Mi Mejor Error - Carlos Amador Sanchez
Mi Mejor Error - Carlos Amador Sanchez
Mi Mejor Error - Carlos Amador Sanchez
Todo en su vida está controlado, hasta que en el último curso del instituto
aparece Alex Wilson, el chico nuevo y misterioso, tan guapo e irresistible
como arrogante y engreído, que pondrá todo su mundo patas arriba.
Un amor inevitable
A mi sobrina Ariadna,
Los adolescentes pueden ser muy crueles cuando eres diferente; si tienes
unos kilos de más, te insultan incansablemente hasta que al final dejas de
quererte; si tienes gustos diferentes, te critican porque no logran entender
que no te guste lo mismo que a ellos, pues claro, sus gustos son los
correctos y quien opina lo contrario está mal de la cabeza…
La vida en el instituto es muy cruel. Un universo en el que, para encajar,
debes comportarte como los demás, seguir a la masa para pasar
desapercibido, pues si destacas, estás perdido. Todos allí tienen una imagen
de ti que, por mucho que lo intentes, te va a acompañar el resto de tu vida.
Y habrá momentos en los que no puedas más, en los que pienses que el
mundo se te viene encima y no puedes controlarlo, y te puedo asegurar que
es una sensación de lo más desagradable.
Ahora quiero decirte una cosa: ¿Qué más da que tengas un par de kilos
de más? No tienes que gustar a nadie excepto a ti mismo. Los demás se
pueden ir al cuerno si quieren; ¿qué más da que tengas un gusto diferente?
Es tu vida y eres tú quien decide cómo vivirla; ¿qué más da si eres un
aficionado a los videojuegos o a las películas? ¿Qué más da si te equivocas?
Somos personas y todas nos equivocamos.
Sé que todo el mundo te habrá dicho lo mismo y que nada de lo que diga
ahora te hará cambiar de opinión, pero déjame decirte que solamente
vivimos una vez, y no debemos vivir a través de los ojos de los demás, sino
de los nuestros propios.
Me había pasado los últimos años estudiando a más no poder para sacar
la máxima nota en los exámenes, eso conllevaba a asistir lo menos posible a
fiestas que organizaban mis amigos, y eran más de las que me gustaría
admitir, pese a que eso perjudicara en cierta manera la imagen que había
estado gestado durante mi adolescencia. En vez de salir por ahí y beber
alcohol, yo prefería quedarme en casa estudiando y así conseguir la beca
para Stanford, la universidad de mis sueños.
A pesar de que en el fondo sabía que todo iba a seguir igual, que iba a
ver a las mismas personas de siempre, que mi popularidad seguía estando
en la cima de la jerarquía estudiantil, algo dentro de mí me decía que este
curso iba a ser diferente.
Envolví mi cuerpo con una toalla y regresé a la habitación. Abrí el
armario y saqué el conjunto perfecto para el primer día de clase que ayer
decidí que me iba a poner: Unos vaqueros altos azules y una blusa de color
negro sin mangas que me regaló mi abuela en uno de sus viajes a Nueva
York.
Estaba acostado en la cama, vestido aún con la misma ropa de ayer tras
haberse pasado la noche entera buscando trabajo en diversas páginas web.
Sin hacer mucho ruido, dejé la bandeja sobre la mesita de noche antes de
salir por la puerta y bajar a la cocina para tomar mi delicioso desayuno.
—¿Preparada para el último curso? —me preguntó con una gran sonrisa,
enhebrando su brazo al mío mientras nos dirigíamos a la puerta de entrada.
Brett apareció por la puerta, examinando los rostros que había en busca
de alguien. En cuanto sus ojos oscuros me encontraron, sus labios se
curvaron hacia arriba en una esperanzadora sonrisa. Puse los ojos en blanco
y me senté en mi pupitre habitual, curiosamente era justo el que estaba
frente al chico nuevo.
El chico nuevo se incorporó. Era bastante alto, incluso más que Brett.
Tenía un cuerpo delgado y definido. La camiseta negra dejaba expuestos
unos bíceps grandes y fuertes, los vaqueros se ajustaban a su apretado y
redondo trasero. Abrió la boca para responder, pero antes de decir nada,
respiró profundamente y volvió a acostarse sobre el pupitre, mirando a la
pizarra.
Asintió.
—Alex.
Todos rieron.
El profesor lo ignoró.
—¿Papá?
Mi padre estaba intentando coger una bandeja de lasaña del horno con la
ayuda de un trapo, pero de algún modo acabó quemándose la punta de los
dedos y tiró la comida al suelo. El queso fundido y los trozos de carne
picada llegaron hasta mis pies.
—Lo sé, princesa —dijo, apenado—. Pero hoy era tu primer día de clase
y tu primer entrenamiento de animadoras, mi intención era que tuvieras la
cena lista para cuando llegaras.
—Sí, será lo mejor —sonrió—. Por cierto, han llamado los del taller esta
mañana. Ya tienen tu coche reparado. Puedes pasar a por él cuando quieras.
—Vale. Toma.
—Papá…
—Sí, y esta vez en una buena empresa. A partir de ahora pienso hacerme
cargo de los gastos de la casa. Ya no hace falta que sigas trabajando. Ahora
puedes centrarte únicamente en tus estudios y en los entrenamientos. Has
estado demasiado tiempo ocupándote de todo, princesa… Déjame que
ahora sea yo quien cuide de ti.
—Y yo a ti, papá.
Mi padre es un simple hombre de cuarenta y cuatro años, cabello rubio
oscuro con algunos mechones blancos en el pelo y en la barba desaliñada,
eso le daba un aspecto más maduro a pesar de lo joven que era. En sus ojos
era visible el sufrimiento y la desolación por la pérdida de su mujer.
Aunque por más que pasara el tiempo, sabía que ese sentimiento nunca iba
a desaparecer.
—¿Trabajas aquí?
—Bien.
Limpió la grasa de sus manos con un trapo. Me rodeó y fue hasta los
mandos de la máquina para bajar el coche. Cuando las ruedas volvieron a
tocar el suelo, lo toqueteó por dentro. Yo me deleité en admirar sus brazos,
maravillada por la forma en que sus músculos se tensaban…
No lo conseguí.
—¿Más?
—Sí. A pie.
—Te llevo.
—Espera.
—Vale.
Asintió.
El tío de Alex parecía ser un poco más joven que mi padre, con el pelo
algo más oscuro y los ojos castaños. La barba ocultaba buena parte de su
rostro y la nariz aguileña le daba un aspecto interesante y amable. También
llevaba puesto el mismo mono de trabajo de Alex, aunque no atado a la
cintura.
—Chloe.
Alex se había deshecho de las manchas de grasa que tenía. Ahora vestía
unos vaqueros y una sudadera negra cuya cremallera estaba levemente
bajada, exponiendo un triángulo de piel desnuda. Incluso me atrevería a
decir que no llevaba nada debajo… Ese pensamiento hizo que me
ruborizara y que tuviera calor por todas partes.
—Vamos.
Lo seguí hasta una vieja camioneta aparcada fuera del taller. La pintura
estaba diluida de tal modo que apenas quedaba un tono de color en la
carrocería. Me recordó a la camioneta que le regalaban a Bella Swan en
Crepúsculo, aunque esta estaba algo más deteriorada.
Me senté a su lado. Giró la llave y el motor rugió, pero no logró
arrancar. Lo volvió a intentar varias veces, y no fue hasta la cuarta vez que
lo consiguió.
—¿Por qué te has negado a hablar en clase? Sé que puede resultar una
tontería tener que presentarse y hablar de tu vida privada delante de
desconocidos, pero créeme cuando te digo que el profesor Grant lo hace con
su mejor intención. Es una buena forma para conocer gente y para que te
conozcan.
—Solo digo que te has pasado un poco. Podrías haberte negado a hablar,
pero con más respeto hacia el profesor y a tus compañeros. La siguiente a la
derecha.
—No lo creo.
Ese niño risueño de la foto debía estar en alguna parte, escondido bajo
esa fachada de arrogancia y orgullo, por mucho que tratara de impedir que
saliera a la luz.
No me hizo caso.
A estas alturas no era una sorpresa que la gente pensara que era de una
determinada manera por ser la capitana de animadoras, incluso en más de
una ocasión era culpa mía porque me mostraba tal y como quería quería que
me vieran. Pero nunca unas palabras me habían hecho sentir tan
humillada…
Lo primero que hice nada más despertar a la mañana siguiente fue bajar a la
cocina para preparar el desayuno a mi padre. Hoy era su primer día de
trabajo en la empresa, y quería que estuviera bien alimentado para rendir lo
máximo posible en la obra.
Mi padre era un increíble constructor. De hecho, esta casa fue una de sus
mejores construcciones; dedicó mucho esfuerzo y sudor en crear la casa de
los sueños de mi madre, largos meses de duro trabajo planificando la
estructura y el minucioso diseño solo para que ella fuera feliz. Y lo fueron
durante un tiempo, hasta que el cáncer volvió a ella para llevársela; estas
paredes fueron testigo de cómo mi madre fue apagándose lentamente, al
igual que una vela; cómo mi padre se pasaba las noches enteras a su lado
llorando y suplicando a Dios que se curara. Presenciaron cómo encontré a
mi madre sin vida… Había demasiados recuerdos dolorosos, sí, pero era
nuestro hogar.
Dejé el plato con huevos revueltos y beicon frito en la isleta, al lado del
vaso de zumo de naranja y cubiertos que había preparado con anterioridad.
—Y tiene todo muy buena pinta, princesa. Pero he quedado con los
compañeros para desayunar —sonrió en modo de disculpa—. Comételo tú.
Debes estar harta de tanta avena —miró el reloj de su muñeca—. Me voy a
trabajar. Nos vemos esta noche.
—¡Suerte!
—A la mierda la dieta.
Nada más llegar le comenté a mi amiga lo que sucedió anoche con Alex,
la discusión que mantuvimos después de que se ofreciera a llevarme a casa.
Me había pasado la noche entera tirada en la cama con sus crudas palabras
revoloteando en mi cabeza, recordándome constantemente la imagen que
todo el mundo tenía sobre mí y que no me gustaba. Aunque prefería antes
esa imagen a que supieran cómo era realmente Chloe Davis. Era preferible
que me recordaran por ser la capitana de las animadoras que aquella chica
tímida que perdió a su madre.
Al terminar las clases tuve una conversación bastante reñida con las
animadoras para ver a quién íbamos a admitir en el equipo. Tardamos en
ponernos de acuerdo porque Brittany no paraba de sacar pegas a cada chica
que yo proponía, pero al final, tras una larga deliberación, llegamos a un
consenso y procedí a colgar el listado con las admitidas en el tablón de
anuncios del instituto. La mayoría de chicas eran muy buenas, el único
problema es que teníamos a pocos chicos en el equipo y solo dos más se
habían presentado a las pruebas.
Me senté en las gradas del patio trasero para ver al entrenador James
hacer las pruebas de lacrosse a los nuevos alumnos que, por lo que pude
ver, algunos prometían mejorar las estadísticas del equipo esta temporada.
Fue un gran alivio encontrar a Brett entrenando con sus compañeros; temía
que después de la pelea el director hubiera decidido expulsarle y, por ende,
también estaría fuera del equipo.
Una sombra enorme se dejó caer a mi lado. Giré la cabeza para ver de
quién se trataba, sorprendiéndome al encontrar a Alex con los codos sobre
las rodillas, manos entrelazadas y el cuerpo levemente inclinado hacia
adelante, observando las pruebas de admisión con detenimiento. Tenía un
pequeño corte en el labio inferior y un ligero hematoma azul en la
mandíbula.
—Brett no es mi novio.
—Mejor. Es un imbécil.
—Lo es —coincidí.
—¿Quieres saber una cosa? —le dije—. Tienes razón. Todo lo que has
oído por ahí sobre mí es cierto. Incluso el rumor de que me he acostado con
todo el equipo de lacrosse. Utilizo mi físico para conseguir lo que quiero…
Te aconsejo que no pierdas el tiempo en alguien como yo. No merezco la
pena.
Me odiaba a mí misma. Despreciaba profundamente la persona en la que
me había convertido. Yo quería ser una mujer diferente, y lo había
conseguido con creces, pero aborrecía ser lo que Alex había descrito porque
yo no era así…
Miré por última vez sus duros e implacables ojos que me miraron
directamente con la mandíbula apretada antes de bajar de las gradas y
dirigirme a los vestuarios. Las lágrimas me quemaban los ojos pero no
fueron derramadas. No podía dejar que me vieran llorar.
Me puse unos vaqueros y una camiseta negra. Ese era el uniforme que
Simon quería que nos pusiéramos, a pesar de ser tan deprimente y aburrido.
—Muchas gracias.
Al principio todo fue bien, atendí a los clientes con una agradable
sonrisa y todos quedaron muy satisfechos con mi trabajo. Incluso algunos
me dejaron una buena propina… Todo estuvo en calma hasta que un
hombre alto que había salido a correr, con una sudadera azul marino con la
capucha puesta y manchas de sudor en el cuello y bajo los brazos entró por
la puerta.
—¿Cuánto es?
Alex alzó la mirada y sus ojos se abrieron alucinados al verme tras el
mostrador. Esbozó una sonrisa que destilaba incredulidad y que a mí me
puso de los nervios.
La única persona que sabía que trabajaba aquí era Sarah porque no
quería que nadie conociera mi verdadera situación económica. La imagen lo
es todo en el instituto, y si alguien llegase a descubrir que no tenía tanto
dinero como había hecho creer a todos durante años, arruinaría por
completo mi reputación.
Ignoré su comentario.
Mis ojos siguieron la botella hasta que quedó atrapada entre los labios de
Alex. Echó la cabeza hacia atrás y yo me quedé embelesada por la forma en
la que el agua descendía por su garganta, mostrando un perfil
endiabladamente irresistible. Una gota se escapó de entre los labios y se
deslizó por el puente de su estilizado cuello y joder, ojalá ser esa gota…
—¿Qué quieres, Alex? —mascullé. Este era el último sitio donde quería
que me montara una escena; Simon fue el mejor amigo de mi madre de la
infancia, por esa razón me dio trabajo aún sin necesitar a nadie. Y no quería
que mis problemas con Alex perjudicaran el negocio que tanto le había
costado montar.
—Yo te haría gozar más que cualquiera de la clase —su voz era apenas
un oscuro susurro, una promesa que me moría por comprobar.
El recado que Simon había encargado a Callie era comprar una tarta de tres
chocolates para hacerme una pequeña fiesta de despedida. Fue muy
agradable tener ese momento para poder despedirme de mis compañeros,
que después de tantos años juntos se habían convertido en una segunda
familia. Sobre todo Callie, cuyo apoyo fue esencial cuando Brett me
engañó; estuvo incontables horas escuchándome sin quejarse mientras yo
despotricaba de mi exnovio, y la verdad es que sus consejos me ayudaron
mucho a superar la ruptura.
En cuanto terminó la fiesta, fui al jardín que había cerca de casa para
tomar algunas fotos improvisadas. Adoraba la fotografía desde que mi
prima Madison me dejó su cámara en uno de los viajes que hicimos a
Washington para visitar a la hermana de mi padre. Aún podía recordar
cuando mi madre me regaló mi primera cámara digital por mi cumpleaños;
recuerdo que empecé a fotografiar cada cosa que encontraba por casa, por
absurdo e insignificante que fuera. Durante un tiempo fue el pasatiempo de
una niña pequeña, pero poco a poco fue convirtiéndose en mi mayor pasión.
Al llegar al instituto tuve que evitar a todos los admiradores que había
ganado durante los dos años que llevaba siendo capitana de las animadoras.
No quería ser desagradecida, pero tener a decenas de personas
deteniéndome para preguntarme dónde compraba mi ropa, si quería ir al
cine con ellos o quién me hacía las fotografías de Instagram, a veces
resultaba demasiado abrumador… Yo intentaba ser amable con todos,
contestar a sus preguntas y rehuir de las preposiciones que me hacían, pero
había momentos en los que me hacía sentir muy incómoda.
—Vaya, Chloe, tan guapa como siempre —dijo mientras me recorría las
piernas con sus repulsivos ojos castaños—. ¿Cómo eres capaz de hacerme
esto?
—¿Hacer el qué?
—¿Sabes lo cansada que estoy de que los chicos me traten como si fuera
un objeto? —resoplé, apoyando la espalda contra la pared y cruzando las
piernas—. Hoy, Jackson. Ayer, Alex.
—Fue a verme a ya sabes dónde —bajé el tono de voz para que solo ella
pudiera oírme—. Me dijo que quería follarme hasta que no pudiera
moverme —me ruboricé al recordar sus palabras—. ¿Pero qué les pasa a los
tíos? ¿Solamente piensan en follar o qué?
Un poco.
Claro que lo sabía. El mismo día de hoy, dos años atrás, me pidió ir al
cine como nuestra primera cita oficial. Yo acepté porque por aquel entonces
tenía sentimientos encontrados cada vez que miraba a Brett. Pero como se
folló a otra, hoy era un día como cualquier otro.
—Porque te quiero.
Puse los ojos en blanco. Cada vez que Brett decía que me quería, Alex
se reía… ¿Por qué? ¿Qué había en esas palabras que le hacía tanta gracia?
—Tú y tu novio.
—¿Tú a mí? —la carcajada que soltó Alex carecía de gracia y destilaba
arrogancia—. Inténtalo.
Brett hizo el amago de abalanzarse sobre él, pero antes de que pudiera
hacer nada, coloqué mi mano sobre su pecho y lo frené. Otra vez volvíamos
a ser el centro de atención; los ojos curiosos de mis compañeros no querían
perderse nada de la posible pelea que estaba a punto de generarse.
De nuevo volvió a escucharse ese sonido tan dulce y a la vez tan amargo
procedente del asiento de detrás.
—¿Qué es lo que te hace tanta gracia?
—¿Pero qué sexo vas a tener tú? —inquirió Amanda, una compañera de
las animadoras, entre risas—. Si la última vez que tuviste relaciones fue con
Made. O lo que es lo mismo, tu mano derecha.
Todos empezaron a reírse, a excepción del aludido que hizo una peineta
con el dedo a Amanda. Ella simplemente le sonrió con plena satisfacción.
¿Qué? ¿Muertos?
En ese momento me sentí la peor persona del universo. Yo sabía
perfectamente lo que se sentía al perder a una madre; un dolor muy intenso
y agudo que anida en tu corazón y que te presiona el pecho, recordándote
constantemente la pérdida… Ese tipo de dolor no desparece con el tiempo,
la muerte de una madre no es algo que se supere o que podamos dejar atrás
en nuestro pasado. La muerte de una madre nos acompañará siempre. Por
eso no podía imaginar lo que debía sentir Alex al perder a los dos.
—¿Y ella que sabía? —me defendió Sarah—. Cada vez que Alex abre la
boca es para meterse con ella. Si lo hubiera sabido jamás le hubiera dicho
eso.
—Sarah tiene razón —añadió Brett—. Alex es un capullo que desde que
comenzaron las clases la ha tomado con ella y no la ha dejado en paz.
Nada mas salir encontré la puerta de una taquilla con una enorme
abolladura. «Alex ha debido darle con todas sus fuerzas», pensé. Al final
del pasillo, sentado con las piernas encogidas y la cabeza hundida entre
ellas, se hallaba Alex, disgustado y seguramente enfadado. Cuando me
senté a su lado, noté cómo su cuerpo se tensaba. Puso distancia entre los
dos.
No dijo nada. Sorbió por la nariz, cerró los puños sobre sus rodillas y
tensó la mandíbula. Estaba abatido. Dolido. Y yo era la única responsable
de eso.
Tenía razón.
No entendía nada.
—Alex, para.
Creía que, después del beso, las cosas entre los dos cambiarían, que
dejaría de ser tan grosero y arrogante conmigo para empezar a ser… ¿qué?
