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3 CRECER COMO FACILITADOR Acompañar Con Estrategias Renovadas para Hacer Comunidad C

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PROFU N DIZACION EN EL SER Y QUEHACER DEL FACILITADOR

CRECER COMO
FACILITADOR
Acompañar con estrategias renovadas
para hacer comunidad

WT

Arquidiócesis Primada de México


Dirección editorial
Herminio Otero

Edición
Óscar Hernández Galicia Queda prohibida la reproducción total o par­
Indiana Islas García cial de esta obra, incluido el diseño tipográfico
y de portada, sea cual fuera el medio, electróni­
Diseño co o mecánico, incluido fotocopiado, graba­
Mabel Totolhua Hernández ción o cualquier otro medio de almacenaje o
base de datos, sin el consentimiento por escri­
Diagramación to de los titulares del copyright.
Anaid Bahena Cañizal

Cubierta
Astrid Chávez Torres

Supervisión general
Mons. Alberto Márquez Aquino (+)
Vicario General y Episcopal de Pastoral
Mons. Salvador Martínez Ávila
Vicario General y Episcopal de Agentes
Arquidiócesis de México

Dirección y coordinación
Mons. Juan Carlos Guerrero Ugalde
Vicario Episcopal para los Laicos

Elaboración: Ediciones Pastorales


Leticia Estrada Silva (Coord.)
Evangelina Sotelo Álvarez
Martha Reid Rodríguez
Ruth Navarro Barragán
Daniel Peña Olmos

© Juan Carlos Guerrero Ugalde (2016)


Vicaría Episcopal de Pastoral
Arquidiócesis Primada de México
©PPG Editorial S.A. de C.V. (2016)
Magdalena 211, Colonia del Valle, México,
Ciudad de México, 03100.
Tel: (55) 1087 8400
Primera edición 2016
ISBN: 978-607-9439-56-9

Crecer como facilitador 3 se terminó de imprimir en febrero de 2016 en biográfica Ingramex, S.A.
deC.V., Centeno 162-1, Col. Granjas Esmeralda, México, Ciudad de México, 09810.
ÍNDICE

Crecer como facilitador..........................................................................................................................3


Vivir la comunión para la misión..........................................................................................................4
Orientaciones metodológicas...............................................................................................................5
El recorrido..............................................................................................................................................6
Siglas y abreviaturas...............................................................................................................................7

Comunión
Tema 1. Entraren comunión con mi hermano...................................................................................10
Tema 2. La Iglesia: sacramento de comunión.....................................................................................16
Tema 3. Lectura comentada (estilo 1).................................... ............................................................ 21
Tema 4. La comunidad: lugar de pertenencia y acogida...................................................................28
Tema 5. La Iglesia: Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo.................................................................... 34
Tema 6. Partir del esquema (estilo 2)..................................................................................................39
Tema 7. El crecimiento de la comunidad................................................................................‘............ 46
Tema 8. El apostolado de los laicos en la Iglesia comunión....................................................... 52
Tema 9. Partir de interrogantes y de la comprensión lectora (estilo 3)............................................ 58
Tema 10. El facilitador: servidor de la comunión............................................................................... 66
Tema 11. La Palabra de Dios: fuente de comunión............................................................................72
Tema 12. Partir de la Palabra de Dios (estilo 5)..................................................................................77

Misión
Tema 13. El facilitador: misionero que forma para la misión............................................................ 84
Tema 14. Redescubrir nuestro Bautismo............................................................................................90
Tema 15. Partir de la realidad: ver-juzgar-actuar (estilo 4)................................................................ 96
Tema 16. Acompañar discípulos misioneros.................................................................................... 103
Tema 17. La Confirmación y la misión.............................................................................................. 108
Tema 18. Partir de experiencias significativas (estilo 6)................................................................. 113
Tema 19. La Eucaristía: fuerza para la misión...................................................................................120
Tema 20. La misión de reconciliar..................................................................................................... 125
Tema 21. Partir de la liturgia o de los actos de religiosidad y piedad popular (estilo 7)............... 131
Tema 22. La primera misión del facilitador: la propia familia..........................................................137
Tema 23. La participación de la familia en la vida y misión de la Iglesia...................................... 142
Tema 24. Dejar que los participantes se ejerciten (estilo 8)............................................................ 147

Bibliografía ......................................................................................................................................153
Anexo. Ser oasis de misericordia..................................................................................................... 155

2
México, D. F., 15 de agosto de 2015
Fiesta de la Asunción de María

CRECER COMO FACILITADOR

Queridos Facilitadores:

Nuestra Iglesia particular ve con gran alegría la labor que ustedes desempeñan en la
Arquidiócesis. Su contribución a la maduración de fe de otros bautizados es clave para que
la formación se constituya columna vertebral del modelo de Iglesia que queremos y
requerimos para nuestra Ciudad (cf. OP 2009, 53).
Ser facilitador es una vocación que han de vivir con entusiasmo, humildad, sencillez
y responsabilidad. El servicio de acompañar a otros bautizados en su itinerario de fe es un
privilegio que han de ejercer con una vida ejemplar. Ustedes son el espejo del discípulo
misionero en el que muchos otros bautizados se verán reflejados.
Los invito a ser valientes en su servicio de facilitadores; a ustedes les toca superar
obstáculos y abrir caminos para que la formación básica llegue a las comunidades menores,
las parroquias, los decanatos, los CEFALAEs y a otros ambientes. Los animo a ser
creativos, constantes y tenaces; no retrocedan ante las dificultades. Trabajen en comunión
entre ustedes y con sus pastores.
La serie Crecer como Facilitador, apoya un programa que responde a la gran
necesidad de formar agentes, señalada desde el II Sínodo. Es fruto de un trabajo eclesial y
de equipo, al que precede una experiencia piloto, que ha comenzado a dar sus primeros
frutos. Los animo a recibir con seriedad esta propuesta formativa, que los ayudará en su
desarrollo humano, espiritual, comunitario y pastoral-misionero; reforzará sus saberes y a
apropiarse de renovadas metodologías.
Agradezco los esfuerzos y el tiempo que dedican a su propia formación. Que el
Espíritu Santo los bendiga, inspire su caminar y les haga responder a su vocación con el
entusiasmo y la lozanía del primer amor (cf. Ap 2,2-4).

T Norberío Cardenal Rivera Carrera


Arzobispo Primado de México
Vivir la comunión para la misión

La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean,


que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan. La comunidad
evangelizados se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás,
achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida
humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizado-
res tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz. Luego, la comunidad
evangelizados se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en to­
dos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas
largas y de aguante apostólico (EG 24).

Con gran alegría ponemos en tus manos el subsidio Crecer como facilitador 3, el cual es
parte de un proceso que busca fortalecer la identidad del facilitador, sus saberes y habilida­
des. Da continuidad a la formación iniciada en el Manual del facilitador y es parte de la serie
«Crecer como Facilitador». Este material responde al deseo de nuestra Iglesia particular de
incidir en la capacitación de laicos, preparados para acompañar a otros laicos en su forma­
ción inicial y básica (cf. OP 2015, 70).
En nuestra Iglesia particular, los facilitadores son figuras clave, agentes laicos que tienen la
responsabilidad y vocación de acompañar a otros bautizados a caminar en su discipulado,
ayudarlos a descubrir las riquezas de vivir en comunión y encaminarlos al compromiso con
la misión permanente, que busca evangelizar las culturas de la Ciudad. Como Felipe, ellos
escuchan la voz de Dios, que los envía a ponerse en camino para encontrar a los etíopes
de hoy, a quienes les facilita el encuentro con Cristo y con su comunidad, que es la Iglesia
(cf. Hch 8,26-31).
El manual Acompañar con estrategias renovadas para hacer comunidad contempla las di­
mensiones del ser, saber y saber hacer, que aparecen integradas y relacionadas todo el
tiempo. Con ello se busca que el facilitador vincule constantemente las tres dimensiones.
Esta herramienta pastoral se organiza en dos ejes temáticos:
1. La comunión. Invita a los facilitadores a ser parte de una comunidad eclesial, y a
convertirse en servidores de la comunión para construir ambientes cercanos y
fraternos y aplicar estilos participativos. Los anima a alimentar el encuentro con
Cristo, quien mantiene viva la comunión e impulsa a la misión.
2. La misión. Esta sección lleva a los facilitadores a reconocerse como miembros de
una comunidad de discípulos misioneros que acompañan a otros discípulos mi­
sioneros. Aquí se revisan los sacramentos en clave misionera y se ejercitan diver­
sas estrategias pastorales.
Ponemos en manos de Dios el presente instrumento y esperamos que dé frutos abundantes
para el anuncio del Reino en nuestra Ciudad.
Orientaciones metodológicas

El manual Acompañar con estrategias renovadas para hacer comunidad se propone para una
formación autodidacta, donde el facilitador es el principal protagonista; se espera de él que sea
responsable y activo de su propio crecimiento. Está diseñado para recibirse como una oportu­
nidad de autoformación, que se realiza y estudia en casa.
La característica de esta formación radica en el estudio personal de los temas y en la realización
de los ejercicios solicitados en la sección «Actividades de aprendizaje». Las actividades no son
un añadido al tema: significan parte esencial del proceso. Con ellas se busca promover la
autodisciplina, el estudio personal, la capacidad para investigar y encontrar respuestas por sí
mismos, para comunicar ideas de forma escrita y verbal, habilidades requeridas en un
facilitador.

No se trata de un estudio individual y aislado. Esta experiencia ha sido probada como una
formación en modalidad abierta, donde el facilitador estudia en casa tres temas seguidos (ser,
saber y saber hacer) y se reúne una vez al mes, con su grupo de facilitadores para compartir
experiencias de aprendizaje y profundizar los temas. En las reuniones mensuales los faci­
litadores son acompañados por un equipo de asesores (uno para cada dimensión).
Los facilitadores requieren haber pasado por experiencias de formación inicial y básica (o su
equivalente) y haber vivido el taller de facilitadores. Han de asumir progresivamente su
responsabilidad en el estudio de los temas y en la realización de las actividades.
Los asesores son acompañantes que trabajan en equipo, comprenden la vocación y misión del
facilitador, conocen la metodología y cuentan con la preparación para conducir el proceso.
Han de evitar la tentación de manejar el encuentro mensual como “clase”, aprender a escuchar,
reconstruir los contenidos con ayuda de todos, conscientes de que los facilitadores ya han
estudiado el tema. Es importante motivar a los facilitadores a realizar las actividades que se
proponen para el autoestudio.
La metodología requiere paciencia (el comienzo será arduo); invita a facilitadores y asesores a
un cambio de paradigma. Esta formación se ubica en un modelo constructivista. La experiencia
que precede a la publicación de esta propuesta (cuatro años) ha mostrado que se puede lograr
un crecimiento fuerte en los facilitadores, siendo fieles a la metodología. ¡Y veremos a la semilla
de mostaza convertida en un gran árbol! (cf. Mt 13,31-32).
El recorrido

M SER 1 SABER 1 SABER HACER

1. Entrar en 2. La Iglesia. 3. Facilitar la fe


comunión con sacramento de en la Ciudad
mi hermano comunión multicultural

4. La comunidad: 5. La Iglesia, pueblo 6. Partir del esquema


7 lugar de de Dios y Cuerpo (estilo 2)
X
pertenencia y de Cristo
acogida
Comunión
7. El crecimiento de 8. El apostolado de 9. Partir de
la comunidad los laicos en la interrogantes y
'Sí^iííSÍ
Iglesia comunión de la comprensión
lectora (estilo 3)

10. El facilitador, 11. La Palabra de Dios, 12. Partir de la Palabra


4 servidor de la Fuente de (estilo 5)
' lili ' ...f- •■.' •••• '■
comunión comunión

13. El facilitador, 14. Redescubrir 15. Partir de la


misionero que nuestro Bautismo realidad: ver, juzgar
Jc
forma para la y actuar (estilo 4)
misión

16. Acompañar 17. La Confirmación y 18. Partir de


discípulos la misión experiencias
6 misioneros significativas
(estilo 6)

Misión
19. La Eucaristía: 20. La misión de 21. Partir de la liturgia
fuerza para la reconciliar o de los actos
7 misión de religiosidad
y piedad popular
(estilo 7)

22. La primera misión 23. La participación de 24. Dejar que los


e
del facilitador: la la familia en la participantes se
O
propia familia vida y misión ejerciten (estilo 8)
de la Iglesia
Siglas y abreviaturas

Documentos del Concilio Vaticano II

LG Lumen Gentium. Constitución dogmática sobre la Iglesia.


DV Dei Verbum. Constitución dogmática sobre la divina revelación.
SC Sacrosanctum Concilium. Constitución sobre la sagrada liturgia.
GS Gaudium et spes. Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual.
AA Apostolicam actuositatem. Decreto sobre el apostolado de los seglares.
AG Ad Gentes. Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia.

Documentos Pontificios y Episcopales

CEC Catecismo de la Iglesia Católica, 1992.


