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D. Roas - Fantasma

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VOCES DEL OTRO LADO: EL FANTASMA EN LA NARRATIVA

FANTÁSTICA

Ghost stories are to do with the insurrection, not the


resurrection of the dead.
GILLIAN BEER

Con los muertos no hay manera. Cuando suponemos que reposan tranquilos en

sus tumbas, se empeñan en continuar su andadura por un mundo que ya no es el suyo.

Para ello pueden adoptar diversas formas, que van de lo corpóreo (vampiros, momias,

zombies) a lo incorpóreo (fantasmas). Sea cual sea su apariencia, su propósito siempre

es el mismo: aterrorizar a aquellos que les han sobrevivido.

Y es que desde sus albores, la humanidad ha manifestado un verdadero horror a

los muertos. Como señaló Freud, es difícil que haya “otro ámbito en que nuestro pensar

y sentir hayan variado tan poco desde las épocas primordiales, y en que lo antiguo se

haya conservado tan bien bajo una delgada cubierta, como en el de nuestra relación con

la muerte (...). Puesto que casi todos nosotros seguimos pensando en este punto todavía

como los salvajes, no cabe maravillarse de que la angustia primitiva frente al muerto

siga siendo tan potente y esté presta a exteriorizarse no bien algo la solicite. Es probable

que conserve su antiguo sentido: el muerto ha devenido enemigo del sobreviviente y

pretende llevárselo consigo para que lo acompañe en su nueva existencia”1.

Porque es obvio que el cadáver en sí mismo es inofensivo. Lo verdaderamente

terrorífico es la apariencia de vida que queda en la muerte, es decir, la posibilidad de

animación del muerto y de su regreso a nuestro mundo (pensemos no sólo en el

1
Sigmund Freud, "Lo ominoso", en Obras completas. Vol. XVII: De la historia de una neurosis
infantil y otras obras (1917-1919), ed. James Strachey y Anna Freud, Amorrortu Editores, Buenos Aires,
1988, pp. 241-242.

1
fantasma, sino, por ejemplo, en el vampiro, nosferatu, el “no-muerto”). De ahí surge el

temor a los muertos2.

Eso explica la aparición de los diferentes rituales funerarios —el culto a los

muertos—, cuyo objetivo fundamental era preservar el mundo de los vivos de los

supuestos poderes que se le atribuían al cadáver3. Frazer refiere, por ejemplo, que en

diversas culturas primitivas no sólo los muertos y su mundo son considerados tabú, sino

todos aquellos que tienen contacto con ellos4.

Asimismo, en la Grecia antigua, para evitar que los muertos regresasen, se

incineraban los cuerpos, puesto que se pensaba que la extinción total del cadáver

confinaba su espíritu en el Hades y lo alejaba del contacto con los vivos.

Por lo tanto, podemos deducir que es el fracaso de los ritos funerarios lo que

provoca el regreso de los muertos al mundo de los vivos. Así, el muerto interrumpe su

descanso eterno y vuelve (el término francés revenant para referirse a ellos expresa muy

claramente esta idea) para vengarse de los vivos, atormentándoles en forma de espíritu u

otra manifestación sobrenatural semejante (esqueletos animados, cadáveres resucitados).

Ya sea porque no se le guarda el debido respeto (o memoria), porque murió antes de

cumplir cierta acción o de satisfacer determinada venganza, o para proteger a alguien, lo

cierto es que el muerto regresa al mundo de los vivos con la intención de poner las cosas

2
Walter Scott señaló en su Letters on Demonology and Witchcraft (1830), un texto escrito en
contra de las supersticiones fantásticas (que él, por otra parte, utilizó en su obra literaria), que la creencia
en los aparecidos es una “superstición tan generalizada que puede decirse que es común a todo el género
humano en todos los climas, y tan profundamente arraigada en la creencia de los hombres, que sobrevive
en la sociedad a todas las demás ideas supersticiosas que cesan de tener alguna influencia (cito de la
traducción española: Editorial Glosa, Barcelona, 1976, p. 232).
3
Lucien Lévy-Bruhl refiere algunos ejemplos de tales ritos en el capítulo V de su obra Le
surnaturel et la nature dans la mentalité primitive, P. U. F., París, 1963.
4
Frazer, La rama dorada, Fondo de Cultura Económica, México, 1969; véanse en especial las
páginas 247-250.

2
en su sitio5. Y esa va a ser la base del cuento de fantasmas: el enfrentamiento del vivo

con el muerto (de ahí el sentido de la cita introductoria a este artículo).

Pero debemos tener en cuenta que no sólo la aparición del muerto es terrorífica

como tal, sino que, además, supone la transgresión de las leyes físicas que ordenan

nuestro mundo: para el fantasma no existen el tiempo (está condenado a su particular

“existencia” por toda la eternidad)6 ni el espacio (pensemos en la tópica imagen del

fantasma atravesando paredes). Esa característica transgresora es la que determina su

valor en el cuento fantástico.

Basado en la confrontación de lo sobrenatural y lo real dentro de un mundo

ordenado y estable como pretende ser el nuestro, el relato fantástico provoca —y, por

tanto, refleja— la incertidumbre en la percepción de la realidad y del propio yo: la

existencia de lo imposible, de una realidad diferente a la nuestra, conduce, por un lado, a

dudar acerca de esta última y, por otro, y en directa relación con ello, a la duda acerca de

nuestra propia existencia: lo irreal pasa a ser concebido como real, y lo real, como

posible irrealidad. Así, la literatura fantástica nos ha descubierto la falta de validez

absoluta de lo racional y la posibilidad de la existencia, bajo esa realidad estable y

delimitada por la razón en la que habitamos, de una realidad diferente e incomprensible,

y, por lo tanto, ajena a la lógica racional, a esas leyes físicas que garantizan nuestra

5
Como enseguida podremos comprobar, no todas las apariciones espectrales tienen un matiz
negativo. Sirva como ejemplo una de las muchas historias que Dom Augustin Calmet refiere en su Traité
sur les apparitions des esprits et sur les vampires ou les revenants de Hongrie, de Moravie... (1751):
“Habiendo muerto en la excomunión un estudiante de la ciudad de Saint-Pons, cerca de Narbona, se
apareció a uno de sus amigos, y le rogó que fuese a la ciudad de Rhòdes a pedir su absolución al obispo.
El amigo se puso en camino mientras estaba nevando; el espíritu que lo acompañaba sin que lo viesen le
iba mostrando el camino y quitando la nieve que le estorbaba. Habiendo llegado a Rhòdes y obtenido la
absolución para su amigo, el espíritu le condujo de vuelta a Saint-Pons, le dio las gracias por el servicio
que le había prestado, y se despidió de él, prometiéndole testimoniar su reconocimiento”. Esta historia de
fantasmas, presentada como un caso real, aparece recogida en la segunda parte de su obra, titulada
específicamente Dissertation sur les revenants en corps, les excommuniés, les oupires ou vampires,
brucolaques, etc. (cito de su traducción española, Tratado sobre los vampiros, Mondadori, Madrid, 1991,
p. 80).
6
Hay que advertir que, según la tradición, determinadas acciones de los vivos pueden permitir su
descanso en la muerte: véanse los ejemplos citados en las notas 5 y 10.

