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Viñas, David, Sarmiento en Seis Incidentes Provocativos

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Diseño de tapa: M aría L.

de Chimondeguy/Isabel Rodrigi ' DAVID VIÑAS , [

DE SARMIENTO A DIOS:
VIAJEROS ARGENTINOS A USA

EDITOR IAL SU D A M E R IC A N A
BUENOS AIRES
p a ra M a ría Pía
y
G uillerm o:
estas nuevas hipótesis
BIBLIOTECA fUßifCA DE fA
que se ju eg a n de a cuatro
UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA
antes del gallo.

tíífc 502744

IMPRESO EN. LA ARGENTINA

Queda hecho el depósito


que previene la ley 11.723.
© 1998, Editorial Sudamericana S.A.
Humberto I 531, Buenos Aires.

ISBN 950-07-1409-4
I. PROFETAS Y EL ORO

“El gobierno de Rosas se enfureció especialmente al enterarse de


que varias embarcaciones norteamericanas acompañaban a la expedición
anglo-francesa de 1845. Y en los Estados Unidos el ministro Alvear empe­
zó a albergar temores sobre el espíritu de conquista que se ha adueñado
de una gran parte del pueblo norteamericano al enterarse de que los
Estados Unidos habían declarado la guerra a México en 1846”.

HAROLD F. PETERSON

“He visto siete dandies yanquis en discusión amigable, sentados


como sigue: dos con los pies sobre la mesa; uno con los dichos sobre el
cojín de una silla adyacente; otro con ambos talones apoyados en el
borde del cojín de su propia silla, de manera de apoyar la barba entre
las dos rodillas; otro abrazado o empiernando el espaldar de la silla”.

DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO,


Viaje a los Estados Unidos, 1847

“Se sabía que existían minas de metales preciosos en una consi­


derable extensión de California, en la época de la adquisición. Des­
cubrimientos recientes hacen probable que estas minas sean mucho
más extensas y valiosas de lo que se había creído.”

Cuarto mensaje anual del


presidente Polk al Congreso,
diciembre 5 de 1848

“The publication of Uncle Tom’s Cabin by Harriet Beecher Stowe


in 1852 further emphatized the emotional distance between the
sections. Morality was again creeping into politics”.

STEPHEN E. MAIZLISH, ed.,


Essays on American Antebellum Politics,
1840-1860,1 9 8 2

“Las gentes son más afables que en el Sud. Digo que las mujeres
son muy lindas, pues en una hora vi en Filadelfia más bellezas que
llevo aquí vistas en dos días”.

JUAN BAUTISTA ALBERDI,


Desde los Estados Unidos,
en Nueva York, mayo de 1855
SARMIENTO EN SEIS INCIDENTES PROVOCATIVOS

“Consequently, most critics treating the last


part of Viajes —in particular those hailing from the
United States— have ignored fundamental aspects
of Sarmiento’s ideological and political program,
perhaps out their own need for identifying, at least
in word, with such lofty ideáis”.

W ILLIAM H. KATRA,
Reading “Viajes”, 1994

Si el programa de modernización postulado por Sarmiento hacia


1850 va trazando un itinerario cuyos rasgos se disuelven con Victo­
ria Ocampo en las últimas décadas del siglo X X , el relato del viaje
argentino a los Estados Unidos corrobora en su dramatismo y en la
presunta espontaneidad de esa travesía, el derrotero del clasicismo
norteamericano desde Lincoln a Franklin Delano Roosevelt. Se trata
de una sobreimpresión con silencios, voces en off, rayaduras y virajes
del sepia al blanco y negro. Muy pocas veces, de una polifonía. De don­
de resulta un “peregrinaje”que en ciertos episodios explicita sus parale­
lismos deliberados y sus polémicas e impregnaciones. Inaugurado con
una tensión dialéctica — implícita hasta en sus apelaciones y discre­
pancias respecto del modelo— , hoy, como en un final de dinastía, se va
deslizando a una especularidad sumisa, de oportunos acomodamientos,
de tachaduras presuntamente insuperables o de obsecuentes supe­
ditaciones. ¿Es ésta la definitiva incorporación de la Argentina al mun­
do civilizado? Podría apelar, para ir explicando esta trayectoria, a la
taciturna globalización actual o a las fases de la historia del capitalis­
mo. Pero como en realidad esas dos nomenclaturas implican otra
sobreimpresión, prefiero ir viéndolas paso a paso y hundiendo la mano
en las idas, recodos y pantanos, afluentes, deltas, rápidos y embocadu­
ras de ese recorrido. Y el largo relato se irá transformando quizás, al
convertir una evidencia en problema, en la cifra y el cuestionamiento de
quienes participan de él. Al fin de cuentas, toda lectura es un test
proyectivo, y la escritura, un conjuro simbólico.
Como un balance cargado de “excitaciones”, es posible leer, desde el
comienzo, el Viaje de Sarmiento a los Estados Unidos. Sobre todo que la
apertura de su carta a Valentín Alsina, donde le informa de su raid, no
sólo es el cierre de una acumulación veloz y demorada de “esplendores

