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WH 40K Imperio Oscuro 00 La Armadura Del Destino Guy Haley - Valncar

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Titulo Original: Armour of Fate

Autor: Guy Haley


Traducido y Corregido: Valncar
Montaje y Revisión: Valncar
Más allá de las palabras
Todo el trabajo que se ha realizado en este libro, traducción, revisión y
maquetación esta realizado por admiradores de Warhammer con el
obje vo de que más hermanos hispanohablantes disfruten y compartan de
este gran universo.
Este trabajo se proporciona de forma gratuita para uso par cular. Puedes
compar rlo bajo tu responsabilidad, siempre y cuando también sea en
forma gratuita, y mantengas intacta tanto la información en la página
anterior, como reconocimiento a la gente que ha trabajado por este libro,
como esta nota para que más gente pueda encontrar el grupo de donde
viene. Se prohíbe la venta parcial o total de este material.
Warhammer y todos los personajes, nombres y situaciones son marcas
registradas y/o propiedad intelectual de Blacklibrary.
La Armadura del Des no tarareó sus melodías secretas en todo
momento, pero eran más notables cuando todo lo demás estaba en
silencio, y en ningún lugar estaba más tranquilo en el “Honor de
Macragge” en el scriptorium de Roboute Guilliman.

No exis a tal cosa como una silenciosa armadura de poder. Incluso la placa
de batalla especialmente adaptada de los Reivers Primaris que emi a un
quejido. La armadura de energía llevaba un reactor compacto, que hacía
un ruido. Los haces de bra que se contraían en sus mangas de plas acero
hacían ruido. Los servomotores en las principales ar culaciones que
trabajaban en concierto con los haces y con las extremidades del
portador... hacían un ruido. Al igual que la unidad cogitadora, la
farmacopea, la planta de reciclaje, el dispensador de nutrientes, el sistema
de ltración atmosférica, el sistema de comunicaciones, y todos los demás
artefactos diversos y miniaturizados que estaban apiñados en su caparazón
blindado. En el silencio de la biblioteca se escuchaba con agravante,
aburrido por la concentración de Roboute Guilliman tan constante como
un gusano estropeando una manzana.

El Primarca no necesitaba dormir. Eso fue afortunado, porque pensó que


probablemente no se las arreglaría con el sonido del funcionamiento de la
armadura zumbando a través de su cráneo. Si pudiera acostarse en ella en
primer lugar. Estaba unida a él, imposible de quitar, una situación que él
trabajaba para remediar.

-Esta armadura es el trabajo de un genio, pero es condenadamente


ruidosa- dijo Roboute Guilliman.

-¿Mi señor?- el capitán Sicarius le atendió esa noche, aunque no tenía por
qué hacerlo; Guilliman era más que capaz de defenderse, y además, el
capitán Sicarius podía fácilmente eximirse de tales deberes. Sin embargo,
se quedó de guardia en la entrada del lado opuesto de la cámara, perdido
en sus pensamientos. Guilliman se compadeció del guerrero. Había
conocido a Sicarius sólo un poco antes de desaparecer en la disformidad,
pero fue su ciente para darse cuenta de que había cambiado para peor
cuando regresó.

-Nada- dijo Guilliman. Trató de pensar. Sobre una mesa separada instalada
en un hueco, con estantes a su alrededor, estaba cada trabajo sobre el
blindaje de poder del Adeptus Astartes en existencia, en múl ples
formatos. Esa subsección de su biblioteca era un tesoro de información
que cualquier magos de Marte mataría por acceder, no es que Guilliman
dejara pasar a tales faná cos por la puerta.

Gavillas de planos estaban esparcidas por el escritorio frente a él. Vio algo
interesante escrito en uno y lo buscó, apretando los dientes contra el
ronroneo del traje. Siempre lo hacía con su mano derecha. Los puntos de
integración de la Mano del Dominio a su izquierda hacían que fuera casi
imposible coger algo, incluso sin el guante y el tornillo de sujeción. Las
tareas diarias como esta eran una lucha. Sus dedos acorazados empujaban
a la escurridiza plastek. La ceramita se deslizaba por los papeles, rándolos
al suelo en aleteos.

-Oh, por el amor de...- refunfuñó mientras se inclinaba torpemente para


recogerlos. La Armadura del Des no era voluminosa. Como la ar culación
de su cintura le impedía exionar la columna vertebral y llegar al suelo,
tuvo que arrodillarse. Alcanzó los endebles planos. Las puntas de los dedos
no pudieron agarrarlos, enviándolos en pequeñas armadas sobre el piso
pulido. Gruñó con frustración, abandonó su tarea y se puso de pie,
atrayendo una mirada curiosa de Sicarius.

-¡Tengo la destreza manual de un autómata de batalla de la Legio


Cyberné ca!- dijo Guilliman. -Creado por el Señor de toda la humanidad,
maestro de los más grandes ejércitos del Imperio, y no puedo coger un
plano- miró con lupa los ar culos ofensivos. -Mi mayor enemigo.

Hubo un silencio pensa vo.

