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Minuchin, S. (1984) Técnicas y Terapia Familiar Edit. Paidós, Cap. 2 Familias

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Cap.

2 Familias

Las cosas vivas tienden a unirse, a establecer vínculos, a vivir unas dentro de las otras, a
regresar a ordenamientos anteriores, a coexistir cuando es posible. Es el curso del mundo.

LEWIS THOMAS


Entre los seres humanos, unirse para “coexistir” suele significar alguna suerte de grupo
familiar. La familia es le contexto natural para crecer y para recibir auxilio, y de él dependerá el
terapeuta de familia en la obtención de las metas terapéuticas. La familia es un grupo natural que
en el curso del tiempo ha elaborado pautas de interacción. Estas constituyen la estructura
familiar, que a su vez rige el funcionamiento de los miembros de la familia, define su gama de
conductas y facilita su interacción recíproca. La familia necesita de una estructura viable para
desempeñar sus tareas esenciales, a saber, apoyar la individuación al tiempo que proporciona
un sentimiento de pertenencia.

Los miembros de la familia no se suelen vivenciar a sí mismos como parte de esta estructura
familiar. Todo ser humano se considera una unidad, un todo en interacción con otras unidades.
Sabe que influye sobre la conducta de otros individuos, y que éstos influyen sobre la suya. Y
cuando interactúa en el seno de su familia, experimenta el mapa que ésta traza del mundo. Sabe
que en ciertos territorios se lee.”Haz lo que quieras”; otros tienen las señales “Avance con
cautela” o “Pare”. Si atraviesa este último límite, el miembro de la familia tropezará con algún
mecanismo de regulación. A veces aceptará y a veces cuestionará. Hay también sectores
marcados con la señal “Prohibida la entrada”. La transgresión de éstos trae consecuencias del
máximo valor afectivo: culpa, angustia, aun destierro y anatema.

Así, los miembros de cada familia conocen, con diferentes niveles de conciencia y de detalle,
la geografía de su territorio. Cada uno tiene noticia de lo que está permitido, de las fuerzas que
se oponen a las conductas atípicas, así como de la índole y eficacia del sistema de control. Sin
embargo, viajero solitario por el territorio de la familia y del vasto mundo, el individuo rara vez
vivencia la red familiar como una Gestalt.

No ocurre así con el terapeuta de familia: la red de las interacciones familiares se le manifiesta
en su complejidad. El contempla el todo, que es más que la suma de sus partes. La familia como
totalidad se asemeja a una colonia animal, entidad esta compuesta por formas de vida
diferentes, donde cada parte cumple su papel, pero el todo constituye un organismo de múltiples
individuos, que en sí mismo es una forma de vida.

Para el aspirante es difícil abarcar este animal multicelular que es la familia. Y, en realidad,
para el individuo educado en la cultura occidental es difícil ver más allá del individuo. Estamos
formados en una preferencia tanto ética como estética por la autodeterminación individual. En el
mejor de los casos, es desagradable concebir el individuo como un segmento de una unidad


El epígrafe en: Lewis Thomas: The Lives of a Cell: Notes of a Biology Watcher, Nueva York, Bantam Books, 1974, pág.
147.

4
social y biológica más vasta. Quizá por esta razón los que intentan abordar la interdependencia
de los seres humanos suelen recalar en filosofías místicas u holistas que ligan al hombre con el
universo. Concebir al hombre como parte de una inteligencia universal es menos penoso que
considerarlo parte de la red familiar, un organismo vivo más próximo a nuestra experiencia.
Podemos mirar de frente al hombre héroe cósmico, pero preferiríamos no verlo discutir con su
mujer sobre quién debió cerrar la puerta de calle.

Sabemos, no obstante, que de algún modo el jugador de fútbol en su equipo o el ejecutante de


oboe en el quinteto participan de las excelencias de estas unidades suprahumanas. Tenemos la
viva experiencia del impulso que hace ponerse de pie a las treinta mil personas de un estadio y
aclamar al unísono. Y en el marco de la terapia, cualquier clínico puede proporcionar escorzos
sobre las operaciones de ese animal multicelular que es la familia. Y hasta existen razones para
creer que las “conexiones” de la familia rebasan el nivel de la conducta, hacia lo fisiológico. En
investigaciones sobre familias psicosomáticas, Minuchin y colaboradores descubrieron indicios
de que en ciertas familias, por lo menos, la tensión entre los padres se puede medir en el
torrente sanguíneo del hijo que los observa.1

El terapeuta aspirante no necesita aceptar esta idea de una fisiología conjunta. Pero tiene que
ver en la familia algo más que un mero agregado de subsistemas diferenciados: un organismo.
En efecto, vivenciará el pulso de la familia. Experimentará sus demandas de reacomodamiento y
sólo se sentirá cómodo si avanza respetando el tempo de ella. Vivenciará también su umbral
para lo correcto y lo vergonzoso, su tolerancia al conflicto, su sentimiento de lo ridículo o lo
sagrado, y su concepción del mundo.

Los problemas con que se tropieza en la investigación de la familia son exagerados por las
lenguas occidentales, que poseen escasas palabras y aun muy pocas frases para designar
unidades de más de un miembro. Tenemos la expresión simbiosis para designar una unidad de
dos miembros, con palabras de Albert Scheflen, “se siente íntegramente un todo”; por ello es
posible un episodio psicótico en caso de sobrevenir un quebrantamiento de la alianza dentro del
organismo.2 Pero esa expresión no contempla las interacciones normales. Aunque en el campo
de la salud mental existe una diversidad de investigaciones sobre la interacción normal entre
madre e hijo, no disponemos de una palabra que designe esta unidad compleja de dos personas.
Podríamos inventar una expresión como madrijo o hijodre, pero sería imposible obrar del mismo
modo para todas las unidades existentes.

