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10 - Arenas
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CONCLUSIONES FINALES
Enero de 2006
1
Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente
corresponden a la de la institución donde se desempeña.
2
Ph.d. en Economía.
INDICE
INTRODUCCIÓN............................................................................................................................................ 3
I. EL CONTEXTO DEMOGRÁFICO....................................................................................................... 5
V. LA DIMENSIÓN INSTITUCIONAL............................................................................................... 22
BIBLIOGRAFÍA ............................................................................................................................................ 29
2
INTRODUCCIÓN
Entre los principales factores que han sido mencionados como el motivo de estas
reformas estructurales en América Latina, destacan los crecientes subsidios estatales
provocados por los déficit financieros de los sistemas de pensiones de reparto, que
afectaban a las finanzas públicas y a los equilibrios macroeconómicos, junto con
desequilibrios que no fueron anticipados con modificaciones de las condiciones de
participación y de acceso de los activos y de beneficiarios de los sistemas. Por otra parte, la
transición demográfica que registra la mayoría de los países latinoamericanos, en especial,
el envejecimiento de la población; la creciente demanda por mayores beneficios
previsionales, y la baja cobertura previsional provocada, entre otros factores, por el
crecimiento del mercado laboral informal, han contribuido a conformar un escenario crítico
tal que ha justificado el diseño e implementación de los procesos de reforma.
3
Véase por ejemplo el reciente debate en Estados Unidos sobre la reforma de la seguridad social.
3
Por su parte, el Banco Mundial en 1994, propuso la estructura de multi-pilares como
modelo de reforma para los sistemas de pensiones, el que ha sido uno de los principales
referentes de los procesos de reformas estructurales de los sistemas de pensiones que se han
desarrollado en América Latina en los últimos 10 años, y en el que el segundo pilar lo
componía un sistema de pensiones obligatorio de capitalización plena individual
administrado por el sector privado; con lo que su privatización era un elemento central de
las soluciones planteadas, y la experiencia chilena su principal referencia.
Sin embargo, una década más tarde, el propio Banco Mundial al realizar una
evaluación crítica de los procesos de reforma (Gill et al. 2005), afirma que sus méritos no
se basan en la privatización sino que en la individualización que se obtiene al pasar de un
esquema de pensiones de reparto a uno de ahorro. Puntualiza además que el pilar de
prevención de la pobreza (o primer pilar), debe ser tomado mucho más en cuenta en futuros
procesos de reforma de los sistemas de pensiones en la región.
De este modo, las diferencias observadas en las reformas adoptadas por los países
de la Región desde los años noventa, se han ajustado más bien con las recomendaciones
que el BID proponía en los inicios de la década de los noventa: “Es preciso introducir
cambios estructurales que modifiquen la esencia del sistema y lo adecuen a las condiciones
del mercado laboral y a las características específicas del desarrollo económico y social de
cada uno de los países” (BID 1991). Así, la variedad de reformas previsionales y modelos
de pensiones implementados en América Latina confirma que los países se adecuaron a sus
necesidades y desarrollos institucionales, y que no siguieron un modelo único de reforma4.
4
Sobre el análisis de las reformas en América Latina, y las lecciones aprendidas véase Crabbe y Giral (2005).
4
EL CONTEXTO DEMOGRÁFICO
Uno de los principales factores comunes que han contribuido decisivamente en las
decisiones de reformar los sistemas de pensiones en América Latina, ha sido la vigencia de
la transición demográfica, expresada por el envejecimiento de la población, lo que tiene
como consecuencia directa que las prestaciones deben pagarse a un contingente mayor de
beneficiarios con una menor base de cotizantes en un sistema de reparto.
50
45
40
35
30
25
20
15
10
5
0
1975 2000 2025 2050
5
para mujeres. En efecto, en el gráfico 2, se presentan los cambios de ésta, expresados en
años, al comparar el período 2020 – 2025 respecto de 1995 – 2000.
0,4
Colombia
1,8
1,5
Mexico
2,3
2,7
Uruguay
2,5
2,4
Argentina
2,7
Mujeres Hombres
6
fondos de pensiones basado en la capitalización individual y de administración privada, 14
países en América Latina y El Caribe han implementado sus propias reformas, de las cuales
diez han sido estructurales y cuatro paramétricas.
