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Historia Del Pensamiento Economico Brue Download 2024 Full Chapter

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Historia del pensamiento económico

Brue
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Stanley L. Brue
Pacific Lutheran University

Randy R. Grant
Linfield College

Traducción:
Guadalupe Meza y Staines
Israel Rodríguez Carreño
Traductores profesionales

Revisión técnica:
Mercedes Muñoz
Tecnológico de Monterrey
Campus Santa Fe

Hamma Bachir Ahmed


Tecnológico de Monterrey
Campus Santa Fe
Historia del pensamiento económico © D.R. 2016 por Cengage Learning Editores, S.A. de
Octava edición C.V., una Compañía de Cengage Learning, Inc.
Stanley L. Brue, Randy R. Grant Corporativo Santa Fe
Av. Santa Fe núm. 505, piso 12
Presidente de Cengage Learning Col. Cruz Manca, Santa Fe
Latinoamérica: C.P. 05349, México, D.F.
Fernando Valenzuela Migoya Cengage Learning® es una marca registrada
usada bajo permiso.
Director Editorial para Latinoamérica: DERECHOS RESERVADOS. Ninguna parte de
Ricardo H. Rodríguez este trabajo amparado por la Ley Federal del
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Pilar Hernández Santamarina de información a excepción de lo permitido
en el Capítulo III, Artículo 27 de la Ley Federal
Gerente de Proyectos Especiales: del Derecho de Autor, sin el consentimiento
Luciana Rabuffetti por escrito de la Editorial. Reg 503

Coordinador de Manufactura: Traducido del libro


Rafael Pérez González The Evolution of Economic Thought
Eight edition
Editor: Stanley L. Brue, Randy R. Grant
Javier Reyes Martínez
Publicado en inglés por South-Western,
Diseño de portada: una compañía de Cengage Learning © 2013
MaliArts ISBN: 978-1-111-82367-2

Imagen de portada: Datos para catalogación bibliográfica:


©Dreamstime Brue, Stanley L., Grant, Randy R.
Historia del pensamiento económico
Composición tipográfica: Octava edición
Mariana Sierra Enríquez ISBN: 978-607-522-792-4

Visite nuestro sitio web en:


http://latinoamerica.cengage.com

Impreso en México
1 2 3 4 5 6 7 19 18 17 16
Contenido

Prefacio xi

Capítulo 1 Introducción y perspectiva general 1

Capítulo 2 La escuela mercantilista 13

Capítulo 3 La escuela de los fisiócratas 35

Capítulo 4 La escuela clásica: los precursores 49

Capítulo 5 La escuela clásica: Adam Smith 67

Capítulo 6 La escuela clásica: Thomas Robert Malthus 91

Capítulo 7 La escuela clásica: David Ricardo 107

Capítulo 8 La escuela clásica: Bentham, Say, Senior


y Mill 131

Capítulo 9 Surgimiento del pensamiento socialista 161

Capítulo 10 Socialismo marxista 183

Capítulo 11 La escuela histórica alemana 205

Capítulo 12 La escuela marginalista: los precursores 223

Capítulo 13 La escuela marginalista: Jevons, Menger,


Von Wieser y Von Böhm-Bawerk 245

Capítulo 14 La escuela marginalista: Edgeworth y Clark 271

Capítulo 15 La escuela neoclásica: Alfred Marshall 293


iii
iv Contenido breve

Capítulo 16 La escuela neoclásica: economía monetaria 321

Capítulo 17 La escuela neoclásica: desviación


de la competencia perfecta 343

Capítulo 18 Economía matemática

Capítulo 19 La escuela institucionalista

Capítulo 20 Economía del bienestar 425

Capítulo 21 La escuela keynesiana: John Maynard Keynes 455

Capítulo 22 La escuela keynesiana: desarrollos


a partir de Keynes 477

Capítulo 23 Teorías del crecimiento y el desarrollo


económico 505

Capítulo 24 La escuela de Chicago: el nuevo clasicismo 529

Capítulo 25 Pensamientos finales 557

Índice onomástico 567

Índice analítico 571


xi

Prefacio

LA OCTAVA EDICIÓN
El propósito primordial de este libro es narrar de forma clara, documentada, equi-
librada e interesante la historia de la economía. Después de todo, es una historia de
gran importancia, que agudiza la comprensión de la economía moderna y propor-
ciona una perspectiva única que no se encuentra en otras áreas de la disciplina.
El estudio de la historia del pensamiento económico sigue creciendo a medida
que madura la economía. Las nuevas ideas, evidencia, problemas y valores requieren
toda una reconsideración de las controversias básicas y las principales contribuciones
del pasado. Aunque se conservan las características básicas de las ediciones anteriores,
esta se ha actualizado y revisado de forma importante. A continuación se mencionan
los cambios más relevantes.

Se incorporan nuevos economistas


En esta edición se presentan por primera vez las contribuciones de los siguientes
economistas:
• Eli Heckscher y Bertil Ohlin (capítulo 7)
• Paul Krugman (capítulo 7)
• Joseph Bertrand (capítulo 12)
• Heinrich von Stackelberg (capítulo 12)
• Charles Cobb y Paul Douglas (capítulo 14)
• Friedrich A. Hayek (capítulo 22)
• Hyman Minsky (capítulo 22)
• Muhammad Yunus (capítulo 23)
• Edmund Phelps (capítulo 24)
En respuesta a las sugerencias de los lectores, el análisis sobre la decadencia del capi-
talismo de Joseph Schumpeter que aparecía en el sitio web de libro se ha incorporado
en el capítulo 23.

Nuevas secciones El pasado como prólogo


Esta edición contiene seis secciones nuevas o significativamente revisadas de El pasado
como prólogo. Estos “cuadros” relacionan las ideas anteriores, en ocasiones abordadas
sólo de forma breve, con las contribuciones o los aspectos económicos subsiguientes o
contemporáneos. En algunos casos, la conexión particular de ideas abarca muchas
décadas; en otros casos sólo algunos años. En ocasiones las secciones miran hacia el
futuro, otras veces hacia el pasado. Pero en todos los casos implican ideas originales y
su impacto en la teoría económica, los problemas o los eventos.
Estas secciones deben ayudarle a usted a reconocer las conexiones históricas y
lógicas entre las ideas. Después de leerlas tal vez comenzará a vincular las ideas his-
tóricas en otras áreas de sus estudios. Además, estas secciones ocasionalmente sirven
como vehículo para introducir ideas o aspectos importantes que en cierta forma son
xi
xii Prefacio

tangenciales al flujo principal del libro y que, por consiguiente, se tratan mejor por
separado.
Los nuevos títulos de la sección son:

• Malthus, Carlyle y la ciencia deprimente (capítulo 6)


• Avances en la teoría del comercio según Ricardo (capítulo 7)
• Extensiones a la teoría del duopolio de Cournot (capítulo 12)
• La teoría monetaria y la Gran Recesión (capítulo 16)
• Conflicto de teorías sobre la Gran Recesión (capítulo 22)
• Yunus, el microcrédito y el premio Nobel de la paz (capítulo 23)

La tabla de contenido incluye una lista completa de las secciones El pasado como
prólogo. Para asegurarnos de que esos cuadros no interrumpan el flujo lógico del
capítulo, hemos colocado una indicación al margen para indicar cuando usted lea
cada sección.

Elementos adicionales de final de capítulo


La sección Preguntas para estudio y análisis al final del capítulo se ha enriquecido
con preguntas relacionadas con el nuevo contenido. Además, el listado de la sección
Lecturas selectas se incrementó y actualizó con referencias modernas.

