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Mjmh. Pétalos de Piel. Versión Corregida y Regrabada

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1

Pétalos de piel

Por: María Josefina Mas

M
iro a Fernando Uribe por vez primera en el Hotel “Casa Granda ”. Un sol
relampagueante zigzaguea en la mañana fresca de Santiago de Cuba. El
escalofrío de siempre me asegura que el extranjero está completamente loco,
a pesar de su garbo de marqués bogotano y su prestigioso cargo de consultor internacional.
Entra en la recepción, mete la mano en el bolsillo del pantalón caqui y extrae una gran faja
de dólares, como mostrando el dinero.
—Fanfarrón —es mi primera evaluación.
Más que adinerado. Porque los pudientes no se exhiben ante los pobres de baja
ralea. No los consideran lo suficientemente importantes como para esforzarse y hacer gala
ante ellos. Pero guapo sí que lo es, sin duda —pienso en silencio.
Uribe tararea con voz acaramelada y suave que le dispongan la suite principal, con
el más brioso de los aires acondicionados, excelentes cobijas, esto y lo otro. La amabilidad
ambulante llega al “Mamá Granda”.
—Petulante —concluimos todos los nativos en el hall.
—No importa, tiene dólares y eso es lo que interesa aquí, más allá de lo que él crea
de sí mismo —reflexionamos todos íntimamente, sin que nadie diga nada al vecino de
labores.
—Los dólares se quedarán en nuestros bolsillos de cualquier manera. Con tanto
dinero que lleva encima, no importa que sea y sienta como le dé la gana. Que pida lo que se
le antoje. Nosotros estamos aquí para servirlo y quitarle los dólares de cualquier forma y
manera —pensamos todos los del servicio, sin pronunciar ni una sola palabra.
2

Se aloja en la 407, donde yo hago la limpieza y atiendo las guardias nocturnales. Se


ve muy apuesto y distinguido, a pesar de su paranoia. Es alto, esbelto, con cabello sedoso,
color caramelo y ojos de águila. Seguramente es rapiñero, y más con las mujeres.

Manos nerviosas y grandes como todo él. A veces se le pierde la mirada en el


pasado o en el alma. Camina inseguro dando brinquitos por los largos pasillos del hotel
blanquecino que está medio en ruinas, a pesar de los esfuerzos gubernamentales. Se
desorienta con rapidez, probablemente va pensando en otra cosa. Buen equipaje de todo.
Me gusta este marqués del Tercer Mundo. Aún no lo conozco bien, pero algo me llama a su
alcoba.
“¡Ay, Virgen del Cobre! Este colombiano es mío” —reflexiono silente.
El desayuno es con los demás miembros del Comité Interamericano de Seguridad y
Riesgo contra Desastres Naturales, y toda esa ceremonia encumbrada de doctores,
asambleas y cenáculos internacionales. Hace calor y el loco se abre los dos primeros
botones de la camisa de lino. Es velludo y aterciopelado.
Fernando cacarea a los cuatro vientos, en medio de las presentaciones protocolares y
la necesidad de romper el hielo con sus futuros compañeros de labores, que el mejor
proyecto de su vida, el epítome existencial de su trayectoria es el matrimonio con su bella,
grande, ilustre, benemérita e inteligentísima —todos los elogios posibles —, la doctora
Claudia Quintanilla.
—Claudia con C. —insiste el vulcanólogo. Su perfecta esposa oriunda de
Manizales.
—Algún lugar de Colombia —deduzco yo.
—La ciudad de las puertas abiertas —recalca él y se lanza en la reencarnación
histórica del pueblito de Colombia.
Corre un olor entremezclado entre sal marina y frutas tropicales a través del aire
cálido. Por cierto, el portento de esposa del colombiano es graduada en el Norte donde,
según él, es el único lugar del mundo en el cual se alcanzan a doctorar los verdaderos
profesionales inteligentes del siglo XXI. No como en el Cono Sur, lleno de indios y negros,
donde escasea la verdadera cultura y la aristocracia, según el hombre refiere.
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—Blanco pedante, engreído y racista —refunfuño muy enervada.


Él aprovecha de reojo y disfruta libidinosamente de mi cuerpo. Lo dejo que mire lo
que quiera. Que viva su minuto de gloria masculina, con el halo exhibicionista que lo ha
caracterizado hasta el presente, en medio de los demás señores del club de los
desarrollados. Silencio en el salón, únicamente se escucha el roncar en movimiento de los
cubiertos y un tanguito santiagueño.
Ojos cafés. Me resultan tan familiares. No hay duda, me siento a gusto al lado de él,
por no decir que me encanta rozarle el hombro con mi cadera. Termina de comer
angustiadísimo; se despide de todos y me hace un guiño secreto. Quiere jaleo con la
sirvienta.
“Esta noche será tu noche, colombianito. ¡Júralo!” —pienso yo.
“Seguramente acostarse con una sirvienta lo hace sentir superior. No importa, no
soy psicóloga, ni terapeuta profesional. Tendré sexo con éste en la noche. Me gusta su
trasero y los vellos de sus brazos. Parece un osito. Deliro por los pelitos de los hombres
blancos, son tan antihigiénicos, como sabrosos. Terminaré como la gata del hotel,
comiendo hierba para expulsar tanta porquería del estómago. Siempre Helena y yo, hemos
tenido empatía, a pesar de su avasallante linaje de legítima angora blanca, y yo, de ser
vulgar, coloquial y tan colorá, como la tierra mojada” —termino reflexionando.

Ocho y treinta de la noche santiagueña. Camino por el corredor del piso 4 donde
está alojado el noble marqués de Bogotá. La penumbra del corredor me cubre. No se
pueden encender todas las luces del hotel por el racionamiento permanente al que nos ha
sometido este gobierno infame.
Llevamos más de cuarenta años esperando el cambio. Hay que ahorrar energía,
dicen ellos. Es la orden general en la isla desde lo más alto del Comité Central Comunista.
Con todo, las paredes pintadas con cal huelen a cementerio, pero esto minimiza el calor y el
mal olor por la falta de químicos y de jabones para la higiene que hay en toda la isla,
asolada por tanta pobreza desde que arribó el comunismo. Antes algunos eran pobres, ahora
con la igualdad, lo somos todos.
Me cambio toda la ropa y voy caminando emperifollada de amarillo girasol, el color
de mi Orishá. Ya he rezado a mis antepasados para la protección, pedido suerte y
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embrujado todo mi cuerpo para el dispositivo de sexo que se me avecina. Ahora, él tiene
que unirse a toda esta humanidad esplendorosa y ya problema resuelto.
Las baldosas del suelo del hotel están opacas y son de color melón. Poca luz en los
pasillos que viven en la eterna penumbra. Hay flores de plástico colgando en los ventanales
góticos del hotel. Odio esos adornos de baratija.
—Mira pa’ eso —digo mientras camino.
Este hotel que nació con la mejor arquitectura del momento, rebajado a puro
parecer.
Pero bueno, problema del Comité Central Comunista.
Llevo taparrabos mínimos, falda ancha y blusa medio transparente. Tengo puesto el
sostén de encaje que me regaló el francés en su último arribo. Ese Isfel, así es como lo
llamo yo, es muy económico. No se le levanta nada, ni el sudor. Es un mirón perfecto. Con
él, yo me pago y me doy el vuelto. Sin enfermedades y con buenos emolumentos en la
busaquita. Camino hacia la alcoba del marqués.
Golpeo suavemente la puerta del 407 y miro hacia los lados del pasillo para indagar
sobre los espías que siempre están. No hay problema, ando sola y a mis anchas, haciendo lo
propio. Se abre el recinto. Sale Fernando y saluda como al tanto de mi arribo, apoya la
mano sobre el filo de la puerta y me escudriña de arriba a abajo, prácticamente elaborando
la inspección de un volcán.
Yo le pregunto tontamente:
—¿No incomodo? —pero él no responde nada y me mira fijamente a los ojos para
desafiarme, con su presunto dominio y control sobre la situación. Únicamente retira el
brazo, se da la vuelta y se lanza hacia el interior del cuarto. Lo sigo y cierro la puerta
lentamente. Sin duda habrá jaleo sexual.