7
(iv) El modelo mixto, en el que coexisten ambos modelos (público de reparto y de
capitalización individual) en forma complementaria y no alternativa: Uruguay
(1996), Costa Rica (2001) y Ecuador (2004).
Como ha sido desarrollado en cada uno de los estudios nacionales y con distintos
grados de importancia, las motivaciones principales que justificaron cada uno de los
procesos de reformas a los sistemas de pensiones preexistentes, radicaron en un conjunto de
factores comunes. Al efecto de la transición demográfica presente en los cuatro casos bajo
estudio a través del envejecimiento de la población, se agregan los significativos déficit de
los sistemas preexistentes; del orden de un 5% del PIB asociado con prácticas clientelísticas
en el caso de Uruguay en 1995, los serios desequilibrios de las finanzas públicas en
México, junto con una alta evasión y pérdida de reservas; en Colombia por la escasa
cobertura que no lograba superar el 30% de la fuerza de trabajo en 1993 pese a que el gasto
por este concepto alcanza a un 1% del PIB, y en ese mismo año un déficit fiscal de 1,7%
del PIB en Argentina, asociado a un esquema de altos niveles de prestaciones sin contar con
el financiamiento necesario.
8
Tales factores, junto a los cambios en el mercado laboral, en que aumentó la
importancia del empleo informal, han incidido directamente como límite a la cobertura
potencial de los sistemas de pensiones a la vez de convertirse en un freno a las
posibilidades de financiamiento, puesto que se trata de sistemas que requieren de la
existencia de contribuciones previas. LO anterior, ha conformado un escenario de
desequilibrios actuariales de los sistemas de pensiones de reparto, coexistiendo con una
creciente demanda por mayores beneficios previsionales.
Por otra parte, también las reformas estructurales implementadas han sustituido, con
diversos grados, el principio de solidaridad por el de equivalencia entre la cotización y
nivel de la pensión, buscando con ello mejorar el balance financiero del esquema reformado
de pensiones. Sin embargo, es preciso tener en cuenta que un esquema basado
exclusivamente en resguardar esta equivalencia, puede potencialmente reproducir o
incrementar las desigualdades existentes en el mercado de trabajo, elimina la distribución
entre generaciones y, por tanto, traspasa al Estado la función redistributiva, como un
componente externo al sistema reformado, mediante, por ejemplo, la garantía de pensiones
mínimas o la concesión de pensiones no contributivas o asistenciales (el caso más radical es
el chileno, véase Arenas de Mesa, 2005).
9
Diagrama 1
Reparto
Reparto
La mayor deficiencia del sistema de pensiones colombiano antes de la reforma era su baja
cobertura asociada con un relativamente alto nivel de gasto, con la escasa madurez del mismo y
con una etapa temprana en la transición demográfica de la población. Según el Gobierno, las
deficiencias del sistema de pensiones entonces eran estructurales y no se superaban con ajustes
administrativos o paramétricos. En su momento, se planteó la posibilidad de introducir un sistema
mixto, en el que el sistema de reparto existente serviría para pagar pensiones mínimas o básicas,
las que serían complementadas con los aportes a los fondos de capitalización individual, o
colectivamente organizados por empresas y hasta con esquemas voluntarios. Sin embargo, esta
iniciativa no prosperó ya que se argumentó que las cotizaciones requeridas para financiar
pensiones básicas alcanzarían un nivel tal que impediría cotizar a los fondos de capitalización.
A diferencia de otros países como Colombia, la cobertura no fue uno de los motivos
explícitos para justificar la reforma en Uruguay. Por el contrario, uno de los desafíos del nuevo
modelo es mantener los altos índices heredados, ya que el problema radicó más bien en los déficit
del sistema que proporcionaba generosas prestaciones. Este fue el quinto país, después de Chile,
en reformar el sistema de pensiones en América Latina, en la que no hubo la capacidad para
transformar el sistema completamente, como lo postularon algunos sectores, convergiendo así en
un nuevo modelo previsional mixto integrado tanto por el sistema público reformado de reparto,
administrado por el Banco de Previsión Social (BPS), como el de capitalización individual,
administrado en forma múltiple por empresas públicas y privadas (Administradoras de Fondos de
Ahorro Previsional, AFAP). Sin embargo, este nuevo esquema no incluye a las cajas especiales
civiles o paraestatales (bancaria, profesionales universitarios y notarial) y a las cajas militar y
policial.