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fabulosos” que estallan en una escritura jadeante, sino que a la vez insípida y sobreviviente, en dirección a la “disparatada pero sublime,
anuncia su desolación por tener que abandonar “el espectáculo de un noble y grande” panorámica norteamericana.
drama nuevo” que lo fascina, provoca e intimida. La ruta jubilosa ha Obstinado precursor Victoriano, Sarmiento presintió a mediados del
llegado a su fin. Es el 12 de noviembre de 1847. Y melancólicamente siglo X IX que “el futuro” estaba en Estados Unidos, no en Europa. La de­
Sarmiento necesita contratar “pasaje para La Habana en un malísimo mocracia yanqui podía ser contradictoria e informe — ya lo había leído en
y pestilente buquecillo de vela”. Tocqueville, cronista de la década anterior— , pero las rígidas monarquías
Después de su fervorosa cabalgata entre Nueva York, mister Mann ni siquiera le parecían respetables; sus reyes, además de exangües, le re­
y el Niágara, una colección de hoteles, bibliotecas, monumentos, comen­ sultaban ineptos y ridículos. Intentaba ser ecuánime con esa “anciana
tarios y museos — colosales todos— , además del Misisipi, Franklin y los degradada”, pero la miseria de sus habitantes le parecía excesivamente
telégrafos tan puntuales, Sarmiento debe bajar hacia “las colonias his­ negativa en relación a los norteamericanos. Y si el ímpetu de Balzac lo
panas” que desabridamente le recuerdan el inmovilismo del norte afri­ había apasionado, los personajes de Fenimore Cooper le servían de ejem­
cano. Desde el musculoso vuelo yanqui hay que regresar a los infiernos plos más cercanos y utilizables. Rastignac podía ser un pariente más
latinoamericanos. Se sabe: Civilización/barbarie. Toda sociedad que ne­ próximo y exasperado y, por su furor de existir como por su dandismo
cesita organizarse debe reposar sobre una metáfora. “Una consigna como urbano, un precursor de sus propias flâneries; pero Natty Bumpoo, a tra­
un talismán”. Especialmente cuando sus deseos más enérgicos se le aba­ vés de sus diferentes nombres, se compaginaba más fluidamente con sus
ten en lo dado. Pero ese tránsito, al abrir y cerrar el recuento de su in­ rústicas tipologías: Pathfinder/Calíbar (y la estupenda memoria que lo
cursión tumultuosa, envidiable, rápida y provocativa, resuena también dispararía hacia Ireneo Funes), corroboraría por algún envés simbólico
a exorcismo frente a la depresión por el reingreso al quietismo “a la es­ la extensa narración del viaje que se empezaba a recorrer.
pañola”. Si a algún país se parecía la Argentina por su extensión, sus noveda­
Entre las razones estratégicas de destinatarios prolijamente selec­ des, su exigua población y su urgente necesidad de inmigrantes que lle­
cionados por Sarmiento para sus reseñas de viaje (que se capitaliza­ naran un presunto vacío, eran los Estados Unidos. “Huecos estériles y
rán sin despilfarro al pasar posteriormente de textos sueltos a libros provocativos "/rellenos pletóricos. Escribir era viajar a lo largo de “la más
encuadernados), el corresponsal de su carta norteamericana es el re­ joven y osada república del mundo”. Pausas: muelles o andenes; párra­
presentante más exigente de la tradición liberal-unitaria. “Una espe­ fos: locomotoras, fugas y sirenas de los barcos. En ese país radicaba el
cie de barba o figurón del teatro español del siglo X V III” . A ese paradigma continental, joven, robusto y americano; ése era el presente
caballero solemne, prolijo comentarista del Facundo, lo invoca un par de lo que podía llegar a ser su propio país. “Y más allá incluso porque no
de veces con algún “mi buen amigo”, vocativo mediante el cual, fami­ tenemos el problema negro”. Sarmiento sabe admirar, eso lo confirma y
liar e inevitablemente, le sugiere la lectura del Viaje como una plácida le da placer, incluso elogia con desmesura (como si hablara de sí mismo),
marcha compartida. pero, por lo mismo, jamás abdica de la ironía ni de las reticencias a las
Se trata, en realidad, de la carta a un padre al que hay que seducir que no coloca al final de sus frases. Y no sólo en función de prioritarios
cuestionándolo al mismo tiempo. En primer lugar, para advertirle que criterios pedagógicos, porque Franklin y mister Mann podían ser además
no espere de él “una descripción ordenada” porque su carta, atestada los antepasados quiméricos de un burgués conquistador y plebeyo como
de datos e impresiones, se expande en un ímpetu que excede con sus era él. La propia novela de aprendizaje de joven pobre del Sarmiento de
flashes, descripciones, saltos y recovecos toda apariencia sistemática. 1847 al fin apuntaba hacia un centro ágil, estimulante y concreto. Y como
“Una gran mujer a la que había palpado de cerca y que no sabía si la en toda “historia moral” del siglo XIX, los pobres siempre triunfan.
volvería a ver” . Su carta es un repaso, ambiguo paladeo y despedida. A
Sarmiento, los Estados Unidos le habían hecho recuperar sus adema­
nes románticos más bruscos y convincentes; pero él era un emigrado Niágara y estadísticas
en acumulación de aprendizajes, sobre todo, en denuncia y superación
de un rosismo al que sentía estéril, fofo y arcaico. “Después de haber recorrido las primeras naciones
En segunda instancia, para establecer diferencias de perspectivas del mundo cristiano, estoy convencido de que los nor­
teamericanos son el único pueblo culto que existe en
“desde el seno de esta democracia que usted maldice como el prototipo
la tierra, el último reducto de la civilización moderna”.
del desorden moral y político”. Es que Alsina, aún en 1847, se aferraba
a los rasgos más cristalizados de la adhesión rivadaviana al modelo eu­
Domingo Faustino Sarmiento,
ropeo, referente que Sarmiento intentaba ir reemplazando en su bús­ Viaje a los Estados Unidos, 1847
queda de arquetipos en desplazamiento desde la monarquía Orléans,

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Un extenso tópico romántico y al mismo tiempo una alegoría de la trina triunfante en tensión universal; y que se desplaza de una lectu­
grandeza de Estados Unidos; la naturaleza como síntesis y también r a metafórica a una lectura científica.
como premonitorio espejo de las producciones norteamericanas. Todo eso por las ecuaciones que logra formular se va convirtiendo en el pro­
representan como un blasón las cataratas del Niágara. Y Sarmiento, gramador más eficaz en el eje de la serie argentina de postulaciones
situado en medio de ese juego especular que, si alude al vaivén entre lo de modernización. Argirópolis, que alude en su telón de fondo a una
dado y lo puesto, recupera lecturas asomadas en Chateaubriand, y con ciudad “inventada” como Washington, no sólo implica el ímpetu por
más precisión en “el opulento” Fenimore Cooper, preanuncia un capítu­ abarcar lo múltiple de su viaje, sino que al prescindir de lo superfluo
lo que se repetirá como deslum brante divisa (hasta empardarlo apuesta a lo compacto cuantificable en rechazo de una Argentina tan
aplicadamente con el Iguazú) entre los gentlemen y las señoras que via­ heterogénea “como un archipiélago”. Alguien hubiera postulado: “Su
jen a Norteamérica hacia 1880 “extasiados” ante esa “bárbara” e inelu­ obra es el tango esencial de la colección completa de El alma que canta
dible Disneylandia del siglo XIX. del romanticismo liberal”: “El agua cae desde 165 pies” . Así va tradu­
Frente a ese “templo natural”, al actualizar antiguas entonaciones ciendo. “El espesor de la masa de agua es de 21 pies”. La seductora e
religiosas, va aludiendo a una suerte de plegaria impregnada de un inquietante plétora empieza a controlarse. “La diferencia de nivel en­
panteísmo donde “el rumor” se entremezcla con “lo colosal” y “lo porten­ tre uno y otro lago es de 300 pies”. Es el conjuro de la tentación ro­
toso”. El aturdimiento provoca placer y a la vez sobrecoge la secuencia mántica que puede llevar a identificarse, excesivo, con “la naturaleza
que enhebra entonaciones de lo sublime romántico: desde “sentir que indómita”. Si la naturaleza loca es la barbarie, el exorcismo estadísti­
las piernas tem blaban” hasta “el espanto y la admiración” por la co se convierte en ciencia.
grandeur. Sus pasiones son siempre elocuentes. Y si la densidad y la Nada mejor que una cita oportuna y tranquilizadora para ponerla
exuberancia evocan el bosque y un infinito salvaje, episódicamente el de su parte: “Según el geólogo Ryell, como sólo un pie retrocede por
flâneur urbano se convierte en el paseante roussoniano incondicional año, ha necesitado 39.000”. Y así prosigue. Al seductor infinito román­
de las espontaneidades más primitivas. Sarmiento se descubre en un tico se lo va controlando. “Las buenas maneras” presuponen modera­
punto de inflexión donde se le superponen las seducciones “terroríficas” ción. Medir es “saber medirse”. Alguien que aspira a ser un respetable
que recuerdan los ecos del Facundo con el conjuro ante el “espanto” in- Victoriano — aún en medio del fervor— es un caballero medido. Cuyo
fundido por “el abismo profundo”. Euforia y terror. Realmente el Niágara código primordial, hacia 1850, se verifica en los horarios, el reloj, la pun­
es bárbaro e insinúa los rasgos pletóricos del “Tigre riojano”; y al sedu­ tualidad. Y nada de gestos que, además de llamativos, aluden a lo
cir bruscamente, provoca exorcismos, así como la caída apasionante evo­ dilapidado. Sarmiento va aprendiendo prolijamente frugalidad en los
ca el horror ante la disolución. Estados Unidos; sobre todo en los bancos, en las estaciones de ferroca­
“Je parle éternellement de moi”, había leído en Chateaubriand. rril, en las fábricas o en los recreos de las escuelas públicas. Por eso,
Cualquier efusión era un exceso de subjetividad, y las tormentas de El también traduce la temporalidad a lo cuantitativo; es la fórmula norte­
Zonda iban quedando atrás y apenas si reaparecían en su intimidad. americana para controlar la naturalidad del devenir: Time is money.
A su creciente proyecto de hombre público Victoriano le urgía contro­ “Notorio”. Y cuando episódicamente Santiago Arcos le altera esa liturgia
lar cualquier despilfarro emocional. La sérieuse tenía que ser parte de­ horaria, presiente que se retrotrae a las magnitudes seductoramente
cisiva de su capital. Aunque aún se tolerara ciertas episódicas abrumadoras de la naturaleza sudamericana. Sarmiento lo anota: las
arbitrariedades, el Sarmiento más respetable y burgués ya no estaba reservas, en su sentido más lato, empiezan con sus amigos. Aunque la
dispuesto a la disgregación de lo que venía acumulando. “Y mucho me­ intimidad, ese plus o yapa, deba eliminarse. La propina en los Estados
nos en el exterior”. Por eso empieza a apelar a las estadísticas para Unidos era recibida como una injuria.
lograr tranquilizarse. Si las matemáticas prometían estabilidad, a la El episodio del Niágara, por lo mismo que lo “excita” convocando a
naturaleza había que traducirla en números; el Niágara representaba “sensaciones largo tiempo esperadas”, reiteradamente lo condiciona a
la abrumadora proliferación, pero era posible controlarla ensalmando insistir en las estadísticas que son el self-control de los Estados Unidos.
su vertiginosa fascinación: “Esta cascada vale millones”. Las estadís­ Numerándola se domestica a la locura. Y si la naturaleza se mantiene,
ticas empiezan a ser las plegarias del burgués conquistador a media­ es resignificada bajo supervisión. Pero, sobre todo, convertida en pro­
dos del siglo XIX; Manchester, hacia 1830, fue pionera en su utilización ductiva. Y Sarmiento pedagógicamente continúa enunciando números:
para descifrar su numerosa complejidad. Sarmiento se va instalando “853 millas miden los canales”; “la diligencia que lleva diariamente la
exactamente en ese alvéolo coyuntural. The right man in the right correspondencia por toda la Unión recorre 142.295 kilómetros”. Y si el
place. Un intelectual ambicioso y con carencias, proveniente de un su­ hombre norteamericano se intercala, también lo hace productivamente:
burbio del mundo, que se superpone en el nicho histórico de una doc­ “El yanqui husmea los lugares que han de ser fecundos en riqueza”;