II

María de los Amores sale de casa de la Yaya y corre hacia el hotel buscándome por todas
partes. Noticias urgentes de los muertos. Nada de delirios emocionales para su amiga
Caridad con el hombre blanco. Mis apreciaciones preliminares sobre su locura extrema,
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todas ciertas, con peligro en el horizonte. Mensaje claro de los hermanos del más allá. Sin
conflictos amorosos con éste, todo saldrá a mi favor.
El cándido vulcanólogo, sirve para lo que sirve, han dicho los espíritus; por tanto
con él, mucho ron, sexo y buenos momentos. Nada de amor, nada en serio, pura pachanga y
juerga. Lo sé todo cuando se da la vuelta en lo profundo del cuarto y extiende la sábana,
como preparando el teatro para la obra que se avecina.
Fernando habla de sí, como cosa rara en él, y yo lo escucho pacientemente. Luego
sentada. Cruzo la pierna y me desnuda con la mirada. Habla, habla y habla de sí mismo
hasta la saciedad. De vez en vez, se ríe y pregunta frivolidades que en verdad no me
interesan. Yo, puro parecer amable con éste. Creo que hay problemas o no le gusto lo
suficiente para empezar a enrollarnos sin tanta exposición personal. Quiere vino, llama al
restaurante y después pide whisky, eso sí, del para ricos, aclara varias veces.
—Tome ron. Eso esclarece la garganta, y en Santiago es de lo mejor. Más exquisito
el ron santiagueño que cualquier cosa en el mundo. Usted está, doctor, en los dominios del
Bacardí, único en América. Lo mejor de lo mejor —insisto. También gano comisión por la
venta de ron en el restaurante del hotel.
No medita nada y de sopetón cambia la orden. Agrega comida. Me consulta sobre el
platillo, pero al final escoge él sin considerar, ni por un minuto, mis opiniones.
Mariscos y ensalada. Cuidado con la esbeltez. Me estudia el cuerpo, las manos, los
senos. Le gustan mis ojos dorados, mi abanico de encajes y mis largos zarcillos de oro.
Arriba pronto la orden nutricional y etílica. Insisto en comer sobre la cama y así voy
acercando a la víctima hacia el territorio de guerra. Acepta, se relame con harta inelegancia
pagana. Está hambriento el pobre. Es ansioso hasta el extremo. A lo mejor por desgaste
estomacal no ha empezado la función sexual. Seguro le falta energía a ese cuerpo blanco y
peludo, de oso albino.

Comemos, tomamos, ahora comemos, tomamos y mantenemos una conversación


frívola. Él, escosés y yo, vino. Todo a pedir de boca, y a mí se me despiertan las ganas de
cama, y no precisamente para dormir. Habla mucho de sí mismo y yo escucho sin prestarle
ninguna atención. Aburrimiento y bostezo deliberado. Me concentro en los camarones que
me fascinan y en el sexo que se avecina.
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—Muy sabroso, gracias —expreso tranquila.


—Divina está usted —me ensalza, mirando con ganas de fornicación.
Destierro los platos de la cama hacia el comodín de madera. Me arranco la falda y
me enderezo. Él, me aprieta todo el cuerpo con las dos manos, me da la vuelta y me besa
muchas veces, con profundidad y ganas. Sale la blusa y el sostén. Mordiscos en todo el
cuerpo a borbotones, alternando con besitos brincones. Yo me contorneo como una palma
azotada por el huracán. Se retira y me observa, me elogia la figura, pero nada que el
calzoncillo de él sale del escenario.
Después me acuesta en la cama, se arranca el calzón y se estira sobre mí. Tenemos
un pequeño acercamiento sexual y yo jadeo como un cochinillo en el matadero. Trata de
poseerme. Varios intentos. Ayuda manual. Rostro de conflicto y susto. Acción fallida y
arranque total depresivo. Luego, histeria y sudadera a borbotones como en verano con
cincuenta grados. Arma floja irremediablemente y sin expectativas de transformación en el
corto plazo. Encogido, amuñuñado, gomoso y aflojado. Fernando cae desmayado y
frustrado. Él, se retira derrotado y avergonzado de la cama y se para en la ventana a sudar
como un bendito y mirar la plaza principal.

“Pobre hombre” —digo yo para mis adentros—. “El marqués es impotente ”


—deduzco por la derrota.
Estoy desconcertada. Nunca antes algo tan bochornoso. Nada de estos sustos
acontecen con mis paisanos caribeños. Con los compatriotas no hay nada de disgustos y
fracasos eróticos. Con ellos pura certeza, placer y hambre. Con los nativos santiagueños, ya
este show estuviera concluido desde hace rato; claro está, sin comida, vino, ni nada
material Bueno, así es el comunismo: pan, cebolla y sexo, pero nada más. Yo aquí,
alborotada con las delicias del dios Baco en mis entrañas y a media andada la noche. Da
explicaciones, casi llora, no dice nada contundente y habla como un diablo en la entrada del
cielo. Se me muere el ego. A mí, a la Cachita, sin poder disfrutar del marqués. Se está
derrumbando el mundo.
Suena el teléfono de la habitación. Se mueve para contestar, pero más rápido halo
yo el cable y descuelgo. Se estremece de rabia por mi comportamiento telefónico y
fuertemente. Se declara en beligerancia. No me importa su crisis, me tongoneo delante de él
7