3
seguridad y nuestra tranquilidad (aunque tenemos que ser conscientes que esto varía

según los conocimientos científicos de cada época y, por qué no, según las creencias).

En definitiva, la literatura fantástica ha puesto de manifiesto la relativa validez del

conocimiento racional: el relato fantástico ilumina una zona de lo humano donde el

conocimiento racional está condenado a fracasar.

La figura del fantasma, por tanto, no sólo tiene que ver con el miedo a los

muertos (pues representan lo otro, lo no humano), sino que plantea la posibilidad

efectiva de la presencia de lo sobrenatural en nuestro mundo. Y eso produce miedo

porque supone una amenaza para las leyes físicas que dan seguridad y tranquilidad a

nuestra vida: el relato de fantasmas (y el fantástico en general) pone de manifiesto que

lo que llamamos realidad resulta estable sólo en apariencia, al introducir en ella fuerzas

que el ser humano no es capaz controlar y que, por tanto, amenazan dicha estabilidad7.

Claro que, a su vez, el fantasma, como el vampiro o el ser creado por Víctor

Frankenstein, refleja el deseo humano de la inmortalidad8. El hombre, necesitado de

hallar un remedio a su condición de mortal, se aferra a cualquier cosa y, en nuestro caso,

el fantasma le ofrece una posibilidad de trascendencia más allá de la muerte9. Aunque,

como sucede con los seres fantásticos antes citados, dicha trascendencia es, en realidad,

una existencia condenada, cargada de un sentido amenazador y negativo.

La relación del hombre con el fantasma no ha sido siempre la misma a lo largo

de la historia. Podemos definir esa relación como un proceso que va desde la credulidad
7
Cuando lo sobrenatural no entra en conflicto con la realidad, no se produce lo fantástico: ni los
seres divinos (sean de la religión que sean), ni los genios, hadas y demás criaturas que aparecen en los
cuentos maravillosos son fantásticos: ese vértigo, ese terror, se excluyen ya de entrada en el género
maravilloso, en la medida en que éste no hace intervenir a lo real; en consecuencia, no se produce ruptura
alguna de los esquemas de la realidad.
8
Podrían añadirse aquí otros experimentos que revelan formas de vida post-mortem, como el
narrado por Edgar Allan Poe en “The Facts in the Case of M. Valdemar” (1845).
9
Como veremos más adelante, esto se relaciona directamente con el interés por el espiritismo
desarrollado en la segunda mitad del siglo XIX.

4
más absoluta hasta la negación total de su existencia. Así, durante la Antigüedad el

hombre convivió sin demasiados problemas con el fantasma: se aceptaba su existencia10

e incluso se organizaban ritos en su honor para conjurarlos y evitar su intromisión en el

mundo de los vivos11.

Pero la aparición y extensión del cristianismo supuso en un principio el rechazo

de esta creencia: San Agustín, por ejemplo, en su opúsculo De Cura pro mortuis

gerenda (421-424), descartó la existencia de aparecidos, señalando que no eran más que

una de las muchas supersticiones que habían sobrevivido de épocas paganas. Para el

santo, los muertos, en el más allá, no se preocupaban de los vivos, y las apariciones eran

privilegio exclusivo de los santos. Excepcionalmente, los muertos ordinarios podían

aparecerse, pero siempre en sueños y con el permiso expreso de Dios12.

Sin embargo, hacia el siglo XII se produce un cambio fundamental: la aceptación

litúrgica del purgatorio como un lugar específico en el más allá reanimó la creencia en

los aparecidos13, recuperando una legitimidad que había perdido en los primeros siglos

10
Una de las más antiguas historia de fantasmas la refiere Plinio el Joven en su Epístola a Sura
(VII, 27): el filósofo estoico Atenodoro, en una visita a Atenas, alquiló por su bajo precio una casa que le
dijeron que estaba encantada. Una vez allí, se encontró con un espectro que agitaba sus cadenas y gemía
horriblemente, y que le indicaba que lo siguiese. El fantasma condujo al filósofo al jardín, y al llegar junto
a unos matorrales, desapareció. A la mañana siguiente, Atenodoro fue en busca de las autoridades y
excavaron en aquel lugar. Como el filósofo suponía, allí aparecieron los huesos de un hombre. Una vez
colocados éstos en una tumba adecuada, quedó la casa libre de toda presencia fantasmal. Esta historia
también la refiere, con ciertas variaciones, Luciano de Samósata en su relato “Cuentistas o el descreído”
(Relatos fantásticos, ed. Carlos García Gual, Mondadori, Madrid, 1991). El relato aparece recopilado en
el citado Traité del Padre Calmet y fue incluido hace unos años, con el título “The Philosopher and the
Ghost”, por Bernhardt J. Hurwood en su antología Monsters and Nightmares, Nueva York, 1967 (puede
leerse, en forma resumida, en Bernhardt J. Hurwood, Pasaporte para lo sobrenatural, Alianza, Madrid,
1974, pp. 28-30).
11
Así, por ejemplo, en la época romana, se denominaba lemures a los fantasmas que vagaban por el
mundo para infundir terror a los vivos. Para conjurarlos se celebraba la fiesta Lemuria (días 9, 11 y 13 de
mayo), en la que el padre de familia realizaba diversos ritos para exorcizar a los espíritus y lograr que
dejasen libre la casa hasta el año siguiente. En esos días se cerraban los templos, se evitaba celebrar
matrimonios, etc. Ovidio, entre otros, refiere dichos actos en sus Fastos. Véase Benito Segura Ramos,
“Descensus ad inferos. Mundo romano”, en Pedro M. Piñero Ramírez (ed.), Descensus ad inferos,
Universidad de Sevilla, Sevilla, 1995, pp. 57-58.
12
Véase Jean-Claude Schmitt, “Les revenants dans la société feodale”, Le temps de la réflexion, III
(1982), p. 288.
13
En relación a este aspecto véanse Jacques Le Goff, La naissance du Purgatoire, Gallimard,
París, 1981; y Jean-Claude Schmitt, Historia de la superstición, Crítica, Barcelona, 1992, p. 99 y ss.

5
del cristianismo: los muertos que sufrían en el más allá pudieron regresar para suplicar a

sus familiares que rogaran por ellos, que hicieran decir misas y ofrendas, a fin de

abreviar las pruebas a que eran sometidos en el purgatorio. Y fue tal el número de dichas

apariciones que el propio estamento eclesiástico se vio obligado a recopilarlas y

explicarlas: tenemos un buen ejemplo de ello en De Miraculis (1145-1157), obra del

abad de Cluny Pierre le Vénérable, y Dialogus Miraculorum (1223-1224), del monje

cisterciense alemán Césaire de Heisterbach, donde se recoge un buen número de estos

relatos (entre otros tipos de apariciones celestes y demoníacas, mucho más

numerosas)14. Lo interesante de tales historias es que fueron recogidas de testigos dignos

de fe, es decir, monjes de su propia orden, y que todas responden a causas divinas. Lo

que demuestra que la Iglesia trataba de controlar las creencias y las tradiciones orales en

su propio beneficio.