En este contexto, en diciembre de 1995, el Congreso mexicano aprobó la Ley del Seguro
Social (LSS 95) estableciendo un nuevo sistema de pensiones para los trabajadores del sector
privado (excluyendo a los que trabajan en el Instituto Mexicano del Seguro Social, IMSS),
generando un cambio estructural: de un sistema de beneficios definidos a uno de contribuciones
definidas, con cuentas individuales administradas por el sector privado (Administradoras de
Fondos de Retiros – AFORE). Además, se fijó una garantía de pensión mínima para aquellos
pensionistas que no puedan gozar de una pensión similar al salario mínimo del Distrito Federal.
El nuevo sistema entró en operación en junio de 1997, al aprobarse la nueva Ley de los
Sistemas de Ahorro para el Retiro (LSAR) que estableció finalmente la migración obligatoria de
los activos asegurados en el IMSS y de quienes se integraran a la fuerza de trabajo. Por su parte, a
los activos asegurados antes de 1995 pueden optar en el momento de su jubilación por obtener su
pensión con el viejo sistema (LSS 73) o en el nuevo esquema de capitalización individual. Como
en otras experiencias analizadas, un conjunto de sistemas previsionales quedaron fuera del nuevo
sistema: los esquemas de aseguramiento del sector público, el Régimen de Jubilación y Pensiones
(RJP) de los funcionarios del IMSS, el ISSSTE, las paraestatales (PEMEX, Luz y Fuerza del
Centro y Comisión Federal de Electricidad), a pesar de que su situación patrimonial tampoco era
equilibrada.
Existen al menos dos razones fundamentales que permiten explicar el profundo cambio
que se inició con la LSS 95. La primera es de orden estrictamente de balance patrimonial: los
desequilibrios producidos en el IMSS eran cada vez más agudos y existía la certeza de que la
crisis financiera era inminente. Mientras los excedentes generados por el programa de pensiones
fueron utilizados en el financiamiento del régimen deficitario de Salud y Maternidad, el IMSS
modificó entre 1943 y 1995 cuarenta veces su esquema de beneficios, mientras que la estructura
de contribuciones apenas lo hizo tres veces. Por otra parte, en un contexto fuertemente
inflacionario, las pensiones eran actualizadas mientras los salarios reales estaban estancados. Si a
ello se le agrega una alta evasión y mala política de inversiones en infraestructuras edilicias, es
fácil entender que el nivel actuarial de las reservas fuera insuficiente para financiar el valor
12
presente neto de los compromisos contraídos en un contexto de envejecimiento de la población.
En efecto, el pasivo actuarial del IMSS suponía el 141% del PIB (año 1994) en valor presente por
un período de 75 años, y se estimaba que en 2007 se produjera el déficit de caja. La segunda
razón era de orden macroeconómico, ya que existía la convicción de que una reforma del régimen
general del IMSS constituía una oportunidad para fomentar el ahorro nacional.
13
una etapa de franco crecimiento. El mercado laboral todavía mostraba indicadores favorables en
el sentido que la informalidad todavía no había crecido sustancialmente como lo hizo en años
posteriores y la tasa de desempleo se mantenía en un dígito. De esta forma el proceso de apertura
y re-estructuración a partir de las privatizaciones todavía no generaba un impacto negativo en el
mercado laboral, particularmente en el empleo. Así, las proyecciones del nuevo sistema de
jubilaciones y pensiones tendieron a incorporar un contexto económico y laboral favorable que
extendía las tendencias observadas los dos o tres años previos a 1993-94.
