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Via Crucis Por Las Almas Del Purgatorio

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VIA CRUCIS POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO

Oración inicial:

Señor Jesús que nos dijiste: “Quien quiera venir conmigo, niéguese a
sí mismo, tome su cruz y sígame”, permítenos acompañarte en tu Vía
Crucis, rememorando los sufrimientos que por nuestros pecados
padeciste en Jerusalén y de algún modo sigues padeciendo en los
miembros de tu Cuerpo Místico.
¡Oh Dios hecho hombre, Rey universal!
Como vasallos tuyos queremos ir contigo, sufrir contigo y morir como
Tú, para gloria de tu majestad ofendida, en reparación por nuestras
culpas y en sufragio por las benditas Almas del Purgatorio.
María, Madre de la Iglesia, ayúdanos a luchar contra el pecado y
aumenta nuestra caridad hacia nuestros hermanos que esperan la
entrada al Banquete Celestial.
Primera estación: Jesús condenado a muerte

- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


- Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador

Está el inicuo Juez sentado en el tribunal, y a sus pies el Hijo de Dios,


Juez de vivos y muertos, lleno de confusión, las manos atadas como
un facineroso, oyendo la más ignominiosa sentencia.
¡Oh Jesús mío querido! ¡Tú, Autor de la Vida, condenado a muerte!
¡Tú, la inocencia y santidad infinitas condenado a morir en un infame
patíbulo, como el más infame malhechor! Qué amor tan grande el tuyo
que ingratitud tan enorme la mía, pues te condeno de nuevo cada día.
Y ¿por qué? ¡Por seguir una mala inclinación, por un mezquino
interés, por un qué dirán!
Perdóname, Jesús mío, y por esa inicua sentencia, no permitas que
sea yo condenado a la muerte eterna, que merecían mis pecados.

En el pretorio Jesús con amor,


la sentencia acepta del pretor, por ti.
Dolor con Cristo doloroso,
quebranto con Cristo quebrantado,
lágrimas, pena interna de tanta pena
que pasó por mis pecados.
¿Qué he hecho por Cristo
¿Qué hago por Cristo?
¿Qué he de hacer por Cristo?

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor


Jesucristo…
– Y los dolores de Su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Segunda estación: Sale Jesús con la cruz a cuestas.

- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


- Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador

¡Y quieres, inocente Jesús mío, llevar Tú mismo, cual otro Isaac, el


instrumento del suplicio! ¡Estás exhausto de fuerzas! ¡Tus espaldas y
hombros están doloridos y rasgados por los azotes! ¡La cruz es larga y
pesada!
Y cuánto no acrecientan todavía su peso mis iniquidades y las de todo
el mundo… sin embargo, la aceptas, y besándola, la abrazas y llevas
decididamente por mi amor.
Y tú, pecador, ¿aborrecerás la ligera cruz que Dios te envía? ¿Querrás
tú ir al cielo por los deleites y regalos, yendo allá el inocentísimo Jesús
por el dramático camino de la cruz?
Reconozco mi engaño, Salvador mío; envíame penas y tribulaciones,
que resuelto estoy a sufrirlas con resignación y alegría, por amor de un
Dios que tanto padeció por mí, y en sufragio por las Almas del
Purgatorio.

Sobre sus hombros se carga la cruz,


quien del mundo es la más clara luz, por ti.

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor


Jesucristo…
– Y los dolores de Su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Tercera estación: Jesús cae la primera vez.

- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


- Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador

No es extraño, Jesús mío, que sucumbas rendido al enorme peso de


la cruz. Lo que me pasma y sin duda hace llorar hasta los Ángeles del
Cielo, es la bárbara fiereza con que te tratan esos sayones
inhumanos. Si cae un animal se le tiene compasión; lo ayudan a
levantarse, pero cae el Rey de cielos y tierra, el que sostiene la
admirable fábrica del universo, y lejos de moverse a compasión, le
insultan con horribles blasfemias, le maltratan y acosan con diabólico
furor…

¿Y qué hacías, en qué pensabas entonces, oh Señor?