Pero también la literatura retomó el tema de las apariciones (como sucede, por

ejemplo, en la novela de caballerías)15, y el fantasma vengativo de épocas pasadas

volvió a reclamar su papel en el mundo terrenal. Paralelamente, ese repertorio popular

de historias sobre aparecidos se integró plenamente en la tradición folklórica16. En los

siglos de la efervescencia fantástica (XVIII y XIX), este repertorio servirá de fuente para

un buen número de relatos y provocará la aparición del género de la ghost story. Pero no

nos adelantemos.

14
Pierre le Vénérable recopila diez en su obra (de las que tres son apariciones en sueños) y Césaire
de Heisterbach cuarentaiseis (siete en sueños). Véase Schmitt, art. cit., pp. 291-306.
15
La novela de caballerías, con su componente sobrenatural, fue un terreno abonado para las
apariciones fantasmales. Véanse, entre otros, Alberto Vàrvaro, Apparizioni fantastiche. Tradizioni
folcloriche e letteratura nel medioevo: Walter Map, Il Mulino, Bologna, 1994, pp. 91-111; y Victoria
Cirlot, “Escenas de terror en la literatura artúrica”, en Juan Paredes Núñez, Literatura y fantasía en la
Edad Media, Universidad de Granada, Granada, 1984, pp. 193-203.
16
A. Aarne y S. Thompson, en su obra The Types of the Folktale (Academia Scientiarum Fennica,
Helsinki, 1961; trad. esp., Los tipos del cuento folklórico. Una clasificación, Academia Scientiarum
Fennica, Helsinki, 1995), recogen un elevado número de relatos sobre fantasmas y almas en pena, que
corresponden a los tipos 307B*, 366, 470, 506, 507A, 507B, 507C, 508, 508*, 512B*, 760*, 769, 773**.
Junto a éstos, también recogen diversas historias protagonizadas por falsos fantasmas (bromistas o
ladrones disfrazados, objetos confundidos con ellos, etc.): 1318-1318C, 1676, 1740B.

6
Durante los siglos XVI y XVII se produjo un interesante fenómeno en relación

con los fantasmas. Por un lado, la naciente mentalidad científica desarrollada con el

Renacimiento puso en duda las interpretaciones mágicas o supersticiosas de la realidad,

en las que cabría incluir a los aparecidos. La ciencia, como señala Pilar Alonso, vino a

“desencantar” el mundo17. Pero, por otro lado, tal proceso de racionalización no se

cuestionaba diversas manifestaciones que venían refrendadas por autoridades dignas de

todo crédito. Y junto a ello, convivía, evidentemente, la explicación religiosa del

mundo, en la que lo sobrenatural tiene una presencia fundamental e incuestionable.

El género de las misceláneas18 es un perfecto ejemplo de la convivencia entre las

dos explicaciones mencionadas: siguiendo un espíritu divulgativo, trataban de erradicar

la explicación maravillosa de la realidad, pero recogen numerosas historias fabulosas de

carácter sobrenatural. Pero pese a todo, estos textos significaron los primeros pasos

hacia la racionalización del universo que tendría lugar en el siglo XVIII. Los mejores

ejemplos que podemos encontrar en nuestro país nos los proporcionan la Silva de varia

lección (1540) de Pedro Mexía, y el Jardín de flores curiosas (1570) de Antonio de

Torquemada.

En lo que respecta a nuestro tema de estudio, no sólo no se niega la existencia de

los fantasmas19, sino que como advierte, por ejemplo, Torquemada, se las puede ver

17
Pilar Alonso Palomar, De un universo encantado a un universo reencantado, Grammalea,
Valladolid, 1994, p. 116.
18
En relación a las misceláneas véase Javier Blasco, “«Extraordinario» pero no «fantástico». El
género de las misceláneas renacentistas”, Anthropos, núm.154/155 (1994), pp. 118-121.
19
Es necesario advertir que Torquemada distingue entre los “fantasmas” y las “ánimas apartadas de
los cuerpos”; éstas últimas se identifican con el sentido que para el lector contemporáneo tiene la palabra
“fantasma”. La definición que da Torquemada de ambos fenómenos es la siguiente: “el nombre fantasma
se deriva de fantasía, que es en el hombre una virtud, que se llama por otro nombre imaginativa; y porque,
movida esta virtud, obra de tal manera, que hace en sí las cosas fingidas e imaginadas como si las tuviese
presentes, no siendo así la verdad, decimos también que las cosas que vemos y se desaparecen luego son
fantasmas, pareciéndonos que nos engañamos y no las vimos, sino que se nos representaron en la fantasía;
pero esto de tal manera se hace, que unas veces verdaderamente las vemos; y otras nos la pone la
imaginación o fantasía de tal manera delante de los ojos, que nos engañan, y no entendemos si es cosa que
habíamos visto o imaginado solamente. Y de aquí creo yo que vino a llamar a unas, visiones, que son las
que realmente son vistas; y otras, fantasmas, que son las fantaseadas o representadas por la fantasía”

7
“hablar y tratar sus cosas con algunos hombres, así para ser ayudadas en sus

necesidades, como para ayudar y favorecer a las que también tienen de ella necesidad”20.

Esta interpretación positiva que se hace de las apariciones coincide con la de otros

tratadistas y teólogos: el regreso de las almas al mundo de los vivos tenía como fin

fundamental el ayudar a éstos.21

En los abundantes tratados de demonología que se publicaron durante el siglo

XVII tampoco se negaba la existencia de los fantasmas22. Así, Martín del Río, en su

Disquisitionum magicarum (1600) señala que “las almas de los muertos pueden y suelen

en ocasiones aparecerse a los vivos”, algo que se justifica “por el poder y virtud de

Dios”23. La aparición de los muertos, además, continúa Martín del Río, “confirma

sólidamente el dogma del purgatorio” 24


. Y enseguida pasa a demostrar por qué

conviene y es útil que Dios permita la aparición de esos fantasmas:

Enseñan a nuestra alma su supervivencia con respecto al cuerpo, muéstranle cómo no es imposible
la resurrección de los cuerpos, de la que son como un anticipo. Proclaman que Dios reina no sólo
sobre los vivos, sino también sobre los muertos, pues por orden suya se realizan estas cosas.
Declaran cómo existen determinados lugares donde los culpables son atormentados para siempre, y