-¿Está bromeando, mi señor?- dijo Sicarius.


Guilliman miró a Sicarius. Tuvo que darse la vuelta para hacerlo. Las
hombreras, las alas ornamentales y la gran aureola montada en su espalda
le hacían imposible ver por encima de su hombro. Al menos había dejado
de golpear las cosas.

-Por el Trono, ¿por qué se espera que sea serio en todo momento? Sí,
Capitán Sicarius, estoy haciendo luz sobre mi situación. Durante lo peor
de la Gran Cruzada, era conocido por hacer bromas ocasionales. Incluso
después de que Terra cayera. No pasé toda mi vida anterior escribiendo
pensamientos profundos en pequeños cuadernos, pero a veces me atreví
a disfrutar. Supongo que eso no quedó registrado en las hagiogra as.

-El humor no es algo por lo que se le conozca, mi señor.

-Mi empo en esta nueva era me lo ha revelado ampliamente- Guilliman


levantó su mano derecha y la apretó. No se podía formar un puño
correctamente en una armadura de poder. Se podían apretar los dedos
para golpear con e cacia, pero no se enroscaban completamente hacia
adentro. Placas y sellos suaves se interponían, manteniendo los dedos
ligeramente alejados de la palma. Si apretaba fuerte para hacerlos anidar,
la ceramita chirriaba contra sí misma, y temía que la rompiera. Su mano
derecha casi se cerró, pero para su mano izquierda, que estaba envuelta
con enchufes y puertos de interfaz, no había ninguna posibilidad. La
incapacidad de apretar sus puños adecuadamente lo frustró más que
cualquier otra cosa. Incluso más que los picores que no podía rascarse, y la
imposibilidad de bañarse.

-Debe haber otra manera- dijo, extendiendo sus dedos de nuevo.

-¿Desea que vaya a buscar a sus escribas para recoger sus papeles, mi
señor?

-No quiero que vayas a buscar a mis escribas- dijo. -No quiero verlos
recoger cosas para mí. ¡No quiero estar tan indefenso!

Levantó la mano que llevaba el conjunto del puño de poder exterior. -Con
esta armadura puedo aplastar el cráneo de un caudillo de los orkos, pero
no puedo levantar una copa, ni sostener una pluma- sacudió la cabeza con
tristeza. -Esta armadura ene que quitarse.

-Pero...- dijo Sicarius, su manera las mera se rompió por un breve segundo
por un toque de sorpresa. -Me dijiste que morirías si lo intentabas.

-Eso fue lo que me dijo la profe sa Aeldari. Eso no signi ca


necesariamente que sea verdad. ¿Qué crees que he estado haciendo aquí
estas úl mas semanas?- señaló a los montones de planos.

Sicarius se encogió de hombros. Su armadura también se quejó, causando


que Guilliman hiciera una mueca. -Estudiando, mi señor. No cues ono
qué- hizo una pausa otra vez. -Pasas mucho empo estudiando.

-Este estudio ene un propósito singular. Esta es la Armadura del Des no,
pero mientras la use no estoy al mando de la mía. Debe ser removida. He
aprendido a hacerlo.

-Sí, mi señor.

-Sin embargo, he llegado a un punto muerto- dijo Guilliman. -Todos los


secretos de la función de la armadura están aquí- golpeó la mesa. Esa
acción, al menos, se logró con bastante facilidad. -Sólo hay una pregunta
de la que no sé la respuesta.

Miró los intrincados planes que ya había memorizado, sus ojos se lanzaron
sobre sus líneas como si fuera a descubrir algo que se había perdido. -
Puede dejarme, capitán- dijo. -No necesito que se cierna sobre mi
hombro constantemente. Cuando se vaya, llévese a los demás con usted.
No se requiere ningún guardia en mi scriptorium para guardia. Pre ero
estar solo.

-Mi señor- Sicarius sumergió su cabeza en reconocimiento.

-Y me disculpo por mi tono- dijo Guilliman, todavía irritable. -Encuentro


esta situación frustrante.
-Sí, mi señor- Sicarius se re ró, dejando a Guilliman solo con la carga de la
Armadura del Des no y sus ruidos exasperantes.

El úl mo hijo leal del Emperador esperó hasta que estuvo seguro de que la
Guardia Victrix había par do, usando el empo para poner sus cosas en
tan buen orden como pudiera con sus torpes manos acorazadas, y luego se
dirigió a sus aposentos y al elevador oculto allí.

El Astrópata Prime Ultra Guidus Losen se sorprendió al encontrar a


Guilliman entrando en las cámaras ocultas del Cawl Inferior.

-¿Tienes un mensaje para el Archimagos?- preguntó Losen .

-No- dijo Guilliman sin rodeos.

Losen hizo una pausa incierta. Las piedras ciegas anidadas en sus cuencas
oculares resplandecían en la luz rojiza de la máquina.

-¿Tenemos un nuevo código entonces, mi señor?- dijo, perturbado. -¿Ha


estado el Archimagos en contacto? No he sen do nada. ¿Me he perdido
algo?

