Hans Christian Andersen - La Familia Feliz
Hans Christian Andersen - La Familia Feliz
Hans Christian Andersen - La Familia Feliz
textos.info
Biblioteca digital abierta
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Texto núm. 804
Edita textos.info
Maison Carrée
c/ Ramal, 48
07730 Alayor - Menorca
Islas Baleares
España
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La Familia Feliz
La hoja verde más grande de nuestra tierra es seguramente la del
lampazo. Si te la pones delante de la barriga, parece todo un delantal, y si
en tiempo lluvioso te la colocas sobre la cabeza, es casi tan útil como un
paraguas; ya ves si es enorme. Un lampazo nunca crece solo. Donde hay
uno, seguro que hay muchos más. Es un goce para los ojos, y toda esta
magnificencia es pasto de los caracoles, los grandes caracoles blancos,
que en tiempos pasados, la gente distinguida hacía cocer en estofado y, al
comérselos, exclamaba: «¡Ajá, qué bien sabe!», persuadida de que
realmente era apetitoso; pues, como digo, aquellos caracoles se nutrían de
hojas de lampazo, y por eso se sembraba la planta.
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una fuente de plata.
Los viejos caracoles blancos eran los más nobles del mundo, de eso sí
estaban seguros. El bosque estaba allí para ellos, y la casa señorial, para
que pudieran ser cocidos y depositados en una fuente de plata.
—Sí, y las gotas llegan hasta aquí —observó la madre—. Bajan por el
tallo. Verás cómo esto se moja. Suerte que tenemos nuestra buena casa, y
que el pequeño tiene también la suya. Salta a la vista que nos han tratado
mejor que a todos los restantes seres vivos; que somos los reyes de la
creación, en una palabra. Poseemos una casa desde la hora en que
nacemos, y para nuestro uso exclusivo plantaron un bosque de lampazos.
Me gustaría saber hasta dónde se extiende, y que hay ahí afuera.
—No hay nada fuera de aquí —respondió el padre—. Mejor que esto no
puede haber nada, y yo no tengo nada que desear.
—No seas tan regañón —dijo la madre—. El chiquillo trepa con mucho
cuidado, y estoy segura de que aún nos dará muchas alegrías; al fin y a la
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postre, no tenemos más que a él en la vida. ¿Has pensado alguna vez en
encontrarle esposa? ¿No crees que si nos adentrásemos en la selva de
lampazos, tal vez encontraríamos a alguno de nuestra especie?
—¿Y eso qué importa? —dijeron los viejos—. ¿Tiene una casa?
—Muy bien, pues que venga —dijeron los viejos—. Él posee un bosque de
lampazos, y ella, sólo un zarzal.
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como Dios manda, y se multiplicaban, ellos y sus hijos entrarían algún día
en la casa señorial, serían cocidos hasta quedar negros y los pondrían en
una fuente de plata.
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Hans Christian Andersen
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hijo de un zapatero de 22 años, instruido pero enfermizo, y de una
lavandera de confesión protestante. Andersen dedicó a su madre el cuento
La pequeña cerillera, por su extrema pobreza, así como No sirve para
nada, en razón de su alcoholismo.
Desde muy temprana edad, Hans Christian mostró una gran imaginación
que fue alentada por la indulgencia de sus padres. En 1816 murió su padre
y Andersen dejó de asistir a la escuela; se dedicó a leer todas las obras
que podía conseguir, entre ellas las de Ludwig Holberg y William
Shakespeare.
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nuevo del emperador», «La reina de las nieves», «Las zapatillas rojas»,
«El soldadito de plomo», «El ruiseñor», «La sirenita», «Pulgarcita», «La
pequeña cerillera», «El alforfón», «El cofre volador», «El yesquero», «El
ave Fénix», «La sombra», «La princesa y el guisante» entre otros. Han
sido traducidos a más de 80 idiomas y adaptados a obras de teatro,
ballets, películas, dibujos animados, juegos en CD y obras de escultura y
pintura.
El más largo de los viajes de Andersen, entre 1840 y 1841, fue a través de
Alemania (donde hizo su primer viaje en tren), Italia, Malta y Grecia a
Constantinopla. El viaje de vuelta lo llevó hasta el Mar Negro y el Danubio.
El libro El bazar de un poeta (1842), donde narró su experiencia, es
considerado por muchos su mejor libro de viajes.
Una costumbre que Andersen mantuvo por muchos años, a partir de 1858,
era narrar de su propia voz los cuentos que le volvieron famoso.