mi
amiga.
Joder, iba a tener que mantener unas palabras con Eva. ¿Qué diablos le habría contado?
—¿Y qué te ha dicho tu amiga?
—Que no eres trigo limpio. Que embaucas a las chicas, te las tiras, y luego si te vi no me
acuerdo.
—De eso nada, yo no soy así…
—Ya, claro, y yo me lo creo…
No estaba para escuchar monsergas, así que le insistí.
—Bueno, bájate el top y ya hablaremos de lo otro.
Ahora aceptó sin rechistar. Se llevó las manos al pecho y sus impúberes tetas quedaron al
aire, al alcance de mis manos. Las sobé hasta hartarme con una de ellas, mientras dirigía el baile
con la otra, cada vez más pegados.
Ari trató de empujarme de las caderas para alejarme, pero yo sabía que no aplicaba la
suficiente fuerza porque estaba muy cerca de rendirse.
—Ari, mírame…
Alzó la mirada. Sus ojos parecían asustados, como abandonados a su suerte. Con las manos
le agarré los dos lados de la cara. Luego posé en sus labios un ligero beso. La chica retiraba la
boca al principio, pero enseguida claudicó y se dejó hacer. Tras el primer beso hubo un segundo,
algo más lascivo esta vez.
—Déjame… —suspiró con mi lengua entre sus labios.
—No te dejo porque no es lo que quieres… —susurré.
—Y una mierda… ya paso de juegos… —protestó—. Si quieres suspenderme,
suspéndeme.
Le abrí los labios con los pulgares y entonces me colé en su boca de lleno. Le ardía como
un volcán. Con una mano le amasaba las tetas y con la otra la sujetaba de la nuca para que no se
echara hacia atrás.
—Joder que buena estás, Ari… —le susurré dentro de la boca—. Y cómo me pones,
putilla…
Tembló al escuchar el apelativo, pero no protestó.
Tras intentar liberarse de mi abrazo al inicio del baile, Ari había bajado los brazos y le
colgaban a los lados de sus caderas. Estaba casi rendida. Yo la atacaba moviendo mis caderas en
un simulacro de follada de pie, aunque nuestras alturas eran muy diferentes al hallarse ella
descalza.
—Ari…
—¿Qué…? —jadeó más que habló.
—Te voy a follar…
—No, de verdad… no me folles, por favor…
Aquel ruego mostraba a las claras que podía hacer con ella lo que quisiera, que ya no podía
defenderse. Y me la iba a tirar sí o sí. Era nuestro tercer encuentro y las dos primeras veces la
ocasión se había frustrado. Esta tenía que ser la vencida.
—Sí, Ari, te voy a follar… Lo necesito y tú también, no me digas que no…
—No quiero, no quiero… —casi gemía—. Si mi novio se entera me mata…
—Pues no se lo decimos. Te follo y nos lo callamos, será nuestro secreto…
—Mmmm… ooohhh… —decía ella mientras le acariciaba la vulva por debajo de los
shorts.
Esta vez no se me escapaba, le iba a partir el coño en dos. Y me lo iba a agradecer cuando
comenzara a correrse. Ya me encargaría yo de hacer que lo reconociera.

Me equivoqué de pleno.
La rubita hizo un quiebro y de pronto todo cambió. Me había estado engañando. Lo que
ocurría un momento atrás había sido puro teatro. Ari no estaba rendida ni había perdido el
control. Sin mucho esfuerzo se liberó de mí y me empujó hacia atrás con los brazos en mi pecho.
—Vaya profesor cachondo estás hecho… —se burló—. ¿Crees que todas tus alumnas
están locas por ti? ¿Qué puedes follártelas con solo chascar los dedos?
—Serás hija de… —me quejé amargamente. Mi erección estaba a punto de reventar.
—Ssshhh, profe… no digas palabrotas —me cortó y soltó una carcajada.
Se volvió a sentar al borde de la cama con las piernas recogidas. Me miraba con guasa. La
observé casi enloquecido por las ganas que la tenía. Si no la follaba esa tarde, iba a estar
pajeándome durante años recordando aquella escena con la amargura de una batalla perdida
contra una mocosa a medio hacer.
No podía permitirlo, tenía que cambiar de estrategia. En un chispazo de lucidez decidí mi
siguiente movimiento. Me situé junto a ella y dejé que mis pantalones cayeran a medio muslo.
Lo justo para que mi polla quedara liberada y apuntara hacia su rostro. Había admitido que aquel
monstruo de carne dura le gustaba, y era el único arma que me quedaba.
Comencé a pajearme con lentitud. Usaba dos dedos en lugar de toda la mano para no
ocultar lo que ella miraba con lujuria. La piel de mi aparato subía y bajaba, cubriendo y
descubriendo el glande, hinchado y rojo como la grana.
—Menuda polla la tuya… —dijo sonriendo, sin conseguir disimular su inquietud al verla
tan cerca de la cara—. Pero si te crees que me impresiona, quítatelo de la cabeza. Ya se me pasó
la tontería y ni borracha me la volvería a meter en la boca.
—Ah, ¿no? —la reté y me acerqué aún más a su cara. Ahora mi polla no distaba ni cinco
centímetros de sus labios. El «clic-clic» húmedo resonaba en la habitación.
—Ni de coña… no me hace ni cosquillas —susurró y supe que mentía al verla tragar saliva
varias veces seguidas.
Seguí con mi paja, siempre de forma lenta. Si aceleraba el ritmo corría el peligro de
correrme demasiado pronto y de pringarle la cara sin querer. No podía permitir tal accidente, a
riesgo de espantarla y que me mandara a la mierda.
—Vamos, Ari, reconoce que te la comerías con ganas —la vacilé—. Si ya lo has hecho una
vez. ¿Qué más te da?
Volví a dar un paso hacia ella y mi glande rozó sus labios. Ari cerró los ojos, apretando
mucho los párpados. Pensé que el asunto iba bien.
Mi polla rozaba sus labios de un lado a otro con la guía experta de mi mano. Pensaba que
finalmente los abriría y que podría colarme dentro de su boca.
Pero me volví a equivocar.
Ari apoyó las manos en la cama y haciendo palanca se echó hacia atrás. Se movió con
soltura sobre el colchón y terminó en la misma posición, pero con la espalda contra el cabecero
de la cama.
—Jo-der… —suspiré defraudado.

*
Me había vencido, tenía que reconocerlo. Una puñetera cría me había vacilado de lo lindo… una
vez más. Agaché la cabeza y me recoloqué la ropa. A continuación, sin mirarla ni una sola vez,
decidí que era hora de escapar de aquel cuarto. Abrí la puerta y, tras salir, la cerré con suavidad
para evitar el portazo que me habría gustado dar.
Tras palparme el bulto entre las piernas, comprendí que no podía presentarme de semejante
guisa ante sus padres y mi mujer. Así que me dirigí al baño y me refresqué la cara y los brazos
hasta que mi erección se redujo a un tamaño presentable.
Por fin, bajé las escaleras hacia el salón y me uní al grupo de adultos que comentaban
simplezas sobre la moda actual de la juventud de hoy. ¡Qué sabrían ellos de los jóvenes!,
menudos idiotas.
Fin de fiesta

Me uní a la conversación y participé de aquellas sesudas opiniones de gente mayor y


«autorizada» sobre lo que los jóvenes debían y no debían hacer, decir o pensar.
Paula apenas ocultaba sus bostezos y me miraba de tanto en tanto para empujarme a dar
por terminada la quedada. Le di un poco de cuerda a la conversación y, veinte minutos después,
decidí que era el momento de dar carpetazo a la tarde.
Me disponía a ello cuando, de repente, me quedé pasmado una vez más: Ari había
reaparecido a los pies de la escalera. Caminaba tan silenciosa como un gato y ninguno la
habíamos oído bajar.
En esta ocasión Ari no esperó a ser preguntada, sino que comenzó a hablar tan pronto
nuestras miradas la apuntaron al unísono.
—Es que… —dijo con voz tímida—. Hay otro problema que no entiendo, y estoy segura
de que va a caer en el examen.
Miré a Paula, y ella me devolvió una mirada que podría haber matado a la chiquilla. Luego
giré la vista hacia Nacho pidiéndole su opinión. Tampoco parecía muy feliz con los
acontecimientos. ¿Estaría mosqueado porque sospechaba algo?, me pregunté.
Al cabo, mi amigo decidió conceder.
—Vale, está bien, pero solo una pregunta más —dijo—. Y que sea la última. Tienes que
dejar en paz a tu profesor en su día de descanso. ¿Te importa, Carlos?
—No, claro… —respondí yo, mirando a Paula y volviéndome a encoger de hombros. Mi
mujer estaba más que cabreada, pero tampoco se atrevió a meter baza en esta ocasión.
Me puse en pie y por segunda vez seguí a la chavala escaleras arriba.

Tras cruzar la puerta y cerrarla por dentro con el pasador, Ari volvió a su anterior posición en la
cama, la espalda contra el cabecero.
Se había cruzado de brazos y sonreía burlona. Seguía con su vacile, que parecía
entusiasmarla sobremanera. Y el juego recomenzó donde se había quedado minutos antes. Yo
dudaba de si jugaba a provocarme y a dejarme al final sin nada o si lo que hacía era para evaluar
mi resistencia y mi deseo por ella.
—¿Qué pretendes, Ari? —le dije con malas pulgas—. ¿Quieres aclararte de una vez?
Ella amplió su sonrisa, pero no dijo una palabra.
Y entonces me cansé de sus gilipolleces.
Me dejé caer sobre la cama y gateé hacia su posición. Mientras lo hacía, me desabroché el
pantalón y me deshice de él y de los bóxer con los pies. Cuando la tuve a mi alcance, le tiré de
las piernas y la acosté todo lo larga que era.
Le acerqué la cara e intenté plantarle un beso en los labios. Ella volvió a esquivarme con
un giro de cabeza. Había sido un movimiento leve, sin embargo. Pensé que si volvía a intentarlo,
lo conseguiría.
Y no me equivoqué.

Le sujeté la cabeza por el cuello y volví a las andadas. Ella se dejó besar, sin abrir la boca en un
principio. Finalmente conseguí que lo hiciera y con mi lengua entré en su interior como con un
ariete. Ari, por mucho que se resistiera, no podía disimular los jadeos dentro de mi boca, cuando
con su lengua se introducía dentro de mí con ansiedad.
Estaba cachonda como una perra y esta vez no la iba a dejar escapar.
Nos comimos mutuamente durante unos minutos, mientras con mi polla al aire percutía
contra sus muslos, intentando que su calentura fuera subiendo de grados. Era una estrategia como
cualquier otra. Y parecía funcionar. Su aliento ahora quemaba. Sus gemidos iban subiendo de
nivel, además, y tenía que afanarme para que no escaparan al exterior, so pena de que los tres del
salón la escucharan a pesar de la distancia que había entre nosotros.
—Estás que ardes, hija de tu madre… —le suspiré entre beso y beso.
—Eres un cerdo… Ni se te ocurra tocarme las tetas.
Lo decía más como una invitación que como una advertencia. Y subí una mano para
abrazarlas y amasárselas, que era en realidad lo que pretendía. Ari se encogía mientras le
pellizcaba los pezones y, peligrosamente, iba abriendo las piernas debajo de mí.
—¿Así es cómo quieres que «no» te las toque?
—Así… así… no… me las… toques… ni se te ocurra…
Llegado el momento, tuve la sensación de que si no daba el siguiente paso, iba a correrme
sobre su ropa y todo habría terminado, y eso me gustaba más bien poco. Con un resto de
atrevimiento, bajé la mano libre y agarré mi polla. La dirigí entre sus piernas y no tuve que hacer
mucho esfuerzo, simplemente apoyarla entre sus labios por la abertura del short y empujar
suavemente. Su vagina se la tragó con ansia hasta que mis pelotas rozaron su culo.
—¿Qué… coño… estás haciendo…? —dijo al sentir que le entraba algo extraño en el bajo
vientre.
—¿Tú qué crees…? —la vacilé.
—Hijo de puta… me la has metido… —decía con los ojos apretados y arqueando el cuello
hacia adelante.
—Sí… ufff… te la he metido, ¿a qué te gusta?
—Y una… mierda… ooohhh… sácala, joder… no… no te muevas… así… joder… no…
aaahhh… hostia… hostia… no… sí…
La tenía dentro, me la estaba follando por fin. Ahora era yo quien mandaba.
—Si apenas me muevo… solo un poco para que la sientas…
—Cabronazo… saca ese monstruo de ahí… —susurró sin mucha fuerza y con un suspiro
tembloroso.
—Y una mierda… La tienes dentro, Ari… y es lo que querías, sino no me habrías vuelto a
buscar… Mira como entro y salgo… tu coño hierve y está empapado… Mira cómo te follo…
adentro… afuera… adentro… afuera…
Me movía lentamente, con metidas profundas y rítmicas.
—Uffff…. —bufaba la chica cuando mi polla tocaba fondo.
—Dime que te gusta… zorrita… —le retaba.
—Y una mierda… —gemía más que hablaba.
Y ya no esperé más, comencé a culearla con locura. Mi polla rozaba la entrepierna de tela
de su pantaloncito. Me iba a señalar la piel, pero no me importaba, follarme aquel coñito era un
sueño y ahora estaba haciéndolo realidad, mientras su dueña aún fingía no desearlo.
—Me estás follando, profe, me estás follando… qué cabronazo…
—Sí, Ari, te estoy follando… Ya no aguantaba más… No seas mala y abre más las
piernas… Así… muy bien… toma…
—Ay... ay... ay… —replicaba ella.
Le levanté las piernas hasta situar sus pies enfundados en los calcetines rosa mirando al
techo. Ari, mientras decía que «no», había abrazado mi cuello con sus manos y la espalda se le
encorvaba hacia adelante por el calambre de placer que mi instrumento le provocaba entre los
muslos.
—Dime Ari, ¿Qué notas? Ahora la tienes toda dentro, ¿la sientes?
—Cabrón… —suspiraba—. Sí… Mmmm… es como si me hubieras metido un autobús…
pedazo de cerdo…
Seguía culeándola sin piedad.
—Despacio, despacio… —pedía.
—Vale, tranquila, que te la meto poco a poco, te lo prometo.
Pero pasaba de mi promesa y la embestía subiendo la velocidad hasta que llegué a un
empotramiento absoluto. El colchón gruñía con mis embestidas. Ari había dejado de quejarse y
bufaba con el ritmo que le marcaba mi mete saca.
—Ahh-ahh-ahh... —gruñía al compás de mis embestidas.
—¿Te folla así tu novio?, ¿eh? ¿Te folla así tu Chovi? —dije jadeante.
—Puto profe… —gemía enfadada consigo misma por dejarse follar—. Joder, no… no… él
es más suave… Podrías follar más lento, cerdo, me vas a desfigurar el coño con ese pollón y mi
novio se va a dar cuenta… Como se entere, te mato, hijo de p…
Me incorporé un poco, le tomé un pie embutido en el calcetín rosa y me metí varios dedos
en la boca, sin dejar de embestirla como un poseso.
Estaba casi a punto. Sabía que a ella tampoco le faltaba mucho, pero quería dilatar el
tiempo porque iba a ser difícil llevarme a aquella mocosa al huerto una vez más. En cuanto me
corriera, nuestra historia se habría acabado.
—¿Te vas a… correr? —me dijo de pronto, reaccionando.
—Aún no… me falta un poco…
—Pero no llevas condón, pedazo de cerdo… —tenía cara de susto. Y esta vez iba en serio.
—No… pero tranqui, te la saco y me corro en tus tetitas.
—No, espera, para…
—¿Qué…?
—Quiero que te corras dentro. Si no, me voy a quedar a medias.
—Jajaja —me burlé—. ¿No decías que no querías? Menudo putón estás hecha.
—Serás hijo de puta… Calla de una puñetera vez y soluciona el problema, joder…
—¿Y qué hago? —pregunté atolondrado.
—Pues qué vas a hacer, ¿además de viejo eres idiota…? ¡pues ponerte un condón,
subnormal…!
Paré las embestidas y le dije compungido:
—No tengo ninguno, ¿tienes tú?
—Joder, profe, eres un capullo… —se quejó. En el rostro como la grana llevaba impresa la
señal de un orgasmo inminente, pero contenido—. Espera, aparta…
No entendía como podía mostrar semejante autodominio, hacía unos segundos estaba a
punto de correrse como una cerda, la cara contraída por el hormigueo que le subía por el
vientre…
Miró en algunos de los cajones de su mesilla y, al no encontrar lo que buscaba, se tiró de
los bajos del mini short y se dirigió hacia la puerta.
—¿Dónde vas? —tragué saliva asustado.
—Pues a por condones… —susurró cabreada—. Se me han acabado los míos, voy a buscar
en la habitación de mis padres. Como no tengan me voy a cagar en tus…
—¿¡Qué!? —me estremecí—. No jodas… ¡no, espera…!
Pero ya era tarde, Ari había abierto la puerta y se perdía por el pasillo de la primera planta.
Me tapé como pude y asomé la cabeza. Desde el salón llegaban las voces de la
conversación de Paula con los padres de la jovencita. Parecía que la charla era fluida, aunque el
que más hablaba era Nacho, para variar.