La mirada de alarma en la cara de Losen movió a Guilliman, y lo sacudió


de su irritación. Si el astrópata no hubiera recibido un comunicado del
Archmagos, sería inú l. Guilliman le había dicho a Losen en términos
inequívocos, cuando se ofreció como voluntario, que la única forma de salir
de las cámaras secretas sería como un cadáver de honor.

-No has hecho nada malo, astrópata. No tengas miedo. No tengo ningún
código ni ningún mensaje que enviar, pero necesito que despiertes la
máquina de todos modos, porque quiero hablar con ella.

Losen estaba confundido.


-Muy bien. Entonces, ¿qué código debo usar? ¿Debería usar el código
para el envío de mensajes?

-No quiero que le envíe esta conversación a Cawl, más allá de eso no me
importa mucho el código que use. Enciéndelo. Usa el úl mo. Usa el
anterior. Sólo despiértalo.

-Muy bien, mi señor- dijo Losen . -Haré lo que usted quiera.

Colocó su bastón cuidadosamente en el suelo y levantó la voz. -Por la


voluntad del Omnissiah, inicia la secuencia de iniciación.

Guilliman esperó impaciente mientras la máquina pasaba por su ciclo de


ac vación. Una vez que pasaron por los protocolos de seguridad y se
con rmaron sus iden dades, Losen proporcionó el úl mo código que
Cawl había enviado. Después de su entrega, el disposi vo entró en acción.
La máquina se enrolló hasta alcanzar una alta ac vidad. Las puertas se
deslizaron para revelar veinte cabezas cortadas instaladas en tanques de
nutrientes dentro de las paredes de la cámara. La luz pulsaba a lo largo de
las pistas del circuito etérico. Guilliman se acercó a la creciente presión
psíquica. Algo de eso lo enfermó.

A Losen le afectó mucho más la radiación espiritual de la máquina. A


mitad de su ac vación, Losen par ó con un arco, re rándose detrás del
escudo psíquico de su habitación, dejando a Guilliman enfrentarse solo a la
incomodidad del proceso de ac vación. Las cabezas se movieron y se
sacudieron. Las máquinas se quejaron y golpearon. La presión creció. Cada
ac vación trajo un conjunto diferente de ilusiones sensoriales. Esta vez,
había luces brillantes que venían de lugares inesperados, y el olor de
hierbas cortadas secándose al sol. Sin ó que se es raba de lado, como si
sus piernas estuvieran ancladas en un plano graví co mientras su cabeza
era atraída por otro conjunto a noventa grados. Desde algún lugar, escuchó
a niños cantando.

Concluyó como siempre, con un fuerte pop que sólo sonaba dentro de su
mente. Las cabezas se estremecieron y se quedaron quietas. El ruido se
convir ó en un estruendo silencioso y aceitado.
La voz de Belisarius Cawl retumbó desde el aire. Las bocas de las cabezas
muertas hablaban junto con sus palabras, pero el sonido en sí mismo no se
generaba desde ningún lugar en par cular.

-Saludos, Roboute Guilliman, úl mo hijo del Emperador de la


Humanidad, Señor Regente Imperial- dijo. Cada vez, la máquina eligió
saludar a Guilliman de forma diferente. A veces era insolente en su exceso
de familiaridad, a veces le regalaba cada uno de sus tulos. A veces
entregaba su mensaje y se apagaba sin decir una palabra. -Amo de
Ultramar- con nuó el Cawl Inferior, -Lord Comandante, Hijo Veng…

-Silencio- dijo Guilliman.

La voz se detuvo. El rápido grito y el sonido de los pistones bombeaban


bajo los pies del primarca tomando su lugar.

-Su orden no entra en mis parámetros de funcionamiento- dijo el Cawl


Inferior, con tonos de dolor sarcás co. -Tú me das el código, yo te doy un
conjunto estructurado de respuestas ac vadas por ese código. Así es
como funciona, como una llave en una cerradura. En primer lugar, debo
saludarte, luego te doy la edi cación. Has interrumpido el saludo. No
podemos proceder hasta que se entregue.

Guilliman respiró profundamente. -No quiero oír la edi cación.

-¿Por qué?- dijo la máquina. Se detuvo, como si estuviera pensando. -Ya ha


entregado este conjunto de datos antes. Pensé que era familiar- dijo el
Cawl Inferior a hurtadillas. Sus modales eran muy parecidos a los de su
creador. -¿Qué es lo que quieres? Si desea contactar...

-No deseo contactar con el Archimagos. De hecho, te prohíbo


expresamente que le envíes el contenido de esta conversación.

-Estoy obligado a obedecer- dijo la máquina, aunque Guilliman dudaba


que lo hiciera. Algo se estrelló en sus entrañas. Una de las cabezas gritó
palabras silenciosas y sin sen do en su tanque, y luego se calmo de nuevo.
-Quiero hacerte una pregunta- dijo Guilliman. -¿Sobreviviré si me quito la
Armadura del Des no?

-Esa información no está contenida en esta unidad.