II. COBERTURA
Históricamente los sistemas de pensiones han sido diseñados teniendo dos funciones
básicas complementarias: asegurar el ahorro necesario para financiar niveles de consumo
adecuados durante la vejez, invalidez o sobrevivencia, y prevenir la pobreza durante la vejez
(Barr 2004). Así, la decisión respecto de cuál es el diseño institucional más adecuado tampoco es
neutra en términos de alcanzar los objetivos buscados con la reforma previsional, y las
experiencias analizadas presentan un conjunto de deficiencias en esta materia, que se expresan
fundamentalmente en la caída de la cobertura de los sistemas previsionales, sin que al mismo
tiempo se cuente con los mecanismos apropiados para cubrir a quienes quedan excluidos de la
protección del sistema previsional.
Una forma de medir la capacidad que puede tener un sistema de pensiones para responder
a esta provisión de recursos económicos para la vejez es mediante la denominada tasa de
cobertura de activos. En el caso de un sistema puro de reparto, las cotizaciones de los activos
permiten financiar las pensiones de los pasivos (cobertura de pasivos). En el caso de un sistema
de capitalización individual, el activo acumula en una cuenta individual sus cotizaciones que,
junto con los rendimientos financieros obtenidos en el fondo de pensiones, detraídas las
comisiones por gestión del fondo, le permiten a lo largo de su vida laboral generar un capital con
el que posteriormente financiará su pensión.
14
CUADRO 2: COBERTURA AGREGADA, DESPROTECCIÓN Y DESIGUALDAD
En el caso de Argentina, todos los indicadores de cobertura han mostrado durante los
últimos años una tendencia decreciente. En el caso de la cobertura de los trabajadores activos, el
deterioro comienza a ser notorio a partir del año 1995 en que se experimenta la crisis económica
derivada del “efecto tequila” (crisis de México) y que repercute fuertemente en el mercado
laboral. De acuerdo a Rofman (2005), la cobertura ocupacional en 2003 se encontraba en 40,3%.
Esta preocupante situación es más notoria si se caracteriza la cobertura por quintiles de ingreso,
ya que la cobertura promedio esconde la desigualdad: en el primer quintil de ingreso la cobertura
ocupacional es tan sólo 4% mientras que en el quinto quintil alcanza a 71,6%, lo que significa
que la relación cobertura en el quinto quintil respecto al primer quintil es de 17,9 veces.
15
En México tanto la cobertura efectiva como la ocupacional muestran a lo largo del
período 1991-2004 un comportamiento similar que refleja con fidelidad la evolución del ciclo
económico y del mercado de trabajo. En efecto, en 1991 la cobertura efectiva se situó en el
máximo de todo el período analizado, con una tasa del 39,7%, para caer en 1995 al 33,1% y
comenzar a remontar hasta alcanzar un máximo del 38,5% de los ocupados en 2000. Todo este
subperíodo coincide con el proceso de reforma del régimen general del IMSS en 1997 y su
transformación en un sistema de contribuciones definidas administradas por las AFORES. A
partir de 2000 la cobertura efectiva va disminuyendo hasta situarse en 34,6% de la población
económicamente activa en 2004. Si se toman en consideración los asegurados a otros regímenes
sectoriales, la cobertura alcanzaría a un 39% en 2004, es decir, que 6 de cada 10 mexicanos en
edad de trabajar no están cotizando para una pensión de vejez e invalidez.
Su distribución por quintiles de ingresos muestra que la cobertura previsional del grupo de
mayores ingresos es 5,4 veces mayor que el de ingresos más bajos de la economía, y se explica
por la escasa cobertura de los más pobres, sólo un 17,3% ya que en el quinto quintil de ingresos
ésta supera el 90%.
5
Valencia (2005).
16
No obstante lo anterior, es necesario tener en cuenta que la utilización de los indicadores
señalados puede estar induciendo una potencial sobreestimación de la cobertura, ya que al incluir
a los contribuyentes de los sistemas civiles y militares de pensiones, podría estar contándose a un
contribuyente activo más de una vez, en los casos en que un activo cotiza en más de un puesto de
trabajo. Por ejemplo, las encuestas de hogares arrojan que el 63% de los ocupados en 2002 estaba
cubierto por algún sistema previsional en Uruguay (Bucheli, 2004), lo que se contrapone con la
cobertura ocupacional del 78% en 2001. Adicionalmente, también es necesario considerar el caso
de los trabajadores independientes, los que registran una alta cobertura ocupacional, no obstante
la disminución desde un 65% a un 59% entre 1995 y el 2000, ya que estas cifras superan
ampliamente el 5% y entre el 10% y el 15% de cobertura ocupacional de los trabajadores
independientes en Chile y Argentina, respectivamente, en 2000. Así, resulta imprescindible el
desarrollo de indicadores confiables para la medición de la cobertura previsional, mediante el
diseño de sistemas de información donde se evite la doble contabilidad de afiliados y
contribuyentes, así como definir institucionalmente un administrador de las historias laborales de
los asegurados al sistema mixto.