No tardó Ari más de un minuto en regresar. Entró en la habitación a la carrera y se arrodilló a


mis pies. Tras rasgar con los dientes el sobre color plata, me colocó el condón con maestría.
—Te está muy justo, tu polla es más grande que la de mi padre, pero es lo que hay.
Respiraba agitada, estaba loca por volver a la cama, el orgasmo contenido luchaba por
explotar.
Pero a mí me rondaba otra cosa.
—¿Por qué no me la chupas un poco? Lo haces de maravilla.
—Ni de coña, vamos al lío que no tenemos toda la tarde.
Tiró de mí, se puso en la misma posición de antes y ella misma levantó sus piernas hacia el
techo.
—Ahora… venga… métemela despacio, que vaya pollón que tienes, profe…
Dirigí la punta de mi polla entre sus labios vaginales y volví a entrar dentro de ella hasta
que mis pelotas tocaron la vulva. Y de nuevo comencé a embestirla de forma salvaje.
La cosa iba in crescendo, nuestros gemidos los ahogábamos comiéndonos la boca para
evitar ser oídos. El lento, pero creciente orgasmo se avecinaba a toda velocidad.
Cuando Ari comenzó a botar sobre la cama y a mover las piernas de forma descontrolada,
yo aún no había llegado al punto de no retorno. La muy putilla lo había alcanzado antes que yo.
La sujeté como pude para evitar ruidos sospechosos y la miraba a los ojos, que se le habían
quedado en blanco. Con una mano le tapaba la boca para ahogar sus gritos.
—Joder… joder… —gemía entre mis dedos—. Me corro… cabrón… no pares… dame…
dame… no pares… joder, fóllame, profe… no pares, joderrr…
Aguanté los largos segundos que duraron sus espasmos y después me dejé llevar. Mi
corrida dentro del condón comenzó a fluir con sacudidas de un placer que hacía años que no
sentía al echar un polvo.
Ari debió de renacer ante mis acometidas desesperadas y volvió a correrse.
—Joder… síiii… joder…. —gritaba la putilla—. Dame… más… dame… no pares…
Cuando la tormenta pasó, nos quedamos como muertos. Yo encima de ella y ella
desmadejada con sus uñas aún clavadas en mis nalgas. Más tardé comprobé que sus arañazos las
habían dejado marcadas con líneas rosadas que iba a tener que mantener ocultas a mi esposa si
no quería tener lío en casa.
—¡Vaya polvazo! —le susurraba al oído con la respiración agitada—. ¡Ha sido el polvo
del siglo!
—El polvo del siglo de tu put… mad… —se quejaba ella, pero en susurros y
acariciándome el pelo con una mano y apretando mi polla con la otra.
Era delicioso sentirse así, tan unidos por el placer. Un placer que me había costado
conseguir, pero que había merecido la pena el esfuerzo, a tenor de la mirada de paz de Ari, que
observaba el techo de forma serena con los ojos semi cerrados aún.

EVA
Después de comer con mi madre y las amigas que habían venido a visitarla, me encerré en mi
cuarto. Había dado la excusa de tener un examen al día siguiente y eso me permitió liberarme de
aquellas pesadas, que no paraban de hacerme la pelota por ser una chica joven y guapa, además
de tener las ideas claras sobre lo que quería hacer con mi vida.
En realidad no era así, pero yo explicaba mi vida futura como influencer en las redes
sociales y ellas me escuchaban con la baba colgando. «Viejas pelmas y aburridas», me decía
mientras les explicaba cómo se conseguían seguidores en Instagram o Tiktok.
Tras cerrar mi habitación por dentro, lo que menos hice fue ponerme a estudiar. El tontaina
de don Carlos había aceptado aprobarnos sin dar ni chapa, y yo no estaba dispuesta a perder más
tiempo con una asignatura a la que odiaba.
Así que, sin mucho más que hacer, me dediqué a stalkear a mis nuevos seguidores de
Instagram para aceptar a los «normalitos» y bloquear a los pajilleros y pesados de todo tipo.
Tras la limpieza general, me entretuve en grabar un video para Tiktok. No estaba muy
inspirada, así que grabé dos minutos de la primera chorrada que se me ocurrió y la colgué sin
revisarla demasiado. Total, a diferencia de lo que presumía ante las amigas de mi madre, mis
seguidores no llegaban a cinco mil, por lo que decepcionarlos alguna vez con contenido
mediocre tampoco era para echarse a llorar.
Cuando empecé a aburrirme sin nada más que hacer, pensé en llamar a Ari. Quizá ella
también tendría ganas de salir, ahora que la tarde se nos había quedado libre gracias a nuestro
querido profesor.
Cogí el móvil de la mesilla y vi como un pequeño sobre caía al suelo. Me puse en pie de
golpe. Lo que había caído era un regalo que Chovi me había encargado que le entregara a su
novia por la mañana y que yo había metido en la funda del móvil para no olvidar el recado.
Había estado en casa de Ari casi dos horas pero, con el lío que se había armado con el
profesor, lo había olvidado del todo. Y conociendo a mi hermano, me iba a montar una buena
bronca. Le quería un montón, pero tenía que reconocer que a veces se comportaba como un
pedazo de animal. Tenía que hacérselo llegar a Ari como fuera antes de que Chovi se enterara de
mi olvido.
Marqué a toda prisa el móvil de mi amiga y no respondió. Fuera de cobertura. Qué extraño,
pensé. Esperé diez minutos y volví a llamarla. Nada. Cada vez más nerviosa le envié varios
mensajes de wasap seguidos. Era un truco que utilizábamos para las urgencias. En lugar de un
bip-bip de aviso, cinco o seis seguidos significaban «responde rápido, es urgente».
Volví a esperar varios minutos, pero Ari no llegó ni a recibirlos. ¿Tendría el móvil
apagado? Durante todo el tiempo que había vigilado su chat, mi amiga había estado fuera de
línea, así que empecé a plantearme que quizá se había quedado sin batería y ni se había dado
cuenta.
No podía quedarme sin hacer nada. Tenía que pasar a la acción. Cogí el regalo de Chovi —
un anillo de baratija, pero muy bonito, y un verso bobo pero romántico— y me lo metí en un
bolsillo. Luego salí de la casa avisando a mi madre que volvería pronto.
La casa de Ari estaba a tan solo trescientos metros de la mía, en un recinto privado de
chalets de lujo que se podía recorrer caminando sin temor a ser atropellada por algún loco del
volante o asaltada por algún violador salido. Saludé con la mano a los guardias de seguridad que
pasaban de ronda en su vehículo y estos me devolvieron el saludo. Con uno de ellos había tenido
cierta «amistad personal» no hacía mucho y había confianza.
No corrí, pero anduve a paso rápido y en seguida me planté ante la casa de Ari. Me colé
por la puerta del jardín, que nunca cerraban durante el día, y luego entré en la vivienda por el
ventanal del salón.
Saludé con un «hola» de pasada y solo Laura me devolvió el saludo levantando una mano.
Ari y yo entrábamos y salíamos cada una de la casa de la otra de forma continua y sin dar
explicaciones, así que a nadie le extrañó que anduviera por allí.
Subí las escaleras a saltitos y me planté ante la puerta de su habitación. Recordaba la
reprimenda de don Carlos, que me había echado en cara que no tuviera la deferencia de llamar a
las puertas antes de entrar. Pero estaba ante la puerta del dormitorio de mi mejor amiga, ¿qué
podría estar mal si pasaba sin avisar? Si no quería que la molestasen, ya se encargaría ella de
echar el pestillo de seguridad.
Sin más, empujé la puerta y me quedé mirando al interior.
La imagen que me encontré me dejó tan alucinada que me convertí de inmediato en estatua
de sal.

CARLOS
De repente, un ruido en la entrada del cuarto nos sorprendió. Volvimos la cabeza al unísono y
vimos abrirse la puerta. A punto estaba de saltar de la cama cuando descubrí a una Eva que al
vernos se quedó como congelada. Los ojos los tenía abiertos hasta casi salírsele de las órbitas.
Tras unos segundos de pasmo, Eva comenzó a blasfemar.
—¡Mecagüenlaputa! —soltó enfurecida y alucinada.
Pero Ari no se arredró esta vez ante la imprecación de su amiga, que más parecía su jefa
por el mando que ejercía sobre ella.
—Eva, por tu padre, ¿te importa entrar y cerrar con pestillo? Y calla para que no nos oigan
los de abajo, no me jodas…
—Pero… —dije yo aún jadeante, aunque ahora por el susto—. ¿Por qué no está echado el
pestillo de la puerta? ¿No estaba cerrada antes?
—¡Y yo que sé…! —se quejó la rubia.
De pronto recordé que Ari había ido a buscar condones. Estaba claro que al volver estaba
tan cachonda que se había olvidado de asegurarla.
Me levanté y comencé a vestirme. Ari no tuvo más que estirarse el minishort, que no había
necesitado quitarse para que la follara.
—¿Qué hago con el condón? —pregunté inocente tras quitármelo y hacerle un nudo.
—Dame, ya lo tiro yo… —dijo Ari y, tomándolo de mi mano, lo metió en un cajón de la
mesilla.
Eva nos miraba a ambos con ojos de alucinada, yo abrochándome el cinturón, Ari estirando
la colcha de la cama, que había quedado totalmente desordenada. El ceño fruncido de la morena
anunciaba tormenta. Su posición en jarras era la guinda que culminaba el pastel de su enfado.
—¿Se puede saber qué ha pasado aquí?
Sentí ganas de reír, pero pude controlarlas. Menuda pregunta, ¿es que le quedaban dudas?
—¿No está claro? —me burlé, aunque débilmente—. Pues que Ari se ha puesto cachonda y
me la he tenido que follar.
—Serás cabrón… —se quejó Ari tirándome una almohada—. Aquí el único cachondo has
sido tú, que si no me abro de piernas me las rompes.
Eva bufaba viéndonos bromear.
—Pero, por dios, Ari… ¿No habíamos hablado de esto? —la acusó su amiga—. ¿Tú te
crees que me gusta ver cómo le pones los cuernos a mi hermano?
Ari pareció arrugarse.
—Ha sido sola una vez… —se disculpó—. Y no va a volver a ocurrir, te lo juro…
—Ya, eso se lo cuentas a otra…
La miré un tanto ofuscado y decidí utilizar un ataque como la mejor defensa.
—No te jode la Evita… —le dije de malos modos pero sin alzar la voz—. Me la pones en
bandeja y luego, cuando la chica se calienta, le echas la bronca…
—Tú cállate… —replicó airada—. Esto no va contigo.
—Ah, ¿no? —sus palabras me habían cabreado de lo lindo—. ¿Y con quién va? Porque yo
solo veo a un tío en esta habitación, aparte de vosotras. Y resulta que este tío es el que va a
poneros buenas notas porque le habéis hecho chantaje.
Eva frunció el ceño ante mi ataque, pero no respondió.
—¿No será que estás celosa? —le solté de repente. Que se jodiera, iba a vacilarla igual que
a Ari, y si tenía que follármela, me la follaría también. Aunque tendría que ser otro día, Ari me
había dejado la próstata vacía para bastantes horas.
La rubia había vuelto al borde de la cama y a su postura favorita, y nos miraba discutir con
una sonrisa.
—¿Qué coño dices? —se quejó Eva, ahora sin bajar el volumen—. ¿Yo celosa… de ti…?
Eres un cabrón, pero si te crees que soy tan tonta como esta vas dado. A mí no me folla un idiota
como tú…
—Ah, ¿no? —el volumen de mi voz también iba en aumento—. ¿Y a ti quien te folla?
Porque si no te gusto yo, quizá es por Ari por la que estás celosa… ¿Eres torti, zorrita?
La sangre se le subió a la cara. Se la veía a punto de blasfemar. Pero cuando iba a
contestar, dos golpes en la puerta la detuvieron.
La habíamos fastidiado. Los grititos de la discusión debían de haber llegado hasta la planta
baja y alguien más educado que Eva —a tenor de los golpes de llamada en lugar de intentar
entrar a degüello— había subido a ver qué pasaba.
Tragué saliva y me giré, decidido a salir de la habitación.
La pillada

Al abrir la puerta me encontré con Nacho. La cerré tras de mí a toda prisa y me hice el
despistado, intentando alejarme camino de las escaleras.
—Se acabaron las clases por hoy… —dije tembloroso, pero el me sujetó por un brazo.
Había alargado el cuello intentando ver el interior mientras yo salía de la habitación y no
sabía cuánto habría visto.
—¿Qué pasa ahí dentro que se oye tanto griterío? —dijo con malas pulgas.
—¿Griterío? —repliqué atragantándome con mi propia saliva.
—Sí, griterío… Y hace unos momentos parecían gemidos, ¿no estarías…?
La tripa empezó a soltárseme. Me estaba literalmente cagando de miedo.
—Venga, Nacho, Nachete, ¿no pensarás…?
—¡Joder…! —su cara se iba enrojeciendo por instantes—. Ahí dentro estáis solos Ari y
tú… y cuando paso camino del baño de mi habitación oigo cosas raras… ¿Qué quieres que
piense?
Me iba empequeñeciendo por segundos. Aquel día de celebración de la amistad iba a
acabar en tragedia. Y Nacho me doblaba en altura y en músculos. La paliza que me iba a dar si se
enteraba de que me había tirado a su hija iba a doler.
Y corría el peligro de que lo averiguase porque, además, mi silencio era más que elocuente.
—¿Me vas a decir qué pasaba ahí dentro hace un momento o voy a tener que entrar a
preguntarle a Ari?
—No jodas, Nacho… —fue lo único que pude decir.
Mi amigo me hizo un quiebro y, cuando iba a coger la manilla de la puerta, esta se abrió
desde dentro.
Cerré los ojos, esperando la primera bofetada. Pero en lugar de ello, una voz dulce detuvo
la escena.
—Hola, Nacho, ¿qué tal…?
Aquella voz era la de Eva. Me giré y la vi, su cara enmarcada en la pequeña ranura que
había abierto entre la puerta y el marco. Debía de haber estado escuchando nuestra conversación
y había decidido intervenir… en mi favor, por suerte. Los botones desabrochados de su blusa y
su pelo revuelto insinuaban algo que Nacho empezaba a intuir.
Mi amigo, sobrecogido por la sorpresa y, sin duda excitado, tragó saliva como yo unos
segundos antes y balbuceó.
—Ho…hola… Eva… ¿puedo entrar para hablar con Ari?
Si aquel tipo entraba dentro de la habitación, tal vez no picaría el anzuelo y la verdad se
destaparía. Fue lo que imaginé que estaría pensando Eva. Y acerté de pleno, porque ella volvió a
improvisar.
—Uy, Ari no está aquí, Nacho… —le dijo con picardía—. Se fue hace rato al baño y no
ha vuelto. Y yo me estaba probando algunas faldas de tu hija… Estoy en braguitas, así que si
entras me voy a poner muuuuyyyy colorada…
Los ojos de deseo de Nacho eran más que evidentes. Mi amigo estaba loco por aquella
chica, y se le notaba de lejos. Menudo putero el muy cerdo.
—Ahora voy a cerrar, si no te importa, cariño… —concluyó Eva con una caída de ojos
dignos de la mejor actriz.
—No… claro, claro…
Cuando la puerta se cerró, mi amigo tiró de mí y me llevó hasta su cuarto casi en volandas.
Cuando pensé que me iba a echar la bronca del siglo, Nacho me sorprendió con una salida de las
suyas.
—¡Qué cabrón! —soltó con una carcajada—. ¡Te has follado a Eva!
—Eh… yo… —tartamudeé.
—Venga, no me jodas, Carlitos… cabronazo… Te la has follado, pero bien… Menuda cara
de gusto se le nota a la muy zorra… ¡Si serás hijo de…! —hablaba más para sí que para mí—.
Tú, el mosquita muerta, ¡te has follado al pibón del colegio! ¡Me cago en tus muelas…! Yo llevo
detrás de ella desde que cumplió los veinte la muy puta y llegas tú y te la follas en semanas.
Porque esta no es la primera vez, no seas cabrón… que a mí no me engañas… que te la estás
tirando desde que llegaste al colegio… que no soy tonto… ¡Hijo de tu madre…!
Y soltó otra carcajada que tuvo que oírse desde todos los rincones de la casa.
—Pero, joder, ¿no dices nada…? —insistió ante mi silencio.
—Bueno… yo… —balbuceé y, respirando profundo, intenté venirme arriba—. Pues sí, tío,
me la he follado, lo reconozco…. —mentí de forma descarada—. Esta es la tercera vez… Pero es
que no puedo aguantarme, la chavala está tan buena que me vuelve loco. Y ella es un zorrón de
cuidado, así que cuando la pillo a solas, pues que me pongo burro y… que se la clavo… ¡Qué le
voy a hacer! Soy así de cabronazo…
Mi amigo no paraba de reír. De vez en cuando me daba cachetadas en la espalda, código de
ánimo entre machirulos.
—¿Y qué…? —me empujaba a darle explicaciones—. Cuenta, cuenta… ¿Tiene el coño
apretadito…? ¿Y de jugoso va bien, no? Si se le ve que es muy puta la cabrona, por mucho que
se haga la digna. Venga, dime, lo tiene calentito, ¿no?
—Hirviendo, Nacho, hirviendo… —respondí por no permanecer callado de nuevo.
De pronto se puso serio y cambió de tercio.
—Tienes que ayudarme —dijo con el gesto contraído, haciendo que el susto volviera a mi
cuerpo.
Me arrugué más que cuando me descubrió ante la puerta de Ari y me hice el despistado.

—¿De qué… cojones hablas…? —farfullé.