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“Morse, norteamericano, hizo sus ensayos mediante los 30.000 dólares”; • “al país de los yankees”, en esta perspectiva, es uno de los últimos
“Hace un año, tenía 30.000 habitantes, y contará hoy 50.000”. Y lo ex­ V1*neludibles caminos de la ocupación del mundo inaugurada empírica­
plícita: “La estadística comparativa de los caminos de hierro” es la cla­ mente hacia el 1500; pero que en el siglo XIX, al pretender científica-
ve. Y compara: “16 en Francia, 222 en los Estados Unidos”; “Donde 2.000 ^ nte anexar “lo salvaje”, recapitula un saber análogo a la concentración
periódicos satisfacen la curiosidad pública en los Estados Unidos”. del capital. El proyecto implícito e ideal de Sarmiento al concluir su via-
El conjuro se ha logrado; la tentación mística frente al Niágara se va . Rubiera sido lograr un diccionario abreviado de los Estados Unidos.
transformando en plegaria científica; la gran emoción se ha trocado en O quizá, en sus momentos más ansiosos o alucinados, alguna cifra pa­
interminable balance. Y si empezó siendo un breve rezo, se va prolon­ recida a una ecuación económica, compulsiva y eficiente. Algo así como
gando en rosario: “El depósito de aguas tiene 250 pies de largo, 70 de “ln God we trust” o Si iste et iste, ¿cur non ego? El avance del Este
ancho y contiene 500 millones de galones de agua”. La oración se alarga norteamericano como su expansionismo y su poder financiero prea-
en discurso: “Las rentas para la educación pública son 650.000 pesos”. nuncian — según comenta— su propio recorrido hacia el Far-West y en
El cuerpo de Sarmiento se balancea al compás de esa salmodia. “En dirección a los estados sureños, más parecidos por su arcaísmo a México
Massachusetts hay 67 colegios, con 3.700 estudiantes”. Su escritura y a “la inmovilizada Sud América”.
adquiere el ritmo de una melopea. “ 1.091 colegios particulares con
24.318 discípulos, los cuales pagan 277.690 pesos”. Las estadísticas en
conjuro de lo inconmensurable de la naturaleza resultan el pasaje de la Fechas de México, mapas de Polk
oralidad a la escritura, insinuando una moral aritmética que en otros
profetas argentinos llegará hasta el sistema. “Bajo el pretexto de que Texas, nación indepen­
Bien estaban Pocahontas y Pathfinder, pero Sarmiento iba prefi­ diente como México mismo, creyó conveniente unir
riendo a Franklin y a Morse. Frente a las fascinantes “brusquedades” sus destinos con nosotros, México ha aparentado que
le habíamos arrebatado su propio territorio”.
del rayo o la proliferante abundancia de palabras, una economía me­
tálica. Tampoco las locuras despilfarradoras de Facundo; mejores eran James Polk, Sobre la guerra con México,
Washington y Jefferson, héroes moderados, medidos, sin demasiado bri­ mayo 11 de 1846
llo, pero que sabían traducir la naturaleza en cifras, en cálculos y en
proporciones. El Niágara se iba domesticando en Monticello. “Apenas se tiró el primer cañonazo en la fronte­
Y no es que Sarmiento resuelva sin más esta propuesta: el tironeo ra mexicana, la Unión fue inundada por millones de
entre el romántico de 1840 y el positivista del ’80, entre el despilfarro mapas de México, en los cuales el yanqui traza los
y las estadísticas, entre el Sturmer sanjuanino y el futuro estadista, movimientos del ejército, da batallas, avanza, toma
será una tensión que recorra la totalidad de su viaje norteamericano. a la capital y se estaciona allí, hasta que las nuevas
Es lo que va de sus musculosas tiradas a lo W hitm an a su prolijo Dia­ noticias venidas por el telégrafo lo orientan sobre la
rio de gastos: “Hotel en Buffalo, 75 centavos”; “Vapor hasta Albani, 1 verdadera posición de los ejércitos...”
dólar”; “Limpieza de botas, 0,60”, “Un pañuelo, 1 dólar”. Su ascética
D. F. Sarmiento, Viaje a los Estados Unidos,
contabilidad, se altera apenas con los repetidos “cigarros y frutas”, noviembre 12 de 1847
como si su boca, excéntrica, renegara de su aprendizaje de austeridad.
Módico consumidor inaugural que también trata de traducir sus de­
Junto a los otros hispanoamericanos y al lado de los argelinos de
seos más cotidianos en números; y que al encolumnarlos aplica­
Abd-El-Kader se van situando los mexicanos en la geografía mental
damente se manifiesta no sólo como un inmediato consumidor, sino
de Sarmiento. El mapa como imagen de posesión veloz y condensada
como solapado plagiario.
vuelve a aparecer con frecuencia a lo largo de su viaje a Estados Uni­
Quizá su mapa de Estados Unidos resulte la cifra más ecuánime de
dos. El viajero más eficiente es el que se convierte en topógrafo; el tu­
esa ecuación: la grandeur natural transportada a una página cuadricu­
rista Victoriano más autocomplacido es aquel que salda su raid con un
lada; el Niágara definitivamente fijado en un dibujo veloz. Los Estados
plano o con un libro de viajes. Son formas de capitalizarse; el comple­
Unidos condensados al alcance de la mano y para una rápida mirada.
mento simétrico y reintegrable de su diario de gastos. Y si los comen­
Por algo su biógrafo norteamericano insinúa que no ya al Niágara, sino
tarios de la ruta se publican con una cartografía, son premiados en las
a todo el país, Sarmiento pretendía poseerlo concienzudamente metién­
exposiciones universales a la moda como ocurrirá en Leipzig con esa
doselo en el bolsillo mediante el Appleton’s New and Complete United
culminación representada por Los ranqueles. Al exotismo de los otros
States Guide Book for Travelers, publicado en Nueva York en 1847. El

