297738-Texto Del Artículo-415709-1-10-20150904
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297738-Texto Del Artículo-415709-1-10-20150904
LA
VOZ
DE
LA
LOCA:
CRÓNICA
Y
DESEO
URBANO
EN
LA
ESQUINA
ES
MI
CORAZÓN
(1995)
DE
PEDRO
LEMEBEL
The
Voice
of
The
Loca:
Chronic
and
Urban
Desire
in
La
esquina
es
mi
corazón
(1995)
by
Pedro
Lemebel
MARÍA
ANGÉLICA
FRANKEN
OSORIO
UNIVERSIDAD
DE
CHILE
angiefranken@gmail.com
Resumen:
Pedro
Lemebel,
en
su
recopilación
de
crónicas
La
esquina
de
mi
corazón
del
año
1995,
articula
a
la
Loca
y
su
comunidad
siempre
en
búsqueda
de
movimiento
y
deseo
en
un
mapa
urbano
de
espacios
públicos
constantemente
vigilados
por
otros,
pero
que
son
rediseñados
desde
la
lógica
del
deseo
homosexual
y
una
retórica
cursi.
El
discurso
del
deseo
se
establece
como
estrategia
para
superar
una
marginalidad
sexual,
social
y
urbana,
y
desde
allí
enunciar
una
crítica
a
la
vida
cotidiana,
específicamente,
al
relato
neoliberal
de
los
inicios
de
la
transición
chilena
que
dejó
al
margen
a
aquéllos
que
subvierten
cada
día
los
discursos
y
relatos
urbanos
de
un
poder
heteronormativo.
Palabras
clave:
crónica,
la
Loca,
deseo,
mapa
urbano,
cursi,
crítica
Abstract:
Pedro
Lemebel:
In
his
collections
of
chronicles
titled
La
esquina
es
mi
corazón
and
published
in
1995,
he
articulated
the
figure
of
the
Loca
and
his
community,
always
looking
forward
for
movement
and
desire,
in
an
urban
map
of
public
spaces
constantly
watched
by
others.
However,
this
space
is,
at
the
same
time,
reconfigured
by
the
logic
of
homosexual
desire
and
a
cursi
rhetoric.
The
discourse
of
desire
is
established
as
a
strategy
to
overcome
a
sexual,
social,
and
urban
marginality,
and
from
there
articulate
a
criticism
of
everyday
life,
specifically
the
Chilean
neoliberal
model
that
leaves
out
those
who
transgress
the
established
powers.
Keywords:
Chronicle,
La
Loca,
Desire,
Urban
Map,
cursi,
Criticism
ISSN: 2014-1130
Recibido: 03/02/2015
vol.º 11 | verano 2015 | 122-135
Aprobado: 06/04/2015
DOI: http://dx.doi.org/10.5565/rev/mitologias.210
La voz de la Loca: crónica y deseo urbano en La esquina es mi corazón (1995) de Pedro Lemebel
1
Los
posteriores
libros
de
crónicas
destacados
de
Lemebel
son
Loco
afán
(1996),
De
Perlas
y
cicatrices
(1998),
Zanjón
de
la
aguada
(2003),
Adiós
mariquita
linda
(2005),
entre
otros.
Publica
también
la
novela
Tengo
miedo
torero
(2001).
Es
necesario
destacar
su
participación
activa,
junto
a
Francisco
Casas,
en
el
colectivo
de
arte
formado
el
año
1987,
Las
yeguas
del
Apocalipsis.
Entre
sus
actividades,
realizaban
performances
urbanas
(video,
fotografía,
instalación,
entre
otros),
las
que
marcaron
el
imaginario
político
durante
el
periodo
dictatorial
en
Chile.
2
Por
lo
anterior,
esta
recopilación
de
crónicas,
como
las
posteriores
de
Lemebel,
han
sido
abordadas
críticamente
en
América
Latina
y
Europa
en
relación
a
la
construcción
discursiva
de
una
voz
homosexual
y
travestida,
a
la
violencia
y
marginalidad
urbana,
entre
otros
2
acercamientos.
Entre
los
diferentes
estudios
abocados
a
su
obra,
destacan
los
del
académico
Por
lo
anterior,
esta
recopilación
de
crónicas,
como
las
posteriores
de
Lemebel,
han
sido
abordadas
críticamente
en
América
Latina
y
Europa
en
relación
a
la
construcción
discursiva
de
una
voz
homosexual
y
travestida,
a
la
violencia
y
marginalidad
urbana,
entre
otros
acercamientos.
