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Español Diacronico

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Diacronía en la lingüística

Los diferentes enfoques temporales también aparecen


en el terreno de la lingüística. La diacronía, en este
ámbito, implicar estudiar la evolución histórica de la
lengua, considerando los cambios que experimentó
desde su surgimiento hasta la actualidad. La sincronía,
en cambio, se centra en un momento preciso del
desarrollo de la lengua.
En el ámbito lingüístico podemos destacar que una
figura fundamental en el estudio de la Lengua así como
en el establecimiento de los términos diacronía y
sincronía es el académico suizo Ferdinand de Saussure
(1857 – 1913), que está considerado el padre del estudio
de la lengua moderna. Ese habló de esos conceptos en
su obra “Curso de Lingüística General”.

Los trabajos, ideas y principios de aquel sirvieron para


otros muchos estudiosos, entre los que se encontró el
lingüista británico John Lyons (1932), un referente
dentro del campo de la semántica, que dio un paso más.
Así, vino a establecer, entre otras cosas, que era
realmente complicado el establecer una diferenciación
clara y precisa entre lo que era el cambio sincrónico de
la lengua y el cambio diacrónico de la misma.

Sustrato

La relación de sustrato hace referencia a la influencia que recibe


una lengua que se superpone a otra. En nuestro caso, sería
el latín respecto a las lenguas prerromanas: qué influencias ha
recibido el latín de las lenguas paleohispánicas. En un principio, la
relación de sustrato implica que la(s) lengua(s) de sustrato ha(n)
desaparecido.

Esta desaparición de la lengua de sustrato (la que se encontraba


primero) rara vez se da por un exterminio de sus hablantes —en
ese caso probablemente no habría tiempo suficiente como para
influir en la otra lengua—, sino que suelen ser los propios
hablantes los que optan por abandonarla en favor de la otra —
normalmente, son sus hijos los que la aprenden ya como lengua
nativa—, pues la consideran la lengua que les ofrecerá más
posibilidades en la nueva sociedad.

Superestrato
La relación de superestrato es la contraria a la de sustrato: es
la influencia de la lengua que llega nueva sobre la lengua que
ya se encontraba en un determinado lugar. Sin embargo, la
lengua advenediza acaba desapareciendo. Por ejemplo,
las lenguas germánicas de los visigodos (etc.) que llegaron a la
península ibérica fueron abandonadas, pero llegaron a tener
influencia sobre el latín peninsular.

Adstrato
La relación de adstrato (o parastrato) es la influencia de una
lengua sobre otra, vecinas, como resultado de la convivencia en
un determinado territorio. Se trata de adstrato cuando ninguna
de las dos lenguas ha desaparecido. Aunque frecuentemente se
habla de «sustrato vasco», probablemente sería más apropiado
hablar de una relación de adstrato. También puede entenderse
como adstrato la relación del árabe con los romances norteños
durante la ocupación musulmana.
El español Y la familia lingüísticas indoeuropea

Las lenguas indoeuropeas son una familia de idiomas relacionados que hoy en día se hablan en
América, Europa y en Asia occidental y meridional. Al igual que idiomas como el español, el
francés, el portugués y el italiano descienden todos del latín, las lenguas indoeuropeas se cree
que provienen de un idioma hipotético conocido como protoindoeuropeo, que ya no se habla. Es
muy probable que los primeros hablantes de esta lengua vivieran en un principio alrededor de
Ucrania y las regiones colindantes del Cáucaso y el sur de Rusia, y que después se extendieran
por la mayor parte del resto de Europa y más tarde hasta la India. Se cree que la unidad
lingüística del protoindoeuropeo ses terminó como muy pronto probablemente alrededor de
3400 AEC. Dado que los hablantes del protoindoeuropeo no desarrollaron un sistema de
escritura, no tenemos ninguna prueba física de su existencia. La lingüística ha intentado
reconstruir el protoindoeuropeo metiante varios métodos, y aunque parece imposible hacer una
reconstrucción fiel, hoy en día tenemos una idea general de lo que los hablantes tenían en
común, tanto lingüística como culturalmente. Además de usar métodos de comparación,
también hay estudios basados en la comparación de mitos, leyes e instituciones sociales.