Arthur Koestler, refiriéndose a esta dificultad conceptual, señaló que “para no incurrir en el
tradicional abuso de las palabras todo y parte, uno se ve obligado a emplear expresiones torpes
como “subtodo” o “todo-parte”. Creó un término nuevo “para designar aquellas entidades de
rostro doble en los niveles intermedios de cualquier jerarquía”: la palabra holón del griego holos
(todo) con el sufijo on (como en protón o neutrón), que evoca una partícula o parte. 3

El término de Koestler es útil en particular para la terapia de familia porque la unidad de


intervención es siempre un holón. Cada holón –el individuo, la familia nuclear, la familia extensa
y la comunidad- es un todo y una parte al mismo tiempo, no más lo uno que lo otro y sin que una
determinación sea incompatible con la otra ni entre el conflicto con ella. Cada holón, en
competencia con los demás, despliega su energía a favor de su autonomía y de su

1
Salvador Minuchin, Bernice L. Rosman y Lester Baker: Psychosomatic Families: Anorexia Nervosa in Context, Cambridge,
Harvard University Press, 1978, pág.45.
2
Albert Scheflen: Family Communication and Social Connectedness in the Development of Schizofrenia” en Mauricio Andolfi
e Israel Zwerling: Dimensions in Familiy Therapy, Nueva York, Vintage Books, 1979, pág.33.
3
Arhtur Koestler: Janus: A Summing Up, Nueva York, Vintage Books, 1979, pág.33

5
autoconservación como un todo. Pero también es vehículo de energía integradora , en su
condición de parte. La familia nuclear es un holón de la familia extensa, ésta lo es de la
comunidad, y así. Cada todo contiene a la parte, y cada parte contiene también el “programa”
que el todo impone. La parte y el todo se contienen recíprocamente en un proceso continuado,
actual, corriente, de comunicación e interrelación.

El holón individual

Considerar al individuo como un holón es sobre todo difícil para las personas formadas en la
cultura occidental. La Oficina de Censos de los Estados Unidos define la categoría de “no familia”
como “adulto soltero sin vínculos”. He ahí un notable ejemplo de la ideología individualista. En
ninguna parte entre los seres vivos se hallará esa falta de vínculos; no obstante, existe en
nuestras tipologías humanas. En el país mencionado, la constitución, las leyes sobre impuestos y
seguridad social, los sistemas de asistencia para la salud, los servicios de salud mental y
educacionales, y aun los costosos hogares residenciales destinados exclusivamente a
ciudadanos de avanzada edad, no sólo expresan el concepto del individuo autónomo, sino su
deseabilidad.

Esta distorsión ha impregnado todo el campo de la salud mental, incluida la terapia de familia.
Según la concepción de Ronald Laing para la política familiar, el individuo tiene que estar libre de
sus nocivos grilletes familiares (lo que probablemente facilitaría su inclusión en la categoría
censal de adulto soltero sin vínculos). La “escala de diferenciación del sí-mismo”, de Murria
Bowen, utilizada para estimar el grado en que el “sí-mismo” se mantiene incólume frente a la
influencia de los vínculos, realza de igual modo la “lucha” entre el individuo y la familia. Cuando
se considera al individuo en su condición de parte de un todo mayor, de algún modo se lo juzga
perjudicado.4

El terapeuta aspirante puede ser particularmente proclive a poner el acento en las


restricciones que la familia impone. Es muy probable que venga de una lucha por la individuación
dentro de su propio grupo familiar. También lo es que en su ciclo de vida se encuentre en el
estadio de separarse de su familia de origen y de formar una nueva familia nuclear, y que en ese
estadio perciba las exigencias que le plantea la creación del nuevo holón como un desafío a la
experiencia de su individualidad. Por eso puede ocurrir que necesite un esfuerzo consciente para
enfocar las realidades de la interdependencia y las operaciones de la complementariedad.

El holón individual incluye el concepto de sí mismo en contexto. Contiene los determinantes


personales e históricos del individuo. Pero va más allá, hasta abarcar los aportes actuales del
contexto social. Las interacciones específicas con los demás traen a la luz y refuerzan los
aspectos de la personalidad individual que son apropiados al contexto. Y recíprocamente, el
individuo influye sobre las personas que interactúan con él en papeles determinados porque sus
respuestas traen a la luz y refuerzan las respuestas de ellos. Hay un proceso circular y continuo
de influjo y refuerzo recíprocos, que tiende a mantener una pauta fijada. Al mismo tiempo, tanto
el individuo como el contexto son capaces de flexibilidad y de cambio.

Es fácil considerar la familia como una unidad, y al individuo, como un holón de esa unidad.
Pero el individuo incluye además aspectos que no están contenidos en su condición de holón de
la familia, como se ilustra en el siguiente esquema:

4
Murray Bowen: Family Therapy in Clinical Practice, Nueva York, Jason Aronson, 1978, págs. 306-307.

6
El rectángulo representa a la familia. Cada curva es un miembro individual de ella. Sólo ciertos
segmentos del sí-mismo están incluidos en el organismo de la familia. Para C y D, la familia es
más necesaria que para A y B, acaso más vinculados con sus colegas,, su familia de origen y
grupos de coetáneos. No obstante, la gama de la conducta permitida está gobernada por una
organización familiar. La variedad de las conductas que se pueden incluir en el programa de la
familia depende de la capacidad de ésta para absorber e incorporar energía e información de
ámbitos extrafamiliares.

