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Directorio Franciscano
Directorio Franciscano
Directorio Franciscano
FRANCISCANO
RENOVACIÓN DEL
SACRAMENTO DE LA
CONFESIÓN
[Ofrecemos a continuación
un fragmento amplio de la
tercera y última meditación
que en la Cuaresma de 2004
el P. Cantalamessa,
franciscano capuchino,
predicador de la Casa
Pontificia, dirigió al papa
Juan Pablo II y a sus
colaboradores de la Curia
Romana]
La confesión es el momento
en que la dignidad de cada
creyente es afirmada más
claramente. En cualquier otro
momento de la vida de la
Iglesia el creyente es uno
entre tantos: uno de los que
escuchan la Palabra, uno de
los que reciben la Eucaristía.
Aquí él es único; la Iglesia
existe en ese momento sólo
para él o para ella.
3. Renovar el sacramento en
el Espíritu
Renovar el sacramento en el
Espíritu quiere decir vivir la
confesión no como un rito,
una costumbre o una
obligación canónica que hay
que cumplir, sino como un
encuentro personal con el
Resucitado que nos permite,
como a Tomás, tocar sus
llagas, sentir en nosotros la
fuerza sanadora de su sangre
y gustar «el gozo de estar
salvados». La confesión nos
permite experimentar en
nosotros lo que la Iglesia
canta la noche de Pascua en el
Exultet: «¡Oh feliz culpa que
nos ha merecido tal
Redentor!». ¡Jesús sabe hacer
de todas las culpas humanas,
una vez reconocidas, «felices
culpas», culpas que ya no se
recuerdan más sino por la
experiencia de misericordia y
de ternura divina de la que
han sido ocasión!
El sacramento de la confesión
pone a nuestra disposición un
medio excelente e insuperable
para hacer siempre de nuevo
la experiencia de la
justificación gratuita a través
de la fe. Nos da la posibilidad
de realizar cada vez el
«maravilloso intercambio»
por el que nosotros damos a
Cristo nuestros pecados y Él
nos da a nosotros su justicia.
Después de cada buena
confesión, somos el publicano
que sólo por haber dicho:
«¡Oh Dios, ten piedad de mí,
pecador!», vuelve a casa
justificado, perdonado,
transformado en criatura
nueva.
Recibida la absolución,
debemos estar atentos para no
repetir el error de los nueve
leprosos que ni siquiera se
dieron la vuelta para dar
gracias. Miremos qué hace en
el mosaico de esta capilla la
pecadora a la que mucho le ha
sido perdonado: con qué
infinita devoción y
conmoción se agacha a lavar
y besar los pies de Jesús y
secarlos con sus cabellos.
También nosotros, después de
cada confesión, podemos
correr a la casa donde Jesús
está en un banquete -acudir a
la Eucaristía o ante el
Santísimo-- y dar salida a
nuestra conmovida gratitud.
Renovar el sacramento en el
Espíritu significa, además,
revisar cada cierto tiempo
también el objeto de nuestras
confesiones. Existe el peligro
de detenerse en esquemas de
examen de conciencia
aprendidos de jóvenes y
seguir con ellos toda la vida,
mientras las situaciones han
cambiado y nuestros
verdaderos pecados ya no son
los mismos de entonces.
4. Penitentes y confesores
Es célebre la afabilidad, el
amor, el aliento con que San
Leopoldo acogía y se
despedía de cada penitente. A
quien le reprochaba que era
«demasiado bueno» y que
Dios le pediría cuentas de su
excesiva liberalidad con los
penitentes, respondía: «No
hemos sido nosotros quienes
hemos muerto por las almas,
sino que ha derramado Él su
sangre divina. Debemos por
lo tanto tratar a las almas
como nos ha enseñado Él con
su ejemplo. Si el Señor me
reprochara por excesiva
liberalidad, podría decirle:
"¡Señor bendito, este mal
ejemplo me lo habéis dado
Vos!"».
La administración de la
penitencia puede
transformarse para un
confesor en una ocasión de
conversión y de gracia, como
lo es para un predicador el
anuncio de la Palabra de Dios.
En los pecados del penitente
reconoce sin dificultad, tal
vez en formas distintas, los
propios pecados, y mientras
oye una confesión no puede
menos que decir para sí:
«Señor, también yo, también
yo he hecho lo mismo, ten
piedad también de mí».
¡Cuántos pecados, nunca
incluidos en los exámenes de
conciencia propios, se
descubren oyendo los pecados
de los demás! A algún
penitente más afligido, San
Leopoldo decía para alentarle:
«Estamos aquí dos pecadores:
¡que Dios tenga piedad de
nosotros!».
[Texto tomado de
http://www.cantalamessa.org/
es/quaresma04c.htm ]
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