¿Mi amigo? Alex y yo nunca seremos amigos… Por lo menos no después
de esto.
Caminé con todo el orgullo que pude fingir y me adentré entre los
cuerpos de los estudiantes y profesores que habían presenciado el
espectáculo. Entré al cuarto de baño. Una vez refugiada entre las cuatro
paredes blancas y relucientes, dejé salir todo lo que llevaba dentro. Apoyé
las manos en el lavabo, las lágrimas me quemaban las mejillas y agravaban
el nudo que tenía en la garganta hasta el punto de que me costaba respirar.
—¿Estás bien?
—Soy una tonta por pensar que le gustaba —dije, enjugando con rabia
la lágrima que caía por mi mejilla—. Nos estábamos besando y de repente
se ha puesto a decir todas esas cosas y… No lo entiendo, Sarah. Estoy muy
cansada de que todos piensen que soy esa chica que se ha acostado con todo
el equipo de lacrosse…
Ni siquiera miré a Alex cuando entré por la puerta, aunque pude sentir
sus ojos clavados en mi nuca.
Pero ninguna de las dos contestó. El profesor dio media vuelta y volvió a
la pizarra para terminar la palabra que se había quedado a medias de
escribir. Yo apunté todo lo que dijo en mi cuaderno, aunque mi mente
seguía estando en el pasillo.
Puse la música a un volumen muy elevado para que todo aquel que
estuviera cerca nos mirase. Después de llamar la atención de todo el mundo,
me coloqué frente a mis chicas y empezamos a bailar. Alcancé a ver a los
jugadores de lacrosse mirándonos con sonrisas lascivas mientras
murmuraban cosas entre ellos que preferí no saber, al igual que también me
di cuenta de que Brett no me quitaba el ojo de encima, aunque no me
miraba como solía mirarme antes… Ahora en sus ojos podía ver tristeza y
arrepentimiento.
Para finalizar, di una voltereta con doble salto y acabé con las piernas
estiradas sobre el césped. Recibí aplausos y silbidos, otros vociferaban
improperios que mejor no mencionar. La adrenalina corría por mis venas y
se apoderó de mi torrente sanguíneo, dejándome una sensación vibrante por
todo el cuerpo.
—Cuando quieras.
Alex se quedó quieto mientras yo me acercaba. Era tan alto que tuve que
alzar la cabeza para poder mirarle a los ojos.
—Como has dicho, soy una desesperada que necesita tener un rabo entre
las piernas para sentirse superior a los demás. Lo que no entiendo es que si
querías follarme hasta que no pudiera moverme, ¿por qué has reaccionado
de esa manera después de besarnos? A lo mejor es porque soy yo quién te
gusta a ti y por eso te molesta que tenga a mejores que tú haciendo cola
para estar conmigo.
—¿Y por qué crees que quiero ser tu amiga después de lo que me
hiciste? —repliqué—. La cagaste demasiado, Brett. Me pusiste los cuernos
con una amiga.
—Por eso, pese a que cometió el error al acostarse con Brittany, cosa
que ha reconocido y se ha disculpado por ello, creo que ya es hora de
olvidar lo que pasó definitivamente.
Una falda holgada negra, un top grisáceo corto sin mangas y una
cazadora vaquera habían sido mi elección para demostrarle a Alex que, por
mucho que hiciera o dijera, no iba a conseguir perjudicar mi popularidad.
Me había maquillado un poco más de lo habitual, y me había planchado el
pelo, dejándolo completamente liso cayendo con suavidad por mis pechos.
Cuando vi entrar a Brett por la puerta al lado de sus amigos, sentí una
mezcla de alegría y repugnancia; alegría por ver de nuevo a Brett;
repugnancia porque Jackson estaba entre su grupo de amigos, cosa que me
extrañó porque Brett y Jackson, a pesar de que dentro del campo fueran
compañeros de equipo, fuera se odiaban a muerte. Sobre todo después de lo
que sucedió en aquella fiesta del curso pasado…
—Me alegra que volvamos a ser todos amigos —le dijo—, pero si te
atreves a hacer algo que pueda lastimar otra vez a Chloe, más te vale huir
del país porque si te encuentro, mi puño será lo último que veas. Estás
avisado.
Sarah sonrió, y ese fue el último ingrediente que faltaba para que nuestra
amistad volviera a ser como era antes. Sin rencores.
El profesor apareció y, después de cerrar la puerta, se acercó a su mesa.
Brett se sentó en el asiento de atrás nuestra mientras el profesor cogía una
tiza y escribía «Amor» en el centro de la pizarra.
Cuando sonó el timbre del final de clase, recogí mis cosas y fui a la
mesa del profesor para ver quién iba a ser mi pareja en el trabajo. Busqué
mi nombre en las dos columnas y mis ojos se abrieron por completo cuando
lo hallé justo al lado de Alexander Wilson.
—Ahora vengo —le dije a Brett—. Voy a hablar con Alex para ver
cuando podemos quedar para hacer el trabajo.
—¿Cuál trabajo?
—Vale.
—¿Cuándo podrías?
Alex sabía jugar muy bien sus cartas… pero yo también. Y esta vez
tenía todas las probabilidades de ganar; me mordí el labio inferior para
reprimir una sonrisa.
Estoy en tu puerta.
—¿Habéis vuelto?
Asentí.
—Podríamos intentarlo.
Comentamos la película como dos auténticos críticos de cine nada más salir
del cine. Habíamos entrado al estreno de una película de terror. Elección
mía, obviamente. A Brett le pareció un tostón porque no se había asustado
en ningún momento, ni siquiera cuando apareció el monstruo de las
monedas, o cuando una de las protagonistas vio a una mujer vestida de boda
o cuando la niña veía la silueta de la muñeca incorporándose y
convirtiéndose en una persona adulta con un cuchillo antes de lanzarse a
por ella para matarla… A mí me gustó lo suficiente como para querer verla
de nuevo con mi padre; sí que es cierto que era una película bastante
predecible, aunque los actores estuvieron geniales y la historia me gustó.
Además, estaba dentro del universo Expediente Warren, cosa que la hacía
más interesante. De hecho, yo me había comido algún que otro susto…
—Eres la única mujer que conozco que tiene miedo a las películas de
terror pero que aun así quiere verlas.
—Soy especial.
—Estuvimos todo el día sin comer nada para que cuando llegase la
noche acabar con toda la comida. Y si no recuerdo mal, faltó muy poco para
conseguirlo.
—Lo que conseguimos fue estar dos días enteros enfermos por la
cantidad de comida que devoramos. Solo de pensarlo se me remueve el
estómago…
—¿Demasiado pronto?
—Demasiado pronto.
Tal vez Alex pensaba así por la muerte de sus padres, porque cuando te
arrebatan inesperadamente a alguien que amas con toda tu alma, piensas
que ya no tienes nada más que ofrecer. Mi padre se sintió así después del
entierro; incapaz de volver a enamorarse. Y de momento no se había vuelto
a fijar en nadie más. Y no porque no quisiera, sino porque todavía no había
encontrado a una mujer que pudiera igualar a su esposa. No obstante, yo
también perdí a mi madre, y no pensaba igual que Alex. Y tampoco podía
creer que nunca hubiera tenido novia o nunca hubiera mantenido relaciones
sexuales. Porque en cierto modo, eso es sentir amor ¿no?
—¿Qué haces?
La madera del embarcadero crujió bajo mis pies cuando me quité las
zapatillas y los calcetines para sentarme al final de las tablas. Metí los pies
en las frías aguas.
Cerré los ojos e imaginé el sol despertándose entre las lejanas montañas
y asomándose por las copas de los árboles, tiñendo el cielo de tonos
anaranjados y azulados. Sentir la suave y fresca brisa de la mañana
acariciando mis cabellos… Por cómo Alex contemplaba el paisaje, supe que
también estaba imaginando lo mismo.
Asintió.
Sus ojos se encontraron con los míos y, a pesar de la poca luz que había,
todavía se seguían viendo de un azul muy intenso.
—Es que hay momentos en los que me gusta hablar contigo y otros en
los que me gustaría matarte. Y resulta… realmente agotador y frustrante,
porque nunca sé cómo vas a reaccionar.
—¿Qué soy yo quién te saca de quicio a ti? ¡Si alguien saca de quicio a
alguien eres tú a mí! ¿O es que ya no recuerdas tu numerito del pasillo?
Este sería el mejor momento para decirle que yo no era como las
animadoras que él conocía; no me había acostado con nadie a pesar de las
oportunidades que tuve. También era consciente de que ser popular no iba a
servir de nada en el mundo real. Yo misma había tenido que buscar trabajo
para ayudar con los gastos de casa porque mi padre no podía hacerse cargo
de todo. Tampoco pretendía ser la mejor y mucho menos que la gente fuera
detrás de mí. Lo único que me importaba era estudiar e ir a Stanford. Nada
más. No obstante, no podía hacerlo sin poner en riesgo la imagen que tanto
me había costado crear.
—Ja. Ja. Ja. Muy gracioso —hice un mohín. Me eché el pelo mojado
hacia atrás y nadé hacia el embarcadero—. Ayúdame a salir de aquí.
—Serás…
Alex se inclinó otra vez hacia mí. No sabía si realmente quería besarme
o era otro de sus juegos. Ante la duda, me escabullí y nadé hasta llegar al
embarcadero.
Apoyé las manos sobre las tablas de madera y me impulsé para salir. Me
tumbé para mirar las estrellas y la preciosa luna situada en lo alto del oscuro
cielo. Miles de gotas se deslizaron por mi cuerpo, haciéndome cosquillas.
Giró la cabeza hacia mí. El movimiento provocó que una gota cayera de
un mechón de pelo, descendió por su mejilla hasta acabar perdida en sus
labios. Aparté la mirada cuando la lamió.
Joder. Me quedé tentada a lamer todas y cada una de las gotas que lo
recorrían.
Se acercó un poco más a mí. Estaba tan cerca que su mano estuvo a
punto de tocar la mía. Su proximidad me puso tan nerviosa que mi corazón
se aceleró de tal modo que parecía que estuviera bailando un tango a mi
costa.
Su sonrisa se amplió.
Sin darme cuenta, mi mano se desplazó por sus brazos, por los hombros,
por el cuello, la nuca, sintiendo el comienzo del pelo en la punta de los
dedos. Tuve la necesidad de explorar cada parte de su cuerpo, descubrir lo
que escondía bajo la ropa mojada…
Alex no tuvo miedo de ir más lejos, rompió el pequeño espacio que nos
separaba y me besó. Se apoderó de mi boca con ansia, con desesperación…
haciéndome olvidar todo lo que había pasado entre los dos; su lengua
acarició la mía a la vez que sus manos se aferraron a mis caderas.
Salí corriendo del lago, deseando llegar a casa. De algún modo que no
llegaba a comprender, Alex despertaba sensaciones en mí que no sabía que
existían, que habían estado dormidas durante diecisiete años… Nunca me
había sentido tan atraída por nadie como con él.
—Sé que es tarde, papá —dije, afable—. Pero he venido antes de las
doce, lo prometo. Solo he salido a correr un poco. Necesitaba… despejarme
un poco y aclarar algunas ideas.
—No lo sé —exhalé.
—Por supuesto que lo sé, pero no es nada que merezca la pena contar.
Es solo que estoy agobiada con las clases, los exámenes y los
entrenamientos. La semana que viene tenemos el primer partido de la
temporada y estoy nerviosa.
—Recuerdo cómo era —esbozó una sonrisa—. Por cierto, ¿qué tal con
Brett? Espero que bien, porque sino me planto en su casa y le digo cuatro
cosas bien dichas —intentó que sonara como una broma, pero sabía que en
el fondo hablaba en serio.
Me eché a reír.
—¿Y solo sois amigos o hay algo más entre Brett y tú?
—¿Le conozco?
—No. Es nuevo.
Alex era un error. Me había hecho daño con sus palabras…, pero al
mismo tiempo me había hecho sentir deseada como nunca antes.
7
Mientras bajaba las escaleras, llamé a Sarah. No contestó, así que opté
por dejarle un mensaje donde le decía que me llamara en cuanto pudiera.
—Buenos días.
—Lo sé, por eso me apetecía darme un baño. Y sabes que siempre me ha
gustado hacerlo acompañado —sonrió—. ¿Has podido dar con Sarah?
—Vale.
—Yo también.
—Brittany.
—¡Eso es mentira!
—No sabía que estabas aquí —me estrechó contra sí con fuerza, sin
importarle que estuviera mojada—. Es una alegría volver a verte, cielo. Por
favor, dime que habéis vuelto…
—¿Todo bien con él, Chloe? —la señora Johnson colocó sus manos
sobre mis hombros—. Porque mi hijo me ha contado la escena que te montó
en el pasillo del instituto…
O eso esperaba.
—¿Y qué hacías tú con Alex anoche? —me preguntó Brett con los ojos
entrecerrados, intrigado.
Tamborileé los dedos sobre la isla de la cocina para evitar tirarme de los
pelos por la desesperación. Volví a mirar el reloj por octava vez en los
últimos diez minutos. Las manecillas giraban una y otra y otra vez. Nada.
En el fondo sabía que después de lo que pasó anoche no iba a venir, aunque
todavía mantenía la esperanza de que sonara el timbre.
Toqué a la puerta con los nudillos donde Alex entró para cambiarse.
Nadie respondió. Volví a tocar y nada. Giré el pomo y asomé la cabeza en el
interior.
—¿Hola?
Me giré hasta encontrarme a Harry frente a una puerta donde advertí por
encima de su hombro un pequeño cuarto de baño y una ducha, mientras se
limpiaba las manos de grasa con un trapo.
—Perdón por haber entrado sin avisar, pero estoy buscando a Alex.
Habíamos quedado en mi casa para hacer un trabajo de clase, pero no ha
aparecido. ¿Sabes dónde puedo encontrarle?
—¿Por qué no has venido, Alex? —pregunté, esta vez algo más
calmada, aunque adopté una postura reticente—. El trabajo ya estaría
terminado si te hubieras presentado. Podrías estar limpiando tu coche
tranquilamente y yo podría estar haciendo cualquier otra cosa en vez de
estar aquí perdiendo el tiempo contigo.
—No.
—¿Por qué?
—¡Porque no me da la gana! —gritó.
—No. Así de capullo —corregí—. Ayer eras amable y hoy vuelves a ser
el mismo gilipollas de siempre —sus ojos me fulminaron mientras su
mandíbula se tensaba. Soltó el aire con fuerza por la nariz y desvió la
mirada para volver a centrarse en la limpieza de su camioneta—. ¿Es por
qué me marché después del beso?
—No digas tonterías. No besas tan bien como para molestarme por eso
—el tono burlón de su voz me puso furiosa y colorada—. Además, yo no
quería besarte.
Por mucho que intentara negarlo, sabía que quería besarme. Pude notarlo
en cada centímetro de su cuerpo pidiéndome que lo tocara, en su boca que
anhelaba estar en contacto con la mía.
—Porque soy hombre. Quiero follar y punto —respondió. Colocó el
dedo en la abertura de la manguera para potenciar el chorro de agua—. No
tengo que dar ninguna explicación sobre a quién quiero meter en mi cama.
Me basta conque esté buena. Y tú, Chloe Davis, créeme que lo estás.
—¿Eso es lo que soy para ti? ¿Un trozo de carne? —escupí las palabras
con rabia. Cerré los puños con fuerza reprimiendo el deseo de golpearlo.
—¿Y qué pretendías ser? ¿Quién dijo que ibas a ser diferente, eh? Para
mí eres igual que todas… Una más —entrecerró los ojos y me escudriñó—.
¿No creerías que sentía algo por ti? ¡Joder, Chloe! No pienses que por darte
un poco de atención ya estoy colado hasta las trancas por ti…
—¿Piensas que está bien la forma en la que te diriges a mí? —lo fulminé
con la mirada—. Yo nunca te he tratado mal y tú no dejas de humillarme
una y otra vez. Y no, Alex. Jamás he creído que sintieras algo por mí; nunca
lo he pensado porque ni en tu mejores sueños estarías con alguien como yo
—dejé salir el aire por la boca, agotada y exasperada por esta inútil
discusión—. Mira, voy a hacer el trabajo por mi cuenta. Tú puedes hacer lo
que quieras… Me da igual. Paso de ti.
—¡Gilipollas! —exclamé.
Una vez montada miré por la ventanilla a Alex que no me quitaba los
ojos de encima. No conseguí identificar su expresión. Tampoco me
importaba ya. Le hice una peineta con el dedo para que tuviera una razón
para mirarme antes de arrancar el coche y dejar atrás esta maldita casa.
8
—Normal.
Sarah alzó la mirada y me hizo una señal para que mirase detrás de mí, y
cuando lo hice, Alex se hallaba a mis espaldas frente a la puerta, vestido
con unos vaqueros negros ajustados y una camiseta roja remangada hasta
los codos con el cuaderno y el libro bajo el brazo derecho.
—¡Aléjate de mí!
Por lo que pude leer, Alex estuvo a punto de enamorarse, pues había
escrito: «El amor es un bucle: Conoces a esa persona y caes rendido a sus
pies pensando que todo es mágico y de color de rosa. Al principio todo son
besos, abrazos, risas y mimos. Sin peleas… Sin discusiones. Solo amor.
Pero… ¿qué hay después del «y vivieron felices y comieron perdices»?
Pues todo lo contrario: Las risas se sustituyen por llantos. El color rosa se
transforma en un negro tan oscuro que eres incapaz de ver el lado bueno de
las cosas, un color tan profundo que te ahoga. Y finalmente, uno de los dos
acaba marchándose y el otro se queda sin saber qué hacer. Solo quiere
gritar, llorar, golpear algo, o simplemente alejarse de todo y desear que todo
acabe. Hasta que conoces a otra persona y todo vuelve a empezar».
—Imposible.
—Espérame después de clase —le dije a Sarah en voz baja—, tengo una
cosa muy importante que decirte.
Recogí mis cosas para sentarme al lado de Alex. Estiré la falda negra
que llevaba para que no se me viera nada cuando me senté a su lado. Una
oleada de su perfume me golpeó de lleno y me puso todo el vello de punta.
Olía super bien.
—Vas muy guapa —comentó con una sonrisa ladeada.
—¿Estás bien?
—¿Qué te parece?
Cuando fue a coger el papel, sus dedos rozaron los míos y una corriente
eléctrica me recorrió todo el cuerpo, estremeciéndome… ¿Siempre iba a ser
así?
—¿Mi trabajo?
—Porque las personas como tú no quieren que nadie les haga sombra —
escupió mientras me fulminaba con la mirada.
Sonrió. Volvió a leer la valoración, pero esta vez con más interés.
—Claro.
—No te creo.
—He visto cómo te daba una nota antes —dijo, volviendo su cuerpo
hacia mí—. ¿Qué ponía? Te quiero o alguna tontería por el estilo.
—No tengo por qué contestar a eso —repliqué—. Pero te repito por
decimosexta vez —me incliné hacia él y miré sus brillantes ojos azules—.
Brett y yo ya no somos nada. Solo amigos.
—Eh…, ¿gracias?
Sonó el timbre que daba por finalizada la clase y, sin embargo, no podía
moverme. Me quedé pegada a la silla. Había perdido el control de mi
cuerpo. Observé sus grandes y preciosos ojos azules que me intimidaban y
confundían y que, de un modo que no comprendía, también me parecían
acogedores y afables.
Recogí mis cosas todo lo rápido que pude y fuimos hacia nuestras
taquillas para dejar los libros. Ahora teníamos una hora libre por lo que
podía hablar tranquilamente con ella mientras nos tomábamos un café en el
comedor.
—¿Vas a decirme de una vez qué es eso tan importante que tienes que
decirme o qué? —preguntó después de tomar un sorbo de su café con leche.
—Creo que la gente lo sabe —bajé el tono de voz para que solo ella
pudiera escucharme. No quería correr el riesgo de que alguien nos
escuchase y que todos supieran la verdad.