Entre
los
diferentes
estudios
abocados
a
su
obra,
destacan
los
del
académico
Fernando
Blanco,
por
ejemplo,
la
recopilación
de
ensayos
críticos
titulada
Reinas
de
otro
cielo:
modernidad
y
autoritarismo
en
la
obra
de
Pedro
Lemebel
(Santiago
de
Chile:
LOM,
2004).
Cabe
afirmar
que
la
figura
de
la
Loca
está
presente
en
casi
toda
la
obra
de
Lemebel.
No
obstante,
este
análisis
busca
entregar
algunas
ideas
sobre
ella
en
relación
a
su
primer
libro
de
crónicas
La
esquina
es
mi
corazón
y
en
su
crítica
al
relato
urbano
de
los
primeros
años
de
la
transición
chilena
a
la
democracia.
3
Para
este
análisis,
estamos
entiendo
la
marginalidad
o
lo
marginal
como
una
categoría
abierta
que
no
es
una
esencialidad
particular
de
algunos
sujetos,
sino
una
construcción
cultural
y
discursiva
(Álvarez,
2009:
107),
y
que
implica
la
proliferación
de
márgenes
variados
(sexual,
social,
económico,
político,
de
edad,
espacial).
Mitologías hoy | vol.º 11 | verano 2015 | 122-135
123
Angélica Franken Osorio
América
Latina
se
globaliza
hasta
donde
es
posible,
y
en
el
desarreglo
que
sigue
a
grandes
transformaciones,
los
marginados
sexuales,
aisladamente
y
en
conjunto,
trazan
otro
mapa
de
lo
real
ajustado
al
nuevo
criterio:
la
unidad
de
lo
diverso,
la
diversidad
de
lo
homogéneo
(Monsiváis,
2010:
43).
Ahora
bien,
la
crónica
urbana
en
su
carácter
de
género
discursivo
referencial,
en
la
cual
el
autor/cronista
y
el
narrador
son
uno
solo
(Morales,
2001:
11),
se
caracteriza
por
su
alta
referencialidad
y
actualidad
(Rotker,
1992:
111);
actualidad
que
se
encuentra
estrechamente
vinculada
a
los
procesos
de
la
modernidad,
y
por
ello,
con
el
periódico
y
la
ciudad.
En
el
caso
de
Lemebel,
la
mayoría
de
las
crónicas
que
recoge
La
esquina
es
mi
corazón
fueron
publicadas
previamente
entre
1991
y
1993
en
la
desaparecida
Revista
Página
Abierta,4
espacio
de
proyección
junto
con
el
periódico,
que
él
apreciaba
en
su
interés
por
la
difusión
masiva
de
sus
crónicas
(Lemebel,
2000).
Y
relación
con
la
ciudad,
sobre
todo
a
partir
de
los
cambios
palpables
que
había
sufrido
Santiago
desde
los
tiempos
de
la
dictadura
militar
hasta
la
transición
democrática
entrada
ya
en
los
años
90,
es
decir,
en
la
posdictadura.
Cambios
arquitectónicos
significativos,
como,
un
ejemplo
entre
muchos,
la
construcción
de
la
torre
Telefónica
CTC
a
metros
de
la
Plaza
Italia,
lugar/monumento
emblemático
de
la
historia
chilena
y
principal
espacio
de
manifestaciones
públicas
de
toda
índole
desde
el
Plebiscito
del
año
1988,
como
también
espacio
simbólico
del
modo
de
habitar
y
pensar
la
ciudad
de
Santiago
en
el
también
diseño
urbano
de
las
Loca(s):
“Está
inscrita
en
su
paisaje
político,
simboliza
mejor
que
cualquier
otro
lugar
o
espacio
el
deseo
utópico
y
festivo
de
esta
ciudad
vilipendiada,
contaminada
y
gris”
(Lizama,
2007:
59-‐60).
En
el
caso
santiaguino
y
su
relato
urbano
neoliberal
de
esos
años,
la
fuerte
presencia
de
la
mercancía
y
el
afán
acelerado
por
lo
nuevo
han
conformado
una
ciudad
moderna
(Berman,
2006:
310),
que
incluso
en
estas
últimas
décadas
de
la
exacerbación
del
consumo,
ha
devenido
en
su
estructura
en
la
casi
total
privatización
del
espacio
público,
como
ante
todo
en
el
predominio
de
los
flujos
por
sobre
los
lugares
(Mongin,
2006:
172).