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se sumará la expropiación de la tierra. Y en este aspecto, Sarmiento tam­ adro de sumaria posesión geográfica, con países y continentes domina­
bién es un pionero. Porque, en el caso de México en su guerra con Esta­ o s imaginaria y velozmente por el burgués conquistador, sino que la cam-
dos Unidos, funciona subrayando el contraste entre las estadísticas aña militar norteamericana de 1847 preanuncia la marcha aliada de
triunfales sobre los aumentos de “cuatro millones de dólares” o en torno ?g£2 La seducción por la entrada de Winfield Scott en México prefigura
a sociedades de templanza con un millón y medio de miem­ i de Urquiza en Buenos Aires (además de la de Grant en Washington).
bros”. Como ese gran mercado tiene dos capitales, en la cartografía sim­ Implica la culminación conquistadora de las ciudades, así como los am-
bólica México se va transformando en una digresión, en una referencia olios paisajes le provocan a Sarmiento un placer panorámico y un fervor
fugaz o en una neutralizada alusión (en compañía del Canadá) a la po­ análogo al que siente por los grandes ejércitos. Sobre todo si los conteni­
sibilidad de ser anexado por parte de los Estados Unidos. Hacia 1850, el óla desde glgnna altitud que le permite el vuelo de pájaro, esa renovada y
exotismo apenas si podía ser descifrado con estadísticas o alegorías. sintética “posesión óptica” que caracteriza al narrador del siglo XIX. En
Incluso en las propias enunciaciones antagónicas de Sarmiento, la Argentina ya había condicionado, por lo menos, dos modelos: el rápido
México resulta apenas una mención muy por debajo de la eficacia con­ V privilegiado sobrevuelo de El matadero, y el de Alberdi desde las altu­
trastada entre las “colosales” editoriales de Nueva York y las de París ras del Aconquija. Perspectiva que, hacia finales del siglo, se irá transfor­
en repliegue . Estas dos ciudades, si aparecen como los términos de mando en las miradas panópticas de águilas y cóndores que, pasando por
comparación, que recuperan un desplazamiento ya elegido, siempre fa­ Andrade, se posarán agresivamente en las doradas montañas de Lugones.
vorecen cuantitativamente a los Estados Unidos, así como a México lo Fervores que en los Estados Unidos también involucran a los generales
convierten una y otra vez en un rumor desvanecido que ni siquiera gime decorados con uniformes, medallas, títulos y charreteras que tanto lo entu­
a la altura de los trópicos”. En realidad, para los viajeros Victorianos, siasmaban a Sarmiento: Zachary Taylor, “el héroe de México”, el Oíd Zac
la alteridad era una enfermedad sin voz. que llegará a la presidencia al final de la clásica carrera del militar vence­
Los eventuales relieves del “exotismo” mexicano se disuelven así en dor (que en los Estados Unidos, en su propio itinerario, involucrará a Grant
una otredad insípida destinada a la pasividad del objeto de una pedago- y a Eisenhower), así como Winfield Scott, “el viejo y glorioso” jefe norte­
p a ®nf rgicamente postulada “con el dedo apoyado en el mapa”. A quí y americano en la guerra de 1812. “Personalidades castrenses” de 1847, a las
así viene a decirnos Sarmiento. México, espacialmente, no es más que que exalta, y que nuevamente reenvían al Urquiza previo a Caseros. La
una plaza a conquistar con una estrategia instantánea, ineludible y de ornamentación del cuerpo Victoriano culminaba en el pecho; no sólo era
bajos costos. “Un buen negocio edificante”. Y si aparecen algunas ento­ considerado un tabernáculo, sino que funcionaba como fachada que, a la
naciones paternalistas, sirven en este caso para atenuar la prepotencia vez, se decoraba y blindaba implicando metalización y permanencia, la du­
conquistadora. El pedagogismo operaba como justificación de la violen­ reza y lo trascendente. En el viaje de Sarmiento, ese recubrimiento orna­
cia militar cuando se trataba de un país definido por su barbarie. Es mentado lo lleva a aludir a los objetos de culto materializados en templos,
decir, que no sólo “no encajaba” dentro de la racionalidad del vencedor, estatuas y héroes con cuya excepcionalidad se identifica.
smo que se caracterizaba por no practicar los valores “indiscutiblemen­ Los antecedentes de la guerra por Texas aluden a la rebelión de 1836,
te positivos” que, en el siglo XIX, empezaban a llamarse democráticos: que les ofreció a los sudistas la oportunidad que esperaban. A pesar de
Los mejicanos” — concluye Sarmiento en uno de los recodos de su dis­ haber sido colonizada por pioneros de origen norteamericano, Texas era
curso— “pueden ir a recibir lecciones de los leñadores yanquis sobre la una provincia mexicana, pero una secuencia de conflictos con las auto­
topografía, producciones y ventajas del país que sin conocer habitan”. ridades centrales de México condicionó a los téjanos a declarar la inde­
Semejante pedagogía civilizadora, implacablemente consignada a tra­ pendencia que consiguieron después de duros enfrentam ientos.
vés de la metálica economía del telégrafo, es justificada en Sarmiento Sarmiento, en su descubrimiento de los Estados Unidos, privilegia in­
por la impaciencia que le provocan las demoras en la deseada moderni­ tensamente el presente. Al pasado alude cuando lo corrobora; y el futu­
zación que, a la vez, representan las postergaciones en su acariciado pro­ ro se le superpone referencialmente pero en términos de emulación con
tagonismo. Los “saberes” debían ser anteriores a la posesión y al legítimo “el gran país” imaginario en el que pudiera resolver sus carencias, polé­
patrimonio, así como la obligada aculturación requería prescindir de las micas y urgentes necesidades. De acuerdo con su relato, si se añadía
previas identidades. Al contemplar el mapa de México con una mirada Texas a la zona abierta a la esclavatura después del compromiso de
olímpica, las diferencias señaladas por el río Bravo no eran más que los Misuri, compensaría prácticamente las regiones adquiridas con la com­
pliegues de algún paño, y Chihuahua o Tenochtitlán, palabras impro­ pra de Luisiana de las que había quedado excluida la esclavitud y a las
nunciables, increíbles, inexistentes. que afluían masivamente colonos del Norte. “El progreso no es despia­
Pero el uso exaltado del mapa de México no sólo va insinuando lo que dado” — comenta Sarmiento— . “Y para la Providencia, suele ser carita­
se convertirá en el emblema privilegiado de la civilización victoriana, un tivo” . Por su lado, los téjanos estaban deseando convertirse en