—Pues de metérsela, ¿de qué va a ser, cabronazo…? —soltó el sinvergüenza—. Tienes
que volver al cuarto de Ari y convencer a Eva de que me deje clavársela. Seguro que si se lo
pides tú, me deja follarla como a la zorra que es…
—¿¡Qué!? —mis piernas ya no podían temblar más.
—Pues eso, tío… —insistía, y cuando Nacho insistía era como un ciclón—. Como tienes
confianza con ella, le cuentas cualquier cuento y la convences para que se me abra de piernas.
Llevo tanto tiempo pajeándome pensando en ella que voy a reventar. Te juro que te lo agradeceré
de por vida. Palabra de amigo.
Le miré desconcertado.
—Pero… ¿cómo hago yo eso…? —me quejé—. ¿Qué coños le digo?
—No sé… tú eres el profesor… piensa en algo, yo que sé… —cavilaba a toda prisa—. Le
prometes un sobresaliente en el examen de mañana… O mejor en el final… lo que sea… A esa
tía se le da tan mal tu asignatura que por un «sobre» seguro que hasta me regala las bragas. Ah, y
le dices que yo follo como los ángeles, que la voy a despatarrar para una temporada de lo a gusto
que se va a quedar… Ya sabes, lo que sea, esas cosas de tíos…
Las salidas se me iban cerrando. ¿Cómo iba a convencerle de que se dejara de chorradas?
Tenía que decirle algo y por fin tuve una idea.
—Y… ¿Ari…? —como idea era una mierda, reconocía, pero fue lo único que se me
ocurrió.
El muy salido, inasequible al desaliento, buscó la forma de esquivar mi excusa.
—Bueno, eso es fácil, la esperas a la puerta del baño y, cuando salga le cuentas otro
cuento… Que la llama su madre o lo que se te ocurra… Tú eres un mago de las palabras. Solo el
tiempo necesario para que me folle a su amiga aquí, en mi cuarto… No quiero deshacer la cama
de mi hija y que se dé cuenta de que he puesto a su amiga con las piernas mirando al techo…
jajaja.
¡Pedazo de asqueroso! El muy cerdo estaba convencido de que su plan era infalible. Me
pedía que fuera a Eva y le dijera «anda, nena, vete a follar con Nacho que te lo vas a pasar en
grande». Luego que fuera a su hija con el cuento de «mamá te llama», sin que la madre supiera
de qué iba la vaina. El muy perro estaba tan caliente que ensartaba una gilipollez con otra y se
creía lo que decía a pies juntillas.
Y a mí me temblaban cada vez más las canillas, y trataba de buscar salidas dialécticas para
sus truculentas ideas.
Pero Nacho era un tío de ideas fijas y difícil de convencer. Mucho más con el calentón que
llevaba. Así que cuando me tomó de un brazo y me sacó de la habitación para arrancar su plan,
deseé que se me tragara la tierra.
Veía a cámara lenta el recorrido del pasillo que separaba la habitación principal del resto
de la casa. Al final del mismo, se giraba hacia la derecha y se enfilaba hacia el corredor donde se
encontraba la habitación de Ari. Sudaba como un pollo en el asador cuando nos plantamos ante
la puerta del cuarto de la chica.
Recé a todos los santos conocidos. Aquello no podía estar pasando. Pero no había solución,
estaba a punto de suceder. Y se iba a liar una gorda. No sé qué le iba a decir a Eva, pero el follón
estaba más que asegurado.
Nacho empuñó el pomo de la puerta para abrirla… pero una voz por la espalda le retuvo.
Mis oraciones habían sido escuchadas.
—Hola, papá… —Ari caminaba semidesnuda y con los pies descalzos. Lo único que la
separaba de mostrarse desnuda por completo era una gran toalla rodeando su cuerpo—. ¿Te
importa si paso a mi cuarto?, que me estoy cogiendo frío.
Suspiré aliviado. Miré a Nacho que había cambiado el gesto de lujuria por otro de congoja.
«Se acabó, hermano», pensé, y esta vez fui yo quien le tomó a él del brazo.
—Gracias, papá… —dijo la rubita cuando aparté a su padre de delante de la puerta de la
habitación. Luego se coló dentro, haciendo ruido al correr el pestillo de seguridad para que
quedara claro que no admitiría injerencias.
El suspiro que lancé para mis adentros podría haber hecho temblar la casa.
Segundos más tarde, bajábamos las escaleras al unísono, mi brazo sobre sus hombros. No
le decía nada, pero con el abrazo lo decía todo. «Tranquilo, hermano, si el Karma está de tu
parte, terminarás tirándotela algún día».
Aunque en el fondo estaba seguro de que no lo conseguiría. Eva era mucha Eva. Y aunque
las dos chicas parecían una pareja de zorritas, la que se llevaba la palma era Ari. Eva se mostraba
como la chica más estrecha del colegio y no había manera de llevarla al huerto, por mucho que
pareciera lo contrario.
Asuntos de Daddy

Al llegar a la planta baja, la mirada que me echó Paula era más que clara: «se hace tarde.
Vámonos de aquí antes de que me enfade».
Unos minutos después, tras los parabienes y los abrazos de despedida, mi mujer y yo
circulábamos en el Volvo camino de nuestra casa. No habíamos dicho una palabra desde que
salimos del chalet de Nacho y Laura.
Hasta que Paula se decidió a hablar.
—¿Qué habéis hecho tanto tiempo en el cuarto de Ari? —dijo con aire de mosqueo—.
Subiste para un rato y se os han ido casi dos horas.
Al parecer, no había sido solo Nacho el mosqueado por la tardanza. En este caso, sin
embargo, tenía claro desde el inicio cómo escabullirme.
—Joder, no me hables… —puse voz de profesor devoto—. Es que estas chicas tienen el
coco cerrado. Para hacerle entender algo hay que dedicarles horas. Y ni así…
—¿Cómo que «chicas»? —resaltó el plural y me miró de reojo—. ¿No estabas solo con
Ari?
Ahora no me temblaba la voz como cuando tuve que disculparme ante Nacho.
—No, qué va… Estaban Ari y Eva, las dos… —mentí con seguridad—. Son inseparables,
ya te habrán contado… Para lo bueno y, sobre todo, para lo cabezotas…
—¿Eva estaba con vosotros? —Paula frunció el ceño, parecía no creerlo.
—Sí, Eva… La chica ha llegado algo después, pero era la más peleona y la que peor
entendía las explicaciones, ¿por qué?
Miraba a Paula por el rabillo del ojo intentando averiguar que se le pasaba por la cabeza.
—No sé… —replicó—. No la hemos visto llegar, al menos yo…
Mi respuesta fue la obvia:
—Bah, ya sabes… esas dos entran y salen de la casa sin dar los buenos días… Y lo mismo
cuando Ari va a la casa de Eva… Seguro que se ha colado por el balcón y no ha dicho nada… Ni
os habréis enterado.
—Sí, eso dice Laura —reconoció y solté un nuevo suspiro interior, llevaba varios aquella
tarde—. Que son como hermanas gemelas… y que se mueven por la casa como fantasmas. Al
único que consiguen controlar es a Chovi, el hermano de Eva, y no siempre… Están hartos de
oírles follar en el cuarto y no saber ni por dónde ha entrado el chaval…
Solté una carcajada para descargar la tensión e intenté cambiar de tema.
—¿Quién le va a echar un polvito a mi princesa en cuanto lleguemos a casa? —propuse
poniendo mi mano en su muslo y rogando para que ese día me pusiera una excusa; llevaba las
pelotas vacías y las iba a pasar canutas si ella quería guerra. La edad no perdonaba.
—Mira, cielo… hoy estoy cansada —se disculpó y sonreí para mí. El Karma estaba
conmigo—. Pero si tienes ganas te puedo hacer una mamadita… Así dormirás relajado.
Le solté una excusa tonta del tipo «si no disfrutamos los dos, me guardo el cartucho para
cuando tengas ganas» y seguí conduciendo soñando con la paja que me iba a caer aquella noche
recordando el polvazo que le había echado a la hija de mi mejor amigo. El sinvergüenza de
Nacho.

El lunes pasó de largo sin mayores novedades.


Lo único reseñable fue que Ari y Eva entregaron sus exámenes en blanco sin ningún pudor.
Blasfemando por lo bajo, rellené cuanto pude para justificar la nota prometida. Unos exámenes
sin respuestas y con un notable alto podrían llamar la atención de cualquiera que los revisara.
Por la noche Paula seguía sin ganas de sexo. En el baño, mientras me duchaba, cayó la
segunda paja del día pensando en Ari y en su coñito caliente. La tercera en realidad, si
contábamos la que me había hecho por la mañana durante el recreo en un baño del colegio.
Aunque esta se la había dedicado a otra de las amigas de las dos chicas, mintiéndome a mí
mismo.
A la mañana siguiente, Paula me sorprendió durante el desayuno.
—El domingo me dejé el pareo en casa de Nacho y de Laura.
—¿Qué?
—Pues eso, hijo, que estás en la inopia —me había pillado pensando en Ari mientras
desayunábamos—. Mi pareo, ese que me regaló mi madre y que le costó un ojo de la cara. Lo
llevé el domingo para el día de piscina. Así que tenemos que recuperarlo antes de que vayamos a
casa de mis padres con un pareo diferente y mi madre se dé cuenta.
—Bueno, no pasa nada, se lo pido a Nacho y que me lo traiga al colegio.
—Nacho está de vacaciones… —dijo mirándome como si fuera tonto—. Se ha cogido
unos días que le debían y no vuelve hasta el lunes. Me lo ha dicho Laura. ¿No lo sabías?
—Ni idea…
—Los tíos siempre igual… Todo el día juntos y no os enteráis de nada.
—Oye… —me defendí—. Que yo no estoy todo el día con Nacho. Bastante tengo con
aguantar a mis alumnos como para tener que estar detrás de él… Y vale, si está de vacaciones,
pues esperamos al lunes y ya está…
—Ni de coña, no me arriesgo a que se pierda. En esa casa entran jardineros y todo tipo de
operarios sin control… Ni de coña dejo yo el pareo para que me lo roben.
—Joder, ¿y qué quieres que haga? —dije y comprobé que ya tenía prevista mi pregunta.
Al parecer, como buena fémina, lo había preparado todo, de modo que yo solo tenía que
seguir sus órdenes.
—Es fácil —explicó con tono autoritario—. Lo he hablado con Laura y lo tiene localizado.
El día que vayas a ir, por si tienen que salir, lo deja en una tumbona de la piscina. Tu solo tienes
que entrar al jardín y cogerlo. No necesitas ni llamar.
—¿Y cómo entro al jardín? —aquello sonaba raro.
—Pues empujando la puerta de fuera. Nacho y Laura solo la cierran por la noche. Durante
el día la tienen abierta para que entren y salgan los operarios del jardín, la piscina y todo ese rollo
de nuevos ricos.
—Ah, vaya… —tuve que admitir que lo tenían todo pensado. Aun así, no quise darle la
razón, necesitaba objetar algo, y así lo hice—. Pues yo hoy no puedo y mañana casi que
tampoco…
—Pues el jueves… Ya hablo yo con Laura para que no saque el pareo ni hoy ni mañana…
Y no admitió contrarréplica.

El jueves por la tarde salí puntual tras sonar el timbre de final del día. Ari había pasado toda la
clase distraída. Despreocupada por no tener problemas para aprobar, no se molestaba en
disimular que emitía un directo de Tiktok mientras yo me desgañitaba con el resto de alumnos de
ambos sexos.
Lo de Eva había sido incluso más descarado. Aquella tarde ni apareció por el aula. Y no
era la primera vez. La muy idiota me lo iba a poner difícil para darle un notable a poco que el
claustro de profesores notara sus ausencias durante mis clases. Pedazo de boba, de qué le valía
ser la mayor de mis alumnos con sus veintidós añazos. De seguir así la iba a cagar y me iba a
arrastrar con ella.
Subí a mi coche y me dirigí hacia la casa de Nacho y Laura. Me había hecho el sueco los
dos días anteriores, pero ya no podía dar más largas a mi mujer. Entré en la urbanización del
«super chalet» y aparqué en la acera a unos cien metros de la casa.
Me planté ante la puerta del jardín, que se hallaba entornada, y la empujé sin problemas. El
vaticinio de mi mujer había sido correcto. La puerta de entrada al recinto estaba abierta y el
pareo se veía sobre la espaldera de una de las hamacas junto a la piscina.
Me acerqué hacia ella y cogí la prenda. Mientras lo hacía miré hacia la casa. Imaginaba
que no habría nadie en ella, pero descubrí una señal que me hizo pensar lo contrario. El viento
había tirado de uno de los visillos y lo había hecho volar por fuera del ventanal del salón, así que
estaba claro que se hallaba abierto.
De hecho, me había parecido ver a alguien moverse en el interior, a pesar de que el sol de
la tarde convertía al ventanal en un espejo. En efecto, me dije, si la puerta del salón está abierta,
por fuerza tiene que haber alguien en casa.
Así que me decidí a saludar.
Soñaba con tomarme un buen copazo del ron añejo de mi amigo Nacho. Ese sería el mejor
relajante tras un largo día con los cabeza-dura de mis alumnos, ya fueran chicos o chicas.

Según cruzaba el jardín hacia la casa, una sombra volvió a moverse por el fondo del salón. Esta
vez, sin embargo, creí apreciar a quien pertenecía.
Y me quedé helado.
No podía creer a mis propios ojos. Y me temía que no iba a poder entrar de buenas a
primeras a saludar sin meterme en un nuevo lío. Tenía que acercarme con sigilo.
Cuando estuve tras la pared, al borde del ventanal, asomé un ojo y comprobé que no me
había equivocado: Una Eva con el uniforme del colegio, la camisa suelta y las tetas al aire,
bailaba una danza delante del sillón donde se veía a un hombre que la miraba de frente, de
espaldas a mí.
Ese hombre no podía ser otro que… ¡Joder, por supuesto que era Nacho!
El muy cerdo bebía de un vaso de licor con hielo y fumaba un habano mientras miraba al
bellezón de Eva, quien se metió las manos bajo la falda y, con femenino vaivén, se despojó de
las bragas y se las tiró a mi amigo, acertándole de lleno en la cara.
Nacho lanzó una risotada y, atrapándolas con una mano, las olió con lujuria antes de
meterlas en el bolsillo de la camisa. Estaba claro que Eva le estaba haciendo un striptease al muy
cerdo… Sin duda había seguido atacando desde la escena del domingo por la tarde en el cuarto
de su hija. Y al final se había salido con la suya. Se iba a tirar a Eva, a pesar de mi incredulidad.
Tenía que reconocer que me había quedado obnubilado. La belleza de Ari era la leche, en
todos los sentidos. Pero la sensual belleza de la morena, con su piel tostada y sus formas más
hechas, de más mujer, me estaban poniendo cachondo perdido. Joder con el puñetero Nacho, se
veía que no había perdido sus habilidades de ligón de nuestra juventud.
Debía de haberse envalentonado al considerar que Eva no era tan inaccesible como él se
pensaba. Se había tragado que me la estaba follando y, tras mi trola, se había lanzado hacia ella
con toda la caballería. La chica, por lo que podía ver, había entrado al trapo del muy zorro sin
cortarse ni un pelo. La muy «digna» de Eva no era más que otro putón desorejado.
Sabía que estaban hablando, oía sus voces. Pero no podía entender y ver al mismo tiempo.
O asomaba un ojo o una oreja, pero no ambas cosas a la vez. Así que decidí poner el oído a ver
que se decía allí dentro.
—¡Así me gusta mi guarrilla! —decía Nacho y reía a carcajadas—. La putilla de papi se
desmelena… jajaja.
—¿Te gusta así, papi? —replicaba ella jugando con la camisa y la falda a un «te lo enseño,
me lo tapo»—. ¿Qué te gusta más, mis tetitas con los pezones hinchaditos o mi chochito
rasurado?
—Ay, mi amor, de ti me gusta todo… —replicó Nacho enfebrecido—. Pero espera a que
me los coma para poder responderte… jajaja.
—¿Y qué más…? —apuró Eva.
—¿Qué más qué…?
—Pues ya sabes… eso…
—Ah, sí… por supuesto, guarrilla… puedes contar con las cuatro entradas para ti y tus
amigos en el concierto de esos gilipuertas que tanto te gustan…
—No les llames gilipuertas, papi…
Adivinaba, a pesar de no verlo, el gesto de nena buena de Eva, con el labio inferior hacia
afuera. Ahora lo veía claro. La muy zorra se las había dado de estrecha hasta que había aparecido
pasta de por medio. O entradas, que para el caso era lo mismo, porque en el colegio se
comentaba que estaban totalmente agotadas, y que cada una costaba más de trescientos pavos en
la reventa.
—Vale, pues no les llamo gilipuertas, si tú no quieres… Pero que sepas que son unos
gilipuertas... Jajaja.
Nacho no se conformaba con tenerla comiendo de su mano, necesitaba humillarla. Y
estaba seguro de que los más de mil pavos de las entradas no iban a acabar en un simple
despelote de la chica.
—Y… de lo otro… ¿qué? —preguntó ella.
—¿Qué de qué…? —se le veía a Nacho disfrutar del placer del vacile.
—Pues de lo otro… papi… que te haces el despistado…
Nacho lanzó una nueva carcajada.
—Ah, sí, lo de los quinientos pavos para las copas… Bueno, vale, pues también para mi
sugarbaby… Pero todo a su tiempo… primero ven aquí y hazme eso que me has prometido…
Lo que me había supuesto se confirmaba. Aquel «papi» por aquí, «papi» por allá, venía a
cuento de su contrapartida: la «niña sugar». Se habían juntado el hambre con las ganas de comer.
Y tal vez la muy zorrita ya tenía otros «papis» o, al menos, los había tenido hasta llegar a Nacho.
Menudo putón verbenero la que parecía una estrecha.
Alejé la oreja para aplicar el ojo, teniendo en cuenta que ya no se les oía hablar. Y me
encontré con lo que esperaba. Eva se había arrodillado a los pies de Nacho y se la chupaba con
dedicación total. Mi amigo la cogía de la melena y movía la cabeza de la chica adelante y atrás
soltando berridos de león lujurioso.
—Augggg… joder cómo me pones, jodía guarra…
Aproveché que estaban ocupados para cambiar de posición. Y ahora podía ver y escuchar a
la vez.
—¡Pero que puta eres…! —le gritó entusiasmado Nacho—. Yo loco por ti y tú a tan poca
distancia. Si no es por mi buen amigo Carlos, no te habría conseguido follar en la vida. Le debo
una a ese gilipollas.
El apelativo que me había dedicado me cabreó de lo lindo. No podía hacer mucho, sin
embargo, pero algún día se lo iba a devolver con creces al muy cerdo.
—Slurrrpppp… Slurrrpppp… —se oía absorber a la chica mientras el cerdo de mi amigo le
follaba la boca elevando las caderas desde el sillón con una saña que daba repelús.
—Dale, putilla, dale… que vas de puta madre… —le espetó el cerdo de Nacho a la
chavala.
—No me llames putilla… —pareció quejarse la chica dejando de chupar.
—Vale… —río Nacho—. Pues no te llamo putilla, querida «putilla».
Remarcó la palabra con objeto de humillar. Y a fe que lo consiguió. Eva se echó hacia
atrás y le retó con la mirada.
—Como vuelvas a llamarme putilla me largo…
Pero Eva no sabía con quien se jugaba los cuartos. No lo sentí por ella, que se creía muy
«empoderada» y no era más que una engreída insustancial, pero tan poco se merecía lo que
ocurrió a continuación.
Nacho le arreó una bofetada y luego la tiró del pelo.
«¡Plas!»
—Joder, ¿qué haces? —dijo casi cayendo de culo por el impacto.
—Yo te llamaré putilla y lo que se me ponga en las pelotas, ¿te enteras? —le increpó
mientras ella se ponía la mano en la cara magullada—. Si no te gusta te vas con tu puta madre. Y
de paso le preguntas si eres mi hija, que no me extrañaría. Porque a todas las zorras de esta
urbanización me las he ido tirando una por una. A tu madre la primera.
La expresión de estupor no le desaparecía de la cara a Eva. Pero cuando el cerdo de Nacho
le tiró del pelo, la chica agachó la mirada y volvió a chupar sumisa y resignada.
«Chavala domada —me dije—. Puto Nacho de los cojones. Por mi padre que te los cortaba
por hijo de puta…».
La escena se demoró unos instantes. Justo hasta que Nacho estuvo a punto de correrse. En
ese momento le tiró de nuevo del pelo y se la quitó de encima.
—Espera, espera, guarrilla… —le espetó Nacho—. Deja de mamar que todavía no quiero
pintarte la cara de blanco. Chupas que te cagas, pero cada cosa a su tiempo.
A continuación la puso a cuatro patas y, sin quitarle la falda, se la levantó por encima de
las caderas y se escupió en las manos.
Se ensalivó la polla que, aun siendo corta en longitud, era gruesa como la de un caballo.
Aquello tenía que doler, me dije. Luego ensalivó la entrepierna de Eva y, sin más dilación, le
clavó la dura carne de una forma tan brutal que Eva se quejó de dolor.
—Ayyyy…. Joderrr…
—A callar, zorra, mira que te quedas sin concierto… —le replicó Nacho y le arreó un
azote en el culo que resonó por toda la casa.
—Jo-der… cabrón…
La tomó de la melena y comenzó a cabalgarla sin piedad, con una rudeza y malas maneras
que hacían temblar al alma más fuerte.
—Jajaja… toma, putilla… Esto te pasa por zorrón… A ver si aprendes de mi Ari, que solo
folla con su novio, no como tú que tienes el coño como la boca del metro. Toma, toma, toma…
jódete, puta…
Nacho cabalgaba aquel cuerpo de diosa y la chica se dejaba hacer apretando los dientes. Se
había vendido al diablo y lo estaba pagando con creces. De pronto, Nacho elevó la cabeza y miró
a un punto frente a él, al tiempo que hacía un comentario que me extrañó.
—¿Qué tal salgo así? —dijo como si fuera un vaquero sobre un potrillo salvaje—. ¿Quedo
guapo?
Una voz queda me llegó de fondo.
—De puta madre… Menudo putón la niña… Y tú estás que te sales… Dale fuerte que esta
tiene aguante aunque lo disimule…
¡No me jodas! Aquella voz me había resultado conocida. Rodé sobre la hierba y me
coloqué en mejor posición. Enseguida descubrí a quien pertenecía la voz y no me había
equivocado. Era de Laura, la mujer de Nacho.
Me quedé tan alucinado que apenas podía moverme. Porque Laura no solo había hablado,
sino que tenía algo en sus manos que enseguida reconocí. La muy zorra manejaba una cámara de
video y grababa todo lo que su marido hacía con la boba de Eva.
¡Estaba filmando la escena! Y disfrutaban tanto el uno como el otro: la mujer grabando y el
marido humillando a la jovencita a cambio de un puñado de euros.
La escena me estaba revolviendo el estómago, pero me mantuve inmóvil, más porque no
me descubrieran que por ver como acababa la escenita entre los tres.
Cuando el cerdo de Nacho le sacó la polla a la chica y se la acercó a la cara, mientras
Laura aproximaba la cámara para tomar un primer plano de la corrida, decidí que era un buen
momento para escabullirme sin ser descubierto. La iba a poner fina a la pobre, con aquel
instrumento que se gastaba mi amigo, y no me apetecía para nada quedarme a verlo.
Unos segundos más tarde huía del lugar en mi coche a toda pastilla, el pareo de mi mujer
tirado por el suelo del asiento delantero.
Aquello había sido demasiado. Una escena que había visto más de una vez en vídeos
porno, en directo me había revuelto el estómago. Un regusto amargo me daba vueltas en la boca
y amenazaba con hacerme vomitar.
Una charla entre amigos