ChL Christifideles laici (sobre los fieles laicos). Exhortación apostólica del papa
Juan Pablo II (30.12.1988).
CIC Código de Derecho Canónico, 1983.
CT Catechesi tradendae (sobre la Catcquesis). Exhortación apostólica del papa
Juan Pablo II (16.10.1979).
DA Documento de Aparecida. V Conferencia general del Episcopado Latinoameri­
cano. Aparecida. Brasil 2007.
DCE Deus caritas est (sobre el amor cristiano). Carta encíclica del papa Benedicto
XVI (25.12.2005).
DGC Directorio General para la Catcquesis. Congregación para el clero (25.08.1997).
DIPSIC Directorio Pastoral para los Sacramentos de la Iniciación Cristiana. Arquidiócesis
de México (05.03.03).
DiM Dives in misericordia (sobre la misericordia divina). Carta encíclica del papa
Juan Pablo II (30.11.1980).
EG Evangelii Gaudium (sobre la alegría del Evangelio). Exhortación apostólica del
papa Francisco (24.11.2013).
EN Evangelii nuntiandi (sobre el anuncio del Evangelio). Exhortación apostólica
del papa Pablo VI (8.12.1975).
FC Familiaris consortio (sobre la misión de la familia cristiana en el mundo
actual). Exhortación apostólica del papa Juan Pablo II (22.11.1981).
LC Líneas comunes para la catcquesis en América Latina, CELAM.
LF Lumen Fidei (sobre la fe). Carta encíclica del papa Francisco (29.06.2013).
LSi Laudato si’ (sobre el cuidado de la casa común). Carta encíclica del papa
Francisco (24.05.2015).
MV Misericordiae Vultus. Bula de convocación del Jubileo Extraordinario de la Mi­
sericordia. Papa Francisco (11.04.2015).
NM Novo milenio ineunte (al concluir el gran jubileo del año 2000). Carta Apostó­
lica del papa Juan Pablo II (6.01.2001).
OP Orientaciones Pastorales.
RICA Ritual de Iniciación Cristiana de adultos, Sagrada Congregación para los
Sacramentos y el Culto Divino, 1983.
RP Reconciliado et Paenitentia (sobre la Reconciliación y Penitencia en la misión
de la Iglesia de hoy). Exhortación apostólica del papa Juan Pablo II (02.12.1984).
SCa Sacramentum caritatis (sobre la Eucaristía, fuente y culmen de la vida y de la
misión de la Iglesia). Exhortación apostólica del papa Benedicto XVI (22.02.2007).
VD Verbum Domini (sobre la Palabra del Señor). Exhortación apostólica del papa
Benedicto XVI (30.09.2010).
Comunión

«Virgen y Madre María:


Estrella de la nueva evangelización, ayúdanos a resplandecer en el
testimonio de la comunión, del servicio, de la fe ardiente y generosa,
de la justicia y el amor a los pobres, para que la alegría del Evangelio
llegue hasta los confines de la tierra y ninguna periferia se prive de
su luz.»
Oración a la Virgen María, Evangeliigaudium 288
TEMA 1

Entrar en comunión con mi hermano

Nos proponemos
Asumir que el amor y la empatia son las llaves para vivir en comunión con los otros.

■ Introducción
En el manual Crecer como Facilitador 2. Convertir corazón, actitudes y métodos, pusimos el
acento en nuestra conversión personal. Cuando la conversión es auténtica, da frutos de
comunión.
La comunión, por su importancia en la vida cristiana, constituye uno de los ejes de la
formación básica. El facilitador es un creyente que en el proceso de maduración de fe ha
aprendido a vivir en comunión, con Dios, sus hermanos, la Iglesia y la Creación. En su
calidad de testigo de la comunión está llamado a acompañar a otros bautizados a
experimentarla. Ésta es la razón por la que dedicaremos una serie de temas para reflexionar
y hacer vida la comunión.

La palabra nos ilumina


Les doy un mandamiento nuevo: Ámense los unos a los otros. Como yo los he
amado, así también ámense los unos a los otros. Por el amor que se tengan los unos
a los otros reconocerán todos que son discípulos míos.
jn 13,34-35

Otros textos: Mt 5,22; jn 17,21; 1 Pe 3,8.

1. Hacia el encuentro con el «tú»


La persona humana es por naturaleza un ser social; se reconoce cuando se encuentra con
un «tú» diferente a ella. Este «tú» puede ser otro ser humano o el mismo Dios.
La persona busca abrirse a los demás, es un ser desde los otros, con los otros y para los
otros. Se realiza en relación con su ambiente, con los demás, con Dios y consigo misma.
Lo individual y lo social constituyen dos dimensiones complementarias que enriquecen a
la persona.
En el «yo» personal se forjan las convicciones, gustos, valores y actitudes; nos definimos.
Pero no podemos encerrarnos en nosotros mismos. Nuestra vida se desarrolla en relación
con los demás. Las relaciones humanas ponen a prueba lo que somos; en ellas manifes­
tamos nuestro interior, crecemos, aprendemos, maduramos y nos realizamos.
La persona gana cuando se abre a los demás. Pierde mucho más, cuando algún sentimien­
to o actitud negativa (miedo o indiferencia) le impide darse a los hermanos.

2. ¿Cómo relacionarme con ese «tú» distinto a mí?


Aunque somos seres hechos por Dios para vivir en relación (cf. Gn 2,18), la convivencia y
la comunión con los otros no es sencilla (cf. Gn 3,12-13; 4,8-10).
En las relaciones con los otros, los cristianos estamos llamados a privilegiar la comunión,
porque Dios es un Dios de amor y comunión, jesús nos dice: «El Padre y yo somos uno»
(jn 10,30). Éste es el compromiso por el que los fines y valores personales y comunitarios
han de guardar equilibrio. En situaciones de tensión habrá que elegir los que benefician,
afectan o involucran a la mayoría, para darles prioridad.

3. ¿Cómo trato a los demás?


Como seres humanos solemos hacer distinciones entre las personas: «algunos me caen
bien o me simpatizan, otros no». Existe en nosotros un instinto general acerca de los de­
más. Solemos dar calificativos a las personas. Nos dejamos guiar por prejuicios y afirmar:
«la gente es así, hasta que me demuestre lo contrario».
Conviene preguntarnos: ¿Cuál es mi actitud para con los demás?, ¿Cuál es el juicio que
hago sobre la gente con la que convivo ordinariamente -mis padres, esposo(a), compañe­
ros de trabajo, amigos, mis interlocutores, miembros de comunidad- o con la que me
topo en alguna ocasión?
Analizar nuestras actitudes respecto a los demás puede ayudar a mejorar las relaciones
con todos para convertirnos en verdaderos testigos y constructores de la comunión.

4. Origen de nuestra actitud hacia los demás


Nuestra actitud hacia los demás se construye a lo largo de nuestra vida; muchas personas
y acontecimientos han influido para forjarla:
• Nuestros padres. Las primeras actitudes que desarrollamos las tomamos de
nuestros padres: los escuchamos hablar de las personas, de su trabajo, la familia,
los vecinos. Ellos nos enviaron mensajes implícitos y explícitos sobre las actitudes
hacia los otros. Esta información la guardamos y tendemos a repetirla, de forma
consciente o inconsciente.
• Nuestro desarrollo psicológico. Durante los primeros años de vida, los padres
son la principal fuente del carácter de los hijos: lo forjan, construyen o destruyen.
Lo que vivimos antes de nacer en el vientre de nuestra madre, la relación con ella,
con nuestro padre y parientes cercanos, contribuyen en nuestro carácter y auto­
estima; hace que nos convirtamos en personas seguras, alegres, independientes,
autosuficientes o todo lo contrario. Los niños maltratados llegan a la adultez, irri­
tables y cargados de sentimientos de venganza. Quienes han tenido una familia
unida, que los ha apoyado y dado afecto, llegan a la madurez equipados con raíces
y alas; preparados para bendecir a los demás.
• Nuestra experiencia personal. Las experiencias (positivas o negativas) que vivimos
a lo largo de nuestra vida desarrollan actitudes de confianza o desconfianza,
apertura o reserva, falsedad o sinceridad hacia los demás.
Lo anterior no significa que estemos predeterminados y sin posibilidades de cambio. Es
necesario esforzarnos para borrar los mensajes negativos grabados y las experiencias que
son perjudiciales para nuestra realización personal y para la sana relación con los demás.
La persona que no supera estas etapas, pasará gran parte de su vida buscando las piezas
que faltan.
Con frecuencia encontramos en las comunidades personas demasiado dependientes de la
aprobación y acogida de los demás, indecisas, abandonadas a las opiniones y decisiones
otro. Estas personas experimentan una insaciable necesidad de apoyo o un temor
incontrolable por una supuesta inferioridad. De ahí que nuestro buen ánimo ha de
esforzarse por entender y facilitar las relaciones con quienes tratamos.
Nuestra vida está influida por quienes nos aman y por los que se rehúsan a amarnos.

5. ¿Cómo derribar las barreras entre unos y otros?


Nuestro modelo es Jesús. En él encontramos respuestas de vida, acción y plenitud. Jesús
muestra que el amor es la visión clave con la que hemos de mirar y considerar a los
demás:
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.
Este es el primer mandamiento y el más importante. El segundo es semejante a éste:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22,37-39).

En la visión cristiana, el amor a Dios y al prójimo están encadenados. No podemos


pronunciar nuestro «sí» al amor de Dios, a menos que pronunciemos también el «sí» al
amor de todos y cada uno de los miembros del pueblo de Dios. No podemos ofrecer
dones a Dios sin reconciliarnos los unos con otros (cf. Mt 5,23-26), no podemos esperar
que Dios nos perdone, a menos que nosotros perdonemos a quienes nos han ofendido
(cf. Mt 6,12).
Este es el mensaje clave de Jesús: el principal lugar de encuentro con Dios son los demás:
la familia, amigos, compañeros de trabajo, vecinos, conocidos y hasta los enemigos.
Solo el que quiere efectiva y fielmente el bien del hermano, sabe querer el bien de todos, lo
puede promover y con él, la comunidad y la sociedad.
En las dificultades de convivencia con algunas personas, Jesús nos exhorta a amarlas
como él y el Padre lo hacen: con misericordia (cf. Le 15,32). Quienes aman de verdad
saben ver lo mejor de las personas, buscan lo que une y el modo de caminar juntos hacia
los mismos objetivos.

6. Hagamos brotar lo mejor de las personas

Ser cristianos significa amar a los demás por ellos mismos y no a pesar de ellos. Jesús nos
invita a amar a todos sin diferencia: «Ustedes amen a sus enemigos, hagan el bien y
presten sin esperar nada a cambio; así su recompensa será grande y serán hijos del
Altísimo. Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso» (Le 6,35-36).
Todos los seres humanos necesitamos de amor y comprensión, ellos hacen brotar la
bondad y los dones con los que hemos sido bendecidos por nuestro Padre Dios.
Probablemente no conocemos la profundidad de nuestra propia bondad y los dones que
Dios nos ha concedido, hasta que otra persona nos ame y descubra en nosotros cualidades
desconocidas.
Jesús amó a su pueblo con amor compasivo, así nos ama a cada uno de nosotros; su amor
ve incluso bajo las apariencias y hace que broten de lo profundo de las personas la bondad
escondida y los dones enterrados. Con su amor y la libre colaboración de las personas,
Jesús puede convertir los corazones de piedra en corazones de carne; saca lo mejor de
cada uno, derrumba las barreras que nos impiden crecer y darnos a los demás. Un ejemplo
de ello es Zaqueo, quien al sentirse amado por Jesús «se puso en pie ante el Señor y le
dijo: Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y si engañé a alguno, le devolveré
cuatro veces más» (Le 19,8).

7> ¿Cuál es el primer paso? El principio del amor: la empatia


La llave del éxito para amar a los demás radica en la empatia. Aquí la pregunta fundamental
para ser empáticos: ¿Cómo eres tú? Significa meterse dentro de la piel de la otra persona,
en su lugar, “en sus zapatos”, comprender la realidad como la otra persona la ve. La
empatia no regaña, solo comprende. Nos hace decir al otro: «Sí, te escucho». Consiste en
vivir la experiencia vital de la otra persona; salir de uno mismo, dejar atrás el egoísmo.
Parece que no hay mucha gente que escuche. Cuando tratamos de compartir con otros lo
que somos, la mayoría se precipita y nos reduce a un solo problema, que desean resolver
pronto.
Quien escucha con empatia no juzga, critica o dirige. Actuar con empatia implica abandonar
nuestras posturas, percepciones y prejuicios, salir de nosotros mismos para comprender
al otro: «No juzguen, y Dios no los juzgará; no condenen, y Dios no los condenará;
perdonen, y Dios los perdonará» (Le 6,37).
La experiencia empática facilita qué decir o hacer para conseguir el bienestar y la felicidad
de la otra persona. Amar es un arte, sin decisiones automáticas ni fórmulas fijas y
definitivas. Solo quien practica la empatia puede conocer a fondo este arte.

8. El amor se expresa

El amor se expresa de diferentes formas:


• Cuando nos damos a nosotros mismos, tal cual somos.
• Al afirmar el valor de la otra persona. Si amamos a los demás, hemos de apreciarlos
y reconocer su bondad y belleza espiritual.
Somos espejos los unos de los otros, nos percibimos a nosotros al reflejarnos en los de­
más. Continuamente contribuimos de forma positiva o negativa, con nuestras reacciones, a
la imagen del otro. Yo puedo saber que soy valioso, únicamente en el espejo de tu cara
sonriente, en el amable tono de tu voz, en el delicado contacto de tu mano...

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

ffll Leo
► Realizo una lectura activa de los contenidos del tema. Subrayo lo más importante.

© Reflexiono

- ¿Cómo es mi actitud hacia los que me rodean?