Frunció el ceño.
—¿Saber el qué?
—Lo tuyo con Woody.
—Lo sabes muy bien, Brittany —gruñí—. Has ido diciendo a todo el
mundo que soy una cualquiera, que intenté acostarme con el nuevo y que
me rechazó en el pasillo… ¿Y a qué viene eso de que el profesor Grant está
saliendo con una alumna? Sabes que eso es completamente falso.
Conocía a Sarah lo suficiente cómo para saber solo por sus gestos que
tenía intención de cogerle del pelo y arrastrarla por el comedor. Y aunque
una parte de mí le gustaría verlo, existía la posibilidad de que pensaran que
era ella quien mantenía una relación con el profesor Grant, y no podía
permitir que eso sucediera.
Cerré los puños con tanta fuerza que hasta me clavé mis propias uñas en
las palmas. El dolor que sentí solo alimentaba la furia que me consumía.
Una vez fuera del comedor, me relajé y dejé que Brett me llevara a
donde quisiera, no me quedaban fuerzas para seguir resistiéndome. Un
escalofrío me advirtió de que quién me tenía colgando de su hombro no era
mi amigo; por la forma en la que caminaba, por cómo olía y por cómo me
hacía sentir tener sus manos sobre mis piernas desnudas, supe de quién se
trataba.
—Alex…
—¿Qué te ha dicho?
Me quedé paralizada, sin saber qué decir. Alex conseguía que el blanco
se convirtiera en negro y el negro de nuevo en blanco en cuestión de
segundos; primero me humilló cuando fui en su busca para hacer el trabajo
para después acabar con un trabajo increíble y una confesión que no
esperaba.
—Chloe, cuando he visto la pelea…, pensar que podrían hacerte daño…
—me colocó un mechón de pelo tras la oreja—. No quiero que te pase nada.
—Pero si lo hubieras hecho tú, la gente podría pensar que tienes algo
que esconder. Y no tardarían en relacionarte con el rumor. Y yo tenía más
que motivos suficientes para hacerlo, así que pensé que era la mejor
solución.
¿Qué? ¡Claro que no! Aunque si no me gustaba, ¿por qué cada vez que
me miraba me ponía nerviosa? ¿Por qué cada vez que me tocaba sentía ese
escalofrío que me recorría todo el cuerpo? ¿Por qué anhelaba apoderarme
de su boca cada vez que lo tenía delante? Era evidente que me atraía
sexualmente, pues solo con verlo me entraban ganas de arrancarle la ropa
con la boca, pero no sabía si me gustaba para…, algo más.
—¡Serás zorra! —intentó agarrarme del pelo otra vez, pero Sarah la asió
del brazo y la separó de mí antes de que pudiera hacerlo. Yo ni parpadeé.
—Chicos —me dirigí a los demás dando una palmada para llamar la
atención de todos—. Después de esta breve interrupción, volvamos con el
entrenamiento. Ahora que ya estamos bien calientes, empecemos con la
coreografía.
Bailamos la coreografía una y otra y otra vez, hasta que conseguí que
cada paso encajara a la perfección con la música que habíamos escogido.
Solo quedaba pulir los movimientos para que fueran más fluidos y limpios.
Por último, practicamos las figuras y lanzamientos para incluirlos en la
coreografía. Al cabo de un rato, después de comprobar que los saltos y
piruetas se ajustaban al baile, decidí dar por finalizado el entrenamiento.
Nadie respondió.
—¿Pero qué…?
Estaba completamente vacía. No había rastro de mi bolsa. Joder. Dentro
tenía las llaves del coche, las de casa, el móvil… Y ahora no había nada.
Había desparecido.
Mierda.
Salí del vestuario sujetando con firmeza la toalla para evitar que se
cayera. No quería montar un espectáculo exhibicionista en mitad del
pasillo. A estas horas no solía haber demasiada gente, tan solo los de
mantenimiento, algunos alumnos que se quedaban para reforzar asignaturas
y los deportistas.
—Pervertido…
Su sonrisa se amplió.
—¿Y Brett?
—Claro.
—Sí. Llama.
Le devolví el teléfono.
—Vamos —insistió.
Asintió.
—Pues no entiendo por qué dijiste que el amor da asco y después digas
que es una bonita manera de vivir la vida. Cito textualmente: «El amor es
una forma de expresar tus sentimientos en una caricia, en un beso, en una
mirada… Creo que el amor es un sentimiento para valientes y,
lamentablemente, yo no lo soy». ¿A qué te refieres con que no eres
valiente?
—¿Por qué?
—En un día me lo arrebataron todo. Todos a quienes quería acabaron
abandonándome cuando más los necesitaba: Mis padres, mi novia, mis
amigos…
—Me dejó por mi mejor amigo poco después del entierro de mis padres.
Esa es la razón por la que me cuesta creer en el amor; ella decía estar
enamorada de mí, que yo era lo más importante de su vida para después
dejarme por mi mejor amigo a quien consideraba mi hermano. Pero también
creo que, cuando se ama de verdad y es correspondido, puede llegar a ser
muy bonito. Pero solo entonces.
—Solía verlo cada vez que miraba a mis padres —sus labios se curvaron
ligeramente hacia arriba—. Ellos son la mejor muestra de amor verdadero
que tengo. Solo tengo que esperar a la adecuada.
—No —aseguré.
—Nos conocimos hace cinco años, pero estuvimos saliendo solo dos.
Rompimos a finales del curso pasado. Ya conoces el resto de la historia.
Se echó a reír.
—¿Novias o amigas?
—Ambas.
—Novias podría decir que una, aunque no significó nada para ella y
aunque me gustaba mucho, tampoco acabé enamorándome. Y amigas…
bueno, tampoco llevo la cuenta.
Después de terminar de guiarle hasta mi casa, aparcó en la puerta.
—No sé si debería…
—Gracias…, supongo.
—Vale.
—Yo a veces quisiera que mis primos y mis tíos me dejasen la casa sola
—la imagen de él con una chica en su habitación me vino a la mente—. Me
gustaría poder dormir sin ningún ruido o grito —se echó a reír.
Yo sonreí.
—Yo solo tengo una prima, Maddie, pero hace mucho que no la veo —
suspiré, echándome un mechón de pelo detrás de la oreja—. Y un tío que
vive en Virginia Beach con mi abuela.
Asentí.
—Sí, gracias.
—¿Cómo lo quieres?
—Gracias —dijo.
Le di un sorbo a mi taza.
¿Alex y Brittany?
—¿Y qué le has dicho? —me mostré indiferente, aunque por dentro
estaba hecha un manojo de nervios. Esperaba oír que no había quedado con
ella, que no estaba interesado lo más mínimo en ella.
—Hemos quedado a las siete —alzó la vista hacia el reloj que colgaba
de la pared—, y son las siete y media. Llego un poco tarde.
Me fijé en ti.
Sacudí la cabeza.
—Como amiga tuya que soy, no te recomiendo que salgas con ella —
Alex alzó una ceja, intrigado—. Ella no te conviene. Y encima es una
persona frívola y muy caprichosa… No deberías perder el tiempo con una
persona así.
—Una chica a la que de verdad le gustes por cómo eres. Ese ha sido mi
consejo. Tómalo o déjalo. Pero conozco a Brittany lo suficiente como para
saber que solamente te usará y que cuando menos te lo esperes te dejará
para irse con el siguiente.
—Eso es lo más extraño, que no sé quien iba a querer robar ropa sudada.
Fuera quien fuera quien lo haya hecho, ha sido para hacerme daño.
—Adiós, Chloe.
—Adiós.
Tras el desayuno, me di una buena ducha. Deslicé por mis piernas una
falda holgada color caqui que me llegaba hasta mitad del muslo y me puse
una camiseta verde militar metida por dentro. Desenredé mi pelo con el
cepillo y me hice una cola alta. Por último, me puse la cazadora de Alex
para no llevarla en brazos durante el trayecto hacia el instituto y poder
devolvérsela.
—Es mejor así —por el tono de su voz supe que no estaba del todo
convencida de que fuera así; se llevó un mechón de pelo tras la oreja y
suspiró—. Ya veremos cómo acaba todo.
Alex apareció por la puerta con ese estilo despreocupado tan suyo. Las
comisuras de su boca se curvaron ligeramente hacia arriba, mostrando una
pequeña sonrisa.
¡Pues claro!
—¿Qué está pasando aquí? —me preguntó con los ojos clavados en los
míos. Su voz era calmada y sosegada, su mirada dura e intimidante.
—¡Esa es mi camiseta!
—¡Ya basta! —gritó esta vez Alex, ladeando la cabeza para mirar a
Brittany—. ¿Chloe está en lo cierto? ¿Le robaste la bolsa?
Por el rostro que puso Britt, supe que la estaba mirando de esa forma
que hacía que todo tu cuerpo entrara en colapso. Al parecer, yo no era la
única que sucumbía a su influencia.
—Chloe, cálmate, por favor —me ordenó Alex. Luego se giró hacia
Britt y la fulminó con la mirada—. Devuélvele sus cosas —ella se dio la
vuelta y sacó de su bolso las llaves, el móvil y el monedero, dejándolo todo
sobre la mesa con mala cara—. Bien. Ahora, Chloe, vuelve a tu sitio.
—¿Y si no qué?
Me lanzó una mirada desafiante. Sus ojos estaban fijos en los míos, la
mandíbula apretada y sus labios formaban una fina y recta línea. Yo me
mantuve firme, devolviéndole la mirada con la misma intensidad. Su pecho
subía y bajaba tranquilamente cuando dio un paso hacia mí. Y no supe con
qué intención lo había hecho, porque la llegada del profesor le hizo
retroceder.
El primer día de clase sentí que este año iba a ser diferente, pero no
esperaba que fuera por meterme en líos; desde que Alex llegó al instituto se
había encargado de poner mi mundo patas arriba. Todo lo que había
construido a lo largo de los años estaba cayendo en picado, destruyéndose
hasta no quedar absolutamente nada.
El rostro del profesor Grant estaba más serio de lo que solía estar. Se
apoyó en su escritorio y se cruzó de brazos a la altura del pecho mientras
nos miraba a todos.
—Ha llegado a mis oídos que vais diciendo que una alumna y yo hemos,
bueno…, mantenido algún tipo de relación íntima fuera del instituto. Quiero
deciros personalmente que ese rumor es completamente falso —levantó su
dedo anular y mostró un anillo de oro—. Para vuestra información, estoy
casado. Y estoy muy enamorado de mi mujer. Así que, por favor, acabad
con esos rumores que, vuelvo a repetir, son completamente falsos.
—¿Estás bien?
Jackson lanzó a portería tan rápido que el portero ni siquiera vio por
dónde venía la pelota. Celebró el gol junto con sus compañeros y, cuando
desvió la mirada hacia mí, me lanzó un beso que me revolvió el estómago.
—Sí.
—Normalmente las chicas con las que he estado eran tan… No sé cómo
describirlas sin parecer un capullo.
Nos quedamos mirándonos a los ojos, sin decir nada. Tampoco había
nada que decir, excepto la verdad sobre quién era. No obstante, aún no
podía desprenderme de la imagen que todos tenían de mí, revelar la mentira
que me había ayudado a convertirme en lo que era hoy en día, la mujer que
en el fondo quería ser.
BRETT JOHNSON
CHLOE DAVIS
Por supuesto.
Se hizo a un lado para dejarme pasar. La casa de Brett era mucho más
grande que la mía, incluso que la de todo el vecindario. Brett era el chico
más rico del instituto; Claudia Johnson era de las mejores neurocirujanas
del país, y su mujer, Sophia Johnson, trabajaba en un bufete de abogados
muy importante. Su calidad de vida se podía ver en las grandes dimensiones
de su hogar.
—¿Cómo te encuentras?
Asintió.
—¿Y eso?
—Espera, ¿dices que Alex te llevó a casa vestida solo con una toalla? —
frunció el ceño y en su rostro apareció una sonrisa insinuante. Yo me senté
en el borde de la cama.
Solía correr por el parque que había al lado de mi casa por los recuerdos
que me venían a la mente. Aquí era donde mi madre solía traerme para que
jugara con otros niños de mi edad, donde mi amistad con Sarah fue
consolidándose. Cualquier rincón al que miraba me recordaba algún
momento especial: En el columpio naranja me caí y me tuvieron que dar un
par de puntos en la barbilla. Me pasé todo el trayecto hasta el hospital
llorando; un par de metros más adelante me encontré a un perrito perdido.
Colgué carteles por los árboles del vecindario para localizar al dueño y,
cuando lo encontré, me llevé una pequeña recompensa; aquí fue donde mi
padre me enseñó a montar en bici; donde tuve mi primer beso con un primo
de Sarah. Por eso me gustaba venir a correr aquí, porque de algún modo
podía vivir esos momentos de nuevo.
Alex estaba frente a mí, jadeando y con las manos apoyadas en sus
caderas. Su pecho subía y bajaba con cada brusca exhalación. Echó la
cabeza hacia atrás como si eso lo ayudara a respirar mejor. Se secó el sudor
de la frente con la camiseta, dejando inconscientemente sus abdominales a
la vista, o conscientemente, no lo sé. Yo me quedé paralizada
contemplándolos el tiempo suficiente como para que Alex se diera cuenta;
cuando me miró, disimulé mirando el lago a la vez que estiraba los brazos.
Si me pilló, no lo dijo.
—Eres la única amiga que tengo en el instituto. Si no llega a ser por ti,
seguramente sería el típico marginado de clase que no habla con nadie.
—Porque contigo siento que puedo hablar de cualquier cosa. Con los
demás es…, diferente. No sé cómo explicarlo, pero no siento lo mismo
cuando hablo con otra persona.
—Para no estar enamorado fue muy doloroso —siguió—. Cada vez que
lo recuerdo, yo…, no sé. Es como si volviera a revivirlo todo. El dolor
vuelve, la sensación de vacío se intensifica y siento que me ahoga.
—El psicólogo me recomendó que hablara con mis amigos, con mis tíos,
con cualquier persona ajena, pero que hablase. No lo hice. Ya no tenía
amigos con los que hablar y no quería hablar con mis tíos porque me daba
vergüenza. Entonces me quedé callado, tragándome todos mis problemas
para mí solo. Después me enteré de que Mandy empezó a salir con mi
mejor amigo y eso hizo que me encerrara aún más en mí mismo.
—No todo el mundo te tratará igual, créeme —me acerqué un poco más
a él—. Seguro que pronto encontrarás a una chica que te quiera tanto como
tú a ella. Te lo aseguro.
—¿De verdad piensas todo eso de mí? —preguntó como si necesitara oír
la respuesta, como si mis palabras fueran aceite para su inseguro engranaje.
Sacudió la cabeza.
—No es tan fácil…
Mantenía la vista fijada en el vaivén del agua con una sonrisa que trató
de ocultar a toda costa. Parecía que le gustaba mucho esa chica, y yo me
moría de ganas por saber quién era.
Estiró las piernas, cruzándolas por los tobillos y moviendo los pies de un
lado a otro bajo el agua. Estaba nervioso, eso se veía de lejos.
—¿Brittany?
Alzó una ceja curiosa mientras sus labios se curvaron hasta formar una
sonrisa juguetona que se conectó con cada terminación nerviosa de mi
cuerpo. Mi corazón se aceleró, las manos me temblaron tanto que tuve que
colocarlas bajo los muslos.
Alzó la vista y sus ojos se clavaron en los míos. Después todo pasó
demasiado rápido; en una milésima de segundo, se abalanzó sobre mí y se
apoderó de mi boca.
Quería separarme y decirle que esto no era una buena idea, que solo
debíamos ser amigos por el bien de ambos, pero por mucho que quisiera
hablar, por mucho que quisiera apartarle, no podía, pues estaba centrada en
cómo su lengua se abría paso por entre mis labios y me exploraba.
Alex me miró con el ceño fruncido y los labios hinchados por el beso.
Su respiración era agitada, al igual que la mía.
—¿No te ha gustado?
—¿Acaso no te has dado cuenta todavía? La chica que me gusta eres tú,
Chloe. Me gustas. Mucho. No puedo dejar de pensar en ti desde el primer
momento en el que te vi.
Me incorporé.
—Papá… Despierta.
—Está bien —posó sus manos sobre mis hombros y me atrajo hacia él
para abrazarme—. Buenas noches. Tienes pizza en la caja.
Una vez que todo estuvo recogido y me había comido las porciones de
pizza que mi padre había dejado para mí, subí a mi habitación.
Hoy había sido un día bastante extraño, aunque me había servido para
saber que Britt era una cleptómana, que Sarah y Woody se habían dado un
tiempo y que David estaba casado. Brett estaba recuperándose. Pero lo que
más me llenaba la cabeza era que le gustaba a Alex.
Qué extraño.
—¿Estás bien?
—Ayer volví a hablar con Woody —se le quebró la voz—. Me dijo que
estaba casado al mismo tiempo que salía conmigo pero que ya no sentía
nada por su mujer.
—Oh, Sarah…
—Esta noche nos vamos de fiesta ¿de acuerdo? Así podrás dejar de
pensar en él y divertirte un poco. Creo que a las dos nos hace falta un poco
de diversión.
El profesor Grant entró en clase, cerró la puerta con el pie como solía
hacer siempre y dejó sus cosas sobre el escritorio. Su mirada se desvió
hacia nosotras durante un segundo y, cuando avistó a Sarah con los ojos
vidriosos, apartó la mirada rápidamente como si le doliera ver a mi amiga
en ese estado.
—Lo siento, profesor —se disculpó Brittany con esa sonrisa persuasiva
tan propia de ella que hacía que los tíos hicieran cualquier cosa por ella—.
No volverá a ocurrir.
—¿Y si os falla?
—Seguro que conocéis a algún mentiroso, ¿verdad? ¿Por qué creéis que
una persona es capaz de mentir?
—En esta clase hay ciertas personas que te dicen una cosa para hacer
creer a los demás algo que no son.
—Aquí también hay personas que primero te hacen creer que son de una
forma y luego son completamente lo contrario; primero te hacen creer que
les caes mal, que no les importas lo más mínimo y te humillan. Después te
tratan bien, te hacen creer que han cambiado para después volver a tratarte
como a una mierda. Es un círculo vicioso que no tiene pinta de acabar. Y la
verdad es que resulta agotador y exasperante.
—Eso intento…
—¿Sobre qué?
De pronto apareció Britt y rodeó su cuello con los brazos y posó los
labios sobre su boca. Alex intentó separarse para poder hablar conmigo,
aunque por más que hiciera, ella no lo soltaba.
Nunca pensé que podría sentir algo parecido a esto. Era como si me
hubieran rajado con un cuchillo y hubieran echado sal a la herida abierta.
Como si me hubieran lanzado a un vacío tan inmenso que me ahogaba.
Creía que Alex no sentía nada por Britt, pero aquí estaba ella abrazada a su
cintura.
¿Cómo había podido estar tan ciega? Ellos nunca se habían sentado
juntos, nunca habían caminado agarrados de la mano… ¿Cómo había
pasado sin que yo me diera cuenta? ¿Entonces lo que dijo en el lago era
mentira? ¿Yo a él no le gustaba? ¿Lo dijo solamente para acostarse
conmigo?
Estaban juntos.
Ahora que podía ver mejor su rostro, me percaté de que tenía una bonita
sonrisa, de esas capaces de transmitir buen humor. Lo curioso es que tenía
la sensación de haberla visto antes… El tono rubio de su cabello
perfectamente peinado resaltaba el precioso azul de sus ojos.
—Me llamo Christian, por cierto —dijo, acercándose a mi oído para que
pudiera oírlo por encima de la música que en esta parte de la casa sonaba
más fuerte. Una oleada de su perfume me envolvió. Olía bastante bien.
Frunció el ceño.