Contesto la maquinita de Cawl Inferior, aunque no lo su ciente para


convencer a Guilliman de que era una máquina.

-Sinceramente lo dudo- dijo Guilliman.

-Consulta inválida- dijo la máquina, y luego se quedó en silencio. -


Pregunta incompa ble con el desbloqueo del caché de datos.

-Sé que puedes entenderme, Cawl Inferior- dijo Guilliman.

-Por supuesto que puedo entenderte.

-Entonces responde a mi pregunta- dijo Roboute Guilliman. -Es bastante


simple.

El Cawl Inferior emi ó un ruido exasperante.

-Haces ruidos como un ser vivo- dijo Guilliman. -Suspiras y murmuras


como un instructor de escuela enfrentado a un estudiante que no puede
comprender un concepto simple. Sé que piensas.

-Una vez te habría preguntado cómo podías saber qué era el ruido de un
profesor frustrado, porque dudo que lo hayas oído- dijo la máquina. -
Ahora, no estoy tan seguro. En referencia a su analogía, le presento un
concepto simple, no lo en ende. Las respuestas que puedo dar se limitan
al subconjunto de información que el código ac va dentro de mi almacén
de datos. No puedo proporcionar más información que la que ya tengo.

-Esta conversación no está dentro de ese subconjunto- señaló Guilliman. -


De hecho, muy pocas de nuestras conversaciones lo están.

-Ignoras mi so s cación y el genio del Archimagos Belisarius Cawl.


Encajan bien dentro de los límites de mis subru nas de conversación
estándar.
-Sin embargo, hablas como un hombre, no como una máquina. Sabes que
lo haces... ¡Responde ahora a mi pregunta!- exigió el Primarca.

-No soy un hombre. No puedo pensar por mí mismo, Lord Regente


Imperial, como bien sabes, porque te lo he dicho repe damente. La
sensibilidad que parezco poseer es sólo una ilusión. Un fantasma de
datos. Si fuera otra cosa, iría contra la mayor prohibición del Culto
Mechanicus, consagrado en los Acuerdos Carmesí en el momento de la
llegada del Omnissiah a Marte "No construirás una máquina con la mente
de un hombre". Ese trabajo es sólo para el Dios-Máquina. Facilitar un
conducto para la habitación de una máquina por uno de los espíritus
santos de Dios-Máquina es la cumbre de la mecánica de Marte. Formar
un alma de imitación es una blasfemia, porque tal cosa no emana de la
triple gracia divina de Dios, sino que es una vileza de fabricación humana.

-Si alguien va a romper esa prohibición, sería Belisarius Cawl- dijo


Guilliman.

-Eso es una calumnia. No haría tal cosa- insis ó el Cawl Inferior. -Ya hemos
tenido este debate antes. Estoy seguro de que usted también ha tenido la
misma discusión con el Archimagos Belisarius Cawl.

No lo he hecho, pensó Guilliman, pero seguramente lo haré la próxima vez


que muestre su cara.

-Así que, para responder a su pregunta- con nuó el Cawl Inferior, ya que
era tan gárrulo como su creador, -no puedo responder a su sa sfacción.
Simplemente no sé las respuestas a las preguntas que usted busca.

-Hice una pregunta.

-Siempre hay más. Una pregunta genera un an trión. Esa es la naturaleza


de la búsqueda del conocimiento. Si hubiera una sola pregunta, la
humanidad ya exis ría en un estado de gracia y sabiduría. Me preguntas:
¿Sobreviviré a la eliminación de la Armadura del Des no? Si es así, la
siguiente pregunta es: ¿Cómo se puede lograr esto? El siguiente es:
¿Debo intentarlo? Si mi respuesta es no, la siguiente pregunta sería: ¿Por
qué no? y así sucesivamente. No sé si puedes quitarte la armadura con
seguridad o no. Por si sirve de algo, lo siento.

-Si lo que dices es verdad- dijo Guilliman con cansancio, -entonces no


puedes sen r pena.

-No puedo. Pero si pudiera, entonces lo haría, se lo aseguro. No envidio


su dilema. O no lo haría, si sin era envidia.

Los labios de Guilliman se adelgazaron.

-Muy bien. Hemos terminado aquí.

En el curso de sus conferencias habituales, el Cawl Inferior se cerró. Por


insistencia de Guilliman, el verdadero Belisarius Cawl había instalado un
único interruptor maestro que Guilliman podía u lizar para apagar el
disposi vo él mismo. Se movió para esto ahora.

-¡Espere!- dijo el Cawl Inferior, ya que a pesar de sus protestas de no-vida,


parecía disfrutar mucho de sus infrecuentes ac vaciones.

-¿Qué?- dijo Guilliman. Abrió el frente de acero del armario de distribución


y apoyó su mano en la barra de la palanca de dentro. Sus dedos blindados
apenas cabían en ella.

-Hay otros que podrían saber esta información.

-Lo sé- dijo Guilliman. -Hubiera preferido una respuesta tuya, pero si debo
hacerlo, entonces iré a ellos. Hasta la próxima vez, máquina.