Ramas de las lenguas indoeuropeas


Las lenguas indoeuropeas tienen muchos subgrupos: anatolio, indoiranio, helénico,
itálico, céltico, germánico, armenio, tocario, balto-eslavo y albanés.

Las lenguas prerromanas


son todas aquellas que prevalecían antiguamente en la península ibérica, antes
de la llegada de los romanos en el siglo 218 a.C. algunas de ellas eran el
vasco, el celtíbero, el ibero, el lusitano, el tartesio y el ligur. Como se ha de
notar, el dialecto en esta región para ese, entonces era muy variado.
Una vez que llegaron los romanos a estas tierras y comenzó
la latinización lingüística a desarrollarse en toda la península (a excepción de
la zona norte que continuó hablando vasco) todos estos dialectos se
extinguieron, las personas ya no lo hablaron más, sin embargo estas lenguas
pusieron resistencia, no quisieron desaparecer de un todo, por lo menos no sin
antes, dejar algunas evidencias de que existieron en este mundo.
- el ibérico. Era la lengua vernácula de los pueblos ibéricos, es decir, propia del país, de ahí la
denominación de Península Ibérica. Es una lengua que se extendió gracias al comercio de
aquella época, especialmente debido al trato con los griegos focenses

-el celtibérico. Esta lengua es única del conjunto de lenguas hispano-célticas de las que existen
indicios actualmente. De esta forma de hablar y escribir en la antigüedad se conservan alrededor
de 200 inscripciones redactadas actualmente.

- el lusitano. Es una lengua indoeuropea. Esta lengua paleohispánica tiene, en nuestros días, 5
inscripciones recuperadas, además de incontables topónimos y teónimos , sobre todo en pueblos
del centro-sur del Duero y de Extremadura.

- el tartésico, que era popular bajo la denominación de sudlusitana suroccidental. Fue hablada,
aproximadamente durante dos siglos antes de Cristo. Era propia de individuos residentes en
zonas de Portugal, más al sur, Extremadura y del bajo Guadalquivir.
Además de eso, igualmente existían idiomas antes de la invasión romana que eran menos
conocidas. Indirectamente, también se hablaban otras lenguas de fuentes griegas, romanas y
latinas.