Elementos adicionales al sitio web


En esta edición se amplía el material en el sitio web que fue incorporado en la edición
anterior. El acceso al sitio está disponible sólo en inglés y con costo adicional en www.
cengagebrain.com. Sus características incluyen:

• Capítulos sobre el pensamiento económico anterior a 1500. Los capítulos


sobre filosofía griega y las contribuciones judeo-cristianas de la Biblia a lo
largo de la Reforma Protestante aclaran las primeras ideas en economía, algu-
nas de las cuales se pueden encontrar en los tiempos modernos.
• Un nuevo capítulo sobre los inicios del pensamiento económico estado-
unidense. Aunque los hombres de Estado como Benjamin Franklin, Thomas
Paine y Alexander Hamilton son más conocidos por sus teorías y actos polí-
ticos, todos ellos articularon ideas económicas emergentes e interaccionaron
con los reconocidos teóricos de la economía de su época.
• Nuevos economistas. Se agregan biografías y contribuciones de otros eco-
nomistas para varios de los capítulos. George Stigler, Abba Lerner y muchos
otros se han añadido a archivos que se pueden descargar.
• Vínculos a sitios web de interés. Se proporcionan vínculos a otros sitios web
importantes acerca del pensamiento histórico para quien desee aprender más
acerca de los personajes famosos en la evolución de la historia del pensamiento
económico.
Le invitamos a revisar de forma periódica el sitio web para conocer material nuevo,
ya que constantemente buscamos y agregamos contenidos para cerrar brechas impor-
tantes y mantener actualizada la disciplina.
Prefacio xiii

Diferenciación del producto


Las características distintivas de este libro incluyen:
• Cinco preguntas fundamentales. A medida que se introduce cada escuela
importante del pensamiento económico, se consideran cinco preguntas:
¿Cuáles son los antecedentes históricos de la escuela? ¿Cuáles sus principios
fundamentales? ¿A quiénes benefició o trató de beneficiar la escuela? ¿En qué
forma la escuela era válida, útil o correcta en su época? ¿Cuáles principios de
la escuela se convirtieron en contribuciones perdurables?
Las respuestas a estas preguntas proporcionan un resumen preciso de cada
escuela. Posteriormente el análisis se enfoca en los principales autores dentro
de cada una de ellas. Este enfoque es apropiado intelectual, y educativamente,
al presentar la historia del pensamiento económico de una manera que pro-
mueva la retención del conocimiento por parte del lector.
• Citas amplias. Se utilizan amplias citas de fuentes originales para familiarizar
de forma directa a los lectores con el sabor y la esencia de las principales obras
de economía de la historia. Desde un punto de vista ideal, esos pasajes lo
motivarán a usted, de tal manera que recurrirá a las obras originales para una
lectura adicional.
• Historia intelectual. Esta edición continúa con la orientación a las artes libe-
rales de las ediciones previas. Es algo más que un tratado sobre el surgimiento
de la teoría económica formal moderna; también aborda el desarrollo de un
pensamiento económico más amplio y sus relaciones con otras porciones de
la historia intelectual. Por supuesto, una amplia orientación a las artes libera-
les no excluye y, en muchos casos requiere, un riguroso tratamiento a fondo
de la teoría económica, tanto ortodoxa como no ortodoxa. Por lo tanto, se
presta atención especial a la aparición de los aspectos técnicos de los principa-
les modelos de libros sobre economía moderna.
• Claridad en la exposición. Este libro continúa haciendo hincapié en la cla-
ridad de la exposición, está diseñado para ser accesible, no sólo para quienes
han tomado varios cursos de economía, sino para los estudiantes que acaban
de tomar un curso de principios de economía con una secuencia razonable-
mente rigurosa.
• Línea de tiempo del pensamiento económicas. El libro incluye en la parte
final la Línea de tiempo del pensamiento económico. Cada rectángulo en esta
escala representa una escuela o enfoque importante y los nombres dentro de
cada rectángulo son los de los economistas más importantes o representativos
en el desarrollo de esa idea o esa serie de ideas. El tipo particular de flecha
(negra o blanca) que vincula a dos escuelas indica la naturaleza de la relación
que existía entre ellas. Las flechas no capturan perfectamente los matices de las
relaciones entre dos escuelas del pensamiento económico, pero resultan infor-
mativas. La compleja multitud de problemas casi asegura que cada escuela
tenga puntos de acuerdo y desacuerdo con el resto de las escuelas.
• Apéndice sobre fuentes de información. El capítulo 1 contiene un apéndice
que resume las principales fuentes de información en el área, incluidas las que
se encuentran en internet.
xiv Prefacio

• Preguntas para estudio. Las preguntas para estudio y análisis se encuentran


al final de cada capítulo. Dichas preguntas revisan el contenido del capítulo,
motivan al lector a “ampliar” su comprensión e interconectan el material
pasado, presente y futuro.
• Figuras con leyendas. Una leyenda explicativa, cuidadosamente escrita,
acompaña cada figura.

Agradecimientos
Quienes han adoptado este libro desde hace largo tiempo reconocerán en él el legado
de Jacob Oser. Aunque él ya no vivió para participar en las cuatro últimas ediciones,
se mantienen las características, el estilo y, en muchos casos, las palabras reales de las
primeras ediciones. Para nosotros ha sido un honor seguir adelante con la obra del
profesor Oser.
En la revisión de este libro nos hemos beneficiado mucho con la ayuda propor-
cionada por los revisores y nos gustaría expresarles nuestro agradecimiento. Ellos son
Syad Ahman, McMaster University; Ernest Ankrim, Frank Russell Company; Ben-
jamin Balak, Rollins College; Richard Ballman, Augustana College en Illinois; Les
Carson, Augustana College en Dakota del Sur; Kart W. Einof, Mount Saint Mary´s
University en Maryland; Maxwell O. Eseonu, Virginia State University; Tawni Hunt
Ferrani, Northern Michigan University; Peter Garlick, SUNY-New Paltz; David E.
R. Gay, University of Arkansas; Geoffrey Gilbert, Hobart and William Smith Colle-
ges; Ching-Yao Hsieh, George Washington University; Robert Jensen, Pacific Luthe-
ran University; John Larrivee, Mount Saint Mary´s University en Maryland; Charles
G. Leathers, University of Alabama en Tuscaloosa; Mary H. Lesser, Iona College;
Andrea Maneschi, Vanderbilt University; John A. Miller, Wheaton College en Mas-
sachussets; Tracy Miller, Baylor University; Clair E. Morris, Academia Naval de los
Estados Unidos; Lawrence Moss, Babson College; Norris Peterson, Pacific Luthe-
ran University; Michael Reed, Universidad de Nevada en Reno; Thomas Reinwald,
Shippensburg University; Teresa M. Riley, Youngstown State University; Robert P.
Rogers, Ashland University y Neil T. Skaggs, Illinois State University. Numerosos
estudiantes de cursos de Historia del pensamiento económico también han identifi-
cado con afán los errores y ofrecido sugerencias de mejora. Agradecemos en especial
a Kyle Abeln, estudiante de Linfield College Economics, por su ejemplar apoyo con
la investigación.
También deseamos expresar nuestro agradecimiento a las siguientes personas muy
talentosas en Cengage Learning/South-Western e Interactive Composition Corpo-
ration por su experto manejo de la revisión desde su concepción hasta el producto
final: Steven Scoble, editor de adquisiciones; Theodore Knight, editor de desarrollo;
Michelle Kunkler, directora de arte; Amber Hosea, gerente de fotografía/permisos y
Kevin Kluck, gerente de producción.
Por último, dedicamos nuestros esfuerzos a Terry y Craig, y a Susie, Alex y Kara.
Les agradecemos su inquebrantable apoyo y estímulo.
Capítulo
INTRODUCCIÓN Y
PERSPECTIVA GENERAL
1
Los primeros brotes del pensamiento económico se vinculan con la antigüedad.
Por ejemplo, la palabra economía tiene sus raíces en la antigua Grecia, en donde
oeconomicus significaba “administración del hogar”. Aristóteles (384-322 a.C.) se
interesó en el pensamiento económico, y distinguió entre las “artes de adquisi-
ción naturales y no naturales”. La adquisición natural, escribió, incluye actividades
como agricultura, pesca y cacería, que producen bienes para satisfacer las necesida-
des de la vida. La adquisición no natural, que él desaprobaba, era la obtención de
bienes más allá de las propias necesidades. Platón (427-347 a.C.) escribió acerca
de los beneficios de la especialización humana dentro de la ciudad-Estado ideal.
Esa especialización anticipó las ideas posteriores de Adam Smith sobre la división
del trabajo. La Biblia contiene diversas ideas acerca de la economía, incluso las que
se oponen al préstamo con intereses (usura). En la Edad Media Santo Tomás de
Aquino (1225-1274) creó el concepto de precio justo, en el cual ni el comprador
ni el vendedor se aprovechan del otro.
El periodo anterior a 1500 d.C. fue una época muy diferente en comparación
con lo que sucedió desde ese tiempo hasta la actualidad. Había muy poco comer-
cio antes de 1500 y la mayoría de los bienes se producían para el consumo de la
comunidad que los generaba, sin enviarlos primero al mercado. Por consiguiente,
el dinero y el crédito todavía no tenían un uso generalizado, aunque existían desde
épocas antiguas. Los Estados Nación poderosos y las economías nacionales inte-
gradas no alcanzaban una evolución plena, ni tampoco existían escuelas del pensa-
miento económico.
Asimismo, después de 1500, los mercados y el comercio tuvieron una rápida
expansión, y las exploraciones y descubrimientos geográficos más grandes fueron
resultados de este proceso y a la vez lo aceleraron. La economía monetaria sustituyó
a la economía natural o autosuficiente. Los Estados Nación con economías unifica-
das se convirtieron en fuerzas dominantes. Las escuelas de economía surgieron para
representar a grupos sistemáticos de pensamiento y formación política.
La “era de la economía política”, que inició en 1500, comenzó a suplantar a la
“era de la filosofía moral”. El enfoque de la economía política permitió organizar
con más congruencia el pensamiento económico, y convirtió los fragmentos de
ideas económicas en teorías sistemáticas. Sin embargo, debe reconocerse la natu-
raleza seminal de esos primeros fragmentos, de manera que en el sitio web de este
libro (http://www.cengagebrain.com) usted encontrará capítulos sobre la antigua
Grecia y la influencia de las ideas religiosas de los tiempos bíblicos hasta la Reforma
protestante. Aunque de forma ocasional se hace referencia a las ideas anteriores, el
texto inicia con la historia de la evolución del pensamiento económico en el siglo
XVI, con el mercantilismo.