En ti pensaba, pecador, por ti sufría con infinita paciencia y alegría; tú


habías merecido los oprobios y tormentos más horribles, y Yo para
liberarte de ellos he querido pasar por este espantoso suplicio. ¿No
estás todavía satisfecho? ¿Quieres aún maltratarme con nuevas
ofensas? Aquí me tienes; descarga tú también duros golpes sobre Mí.

No, Jesús mío, no; antes morir que volver a ofenderte.

Cae por tierra rendido el Señor,


mas se yergue con subido ardor, por ti.

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor


Jesucristo…
– Y los dolores de Su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Cuarta estación: Jesús encuentra a su Madre.

- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


- Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador

¿Qué sentiste, oh angustiada Señora, al ver aquel trágico


espectáculo? El pregonero publicando con lúgubre trompeta la
sentencia fatal. Una multitud inmensa se agrupa, profiriendo injurias y
blasfemias contra Jesús. Los soldados y sayones en dos filas, y Jesús
en medio de los malhechores.
¿Lo conoces, oh Madre amantísima? ¿Ése es tu hijo bendito? ¿Es ese
el más hermoso de los hijos de los hombres, la beldad de los cielos y
la alegría de los ángeles? ¿Aquel hijo de Dios que con tanto regocijo
diste a luz en Belén? ¿Dónde están ahora los reyes y pastores que
entonces lo adoraban? ¿Qué se han hecho los ángeles del cielo que
entonaban entonces himnos de alabanza?
¡Qué cambiado está! Sus ojos inundados de lágrimas y sangre,
coronada de espinas su cabeza; todo Él hecho una llaga. ¡Oh María,
afligida entre todas las mujeres! ¡Oh Madre, la más desolada de todas
las madres! ¡Oh Hijo, maltratado sobre todos los hijos de Adán! ¡Oh
Jesús! ¡Oh María!
Os suplicamos que saquéis tantas almas del Purgatorio y convirtáis
tantos pecadores, cuantas fueron las sensaciones de dolor que
sufrieron vuestros amantísimos corazones en el encuentro de la calle
de la amargura.

Jesús con pena a María encontró,


y la Madre se desvaneció, por ti.

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor


Jesucristo…
– Y los dolores de Su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Quinta estación: Jesús ayudado por el Cireneo.

- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


- Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador

Temiendo los judíos no se les muriese Jesús antes de llegar al


Calvario, no por aliviarle, sino por el deseo que tienen de crucificarle,
buscan quien le ayude a llevar la cruz, y no le encuentran. Había
entonces en Jerusalén tantos millares de hombres, y sólo Simón
Cireneo acepta este favor, y aún por la fuerza.

¿Y así te desamparan, Jesús mío? ¿No fueron cinco mil los hombres
que alimentaste con cinco panes en el desierto? ¿No son
innumerables los ciegos, paralíticos y enfermos que sanaste? ¡Y nadie
quiere llevar tu cruz! ¡Ni siquiera tus apóstoles, ni Pedro! ¡Y ella, no
obstante, nos predica la latitud de tu misericordia, la longitud de tu
poder y la profundidad de tu sabiduría infinita! ¡Qué misterio
incomprensible! Muchos admiran tus prodigios y tu doctrina, mas
pocos gustan de padecer contigo.
Teman, pues, los que eluden la cruz, oyendo a Cristo que dice: “El que
no carga su cruz y viene en pos de Mí, no puede ser mi discípulo”.

Oh Jesús, ayúdanos a ser Cireneos voluntarios que, con nuestros


sacrificios y oraciones, ayudemos a las almas que padecen en el
Purgatorio.

Simón ayuda forzado al Señor


de la cruz gustando el gran valor, por ti.

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor


Jesucristo…
– Y los dolores de Su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Sexta estación: Verónica enjuga el rostro de Jesús.

- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


- Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador

¡Qué valor el de esta piadosa mujer! Ve aquel rostro Divino a Quien


desean contemplar los ángeles, cubierto de polvo, afeado con saliva,
denegrido con sangre; y movida a compasión, se quita la toca,
atropella por todo y acercándose al Salvador, le enjuga su rostro
desfigurado
¡Cómo confunde esta mujer fuerte la cobardía de tantos cristianos, que
por vano temor del qué dirán, no se atreven a obrar bien! Dichosa
Verónica, y ¡cómo premia el Señor tu denuedo, dejando su rostro
santísimo estampado en esa afortunada toca!
¿Quieres tú, cristiano, que Dios imprima en tu alma una perfecta
imagen de sus virtudes? Pisotea generoso el respeto humano, como la
Verónica; haz con fervor, haz a menudo el Vía Crucis y no dudes en
ofrecerlo por las Almas del Purgatorio, y Dios, con su inmensa
misericordia, grabará en tu alma Sus virtudes.