y froto mis caderas como la gata Helena por todas las partes de su cuerpo. Reacciona al
estímulo. Me mira impresionado y ya no suda como un toro en el ruedo a punto de la
estocada final. Estudio el caso mientras lo beso apasionadamente por todas partes. Entre
tanto, converso con mi Orisha1 para enfrentar esta difícil prueba.
—¿Sigo el duelo o dimito? —consulto a Oshun.2
Llegan las luces. El hombre está embrujado por su amante colombiana que le quiere
liquidar el matrimonio con la hidalga mayor, Claudia con “C ”. Bueno, él también la
enamoró, le mintió a su amante colombiana y la dejó devastada, lejos por allá en la lejana
Bogotá y el muy tránsfuga, se regresó para Arizona buscando salvar su virtuoso matrimonio
feliz. La amante abandonada. ¿Dios sabrá? Entonces, fue por eso que la amante le trituró lo
macho con hechizos y maldiciones. Venganza de bruja que yo bien conozco.
No importa, estoy preparada para dichas nimiedades brujeriles y conmigo no
funcionan esas pócimas, porque al final yo no creo en nada de eso. Esos encantamientos no
andan conmigo, necesito los dólares y punto. Asunto concluido.
Insisto en los besos, los manoseos, y le toco y retoco todo el cuerpo, mientras lo
ensalmo y le retiro los espantos y los malos espíritus que lleva por dentro haciéndolo
impotente. Hay respuesta por los sótanos eróticos, y la conexión sexual y emocional
comienza su funcionamiento. El caballo toma ánimo. Se va enderezando el enano caído con
mucha rapidez, más pronto de lo que yo pensé. Fernando se aleja un poco, me acaricia y me
toma con la brusquedad del necesitado varón. ¡Fiestaaaaa! Mueve su humanidad unos
segundos dentro de mí y grita ¡gua, gua, gua!, tipo perrito fino.
—Que estúpido, ni jadear sabe, el muy cretino —pienso burlescamente.
Ahora sale de mí y me acuesta boca arriba. Se me encarama encima con asfixia,
hace lo propio y yo me alboroto todita. Está forzudo, completo, varonil, es calentito y
suave; me encanta este marqués de Colombia. Levanta la cara. Otro guau, guau. Me muero
de la risa con tanta pasión canina. Todo se consuma y es demasiado para el pobre. Grita y
se desmaya dormidito a mi lado como un bebé de pecho. Me enternezco, miro por la
ventana y la luna está llena, llenísima. Apago la luz de la habitación, pero quedo clareada
1
Dioses, en lengua yoruba.

2
Diosa yoruba del amor, la belleza, riqueza, fertilidad. Representa las virtudes de la mujer perfecta.
8

por la centinela galáctica. Como puede, me toma la mano, me aprieta a su lado y me besa
casi en trance. Puro romanticismo de adolescente. Afuera, en la plaza suena la canción:
Y si vas p’allá
donde está Cachita
tráeme una estampita de la Caridad
pa mi mamá, tara rara

—Te amo mi bella —el marqués extasiado.


Mi respuesta inmediata:
—Yo también lo amo, doctor, desde la primera vez que lo conocí en el Hall.
—Puro amor, amor. Qué bello es el amor, mi linda Cachita. Oiga, es usted una
delicia, una verdadera delicia. Quédese conmigo todo este tiempo. Mire que la necesito —
me dice y se queda dormidito.

Lo observo y lo consulto, rozando con mis dedos sobre su piel. Me convierto en


Yemaya,3 la Asesú,4 y como ya lo limpié, ahora doy la partida. Lo miro, tan blanco, tan
aperlado de piel, con su cuerpo rosadito chantilly de adolescente poco experimentado. El
hombre es casi virgen. Nunca en mi vida tuve uno así. Tanta blancura para mí solita, con
tan buena mercancía que está por explorar. Me siento como los conquistadores españoles,
con todo por desarrollar en este nuevo mundo. Me gusta mucho su virginidad, pues no se
corre el riesgo de enfermedades. Alegría porque se trabajó sin condón y ahora, después de
la exploración milimétrica, sin recriminaciones interiores por la falta de previsión del látex.
Fascinante la blancura espesa de su piel y lo poderoso de su masculinidad. Sencillamente,
un padrote emergente. Me visto, dejo mi sostén a su lado para un recuerdo mañanero, abro
la puerta para la partida.
—Buenas noches, mi amada —dice mientras trata de incorporarse para despedirse,
pero está abatido. Hasta romántico el marqués, y yo ni menos.
—Descansa, mi marqués bogotano. Hasta mañana —digo en voz bajita.

3
Diosa yoruba del mar, la hechicera y maga.

4
Se refiere a la diosa Yemaya, consagrada en el mito de la limpieza marina. Se muestra en la espuma blanca
del mar.
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—Buenas noches, mi marquesa deliciosa —responde. Luego ronca, salgo, cierro la


puerta, y misión cumplida.
Mañana se negociará los emolumentos de mi trabajo. Entro en mi cuartucho y
duermo. María de los Amores retoza sobre la mesa del restaurante del hotel, con la cabeza
apoyada sobre los brazos cruzados, y sueña con los difuntos de su familia.
Gloria a ellos, y que en paz descansen sus almas.

III

Oigo el resonar de los alaridos del puerto y tocan la puerta de mi cuartucho. Un aguarura en
el fondo comenta el regreso de las lanchas con los pescadores madrugadores en el puerto de
Santiago. Es María de los Amores muy apurada. Me asomo a la ventana y veo el puerto, el
mar azul, siento la brisa fresca que entra raudamente rociando diminutas perlitas de sal por
todas partes. El cielo comienza a matizarse con destellos manzanos.

—El colombiano aguarda con desespero para desayunar. Está sentado en la terraza,
muy sonreído, vestido de blanco, con zapatillas negras tan espantosas como la miseria y
emparamado en agua de colonia de la más fina; afeitadísimo y listo para la acción. Pero
dice que no quiere nada si no te encuentra de inmediato. Te ha estado buscando por todos
lados desde que amaneció. Lo has vuelto loco, sinvergüenzona. Tienes que contármelo
todo, sin omitir nada, de nada. El marqués se halla felicísimo. Alega que todo y todos
somos bellos en la isla, hasta el mulato tuerto de la puerta principal, el pobre infeliz de
Blanco —dice la prima.
Baño de inmediato, atuendo ligero y medio traslúcido, sin ropa interior. Hora de los
negocios. Al subir las escaleras para llegar al mirador me encuentro a Serafina, acariciando
con placer a la Helena que me da los buenos días con alargados maullidos y toqueteos
nerviosos en mis pantorrillas. Rascadera rápida en la cabeza grande y blanquísima, incluso
manoseos por la cola larga, con rasquitas incorporadas
Despedida para ambas con besos y apretones. Poco tiempo para las relaciones
públicas, los negocios apremian.
—Voy con prisa. Cúbreme el día —solicitud desesperada a una buena amiga.
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—Pago doble y sin quejadera. Supe de la buena cosecha de anoche. Todo el mundo
lo comenta en el “Mamá Grande”, que eres la sensación de los impotentes. Así que paga
para que siga la juerga, negrita.
Necia, terrorista. Pero buena publicidad para mí en la boca de esta chismosa, lo de
levantar muertos. Al final eso es ganancia.
—Aún no cobro. Sólo sembré anoche, pero acepto. Voy de afán ¿Te das cuenta?
Ya hasta hablo como mi distinguido bogotano. También la nobleza se pega como los virus,
por contacto sexual. Le pagaré doble, a la sinvergüenza ésa, sólo para que continúe
chismeando. No hay precio para la publicidad oral.
Arribo apresurada al salón de la terraza. Hace una brisa aterciopelada con olor a
patilla y todo se ve elegante ahora. Las palmeras en sus porrones arcillosos dan un aire
distinguido al lugar y una melodía sabrosa anima la mañana cándida. Al fondo los mástiles
de las embarcaciones se mecen lerdamente y más allá de todo, el azul perlino del mar. Por
último, el horizonte libre y suelto que se bambolea ante los ojos del mundo. El olor a
comida recién hecha invita a la vida y los ojos del marqués brillan de felicidad.
El bogotano sonreído y con cara de amor se incorpora y me espera de pie, mientras
me acerco a él lentamente, moviendo mi cuerpo al compás del viento y de la música viva.
Se regocija en mis movimientos lujuriosamente, al verme venir. Le gusto mucho y lo demás
es cuento. Pero ahora me desea más porque a la luz del día mis ojos son más dorados que
en la oscuridad. Delira de fiesta por el amor conmigo. Pero él sabe cómo es el asunto con
mis deseos alimenticios. Primero comidita y luego lo demás; he allí su desespero para el
desayuno juntos.