La interacción constante dentro de diferentes holones en tiempos distintos requiere de la


actualización de los respectivos segmentos del sí-mismo. Un niño en interacción con su madre
demasiado unida aparecerá desvalido a fin de provocar los cuidados de ella. Pero con su
hermano mayor se mostrará decidido y entrará en competencia para obtener lo que desea. Un
marido y padre autoritario dentro de la familia, tendrá que aceptar una posición jerárquica inferior
en el mundo del trabajo. Un adolescente, dominante en su grupo de edad si se coliga con un
hermano mayor, aprende a ser cortés cuando éste no está presente. Contextos diferentes
reclaman facetas distintas.

En consecuencia, las personas, en cada una de sus interacciones, sólo manifiestan parte de
sus posibilidades. Estas son múltiples, pero sólo algunas son traídas a la luz o canalizadas por la
estructura del contexto. Por lo tanto, la quiebra o la ampliación de los contextos puede permitir el
surgimiento de nuevas posibilidades. El terapeuta, especialista en ampliar contextos, crea un
contexto en que es posible explorar lo desusado. Confirma a los miembros de la familia y los
alienta a ensayar conductas antes coartadas por el sistema familiar. A medida que surgen
posibilidades nuevas, el organismo familiar se vuelve más complejo y elabora alternativas más
viables para la solución de problemas.

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Las familias son sistemas multi-individuales de extrema complejidad, pero son a su vez
subsistemas de unidades más vastas: la familia extensa, el vecindario, la sociedad como un
todo. La interacción con estos holones más vastos engendra buena parte de los problemas y
tareas de la familia, así como de sus sistemas de apoyo.

Además, las familias tienen subsistemas diferenciados. Cada individuo es un subsistema,


como lo son las díadas, por ejemplo marido y mujer. Subgrupos más amplios son los formados
por los miembros de la misma generación (el subsistema de los hermanos), el sexo (abuelo,
padre, hijo varón) o la tarea (el subsistema parental). Las personas se adecuan
caleidoscópicamente a estos diferentes subsistemas. Un hijo tiene que actuar como niño dentro
del subsistema parental para que su padre pueda obrar como adulto. Pero si lo dejan a cargo de
su hermano más pequeño, deberá tomar sobre sí responsabilidades ejecutivas. Dentro del holón
de la familia, tres unidades poseen significación particular, además del individuo: los subsistemas
conyugal, parental y de los hermanos.

El holón conyugal

En la terapia de familia es útil conceptualizar el comienzo de la familia como el momento en


que dos adultos, hombre y mujer, se unen con el propósito de formarla. Este acuerdo no necesita
ser legal para poseer significación; la limitada experiencia clínica que hemos recogido en parejas
homosexuales con niños nos ha demostrado que los conceptos de la terapia de familia son tan
válidos en su caso como en el de las parejas heterosexuales con hijos. Los nuevos compañeros,
individualmente, traen un conjunto de valores y de expectativas, tanto explícitos como
inconscientes, que van desde el valor que atribuyen a la independencia en las decisiones hasta
la opinión sobre si se debe o no tomar desayuno. Para que la vida en común sea posible, es
preciso que estos dos conjuntos de valores se concilien con el paso del tiempo. Cada cónyuge
debe resignar una parte de sus ideas y preferencias, esto es, perder individualidad, pero
ganando en pertenencia. En este proceso se forma un sistema nuevo.

Las pautas de interacción que poco a poco se elaboran no suelen ser discernidas con
conciencia. Simplemente están dadas, forman parte de las premisas de la vida; son necesarias,
pero no objeto de reflexión. Muchas se han desarrollado con poco esfuerzo o ninguno. Si ambos
cónyuges provienen de familias patriarcales, por ejemplo, es posible que den por supuesto que
ella se encargará de los quehaceres domésticos. Otras pautas de interacción son el resultado de
un acuerdo formal: “Hoy te toca cocinar”. En cualquier caso, las pautas establecidas gobiernan el
modo en que cada uno de los cónyuges se experimenta a sí mismo y experimenta al compañero
dentro del contexto matrimonial. Ofenderá una conducta que difiera de lo que se ha vuelto
costumbre. Esa desviación dará pábulo al sentimiento que se hace traición, aun si ninguno de los
cónyuges tiene conciencia de dónde se sitúa la perturbación. Siempre existirán puntos de fricción
y el sistema se deberá adaptar para hacer frente a demandas contextuales modificadas. Pero en
algún momento tiene que quedar elaborada una estructura que constituya la base de las
interacciones de los cónyuges.

Una de las más vitales tareas del sistema de los cónyuges es la fijación de límites que los
protejan procurándoles un ámbito para la satisfacción de sus necesidades psicológicas sinque se
inmiscuyan los parientes políticos, los hijos u otras personas. El tino con que estén trazadas
estas fronteras es uno de los aspectos más importantes que determinan la viabilidad de la
estructura familiar.

8
Si consideramos la familia nuclear separada de otros contextos, cada cónyuge aparece como
el contexto adulto total del otro. En nuestra sociedad extremadamente móvil, la familia nuclear
puede de hecho encontrarse aislada de los demás sistemas de apoyo, por lo que trae por
consecuencia una sobrecarga del subsistema de los cónyuges. Margaret Mead ha mencionado
esta situación como una de las amenazas que se ciernen sobre la familia en el mundo
occidental. El subsistema de los cónyuges es entonces un poderoso contexto para la
confirmación y la descalificación.