La Romanización de la Península Ibérica

El Imperio Romano fue, sin duda, el mayor imperio del mundo antiguo. Se fue creando poco a
poco a partir de la expansión de su capital, Roma, y pretendió conquistar todo el mundo conocido, es
decir, todos los países próximos al Mar Mediterráneo, llamado mare nostrum por los antiguos
romanos. Así, en su momento de máxima expansión durante el reinado de Trajano, el Imperio
Romano se extendía desde el Océano Atlántico al oeste hasta las orillas del Mar Negro, el Mar Rojo
y el Golfo Pérsico al este, y desde el desierto del Sáhara al sur hasta las tierras boscosas a orillas de
los ríos Rin y Danubio y la frontera con Caledonia (actual Escocia), en Gran Bretaña, al norte. En
consecuencia, recibe el nombre de romanización el proceso a través del cual el Imperio Romano fue
conquistando, sometiendo e integrando a su sistema político, lingüístico y social a todos los pueblos
y territorios que fue encontrando a su paso. El fenómeno de la romanización es de una importancia
histórica absolutamente fundamental puesto que gracias a él un amplio territorio de la antigua
Europa pudo compartir una misma base social, cultural, administrativa y lingüística.
Por lo que se refiere a la conquista y romanización de la Península Ibérica, ésta se inició en el
año 218. a. C., al iniciarse la segunda guerra púnica con el desembarco de los Escipiones en
Emporion (hoy Ampurias, en la provincia de Gerona). Desde el mismo instante en que los romanos
se introdujeron en la península, empezaron a sucederse las conquistas. Así, por ejemplo, hacia el
209 a. C. Cornelio Escipión tomó la ciudad de Cartago Nova y poco después Gadir, antigua colonia
fenicia, cayó en manos romanas en el año a. C. No obstante, el proceso de conquista de Hispania no
fue rápido debido a la resistencia que opusieron algunos de los lugares conquistados; por ello, la
colonización de toda la península duró dos siglos ya que sólo finalizó de modo definitivo en el año
19 a. C. (época de Augusto) con el sometimiento al norte de cántabros y astures. Puede considerarse
que la romanización determinó y fijó el destino de Hispania, destino dudoso hasta entonces debido a
las entrecortadas influencias oriental, helénica, celta y africana que había tenido.
La romanización hispánica se produjo con una base social distinta de la que se había partido
para conquistar territorios más próximos a Roma. A la Península Ibérica llegan colonos, soldados,
comerciantes de todo tipo, funcionarios de la administración, arrendatarios e incluso gentes de baja
estima social, lo que evidentemente condicionó el latín hablado en esta nueva provincia romana.
Roma también llevó a cabo un reajuste de tipo administrativo de las antiguas
provincias Citerior y Ulterior (que habían sido creadas en el año 197 a. C., cuando las autoridades
romanas dividen el territorio hispano y lo consideran, definitivamente, una parte más del imperio);
así, una parte de la Ulterior quedó anexionada por la Citerior, que ahora se
llamará Tarraconense (considerada provincia imperial). El resto de la Ulterior se subdividió en dos
nuevas provincias; por un lado, la Baetica y por otro la Lusitania. Además, la organización social de
Hispania refleja la misma estructura social que el resto del imperio (al menos en un primer
momento); de este modo, la población (cives) se dividía en ciudadanía plena y libre (romani),
ciudadanía con libertad limitada (latini), habitantes libres (incolae) sin derecho a ciudadanía, los
libertos (liberti) y los esclavos (servi). Con el paso del tiempo y a medida que la romanización se fue
asentando, los nativos fueron obteniendo progresivamente el derecho de ciudadanía, hasta que en
el S. III d. C. (época de Caracalla) se generalizó este derecho para la totalidad de la población del
Imperio. Naturalmente, en el momento en que una nueva zona era anexionada, se implantaba
también en ella, además de la estructura social, la estructura militar, técnica, cultural, urbanística,
agrícola y religiosa que había en Roma, lo que garantizaba la cohesión del imperio.
Por lo que respecta a la latinización (adopción del latín como lengua por parte de los pueblos
colonizados en detrimento de sus lenguas autóctonas) hay que decir que no fue un proceso agresivo
ni forzado: bastó el peso de las circunstancias. Los habitantes colonizados vieron rápidamente las
ventajas de hablar la misma lengua que los invasores puesto que de ese modo podían tener un acceso
más eficaz a las nuevas leyes y estructuras culturales impuestas por la metrópoli. Además, los
nuevos habitantes del Imperio sentían de forma casi unánime que la lengua latina era más rica y
elevada que sus lenguas vernáculas, por lo que la situación de bilingüismo inicial acabó
convirtiéndose en una diglosia que terminó por eliminar las lenguas prerromanas. Por tanto, fueron
los hablantes mismos, sin recibir coacciones por parte de los colonos, quienes decidieron sustituir
sus lenguas maternas por el latín. No obstante, hubo en Hispania una excepción a este respecto, ya
que los hablantes de la lengua vasca nunca dejaron de utilizarla, lo que permitió que sobreviviera,
fenómeno de lealtad lingüística que se dio en varias partes del Imperio, como en Grecia, que nunca
perdió el griego pese a su fuerte romanización.
En definitiva, la romanización dotó de una identidad estable a Hispania y la introdujo de lleno
en un Imperio que había de ser decisivo en la evolución de la Historia de la Humanidad. Con el paso
del tiempo, Hispania también aportó grandes beneficios culturales al mundo latino, sobre todo en el
campo de las letras. Así, tenemos retóricos de Hispania como Porcio Latrón, Marco Anneo Séneca y
Quintiliano. También pertenecen a esta parte del Imperio escritores latinos tan importantes como
Lucio Anneo Séneca, Lucano y Marcial, que escribieron obras muy relevantes en las que algunos
críticos han visto los rasgos fundacionales del espíritu de la cultura y la literatura españolas.

