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Texto 107

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Si encuentras un mandamiento en la Biblia debes obedecerlo,

si encuentras una promesa debes apropiarte de ella

y si encuentras una verdad ¡debes creerla!

En el momento de nuestro nuevo nacimiento y union a Cristo de manera permanente


beneficiamos de sus logros y posición.

Normalmente, cuando se habla en el Nuevo Testamento de la unión (del creyente) con


Cristo en su muerte, es para destacar especialmente la importancia de su muerte
respecto a la relación con el pecado, tanto la suya como la nuestra”
El capítulo 6 de Romanos explica este hecho una y otra vez: “Porque los que hemos
muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?”; “Sabiendo esto, que nuestro viejo
hombre fue crucificado juntamente con él [Cristo], para que el cuerpo del pecado
sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado”; “Así también vosotros
consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús”; “Porque el
pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la
gracia” (vv. 2, 6, 11, 14).
Al ser unidos a Cristo en su muerte y resurrección entramos en una relación
completamente nueva respecto al pecado; ya no vivimos bajo su poder y tiranía,
ahora vivimos bajo el poder que resucitó a Jesús de la muerte. Esto quiere decir,
entre otras cosas, que ahora ya no pertenecemos al reino de las tinieblas sino al
de la luz, por tanto, Satanás ya no domina nuestras vidas aunque él hará todo lo
posible para que creas lo contrario. Por eso es tan importante conocer y creer la
verdad de lo que la Biblia declara al respecto. El diablo era nuestro antiguo amo,
aquél que tenía el imperio de la muerte (He. 2:14) y en su dominio el pecado nos
esclavizaba, éramos impotentes contra él; pero: “Ese gobierno ha sido destruido y
suprimido en Cristo; el pecado ya no posee la misma autoridad, aun cuando su
naturaleza no ha cambiado”.(2)
Ahora bien, una vez hemos entendido nuestra nueva y privilegiada posición como
hijos redimidos y unidos por y en Jesús, debemos aclarar lo que no significa
nuestra muerte en relación al pecado. Romanos 6 no está diciendo que ya no luchamos
contra el pecado, ni que somos completamente libres de él; lo que está diciendo es
que ya no somos sus esclavos. El pecado sigue estando presente en nuestro cuerpo,
su gobierno ha sido destruido, pero su naturaleza no ha cambiado. El Doctor Lloyd-
Jones lo explica separando los efectos que nuestra posición en Cristo causa en
nuestro espíritu y en nuestro cuerpo. Y parafraseando a Pablo dice: “Nuestros
espíritus están completamente libres del pecado. Yo, como espíritu, como ser
espiritual he muerto al pecado. He acabado con él de una vez por todas, pero eso no
sucede con mi cuerpo”. (3)
Todo nuestro ser —espíritu y cuerpo— fue afectado por la Caída de Adán, y ahora en
la salvación, Cristo ha redimido completamente nuestro espíritu —el nuevo yo que
podrá entrar en la misma presencia de Dios en el momento de la muerte—, pero el
cuerpo aún no ha recibido la redención futura. ¿Por qué el Apóstol Pablo declara
sentirse miserable? Porque desea ser liberado de “ese cuerpo de muerte” (Ro. 7:24).
¡Tiene un peso, un lastre que le atormenta! Fijémonos como lo expresa
repetidamente: “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien”; “Y si
hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí”; “Porque
según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis
miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley
del pecado que está en mis miembros”; “Así que, yo mismo con la mente sirvo a la
ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado” (vv. 18, 20, 22, 23, 25). Es
exactamente el mismo concepto que encontramos en el capítulo 8, versículos 22 y 23