2. Densidad de Cotización
Uno de los aspectos más distintivos de las consecuencias del inestable y precario mercado
laboral sobre los sistemas de pensiones se refiere a la densidad de cotización. Este indicador
refleja la historia de cotizaciones de los trabajadores afiliados al sistema de pensiones en un
período del tiempo.
17
presenta en Colombia y México, donde tampoco se cuenta con dicha información de modo que
todas las estimaciones se han realizado sobre la base de supuestos sobre rangos de densidades o
bien aplicando las conocidas en países que adoptaron modelos similares de reformas.
En todo caso, se estima que en Uruguay, el 45% de los contribuyentes en el BPS también
cotizó en una AFAP en 2001. Este dato es importante de tener en cuenta si se considera que para
acceder a los beneficios del sistema público reformado, administrado por el BPS, el asegurado
debe contar con 35 años de contribuciones, ello implica que un trabajador (hombre o mujer) que
ingresa al mercado laboral a los 20 años y jubila a los 60 años de edad, contar con una densidad
de contribuciones del 88%. Para un trabajador (hombre o mujer) con estudios avanzados, que
ingresa a trabajar al mercado laboral a los 25 años y se jubila a los 60 años de edad, requiere de
una densidad de contribuciones del 100% para estar cubierto por los beneficios previsionales del
sistema público reformado.
18
importante presión fiscal por varias décadas. Una rápida transición de un sistema de pensiones de
reparto a uno de capitalización individual podría requerir algún reconocimiento para los
asegurados de sus derechos adquiridos a través de sus cotizaciones realizadas en el sistema
antiguo. A medida que estas obligaciones implícitas sean reconocidas por el gobierno, la
transición fiscal-previsional tendrá una mayor brecha financiera.
En relación con el déficit del sistema público, la carga fiscal varía de acuerdo con la deuda
implícita previsional; es decir, el valor presente de las obligaciones a largo plazo, que incluye el
pago de las pensiones en curso de pago y las futuras. En el modelo sustitutivo de México, al
cerrarse el sistema de reparto para los trabajadores del sector privado, toda la deuda implícita se
hace explícita de inmediato, por lo que las pensiones del sistema público tienen que ser
financiadas por el Estado. En cambio, en los otros modelos, esta deuda sólo se hace explícita en
el sistema privado, ya que en el régimen público se posterga al mantener su funcionamiento, lo
que reduce el costo fiscal, al menos por un período de tiempo.
19
(PC), que reconoce las contribuciones realizadas al antiguo sistema público que se otorga a
aquellos trabajadores que han cumplido con el requisito para obtener la Pensión Básica Universal
(PBU). En el caso de Colombia, la Ley 100 de 1993 impuso nuevas obligaciones al Estado como
fueron los pagos de los faltantes de caja del RPM, por concepto de los bonos pensionales tipo A
(referidos al valor de deuda imputable con afiliados antes de la vigencia de la Ley). Mediante este
reconocimiento de pago de los faltantes de caja del RPM, el Estado asumió no sólo el pago de las
obligaciones causadas o por causar con los afiliados al sistema al momento de entrar en vigencia
la Ley 100 sino que igualmente el de los nuevos entrantes. En la medida en que el RPM
continuará existiendo indefinidamente de forma paralela con el RAI, esta obligación pública
tiene, por lo tanto, un efecto fiscal de carácter permanente.
Finalmente, en cuanto a la garantía estatal de pensión mínima está presente en los cuatro
casos bajo estudio, aunque en los casos de Argentina y Uruguay se trata de una pensión básica o
universal sujeta a un número de cotizaciones previas.