La
ciudad
de
Santiago,
la
Plaza
Italia
y
su
centro
urbano,
se
yerguen
en
las
crónicas
de
Lemebel
en
un
lugar
de
tránsito,
sin
embargo,
el
autor
establece
en
el
actor
social
que
escoge
un
imaginario
o
mapa
urbano
(Canclini,
1999:
93)
de
lugares
que
habita,
resignifica
y
por
donde
también
efectivamente
se
mueve
la
Loca
en
su
anhelo
de
satisfacción
de
un
deseo
que
delata
una
ausencia,
y
en
su
intención
de
reinventar
y
rehabitar
la
calle
y
la
plaza,
y
de
establecer
estos
espacios
como
lugares
de
encuentro
festivo
(Mongin,
2006:
291),
entre
ellos:
una
micro,
el
Parque
Forestal,
la
barra
brava,
la
Discotheque
Divine,
la
esquina
4
Revista
nacida
el
año
1989
y
en
la
que,
en
palabras
del
mismo
Lemebel,
confluían
órdenes
académicos
y
populares
(Lemebel,
2000).
de
la
pobla,
una
fonda
dieciochera
y
las
calles
del
centro
de
Santiago.
Estos
espacios
construyen
otro
mapa
del
consumo
sexual,
uno
callejero
y
urbano
que
reafirma
a
la
calle
como
escuela
e
imaginario
de
aprendizaje
(Sepúlveda,
2013:
23).
Mapa
urbano
de
la
ciudad
del
deseo
El
surgimiento
del
deseo
y
los
posibles
encuentros
se
establecen
en
estos
lugares
públicos
en
los
que
sus
protagonistas
están
“sujetos
del
mismo
deseo
clandestino
que
nadie
ve”
(Lemebel:
2014,
139),
y
donde
el
contacto
visual,
como
la
mirada
voyeurista
del
otro,
permiten
la
conexión
y
anticipan
algún
tipo
de
relación,
sea
sexual,
delictual
y/o
económica.
La
figura
de
la
Loca
y
la
comunidad
marginal,
“obreros,
empleados,
escolares
o
seminaristas”
(25),
se
mueven
en
estos
espacios
para
mirar
y
ser
vistos.
En
la
crónica
“Anacondas
en
el
Parque”,
los
sujetos
realizan
el
acto
sexual
en
medio
de
los
árboles
del
parque,
y
son
conscientes
de
la
mirada
del
otro:
“los
miraba
hacer
el
amor
en
la
dulzura
del
parque”
(23).
Por
ello,
el
parque
o
la
calle
se
establece
como
lugar
del
encuentro
festivo
y
sexual
(Lefebvre,
1980:
25),
que
configura
a
sus
protagonistas
como
actores,
y
a
la
reunión
como
un
espectáculo
digno
de
observar
por
otros:
“Por
el
camino
se
acercan
parejas
de
la
mano
que
pasan
anudando
azahares
por
la
senda
iluminada
de
la
legalidad
[...]
Que
comentan
en
voz
baja
‘eran
dos
hombres
¿te
fijaste?’”
(Lemebel,
2014:
22).
La
Loca
y
los
otros
sujetos
representados
son
conscientes
de
que
son
vistos,
como
ellos
mismos
miran
“en
un
anonimato
perverso”
(24);
miradas
que
permiten,
por
un
lado,
el
contacto
entre
los
sujetos
deseosos,
como
a
su
vez
establecen
un
dentro
y
afuera,
es
decir,
una
división
entre
los
que
miran
y
los
que
son
observados
(Silva,
2000:
124).
La
cita
señalada
no
indica
sólo
el
carácter
de
espectáculo
visual
o
la
teatralidad
del
contacto
sexual
de
las
Loca(s),
sino,
sobre
todo,
la
distancia
que
separa
a
la
pareja
que
se
encuentra
en
el
lado
de
la
legalidad
heteronormativa,
en
contraposición
a
estos
otros
que
realizan
un
acto
íntimo
en
la
vía
pública
“porque
no
tuvieron
plata
para
ir
a
un
motel”
(Lemebel,
2014:
23).
Lo
privado
se
vive
en
lo
público,
por
lo
mismo,
la
posición
de
Loca
dentro
de
la
ciudad
es
al
margen,
y
fuera
del
discurso
de
“cuidado
con
los
parques”
(23).