de Romanos, cuando nos dice que la creación está gimiendo con dolores de parto: “y
no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del
Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la
adopción”. ¿Qué adopción, preguntamos? ¡“La redención de nuestro cuerpo”!
Por tanto, claramente, sí hay una lucha en la que estamos involucrados y ésta no
acabará hasta que estemos en la presencia de nuestro amado Salvador. Veamos que
dice La Confesión de Fe de Westminster, en su capítulo XIII: “[La] santificación
abarca cada parte del ser humano total; pero es incompleta en esta vida, pues aún
quedan algunos remanentes de corrupción en cada una de sus partes; de donde surge
una guerra continua e irreconciliable: la carne deseando contra el Espíritu, y el
Espíritu contra la carne”.(4) (énfasis nuestro). ¿Significa esto que el cristiano
está vendido a una vida de derrota y sufrimiento? ¿Lucharemos en vano estando
condenados al fracaso en este mundo caído? La respuesta es un rotundo y categórico
¡No! Contamos con la guía y dirección del Espíritu Santo, con la inestimable ayuda
de Las Escrituras que nos revelan quienes son nuestros enemigos y cómo enfrentarnos
a ellos y, con la promesa divina de que este enemigo ya está derrotado y nuestra
victoria es más que segura.
El Espíritu Santo
Haría falta todo un estudio completo para empezar a entender todo lo que el
Espíritu Santo hace por y en nosotros, pero a modo de introducción daremos una
pequeña pincelada. “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús
mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también
vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (Ro. 8:11).
Básicamente, lo que está diciendo este versículo no es solamente que nuestros
cuerpos resucitarán gloriosos en la venida de Cristo, sino que está afirmando que
el proceso ya está ocurriendo ahora, ¡el Espíritu Santo está vivificando ahora
mismo nuestros cuerpos mortales con su poder! El Nuevo Testamento nos llama —una y
otra vez— santos, porque eso es lo que somos ahora, el mismísimo Espíritu Santo
mora en nosotros (Ro. 8:15). A pesar de que vamos creciendo progresivamente en
santidad, ¡nuestra condición de santos es la misma aquí y ahora que la que será en
la eternidad! En un sentido es casi igual a nuestra justificación (ver estudio
número 9); no somos justos en nuestra experiencia, ¡pero Dios nos declara ya
legalmente justificados perfecta y eternamente! “Ya habéis sido lavados, ya habéis
sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por
el Espíritu de nuestro Dios” (1 Co. 6:11). Ya somos santos, esa es nuestra
condición y posición delante de único Juez verdadero.
Nuestros enemigos son tres: el mundo, el diablo, y la carne (Stg. 4:4; 1 Jn. 2:15-
17).
El mundo
El mundo es el reino de Satanás y por lo tanto, todo lo opuesto al carácter y la
obra de Cristo. El mundo en el sentido de “el tiempo presente y todo lo que hay en
él” (5) odia todo lo bueno, todo lo santo, todo lo justo, y por supuesto, hostigado
por nuestro enemigo, nos odia a nosotros por encima de todas las cosas. Nosotros
estamos en el mundo, pero no somos de él (Jn. 17:15-16), nosotros somos ciudadanos
celestiales (Fil. 3:20).
Sus armas
Nos presiona constantemente, tratando de hacernos encajar en su forma de pensar;
nos intenta seducir con tentaciones y placeres fuera de la voluntad de Dios; nos
ciega haciéndonos creer que hay cosas que necesitamos o que son buenas cuando no lo
son. Normalmente, utiliza el engaño y la atracción progresiva y disimulada.
Algunos ejemplos
Publicidad, modas, cultura, tradiciones.
Idolatría, cuando amamos a algo más que a Dios: dinero, comodidad, lujo, etc.
(incluso cosas buenas como la familia o el trabajo).
Placeres indebidos: sexo incorrecto, bebida o comida en exceso, drogas, discoteca,
etc.
Amistades peligrosas: pareja inconversa, amigos mundanos, personas viciosas.