En Colombia ésta puede ser una de las obligaciones más importantes en términos de
recursos públicos comprometidos, que beneficia por un monto equivalente a un salario mínimo a
los afiliados con 25,5 años de cotizaciones. Y es potencial su importancia ya que con tales
requisitos, se está asumiendo una densidad de cotizaciones para un trabajador que entró a la
fuerza de trabajo a los 20 años en torno a 64% para hombres y 73% para mujeres, por lo que es
altamente probable que más del 50% de los asegurados no logre cumplir dichos requisitos.
20
problemas fiscales por varias décadas. Tales efectos son similares a los de Argentina y Uruguay,
esquemas previsionales que enfrentan períodos similares de maduración por el año en que se
efectuaron sus reformas (1994 y 1995, respectivamente). No obstante lo anterior, la cobertura
previsional en Uruguay más que dobla la que registra Colombia, lo que implica una en este
último país transición previsional de las más costosas de la región, comparable con el caso
chileno.
El caso de Uruguay presenta similitudes con el argentino en varios aspectos, ya que todas
las estimaciones realizadas presentan un aumento de la carga fiscal de entre 1% y 2% del PIB
durante los primeros 20 o 25 años de ejecución de la reforma, después una recuperación entre los
años 2020 y 2025, terminando en un balance positivo de entre 0,5% y 2% del PIB durante el
período 2040-2050. Las proyecciones coinciden en que sólo 30 años después del inicio de la
reforma, el escenario sería más atractivo desde el punto de vista financiero que si ésta no se
hubiese puesto en vigor.7
21
Como en Argentina, un aspecto relevante en materia fiscal, aunque no necesariamente
asociado con la reforma previsional, radica en que la política económica implementada en
Uruguay intentó mejorar la competitividad de la producción nacional, en un contexto de atraso en
el tipo de cambio real, reduciendo los aportes de los empleadores a la seguridad social. De esta
forma, los objetivos macroeconómicos de mejorar la competitividad y aumento del empleo,
ocasionaron una pérdida de recursos a la seguridad social equivalente a 152 millones de dólares
anuales en 2002, correspondiendo 136,3 millones de dólares a aportes jubilatorios. Como
resultado, también ha cambiado la composición del financiamiento de la seguridad social.
Como fuera señalado con anterioridad, al menos la mitad de las reformas estructurales,
que se han implementado, no han adoptado el modelo de sustitución total, sino que han
22
configurado mediante modelos paralelos, integrados o mixtos de pensiones. Esta diversificación
se explica, entre otros factores, por compromisos políticos, presiones de distintos actores sociales
que pretenden mantener componentes redistributivos de los antiguos sistemas públicos de
reparto. De esta manera, muchas de las reformas previsionales en la región han mantenido las
responsabilidades públicas explícitas, a través del sistema público de reparto reformado, de las
pensiones mínimas garantizadas por el Estado, de los beneficios públicos básicos universales o de
beneficios públicos suplementarios contributivos y no contributivos.
La capacidad técnica y política del Estado, en conjunto con los actores involucrados, a
efectos de identificar, acordar e implementar un rediseño del sistema de pensiones resulta
fundamental para mantener la viabilidad de largo plazo de los avances obtenidos en materia de
ordenamiento y homogeneización del sistema. Por el contrario, una postergación prolongada del
rediseño genera un escenario de profundización de los déficits y de inquietud de la población, que
entraba la búsqueda de soluciones y la estabilización de los logros señalados.
Entre otras materias, para desarrollar iniciativas de rediseño de los sistemas de pensiones
resulta fundamental contar con un sistema de información básica confiable, desagregada y
sistemática sobre el esquema previsional, tanto de cobertura (activos, pasivos y densidad de
cotización); balance del sistema (superávit o déficit), como de activos y rentabilidad del sistema
(cartera de inversiones). Esta área en general, en los casos estudiados, presenta importantes
déficits institucionales, tanto de diseño original como por deficiencias en la gestión del esquema
previsional.