—¿Y a qué conclusión has llegado? —me estrechó con fuerza contra sí,
acercándome todo lo posible a su cuerpo. Dejé descansar las manos sobre
su pecho y lo miré a los ojos.
—Debido a lo que has intentado hacer antes, deduzco que eres de los
que solo buscan un polvo.
—Tienes razón. En parte —dijo—. Antes solo quería sexo, pero ahora
no. He llegado a un punto en el que me he cansado de tener que salir
corriendo después de acostarme con alguien por si nos pillaban las amigas o
los padres. Ahora prefiero tener una relación algo más… seria y duradera,
¿entiendes? Quiero a alguien con quien compartir mi vida.
Asentí.
—Dímelo tú.
—Creo que eres una chica que ha venido a pasárselo bien —dijo con
una sonrisa—. También creo que has venido para olvidarte de un capullo
que se ha reído de ti.
Vale, que supiera eso era muy extraño… Al no ser que fuera un X-Men y
pudiera leerme la mente como Charles Xavier, cosa que era imposible al
menos que estuviéramos en una película de Hollywood. Dejé de bailar y me
marché para buscar a mi amiga. La única que podía haberle dicho todo eso
era Sarah, es la única explicación lógica que se me ocurría… Pero ¿por qué
iba a hacer algo así? ¿Por qué iba a traicionarme de esa manera? No tenía
sentido.
—Sarah.
Ella giró la cabeza y me miró con las mejillas sonrosadas por el alcohol.
Espera, ¿qué?
—Pues no.
Ahora que sabía quién era en realidad, fui consciente de cuánto había
cambiado desde la última vez que nos vimos; ya no era ese niño escuálido
que me besó cuando era pequeña y que me rompió la camiseta jugando al
pilla-pilla.
—Vale —sonrió.
—Oye, no hace falta que te quedes aquí por mí. Seguro que habrá
alguien que te está echando de menos. Puedes marcharte. Yo estaré bien.
—¿Y por qué iba a querer marcharme? Estoy frente a la chica más
increíble de la fiesta. Además, hace mucho que no nos vemos. ¿Te apetece
que subamos a mi habitación para poder hablar mejor?
—¿Compartes habitación?
—Si no quieres que pase nada, no pasará —dijo—. Antes de nada quiero
que estés segura de que esto es lo que quieres. No quiero que te veas
obligada a hacer algo que no quieras.
Pensaba que esto era lo que quería, lo que necesitaba para olvidar a
Alex, pero no. No era lo que quería.
Se separó de mí.
La peor de todas.
—Vale.
—¿Alguna en especial?
—Sorpréndeme.
—Puedes ponerte cómoda —dijo con una sonrisa al mismo tiempo que
se quitaba los zapatos y los dejaba a un lado de la cama. Yo hice lo mismo.
—Por supuesto.
—Mi prima me contó que estuviste con un tal Brett durante varios años.
¿Por qué no te acostaste con él?
—Alex es lo peor que me ha podido pasar —dije más bien para mí, pues
necesitaba creer que así era—. Desde que nos conocimos ha estado riéndose
de mí. Pero también me ha demostrado que puede llegar a ser muy
diferente, que puede ser amable, simpático…, no sé. Es bastante
complicado de explicar.
—Fuera, en el pasillo.
—Vamos.
Seguí a Christian hasta una moto negra que había aparcada frente a la
casa. Colocó el segundo casco sobre mi cabeza y me ayudó a subirme a la
moto, detrás de él. Le rodeé con los brazos, sujetándome con fuerza a su
torso para no perder el equilibrio. Giró el puño y se adentró en la carretera.
No tardamos mucho en llegar, a estas horas había poco tráfico. Me bajé de
la moto y le entregué el casco. Después de estar casi toda la noche con los
tacones, me dolían bastante los pies, por eso decidí quitármelos. Sentí como
si me hubieran liberado de unas cadenas de tortura.
Volvió a besarme.
—¿Dónde estabas?
Mi padre era una persona muy tranquila por lo que el tono de su voz era
generalmente sosegado y dulce. Ahora había optado por una tonalidad más
bruta y grave, y su rostro tomó una expresión de furia descontrolada.
—¿Por qué mientes? —el tono de su voz era cada vez más duro y
amenazador. Nunca le había visto tan enfadado—. Acabo de verte bajando
de esa moto. ¿Quién coño era ese tío?
—Es demasiado pronto para decir que estamos saliendo, pero hemos
quedado esta tarde para ir a la bolera en una cita doble. Sarah también
vendrá.
—Pero, papá…
—Pero nada —dijo, tajante—. Así aprenderás a no volver a estar toda la
noche fuera y a coger el teléfono. A partir de ahora irás del instituto a casa.
Nada más.
Christian siempre había sido muy atento conmigo y fue el único que me
hizo sonreír después de fallecer mi madre. Fue aquel amor inocente de una
niña que no sabía lo que sentía. Pero ahora habíamos crecido. Todo era
diferente. Y aunque mi padre me había castigado, pensaba ir a la bolera.
Cueste lo que cueste.
—Porque tampoco fue para tanto. Además, no considero que esa fuera
mi primera vez.
—Quería que mi primera vez fuera con Woody, aunque visto lo visto no
creo que suceda nunca. Lo que sentía por él era… especial. Mágico.
Sinceramente, dudo que pueda llegar a sentir lo mismo por otro hombre. Y
es una pena porque me moría por saber qué se siente al hacer el amor.
Bajé las escaleras con la mochila del instituto colgando del hombro. Mi
padre estaba sentado en uno de los taburetes de la cocina, leyendo la
correspondencia. En cuanto me oyó llegar, alzó la vista y me lanzó una
mirada confusa.
—De acuerdo.
Solía venir a menudo con mis padres y la familia de Sarah cuando era
pequeña. Todos los sábados nos encerrábamos aquí y jugábamos partidas
interminables, hasta que una de las familias se rindiera. Tras la muerte de
mi madre dejamos de venir. Por eso cuando dijeron de jugar a los bolos
tenía miedo por si había perdido mi toque. Menos mal que no había sido
así.
—¡Qué lastima! Espero que seas bueno en otras cosas, porque a los
bolos ya veo que no.
Me sacó la lengua como un niño pequeño antes de volver a coger otra
bola. Yo sonreí. Christian lanzó de nuevo la bola sobre la pista para no
derribar ni un solo bolo.
—Gracias —sonrió.
—Ejem, ejem.
—De acuerdo.
CHLOE DAVIS
Ya hemos terminado.
—¿Estás seguro?
CHRISTIAN BAKER
Estoy fuera
Suspiré, frustrada.
Todos asintieron. No quería llegar a ese extremo porque Brittany era una
de las mejores bailarinas, y además la más veterana. Pero por muy buena
que fuera, no podíamos seguir consintiendo que sus faltas nos retrasara
estando tan cerca el partido.
—Una compañera nos ha fallado. Otra vez. Y por su culpa hemos tenido
que cambiar algunas cosas. Mañana hablaré con ella. No me gustaría tener
que echarla pero…
—¿Cuándo es el partido?
Cuando entré en clase el lunes por la mañana, algo me llevó a mirar a los
últimos asientos, fijándome en el hombre que escribía un mensaje por
teléfono. Él alzó la mirada y sus ojos se posaron en los míos. El corazón me
dio un vuelco. Caminé con seguridad a pesar del temblor que se había
apoderado de mis piernas y me senté en mi sitio para cortar el intercambio
de miradas.
Brett apareció por la puerta hablando con un amigo. Tenía mejor aspecto
que la última vez, aunque aún seguía un poco pálido por el virus que pasó.
Sin saber por qué, levanté la mirada y miré a Alex, que seguía con el
teléfono móvil. Sus dedos volaban sobre la pantalla. Me pregunté si estaba
escribiendo a Brittany.
Lo miré sorprendida.
—Yo también —forcé una sonrisa—. Pero todo pasa por algo, ¿no? Tal
vez Alex y yo no estábamos predestinado a estar juntos. El lado bueno es
que fui a una fiesta universitaria y me encontré con el primo de Sarah.
Christian. ¿Recuerdas que te conté que mi primer beso fue con él?
Sonaba decepcionado.
—¿Qué pasa?
—Pues que no pensaba que fueras ese tipo de chicas que utiliza a los
hombres.
Regresé a mi sitio.
—¿Con quién?
—No creo que sea por eso —contestó Amanda—. Según he oído, Brett
la tiene enorme. Y si a Chloe nunca le ha pasado, dudo que sea por eso.
—He tenido cosas que hacer con mi novio, pero tranquila, no volveré a
faltar. Te lo prometo.
—Déjala —siseó Alex. Sus ojos me escudriñaron—. Seguro que está tan
ensimismada con su nuevo novio que ya no sabe lo que está diciendo.
Retrocedí en mis pasos para volver al comedor junto con mis amigas.
Pasé el umbral de la puerta y vi a Sarah sentada en la mesa. Cuando intenté
ir hacia ella, una mano me asió de la muñeca y tiró de mí para darme la
vuelta.
—No me conoces.
—No me conoces, así que deja de decirlo de una puta vez. No sabes
cómo soy, no sabes lo que quiero hacer con mi vida, no sabes por todo lo
que he tenido que pasar para estar donde estoy ahora… No tienes ni puta
idea de nada.
—Bueno, una cosa es lo que soy y otra muy diferente lo que muestro, y
muestro lo que yo quiero que vean. Tú también eres un experto en eso ¿no?
Hago exactamente lo mismo que tú, esconderme detrás de una fachada para
que no vuelvan a hacerme daño. ¿Esa seguridad y esa superficialidad que
tanto aparento? Falsas. En realidad odio ser el centro de atención y odio con
todo mi corazón actuar para seguir las apariencias. ¿Esa vida perfecta que
según tú tengo? No existe. Cuando mi madre falleció echaron a mi padre
del trabajo y estuvimos años bajo el resguardo económico de mi abuela
porque no podíamos permitirnos un mísero panecillo. A los quince, empecé
a trabajar para ayudar a mi padre con los gastos y tuve que combinar eso
con los estudios, las clases, los entrenamientos… y todo porque me
preocupaba lo que la gente pensara de mí. Pero ya no puedo más. Estoy
demasiado cansada de ser Chloe la perfecta, la que todos los chicos desean
y la que todas las chicas quieren ser. Todo de mí es una puta mentira…
Enhorabuena, Alex. Ya has conseguido desenmascararme delante de todos.
Ahora todo el mundo sabe la verdad sobre quién soy: Una chica mentirosa
que se odia a sí misma por todo lo que ha hecho para ser alguien que no es.
Alex salió por la puerta tras golpearla con fuerza, haciendo que todo
aquel que estuviera cerca se sobresaltara. Noté los ojos de todos mis
compañeros, acusativos, preguntándose por qué los había engañado a todos
durante tanto tiempo. Algunos me miraron con odio. La mayoría
sorprendidos. Otros seguían mirándome igual que antes, una mezcla de
admiración y lascivia.
Una vez allí me derrumbé. Me apoyé en la pared y caí al suelo sin poder
dejar de llorar. Las lágrimas me abrasaban. Me dolía el pecho. Me
temblaban las manos y las piernas. Era una sensación horrible. Agotadora.
Devastadora. Ahora mismo lo único que quería hacer era ir a casa y
esconderme en mi habitación y no volver al instituto nunca más.
—No es tan fácil —balbuceé—. ¿No has visto cómo me miraban todos?
Me odian.
Entré en clase una vez que me quité el maquillaje de la cara que se había
corrido de tanto llorar. Todo el mundo me miró, incluso hubo quienes me
llamaron mentirosa. Brett los mandó a callar antes de acercarse a mí y
abrazarme.
—Lo prometemos.
Brittany entró hecha una furia a clase. Cuando sus ojos se posaron sobre
mí, su rostro se transformó; me agarró del pelo con fuerza y tiró para
levantarme de la silla.
—¡Mientes!
—Chloe tiene razón —añadió Brett—. Jamás se besaría con alguien que
la ha humillado e insultado como ha hecho Alex. Te aseguro que no le gusta
esa clase de tíos.
Este año no estaba resultando ser para nada como esperaba. Pensaba que
este año todo sería perfecto, que mejoraría mis notas y que sería el mejor
año de mi vida. Sin embargo, todo eso se había visto truncado desde la
llegada de Alex. Se había propuesto hacerme la vida imposible y de
momento lo estaba consiguiendo.
Pero para ser Chloe Davis, se habían olvidado muy rápido de mí.
—Chicos —alcé la voz para que me oyeran todos—. Ahora desde arriba
—avisé con una palmada antes de acercarme al altavoz para poner la
música a todo volumen.
—De acuerdo —dije al fin—. Estás dentro —ella empezó a dar saltos de
alegría—. Pero —frenó de golpe y su cuerpo se tensó— en este partido no
actuarás. Hemos creado nuevos pasos sin ti y ya no tenemos tiempo de
modificar otra vez la coreografía ni enseñarte los pasos.
Alex era un enigma que antes quería descifrar, pero después de los
últimos acontecimientos ya no sabía qué debía hacer; todavía me gustaba
mucho pese a lo que había sucedido. Sin embargo, ahora más que nunca
sabía que Alex y yo jamás podríamos mantener una relación.
Al acabar el entrenamiento me fui a casa. Estaba super cansada por la
intensidad que habíamos mantenido hoy. Deseaba acostarme en la cama y
ver la vida pasar. Levantarme únicamente cuando fuera un nuevo día, hasta
recuperar toda la energía que había perdido durante el ensayo. Solo iba a
salir de la cama si había hamburguesas con queso para cenar.
Por mucho que no lo soportara, por mucho que intentara odiarle con
todas mis fuerzas, cada vez que lo tenía cerca, cada vez que me tocaba, una
corriente eléctrica se apoderaba de mi cuerpo; era una sensación especial y
única.
Puse los ojos en blanco y me crucé de brazos, como si ese gesto pudiera
mantenerme alejada de su influencia.
—Puede que tengas algo de razón en eso, pero yo solo veía lo que tú me
enseñabas. No podía verte porque estaba ciego por esa máscara que
llevabas.
—Por favor, deja de morderte el labio —separó mis labios con suavidad.
Ese acto me dejó sin aliento—. Lo siento —dibujó una media sonrisa
inocente que causó que mi corazón empezase a chocar con fuerza contra mi
pecho y mis piernas se convirtieran en gelatina.
—¿Qué pretendes con esto? —mascullé, reuniendo la poca fuerza que
me quedaba para empujarlo y alejarlo de mí—. ¿Reírte de mí otra vez?
¿Eso es lo que quieres?
—Tengo novio.
—¿Y le quieres?
—Es muy pronto para decirlo, pero me gusta mucho. Creo que, en un
futuro, podría enamorarme de él.
—Te tiemblan las piernas cada vez que estás conmigo —su voz se
volvió ronca y sensual—. Te ruborizas, me doy cuenta por más que trates de
ocultarlo. Se te acelera el corazón cuando estoy cerca —volvió a colocarse
frente a mí y acarició mis mejillas—. No dejas de mirar mis labios… Por
todas esas razones sé que ahora mismo te mueres por besarme.
Y era cierto, me moría por volver a besarlo. Había estado soñando con
ello desde que sucedió la primera vez, sentir de nuevo el roce de sus
labios…
Aproximó sus labios a los míos. Yo los abrí, jadeante, deseando poder
fundirme en su boca. No me besó, esperó a que yo lo hiciera. Pero algo
dentro de mí aún se negaba a confiar en él.
—Bésame —susurró.
—No…
—Lo que no entiendo es que si ambos sentís lo mismo, ¿por qué estáis
con otra persona? Es decir, si queréis estar juntos, no veo cuál es el
problema. Ya sabes que a mí Alex no me cae nada bien después de todo lo
que te ha hecho, pero no sé… si tanto te gusta y él siente lo mismo, ¿por
qué no lo intentáis?
—Es cierto que os sale mucho mejor que la última vez, aunque todavía
necesitáis practicar un poco más. Dejémoslo para el próximo partido, ¿te
parece? Así disponéis de más tiempo para perfeccionarlo y que quede lo
mejor posible.
Mi padre entró a los vestuarios y me buscó entre las chicas. Cuando sus
ojos se posaron en mí, su sonrisa se ensanchó y abrió los brazos para que lo
abrazara.
—Hasta ahora.
Nada más terminar de maquillarme, cogí los pompones que había dejado
anteriormente en mi taquilla. Llené los pulmones de aire para intentar
calmar todas las emociones que se habían apoderado de mi cuerpo. Cuando
llegó la hora, me miré por última vez en el espejo para asegurarme que todo
estaba bien y después miré a mis chicas. Todas estábamos preparadas para
salir a escena.
Uno del equipo contrario golpeó a Jackson con el stick y cayó sobre la
rodilla. Empezó a retorcerse sobre el césped sin poder dejar de gritar de
dolor mientras se sujetaba la pierna. Desgraciadamente sin él no teníamos
ninguna posibilidad de ganar; los suplentes eran demasiado malos… El tipo
de jugador que necesitábamos ahora era uno que supiera defenderse en el
campo, no a un par de críos que se metieron en el equipo solo para ligar.
—¿Es bueno?
—Total, no creo que sea peor que esto —dijo, refiriéndose a los chicos
que les interesaba más la partida que sucedía en sus teléfonos que ganar el
partido—. Está bien. Dile que se ponga el equipo de Jackson. ¡Corre!
Asentí antes de correr hacia las gradas. Subí las escaleras todo lo rápido
que me permitieron las piernas hasta llegar a la décima fila, que era donde
se encontraba Alex. Sus ojos me miraron confusos. Yo apoyé las manos en
las rodillas y traté de recuperar el aliento.
—¿Pero te has fijado bien en ellos? Están jugando al móvil… Por favor,
Alex. No te hagas de rogar. Levántate y ve a ponerte el equipo de Jackson.
Junté mis manos y las coloqué bajo mi barbilla, esperando que ese gesto
sirviera para conmoverlo y que accediera a jugar en el lugar de Jackson.
—De acuerdo —dijo al fin—. Pero que sepas que lo hago por ti.
Cuando tuve que hacer una serie de volteretas con dobles saltos, me
sentí igual que si estuviera flotando en una nube, como si todo lo que había
pasado los últimos días hubiera dejado de importar. Como si todos mis
errores hubieran quedado en otra vida. Todos empezaron a vitorear mi
nombre y eso me animó a entregarme al máximo, a dar lo mejor de mí.
Terminamos nuestra actuación entre aplausos y las animadoras del
equipo contrario salieron a escena. No es por fardar ni nada de eso, pero
nuestro baile fue mucho mejor; no iban coordinadas, los pasos no encajaban
en algunos tiempos y los movimientos no eran del todo limpios y se veían
forzados… Lo más probable es que no dispusieron del tiempo suficiente
para pulir bien la coreografía, pues les había visto actuar en otros partidos y
eran bastante buenos. De los mejores que había visto.
—Siempre —sonreí.
Seguí buscando a Alex entre la masa de personas que se había generado
en el campo. Toda la gente que había en las gradas ahora se hallaba en la
pista, familiares y amigos abrazando a los jugadores para celebrar la
victoria. Alex estaba hablando con el entrenador de algo que parecía ser
importante. Le colocó la mano sobre el hombro izquierdo y después con
una sonrisa desapareció.
Cuando Alex se quedó solo, me acerqué. Ahora que lo tenía cerca pude
comprobar que el granate de la camiseta también resaltaba el azul eléctrico
de sus ojos. Tenía el pelo húmedo cayendo suavemente por la frente y la
piel cubierta por una fina película de sudor. Una gota plateada se deslizó
por su frente, deslizándose por su mejilla hasta perderse en el cuello de la
camiseta.
Caminé junto con las chicas mientras comentábamos cómo había ido el
partido y el baile de las animadoras del equipo contrario. Antes de entrar a
los vestuarios, alguien me asió de la muñeca.
—Voy a ir a la fiesta.
—¿Te gusto?
