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De Cómo El Maíz Apareció Sobre La Tierra

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Otra ronda

de lectura

De cómo el maíz apareció


sobre la tierra
En los tiempos de los antepasados, sucedió que un buen día dejó de llover.
Al principio, nadie se preocupó demasiado porque los pastos verdes cubrían
la tierra, variedad de frutos crecía profusamente en los árboles, y los animales,
apreciados por su carne, se acercaban a beber a las orillas del río cercano.
Pero con el tiempo, la tierra comenzó a secarse. Los pastos se volvieron
amarillos y terminaron por desaparecer. Los árboles ya no daban frutos; sus
ramas, frágiles, se quebraban solas. De las lagunas, solo quedó un rastro mar-
cado en el suelo. Al poco tiempo, este mismo rastro fue cubierto por el polvo.
Ni siquiera se veían animales: imposibilitados de vivir sin agua, hacía
tiempo que habían partido hacia tierras más fértiles, huyendo de la sequía.
Un sol implacable caía sobre los campos desérticos. El río se fue volvien-
do delgado como un hilo. Cuando los pescadores buscaban allí su alimento,
no necesitaban embarcaciones, ni tampoco cuidarse de las corrientes impre-
vistas. El cauce era tan pequeño y tan poco productivo que después de horas
y horas de permanecer parados en la orilla con una paciencia enorme, solo
lograban conseguir algún patí o un pacú. Pero la pesca resultaba insuficiente
para saciar el hambre de hombres, mujeres y niños después de tantos días de
ayuno obligado.
Los habitantes de la región estaban debilitados y atemorizados. Siempre
habían vivido allí. Nadie sabía qué hacer. Entonces acudieron al hechicero de
la tribu:
—Esta sequía acabará con nuestro pueblo. ¡Debes ayudarnos! —implo-
raron.
El hechicero de la tribu invocó en dos oportunidades a Tupá, dios supre-
mo de los guaraníes, sin obtener respuesta.
Cuando lo intentó por tercera vez, se alejó del resto de los hombres y tuvo
una revelación.
—Tupá está enojado con nosotros, sus hijos. Hace tiempo que descuida-
mos los ritos y dejamos de regalarle las ofrendas con las que los antiguos apla-
caban su ira. Por eso nos castiga con el hambre. Desea que el sufrimiento nos
haga volver los ojos hacia él y así recordemos el cumplimiento de sus leyes.
Los hombres enmudecieron. El hechicero estaba en lo cierto. Ya no recor-
daban cuándo había sido la última vez que habían dejado el mejor trozo de
su pescado para Tupá, ni cuántas lunas habían crecido y vuelto a desaparecer
en el cielo desde la última noche en vela en honor del dios.
Cuando el cacique preguntó qué se podía hacer para remediar
la situación, la respuesta que recibió fue terrible.

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—Uno de nuestros jóvenes guerreros deberá entregar su vida —dijo el
Vocabulario
hechicero— para calmar el enojo del dios.
Un silencio pesado se difundió entre los hombres de la tribu.
implacable: que no se puede suavizar,
De pronto, la voz de uno de los jóvenes más valientes se elevó en medio
amansar.
del grupo.
cauce: lecho de ríos y arroyos. —Estoy dispuesto a sacrificarme, si esto ha de traer el fin del sufrimiento
para todos.
patí: pez grande de río.
El guerrero no podía olvidar el llanto de los suyos, que hacía tiempo
pacú: pez de agua dulce. padecían por falta de alimentos. Además de valiente, era generoso y decidi-
do, por lo que muchos lo apreciaban.
rito: costumbre o ceremonia.
Sus padres y amigos intentaron disuadirlo sin éxito. Cuando fue evidente
padecer: sufrir, soportar. que el joven no cambiaría de opinión, el hechicero comenzó los preparativos
para la ceremonia solemne. En primer lugar, seguido por el pueblo, se alejó
disuadir: incitar a alguien a desistir de
hasta llegar a un lugar sin árboles ni troncos secos. Luego indicó que siete
un propósito.
hombres de edad madura cavaran una fosa de no mucha profundidad.
solemne: formal, grave, firme. Enseguida llamó aparte al valiente joven y conversó con él en voz baja.
Luego, sacó un pequeño frasco de una extraña bolsa de cuero que llevaba
resuelto: determinado, audaz.
siempre consigo; el guerrero bebió su contenido y a continuación abrazó a
espiga: inflorescencia cuyas flores sus familiares y se despidió de sus amigos. Finalmente, con gesto resuelto, se
están colocadas a lo largo de un tallo. tendió en el hoyo y murió. La bebida proporcionada por el hechicero había
surtido efecto.
Al rato, otros siete hombres dejaron caer sobre él la tierra que antes habían
extraído. Poco a poco fueron cubriéndolo, hasta que lo único que quedó a la
vista fue la nariz del valiente. Era el final del ritual.
Ya las sombras de la noche ennegrecían el cielo. La tribu volvió a su refu-
gio, triste pero esperanzada. El viento comenzó a silbar más y más fuerte; su
violencia creció hasta convertirlo en huracán. Terribles relámpagos rasgaron
las tinieblas y las poderosas detonaciones de los truenos ensordecieron a to-
dos los seres vivos de la región. De pronto, la lluvia, esperada durante tanto
tiempo, apareció en forma de cascadas que se desprendían desde lo alto. Sin
detenerse, continuó mojando la tierra la noche entera.
Al amanecer, la tormenta cesó. Un tibio sol asomó, iluminando los cam-
pos, que en ese mismo instante empezaron a reverdecer.
Siguiendo al hechicero, que se desplazaba pronunciando fórmulas mági-
cas desconocidas para el resto, la tribu entera llegó hasta el lugar del sacrificio.
Precisamente en el mismo sitio donde había asomado la nariz del valiente
indio, vieron crecer una planta desconocida. Entre sus hojas largas y verdes
asomaban las espigas de granos dorados.
Así fue como apareció el maíz sobre la tierra, y por eso los hombres eligie-
ron el nombre de avatí para la nueva planta: significa “nariz de indio”.

Leyenda americana, versión de Pamela Archanco.

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