En esta materia, los desafíos son múltiples. Uno de estos radica en la necesidad de definir
un ámbito único de formulación de políticas previsionales, ya que las funciones de formulación
de políticas y la administración de los programas de seguridad social se encuentran desarticulados
y sin una rectoría. Si bien las sucesivas reformas han ido reduciendo la fragmentación del sistema
de jubilaciones y pensiones, aún existe un amplio margen para mejorar la coordinación y
armonización de los distintos subsistemas. Esta faceta tiene implicancias fiscales e institucionales
relevantes debido a que las relaciones fiscales intergubernamentales están en el centro de esta
materia.
23
asociado una serie de dificultades, como por ejemplo los problemas para auditar estos
compromisos, así como evitar que se generen efectos no deseados a partir de situaciones de
riesgo moral e implementar los convenios de reciprocidad para el reconocimiento de las
contribuciones en cada uno de los regímenes.
Sin embargo, el efecto de la Ley 797 de 2003 y las reformas posteriores, al introducir
cambios en los parámetros provocaron un aumento en las tasas de reemplazo del RAI y una
reducción en las del RPM, y como consecuencia de lo anterior, se vieron reducidos los incentivos
económicos de pertenecer a este último. Además, al aumentar el número mínimo de semanas
requeridas para acceder a la pensión, dicha Ley redujo significativamente el número de personas
que pueden acceder a la pensión y que serían potenciales beneficiarias de subsidios estatales.
Efectivamente, en el caso de las mujeres el número de semanas requeridas equivale a una
densidad de cotización del 67,3% y en el caso de los hombres a 59,3%.Estos mayores requisitos
para acceder a una pensión (1.300 semanas o 25,5 años cotizados), aplicados en ambos
regímenes, podrían dejar sin protección social a un número importante de trabajadores ya que las
densidades de cotización están en promedio por debajo de ellos.
24
si se busca elevar la cobertura y las densidades de cotización de los trabajadores de bajos ingresos
y con menores calificaciones en el mercado laboral.
En el ámbito de las pensiones no contributivas, éstas pueden tener una alta efectividad en
reducir la indigencia, y para ello el mayor impedimento no es necesariamente de restricciones
fiscales sino de limitaciones institucionales, tales como la identificación de los beneficiarios y la
administración del sistema para su seguimiento y adecuada focalización de las prestaciones. Al
respecto pueden resultar ilustrativas experiencias como la del programa Chile Solidario, que crea
un sistema básico de protección social, en el que se identificaron todas las familias indigentes del
país (225.000 familias en extrema pobreza, un 4,6% de los hogares) a través de un sistema de
información nacional, lo que se prevé permitirá, en un plazo de tres años, cerrar las brechas de
cobertura efectiva en la población indigente por intermedio del sistema de pensiones no
contributivas o asistenciales.
V. COMENTARIOS FINALES
No obstante lo anterior, los distintos procesos de reformas han sido motivados por un
conjunto de factores comunes, entre los que destaca la necesidad de establecer el equilibrio
financiero del sistema de pensiones y de disminuir las cargas financieras de éste con el Estado.
Junto a lo anterior, se agrega el objetivo de proporcionar prestaciones razonables en el momento
de su jubilación, y, adicionalmente contribuir a apoyar el proceso de inversión.
De los antecedentes analizados, es posible concluir que dichos objetivos han sido
parcialmente alcanzados, y que en cada caso se presentan problemas y desafíos significativos.
Los principales se presentan a continuación.
25
1. La decisión de fundar la reforma previsional sobre la base de establecer un sistema
privado de pensiones, que opera sobre bases contributivas, enfrenta una barrera estructural
para extender la cobertura del sistema de pensiones debido a la significativa importancia
de la informalidad en el mercado de trabajo. Ello es especialmente relevante en los casos
de Argentina, Colombia y México, mientras que en Uruguay el desafío principal es el de
mantener la alta cobertura del sistema previo a la reforma.
En efecto cerca de un 60% de los trabajadores son informales en Colombia, una alta
proporción de trabajadores que perciben bajos ingresos, y la cobertura ocupacional no
supera el 30%. En México, por su parte, el sistema llega a cubrir escasamente al 40% de
la población económicamente activa del mismo modo que en Argentina, y por su parte, en
Uruguay la información disponible muestra también una disminución de la cobertura
previsional. Pero adicionalmente, quienes registran una mayor desprotección en todos los
casos estudiados son los trabajadores de menores ingresos.