Tierna Verónica enjuga la Faz,


del omnipotente Rey de paz, por ti.

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor


Jesucristo…
– Y los dolores de Su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Séptima estación: Jesús cae por segunda vez.

- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


- Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador

Cae el Señor por segunda vez bajo su cruz; nuevas injurias y golpes,
nueva crueldad de parte de los judíos; nuevos dolores y tormentos,
nuevos rasgos de amor de parte de Jesús. Parece que el infierno
desahoga contra Él todo su furor. Mas ¿qué hará el Señor? ¿Dejará la
empresa comenzada? ¿Hará como nosotros, que a una ligera
contradicción abandonamos el camino de la virtud? No; bien podrán
decirle: Si eres Hijo de Dios baja de la cruz, deja la cruz; pero por lo
mismo que lo es, allí permanecerá, a ella se aferrará hasta morir.
¿Cuándo, Señor, imitaré tu heroica constancia? No siendo coronado
sino el que combatiendo legítimamente perseverare hasta el fin, ¿de
qué me servirá abrazar la virtud y llevar la cruz solamente algunos
días? Cueste, pues, lo que costare, quiero, con tu Divina Gracia,
amarte y servirte hasta morir, ofreciendo mi cruz por el alivio de los
sufrimientos que padecen las benditas Almas del Purgatorio.

Vuelve por tierra Jesús a caer,


Pecador no vayas a ceder, por ti.

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor


Jesucristo…
– Y los dolores de Su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Octava estación: Jesús consuela a las santas mujeres.

- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


- Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador

¡Qué caridad tan ardiente! Olvidando sus atrocísimos dolores, Jesús


se acuerda tan sólo de nuestras penas. “Hijas de Jerusalén”, dice a las
piadosas mujeres que le seguían llorando, “no lloréis mi suerte, llorad
más bien sobre vosotras y sobre vuestros hijos”.
Pero, ¿puede haber objeto más digno de llanto que la pasión y muerte
del Hijo de Dios? Si, cristiano, hay cosa más digna de lágrimas, y de
lágrimas eternas; y es el pecado. Pues el pecado es la única causa de
la pasión y muerte tan ignominiosa; él es el origen y el colmo de todos
los males; mal terrible, el único mal. ¡Y no obstante, tú pecas con tanta
facilidad! ¡Y pasas tranquilo días, meses, años y hasta la vida entera,
si no en el pecado, al menos en la tibieza y en la mediocridad!
Las Almas del Purgatorio están deseosas que te acuerdes de ellas,
que las ayudes a salir de esa cárcel de dolores. ¿No será éste un
buen motivo para vencer tu mediocridad y tibieza? ¿Serías capaz de
negarles tu ayuda?

Lloran las hijas de Jerusalén,


preso y condenado nuestro Bien, por ti.

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor


Jesucristo…
– Y los dolores de Su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Novena estación: Jesús cae la tercera vez.

- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


- Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador

- ¿Qué es esto, Jesús mío? ¡Tú, “resplandor de la gloria del Padre”,


consuelo de los mártires, hermosura y alegría del cielo, Tú, caído en
tierra primera, segunda y tercera vez! ¿No eres Tú la fortaleza de
Dios?…
– “¿Y qué, hijo mío? ¿no has pecado tú mas de una, dos o tres veces?
¿No recaes cada día innumerables veces en el pecado? ¿Por qué esa
perpetua inconstancia en mi servicio? Hoy, formas generosos
propósitos, y mañana están ya olvidados; ahora me entregas el
corazón, y un instante después ya no suspiras sino por pasatiempos y
liviandades. Yo caigo segunda y tercera vez para expiar tus continuas
recaídas, caigo para alzarte a ti de la tibieza; caigo para que,
temerario, no te expongas de nuevo al peligro de recaer en pecado;
caigo, en fin, para que no caigas tú jamás en el abismo del infierno.”