-Tu sirviente como siempre- dijo el Cawl Inferior, con su ciente tono de
ironía para hacer que Guilliman dudara completamente de su sinceridad.

Guilliman ró de la palanca del disposi vo. Las luces se apagaron detrás de


las cabezas. Los rostros muertos dejaron de arder. Las puertas se cerraron
deslizándose. La pesada sensación de ac vidad psíquica disminuyó,
aunque nunca se dispersaría en esa habitación.

-Losen - llamo Guilliman. -Salga.


La puerta de tres capas de los aposentos del astrópata se abrió. Y salió de
nuevo.

-¿Mi señor?- dijo.

-Necesito un favor de usted. Un mensaje.

-Mi señor. ¿Qué desea transmi r a los Archimagos?- Losen se puso de


pie, una señal de que se preparaba para memorizar las palabras del
Primarca y luego consultar el código secreto de sus habitaciones. Cawl
tenía un Cawl Inferior idén co en su propia nave. O eso decía.

-No necesitarás tus códigos. El mensaje no es para Cawl- dijo Guilliman. -


Es para otro.

La cañonera de Guilliman se posó sobre una llanura cubierta de


fantás cas esculturas naturales de escarcha. Un acan lado de hielo, azul
con el empo, se elevó abruptamente frente al terreno de aterrizaje.

El Overlord expulsó vapor en can dades prodigiosas de sus reguladores de


temperatura, el profundo frío del planeta presionaba las tolerancias
térmicas de la máquina. El Overlord empequeñecía a los Thunderhawks
que lo escoltaban con sus amplios cascos gemelos, pero la pared de hielo
era más grande que todos ellos, una implacable masa de atmósfera
congelada no afectada por las nubes de vapor que se arremolinaban
alrededor de las naves. El suelo emi a rizos de gas derre dos por el calor
que las naves traían al mundo frígido, pero fue un breve calentamiento. A
medida que el gas se elevaba, ya estaba congelado, y no llegó más allá de
unos pocos metros antes de congelarse en gordos copos de nieve de
carbono y volver a caer por el aire. El metal hizo clic con una rápida
contracción. En pocos momentos, la escarcha corrió a toda velocidad sobre
los cascos congelados. Para cuando las primeras rampas de abordaje
fueron bajadas, a las cañoneras les crecían barbas de hielo.
El capitán Sicarius y seis de la Guardia Victrix aparecieron primero: tres
Marines Espaciales Primaris con armaduras modestamente decoradas, y
tres del po más an guo, cuya placa altamente ornamentada los
proclamaba como veteranos de una experiencia centenaria. Sus botas
crujieron en la llanura no pisada. Los adornos dorados brillaban bajo la luz
del vacío desnudo. No había su ciente envoltura atmosférica para
oscurecer el cosmos del mundo sin nombre, y la luz de su lejano sol apenas
compe a con las estrellas. El negro era el color del cielo en la mañana, el
mediodía y la noche.

Más Marines Espaciales Primaris emergieron de sus naves de guerra.


Llevaban una variedad de libreas, sus insignias cruzadas por un ornamento
gris pálido, pero trabajaban juntos en equipos muy unidos. Formaron un
amplio perímetro alrededor de las naves, con siluetas oscuras sobre el
blanco helado. Las armas pesadas montadas en el ala y en el casco giraban
para cubrir todas las direcciones sobre la llanura y la base del acan lado.

Sicarius hizo sus comprobaciones. Se tomó su empo, esperando que el


grito del vacío y los sondeos del auspex de la super cie se realizaran varias
veces. Sólo cuando estuvo sa sfecho de que el área estaba desprovista de
todo excepto de hielo, abrió su canal de vox al Regente Imperial y
pronunció su veredicto.

-La zona de aterrizaje está despejada- dijo.

Roboute Guilliman desembarcó del Overlord.

-No puedo encontrar enemigos, mi señor- dijo Sicarius, -pero no hay nada
aquí, sólo roca y aire congelado. ¿Qué esperabas encontrar?

-Lo que busco está aquí- dijo Guilliman. -Un lugar de encuentro que me
dio a conocer un viejo amigo hace mucho empo.

Miró hacia el acan lado y pasó la mirada por él. Levantó la Mano del
Dominio y señaló un único y enorme dígito mecánico. -Está ahí.

Sicarius llamó a su especialista en auspex.


-No encontrarás nada- dijo Guilliman. -Hay una puerta enterrada en el
hielo. Trae los disposi vos de fusión y quema el camino para entrar.

Se paseó por el pie del acan lado. Era peculiarmente regular, las
ondulaciones en su super cie casi demasiado bien formadas para ser
naturales. No había rocas al pie. La llanura se detuvo, y se elevó, como si la
erra hubiera sido doblada cuidadosamente. Cuando el Primarca pasó al
úl mo de los cen nelas, un grupo de ellos se liberó del círculo y cayó con
él, el resto ajustando sus posiciones para que su perímetro estuviera de
nuevo perfectamente espaciado. La Guardia Victrix se puso en marcha y se
puso al frente.