Comemos bien. Yo más cantidad que él, pues siempre está nervioso. Se concentra
en preguntarme en todo sobre lo de anoche y yo, únicamente, sonrío dulcemente y no le
cuento la verdad. La vida pasa factura y no se puede jugar con el amor de las mujeres. Por
debajo de la mesa me aprieta las manos, los muslos, todo lo que le alcancen los dedos.
Comí en demasía, estoy muy llena y quisiera dormir, pero el deber llama.
Bajamos por las escaleras como a las diez y media, cayéndonos entre rozamientos y
estremecimientos prematuros. Se encuentra muy estimulado. Hoy no hace falta ni un rezo,
ni un Padrenuestro más. El loco está curado de todo maleficio sobre impotencia sexual. Su
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inquilino de abajo emerge en perfectas condiciones de salud. Me excita y quiero, quiero


más que anoche. Yo también lo deseo.
Entramos en la alcoba y nos bañamos. Amor y amor entre las aguas, las sábanas, el
suelo, la ventana, la cortina, las mesitas, la cenefa amarilla. Nos guindamos en el amor. Lo
dejo que ladre todo lo que quiera, guau y más guau, es como un lobo aullando. Nos
asomamos desnudos por las ventanas a ver la plaza y contemplamos lo más profundo de
nuestros cuerpos bajo el sol del mediodía, fuerte y onírico. Me explora toda como a un
nuevo volcán. Se asoma otra vez en la ventana y me invita a la exposición para que todo
Santiago se entere que nos amamos locamente. Tan exhibicionista que es el loco éste.
Adiós a la conferencia matutina de prevención sobre desastres. Él era el ponente principal y
los conferencistas lo buscan por toda Cuba, pero él se alquiló dos habitaciones más, con
nombres falsos para hacer con tranquilidad sus desmanes sexuales y amatorios conmigo.
Ahora yo soy toda su seguridad. El informe se hará después. La mañana y el almuerzo
fueron de puro amor y amor. A todas éstas, la Claudia con “C ” no llama y él ya no la
nombra. ¿Expectativa amorosa? Nooooo, nada de eso, no te equivoques Cachita. El
psicópata no te considera una mujer decente; tan sólo soy utilizada como un adminículo
sexual y nada más.
—¿Comemos aquí o bajamos? —pregunto yo.
—Donde tú digas, cielo —responde el marqués.
—No hemos hablado de plata —digo yo, un poco triste.
—Hablemos —responde él seriamente.
—No sé cuánto quieres, mi delicia —el hombre negocia y quiere conocer mi límite.
Yo, que conozco sobre economía amatoria y sé sobre su falta de generosidad lo dejo
que se ponga magnánimo y dadivoso con los pobres. La necesidad de aparentar a veces
ayuda, aunque en el fondo conozco su condición mezquina. Nada de grandezas con los
dólares, pues el hombre relincha como un caballo mal ensillado por la plata.
—Yo siempre soy el que pone el pechito —metáfora que expresa su pesar al pagar
algo.
Imbécil, avaro. Justamente allí, a mí se me acaba el amor para con él. En verdad, de
marqués, de noble y de alcurnia no tiene nada; todo el tiempo está sacando cuentas con la
mente. Si no sufre por la infidelidad de la colombianita inteligente, lo hace por su
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insatisfacción sexual o por el exceso de gastos. En el fondo de sí, Fernando Uribe, es un


hombre pobre, una enredadera de amarguras, egoísmo y escasez que tamiza el interior del
tocado éste.
—Lo que a ti mejor te parezca, mi amor. Sabes que te amo —pensaba pedirle unos
mil dólares, porque hay sexo y hay rezamiento.
—¿Diez mil dólares te parece bien? Es que estaré dos semanas en este hotel y
quiero que me acompañes —repone con rostro ajado de perro regañado.
Suerteeeeee. Oshun me ha sonreído con el chiflado. Cuidado ahora que me mira fijo
a la cara, sin alteraciones, ni gestos extraños, con demasiado regocijo. Eso puede perjudicar
las negociaciones futuras, los regalos y promesas falsas. Con pausa, Cachita, con sigilo,
acuérdate que el hombrecito no es muy normal, ni tiene la cabeza muy aterrizada.
—Lo que quiera, mi colombianito —digo con regocijo en el rostro.
Pronto besos y sexo con más alegría. Llegan las tres de la tarde y el hombre pierde
completamente la virilidad. Claro, tan inocente, tan blanco y con tan baja utilidad pública.
Desciende la resistencia al mínimo. Entonces, reorganización de la agenda de acción y hora
de iniciar paseos, momento de salir a recorrer Santiago y hacer turismo.
Regalitos a la vista para esta niña tan trabajadora y abnegada.

Paseo por la plaza de Santiago de Cuba, con visita a la Catedral de la Virgen de la


Caridad del Cobre, a ver si ésta se apiada del maniático y de mí. Visita al puerto con paseo
por el museo Bacardí cerca del Cabildo, y en la noche ta, tan (música); al Bar Tropicana,5
donde se presenta el mejor show internacional de América.
—Bueno, es el único que este comunismo me ha permitido ver, pues jamás he salido
fuera de Santiago, ni de la isla de Cuba. No me imagino cómo serán los espectáculos
en el imperialismo —remató yo.
Ya está la bitácora armada entre los dos. Fernando se ve radiante y feliz. Ahora
camina con firmeza y se le han pasado los arranques de habladeras y las correderas por el
hotel. Me mira con ternura y me lo expone con alegría.

5
Célebre bar nocturno de la isla de Cuba.
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—Oiga, Cachita, con usted me la paso muy bien. Me he vuelto a sentir un hombre
completo, con energía para empezar a trabajar nuevamente y seguir adelante con mi vida.
Es usted una bendición, una cura de verdad, verdad —termina lloroso.

Me busca la boca para besarme y sigue andando detrás de mí. Pero,


instantáneamente, lo asolan sus frustraciones y miedos por la verdad de su vida. Se
desencadenan sus monstruos y fantasmas internos, con los consabidos sentimientos de
duda, culpa y su desanimo de costumbre, por ser él y toda su vida, únicamente una pose,
una máscara resquebrajada por doquier. En el colombiano la procesión va por dentro y otra
vez se lanza en la letanía apóstata:
—En mi matrimonio no soy feliz porque aunque ese proyecto de casarme me
entusiasmó al principio, ahora las cosas han cambiado mucho —dijo con el resto de las
mentiras y estupideces que me aburren mucho.
Fastidio en puerta y tristeza que atrae la mala suerte. Ni se le ocurra a este enfermo
que le escucho sus frustraciones baratas de hombre impotente y traicionado. Ese drama es
toda la crisis porque la clarividente Claudia, la adúltera, lo vende con cualquiera y él carga
unos cuernos tan grandes como los de un venado macho en la montaña. Pero yaaaaa, que se
los recorte con un serrucho, ¡por Dios! Yo no estoy aquí para oírle la cantaleta aburrida de
marido a éste. Qué trabajo tan duro me has asignado, Virgencita de la Caridad del Cobre.
Que los Orishas me den paciencia.
—Oye, mi santo, suelta el temita ya, por favor —le digo —. Estás en Santiago de
Cuba y aquí vamos de fiesta en fiesta. Nosotros por aquí nos decimos refranes para vivir
siempre empachangados. Atiende esto para que te rías un poco: Si llueve que escampe; si
tienes miedo búscate un perro, y escucha el último: los cachos son como la dentadura
postiza, al principio molestan un poquito, pero después uno se acostumbra —remato
carcajeándome.
Risas y más risas del colombiano. Me busca la boca para besarme y sigue andando
detrás de mí, repitiéndome como un radio prendido, cosas y más cosas sin detenerse ni un
minuto, el pobre desequilibrado.
14