Traté de olvidar lo que había visto en aquella casa y con el paso de los días las imágenes se me
iban velando en la mente, por suerte. Aquella tarde era de viernes y no me apetecía irme para
casa cuando se acabaron las clases. En parte porque sabía que Paula había salido de compras con
su madre y que les darían las tantas. Mantener a solas una sesión de Netflix no me parecía el
mejor planazo del día.
Entré en la cafetería donde solíamos desayunar y me dirigí hacia la barra. Pedí una cerveza
y unos panchitos y, tras el primer trago, vi que en un extremo alguien me hacía señas. Se trataba
de Ari, que se hallaba entre el ángulo muerto del final de la barra y una columna, y era difícil de
descubrir si no sabías que estaba allí.
Ari hacía señas para que me acercara y, aunque me hice el despistado por unos instantes, al
final decidí que no podía dejarla con la palabra en la boca. Me acerqué y me ofreció una
banqueta vacía al lado de la suya. La chica se había sentado con las piernas cruzadas y el muslo
que mostraba por debajo de la falda tableada era suficiente excusa para empalmarse sin remedio.
Al menos para un viejo verde, como ella me había llamado.
—¿Qué tal, profe? —me dijo a modo de saludo.
—Bien, ¿y tú? —repliqué—. No te he visto hoy por clase.
—¿Para qué…? —sonrió y estuve de acuerdo con ella.
Picamos de mis panchitos al unísono, hablando solo con las miradas. Sus ojos azul oscuro
eran como dos ascuas que me quemaban.
—¿Cómo es que estás sola? —le dije para que no me mirara de aquella manera—. ¿Hoy no
viene Chovi a recogerte?
—Sí, tenía que haber venido —replicó con la boca llena de panchitos—. Pero me ha
llamado para decirme que tardará un rato. Se le ha complicado un trabajo que está haciendo con
unos colegas en la universidad.
—Ah, ¿entonces Chovi va a la universidad?
—Sí, el muy capullo es un empollón… Lo mismo que yo… —soltó y comenzó a reír con
su risa cristalina.
Me moría por proponerle que volviéramos a vernos. Que repitiéramos lo que habíamos
hecho en su casa dos domingos atrás. Pero no me atreví. Por más ganas que la tuviera, era mejor
dejarla en paz. Tenía su novio, sus estudios, sus planes de futuro. Si yo tuviera una hija como
ella, no me gustaría que llegara un gilipollas como yo a fastidiarle la vida.
—¿Y qué tal Eva? —pregunté para que mis pensamientos se apartaran de Ari.
—No sé —aseguró dudosa—. Hace días que está como despistada. Nos vemos muy poco.
—¿No vas a ir con ella al concierto?
—Ah, sí, el concierto… Pues imagino que sí. Me dijo que había conseguido entradas para
nosotros tres y otro amigo, pero no sé nada más. Espero que no sea una trola. ¿Pero por qué
sabes tú lo del concierto?
—Oh, por nada… —simulé indiferencia dando un trago a mi botella—. Lo he oído
comentar a gente de clase. Dicen que Eva es una suertuda y que está forrada. Hay algunos que
también han pillado entradas por lo visto, y están dudando si van a asistir o si las van a revender.
—Sí… —dijo ella con nuevos panchitos entre los dientes—. Por lo que pagan es para
pensárselo.
Una idea cruzó por mi cabeza, y pensé que era el momento de soltarla, a pesar de que
pisaba terreno minado.
—Oye, Ari… —tragué saliva antes de proseguir—. ¿Sabes si Eva ha hecho alguna vez
sexo por… dinero?
—¿Qué…? —preguntó abriendo mucho los ojos.
—Pues eso —le aclaré—. Dinero por dejarse… ya sabes…
—Ostrás, profe… —se la notaba alucinada—. ¿Me estás preguntando si Eva es… puta…?
—Joder, no… ya sé que no lo es… —me atragantaba al hablar—. Me refiero a que…
—Venga, profe, no intentes arreglarlo… —me cortó—. Tú quieres saber si Eva es puta
porque en ese caso estarías encantado de tirártela pagando lo que te pidiera, ¿me equivoco?
—Joder, no… no es eso… por supuesto que no…
—¿Entonces…? —Se echó hacia atrás en la banqueta y se recolocó la falda para taparse un
muslo que pedía caricias a gritos—. ¿Lo dices porque te lo ha inspirado el viento…?
Y se echó a reír.
—No… —volví a intentar retomar el tema—. No me refiero a puta, puta…
Ari abrió mucho los ojos de nuevo y esperó a que acabara la frase.
—… Sino, no sé… quizá alguien que la patrocine, que la ayude en los estudios… ese tipo
de cosas, ya sabes…
—Ah… vale… Te refieres a si es una sugar baby, ¿no?
Moví la cabeza sin afirmar ni denegar.
—Pssí… algo así podría ser… sugar como-se-llame, pero no puta… eso no, por favor…
Ari se rascó la coronilla como si cavilara. Luego hizo un comentario que no me sorprendió.
—Pues no lo sé… pero ahora que lo dices, a veces la he visto con un tío mayor… Por lo
menos treinta y cinco o más… Así como tú, digamos…
Me estaba llamando viejo y lo recalcaba para que no me quedaran dudas.
—Y el caso es que cuando va con el tío, luego maneja pasta… —explicó reflexiva.
—Ah, vaya… —puse expresión de comprender.
—Pero nunca lo había pensado… —prosiguió—. ¿Tú qué opinas? ¿No te habrás enterado
de algo que yo no sepa?
—Pues… —volví a simular indiferencia y mentí descaradamente—. Pues no, no es por
nada… pero se me ha ocurrido con el rollo ese de las entradas del concierto.
—Ya…
—Aunque con la pasta que os sacáis en Only fans, a saber…
—Bah, no te creas… —desmintió—. Hace tiempo que no sacamos un euro. Nos falló lo
tuyo y los fans se dan de baja en masa cuando no subes contenido.
—Joder con las redes sociales… —le di la razón.
Ari se me acercó y me puso una mano en la rodilla. Seguía con su cantinela.
—Confiesa, profe, tú estás coladito por Eva y te mueres por tirártela. No mientas. Y me
vas a pedir que te ayude, ¿me equivoco?
Su sonrisa era de lo más lascivo. Fui a soltar una nueva disculpa, pero ella me cortó en
seco.
—No… tranqui… no pasa nada… —dijo—. Si es normal… No tengo ni un solo amigo que
no quiera tirársela. Así que no te cortes… Si es eso lo que quieres, tú dímelo y yo hablo con ella
para que me diga por cuanto estaría dispuesta a follar contigo. En plan sugar baby, no como
puta, por supuesto. Palabra de honor que no se entera nadie más.
Iba a responder que no se le ocurriera hablar del tema con Eva, cuando Ari saltó de la
banqueta.
—Mira, ahí está Chovi. Te dejo, profe, y gracias por la coca-cola…
Y a saltitos felices se alejó y se abrazó a su chico, aplicándole un morreo de los de lengua y
saliva. La muy «sinvergüenza» me dejó con la palabra en la boca y con una invitación a su coca-
cola de la manera más sutil. Pero no me importó lo más mínimo, Ari era un regalo para los
sentidos y los diez minutos de charla con ella valían eso y más.

Me quedé en el rincón y pedí otra cerveza. Añadí un sándwich para cenar de paso. Ari y su chico
se habían sentado en una mesa del fondo y charlaban y hacían manitas sin parar.
Cuando terminé, pedí la cuenta. Mientras pagaba vi a Chovi salir a la calle con el móvil en
la oreja y un cigarro en la mano libre. Me levanté de la banqueta y pensé en pasar por el baño
antes de irme para casa. Las tres cervezas que me había tragado pedían salir a gritos.
Cuando iba a entrar en el baño de los hombres, la puerta del de las chicas se abrió de forma
repentina. En el hueco apareció Ari con sonrisa pícara. Me encantó verla de nuevo, pero me
estremecí al comprender que Chovi estaba a pocos pasos de nosotros.
Sin decir una palabra, Ari tiró de mi brazo y me coló en su baño. Me hizo una seña con un
dedo en los labios y luego se arrodilló ante mí, no sin antes asegurar la puerta por dentro. Esta
vez no quería sorpresas, al parecer. Me miraba y sonreía con una sonrisa de oreja a oreja.
No podía creer lo que iba a suceder a continuación, pero todo decía que estaba más que
claro.
En unos segundos Ari me había bajado el pantalón y los bóxer y chupaba de mi verga
como si le fuera la vida en ello. Lo hacía con su gracia habitual y me miraba fijamente con su
mirada burlona. «¿Te lo estás pasando bien, ¿eh, profe?», parecían decir sus ojos sin hablar.
Y yo me apoyaba en la pared y la dejaba hacer sin ponerle una mano encima. Sentía pánico
de que la magia se evaporara si la tocaba un solo pelo.
Aquella mamada fue la más corta de la historia. Probablemente no llegué al minuto. Avisé
a Ari con gestos desesperados para que se la sacara de la boca, pero ella se la introdujo más
adentro.
Me corrí en su garganta sin poderlo remediar. Fue un orgasmo corto, pero intenso. Los
nervios de la situación no daban para más.
Enseguida la chica estaba escupiendo sobre el lavabo los restos de mi leche y aclarándose
la boca con agua del grifo. Luego se metió un cicle en la boca y volvió a mirarme con la mirada
de sorna con que solía hacerlo. Se había vuelto a poner el dedo en los labios pidiendo silencio
mientras yo me abrochaba el pantalón.
Iba a salir del baño, cuando se volvió hacia mí.
—Ah, por cierto… —susurró—. El otro día… ya sabes… el del polvo…
Asentí con la cabeza ansioso por oírla terminar.
—Pues eso… que me follaste de maravilla… —rió con las mejillas arreboladas por la
vergüenza—. Si no fuera porque tengo novio y le quiero mucho, a lo mejor repetía… quien
sabe…
Tuve que toser para no atragantarme y ella me dio un cachete cariñoso en la mejilla.
Sin más, abrió con cuidado y en segundos se había esfumado hacia el exterior. Chovi la
esperaba a la salida del baño y tuve que esconderme tras la puerta a toda prisa.
—¿Dónde coño estabas? —le dijo enfadado—. Llevo buscándote un buen rato…
—Joder, hijo, ¿pues dónde voy a estar? —le respondió ella sin ningún remilgo—, pues
cambiándome la compresa. Es que los tíos tenéis mucha suerte y no os dais cuenta de que las
chicas tenemos necesidades, jobar…
—Al menos no apagues el teléfono, joder…
—Es la batería, cariñín, que se me ha acabado para variar. A ver si me regalas un iPhone
de los buenos, porque con mi móvil tan viejo ya ves…
En mi escondite sudaba acojonado. Había estado de un pelo que nos pillara y me había
librado de milagro. Resoplé aliviado y volví a encerrarme en el interior.
Cuando me decidí a salir un par de minutos después, ni Ari ni Chovi estaban ya por allí.
Mensajes buenos… y malos