Cómo vencer
Inevitablemente debemos batallar diariamente contra los deseos pecaminosos que nos
apartan de la voluntad de Dios. Tenemos a nuestra disposición —cuán importante— la
lectura y meditación de la palabra (ese debe ser nuestro pan diario para
fortalecernos). La oración y la búsqueda de la presencia de Dios (ora hasta que
ores, decían los puritanos). La comunión con los santos y la asistencia a la
iglesia; la adoración como forma de vida (buscar agradar en todos nuestros actos y
decisiones a aquél que nos compró con su sangre). Evitando acomodarnos pensando que
el cielo está lejos y olvidando que nuestra vida es breve, estamos aquí de paso y
debemos vivir por fe, no por la vista, los sentidos o los placeres.
El diablo
El diablo es un enemigo real y uno de sus mayores logros ha sido hacer creer a la
gente que es un ser surgido de la fantasía popular (con cuernos, tridente y patas
de cabra incluidas). Satanás era un arcángel lleno de gloria y poder que se rebeló
contra Dios y fue expulsado del Cielo junto con los ángeles que se le unieron (Is.
14:12-17; Ez. 28:11-19) Éstos son los demonios que pueblan la tierra.
Sus armas
La mentira, el engaño, la seducción, la falsa religión. Uno de sus ataques
favoritos es la de lanzar dardos de fuego a nuestra mente (pensamientos e ideas con
apariencia de piedad o directamente pecaminosas). Disfrazarse como ángel de luz y
enviar lobos entre las ovejas para provocar división y destruir nuestra reputación.
Ocultarse para que no sospechemos que esté detrás de ciertas situaciones. Utilizar
la codicia, el ansia de poder y la fama para manipular gobiernos, negocios y
personas. En la tentación a Eva, y a Cristo, vemos su modus operandi.
Algunos ejemplos (a través de sus nombres)
Diablo (calumniador). Altera la verdad y mina la autoridad de Dios (1 Jn.3:8; 1
Jn.5:19).
Satanás (adversario). Intenta estorbar los planes de Dios y lucha contra nosotros:
tentaciones, malos entendidos, conflictos, pecados (1 Cr. 21.1; Mr. 4:15).
Engañador. Engaña a la humanidad y ciega su entendimiento (2 Co. 11:14).
Tentador. Busca activamente separarnos de Dios (Mt. 4:3; 1 Ts. 3:5).
Acusador. Subraya nuestras faltas y pecados (Zac. 3:1; Ap. 12:10).
Maligno (malvado, perverso). Todo en él es maldad y oscuridad (Ef. 6:16).
Padre de mentira. Nunca dice la verdad y es un maestro distorsionándola (Jn. 8:44).
Cómo vencer
La lucha es desigual ya que el enemigo es más poderoso que nosotros, la única
opción efectiva es someternos a Dios (Stg. 4:7) y rendirle todas las áreas de
nuestra vida (Ro. 6:13). Debemos recordar que la voz de Satanás nos inclinará a
tergiversar —interpretar forzada o erróneamente— las Sagradas Escrituras para
nuestro propio beneficio, o para escapar del esfuerzo de hacer lo correcto
(perdonar, decir siempre la verdad, ser humildes, etc.). El enemigo también nos
quiere apartar del sufrimiento que padecemos por Cristo y su cruz (Fil. 3:10)
porque sabe que ahí radica nuestra verdadera fuerza (Jn. 12:24-26). Con razón dice
Sinclair Fergurson que: “Tenemos un Pastor al que seguir, y debemos tener nuestros
ojos siempre fijos en él. Según vayamos creciendo en gracia y en el conocimiento de
la palabra y los caminos de Dios, iremos aprendiendo de forma natural a distinguir
entre las imaginaciones de nuestra mente, las tentaciones de nuestro corazón, las
acciones de Satanás y la voz clara de Cristo. Reconocer su voz es el privilegio de
todo cristiano (Jn. 10:27)”.(6)
La carne
La carne es nuestra naturaleza humana caída, el viejo hombre. Es un enemigo
interno, a diferencia del mundo y el diablo. Pablo nos dice en Gálatas 5:24-25 que:
“los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si
vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”. Claramente, aquí el
contexto no nos habla de nuestra unión con Cristo, “sino (de) nuestro decidido