El subsistema de los cónyuges puede ofrecer a sus miembros una plataforma de apoyo para el
trato con el universo extrafamiliar, y proporcionarles un refugio frente a las tensiones de fuera.
Pero si las reglas de este subsistema son tan rígidas que no permiten asimilar las experiencias
que cada esposo hace en sus interacciones fuera de la familia, los “cónyuges dentro del sistema”
pueden quedar atados a reglas inadecuadas de supervivencia que son el relicto de acuerdos del
pasado; en ese caso, sólo cuando estén lejos uno del otro podrán desplegar aspectos más
diversificados de su personalidad. En esta situación, el subsistema de los cónyuges se
empobrecerá más y más y perderá vitalidad, volviéndose por último inutilizable como fuente de
crecimiento para sus miembros. Si estas condiciones persisten, puede ocurrir que los cónyuges
encuentren necesario desmantelar el sistema.

El subsistema de los cónyuges es vital para el crecimiento de los hijos. Constituye su modelo
de relaciones íntimas, como se manifiestan en las interacciones cotidianas. En el subsistema
conyugal, el niño contempla modos de expresar afecto, de acercarse a un compañero abrumado
por dificultades y de afrontar conflictos entre iguales. Lo que presencia se convertirá en parte de
sus valores y expectativas cuando entre en contacto con el mundo exterior.

Si existe una disfunción importante dentro del subsistema de los cónyuges, repercutirá en toda
la familia. En situaciones patógenas, uno de los hijos se puede convertir en chivo emisario o bien
ser cooptado como aliado de un cónyuge contra el otro. El terapeuta tiene que mantenerse
alerta para el eventual empleo del hijo como miembro de un subsistema al que no debiera
pertenecer, por oposición a las interacciones que legítimamente corresponden a las funciones
parentales.

El holón parental

Las interacciones dentro del holón parental incluyen la crianza de los hijos y las funciones de
socialización. Pero son muchos más los aspectos del desarrollo del niño que reciben el influjo de
sus interacciones dentro de este subsistema. Aquí el niño aprende lo que puede esperar de las
personas que poseen más recursos y fuerza. Aprende a considerar racional o arbitraria la
autoridad. Llega a conocer si sus necesidades habrán de ser contempladas, así como los modos
más eficaces de comunicar lo que desea, dentro de su propio estilo familiar. Según las
respuestas de sus progenitores, y según que éstas sean adecuadas o no a su edad, el niño
modela su sentimiento de lo correcto. Conoce las conductas recompensadas y las desalentadas.
Por último, dentro del subsistema parental, vivencia el estilo con que su familia afronta los
conflictos y las negociaciones.

El holón parental puede estar compuesto muy diversamente. A veces incluye un abuelo o una
tía. Es posible que excluya en buena medida a uno de los padres. Puede incluir a un hijo
parental, en quien se delega la autoridad de cuidar y disciplinar a sus hermanos. El terapeuta

9
tiene la tarea de descubrir quiénes son los miembros del subsistema; de poco valdrá instruir a
una madre si quien realmente cumple ese papel para el niño es su abuela.

El subsistema parental tiene que modificarse a medida que el niño crece y sus necesidades
cambian. Con el aumento de su capacidad, se le deben dar más oportunidades para que tome
decisiones y se controle a sí mismo, las familias con hijos adolescentes han de practicar una
modalidad de negociación diferente que las familias con hijos pequeños. Los padres con hijos
mayores tendrán que concederles más autoridad, al tiempo que les exigen más responsabilidad.

Dentro del subsistema parental, los adultos tienen la responsabilidad de cuidar a los niños, de
protegerlos y socializarlos; pero también poseen derechos. Los padres tienen el derecho de
tomar decisiones que atañen a la supervivencia del sistema total en asuntos como cambio de
domicilio, selección de escuela y fijación de reglas que protejan a todos los miembros de las
familia. Tienen el derecho, y aun el deber, de proteger la privacidad del subsistema de los
cónyuges y de fijar el papel que los niños habrán de desempeñar en el funcionamiento de la
familia.

En nuestra cultura orientada hacia los niños, tendemos a poner el acento en las obligaciones
de los padres y a conceder escasa atención a sus derechos. Pero el subsistema al que se le
asignan tareas debe poseer también la autoridad necesaria para llevarlas adelante. Y si bien es
preciso que el niño tenga libertad para investigar y crecer, sólo podrá hacerlo si se siente seguro
porque su mundo es predecible.

Los problemas de control son endémicos en el holón parental. De continuo se los enfrenta y se
los resuelve en mayor o menor medida, por ensayo y error, en todas las familias. La índole de las
soluciones variará para diferentes estadios de desarrollo de la familia. Cuando una familia se
atasca en esta tarea y acude a la terapia, es esencial que el terapeuta esté atento a la
participación de todos los miembros en el mantenimiento de la interacción disfuncional, por un
lado, y por el otro en la eventual solución del problema, con los recursos que ellos mismos
puedan poseer.