- ¿Identifico alguna herencia paterna o experiencia negativa en mi vida que me impida
relacionarme adecuadamente con las personas? Si la respuesta es positiva, ¿cómo
voy a trabajarlo?
- ¿Cómo haré para desarrollar la capacidad de ver en los otros a un hijo de Dios con
muchas cualidades, antes que centrarme en sus defectos?
- ¿He puesto en práctica la empatia?, ¿cuál ha sido el resultado?
i ........
■ Contemplo (meditación cristiana-/ect/o divina)
► Me siento con la espalda derecha, las manos sobre las piernas.
► Cierro los ojos.
► Respiro normalmente.
► Repito MA-RA-NA-THA, por un lapso de 20 minutos.
► Leo detenidamente la cita: Le 6,31-36.
-¿Qué dice el texto?
-¿Qué frase o palabra me toca el corazón? La repito en mi corazón durante un rato.
-¿Qué me dice el texto?
-¿Qué le digo a Dios a partir del texto? Elevo una oración vocal.
► Contemplo.

O Recapitulo

► Escribo lo que haya resultado más significativo para mí.

NOTAS

REFERENCIAS PARA SER MÁS

a Beneytez, G., La realización moral de la persona humana. (Tema IV. Persona y sociabilidad) en:
www.mercaba.org/ARTICULOS
■ Díaz, C., ¿Qué es el personalismo comunitario?, Fundación Emmanuel Mounier, Salamanca 2005.
■ Galindo, A., Moral socioeconómica, BAC, Madrid 1996, 18-19.
■ Powell, ]., La visión cristiana, la verdad nos hará libres, Buena Prensa, México 2005, 85-101.
SABER

TEMA 2

La Iglesia: sacramento de comunión

■ Introducción
En el tema anterior reflexionamos que para entrar en comunión con nuestros hermanos
requerimos poner en práctica el amor y la empatia. La comunión tiene su origen en Dios
y se prolonga en la Iglesia, que es por esencia misterio de comunión. Este es el modelo de
Iglesia del Concilio Vaticano II. En la Iglesia, la comunión es don divino y tarea de los cre­
yentes, constituye un estilo de vida y una espiritualidad que ha de impregnar todos los
ámbitos de la vida eclesial. Solo cuando la comunión se vive en la práctica, la Iglesia visi-
biliza su ser de «sacramento de comunión». Sobre ello reflexionaremos en este tema,
apoyados de la carta apostólica, Novo millennio ineunte.

La Palabra nos ilumina

Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común [...], todos pensaban y
sentían lo mismo, y nadie consideraba como propio nada de lo que poseía, sino que
tenían en común todas las cosas.
Hch 2,44; 4,32

Otros textos: DA 154-224.

1. La Iglesia: sacramento de comunión


La Iglesia requiere poner empeño en la comunión (komonía), que encarna y manifiesta la
esencia del misterio de la Iglesia. La comunión es fruto y manifestación del amor que
surge del corazón del Padre eterno y se derrama en nosotros a través del Espíritu que Je­
sús nos da (cf. Rm 5,5), para hacer de nosotros «un solo corazón y una sola alma» (Hch
4,32). Realizando esta comunión de amor, la Iglesia se manifiesta como «sacramento», o
sea «signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad del género humano»
(LC 1) (cf. NM 42).
Muchas cosas son necesarias en la Iglesia; pero si faltara la caridad (ágape), todo sería
inútil. San Pablo nos recuerda que: aunque habláramos las lenguas de los hombres y los
ángeles, y tuviéramos una fe «que mueve montañas», si faltamos a la caridad, todo sería
“nada” (cf. 1 Cor 13,2). La caridad es el “corazón” de la Iglesia, como intuyó santa Teresa
de Lisieux: «Comprendí que la Iglesia tenía un Corazón y que este Corazón ardía de amor.
Entendí que solo el amor movía a los miembros de la Iglesia [...]. Entendí que el amor
comprendía todas las vocaciones, que el Amor era todo» (Obras completas, p. 223).

2. La espiritualidad de comunión como principio formativo


Para ser fieles al designio de Dios y responder a las esperanzas del mundo es necesario
hacer de la Iglesia casa y escuela de la comunión. Antes de lanzar iniciativas operativas, es
necesario promover una espiritualidad de comunión, proponiéndola como principio educa­
tivo de todos los miembros. Espiritualidad de comunión significa:
• Una mirada del corazón hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y
cuya luz ha de ser reconocida en los hermanos.
• La capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico,
como «uno que me pertenece», para compartir sus alegrías y sufrimientos; intuir
sus deseos y atender sus necesidades; para ofrecerle una verdadera y profunda
amistad.
• Capacidad de ver lo positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de
Dios: un «don para mí» y para el hermano que lo ha recibido directamente.
• «Dar espacio» al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Gal
6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que engendran competitividad, ganas
de hacer carrera, desconfianza y envidias.
Sin este camino espiritual, de poco sirven los instrumentos externos de la comunión. Se
convierten en medios sin alma, máscaras de comunión, más que sus modos de expresión
y crecimiento (cf. NM 43).

3. Los desafíos de la comunión


El nuevo siglo debe comprometernos a valorar y desarrollar aquellos ámbitos e instru­
mentos que garantizan la comunión. Entre ellos, los servicios específicos de la comunión,
como el ministerio petrino y la colegialidad episcopal. Son realidades que aunque tienen su
fundamento y consistencia en el designio de Cristo sobre la Iglesia (cf. LG cap. III), nece­
sitan de una continua verificación que asegure su auténtica inspiración evangélica (cf. NM 44).
Los espacios de comunión han de cultivarse día a día, a todos los niveles, en la vida de
cada Iglesia. La comunión ha de ser evidente en las relaciones entre obispos, presbíteros
y diáconos; entre Pastores y todo el Pueblo de Dios; entre clero y religiosos, entre asocia-
dones y movimientos edesiales. Se deben valorar cada vez más los Consejos presbiterales
y pastorales. Estos no se inspiran en criterios democráticos, puesto que actúan de manera
consultiva y no deliberativa; sin embargo, no pierden su significado e importancia. La es­
piritualidad de comunión aconseja la escucha recíproca y eficaz entre pastores y fieles, que
los mantiene unidos en lo esencial y los impulsa a coincidir incluso en lo opinable, con
opciones ponderadas y compartidas.
Para ello, hemos de actuar de acuerdo a la antigua sabiduría, la cual, sin perjuicio del papel
jerárquico de los pastores, los anima a escuchar a todo el Pueblo de Dios. San Benito decía
que: «Dios inspira a menudo al más joven lo que es mejor». Y san Paulino de Ñola: «Es­
temos pendientes de los labios de los fieles, porque en cada fiel sopla el Espíritu de Dios».
La prudencia jurídica pone reglas a la participación, con ello manifiesta la estructura jerár­
quica de la Iglesia y evita tentaciones de arbitrariedad y pretensiones injustificadas. De la
misma manera, la espiritualidad de la comunión da un alma a la estructura institucional,
con una llamada a la confianza y apertura que responde plenamente a la dignidad y res­
ponsabilidad de cada miembro del Pueblo de Dios (cf. NM 45).

4. Variedad de vocaciones: expresión de la comunión


La variedad de vocaciones es una perspectiva de comunión unida a la capacidad de la
comunidad cristiana para acoger todos los dones del Espíritu. La unidad de la Iglesia no
es uniformidad, sino integración orgánica de las legítimas diversidades. Es la realidad de
muchos miembros unidos en un solo cuerpo, el único Cuerpo de Cristo (cf. 1 Cor 12,12).
La Iglesia ha de impulsar a todos los bautizados y confirmados a tomar conciencia de la
propia responsabilidad activa en la vida eclesial. junto con el ministerio ordenado, pueden
florecer otros ministerios, instituidos o simplemente reconocidos, para el bien de toda la
comunidad, atendiéndola en sus necesidades.
Es importante para la comunión promover las diversas realidades de asociación. Los movi­
mientos eclesiales dan a la Iglesia una vida que es don de Dios, constituyen una auténtica
primavera del Espíritu. Conviene que las asociaciones y movimientos actúen en plena
sintonía eclesial y en obediencia a las directrices de los pastores. Pero es también exigente
y urgente: «No apagar la fuerza del Espíritu; no menospreciar los dones proféticos. Exa­
minarlo todo y quedarnos con lo bueno» (cf. 1 Tes 5,19-21). (cf. NM 46).

5. El campo ecuménico
El Gran Jubileo ha hecho tomar una conciencia más viva de la Iglesia como misterio de
unidad. En el Credo manifestamos: «Creo en la Iglesia, que es una». Esta realidad tiene su
fundamento último en Cristo, en el cual la Iglesia no está dividida (cf. 1 Cor 1,11-13). La
Iglesia, Cuerpo de Cristo, unida por los dones del Espíritu, es indivisible. La división se
produce como consecuencia de la fragilidad humana. La oración de Jesús en el cenáculo
«Te pido que todos sean uno lo mismo que lo somos tú y yo, Padre» (Jn 17,21) es revela­
ción e invocación.
e La unidad de Cristo con el Padre origina la unidad de la Iglesia y es don permanen­
te hasta el fin de los tiempos. Esta unidad se realiza concretamente en la Iglesia
católica, a pesar de los límites humanos. Emerge también de manera diversa en
muchos elementos de santificación y verdad existentes dentro de las otras Iglesias
y comunidades eclesiales. Dichos elementos, en cuanto dones de la Iglesia de
Cristo, nos empujan sin cesar hacia la unidad plena (cf. LG 8).
• La oración de Cristo nos recuerda que este don ha de ser acogido y desarrollado
de manera cada vez más profunda. La invocación «que sean uno» es imperativo
que nos obliga, fuerza que sostiene y saludable reproche por nuestra desidia y
estrechez de corazón. La confianza de poder alcanzar, incluso en la historia, la
comunión plena y visible de todos los cristianos se apoya en la plegaria de Jesús,
no en nuestras capacidades (cf. NM 48).

6. El diálogo interreligioso

En esta perspectiva se sitúa también el diálogo interreligioso. En la situación de un marca­


do pluralismo cultural y religioso, este diálogo es importante para proponer una firme
base de paz y alejar el espectro de las guerras de religión que han bañado de sangre tantos
períodos en la historia de la humanidad. El nombre del único Dios tiene que ser cada vez
más, como ya es de por sí, un nombre de paz y un imperativo de paz (cf. NM 55).

J. La comunión impulsa a la Iglesia a la caridad


La comunión intraeclesial nos proyecta hacia la práctica de un amor activo y concreto con
cada ser humano. La caridad ha de caracterizar de manera decisiva la vida cristiana, el
estilo eclesial y la programación pastoral. Cristo quiso identificarse con los pobres y los
que sufren: «Porque tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber;
era un extraño, y me hospedaron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron;
en la cárcel, y fueron a verme» (Mt 25,35-36). El texto no es simple invitación a la caridad:
es una página que ilumina el misterio de Cristo. Sobre ella, la Iglesia comprueba su fideli­
dad como Esposa de Cristo.
Nadie puede ser excluido de nuestro amor porque «con la encarnación, el Hijo de Dios se
ha unido en cierto modo a cada hombre» (GS 22). En los pobres hay una presencia espe­
cial de Jesús, que impone a la Iglesia una opción preferencial por ellos. Con el servicio a
los pobres testimoniamos el estilo del amor de Dios, su providencia y misericordia, y
sembramos en la historia las semillas del reino de Dios que Jesús dejó, atendiendo toda
clase de necesidades espirituales y materiales (cf. NM 49).
Tenemos que actuar de tal manera que los pobres se sientan como “en su casa”. ¿No sería
este estilo la más grande y eficaz presentación de la buena nueva del Reino? Sin la caridad
y el testimonio de la pobreza cristiana, el anuncio del Evangelio, aun siendo la primera
caridad, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en palabras. La caridad de las
obras corrobora la caridad de las palabras (cf. NM 50).
Además de los pobres habrá que atender otros retos actuales: el desequilibrio ecológico,
los problemas de la paz, la ofensa a los derechos humanos fundamentales, especialmente
de los niños; la defensa del respeto a la vida de cada ser humano desde la concepción has­
ta su ocaso natural; las nuevas potencialidades de la ciencia, especialmente en el terreno de
las biotecnologías. Muchas son las urgencias ante las cuales el espíritu cristiano no puede
permanecer insensible (cf. NM 51).

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

BUB Leo

► Subrayo las ¡deas principales del texto.


► Elaboro un esquema con los elementos importantes del contenido del tema.

© Reflexiono

► ¿Cómo reflejo en mi servicio de facilitador que la Iglesia es misterio de comunión?

Investigo
► Reviso los siguientes contenidos en el Manual 9 (temas 1-13):
-¿Por qué la Iglesia es misterio y con qué imágenes se manifiesta?
-¿De qué manera el Espíritu Santo anima a la Iglesia?
-¿Qué relación existe entre la Iglesia y el Reino?
-Explico la frase: «La Iglesia es en Cristo como un sacramento» (LG i).
-¿Qué implica para la Iglesia ser misterio de comunión?
-¿Por qué el ecumenismo es un servicio a la unidad?
O Recapitulo

► ¿Qué es para mí lo más importante del contenido? Lo describo.

REFERENCIAS PARA SABER MAS

■ Novo millennio ineunte, 42-57.


SABER HACER

TEMA 3

Lectura comentada (estilo 1)


Nos proponemos
• Reafirmar la utilidad de los estilos, como recursos didácticos para la formación.
• Identificar las características esenciales de la lectura comentada (estilo 1) para lo­
grar un aprendizaje significativo y comunitario.
• Descubrir los pasos de la lectura comentada, para realizarlos con acierto.