1
2 Capítulo 1 Introducción y perspectiva general

LÍNEA DE TIEMPO DE LAS IDEAS ECONÓMICAS


El pensamiento económico ha mostrado un grado significativo de continuidad a
lo largo de los siglos. Los fundadores de una nueva teoría se pueden basar en las
ideas de sus predecesores y desarrollarlas más, o bien pueden reaccionar en oposi-
ción a ideas anteriores que estimulan su propio pensamiento en nuevas direccio-
nes. Esas relaciones entre diferentes escuelas de pensamiento se describen en la
Línea de tiempo de las ideas económicas en la parte interior de la portada de este
libro. Cuando vea esa línea, tenga en mente que cualquier esquema que delinea las
influencias y vincula las escuelas requiere ciertas decisiones arbitrarias acerca de qué
tiene cabida y en dónde.
Cada rectángulo en la Línea de tiempo representa una escuela o enfoque impor-
tante. En cada rectángulo aparecen los nombres de los economistas más relevantes
en el desarrollo de esa escuela o enfoque. Los nombres inmediatamente arriba y
afuera de cada rectángulo son los precursores de la escuela. Una flecha blanca que
une dos rectángulos muestra que el último grupo por lo general era seguidor del que
se desarrolló o al que reemplazó. Una flecha negra muestra que el último grupo era
antagonista de o surgió en oposición al primer grupo. Una flecha punteada indica los
grupos en los que algunos contribuyentes eran seguidores de los predecesores, pero
otros eran antagonistas.
Por consiguiente usted descubrirá, por ejemplo, que los fisiócratas estaban total-
mente en contra de las doctrinas del mercantilismo (flecha negra), mientras que
Adam Smith y la escuela clásica eran continuadores de los fisiócratas (flecha blanca).
Los marginalistas mostraban una tendencia a romper con la escuela clásica de la
cual surgieron, en tanto que John Maynard Keynes, a su vez, rechazaba las ideas
macroeconómicas del marginalismo. Por consiguiente, la flecha negra aparece en
esas secuencias, aunque se podría argumentar que las similitudes en ambos casos
eran mayores que las diferencias. Sin embargo, los marginalistas tenían ciertamente
relaciones estrechas con los economistas monetaristas (flecha blanca). Por otro lado,
algunos economistas del bienestar propusieron ideas marginalistas, mientras que
otros las cuestionaron. Por consiguiente, la flecha de la escuela marginalista que va a
los economistas del bienestar está punteada.
Numerosas ideas modernas tienen alguna similitud con conceptos jamás adopta-
dos de épocas pasadas o repudiados hace largo tiempo. Por ejemplo, algunos econo-
mistas del lado de la oferta que escribieron en Estados Unidos durante la década de
1980, recomendaban un retorno al patrón oro, idea promovida por los economistas
y adoptada por las naciones a partir de 1800, pero que cayó en desgracia después de
la depresión de 1930. La idea del capital humano que expresaron por Adam Smith y
John Stuart Mill permaneció inactiva hasta que Theodore Schultz y Gary Becker la
revitalizaron e impulsaron en el periodo posterior a 1960. Las desalentadoras decla-
raciones de Thomas Robert Malthus en 1798 se escucharon modificadas en las voces
de un puñado de economistas durante la década de 1970, quienes predijeron que
la escasez de recursos muy pronto provocaría el colapso de la economía mundial. El
surgimiento de la nueva macroeconomía clásica en las décadas de 1980 y 1990, como
un reto a los puntos de vista keynesianos prevalecientes dejó en el olvido parte del
antiguo clasicismo del siglo pasado.
Lo anterior no pretende sugerir que la historia se mueve en círculos y que retro-
cede hacia donde estaba en periodos previos. Por el contrario, la historia del pensa-
Capítulo 1 Introducción y perspectiva general 3

miento económico parece moverse en espiral. Las teorías y políticas económicas con
frecuencia retoman ideas de otras similares de una época anterior, pero a menudo
se encuentran en diferentes planos y condiciones muy distintas. Las diferencias son
tan significativas como las similitudes, y vale la pena analizar de cerca ambas. De ello
usted se dará cuenta a medida que transite a lo largo de la Línea de tiempo. Consulte
a menudo dicha línea conforme avance en la lectura del libro, porque eso le ayudará
a identificar en dónde los economistas y las ideas que estudia tienen cabida dentro del
flujo mayor histórico de las doctrinas.
Por último, verá a lo largo del libro muchas secciones llamadas El pasado como
prólogo. Esas secciones numeradas demuestran que las ideas pasadas, en ocasiones de
forma fragmentada, son precursoras de ideas o políticas económicas posteriores más
desarrolladas y formalizadas. Un símbolo en el margen de la página indica el mejor
momento para hacer una pausa y leer dichas secciones. También le recordarán en
dónde volver a iniciar su lectura después de la pausa.

LAS CINCO PREGUNTAS FUNDAMENTALES


A medida que se presenta cada escuela importante del pensamiento económico, se
considerarán las cinco preguntas fundamentales acerca de ella. Este método propor-
cionará una perspectiva sobre la escuela y los antecedentes sociales que la produje-
ron. Este resumen, conciso al principio, ayudará a clarificar los puntos importantes a
medida que estudia las ideas de los principales economistas. El estudio de los econo-
mistas ilustrará las características de las escuelas con las cuales se les ha vinculado y las
citas de sus escritos le brindarán la esencia de su pensamiento.

¿Cuáles fueron los antecedentes históricos de la escuela?


Aquí estudiará los antecedentes históricos para cerciorarse si ésta fue fomentada por un
sistema específico de pensamiento. La teoría económica a menudo se desarrolla como
respuesta a los cambios en el entorno, que atraen la atención hacia nuevos problemas.
Cierto conocimiento del tiempo histórico en que se presenta es esencial para com-
prender por qué las personas actuaban y pensaban en la forma que lo hacían.
Por supuesto, es verdad que muchos sistemas de pensamiento existen de forma
simultánea en la mente de numerosos individuos. Los intelectos tienden a desarrollar
una vasta multiplicidad de ideas, que va desde las más sensatas a las más desatinadas
y fantásticas. Las ideas que no eran pertinentes para la sociedad y la época en que se
presentaron tienden a marchitarse y morir, mientras que las útiles y eficaces para res-
ponder al menos algunas preguntas y resolver ciertos problemas, se difunden, popu-
larizan y contribuyen a la importancia de sus autores. Adam Smith aportó mucho al
pensamiento económico; ¿pero alguien duda de que, si él nunca hubiera vivido, las
mismas ideas habrían surgido después? Tal vez no se habrían expresado tan bien o
con tanta claridad. Los eruditos habrían tropezado un poco más antes de encontrarse
en la senda intelectual que él trazó con tanta claridad.
Smith hizo una contribución mayor precisamente porque sus ideas respondían
a los requerimientos de su época. Si, por ejemplo, la teoría de David Ricardo de la
ventaja comparativa en el comercio internacional se hubiera descubierto en la época
feudal, no habría tenido una gran importancia en ese mundo de autosuficiencia local,
con un mínimo de comercio. La disputa sobre las leyes del maíz en Inglaterra a prin-
cipios de 1800 dio lugar la teoría de la renta. Si Keynes hubiera publicado La teoría
4 Capítulo 1 Introducción y perspectiva general