18 19
ciudadanos norteamericanos, que, a pesar de sus triunfos frente a las en el poder, se convierten en científicos”. Es el tránsito que va de
tropas mexicanas, eran numéricamente inferiores. La anexión descar­ Rimbaud al Goethe instalado en Weimar.
taría la posibilidad de reconquista, convocaría a más colonos del Norte Desde la perspectiva de la Casa Blanca, el 5 de diciembre de 1848,
y vincularía a los yanquis ya asentados con su país de origen. “Eso está Polk enunciaba a su vez: “En menos de cuatro años ha quedado consu­
en la naturaleza de las cosas”, acota Sarmiento en sus escritos. Pero ese mada la anexión de Texas a la Unión” — iba reseñando con satisfacción— ;
proyecto implicaba numerosas dificultades; sobre todo porque para los ‘los territorios recientemente adquiridos y sobre los cuales se extiende
liberales del norte la rebelión de Texas presuponía una conspiración es­ ahora nuestra jurisdicción exclusiva y nuestro dominio, constituyen una
clavista. Y realmente los téjanos poseían esclavos, y una de las razones comarca de más de la mitad de la extensión que poseían los Estados
por las que se habían enfrentado a las autoridades centrales de México Unidos antes de su adquisición”. E iba cerrando triunfalmente: “El
— después de una serie de vaivenes y tratativas— era su negativa a po­ Misisipi, que anteriormente era la frontera de nuestro país, es ahora
nerlos en libertad y acabar con las nuevas importaciones de mano de solamente el centro. Con el aumento de las recientes adquisiciones, se
obra esclava. Finalmente la anexión arrastró a Estados Unidos a la gue­ calcula que los Estados Unidos han llegado a ser casi tan extensos como
rra (cfr. James Marquis, The Raven: life ofS a m Houston, 1987). “Otra la Europa entera” (cfr. José María Roa Bárcena, Recuerdos de la inva­
guerra liberalmente ejemplar”. sión norteamericana, 1846-48, U N AM , 1982).
Y ése es el Misisipi que Sarmiento — inscribiéndose en un continuo
En el mismo momento en que Sarmiento consignaba sus implaca­
bles opiniones sobre la conquista norteamericana de las regiones mexi­ que se origina con la Oda al Paraná de Labardén en 1801— , al superpo­
nerle constantemente otros ríos norteamericanos como el Misuri, el San
canas (criterios que serán corroborados por la posterior campaña del
Lorenzo y el Hudson (“navegados por innumerables barcos que van des­
ejército de Buenos Aires sobre La Rioja, así como por la derrota del
Paraguay a manos de los modernizadores del Río de la Plata), un parla­ bordando los quietismos coloniales”), lo compara en su doble fervor de
mentario norteamericano, Thomas Corwin, se m anifestaba explí­ paralaje y proyección con “los grandes ríos en movimiento” que a él le
entusiasma contemplar, apostando eufóricamente, desde las barrancas
citamente contra el avance de los Estados Unidos sobre México, el 11 de
febrero de 1857. Era una carta pública dirigida al presidente Polk: “Tuve más altas de Entre Ríos, “esa provincia renovada y con mayor movili­
la esperanza de que el Presidente deseara sinceramente la paz” — em­ dad” hacia 1850.
pezaba este vocero del radicalismo yanqui— . “Nuestro ejército no había
penetrado aún muy adentro de México y realmente esperé que con los
dos millones propuestos entonces podríamos tener paz y evitar la ma­ Mujeres y flirt; la libertad y el olvido
tanza, la vergüenza y el crimen de una guerra agresiva y no provocada”.
“Fundamentally, there are two types of women
Y concluía con precisión: “Pero ahora ha invadido usted medio México,
in the Facundo: the supposedly civilized ladies,
ha exasperado e irritado a su pueblo y pide descaradamente a ese país both married or single, who tend to be figured as
que entregue Nuevo México y California”. the prey of barbarism, and the evil and/or humble
Los residuos idealistas — radicales incluso— que definían al Sar­ women somehow form a tie with — or are part of—
miento del exilio inicial, empezaron a disolverse en la proximidad del barbarism itself’.
poder chileno, la prepotencia del gobierno de Bulnes y, sobre todo, en
su relación con el ministerio de Montt. La ineficacia de las monar­ Elizabeth Garrels, Sarmiento and
quías europeas se fue trenzando con la posibilidad de viajar finan­ the Woman Question, 1994
ciada por un gobierno modernizador pero oligárquico como era el de
Santiago. “Privilegio de señoritos”. Estados Unidos le irá ofreciendo Al leer los comentarios sobre “la libertad de la mujer norteamerica­
un doble modelo: poderío y actualización. Los ecos de 1848 que reci­ na”, se presiente que de acuerdo con los permanentes paralelos que Sar­
be durante su viaje y la potencia expansiva norteamericana son las miento va trazando a lo largo de su Viaje entre Estados Unidos y la
variables que en esta coyuntura se entrelazan con la creciente con­ Argentina (“ellos” y “nosotros”, la positividad y las carencias), de lo que
vicción de ser “un fuera de serie”. Cada vez más escribe “Y o ” sin ex­ realmente habla es de la falta de libertad entre las mujeres de su propio
cusas ni malestar. Paralelamente se amplifican sus certezas en su país. Porque si la mujer, más que señal prioritaria de civilización o bar­
futuro presidencial. Las tácticas políticas norteamericanas — desco­ barie en cualquier región, encama concretamente “lo civilizado” que lo
nocidas en la Argentina— inciden categóricamente en su desplaza­ euforiza o lo bárbaro que lo deprime, la exaltación de su discurso frente
miento desde el romanticismo de 1840 hacia el positivismo que suele a las otras, melancólicamente en su envés, alude a “las propias”.
justificar spencerianamente. “Los opositores siempre son románticos; El maniqueísmo guerrero, que sintetizaba eficazmente un dilema