El holón de los hermanos

Los hermanos constituyen para un niño el primer grupo de iguales en que participa. Dentro de
este contexto, los hijos se apoyan entre sí, se divierten, se atacan, se toman como chivo emisario
y, en general, aprenden unos de otros. Elaboran sus propias pautas de interacción para
negociar, cooperar y competir. Se entrenan en hacer amigos y en tratar con enemigos, en
aprender de otros y en ser reconocidos. En conjunto van tomando diferentes posiciones en el
constante toma y daca; este proceso promueve tanto su sentimiento de pertenencia a un grupo
como su individualidad vivenciada en el acto de elegir y de optar por una alternativa dentro de un
sistema. Estas pautas cobrarán significación cuando ingresen en grupos de iguales fuera de la
familia, el sistema de los compañeros de clase de la escuela y, después, el mundo del trabajo.

En las familias numerosas, los hermanos se organizan en una diversidad de subsistemas con
arreglo a etapas evolutivas. Es importante que el terapeuta hable el lenguaje de las diferentes
etapas evolutivas y esté familiarizado con sus diversos recursos y necesidades. Es conveniente
escenificar en el contexto de los hermanos secuencias interactivas donde ejerciten aptitudes
para la resolución de conflictos en ciertos campos, por ejemplo, la autonomía, la emulación y la
capacidad, que después puedan practicar en subsistemas extrafamiliares.

10
Los terapeutas de familia tienden a descuidar los conceptos de la relación entre hermanos y a
recurrir en demasía a estrategias terapéuticas que exigen incrementar la diversidad del
funcionamiento parental. Pero reunirse con los hermanos solos, organizar momentos
terapéuticos en que ellos debatan ciertos temas mientras los padres observan o promover
“diálogos” entre el holón de los hermanos y el holón parental pueden ser recursos eficacísimos
para crear nuevas formas de resolver cuestiones relacionadas con la autonomía y el control. En
familias divorciadas, los encuentros entre los hermanos y el progenitor ausente son
particularmente útiles como mecanismo para facilitar un mejor funcionamiento del complejo
“organismo divorciado”.

El modo en que la familia cumple sus tareas importa muchísimo menos que el éxito con que lo
hace. Los terapeutas de familia, producto de su propia cultura, tienen que guardarse por eso
mismo de imponer sus modelos que le son familiares, así como las reglas de funcionamiento a
que están habituados. Tienen que evitar la tendencia a recortar la familia nuclear descuidando la
significación de la familia extensa en su comunicación con la nuclear y su influjo sobre ella.
Puede ocurrir que los terapeutas más jóvenes simpaticen con los derechos de los niños, puesto
que todavía no han experimentado las dificultades de la condición de progenitor. Pueden
encontrarse con que han atribuido la culpa a los padres sin comprender sus afanes. Los
terapeutas varones pueden tender a desequilibrar el subsistema de los cónyuges, mostrándose
comprensivos hacia la posición del marido y apoyándolo. Las terapeutas mujeres, inclinadas a
considerar las restricciones que la familia patriarcal impone a la mujer, pueden apoyar la
diferenciación de la esposa más allá de las posibilidades existentes en una determinada familia.
Los terapeutas deben recordar que las familias son holones insertos en una cultura más amplia,
y que la función de ellos es ayudarlas a ser más viables dentro de las posibilidades existentes en
sus propios sistemas culturales y familiares.

El desarrollo y el cambio

La familia no es una entidad estática. Está en proceso de cambio continuo, lo mismo que sus
contextos sociales. Considerar a los seres humanos fuera del cambio y del tiempo responde sólo
a una artificial construcción lingüística. Los terapeutas, en efecto, detienen el tiempo cuando
investigan familias, como si detuvieran un film para analizar uno de sus cuadros.

Lo cierto es que la terapia de familia tendió a no investigar el hecho de que las familias
cambian en el tiempo. Se debió en parte a que los terapeutas de familia se orientan sobre todo al
aquí y ahora, por oposición al buceo del pasado, que es característico de la terapia
psicodinámica. Pero se debió también al hecho de que el terapeuta de familia experimenta en sí
mismo el enorme poder rector de la estructura familiar. Se introduce en un sistema vivo que tiene
sus propios modos de ser y potentes mecanismos para preservarlos. En la inmediatez del
encuentro terapéutico, lo que se vivencia son estos mecanismos de estabilización; rara vez
impresionan tanto los elementos flexibles de la estructura. El cambio se produce en el presente,
pero sólo cobra relieve en el largo plazo.

La familia está de continuo sometida a las demandas de cambio de dentro y de fuera. Muere
un abuelo; es posible que entonces todo el subsistema parental deba sufrir un realineamiento. La
madre es despedida de su trabajo; puede ocurrir que se deban modificar los subsistemas
conyugal, ejecutivo y parental. De hecho, el cambio es la norma y una observación prolongada
de cualquier familia revelaría notable flexibilidad, fluctuación constante y, muy probablemente,
más desequilibrio que equilibrio.

11
Contemplar una familia en un lapso prolongado es observarla como un organismo que
evoluciona en el tiempo. Dos “células” individuales” se unen y forman una entidad plural
semejante a una colonia animal.

Esta entidad va aumentando su edad en estadios que influyen individualmente sobre cada uno
de sus miembros, hasta que las dos células progenitoras decaen y mueren, al mismo tiempo que
otras reinician el ciclo de vida.

Como todos los organismos vivos, el sistema familiar tiende al mismo tiempo a la conservación
y a la evolución. Las exigencias de cambio pueden activar los mecanismos que contrarrestan la
atipicidad, pero el sistema evoluciona hacia una complejidad creciente. Aunque la familia sólo
puede fluctuar dentro de ciertos límites, posee una capacidad asombrosa para adaptarse y
cambiar, manteniendo sin embargo su continuidad.