Roboute Guilliman se detuvo frente a una sección del acan lado que no se
veía diferente a ninguna otra. Extendió su mano sobre el hielo. Era tan
an guo que la presión había exprimido todas las impurezas del mismo.
Bajo la oscuridad del cielo era casi tan azul como una armadura de
Ultramar.

-Aquí- dijo. -Cava.

El agua corrió como un uido a través del mundo sin nombre, quizás por
primera vez en su historia. Enormes nubes de vapor rugieron hacia el cielo
por el toque de los rayos de fusión, y luego, cuando la super cie se rompió
y los Marines Espaciales habían sacado una entrada lisa, salieron del
creciente túnel con gran fuerza. El vapor se congeló en todo lo que tocó,
cubriendo a los Marines Espaciales más cercanos al si o de excavación con
escarcha de una pulgada de espesor.

Un grito llegó a la vox. -Hueso Espectral.

-¿Aeldari?- preguntó Sicarius.

Guilliman asin ó, pero no dijo nada más. Unos minutos más tarde, el
úl mo de los vapores dejó de rugir del túnel y el equipo de corte salió
encerrado en el hielo. Se aferró en láminas transparentes a las partes
planas de su placa de batalla, rompiéndose en pequeñas duchas de sus
ar culaciones, derri éndose y volviéndose a congelar alrededor de los
conductos de calor de su armadura en un ciclo constante.

-Hay un túnel, mi señor. Escaleras- el Marine Espacial no se sorprendió.


Todos ellos habían visto cosas más extrañas que una ciudad escondida en
el hielo.

-Tengo un auspex sonando ahora- dijo Sicarius. -Hay un edi cio dentro de
este acan lado. Es grande. Estamos detectando fuentes de energía,
psíquicas, de fusión, más. Todos los teóricos exigen que se proteja a un
comandante, y yo me prepararía para escoltarte, pero ya he pasado
su ciente empo en tu presencia como para saber que irás solo.

-Lo haré- dijo Guilliman. -Te agradecería que no intentaras convencerme


de lo contrario.

-Anotado- dijo Sicarius. -Sin embargo, le insto a que tenga cuidado.

-No es necesario- dijo Roboute Guilliman. -Es mi mayor defecto.

-No con o en el Aeldari, mi señor. Esté en guardia.

-Entonces eres más sabio de lo que pareces, Capitán Sicarius- dijo


Guilliman.

Con esas palabras entró, inclinándose para navegar por el bajo techo del
túnel recién excavado.

Sicarius colocó a sus guerreros en una formación defensiva fuera de la


entrada y les dijo que esperaran.

El hielo ondulado atrapó los brillos de Guilliman y los refractó en un


extraño resplandor. Velos de turquesa y aguamarina se desplazaron en las
profundidades glaciares, pareciendo bailar alrededor de formas más
oscuras que uyeron hacia la nada cuando se las miraba directamente.

La distancia a la entrada del complejo era de cien metros dentro de la capa


de hielo. Bajo tales masas de material congelado, debería haber habido un
constante coro de fracturas musicales y gruñidos armónicos mientras el
hielo se movía. Incluso si era completamente inerte, como era posible en
un mundo tan pequeño y frío, el túnel debería haber despertado al hielo
cuando el derre miento forzó una redistribución de la carga, pero no había
nada más que silencios huecos y siniestros.

La mano de Guilliman se arrastraba por las paredes del túnel, el frío


penetraba a través de su armadura y enfriaba sus dedos. Disfrutó de la
sensación, ya que la sin ó directamente en su propia carne y sangre, no
mediada por el sensorio de la máquina, y eso fue un suceso demasiado
raro.

Una suave luminancia llenó el túnel desde otra fuente, y Guilliman apagó
las luces de su traje. El resplandor le era familiar: propio de la tecnología
de Aeldari.

Sus guerreros habían descubierto una doble puerta de psicoplás co


esculpida, decorada con curvas simples. A pesar de haber sido some da a
toda la fuerza del armamento de melta, no estaba marcada,
permaneciendo de un color pálido cercano al hueso, aunque cálida con
vida interior. Las puertas estaban sólo parcialmente descubiertas. Su forma
sugería un arco pun agudo, pero sólo se había expuesto la altura de la
cabeza de Guilliman. Se separaron cuando se acercó, abriendo una
elegante escalera completamente libre de hielo.

Mientras se agachaba a través de las puertas, la armadura de Guilliman


detectó las su les presiones de un campo de retención atmosférico, y se
detuvo para soltar su yelmo y sacarlo. La presión era exactamente igual, el
aire fresco y condimentado con los extraños perfumes del po aeldari. El
brillo de los espectros iluminaba los escalones y brillaba sobre una docena
de estatuas dispuestas en alcobas espaciadas durante el vuelo. Era tan
perfecto y limpio como si los habitantes se hubieran marchado sólo unos
momentos antes, aunque Guilliman apostaría que ningún aeldari había
estado allí durante milenios.

Aunque no sabía exactamente a dónde ir, dejó que sus pies le llevaran
adelante, y en seguida llegó a su des no.