el latín vulgar

El latín, al igual que todas las demás lenguas, tenía variedades lingüísticas relacionadas con
factores dialectales (variedades diatópicas), con factores socioculturales (variedades diastráticas),
con factores históricos y evolutivos (variedades diacrónicas) y con factores relacionados con los
distintos registros expresivos (variedades diafásicas); pues bien, el latín vulgar (también
llamado latín popular, latín familiar, latín cotidiano o latín nuevo) era la variante oral del latín, es
decir, el latín que utilizaban los romanos (fueran cultos, semicultos o analfabetos) en la calle, con la
familia y, en general, en los contextos relajados. Se trata, por tanto, de un latín que se aleja del latín
clásico y normativo debido a la espontaneidad y viveza que le otorga su naturaleza oral y cotidiana.
Esta variante diafásica de la lengua latina es de vital importancia puesto que es de ella (y no del latín
culto de la literatura y los registros formales) de donde van a proceder las lenguas romances o
románicas, y más en concreto del latín vulgar del período tardío (S. II-VI).
A principios del S. XX, el gran filólogo D. Ramón Menéndez Pidal empezó a estudiar el latín
vulgar guiado por la intuición de que debía ser en esa variante en la que se encontrasen las pautas
para poder reconstruir y entender el origen del español y del resto de lenguas romances. Desde
entonces, las investigaciones realizadas en el terreno de la Filología Románica han permitido
entender mucho mejor el origen de estas lenguas. No obstante, un problema se plantea de inmediato:
¿cómo estudiar una variante lingüística que es oral y que se distancia mucho de las variantes
escritas? ¿De dónde se puede extraer información? Los filólogos que se han ocupado de este asunto
han sido capaces, con el tiempo, de hallar algunos materiales muy valiosos.