Sistemas vivos que presentan estas características son por definición sistemas abiertos, a
diferencia de las “estructuras en equilibrio”, cerradas, que describe la termodinámica clásica. Ilya
Prigogine explica esa diferencia: “Un cristal es un ejemplo típico de una estructura en equilibrio.
Las estructuras [vivas] disipadoras poseen una condición por entero diversa: se forman y se
conservan por el intercambio de energía y de materia en condiciones de no equilibrio”. En un
sistema vivo, las fluctuaciones, sean de origen interno o externo, guían el sistema hasta una
nuevas estructura; “una estructura nueva es siempre el resultado de una inestabilidad. Nace de
una fluctuación. Mientras que por lo común las fluctuaciones son seguidas por una respuesta que
retrotrae el sistema a su estado imperturbado, en el punto de formación de una estructura nueva,
por el contrario, las fluctuaciones se amplifican”. Prigogine concluye que la termodinámica clásica
“es en lo esencial una teoría de la destrucción de estructuras (...) Pero en cierto sentido se la
debe completar con una teoría de la creación de estructuras.” 5

Durante mucho tiempo la terapia de familia puso el acento en la capacidad de los sistemas
para conservarse. Pero los recientes trabajos de Progogine, entre otros autores, han demostrado
que si un sistema está parcialmente abierto al aflujo de energía o de información, “las
inestabilidades consiguientes no producirán una conducta azarosa (...) sino que tenderán a
conducir el sistema hacia un nuevo régimen dinámico que constituirá un nuevo estado de
complejidad”.6

La familia, sistema vivo, intercambia información y energía con el mundo exterior. Las
fluctuaciones, de origen interno o externo, suelen ser seguidas por una respuesta que devuelve
el sistema a su estado de constancia. Pero si la fluctuación se hace más amplia, la familia puede
entrar en una crisis en que la transformación tenga por resultado un nivel diferente de
funcionamiento capaz de superar las alteraciones.

Esta concepción de la familia como sistema vivo parece indicar que la investigación de una
familia cualquiera en el largo plazo comprobará el siguiente desarrollo, en que períodos de
desequilibrio alternan con períodos de homeostasis, manteniéndose la fluctuación dentro de una
amplitud manejable:

5
P. Glansdorff e Ilya Prigogine: Thermodynamic Theory of Structure, Stability and Fluctuations, Nueva York, Wiley, 1971,
págs XIV-XXI.
6
Erich Jantsch: Design for Evolution: Self Organization and Planning in the Life of Human Sistems, Nueva York, George
Braziller, 1975, pág. 37. Los autores están en deuda con Paul F. Dell y con Harold A. Goolishian, cuyo trabajo “Order
Through Fluctuation: An Evolutionary Epistemology for Human Systems” (presentado en la reución científica anual del A.K.
Rice Institute, realizada en 1979 en Houston, Texas) nos ha reafirmado en nuestra interpretación de Prigogine y de Jantsch.

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Este modelo proporciona al terapeuta una base para establecer con prontitud el vínculo entre
el estadio de desarrollo de la familia y las metas terapéuticas; en efecto, la crisis terapéutica
responderá a un patrón de desarrollo. A diferencia de otros modelos, éste no se limita al
individuo y su contexto. Tiene por referente holones, y aprte del supuesto de que los cambios
evolutivos del individuo influyen sobre la familia, y que los cambios sobrevenidos en la familia y
en los holones extrafamiliares influyen sobre los holones individuales.

En el desarrollo de la familia, según este modelo, transcurre en etapas que siguen una
progresión de complejidad creciente. Hay períodos de equilibrio y adaptación, caracterizados por
el dominio de las tareas y aptitudes pertinentes. Y hay también períodos de desequilibrio,
originados en el individuo o en el contexto. La consecuencia de éstos es el salto a un estadio
nuevo y más complejo, en que se elaboran tareas y aptitudes también nuevas.

Consideremos el caso de un niño de dos años a quien envían al jardín de infancia. Lejos de su
madre, ensayará nuevas habilidades para enfrentar situaciones y empezará a demandar
relaciones nuevas dentro de su familia. La madre, no obstante su premura en el supermercado
atestado de gente, tendrá que dejarlo elegir la marca de galletitas que consume en la escuela.
Esa noche, el padre deberá consolar a la madre con un chiste sobre “los dos años, la edad del
niño terrible”. La verdad es que los tres miembros de esa familia tiene que superar el estadio de
bebé/padre de bebé. El niño, la díada madre-hijo y la tríada familiar participan de una estructura
disipadora. La fluctuación se ha ampliado porque en el sistema se han introducido elementos
nuevos, de origen interno y externo, y las inestabilidades consiguientes harán progresar aquél
hacia una complejidad nueva.

Este modelo del desarrollo concibe cuatro etapas principales organizadas en torno del
crecimiento de los hijos. Comprenden la formación de pareja, la familia con hijos pequeños, la
familia con hijos en edad escolar o adolescentes y la familia con hijos adultos.