(Antonio de Torquemada, Jardín de flores curiosas, ed. Giovanni Allegra, Castalia, Madrid, 1982, pp.
263-264; el subrayado es mío).
20
Torquemada, op. cit., p. 291.
21
Podríamos citar aquí un curioso texto francés, Quatre livres des spectres, ou apparitions et
visions d’esprits, anges et démons se monstrant sensiblement aux hommes (Angers, 1586), en el que
Pierre Le Loyer defiende la existencia de los espíritus frente a las corrientes racionalistas y
neoaristotélicas que negaban todo lo sobrenatural (o en todo caso su intrusión en el seno de los fenómenos
físicos), y frente a autores protestantes como Lavatier, quien en su Liber de spectris, rechazaba toda
posibilidad de regreso a la tierra de las almas de los muertos. Loyer no sólo habla de aparecidos, sino
también de lemures, duendes (calificados de poco peligrosos y bromistas) o lamias. Véase en relación con
esta obra Claude-Gilbert Dubois, “Imaginatio phantastica: le Discours des spectres et apparitions
d’esprits de Pierre Le Loyer (1586)”, en La littérature fantastique, Colloque de Cerisy, Cahiers de
l’Hermétisme, Albin Michael, París, 1991, pp. 73-89.
22
En el Barroco, la explicación científica tuvo que luchar con otro tipo de interpretación de lo
sobrenatural: todo lo que no tenía causas naturales debía su origen a la intervención del diablo. Eso
generó una enorme proliferación de tratados demonológicos, que provocó el efecto contrario que se
pretendía al fomentar la creencia en los efectos demoníacos. Frente a la ciencia, que trataba de explicar
por causas naturales los fenómenos aparentemente extraordinarios, estos tratados alimentaron la
credulidad al dejar en manos del demonio todos aquellos fenómenos que tuvieran efecto negativos sobre
el hombre. Y esto propició que las creencias medievales relacionadas con el diablo y las brujas no se
perdieran ante la naciente explicación científica de la realidad. En relación con ello véase Pilar Alonso
Palomar, op. cit., pp. 175-224.
23
Cito de Martín del Río, La magia demoníaca, trad. y ed. Jesús Moya, Hiperión, Madrid, 1991, p.
436.
24
Op. cit., p. 437.

8
los piadosos disfrutan de alegría constante por la eternidad. Se nos recuerda la solidaridad y
comunión que media entre nosotros y los espíritus de los hermanos difuntos. Ellos nos traen
mandados de parte de Dios, y fomentan la mutua caridad y las demás virtudes. Nos dan cuenta de
su estado y del plan de vida que nos conviene. Y a los moribundos a veces se les ofrecen como
compañeros de viaje y guías hacia la patria celestial. A menudo dan la salud, alejan los males que
nos amenazan, y para escarmiento de los buenos imponen castigos a los malos. Hasta las
apariciones de condenados nos son provechosas, pues apuntalan nuestra fe, afirmándonos mucho
más en nuestra creencias sobre los castigos de los pecados y sobre la justicia y providencia de
Dios25.

Pero, a pesar de todo, hay ciertas ocasiones en las que tales apariciones no tienen

un origen divino, sino que están orquestadas por el demonio (son, en definitiva, falsas

apariciones). Para descubrirlas, Martín del Río expone diversos indicios que permitirán

discernir ese posible origen maligno: si huyen de la señal de la cruz y de los diversos

símbolos de la religión católica, si afirman ser el alma de algún condenado (“a las almas

de los condenados casi nunca se les permite que salgan del infierno”, p. 451), si se

aparecen pretextando alguna causa mentirosa o mala, si su discurso suena a falso o

supersticioso, si se aparecen “en forma no humana, hermosa y bien formada, sino

tétrica, disforme o vil” (p. 451).

Del Río concluye que “es propio de los buenos espíritus mantener la jovialidad

que producen; o bien, si de entrada infunden temor, compensarlo después con el mayor

sosiego” (p. 452). En cuanto a los espíritus malos, por el contrario, “se trata de

demonios o de condenados, si es que alguna vez aparecen las almas de éstos. Admitiría

que Dios puede permitirlo, mas apenas veo el motivo para que lo haga” (p. 452).

Por lo tanto, la figura del fantasma en esta época parece haber perdido, por lo

menos para los teólogos, el carácter amenazador que siempre había tenido26. A la

25
Op. cit., p. 450.
26
Esta concepción positiva es habitual también en algunos de los cuentos folklóricos recogidos en
esta época, como puede comprobarse en la antología de Maxime Chevalier, Cuentos folklóricos españoles
del Siglo de Oro, Crítica, Barcelona, 1983. En dicha antología, por ejemplo, aparece resumida (p. 69) la
reelaboración que Lope de Vega llevó a cabo en su obra Don Juan de Castro del motivo folklórico del
muerto agradecido (correspondiente al tipo 506 en la clasificación de Aarne y Thompson anteriormente
citada), en la que el fantasma presta su ayuda al protagonista. En relación a este tipo de cuento folklórico
véanse Julio Camarena y Maxime Chevalier, Catálogo tipológico del cuento folklórico español. Cuentos

9
concepción positiva del fantasma colaboró en cierto modo la confusión que se produjo

en la época entre los fantasmas (entendidos como apariciones de muertos) y los

duendes27, criaturas de cuya existencia tampoco se dudaba, y a quienes se tenía por seres

juguetones, lejos de todo sentido maléfico. Así, por ejemplo, Fray Antonio de

Fuentelapeña, en su obra El ente dilucidado (1676), trata de demostrar que existen

animales invisibles, que, según él, se llaman duendes, trasgos o fantasmas28, y que,

producidos por corrupción en los desvanes y en las casas deshabitadas, su misión es la

de “mirar por la salud y vida del hombre”, evitando que se contagien de las

enfermedades generadas por dicha corrupción29.

Menos de un siglo después, ilustrados como Feijoo señalarán que la creencia en

tales seres tenía unas causas puramente psicológicas30: su origen estaba en el miedo y en

las alucinaciones producidas por éste, así como en la necesidad que tienen las gentes de

fingir duendes para cometer fechorías31.