Fuentes para el conocimiento del latín vulgar

Dado que el latín vulgar era oral y evanescente y que sólo se empleaba en contextos relajados,
¿de dónde podemos obtener información acerca de sus características? Es evidente que no existe
ningún texto escrito en latín vulgar; a lo sumo, tenemos textos en los que se encuentran algunos
vulgarismos dispersos, perdidos entre el estilo lujoso y cuidado que caracteriza a la literatura latina.
No obstante, gracias a los vulgarismos que se pueden rescatar de algunas obras cultas (incluidos en
ellas por razones muy variadas) y a algunos textos escritos por personas no demasiado cultivadas, la
filología ha podido reunir un conjunto de materiales relativamente amplio. Veamos a continuación
cuáles son las principales fuentes para conocer el latín vulgar.
a) Obras de gramáticos latinos. Son muchos los autores latinos que, en su afán de purismo,
reprenden y denuncian determinadas pronunciaciones incorrectas. El primero de los autores que
censuró estos errores fue Apio Claudio (hacia el 300 a. C.), seguido por muchos otros, como Virgilio
Marón de Tolosa (S. VII) o el historiador lombardo Pablo Diácono (740-801). Con todo, las
correcciones expresivas que señalan estos autores hay que tomarlas con prudencia, ya que muchas de
ellas son arbitrarias e incluso abiertamente irreales. La obra más importante de este conjunto es, sin
ninguna duda, el llamado Appendix Probi (¿S. IV a. C.?), llamado así porque se conserva en el
mismo manuscrito que un tratado del gramático Probo. Es una especie de «gramática de errores» que
cataloga y corrige 227 palabras y fórmulas tenidas por incorrectas, como por ejemplo las
siguientes: vetulus non veclus, miles non milex, auris non oricla, mensa non mesa, etc. Lo relevante
es que gracias a este texto se ha podido constatar que muchas palabras de las lenguas románicas han
evolucionado a partir de la forma vulgar y no de la normativa.
b) Glosarios latinos. Se trata de vocabularios muy rudimentarios, generalmente monolingües,
que traducen palabras y giros considerados como ajenos al uso de la época (glossae o lemmata) por
expresiones más corrientes (interpretamenta). El más antiguo de ellos es el glosario de Verrius
Flaccus, De verborum significatione, del tiempo de Tiberio, pero que sólo es conocido por un
resumen de Pompeius Festus (¿S. III?). También es muy conocido el lexicógrafo latino Isidoro de
Sevilla (hacia 570-636), autor de Origines sive etymologiae, obra en la que aparecen muchas noticias
sobre el latín tardío y popular, tanto de España como de otros lugares. También pertenecen a este
tipo de textos las famosas Glosas Emilianenses (de San Millán, provincia de Logroño, ¿mitad
del S. X?) y las Glosas de Silos (Castilla, S. X), donde se encuentran voces
como lueco (español luego) o sepat (español sepa, subjuntivo del verbo saber).
c) Inscripciones latinas. Las inscripciones son una fuente muy interesante para conocer
variantes poco cuidadas del latín. Conservamos en la actualidad inscripciones muy variadas, en las
que pueden leerse todo tipo de textos: dedicatorias a divinidades, proclamas públicas, anuncios
privados, textos honoríficos, etc. La mayoría de ellas están grabadas, aunque también las hay
pintadas e incluso trazadas a punzón.
d) Autores latinos antiguos, clásicos y de la «edad de plata» (desde la muerte de Augusto hasta
el año 200). Son muchos los escritores romanos que reprodujeron en sus obras estilos descuidados o
familiares. Por ejemplo, Cicerón solía utilizar en sus cartas personales muchas expresiones
coloquiales como mi vetule (mi viejo). Por otro lado, muchos dramaturgos, como Plauto, ofrecen en
sus obras diálogos llanos, propios de la gente del pueblo más iletrado. Lo mismo sucede cuando un
autor relata alguna anécdota curiosa, sobre todo si el protagonista de la misma pertenece a una baja
clase social (como se ve en las obras de Horacio, Juvenal, Persio o Marcial). Por último, merece una
especial atención El satiricón (60 a. C.) de Petronio, especie de novela picaresca repleta de
charlatanes vulgares y obscenos.
e) Tratados técnicos. En algunos textos técnicos se pueden apreciar ciertas imprecisiones