2. La evidencia indica, que en aquellos casos en que se ha optado por modelos de reforma
del tipo paralelo, como Perú y Colombia, se observan traslados de afiliados hacia el nuevo
sistema de capitalización, con distintos grados de intensidad, especialmente de asegurados
jóvenes y de mayores ingresos, sin que con ello aumente la cobertura agregada de los
sistemas. La operación paralela de ambos sistemas de pensiones podría derivar en una
potencial segmentación de la población afiliada en función de sus niveles de ingresos, ya
que el sistema público resulta en general más atractivo para una mayoritaria proporción de
la población que perciben bajos ingresos y de edad avanzada, y el sistema administrado
por el sector privado está siendo elegido por aquella proporción de trabajadores con
ingresos altos y, en especial, jóvenes. De este modo, el pretendido efecto sustitución que
se lograría con la implementación del nuevo sistema, enfrenta restricciones estructurales
derivadas de su actual diseño.
3. Vinculado con lo anterior, las experiencias analizadas revelan que la densidad efectiva de
las cotizaciones es insuficiente para acceder a prestaciones relevantes, ya que difícilmente
los trabajadores podrán cumplir con las condiciones de elegibilidad para beneficios
mínimos o básicos. Nuevamente, esta carencia se observa, en especial, entre mujeres y
afiliados de bajos ingresos, mientras que por otra parte, los beneficios potenciales de los
sistemas reformados de pensiones parecen estar al alcance de los trabajadores hombres,
mejor calificados y con mayores ingresos
26
5. Con relación a los efectos fiscales de la reforma previsional, destaca el caso de Colombia,
en el que se observa una costosa transición, puesto que los niveles de gasto público
involucrados son superiores a los del caso argentino o uruguayo y se acercan a los
estimados para Chile. Sin embargo, si se considera que en Colombia la cobertura
previsional es la mitad que en dichos países, los efectos fiscales resultan aún más
desproporcionados.
Para los casos de Argentina y Uruguay, los efectos fiscales de las reformas implementadas
constituyen un gran desafío para el desempeño de la misma, debido a que representan una
importante fuente de incertidumbre en pleno período de transición previsional. Distintos
estudios acerca de las consecuencias fiscales de éstas señalan que sólo 30 años después de
su puesta en vigor, comenzarían a generarse superávit financieros y fiscales.
En México, las estimaciones de los efectos fiscales consolidadas de los pasivos de los
distintos esquemas presentan como resultado un pasivo global equivalente al 117,3% del
PIB de 2002. Una gran parte de este déficit (casi el 79%) es imputable a los sistemas
públicos de pensiones, sin considerar estimaciones de pasivos implícitos de las pensiones
mínimas garantizadas por el Gobierno Federal para los futuros pensionados. La actual tasa
de cotización del 6,5% sumada a las características del mercado laboral mexicano y a las
estimaciones de tasas de reemplazo y de cobertura de pasivos presentadas en esta sección
sugieren, en forma preliminar, que el nuevo modelo de pensiones mexicano no está en una
fase de equilibrio. En este contexto, es probable que exista una presión a aumentar las
tasas de cotización u otras modificaciones al modelo de capitalización individual.
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Ello requiere perfeccionamientos de la institucionalidad de dichos sistema en los países
donde existen (Argentina y Uruguay) y requeriría su evaluación para ser implementados
en Colombia y México. Sin embargo, en todo caso, éste también precisará de sistemas de
información que permitan identificar familias pobres e indigentes con el objeto de cerrar
las brechas de cobertura en estos hogares. Así, más que un problema de restricciones
fiscales, este asunto es propio de la naturaleza del diseño institucional, de problemas de
gestión y de los sistemas de información. Asimismo, es necesario evaluar las relaciones
entre los beneficios del régimen de pensiones no contributivo y las prestaciones
jubilatorias del esquema contributivo; la consistencia del monto de los beneficios y de los
incentivos que esto genera, especialmente entre los trabajadores no calificados y de
menores ingresos.
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