general sobre el empleo, el interés y el dinero en 1926, en vez de hacerlo en 1936, habría
suscitado mucha menos atención de la que atrajo. Claro, es importante el medio
social en el cual se desarrollan las ideas.
De hecho, algunos economistas le atribuyen una importancia primordial a los
entorno social, político y económico para modelar la naturaleza de las preguntas que
plantean los economistas y, por consiguiente, al contenido de las teorías económicas
que surgen durante un periodo determinado. Por ejemplo, según John Kenneth Gal-
braith, “Las ideas son inherentemente conservadoras. Se doblegan no ante el ataque
de otras ideas, sino ante la violenta y masiva embestida de las circunstancias con las
cuales no pueden contender”.1 Dicho de otra manera, las nuevas ideas sustituyen a
las teorías económicas aceptadas sólo cuando los acontecimientos del día hacen que
las antiguas teorías sean claramente inadecuadas. Por ejemplo, algunos argumentarían
que la antigua noción de que una economía de mercado genera automáticamente el
pleno empleo, no cedió ante la lógica de la teoría general de Keynes, más bien ante la
depresión y el desempleo masivo a nivel mundial de la década de 1930.
Wesley C. Mitchell expresó un punto de vista similar cuando escribió:
Los economistas tienden a pensar que su obra es el resultado de un juego de la libre
inteligencia sobre problemas lógicamente formulados. Pueden reconocer que sus ideas
se han visto influidas por la lectura y la enseñanza que fueron lo bastante sensatos para
elegir, pero muy rara vez comprenden que su inteligencia libre ha sido moldeada por las
circunstancias en las cuales crecieron; que sus mentes son productos sociales; que, en
cualquier sentido serio, no pueden trascender a su entorno.
Para comprender todo esto acerca de ellos mismos, es importante si los estudiantes
se convertirán de forma apropiada en autocríticos; es decir, si comprenderán los límites
a los cuales está sujeta su visión. Pero es excesivamente difícil que una mente que ha
sido moldeada por un entorno determinado acepte ese entorno como algo rutinario, o
que vea que es el producto de condiciones transitorias, y por consiguiente está sujeta a
diversas limitaciones.2
Sin embargo, muchos otros economistas no estarían de acuerdo o limitarían la idea
de que las fuerzas del entorno son los principales formadores de la teoría económica.
Argumentan que los factores internos dentro de una disciplina, como el descubri-
miento y la explicación de paradojas no resueltas, dan razón de la mayoría de los
adelantos teóricos. Que sea George J. Stigler quien hable por ellos:
Creo que cada desarrollo importante en la teoría económica durante los últimos cien
años habría surgido mucho antes si las condiciones del entorno hubieran sido todo lo
que necesitábamos. Incluso la teoría general de Keynes habría podido encontrar una
base empírica evidente en el periodo posnapoleónico las décadas de 1870 o 1890. Tal
vez esto sólo equivale a decir, lo que es verdadero y casi redundante, que los elementos
de un sistema económico que los economistas creen que es básico han estado presentes
durante largo tiempo. La naturaleza de los sistemas económicos ha cambiado relativa-
mente poco desde la época de Smith.
De manera que le asigno un rol menor, e incluso incidental, al entorno contemporá-
neo en el desarrollo de la teoría económica desde que se ha convertido en una disciplina

1
John Kenneth Galbraith, The Affluent Society, Boston, Houghton Mifflin, 1958, p. 20.
2
Wesley C. Mitchell, Types of Economic Theory, editor Joseph Dorfman, tomo 1, Nueva York, A. M. Kelly, 1967, pp. 36
y 37.
Capítulo 1 Introducción y perspectiva general 5

profesional. Incluso cuando el estímulo del entorno original para un desarrollo analítico
específico es bastante claro, como en la teoría de la renta de Ricardo, la profesión muy
pronto se apropia del problema y lo reformula de manera tal que se vuelve cada vez
más lejano de los acontecimientos actuales, hasta que finalmente su origen no tiene una
relación reconocible con su naturaleza o aplicaciones.3

¿Cuál de estas dos perspectivas es la correcta? Ambas contienen elementos de verdad.


Es obvio que algunas teorías surgen como consecuencia directa de los problemas
candentes del día, y otros avances en la economía surgen de la continua búsqueda de
conocimientos, en forma muy independiente de los acontecimientos actuales.

¿Cuáles son los principios fundamentales de la escuela?


Con este título se proporcionan amplias generalizaciones acerca de las ideas de las
sucesivas escuelas de la economía. La solidez de este procedimiento es que permite
una presentación concisa de la esencia de la escuela. El punto débil es que siempre hay
excepciones a la generalización que no es posible examinar en detalle sino hasta más
adelante. Un resumen breve presenta los patrones de uniformidad en las ideas de los
grupos de economistas, pero las excepciones pueden contener las semillas de ideas que
triunfarán a la larga. Entonces se dirá que los mercantilistas favorecían la acumulación
de oro y plata, aun cuando había algunos entre ellos que adoptaron una posición con-
traria a la acumulación de lingotes. Esas personas se sentían abrumadas y al principio
casi no las escuchaban, pero al final sus ideas fueron reivindicadas. De modo similar, la
escuela clásica creía en el libre comercio entre las naciones; sin embargo Malthus, un
economista clásico, estaba a favor de los aranceles a los bienes importados.

¿A quiénes beneficiaba o trataba de beneficiar la escuela?


El tipo de preguntas económicas que prevalecen en el pensamiento de un grupo
pueden carecer de significado para otro. Por ejemplo, en la Edad Media los teólogos
se preocupaban mucho por el aspecto moral de cobrar intereses sobre el dinero pres-
tado. Con el tiempo, este problema pareció menos importante. Un grupo de pensa-
dores y practicantes llamados mercantilistas preguntaban, “¿Cuál es la mejor forma
para que un país acumule oro y plata?”. Los economistas clásicos se interesaban
más en “¿Cómo incrementar la producción?”. Los socialistas buscaban formas de
compensar las severas condiciones impuestas por la Revolución Industrial. Keynes
buscaba saber en qué forma una economía de mercado podía evitar las depresiones
y el alto nivel de desempleo. Los monetaristas reflexionaban acerca de las causas de
la inflación. Con el objetivo de ser aceptado, un sistema de ideas se debe ajustar a
las necesidades de toda la sociedad o al menos ser creíble para un segmento de la
sociedad que lo defenderá, ampliará y aplicará.
La mayoría de los teóricos de la economía suponen que el egoísmo del individuo
es dominante y guía al proceso económico. Sin embargo, el egoísmo no coincide con
las condiciones caóticas de individuos que se salen con la suya en oposición al resto
de la sociedad; los individuos son guiados por fuerzas del mercado, sociales, políticas
y éticas para cooperar con otros en la organización de una relación razonable con
la sociedad. Además, se unen en grupos debido a las presiones sociales, intereses e
ideas comunes y la naturaleza gregaria. De manera que existen grupos religiosos,
3
George J. Stigler, Essays in the History of Economics, Chicago, University of Chicago Press, 1965, p. 23.
6 Capítulo 1 Introducción y perspectiva general

políticos, estéticos, sociales y económicos, y cada uno representa una perspectiva y


un programa unificados en su esfera especial de interés. Aquí interesan los grupos de
personas que desarrollan ideas comunes basadas, en parte, en el egoísmo y en parte
en consideraciones que moldean su concepto de cómo se debe organizar una eco-
nomía y en qué dirección se debe mover. El interés aquí es identificar a los grupos
que apoyaban a cada escuela de pensamiento y a los grupos a los cuales recurría cada
escuela en busca de sustento, ya sea con o sin éxito.

¿De qué forma la escuela era válida, útil o correcta en su época?