Gracias, Dios mío, por tan inefable bondad; y por esta tan dolorosa
caída, dame fuerza, te lo suplico, para que me levante por fin de mi
vida de pecado y camine firme y constante en tu santo servicio, sin
olvidarme de ser misericordioso con las almas purgantes, que ya nada
pueden hacer por ellas mismas, sino que dependen de nosotros para
cruzar más rápidamente la Puerta Celestial.

El verbo Rey cae por tercera vez,


Mira, cristiano, por tierra al Juez, por ti.

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor


Jesucristo…
– Y los dolores de Su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Décima estación: Jesús despojado de sus vestiduras.

- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


- Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador

Cuando te curan una herida, por fina que sea la venda que la
envuelve, y por cuidado que tenga la más cariñosa madre, ¡qué dolor
no sientes al despegarse la tela de la carne viva! ¿Cuál sería, pues, el
tormento de Jesús al serle quitada la vestidura? Como había
derramado tanta sangre, estaba pegada a su cuerpo llagado; vienen
los verdugos y le arrancan con tanta fiereza, que llevan tras sí la
corona, y hasta pedazos de carne que se le habían pegado…
- ¿Y en qué pensabas, purísimo Jesús, al verte desnudo delante
de tanta muchedumbre?
- “En ti pensaba pecador; en los pecados impuros que cometes;
por ellos ofrecía Yo al Eterno Padre esta confusión y suplicio tan
atroz. Sabía cuanto te costaría deshacerte de aquel mal hábito,
privarte de aquel placer, romper con aquella amistad peligrosa;
por eso permití en mi cuerpo inocentísimo tan horrible
carnicería”.
¡Oh inmensa caridad tuya! ¡Oh negra ingratitud mía! Nunca más,
Señor, renovar esas llagas con mis pecados. Nunca más pecar.

Ya lo desnudan furia cruel,


Y a beber le dan vinagre y hiel, por ti.

– Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor


Jesucristo…
– Y los dolores de Su Santísima Madre

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria


Undécima estación: Jesús clavado en la cruz.

- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


- Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador

¿Quién de nosotros tendría el valor para sufrir que le atravesasen pies


y manos con gruesos clavos? ¿Quién tendría ánimo para ver así
atormentado a su mayor enemigo? Pues este atroz tormento padece
Jesús por nuestro amor. Ya le tienden sobre el lecho del dolor; ya
enclavan aquella mano omnipotente que había formado los cielos y la
tierra; ya brota un raudal de sangre. Mas esto es poco. Encogido el
cuerpo con el frío y los tormentos, no llegaban los pies y las manos a
los agujeros de antemano en la cruz, lo atan, pues, con cordeles, y
tiran con inhumana crueldad, desencajando del lugar aquellos huesos
santísimos. ¡Qué dolor! ¡Qué tormento!
Todo lo contempla Su Madre amantísima; y por ese gran dolor te
pedimos que alivies los terribles dolores que padecen las Almas del
Purgatorio.

A martillazos en manos y pies,


Déjase clavar el que Dios es, por ti.

-Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de Nuestro Señor


Jesucristo…
-Y los dolores de Su Santísima Madre.

*Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Duodécima estación: Jesús muere en la cruz.

- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


- Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador

Contempla, cristiano, a esos dos malhechores crucificados con el


Señor. ¡Qué maldades no habría hecho el buen ladrón! Sin embargo
dice a Jesús: “Acuérdate de mí cuando estuvieres en tu Reino”; al
instante oye: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. ¡Qué bondad la de
Dios! ¡Cuán pronto, pecador, recobrarías la Gracia y Amistad Divina si
quisieses arrepentirte de veras!.
Pero si dejas tu conversión para más adelante, teme que no te suceda
lo que al mal ladrón. ¿Qué hombre tuvo jamás mejor ocasión para
convertirse? Dios derramaba Su Sangre por él, tenía a sus pies a la
abogada de pecadores, María Santísima; a su lado estaba Jesucristo,
el Sacerdote más celoso del mundo, para ayudarle a bien morir; oye la
exhortación de su compañero, ve la naturaleza estremecida y, sin
embargo, muere como ha vivido, continúa blasfemando, y se condena
para siempre.
No permitas, Jesús mío, que, sordo a tus inspiraciones divinas, deje yo
mi conversión para más adelante y demore, también, la posibilidad
que me brindas de ayudar aquí y ahora a las benditas Almas que
están padeciendo en el Purgatorio.