Está
del
lado
de
la
ilegalidad,
fuera
del
orden
establecido,
pero
dentro
del
relato
de
ciudad
escindida,
que
se
instituye
blanca
y
macha
(Sepúlveda,
2013:
24).
En
este
relato
autoritario
de
la
ciudad,
que
necesita
de
los
criminales,
de
los
que
están
fuera
de
la
ley
y
de
las
buenas
costumbres,
para
afirmar
el
orden
que
establece,
la
Loca
como
sujeto
de
deseo
se
muestra
a
plena
luz,
pero
igualmente
busca
en
la
clandestinidad,
en
la
noche,
y
en
el
tumulto
de
las
masas
y
los
movimientos
ciudadanos
una
posibilidad
de
satisfacer
su
deseo
homosexual:
“La
ciudad
en
fin
de
semana
transforma
sus
calles
en
flujos
que
rebasan
la
líbido,
embriagando
los
cuerpos
jóvenes
con
el
deseo
de
turno”
(Lemebel,
2014:
165).
En
la
medida
que
la
Loca
busca
en
el
flujo
de
la
ciudad
y
encuentra
inesperadamente
en
el
muchacho
de
la
micro,
de
la
peluquería,
de
la
fonda
dieciochera
la
satisfacción
de
su
deseo,
también
sufre
permanente
el
miedo
y
el
peligro
de
ser
descubierta.
Entonces,
la
legalidad
no
se
traducirá
sólo
en
la
mirada
de
los
recién
casados
en
el
parque
entendido
exclusivamente
como
“zona(s)
de
esparcimiento
planificada(s)
por
la
poda
del
deseo
ciudadano”
(27),
sino
también
en
ciertos
sujetos
y
actores
fundamentales
del
ejercicio
de
la
legalidad
y
el
poder,
como
son
los
policías
asociados
al
imaginario
militar
y
dictatorial.
El
deseo
consumado
es
interrumpido
por
éstos:
“Noche
de
ronda
que
ronda
lunática
y
se
corta
como
un
collar
lácteo
al
silbato
policíaco”
(26).
La
figura
del
policía/militar
les
recuerda
que
se
encuentran
del
lado
de
la
marginalidad,
como
por
otro
lado
los
repliega
nuevamente
al
miedo
atávico
y
a
la
lógica
de
la
violencia:
“A
lumazo
limpio
arremete
la
ley
en
los
timbales
huecos
de
la
espalda”
(26).
El
poder
en
su
afán
de
estar
en
movimiento
y
producir
discursos
(Foucault,
1999:
48)
no
sólo
está
presente
en
el
deseo
ciudadano,
y
en
los
que
aseguran
el
orden
urbano,
sino
que
también
el
poder
se
traspasa
incluso
al
mismo
homosexual
o
aquél
que
presta
sus
servicios
por
dinero.
Entonces,
éste
mismo,
desde
su
propia
marginalidad
consumidora,
acabará
con
la
Loca
deseosa
en
la
oscuridad
de
la
noche
santiaguina
(Lemebel,
2014:
172),
en
la
crónica
“Las
amapolas
también
tienen
espinas
(A
Miguel
Ángel)”.
Por
todo
lo
anterior,
la
Loca
vive
el
deseo
en
la
ciudad.
La
calle
y
los
espacios
públicos
se
convierten
en
su
habitación
y
esencia
–“la
esquina
es
mi
corazón”—
la
barrera
entre
lo
privado
y
lo
público
se
debilita
(Mongin,
2006:
23),
y
este
último
se
redibuja.
Ahora
bien,
los
espacios
asignados
para
ella
dentro
de
la
ciudad
son
limitados
y
siempre
vigilados
en
su
condición
de
sujeto
marginal.
Por
lo
mismo,
la
Loca
busca
vivir
su
deseo
clandestino
en
la
aglomeración
masiva
y
en
la
“megalópolis
apresurada”5
(Lemebel,
2014:
142).
La
Loca
se
introduce
camuflada
en
la
barra
brava:
“pasó
colada
arqueando
las
piernas,
dando
unos
cuantos
empujones”
(54),
espacio
predilecto
de
lo
masculino
donde
a
pesar
de
su
intento
de
pasar
desapercibida
es
descubierta:
“[...]
y
solo
esperaba
el
agarrón
de
la
loca
para
gritar:
Aquí
hay
un
maraco”
(54).