expresivas. Por ejemplo, M. Vitrubio Polión escribió un tratado de arquitectura en tiempos de
Augusto y pidió excusas por su escasa corrección lingüística. También son dignos de mención
muchos autores de tratados de agricultura, como Catón el viejo, Varrón y Columela (bajo Tiberio y
Claudio) que tienen, en general, pocos conocimientos gramaticales. Especialmente valiosas, a causa
de su lengua repleta de elementos populares, son las obras técnicas de baja época, tales como
la Mulomedicina de Chironis, tratado de veterinaria de la segunda mitad del S. IV repleto de
vulgarismos.
f) Historias y crónicas a partir del S. VI. Se trata de obras toscas y sin pretensiones literarias,
redactadas en un latín muy descuidado. Tenemos la Historia Francorum, de Gregorio, obispo de
Tours (538-594); el Chronicarum libri IV, de Fredegarius (obra escrita en realidad por varios autores
anónimos que relata la historia de los Francos); el Liber historiae Francorum, que se tiene por
anónimo, aunque pudo ser compuesto por un monje de Saint-Denis en el 727; y, por fin, las
compilaciones de historia gótica y universal de Alain Jordanès (S. VI), obra fundamental en su
género.
g) Leyes, diplomas, cartas y formularios. La lengua de estos textos es híbrida y sorprendente,
mezcla de elementos populares y reminiscencias literarias. Hay que recalcar que las cartas y
diplomas originales tienen el mérito de estar desprovistos de correcciones que alteran los
manuscritos de los textos literarios. En Galia se trata de documentos relativos a la corte de los reyes
merovingios; en Italia son edictos y actas redactados bajo los reyes lombardos (S. VI-VII); en
España, tales textos provienen de los reyes visigodos (S. VI-VII) y de los siglos siguientes.
h) Autores cristianos. Los cristianos de los primeros tiempos rechazaron decididamente el
excesivo normativismo del latín clásico, lo que les llevó, en muchas ocasiones, a emplear un latín
mucho más relajado en la redacción de sus textos. Así, este latín de los cristianos, sobre todo el de
las antiguas versiones de la Biblia, estaba cuajado de expresiones y giros propios de la lengua
popular, por un lado, y por otro de elementos griegos o semíticos tomados en préstamo o calcados.
De hecho, los traductores de la Sagrada Escritura se preocupaban más de la inteligibilidad de la
versión que del estilo, actitud utilitaria que justificaba emplear un latín desmañado siempre que fuera
preciso. Fue S. Jerónimo quien, aun conservando numerosas expresiones populares, hizo una versión
más pulida y literaria de la Biblia, conocida como la Vulgata. También se pueden encontrar muchos
datos interesantes en la poesía cristiana del S. IV, en los himnos religiosos de la alta Edad Media
(especialmente útiles para conocer detalles acerca de la pronunciación del latín de la época baja) o en
las obras hagiográficas o de vida de santos, como las que escribió Gregorio de Tours, hombre más
piadoso que literato.
i) Papiros y cartas personales. Se han encontrado también diversos papiros y textos epistolares
pertenecientes a soldados residentes en las diversas provincias del Imperio que han resultado muy
útiles para conocer rasgos del latín vulgar.
Gracias a todas estas fuentes, los filólogos han reunido muchos datos relativos a la forma del
latín hablado en la época imperial. Sin embargo, los datos aislados no permiten obtener una visión
global de cómo era el latín vulgar, por lo que, en última instancia, debe ser la gramática comparada
de las lenguas romances la que revele cómo era ese latín hablado y cómo evolucionó. Hay que
recordar que las lenguas evolucionadas a partir de la latina asumieron propiedades que ya se
encontraban cifradas en las últimas etapas evolutivas del latín. Por ello, teniendo en cuenta cuáles
son los principales rasgos de las lenguas romances (desde un punto de vista tipológico) y cuáles son
las características del latín vulgar recuperadas gracias a las fuentes antes descritas, se puede
reconstruir de un modo bastante fiable un modelo que explique cómo era el latín que sirvió de base
para que surgieran las lenguas románicas.