—Pero es que usted es una delicia. Estoy como en vacaciones. Me has hecho sentir
un hombre por fin, con más fuerza que cuando era un adolescente. ¿Pero, usted qué tiene?
Dígame, ¿no ve como me alegra? —y busca besarme en la boca.
Yo lo siento excitado. Su impotencia cerebral lo está matando, pues la creencia es
más fuerte que los hechos. Insisto, no soy médico. Su problema sexual es su frustración por
el fracaso de su matrimonio. Exclusividad en cuernos tiene el colombianito. Despejo su
esquizofrenia:
—Conga, lindo, tengo conga, alegría y amor —y camino tongoneando las caderas
hacia la tienda para que me compre un regalo hermoso y caro.
Él, se da cuenta de mis intenciones económicas, pero no le importa, porque sabe que
soy una prostituta y que si no paga me apago. Le gusto y es todo. Se siente feliz. Dice que
me ama y no le creo nada. Cuando se me sentimentaliza me parece harto graciosillo. Siento
que me parezco a Helena, la gata del hotel, que acaricia a los empleados de la cocina con el
rabo, largo y peludo, sólo para que le alcancen carne del restaurante.
En la turistienda6 compro collar, pulsera, zarcillos, cartera y zapatos, y él paga la
cuenta. Claro que si me vengo solita, aunque tenga dólares, estos desgraciados no me
venden nada, por miedo al gobierno. El comunismo es así, incentivo del mercado a través
de la negación y la represión. Mientras más ellos me constriñan, más cosas deseo adquirir
yo. Al final el marqués es mi tarjeta de crédito dorada.
Me hace falta un vestido nuevo para la noche y lo llevo por tiendas clandestinas que
conocemos solamente los que vivimos por aquí. Seguimos buscando. Consigo el comercio.
Pruebas a escondidas. En la noche será una sorpresa mi atuendo. Sé que a él no le importa
la ropa, póngame lo que me ponga, me considera una mestiza, una sirvienta prostituta. Lo
único que le pasa es que conmigo siente el sexo y vuelve a reencontrar el varón que se le
perdió hace tiempo de su mundo de fachadas y máscaras.
Llegamos al “Mama Granda” pasadas las seis de la tarde y el ocaso se cuela turbio
por la terraza. Huele a café y a la envidia de los demás compatriotas cubanos. Yo conjuro
sus intenciones y aprovecho sus malas fuerzas a mi favor. Me invita a su cuarto y no me lo
creo, pero él insiste hasta con pataleta pueril. Fastidio cuando le aflora el destornillado otra
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Tienda de regalos en Cuba donde únicamente pueden comprar los turistas. Está prohibida la entrada para los
nativos de la isla.
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vez. Nueva embestida, ahora larga, divertida y divina, con baño de espumita incluida. ¡Ay,
Dios!, creo que me estoy enamorando del blanco peluche, aunque esté más loco que una
cabra. El amor, el sexo y el dinero juntos, cuánta divinidad, emocionante manía
disparatada.
Voy a mi cuartucho y María de los Amores me intercepta. Me mira a la cara.
—Cuidado con la enamoradera. Totalmente perjudicial y contraindicado en los
negocios —expone con reprimenda.
La ignoro y sigo, debo ponerme bellísima esta noche para mi amado el fogoso. La
furia de Vulcano ha despertado desde la muerte y yo no me enamoro de hombres
traicionados que se arrebatan el despecho con mujeres livianas como yo.
Salgo de mi sucucho y nos encontramos en la puerta del ascensor. Voy vestida de
blanco, con traje largo y de raso, sin nada abajo, únicamente la piel tostada como funda.
Fernando queda extasiado. Le miro las intenciones y sé muy bien qué desea cuando renace
Vulcano, pero lo halo por el brazo hasta el Hall. Yo quiero ir al “Tropicana ”, la guerra de la
piel será más tarde, cuando el ron y la noche hagan sus estragos.

Fuimos bien y vinimos mejor, con varios rones y mojitos calentándonos el cuerpo y
las ganas. Tenía mucho apetito de llegar a la alcoba, pero lo llevo a la plaza y lo siento en
los bancos de madera para que disfrute de las luces del puerto y de la estrella principal que
está encendida en la puerta del cabildo. Todo huele a sal y a luceros plateados. Son las tres
de la madrugada en la plaza principal de Santiago de Cuba y estamos juntos frente al
puerto, la iglesia, yo y el marqués [el marqués y yo], extasiados en feliz tranquilidad.
La madrugada lo pone reflexivo y eso me aburre cuando me confunde con una
terapeuta. Me provoca recordarle que soy tan sólo un pasatiempo, una prostituta tal vez,
pero que no juegue al enamorado conmigo, ni me converse en serio sobre las vicisitudes de
su vida. Pero él insiste y me revela que no es feliz en su matrimonio.
Llora y lo consuelo. Mi trabajo tiene muchas actividades diferentes y es muy
exigente por la diversidad de acciones y de horarios. Conozco su pena y su problema. Todo
el drama es que Vulcano no le atiende a la Quintanilla a ninguna hora, ni lugar. Lo beso en
la plaza y le acaricio el pecho, las manos. En los banquitos otras parejas nos acompañan
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con el mismo repertorio amoroso. Santiago huele a ron, con sal y amor. El inmenso ángel
de la catedral me mira con reprimenda por tanta lujuria en la plaza mayor.
—Resiste, que a ti también te salen flores cuando hay parranda en la catedral —le
recuerdo para que deje el regaño conmigo por apóstata.
El marqués insiste en el drama con la ingeniera colombo-estadounidense, pues a la
súper inteligente, también le agrada el amor con lujuria. Él es un fiasco como hombre y
esposo; Claudia le perdió el respeto y lo manipula a su antojo. Seguro hay cuernos y de los
grandes. El pobre no tolera la idea de que su esposa es una adúltera y esto le pesa
demasiado en su baja autoestima. Segurísima que hay adulterio, pero ¿con quién?;
¿incertidumbre brujeril? No percibo con claridad a los infieles. Acepto invitación de
cerveza a esas horas de la madrugada. Llego de última a la habitación.
Él, sentado en la cama, esperando, me sigue hablando sandeces; me desnudo y lo
invito también. Hacemos lo nuestro con fuerza y pasión. Me gusta y disfruto mucho de
Vulcano, como la pintura de la fragua del inmenso pintor Velásquez. Echados sobre la
cama conversamos frivolidades. Él tiene sed y desea agua. Que quede claro: no intenté
averiguarle la vida, no fue mi culpa. Toma y coloca el vaso de agua delante de mí, sobre un
plato que está en la cama y así me convierto en un ángel, en una mensajera más de los
designios de Dios cuando entre la luz y el agua se alzó el oráculo. Veo al [el] agua nítida a
través del trasluz del sol que ya sonreía por la ventana. Mi videncia se eleva, se revela su
futuro y contemplo su desdicha en el vaso mojado. Corroboro todo sobre el problema del
marqués. Sin duda traición y de la más grande, desde hace años y en forma definitiva. Si
supiera el pobre doctor, consultor, marqués, vulcanólogo, esquizofrénico , desdichado ser,
con quién es traicionado y rebajado.
Definitivo jaleo en puerta y, además, tejido por mí. Quiero que se conecte en
Internet con su esposa y me deje entrar en escena. Eso sí, antes quiero mis dólares. Le
comento que debo ayudar a mi tía y sin titubeos paga los diez mil y me invita a pasar las
próximas horas en su cama. Con los asuntos económicos cerrados, el sexo y el dormir no
son problema. Lo que quiere es amor con sol y eso está hecho.
—Mi amor, mañana vamos al Internet con la Claudia —le digo.
—Que descanses, mi delicia. Me tienes agotado —responde el bogotano sin más
argumento familiar.
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—Te tengo feliz, mi Marqués —y remato la noche. Duermo con placidez.