El
ojo
vigilante
está
y
denuncia
la
acción
de
la
Loca,
sin
embargo,
ella
encuentra
igualmente
lo
que
busca
y
en
los
baños
disfruta,
mientras
“afuera
el
estadio
estalla
cuando
un
centro-‐forward
zigzaguea
la
bola
por
la
entrepierna”
(56).
Ahora
no
sólo
el
estadio,
sino
también
una
micro
se
vuelve,
inesperadamente,
en
esta
ciudad
de
encuentros
y
deseos
fortuitos,
un
espacio
posible
de
satisfacción
sexual:
“en
el
pasillo
avanza
un
escolar
que
de
verlo
se
le
fuga
el
alma”
(138).
La
Loca
encuentra
un
objeto
de
deseo
que
le
corresponde,
y
“así
mano
y
nervio,
fierro
y
carne,
loca
y
péndex,
van
agarrados
de
la
misma
fiebre”
(139).
Sitios
públicos
y
masivos
como
un
estadio
de
fútbol,
5
García
Canclini
introduce
el
concepto
de
megalópolis
en
su
texto
Imaginarios
urbanos,
sin
embargo,
en
este
análisis
no
utilizamos
tal
concepto
para
describir
la
ciudad
que
nos
presenta
Lemebel,
sino
más
bien
los
de
ciudad
moderna
y
posmoderna
de
Mongin.
una
micro,
como
por
último,
los
asientos
de
un
cine
se
convierten
en
zonas
propicias
para
el
contacto,
donde
tanto
la
Loca
como
otros
habitantes
de
la
ciudad
se
experimentan
como
sujetos
deseosos
a
pesar
de
su
afán
de
pasar
desapercibidos.
Como
señala
críticamente
Lemebel:
“[E]l
sexo
en
estas
sociedades
pequeño
burguesas
sólo
se
ejercita
tras
la
persiana
de
la
convención”
(49-‐50),
y
a
la
hora
de
salir
del
cine
de
la
masturbación
colectiva
cinematográfica,
como
al
volver
a
las
calles,
“cada
quien
está
sólo
y
no
reconoce
a
nadie
de
regreso
a
la
calle”
(50).
Esos
otros,
que
momentos
antes
se
procuraban
autosatisfacción
frente
a
la
imagen
de
Bruce
Lee
en
un
cine
de
Plaza
de
Armas,
se
ocultan
ahora
en
el
flujo
de
la
ciudad
y
en
el
cinismo
de
una
sociedad
que
esconde
sus
pulsiones
en
la
vitrina
convencional
de
la
práctica
heterosexual.
A
su
vez,
en
la
ciudad
de
estas
crónicas,
que
establece
las
distancias
entre
el
centro
y
la
periferia,
es
decir,
que
configura
los
recorridos
urbanos
de
los
sujetos,
y
asigna
los
espacios
públicos
de
tránsito
y
esparcimiento,
Lemebel
inserta
a
los
jóvenes
de
la
‘pobla’;
jóvenes
que
están
en
permanente
movimiento
entre
la
periferia
y
el
centro.
En
la
crónica
“La
esquina
es
mi
corazón
(o
los
New
Kids
del
bloque)”
el
deseo,
como
la
confirmación
de
una
ausencia,
es
también
vivido
a
nivel
colectivo,
porque
la
arquitectura
del
espacio
que
se
les
ha
asignado
en
la
periferia
es
“un
soporte
precario
de
intimidad,
donde
los
resuellos
conyugales
y
las
flatulencias
del
cuerpo
se
permean
de
lo
privado
a
lo
público”
(Lemebel,
2014:
31).
Frente
a
esta
situación,
Lemebel
va
a
señalar
que
los
sujetos
de
la
‘pobla’,
en
su
ocio
asumido,
se
sumergen
en
el
“caldo
promiscuo
del
colectivo,
anulándose
para
no
sucumbir”
(31),
al
igual
como
lo
hacen
en
el
centro
de
la
ciudad.
Sin
embargo,
la
esquina
de
la
‘pobla’
es
realmente
su
territorio:
“porque
aquí
la
ley
somos
nosotros,
es
nuestro
territorio,
aunque
las
viejas
reclaman
y
mojan
la
escala
para
que
no
nos
sentemos”
(33).
En
la
repartición
oficial
del
espacio,
ése
fue
su
lugar
y
desde
allí
miran
y
escuchan
a
la
ciudad
de
Santiago.
Por
ello,
la
‘pobla’
se
convierte
en
un
corazón
donde
escuchar
y
marcar
sus
vidas
apenas
asoleadas
(30).