Aquí es necesario encontrar una ruta entre dos peligros opuestos. Uno es la idea
errónea de que los pensadores del pasado estaban equivocados, eran ingenuos, igno-
rantes o tontos y que los de hoy, por ser más sabios, han descubierto la verdad defi-
nitiva. En estos términos J. B. Say, al escribir hace más de 200 años, preguntó: “¿A
qué propósito útil se puede servir con el estudio de opiniones y doctrinas absurdas que
se han desacreditado desde hace largo tiempo y que merecían que así fuera? Simple-
mente es una pedantería inútil tratar de revivirlas. Mientras más perfecta es una ciencia,
más corta se vuelve su historia”.4
Este punto de vista aplica más a las ciencias físicas que a las sociales. Puesto que el
universo físico no ha cambiado de forma perceptible durante los siglos recientes, las
leyes conforme a las cuales opera tampoco han cambiado mucho. A medida que han
aumentado los conocimientos de los científicos, las personas se han acercado más a la
verdad. Incluso así, las ciencias físicas tienen sentido. Pero la sociedad ha cambiado
y, por consiguiente, no sorprende que hayan surgido nuevas teorías para explicar los
nuevos desarrollos. Las teorías o políticas plausibles en el siglo XVII tal vez tienen
muy poca aplicabilidad 400 años después.
El otro extremo es descubrir que cada idea dominante del pasado era correcta,
justa y buena en su época. Por supuesto, la posible validez de las teorías económi-
cas se debe relacionar con su época y lugar, pero tal vez eran erróneas o deficientes
incluso cuando se presentaron por primera vez. De manera que, por ejemplo, la
teoría del valor trabajo de Karl Marx se debe evaluar no sólo en relación con las
primeras teorías del trabajo de Smith y Ricardo, sino conforme a los estándares de
la teoría moderna del valor. Este enfoque crítico, por supuesto, se debe aplicar tam-
bién al pensamiento actual. Los conceptos con amplia aceptación en la actualidad, a
menudo son inconcebibles para épocas anteriores y pueden llegar a ser inapropiados
en el futuro.

¿Cuáles principios de tal escuela se convirtieron


en contribuciones perdurables?
Esta sección identifica las ideas que presenta una escuela y han tenido una importan-
cia perdurable y que, por consiguiente, todavía se encuentran en los libros actuales
de economía. Aquí, esas contribuciones que “han resistido la prueba del tiempo”
se distinguirán de aquellas que, aun cuando tal vez fueron válidas en su época, no
sobrevivieron a su utilidad a medida que surgían nuevas evidencias o al tiempo que
cambiaban las condiciones sociales.

4
Charles Gide, Charles Rist. A History of Economic Doctrines from the Time of the Physiocrats to the Present Day, Univer-
sidad de California. D.C. Heath, 1948, p. 10.
Capítulo 1 Introducción y perspectiva general 7

EL VALOR DE ESTUDIAR ECONOMÍA Y SU HISTORIA


Los estudiantes a punto de abrirse paso en el difícil terreno intelectual que les espera,
tal vez se pregunten: “¿Valdrá la pena el esfuerzo? ¿Para qué estudiar teoría econó-
mica? ¿Para qué estudiar su historia?”.
Acuden a la mente muchas respuestas. Dos razones importantes, distintas de las
ventajas personales que se podrían obtener, justifican el estudio de la teoría econó-
mica. En primer lugar, ese estudio le permite comprender cómo funciona una eco-
nomía; es decir, ¿qué la hace permanecer unida y funcionar? En segundo, la teoría
económica le ayuda a la sociedad a alcanzaz las metas económicas que ha elegido
para ella misma. La sociedad puede progresar con mayor rapidez en alcanzar metas
económicas mediante el conocimiento de la economía.
¿Pero por qué estudiar la historia del pensamiento económico? En primer lugar,
ese estudio mejora la comprensión del pensamiento económico moderno. Como
ejemplo, se investigará el desarrollo histórico de los numerosos e intrincados con-
ceptos que son la base del análisis contemporáneo de la oferta y la demanda. De
manera más específica, en qué forma ideas como los rendimientos decrecientes y los
rendimientos a escala pavimentaron el camino para el análisis moderno de la oferta
a corto y largo plazos y la forma en que la utilidad marginal y los modelos de la
curva de indiferencia condujeron al surgimiento de la moderna teoría de la demanda.
Usted descubrirá que, como lo expresa Mark Blaug, “la teoría contemporánea lleva
las cicatrices de los problemas del ayer ahora resueltos, de los errores del ayer ahora
corregidos y no se puede comprender plenamente sino como un legado transmitido
por el pasado”.5
En segundo lugar, las vastas cantidades de análisis y evidencia que han generado
los economistas a lo largo de décadas permiten un mayor control ante las generali-
zaciones irresponsables. Esto evita cometer tantos errores al tomar decisiones per-
sonales o al apoyar políticas económicas nacionales y locales. Sin embargo, en la
economía quedan muchos problemas sin resolver y muchas preguntas sin respuesta.
Su comprensión de los éxitos, errores y callejones sin salida del pasado le será útil para
resolver esos problemas y responder dichas preguntas.
Por último, y sobre todo, el estudio de la historia del pensamiento económico
proporciona una perspectiva y una comprensión del pasado, de las ideas y los proble-
mas cambiantes y de la dirección del presente. Le ayuda a apreciar que ningún grupo
tiene un monopolio de la verdad y que muchos grupos e individuos han contribuido
a la riqueza y diversidad de su herencia intelectual, cultural y material. Un estudio de
la evolución del pensamiento económico y de los cambiantes antecedentes sociales
asociados con ella le aclarará los cambios en otras áreas de su interés, como política,
artes, literatura, música, filosofía y ciencias. Por supuesto, aquí existe una relación
recíproca, así que una mejor comprensión de esas áreas de conocimiento ayuda a
explicar la dinámica de las ideas económicas.
Por desgracia, la acumulación de conocimientos y comprensión no necesariamente
conduce a un mundo mejor. Incluso si todas las personas estuvieran perfectamente
informadas acerca de los aspectos económicos, continuarían los desacuerdos y con-
flictos, debido a las diferentes ideas de lo que es y no es bueno, de cuáles metas se

5
Mark Blaug, Economic Theory in Retrospect, 4a. ed., Londres, Cambridge University Press, 1985, p. VII.
8 Capítulo 1 Introducción y perspectiva general

deben adoptar y cuáles rechazar, y cuál debe ser la prioridad de cada meta. Aun
cuando todo conviniera en las metas para la economía, habría desacuerdo acerca de
su importancia relativa. Pero el análisis económico ayuda a idear sistemas que definen
el bien común, individual y social, para que las personas satisfagan sus propios inte-
reses, al tiempo que mejoran el bienestar de otros.
Al combinarse ciertas circunstancias, emerge la desesperanzada perversidad de las
personas. Cabe la esperanza de que a medida que aumente la comprensión de la
economía y de que se incremente el dominio sobre los problemas sociales; conforme
aumente el bienestar material y se amplíe el aprecio de las facetas culturales, estéticas
e intelectuales de la vida, el hombre será más civilizado, humano y considerado hacia
los demás. Si el estudio de las teorías y los problemas económicos del pasado y del
presente contribuyen a alcanzar estas metas, habrá valido la pena el esfuerzo.

Preguntas para estudio y análisis


1. De acuerdo con los autores, ¿en qué difieren las contribuciones hechas al pensa-
miento económico antes de 1500 d.C., de las que se han hecho desde esa época?
2. Explique el significado de las flechas blancas y negras que conectan a las escuelas
de pensamiento económico en la Escala de tiempo. ¿Cómo se distinguen en el
diagrama los precursores de una escuela de sus miembros actuales? Analice por
qué en ocasiones es difícil colocar a un economista determinado en una escuela
de pensamiento económico específica.
3. Mencione las cinco preguntas importantes que se utilizan en este libro para orga-
nizar un análisis de las escuelas del pensamiento económico. Explique breve-
mente por qué cada una es importante para comprender y evaluar las principales
escuelas.
4. Mencione cinco aspectos o problemas económicos contemporáneos que se han
informado o discutido en los medios de comunicación. A medida que avance en
el libro, observe los casos en que los economistas han desarrollado ideas relacio-
nadas con tales aspectos.
5. ¿Qué valor tiene el saber algo acerca del escenario social, político y económico en
el cual vivió y escribió un economista determinado?
6. Evalúe la cita: “El peligro de la arrogancia hacia los escritores del pasado cierta-
mente es muy real, pero también lo es el culto de los ancestros” (Mark Blaug).
7. ¿Cuáles son los beneficios de estudiar economía y su historia?
8. La historia económica se refiere al estudio de los hechos históricos a través de los
ojos de la economía (incluyendo los instrumentos teóricos de los economistas).
¿Cómo difiere este planteamiento del propósito de este libro que consiste en el
estudio de la historia de las ideas económicas?