Todo el día y noche de sexo, comer y dormir. Desayuno fuerte: plátano, moros y
cristianos, jugo de naranja y más jugo, con piña, patilla [melón], galletas, huevos. El pobre
siente que le arranco el alma de tanto jamaqueo. Presenta deshidratación total entre el ron y
el movimiento. Vulcano adolorido pero dichoso, y yo rozagante, como si nada, lista para
otra jornada amatoria. Estamos muy comunicativos, y el demás personal de “Mamá
Grande” con una curiosidad indeclinable. Papelitos por la mesa.
—Cuéntanos de todo, todo, todito —yo no digo nada de nada. No cuento nada y
menos la cantidad de dólares que me paga. Él está a mi merced. Adiós al Comité de
Seguridad, y de lejos lo saludan sus colegas e investigan las causas de su ausencia.
—Mala salud —alega el falso, problemas estomacales por las aguas a consecuencia
de la falta de salubridad, insiste el mentiroso.
Yo estoy impávida y con cara de circunstancia, comiendo lo mío, bien tranquiliza.
Insisto en aperturar [abrir/iniciar] comunicación ciberespacial con la benemérita en
Arizona, lugar donde se aloja el circuito hogareño del bogotano marqués ex-impotente.
Acepta con pasividad. Supone que añoro arrancarle la culpa por tamaña infidelidad con la
ingeniera perfecta. No me inmuta tanta babosada.
—Lo que desees, mi delicia. Espero que no se me note la traición delante de mi
esposa —dice él.
—No serás tú, sino yo la que converse con ella, como una ciberespacial anónima y
tú mantente a mi lado. Pero tranquilo, no se enterará de tu infidelidad. Confía en mí, pues
deseo mostrarte una cosita —le resuello en la oreja y él se estremece como si me le
acercara por primera vez.
—¿Dónde tales acciones? —increpa el marqués de Bogotá.
—Confía en la servidumbre de este hotel —remato segura.
Ahora está meditabundo y callado porque no logra interpretar mi plan estratégico;
pero, así y todo, me complace en la invitación tecnológica. El revolcón es muy grande, y de
pensarlo lo invaden, nuevamente, las ganas de sexo y más amor. Amor, amor. Ahora
empieza el delirio frenético.
—No te alejes, amor mío. Te necesito —siempre lo dice después del placer.
Negocio categórico y sin límites para la genuflexión.
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—Primero el Internet y luego a la alcoba —soy terminante.