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universal difundido por la burguesía victoriana hacia 1850, en esta fran­ Pero es en el cierre del “circuito de la novia”, donde aparece el Sar­
ja parecía transformarse en una polémica educacional. A lo largo de su miento que revolotea sobre “el fin de la libertad” de la muchacha norte­
recuento, lo que más enfatiza Sarmiento en la mujer norteamericana es americana. “Contumaces solterones”/matrimonios desdichados. En todo
la posibilidad de “viajar” o “vagar sola”, alejada de cualquier mirada enternecimiento Victoriano, vibra un disimulo de repulsión. Y Sarmien­
controladora, aclarando que esa separación la realiza “la mujer de cual­ to se ensaña con “el cerrado asilo doméstico” y “su penitenciaría perpe­
quier condición que sea” sin dar explicaciones ni al irse ni al regresar. tua”, con los hijos ruidosos y exigentes, y especialmente con el “marido
Como si ese desenvuelto manejo del espacio mundano — al que domesti­ inútil, aunque good natured, sudón de día y roncador de noche, su cóm­
ca— corroborara ciertas iniciales destrezas deportivas, el manejo del plice y su fantasma”. Y lo que había empezado como exaltación de la
lenguaje o el aplomo en los modales y en las opiniones. libertad de la mujer norteamericana, a través de su flirteo y de sus di­
Pero además de los reiterados escenarios del ferrocarril, de “los versas conjugaciones, se degrada en una derrota comentada con una
enormes barcos como hoteles flotantes” o de “las calles” inquietantes a especie de farsa o de elegía. Como Sarmiento pretende ser ecuánime en
que alude esa característica, es la escena hogareña que Sarmiento exal­ su versión de los Estados Unidos, no elude las contradicciones. Al con­
ta — por sentido contrario— la que tolera, rodea y hasta protege “los trario: al destacarlas, logra una mayor credibilidad. Al fin y al cabo, los
amoríos castos” de las muchachas norteamericanas. Todo lo contrario, países fuertes no escamotean sus debilidades”.
desde ya, de lo que define a “los hogares” que conoció en su infancia. Ni siquiera elude las zonas rurales donde los “predicadores viajeros”
Nuevamente resuena aquí el eco de quien, de manera permanente, echa envían “a las mujeres de un lado y a los hombres de otro hasta que
de menos esas costumbres en su propio país: Argentina bárbara es lo “ellas entran en delirio, se tuercen y se revuelcan por el suelo, echando
que viene a repetir como en una desgarrada jaculatoria con la que se espumarajos”. Ésas son “las habitantes del Far-West”. Más contradic­
empeña en cambiar una colección de datos inertes. Y la inercia contra­ ciones, desde ya. Pero no hay que impacientarse con los Estados Uni­
puesta al “viaje” epistolar, muy distante pero confidencial, que le dedica dos. Porque si los habitantes “de los antiguos estados del Este se
a Valentín Alsina. O destinada, en realidad, a las mujeres de “la casa diseminan hacia el Oeste educando a los pueblos sin pericia ni ciencia ,
del antiguo jefe unitario” que eventualmente escucharían, por lo me­ frente a la barbarie producida por “el aislamiento de los bosques” tam­
nos, la lectura familiar de esta parte de la carta donde se prescinde de bién se mejorará la mujer del yanqui más rústico.
estadísticas y de “monumentos colosales”. Antagónicamente, por fin, en uno de los escenarios definitorios del
Incluso en la prolongada reflexión que le merece el flirt evaluado viaje, una voz de mujer dice algo “en francés ; Sarmiento le ofrece la
como inflexión entre el “poseer” y las carencias. Se trata de un tema que mano para que se apoye; ella alude “siempre en francés” a “las dificulta­
no sólo se convertirá en lugar común de los viajes señoriales del 1880 des” que había tenido Sarmiento; excusas de él, “turbación” de ella; y
por su sabrosa picardía que las lectoras porteñas sabrán apreciar”, sino cuando Sarmiento admite su falta de fondos, esa “dama” le ofrece su
que le permite a Sarmiento, al analizarlo a partir de flirtear, “verbo nor­ casa a cinco leguas más acá de Nueva Orléans. Y por si hay “alguna
teamericano”, ir pasándolo por una secuencia de situaciones (desde “la sospecha”, ella aclara que “hacía seis semanas que acababa de perder a
presentación” del novio al cierre del “enlace”, de los candidatos hasta la su marido”; además, “ella y su hijita de nueve años estaban de luto com­
elección, y teniendo muy en cuenta que la joven yanqui “se casa con pleto”.
quien quiera”), donde “la libertad” es insistentemente exaltada al com­ Parece uno de los capítulos más transparentes de La novela ae un
pararla con “la sumisión”, que no pasa de ser aquí otra variante del in- joven pobre organizada por Sarmiento. El picaro del siglo XVII vacilaba
movilismo que predomina en la Argentina. entre su colección de oficios y desconfiaba del origen de su madre; el
Hay un solo “deslizamiento” en esa serie. Si se quiere, una “caída” desheredado del siglo X IX no sólo se empecina, como trepador, en su
especialmente significativa. Porque si con motivo del viaje de luna de trabajo, sino que es un especialista en la idealización de “la mujer que
miely Sarmiento intercala algunos sarcasmos sobre “los propósitos de le dio la vida”. Empecinadamente probo e inobjetable: el viaje de Sar­
casamiento de los más contumaces solterones”, a la descripción de “la miento pretende convertirse, como remanente de su acumulación sim­
cámara de la novia” la resuelve en un kitsch mediante sus “insinuantes” bólica, en una hagiografía laica. Mi defensa y Recuerdos de provincia
referencias a los suaves colores del iris” y a “los aromas que se que­ redondearán esa imagen. De manera edificante, esa viajera solitaria y
man”. Semejante escenografía — y también como consecuencia de los norteamericana lo remite a “la imagen de la madre que le ofrecía a un
permanentes paralelismos— alude a los “valores de la mayor intimidad” desconocido que debía también tener madre”. Idea que al “santificar la
del propio Sarmiento (análogos a los del interior de la *garçonnière” del oferta” alude a un renovado paralelismo qué incorpora una vez más el
Sin rumbo de Cambaceres que exhibirán los “signos más ocultos” de un recuerdo de doña Paula. ?
gentleman de 1880). La novela prosigue: “buque”, “cámara”, “levantóse la señora , fingió

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darme la mano” para “pasarme ocultamente un bolsillo de oro”. La ima­ h os o digresiones, prolijamente elude toda divagación no sólo
gen de la mujer norteamericana, por intermedio de su libertad practica­ A ronomía sino por producción de interés y en beneficio de su vigo-
da “a solas”, trasciende la exaltación inicial y se transforma en una í por
suerte de beatificación. Ya es la mujer yanqui en general. “Otro mito”. f0SY como tampoco aguanta sentirse “fuera de su lengua natal”, no to-
Sarmiento, sagaz, cierra su relato: “He olvidado su nombre”. otras versiones del victimismo: ni las traducciones del que ofrece el
Paralelismo que ya no remite a ciertas mujeres argentinas, sino que 1 Oficio de sus testimonios, ni al que se proclama mártir y, mucho
prenuncia de manera inquietante a Ida Wickersham. Como ocurrirá en r nos al que consigna detalladamente los perjuicios padecidos. Sar-
el segundo viaje de Sarmiento a los Estados Unidos. No bajo el James f >nto desdeña como blandas concesiones toda restitución o expectati-
Polk de la guerra de 1847, sino con el Lincoln recién asesinado al final í ml ie reembolso. Por eso, al ir organizando su explícito proyecto — “la
de la guerra civil: “Temo que hace tiempo que me hayas olvidado” Así ? Vprdadera geografía de su patria”, su único anclaje— en un desquite, se
le escribirá esa mujer norteamericana después de haber sido su amante convierte en un opositor categórico que sólo puede imaginar su regreso
y de haberse divorciado de su marido good natured. r o m o una revancha. . , ,