La mañana del lunes sucedió un imprevisto que me dejó helado y con mal sabor de boca.
Durante el recreo, Eva se me había acercado y me había llevado hacia un rincón donde nadie
pudiera oírnos.
—¿Se puede saber qué coños le ha contado a Ari?
—¿Contado? —me extrañé y no necesité fingir que no entendía de lo que me hablaba.
—Joder, no se haga el tonto, so cerdo…
Me aclaré la garganta y le pedí calma con una mano en el brazo para que bajara el tono. No
podía tolerar que una alumna me hablara de aquella manera. Pero mucho menos podía dejar que
otros la escucharan cuando lo hacía.
—A ver, Eva, no sé de qué estás hablando… —le dije como se le habla a un niño
enrabietado—. Pero si me lo cuentas seguro que tiene una explicación…
Aspiró profundo y bajó el tono, pero no el contenido de su acusación.
—Le ha dicho a Ari que soy puta y que follo por dinero…
—¿¡Qué…!?
Joder, Ari había cumplido su promesa y, creyendo que estaba loco por tirarme a Eva, le
había ido con el cuento de nuestra conversación en el bar.
—Pues eso, que soy una zorra y que me dejo follar por pasta…
Traté de sofocar la fuga de sangre que manaba de la herida abierta entre los dos. ¿Qué otra
cosa podía hacer?
—No, Eva, yo no le he dicho eso a Ari… Quizá me haya entendido mal…
Pero volvió a sus ataques.
—¿Y entonces que le ha dicho para que me pregunte cuanto le cobraría por dejarme
follar…? ¡Es usted un cerdo, que lo sepa!
No sabía cómo responder a aquello, quizá era buena idea sincerarse.
—Mira, Eva, no te enfades… Ya sabes que yo, como profesor, puedo entenderos a los
chicos y chicas de tu generación… —iba improvisando y ella esperaba impaciente el final de mi
discurso—. Ari y yo estábamos hablando del tema de las «sugar baby»…
La cara se le puso colorada como un tomate. Había metido el dedo en la llaga. Yo lo sabía,
pero ella no sabía que yo lo sabía.
—… Que si esto, que si lo otro… pues no sé, salió tu nombre… Pero no por nada especial,
te lo prometo —seguí con mi tono conciliador—. Además, le aseguré a Ari que una «sugar
baby» no es una prostituta, que ella no lo tenía tan claro… igual que hacer una mamada no es
sexo, sexo… Vosotras mismas lo dijisteis. Y yo estoy de acuerdo…
Me miraba con cara de no estar creyéndose nada.
—¿Y entonces, qué pasa? ¿Es que usted quiere que yo sea su «sugar baby»?
Joder, me estaba metiendo en un jardín de mil demonios. A ver cómo conseguía salir de él.
—Oh, no… por supuesto que no… —tartamudeé—. Era una suposición… Solo le decía a
Ari que si alguna vez querías ser una «sugar baby», que no me parecería tan raro… Que lo que
hagas con tu cuerpo es cosa tuya…
Eva se iba calmando, y yo comenzaba a respirar aliviado.
—¿Y por qué me poníais a mí como ejemplo y no a ella?
Tragué saliva. A ver qué respondía a aquello.
—Pues… no sé… tal vez porque ella tiene novio… vete a saber…
Eva me apuntó con un dedo.
—Pues entérese que ni por todo el oro del mundo me acostaría con usted, ¿me oye? Y esto
no se queda aquí, que lo sepa…
Parecía que la chica volvía a enfurruñarse y yo volvía a temblar.
—Joder, Eva, no me hagas esto… —me había conseguido acojonar del todo. Había jugado
con fuego y estaba a punto de quemarme—. Te juro que te subo la nota otro punto y que hablo
con el de la clase de «Materiales» para que te apruebe, aunque sea con un cinco pelón. Es la
única que te queda para aprobar todo en los finales.
—¿«Materiales»? —preguntó pensativa.
—Te lo juro…
—Pues vale, pero que no se vuelva a repetir…
—Hecho… pero no te enfades… —dije antes de que se diera la vuelta y se alejara.
Suspiré aliviado y la vi acercarse hacia su grupo de amigas. Daba saltitos de felicidad, me
había vuelto a manipular, y de paso podía contar con aprobar todo el curso.
Por mi parte, me acababa de librar de otro lío por los pelos. A ver cómo me las apañaba
ahora con Rubén, el profesor de Materiales. Aunque sabiendo lo viejo verde que era el tipo, se
me ocurrían un par de trucos para convencerle.
Si lo sabría yo…

Aquella misma noche, Paula y yo mirábamos el móvil en la cama, cada uno en su lado. Yo había
leído las noticias, había revisado el correo personal —todo spam— y estaba a punto de abrir
Tiktok para reírme un rato con los vídeos de gatos que tanto me divertían.
Justo en ese momento entró el primer mensaje de wasap.
DESCONOCIDO: Hola, profe…
Me quedé en suspenso. ¿Quién sería aquel desconocido que me hablaba con tanta
confianza.
CARLOS: Quién eres?
DESCONOCIDO: Adivina, adivinanza…
CARLOS: Venga, déjate de bromas que no son horas.
DESCONOCIDO: Y si te digo que soy una chica muy guapa y rubita y que te hace cositas
en los bares?
Joder, no podía ser otra que Ari. ¿Pero cómo había conseguido mi número de móvil?
CARLOS: Ari???
DESCONOCIDO: Jajaja… y quien creías, Elsa Pataki?
Salí de wasap y actualicé la agenda para que la palabra «desconocido» saliera de mi
pantalla. Solo con verla ya asustaba. Luego volví a la app de mensajería.
CARLOS: Se puede saber quién te ha dado mi número?
ARI: A ver si adivinas de nuevo… Es un chico alto, moreno, de muy buen ver para su
edad…
Estaba claro, la jodida niña lo había sacado del móvil de su padre.
CARLOS: Venga, Ari, déjate de juegos. Son las doce de la noche. Mañana tienes clase a
primera. Y no vas bien en esa asignatura.
ARI: Bah, el profe de esa asignatura es un tío. Si le hago un juego de manos como te hice a
ti, seguro que me pone matrícula…
Me fastidió el comentario. Saber que Ari podría utilizar su cuerpo como arma, y no porque
yo le hubiera gustado al menos un poco, me producía un ataque de cuernos que se me hacía
insoportable.
CARLOS: Eso no lo digas ni en broma.
ARI: Jajaja… Te has puesto celoso?
Me había pillado infraganti. La mocosa era más lista de lo que parecía. Y más atrevida, a
pesar de que aseguraba que quería a su novio por encima de todo.
Miré a Paula que observaba fijamente su móvil. Por un momento tuve miedo de que me
viera chatear con alguien a esa hora y me preguntara. Pero no me pareció probable. Ella también
chateaba con alguien, por lo que pude despreocuparme.
CARLOS: No, no estoy celoso…
Mentía descaradamente.
CARLOS: Pero no son horas. Sal de línea y mañana hablamos.
ARI: Anda, no seas malo… dime algo bonito antes de cortar.
CARLOS: Joder, Ari, que te digo que no son horas.
ARI: Pues hasta que no me digas algo bonito no cuelgo el chat. Si quieres cortar, lo haces
tú.
Fingí rendirme. Tenía que acabar aquella conversación.
CARLOS: Vale, te diré algo bonito: eres muy guapa y tienes un tipo estupendo.
ARI: Jajaja… que soso ha quedado eso. Como se nota que eres cuarentón.
CARLOS: Oye, oye, que no soy cuarentón. Acabo de cumplir los cuarenta nada más.
Era mentira, pero confiaba en que ella no lo supiera.
CARLOS: Además, tú como lo dirías, so lista?
ARI: Pues lo diría en plan: Estas que te rompes de buena y tu body me pone muy burro…
jajaja…
No pude evitar la risa y se lo transcribí en varios emoticonos.
CARLOS: Jajaja…
ARI: Vaya, te has reído por fin.
CARLOS: Bueno, pues ya está dicho, ahora a dormir…
ARI: Espera, espera… que ahora me toca a mí.
CARLOS: Cómo que a ti?
ARI: Pues eso, que tengo que decirte algo bonito… A ver, déjame pensar.
Tardó unos segundos en volver a escribir. Y cuando lo hizo me sacó los colores sin poder
remediarlo.
ARI: En plan: tienes una polla que te mueres y follas de puta madre… Qué te parece?
Mi erección no tardó en aparecer. Metí una mano bajo el pijama mirando de reojo a Paula
y seguí tecleando solo con la otra mientras me tocaba con sumo cuidado para que mi mujer no se
diera cuenta.
ARI: No dices nada? No te ha gustado?
Entonces decidí ir más lejos. La chica me había puesto cachondo y no podía dejarla
escapar así como así. «Rectificar es de sabios», me dije.
CARLOS: Es que estoy pensando una cosa…
ARI: Qué cosa?
CARLOS: Pues que no tengo ni idea de con quien estoy hablando.
ARI: Ah, no? Y con cuantas tías buenas has follado en los últimos días? Tu mujer no vale,
está un poco pasada. Si yo no fuera Ari, cómo sabría que nos hemos enrollado?
Le di un giro a la tuerca a ver si conseguía algo.
CARLOS: Podrías ser Eva, ella también lo sabe.
ARI: Serás cerdo, no me jodas que te la has tirado? Tú capaz y ninguno me lo cuenta…
Cuánto te ha cobrado al final la muy zorra?
CARLOS: Que no, Ari, que no voy por ahí. Con Eva no ha pasado nada ni va a pasar. Yo
hablo de ti, que puedes ser ella y estarme vacilando. Aunque hay una forma de saber si eres tú o
no con total seguridad…
ARI: Ah, sí, y cuál?
CARLOS: Enviándome una foto.
ARI: Menudo cerdo estás tú hecho… Seguro que te la quieres cascar a mi costa… jajaja.
CARLOS: Bueno, pues hasta nunca, «desconocida».
ARI: Espera, espera…
Un breve paréntesis y enseguida:
ARI: «Imagen»
En una fracción de segundo, la foto de Ari apareció en mi móvil. Venía con sorpresa: La
chica se había subido la camiseta y me enseñaba las tetas. A cambio, la cara estaba cubierta y no
se la podía identificar. Sabía que era ella de sobra, pero me daba la oportunidad de seguir con el
juego.
CARLOS: No me vale esta foto. Las tetas estupendas, pero fotos así las hay en Internet a
montones. Yo quiero una en la que se te vea la cara.
ARI: De eso nada, primero tú.
CARLOS: Yo?
ARI: Tú, sí… Y que se te vea algo…
Miré a Paula. Seguía chateando con quien fuera. Se la veía muy concentrada, así que no
me corté e hice una foto del bulto de mi pantalón por encima de la sábana. Luego se la envié a
Ari.
CARLOS: «Imagen»
CARLOS: Qué te parece?
ARI: Una mierda, aquí solo se ve sombra, pero no se ve nada jugoso.
CARLOS: Pues si quieres algo más, te quiero ver enterita.
La siguiente foto tardó unos segundos en llegar. Ari estaba de pie ante un espejo,
totalmente desnuda.
ARI: Te toca… jajaja.

Sabía que lo que hacíamos Ari y yo se llamaba Sexting, pero nunca lo había probado. Ahora
comprendía lo morboso que podía ser. El único problema era que no podía llegar muy lejos, con
Paula a un metro y pico de mí. Por suerte nuestra cama era de dos por dos, si no ya habría
sospechado algo.
Volví a mirarla y me di cuenta de que fruncía el ceño. Algo de lo que estaba hablando por
el chat no le estaba gustando.
—¿Todo bien? —le dije por ver si averiguaba la causa de su mala cara.
—Sí, todo bien… —replicó sin mirarme.
—¿Con quién chateas?
—Trabajo, ya sabes… ¿Y tú?
—Sí, lo mismo, puto trabajo… —aseguré.
—Pues eso, que los cabrones no descansan en ningún momento.
—Ya te digo… Bueno, me voy al baño, que lo mío va para rato. A ver si descargo mientras
tanto.
—Vale, yo corto enseguida…
Una vez en el baño, lo primero que hice fue bajarme los pantalones y sacarme una
fotografía que envié de inmediato a Ari.
CARLOS: «Imagen»
La chica tardó en reaccionar a mi mensaje.
ARI: Vaya mierda de polla me mandas. El otro día la tenías más dura.
Vaya, a la señorita no le gustaba mi aparato, no te fastidia. Hice lo que haría un buen
político: echarle la culpa a ella.
CARLOS: Eso es porque lo que tú me mandas no me la pone.
ARI: Y qué quieres? Que me haga un dedo y que te lo pase?
Me gustó la propuesta.
CARLOS: Muy buena idea…
Esperé unos instantes y entonces llegó su siguiente mensaje. Esta vez no era una foto, sino
un video corto en el que se la veía pajearse con una mano. De fondo se veía claramente su cara,
esta vez no se escondía.
ARI: Ahora tú… Y la quiero bien dura…
Me la meneé mirando su grabación y enseguida la tuve como a ella parecía gustarle. Grabé
un vídeo de diez segundos y se lo envié.
CARLOS: Y ahora?
ARI: Ahora genial… Creo que puedo correrme si me pajeo con esta visión.
Entonces se me ocurrió una idea mejor.
CARLOS: Y si hacemos una video call?
ARI: Jajaja… Qué quieres, que nos la casquemos a la vez?
CARLOS: Por qué no, debe de ser la hostia! Tú lo has hecho alguna vez?
ARI: Joder, claro, pero con mi novio, no con un desconocido que seguro que saca capturas
de pantalla y luego las vende.
CARLOS: Imposible. Si saco capturas y las paso al que echan a la puta calle es a mí.
Ari salió de línea unos segundos. Temí haberla perdido por ir demasiado lejos. Pero me
equivocaba, porque enseguida entró su video llamada.
—Hola, profe, ¿dispuesto a pajearte en vivo y en directo?
—Yo sí —respondí—. ¿Y tú, dispuesta a hacerte el mejor dedo de tu vida?
—No creo que sea el mejor, pero con que sea aceptable me conformo.
—Pues vamos a ello…
—Sí, vamos…
Nos pajeamos al unísono durante unos minutos. De vez en cuando alguno de los dos decía
una guarrada y el otro le correspondía con algo más fuerte.
—Pero qué pollón tienes, profe… —decía Ari—, ¡cómo me pones!
—Pues tu almeja no es para menos. A ver, ábretela para que la vea.
Entre bobadas y risas nos fuimos viniendo arriba hasta que llegó el momento culmen.
—A ver, profe, estoy que ya no aguanto. ¿Te queda mucho? Porque si me toco un poco
más me voy a correr sin poder evitarlo.
—¿Me puedes dar un par de segundos?
—Sí, pero date prisa, porfa… que no puedo más…
Me la meneé tan rápido como pude hasta que ya no había vuelta atrás. Se lo hice saber a
Ari con un gruñido.
—Me voy… joder… me voy…
—Y yo… vamos… profe… a la vez…
Y los dos nos corrimos como bestias. El orgasmo no fue para tirar cohetes, pero la
experiencia había sido más que excelente. Oía a Ari respirar agitada al otro lado de la línea, con
los dedos húmedos pero con el resto de su cuerpo limpio. Yo, en cambio, había regado mi vientre
con semen caliente y pegajoso.
—Buena corrida, ¿eh, profe?
—De puta madre… —le respondí—. Pero ahora sí que toca dormir. Venga, vamos a cortar.
Era el momento de tomar el control y recobrar la cordura.
—Y que sepas que esto no puede volver a ocurrir —añadí.
—Vale, profe, tranqui, que ha sido solo por casualidad. Te prometo que nunca más…
—Vale, Ari, hasta mañana. Y no se te ocurra mirarme y reírte en clase, que tus colegas
enseguida pillan las indirectas.
—Jajaja… te lo prometo.
La video llamada terminó y me quedé mirando el móvil. Le había dicho que lo que había
pasado esa noche no podía volver a ocurrir, y no lo había dicho en vano. El riesgo de que aquello
se convirtiera en un serio problema era más que evidente.
Tenía que tomar una decisión y lo hice sin pensar. Apreté el icono del número de Ari en la
agenda telefónica y pulsé la tecla «bloquear». Repetí la operación dentro de wasap y en pocos
segundos Ari era historia.
Al menos ciber-historia.

Volví a la cama después de limpiar los destrozos de la corrida. Justo salía del cuarto de baño de
la habitación cuando Paula doblaba la cabeza y el móvil se le caía de la mano. Se había quedado
dormida mientras miraba el aparato.
Me acerqué hacia ella y cogí el iPhone. Era el momento de dejarlo en su mesilla y taparla
para que siguiera durmiendo.
Pero entonces descubrí algo que no esperaba.
Y un latigazo de pánico me recorrió el estómago.
En la pantalla se veían varios mensajes de wasap en blanco. Al estar bloqueado el aparato,
el mensaje no se podía leer. Pero sí, sin embargo, se podía observar el nombre del remitente de
los mensajes:
NACHO DE LAURA: «Privado. Desbloquee el sistema para leer el mensaje»
NACHO DE LAURA: «Privado. Desbloquee el sistema para leer el mensaje»
NACHO DE LAURA: «Privado. Desbloquee el sistema para leer el mensaje»
Miraba el móvil con ojos incrédulos y alucinados.
Paula había estado chateando con el cerdo de Nacho mientras yo lo hacía con su hija.
¿De qué cojones tenían que hablar aquellos dos? Mi mujer había protestado lo indecible
porque no quería acudir a la casa de mi amigo. Afirmaba odiar a aquel tipejo que se había
intentado aprovechar de ella.
Entonces, si tanto le odiaba, ¿Por qué coños chateaba con él?
Por suerte o por desgracia no iba a tardar en saberlo.
¿Es mejor no saber?

Pasé la noche sin dormir un solo instante. Me preguntaba una y otra vez qué habrían hablado
entre ellos. Nacho había presumido ante Eva de haberse tirado a todas las mujeres decentes del
vecindario. Y yo le creía muy capaz de haberlo hecho.
El problema es que Nacho y Laura habían sido vecinos nuestros durante bastante tiempo,
antes de que Nacho empezara a prosperar y se mudara al chalet de la zona pija.
¿Qué coño había entre ellos? ¿O todo era fruto de mi imaginación?
No lo parecía, sin embargo, al menos los mensajes eran reales. Y la conversación entre
ellos había durado mucho tiempo. Al menos el mismo que la de Ari conmigo.
Necesitaba leer la conversación completa. El único problema era que para hacerlo tenía
que violar la privacidad de Paula. Y eso suponiendo que consiguiera hackearle su móvil, ya que
las claves las guardábamos celosamente y ninguno conocía la del otro.
El martes amaneció sin que hubiera llegado a una conclusión. Lo único que se me ocurría
era hablar francamente con mi mujer, aunque era una idea que no me convencía del todo. Si
notaba que me ocultaba algo, íbamos a tener una bronca monumental. Y yo la amaba como el
primer día, no quería que nuestra historia acabara por culpa de aquel hijo de su madre.

