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Via Crucis Por Las Almas Del Purgatorio
Via Crucis Por Las Almas Del Purgatorio
Via Crucis Por Las Almas Del Purgatorio
Oración inicial:
Señor Jesús que nos dijiste: “Quien quiera venir conmigo, niéguese a
sí mismo, tome su cruz y sígame”, permítenos acompañarte en tu Vía
Crucis, rememorando los sufrimientos que por nuestros pecados
padeciste en Jerusalén y de algún modo sigues padeciendo en los
miembros de tu Cuerpo Místico.
¡Oh Dios hecho hombre, Rey universal!
Como vasallos tuyos queremos ir contigo, sufrir contigo y morir como
Tú, para gloria de tu majestad ofendida, en reparación por nuestras
culpas y en sufragio por las benditas Almas del Purgatorio.
María, Madre de la Iglesia, ayúdanos a luchar contra el pecado y
aumenta nuestra caridad hacia nuestros hermanos que esperan la
entrada al Banquete Celestial.
Primera estación: Jesús condenado a muerte
¿Y así te desamparan, Jesús mío? ¿No fueron cinco mil los hombres
que alimentaste con cinco panes en el desierto? ¿No son
innumerables los ciegos, paralíticos y enfermos que sanaste? ¡Y nadie
quiere llevar tu cruz! ¡Ni siquiera tus apóstoles, ni Pedro! ¡Y ella, no
obstante, nos predica la latitud de tu misericordia, la longitud de tu
poder y la profundidad de tu sabiduría infinita! ¡Qué misterio
incomprensible! Muchos admiran tus prodigios y tu doctrina, mas
pocos gustan de padecer contigo.
Teman, pues, los que eluden la cruz, oyendo a Cristo que dice: “El que
no carga su cruz y viene en pos de Mí, no puede ser mi discípulo”.
Cae el Señor por segunda vez bajo su cruz; nuevas injurias y golpes,
nueva crueldad de parte de los judíos; nuevos dolores y tormentos,
nuevos rasgos de amor de parte de Jesús. Parece que el infierno
desahoga contra Él todo su furor. Mas ¿qué hará el Señor? ¿Dejará la
empresa comenzada? ¿Hará como nosotros, que a una ligera
contradicción abandonamos el camino de la virtud? No; bien podrán
decirle: Si eres Hijo de Dios baja de la cruz, deja la cruz; pero por lo
mismo que lo es, allí permanecerá, a ella se aferrará hasta morir.
¿Cuándo, Señor, imitaré tu heroica constancia? No siendo coronado
sino el que combatiendo legítimamente perseverare hasta el fin, ¿de
qué me servirá abrazar la virtud y llevar la cruz solamente algunos
días? Cueste, pues, lo que costare, quiero, con tu Divina Gracia,
amarte y servirte hasta morir, ofreciendo mi cruz por el alivio de los
sufrimientos que padecen las benditas Almas del Purgatorio.
Gracias, Dios mío, por tan inefable bondad; y por esta tan dolorosa
caída, dame fuerza, te lo suplico, para que me levante por fin de mi
vida de pecado y camine firme y constante en tu santo servicio, sin
olvidarme de ser misericordioso con las almas purgantes, que ya nada
pueden hacer por ellas mismas, sino que dependen de nosotros para
cruzar más rápidamente la Puerta Celestial.
Cuando te curan una herida, por fina que sea la venda que la
envuelve, y por cuidado que tenga la más cariñosa madre, ¡qué dolor
no sientes al despegarse la tela de la carne viva! ¿Cuál sería, pues, el
tormento de Jesús al serle quitada la vestidura? Como había
derramado tanta sangre, estaba pegada a su cuerpo llagado; vienen
los verdugos y le arrancan con tanta fiereza, que llevan tras sí la
corona, y hasta pedazos de carne que se le habían pegado…
- ¿Y en qué pensabas, purísimo Jesús, al verte desnudo delante
de tanta muchedumbre?
- “En ti pensaba pecador; en los pecados impuros que cometes;
por ellos ofrecía Yo al Eterno Padre esta confusión y suplicio tan
atroz. Sabía cuanto te costaría deshacerte de aquel mal hábito,
privarte de aquel placer, romper con aquella amistad peligrosa;
por eso permití en mi cuerpo inocentísimo tan horrible
carnicería”.
¡Oh inmensa caridad tuya! ¡Oh negra ingratitud mía! Nunca más,
Señor, renovar esas llagas con mis pecados. Nunca más pecar.