Había una torre sin ventanas que, sin embargo, prome a las mejores
vistas, si uno supiera cómo verlas. Debajo del elevado cono del techo, una
gura ágil con armadura negra y un yelmo en forma de media luna otaba
con las piernas cruzadas en el aire. Estaba iluminado por un rayo de luz que
no comenzaba en ninguna parte, y orbitaba por un patrón entrelazado de
runas giratorias.

Roboute Guilliman se encontró con el que había llamado, uno de los seres
más poderosos de la galaxia.

-Saludos, Eldrad Ulthran, vidente de Aeldari- dijo Guilliman. Habló en la


lengua del pueblo de Ulthran de Ulthwé.

-Y a , hijo del Emperador de la Humanidad, mi aliado y mi enemigo.

-Enemigo soy a veces para tu gente, y por eso estoy agradecido de que
hayas venido- dijo Guilliman. La habitación de la torre estaba bien
amueblada, incluyendo varias sillas. Todas eran demasiado pequeñas para
su volumen, así que se quedó de pie.

-Me esforcé mucho en devolverte a la vida- dijo Ulthran distante; su


atención no estaba totalmente en el encuentro. -Sería tonto si no
atendiera a tu llamada si vas a cumplir tu propósito. Todos los hombres
requieren guía de vez en cuando, y para todo el arte de tu padre, tú eres
mayormente un hombre.

-¿Cuál es el propósito que enes en mente para mí?- preguntó Guilliman.

-Esa no es la pregunta que viniste a hacer, pero te la responderé de todas


formas. La tarea que debes cumplir es la que te asignaste a mismo, la
del salvador de la humanidad- Ulthran miró hacia abajo. -Si no es ofensivo
sugerir- dijo, cambiando al gó co imperial, -preferiría llevar esta
conversación en su idioma. Eres uno de los pocos hijos de Terra que
puede hablar nuestra lengua. Lo haces muy bien, pero hay ciertas
su lezas que no manejas a la perfección, y eso me retuerce los oídos.

-Pido disculpas por mi falta de experiencia- dijo Guilliman.

-En absoluto- dijo Ulthran, mirando al frente otra vez. -La culpa es tuya,
por supuesto, pero un día la dominarás. Prác camente ninguno de tu
especie, no importa cuán poderoso sea, nunca podría ni lo hará.

Cogió una runa del aire, la examinó y la puso en marcha de nuevo. El


crujido de sus túnicas era fuerte en los silencios inmemoriales de la ciudad.

-Puedo sen r tu incomodidad en esta nueva era- dijo Eldrad. Su gó co fue


acentuado de una manera que impregnó el lenguaje con una fresca
belleza. -Siento tu dolor. Tienes una gran carga que soportar, casi tan
grande como la mía. Tú y yo hemos visto todo lo que nos es querido
aba do por la locura, y nos duele la miseria de lo que ha ocupado su
lugar. Somos almas gemelas, en cierto modo. Has tu pregunta.
Responderé, como un favor, en reconocimiento de nuestras penas
compar das.

-Ya sabes lo que quiero preguntar.

-Pregunta de todos modos- dijo Eldrad Ulthran. -Como debes hacerlo.

Guilliman miró hacia otro lado, mirando la perfectamente conservada


habitación de fantasmas en la que se encontraba. Se preguntó quién había
vivido aquí, o si alguien lo había hecho alguna vez. Los aeldari eran
enigmá cos, y a pesar de sus similitudes sicas con la humanidad, eran
ajenos al pensamiento.

-Durante los úl mos meses he estudiado el funcionamiento de esta


armadura que llevo puesta, y que no me he quitado desde que fue
colocada sobre mi cuerpo hace años- dijo. -Creo que en endo cómo
funciona y qué hace, en términos generales. La profe sa Yvraine me
advir ó que nunca me la quitara, pero debo hacerlo. Lo que no sé es si
sobreviviré a su eliminación.
-Esta no es tu famosa precaución en el trabajo- dijo Eldrad Ulthran. -Eso
es hablar con imprudencia. Déjala puesta, si enes miedo.

-No tengo miedo. Simplemente no tengo su ciente comprensión para


evaluar los riesgos. Hay un elemento personal, por supuesto. No deseo
morir de nuevo, pero puedo explicar mi preocupación mientras calculo la
probabilidad de mi muerte.

-La cues ón es que en endas muy bien lo que la armadura hace


sicamente por , pero hay otro elemento en ella. Un elemento del
espíritu.

-No puedo dar esa credibilidad- dijo Guilliman claramente.

Eldrad Ulthran dio una risa seca. -Qué di cil debe ser para , un hijo de la
iluminación del Emperador, juzgar estas cosas. La armadura sos ene tu
alma. Cuando fuiste herido por tu hermano caído, el corte pasó a la carne
e hirió tu ser eterno. Esa herida nunca se curará.

-Es verdad que siento un vacío dentro de mí- dijo Guilliman.

-Esa es la herida del alma.

-Sea como fuere, no ha respondido a mi pregunta. ¿Sobreviviré?