rechazo del pecado al unirnos a Cristo por fe…habla de la brutal (y antinatural)
respuesta que el creyente da decididamente al pecado en el momento de su
conversión, la cual ratificará durante toda su vida cristiana.” Eso es lo que
significa andar por el Espíritu.7
Sus armas
Estar arraigada en nuestro propio ser interior; es como la mala hierba que siempre
vuelve a crecer. Su persistencia hasta el final de nuestra vida terrenal con la
ayuda de un corazón engañoso e inclinado al pecado. La falsa idea de que podemos
luchar solos. Su sutileza y capacidad para convencernos que algunos pecados no son
graves.
Algunos ejemplos
Vicios: Adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías,
enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias,
homicidios, borracheras, orgías y cosas semejantes a estas (Gá. 5:16-26).
Rutinas: Hacer las cosas por cumplir, o sin considerar si son correctas.
Tradiciones y costumbres contrarias a la verdad (1 Ti. 4:3).
Legalismo: Tener una lista de lo que se puede hacer y de lo que no, y que eso sea
nuestro cristianismo. Seguir la ley pero sin el corazón (como los fariseos que
diezmaban la menta y olvidaban la misericordia, Mt. 23:23). Apuntar con el dedo a
los que no piensan como nosotros y juzgarlos (2 Col. 2:20-23).
Pereza: No hacer lo correcto, sino lo fácil. Incluye el pecado de omisión, no hacer
lo que debemos (Stg. 4:17). La pereza nos consume y perjudica (Pr. 13:4; 19:24).
Cómo vencer
Si nos caemos, nos levantamos de nuevo (Lm. 3:22-23), aunque seguimos pecando cada
día ya no vivimos en el pecado. Colosenses 3: 5-17: haciendo morir lo terrenal en
nosotros, ya no debemos caminar en las mismas cosas (v.7). No podemos eliminar la
carne pero podemos —y debemos— luchar cada día contra ella: en lo privado (v.5); en
el día a día (vv.8-9); en la vida comunitaria (v.9). Reconocer el pecado y la
debilidad, sustituyendo cosas malas por cosas buenas (vv.9-10). Buscando la
santidad (v.12). Perdonando a los demás recordando el ejemplo de Cristo (v.13).
Siguiendo el amor (v.14). Permitiendo que la paz y el agradecimiento nos gobierne
(v.15). Dejando que la palabra de Cristo abunde en nosotros y llenando nuestros
corazones de alabanza (v.16). Haciendo todas las cosas como si fueran para Dios
(v.17).
La victoria está asegurada
No debemos desanimarnos sino recordar que nuestro destino final es morar en el
cielo de la presencia de Dios “las aflicciones del tiempo presente no son
comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Ro. 8:18).
Y que ningún enemigo es lo bastante poderoso para arrebatarnos la victoria de
nuestro Señor Jesucristo, “¿quién nos separará de su amor?” (Ro. 8: 35-39). Un día
no muy lejano nuestro cuerpo —y todo el universo— será liberado de esta opresión
asfixiante y el Señor “transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que
sea semejante al cuerpo de la gloria suya” (Fil. 3:21). Debemos descansar en Cristo
sabiendo que, sin ninguna sombra de duda, acabará la obra que un día empezó en
nosotros (Ro. 8:32).
“Yo sé que mi Redentor vive, ya al fin se levantará sobre el polvo; y después de
desecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y
mis ojos lo verán, y no otro, aunque mi corazón desfallece dentro de mí” (Job 19:
25-27).
BIBLIOGRAFÍA
1. Sinclair B. Ferguson, La vida cristiana, p. 137, Ed. Peregrino, Moral de
Calatrava, (Ciudad Real), 1998.
2. Ibíd., p. 142.
3. Martin Lloyd-Jones, Dios el Espíritu Santo, p. 285, Ed. Peregrino, Moral de
Calatrava, (Ciudad Real), 2001.
4. G.I. Williamson, La confesión de fe de Westminster”, p. 177, Estandarte de la
Verdad, Philadelphia, 2004.
5. Sinclair B. Ferguson, La vida cristiana, p. 150, Ed. Peregrino, Moral de
Calatrava, (Ciudad Real), 1998.
6. Ibíd., p. 158.

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