maravillosos, Gredos, Madrid, 1995, pp. 385-390; y Montserrat Amores, Catálogo de cuentos folclóricos
reelaborados por escritores del siglo XIX, CSIC, Madrid, 1997, pp. 97-98.
27
Julio Caro Baroja señala que “el confundir a duendes con fantasmas y almas en pena y con los
espíritus de los muertos de la religión clásica, latina, hecho que ocurre en el S[ur] y entre determinada
clase de escritores [del siglo XVII], supone un estadio aún más moderno en la consideración del mito,
como también lo suponen las demás relaciones que se establecen entre duendes y demonios familiares, de
las cavernas, etc.” (Algunos mitos españoles. Ensayos de mitología popular, Editora Nacional, Madrid,
1941, p. 129).
28
En el Jardín de flores curiosas, de Antonio de Torquemada, hablando de los trasgos (como
sinónimo de duende o fantasma), resalta su naturaleza benigna, aunque juguetona: “no son otra cosa que
unos demonios más familiares y domésticos que los otros, los cuales por algunas causas o razones a
nosotros ignotas perseveran, (...) y así parece que algunos no salen de algunas casa (...) y se dan a sentir en
ellas, con algunos estruendos y regocijos, y con muchas burlas, sin hacer daño alguno” (ed. cit., p. 298).
Una opinión semejante a la manifestada por Pierre Le Loyer en relación a los trasgos (véase la nota 21).
29
Fray Antonio de Fuentelapeña, El ente dilucidado. Tratado de monstruos y fantasmas, ed. Javier
Ruiz, Editora Nacional, Madrid, 1978, p. 654 (secc. IV, subsecc. IV, núm. 1603).
30
Una explicación semejante colocaron al final de sus relatos y leyendas fantásticas muchos autores
españoles del siglo XIX, destruyendo el posible efecto fantástico que pudieran tener sobre sus lectores:
así, por ejemplo, José Pastor de la Rosa señala en el colofón de su leyenda “La sombra ensangrentada” (El
Museo Universal, núm. 52, 27 de diciembre de 1863): “Prescindiendo, pues, de la inverosimilitud que
ofrece, no podemos menos de suponer en parte su certeza hasta donde lo permitan los límites de la razón,
atribuyendo aun en tal caso su posibilidad a una simple aberración sensitiva del rey don Pedro”.
31
Podemos encontrar una utilización del falso fantasma semejante a la descrita por Feijoo en El
Emprendedor o aventuras de un español en el Asia (1805), de Jerónimo Martín de Bernardo: el
protagonista hace ver a un grupo de personajes el error de creer en la existencia de un “mal genio” en una
casa aparentemente encantada, señalándoles “la ridiculez de tal creencia..., ilusión tan general, que en
Europa tiene y ha tenido crédulos, variando de nombres, y que particularmente en España se les llamó

1
0
Podemos decir que la relación de credulidad respecto al fantasma fue la

dominante hasta la época de la Ilustración. Pero el Siglo de la Luces, marcado por el

racionalismo, ya no podía creer en semejantes manifestaciones. La razón se había

adueñado de todos los aspectos de la vida: todo se subordinaba a ella y todo se explicaba

recurriendo a los dictámenes de la ciencia. Incluso la religión sufrió sus embates: al

reducir su ámbito a lo científico (lo empírico, lo demostrable), la razón excluyó todo lo

desconocido, provocando el descrédito de la religión, o al menos haciendo peligrar su

implicación en la sociedad, así como el rechazo total de la superstición. El hombre

ilustrado, dominado por la razón, dejó de creer en la existencia objetiva de lo

sobrenatural32.

Eso supuso un cambio fundamental en la relación con el fantasma, que se vio

confinado al cuento popular, es decir, al terreno de lo puramente maravilloso33. Pero, a

la vez, el escepticismo del siglo XVIII permitió el nacimiento de un nuevo género

literario, el fantástico, que recuperaba el gusto por lo sobrenatural y lo terrorífico. La

duendes o fantasmas, pero que la Ilustración ha desterrado esta clase de embelecos” (II, p. 109).
Inmediatamente, el personaje probará que la casa no estaba habitada en realidad por duendes sino por
falsificadores de moneda que habían hecho correr el bulo de ese encantamiento para poder disfrutar de la
casa a sus anchas. Cito de J. Álvarez Barrientos, “El Emprendedor (1805), novela de aventuras original de
Jerónimo Martín de Bernardo”, Anales de Literatura Española, 11 (1995), p. 83. Hay que señalar que el
recurso del fantasma explicado reproducía el sentir antifantástico y antisupersticioso de los ilustrados
españoles del siglo XVIII, quienes trataron de erradicar de su obras cualquier manifestación de los
sobrenatural.
32
Eso no significó, evidentemente, que la superstición desapareciese como por ensalmo y en todos
los niveles de la sociedad. Así, por ejemplo, Judith Devlin, en su obra The Superstitious Mind. French
Peasants and the Supernatural in the Nineteenth Century (Yale Universityt Press, New Haven y Londres,
1987), nos refiere diversos rituales muy extendidos entre los campesinos franceses del siglo pasado, en
relación con los fantasmas: por ejemplo, el día 1 de noviembre, en diversas poblaciones de la región de
Bretaña, se cocinaban tortas para ofrecer a los muertos, puesto que se suponía que ese día regresaban al
mundo de los vivos (p. 91; Devlin toma esta información de Cambry, Voyage dans le Finistère, París,
1838).
33
En los cuentos populares los sucesos narrados son tenidos siempre por ficticios. A ello
contribuyen las fórmulas típicas con las que se inician estos cuentos, que sirven para situar los hechos
narrados fuera de la realidad del oyente o del lector, en un universo autónomo e irreal. Por el contrario, las
leyendas, subgénero en el que también abundan los fantasmas, exigen una recepción diferente:
ambientadas en un mundo semejante al del lector (lejos del mundo maravilloso propio del cuento
popular), y, por lo tanto, en el mismo universo en el que tiene lugar lo fantástico, los hechos que narran
tienen, además, un fundamento que parece histórico, es decir, real, y, por lo tanto, “creíble”. En relación a
esto último, véase A. van Gennep, La formación de las leyendas, Alta Fulla, Barcelona, 1982 (facsímil de
la primera edición española, publicada en 1914).

1
1
literatura fantástica constituyó una forma de expresión de lo ominoso cuando ya no se

creía en su existencia. Así, el núcleo emocional que le dio origen (el miedo a la muerte,

el miedo a lo desconocido) sobrevivió en la ficción, reconociendo implícitamente que lo

expresado en los relatos fantásticos carecía de correspondencia en la realidad objetiva.

El conflicto entre credulidad y escepticismo es la base fundamental del relato

fantástico. Sintetizado en la famosa frase de Madame Du Deffand, “no creo en

fantasmas, pero me dan miedo”, este conflicto refleja la doble actitud receptora del

lector de literatura fantástica34. Debemos ser conscientes de que el lector de esta época

ya no es el mismo que el de siglos anteriores, ni mucho menos el crédulo oyente de

aquellas historias de aparecidos y otros seres maléficos que se narraban junto al fuego.

El lector moderno no se pregunta si una narración de fantasmas se ajusta a la verdad,

puesto que sabe que es una historia imaginada (aunque en ellas aparecen los mismos

temas tradicionales que en épocas precedentes)35. Por contra, el oyente de antaño sí se lo

preguntaba, lo que explicaría, por ejemplo, el florecimiento de las “Relaciones de

prodigios” en los siglos XVI y XVII, que ofrecían a los lectores y oyentes todo tipo de

hechos fabulosos y extraños (manifestaciones divinas o satánicas, descubrimientos y

nacimientos de monstruos, apariciones de fantasmas, etc.)36. Estos relatos, para sus

autores y para el lector, se ajustaban a la “verdad”.