■ Introducción
El imperativo de hacer vida una espiritualidad de comunión tiene implicaciones en las
metodologías que utilizamos en la formación. Al formar es necesario considerar que hay
una comunidad eclesial en formación, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo. El faci­
litador acompaña el crecimiento de esa comunidad y se inserta en ella como un hermano
más. Para este fin es de gran ayuda la metodología activa propuesta en los manuales de
formación.
En el manual Crecer como facilitador 2, aprendimos que existe una diversidad de metodo­
logías; requerimos que la opción sea adecuada a nuestros interlocutores y al mensaje a
comunicar.
En la formación básica, contamos con varios recursos didácticos'.
• Los Manuales instrumento escrito que hemos de aprovechar ampliamente en la
sesión.
• Los estilos, técnicas que el facilitador aplica para trabajar la información contenida
en los manuales (cf. tema 15. Manual del Facilitador).

• Las actividades individuales y grupales.


• La evaluación que permite observar y cuidar el fortalecimiento de las actitudes
cristianas.
A partir de este tema del saber Facer comenzaremos el análisis y la puesta en práctica de
los estilos. Es necesario recalcar que, en una adecuada pedagogía de la fe, la aplicación de
los estilos no es absoluta, es solo un recurso y apoyo, que depende y se complementa
con la experiencia comunitaria de fe, los dones y carismas del facilitador; deja siempre
espacio a la acción del Espíritu Santo y al Maestro único que es Jesús.
La palabra nos ilumina

Le entregaron el libro del profeta Isaías y, al desenrollarlo, encontró el pasaje donde está
escrito: «El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena
noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos, a dar vista a
los ciegos, a libertar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor».
Después enrolló el libro, se lo dio al ayudante y se sentó. Todos los que estaban en la
sinagoga tenían sus ojos fijos en él. Y comenzó a decirles:
«Hoy se ha cumplido ante ustedes esta profecía».
Le 4,16-21

Otros textos: EG 128.

1. El manejo de los contenidos en la formación


Los contenidos en la formación básica abordan la información que los objetivos del tema
se proponen alcanzar. Comprenden los saberes esenciales para la formación cristiana e
integral de las personas. Los contenidos no representan un fin en sí mismos; constituyen
medios necesarios para modelarnos como discípulos misioneros. Esta es la razón por la
que los contenidos no solamente presentan hechos, dogmas, conceptos, sino también
muestran valores, normas, actitudes y proponen habilidades cristianas. Contienen en sí
mismos un saber ser (actitudes y valores), saber saber (doctrina), saber estar (vivir en comu­
nión) y saber bacer (testimonio-vivencia). El reto del facilitador está en no pasar por alto
ninguna de estas dimensiones y sacar provecho a toda la información.
El facilitador deberá trabajar los contenidos en forma integral, vinculados a todos los ele­
mentos que aparecen en el manual (enlace, objetivo, texto de la Palabra o del Magisterio,
actividades individuales y grupales, evaluación). También ha de desarrollar la habilidad para
expresar los contenidos de manera clara, descubrir en el texto las ideas fundamentales, di­
ferenciarlas de las complementarias y de las que enriquecen nuestros saberes y destacar
también las actitudes y valores presentes en el texto.
Estilo 4: Ver-juzgar y actuar
Parten de la realidad Estilo 6: Experiencias signi­
Estilos originados en la (inductivos) ficativas
pastoral y vida de la Iglesia Estilo 7: La liturgia o los ac­
tos de piedad
Estilo 5: Partir de la Palabra (deductivo)

Algunas de estas estrategias provienen de la didáctica general, otras además tienen origen
pastoral y catequético. Todas ellas se enriquecen, complementan y combinan, según la
creatividad y circunstancias.

2. Pedagogía activa
La aplicación de los estilos requiere de un trabajo comunitario, activo y participativo, don­
de el mensaje se profundiza por la experiencia de fe, del compartir, tanto del facilitador
como por los interlocutores.
El facilitador es únicamente un mediador entre el interlocutor y el mensaje, construye puen­
tes para que los interlocutores logren hacer suyo lo que reflexionan (ellos son los principa­
les protagonistas del proceso). El centro del proceso es el interlocutor, de ahí que sea fun­
damental fomentar la participación activa.
Lo anterior obedece a un principio de la didáctica actual, que promueve un aprendizaje acti­
vo y significativo; pero principalmente se trata de una cuestión pastoral y espiritual: la forma­
ción básica es un itinerario de crecimiento en la fe, y el Espíritu Santo ha sido dado a todos.
Para lograr lo anterior es necesario que el facilitador cree un ambiente de confianza y parti­
cipación en el que las personas se sientan libres para compartir y se fomente la motivación
por seguir aprendiendo. El facilitador ha de atender especialmente los intereses de sus in­
terlocutores, alentándolos e impulsándolos a plantearse preguntas, resolver sus dudas, al
fomento a la lectura y, en fin, a todo aquello que permita conducirlos a una fe madura.

3. Estilo 1: lectura comentada


Para comprender lo que es la lectura comentada diremos en principio lo que no es.
La lectura comentada no es una paráfrasis o repetición de lo escrito en el manual, ni lectura
en voz alta, en la que se aclara el significado de alguna palabra. No implica sustituir el con­
tenido con experiencias u opiniones sobre el tema; tampoco es resumen del tema.
La lectura comentada es una lectura comunitaria y activa, donde el facilitador cede la pala­
bra para que otros lean y comenten. Su función es destacar las ¡deas fuerza, para realimen­
tarlas y facilitar la profundización del tema. Pide detenerse en cada párrafo para compartir,
explicar, aclarar, ejemplificar, actualizar, interpretar...
La lectura comentada también recibe el nombre de «técnica exegética». La palabra «exége-
sis» significa «extraer el significado de un texto dado».
Si miramos la lectura comentada como un esfuerzo de exégesis, nos daremos cuenta de su
amplitud y profundidad. La lectura comentada se propone aprehender, con precisión, lo
que un texto pretende comunicar; se esfuerza por interpretar lo que el texto quiere decir e,
incluso, hallar lo que está escrito entre líneas; es decir, aquello a lo que refiere el texto, aun­
que no esté dicho explícitamente. Pide una elevada fidelidad a lo que dice un texto.

4. Pasos a seguir en la lectura comentada


Para realizar de manera eficiente el estilo 1, es importante cuidar cada uno de los pasos
siguientes: la preparación, la ejecución y el cierre.
a) Preparación
El facilitador lee y reflexiona el tema completo, subraya o destaca las ¡deas principales, se
asegura haber comprendido el texto en su totalidad, busca las citas bíblicas o textos del
Magisterio, busca ejemplos que puedan ilustrar lo que el texto dice.
Para estudiar el tema puede apoyarse de la técnica PQRST (prelectura, preguntas, lectura,
subrayado, exposición, revisión y repetición) y de la elaboración de resúmenes, mapas men­
tales o conceptuales (cf. Crecer como facilitador 2, tema 3, «Estrategias para estudiar y
aprender»).
b) Desarrollo
La sesión puede organizarse de diversas maneras:
• Lectura comentada por todo el grupo. El facilitador cede la palabra a algunos inter­
locutores que lean los contenidos. Pide a dos o tres personas que comenten cada
vez, y él complementa destacando lo esencial en cada parte.
• Lectura comentada en equipos. Se divide el contenido entre los participantes o en
grupos. Se solicita realizar una lectura en la que se escriban las dudas, inquietu­
des, aportaciones que den consistencia al comentario durante la lectura del tema.
Los pequeños grupos, coordinados por el facilitador, van comentando de manera
sencilla la parte del tema que prepararon.

c) Cierre
Para terminar, el facilitador retoma las ideas generales, ofrece algún aporte y precisa antes
de realizar las conclusiones del tema.

5. Ventajas y limitantes de la lectura comentada


Podemos enumerar las siguientes ventajas de la lectura comentada:
• Es sencilla de realizar.
• Aprovecha la información del manual.
• Propicia una metodología partidpativa y la reflexión comunitaria.
• Da excelentes resultados si el facilitador sabe dar vida al trabajo colaborativo.
Entre las limitantes se encuentran:
• Esta técnica, aparentemente fácil y cómoda de aplicar, es de difícil ejecución; pue­
de derivar en monotonía y en el desinterés de los interlocutores.
• Requiere vivacidad y conocimiento del tema por parte del facilitador. Para que se
obtengan mejores resultados, se recomienda que los interlocutores hayan leído y
estudiado el texto con anterioridad.
• Puede usarse como un medio para pasar con menos fatiga la sesión, por no haber
realizado el facilitador una buena preparación del tema.
• Puede perderse el control del tiempo cuando todos quieren comentar algo o, el
otro extremo, cuando nadie participa.
• Puede enfocarse a suscitar opiniones sobre el tema en lugar de escuchar realmen­
te lo que dice. Pide la misma fidelidad exigida a la lectio divina.

6. Guión de Trabajo (para lectura comentada en grupos)

En este guión sugerimos las instrucciones (lista de cotejo) para los interlocutores. Te será
de utilidad para planear el Estilo 1.
• Lectura de la parte del tema asignada a cada equipo.
• Lectura de las citas (si las hubiera).
• Diálogo para captar el contenido que se lee por primera vez.
• Formular preguntas relacionadas con la información y tratar de darles respuesta.
• Preparar la participación con el grupo completo.

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

Leo
► Realizo una lectura de este tema.

© Reflexiono

- ¿Cuál es mi experiencia con la lectura comentada?


- ¿Qué puedo mejorar o incorporar?
Ejercito
► Elijo un tema del Manual 9 y preparo una lectura comentada.
► Elaboro mi planeación inmediata a través de una carta descriptiva (cf. Crecer como faci­
litador 2, tema 21. La planeación, ver modelo anexo).
• En la asesoría presento a mis compañeros qué actividades realicé para preparar el
tema, qué recursos utilicé (PQRST, mapa conceptual o mental, subrayado, resumen...).
• En la asesoría coordino una sesión de 15 min con el tema que preparé, usando la
lectura comentada. Después le permito a mis compañeros y asesores que me den
sus aportes.
• Completo mi carta descriptiva y la corrijo con las ideas recibidas.

O Recapitulo

► ¿Qué fue lo más significativo del tema?

NOTAS

REFERENCIAS PARA SABER HACER MAS

■ Nérici, I., Hacia una didáctica general dinámica, Editorial Kapelusz, Buenos Aires 1991.
Nombre del manual: Fecha:

Nombre y número de tema: Estilo 2: Lectura comentada


Objetivo de la sesión:

Recursos didácticos:

ACTIVIDAD FACILITADOR INTERLOCUTORES TIEMPO

Apertura: Escribo qué haré yo en Escribo, para cada Asigno tiempos.


cada actividad. actividad, qué harán
Oración inicial mis interlocutores.
Primeros elementos:
• Título y nombre
del tema
• Ilustración
• Enunciado
• Enlace
• Objetivo

La Palabra o el
Magisterio

Desarrollo del tema

Actividades individua­
les o grupales

Evaluación

Cierre: conclusión,
oración final
SER

TEMA 4

La comunidad: lugar de pertenencia


y acogida

■ Introducción
En temas anteriores reflexionamos sobre las actitudes que forjan comunión: amor, empa­
tia, diálogo, reconocimiento de la diversidad, unidad de pareceres. Esta espiritualidad de
comunión se refuerza en la formación con estilos comunitarios, como la lectura comenta­
da. Si vivimos una espiritualidad de comunión, estaremos haciendo visible a la Iglesia,
sacramento de comunión.
El reto para los facilitadores es lograr que nuestros centros de formación dejen de ser lu­
gares de reunión y estudio, para convertirse en verdaderas comunidades. En el presente
tema reflexionaremos sobre el ser de la comunidad y reconoceremos las características
que la identifican.

La palabra nos ilumina


Dios mismo distribuyó el cuerpo dando mayor honor a lo que era menos noble, para
que no haya divisiones en el cuerpo, sino que todos los miembros se preocupen los
unos de los otros. Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él. Si un
miembro recibe honores, todos los miembros comparten su alegría. Ahora bien,
ustedes forman el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro de ese cuerpo.
1 Cor 12,24-27

Otros textos: Rom 12,9-21; 15,7; 1 Cor 1,10-13; Cal 6,1-10; 1 Tes 4,9-10; Sant 4,11-12; 1
Pe 3.8-9.
1. ¿Qué es la comunidad?
La Iglesia es un cuerpo formado por diferentes partes. La comunidad es ese cuerpo en el
que todas sus partes se comunican, relacionan y pertenecen. La pertenencia proviene del
llamado de Dios a vivir juntos. Somos responsables unos de otros, cada quien en su pro­
pia vocación y todos, hasta los más “débiles”, son indispensables y poseen la misma dig­
nidad. Si un miembro del cuerpo sufre o se alegra, el resto del cuerpo lo hará también (cf.
Rom 12,4-5; 1 Cor 12,22-26).
La comunidad no es una reunión cualquiera ni por cualquier motivo: es un encuentro de
hermanos. No es producto solo de nuestra voluntad; surge del llamado de Dios, quien nos
convoca en comunidades para actuar en su nombre y realizar unidos la misión que nos
encomienda.