Lecturas selectas

Libros
Blaug, Mark. The Methodology of Economics, or How Economist Explain. Londres,
Cambridge University Press, 1980.
_____, editor. The Historiography of Economics. Brookfield, VT, Edward Elgar, 1991.
Colander, David y A. W. Coats, editores. The Spread of Economic Ideas. Nueva York,
Cambridge University Press, 1989.
Capítulo 1 Introducción y perspectiva general 9

Mackie, Christopher D. Canonizing Economic Theory: How Theories and Ideas Are
Selected in Economics. Armonk, NY, M. E. Sharpe, 1998.
Meeks, Ronald L. Economics and Ideology and Other Essays: Studies in the Develop-
ment of Economic Thought. Londres, Chapman and Hall, 1967.
Mitchell, Wesley C. Types of Economic Theory. Introducción por Joseph Dorfman.
2 tomos. Nueva York, Kelly, 1967, 1969.
Rogin, Leo. The Meaning and Validity of Economic Theory. Nueva York, Harper,
1956.
Stigler, George J. Essays in the History of Economics. Chicago, University of Chicago
Press, 1965.
Artículos de revistas
Cesarano, Filippo. “On the Role of the History of Economic Analysis”, History of
Political Economy 15, primavera de 1983, pp. 63-82.
Dillard, Dudley. “Revolutions in Economic Theory”, Southern Economic Journal 44,
abril de 1978, pp. 705-724.
Ekelund, R. B. y R. W. Ault. “The Problems of Unnecesary Originality in Econo-
mics”, Southern Economic Journal 53, enero de 1987, pp. 650-661.
Stigler, George J. “The Influence of Events and Policies on Economic Theory”,
American Economic Review 50, mayo de 1960, pp. 36-45.

APÉNDICE
Historia del pensamiento económico: Fuentes de información
El propósito del apéndice es proporcionar un resumen conciso de los tipos de fuen-
tes disponibles para recabar información acerca de la historia del pensamiento eco-
nómico. Los estudiantes que presentan trabajos para exámenes trimestrales o que
desean explorar con mayor profundidad algunos temas, se beneficiarán al analizar la
numerosa y creciente literatura en esta área.
Fuentes principales
Las fuentes principales consisten en los escritos completos del economista que se estu-
dia en el libro. Esas fuentes se citan en la sección de Lecturas selectas al final de cada
capítulo.
Libros de lectura
Además de las obras completas, existen varios libros excelentes que contienen extrac-
tos selectos de las fuentes originales. Algunos ejemplos incluyen los siguientes:
Abbott, Leonard Dalton, editor. Masterworks of Economics. 3 tomos. Nueva York,
McGraw-Hill, 1973.
Needy, Charles W., editor. Classics of Economics. Oak Park, IL, Moore, 1980.
Newman, Philip C., Arthur D. Gayer y Milton H. Spencer, editores. Source Readings
in Economic Thought. Nueva York, W. W. Norton, 1954.
Tratados sobre historia del pensamiento económico
Varios tratados significativos sobre la historia de los métodos y la teoría económicos
son dignos de mención. Por lo general, esas obras no se usan como libros de texto
a nivel universitario, debido a su gran extensión, sus detalles minuciosos o su con-
10 Capítulo 1 Introducción y perspectiva general

tenido riguroso. Sin embargo, son buenas fuentes para ampliar el conocimiento.
Cuatro ejemplos de libros de este género son:
Blaug, Mark. Economic Theory in Retrospect. Quinta edición. Londres, Cambridge
University Press, 1997.
Pribram, Karl. A History of Economic Reasoning. Baltimore, Johns Hopkins Univer-
sity Press, 1983.
Schumpeter, Joseph A. History of Economic Analysis. Nueva York, Oxford University
Press, 1954.
Spiegel, Henry W. The Growth of Economic Thought. Tercera edición. Durham, NC,
Duke University Press, 1991.
Tesis del cambio científico
Los siguientes libros, al desarrollar amplias teorías de los factores que generan el
cambio científico, proporcionan marcos de referencia útiles para estudiar la historia
de la economía:
Kuhn, Thomas. Structure of Scientific Revolutions. Tercera edición. Chicago, Univer-
sity of Chicago Press, 1996.
Lakatos, Imre. The Methodology of Scientific Research Programmes. Londres, Cam-
bridge University Press, 1978.
Popper, Karl. The Logic of Scientific Discovery. Segunda edición. Londres, Hutchin-
son and Co., 1968.
Libros acerca de economistas
Numerosas biografías estudian las vidas y épocas de los grandes economistas, y varias
obras monumentales analizan las contribuciones de economistas específicos. La
mayoría de los libros de importancia primordial se mencionan como Lecturas selec-
tas al final de los propios capítulos del libro. Dichas listas no son exhaustivas, pues
a menudo aparecen nuevos volúmenes. El sistema de referencia en una biblioteca
académica es el lugar para comenzar a buscar esos libros.
Artículos de revistas
Las revistas especializadas sobre economía son el medio que utilizan los economistas
para ofrecer nuevos conocimientos acerca de la historia del pensamiento económico.
Varios artículos se citan en las notas de pie de página y al final de cada capítulo, pero
esas referencias son sólo una pequeña fracción de los numerosos artículos escritos
sobre los diversos aspectos de los temas que se estudian en el capítulo. Las revistas
son de dos tipos: 1) revistas generales, que contienen artículos que cubren el amplio
espectro de las áreas secundarias de la economía y 2) revistas especializadas, que son
específicas para un área de la economía, como finanzas públicas, economía laboral o
historia del pensamiento económico.

Revistas generales. Los artículos sobre historia del pensamiento económico apare-
cen ocasionalmente en las revistas generales de economía, como American Economic
Review, Oxford Economic Papers, Journal of Political Economy, Southern Economic Jour-
nal, Economica y otras por el estilo. Los siguientes dos índices son importantes en la
búsqueda de artículos de interés:
American Economic Association. Index of Economic Articles. Homewood, IL:
Richard D. Irwin, Inc. Esta serie se actualiza por medio de nuevos tomos periódicos
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A businesslike atmosphere filtered through the quiet of the Smokies.
Though wolves and panthers had largely disappeared by 1910, fur
buyers and community traders enjoyed a brisk exchange in mink,
raccoon, fox, and ’possum hides. Oak bark and chestnut wood,
called “tanbark” and “acid wood” because they were sources of
valuable tannic acid, brought $7 per cord when shipped to Asheville
or Knoxville. As the sawmills flourished, makeshift box houses of
vertical poplar and chestnut planks gave way to more substantial
weatherboarded homes of horizontal lengths and tight-fitting frames.
Slick, fancy, buggy-riding “drummers” peddled high-button shoes and
off-color stories. The spacious Wonderland Park Hotel and the
Appalachian Club at Elkmont, and a hunting lodge on Jake’s Creek
graced the once forbidding mountainsides.
Undergirding this development was a growing cash base: peaches
and chestnuts, pork and venison, wax and lard—translated into
money—brought flour and sugar, yarn and needles, tools and
ammunition. Yet in the midst of this new-found activity, many clung to
their old habits. Children still found playtime fun by sliding down hills
of pine needles and “riding” poplar saplings from treetop to treetop.
Hard-shell Baptist preachers, such as the hunter and “wilderness
saddle-bagger” known as “Preacher John” Stinnett, still devoted long
spare hours, and sometimes workdays as well, to reading The Book:
“I just toted my Bible in a tow sack at the handle of my bull tongue
and I studied it at the turn of the furrow and considered it through the
rows.”
But whatever the immediate considerations of the hour happened to
be, logging was the order of the day. From the Big Pigeon River, all
the way to the Little Tennessee, the second generation of timber-
cutters had moved into the Smokies on a grand scale.
The companies, with their manpower, their strategically placed
sawmills, and their sophisticated equipment, produced board feet of
lumber by the millions. The rest of the country, with its increased
demands for paper and residential construction, absorbed these
millions and cried for more. By 1909, when production attained its
peak in the Smokies and throughout the Appalachians, logging
techniques had reached such an advanced state that even remote
stands of spruce and hemlock could be worked with relative ease.
Demand continued unabated and even received a slight boost when
World War I broke out in 1914.