34
Una actitud que, en definitiva, es la que se plantea en todo tipo de literatura: cuando leemos
ficción suspendemos todo criterio de verdad, aceptando sin cuestionarlo aquello que se nos cuenta
(creemos sin creer). Claro está que ante lo fantástico la exigencia es doble, puesto que debemos aceptar
—creer— algo que el propio narrador reconoce, o plantea, como inverosímil.
35
Como señala Castex, “fantômes, esprits élémentaires, monstres et démons ne sont pas une
création romantique: tous ces personnages de légende, qui peuvent encore émouvoir, à la veillée, des
paysans naïfs, appartiennent, pour les conteurs et leur public ordinaire, à un passé poétique, mais révoulu;
ils apparaissent à travers une brume rassurante et apportent des distractions plutôt qu'ils n'éveillent des
obsessions” (Le conte fantastique en France, José Corti, París, 1951, p. 70).
36
Estas recopilaciones se publicaron en forma de pliegos de cordel y en sus títulos se insistía en
destacar la veracidad de los hechos relatados, indicando de manera significativa que se trataba de una
“Relación verdadera...”, de una “Relación cierta y verdadera...”, de una “Verísima relación...”, etc. En
relación a las historias de prodigios de España véanse, entre otros, J. Carrete Parrondo, “Imágenes y
descripciones fantásticas. Imágenes y descripciones de monstruos”, en Art and Literature in Spain: 1600-
1800. Studies in Honour of Nigel Glendinning, ed. Charles Davis y Paul Julian Smith, Tamesis Books,

1
2
Sin embargo, en el relato de fantasmas (y en el relato fantástico, en general) se

produce un doble juego: por un lado, el narrador se presenta como un incrédulo, un

escéptico que no cree en los fantasmas hasta el final; pero, por otro, lo sobrenatural, a

pesar de su inverosimilitud, debe parecer verdad37. La representación de lo desconocido

parte de la sospecha (“nuestra inquietud se sustenta mejor en esta incertidumbre que en

una aceptación sin reservas de lo sobrenatural”, señala acertadamente Louis Vax)38 para

desembocar al final del relato en la más absoluta de las certezas. Porque donde se sitúa

el terror es precisamente en el final del cuento. Allí es donde se produce la unión entre

lo real y lo irreal. Conclusión que nos sirve para rechazar el tan manido tema de la

“vacilación” todoroviana39.

Los primeros fantasmas de la época “fantástica” aparecieron en la novela gótica,

pero su papel era aún bastante secundario40, relegados a servir a unos fines morales al

impartir el castigo al malvado de turno (o a actividades más placenteras como asustar a

Londres & Madrid, 1993, pp. 55-67; A. Redondo “Las relaciones de sucesos en prosa”, Anthropos, núm.
166/167 (1995), pp. 51-59; H. Ettinghausen (ed.), Noticias del siglo XVII: relaciones españolas de
sucesos naturales y sobrenaturales, Puvill-Libros, Zaragoza, 1995; y AA. VV., Las relaciones de sucesos
en España (1500-1750), Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alcalá, 1996. En relación con
estas obras en otros países europeos, Louis Vax cita los títulos de algunas famosas recopilaciones
francesas: la de Boisteau, Tesserat, Hoger y Belle-Forest de 1595, y la de A. Claudin, Pièces curieuses,
siglo XVII (en Arte y literatura fantásticas, Eudeba, Buenos Aires, 1973, p. 8).
37
Así no es extraño que Théophile Gautier afirmara, en relación a la construcción de un relato
sobrenatural, que “no hay que proceder como si no creyéramos si deseamos que un detalle fantástico
ejerza cierto efecto: persuadámonos y el público nos creerá sin dificultad; ya está más que convencido a
medias. Los nervios que tocamos están demasiado tensos para no responder al punto” (Oeuvres complètes
(1832-1837), reimp. Slatkine, Ginebra, vol. 4, p. 13; cito de Tobin Siebers, Lo fantástico romántico, FCE,
México,1989, p. 75).
38
Incluso en relatos como el Drácula de Stoker, los diversos narradores no dejan de cuestionarse
(como el lector), a pesar de las evidencias, la existencia efectiva del monstruo.
39
Todorov (Introduction à la littérature fantastique, Seuil, París, 1970, p. 36) señala que el efecto
fantástico nace de la vacilación, de la duda del lector entre una explicación natural y una explicación
sobrenatural de los hechos narrados. Así pues, lo fantástico se definiría por la percepción ambigua que el
propio lector tiene de los acontecimientos relatados, y que éste comparte con el narrador o con alguno de
los personajes. A mi entender, ésta es una definición muy restrictiva de lo fantástico, puesto que quedarían
fuera de tal definición aquellas obras en las que lo sobrenatural tiene una existencia efectiva, como sucede
en Drácula o en relatos de H. P. Lovecraft o de Julio Cortázar, por citar ejemplos muy diferentes. Por lo
tanto, la vacilación no puede ser aceptada como un rasgo definitorio del género fantástico.
40
El mejor ejemplo de estos fantasmas góticos lo tenemos en la Monja Ensagrentada (o Sangrienta,
según las traducciones) que aparece en la novela The Monk (1795) de M. G. Lewis (véase el capítulo I del
segundo volumen).

1
3
sensibles damiselas)41. En un gran número de estas novelas, además, los fantasmas no

son tales, sino simples trucos mecánicos convenientemente explicados al final42.

Así, habrá que esperar al romanticismo para que el fantasma alcance todo su

esplendor, instalándose en el olimpo de lo sobrenatural junto al vampiro y al diablo, los

otros grandes mitos fantásticos del momento.

Los primeros relatos de fantasmas en su forma moderna los debemos a

Washington Irving y a Walter Scott43, en cuyas obras estos seres dejan de ser elementos

secundarios o puramente ambientales para tomar un verdadero protagonismo. Así

sucede, por ejemplo, en uno de los más conocidos relatos de fantasmas de Irving, “The

Adventure of a German Student” (pertenece a su libro Tales of a Traveller, 1824)44:

Wolfgang, estudiante en el París de la Revolución, durante un paseo nocturno se


41
Aunque eso no quiere decir que no tengan una interpretación más profunda: los fantasmas, así
como el resto de elementos sobrenaturales que pueblan las novelas góticas de Walpole, Lewis o Beckford,
son una afirmación de que existen acontecimientos que escapan a las leyes de la naturaleza.
42
Esa racionalización de lo sobrenatural, presente sobre todo en las obras de Ann Radcliffe, supuso
someter la novela gótica a la moral y el buen sentido, por lo que perdía su componente subversivo, y
quedaba reducida a lo meramente anecdótico: la estética macabra y el sensualismo desbordado (ya
presente en la novela sentimental de esa época). Resulta curioso que fuera el sector femenino de los
escritores góticos quien plantease tal maniobra racionalizadora, que supuso reducir “de façon sans doute
illégitime mais efficace le rêve gothique de Walpole aux dimensions d'un mélodrame bourgeois” (Maurice
Lévy, Le Roman "gothique" anglais (1764-1824), Univ. de Toulouse, 1968, p. 170). Un hecho curioso
que merecería un estudio detallado. No es extraño que, dada la popularización de la novela gótica, el truco
del fantasma que no es tal se trasladase, a su vez, a otros géneros vecinos como el melodrama: así, por
ejemplo, en La huérfana de Bruselas de Ducange es utilizado este recurso para hacer confesar al malvado
criminal: Valter, queriendo asesinar a Cristina (por cuestiones de herencia), ha matado por equivocación a
la Marquesa, y el Abate L’Épée hace que Cristina se le aparezca envuelta en una mortaja, lo que aterroriza
al culpable, quien acaba confesando su crimen.
43
Suelen citarse como precedentes inmediatos del relato de fantastas la aventura de Pánfilo narrada
por Lope de Vega en El peregrino en su patria (1604), y “A True Relation of the Apparition of Mrs.
Veal” (1706) de Daniel Defoe. Ambos textos pueden leerse en R. Llopis, Antología de cuentos de terror.
I, Alianza, Madrid, 1985. El relato de Lope aparece titulado por Llopis como “La posada del mal
hospedaje”, y de él dijo el escritor inglés George Borrow, a mediados del siglo XIX, que era la mejor
historia de fantasmas que jamás se había escrito. Aunque la afirmación de Borrow no deja de ser una
exageración, la historia narrada por Lope prefigura en cierto modo el cuento fantástico que se cultivará en
el siglo XIX. Del relato de Defoe, por su parte, nos dice Lovecraft (El horror en la literatura, Alianza,
Madrid, 1984, p. 17) que es una “narración sencilla, escrita para divulgar encubiertamente una
disquisición teológica sobre la muerte difícil de tragar”; se trata de un texto que recuerda, como señala
Llopis, a uno de esos informes que mucho tiempo después redactarán las sociedades espiritistas inglesas
(op. cit., p. 23). En dicho relato, el espíritu de la señora Veal actúa movido por una motivación típica: se
aparece a la señora Bargrave para pedirle perdón por haber dejado enfriar su amistad.
44
Su versión española apareció en la revista El Artista de la pluma de Eugenio de Ochoa, en 1835,
(t. I, entrega XXVI, pp. 306-309 (fue reproducido después en La Alhambra, t. II, núm. 20, 27 de octubre
de 1839, pp. 233-237). Eugenio de Ochoa publicó otra traducción de un relato de fantasmas de Irving: “El
espectro desposado”, Horas de invierno, 1836.

1
4
encuentra con una mujer sentada a solas en las escaleras que conducen a una guillotina.

Su belleza y su aspecto desvalido hacen que se acerque y le ofrezca su ayuda (la toma

por la viuda de algún ajusticiado). La mujer no tiene adónde ir y acepta la proposición

de Wolfgang de alojarse por esa noche en su habitación. Una vez allí, el estudiante

acaba declarándole su amor. Pasan la noche juntos y al amanecer Wolfgang sale en

busca de un mejor alojamiento. A su regreso, encuentra a la mujer muerta sobre la cama.

Avisa a la policía y uno de los oficiales se aterroriza al verla allí, puesto que aquella

mujer había sido guillotinada el día anterior. Para comprobarlo, desatan la cinta negra

que lleva en el cuello y su cabeza acaba rodando hasta el suelo. Se trata de un relato,

pues, en el que el muerto no se aparece en espíritu, sino en forma corpórea.

Uno de los primeros cuentos de fantasmas publicados por Scott fue “The

Tapestry Chamber” (aparecido en la revista The Keepsake en 1829)45, y en él se narra la

típica historia de la habitación embrujada en la que se aparece el espectro de una mujer,

antepasada del dueño de la casa y con un terrible historial de crímenes en su haber. La

relación de los personajes con la aparición, escépticos en un principio, creyentes al final

del relato, será también un elemento fundamental en toda la producción fantasmal

posterior.

Lo interesante de ambos relatos es que rompen con la ambientación gótica y

sumergen al fantasma en un ambiente realista, que va acentuándose con los grandes

maestros británicos del género: Sheridan Le Fanu, Charles Dickens, Vernon Lee y, sobre

todo, M. R. James.

Es a partir de este momento cuando se fijan, pues, las reglas del cuento de

fantasmas:

45
Este relato fue tempranamente traducido a nuestro idioma: “El aposento entapizado”, en Nueva
colección de novelas de Sir Walter Scott, tomo III, Madrid, Jordán, 1830. Puede leerse en la antología de
Michael Cox y R. A. Gilbert (eds.), Historias de fantasmas de la literatura inglesa, Edhasa, Barcelona,
1989, vol. I, pp. 25-41(“La Cámara de los Tapices”).

1
5
[en él] los protagonistas fantasmales deben actuar con intencionalidad; sus acciones —o las
consecuencias de sus acciones— deben constituir el tema central, en lugar de las acciones de los
vivos; y, lo más importante, todo fantasma, sea humano, animal o cadáver reanimado, debe estar
indiscutiblemente muerto. De ahí se deduce que no cabe racionalización de los fantasmas ni
explicar los acontecimientos mediante causas naturales. No en todas las historias sobrenaturales
hay fantasmas, pero todas las historias de fantasmas deben ser sobrenaturales46.

Este tipo de relatos, además, no debe distanciar al lector, sino crear en él una

inevitable y, por lo tanto, terrorífica sensación de posibilidad. Se debe crear la sensación

de que el mundo imaginado en el relato es un perfecto reflejo del mundo real, su mundo,

que de pronto se ve asaltado por la presencia sobrenatural del fantasma.

Junto a esto, la conducta del fantasma, lejos de lo que imponen la tradición oral y

las teorías espiritistas (a las que luego me referiré), debe ser siempre malvada, tal y

como reconoce M. R. James: “Otro requisito, en mi opinión, es que el fantasma sea

malévolo o aborrecible; las apariciones amistosas y milagrosas están muy bien en los

cuentos de hadas y en las leyendas locales, pero no sirven para nada en las historias de

fantasmas”47. Una opinión con la que coincide Louis Vax:

en cuanto el fantasma se hace agresivo y no expresa la contrición moral, sino el remordimiento del
que ya nada espera (...), entonces aparece el horror de lo sobrenatural que se sustenta en el doble
escándalo de la razón teórica, en la doble violación de las leyes de la naturaleza y la moral 48.

Así, podríamos decir que relatos como A Christmas Carol (1843) de Dickens49 o

el humorístico “The Canterville Ghost” de Oscar Wilde, más que cuentos de fantasmas

(ghost stories) son cuentos con fantasmas, en los que el efecto fantástico no es el

objetivo primordial de las historias narradas.

46
Cito de Cox y Gilbert, op. cit., vol. I, p. 10.
47
Cito de Bernhardt J. Hurwood, Pasaporte para lo sobrenatural. Relatos de vampiros, brujas,
demonios y fantasmas, Alianza, Madrid, 1974, p. 13.
48
L. Vax, Arte y literaturas fantásticas, Eudeba, Buenos Aires, p. 30.
49
Pese a lo dicho, a Dickens debemos algunos de los mejores cuentos de fantasmas del siglo
pasado: tal es el caso, por citar tan sólo un ejemplo, de su relato “The Signalman” (1866). Hace unos años
se publicó una interesante antología de los cuentos de Dickens pertenecientes a este género: Historias de
fantasmas, Fontamara, Barcelona, 1980.