—Claro que sí —dije—. Pero como he dicho, no creo que sea bueno que
pasemos tiempo juntos. Si siendo amigos nos llevamos como el perro y el
gato, imagina como estaríamos si nos diéramos una oportunidad.
—¿Quién ha dicho que quiero salir contigo? —quiso sonar firme para
convencerme, pero ni él mismo creyó sus propias palabras—. Solo te he
preguntado si te apetecía salir esta noche a correr. Tú a mí no me gustas.
Ella nos miró con cara de circunstancias, como si sospechara que había
contado una vil patraña. Después miró a su novio, que estaba nervioso y
tenso y que no podía dejar de mirarme. Su pecho ascendía y descendía
irregularmente, soltando el aire con dificultad.
—Sí, claro.
—¿Preparada?
—Preparada —aseguró.
Alex entró al gimnasio con ese aire despreocupado. Era la primera vez
que le veía con camisa, y tengo que admitir que se me hizo la boca agua.
Llevaba un pantalón azul marino y la camisa blanca remangada hasta los
codos. Los primeros botones del cuello abiertos, dejando un triángulo de
piel expuesta.
—Estás comiéndote con los ojos a Alex —dijo Brett con una sonrisa
pícara.
—Pues un poco.
—Sé que tengo que olvidarme de él, pero está resultando imposible.
Cada vez que me mira no puedo dejar de imaginar lo que es estar en sus
brazos…
Sacudí la cabeza con los ojos cerrados para sacar a Alex de mis
pensamientos. Guardé la imagen de su sonrisa y sus ojos en una caja en mi
memoria, la cerré y después lancé la llave lejos de mí. Iba a hacer todo lo
que estuviera en mi mano para alejarme de la tentación.
Giré sobre mis talones para encontrarme con el profesor Grant, vestido
con un distinguido traje oscuro y camisa blanca. A su lado, bajo el
resguardo de su brazo derecho, una bellísima mujer de pelo oscuro y ojos
verdes, con un elegante vestido negro que llegaba hasta el suelo.
Sarah se cercioró de la forma en la que el profesor Grant agarraba a su
mujer, dejando a la vista el enorme anillo de compromiso que centelleaba
por el gigantesco diamante que lo adornaba. Él pareció darse cuenta de ello,
puesto que cuando miró a Sarah, se puso tenso y desvió su atención a mí.
Sarah no podía hablar. Estaba paralizada, sin poder apartar los ojos del
profesor. Su mirada reflejaba que su corazón, ya de por sí roto, había vuelto
a resquebrajarse una vez más. David no la miraba, se limitaba a mirar a su
esposa, a Brett o a mí.
—Nos vemos en clase —dijo él, con una sonrisa claramente forzada.
—¿Estás bien?
—Vamos.
Sarah era una chica de piernas largas, por lo que podía andar dando grandes
zancadas si quisiera. Normalmente no me suponía ninguna molestia porque
manteníamos un ritmo lento y sosegado. Era ella quien solía adaptarse a mi
velocidad. Sin embargo, ahora tuve que esforzarme para seguirla por los
pasillos.
—Sarah…
—Aquí estás —escuché la voz de Alex justo antes de que pudiera entrar
al gimnasio. Giré sobre mis talones, encontrándome con su azulada mirada
—. Vaya —exclamó mientras me miraba de arriba abajo—. Estás
guapísima.
—¿Me buscabas?
—Mi tía suele ponerla bastante a menudo mientras cocina. Y el otro día
me paré a pensar en lo que decía. Dice así: Donde hay deseo, va a haber
una llama. Donde hay una llama, alguien va a quemarse. Pero solo por que
queme no significa que vayas a morir. Tienes que levantarte e intentarlo.
Mi pulso se aceleró.
—Alex…
Sus ojos descendieron hacia mi boca. La abrí por instinto. Alex torció la
sonrisa y, cuando se inclinó para besarme, apreté los labios y retrocedí hasta
que dejé de sentir sus dedos sobre mi piel.
Te quiero a ti.
Quiero pasar el resto de mis días contigo.
—Adiós, Alex.
Le lancé una mirada fulminante para que se diera media vuelta, pero
Alex estaba decidido en venir y conocer a Christian.
—Hola —saludó con una falsa sonrisa que delataba su rechazo hacia
Christian. Incluso Brett que se encontraba a metros de distancia se dio
cuenta. Supuse que Christian también.
Se estrecharon la mano.
Maldito arrogante.
—Eso.
—Poco más de una semana —dijo Christian. Alex alzó las cejas en una
expresión recelosa sin dejar de sonreír—. Pero hace bastante tiempo que
nos conocemos. El destino ha vuelto a reunirnos. Chloe es la mujer más
increíble que he conocido en mi vida —me dio un beso en la frente—. Lo
tiene todo. Es inteligente, graciosa, amable, ingeniosa… Sería tonto si la
dejara escapar.
—Sí —el susurro de Alex fue apenas audible. Sus ojos rodaron por
primera vez a mí. Sus labios formaban una fina línea, y su nuez subía y
bajaba como si quisiera tragar lo que estaba a punto de decir.
La tensión formada a nuestro alrededor podía ser cortada por un cuchillo
perfectamente. En el aire revoloteaban las palabras que queríamos decir y
que ninguno se atrevía a pronunciar. Pude leer en los ojos de Alex que
estaba a punto de hablar, y lo más seguro es que fuera algo para molestar a
Christian.
—¿Por qué?
—Es… complicado.
—Somos amigos.
—¿Estás mejor?
—Problemas de chicos.
Bajamos del coche. Una cadena de hierro cortaba el camino justo antes
de entrar al bosque, unida a dos barrotes de cemento para que los coches no
pudieran pasar. Gracias a la linterna del teléfono móvil pude alumbrar el
suelo para saber dónde pisar.
—Los jóvenes solían venir hace ya algunos años para estar con sus
parejas —expliqué—. Desgraciadamente, los jóvenes de ahora no saben
apreciarlo cómo se merece.
Me senté bajo la barrera, dejando caer mis piernas al vacío. Me apoyé en
una de las barras horizontales de madera para admirar el maravilloso
paisaje. Desde esta altura había unas preciosas vistas del lago, aunque no
era exactamente el lugar del embarcadero que estaba plagado de recuerdos
de Alex.
—Nunca.
—Cada vez que abre la boca lo hace para meterse conmigo. He perdido
la cuenta de la de veces que me ha humillado. He llegado al punto en el que
ya no puedo soportarlo más. Tengo el presentimiento de que si intento tener
una relación con él, nada cambiaría. Y me da miedo arriesgarme para seguir
sufriendo.
—Yo creo que se comporta así porque es la primera vez que siente algo
tan fuerte por alguien —suspiró—. Me duele decir esto, pero creo que la
razón es porque está enamorado de ti.
—¿Qué tengo que hacer para convencerte de que quiero estar contigo y
no con Alex?
—Christian, no…
Pero no se detuvo.
Atrapó mi labio inferior entre los dientes para hacerme callar y sus
dedos viajaron seguros por mis piernas para adentrarse bajo mis bragas.
Antes de que consiguiera hacerlo, coloqué sus manos sobre mi espalda.
Luego empezó a manosearme los pechos y a lamerlos por encima de la tela.
—Christian, para…
—No es por eso —insté—. Es solo que me parece fuera de lugar que
tenga que follar contigo para demostrarte que no quiero estar con Alex.
Además, tampoco quiero que mi primera vez sea aquí.
—Lo siento —dijo, con los ojos entornados—. Es que todo el tema de
Alex está quemándome por dentro. Y el alcohol tampoco ayuda mucho a
controlar mis celos… ¿Me perdonas? Sabes lo mucho que te quiero,
¿verdad?
¿Me quería?
—Gracias.
Apreté los labios hasta convertirlos en una fina línea y tragué cada
lágrima que no quería derramar, cada sensación que se había apoderado de
mi cuerpo en la última hora.
—Solo llamaba para saber cómo estás. He visto en el baile que Alex y
Christian se han puesto a hablar y sabía que de ahí no podía salir nada
bueno…
Enjugué las lágrimas que se deslizaban por mis mejillas con la muñeca y
agarré con fuerza el volante.
Me quedé callada.
—No hace falta. Estoy bien —dije más bien para convencerme a mí
misma—. Estoy conduciendo de vuelta a casa. Te tengo que dejar. Nos
vemos en clase. Y ni una palabra de esto a nadie, ¿me oyes? Ni siquiera a
tus madres.
—Siempre que no permitas que vuelva a hacer algo así.
Colgué.
—Mira el lado positivo —añadió la chica con tanta lentitud que me puso
histérica, mientras se acercaba a mi coche para examinarlo—. Tal vez el
mecánico te haga precio por volver tan pronto. Deberías hasta darnos las
gracias.
Le empujé con todas mis fuerzas y lo alejé todo lo que pude de mí.
Lo tenía tan cerca que pude notar cómo su respiración se mezclaba con
la mía, al igual de cómo las comisuras de su boca se curvaron hacia arriba
hasta aparecer unos hoyuelos en sus mejillas sonrosadas por el alcohol.
—¿Qué piensas hacerme? —pregunté, intentando que no me temblase la
voz. No lo conseguí. Se me formó un nudo en la garganta que no me dejó
respirar.
Asentí.
—Hola, soy Alex Wilson del taller Harry’s Workshop. ¿En qué puedo
ayudarle?
Torció la sonrisa.
—Yo también lo siento. Estaba tan consumida por la imagen que todos
tenían de mí que me olvidé completamente de quién era. Llegó hasta un
punto en el que empecé a nadar con la corriente y ni siquiera me percaté de
la bola de mentiras que estaba creando.
—Encantada de conocerte.
—Igualmente.
Quería estar con Alex, pero al mismo tiempo tenía miedo de que me
rompiera el corazón, por esa razón estoy con Christian. ¿Y no sería más
fácil si me lanzara a la piscina? ¿No sería todo mucho más fácil si
escuchara a mi corazón y le diera una oportunidad a Alex?
—No. No le quiero.
18
—¿Te duele?
Sacudí la cabeza.
Se inclinó y posó sus labios sobre mi frente, igual que solía hacer
cuando era pequeña y me caía de la bicicleta, un beso capaz de sanar
cualquier herida.
—¿Quieres que te lleve? Puedo hablar con mi jefa y decirle que voy a
llegar más tarde. O tal vez deberíamos quedarnos en casa los dos y hacer un
maratón de películas de terror como hacíamos antes. ¿Qué te parece?
—No quiero hablar más del tema, Chloe —dijo—. Por favor. Quiero
olvidarme de Woody para siempre. Pasar página. O mejor, cambiar de libro.
—Lo sé —sonrió.
Abracé a mi mejor amiga. Ella me había apoyado muchísimas veces,
tantas que me resultaba imposible contarlas con las manos. Había estado
conmigo tanto para lo bueno como para lo malo y lo peor, y ahora me
tocaba a mí apoyarla a ella. Si no quería hablar, vale, no iba a presionarla.
Pero cuando estuviera preparada, estaré a su lado igual que ella siempre
había estado para mí.
Mi amiga asintió.
—También.
Miré de soslayo a Sarah. Tenía dibujada una sonrisa pirata que no hacía
nada para disimular. Me puse colorada al instante, y deseé con todas mis
fuerzas que Alex no se diera cuenta.
—Ayer te tuvieron que dar un gran golpe.
Una mujer de cabello dorado hasta los hombros y una tez pálida abrió la
puerta con una agradable y simpática sonrisa que me tranquilizó un poco.
Sus ojos tenían el mismo tono azul eléctrico de Alex, y vestía un vaquero
negro y una camiseta blanca bajo un delantal verde de estampado floral.
—Em…, hola. ¿Está Alex? Había quedado con él para que me diera una
cosa que me dejé en mi coche.
En el salón había tres niños pequeños; dos chicos y una chica, jugando
con coches y muñecas, haciéndolos colisionar y celebrando lo que parecía
ser una boda entre dos muñecos, siendo el director de ceremonias un
dinosaurio. Me recordaron a cuándo Sarah venía a jugar a mi casa y nos
quedábamos hasta las tantas de la noche en mi habitación rodeada de
peluches y muñecos.
—Gracias.
Avancé hasta llegar a una puerta donde había una señal de stop pegada.
Seguro que esta era su habitación. Sonreí ante lo predecible que podía llegar
a ser y toqué a la puerta.
A los pocos segundos, Alex apareció por el umbral con un aspecto
despreocupado, cabello revuelto y despeinado cayendo suavemente por la
frente, vestido únicamente con un pantalón corto de deporte y unas gafas de
montura metálica que no sabía que necesitase.
—¿Necesitas ayuda?
Joder, su sonrisa era mi punto débil. Estar aquí con él, entre estas cuatro
paredes era una prueba demasiado difícil como para resistir a sus encantos
naturales.
—Lo siento mucho, Chloe. Pensé que eras… ¡Qué tonta! —soltó una
pequeña carcajada—. Debí haberlo supuesto cuando has dicho que venías a
recoger algo que te habías dejado en tu coche. Siento mucho la confusión.
Será cabrón.
—¡Genial!
Alex me quitó el macuto de las manos y lo dejó sobre la cama antes de
cerrar la puerta de la habitación. Caminé por el estrecho pasillo, sintiendo
su calor a mis espaldas. Seguía sin ponerse la camiseta, y si giraba
levemente la cabeza, cosa que había hecho en varias ocasiones, podía ver
sus abdominales prietos y un pequeño lunar que tenía al lado del pezón
derecho.
—Pero eso es solo una fachada —añadió su tía—. Es así porque tiene
miedo de sentir algo bueno por otra persona.
—Sé que puede ser complicado, Alex, pero no puedes estar encerrado en
casa cuando hay un mundo allá fuera esperándote —dijo su tía Hannah—.
Y no te estanques como tu tío en un taller. Intenta llegar más lejos.
Coloqué mi mano sobre la suya para llamar su atención. Alex miró ese
gesto con el ceño fruncido, como si esta fuera la primera vez que nos
tocábamos. Alzó la mirada, y sus ojos se clavaron en lo más profundo de mi
ser.
—Yo soy tu amiga —dije—. Cuando quieras hablar, salir, o lo que sea,
puedes contar conmigo. Yo siempre voy a estar ahí cuando me necesites.
—¿Y a ti te gustan?
—Pero es cierto.
Christian.
Alex se incorporó.
—¿Qué pasa? —preguntó, jadeante.
—¿Y qué tiene eso que ver? Tú y yo tenemos una conexión especial,
Chloe. Como si el destino quisiera que estuviéramos juntos a pesar de todo.
Y por la forma en la que me besabas, sé que tú has sentido exactamente lo
mismo.
—Alex… No.
—Sé que todo esto lo estás diciendo para que me aleje de ti.
—Alex…
—¿Estás bien?
Lo abracé.
CHRISTIAN BAKER
CHRISTIAN BAKER
CHRISTIAN BAKER
CHLOE DAVIS
Estoy bien.
CHRISTIAN BAKER
Menos mal…
CHLOE DAVIS
CHRISTIAN BAKER
Por mi comportamiento en el mirador. Fui un capullo.
CHLOE DAVIS
CHRISTIAN BAKER
CHLOE DAVIS
Ya está olvidado.
CHRISTIAN BAKER
CHLOE DAVIS
Claro!
Hablaré con él y mañana mismo hacemos una cena en mi casa.
CHRISTIAN BAKER
Me encantaría.
CHLOE DAVIS
CHRISTIAN BAKER
Hasta mañana.
Te quiero ❤
Quise responderle con un: «Yo también te quiero», pero no podía decir
algo que realmente no sentía.
Suspiré, frustrada.
Saqué la mejor foto que encontré y la imprimí. Recorté los bordes. Cogí
el cuaderno de debajo del colchón. Pegué la foto y plasmé todo lo que
sentía por él a un lado, todo lo que se me pasaba por la mente cada vez que
lo miraba, cada vez que me tocaba.
Deslicé por mis piernas una minifalda holgada de color negro. Me puse una
camiseta blanca sin mangas metida por dentro, unos botines de tacón y la
cazadora de Alex por encima, que se había convertido en mi prenda
favorita. Agarré mi bolso junto a la bolsa del gimnasio y salí hacia el
instituto.
Sarah era muy responsable. Por eso me costó creer que no había hecho
un trabajo cuando solía entregarlos incluso antes del plazo de entrega.
Lanzó una mirada por encima de mi hombro y después bajó hasta mis
ojos. Parecía nerviosa, como si supiera algo que yo desconocía y que no
quería que averiguara.
—Alex.
La miré ceñuda.
Cuando entramos por la puerta doble, todos los estudiantes que estaban
en el pasillo se giraron hacia mí con el montaje en las manos, cuchicheando
por lo bajo. Algunos me señalaron y compararon con la mujer desnuda de la
imagen, otros simplemente se rieron; yo seguí mi camino sin detenerme y
con la cabeza bien alta, consciente de que nada de esto iba a poder
conmigo.
Sin embargo, a cada paso que daba, era más y más humillante. Contuve
las lágrimas que amenazaron por salir mientras me dirigía a mi taquilla.
Pese a que ahora no tenía la máscara que empleaba para esconderme del
mundo, tampoco pensaba dejar que me vieran débil; ignoré cada mirada y
cada comentario que escuchaba y mantuve la compostura por mucho que
por dentro estuviera rompiéndome en mil pedazos.
Nadie respondió.
—¡Esa no soy yo!
Nadie respondió.
—He visto las fotos… ¿Estás bien? —por el tono de su voz, supe que no
se trataba de ninguna estratagema. Brittany parecía realmente preocupada.
Abrí la boca para contestar, pero el profesor Grant entró en clase con
otra copia en las manos. ¡¿Pero cuántas más había?! En cuanto alzó la vista,
tiró el papel a la basura.
—Ese es mi sitio.
—Eso parece.
—¿Seguro que no quieres que te espere? Esta tarde no tengo que llevar a
mi hermano al fútbol. Puedo esperarte y llevarte a casa. Ya que por las
mañanas no puedo traerte por mi hermano…
—Adiós.
Dio un paso hacia mí. Yo retrocedí hasta sentir el frío del metal de la
taquilla en la espalda. Tragué saliva, nerviosa, haciendo descender las
mariposas que empezaban a revolotear por mi estómago.
Dio otro paso, cortando la distancia que nos separaba. Esos pocos
metros que nos mantenían alejados eran como mi zona segura, un espacio
donde podía mantener mis pensamientos y deseos a raya, pero cuanto más
se acercaba, más difícil resultaba resistir las ganas que tenía de lanzarme a
sus brazos y besarlo. De decirle todo lo que yo sentía.
El corazón se me aceleró.
—Alex…
—Sé que piensas que no podemos estar juntos porque crees que
estaríamos peleándonos constantemente, pero yo no creo que sea así; tú has
sido la única que ha conseguido que me abriera a los demás, la única que ha
roto mi coraza. Siento en lo más profundo de mi corazón que lo nuestro
realmente podría funcionar. Si tan solo pudieras darme una oportunidad
para demostrarte lo mucho que deseo estar contigo…
—Yo…
—Sé que Christian es lo mismo para ti —añadió con una sonrisa—. Una
forma de olvidarme.
—Sé que no lo es. Nada en esta vida lo es. Pero cada vez que nos
besamos, cada vez que nos tocamos, todo cambia. Es como si el mundo
entero desapareciera y solo estuviéramos tú y yo —deslizó su pulgar por
mis labios y yo sentí cómo el tiempo se ralentizaba—. Podría estar toda mi
vida besándote, Chloe. Moriría haciéndolo.
¿Y si lo intentamos?
Pero…
¡No podemos estar juntos!
—Bésame —pidió.
—Alex…
—¡Sí, contigo! —volvió a empujarle con tanta fuerza que Alex chocó
contra la hilera de taquillas que tenía detrás—. He visto tu obra de arte
pegada en todas las paredes del instituto. ¿Qué pretendías hacerle ahora?