Pages 100-101: Sawmills, such as this one at


Lawson’s Sugar Cove, were quickly set up in one
location and just as quickly moved to another as soon
as the plot was cleared.
National Park Service
High volume covered high costs. The Little River Lumber Company,
perhaps the most elaborate logging operation in the Smokies, cut a
total of two billion board feet. Cherry, the most valuable of the
woods, with its exquisite grain and rich color, was also the scarcest.
Yellow-poplar, that tall, straight tree with a buoyancy that allowed it to
float high, turned out to be the most profitable of all saw timber.
Coniferous forests, the thick, dark regions of pungent spruce and
hemlock, yielded a portion of the company’s output.
Extraction of such proportions was not easy. Timber cruisers combed
the forests, estimating board feet and ax-marking suitable trees.
Three-man saw teams followed the cruisers. One, the “chipper,”
calculated the fall of the tree and cut a “lead” in the appropriate side.
Two sawyers then took over, straining back and forth upon their
crosscut saw until gravity and the immense weight of the tree
finished their job for them. The work was hard and hazardous.
Sometimes, if the lead were not cut properly, the trunk would fall
toward the men; sudden death or permanent injury might result from
the kickback of a doomed tree’s final crash, or from a moment’s
carelessness.
To remove the felled timber, larger companies laid railroad tracks far
up the creeks from their mills. At the eastern edge of the Smokies,
for instance, one such terminus grew into the village of Crestmont,
which boasted a hotel, two movie theaters, and a well-stocked
commissary. Such accommodations seemed a distant cry indeed
from the upper branches of Big Creek, gathering its waters along the
slopes of Mt. Sterling, Mt. Cammerer, and Mt. Guyot. Workers from
improbable distances—even countries “across the waters,” such as
Italy—teamed with the mountain people to push a standard gauge
track alongside the boulder-strewn streams. Bolted onto oaken ties
that were spaced far enough apart to discourage foot travel, the
black rails drove ahead, switched back to higher ground, crossed Big
Creek a dozen times before they reached the flat way station of
Walnut Bottoms.
Dominated by powerful, blunt-bodied locomotives, the railroads gave
rise to stories that were a flavorful blend of pathos and danger.
“Daddy” Bryson and a fireman named Forrester were killed on a
sharp curve along Jake’s Creek of Little River. Although Forrester
jumped clear when the brakes failed to hold, he was buried under an
avalanche of deadly, cascading logs. There were moments of
comedy as well as tragedy. In the same river basin, Colonel
Townsend asked engineer Noah Bunyan Whitehead one day when
he was going to stop putting up all that black smoke from his train.
Bun
answered
: “When
they start
making
white
coal.”
Railroads
could
reach
only so
far,
however.
The most
complex
phase of
the
logging
process
was
“skidding,
” or
bringing
the felled
logs from
inaccessi
ble
distances
to the
waiting
cars. As
the first
step, men
armed
with cant Little River Lumber Company
hooks or
short,
harpoon- Massive steam-powered skidders pulled
like logs in off the hills to a central pile. Then the
peavies, loaders took over and put the logs on trains,
simply which carried them to the mills.
rolled the
logs
down the mountainsides. Such continuous “ball-hooting,” as it was
called, gouged paths which rain and snow etched deeper into scars
of heavy erosion. Sometimes oxen and mules pulled, or “snaked,”
the timber through rough terrain to its flatcar destination. Horses
soon replaced the slower animals and proved especially adept at
“jayhooking,” or dragging logs down steep slopes by means of J-
hooks and grabs. When the logs gained speed and threatened to
overtake them, the men and nimble-footed horses simply stepped
onto a spur trail; the open link slipped off at the J-hook and the logs
slid on down the slope under their own momentum.
Even more ingenious skidding methods were devised. Splash-dams
of vertical hemlock boards created reservoirs on otherwise shallow,
narrow streams. The released reservoir, when combined with heavy
rains, could carry a large amount of timber far downstream. In the
mill pond, loggers with hobnailed boots kept the logs moving and
uncorked occasional jams. Another method devised to move virgin
timber down steep slopes was the trestled flume. The large, wooden
graded flumes provided a rapid but expensive mode of delivery. One
carried spruce off Clingmans Dome.
There were, finally, the loader and skidders. The railroad-mounted
steam loader was nicknamed the “Sarah Parker” after “a lady who
must have been real strong.” The skidder’s revolving drum pulled in
logs by spectacular overhead cables. Loaded with massive timber
lengths, these cables spanned valleys and retrieved logs from the
very mountaintops.
National Park Service
George Washington Shults and some neighbors
snake out large trunks with the help of six oxen.
Sometimes the lumber companies would hire such
local people to handle a specific part of the operation.
Today we call the process subcontracting.
Little River Lumber Company
Of the many kinds of trees logged in the Great
Smokies, the largest and most profitable were the
yellow-poplars, more commonly known as tulip trees.
A man could feel pretty small standing next to one of
them.
Little River Lumber Company
The great scale of the logging machinery was like
nothing the Smokies had seen before. Long trains
carried loads of huge tree trunks to sawmills after the
flat cars were loaded by railroad-mounted cranes.
To coordinate all of these operations efficiently required skill and
judgment. The lumber companies devised numerous approaches to
the problem of maximum production at lowest cost. They contracted
with individuals; Andy Huff, for example, continued to run a mill at
the mouth of Roaring Fork and paid his men a full 75 cents for a 16-
hour day. The corporations sometimes worked together; in one
maneuver, Little River helped Champion flume its spruce pulpwood
to the Little River railroad for shipment to Champion’s paper mill at
Canton, North Carolina. Haste and carelessness could lead to
shocking waste. When one company moved its operations during
World War I, 1.5 million board feet of newly cut timber was left to rot
at the head of Big Creek.
The ravages of logging led to fires. Although fires were sometimes
set on purpose to kill snakes and insects and to burn underbrush,
abnormal conditions invited abnormal mishaps. Parched soil no
longer held in place by a web of living roots, dry tops of trees piled
where they had been flung after trimming the logs, and flaming
sparks of locomotives or skidders: any combination of these caused
more than 20 disastrous fires in the Smokies during the 1920s. A
two-month series of fires devastated parts of Clingmans Dome,
Siler’s Bald, and Mt. Guyot. One holocaust on Forney Creek, ignited
by an engine spark, raced through the tops of 24-meter (80-foot)
hemlocks and surged over 5 kilometers (3 miles) in four hours. A site
of most intense destruction was in the Sawtooth range of the
Charlie’s Bunion area.
Despite the ravages of fire, erosion, and the voracious ax and saw,
all was not lost. Some two-thirds of the Great Smoky Mountains was
heavily logged or burned, but pockets of virgin timber remained in a
shrinking number of isolated spots and patches at the head of
Cataloochee, the head of Greenbrier, and much of Cosby and Deep
Creek. And as the 1920s passed into another decade, the vision of
saving what was left of this virgin forest, saving the land—saving the
homeland—grew in the lonely but insistent conscience of a small
number of concerned and convincing citizens.
Conducting a preliminary survey of the park’s
boundaries in 1931 are (from left) Superintendent J.
Ross Eakin, Arthur P. Miller, Charles E. Peterson, O. G.
Taylor, and John Needham.
George A. Grant
Birth of a Park
Logging dominated the life of the Great Smoky Mountains during the
early decades of the 20th century. But there was another side to that
life. Apart from the sawmills and the railroads and the general stores,
which were bustling harbingers of new ways a-coming, the higher
forests, the foot trails, and the moonshine stills remained as tokens
of old ways a-lingering. One person in particular came to know and
speak for this more primitive world.
Horace Kephart was born in 1862 in East Salem, Pennsylvania. His
Swiss ancestors were pioneers of the Pennsylvania frontier. During
his childhood, Kephart’s family moved to the Iowa prairie, where his
mother gave him a copy of the novel Robinson Crusoe by Daniel
Defoe. In the absence of playmates on the vast Midwest grassland,
young Kephart dreamed and invented his own games, fashioned his
own play swords and pistols out of wood and even built a cave out of
prairie sod and filled it with “booty” collected off the surrounding
countryside.
Horace Kephart never forgot his frontier beginnings. He saved his
copy of Robinson Crusoe and added others: The Wild Foods of
Great Britain, The Secrets of Polar Travel, Theodore Roosevelt’s The
Winning of the West. Camping and outdoor cooking, ballistics and
photography captured his attention and careful study.
Kephart polished his education with periods of learning and library
work at Boston University, Cornell, and Yale. In 1887 he married a
girl from Ithaca, New York, and began to raise a family. By 1890, he
was librarian of the well-known St. Louis Mercantile Library. In his
late thirties, Kephart grew into a quiet, intense loner, a shy and
reticent man with dark, piercing eyes. He remained an explorer at
heart, a pioneer, an individual secretly nurturing the hope of further
adventures.
Opportunity arrived in a strange disguise. Horace Kephart’s largely
unfulfilled visions of escape were combined with increasingly
prolonged periods of drinking. Experience with a tornado in the
streets of St. Louis affected his nerves. As he later recalled:
“... then came catastrophe; my health broke down. In the summer of
1904, finding that I must abandon professional work and city life, I
came to western North Carolina, looking for a big primitive forest
where I could build up strength anew and indulge my lifelong
fondness for hunting, fishing and exploring new ground.”
He chose the Great Smokies almost by accident. Using maps and a
compass while he rested at his father’s home in Dayton, Ohio, he
located the nearest wilderness and then determined the most remote
corner of that wilderness. After his recuperation he traveled to
Asheville, North Carolina, where he took a railroad line that wound
through a honeycomb of hills to the small way station of Dillsboro.
And from there, at the age of 42, he struck out, with a gun and a
fishing rod and three days’ rations, for the virgin mountainside forest.
After camping for a time on Dick’s Creek, his eventual wild
destination turned out to be a deserted log cabin on the Little Fork of
the Sugar Fork of Hazel Creek.
His nearest neighbors lived 3 kilometers (2 miles) away, in the
equally isolated settlement of Medlin. Medlin consisted of a post
office, a corn mill, two stores, four dwellings, and a nearby
schoolhouse that doubled as a church. The 42 households that
officially collected their mail at the Medlin Post Office inhabited an
area of 42 square kilometers (16 square miles). It was, as Kephart
describes it:
“... the forest primeval, where roamed some sparse herds of cattle,
razorback hogs and the wild beasts. Speckled trout were in all the
streams. Bears sometimes raided the fields and wildcats were a
common nuisance. Our settlement was a mere slash in the vast
woodland that encompassed it.”
But it was also, for Horace Kephart, a new and invigorating home.
He loved it. He thrived in it. At first he concentrated his senses on
the natural beauty around him, on the purple rhododendron, the
flame azalea, the
fringed orchis, the
crystal clear
streams. Yet as the
months passed, he
found that he could
not overlook the
people.
The mountain
people were as
solidly a part of the
Smokies as the
boulders
themselves. These
residents of branch
and cove, of Medlin
and Proctor and all
the other tiny
settlements tucked
high along the
slanting creekbeds
of the Great Smoky
Mountains, these
distinctive “back of
beyond” hillside
farmers and work-
worn wives and
wary moonshine
George Masa distillers lodged in
Kephart’s
Horace Kephart, librarian-turned- consciousness and
mountaineer, won the hearts of the imagination with
Smokies people with his quiet and rock-like strength
unassuming ways. He played a and endurance.
major role in the initial movement
for a national park. Initially silent and
suspicious of this
stranger in their midst, families gradually came to accept him. They
approved of his quietness and his even-handed ways, even
confiding in him with a simple eloquence. One foot-weary distiller,
after leading Kephart over kilometers of rugged terrain, concluded:
“Everywhere you go, it’s climb, scramble, clamber down, and climb
again. You cain’t go nowheres in this country without climbin’ both
ways.” The head of a large family embracing children who spilled
forth from every corner of the cabin confessed: “We’re so poor, if free
silver was shipped in by the carload we couldn’t pay the freight.”
Kephart came to respect and to wonder at these neighbors who
combined a lack of formal education with a fullness of informal
ability. Like him, many of their personal characters blended a
weakness for liquor with a strong sense of individual etiquette. He
heard, for example, the story of an overnight visitor who laid his
loaded gun under his pillow; when he awoke the next morning, the
pistol was where he had left it, but the cartridges stood in a row on a
nearby table.
He met one George Brooks of Medlin: farmer, teamster, storekeeper,
veterinarian, magistrate, dentist. While Brooks did own a set of
toothpullers and wielded them mercilessly, some individuals
practiced the painful art of tooth-jumping to achieve the same result.
Uncle Neddy Carter even tried to jump one of his own teeth; he cut
around the gum, wedged a nail in, and made ready to strike the nail
with a hammer, but he missed the nail and mashed his nose instead.
None of these fascinating tales escaped the attention of Horace
Kephart. As he regained his health, the sustained energy of his
probing mind also returned. Keeping a detailed journal of his
experiences, he drove himself as he had done in the past. He
developed almost an obsession to record all that he learned, to know
this place and people completely, to stop time for an interval and
capture this mountain way of life in his mind and memory. For three
years he lived by the side of Hazel Creek. Though he later moved
down to Bryson City during the winters, he spent most of his
summers 13 kilometers (8 miles) up Deep Creek at an old cabin that
marked the original Bryson Place.
Kephart distilled much of what he learned into a series of books. The
Book of Camping and Woodcraft appeared in 1906 as one of the first
detailed guidebooks to woodsmanship, first aid, and the art we now
call “backpacking,” all based on his personal experience and
knowledge. There is even a chapter on tanning pelts. But the most
authoritative book concerned the people themselves. Our Southern
Highlanders, published in 1913 and revised nine years later, faithfully
retraces Kephart’s life among the Appalachian mountain folk after he
“left the tame West and came into this wild East.” And paramount
among the wilds of the East was the alluring saga of the moonshiner.