A
pesar
de
que,
“aunque
estemos
limpios
igual
te
cargan,
y
la
vieja
tiene
que
conseguirse
la
plata
de
la
multa
[...]”
(34),
ello
pareciera
ser
mejor
que
caer
en
una
suerte
de
poética
burguesa:
“Cómo
transar
el
lunar
azul
de
Madonna
por
el
grano
peludo
de
las
secretaria
vieja
que
te
manda
donde
se
le
ocurre,
porque
uno
es
el
junior
y
tiene
que
bajar
la
vista
humillado.
Cómo
cambiar
el
tecleo
de
esta
vieja
por
la
super
música
de
los
New
Kids
para
desmayarte
muy
adentro
y
chupárselo
todo
[…]
reventarse
de
gusto,
¿cachái?”
(32).
De
hecho,
es
en
esta
crónica,
donde
el
narrador
como
ojo/lente
que
transfigura
los
recorridos
de
las
Loca(s),
defiende
y
entroniza
una
periferia
deseosa
frente
a
un
sistema
económico
y
social
que
rige
la
ciudad
de
Santiago
desde
la
dictadura
hasta
hoy:
“Herencia
neoliberal
o
futuro
despegue
capitalista
en
la
economía
de
esta
‘demos
–gracia’”.
Un
futuro
inalcanzable
6
Al
leer
esta
crónica
es
imposible
no
establecer
un
diálogo
intermedial
con
el
filme
chileno
Caluga
y
menta
(1990)
del
director
Gonzalo
Justiniano
que,
a
meses
del
inicio
de
la
transición
chilena
a
la
democracia,
registra
cinematográficamente
a
un
grupo
de
jóvenes
de
la
‘pobla’
(en
este
caso,
reconocible
conjunto
habitacional
construido
por
Pinochet
en
los
márgenes
de
la
ciudad)
escuchando,
bajo
los
efectos
de
la
marihuana,
a
los
“hombrecillos”
de
la
transición
que
les
prometían
áreas
verdes
para
que
no
sigan
“perdiendo
el
tiempo”.
sangriento
[...]”
(172).
Entonces,
se
podría
afirmar
que
el
cuerpo
de
la
Loca
es
metáfora
–una
femenina
(Lemebel,
2000)7—
de
la
ciudad
violentada
por
el
poder,
ya
que
ella
“es
el
escenario
natural
para
la
consumación
de
las
fantasías
y
urgencias
eróticas
de
sus
habitantes,
pero
también
como
mortaja
inesperada
para
aquellos
que
buscan
compensaciones
monetarias
a
cambio
del
sexo
rápido
en
espacios
clandestinos”
(Blanco,
2010:
73).
Dentro
de
la
misma
crónica,
el
narrador
incluye
la
opinión
ciudadana
sobre
este
hecho,
que
confirma
la
homofobia
de
la
prensa
amarilla,
y
su
moral
propia.
Según
ésta,
su
muerte
es
justificada:
rompió
las
leyes
oficiales
–
homosexualidad
pública—,
y
fue
asesinada
por
los
de
su
propia
ley.
En
este
sentido,
no
sólo
la
mató
el
joven
marginal,
sino
que
también
la
prensa
amarilla
la
violenta
reiteradamente
en
las,
según
Lemebel,
“carnicerías
del
resentimiento
social
que
se
cobran
en
el
pellejo
más
débil,
el
más
expuesto”
(2014:
173).
Este
ejemplo
confirma
marginalidad
de
la
Loca,
puesto
que
la
negociación
entre
ella
y
el
joven
proletario
reproduce
una
disputa
de
géneros
e
identidades
en
juego,
y
explica
la
triple
marginalidad
de
la
Loca,
en
tanto
proletario
y
homosexual,
y
en
tanto
travesti:
“La
loca
se
revela
como
una
categoría
subversiva
que
produce
rechazo
no
sólo
por
parte
de
la
sociedad
heterosexual
sino
también
homosexual”
(Blanco,
2010:
86).
Por
lo
anterior,
la
significancia
y
visibilización
de
su
“cuerpo
homoerótico
y
el
cuerpo
prostibular
pasan
a
ser
el
cuerpo
del
delito,
del
crimen
oficializado
por
el
joven
proletario
(macho),
quien
se
hace
instrumento
funcional
a
la
dictadura
y
su
lógica”
(Llanos,
2004:
84).