La formación de pareja

En el primer estadio se elaboran las pautas de interacción que constituyen la estructura del
holón conyugal. Tienen que establecerse, mediante negociación, las fronteras que regulan la
relación de la nueva unidad con las familias de origen, los amigos, el mundo del trabajo, así
como el vecindario y otros contextos importantes. La pareja debe definir nuevas pautas para la

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relación con los demás. La tarea consiste en mantener importantes contactos y al mismo tiempo
crear un holón cuyas fronteras sean nítidas en la medida suficiente para permitir el crecimiento
de una relación íntima de pareja. Los problemas surgen de continuo. ¿Con qué frecuencia
visitarán a la hermana gemela de él? ¿Cómo resolver la aversión que él siente por el mejor
amigo de ella? ¿Seguirá ella quedándose hasta tarde en el laboratorio, que es parte de su sueño
profesional, pero a raíz de lo cual él debe comer solo dos veces por semana?

Dentro del holón conyugal, la pareja deberá armonizar los estilos y expectativas diferentes de
ambos y elaborar modalidades propias para procesar la información, establecer contacto y
tratarse con afecto. De igual modo crearán reglas sobre intimidad, jerarquías, sectores de
especialización y pericia, así como pautas de cooperación. Cada uno tendrá que aprender a
sentir las vibraciones del otro, lo que supone asociaciones comunes y valores compartidos,
percibir lo que es importante para el otro y alcanzar un acuerdo sobre el modo de avenirse al
hecho de que no comparten todos los valores.

Sobre todo, el holón conyugal tiene que aprender a enfrentar los conflictos que
inevitablemente surgen cuando dos personas están empeñadas en formar una nueva unidad, se
trate de dejar abiertas o cerradas las ventanas del dormitorio por la noche o del presupuesto
familiar. La elaboración de pautas viables para expresar y resolver los conflictos es un aspecto
esencial de este período inicial.

Es un estadio indudablemente disipador. Se produce un grado elevado de intercambio de


información entre el holón y el contexto, y en el interior del propio holón. También existe tensión
entre las necesidades del holón de pareja y las de cada uno de sus miembros. Tienen que ser
modificadas las reglas que antes eran satisfactorias para cada individuo separadamente.

En la formación de una pareja, son en extremo significativas las dimensiones de la parte y el


todo. Al comienzo, cada cónyuge se experimenta como un todo en interacción con otro todo.
Pero para formar la nueva unidad de pareja, cada uno tiene que convertirse en parte. Es posible
que esto se experimente como una cesión de individualidad. En algunos casos, el terapeuta que
trabaja con una familia que pasa por este estadio puede verse precisado a poner el acento en la
complementariedad, para ayudar a sus miembros a comprender que la pertenencia es
enriquecedora, no sólo limitadora.

Con el paso del tiempo, el nuevo organismo se estabilizará como un sistema equilibrado. Esta
evolución hacia un nivel más elevado de complejidad dista mucho de ser indolora. Pero si el
holón ha de sobrevivir, la pareja alcanzará un estadio en que, en ausencia de cambios internos
importantes o de influjos externos, las fluctuaciones del sistema se mantendrán dentro de la
amplitud establecida.

La familia con hijos pequeños

El segundo estadio sobreviene con el nacimiento del primer hijo, cuando se crean en un
mismo instante nuevos holones: parental, madre-hijo, padre-hijo. El holón conyugal se debe
reorganizar para enfrentar las nuevas tareas, y se vuelve indispensable la elaboración de nuevas
reglas, el recién nacido depende por entero de un cuidado responsable. Al mismo tiempo,
manifiesta aspectos de su propia personalidad, a que la familia se debe adaptar.

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Es también una estructura disipadora: tanto, que el sistema mismo puede correr peligro. La
esposa se puede encontrar prisionera de contradictorias demandas en la división de su tiempo y
su lealtad. Acaso el marido dé pasos para su alejamiento. Es posible entonces que el terapeuta
deba empujar al padre hacia la madre y el hijo, reinsertándolo en funciones parentales y
ayudándolo a elaborar una visión más compleja y diferenciada de sí mismo dentro de los holones
conyugal y parental.

Si estos problemas se resuelven deficientemente, se pueden formar coaliciones entre


miembros de generaciones diversas. En ese caso, la madre o el padre se coligarán con el hijo
contra el cónyuge, manteniendo a éste en una posición periférica u obligándolo a un control
excesivo.

Al tiempo que enfrenta de continuo problemas de control y de socialización, la familia tiene que
negociar también contactos nuevos con el mundo exterior. Se constituyen vínculos con los
abuelos, tías, tíos, y con los primos. La familia tiene que relacionarse con hospitales, escuelas, y
toda la industria de ropa, alimento y juguetes infantiles.

Cuando el hijo empieza a caminar y a hablar, los padres deben establecer controles que le
dejen espacio y a la vez garanticen su seguridad y la autoridad parental. Los adultos, que habían
elaborado determinadas pautas de crianza, tienen que modificarlas y crear métodos adecuados
para mantener el control y al mismo tiempo alentar el crecimiento. Pautas nuevas tienen que ser
ensayadas y estabilizadas en todos los holones familiares.

Cuando nace otro hijo, se rompen las pautas estables constituidas en torno del primero. Es
preciso instituir un mapa más complejo y diferenciado de la familia, incluyendo un holón de los
hermanos.

La familia con hijos en edad escolar o adolescentes

Un cambio tajante se produce cuando los hijos empiezan a ir a la escuela, lo que inicia en
tercer estadio de desarrollo. La familia tiene que relacionarse con un sistema nuevo, bien
organizado y de gran importancia. Toda la familia debe elaborar nuevas pautas: cómo ayudar en
las tareas escolares; determinar quién debe hacerlo; las reglas que se establecerán sobre la hora
de acostarse; el tiempo para el estudio y el esparcimiento, y las actitudes frente a las
calificaciones del escolar.