2. Los rasgos de la comunidad


La vida en comunidad se define a partir de tres elementos:
• El amor. En una comunidad (familiar, parroquial, religiosa, de formación), todos
están llamados a amar permanentemente a cada persona y no a la comunidad en
abstracto.
• La unidad. En una verdadera comunidad sus miembros se aman y preocupan
por el crecimiento de cada uno: «Que el amor entre ustedes no sea hipócrita;
aborrezcan lo malo y pónganse de parte de lo bueno. Apréciense unos a otros
como hermanos y sean los primeros en estimarse unos a otros» (Rom 12,9-10).
El amor es el único vínculo que permanece, perdona, trasciende, soporta, anima,
logra, exhorta y une en un solo cuerpo (cf. Col 3,12-17).
• La misión. La comunidad está llamada a crecer de acuerdo al plan de Dios; a ser
fuente de vida, dentro y fuera de ella; realizar la misión de Cristo, según le inspire
el Espíritu Santo.

3. La comunidad: espacio de pertenencia


La comunidad es un lugar de unión y pertenencia mutua, donde cada uno encuentra su
espacio e identidad. Los miembros se sienten responsables unos de otros, y saben que
este vínculo viene de Dios, es don suyo. Él los ha elegido y llamado a estar juntos, en una
alianza de amor y cuidado mutuo.
Cada persona debe sentirse parte importante de la comunidad, un miembro único, útil e
irremplazable, como en su familia. En la familia, primera comunidad a la que pertenece­
mos, todos somos importantes, tenemos un rol y una misión que cumplir. Si un miembro
de la familia no se siente aceptado o amado por los demás, si no realiza su misión, las
consecuencias son fatales.
Lo mismo pasa en la comunidad: si una persona se siente ajena a ella, si no se considera
parte del Cuerpo y nadie la conoce más allá de la vista o el nombre, esa comunidad no
tiene razón de ser. Si algún miembro falta, la comunidad extrañará sus capacidades, dones
y carismas.

4- La comunidad: lugar de acogida de las personas


La comunidad no es una agrupación de gente perfecta. Está formada por personas reales,
con una mezcla de bien y mal, de virtudes y defectos, que se aceptan tal como son.
La aceptación es necesaria para lograr que cada persona se sienta parte de la comunidad.
Pide:
• Alejar las críticas destructivas: «No hablen mal unos de otros, hermanos. El que
habla mal de un hermano o lo juzga, está criticando y juzgando la ley» (Sant 4,11).
• Erradicar las luchas de poder. Cuando los discípulos discuten quién es el más im­
portante, Jesús señala que el último de todos y el servidor de todos será el primero
(cf. Me 9,33-35).
Los miembros de la comunidad hemos de aceptarnos con alegría, ayudarnos, perdonar­
nos y amarnos (cf. Gal 6,2.4-5). No obstante, cuando vemos que alguien falla, debemos
corregirlo con humildad, buscando su bien y el de la comunidad (cf. Gal 6,1), sin descuidar
el propio comportamiento.
En la comunidad es necesario dejar de juzgar, manipular, forzar o dominar a los hermanos.
La espiritualidad cristiana pide amar a las personas tal como son, porque así nos ama
Cristo. Él se encarnó, murió y resucitó por cada uno, independientemente de mí y de lo
que yo piense de ellos.

5. La comunidad: centrada en las personas


La comunidad que se preocupa solo por ella misma, por su perfección, estabilidad y segu­
ridad y olvida a las personas, pierde su esencia. Debe orientarse al crecimiento de cada
persona. Su belleza y unidad provienen de la luz y amor que hay en cada persona y de su
amor mutuo.
Algunas comunidades (que no son verdaderas comunidades, sino grupos o sectas) tien­
den a suprimir la conciencia personal en pro de una “mayor unidad”. Impiden que la gen­
te piense por sí misma; todos deben pensar lo mismo y se manipulan las inteligencias.
Esta unidad se funda en el temor a ser uno mismo, a encontrarse solo, a la autoridad, a las
represalias.
Si una comunidad es asfixiante, la persona tendrá que asumir el riesgo de dejarla, aunque
sea doloroso. La comunidad nunca es un fin en sí misma. Su finalidad son las personas,
el amor y la comunión con Dios. La separación de una comunidad no debe darse porque
hacer comunidad sea difícil o porque el responsable no guste; debe ser el resultado de la
maduración y el discernimiento.

La comunidad es siempre una llamada a superarse. Si nos esforzamos siempre por agra­
dar a Jesús y no solamente al grupo, entonces creceremos y la comunidad será para las
personas. Jesús quiere que también seamos sumisos al grupo. Ahí radica la necesidad del
discernimiento y de la sabiduría.

6. La comunidad: ámbito de comunión y colaboración

Las personas hacen comunidad porque quieren dar y recibir amor. La comunidad no está
para producir algo ajeno a ella; no es una asociación que lucha por una causa, es un lugar
de comunión.

En la comunidad, los miembros están llamados a colaborar. Cada uno debe tener su rol y
dar cuentas a alguien o a la asamblea. Requiere de organización y disciplina, de lo contra­
rio será ineficaz.

La colaboración tiene su fuente de comunión. Los miembros caminan hacia los mismos
fines. La colaboración sin la comunión se convierte rápidamente en trabajo; la unidad pro­
viene de algo exterior; se dan tensiones y conflictos. Si la comunidad no es más que un
grupo de trabajo, peligra.

La comunión se consigue más con silencio que con palabras, más con la celebración que
con el trabajo. Es experiencia de apertura y confianza; don del Espíritu Santo.
La comunidad es ante todo un ambiente de comunión. Hay que dar prioridad, en la vida
cotidiana, a los símbolos, encuentros y celebraciones que despiertan la conciencia de co­
munión.

El sello distintivo de los miembros de la comunidad es el amor y el servicio, hacia dentro


y fuera. Los órganos de un cuerpo están colocados de manera óptima; cada miembro ha
de elegir, según sus dones, el servicio donde se desempeña mejor y aporta más.

7. La comunidad: ambiente de curación


En la comunidad, las personas que padecen soledad encuentran calor y amor que las vivi­
fica; experimentan un ambiente de comunión y alegría profunda. Comienzan a quitarse las
máscaras, ya no se ocultan unos a otros, ni buscan validación.

Cuando las barreras caen, el corazón se revela en toda su belleza. Vivir de verdad según
nuestro corazón, es vivir según el Espíritu que habita en nosotros. Es ver a los otros como
Dios nos ve. Constatamos sus heridas y sufrimientos; pero no los consideramos un pro­
blema. Cuando vivimos sin barreras, nos volvemos sensibles y pobres (cf. Mt 5,3). La po­
breza de espíritu es nuestra riqueza; nos hace vivir por el amor y poder de Dios que se
manifiesta en la debilidad.
La comunidad es también el espacio donde se manifiestan los límites, temores, bloqueos
y frustraciones. Pero una auténtica comunidad es un ambiente de seguridad y afecto. En
ella encontramos personas que nos escuchan, y a quienes podemos confiar nuestra inte­
rioridad. Las experiencias de oración y de sentirnos amados y acogidos nos ayudan a
aceptarnos tal como somos. Estamos heridos pero somos amados; podemos crecer, ser
más abiertos y compasivos; tenemos una misión. La comunidad se convierte en lugar de
liberación y crecimiento.

8. La comunidad: espacio para crecer

La vida en comunidad es un lugar excepcional de crecimiento. La comunión implica exigen­


cias, hay que ser sensibles para amar y comprender a los demás, reconocer a cada uno como
algo único e irrepetible, compartir, dar espacio y alimento; amar y ser artífices de la paz.
No se trata de una aceptación fatalista sin esperanza de cambio o crecimiento personal.
Pertenecer a una comunidad y relacionarnos con los demás favorece el crecimiento mu­
tuo. Las relaciones interpersonales son el lugar más acertado para el crecimiento y la
transformación de la persona.
El crecimiento pide una buena comunicación que integre la confianza, la escucha activa y
la aceptación incondicional del otro. La comunicación auténtica (de comunión) se basa en
la verdad. Acepta la verdad de uno mismo y del otro; requiere del amor incondicional a sí
mismo para amar a los demás; necesita de la capacidad de perdonar, de aprender del fra­
caso y del error (individual y comunitario) y buscar alternativas para crecer. El crecimiento
de cada miembro produce el crecimiento de la comunidad.

9. La comunidad: abierta a otras comunidades


Cuando los grupos se encierran en sí mismos, creen ser los preferidos de Dios, la comunidad
elegida, la que ostenta la verdad. No comprenden que cada comunidad es escogida y llamada
a manifestar una parcela de la gloria de Dios, pero siempre en comunión con las otras.
Algunos grupos religiosos se dejan llevar por el deseo de ganar, demostrar que tienen la
razón. Los ciegan sus intereses y el deseo de poder (o miedo), son incapaces de apreciar
la belleza de los demás.
Las comunidades auténticas están abiertas a las otras; son vulnerables y sencillas y sus
miembros crecen en el amor, la compasión y la humildad. Dejan de serlo cuando se encie­
rran en ellas mismas. Las actitudes fundamentales de la comunidad son la apertura, la
acogida, la escucha de Dios, del universo, de otras personas y comunidades.
ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

ffl Leo

► Realizo una lectura activa del tema. Subrayo lo más importante.

© Reflexiono

-¿Mi grupo de formación es grupo de estudio o comunidad? ¿En qué lo noto?


-¿Mis interlocutores se sienten parte de la comunidad? ¿Cómo lo manifiestan?
-¿Cómo fomento el conocimiento mutuo, el amor, perdón y la comprensión entre los
interlocutores?
-¿Las personas han derribado sus máscaras? ¿En qué lo noto?
-¿Qué hago para que todos se sientan parte importante de la comunidad?
-¿Qué acciones concretas puedo hacer para que mi grupo o centro de formación se
convierta en auténtica comunidad?

■ Contemplo (meditación cristiana-/ect/o divina)


► Realizo la meditación cristiana.
► Hago una tedio divina con la cita de 1 Tes 4,9-11.

O Recapitulo

► Escribo lo más importante de este tema.

NOTAS

REFERENCIAS PARA SER MÁS

■ Vanier, ]., La comunidad, lugar del perdón y de la fiesta, PPC, Madrid 2000, 23-42.
TEMA 5

La Iglesia: Pueblo de Dios


y Cuerpo de Cristo
Nos proponemos
Analizar las implicaciones de una Iglesia concebida como Pueblo de Dios y Cuerpo
de Cristo, llamada a la unidad y corresponsabilidad pastoral.

■ Introducción
En el tema anterior reflexionamos sobre el ser de la comunidad como ambiente de perte­
nencia y acogida, reto que nos motiva a configurar nuestro grupo como una auténtica
comunidad. El ser de la Iglesia, además de ser misterio de comunión, se expresa también
mediante otras figuras como las de Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo. Cada una de ellas
tiene implicaciones en la vida pastoral y misionera de las comunidades, movimientos y
parroquias. Si asumimos este ser de la Iglesia llegaremos a ser miembros corresponsables
de su marcha, capaces de acompañar a otros bautizados para sentirse plenamente parte
de ella.
Para este tema nos dejamos guiar por las reflexiones del papa Benedicto XVI, quien a pro­
pósito de una asamblea en la diócesis de Roma, nos explica las implicaciones de estas fi­
guras eclesiales.

El Magisterio enseña
En todo tiempo y en todo pueblo son adeptos a Dios los que le temen y practican la
justicia (cf. Hch 10,35). Quiso, sin embargo, Dios santificar y salvar a los hombres
no individualmente y aislados entre sí, sino constituirlos en un pueblo que le cono­
ciera en la verdad y le sirviera santamente.
LG 9

Otros textos: 1 Cor 10,17; 12,1-11.27; LC 7-8.


1. La Iglesia: misterio de comunión
El Concilio Vaticano II ilustró la naturaleza mistérica de la Iglesia, es decir, su «realidad
penetrada por la presencia divina y, por esto, siempre capaz de nuevas y más profundas
investigaciones» (Pablo VI, Discurso de inauguración de la segunda sesión, 29.09.1963, n.
18). La Iglesia, que tiene su origen en el Dios trinitario, es un misterio de comunión. En
cuanto comunión, la Iglesia no es una realidad solamente espiritual, sino que vive en la
historia, en carne y hueso. El Concilio Vaticano II la describe «como un sacramento o signo
e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG
1). Y la esencia del sacramento es precisamente que en lo visible se palpa lo invisible, que
lo visible y palpable abre la puerta a Dios mismo.
La Iglesia es la comunión de personas que, por la acción del Espíritu Santo, forman el
pueblo de Dios, que es al mismo tiempo el Cuerpo de Cristo.

2. La Iglesia: Pueblo de Dios que camina en la historia


El concepto de «Pueblo de Dios» nació y se desarrolló en el Antiguo Testamento. Para
entrar en la realidad de la historia humana, Dios eligió a un pueblo determinado, el pueblo
de Israel, para que fuera suyo. La intención de esta elección particular es llegar a muchos
a través de pocos, y desde muchos a todos; tiene que ver con la universalidad. A través de
este pueblo Dios entra realmente, de modo concreto, en la historia.