No
obstante
lo
anterior,
la
Loca
se
mueve
en
función
de
su
deseo
homoerótico
que,
por
momentos,
aunque
duela,
le
ofrece
ciertos
atisbos
de
libertad
y
satisfacción.
La
voz
de
la
Loca:
lenguaje
y
resistencia
Tras
haber
caracterizado
a
la
figura
de
la
Loca,
y
sus
movimientos
dentro
de
la
ciudad,
es
pertinente
centrarse
ahora
en
la
voz
enunciante,
en
el
narrador
y
autor
de
estas
crónicas
urbanas.
Lemebel,
por
primera
vez
en
la
narrativa
nacional,
configura
el
universo
espacial
y
discursivo
de
la
Loca;
entonces
cabe
preguntar
si
detrás
de
ello
se
encuentra
un
afán
representativo,
un
interés
de
hablar
por
los
demás,
por
aquellos
sujetos
sin
voz8
a
causa
de
la
triple
marginalidad
y
la
clandestinidad
al
cual
los
ha
replegado
el
sistema
neoliberal
que
defiende
el
relato
de
la
ciudad.
De
hecho,
el
querer
mostrar
la
7
Lemebel
afirma,
en
la
entrevista
a
Andrea
Jeftanovich
del
año
2000,
que
“todo
devenir
minoritario
pasa
por
un
devenir
mujer”,
ahondando
la
relación
entre
la
minoría
mujer
y
la
minoría
homosexual.
8
Esta
afirmación
establece
abiertamente
un
nexo
entre
las
características
de
las
crónicas
de
Lemebel
y
el
género
discursivo
del
testimonio,
el
cual
justamente
en
el
caso
latinoamericano
había
sido
leído,
entre
otras
lecturas,
desde
la
praxis
política
y
las
dificultades
de
la
representación
de
un
otro
oprimido.
En
Lemebel,
hay
una
cercanía
clave
con
los
sujetos
que
enuncia
que
no
es
el
caso
del
antropólogo
del
testimonio
tradicional.
Mitologías hoy | vol.º 11 | verano 2015 | 122-135
129
Angélica Franken Osorio
marginalidad
de
ciertos
sujetos
en
la
escritura
de
la
ciudad
de
Santiago
ha
sido
una
de
las
tantas
lecturas
que
se
le
han
hecho
a
las
crónicas
de
Lemebel,
y
que
tiene
que
ver
precisamente
con
la
violencia
que
se
ha
ejercido
sobre
“los
cuerpos
no
alineados
sexual,
social
o
políticamente”
(Araujo,
2004:
264),
en
el
proceso
de
la
transición
democrática
que
preocupaba
al
país
en
los
inicios
de
los
90.
Ahora
bien,
este
análisis
no
se
centra
ni
defiende
un
afán
representativo
en
la
escritura
de
Lemebel,
ya
que
esto
implicaría
una
distancia
entre
el
narrador
y
los
sujetos
representados,
sino,
por
el
contrario,
se
afirma
una
cercanía
entre
ambos.
La
agudeza
argumental
y
sutileza
verbal
con
que
describe
el
mundo
de
las
Loca(s)
no
equivale
a
una
mirada
representativa
de
otro;
por
lo
mismo,
se
puede
señalar
que
la
voz
enunciante
está
ahí,
no
hay
distancia
puesto
que
la
voz
junto
con
enunciar
se
enuncia
a
sí
misma.
Por
ello,
corresponde
a
una
“narración
que
abre
un
doble
movimiento
en
el
que
el
sujeto
se
revela
a
sí
mismo
mientras
desvela
los
dispositivos
histórico-‐sociales,
comenzando
por
la
lengua”
(Cangi,
2010:
49).
En
este
sentido,
Lemebel
no
sólo
trasluce
en
las
crónicas
la
vida
de
las
Loca(s)
en
la
ciudad
neoliberal
articulada,
sino
también
mira/habla
sobre
su
propia
condición
de
Loca
travesti.
En
relación
a
lo
anterior,
el
cronista
Lemebel
reproduce
en
su
escritura
poética
el
discurso
y
lenguaje
particular
de
la
Loca;
lenguaje
marcado
por
la
efusividad
y
la
exageración,
con
el
frecuente
uso
de
palabras
figuradas
que
refieren
a
la
sexualidad
y
a
los
órganos
sexuales,
sobre
todo
masculinos,
y
así
hablar
de
los
cuerpos,
del
encuentro
erótico,
estableciendo
una
retórica
particular
de
la
sexualidad
travesti:
“Una
danza
tribal
donde
cada
quien
engancha
su
carro
en
el
expreso
de
la
medianoche,
enrielando
la
cuncuna
que
toma
su
forma
en
el
penetrar
y
ser
penetrado
bajo
el
follaje
turbio
de
los
acacios”
(Lemebel,
2014:
26).