Laura Thornborough
Wiley Oakley, his wife, and children gather on the
porch of their Scratch Britches home at Cherokee
Orchard with “Minnehaha.” Oakley always said, “I
have two women: one I talk to and one who talks to
me.”
National Park Service
Oakley was a park guide before there was a park. And
in that role he nearly always wore a red plaid shirt. He
developed friendships with Henry Ford and John D.
Rockefeller and became known as the “Will Rogers of
the Smokies.”
In Horace Kephart’s own eyes, his greatest education came from the
spirited breed of mountain man known as “blockade runners” or
simply “blockaders.” These descendants of hard-drinking Scotsmen
and Irishmen had always liked to “still” a little corn whisky to drink
and, on occasion, to sell. But as the 1920s opened into the era of
Prohibition, the mountain distiller of a now contraband product
reached his heyday. He found and began to supply an expanding,
and increasingly thirsty market.
Stealth became the keynote in this flourishing industry. Mountaineers
searched out laurel-strangled hollows and streams that seemed
remote even to their keen eyes. There they assembled the copper
stills into which they poured a fermented concoction of cornmeal,
rye, and yeast known as “sour mash” or “beer.” By twice heating the
beer and condensing its vapors through a water-cooled “worm” or
spiral tube, they could approximate the uncolored liquor enjoyed at
the finest New York parties. And by defending themselves with
shotguns rather than with words, they could continue their
approximations.
In this uniquely romantic business, colorful characters abounded on
both sides of the law. Horace Kephart wrote about a particular pair of
men who represented the two legal extremes: the famous
moonshiner Aquilla Rose, and the equally resilient revenuer from the
Internal Revenue Service, W. W. Thomason.
Aquilla, or “Quill,” Rose lived for 25 years at the head of sparsely
populated Eagle Creek. After killing a man in self-defense and hiding
out in Texas awhile, Rose returned to the Smokies with his wife and
settled so far up Eagle Creek that he crowded the Tennessee-North
Carolina state line. Quill made whisky by the barrel and seemed to
drink it the same way, although he was occasionally seen playing his
fiddle or sitting on the porch with his long beard flowing and his
Winchester resting across his lap. His eleventh Commandment, to
“never get ketched,” was faithfully observed, and Quill Rose
remained one of the few mountain blockaders to successfully
combine a peaceable existence at home with a dangerous livelihood
up the creek.
W.W. Thomason visited Horace Kephart at Bryson City in 1919.
Kephart accepted this “sturdy, dark-eyed stranger” as simply a tourist
interested in the moonshining art. While Thomason professed
innocence, his real purpose in the Smokies was to destroy stills
which settlers were operating on Cherokee lands to evade the local
law. He prepared for the job by taking three days to carve and paint
a lifelike rattlesnake onto a thick sourwood club. During the following
weeks, he would startle many a moonshiner by thrusting the stick
close and twisting it closer.
When Kephart led the “Snake-Stick Man” into whiskyed coves in the
Sugarlands or above the Cherokee reservation, he found himself
deputized and a participant in the ensuing encounters. More often
than not, shots rang out above the secluded thickets. In one of these
shootouts, Thomason’s hatband, solidly woven out of hundreds of
strands of horsehair, saved this fearless revenuer’s life.

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