3. La Iglesia: Cuerpo de Cristo donde todos somos uno


Cristo, al darnos su Cuerpo, nos reúne en su Cuerpo para hacer de nosotros uno. En la
comunión del Cuerpo de Cristo todos llegamos a ser un solo pueblo, el pueblo de Dios,
donde todos somos uno y ya no hay distinción, entre judío o no judío, entre esclavo o libre,
entre varón o mujer, sino que Cristo es todo en todos (cf. Gal 3,28). Él derribó el muro de
separación entre los pueblos, las razas y las culturas: todos estamos unidos en Cristo.
Los dos conceptos, «Pueblo de Dios» y «Cuerpo de Cristo», se completan y juntos forman
la noción de Iglesia del Nuevo Testamento. «Pueblo de Dios» expresa la continuidad de la
historia de la Iglesia. «Cuerpo de Cristo» manifiesta la universalidad inaugurada en la cruz
y en la resurrección del Señor. Para los cristianos, «Cuerpo de Cristo» no solo es una ima­
gen, sino un verdadero concepto, porque Cristo nos entrega su Cuerpo real, no solo una
imagen. Al resucitar, Cristo nos une a todos en el Sacramento para convertirnos en un
único cuerpo. Por eso las figuras de «pueblo de Dios» y «Cuerpo de Cristo» se comple­
mentan: en Cristo llegamos a ser realmente el pueblo de Dios. En consecuencia «pueblo
de Dios» significa «todos»: desde el papa hasta el último niño bautizado.
4-Algunas nociones incompletas de la Iglesia
La tendencia a identificar unilateralmente la Iglesia con la jerarquía existe todavía, olvidan­
do la responsabilidad común, la misión común del pueblo de Dios, que somos todos no­
sotros en Cristo. Por otra, persiste también la tendencia a concebir el pueblo de Dios se­
gún una ¡dea puramente sociológica o política, olvidando la novedad y la especificidad de
ese pueblo, que solo se convierte en pueblo en la comunión con Cristo.

5. Hacia la corresponsabilidad del pueblo de Dios


Los retos de la evangelización piden comprender cada vez mejor qué es la Iglesia, este
pueblo de Dios en el Cuerpo de Cristo. Es necesario mejorar los planes pastorales para
que, respetando las vocaciones y las funciones de los consagrados y de los laicos, se pro­
mueva gradualmente la corresponsabilidad de todos los miembros del pueblo de Dios.
Esto exige un cambio de mentalidad, en particular por lo que respecta a los laicos, pasan­
do de considerarlos «colaboradores» del clero a reconocerlos realmente como «corres­
ponsables» del ser y actuar de la Iglesia. Por ello hay que favorecer la consolidación de un
laicado maduro y comprometido.
La conciencia de ser Iglesia, común entre los bautizados, no disminuye la responsabilidad
de los párrocos. A ellos les corresponde promover el crecimiento espiritual y apostólico de
quienes ya son asiduos y están comprometidos en las parroquias: son el núcleo de la co­
munidad que se convertirá en fermento para los demás.

6.Sentirse Iglesia por la fe y escucha de la Palabra

Para que las comunidades no pierdan su identidad y vigor es necesario educarnos y ali­
mentarnos de la escucha y meditación de la Palabra de Dios, de la práctica de la lectio di­
vina. Nuestras comunidades deben tener clara conciencia de que son Iglesia porque Cris­
to, Palabra eterna del Padre, las convoca y las convierte en su pueblo.
La fe es una relación profundamente personal con Dios y posee un componente comunitario
esencial; ambas dimensiones son inseparables. Por la fe en Dios estamos unidos en el Cuer­
po de Cristo; todos somos uno en el mismo Cuerpo. Así, creyendo de modo profundo, po­
demos vivir también la comunión entre nosotros y superar la soledad del individualismo.

7. Ser cuerpo de Cristo por la Eucaristía


Si la Palabra convoca a la comunidad, la Eucaristía la transforma en un cuerpo: «Pues si el
pan es uno solo y todos compartimos este único pan, todos formamos un solo cuerpo»
(1 Cor 10,17). La Iglesia no es el resultado de la suma de individuos, sino la unidad de
quienes se alimentan de la única Palabra de Dios y del único Pan de vida. La comunión y
la unidad de la Iglesia, que nacen de la Eucaristía, son una realidad de la que hemos de
tener cada vez mayor conciencia, también al recibir la sagrada Comunión, en la que entra­
mos en unidad con Cristo y llegamos a ser uno entre nosotros. Debemos aprender siem­
pre de nuevo a conservar esta unidad y defenderla de rivalidades, controversias y celos,
que pudieran darse dentro de las comunidades eclesiales y entre ellas.
Si la unidad de la Iglesia nace del encuentro con el Señor, no es secundario que se cuide la
adoración y la celebración de la Eucaristía, para que quienes participan en ellas experimen­
ten la belleza del misterio de Cristo. Dado que la belleza de la liturgia «no es mero esteti­
cismo sino el modo en que nos llega, nos fascina y nos cautiva la verdad del amor de Dios
en Cristo» (SCa 35). Es importante que la celebración eucarística manifieste, comunique,
a través de los signos sacramentales, la vida divina y revele a los hombres y a las mujeres
de esta ciudad el verdadero rostro de la Iglesia.

8. De la comunión a la misión en comunidades menores

El crecimiento espiritual y apostólico de la comunidad se amplía mediante una convencida


acción misionera. De ahí la necesidad de revitalizar en todas las parroquias los pequeños
grupos o centros de escucha de fieles que anuncian a Cristo y su Palabra, lugares donde
sea posible experimentar la fe, practicar la caridad y organizar la esperanza.
La articulación de las grandes parroquias urbanas a través de la multiplicación de peque­
ñas comunidades permite una actividad misionera más vasta, que considera la densidad
de la población, su fisonomía social y cultural, a menudo notablemente diversa. Es impor­
tante que este método pastoral tenga una aplicación eficaz también en los lugares de tra­
bajo, que hoy deben evangelizarse con una pastoral de ambientes bien pensada, pues por
la notable movilidad social la población pasa en ellos gran parte de su jornada.

9-Lanzados a la práctica de la caridad


No hay que olvidar el testimonio de la caridad, que une los corazones y abre a la pertenen­
cia eclesial. A la pregunta de cómo se explica el éxito del cristianismo de los primeros si­
glos -la elevación de una presunta secta judía al rango de religión del Imperio-, los histo­
riadores responden que fue sobre todo la experiencia de la caridad de los cristianos lo que
convenció al mundo. Vivir la caridad es la forma primaria de la actividad misionera. La
Palabra anunciada y vivida resulta creíble si se encarna en comportamientos de solidari­
dad, de compartir, en gestos que muestran a Cristo como verdadero Amigo del hombre.
Es necesario que el testimonio silencioso y diario de caridad siga extendiéndose cada vez
más, para que quienes viven en el sufrimiento sientan cercana a la Iglesia y experimenten
el amor del Padre, rico en misericordia. Hay que ser «buenos samaritanos», dispuestos a
curar las heridas materiales y espirituales de los hermanos.
El futuro del cristianismo depende del compromiso y del testimonio de cada uno de nosotros.
ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

EDI Leo

► Subrayo las ideas principales del texto.


*- Elaboro un esquema con los elementos más importantes del contenido del tema.

© Reflexiono

-¿Cómo reflejo en mi servicio de facilitador que la Iglesia es pueblo de Dios y Cuerpo


de Cristo?

Investigo
► Reviso los siguientes contenidos en el Manual 9 (temas 14-20):
-¿En qué sentido la Iglesia es Cuerpo Místico de Cristo?
-¿Qué importancia tiene para la vida eclesial que la Iglesia sea el Pueblo de Dios?
-Explica esta frase del Credo: «Creo en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica».

O Recapitulo

-¿Qué es lo que me interesó más de todo el contenido? ¿Por qué?

: NOTAS

REFERENCIAS PARA SABER MÁS

■ Benedicto XVI. Discurso durante la inauguración de la Asamblea eclesial de la Diócesis de Roma


(26.05.2009).
SABER HACER

TEMA 6

Partir del esquema (estilo 2)

Nos proponemos
• Identificar las características esenciales del estilo 2, partir del esquema, para desarro­
llar los contenidos de una sesión de forma partidpativa y eficaz.
• Descubrir los pasos del estilo 2, con el fin de realizarlos acertadamente.
• Reconocer los límites y posibilidades del estilo 2 para saber cuándo emplearlo.

■ Introducción
Ser una Iglesia que se concibe como Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo nos hace ser cons­
cientes de nuestro ser histórico, de estar llamados a la unidad y corresponsabilidad. La
pertenencia a esta Iglesia y el sentirnos miembros plenos se alimenta a través de la fe, la
escucha de la Palabra y la Eucaristía.
Siguiendo la línea de ser Iglesia y construir comunidad, el presente tema del saber hacer
nos propone aprender otro estilo didáctico y participativo.
El Manual del facilitador (cf. tema 13) ya nos había familiarizado con algunos tipos de es­
quemas: cuadros sinópticos, diagramas de sol, de bloques, mapas conceptuales y menta­
les. Ahora los practicaremos nuevamente, con miras a utilizarlos en un estilo colaborativo.
Partir de un esquema no es solo aprender a elaborar esquemas, sino contar con un recur­
so que permita aprovechar al máximo los contenidos durante el desarrollo de la sesión. Se
sugiere para temas con gran cantidad de datos y conceptos, generalmente de carácter
doctrinal o histórico.

El Magisterio enseña

El mensaje que transmite la catcquesis tiene «un carácter orgánico y jerarquizado»,


constituyendo una síntesis coherente y vital de la fe.
DGC 114

Otros textos: DGC 115, EG 36-37.


1. ¿Qué es y para qué sirve un esquema?
El esquema es un recurso didáctico que facilita el aprendizaje, da claridad y precisión;
apoya el trabajo del facilitador y la asimilación del interlocutor. Representa de forma gráfi­
ca, sintética y jerarquizada las ideas fundamentales de un texto. Puede apoyarse de símbo­
los e imágenes. Por su naturaleza, deja fuera otros elementos presentes en un texto: mati­
ces, casos, ejemplos...
El motivo fundamental que lleva al diseño de un esquema, radica en la necesidad humana
de comprobar la comprensión lectora en primer lugar; pero también, precisar lo esencial
del tema, para asimilarlo, trabajarlo en la sesión y después aplicar lo aprendido.
El facilitador, además de los motivos descritos, tiene otros intereses: acercar lo esencial a
los interlocutores, facilitar la lectura activa y el aprendizaje del tema.

2. Tipos de esquemas
Existe gran diversidad de esquemas, también llamados ordenadores de la información,
entre ellos:
• Mapa mental. Representación gráfica y simbólica. Combina imaginación y creati­
vidad, organiza la información, la registra, asocia y expresa de manera ordenada
y sintetizada; facilita los procesos de entender, comprender, memorizar y analizar.
Imita de modo natural el proceso cerebral de conexión de las neuronas.
• Mapa semántico o conceptual. Parte de una idea central a la que se asocian con­
ceptos.
• Diagrama de flujo. Esquematiza procedimientos para realizar tareas, resolver
problemas. Se emplea para organizar y seguir una secuencia lógica de acciones o
para realizar un programa.
• Organigrama. Representa la estructura de una institución, con sus funciones y
relaciones.
• Cuadro sinóptico. Desglosa temas complejos hasta en cinco planos; permite re­
cordar partes, elementos, ejemplos...
• Árbol. Desglosa lo esencial del tema en forma ramificada.
• Ruta crítica y cronogramas. Señalan la secuencia de actividades a seguir en un
tiempo determinado.
• Línea de tiempo. Ubica en el tiempo (en forma de línea) periodos históricos o
acontecimientos importantes. Se puede elaborar desde lo más antiguo a lo más
reciente, o a la inversa.
• Cuadro de doble entrada. Es un cuadro que muestra la información esencial rela­
cionando los elementos de manera horizontal y vertical.
3. Utilidad de los esquerras
Los esquemas, como recursos didácticos, presentan los siguientes beneficios:
• Ayudan al estudio de conceptos, proposiciones teóricas y hechos prácticos.
• Facilitan el análisis de las ideas y la resolución de problemas.
• Contribuyen al fortalecimiento de la creatividad y el proceso de memoria a largo
plazo.
• Desarrollan habilidades de análisis, síntesis, visualización global de un tema, pro­
blema o fenómeno.
• Apoyan y permiten dar seguimiento al proceso de aprendizaje.

4- Partir del esquema


El Manual del facilitador (p. 94) sugiere construir o comentar el esquema con el apoyo de
todos los participantes. Esta metodología requiere que los interlocutores tengan conoci­
mientos previos sobre el tema o que hayan leído el texto con anterioridad.
El estilo 2 trabaja con una metodología activa, que aprovecha las capacidades cognosciti­
vas, habilidades, actitudes y experiencia de fe de los interlocutores.
El desarrollo del estilo pide tomar en cuenta dos momentos importantes:

1. El diseño previo del esquema


2. La sesión de trabajo.
Veamos cada una de estas partes.

a) El diseño del esquema


La elaboración del esquema supone una lectura reflexiva que identifique conceptos y par­
tes fundamentales del tema. El esquema propuesto en el manual sirve de guía, pero re­
quiere del facilitador un esfuerzo para elaborar su propio esquema, fruto del estudio y
comprensión del tema.
La lectura previa pide reflexionar, identificar conceptos, subrayar ¡deas importantes. Suge­
rimos aplicar la técnica PQRST.
Si en el tema hubiera términos técnicos o poco usuales, es importante buscar el significa­
do en algún diccionario y preparar un glosario.
¿Cómo elaborar el esquema? He aquí algunas pistas:
• Elegir el tipo de esquema que más conviene al tema (mapa, diagrama, cuadro
sinóptico, línea de tiempo...).
• Identificar las ¡deas principales.
• Ubicar las partes, etapas, contenidos básicos y secundarios y plasmarlos en el
esquema.
• Elaborar el esquema en una hoja como primer borrador, revisarlo, añadirle lo que
le haga falta.
• Elaborar el esquema definitivo en un papelógrafo o diapositiva:
-En el papelógrafo: escribir empleando mayúsculas y minúsculas, de tres a cinco
centímetros, con colores que faciliten la lectura.
-En diapositiva: hacer uso de las herramientas que brinda el programa: colores,
tamaño y tipo de letra, formas, flechas.

b) La sesión de trabajo
Es útil elaborar la planeación y ubicar los momentos de apertura, desarrollo y cierre de la
sesión.