Los días fueron pasando y pronto llegó el sábado. Durante la semana fui buscando la manera de
no cruzarme con Nacho. No sabía que le diría en caso de que se empeñase en que desayunáramos
juntos, mirándole a los ojos y pensando en los mensajes que había intercambiado con mi mujer.
Me temía a mí mismo, corría el riesgo de no poder contenerme y acabar a bofetadas con él.
Aquel sábado, sin embargo, amaneció tranquilo en nuestra casa. Era el día de la semana
que solíamos dedicarnos Paula y yo en exclusiva, siempre que podíamos. Así que me levanté
temprano y me fui a comprar churros y chocolate para desayunar juntos.
Mientras saboreábamos los churros, multitud de preguntas se me iban agolpando en la
cabeza, sin conseguir darles rienda suelta. Tenía que decir algo al respecto del chat con Nacho,
pero no tenía ni idea de por dónde empezar. Así que, a la espera de la ocasión oportuna, me
conformaba con hablar de las típicas bobadas sobre el «plan del día», el «pronóstico del tiempo»
y otras obviedades parecidas.
Al final, fue ella la que encontró un tema de conversación más profundo.
—El curso escolar no tardará en terminar.
—Sí, ya queda poco… —confirmé.
—¿No tienes ganas de coger las vacaciones?
—Ufff, vaya si tengo. ¿y tú?
—Bueno, a mí me queda algo más… hasta agosto no me tocan, ya sabes. Los profesores
tenéis suerte… ¡dos meses de vacaciones pagadas, quién pudiera…!
Sabía que quería decirme algo, pero no terminaba de soltarlo. Tuve que animarla a hablar
para que entrara en el tema.
—Venga, Paula, que nos conocemos… ¿En qué estás pensando?
Respiró profundo antes de responder.
—Verás… he pensado que quizá… —comenzó Paula—. No sé… es una idea… no te
enfades…
La miré esperando que se arrancara con la parte sustancial. No me esperaba nada bueno.
—…Pues he pensado que tal vez podríamos irnos a la casa de Málaga en cuanto termine el
curso… Yo podría trabajar en la delegación sur de la empresa y tú podrías pasar el verano
buscando trabajo en lo tuyo de verdad…
—¿¡Cómo…!? —dije y no fingía la sorpresa. En verdad me había quedado pasmado.
—Pues eso… Que podríamos volvernos a Málaga. Allí vivimos mejor, ya lo sabes. Poco a
poco, eso sí… sin agobios…
La miré sin creer lo que escuchaba.
—Joder, Paula, no tenía ni idea de que tuvieras tantas ganas de volverte para allá. En tu
empresa se van a pensar que estás loca, pidiendo traslados de Málaga a Madrid y viceversa cada
pocos meses.
—Pues ya ves… Vivir en Madrid ya no es lo que era. Y la vida en el sur es más
tranquila… Aparte de que allí tenemos amigos, y en Madrid ya no nos quedan ni conocidos…
—Eso sí… —tuve que reconocer.
La conversación se alargó durante una hora. Notaba la pasión con la que mi mujer insistía
para que nos volviéramos a Málaga. A mí no me desagradaba del todo la idea, la atmósfera de
aquella ciudad era adictiva, pero las oportunidades laborales en mi profesión eran menores que
en la capital. Por otro lado, tampoco es que en Madrid hubiera tenido muchas oportunidades
hasta el momento. Apenas un par de entrevistas sin ningún resultado.
Finalmente lo dejamos en tablas, prometiéndonos que lo pensaríamos por separado y
volveríamos a hablar del asunto en unos días.
No tenía ni idea entonces de que aquella conversación era tan solo la punta de un iceberg
que iba a dejarme congelado en pocas horas.

El domingo por la noche, Paula se acostó temprano. Tenía que madrugar al día siguiente y se
encontraba cansada del trajín del fin de semana. Yo, sin embargo, me quedé en el salón para ver
terminar una película que habíamos empezado juntos y que me había enganchado. Los lunes no
tenía clase hasta bien entrada la mañana y me podía permitir el lujo de trasnochar.
Serían sobre las once y media cuando entró la primera llamada. Mi móvil se hallaba en
silencio para no molestar a Paula con los potenciales pitidos del aparato y solo el parpadeo
luminoso me avisó de que alguien estaba intentando contactarme.
Miré la pantalla y el que llamaba era Nacho. «Joder, vaya horas… —me dije—. ¿Qué
coños querrá? Que se vaya a la mierda, ya hablaremos mañana.»
Pasé de él. No me apetecía interrumpir la película que estaba llegando a un fin apoteósico
y que me tenía en ascuas.
No habían pasado ni cinco minutos cuando entró la segunda llamada.
Me enfurecí. Tentado estuve de bloquear su número para que dejara de molestar. Lo dejé
pasar, sin embargo, no quería decidir algo así en caliente, y puse el móvil boca abajo para que no
me molestara la luz de la pantalla.
La tercera llamada llegó tres minutos más tarde.
Y entonces perdí los nervios. Cogí el aparato y a punto estuve de lanzarlo por la ventana,
que en esos momentos se encontraba abierta. Pude contenerme a tiempo y decidí apagarlo, de esa
manera no lo destrozaría por culpa de aquel gilipollas.
Pulsé el botón de apagado e iba a confirmar la acción, pero antes de hacerlo entró el primer
mensaje de wasap. Sobre la pantalla de inicio pude ver aparecer los primeros mensajes de una
conversación que me iba a dejar tiritando.
NACHO: Te has follado a mi Ari, hijo de la gran puta!!!!
NACHO: No te escondas, al menos da la cara, cacho cabrón!!!!
El móvil se me cayó de las manos y rodó por el suelo. Lo miraba desde la altura
aterrorizado, temía quemarme si lo recogía.
¿Quién cojones le habría ido con el cuento a Nacho sobre mi aventura con su hija? ¿Habría
sido la misma Ari? Sabía que si se enteraba se iba a armar una buena, pero los gritos que daba
por escrito eran mucho peor que lo que había imaginado.
Al cabo opté por responder, mejor eso que esperar a que se presentara en la puerta de casa
gritando como un poseso y dando un espectáculo ante los vecinos.
CARLOS: Por dios, pero qué dices? Eso es falso… Quién coño te ha contado esa
gilipollez??
La respuesta era obvia, aunque hasta ese momento ni se me había ocurrido.
NACHO: Me lo ha dicho Eva, cabronazo, no lo niegues… El domingo que me contaste la
milonga de que te habías tirado a Eva, era a mi hija a la que te habías follado, mal amigo, cacho
cabrón!!!
En realidad yo no le había contado nada, había sido él el que se había hecho la idea
equivocada al presentarse la morena en la puerta de la habitación. El resto de la película era cosa
suya, no mía, pero no podía decirle eso.
CARLOS: Y te crees lo que dice una zorrita como Eva en lugar de creerme a mí???
NACHO: No me jodas, Carlos, al menos sé un hombre y admítelo. Cuando te coja te voy a
matar, y da gracias que no se lo vamos a contar a Chovi, si no él te rajaría de arriba abajo y te
echaría a los perros. Pedazo de cerdo cabrón!!!
CARLOS: Espera, Nacho, escúchame, coño…
NACHO: Y una mierda, no quiero oír tus gilipolleces, cerdo!!! Y ni se te ocurra volver por
el colegio o te tiro por la ventana!!! Ya te llegará el finiquito por correo!!!
Me estaba acojonando de lo lindo. Sin embargo, al mismo tiempo, me iba cabreando a toda
velocidad. Nacho, el machirulo que había intentado aprovecharse de Paula, me insultaba como si
yo fuera un depravado. Sin contar con lo que le había visto hacer a la boba de Eva por unas
miserables entradas a un concierto.
La sangre se me fue subiendo a la cabeza y, aunque me había hecho el propósito de no
meter a mi mujer en la conversación, al final no pude contenerme.
CARLOS: Me llamas cerdo a mí, pedazo de cabrón??? A mí??? El cerdo lo eres tú, que lo
sepas, y el mal amigo también!!!
NACHO: Qué coños dices…???
Se le notaba fuera de juego, era el momento de atacar.
CARLOS: Soy yo el que debería haberte estrangulado cuando Paula me contó lo que
intentaste hacerle en la discoteca la última noche que salimos juntos las dos parejas!!!
NACHO: No sé de qué me hablas, estás borracho o qué?
Había dejado de poner signos de interrogación a pares, eso anunciaba que recogía velas. O
eso creía yo, idiota de mí.
CARLOS: No, no estoy borracho, cabronazo!!! Aquella noche en el baño intentaste
aprovecharte de mi mujer!!! Y menos mal que llegó la tuya para evitarlo, si no hubieras sido
capaz de cualquier cosa… Pedazo de cabrón!!!
NACHO: No me jodas!!!
No entendí la respuesta, de modo que volví a la carga.
CARLOS: Sí, pedazo de cerdo. La pobre se quedó traumatizada por tu culpa y al día
siguiente comenzó a hacer los planes para irnos a Málaga… Menudo cabronazo y mal amigo
eres. Tenía que haberte partido la crisma y no lo hice, así que si me he follado a tu hija, te jodes,
que al menos ella se lo ha pasado de puta madre conmigo, asqueroso!!!
La respuesta de Nacho esta vez tardó en llegar.
NACHO: Es eso lo que te ha contado la furcia de tu mujercita? Qué me quise aprovechar
de ella?
El insulto a Paula me enfureció hasta tal punto que me puse a escribir barbaridades a lo
loco. No llegué a pulsar el botón de envío. Su siguiente mensaje llegó antes.
NACHO: Pues que sepas que fue ella, la muy puta, la que me llevó al baño muriéndose de
ganas de comerme los huevos. No al revés, pedazo de cornudo!!!
CARLOS: Serás cabrón!!! Te voy a matar, te juro que te mato, cabronazo!!!!
NACHO: Espera, míralo tú mismo si no te lo crees, gilipollas.
Me eché a temblar, ¿Qué coños se traía entre manos?
NACHO: «Imagen»
El siguiente mensaje no era de texto, sino una fotografía. Tan solo con verla, la sangre se
me congeló en las venas. El móvil a punto estuvo de volver a rodar por el suelo.
En la imagen se veía a una Paula mucho más joven. Se hallaba de rodillas en el cubículo de
un baño. Seguramente el de la discoteca de aquella noche. Un hombre al que no se le veía la cara
le hacía una foto desde arriba mientras mi mujer le comía el rabo con una devoción que nunca
había visto en sus ojos. La zorra no podía disimular que la estaba gozando mientras sorbía de
aquel chupachups, corto y grueso: La polla de Nacho, sin duda.
Y sonreía.
Seguramente era una sonrisa para la foto. Se zampaba el rabo de mi amigo y posaba al
mismo tiempo. ¡La muy puta se lo estaba pasando cañón!
NACHO: Quieres más? Pues ahí va otra…
La segunda foto no se hizo esperar. Y casi termina de rematarme.
NACHO: «Imagen»
En ella se veía la misma escena, pero con una Paula regada de semen por toda la cara. Se
veía que los latigazos de Nacho habían sido numerosos, porque había pocas áreas de su rostro
que no estuvieran cruzadas de la lefa blanca y espesa de mi amigo. La lengua de mi mujer le
salía de la boca a la busca de algún lefazo que relamer.
Nacho, por su parte, mostraba la polla flojeando mientras con una mano le levantaba la
cara a Paula por la barbilla para que saliera a la perfección en la foto. Y a fe que lo había
conseguido.
El alma se me vino a los pies. Y me dio por gritar mucho más aún. Si aquello hubiera sido
una conversación telefónica, me habrían escuchado todos los vecinos del barrio.
CARLOS: Me cago en tus muertos, cabrón!!! Te voy a matar!!!
Y el tipo decidió cachondearse.
NACHO: Pues tengo unas cuantas fotos más. Si te las paso seguro que no te da tiempo a
matarme, te mueres del infarto. Menudo zorrón tienes en casa, y tú creyendo que tu chica es una
bendita, pedazo de gilipollas!!!!
CARLOS: Por qué no vienes aquí y me lo dices a la cara, cabrón!!!
NACHO: Jajaja… A que jode que se te follen a la familia, cornudo??? Pero yo no pienso
moverme de mi casa. Si quieres venir, aquí te espero. No te creas que te tengo miedo, payaso!!!
CARLOS: Ya te pillaré, ya, por mucho que te escondas pienso encontrarte. Me cago en tus
muertos!!!
Comenzaba a desvariar, lo reconocía, pero por supuesto que no iba a ir a buscarle a
aquellas horas. ¿De qué me habría servido enfrentarme a él cara a cara? La realidad era la que
era, no había solución posible. Si Paula era un putón, darme de bofetadas con Nacho no lo iba a
arreglar.
Aun así necesitaba decir la última palabra.
CARLOS: Y el día que te coja vas a vomitar sangre como un cerdo. Te juro que te mato y
como envíes esas fotos a alguien te remato hasta hacerte picadillo!!
Eran palabras de loco. Y pretendía que fueran las última por aquella noche.
Pero Nacho aún no había terminado conmigo. Se estaba guardando su mejor baza.
NACHO: Solo las fotos…?
CARLOS: Qué…?

Me quedé de piedra. ¿Qué quería decir? ¿Tenía algo más? Y como un idiota, volví a preguntar:
CARLOS: De qué coños hablas???
Nacho debía de estar pasándoselo en grande, a pesar de saber que había mancillado a su
querida hijita.
NACHO: Digo que tengo algo mejor, lo quieres ver?
Comencé a temblar. Y no pude responder a esa pregunta porque me estaba temiendo lo
peor. Y lo peor se hizo realidad a los pocos segundos.
NACHO: Ahí te va…
NACHO: «Vídeo»
Dudé si ver el vídeo que acababa de llegarme o no. Sospechaba que iba a doler, pero no
imaginaba cuánto. Finalmente le di al play y un cuchillo de hielo me desgarró el corazón.
La escena se desarrollaba en el «super chalet» de Nacho. En el mismo salón donde mi
amigo había humillado a Eva días atrás. Los muebles, sin embargo, eran otros. El paso del
tiempo los había cambiado. Y ese paso del tiempo se veía en la cara de Paula, que mostraba la
misma juventud que en las fotos de la discoteca.
Mi mujer se hallaba en cuatro. Se encontraba totalmente desnuda y las tetas le colgaban y
se bamboleaban al ritmo de unas sacudidas brutales del hombre que la estaba follando desde
atrás. Ese hombre, por supuesto, era el cerdo de Nacho con bastantes años menos.
La que grababa la escena con una cámara de vídeo de la época no era otra que Laura. No se
la veía, pero se le escuchaban los comentarios despectivos hacia Paula, cuya expresión era al
tiempo de sufrimiento por la humillación a la que la sometían, y de gozo por el polvo que la
estaba echando el hijo de puta de mi amigo —examigo ya— Nacho.
—Joder —decía Laura—. Pero no se puede ser más puta… Jajaja. No te jode que se vuelve
a correr el muy zorrón. Y ya van tres… Menudo polvo la estás echando, marido…
—Jajaja —decía él— a esta zorra le gusta más una polla que a un tonto un pirulí.
Paula cerraba los ojos con fuerza mientras los espasmos la mataban de gusto. Nacho no
paraba de follarla por la espalda, al tiempo que la tiraba del pelo y hacía el numerito de la doma
que le había visto hacer con Eva días atrás.
—¿Qué tal se me ve? ¿Estoy sexy? —decía el muy cabrón embistiendo con furia.
Golpes constantes en el culo y en las tetas hacían temblar a Paula… pero de gusto. Cada
vez que sonaba un «¡plas!» en alguna zona de su cuerpo, mi mujer se estremecía y se mordía el
labio denotando el calambrazo de placer que la había recorrido.
—¡No me jodas! —volvía a intervenir Nacho—. Pero no es solo que sea muy puta, es que
hay que ver el pedazo de chocho que tiene la guarra… Mira, mira, ven aquí, saca este coñazo
para que se vea bien…
La cámara avanzaba por el lateral de Paula y tomaba un primer plano de la polla de mi
examigo perforando un coño tan conocido para mí.
—Joder, es que chorrea de ganas el muy putón… —opinaba Laura—. ¿Por qué no te la
follas por el culo? Seguro que se muere por que la des por ahí… Mira, mira, que carita pone la
guarra… eso es que sí, venga, clávasela en el ojete, marido, que nos vamos a reír un rato.
Nacho, sin embargo, desengañaba a su mujer.
—Lo siento, querida, ya lo he intentado. Pero esta zorra tiene el culo virgen y mi polla es
demasiado gorda y no le entra. Pero déjamela a mí, que se lo voy a agrandar con unos plugs que
me han regalado, y te aseguro que en pocas semanas esta se traga mi polla por ese culito como
está mandado…
Y se echaban a reír desvergonzados.
El vídeo avanzaba con humillaciones parecidas durante unos minutos más, aunque se
notaba que habían cortado parte del metraje. El final, sin embargo, se podía ver sin cortes. Y
daba tanto asco como morbo, a pesar de todo.
Nacho se había acercado a Paula, que se encontraba de rodillas ante él. La tenía agarrada
por el pelo y se pajeaba como un poseso. Si Paula intentaba apartar la cara, Nacho se la volvía
con un fuerte tirón, a lo que mi mujer siempre respondía con un «auuu» de dolor.
Cuando Nacho comenzó a correrse por la cara de Paula, el zoom de Laura no se hizo
esperar. Los latigazos de leche de Nacho surcaban su rostro, su nariz, sus ojos y, finalmente su
boca.
—Joder, marido, haz que abra la boca la muy puta, que se va a librar de tragarse un buen
lefazo.
Nacho le pegaba entonces un tirón de pelo extra y Paula, obediente, abría los labios y
sacaba la lengua. Un par de latigazos le caían dentro de la boca y Nacho la obligaba a tragar.
—Traga, zorra… jajaja… traga…
Y Paula tragaba y… al final de la corrida… sonreía.
Justo en ese instante la grabación terminaba, aunque se adivinaba que la versión completa
proseguía, a saber con qué imágenes vergonzantes más.
Estaba alelado y me costó reaccionar. La respiración me faltaba, el corazón me latía a
doscientos o más. Estaba a punto de derrumbarme y dejarme morir. Pero conseguí reponerme
con tan solo pensar que tenía que volver a insultar a Nacho, que pensaba matarle cualquier día,
que vigilara sus espaldas. Ese tipo de cosas que dice un hombre humillado y que necesita
venganza.
Había arrojado el móvil sobre el sillón y ahora lo volví a coger. Lo desbloqueé con ánimo
de retomar la disputa con Nacho, pero cuando abrí el wasap, el muy cobarde había salido de
línea.
Me eché a llorar sin remedio, aunque en mi mente comenzaba a germinar una idea.
Donde las dan las toman