En
relación
a
esto,
En
las
crónicas
de
Lemebel
este
pasado
[el
dictatorial]
está
registrado
[…]
en
los
cuerpos
de
los
pobres
que
él
lee
no
con
la
distancia
de
un
antropólogo
sino
como
seductor
o
seducido,
usando
un
lenguaje
que
mezcla
la
alta
cultura,
lo
cursi
[…]
con
el
lenguaje
de
los
barrios
en
donde
había
pasado
su
infancia”.
(Franco,
2010:
57)
La
palabra
barrial
y
las
alusiones
cursi,
asociadas
al
imaginario
melodramático,
son
un
lenguaje
compartido
entre
las
Loca(s)
(60)
en
su
adoración
al
pene
como
objeto
de
deseo
y
delirio
poético
(61).
Pareciera
que
la
Loca
necesitara
de
todos
“los
registros
de
emoción
excesiva
–melodrama,
poesía
romántica
y
lírica
del
bolero”
(62-‐3),
“un
barroquismo
desclosetado”
en
términos
de
Monsiváis
(2010:
29),
para
visibilizar
una
diferencia
con
respecto
del
homosexual
burgués.
Entonces,
Pedro
Lemebel,
como
sujeto
enunciante,
es
consciente
de
una
forma
de
escribir,9
una
suerte
de
poética
propia:
un
9
En
este
punto,
cabe
mencionar
el
emblemático
manifiesto
“Hablo
por
mi
diferencia”
del
mismo
Lemebel
expresado
en
una
performance
en
Santiago
de
Chile
el
año
1986.
12
Es
aquí
donde
se
inserta
un
personaje
importante
de
la
literatura
chilena
que
dialoga
directamente
con
estas
crónicas
de
Pedro
Lemebel,
que
es
la
figura
de
la
Loca
articulada
por
José
Donoso
en
su
novela
breve
El
lugar
sin
límites
del
año
1966.
La
Manuela
tendrá
como
escenario
de
su
espectáculo
o
performance,
el
prostíbulo.
La
calle
es
en
esa
novela
reemplazada
por
el
prostíbulo,
y
el
deseo
exagerado
y
homosexual
de
Manuela
se
vive
en
ese
espacio
reducido,
espacio
que
a
veces
reúne
en
sí
a
todo
el
pueblo
El
Olivo.
Lo
esencial
es
que
el
deseo
de
la
Manuela
y
la
Japonesa
se
convierte
en
transgresor
en
la
ocasión
de
la
apuesta.
El
deseo,
entonces,
significa
poder,
permite
un
cambio
y
se
vuelve
en
el
único
horizonte
posible
de
una
libertad
para
estas
mujeres;
libertad
que
se
traduce
aquí
en
la
propiedad
de
la
casa
de
Don
Alejo.
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(2010),
“De
los
ideales
colectivos
al
sentimentalismo
de
la
primera
persona”
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Blanco,
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Desdén
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Cuarto
Propio,
pp.
76-‐92.
ROTKER,
Susana
(1992),
La
invención
de
la
crónica.
Argentina,
Ediciones
Letras
Buena.
SEPÚLVEDA,
Magda
(2013),
Chile
urbano:
la
ciudad
en
la
literatura
y
el
cine.
Santiago
de
Chile,
Cuarto
Propio.
SILVA,
Armando
(2000),
Imaginarios
urbanos:
Bogotá
y
Sao
Paulo.
Bogotá,
Tercer
Mundo
Editores.
*
María
Angélica
Franken
Osorio
es
candidata
a
Doctor
en
Literatura
chilena
e
hispanoamericana
de
la
Universidad
de
Chile
(2012-‐2016).
El
borrador
central
de
este
trabajo
fue
elaborado
en
el
seminario
de
Teorías
Culturales,
dictado
por
el
profesor
invitado
Leonidas
Morales
cuando
cursaba
el
Magíster
en
Literatura
de
la
Pontificia
Universidad
Católica
de
Chile,
el
año
2009.
Fue
presentado
también
en
las
Jornadas
de
Estudiantes
de
Posgrado
de
la
PUC
el
2010.