■ Apertura
Aprovecha los primeros elementos que ofrece el Manual (nombre del tema, ilustración,
enunciado, enlace, objetivo) para sondear los conocimientos previos. Recuerda que este
momento es breve.

■ Desarrollo
• Comienza tendiendo puentes. Los interlocutores, requieren de «puentes» o moti­
vación inicial. Todas las personas, de cualquier edad, atienden y entienden cuando
la propuesta toca sus intereses.
• Centra el interés del grupo mediante preguntas relacionadas con el tema, noticias,
incidentes...
• Una vez que hayas tendido el «puente» motivador, ahora coloca el papelógrafo
con el esquema o la diapositiva en un lugar visible. No lo coloques antes, para que
la motivación inicial tenga un mayor efecto.
• El recurso de tender puentes es aplicable a cualquier estilo y tiene que ver con
lo que en la pastoral conocemos como método inductivo, en la catcquesis como
recurso a la experiencia, a la vida, a la realidad. En la didáctica se conoce como
«situación didáctica».
• Reconstruye o comenta el esquema con ayuda de todos. Recuerda que el método
no es la exposición, sino el intercambio de experiencias y nociones de fe.
• Elabora preguntas que tengan que ver con los elementos del esquema para explo­
rar los contenidos.
• Destaca las actitudes y valores presentes en el texto.
• Terminada la explicación abre un espacio breve para preguntas, inquietudes y
aportaciones que complementen el tema.
Considera en tu planeación tiempo suficiente para realizar las actividades propuestas en el
manual y la evaluación.

■ Cierre
• Establece compromisos con la ayuda de todos los participantes.

• Concluye.

5. Ventajas y limitantes del estilo 2

■ Ventajas
Los esquemas en la formación básica ofrecen a los interlocutores una visión panorámica
del contenido del tema, el cual se presenta sintetizado, organizado y relacionado con los
subtemas; también permiten asociar el conocimiento y las actitudes nuevas con la expe­
riencia previa de fe.
Emplear un esquema para abordar un tema amplio, con muchos conceptos o poco cono­
cido para los interlocutores, ayuda a construir un panorama del tema que se reflexiona.
El esquema, por ser punto de partida de la reflexión, se puede ir enriqueciendo con las
aportaciones de los interlocutores; así, ellos profundizan el tema y lo enriquecen con su
experiencia de fe.
Además, el esquema favorece la exposición precisa y ordenada del tema y facilita su estudio.

■ Limitaciones
Una lectura superficial o incompleta del tema podría llevar a suprimir elementos funda­
mentales.
El esquema podría ser utilizado para dar una exposición larga y tediosa, lo cual es contra­
rio a lo que se busca.
El esquema podría emplearse desde una visión meramente intelectual, que no conecte
con la vida, acerque a la realidad, o propicie el comentario de experiencias.
Si el lugar no es adecuado (falta de paredes o lugares para colocar el esquema), el recurso
se desaprovecha.
ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

M Leo

► Realizo una lectura de este tema.

© Reflexiono

-¿Cuál es mi experiencia con la aplicación de esquemas?


-¿Qué puedo mejorar o incorporar?

¿X* Ejercito

► Elijo un tema del Manual 9 y preparo una sesión con el estilo 2.


► Elaboro mi planeación inmediata a través de una carta descriptiva (ver modelo anexo).
► En la sesión de asesoría presento a mis compañeros qué actividades realicé para pre­
parar el esquema, qué recursos apliqué (PQRST, mapa conceptual o mental, subraya­
do, resumen...).
► Elaboro el esquema y lo comparo con el que sugiere el manual.
► En la sesión de asesoría coordino una sesión de 10 minutos con el tema que preparé,
usando el esquema. Después permito que mis compañeros y asesores me den sus
aportes.
► Completo mi carta descriptiva y la corrijo con las ¡deas recibidas.

kz Recapitulo
► ¿Cuál fue mi aprendizaje más importante del tema?

NOTAS

REFERENCIAS PARA SABER HACER MÁS

■ Arquidiócesis Primada de México, Manual del facilitador, PPC, México 2012, 79-84, 91-96.
Nombre del manual: Fecha:

Nombre y número de tema: Estilo 2: Partir del esquema

Objetivo de la sesión:

Recursos didácticos:

ACTIVIDAD FACILITADOR INTERLOCUTORES TIEMPO

Escribo qué haré yo en Escribo, para cada Asigno tiempos.


Apertura:
cada actividad. actividad, qué harán
Oración inicial mis interlocutores.
Primeros elementos:
• Título y nombre
del tema
• Ilustración
• Enunciado
• Enlace
• Objetivo

La Palabra o el
Magisterio

Desarrollo del tema

Actividades individua­
les o grupales

Evaluación

Cierre: conclusión,
oración final
SER

TEMA 7

El crecimiento de la comunidad
Nos proponemos
Asumir que, para crecer, la comunidad necesita vivir una relación de comunión e inter­
dependencia, superar las barreras entre sus miembros y vivir del perdón cotidiano, la
paciencia y la confianza.

■ Introducción
La reflexión del ser de la comunidad nos llevó a considerarla como ambiente de pertenen­
cia y acogida, donde todos se sienten en casa. Esta es la experiencia que hemos de vivir
como miembros del Pueblo de Dios que caminan en la historia, unidos en el Cuerpo de
Cristo.
Todo ministerio pastoral, incluido el del facilitador, constituye una auténtica experiencia de
comunión: brota de ella y a ella conduce. Más aún, la base de la misión es hacer comu­
nión. Por eso el estilo comunitario se refleja en la manera de acompañar. Un ejemplo es la
aplicación del esquema (estilo 2), el cual es más que un simple recurso didáctico, porque
hace posible un ambiente donde los contenidos de la formación básica se construyen y
profundizan con la participación de todos.
En esta línea de reflexión, asumiremos que una vez configurada la comunidad, crecer es
una necesidad y se logra mediante un esfuerzo permanente.

La palabra nos ilumina

: Por el amor que se tengan los unos a los otros reconocerán todos que son discípulos :
: ^;os. :
i Jn 13,35 |

i Otros textos: 13,34-35; Hch 4,32; Rom 12,4-5; 1 Cor 12,22-26; 1 Tes 4,9-12; 1 Pe 3,8-9; í
1. De la «comunidad para mí» a «yo para la comunidad»
Para construir una comunidad, cada persona debe dar un paso decisivo y abrirse a los de­
más sin excluir a nadie; es el paso del egoísmo («la comunidad para mí»), al amor («yo
para la comunidad»), de la muerte a la resurrección.
La comunidad es un espacio donde las personas se entregan para ganarse; tiende a desa­
parecer el «yo» y el «tú» para convertirse en un «nosotros», basado en el respeto de la
autonomía e interdependencia.
Cada persona ha de crecer consciente de su incorporación a la comunidad y de sentirse
protagonista de su misión. La comunidad es un nuevo modelo de la unidad de los seres
humanos, reflejo de la unidad de las Personas Divinas, unidad de amor, interdependencia,
encuentro, comunión.

2. La común-unión como forma de vida de la comunidad


Los miembros de la comunidad están llamados a aprender una forma de vida de la común-
unión. Cada persona:
• Es responsable de su crecimiento personal y de apoyar el de sus hermanos.
• Percibe el mismo mundo, aunque de forma diferente, lo cual propicia la empatia.
• Se identifica con un proyecto común.
• Comparte tiempos, vivencias y pertenencias.
• Reconoce y es reconocido.
• Resuelve las diferencias para que todos ganen.
• Ora individual y comunitariamente.
La calidad de la comunidad nace de la calidad de sus miembros. Cada uno se esfuerza por
ser mejor cristiano, que se refleja en la comunidad. En ella, cada uno se forja y construye; a
su vez se deja forjar y construir por los demás, sin perder su autonomía.

3. En la comunidad puedo ser «yo»


La comunidad favorece el desarrollo del «yo auténtico»: las personas pueden quitarse las
máscaras que ocultan su rostro. Ante la comunidad, o mejor dicho, ante «mis hermanos»,
no hay necesidad de fingir ni temer que «mi otra vida», «mi verdadero yo», el que se enoja,
grita, miente... sea descubierto. Por el contrario, es espacio donde vivo tranquilo porque soy
aceptado por lo que soy y no por el personaje que he inventado. La comunidad ayuda a ser
mejores personas, nos enseña cómo ser auténticos al estilo de Cristo.
Cuando engañamos y fingimos ser otra persona, debilitamos los lazos de comunión y, por
tanto, no existe comunidad.
4« Hacia la interdependencia
Existen cuatro tipos de relaciones dentro de una comunidad:
• Dependencia: todos pasamos por una etapa de dependencia en los primeros años
de vida; sin embargo, al llegar a la edad adulta este tipo de relación se convierte en
un obstáculo para la madurez y el crecimiento personal. La dependencia significa
renuncia a los propios pensamientos, sentimientos y voluntad.
• Rebeldía: es el rechazo ante los planes, ¡deas, criterios y normas que otros propo­
nen, no por sí mismas, sino por el hecho de rebelarse en su contra.
• Independencia: significa el trabajo individual de las personas. En esta relación tam­
poco hay comunión, porque prevalece un «yo» no comprometido con el «nosotros».
• Interdependencia: es la relación que permite el fortalecimiento de la comunión.
Va más allá de la suma de las personas, integra la participación activa de todos y
la riqueza de cada uno, que enriquece a la comunidad.
La interdependencia avanza del «estar con» al «ser con»; somos protagonistas de la mi­
sión y no solo espectadores. Nos involucramos por voluntad y no porque “tengamos” que
hacerlo. Lo realizamos por amor a Dios y damos lo mejor de nosotros. En las relaciones de
interdependencia, «lo mío» y «lo tuyo» se complementan en «lo nuestro».
La interdependencia en la comunidad es la relación en la cual todos los miembros son co­
rresponsables con la misión entregada por el Señor; respeta la originalidad de cada perso­
na; reconoce que en cada uno habita el Espíritu Santo, quien ilumina y enriquece su existen­
cia y, a su vez, la de la comunidad, llevando adelante su proyecto. «En el grupo de los
creyentes todos pensaban y sentían lo mismo, y nadie consideraba como propio nada de lo
que poseía, sino que tenían en común todas las cosas» (Hch 4,32).

5. Romper barreras
Es probable que las personas que forman una comunidad nunca hubieran escogido estar
unas con otras, porque parece un desafío humanamente imposible, lo cual da la certeza de
que ha sido Dios quien las ha escogido y llamado a formar comunidad. «Por el amor que
se tengan los unos a los otros reconocerán todos que son discípulos míos» (Jn 13,35).
En la comunidad están presentes los amigos y los enemigos. Una amistad puede resultar un
peligro cuando no es constructiva, ni para la persona ni para la comunidad. Cuando las
personas desean estar juntas solo para vanagloriarse y halagarse, no pueden ver su pobreza
interior, crecer y servir mejor.

Los enemigos son las personas que nos “agreden”, que impiden la realización del trabajo, el
crecimiento personal, la libre expresión, o bien, despiertan sentimientos de envidia, celos,
resentimientos.
Estas reacciones de aproximación o rechazo entre los amigos y enemigos son naturales en
el ser humano, producto de sus experiencias de vida. Sin embargo, no debemos dejarnos
guiar por ellas, porque la comunidad dejaría de ser un lugar de comunión.
Construir comunidad supone un proceso largo, que avanza, retrocede o se estanca en vir­
tud de sus miembros, dependiendo que éstos rechacen o acepten renacer en el Espíritu, de
modo que rompan las barreras que los separan de los demás y se dispongan a la escucha
del otro y al diálogo con él (Le 6,27-33).

6. La comunidad: lugar de perdón

Es necesario derribar la barrera que separa a los amigos de los enemigos. Solamente podre­
mos amar a nuestros enemigos, por encima de sus defectos y debilidades, si previamente
aprendemos a amarnos a nosotros mismos siendo conscientes de que no somos perfectos
sino perfectibles. El hijo pródigo, después de haber pecado, se hizo consciente de cuánto lo
amaba su padre y descubrió que no tenía autoridad de juzgar a nadie. ¿Cómo puede recha­
zar un pecador a otro?
La comunidad es lugar del perdón. Superar los malos entendidos, desacuerdos, malos ra­
tos, la impotencia ante los fracasos y la desorganización, implica un esfuerzo constante. La
acogida en la comunidad no es otra cosa que el perdón mutuo de cada día. Si participamos
en una comunidad sin estar dispuestos a perdonar y a ser perdonados setenta veces siete,
enseguida nos desengañaremos.
Perdonar requiere de expresar una actitud profunda, no basta decirlo con palabras, sino
tratar de comprender el origen de las fallas del otro y las propias. Es reconocer de nuevo la
alianza con los que no me relaciono bien, darles un espacio en mi corazón. Nunca es fácil
perdonar; para hacerlo, requerimos de la ayuda del Espíritu Santo.