Le di un par de vueltas a esa idea y poco a poco surgió un plan en mi mente. Tras dibujar
mentalmente los pasos a seguir, no quise perder el tiempo. La hora no era propicia para esperas.
Respiré profundamente y me lancé de nuevo a la batalla.
Lo primero que hice fue enviarle un mensaje para llamar su atención. Necesitaba que
volviera a estar en línea.
CARLOS: Dónde estás, cerdo??? No te escondas!! Tengo algo para ti que te va a gustar!!
Y que sepas que no solo me he follado a tu nena, sino que me la voy a follar todas las veces que
me salga de las pelotas. Sal de tu escondrijo, que te lo voy a demostrar!!!
Miré el reloj, era casi la una de la madrugada. Esperé cinco minutos, pero no me llegaba
respuesta.
CARLOS: Pues si no dices nada, deja que te envíe algo, a ver si así espabilas.
CARLOS: «Imagen»
La primera fotografía que le pasé fue la que Ari me había enviado con las tetas al aire, pero
con la cara tapada.
En menos de un minuto, Nacho volvió a estar en línea y entró en el chat.
NACHO: De qué vas, idiota cornudo? Esta no es mi Ari, te crees que soy gilipollas? Fotos
como esta las hay a cientos en Internet.
Había mencionado la misma frase que yo le había dicho a Ari durante nuestra
conversación, así que me lo había puesto a huevo. Hice una captura de pantalla con el fragmento
del chat entre su hija y yo donde se leía la frase escrita por mí. Después se la pasé junto con la
segunda fotografía que Ari me había enviado. En ella se le veía perfectamente la cara, además de
las dos tetitas de pezones sonrosados.
CARLOS: «Imagen»
CARLOS: «Imagen»
CARLOS: Qué te parece ahora, es tu hija o no?
Había pensado añadir algún apelativo —zorra, putón— como él había hecho con Paula,
pero me corté. Ari no se lo merecía. Tener por padre a un cerdo semejante no es algo que se
escoge, y la chiquilla no tenía la culpa.
La respuesta de Nacho tras las dos fotos no se hizo esperar.
NACHO: Hijo de puta!!!! Te voy a matar!!!!
Y enseguida mi respuesta.
CARLOS: Espera, tengo más. Las quieres ver?
NACHO: No me envíes nada más si no quieres que te descerraje dos tiros en cuanto te
pille!!!
Ignoré su amenaza, por supuesto.
Había grabado la videocall de sexting con Ari para pajearme en el futuro y ahora lo
agradecí. La fui pasando y aproveché para hacer algunas capturas de pantalla. Se las envié todas
de una vez. No tenía ganas de perder el tiempo.
CARLOS: «Imagen»
CARLOS: «Imagen»
CARLOS: «Imagen»
CARLOS: «Imagen»
CARLOS: Te gustan estas otras? Son sexys, eh?
En una se veía a Ari haciéndose un dedo de forma soez, en otra introduciéndose un pepino
al que había enfundado un condón, en otra con un consolador que le perforaba el coño y el culo
al mismo tiempo, y en la última el orgasmo final en el que un chorro de squirting volaba por la
habitación.
Un nuevo grito silencioso de Nacho llegó por wasap.
NACHO: De donde has sacado esta mierda???? Le has estado mirando el móvil a mi
hija???? Pues que sepas que es un delito y que te voy a empapelar!!!
Ciertamente, las fotografías por separado podían haber salido de una sesión de sexo de Ari
en solitario, así que no me quedó más remedio que sacarle de su error.
CARLOS: Ni de coña, se las hice yo mismo en directo.
NACHO: Y una polla!!!! No te creo, cabronazo!!!
CARLOS: Pues espera y verás.
Recorté un trozo de la videocall, eligiendo el menos comprometedor, pero donde ella
mencionaba la palabra «profe» en varias ocasiones. Mi voz no aparecía en ningún momento para
no comprometerme. Era, además, uno de los pasajes más soeces de la videollamada.
CARLOS: «Vídeo»
Y de nuevo llegó un mensaje desgarrador.
NACHO: Hijo de la putísima!!! Te voy a matar!!! Te voy a sacar el corazón y el hígado y
me los voy a comer!!! Te mato!!! Me oyes??? Te mato!!!
Ahora era yo el que se reía. Donde las dan las toman, pensé, y era el momento de pisotear
al vencido.
CARLOS: Y que sepas que he quedado con ella un día de esta semana para volver a
follármela. Es más, me lo ha suplicado. No te imaginas como le gusta chuparme el rabo… Y no
sé lo que haré, pero igual te la dejo preñada para que disfrutes de un Carlitos mofletudo… jajaja.
NACHO: Te mato, hijo de putaaaaa!!!!!!!!
CARLOS: Jódete, idiota…!!!
No tenía más que decirle. Además, si lo hacía podía darle una apoplejía, mejor no tentar al
diablo. Solo le envié una advertencia final antes de cortar la conversación.
CARLOS: Y no se te ocurra airear los vídeos de mi mujer por ahí si no quieres que haga lo
mismo con los de tu hija. Tengo más, y te aseguro que mejores.
La respuesta de Nacho no se hizo esperar, pero mientras llegaban los siguientes insultos
apagué el móvil y lo arrojé de mala leche sobre el sillón.
Era el momento de irse a dormir. Aunque me revolvía el estómago ir al cuarto y acostarme
al lado de Paula. La zorra de Paula, para ser exactos. Tras pensarlo un instante, pensé que lo
mejor sería dormir en el mismo sillón donde había arrojado el móvil. Tomé un cojín para
utilizarlo como almohada y lo coloqué en un extremo.
Y cuando me iba a tumbar para coger el sueño, oí el sollozo.

Me giré asustado y descubrí a Paula mirándome desde el umbral del salón. Solo vestía un ligero
camisón veraniego y se abrazaba a sí misma como si tuviese frío. Las lágrimas le surcaban el
rostro de forma incontenible.
—¿Qué haces aquí? —le dije atolondrado—. ¿Cuánto tiempo llevas mirando?
Paula no respondió a mi pregunta, sino que me hizo otra a mí:
—¿Era con Nacho con quien estabas chateando, verdad?
Tragué saliva. A pesar de que no había sido una conversación de viva voz, iba a ser muy
difícil mentirla. Así que ni lo intenté.
—Sí, era con él con quien hablaba.
La hora de las verdades

Acompañé mis palabras con un mohín de disgusto. Verla frente a mí me estaba causando una
terrible angustia. La mujer a la que amaba me había engañado y de la peor manera posible:
mostrándose como una auténtica puta, y dejándose grabar para que no quedara duda.
—Me voy a un hotel —dije de malos modos—. Voy a prepararme algo en una maleta…
Ya hablaremos de todo lo que ha pasado cuando vuelva para recoger el resto.
Me dirigí hacia el pasillo, pero Paula se interpuso en mi camino.
—Ese hijo de puta te ha enviado alguna grabación, ¿me equivoco?
Quise hacerle un quiebro, pero me sujetó con las dos manos. La tenaza sobre mis
antebrazos era tan fuerte que sentí un escalofrío. Bajé la cabeza y no dije nada.
—¿Qué más te ha dicho?
Estaba enfadado y nervioso, hablar con Paula podría acabar mal. Era mejor que me fuera y
así se lo dije.
—Paula, es mejor que me vaya… No es el momento… Mañana lo hablamos más
tranquilos…
Pero mi mujer era testaruda y no se rendía.
—Tú no te vas de aquí hasta que me expliques qué te ha dicho ese cerdo. ¿Te ha dicho la
verdad o te ha enseñado las imágenes solo para jodernos?
No entendía a qué se refería. No necesitaba más que ver las fotos o el vídeo para estar
jodido. ¿Qué otra cosa podría haber añadido?
—Joder, Paula, lo he visto todo… o casi todo. Pero lo suficiente para no querer volver a
verte en la vida. Déjame irme antes de que no pueda contenerme…
Alguna lágrima se me empezaba a escapar. La mujer a la que tanto quería y por la que
habría dado la vida era una vulgar furcia. Y no podía hacer nada por evitar odiarla y, lo que era
peor, sentir asco, un asco irrefrenable.
Tenía que salir de allí como fuera. Mientras miraba las imágenes unos minutos antes, había
sujetado las ganas de vomitar a duras penas. Pero ahora, si no me iba pronto, iba a comenzar a
expulsar todo lo que tuviera en el estómago.
—Deja que me vaya —le repetí.
—Ni hablar… —insistió—. Tú no te vas de aquí hasta que no escuches la verdad. La mía,
no la de ese cerdo. Luego haz lo que te dé la gana.
—Déjalo, por dios… —rogué.
—Te dejaré, pero después de que me hayas oído… —a cabezota no la ganaba nadie, tenía
que reconocerlo.
Finalmente dejé que tirara de mí y que me sentara en el sillón. Tomó asiento a mi lado y se
limpió las lágrimas.

Paula me miró unos instantes. Las lágrimas se le iban secando en las mejillas. Se limpió los
restos ante de comenzar a hablar, y lo hizo en un tono firme, pero dulce.
—Para empezar, esas imágenes que has visto, sean las que sean, no son lo que parecen.
Me enfurecí al oír estas palabras. ¿Qué coño estaba diciendo? ¿Qué aquella mujer no era
ella?
Pareció leerme el pensamiento.
—Sí, la mujer que aparece en ellas soy yo. Pero lo que se ve no es del todo cierto.
—¿Qué… qué quieres decir…? —titubeé—. ¿Qué han retocado las imágenes para poner tu
cara? ¿Me crees tan idiota?
—No, no es eso lo que quiero decir —me corrigió—. En efecto, soy yo la que se come los
rabos o la que se deja follar como una puta. También soy yo la que se deja embadurnar por el
semen de ese puerco. En eso no te ha mentido el muy cabrón.
—¿Entonces…? —cada vez entendía menos.
—En lo que te ha mentido es en porqué se tomaron esas imágenes.
Me quedé en silencio. La miraba confundido. Ella, seria, me escrutaba la mirada con
serenidad, con firmeza, con la fuerza de una mujer de bien, de una sola pieza. ¿Cómo podía tener
tanto cinismo?, me preguntaba.
Aun así la dejé seguir con sus explicaciones.
—La verdad te la voy a contar yo, y si no me crees, cuando acabe te dejaré la puerta
abierta para que te vayas cuando quieras.
Tragué saliva. Se agolpaban las confesiones en aquel domingo negro. Aunque en la
práctica ya fuera casi lunes. El reloj de pared del salón marcaba las dos de la mañana.

Paula mantenía la firmeza en su mirada cuando comenzó un relato que a la postre cambiaría
mucho las cosas.
—Seguro que recuerdas lo que pasaba en nuestra casa antes de decidir irnos a Málaga.
—Por supuesto —confirmé. No sabía a qué venía aquello, pero preferí no plantear la duda.
—Tú habías perdido el trabajo al quebrar tu empresa. Yo no ganaba lo suficiente para
pagar todos los gastos y al mismo tiempo afrontar la hipoteca. Llevábamos cinco años en esta
casa después de comprarla y estábamos al borde del desahucio. Corríamos el peligro de tener que
dormir en la calle, si no ocurría un milagro.
Miraba a mi mujer con ojos alucinados. Recordaba aquellos años negros con total claridad,
pero seguía sin entender a qué venía rememorar todo eso ahora. No obstante, de nuevo me forcé
a permanecer en silencio.
—De pronto te surgió la oportunidad de ir a Málaga. Te habían ofrecido un nuevo trabajo,
aunque con un salario inferior a tu anterior puesto. Hicimos números, pero las cuentas no salían.
Teníamos que pagar allí un alquiler, vender la casa de Madrid en un plazo super corto antes del
desahucio… Era imposible encajar el rompecabezas. Todo parecía estar en nuestra contra.
»Si te hubieran pagado la indemnización por el despido, al menos podríamos haber
aguantado algún tiempo. Pero los plazos judiciales se alargaban y sabíamos que la indemnización
tardaría meses, tal vez años. Por ese lado no había salida. Como no la tenía el pedir ayuda a
nuestra familia. Ellos no tenían las cantidades que necesitábamos. Estábamos jodidos lo
miráramos por donde lo miráramos.
—Espera, Paula —me decidí por fin a cortarla—, si quieres terminar de amargarme la
noche lo estás haciendo genial. Si vas a ir al grano, dímelo… Si no, prefiero irme cuanto antes.
—Espera. Ahora llega lo importante —me contestó con brusquedad y yo volví a callar—.
Después de intentar solucionar el rompecabezas, descubrimos que nos bastaría con una cantidad
de dinero para encajar todas las piezas. Era una cantidad importante, pero no exagerada. Fuimos
al banco, pero no hubo manera, el lastre de la casa era demasiado grande. Nos habíamos pasado
al comprar una vivienda tan cara al pensar que el futuro nos sonreía.
Hizo un inciso para sonarse la nariz con un pañuelo de papel. Luego prosiguió.
—Y entonces apareció el «encantador» de tu amigo Nacho. Menudo hijo de su madre, un
encantador sí que era, pero de serpientes… Él sabía cómo estábamos, pero no nos ofreció ayuda
a pesar de que a él las cosas le iban cada vez mejor. Esperaba que nosotros se lo pidiéramos. Y
tú, orgulloso y cabezota hasta la muerte, te negaste a hablar con él. Así que lo hice yo…
»Sí, no pongas esa cara, me rebajé a pedirle ayuda a tus espaldas. Fui a su casa y el muy
hijo de puta, después de jugar conmigo a la «amistad incondicional», me concedió la ayuda…
Pero no gratis, sino a cambio de algunos favores. Laura también participó en la conversación, y
yo no entendía como podía estar mezclada en las porquerías que me exigía su marido a cambio
del dinero.
Tragué saliva. Creía que empezaba a comprender. Aunque esperaba que aquello no fuera
un puñetero cuento.
—Sí, querido —prosiguió Paula—. La cantidad que te expliqué que me había dejado una
amiga no venía de tal amiga, sino de Nacho y Laura. Los muy cerdos habían dado con un filón
de oro grabando porno casero a personas desesperadas como yo y vendían las grabaciones en
múltiples plataformas de Internet. Tenían mucho éxito, sobre todo por la facilidad de tu querido
amigo para humillar a la idiota que cayera en sus manos.
El llanto volvió a los ojos de Paula y yo me estremecí. Lo que me estaba contando era
imposible que fuera un invento. Era demasiado truculento para serlo.
—Y tú qué creías que tu buen amigo estaba teniendo un éxito arrollador en su profesión…
¡Ja! ¿De verdad te has tragado que como subdirector de un colegio de tercera podría manejar
tantísimo dinero como demuestra?
De pronto me vino a la cabeza la escena de Eva con Nacho y su mujer grabando. Sexo por
dinero. Grabaciones de porno casero. Humillación a las zorras a las que se tiraba ante la cámara.
Las piezas empezaban a encajar con un clic sonoro. Lo que decía Paula no era más que otro
capítulo de lo mismo que había visto con mis propios ojos.
Paula aún no había terminado, así que la seguí escuchando.
—Participé en las grabaciones, algunas de ellas sesiones de fotos como la de la discoteca, y
Nacho me pagó lo que habíamos acordado. Para mí era todo, el asunto estaba zanjado y así se lo
hice saber. Conmigo no iba a contar más.
»Pero el hijo de su madre comenzó a acosarme. Me insistía en que quería más, que mi
imagen vendía de maravilla y que no podía dejarle tirado. Así que comencé a meterte prisa para
que aceptaras el trabajo en Málaga y que nos mudáramos cuanto antes. Mucho más cuando me
amenazó con enviarte los vídeos si no accedía a seguir grabando.
—¿Vídeos, en plural? —dije temblando. Hasta el momento creía que había solo uno.
—Sí, fueron tres, ¿por qué lo dices? ¿Cuántos te ha enviado?
—Da igual, no quiero saber nada más de esa mierda —farfullé—. Pero hay algo que no
entiendo.
—¿Qué es lo que no entiendes?
—En el vídeo se te ve disfrutar como una zorra. Te corres varias veces y sonríes mientras
te llenan la cara de lefa. Yo diría que te lo estás pasando de puta madre.
Paula volvió a sonarse la nariz antes de proseguir.
—No seas idiota, ¿es qué te crees todo lo que ves? —murmuró—. La sonrisa de las zorras
del porno es fingida, lo mismo que los orgasmos. Eso es parte del trabajo, no seas crío. Hasta que
no cobras la pasta no puedes dejar de sonreír. Solo con el dinero en la mano puedes mandarles a
tomar por culo. Y no quiero pensar en las pobres que viven de ello, que no pueden dejar de
sonreír ni siquiera entonces.
Asentí con la cabeza. Y le hice un gesto para que continuara el relato que le había
interrumpido.
—Y ahora llegamos al presente. Cuando de nuevo te quedas sin trabajo y nos volvemos a
Madrid. Yo no quería, ¿recuerdas? Tenía miedo de que el pasado volviera y que tú te enteraras
de todo. Y encima te reencuentras con ese cerdo y te ofrece un trabajo de profesor. Creí morirme.
Te insistí en que no lo aceptaras, ¿recuerdas?, pero no me hiciste caso.
»En cuanto comenzaste a trabajar con él, el diablo volvió a colarse en nuestra casa. Que
sepas que Nacho y Laura llevan insistiéndome para que volvamos a grabar casi desde que
volvimos. El domingo que pasamos en su casa no dejaron de presionarme entre los dos cada vez
que tú desaparecías. Y hace pocas noches me asedió a través de wasap amenazándome con
pasarte los vídeos. Le dije que lo pensaría, con tal de retardar su amenaza. Mi idea era
convencerte de irnos de nuevo a Málaga, como te dije ayer, y esperar que el miserable se
olvidara de nosotros. Pero el hijo de puta no parece haber querido esperar y al final nos ha jodido
de forma definitiva. ¿Por qué coños lo habrá hecho? Entregarte las grabaciones le ha jodido el
negocio al no poder continuar con su chantaje.
Un pinchazo de culpa se me clavó en el estómago. Ella no podía saberlo. Pero si el asunto
había estallado era por mi culpa. Si yo no hubiera tenido el lío con Ari, nada de esto estaría
pasando. Nacho, Laura, incluso mi mujer, podían ser unos hijos de su madre, pero yo era el
mayor cerdo de todos. El que había provocado el terremoto con mi lujuria hacia la hija de Nacho.
Si tras aquella confesión no conseguía perdonar a mi mujer, por muy zorra que apareciese
en las imágenes, el título de «hijo de puta mayor del mundo» me lo iba a merecer… y con
mayúsculas.
—Es mejor que no pienses más en eso —dije para desviar la atención de mi mujer. Si
seguía elucubrando, podría llegar a enterarse de la verdad, y eso si habría supuesto el final entre
los dos—. A saber cómo funciona la cabeza de semejante depravado. Estamos cansados, ¿te
parece que nos vayamos a la cama? Mañana con el día lo veremos todo desde otra perspectiva.
Al menos yo no tengo que madrugar, me acaban de despedir… una vez más.
Paula se limpió por enésima vez la nariz y asintió con una sonrisa triste.
—Vale —dijo—. Vámonos a dormir, y no dejes de abrazarme esta noche, por favor, te
necesito más que nunca.
Epílogo

Por supuesto, nos trasladamos a Málaga, y lo hicimos en un tiempo record. Alejarnos de Nacho
lo antes posible era la única manera en que pudiéramos perdonarnos el uno al otro. Yo a ella por
la aberración cometida al prestarse a un juego tan degradante. Y ella a mí por obligarla a entrar
en él por culpa de mi orgullo.
En ningún momento le mencioné mi aventura con Ari. Y recé para que ella no la
descubriera.
Paula consiguió que la admitieran en su anterior puesto en la oficina de la delegación sur.
Aún no lo habían cubierto y la recibieron con los brazos abiertos. Yo, por mi parte, comencé la
búsqueda de un nuevo trabajo acorde con mi profesión.
Para apoyar a los gastos domésticos, alquilamos la casa de Madrid. La vida en Málaga, por
otra parte, era realmente deliciosa, a pesar de que el apartamento que habíamos comprado
cuando la economía nos sonreía era más bien pequeño. No nos importaba, sin embargo, y a las
pocas semanas la relación entre Paula y yo entró en aguas tranquilas.
La paz había vuelto a nuestro hogar.