Alex me miró una última vez antes de salir de los vestuarios, dejándome
con el hombre que se suponía que iba a ayudarme a olvidarle. Ahora todo se
había complicado. Porque ya no estaba únicamente en mi cabeza, sino
también en mi corazón.
—¿Estás bien?
—Alex no ha sido.
—¿Y tú cómo lo sabes? —inquirió.
—Porque eso era lo que me estaba diciendo cuándo nos has encontrado;
que no sabía quién lo había hecho, pero me ha prometido que él no había
sido.
—No quiero discutir más por culpa de ese niñato —dijo, pasándose una
mano por el pelo—. Vamos. No quiero hacer esperar a tu padre.
—Agua, mejor.
Acompañé a Christian hasta su moto. Esta parte del pueblo era muy
tranquila, apenas pasaban coches. Era una de las cosas que a mi madre más
le gustaba de vivir aquí. Pero la poca brisa que corría era suficiente como
para tener que abrazarme a mí misma y protegerme del frío.
SARAH GREENE
CHLOE DAVIS
Todavía no. Estoy en el coche.
SARAH GREENE
CHLOE DAVIS
SARAH GREENE
El viaje fue más largo y desesperante de lo que pensamos. Pero para hacer
el viaje más ameno y divertido, mi padre puso canciones de musicales y las
cantamos a grito pelado: Musicales como High School Musical, Camp
Rock, Mamma mia!, Burlesque y El gran showman no podían faltar.
También contó anécdotas de cuándo iba a la universidad. Todas fueron
bastante divertidas, sin embargo, la que más me gustó fue la de cómo
conoció a mi madre; ya me la había contado otras veces, pero no me
cansaba de escucharla: Les presentó un amigo que tenían en común en una
fiesta. Por aquel entonces lo llamaban simplemente Cole, ahora era más
conocido como Inspector Cole Larsson. Fue ver los ojos de mi madre y mi
padre se enamoró perdidamente de ella. «Tenía una mirada capaz de verte el
alma», me dijo con una amplia sonrisa dibujada en el rostro. «No he dejado
de amarla aun después de que su mirada se apagase».
—¡Qué alegría volver a verte, pequeña! —exclamó ella con los brazos
abiertos. Me estrechó con fuerza y me besó en la frente—. ¡Qué guapa
estás!
Lo primero que vi nada más entrar fue una enorme escalera en el centro
del pasillo. En las paredes había colgados cuadros de pintura
contemporánea. Mi abuela adoraba el arte. Antes solía llevarme a la galería
de su amiga y yo siempre decía que algún día me gustaría ver mis
fotografías expuestas. Ella siempre respondía que algún día mi sueño se
hará realidad.
—¿Conocer a quién?
—¿Y le quieres?
Mi abuela tenía dos hijos: Mi madre Chloe —me llamaron así por ella—
y mi tío Kevin. Hacía mucho tiempo que no le veía. De hecho, ni siquiera
podía ponerle cara. Lo único que recordaba era que tenía el pelo castaño
tirando a rubio, ojos claros y que era once años mayor que yo.
—Vale.
CHRISTIAN BAKER
SARAH GREENE
Puedo llamarte?
CHRISTIAN BAKER
Mañana hablamos.
Te quiero.
—A Stanford —respondí.
—Lo sé, Grace. Soy consciente del dinero que tienes. Pero intento
inculcar a mi hija unos valores para que se esfuerce al máximo para
conseguir lo que se proponga. Quiero enseñarle que el dinero no es un
medio para conseguir un fin.
Alex Wilson podía ser muchas cosas, la mayoría negativas, pero el día
que estuve cenando en su casa comprobé que también era una persona
amable, dulce y sincero… Alguien que siempre está ahí para las personas
que quiere.
Yo obedecí inmediatamente.
Decidí salir a correr un rato. Me puse unas mallas negras, un top rosa y
una chaqueta del mismo color. Reuní mi cabello en una coleta alta, me calcé
las zapatillas de deporte, cogí el móvil nuevo y los auriculares y salí de
casa.
Había estado tanto tiempo negando mis sentimientos que lo único que
había conseguido era complicar aún más la situación. Si desde un principio
lo hubiera intentado con Alex, si le hubiera dado una oportunidad, ahora
mismo las cosas serían completamente diferentes. Pero siempre acababa
fastidiándolo todo, cometiendo error tras error sin pensar en las
consecuencias. Ahora había personas que sufrirán por mis malas acciones,
por haber estado tan ofuscada en mantener mi imagen intacta.
Después de recorrer varios kilómetros por la playa, decidí que era hora
de volver a casa.
Fruncí el ceño.
—Cariño, ¿has tardado tanto tiempo en darte cuenta de que estoy loca?
—preguntó, haciendo movimientos exagerados con las manos—. Pero te
conozco, y sé que en ese corazoncito tuyo hay un hombre. Y algo me dice
que no es Christian.
Tenía razón.
No le creía.
Sacudí la cabeza.
—Un día, muy dramática yo, fingí que me estaba ahogando en la piscina
para que viniera a socorrerme. Obviamente, lo hizo. Y desde ese momento,
su comportamiento cambió. Después descubrí que me trataba así porque mi
padre le advirtió que si se le ocurría ponerme la mano encima, le iba a
despedir y por aquel entonces necesitaba el dinero para ayudar a su familia.
—Pero abuela, no entiendo qué tiene que ver tu historia con la mía.
—Yo no soy nadie para decirte lo que tienes que hacer. Eso solo puedes
saberlo tú. Aunque también te digo que yo elegí a tu abuelo y no me
arrepiento; me prometió una vida repleta de lujos y comodidades y me la
dio. Amasó una gran fortuna gracias a su esfuerzo y dedicación. Fundó la
empresa familiar y al día de hoy genera mucho más dinero del que pudimos
imaginar. Pero lo mejor que pudo darme fue a mis dos preciosos hijos. Y
ahora tengo una nieta maravillosa con el corazón tan grande que no le cabe
en el pecho.
—Christian parece un buen chico, pero dime, ¿merece la pena estar con
una persona a la que no quieres? Porque tarde o temprano todo lo que
sientes explotará y los dos sufriréis. Sé que es una decisión difícil, pero a
veces, en la vida, tienes que ser egoísta y pensar en ti antes que en los
demás.
—Y luego serás feliz. El dolor pasará con el tiempo y solo quedarán los
recuerdos.
Lo abracé.
—¿Pero qué se supone que voy a hacer ahora? Si voy a intentarlo con
Alex, ¿qué debo hacer? ¿Fingir que todo está bien cuando no lo está?
¿Debo actuar como si no pasara nada?
—Tan solo eres una joven que no ha sabido manejar sus sentimientos. A
saber la cantidad de adolescentes que tendrán el mismo problema… Lo que
me inquieta es ¿cómo sabía Christian donde encontrarte? Porque tu padre
no le ha dicho nada. Y yo tampoco.
—¿Sí? —pregunté.
—No me cuelgues.
—Genial —susurró.
—El otro día tuve que irme de los vestuarios y quiero terminar la
conversación que manteníamos. ¿Podríamos quedar en el embarcadero en
quince minutos?
Me quedé callada.
—Alex…
—¿Preparada?
Después de varias vueltas por el centro, de pasear sin rumbo por las calles,
de visitar el acuario y que Christian me invitase a un rico pancake,
decidimos que era hora de volver a casa de mi abuela.
—Al parecer, recibió una carta del consejo escolar donde decía que iba a
tener una reunión con la junta directiva por el rumor de que se había
acostado con una alumna. Al principio pensé que me estaba engañando,
pero después me enseñó la carta y… no sé. No sé qué pensar. Es todo tan
confuso…
—Sarah, sabes que yo te apoyo en lo que sea, pero volver con Woody
significaría dar un paso atrás; estás conociendo a Sean. Con él podrías tener
una relación de verdad en vez de estar con miedo cada vez que salgas con
Woody.
—Lo sé, Chloe, pero entiéndeme; sé que me ha hecho daño, pero estoy
enamorada. Y tú precisamente no puedes hablar de relaciones de verdad
cuando estás igual o más confundida que yo.
—No te disculpes por tratar de ayudarme —su voz sonaba un poco más
alegre que antes, aunque todavía notaba cierta tristeza y confusión—. Pero
Chloe, antes de arreglar mi vida, intenta arreglar la tuya primero.
—Alex quiere salir conmigo —solté sin pensar.
—No tengo ni idea. Pero lo que sí sé es que no puedo tener una relación
con Christian cuando estoy enamorada de otro. Voy a tratar de que su
estancia en casa de mi abuela sea lo más alegre posible y cuando lleguemos
a casa… hablaré con él. Y Sarah, si crees que lo tuyo con Woody puede
funcionar, no lo dudes y hazlo. Estaré contigo decidas lo que decidas. Eres
mi mejor amiga y quiero que seas feliz.
—Gracias, Chloe. Yo también quiero que seas feliz, aunque sea con el
capullo de Alex —su carcajada sonó débil, pero sincera—. Cuando vuelvas,
me quedo a dormir en tu casa y nos ponemos al día. Así te cuento con todo
detalle lo de Woody y tú a mí lo de Alex, ¿de acuerdo?
Mi tío Kevin entró al jardín y me buscó con la mirada. Cuando sus ojos
se posaron en los míos, dibujó una sonrisa. Por la forma en la que se pasó la
mano por el pelo y movía las manos mientras se acercaba, supe que algo lo
inquietaba.
Colgué.
—¿Te gusta? —preguntó con una sonrisa nerviosa. Metió las manos en
los bolsillos del vaquero. El jersey azul y su piel bronceada hacían resaltar
sus ojos azules.
—Gran elección.
—Tarjeta.
Una vez comprado el anillo, salimos de la joyería. Los últimos rayos del
sol me golpearon directamente en la cara y tuve que poner la mano para
reducir el impacto. Justo al lado había una tienda de ropa, cuyo escaparate
mostraba un precioso vestido de color coral que me llamó la atención.
—Yo sí.
—Chloe, llevo más de diez años sin regalarte nada por tu cumpleaños ni
en Navidades. Déjame comprártelo, ¿sí? Nuestra familia tiene mucho
dinero, así que no te preocupes por eso. Entra y compra todo lo que quieras.
—¿Te gusta?
—Me parece genial —acepté—. Ah, y recuérdame que tengo que hablar
contigo sobre una cosa.
—¿Sobre Alex?
—Espero que se haya tomado una copa de whisky antes de salir porque
si no menudo muermo de tía —comentó mientras se colgaba el bolso—.
Nos vemos, cielo.
—Pues mi abuela.
Me puse uno de los bonitos vestidos que me había regalado Kevin para
cenar con Christian en el restaurante que había reservado. Como esta noche
salía su avión, quería despedirse de mí con una romántica velada. Me calcé
unos botines negros de tacón alto antes de bajar las escaleras y reunirme
con Christian, que vestía unos pantalones azul marino y una camisa blanca
que se ajustaba demasiado a su torso.
—Gracias, abuela.
Tomé la carta. Por lo que pude ver, todo tenía una pinta increíble.
—Me llamo Alexander —mierda. Otro Alex— y esta noche seré vuestro
camarero. ¿Sabéis ya qué vais a beber?
—A mí ponme eso.
Christian me miró.
Mi cuerpo se tensó.
—Estoy bien, es solo que —me he dado cuenta de que estoy enamorada
de Alex y quiero darle una oportunidad— mi tío va a pedirle matrimonio a
su novia y estoy un poco nerviosa.
—Sé que es una buena noticia, pero tengo miedo de que ella no quiera
casarse.
—Lo siento.
En realidad, me alegré de que hubiera sonado.
—Mi padre.
—Disculpa.
Caminé hacia los cuartos de baño lo más rápido que pude. Entré en uno
de los cubículos individuales y cerré la puerta, aislándome del resto de
mujeres que se retocaban el maquillaje frente al espejo.
Espera… ¡¿QUÉ?!
—Soy impaciente cuando se trata de algo que quiero —su voz era grave
y ronca—. ¿Recuerdas cuándo estábamos en el pasillo del instituto y nos
besamos por primera vez?
Me quedé callada. No sabía qué decir. Pero lo que sí sabía era que antes
de dar un paso en mi relación con Alex, primero tenía que romper con
Christian.
—Prométemelo —insistió.
—No puedo, Alex. Ahora mismo no. Estoy en una cita con Christian y
debe estar preguntándose dónde estoy. Tengo que colgar. Hablaremos en
otro momento, ¿de acuerdo?
—Antes prométemelo.
Suspiré, rendida, pero sin poder dejar sonreír.
Me peiné con los dedos, dejando que mi pelo cayera hacia un lado de mi
cabeza. Respiré profundamente antes de volver con Christian,
sorprendiéndome por encontrar la cena sobre la mesa. Todo tenía una pinta
exquisita y olía fenomenal.
—¿Todo bien?
—Tú debes ser Chloe —dijo ella con voz aterciopelada. Me tendió la
mano—. Encantada de conocerte. Desde que conocí a Kevin no ha dejado
de hablar sobre ti.
Vanessa era una de las mujeres más guapas que había visto en la vida; su
rostro angelical transmitía ternura, y sus grandes ojos castaños desprendían
un brillo muy especial.
—Sí, estoy bien —respondí con una sonrisa forzada—. Por favor,
cambiemos de tema. Lo último que quiero es que mis problemas arruinen
vuestra noche.
El rato que estuve hablando con Vanessa descubrí que trabajaba como
asistente social y que su labor consistía en velar por niños que estaban de
acogida. También estuvimos hablando de que ella ya sabía que mi tío
pensaba pedirle la mano ya que encontró folletos de joyerías con anillos
garabateados. Yo me reí ante lo descuidado que podía llegar a ser. También
me agradeció que le hubiera ayudado a elegir el anillo, porque pese a lo
mucho que le quería, su gusto a la hora de comprar joyas era demasiado
extravagante para su gusto.
Había trabajado muy duro para que mi perfil de Instagram fuera una
especie de book de fotos profesional donde posaba ante la cámara en
lugares que me transmitían un sentimiento peculiar; por ejemplo, mi última
publicación fue en el lago, de pie sobre el embarcadero, el lugar donde por
primera vez en mucho tiempo volví a ser yo misma. Sin máscaras. Y si
deslizabas la imagen, podías ver el paisaje en el momento en el que el sol
incidía sobre las aguas y creaba una atmósfera acogedora.
ALEX WILSON
CHLOE DAVIS
ALEX WILSON
Me alegro ;)
CHLOE DAVIS
Buenas noches.
La alarma del teléfono me despertó. Con ojos entrecerrados, presioné el
botón para acallar ese maldito sonido que tanto odiaba. Me froté la cara y
suspiré. Aparté la sábana y entré al cuarto de baño para darme una ducha y
terminar de despertarme.
—Buenos días.
—No lo sé.
Encogí los hombros y cerré los ojos con fuerza a la espera de la bronca
que esperaba, una bronca que jamás llegó a mis oídos. Abrí uno, despacio,
encontrándome una mirada confusa y un entrecejo fruncido.
—¡Por supuesto que no! ¿Por quién me tomas? ¿Tu padre? Además, ya
lo sabía. Cariño, aunque a tu padre le moleste, pago tu seguro. Me llamaron
y me comunicaron lo que sucedió. No pude decírtelo antes porque había
temas más importantes de los que hablar. Por cierto, ¿te gusta el Rover?
No entendí por qué estaba así, pero nada más terminar de desayunar,
subí a mi habitación y preparé la maleta. Me costó cerrar la cremallera, pues
había más ropa de la que había traído en un principio. Al final tuve que
emplear la técnica que solía utilizar Sarah en momentos como este: Subirme
sobre la maleta y aprovechar mi propio peso para cerrarla.
Las paredes estaban cubiertas por un bonito papel floral en tonos pastel,
acorde con el mobiliario. Pude imaginar a mi madre tumbada sobre la cama,
escribiendo en su diario mientras se reproducía uno de sus vinilos favoritos.
También podía verla haciendo los deberes frente al escritorio o charlando
con Simon por teléfono… En su armario todavía había ropa suya que seguía
oliendo a ella.
Tu madre, Chloe».
CHLOE DAVIS
El camino de vuelta fue mucho más aburrido y tenso. Las siete horas de
viaje estuvimos en completo silencio, escuchando la música que sonaba por
la radio. Mi padre estuvo aferrado al volante en todo momento, con el rostro
reflexivo y los labios apretados. No fue hasta que entramos al pueblo
cuando decidí preguntar qué era lo que tanto le preocupaba.
—Pero tiene razón, papá. Han pasado casi quince años desde que mamá
nos dejó. Deberías empezar a conocer gente y salir con tus viejos amigos.
¿Hace cuanto que no ves a Cole como amigo en vez de como inspector de
policía?
—¿Estás de su parte?
—No digo que reemplaces a mamá, jamás te pediría algo así, papá. Solo
digo que podrías empezar a salir con gente de tu edad y estar abierto a
conocer a otras mujeres.
—Lo sé. Aunque por un lado agradezco que se fuera porque así no tenía
que volver a esquivar sus besos… Cada vez que lo hacía me sentía la peor
persona del mundo.
—Eso ya lo sabías desde que supiste que Woody iba a ser nuestro nuevo
orientador —pasé la mano por su espalda en una suave caricia para
reconfortarla.
—Que nos lo digan a nosotras —se enjugó las lágrimas y forzó una
sonrisa—. Creo que esperaré a Woody. Dudo mucho que lo que siento por
él pueda llegar a sentirlo por otra persona. Y tú tienes que hablar con Alex
cuanto antes.
—Mañana mismo.
Joder…
—Quiero intentarlo.
Intentarlo.
—Alex, yo…
Esa desesperación por poseerme, esas ganas de tenerme entre sus brazos
me hizo desearlo aún más. Nos movimos y Alex acabó contra la pared
mientras mis dedos se desplazaban por su pecho, descendiendo hasta llegar
a la cintura.
Reuní todas las fuerzas que me quedaban para regresar al aula sin ladear
la cabeza y mirar al hombre que me seguía por detrás porque, si lo hacía,
hoy no entraba a clase.
Me senté al lado de mi mejor amiga. Sarah me miró con una sonrisa que
insinuaba que toda la clase había presenciado nuestro repentino ataque
carnal.
—¿Brittany?
Sacudió la cabeza.
—Eso es inevitable.
—Ally’s está bastante bien —propuso Hilary—. Fui el otro día con mis
padres y es muy bonito. Y la comida está buenísima. Además, es bastante
económico. Así Chloe no tendrá que gastarse mucho dinero en la cena.
—¡Qué cabrón!
—Alex no merece la pena —añadió Hilary.
ALEX WILSON
Antes de entrar a los baños, escribí un mensaje a Sarah para decirle que
había quedado con Alex y que si Brittany se movía, me avisara. A esta hora
todos estaban en el comedor o en el patio trasero, por lo que el pasillo
estaba completamente desierto.
Alex se encontraba apoyado en los lavabos, con la mirada fija en el
teléfono móvil. Cuando me oyó entrar, lo guardó en el bolsillo trasero del
vaquero y dibujó una sonrisa que me contagió. Me abalancé sobre él como
si hubiéramos estado varios meses sin vernos y presioné mis labios contra
los suyos. Me elevó hasta quedar sentada en los lavabos y abrió mis piernas
para colocarse entre ellas.
—Yo también.
—Esto es un error…
Asentí.
Eso no podía ser posible. Sarah me avisaría si Brittany se hubiera ido del
comedor… Y como por arte de magia, recibí su mensaje donde decía que
había intentado retenerla pero que se había ido en busca de Alex para
pedirle una explicación.
—No te creo.
Mierda. Mierda.
Mi corazón empezó a latir frenético por los nervios. Alex también estaba
nervioso, aunque lo llevaba bastante mejor que yo.
—Vía libre.
24
—Es Alex.
—Lo sé. Mejor nos vamos —alzó la mirada y miró a las chicas—.
