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La Casa de Bernarda Alba (Comentario)

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LA CASA DE BERNARDA ALBA

La casa de Bernarda Alba es la obra cumbre de la laboriosidad teatral del escritor Federico García Lorca en su
faceta como dramaturgo; y que supuso, para la literatura española del XX, una de las producciones más
representativas del teatro renovador de la Generación del 27.

La obra fue escrita en 1936, sin poder ser publicada hasta 1945, debido a la trágica muerte de su autor a manos
de la represión del nuevo gobierno fascista. Subtitulada “drama de las mujeres en los pueblos de España”,
relata una serie de acontecimientos que enmarcan perfectamente la realidad de la España decadente de
principios del siglo XX.

En un período de entreguerras, los tiempos históricos eran convulsos para España, al igual que para el resto de
Europa. Había unas políticas inestables entre lo liberal y lo conservador, que no lograban solucionar los
problemas del país. Una crisis económica derivada de las malas gestiones de una burguesía financiera que
privilegiaba el dinero sobre el individuo. Y las problemáticas sociales eran una constante en las desatenciones
con las clases obreras y en el papel que representa la mujer, todavía tan reprimido. Una acumulación de
acontecimientos que terminarían con el acecho de una militancia totalitaria que marcaría los inicios de una
represión Franquista.

Contrariamente, el ámbito literario estaría pasando por un esplendor y brillantez casi a la altura de los Siglos
de Oro. El creciente sistema capitalista, los medios de comunicación de masas y el cosmopolitismo social
fueron generando cada vez más hábitos y necesidades nuevas, enfocados al consumismo de bienes por puro
placer y entretenimiento. Por lo que la producción del arte iba en aumento; y, junto ella, artistas y escritores
iban con ansias de innovar, provocar y modernizar.

En medio de este contexto de decadencia y esplendor, surge un grupo de escritores regeneracionistas, entre
los que se incluye Lorca, apodados Generación del 27. Aspiraban a la renovación estética, pero también a una
literatura comprometida y revolucionaria, que mostraba la realidad decadente de los primeros años del siglo
XX. La libertad creadora era el punto de partida para estos jóvenes escritores, que jugaban, a menudo, con la
contraposición de técnicas y formas que oscilaban entre lo más tradicional y lo más vanguardista. Pero un
género como el teatro, tan sujeto a la industria del ocio predominantemente burgués, no fue fácil de renovar;
puesto que su éxito, e incluso su representación, dependían de los condicionantes comerciales que atraían a
este público. Fue difícil, que no imposible, como es perceptible a través de La casa de Bernarda Alba; el crear
un teatro renovador, desde la caracterización más puramente lorquiana.

Hay una rehumanización del arte a través de la concepción poética del drama: “el teatro es la poesía que
levanta el libro”.

La casa de Bernarda Alba presenta las dos líneas esenciales de la intención renovadora de los escritores del 27:
pretende la innovación artística desde el simbolismo y la poetización del drama; a la vez que recurre a un estilo
realista y sencillo, para llegar con su exploración social y psicológica a toda la población.

La obra es un teatro social; con carácter de drama rural. A través de aspectos y costumbres de un entorno de
la Andalucía rural del siglo XX, pretende hacer crítica de preocupaciones universales y atemporales que van
más allá de la represión de los afectos y del instinto sexual. Es una denuncia a todas las tiranías que despojan
a los seres humanos de su libre albedrío. Hay por tanto una representación del enfrentamiento entre dos
fuerzas: ley natural/ley social, instinto/moral, libertad/autoridad. Y esta lucha la emprende en la figura
femenina: aquella mujer frustrada al amor, a la maternidad a la soledad y, en definitiva, a la muerte. No es más
que una mirada dramática de la situación personal del escritor frente a la realidad en la que le ha tocado vivir.

Los personajes representan arquetipos de la sociedad y la cultura en la que se desarrolla la obra. Son
tipificaciones que ayudan a Lorca a transmitir de manera efectiva los temas y conflictos que aborda.
- Las mujeres de la casa presentan nombres alusivos: Bernarda encarna la autoridad, la moral del honor
y los prejuicios sociales; mientras que sus hijas representan el vacío efectivo, la frustración vital y la
insatisfacción. Entre las hijas también existe una diferencia gradual de sus actitudes, que van desde la
sumisión de Magdalena a la rebeldía de Adela.
- Además, la abuela María Josefa y la criada La Poncia simulan el componente ritual y mítico clásico de
la tragedia, el coro que anticipaba la muerte. Por una parte, la criada es conocedora de todo lo que
sucede dentro y fuera de la casa, advirtiendo la tragedia; y por la otra, la abuela dice lo que nadie
quiere decir sin consecuencias, debido a su demencia.
- La presencia latente de los personajes masculinos, representada físicamente en Pepe el romano;
evidencia el erotismo como la esencia de la frustración de las hijas. Es el origen de los odios, celos,
envidias, rivalidades y venganzas entre las hermanas; aunque el enfrentamiento con Bernarda sigue
siendo la represión.

Pero la obra también es un teatro experimental. Toma como punto de partida la tradicional regla de las tres
unidades y la rígida división en tres actos, de igual extensión escénica para crear todo un itinerario sensorial,
simbólico y fotográfico, a través del que intensifica la denuncia social.

- El estatismo de la acción advierte, en la primera acotación, la intención de documental fotográfico:


una sucesión de escenas a modo de imágenes o fotografías, en las que se va dibujando una línea
intensificadora de la tensión del enfrentamiento entre Bernarda y sus hijas, hasta llegar al “clímax” con
el suicidio de Adela.
- El espacio de la casa familiar permite la antítesis de dos mundos. Por un lado, el drama se desenvuelve
en un espacio interior, de muros gruesos y ventanas con rejas. Se trata de un espacio cerrado que
obliga al aislamiento social, al silencio y a la quietud ante la vida. Sugiere un convento o una cárcel
para las hijas de Bernarda. Y se contrapone al espacio exterior, que se percibe desde el patio y las
ventanas; del que llegan referencias acústicas, como sonidos, ladridos, cantos, campanas…
representativos de la libertad de vivir. Entre ambos mundos, la única comunicación es el corral, un
lugar oculto, donde suceden los encuentros amorosos entre Adela y Pepe el romano, y donde ocurre
la tragedia final.
- El tiempo no es preciso, puesto que se desarrolla en varios días; pero hay una linealidad de mediodía,
tarde y noche que asemeja el transcurso de un día. Por lo que consigue una aceleración de los
acontecimientos que, junto con el calor sofocante del verano que se describe, aumentan la sensación
de agobio y de opresión.

Por último, toda la obra está repleta de símbolos que se desprenden de un lenguaje poético, connotativo. Ya
desde el mismo momento en que Bernarda dice por primera vez “silencio”, se manifiesta el sentir de la
represión. Pero, sobre todo, es importante la simbología en el cromatismo de la obra. Las paredes, las sábanas,
las enaguas, el ajuar… eran blancos, representando la pureza, castidad, inocencia y virginidad que tanto
preocupaba a Bernarda. Pero estas paredes blancas se van oscureciendo en el transcurso de los actos.

El negro del luto de las mujeres contrasta con la blancura de todo lo demás como símbolo de muerte, tristeza,
apatía y dolor.

La foto de Pepe el Romano, es en blanco y negro.

Y aparecen ciertos objetos caracterizados por su color, como el vestido verde de Adela y su abanico de colores,
única hija que se rebela contra la dictadura del blanco y el negro. También la corona de flores de María Josefa.

Por último, queda el color rojo de la sangre, que refleja la pasión, la ira y la agresividad.

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