Había un punto negro en esta vida «feliz», sin embargo. Y es que echaba de menos a Ari.
Cuando pensaba en ella, intentaba cortar el paso a mis pensamientos, que en la mayoría de los
casos eran lascivos. Pero ni así conseguía olvidarla.
Una noche, cuando Paula abandonó el libro que leía y se dio la vuelta en la cama para
comenzar a dormir, tomé mi móvil y busqué las imágenes de Ari. Tras revisar las fotos de la
noche de sexo a distancia, pulse el botón de play de la video llamada. Llevaba puestos los
auriculares, de modo que Paula no podía escuchar cómo Ari me pedía más y yo le ronroneaba
palabras soeces para obligarla a ir cada vez más lejos.
Sin haberlo pretendido, mi mano libre se coló bajo el pijama y abrazó mi polla, que a esas
alturas se había inflamado tanto que amenazaba con asomarse por la cinturilla del pantalón.
Comencé a pajearme lentamente, sin prisa, quería saborear el momento. Mientras veía a
Ari evolucionar al otro lado de la pantalla, la piel de la verga subía y bajaba de forma rítmica,
proporcionándome un placer indescriptible. Aquella mocosa me la ponía dura como nadie lo
había conseguido jamás.
Finalmente vencí la tentación como en tantas otras ocasiones. Necesitaba liberarme como
fuera de la obsesión por la hija de Nacho. Aunque cada vez me costaba más.
Saqué la mano del pantalón y busqué las noticias deportivas. Era una forma como
cualquier otra de luchar contra mi adición por aquella rubita de ojos azules. Mientras repasaba
los titulares, silbó un mensaje de wasap. Entré en la app para leerlo y sonreí al ver el típico chiste
de machirulos que me llegaba de uno de los grupos de amigos.
Iba a volver a las noticias cuando mis ojos se centraron en un nombre de la agenda que
parecía llamarme a gritos: «Ari hija Nacho». Luché contra la tentación durante varios segundos.
Tenía que salir de wasap como fuera antes de que…
Pero esta vez no lo conseguí. Entré en el chat de la chica y observé los últimos mensajes
entre los dos. Los que habíamos intercambiado la noche del Sexting, antes de que decidiera
bloquearla para evitar un enfrentamiento con Nacho que, a la postre, se había terminado
produciendo.
No lo dudé un instante. Pulsé la opción de desbloqueo y enseguida aparecieron un sin
número de mensajes provenientes de Ari. En todos decía algo parecido: «Pero por qué no me
contestas?». O «Por qué me bloqueas? Qué te he hecho para que me trates así?»
Fui pasando los mensajes hasta llegar a los últimos, que databan de pocos días atrás. En
ellos Ari me comentaba que su padre le había explicado que Paula y yo nos habíamos mudado a
Málaga de improviso, sin avisar, por unos problemas familiares que no podían esperar. Pero Ari
me preguntaba si aquello era cierto o si era un invento de su padre para excusarme por haber
desaparecido de sopetón, sin informar siquiera en el colegio.
En este comentario, leí un mensaje subliminal: De ninguna manera Nacho estaba dispuesto
a contarle a su hija que yo le había enviado nuestras conversaciones y sus fotos. Podía estar
tranquilo, Nacho parecía cumplir las condiciones de guerra fría entre los dos. Sus fotos por las
mías, a ninguno nos interesaba el escándalo. Era una noticia genial.
Estaba absorto en los antiguos mensajes de Ari, tratando de luchar contra un sentimiento
de culpa insoportable, cuando de pronto entró uno nuevo.
ARI: Joder, por fin apareces. No te da vergüenza bloquear a las amigas?
¡Menuda putada! Al desbloquear a Ari y leer sus mensajes, la chica me había descubierto
en línea y volvía al ataque. Por un momento maldije mi decisión.
Pero al mismo tiempo, un escalofrío me recorrió el cuerpo por entero. Era una sensación
placentera, más parecida a dicha que a culpa por saberme pillado infraganti.
CARLOS: Hola, Ari.

Había sido una temeridad por mi parte. Había subestimado la hora que era —un viernes a las
doce y media de la noche, la hora de comenzar a vivir de los chavales—, y Ari se me había
colado en el móvil sin esperarlo. Idiota de mí.
Aun así, me sentía más que complacido por tenerla al otro lado de la línea, tal vez con poca
ropa, tal vez deseando que le dijera lo guapa que estaba si deseaba enviarme alguna foto.
ARI: Y una mierda “hola”. Me vas a tener que explicar muchas cosas, que te piras sin
avisar, me bloqueas y si te he visto no me acuerdo. Lo mismo exactamente que me advirtió Eva
de ti.
Tenía que parar el aluvión de críticas. No era sensato levantar polvaredas. Así que opté por
mentirle.
CARLOS: No hay nada que explicar. Es lo que te dijo tu padre. Se nos presentó un asunto
jodido en Málaga y tuvimos que salir pitando.
ARI: Cojonudo… Y mi sobresaliente se fue a la mierda con el nuevo profesor. Un cinco
pelón y gracias… jajaja.
Los emojis riendo a carcajadas mostraban que no estaba para nada enfadada. Esos
pequeños dibujitos consiguieron relajarme, quizá podría mantener una conversación tranquila
con ella. Eso sería más que genial.
Miré de reojo a Paula y comprobé que seguía dormida como un angelito, así que estábamos
los dos solos: Ari y yo, de nuevo.
CARLOS: Bueno, y qué más te cuentas, qué tal Chovi?
ARI: Bah, Chovi como siempre, aparece, me echa un par de polvos de esos que ni te
enteras y vuelve a largarse con sus amigotes. Estoy hasta la coronilla de él.
Un sudor frío me recorrió la espalda. No sabía discernir si era solo casualidad que
introdujera temas de sexo nada más empezar la conversación.
CARLOS: Bah, no será para tanto.
Intentaba quitarle hierro al asunto.
ARI: Qué si, que sí, Carlos, que te lo juro… Que no me hace ni caso… Que estoy más
caliente que una plancha. Que me paso el día haciéndome dedos con tus fotos para poder
relajarme…
Mi polla no pudo por menos que dar un salto dentro del pijama ante aquel comentario.
CARLOS: Joder, Ari, no digas esas cosas, que uno no es de piedra.
ARI: Ya… me lo imagino. Y qué tal tú con tu mujer, folláis mucho? Que suerte tiene la
jodía, tenerte cerca con ese pollón que dios te ha dado.
Un nuevo impulso hizo que el asta de mi bandera se marcara claramente bajo la sábana. Le
puse una revista encima por si Paula se daba la vuelta en algún momento y abría los ojos.
Por otro lado, me preguntaba cuánto sabría ella de las aventuras de sus padres con mi
mujer. Porque de que conocía algo de sus negocios sucios no me cabía duda. Era mucha
casualidad que ella y Eva se dedicaran a hacer algo tan parecido con la grabación y publicación
de vídeos subidos de tono.
Más seguro era el refrán que rezaba: «de casta le viene al galgo».
CARLOS: Por dios, Ari, contente, no ves que esto no puede ser. Tú misma lo dijiste, solo
soy un viejo verde.
ARI: Sí, claro que sé que solo eres eso… Pero eres un viejo verde que echa unos polvos
que me tiemblan los empastes… jajaja.
La muy caliente de Ari me estaba poniendo frenético. Y aún solo estaba comenzando.
ARI: Y que sepas que mientras estamos hablando, me estoy haciendo un dedo de
campeonato… Ufff… qué cachonda me has puesto, cabroncete… Tengo dos dedos en el coño y
mi botoncito está que revienta…
¡Joder con la niña! ¿Pero por qué diablos la habría desbloqueado? ¿Se podía ser más
guarra…? Pero, claro, a mí me estaba poniendo de los nervios, y estaba tan feliz por ello que la
noche iba a acabar mal.
ARI: No dices nada? No te imaginas cómo me lo estoy haciendo?
Lo pensé un instante y al final concluí que mi autocontrol se podía ir a la mierda.
CARLOS: No, no me lo imagino. Por qué no me envías una foto?
Era genial lo que estaba pasando. Porque en mi cabeza nacía una idea malvada que Nacho
iba a tener que sufrir, por cerdo.
ARI: «Imagen»
La fotografía de Ari era brutal. Era imposible verla y no desear masturbarse. Y mi mano
voló por debajo del pijama a seguir con la faena que había abandonado unos minutos antes.
CARLOS: Joder, Ari, como me pones, chiquilla…
ARI: Ah, sí? Y cómo te pongo?
CARLOS: No me vaciles, por tu padre. Si no fuera porque estás tan lejos te iba a buscar
ahora mismo.
A Ari le pareció gracioso lo que acababa de decir.
ARI: Jajaja… Y, si me pillaras, que me ibas a hacer…?
CARLOS: Si te pillara…? No querrás saber lo que haría si te pillara… por zorra…
ARI: Sí, sí que quiero saberlo… dímelo, anda…
CARLOS: Joder, zorrita, si te pillara te iba a follar tan fuerte que te iba a romper el coño.
Ibas a estar sin poder sentarte en una semana.
La respuesta de Ari no se hizo esperar.
ARI: Sigue, por dios, estoy a punto de correrme.
CARLOS: Pues grábate un video cuando te corras, quiero verte. Si no, no te digo nada
más.
ARI: Ahora mismo lo grabo, pero tú empieza.
Y me lancé sin freno.
CARLOS: Si pudiera cogerte, te iba a echar el polvo más guarro de tu vida, por puta. Te
iba a romper no solo el coño, sino también el culo.
Iba dosificando los mensajes para que no tuviera que esperar mucho tiempo hasta el
siguiente.
CARLOS: Y te iba a dar de hostias en el culo y en las tetas para joderte lo más posible. Te
iba a poner rojo todo el cuerpo a base de hostias.
ARI: Y qué más?
Joder, la chica tenía un aguante de la leche. A ver qué se me ocurría ahora.
CARLOS: Y después me iba a correr en tu puta boca. Y te iba a llenar los ojos de lefa, de
esa que escuece si te entra dentro.
ARI: Y qué más?
Joder con la cría, ¿aún quería más?
CARLOS: Y te iba a escupir en la boca para que te tragaras mis lapos.
ARI; Y qué más?
¡Su puta madre! ¿Cómo podía llegar tan lejos?
CARLOS: Y te iba a hostiar la cara hasta que pidieras clemencia.
ARI; Y qué más?
¿Aún más? ¡No me lo podía creer!
CARLOS: Y lo iba a grabar todo para poder pajearme el resto de mi vida.
Y por fin llegó el final. Por suerte, me dije, porque no se me ocurrían mayores
barbaridades de las que ya había dicho.
ARI: Jodeeeer, me corro, me corro, cabronazo…
El video con la corrida no tardó en llegar. Pude comprobar que usaba dos móviles, uno con
el que grababa y un segundo con el que seguía chateando.
ARI (mensaje de voz): Ufff… vaya corrida… ha sido la leche! Qué pena que no estés aquí,
te iba a hacer la mamada de tu vida. Y me iba a tragar tu leche hasta la última gota… Cómo me
pones, profe, que pedazo de puta haces que me sienta…
CARLOS: Ufff, pues no tienes ni idea de cómo me pones tú a mí, guarrilla…
ARI: Pues ya tienes mi video, ahora pajéate tú con él y grábate que quiero ver cómo escupe
ese pollón que me mata solo con verlo.
Así lo hice y apenas tardé unos segundos en poner perdida la cama, el pijama y el móvil.
Fue una corrida apoteósica y acompañada de la mayor expulsión de semen por mi parte que
recordaba. Tuve que esforzarme para conseguir limpiarlo todo a conciencia antes de proseguir la
conversación.
Antes de eso, le había pasado a Ari el vídeo con mi explosión.
CARLOS: «Video»
ARI: Joder, profe, si me echas eso en la boca me muero ahogada… jajaja…

Ari esperó paciente a que volviera a conectar. Y a partir de ese momento, la charla bajó de nivel,
más calmados los dos tras los orgasmos compartidos.
ARI: Qué tal?
CARLOS: Un 20/10.
ARI: Solo? Jajaja… Lo mío ha sido un 100/10.
CARLOS: Jajaja.
Tras esto, la conversación cambió de rumbo.
ARI: Sabes, Chovi y yo estamos pensando ir una semana de vacaciones por algún lugar de
playa. Como no tenemos mucha pasta, creo que tendremos que quedarnos por España.
Decidí meter a Nacho en la conversación, por tirarle de la lengua a su hija.
CARLOS: Pídele pasta a tu padre, parece que tiene mucha.
ARI: Ni de coña, a ese que le den por saco, es un puto tacaño.
CARLOS: Anda, mujer, no será para tanto.
ARI: Ya te digo. Pero bueno, lo que se me estaba ocurriendo sobre la marcha era irnos a
Málaga, si a ti no te parece mal…
Un calambrazo me recorrió las pelotas. Otra vez volvía Ari a atacar. Y a mí me encantaban
sus ataques, una vez liberado de culpa.
CARLOS: Málaga no está nada mal, pero no es nada barata.
Aun así, tenía que disuadirla. Mi vida con Paula se había tranquilizado, mejor no ponerla
en peligro.
ARI: Bueno, en ese caso igual sí que le pido a mi padre algo de pasta. Pero me tienes que
prometer una cosa.
«Uy, uy, uy…», me dije.
CARLOS: Qué cosa?
ARI: Que vamos a poder vernos aunque solo sea una vez y que me vas a echar un polvo
como el que me echaste en casa de mis padres.
¿Quién dijo que pasados los cuarenta solo tienes pólvora para un disparo? Mi polla volvía
a cargarse a toda velocidad. Bendita chavala que me estaba volviendo a una segunda juventud.
CARLOS: Ostras, Ari, si me lo pides así te juro que no te echo uno, sino dos o tres…
ARI: Jajaja… Te tomo la palabra, no me vengas luego con excusas…
Respiré profundo. Ni de coña le iba a poner excusas… A aquella chavala me la iba a follar
pero bien, aunque solo fuera por joder a sus puñeteros padres.

*
Tan pronto como acabó la conversación, con planes para volver a hablar y ajustar nuestras
agendas, me cambié al chat de Nacho. Con sumo cuidado, había recortado los trozos de
conversación con Ari que me interesaban. Omitía los pasajes donde se hablaba de Málaga, de
pedirle dinero y temas sensibles parecidos. También hice algunos recortes de la sesión de sexo de
minutos antes.
Y entonces le envié los recortes a Nacho de una tacada.
CARLOS: «recorte»
CARLOS: «recorte»
CARLOS: «recorte»
CARLOS: «recorte»
Y luego le di la puntilla:
CARLOS: Ya te lo advertí. Me voy a follar a tu hija hasta que le salga el rabo por la boca.
Y ella me va a dar las gracias por romperle el chochito, hdp… Le voy a dejar el coño que no va a
poder sentarse en seis meses. No te preocupes, que ya te enviaré imágenes para que no te pierdas
nada.
Esperé unos instantes hasta ver aparecer el primer mensaje de Nacho.
NACHO: HIJO DE PUTAAAAAA!!!!!!!!!!!
Tuve que sujetar la carcajada que me subía por el estómago para no despertar a Paula.
Luego bloqueé a mi antiguo amigo y apagué el móvil.
Lucía una amplia sonrisa en el rostro mientras cogía el sueño. Aquella noche iba a ser la
más plácida en muchos meses.
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Nota final

Este eBook incluye contenido sexual explícito y no es apto para menores. Las historias son
fantasía del autor, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Los personajes son
todos mayores de edad y, al igual que el contenido, son ficticios.

PD: Si te ha gustado esta historia, y no te importa hacerme un favor, te pediría que dejases una
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