El crecimiento del niño va introduciendo elementos nuevos en el sistema familiar. El niño se


entera de que la familia de sus amigos obedece a reglas diferentes, que juzga más equitativas.
La familia deberá negociar ciertos ajustes, modificar ciertas reglas. Los nuevos límites entre
progenitor e hijo tendrán que permitir el contacto al tiempo que dejan en libertad al hijo para
reservarse ciertas experiencias.

Con la adolescencia, el grupo de los pares cobra mucho poder. Es una cultura por sí misma,
con sus propios valores sobre sexo, drogas, alcohol, vestimenta, política, estilo de vida y
perspectivas del futuro. Así la familia empieza a interactuar con un sistema poderoso y a menudo
competidor; por otra parte, la capacidad cada vez mayor del adolescente lo habilita más y más
para demandar reacomodamientos de sus padres. Los temas de la autonomía y el control se
tienen que renegociar en todos los niveles.

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Los hijos no son los únicos miembros de la familia que crecen y cambian. En la vida adulta hay
momentos de pasaje que tienden a concentrarse en determinadas décadas. También estos
estadios influyen sobre los holones de la familia y son influidos por éstos.

Una nueva fuente de presión y de exigencias puede empezar a influir sobre la familia en esta
etapa: los padres de los padres. En el preciso momento en que padres de mediana edad
enfrentan con sus hijos problemas de autónoma y de apoyo, es posible que deban renegociar el
reingreso en la vida de sus propios padres a fin de compensar la declinación de sus fuerzas o la
muerte de uno de los dos.

Un desequilibrio leve que requiere adaptación es característico de las familias durante buena
parte de este tercer estadio. Pero es evidente la presencia de condiciones disipadoras en el
momento de ingreso a la escuela y en varios pasajes de la adolescencia en que las necesidades
sexuales, las demandas escolares y los desafíos competidores del grupo de los pares
desorganizan las pautas establecidas en la familia.

Por último, en este estadio comienza el proceso de separación; y este cambio resuena por
toda la familia. Un segundo hijo acaso tenía una posición relativamente desapegada dentro de un
holón parental fusionado. Pero en el momento en que su hermana mayor se aleja para iniciar
estudios universitarios, se encuentra con que sus padres lo someten a una observación estricta.
Es fuerte la tendencia a recrear estructuras habituales introduciendo un nuevo miembro en la
pauta ya establecida. Cuando esto sucede, puede representar el fracaso en adaptarse a los
requerimientos del cambio familiar.

La familia con hijos adultos

En el cuarto y último estadio, los hijos, ahora adultos jóvenes, han creado sus propios
compromisos con un estilo de vida, una carrera, amigos y, por fin, un cónyuge. La familia
originaria vuelve a ser de dos miembros. Aunque los miembros de la familia tienen detrás una
larga historia de modificación de pautas en conjunto, este nuevo estadio requiere una nítida
reorganización cuyo eje será el modo en que padres e hijos se quieren relacionar como adultos.

A veces se le llama el período del “nido vacío”, expresión que se suele asociar con la
depresión que una madre experimenta cuando se queda sin ocupación. Pero lo que de hecho
ocurre es que el subsistema de los cónyuges vuelve a ser el holón familiar esencial para ambos,
aunque, si nacen nietos, se tendrán que elaborar estas nuevas relaciones. Este período se suele
definir como una etapa de pérdida, pero puede serlo de un notable desarrollo si los cónyuges,
como individuos y como pareja, aprovechan sus experiencias acumuladas, sus sueños y sus
expectativas para realizar posibilidades inalcanzables mientras debían dedicarse a la crianza de
los hijos.

Este esquema de desarrollo sólo es válidos para la familia de clase media, compuesta por el
marido, la esposa y dos hijos como promedio. Cada vez es más probable que la familia
constituya también algún tipo de red extensa o experimente divorcio, abandono o nuevo
casamiento. En el paso por etapas, las personas experimentan además problemas muy
complicados. Pero cualesquiera que sean las circunstancias, lo esencial del proceso es que la
familia tiene que atravesar ciertas etapas de crecimiento y envejecimiento. Debe enfrentar
períodos de crisis y de transición.

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El hecho importante para la terapia es que tanto el cambio como la continuidad definen la
marcha de todo sistema vivo. El organismo familiar, como el individuo humano, se mueve entre
dos polos. Uno es la seguridad de lo ya conocido. El otro, la experimentación indispensable para
adaptarse a condiciones modificadas.

Cuando una familia demanda tratamiento, sus problemas se deben a que se ha atascado en la
fase homeostática. Las exigencias de mantener el estado de cosas limitan la aptitud de los
miembros de la familia para enfrentar de manera creadora circunstancias modificadas. El apego
a reglas más o menos funcionales en su momento inhibe la respuesta al cambio. Una de las
metas de la terapia es, en consecuencia, hacer que la familia ingrese en un período de torbellino
creador en que lo existente encuentre reemplazo mediante la búsqueda de nuevas modalidades.
Es preciso introducir flexibilidad aumentando las fluctuaciones del sistema y, en definitiva,
llevándolo a un nivel de complejidad más elevado. En este sentido, la terapia es un arte imitador
de la vida. El desarrollo de la familia normal incluye fluctuaciones, períodos de crisis y su
resolución en un nivel más elevado de complejidad. La terapia es el proceso por el cual se toma
a una familia que se ha atascado en algún punto de la capital del desarrollo y se crea una crisis
que la empujará en el sentido de su propia evolución.

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