—Lo contrario —insiste el obseso.
—Quiero mostrarte algo que te parecerá muy familiar y se refiere muy íntimamente
con tus amores fallidos. ¿No confías en tu Caridad, mi Marqués? —concluyentemente.
Ya no le molesta lo del sobrenombre de marqués que antes le pareció terrible,
porque según yo me burlo de él. Jamás. No ironizo con la demencia ajena. A esta altura del
enajenamiento con mi cuerpo sólo piensa en sexo. Bueno, no razona nada, lo mismo da.
Ahora la curiosidad lo mata, porque así son los científicos de verdad.
—Seguro, delicia —me ronca en el cuello.
—Seguro, Marqués —digo cauta.
La directora de los equipos tecnológicos, María de los Amores, ya se halla
completamente entrenada para las próximas estructuras logísticas y operativas. Tengo un
plan perfecto para desquitarme de los insultos que el colombiano le hace a mi país y a mi
pueblo. Todo está a punto para iniciar mi acción internauta. Listo conexión, y en red...
Arranca comunicación con la Claudia de Colombia, todo con “C”.
—Ajá, cayó la presa, responde con rapidez en la pantalla del computador —pienso
yo.
El marqués andino al lado mío, observándolo todo con analítico cuidado. Silencio
total.
María de los Amores a nuestra vera, alistada para resolver cualquier desperfecto
computacional. Estos servicios personalizados se le pagan aparte, por supuesto.
Empieza el diálogo entre la ingeniera y yo. Seguro que el vulcano lo encuentra
desconcertado, pero se interesa mucho en medio del diálogo que comienzo con su esposa,
la monumental mata de la perfección. Surgen las intimidades femeninas y la seducción
sutil, sin sexo de por medio. Todo muy decente, aún. Ella plantea que hay tragedia con los
varones y consuelo con las mujeres. Según dice, le va mejor con las de su mismo sexo,
porque las considera más amables y no compiten con su monumental inteligencia
superdotada, ampliamente valorada en las universidades del Norte. Ella también está
anegada de ego.
Al principio, un poco cauta para mi gusto con lo vieja y corrida que es, pero luego,
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mucho mejor cuando entra en calor conversacional y surgen las identificaciones respectivas
en materia de placer. La conversación escrita va más suelta y espontánea con respecto a sus
fantasías y necesidades, para distraerse de tantas magnas responsabilidades académicas y
profesionales.
—A riesgo de no equivocarme, yo parezco la científica. Esta pasión por la verdad
me podría llevar a la tumba —reflexión instantánea de una cibersantiagueña.
Pasamos de los bits y de las presentaciones triviales, a lo íntimamente emocional. Ni
tan sola, ni tan amargada está la colombiana, pero acepta que la libera hacer nuevas
amistades y experimentar emociones fuertes que la alejen de la monotonía del trabajo y del
hogar. Es sincera, directa y muy morbosa. Me gusta esta chiquilla. Colombia al acecho, con
cara de asombro, de tan inesperada conversación entre su mujer y extrañas cibernautas. En
diez minutos más, me le abalanzo sobre sus misteriosas intimidades. Tiempo de respuesta
inmediato. Interés en el ambiente cibernético.
Salimos del protocolo ingenuo y alcanzamos el perímetro del sexo fuerte y verbal,
después de los treinta minutos. Me lanzo:
—Me gusta mucho el amor y el sexo. Para mí es importante el uso de todas las
posibilidades. Deseo experimentar con nuevas tecnologías, poses y fantasías con mi género
—expongo impúdica y espero respuesta.
De inmediato escribe:
—Igual —respuesta afirmativa y gran acuerdo en el plano virtual, sexual y
emocional.
Espera meditabunda Luego al ataque, sin contemplaciones y directo al grano. El
momento de las confesiones.
—Soy homosexual y estoy con mi asistente y nueva novia, Viloria Chelavista.
Cuando quieras te nos unes con la cámara a través de la red. Incluso puedes invitar a una
amiga o a varias, para compartir experiencias sutiles con nosotras. También tenemos un
club —responde la doctora Claudia, la lésbica con “L”.
El marqués, impresionado y boquiabierto, saltando de la desesperación por el
hallazgo, con ganas de levantarse y correr fuera de la pieza vuelto un energúmeno, tratando
de quitarme el teclado para escribir él y ordenándome para que le dijera a la Claudia que su
esposo estaba allí y que ya conocía todo sobre sus preferencias amatorias homosexuales.
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—¡Imposible que mi mujer sea una lesbiana! —afirma con desafuero el Fernando —
Esto es una mala broma y ustedes están jugando muy sucio conmigo —reclama
abochornado por nuestra intromisión y descubrimiento amatorio en su matrimonio feliz.
Nervios en el equipo. Bromeo con él. Pero afirmo mi lesbianidad con la mujer
perfecta vía cíber y la invito a encender cámaras mañana, a la misma hora, para
experimentar sexo tecnológico-comunicacional. Típico de éstas. Aceptado de mil amores
por la Claudia y la Viloria Chelavista que prontamente entró en la escena del monitor.
Ahora, mujeres que se aman en la red. Susto y más susto. María de los Ángeles, de partida
ante el desconcertado rostro del marqués que casi intenta partir de un golpetazo el monitor
y el teclado. Violencia contenida en el traicionado por lesbiana de su esposa la magnánima.
Reprendo enérgica y elocuentemente al indignado esposo. Una pueril. Mañana se
verá. Llegamos a la habitación y el hombre devastado psicológicamente por infidelidad
lesbiánica de su esposita, su mujer, la perfecta, le monta los cuernos ¡y con su asistente!
La Viloria Chelavista, una anormal gordísima, como un camión de grasa, de ciento
cincuenta kilos, sin ninguna gracia, además. Todavía si la amante fuese una esbelta y bella
mujer de portada de revista, una dice ¿no? Pero esa mata de obesidad deforme. La Claudia
es tan desquiciada como él. Sin duda.
—¿Y tú cómo sabías que mi mujer era del club de las homosexuales? —inquiere el
marqués.
—Yo no sé nada. Pura intuición, mi vida. Juegos de adolescente —respondo con
aire melancólico.
—Pero tomemos y celebremos que tu masculinidad se halla intacta, mi querido
bogotano. Ella te ama, únicamente que no lo sabe bien y juega con otras. Los cuernos de tu
esposa con otras mujeres no son cuernos como tal, o traiciones profundas para ti; piénsalo
bien. No son más que pequeñas desviaciones sin importancia. Olvida eso, ella te ama —le
resuello excitada.
Ahora más reconfortado y mientras yo me cambio la ropa, en su rostro aparece el
adonis del sexo. El hombre me acuesta de sopetón. La rabia lo mejora muchísimo de la
cintura para abajo e inicia nuevos cadereos. La ira le viene de maravilla y le dura como para
tres horas de contención en faena sexual incansable. Es un campeón del sexo. Me siento
fabulosa y lo tengo curadísimo, ya casi me enamoro del tocadito éste y le agradezco mucho
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su ayuda, a la Claudia con “C”, por su enamoramiento con la gorda de Botero, Viloria
Chelavista, con “G”, de infinita grasa.
—Mi amor, ésta fue la mejor de todas las noches. Felicidades. Ella se lo pierde
—pienso yo interiormente.
—¡Lárgate! —replica el marqués sin más palabras y con voz de gravedad. No
respiro y salgo con mi ropita atada al brazo, caminito de mi catre. Emerjo derrotada de la
407, rumbo a mi cuchitril.
Entro en mi habitación y descanso. Dormito un poco, no sé por cuánto tiempo. Oigo
el motor de un auto que sale a toda velocidad y rodea la plaza principal. Ya son las cuatro
de la madrugada en Santiago de Cuba y creo que mi marqués de Bogotá se ha marchado,
rumbo al Pacífico. Ni triste, ni nada por el traicionado. A lo hecho, pecho.

La ociosidad nos gana en el “Mamá Granda”, a mi prima y a mí. María de los


Amores conecta la cámara y aparece la flamante enana, Claudia con “C ”, en pleno sexo con
la hipopótama, aderezadas con dispositivos especiales para sus juegos, según me dijo la
María, en cámara de alta fidelidad. Van tan desnuditas como Dios las trajo al mundo y les
cuelgan en la espalda unas alas de plumas blancas y plateadas. Pura fantasía erótica, pues se
creen ángeles. Es que las niñas se sienten en el cielo y lo que les falta es que les llegue San
Pedro. María asqueada, la muy mojigata, diciéndome guarra, y yo serenaza. Cada quien es
feliz como puede. En verdad creo eso.
—Niña, que a ti te gusta mucho el negro Tomás y a la benemérita Claudia le
encanta el amor con su tanque de grasa, Viloria Chelavista, je, je, je.
—Respeta, chica, que no pareces comunista. Le tengo que recordar nuestro linaje
político tan moralizante y tan ampliamente solidario con la aceptación de todas las
diferencias.
Ya se terminó el sexo y la fiesta con el marqués. Pero María es entrometida y yo la
conozco. La sigo en la tarde en sus andanzas por el “Mamá Granda ”, hasta que la encuentro
de fisgona, pegada frente al monitor de la computadora, escondida en el salón, al lado del
restaurante, tratando de contactarse con las alas lésbicas cibernáuticas.
—¡Asómate y mira, prima! —plena filmación de las dos querubines, la enana y la
gorda, en henchida procesión amatoria y, al enfocar en el fondo del recinto, desnudo y tan
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sentado como un pachá, el marqués observando abobado, la escena de sexy


homosexualidad de su esposa con la superasistente, la extravagante gorda tamaño XXXXL,
Viloria Chelavista. Él, haciendo el papel de San Pedro y ellas en el cielo, pero del séptimo
infierno. Escena tristemente dantesca para mi gusto, todos con alas de ángeles colgadas.
—Fin de mundo —digo llena de gazmoñería barata. Lo reconozco. Desconecto el
bendito aparato y salgo. Es que tuve razón en todo. Pobre loco. Me impresionan mis
acertadas cavilaciones oraculares de siempre.