Después de tres horas de agonizar,


Jesús clama al Padre al expirar, por ti.

-Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de Nuestro Señor


Jesucristo…
-Y los dolores de Su Santísima Madre.

*Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Decimotercera estación: Jesús muerto en brazos de Su Madre.

- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


- Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador

¿A dónde iré, afligida Madre mía? Tu Hijo ha muerto, y mis pecados


son los verdugos que le clavaron en cruz y le dieron muerte inhumana.
Soy yo quien ha apagado la luz de tus ojos, y acabado la alegría de tu
corazón. Si, yo desfiguré ese rostro hermosísimo, yo taladré esos pies
y manos que sostienen el firmamento, yo traspasé esta augusta
cabeza, y abrí esas llagas, yo descoyunté y despedacé ese
inocentísimo cuerpo que tienes en tus brazos. Reo de tan horrendo
deicidio ¿A dónde iré? ¿Dónde me ocultaré? Pero por monstruosa que
sea mi ingratitud, tú eres mi Madre y yo soy tu hijo. Jesús acaba de
traspasar en mí los derechos que tenía a tu amor. Me arrojo, pues, en
tus brazos, con la más viva confianza. No me desprecies, suave
refugio de pecadores arrepentidos y de las Almas que padecen en el
Purgatorio, míranos con ojos de bondad, ampáranos ahora y siempre.

El cuerpo santo, con pena mortal,


recibe la Madre virginal, por ti.

-Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de Nuestro Señor


Jesucristo…
-Y los dolores de Su Santísima Madre.

*Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Decimocuarta estación: Jesús puesto en el sepulcro.

- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


- Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador

Contempla, cristiano, cómo José de Arimatea y Nicodemo, postrados a


los pies de María, le piden el objeto de sus caricias, ungiéndoles con
preciosos aromas le amortajan y ponen en un nuevo sepulcro de
piedra. ¡Cuál no sería el dolor de la Virgen! Sin duda “grande era como
el mar su amargura” cuando vio a su hijo ensangrentado, clavado y
expirado en un patíbulo infame; pero a lo menos le veía; tal vez lo
abrazaba y lo lavaba con sus lágrimas. Más ahora, oh angustiada
Señora, una losa te priva de este último consuelo. ¡Oh sepulcro
afortunado! Ya que encierras el adorado cuerpo del Hijo y el purísimo
corazón de la Madre, guarda también con esas prendas riquísimas mi
pobre corazón. Sea éste, Dios mío, el sepulcro donde descanses;
sean los puros afectos de mi alma los lienzos que te envuelvan y los
aromas que te recreen. En fin, muera yo al mundo, a sus pompas y
vanidades, para que viviendo según el espíritu de Jesús, resucite y
triunfe glorioso con Él y con todas aquellas almas que ayudamos a
cruzar las puertas celestiales por siglos infinitos.

Pesada losa el sepulcro cerró,


De María el Alma allí quedó, por ti.

-Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de Nuestro Señor


Jesucristo…
-Y los dolores de Su Santísima Madre.

*Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Oración final:

Señor mío Jesucristo, que para redimir al mundo de la esclavitud del


demonio, quisiste nacer entre nosotros mortal y pasible, por esas Tus
amargas penas que yo, aunque indigno pecador, voy meditando, y por
Tu Pasión y Muerte, líbrame del pecado que me separa de Ti y
dígnate llevarme a donde llevaste a aquel dichoso ladrón, que fue
crucificado contigo y que, en vida, no me olvide de socorrer a las
Almas que sufren en el lugar de expiación.
Oh Jesús mío, que en el Padre y Espíritu Santo, vives y reinas por los
siglos de los siglos. Amén.

(Extraído del Vademécum del Ejercitante, Ediciones Mikael, Santa Fe,


1981.
Con algunas adaptaciones para aplicarlo a las benditas Almas del
Purgatorio.)

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