Sarmiento viaja solo por los Estados Unidos, pero en los episodios en En osa bisectriz de su Viaje, Sarmiento va instalando sus m a­
que comenta a las mujeres yanquis o en los breves encuentros en que nas su brújula, incluso su reloj y, desde ya, su telégrafo (cuyo len-
habla con ellas, se presiente — de manera ambigua— su necesidad de cmaie metálico corrobora “al que suscribe”). Son los instrumentos
compañía. Sobre todo para corroborar un eventual duplicado de su p o ­ aue como señales, ratificarán sus convicciones al fortalecer sus
sesión del país y para ir ensayando coloquialmente la confidencia uni­ avideces que se van entretejiendo con las divisas del “conquista­
personal resuelta entre silencios, reticencias e insinuaciones en su dor” que, típico burgués del siglo X IX , en los Estados Unidos se ve
carta-balance a Valentín Alsina. Su relato, en realidad, puede ser leído a sí mismo como un pionero. “El primero en llegar”; “El primero
como una colección entrecortada de revelaciones a mujeres norteameri­ en ver”. Si la trashum ancia, y aun la drom om anía, lo definen en
canas singularmente “civilizadas”. 1847, los acostumbramientos yanquis a la intemperie, opuesta a
todo ío sedentario, lo confirman una vez más en su oposición al in-
movilismo que denuncia en su propio país. “Yo viajo en contra de mi
Egocentrismo, telégrafos, grandeur tierra natal”. .
Puede inferirse: su egocentrismo, inaugural sobre todo, cuando se
“¿Maestro de escuela en viaje de exploración por desplaza por los Estados Unidos. Como no puede volver a la Argenti­
el mundo para examinar el estado de la enseñanza na, siempre avanza y “progresa”. S u pilgrim s progress de maestro pri­
primaria, y regresar sin haber inspeccionado las es­ mario, en Boston o en Nueva York, se convierte en una novela de
cuelas de Massachusetts, las más adelantadas del aprendizaje. Pobre, entonces, y aprendiz. Y como su “progreso” funda­
mundo?”
mentalmente funciona como acumulación, regresar a su país natal no
sólo implicaría ablandarse y abdicar, sino la evaporación del capital sim­
D. F. Sarmiento, Viaje a los Estados Unidos
bólico empeñosamente almacenado. Nada de acantilados épicos, enton­
ces, para entonar sus desgarramientos por un presunto “paraíso perdido .
V^a^e e&océntrico es el que realiza Sarmiento por los Estados
Unidos a lo largo de 1847. Porque si bien a la mayoría de los escena­ Ésa, además, era otra variante del victimismo que detesta y (lo más in­
rios y de los personajes yanquis intenta tratarlos con una distancia quietante) que puede llegar a englutirlo alterando o corroyendo su inte­
prudente como si quisiera “enfriarlos” para exhibir cierta objetividad gridad. .
Por esas razones, al menos, hasta 1852, Sarmiento solo se repa­
que apela a “las consabidas ciencias”, la puntualidad del día a día con
tría a través de sus escritos más insolentes y certeros. Años después,
que va inscribiendo sus notas condiciona un doble conjuro que subra­
con envidia, comentará los privilegios de Tolstoi, cuyas novelas se
ya un yo personalmente”: en primer lugar, el cuestionamiento de la
telegrafiarán desde Rusia a las editoriales de Nueva York. Y como
igura del proscripto byroniano a lo Mármol que entona una elegía
pionero, también será un precursor — hasta por sentido contrario ,
nostálgica y quejumbrosa por “la ciudad violada”, y que “erra por errar
de los grandes señores de 1880, que viajarán a los Estados Unidos
sin otro fin que soñar”; en un segundo movimiento, el rechazo del j u ­
desde la perspectiva del despilfarro. Herederos y beneficiarios del
dio errante, típico personaje romántico que se define por un tiempo flo­
poder, sus turismos simbolizarán lo opuesto (aunque se refieran a él
tante que lo lleva a “las derivas de la errancia”. Si Sarmiento viaja con
con benevolencia) de “las ilusiones románticas” de Sarmiento. Aún
riesgos, jam ás lo hace a la ventura; y si su mismo discurso opera con
cuando él se empeñe en actuar como un homme sérieux, sus tomas de

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posición serán descalificadas como “anacronismos”. Sus desmesuras profecías y utopismo
les resultarán la negación de su definitivo sentido de la medida. Como
preferirán héroes sin heroísmo, las imprudencias y los desbordes en “Con la mano en la cadera, en pose de orador,
el yoísm o en que suele incurrir Sarmiento les parecerán síntomas evi­ v como si estuviera dando el prefacio de 1851 como
discurso”.
dentes de su locura (“...a vec ses gestes f o u s j Com m e les exilés,
ridicules et sublim es”) . En sus últimos años, cuando ataca al unicato Jerome Loving, Walt Whitman, 1991
aún dirigido por “los concuñados” — Roca y Juárez Celman— como si
continuara enfrentándose al “perverso aparato del tirano Rosas”, iró­
Se trata de una especie de arenga o de íntimo ensayo de sermón
nicamente utiliza la palabra coterie. Le replican: su “gigantismo” no
Y ico que, al desbaratar cualquier enfriamiento supuestamente objeti­
ha advertido que se trata de una camaradería desinteresada. Su voz
vo convierte los acontecimientos en mito y “lo egocéntrico” en un exas­
“aturde”, cuando son tiempos^ de “cuchichear”. Ya había pasado la
perado egotismo: “Si Dios me encargara de formar una gran república”,
época de las guerras que exigían un inflacionismo de la subjetividad
le escribe a Valentín Alsina en un párrafo condensado y esencial, como
para que el yo pudiera contrarrestar “el tembladeral histórico”. La
si se tratara de una confidencia fundamental, postergada y previ-
presunta estabilidad no se compaginaba con un autobiografísmo siblemente intimidatoria para el corresponsal montevideano, pero que,
desorbitado, sino que solicitaba nostalgias a lo sumo, pero, sobre todo,
hasta en su impetuoso enunciado, insinúa el verdadero proyecto del
panegíricos si se hablaba de la Argentina o apologías y lisonjas si se
“modesto maestro de escuela” sanjuanino. Sarmiento se franquea; pero
trataba del poder. Mármol era un sobreviviente; Ricardo Gutiérrez y
esa franqueza arrolladora se convierte en el síntoma más intenso de
Obligado circulaban con mayor fluidez. Y si a Sarmiento le adjudica­ su egocentrismo. Ptolomeico, sólo él y la Tierra podían ser el centro.
ban el título de loquito, el mismo diminutivo se convertía en una in­ “Acumulación”, sugerimos, además. Pero también antecedentes. Bus­
sidiosa m anera de aludir a su “m egalom anía”. Para los grandes
car su universal: en Roma, se había arrodillado a los pies de Pío IX. Pero
señores del ’80, el egocentrismo de Sarmiento no era mucho más que Sarmiento era laico, y esa genuflexión no pasó de ser una fugaz ceremo­
la caricatura de alguien que se había construido la postulación de su
nia o la solapada artimaña para confrontarse. “Un burgués ilustrado,
propia imagen como m xísl gran aventura frustrada.
minucioso y potente”. El emperador del Brasil, don Pedro II; ése sí que
Egocentrismo que — como si no se hubieran insinuado alternados
le parece el ideal, aún en su republicano campo de posibles.
pero contundentes indicios a lo largo del Viaje— bruscamente se ve­ Distancia prudencial entonces, pero, de pronto, el significado prio­
rifica en uno de sus episodios más retumbantes por los ademanes que
ritario de lo que ha ido juntando en su “viaje de exploración por el m un­
se definen por todo lo contrario de cualquier elegía victimista: es el do”. Almacenar obstinadamente, sin duda, pero hasta que ese acopio,
momento en que el pionero se convierte en profeta, y el cauteloso indisimulable, reviente, desborde y entre en circulación. “Volcánico”
aprendiz, en tribuno elocuente. Ya no se limita a contemplar desde también es una palabra que usarán en el ’80 para describir ese espec­
alguna altura privilegiada, sino que pretende el descenso sacralizado
táculo de la naturaleza. “Si Dios me encargara de formar una gran re­
como legislador. Baja hacia el Sur, al “infierno latino”, pero portando
pública”, confiesa Sarmiento aludiendo a un tête à tete que recuerda el
“los categóricos reglamentos sajones”. Su Viaje norteamericano se le escenario privilegiado del Sinaí. “Si Dios me encargara de formar una
ha convertido en un capítulo de su “manifiesto destino”; y a las pro­
gran república” — se abre la confidencia fundamental de Sarmiento ,
vincias, al Paraguay y a la Patagonia, entre los ’60 y 1879, llegará a “nuestra república à nous, por ejemplo, no admitiría tan serio encar­
considerarlas como colonias de su im perialism o autobiográfico. go, sino a condición de que me diese estas bases por lo menos . Y Sar­
Guaraníes, montoneros y araucanos serán para él “los otros desnu­ miento va enunciando sus exigencias, que, si por un lado juegan con
dos”. Sarmiento ha pasado a ser algo así como el Niágara, “ensorde­
cierta ironía por su desmesura y por la arbitraria cronología utópica,
cedor, inmenso, abundante”, un émulo del W hitman de Song o fM yself
por la otra vertiente aluden al mapa concreto de los Estados Unidos:
que, al privilegiar como nunca la grandeur y “a mí m ismo”, convoca­
“Espacio sin límites conocidos para que se huelguen un día en él dos­
rá,^ con el tiempo, al Lugones de Las montañas del oro y de “La Monta­
cientos millones de habitantes” — prosigue dibujando unos ademanes
ña gritona para que intente prolongarlo desde las alturas de una
muy vastos de escritura pectoral— , “ancha exposición a los mares, cos­
perspectiva “orográficamente andina”.
tas acribilladas de golfos y bahías; superficie variada sin que se opon­
ga dificultades a los caminos de hierro y canales que habrán de cruzar
el Estado en todas direcciones”. Proyecta y exige, poniendo condicio­
nes: “Y como no consentiré jamás en suprimir lo de los ferrocarriles,