IV

Ya han pasado cuatro años desde que mi marqués desapareció de Santiago y aún lo
recuerdo, tanto por su poder sexual, la obsesión de su personaje reconstruido, su baja
autoestima, como por su dinero. Escucho el timbre de la puerta del hotel y una mujer
corpulenta y desgarbada, muy mal ataviada de verde olivo, pide una habitación sencilla y
pregunta por mí. La recepcionista mueve la mano y ésta se dirige hasta mi vera, con un
pequeño bolso carmesí que parece que me lo está regalando de lo mal ataviada que lo lleva.
—¿Me recuerda, mi delicia? Pero ahora soy Fernanda, Fernanda Uribe —alega en
tono andino y con voz suave de violín, el mujerón descompuesto.
Susto. Es el marqués que ahora es marquesa. Está parado (a) frente a mí, con el
mismo rostro de perturbación de siempre. Histérico (a), como de costumbre. Toma asiento
frente a mí y narra su transformación y el doloroso tránsito de la operación hasta
convertirse en hembra para poder intercambiar con su esposa, la ingeniera perfecta.
Impresión. Yo de luto cerrado y muy triste porque el loco, ahora loca, me mató al
Vulcano, su inquilino de abajo, mi más preciado juguete de entretenimiento. Menos mal
que hay otros.
Invita a una cena en el restaurante del hotel, con seducción, y yo curiosa, más que
sorprendida. Asisto por los buenos tiempos. Para el desarrollo de la comida, manda a
preparar platillos especiales y champaña, en vez de escocés, con ron, cerveza y vino.
Se coloca, a petición de la marquesa, los manteles de puntilla y de lino, guardados
exclusivamente para las altas personalidades del comité comunista. Un gran ramo de flores
que con la escasez de todo en esta isla, me imagino que cuesta una verdadera fortuna. María
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de los Amores me llega a la pieza con un regalo. Un par de zarcillos largos, en oro y con
incrustaciones de esmeraldas que, según informa, me los envía el ex marqués que ahora es
marquesa.

Llego a la cena vestida de diario, con toda la ropa interior bien colocada en su sitio,
sin pavoneamientos, ni retorcijones de cadera. Él, ella, otra vez muy triste, como siempre,
cuenta la otra parte de la historia. Su esposa deja a la Viloria Chelavista y lo abandona a él
también. Se sale de los lesbianismos tontos, recuerda a Vulcano y se muda a París, con un
vecino, veinte años menor que ella. Está esplendorosamente enajenada de sexo y muy
contenta por estar con él, en la Ciudad Luz.
Además, y como si fuera poco, la infiel Claudia con “C ”, le escribe todos los días
por Internet y le cuenta, sin omitir detalle, todos sus placeres amorosos con su nuevo
amante “el Infante de Carrión”. Muy literariamente castiza, la chica de las ex alitas blancas;
y él, lee sus correos diaria y cuidadosamente. Fernando (da) le responde que la pase bien,
que se cuide mucho, que esté alegre, que ella (la marquesa, antes marqués) cuida de los
hijos de ambos (ambas) y que en Arizona la están esperando para cuando ella decida
volver, con los brazos abiertos. Se despide:

Cariños para el desgraciado ése del infante


y un abrazo bien grande
de Fernanda y tus hijos
que te quieren y recuerdan.
Te esperamos pronto en casa.

Luego intenta la celada conmigo. Allá va el motivo de la visita a Santiago:


—Y a usted, Caridad, ¿no le interesaría ser mi amante, nuevamente? De hombre yo
me la pasé muy bien con usted; es que usted es muy amante. Debería ser lo mismo ahora
que soy mujer. Mire que yo he aprendido muchas cosas nuevas en materia de sexualidad
con sus compatriotas de género —consulta seria de la ahora marquesa que ya no es virgen,
ni es nada.
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Me estremezco con tales pensamientos pavorosos e impropios de mi condición


femenina. Me gustan muuuucho los varones. No creo que a esta altura de la narración y de
la vida me sea posible cambiar de bando, sólo por la petición de la marquesa (qués). Ni
siquiera deseo intentarlo en nombre de los viejos y buenos tiempos. Los minutos
transcurren lerdamente entre las dos, sin gracia. Ya hasta me da lástima su estado y no me
interesa su dinero. Llevo puestos los zarcillos que me acaba de regalar y ella (él) los halaga
como recordándome su poder financiero sobre mí. Si yo fuese un poco más teatral y menos
interesada con los dólares, se los regreso, pero no soy así; no estoy para escenas pasionales,
ni pérdidas económicas importantes. Son de oro y ya los llevo puestos. Nada de
devoluciones económicas, ni éticas.
―Lo siento mucho, marquesa, pero me [gusta/agrada] ser mujer —respondo segura.
—¡Le pago lo que sea, lo que usted me pida! Le doy lo que usted quiera, casa, carro,
viajes, efectivo, oro. La saco de Cuba y me la llevo para Arizona. Allí puede hacer lo que
quiera, comprar lo que desee. Allá es otro mundo, mijita, piénselo. Usted es muy ducha en
las cosas amatorias. Mire, esto es puro amor, como yo le decía antes y es verdad eso. Nunca
fui más feliz que con usted. Insisto que esto no es sexo, sino puro buen sentimiento —relata
[OJO: declara/expresa].
Tentación del demonio, resuella la marquesa (qués), casi rompiendo en llanto y
tapándose la cara con un pañuelo del antiguo Fernando, el de Bogotá.
Me excuso y corro fuera del hotel para buscar aire fresco y mirar el mar. La
marquesa (qués) grita y su eco se pierde a lo lejos, llamándome desesperada (do).
Hablo con María de los Amores y me retumba el delirio del hombre que ahora es
mujer, o tal vez, no sé lo que es, en lo que se ha convertido.
—Avísame hasta que el marqués, mejor dicho la marquesa de Bogotá se largue bien
lejos. Capaz y se trajo las alitas de plumas blancas para las prácticas de los aquelarres
lésbicos y celestes con su esposa infiel y la Viloria Chelavista. Me voy al río, mi santa.
Tengo sentimientos amargos dentro de mí. Me duele horrores haber perdido al hombre
—digo, y corro hacia el monte.
Me arrodillo en la orilla del río y pido perdón a los Orishas por tales circunstancias
y los hechos que he provocado. Son tantas las mutilaciones del marqués, que ahora es
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marquesa. Quiero respuestas, pues soy una renegada del sexo. El río suena y se ríe como
diciéndome:
—Amor es amor —canta Oshun alegremente a través de notas líricas de agua de río.
La Orisha contenta y yo estoy dichosa, si ella lo está también. Reflexiono y comprendo.
Hay muchas formas y tipos de amor, pero el primero de todos los amores es el amor propio.
Me levanto y me largo a bañarme velozmente.
Me espera un nuevo turista en el pueblo, una historia diferente, con otro marqués,
rodeado por desconocidos castillos manchegos, guiones más actualizados sobre el show de
la vida, con alitas y sin ellas. Los humanos somos complicados, más bien, muy complejos.
Hoy existimos de una forma y queremos algo, pero mañana deseamos otra cosa
completamente diferente. Todos cambiamos muchas veces en la vida. Necesitamos un
guión para nuestros mundos y así poder soportar las grandes debilidades que cargamos a
cuestas y las desgracias que nos sobrevienen. La vida está llena de frustraciones y a veces
no estamos preparados para soportarlas bien. A lo mejor me hago amiga de la marquesa,
pero sólo amiga, ¡cuidado!
Yo seguiré acariciando a extraños y siendo una jinetera 7 cualquiera, con la
conciencia de lo que soy, ni más, ni menos. El río me hace un poco poetisa. Me acuerdo de
la profesora Catalina, la de Historia Universal, cuando aún yo era una niña y ésta decía:
—¡Ha muerto el Rey! ¡Que viva el Rey!
—Ahora yo soy la que digo: ¡Ha muerto Vulcano, que viva Vulcano! —Je, je, je,
estoy feliz.
Salto y camino de vuelta al “Mama Granda”. Tengo que trabajar. Necesito un
cambio de piel para seguir viviendo en esta angustiada isla.

FIN

7
Nombre con el que denominan a las prostitutas en Cuba.

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