Características del latín vulgar

El conocimiento del latín vulgar es imprescindible para poder explicar las características
gramaticales de las diferentes lenguas romances. Es una tendencia general de todas las lenguas del
mundo evolucionar siempre a partir de los usos más relajados y espontáneos y no a partir de los
registros más cuidados y formales, vinculados casi siempre al terreno de la lengua escrita en general
y literaria en particular. De hecho, son muchas las características de las lenguas romances que no
tendrían explicación si no se conociera el latín vulgar, ya que se trata de rasgos que jamás hubieran
podido surgir a partir del latín clásico tal y como lo conocemos. A continuación ofrecemos un listado
con las características más importantes del latín vulgar.
a) Orden de palabras. La construcción clásica del latín admitía fácilmente los hipérbatos y
transposiciones, por lo que era muy frecuente que entre dos términos ligados por relaciones
semánticas o gramaticales se intercalaran otros. Por el contrario, el orden vulgar prefería situar juntas
las palabras modificadas y las modificantes. Así, por ejemplo, Petronio aún ofrece oraciones como
«alter matellam tenebat argenteam», aunque, tras un largo proceso, el hipérbaton desapareció de la
lengua hablada.
b) Determinantes. En latín clásico los determinantes solían quedar en el interior de la frase, sin
embargo, el latín vulgar propendía a una colocación en que las palabras se sucedieran con arreglo a
una progresiva determinación, al tiempo que el período sintáctico se hacía menos extenso. Al final
de la época imperial este nuevo orden se abría paso incluso en la lengua escrita, aunque permanecían
restos del antiguo, sobre todo en las oraciones subordinadas.
c) Las declinaciones. El latín era una lengua causal, con cinco declinaciones, en la que las
funciones sintácticas estaban determinadas por la morfología de cada palabra. Sin embargo, ya desde
el latín arcaico se constata la desestima de este modelo y se advierte que empieza a ser reemplazado
por un sistema de preposiciones. El latín vulgar propició de forma definitiva este nuevo modelo, y
generó nuevas preposiciones, ya que las existentes hasta ese momento eran insuficientes para cubrir
todas las necesidades gramaticales. Así, se crearon muchas preposiciones nuevas, fusionando
muchas veces dos preposiciones que ya existían previamente, como es el caso
de detrás (de + trans), dentro (de + intro), etc. Además, la pérdida de las desinencias causales
provocó importantes transformaciones en el latín vulgar, simplificando los paradigmas léxicos hasta
oponer únicamente una forma singular a otra forma plural, simplificación que fue adoptada por las
lenguas romances. De hecho, sólo el francés y el occitano antiguo conservaron una declinación
bicausal con formas distintas para el nominativo y el llamado caso oblicuo, declinación que
desapareció antes del S. XV mediante la supresión de las formas de nominativo.
d) El género. También se simplificó en latín vulgar la clasificación genérica; los sustantivos
neutros pasaron a ser masculinos (tempus > tiempo) o femeninos (sagma > jalma), aunque también
hubo muchas vacilaciones y ambigüedades, sobre todo para los sustantivos que terminaban en -e o
en consonante (mare > el mar o la mar). También hay que señalar que muchos plurales neutros se
hicieron femeninos singulares debido a su -a final (ligna > leña, folia > hoja), de ahí el valor de
colectividad que todavía hoy mantienen en muchos contextos (la caída de la hoja).
e) Los comparativos. En latín clásico los comparativos en -ior y los superlativos en -issimus, -
a, -um (que eran construcciones sintéticas) fueron desapareciendo en favor de las construcciones
vulgares analíticas, construidas a partir de magis... qua (m). Sólo mucho más tarde, y por vía culta,
se reintrodujo el superlativo en -ísimo, -a que aún perdura en la actualidad.
f) La deixis. La influencia del lenguaje coloquial, que prestaba mucha importancia al elemento
deíctico o señalador, originó un profuso empleo de los demostrativos. Aumentó muy
significativamente el número de demostrativos que acompañaban al sustantivo, sobre todo haciendo
referencia (anafórica) a un elemento nombrado antes. En este empleo anafórico, el valor
demostrativo de ille (o de ipse, en algunas regiones) se fue desdibujando para aplicarse también a
todo sustantivo que se refiriese a seres u objetos consabidos; de este modo surgió el artículo definido
(el, la, los, las, lo) inexistente en latín clásico y presente en todas las lenguas romances. A su vez, el
numeral unus, empleado con el valor indefinido de alguno, cierto, extendió sus usos acompañando al
sustantivo que designaba entes no mencionados antes, cuya entrada en el discurso suponía la
introducción de información nueva; con este nuevo empleo de unus surgió el artículo indefinido
(un, una, unos, unas) que tampoco existía en latín clásico.
g) La conjugación. Por lo que respecta a la conjugación verbal, en latín vulgar muchas formas
desinenciales fueron sustituidas por perífrasis. Así, todas las formas simples de la voz pasiva fueron
eliminadas, por lo que usos como amabatur o aperiuntur fueron sustituidos por las formas amatus
erat y se aperiunt. También se fueron dejando de lado los futuros del tipo dicam o cantabo, mientras
cundían para expresar este tiempo perífrasis del tipo cantare habeo y dicere habeo, origen de los
futuros románicos. Por otra parte, también va a ser en latín vulgar donde surja un nuevo tiempo que
no existía en latín clásico: el condicional. A partir de formas perifrásticas como cantare habebam se
va a ir formando este nuevo tiempo, que pasará después a todas las lenguas románicas (cantaría).
h) Fonética. El latín vulgar experimenta diversos cambios fonéticos, muchos de los cuales van
a ser decisivos para la formación de las lenguas románicas. En primer lugar, se producen diversos
cambios en el sistema acentual y en el vocalismo. El latín clásico tenía un ritmo cuantitativo-musical
basado en la duración de las vocales y las sílabas; no obstante, a partir del S. III empieza a
prevalecer el acento de intensidad, que es el esencial en las lenguas románicas. También se
produjeron cambios muy importantes en las vocales, sobre todo en lo referente al timbre, debido a la
paulatina desaparición de la cantidad (duración del sonido) vocálica como elemento diferenciador.
Por lo que respecta a las consonantes, el latín tardío también experimentó cambios notables, como
ciertos fenómenos de asimilación y algunos reajustes en el carácter sordo o sonoro de algunos
sonidos.
i) El léxico. El vocabulario del latín vulgar olvidó muchos términos del latín clásico, con lo que
se borraron diferencias de matiz que la lengua culta expresaba con palabras distintas.
Así, grandis indicaba fundamentalmente tamaño en latín clásico, mientras que magnus aludía a las
cualidades morales; sin embargo, el latín vulgar sólo conservó grandis, empleándolo para los dos
valores. Pero además de todos los reajustes léxicos, el latín vulgar privilegió mucho el fenómeno de
la derivación morfológica, por lo que empezaron a utilizarse muchos sufijos para expresar todo tipo
de valores semánticos, como por ejemplo valores afectivos gracias a los diminutivos.
Como se puede ver, en los rasgos gramaticales del latín vulgar están presentes ya las
principales señas de identidad de las lenguas románicas; en el S. VI, un latín fuertemente
vulgarizado morirá como lengua (quedando sólo como herramienta culta para la ciencia) y de él
empezarán a surgir variantes que, con el tiempo, se convertirán en las diferentes lenguas románicas.
¿Cómo se produjo esa fragmentación del latín? ¿Qué es lo que marca las diferencias entre las
distintas lenguas que surgieron de él?
La fragmentación del latín y el surgimiento de las lenguas
romances