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ha de haber carbón de piedra y tanto hierro, que el año de gracia cua­ república, y lo hago aquí para que conste, que se me dé por vecinos pue­
tro mil setecientos cincuenta y uno se estén explotando aún las minas blos de la estirpe española, Méjico por ejemplo, y allá en el horizonte,
como el primer día”. Él se ha transformado en taumaturgo y despliega Cuba, un istmo, etcétera”.
su mapa egocéntrico, su calendario asombroso: “La extrema abundan­ La grandeur profètica y egocéntrica implicaba pronósticos, nada
cia de madera de construcción sería el único obstáculo que soportaría menos que el propio destino manifiesto y hasta una suerte de premoni­
para el fácil descuajo de la tierra, encargándome yo personalmente” ción, hacia 1850, del big stick y de las desmesuras del Theodore Roose­
— puntualiza Sarmiento incurriendo en el plano de la gesticulación— , velt del siglo X X (Cfr. Ray Ginger, Age ofexcess: the United States from
“de dar dirección oportuna a los ríos navegables que habrían de atrave­ 1877 to 1914, 1975). Es un párrafo que pertenece a la misma tanda: al­
sar el país en todas direcciones, convertirse en lagos donde la perspecti­ rededor del 1900, uno de los gentlemen más coherentes con el proyecto
va lo requiriese, desembocar en todos los mares, ligar entre sí todos los sarmientino — corregido y puesto al día— será Carlos Pellegrini, cu­
climas, a fin de que las producciones de los polos viniesen en vía recta a yas actitudes “pragmáticas” no incurrirán en el escepticismo de la
los países tropicales y viceversa”. ¿ Taumaturgo? ¿O vidente egolátrico? elite argentina que viaja a los Estados Unidos. Mucho más próximo
“Luego, para mis miras futuras” — continúa con su ensalmo tan dilata­ al primer Roosevelt, será capaz de diferenciar su agresiva política im­
do— , “pediría con abundacia por doquier mármoles, granitos, pórfidos y perial del progresismo interior que lo enfrenta a los grandes trusts. En
otras piedras de cantería, sin las cuales las naciones no pueden impri­ ningún momento confunde Cavite con Porth Arthur, ni Lesseps con
mir a la tierra olvidadiza el rastro eterno de sus plantas”. Armour o Pullmann. Por más de una razón, sus Cartas norteamerica­
Típica expansión de la grandiosidad sarmientina. ¿Obvia? Desde ya nas publicadas en la prensa porteña actualizarán el ímpetu progra­
que episódicamente repetida. Culminaciones en las que la agresividad mático de Sarmiento. Ni cínico ni incondicional, será el único capaz de
verbal de Sarmiento se apoya en una suerte de metafísica de la palabra; actualizar las profecías y el utopismo de un Sarmiento, pero tan distan­
como si las palabras, divinizadas, extrajeran su fuerza de su propia esen­ te de la estatuaria como de la diatriba o la condescendencia.
cia: “la palabra es Dios”; y su retórica, una forma de acción. Categórica­ Las “colosales” estatuas norteamericanas y los edificios “que en toda
mente. Pero con los matices condicionados por “una linfa subyacente” la Unión asumen formas monumentales”, e incluso sus exageradas di­
que recorre todo su itinerario, y que en este recoveco de 1847 aparece mensiones (“dos metros más que la pirámide de Cheops en Egipto”), en
con nitidez coloreado no sólo por el viaje norteamericano, sino por sus Groussac, en cambio, provocarán sarcasmos despiadados. En Sarmiento
propias expectativas, avideces, codicias y proyectos postergados. Así habían estimulado las propias medidas de la imagen que se iba constru­
como también — y de manera flagrante— por sus obsesivos paralelos yendo. Un romántico plebeyo e impetuoso/un gentleman francés, desabrido
entre los Estados Unidos y la Argentina. y rotundo admirador de Taine y de Renán. En realidad “el magno proyec­
Alguien comentó por ahí: “Como si Sarmiento temiera, en 1847, to” de Sarmiento y su viaje norteamericano se sobreimprimen, hacia 1850,
que iba a perder el tren de la historia”. O que ya lo había perdido con su propia representación. “Sarmiento magno viajero”. Mi grandeza
para siempre. Y de esa manera, retóricamente, intentaba desquitar­ — nos viene a decir— viaja por un país de grandezas, las contempla, las
se de su fracaso. Incluso cuando en dos inflexiones laterales, agrega: mide, las envidia, las refleja, las comenta, y finalmente se deja impregnar
“¿No hay Providencia? ¡Oh, amigo, Dios es la más fácil solución de por ellas hasta su total identificación: “Me vuelvo yanqui, como usted ve”,
todas estas dificultades!”. ¿La intimidad de la carta lo anima a con­ nasaliza definitivamente halagado hacia el entrecierre de la travesía nor­
fesarse así con Alsina? ¿La distancia que disolvía la etiqueta? ¿Un teamericana que ha puesto en movimiento.
recurso más en la construcción de su imagen? El descaro de Sarmien­
to era un tópico que también contribuía a la opinión sobre su “locu­
ra”. El egotismo exasperado parece haber culminado: no ya el Moisés
profètico, sino el mismísimo Jehová. Semejante ímpetu parecería so­
licitar la recuperación de alguna ironía. “Algo de objetividad”. Pero,
no. La grandilocuencia desenfrenada apenas si se atenúa con un
“¡País de cucaña!, diría un francés. ¡La ínsula Barataría!, apuntaría
un español”. El propio convencimiento bordea la egolatría. Su subjetivi­
dad llega a dilatarse en “un solo yo”. Y Sarmiento, con cierta complici­
dad que parece atenuar sus apelaciones a la grandeur, va aclarando:
“¡Imbéciles! Son los Estados Unidos, tal cual los ha formado Dios”. Y
como para que no quede ninguna duda, agrega: “Olvidé pedir para mi

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