1
6
No debemos olvidar que el objetivo fundamental del relato de fantasmas es

provocar el miedo en el lector, o, por lo menos, hacernos sentir inseguros de nosotros

mismos y de nuestro mundo. Así, el éxito de una historia de fantasmas debe juzgarse

por lo que Edith Warton llama su “cualidad termométrica; si hace que nos corra un

escalofrío por el espinazo, ha cumplido con su función y lo ha hecho bien”50, y es

evidente que el fantasma bonachón típico del cuento folklórico no genera tal efecto (ni

tampoco los espectros del Cuento de Navidad de Dickens, cuya función es más

alegórica que terrorífica).

En relación con esto es necesario referirse a un fenómeno desarrollado a

mediados del siglo XIX y que contribuyó enormemente a la popularización de las

historias de fantasmas: el espiritismo. Aunque, claro está, esta práctica científica

atentaba contra la base de lo fantástico: el escepticismo y el descreimiento ante lo

sobrenatural51.

Nacido de un engaño demostrado52, el espiritismo había aparecido en Estados

Unidos como un movimiento religioso que intentaba probar la inmortalidad del alma

por medio de la comunicación con los espíritus de los muertos, lo que suponía dar visos

de realidad a las historias sobre fantasmas. Dos fueron, a mi entender, las razones

fundamentales para el éxito de esta práctica pseudocientífica: las dudas teológicas y la

50
Cito de Cox y Gilbert, Historias de fantasmas, vol. I, p. 12.
51
Lo que no significa negar una idea que he planteado anteriormente: la reflexión que plantea lo
fantástico acerca de nuestro conocimiento de la realidad y sus límites.
52
No viene mal recordar el origen de esta práctica: en 1848 llegaron noticias de que en una vieja
granja de Hydesville (pueblo del estado de Nueva York) se oían ruidos extraños en las paredes y los
muebles, algo que sólo ocurría en presencia de las dos hijas del propietario, Kate y Margaret Fox, de 12 y
14 años, respectivamente. Lo más sorprendente de los misteriosos ruidos, que se asociaron con el espíritu
de un hombre asesinado en el sótano de la casa, era que el fantasma respondía con el número correcto de
golpes en la pared cuando se le preguntaba la edad de las personas allí presentes o cuántos hijos tenían
algunas de las familias vecinas. Bastantes años más tarde, las hermanas Fox reconocieron públicamente
que ellas mismas habían producido los golpes, pero ya para entonces el espiritismo se había extendido por
el mundo. “El anhelo de la comunicación con los muertos transformó lo que había sido una simple broma
de adolescentes en una nueva religión” (Lily Litvak, “Entre lo fantástico y la ciencia ficción. El cuento
espiritista en el siglo XIX”, Anthropos, núm. 154-155 (1994), p. 83). Colin Wilson refiere, en su obra Lo
oculto (Noguer, Barcelona, 1974, pp. 385-437) algunos casos precedentes al de las hermanas Fox, aunque
reconoce que la moda del espiritismo se inició verdaderamente con ellas.

1
7
crisis religiosa fruto de la interpretación racional del universo. El espiritismo trataba de

ofrecer una respuesta religiosa a esa crisis de fe sin negar el creciente cientificismo

(pretendía probar científica y empíricamente la inmortalidad del alma). Así, la muerte

aparecía no como una separación final entre el muerto y los que le sobrevivían, sino que

la existencia continuaba, pero en planos diferentes que podían entrar en contacto. El

espiritismo, en suma, ofrecía tranquilidad ante el misterio de la muerte.

Pero de este modo el fantasma perdía todo su componente ominoso. Y eso lleva

a preguntarse si los cuentos espiritistas pueden ser considerados relatos fantásticos.

Según Litvak

el supuesto origen de estos cuentos —la escritura automática de los espíritus a través de los
médiums— está de acuerdo con la más estricta definición de lo fantástico que indica sería un
hecho que por su naturaleza se dirige a la zona de la racionalidad y más aún, se superpone a una
zona más misteriosa, porque es más desconocida, “que molesta a los seguidores de Descartes y
encanta a los otros”53.

Pero yo creo que Litvak se equivoca en su afirmación, puesto que los escritores

espiritistas, como los españoles Daniel Suárez54 o Amalia Domingo Soler55, planteaban

sus obras no como historias fantásticas, sino como sucesos verídicos que les dictaban

los espíritus mientras estaban en trance.

Recurrir a explicar el carácter fantástico de estas obras en función de la voluntad

receptora del lector de consumirlas como tales me parece un tanto arriesgado, puesto

que así podría plantearse también la posibilidad de leer como obras fantásticas relatos

53
Litvak, op. cit, p. 88. La frase que Litvak cita es de Jacques Finné, La littérature fantastique,
Éditions de l’Université de Bruxelles, 1980, p. 48.
54
Fue el autor de una de las más exitosas novelas espiritistas en nuestro país: Marietta, páginas de
dos existencias, publicada en 1870 (y completada en 1871 con una segunda parte titulada Páginas de
ultratumba), que se reeditó cinco veces en los diez años siguientes.
55
Amalia Domingo Soler no era médium sino que una de sus más famosas novelas, Memorias de
un espíritu. ¡Te perdono! (Imprenta y Librería de Carbonell y Esteva, Barcelona, 1904), se basó en las
“comunicaciones obtenidas por el médium parlante del Centro Espiritista «La Buena Nueva» de la ex-villa
de Gracia”, que la autora copió y anotó, tal y como se nos informa en la portada interior de esta obra.

1
8
que en su origen no pretendían serlo, pero en los que se juega con la racionalidad o

irracionalidad de lo narrado56: así podría suceder, por ejemplo, con la ciencia ficción.

Llegados al siglo XX, debemos reconocer que el fantasma ha perdido la

importancia que tuvo en la literatura fantástica del siglo XIX. El cientifismo, el

psicoanálisis, el cada vez mayor escepticismo del público y, sobre todo, los nuevos

miedos surgidos a partir de la Primera Guerra Mundial, han modificado radicalmente la

temática de los relatos fantásticos, que buscan impresionar al lector por otros caminos.

Si pensamos en las recreaciones cinematográficas del fantasma, podremos comprobar

rápidamente cómo ha perdido ese puesto de honor que siempre tuvo entre los seres

fantásticos.

DAVID ROAS

Universidad Autónoma de Barcelona

56
También podemos encontrarnos con el caso contrario: narraciones fantásticas que han sido
tomadas por relatos fidedignos de fenómenos sobrenaturales: así sucedió, como refiere Tobin Siebers, con
el relato “Mesmeric Revelation” (1844), de E. A. Poe, fue aceptado por buena parte de sus lectores como
el verdadero relato de una iluminación magnética (véase Lo fantástico romántico, FCE, México, 1989, p.
38). Así sucedió también con otro de sus relatos: “The Facts in the Case of M. Valdemar”.

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