-La pregunta está equivocada. No es si vas a sobrevivir, sino si eres capaz


de sobrevivir- Eldrad levantó la mano y señaló las runas que giraban. -Estas
son las herramientas con las que podría leer la madeja- dijo. -Estas runas
te representan a . Hay muchas de ellas, como puedes ver. Su interacción
es compleja. Es di cil incluso para mí leerlas. Si voy al otro océano, donde
puedo ver directamente las ramas de lo que puede llegar a ser, tu camino
es di cil de seguir. Quitar la Armadura del Des no arriesga no sólo la
muerte, sino la aniquilación nal. Incluso si no mueres, su eliminación te
afectará profundamente de una manera que te resultará incómoda. Hay
una pena entretejida en cada futuro posible para , Roboute Guilliman.
Quítate esta armadura, y el vacío que sientes crecerá hasta conver rse en
un vacío que nunca, nunca podrá ser llenado.
-La pena que puedo soportar- dijo. -He soportado más de eso que
cualquier otro ser. ¿Qué es un poco más?

-No conoces mis penas- dijo Eldrad. Miró de nuevo al Primarca. Cuando su
cabeza se movió, Guilliman se dio cuenta de que podía ver el techo a través
del yelmo. Eldrad se estaba desvaneciendo. Debe obtener su respuesta
rápidamente, o no la obtendría.

-No puedes saber todo lo mío tampoco, por todos tus dones psíquicos.

-Esto es verdad- dijo el vidente. -Quítate la armadura, si lo deseas. Habrá


consecuencias. Hasta qué punto depende de , es un resultado dictado
por tu voluntad, y la fuerza de tu propia alma. Aniquilación, muerte o
simplemente tristeza. No puedo responder a esta pregunta, no más que
la marioneta de Cawl. Sólo puedes responderla tú mismo, y preguntarla
sólo con la prác ca.

-Entonces no moriré- dijo Guilliman con rmeza.

Eldrad asin ó. -Eso depende totalmente de - el aeldari y sus runas se


desvanecían de la vista, un espectro capturado a plena luz del sol. -Hay
algo más que no has dicho.

-¿Hay?- preguntó Guilliman.

-Quieres librarte de la in uencia de mi especie- dijo Eldrad, su voz se


desvanecía con su cuerpo. -Ves la armadura como un carcelero que te
ene como rehén de nuestros caprichos. Debes saber esto: el des no de
la humanidad y el de Aeldari están unidos. Ambas especies sobrevivirán,
o ninguna de ellas lo hará. Su Emperador en ende esto. Hay enemigos
más grandes que el aniquilador primordial. En los empos venideros, ya
lo verás. La lucha sólo está empezando. La vieja guerra regresa- Ulthran
ahora era un contorno, una sombra. -Recuerda esta conversación y
reconsidera cuidadosamente, el día en que te des cuenta, si quieres estar
solo.

Eldrad Ulthran se había ido.


Guilliman dejó la ciudad sin vida para sí mismo.

Guilliman eligió su cámara de armamento para la tarea de la


eliminación. El día llegó rápidamente, y antes de que se diera cuenta,
estaba en la cúspide del momento. Cuatro adeptos de alto rango del Culto
Mechanicus esperaban su orden, al igual que los medicae, los apotecarios y
una mul tud de servidores. Aparte de la gran cuna de armado ver cal
hecha para su estatura, la habitación era más una sala de operaciones que
una armería, ya que estaba llena de equipo médico, el aire era espinoso
con los olores astringentes del an sép co. Una gran parte del espacio
estaba ocupada por una mesa de operaciones del tamaño de un Primarca,
sobre la que se cernía un chirrido de varias ramas.

Nadie habló. Guilliman estaba de pie en la puerta. Sopesando su decisión


por úl ma vez, miró detrás de él al gran salón que albergaba su museo de
armas. Las luces del Gran Salón de Armamentos estaban apagadas, y la
colección de armaduras que contenía eran siluetas oscuras, todas inertes,
simples máquinas que no poseían ninguno de los peligros que su propia
guerra tenía.

Esta sección de la nave fue la más dañada por los Corsarios Rojos durante
su mandato. Recordó haber subido a bordo después de la recuperación de
la nave, lamentándose del daño hecho, aliviando su ira con la restauración
del mismo. Se preguntaba, mientras volvía la mirada a la maquinaria
especial que le esperaba, si se arriesgaba a un daño similar en todo el
Imperio al tomar esta medida.

¿Qué pasaría si muriera?

No puedo ser esclavo de nadie, pensó rmemente. Entró en la cuna de


armado y agarró los apoyabrazos con tanta fuerza que el metal cantó.

-Empieza- dijo.
Un sirviente levantó un brazo ciberné co, la herramienta eléctrica
montada en lugar de su mano que ya estaba girando. La broca se encajó
suavemente con un perno de bloqueo en el engranaje del Primarca.

Guilliman apretó los dientes mientras el perno se re raba, y tomó su


des no de nuevo en sus propias manos.

FIN

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