Nosotras tenemos que irnos ya. La cena estaba muy buena, deberíamos
repetirlo.
—¡Hija de puta!
Intentó agarrarme del pelo con la mano que tenía libre, pero antes de que
pudiera hacerlo, Sarah se interpuso entre las dos y consiguió que se
detuviera; Brittany me miraba por encima del hombro de mi amiga con
rabia. Sabía que se enfadaría en cuanto se enterara, pero jamás pensé que yo
estaría delante cuando sucediera.
—¿Y si dejamos toda esta mierda atrás y volvemos a ser todas amigas?
—preguntó Amanda, intentando apaciguar la situación, como solía hacer
siempre que había una disputa entre nosotras.
—Hola, nena.
—Regalo de mi abuela.
—Esta noche me he dado cuenta de que mis únicos amigos son Sarah y
Brett. Los únicos que han estado ahí siempre sin importar las
circunstancias.
—El lado bueno de esto es que ya no tenemos que escondernos en los
baños para vernos —dibujó una sonrisa que me estremeció—. Ahora puedo
besarte dónde y cuándo quiera.
Tomé su rostro y lo acerqué hasta que sus labios cubrieron los míos.
Chupé su labio inferior, luego el superior. Adoré poder hacerlo sin miedo,
sin pensar que estaba haciendo algo malo. Alex colocó mis piernas sobre su
regazo, sus dedos se deslizaron por mis muslos en una suave caricia que
resonó por todo mi ser.
Volvió a besarme.
—No sabes lo feliz que me hace estar así contigo —dijo, mirándome a
los ojos—. Parecía tan… imposible cuando nos conocimos. Todavía creo
que estoy en un sueño, y si es así, no quiero despertar jamás.
Me incliné en busca de sus labios. Alex cerró los ojos y abrió la boca
para recibirme, pero en cuanto estuvimos a punto de besarnos, le pellizqué
el brazo.
—¡Ay!
—Bésame.
—Tengo que hacerlo sola. Además, si estás delante estoy segura de que
acabaréis a puñetazos. No quiero que te pelees por mi culpa.
Me levanté de la hamaca.
—Gracias.
—He escuchado un coche y creía que era tu tío —se abrazó a sí misma
para protegerse del gélido viento que corría. Ya empezaba a notarse el frío
de principios de diciembre—. Llevo llamándole desde hace dos horas y no
contesta. Estoy empezando a preocuparme…
—Igualmente.
—Es así con todo el mundo desde que… —se quedó callado y bajó la
mirada a sus pies. Apretó la mandíbula y sacudió la cabeza, como si
quisiera alejar un recuerdo de su mente.
Asintió.
—Sabes que yo no quería tener ningún tipo de relación con nadie porque
todas las personas a las que he querido, tarde o temprano han acabado
abandonándome… Han sido tantas que incluso he llegado a pensar que yo
tenía la culpa. Que, de algún modo que no logro entender, yo era quien las
echaba. Y contigo, por más que he tratado de alejarte, más y más hondo te
clavabas. Aunque sé que tarde o temprano tú también acabarás cansándote
de mí y me dejarás.
Lo estreché entre mis brazos y sentí su pena, su dolor, el miedo que tenía
a la soledad. Recordé el día en el que habló sobre que los seres humanos
buscábamos emparejarnos por miedo a la soledad. Ahora sabía que lo que
realmente estaba haciendo era pedir ayuda; tras sus crudas palabras se
escondía un hombre atormentado sin saber qué hacer para dejar de sentirse
tan solo, un chico que había perdido a todos aquellos a los que había
amado.
—Christian ha venido a buscarte hace poco más de una hora —dijo con
cautela—. Ha dicho que ha estado llamándote todo el día y que no contestas
a sus mensajes. Está preocupado.
Sacudí la cabeza.
—¿Qué ha pasado?
Asentí.
—¿Christian lo sabe?
—Esa es mi pequeña.
Antes de salir de la cocina, tuve el impulso de decir algo. Giré sobre mis
talones y observé a mi padre, que me devolvió la mirada extrañado.
—¿Una carta?
Los días soleados habían sido intercambiados por densas nubes que se
extendían por todo el pueblo como una cortina triste y apagada. La tormenta
no me había dejado descansar, la lluvia impactando incansablemente en el
tejado y en la ventana se habían encargado de eso. Antes de que sonara el
despertador, ya estaba más que preparada para ir al instituto; para
protegerme lo máximo del frío, me había puesto unos vaqueros altos, un
jersey granate ancho, la cazadora de Alex y un gorro de lana por si no era
suficiente. También escribí a Christian para quedar esta tarde y hablar del
tema que teníamos pendiente.
—Sé que llevamos poco tiempo juntos y que tú has hecho todo lo
posible para hacerme feliz. Y créeme que durante un tiempo he sido la
mujer más feliz del mundo, pero…
—No hace falta que lo entiendas. Pero ya no quiero hacerte perder más
el tiempo. Mereces estar con alguien que realmente te quiera.
—Es mi marido —no pudo contenerse más y se echó a llorar; sorbió por
la nariz y trató de serenarse—. Anoche, mientras conducía a casa, un coche
se saltó un semáforo y… Está muy grave, Chloe. Los médicos no saben si
sobrevivirá…
—¿Alex lo sabe?
Tenía los ojos rojos e hinchados. ¿Se había pasado toda la noche aquí
solo y llorando? Tragó saliva y apretó los labios hasta convertirlos en una
fina línea como último recurso para no romperse a llorar.
Cuando estuvimos fuera del bosque, se giró hacia mí, me tomó del rostro
y me atrajo hacia él en busca de mi boca. Su lengua acarició la mía con
tranquilidad, entregándose por completo a mí.
Volvió a besarme.
Alex y yo nos volvimos para mirar al dueño de esa voz, al hombre que
nos observaba con expresión desdeñosa a unos cuantos metros de distancia.
Christian. Esta vez no llevaba el paraguas, por lo que estaba igual de
empapado que nosotros.
—¿Me has seguido?
—¡No puedo creer que me dejes por él, Chloe! ¿Cómo has podido?
¡Después de todo lo que ha hecho lo prefieres a él antes que a mí!
Christian dio un paso hacia nosotros con los puños cerrados. Alex
también avanzó, pero yo me interpuse entre los dos para evitar la pelea.
—¿Y le deseas? ¿Le deseas tanto como me deseabas a mí? Dime, Chloe,
¿crees que te follará como te follaba yo? ¿Crees que hará que te corras
como lo hacía yo?
Noté que el cuerpo de Alex se tensaba y que tenía los ojos clavados en
mi nuca, buscando una explicación a mis palabras.
Antes de que Alex diera un paso, tomé su rostro entre las manos.
Vaciló un segundo antes de asentir y entrelazar sus dedos con los míos.
Lancé a Christian una mirada de advertencia para que nos dejara marchar
mientras nos dirigimos al coche. Sin embargo, él no estaba dispuesto a
dejarlo correr; me empujó para tener acceso a Alex y darle un puñetazo.
El primero en atacar fue Christian, que lanzó el puño al aire, pues Alex
consiguió esquivarlo en el momento justo y devolverle el golpe, esta vez
dando de lleno en la mandíbula.
—¡No quiero volver a verte con ella! —gritó al hombre que se retorcía
en el suelo—. ¡Cómo me entere de que la andas buscando estás muerto, hijo
de puta!
Alex me rodeó con su brazo mientras nos dirigíamos al coche. Una vez
refugiados de la lluvia, me di cuenta de que tenía un ligero moretón en la
mejilla izquierda y un corte en el labio inferior.
Antes de entrar por la puerta, se tiró del pelo y soltó el aire por la boca
con fuerza. Vi en sus ojos el esfuerzo que estaba haciendo para no romperse
a llorar ahora mismo.
—Respira hondo.
Me hizo caso. Llenó los pulmones y luego soltó el aire despacio. Cerró
los ojos, sacudió el cuerpo, estiró el cuello y los dos entramos en la
habitación.
—¿Puedes sacar a mis primos de aquí? —me preguntó Alex sin apartar
la mirada de su tía, que no podía dejar de mirar a su esposo y llorar.
Una vez que estaban con Hannah, salí corriendo en busca de Alex. Lo
busqué en la sala de espera, en la cafetería, en los cuartos de baño, en todos
los lugares que se me ocurrió…, pero parecía que se hubiera desvanecido,
como si el dolor hubiera consumido su cuerpo.
Encontré a Alex golpeando una pared de ladrillo una y otra vez, con
todas sus fuerzas, sin parar, como si el muro fuera el causante de su dolor y
quisiera acabar con él.
—¡Alex, para!
—¿Qué ha pasado?
Bajó los brazos y se apoyó contra la pared, dejándose caer hasta acabar
sentado en el suelo. Yo me senté a su lado. Echó la cabeza hacia atrás,
dejando que la lluvia cayera sobre su rostro.
—Harry no se ha ido.
Sus crudas palabras eran tan reales que no supe qué decir. Me quedé
callada, mirando al hombre destrozado que tenía al lado.
Alex me estrechó entre sus brazos y clavó los dedos en mi espalda como
si estuviera asegurándose que yo no me marcharía. Yo hice lo mismo,
respondiéndole que no me iría, porque ahora más que nunca sentía que Alex
me necesitaba.
26
Anoche mi padre me dijo que tenía que hacer una cosa fuera del pueblo
y lo más seguro es que durmiera en algún motel para no tener que conducir
de noche. Al principio me sorprendió que no especificara qué era esa cosa
tan importante, después pensé que podría aprovechar que pasaría la noche
fuera para que Alex pudiera descansar en una casa libre de ruidos.
Presioné el botón del control remoto para que la puerta del garaje se
abriera y luego volví a presionarlo para que se cerrara. Alex y yo nos
apeamos y entramos en la casa. Subimos a mi habitación.
—¿Quieres algo?
Mierda.
Mi padre.
Pillada.
Me miró por encima del hombro con la sonrisa torcida. Apartó los
huevos revueltos en dos platos con tiras de beicon junto a dos rebanadas de
pan tostado.
—Muchísima.
—¿Por qué?
Asintió.
—De los mejores del país. En un principio quería ser abogado para que
mi padre estuviera orgulloso de mí. Él apenas paraba por casa, y pensé que
si le decía que quería ser abogado como él, me prestaría algo más de
atención. Sin embargo, conforme fui creciendo también empezó a gustarme
mucho el lacrosse. Mi pasión era tal que hasta solía soñar con que formaba
parte de un equipo importante.
Volvió a asentir.
—Yo tenía cinco años cuando murió mi madre —dije en un susurro tan
débil que dudé si me había escuchado—. No logro recordar muy bien el
proceso, pero nunca voy a olvidar cuando la encontré con los ojos cerrados
en la cama. Recuerdo que dije: «Mamá, despierta. Te he hecho un dibujo».
Me subí a la cama y toqué su rostro. Estaba… congelada. Al ser tan
pequeña no entendía por qué estaba tan fría, así que bajé a la cocina y se lo
dije a mi padre. Y cuando lo vi aferrado a ella y llorando, supe que se había
ido…
—Lo siento mucho —dijo, tomando mi mano y ejerciendo una leve
presión reconfortante.
—Yo fui la última persona que la vio con vida y la primera en verla sin
ella —sorbí por la nariz y traté retener las lágrimas y el sollozo que me
atenazaba la garganta—. Ese recuerdo… no voy a poder olvidarlo nunca.
Asentí.
—El día que nos encontramos, fue mi último día de trabajo. Cómo mi
padre había conseguido un puesto en otra empresa, quiso que dejara de
trabajar para poder centrarme únicamente en mis estudios. Mi abuela pagó
la deuda del hospital y eso nos quitó una gran carga, aunque mi padre
todavía sigue enviándole dinero para pagársela porque odia que le presten
dinero.
—Menudo cabrón —apretó tanto los puños que sus nudillos se marcaron
y tornaron a un color blanco—. No puedo creer que siguieras saliendo con
él después de eso.
—Ahora lo sé.
—¿Desde cuándo?
—Desde que somos del mismo equipo —la mueca que hizo provocó que
Sarah lo golpeara—. ¡Oye, que eso duele! Yo al menos he hecho algo para
que esto —nos señaló a Alex y a mí— fuera posible. ¿Qué has hecho tú?
—Yo también.
El profesor Grant apareció con una bufanda típica de esta época, donde
los colores rojo y verde tomaban más protagonismo. Su mirada se encontró
con la de Sarah mientras se dirigía a su mesa. Vi un atisbo de sonrisa en
ambos rostros. Todo parecía indicar que habían estado hablado y habían
conseguido solucionar los problemas que tenían.
En ese momento, Brittany entró en clase sin llamar. Ignoró la mirada del
profesor y caminó entre los ojos curiosos hasta llegar al último asiento de la
fila de en medio con expresión seria.
¿Qué?
—Ahora quiero que os giréis y os miréis a los ojos —hicimos lo que dijo
— y que penséis en todo lo que habéis dicho o hecho a esa persona, ya sea
bueno o malo.
Escuchar eso delante de todos debía ser humillante. Como ella había
dicho, Alex era experto en dejar por los suelos a la gente.
—Lo único que he sentido por ti es una amistad increíble. Nada más. En
el poco tiempo que estuvimos juntos he podido conocer a la verdadera
Brittany, y eres una persona fantástica. De verdad que sí. Pero por mucho
aprecio que te tenga, no puedo cambiar lo que siento por Chloe.
—No quería que las cosas acabasen así entre nosotras, Britt —dije,
sincera—. Cuando fui al taller quería decirle a Alex lo que sentía, y después
de descubrir que estabais juntos, quise apartarme, pero por más que traté de
olvidarle, no pude. Y él tampoco. Siento mucho haberte hecho daño.
—Brittany…
Dentro de dos días era el baile de invierno. Al igual que todos los años, el
instituto organizaba un baile para despedir el año de la mejor manera
posible. Y como soy la presidenta del consejo estudiantil, una de mis
funciones principales consiste en organizar cada celebración dispuesta por
la administración del centro. Y eso era exactamente lo que había estado
haciendo las últimas semanas; había trabajado muy duro para que sea un
encuentro memorable, pues era nuestro último baile antes de ir a la
universidad.
Había sido una ardua tarea decorar el gimnasio para dejarlo como si el
invierno estuviera en su interior, igual que una bola de Navidad. Pero todo
esfuerzo tenía su recompensa, y gracias al esfuerzo de mi equipo compuesto
por alumnos de primero y del último año, esta vez había quedado mejor que
nunca.
Tras una larga y cansada jornada repleta de hilos, purpurina azul y
blanca y globos por doquier, regresé a casa exhausta. Me quité el abrigo
sintiendo los brazos aún entumecidos después de haber estado colgando
copos de papel por el techo y lo colgué en el perchero de la entrada cuando
escuché un ruido en el piso de arriba.
Alex salió del cuarto de baño con un precioso ramo de rosas rojas entre
las manos y una sonrisa deslumbrante. Quise contestar, decir que sí quería
ir, que me moría de ganas de ir con él, pero esas palabras solo estuvieron en
mi mente.
—Yo no soy el ladrón —dijo—. Eres tú. Tú me has robado lo que creía
que nadie robaría, lo que creía que había muerto… Mi corazón.
—No quiero que reprimas nada —dijo con la voz ronca y sensual—.
Quiero que te sientas con la confianza suficiente como para hacer todo lo
que quieras conmigo.
—Yo también.
—¿Qué pasa?
Apartó la mirada.
—Entonces, cuéntamela.
—Sé que suena estúpido, y que es una completa tontería… Pero es algo
que no me puedo quitar de la cabeza. Y es que con cada mujer que tengo
relaciones… todas acaban marchándose.
—Tienes razón. Tú tienes la culpa, pero por pensar así; si todas esas
chicas se han marchado, no es por tu culpa. A lo mejor solo querían
acostarse contigo. Ya sabes, sexo y ya está.
—Pero nada —le corté—. No deberías echarte la culpa por algo que no
puedes controlar, Alex. Hay cosas que por mucho que trates de evitar, no
puedes. Son inevitables. Como tú y yo. Así que cállate y échame un buen
polvo.
Se echó a reír y aceptó. Sus labios encajaron con los míos en un dulce
beso. Un beso inocente que se fue intensificando a medida que nos fuimos
acercando el uno al otro, a medida que crecía el deseo.
Dibujé una línea con la lengua, descendiendo por sus abdominales hasta
llegar al borde del pantalón. Alex me observaba con las manos tras la nuca,
atento a todo lo que hacía y con una sonrisa pirata en el rostro. Desabroché
el cinturón con manos temblorosas y me deshice de los pantalones. Su
enorme masculinidad estaba atrapada bajo una fina tela blanca que dejaba
bastante poco a la imaginación.
Alex tomó mi rostro y buscó mis labios. Volteamos de modo que estuve
bajo el peso de su cuerpo. Sus caderas se mecían contra las mías y yo gemí
sobre su boca al sentir su erección pegada a mi sexo.
—¿Estás segura de que quieres hacerlo?
Sonrió.
Presionó sus labios contra los míos. Sus dedos descendieron por mis
costados, poniéndome la carne de gallina. Pude notar que estaba nervioso
por la forma en que sus manos temblaban, aunque no se detuvo: me bajó las
bragas y me las quitó de un tirón.
—¿Tienes condones?
Obedecí encantada.
—¿Todo bien?
Asentí con un gemido.
Agarré las sábanas en cuanto añadió el siguiente. Cerré los ojos con
fuerza y me mordí el labio inferior. Nunca antes había sentido nada
parecido a esto; sentía que mi cuerpo llegaba a un nivel de placer que no
había experimentado y grité mientras me abandonaba.
Rasgó el condón. Abrí los ojos para ver sus ardientes ojos azules
observándome excitados. Con un rápido movimiento se deshizo de la ropa
interior y lanzó los bóxers por los aires.
Se inclinó sobre mí, apoyándose en una mano al mismo tiempo que con
la otra orientaba su erección a mi abertura. Se metió despacio, abriéndome a
un nuevo mar de infinitos placeres. Joder, esto era… doloroso, pero al
mismo tiempo alucinante.
—No… Sigue.
—No… No pares…
Con solo un movimiento, acabé sentada a horcajadas sobre él. Apoyé las
manos sobre su pecho para mantener el equilibrio, sintiendo el latido de su
corazón acelerado bajo las palmas y el sudor que resplandecía sobre su piel.
Alex las colocó detrás de la cabeza mientras contemplaba cómo su miembro
desaparecía y aparecía una y otra vez. La imagen de ver a Alex con algunos
pétalos de rosa que se habían quedado pegados a su cuerpo me hizo reír.
Alex captó sobre qué me estaba riendo y también se le escapó una risilla.
Moví las caderas adelante y atrás, y así sin parar, sintiendo cada
centímetro de su miembro en lo más hondo de mi ser. Eché la cabeza hacia
atrás y puse los ojos en blanco, preguntándome por qué había tardado tanto
en disfrutar del sexo.
—No la encuentro.
—¿Y qué iba a ponerse, una camiseta tuya? —sus ojos rodaron por la
habitación y se percató de los globos por el suelo y los pétalos que se
habían caído de la cama. Crucé los dedos mentalmente para no tener
ninguno de ellos pegados al cuerpo—. ¿Qué es todo esto?
—Muy poco.
—Sí, papá.
Será tonto…
Estuvimos así un rato, uno encima del otro. Sus dedos se movían por mi
espalda en una caricia tan placentera que tuve que esforzarme para no
quedarme dormida.
—No te vayas…
Recogí el sobre dorado que aguardaba las entradas del baile y lo dejé
sobre el escritorio. A continuación, abrí el armario para sacar una caja con
la marca Channel bañada en oro brillante, donde estaba el vestido perfecto
para el baile; se trataba de una falda azul turquesa que llegaba hasta debajo
de las rodillas con un top sin mangas. Hice bien en aceptar que mi tío me lo
regalase, porque gracias a este precioso vestido iba a ser la envidia de todo
el instituto.