Mucho se ha discutido acerca de la unidad de la lengua latina; mientras que algunos


investigadores sostienen que el latín se mantuvo muy cohesionado y uniforme hasta su desaparición,
otros aseguran que ya desde los siglos II y III había perdido su carácter unitario, por lo que se
encontraba fragmentado en múltiples y variados dialectos. Lo cierto es que el latín acabó
fragmentándose, dando origen a diversas lenguas nuevas; esta fragmentación, inherente en última
instancia a cualquier lengua que tenga muchos hablantes, se puede explicar en el caso del latín
gracias a diversos factores:
a) La antigüedad de la romanización. Dependiendo de la época en que era colonizado cada
territorio, llegaba a cada nuevo lugar un latín concreto, lo que tiene su importancia a la hora de
entender la naturaleza de la nueva lengua que surge en cada lugar. Por ejemplo, en el caso de
Hispania, el latín que llega en el año 218 a. C. es un latín que aún no había llegado a la época clásica,
por lo que es lógico que muchas palabras de las lenguas románicas de la Península Ibérica se hayan
formado a partir de arcaísmos pertenecientes al latín preclásico, como sucede con una voz
como comer, que ha evolucionado a partir de comedere en lugar del más moderno manducare.
b) La situación estratégica de Hispania. Es normal que las provincias más extremas del Imperio
(las que formaron con el paso del tiempo Rumanía, España y Portugal) compartan un cierto
conservadurismo léxico, debido a su lejanía geográfica con respecto a Roma, núcleo de la metrópoli
y fuente de innovaciones léxicas. Este fenómeno está relacionado con la mayor o menor facilidad
para llegar a las distintas provincias; cuanto más aislado estuviera un asentamiento, menos
dinamismo habría en el caudal léxico de la variante del latín de esa zona, y a la inversa, con todas las
repercusiones que ello conlleva.
c) El nivel social y cultural de los hablantes. Los factores diastráticos también pudieron tener su
importancia en la evolución del latín y en su fragmentación.
d) Influencia del sustrato. Finalmente, debe tenerse en cuenta la influencia que pudieron ejercer
en el latín las lenguas prerrománicas que se hablaban en los distintos lugares que fueron
conquistados; aunque estas lenguas fueron, generalmente, sustituidas por la lengua del invasor, no
cabe duda de que ejercieron cierta influencia en ella en forma de sustrato latente. Sin embargo,
nuestro desconocimiento científico de dichas lenguas impide calibrar en su justa medida cómo fue
esa influencia sustratística.
Sea como fuere, el latín, la poderosa lengua del imperio más grande de la Historia de la
Humanidad terminó por extinguirse definitivamente como lengua viva, dejando como herencia
diversas lenguas hijas que, pasados los siglos, habían de ser tan relevantes para la ciencia y la cultura
universales como lo fue su lengua madre.

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