28
Y colgó.
Me quedé paralizada.
—Estaré bien.
Asentí.
Miré a Oliver, que seguía con la mano extendida y exactamente la
misma sonrisa arrogante de Alex en el rostro. Pasé de él y caminé hacia el
exterior del centro comercial, preguntándome si debería dar media vuelta y
regresar con mi amiga.
Llegamos al hotel Sunset Palace. Este era el mejor hotel de todo el pueblo,
también el más caro. Debido a la moto y al coche que tenía, no me
sorprendía que pudiera permitirse una habitación aquí. Sin embargo, lo que
no llegaba a comprender es que si Oliver tenía tanto dinero, ¿por qué Alex y
sus tíos no lo tenían? Esa pregunta estuvo rondándome la mente desde que
vi su moto.
Dibujó una sonrisa y mandó al camarero que vestía un polo negro que le
trajera lo de siempre. ¿Cuánto tiempo llevaba aquí como para tener un «lo
de siempre»? Al cabo de unos segundos, Oliver tenía entre las manos un
vaso de whisky con hielo.
Sacudí la cabeza.
—Me enteré que mi tío Harry estaba en coma y quise venir para ayudar.
No quería volver a cometer el mismo error dos veces. Además, aunque
jamás lo admitiría delante de Alex, y lo negaré si se lo cuentas, echaba de
menos al capullo de mi hermano.
No contesté.
—Todo.
Asintió.
Abrió la boca, pero antes de que pudiera decir nada, escuchamos unos
pasos aproximándose; Alex tenía la mandíbula tan apretada que parecía que
en cualquier momento iba a romperse. Sus puños cerrados a los costados
me advirtieron que estaba a punto de cometerse una pelea fraternal.
—¡Te dije que no quería que te acercaras a ella! —gritó Alex, dándole
tal empujón que el vaso que llevaba en la mano cayó y se rompió en mil
pedazos.
—¡Alex!
—Yo no tengo ningún hermano —dijo. Su tono era más calmado que
antes, aunque destilaba odio y desprecio—. Ese… tipo de ahí no es mi
hermano.
—Alex…
—No, Chloe. Oliver es un hijo de puta que no estuvo ahí cuando más lo
necesité —musitó con los ojos rojos y vidriosos. Su mano enjugó la lágrima
que se deslizó por su mejilla con rabia—. Prefirió el puto dinero antes que a
mí. Que no se atreva a decir que es mi hermano porque no lo es.
Tras una gratificante ducha donde había analizado todo lo que había pasado
hoy y había llegado a la conclusión de que Oliver sabía algo que Alex no
quería que yo supiera, me senté en el tocador y comencé a arreglarme;
primero me dediqué al pelo, rizándolo y dejándolo caer en cascada por mis
pechos. Luego me maquillé acorde a los colores del vestido que iba a
ponerme para esta noche.
—Gracias.
Miró a Alex.
—Cuida de mi princesa.
Una vez refugiados, empleé la pantalla del móvil para comprobar que el
maquillaje no se hubiera estropeado y me peiné rápidamente con las manos.
Yo no estaba tan mojada como Alex; al colocar la chaqueta sobre nuestras
cabezas, la lluvia había caído sobre sus hombros y tenía gotas por toda la
camisa.
—¿Cómo estoy?
Brett apareció vestido con un traje negro, sin corbata y con los primeros
botones de la camisa azul desabrochada. Tenía una sonrisa dibujada en el
rostro cuando me abrazó.
—Estás guapísima.
—¿Has visto a Sarah? —le pregunté a Brett al no verla por ningún lado
—. La he llamado varias veces antes de venir y no me ha cogido el teléfono.
—No la he visto. Supongo que estará a punto de venir.
Me hizo dar una vuelta y acabé con las manos sobre su pecho. Lo miré a
los ojos y por primera vez en mucho tiempo, me sentí feliz. Alex había
llenado un vacío que no sabía ni que existía hasta este momento. Cada vez
que lo miraba, era consciente de la suerte que tenía de poder decir que me
había enamorado de un hombre como Alex.
—Debería darte las gracias por haberme devuelto las ganas de vivir —
dijo, apoyando la frente contra la mía—. Cuando empezó el curso no tenía
pensamientos de enamorarme, pero tú has cambiado mi mundo. Ahora tú
eres mi mundo, Chloe.
—Alex.
—Luego te llamo.
—Sarah me había dicho que iba a venir al baile a las siete y media y son
—miré la hora en el móvil— las ocho y cuarto —miré a Brett—. Tú sabes
que Sarah nunca llega tarde, y si lo hace, suele avisar primero. He estado
llamándola y no responde. Tengo un mal presentimiento…Creo que le ha
pasado algo.
—¡Sarah!
Corrí hacia ella. El hombre que la había tirado me apuntó con una
pistola y me detuve al instante, paralizada y muerta de miedo. El hombre
que me apuntaba tenía un tatuaje envolviéndole la muñeca de un dragón
echando fuego por la boca.
Miré el cañón del arma y vi toda mi vida pasar por delante de mis ojos;
vi a mi madre leyéndome un cuento y a mi padre enseñándome a conducir;
vi a Brett y a Sarah riéndose tras un partido; a Alex cuando nos besamos
por primera vez… Mis diecisiete años de vida pasaron como el avance de
una película que nunca llegaría a estrenarse.
—No perdamos más tiempo —dijo Alex, pasando su brazo entre las
piernas de mi amiga y por su cabeza, levantándola en peso—. Hay que
llevarla al hospital.
—Vamos en mi coche.
Alex dejó su cuerpo con delicadeza en los asientos traseros del Jeep de
Brett. Yo me senté con ella para procurar que no se diera más golpes
mientras Brett conducía. Alex se sentó a su lado.
No volvimos a saber nada de ella hasta horas después. Cuando sus padres
llegaron, me lancé a los brazos de Helena y lloré en su pecho. Les conté
rápidamente lo que había sucedido y, tras hablar con los médicos después
de la intervención quirúrgica urgente, los llevaron con ella. También avisé a
mi padre para contárselo y, aunque no pudo venir, me dijo que lo
mantuviera al tanto ante cualquier novedad.
Caminé de un lado a otro, inquieta. Me mordí las uñas pese a que era un
hábito que detestaba, pero en este momento estaba dispuesta a hacer
cualquier cosa que me ayudara a estar más tranquila.
—Vosotros no visteis lo que yo. Ese hombre la tiró como si fuera basura
y me apuntó con una pistola. No quiero ni pensar en lo que pudo hacerle a
Sarah.
Lo miró y colgó.
—Oliver.
—¿Tienes un hermano?
Colgó de nuevo.
—Voy a por un poco de agua. ¿Queréis algo?
—Mejor te acompaño.
—Es mi tío… —vi a Alex y a Brett aparecer por la esquina con una
botella de agua y un par de bolsas de patatas—. Ha muerto.
¿Muerto?
No. No es posible…
¿Muerto?
Harry ha muerto.
—Chloe…
Alex se agachó para estar a mi altura. Sus manos enjugaron las lágrimas
que se deslizaron sobre mis mejillas e intentó tranquilizarme con sus
caricias.
—No, no, no, no, no… No puede ser —balbuceó. Su labio inferior
empezó a temblar angustiosamente—. No puede ser… Es imposible.
Todos habían perdido a un ser querido, pero estaba segura de que Harry
ahora estaba en un lugar mejor, observándoles y ayudándoles desde el cielo.
Epílogo
Alex añoró a su tío estas últimas semanas; cada vez que veía una foto
suya o se acordaba de él, los ojos se le llenaban de lágrimas y se encerraba
en la habitación para desahogarse. Cuando no lloraba, se enfadaba y
golpeaba cualquier cosa que encontraba. Estaba dolido. Destrozado. Como
si una parte de él hubiera muerto también. Y a mí se me partía el corazón
verlo así.
Conforme fueron pasando los días, cambió. Ya no lloraba o se enfadaba
cada vez que veía una fotografía de Harry, sino que sonreía y recordaba los
buenos momentos que vivieron. Solía decirse a sí mismo que estaba en un
lugar mejor y que seguramente estuviera tomándose una cerveza con sus
padres mientras nos observaban. Ese pensamiento le ayudó a descansar
durante varias noches, aunque la mayoría de ellas sufría unos terrores
nocturnos horribles.
Para el día de hoy, nuestras familias se iban a reunir por primera vez
desde el funeral en mi casa. Yo no podía estar más emocionada por
reunirlos a todos en un momento como este a pesar de todo lo malo que
habíamos vivido. La Navidad era una época para estar en familia, y eso era
justo lo que necesitábamos.
—Hola, nena.
Desde que Harry falleció, Alex se había encargado del taller para no
perder la cartera de clientes. Lo que me preocupaba es lo que pasaría
cuando empezaran las clases y tuviera que compaginar el trabajo y los
estudios.
—Vale. Te quiero.
—Acabo de salir de trabajar y he pensado que tal vez quieras que hiciera
tu sueño realidad —me guiñó el ojo y sentí cómo mi cuerpo reaccionaba
estremeciéndose—. Aunque dudo que te apetezca mucho ahora mismo —se
miró de arriba abajo—. Tengo grasa por todos lados.
—No será un invento tuyo para que mi padre deje que te quedes en mi
casa, ¿verdad?
—¡Claro que no! Pero sí es verdad que me aprovecho un poco de la
situación para quedarme algunas noches contigo.
—¿Confías en mí?
Asentí, y acto seguido colocó mis pies sobre sus hombros y hundió la
cabeza en mi sexo.
Me vestí lo más rápido que pude y me calcé las zapatillas. Antes de abrir
la puerta, comprobé que no tuviera ninguna mancha de grasa por el cuerpo,
me cepillé un poco el cabello revuelto y que Alex se hubiera vestido.
Me quedé callada.
—Pues podrías darme algo más de privacidad. No sé, como por ejemplo
dejar que cierre la puerta cuando Alex esté en casa. Es solo una sugerencia
para el futuro.
Los niños entraron al salón. Les puse Harry Potter y la piedra filosofal
en Netflix para entretenerlos mientras se terminaba la cena.
—Bien, también.
—¿Te apetece?
—Me ha dicho que tenemos vía libre para hacerlo en mi casa siempre y
cuando él no esté. Y que utilicemos condones para evitar embarazos no
deseados y las ETS.
—Yo tampoco quiero tener hijos ahora mismo, así que lo veo bien. Y en
nuestra defensa diré que tu padre no estaba en ninguna de las ocasiones que
lo hemos intentando, por lo menos no al principio…
Le golpeé en el pecho con todas mis fuerzas; Alex se quejó con una
pequeña exclamación y miró la zona que había golpeado.
—¡Alex! —chillé.
—Shhh…
—¡Bájame!
—Alex… —protesté.
Sus caderas se mecieron contra las mías en una vil provocación. Maldije
en silencio y admiré su sonrisa a tan poca distancia. Volvió a inclinarse,
pero esta vez fui yo quien apartó la mirada y sus labios acabaron en mi
mejilla izquierda.
Charlie se ha chivado.
Yo me levanté y cogí dos cajas que había dejado bajo el árbol. Una se la
di a mi padre. Se trataba de un reloj de correa de cuero con una esfera
clásica negra que se puso en el momento.
—Cállate y ábrelo.
Se incorporó en el sofá y empezó a abrirlo sin un ápice de interés. En el
interior se encontraba un sobre blanco. Su ceño se frunció en cuanto sacó
del interior dos billetes de avión a Nueva York para el próximo verano.
—¿Y esto?
La sonrisa que dibujó fue como un bálsamo que calmó todas las
inseguridades que me acompañaban desde que compré el regalo.
—Gracias.
—Yo también tengo algo para ti —dijo—. Te dije que no quería regalos
y aun así, tengo uno. Así que yo también te he comprado una cosa. Espero
que te guste. Cierra los ojos.
Al cabo de un rato, los niños dijeron que estaban cansados y que querían
irse a casa. Hannah les puso los abrigos y los montó en la camioneta de
Alex.
—Estaré esperándote.
1
Habíamos estado juntos desde que tenía uso de razón, uno al lado del
otro, siempre apoyándonos, en mis mejores y peores momentos también…
Por eso cuando descubrí que había echado la matricula para estudiar en la
universidad de Oxford y que había sido admitido y que ahora tenía que
marcharse… Pero eso sería mañana.
ROBERTO PELOTAS
No puedo.
ROBERTO PELOTAS
Como quieras.
ROBERTO PELOTAS
Pásatelo bien.
—¿Todavía no ha vuelto?
Mandy.
Resoplé.
—El problema está en que quieres tener sexo con otros hombres, Mandy.
¿Es que yo no soy suficiente? ¿No te satisfago o qué?
—Si acepto, y no digo que vaya a aceptar, ¿cuáles serían las reglas?
Porque supongo que habrá reglas, ¿no?
—Sí, claro. Las reglas serían las siguientes: Podemos acostarnos con
quien queramos siempre y cuando la otra persona no esté delante y no se
conozcan. Tampoco se puede repetir con la misma persona. Creo que con
esas dos reglas por el momento vamos bien.
—Está bien.
—Abrimos la relación.
—Te quie…
Colgó antes de que pudiera terminar la frase.
Pasamos al salón.
—Sí, supongo.
—Ahora vengo —dijo, antes de salir de nuevo por la puerta para coger
algo que había escondido entre los matorrales. Mientras volvía, me percaté
de que llevaba dos latas de cerveza en las manos.
—¿Y eso? —pregunté en voz baja. Lo último que quería era que mamá
bajara y las viera. No tenía ganas de escuchar que era muy joven para beber
y esas cosas…
—Dijiste que querías tomar tu primera cerveza conmigo antes de irme,
¿no? —sonrió y entró a la casa. Dejó las latas en el salón y se dio la vuelta
para mirarme—. Voy a ponerme cómodo.
Oliver bajó poco después con un pantalón corto gris, una camiseta de
tirantes blanca y descalzo. El pelo mojado cayendo por su frente por la
reciente ducha.
—¿Qué película vamos a ver primero? —me preguntó con la boca llena.
Esa era una costumbre que detestaba de Oliver y que por más que se lo
dijera, seguía haciéndola.
—¡Yo también!
—No puedo dejar de pensar en que mañana voy a dejar atrás toda mi
vida, a mis amigos, a mi familia… Sé que mamá quiere que me haga cargo
de su empresa, pero ¿ir a Londres? Está demasiado lejos… Y aquí también
hay buenas universidades como Harvard o Yale. ¿Por qué he tenido que
elegir la única universidad que está en el culo del mundo?
—Me gustaría poder decirte algo para hacerte sentir mejor, pero lo cierto
es que no tengo ni idea.
—¿Y por qué no te echas atrás? Tómate un año sabático. Viaja. Disfruta
de tu juventud. No se tiene dieciocho años siempre. Seguro que los papás lo
entenderán.
—Piensa que solo son cuatro años. Cuando menos te lo esperes estarás
de vuelta y yo tendré que seguir oliendo el horripilante aroma a pies que
dejas por los pasillos.
—¿Qué le apetece?
—¿Hay donuts de chocolate? —pregunté en español.
—Sí —susurré.
—Hasta pronto.
2
Era consciente de que había personas que mantenían una relación abierta
y que se querían como el primer día. Pero lo cierto es que, desde que
nosotros abrimos la relación, Mandy había perdido todo el interés por mí.
Ya no se excitaba del mismo modo cuando la tocaba o cuando la besaba.
Incluso llegué a pensar que me devolvía los besos por compromiso y no
porque ella quisiera besarme.
Ella puso su mano sobre el hombro de él, este tenía una expresión pícara
en el rostro, la misma expresión que solía poner cuando estaba ligando con
alguna chica.
Parpadeé varias veces tratando de entender lo que sucedía ante mis ojos
y apreté la mandíbula.
—Pero no que vas al concierto de David Guetta. Sin mí, por cierto.
—¿Quién te lo ha dicho?
Asentí.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué?
—Bueno, también puedo hablar con la chica y decirle de vernos otro día.
Tampoco tengo muchas ganas de estar dos horas y media encerrado en un
coche por un polvo, la verdad.
—Claro. Espera.
—Pero…
MANDY
Ya me contarás qué tal ha ido todo ;)
—No hace falta —dijo él—. Me doy una ducha y nos vamos.
—Mandy no te quiere.
—¿Nos vamos?
Y entonces me di cuenta.
Me percaté de que en el año que llevaba de relación con Mandy, en
realidad no la quería. Yo creía estar enamorado de ella, pero lo cierto es que
estaba enamorado de la idea de estar con ella. Por eso decidí que era el
momento de romper… Mandy y yo no estábamos hechos para estar juntos.
Estaba completamente seguro de que pronto conoceré a una mujer que me
mire como mis padres se miraban cada mañana al despertar, una mujer que
me haga sentir que estoy en una puta montaña rusa, que me vuelva loco y
que no pueda pasar un día sin estar con ella.
Y canté.
Yo también canté con mis padres. Porque por primera vez veía luz al
final del túnel. La luz de mi libertad. Mi madre giró la cabeza hacia mí y
sonrió, justo antes de que otro coche nos embistiera y todo se volviera
negro.
Me dolía todo el cuerpo. Tenía la boca seca, los párpados me pesaban tanto
que para abrir los ojos me requería un gran esfuerzo. Escuchaba el leve
pitido de una máquina a mi lado y voces difusas que no lograba identificar.
Imágenes del accidente me invadieron la mente; un coche embistiéndonos
por la derecha, nuestro coche cayendo por un barranco, el rostro de mi
padre desfigurado, mi madre con un enorme tronco de árbol atravesándole
el hombro…
Cuando volví a abrir los ojos, lo primero que vi fue el rostro de mi tía
Hannah mirando por la ventana, sentada en uno de esos incómodos sillones
de hospital que se encontraba al lado de la cama. Tenía unas sombras negras
alrededor de los ojos rojos y vidriosos, como si hubiera estado llorando
durante horas. Incluso días.
Traté de decir algo, llamar su atención, pero tenía la boca tan seca que
no podía hablar. Las palabras se me quedaban en la garganta. Por más que
quise moverme, el cuerpo seguía sin responderme, como si de cuello para
abajo me hubiera convertido en piedra y moverme requería una energía que
no poseía.
Suspiré, aliviado.
Ellos no respondieron.
—Alex…
—No, Oliver. Me prometiste que ibas a estar a mi lado este día y al final,
como siempre, lo más importante para ti es el dinero y la empresa. Por eso
te marchaste…
Una lágrima se deslizó por mi mejilla. Apreté los labios con fuerza y me
obligué a dejar de llorar. Ya había llorado lo suficiente las últimas semanas.
Ahora lo que tenía que hacer era cerrar los ojos y dejar acabar este maldito
día de una puta vez.
I Don’t Wanna To Miss a Thing sonaba por la radio del coche. Mis padres y
yo cantábamos alegremente la canción como tres auténticos seguidores del
grupo Aerosmith. Ellos se miraban y reían. Yo me sentía la persona más
feliz del mundo.
Un accidente.
Un puñetero accidente.
—¡No!
Harry no dijo nada más. Simplemente se quedó ahí, a mi lado, hasta que
volví a quedarme dormido.
Mis tíos no sabían nada del tema hasta después de acabar el curso con
honores. Dejar el equipo y dejar de salir con mis amigos me dio más tiempo
para estudiar. Sin embargo, después del desastroso curso que había pasado,
de las noches llorando que me había pegado por no comprender que las
personas a las que creía que yo significaba algo para ellos, decidieran
alejarse de mí y apuñalarme por la espalda de la peor manera posible. No,
no pensaba volver a pasar por eso. Yo prefería aprender el oficio de mi tío,
trabajar en su taller y ahorrar para algún día poder viajar a un sitio donde
echar raíces, donde poder establecerme y crear una familia.