7. Desarrollar la paciencia y la confianza


Evitar las reacciones emocionales al encontrarnos con el otro y curarnos de ellas, no es fácil;
debemos aprender a ser pacientes y misericordiosos con nosotros mismos, enseñarnos a
perdonar, luego de reconocer nuestras limitaciones, miedos, celos, envidias, odios, prejuicios...
La vida comunitaria ayuda a continuar el esforzado camino de aceptación y perdón con es­
peranza y paciencia. Estas virtudes deben tenerse en igual aprecio cuando se trata del otro.
El Espíritu Santo puede ayudarnos a orar por el enemigo para que también crezca como
Dios quiere, para que un día pueda realizarse el gesto de reconciliación. Debemos pedirle a
Dios crecer en el amor, sobre todo hacia los enemigos, con los pobres, los marginados, con
los que más sufren, para saber acogerlos.
La confianza nace de la aceptación y perdón cotidiano entre los miembros de la comunidad,
pero no es algo que nazca de una vez y para siempre; es necesario que pase por pruebas y
tensiones, solo así crecerá y se fortalecerá hasta que resulte inquebrantable.
La falta de confianza en uno mismo impide el crecimiento de la confianza mutua. El creci­
miento de la comunidad es real cuando se descubre que Dios y los otros tienen confianza
en nosotros; así será más fácil tener confianza en uno mismo y hacer crecer nuestra con­
fianza en los demás.

8. Ejercer el propio don

Cada persona es única e irrepetible y posee dones diversos que Dios le ha dado para poner­
los al servicio de los hermanos y en beneficio propio; esto construye la comunidad. Si al­
guien no pone sus dones a disposición de los otros, daña a la comunidad entera.
Es importante que cada quien conozca sus propios dones y asuma ser responsable de su
crecimiento; los demás deben reconocer dichos dones y pedir cuentas de cómo son ejerci­
dos porque tienen necesidad de ellos. Asimismo, deben animar a desarrollarlos a quienes
los han recibido.

Todo el que ejerza su don encuentra su lugar en la comunidad, pues es útil, único y necesa­
rio para el resto. De esta manera se desvanecen los celos y rivalidades, porque el origen de
estos males es el desconocimiento de los dones propios o que no confían suficientemente
en sí mismos.

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

■ Leo

► Realizo una lectura atenta de los contenidos del tema y subrayo lo más importante.

© Reflexiono

-¿Mi comunidad es solo un equipo de trabajo o es una verdadera comunidad?


-¿En mi comunidad me presento tal como soy, me siento libre de serlo o me pongo
máscaras?
► Escribo cinco características positivas de mi individualidad y respondo:
-¿Qué hago para conservarlas y hacerlas crecer?
-¿Cómo las puedo poner, cada vez más, al servicio de la comunidad?
-¿Cuál es el proyecto de mi comunidad (parroquial, de facilitadores, de formación)?
-¿Le da sentido a mi vida?, ¿por qué?
-¿Me siento parte y protagonista de dicho proyecto?
-¿Cómo son las relaciones en la comunidad? ¿En qué puede mejorar?
-¿Qué hace falta para que mi grupo (o centro) de formación viva plenamente en
comunión?

I Contemplo (meditación cr¡stiana-/ect/o divina)


► Realizo la meditación cristiana.
► Hago una lectio divina con la cita de 1 Cor 12,22-26 o Le 6,31-36.

O Recapitulo

► Escribo lo más significativo del tema.

NOTAS

REFERENCIAS PARA SER MÁS

■ Arango, E„ El camino comunitario. Integración psicológica y vida grupal, Indo-American Press


Service-Editores, Bogotá 1990, 15-117.
■ Barceló, B., Crecer en grupo. Una aproximación desde el enfoque centrado en la persona, Desdée
de Brouwer, Bilbao 2003, 25-28.
■ Valadez Fuentes, S., Espiritualidad Pastoral, Paulinas, Bogotá 2005, 165-198.
■ Vanier, La comunidad, lugar del perdón y de la fiesta, PPC, Madrid 2000, 42-71.
SABER

TEMA 8

El apostolado de los laicos en


la Iglesia comunión
Nos proponemos
Reflexionar sobre la naturaleza, carácter y variedad del apostolado de los laicos, asi
como sus desafíos en el seno de una Iglesia Pueblo de Dios y comunión, a la luz del
decreto Apostolicam Actuositatem.

■ Introducción
Toda comunidad está llamada a crecer y fortalecer su unidad. Para lograrlo, tiene que llegar
a una relación de comunión e interdependencia, vivir del perdón, la paciencia y la confianza.
La Iglesia vive la comunión cuando cada miembro toma su lugar y aporta sus carísimas. Este
es el caso de los laicos, quienes estamos llamados a asumirnos como miembros correspon­
sables de la marcha de la Iglesia. En este tema reflexionaremos sobre la misión de los laicos
en la Iglesia comunión, apoyados en el decreto Apostólicas Actuositates y en algunos apor­
tes del papa Francisco.

El magisterio enseña

Sabemos que el futuro de la Iglesia, en una sociedad que cambia rápidamente, recla­
ma ya desde ahora una participación de los laicos mucho más activa.

Papa Francisco, homilía del 26.09.2015,


Catedral de San Pedro y San Pablo, Filadelfia

Otros textos: Hch 11,19-21; 18,26; Rom 16,1 -16; Fil 4,3.

1. A 50 años del decreto Apostolicam Actuositatem


El Concilio Vaticano II no mira a los laicos como si fueran miembros de «segundo
orden», al servicio de la jerarquía y simples ejecutores de «órdenes de lo alto», sino
como discípulos de Cristo, que en la fuerza de su Bautismo y de su inclusión natural
«en el mundo» están llamados a animar todo ambiente, actividad y relación humana
según el espíritu evangélico, llevando la luz, la esperanza, la caridad recibida por
Cristo en los lugares que, de otra manera, permanecerían ajenos a la acción de Dios
y abandonados a la miseria de la condición humana (Papa Francisco, Mensaje de la
Jornada de Estudio sobre la Vocación y Misión de los Laicos, a 50 años del decreto
Apostolicam Actuositatem).

El Concilio Vaticano II llevó a una nueva forma de mirar la vocación y misión de los laicos
en la Iglesia y en el mundo. Las constituciones Lumen gentium y Gaudium et spes conside­
ran a los fieles laicos dentro de una visión de conjunto del Pueblo de Dios, al que pertene­
cen junto a los miembros del orden sagrado y a los religiosos, y que participan en la forma
que les es propia, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo.

2. La urgencia de la participación de los laicos


La participación de los laicos es propia y enteramente necesaria en la misión de la Iglesia.
Su apostolado nace de la vocación cristiana y nunca puede faltar en la comunidad eclesial.
En los orígenes de la Iglesia esta actividad fue espontánea y fructuosa. Nuestro tiempo no
exige menor celo en los laicos; las circunstancias actuales piden un apostolado intenso y
amplio. El Espíritu Santo impulsa hoy a los laicos a ser más conscientes de su responsa­
bilidad y los inclina al servicio de Cristo y de la Iglesia (cf. AA 1).

3. Participación de los laicos en la misión de la Iglesia


El apostolado es la acción que realiza la Iglesia para propagar el Reino de Cristo en la tierra.
La Iglesia lo ejerce por todos sus miembros y de diversas maneras; porque la vocación
cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado.
En un cuerpo vivo ningún miembro es pasivo, sino que participa en la actividad y vida del
cuerpo; así en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, «todo el cuerpo, bien cohesionado y unido por
medio de todos los ligamentos que lo nutren según la actividad propia de cada miembro,
vaya creciendo y edificándose a sí mismo en el amor» (Ef 4,16). Es tanta la conexión y
trabazón de los miembros en este Cuerpo, que el miembro que no contribuye según su
propia capacidad al aumento del cuerpo debe reputarse como inútil para la Iglesia y para
sí mismo.
En la Iglesia hay variedad de ministerios, pero unidad de misión. A los apóstoles y a sus
sucesores les confirió Cristo el encargo de enseñar, santificar y regir en su nombre; a los
laicos los hizo partícipes del ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo y cumplen su
cometido en la misión de todo el pueblo de Dios en la Iglesia y en el mundo. Los laicos
son llamados por Dios para ejercer su apostolado en el mundo a manera de fermento (cf.
AA 2).
4* Fundamento del apostolado de los laicos
Los laicos tienen el derecho y el deber del apostolado por su unión con Cristo Cabeza.
Están insertos por el Bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo, han sido robustecidos por
la fortaleza del Espíritu Santo en la Confirmación; por ello el Señor los destina al apostola­
do. Son consagrados como sacerdocio real y gente santa (cf. 1 Pe 2,5) para ofrecer hostias
espirituales por medio de todas sus obras, y para dar testimonio de Cristo en todas partes.
Para ejercer este apostolado, el Espíritu Santo concede dones peculiares a los fieles (cf. 1
Cor 12,7) «distribuyéndolos a cada uno según quiere» (1 Cor 12,11), para que «cada uno,
según la gracia recibida, poniéndola al servicio de los otros», sean también ellos «adminis­
tradores de la multiforme gracia de Dios» (1 Pe 4,10), para edificación de todo el cuerpo
en la caridad (cf. Ef 4,16).
De la recepción de estos carísimas, incluso de los más sencillos, procede a cada uno de los
creyentes el derecho y la obligación de ejercitarlos para bien de los seres humanos y la
edificación de la Iglesia y en unión con los hermanos en Cristo, sobre todo con sus pasto­
res. A ellos pertenece el juzgar su genuina naturaleza y aplicación, no para apagar el Espí­
ritu, sino para probar y retener lo bueno (cf. 1 Tes 5,12. 19-21). (cf. AA 3).

5. La acción de los laicos


La misión de la Iglesia consiste en anunciar el mensaje de Cristo y en impregnar y perfec­
cionar el orden temporal con el espíritu evangélico. Los laicos, siguiendo esta misión,
ejercitan su apostolado en el mundo y en la Iglesia, en lo espiritual y temporal, órdenes
que se compenetran (cf. AA 5). El apostolado debe proceder y recibir su fuerza de la cari­
dad (cf. Mt 22,37-40; AA 8), distintivo de todo apostolado cristiano.

Ó.Evangelización y santificación

El apostolado de la Iglesia y de todos sus miembros se ordena, ante todo, al mensaje de


Cristo, que hay que revelar al mundo con palabras y obras.
Los laicos tienen muchas ocasiones para la evangelización y santificación. El testimonio y
las obras buenas, realizadas con espíritu sobrenatural, son eficaces para atraer a las perso­
nas hacia la fe y hacia Dios, pues dice el Señor: «Brille su luz delante de los hombres, de
modo que, al ver sus buenas obras, den gloria a su Padre que está en los cielos» (Mt 5,16).
Además del testimonio, el verdadero apóstol anuncia a Cristo con la palabra: a los no cre­
yentes, para llevarlos a la fe; a los fieles, para instruirlos y estimularlos a una vida más
fervorosa. En el corazón de todos deben resonar las palabras: «¡Pobre de mí si no anun­
ciara el Evangelio!» (1 Cor 9,16) (cf. AA6).
7« Los campos de apostolado (cf. AA 9)
Los laicos ejercen un apostolado múltiple en la Iglesia y en el mundo. Los principales cam­
pos son:
• Las comunidades de la Iglesia (cf. AA 10). Sin la acción de los laicos, el aposto­
lado de los pastores no podría conseguir plenamente su efecto. Es necesario que
trabajen en la parroquia unidos a sus sacerdotes; presenten a la comunidad sus
problemas y los del mundo; colaboren en las acciones apostólicas y hagan labor
misionera. Así mismo, que cultiven la pertenencia a su diócesis y a su parroquia,
como célula, y que apoyen las obras diocesanas. Que su colaboración se extienda
a los campos interparroquiales, interdiocesanos, nacionales o internacionales.
• La familia (cf. AA 11). La sociedad conyugal es principio y fundamento de la so­
ciedad. Dios la convirtió en un sacramento importante, en Cristo y en la Iglesia
(cf. Ef 5,32); por eso, el apostolado de los cónyuges y familias es trascendental.
Los cónyuges cristianos son cooperadores de la gracia y testigos de la fe. Ellos son
los primeros educadores de la fe de sus hijos. Es deber de los cónyuges, y parte
principal de su apostolado, manifestar con su vida la indisolubilidad y la santidad
del vínculo matrimonial; afirmar abiertamente el derecho y la obligación de los
padres y tutores de educar cristianamente la prole; defender la dignidad y legítima
autonomía de la familia, cooperando con las personas de buena voluntad a que
se respeten estos derechos en la legislación civil. La familia cumple su misión
si da testimonio de ser un santuario doméstico de la Iglesia; si la familia entera
participa en la liturgia; practica la hospitalidad, promueve la justicia y ayuda a los
necesitados.
• La juventud (AA 12). Los jóvenes ejercen en la sociedad moderna un influjo de
gran importancia, que exige de ellos la participación en la actividad apostólica. Los
jóvenes deben convertirse en los primeros e inmediatos apóstoles de los jóvenes.
También los niños, según su capacidad, son testigos vivientes de Cristo entre sus
compañeros.
• El ámbito social (AA 13). El apostolado social es el esfuerzo por llenar de espíritu
cristiano el pensamiento, las costumbres, las leyes y estructuras. En este campo,
los laicos tienen oportunidades invaluables para realizar un apostolado de igual a
igual. Esta misión se cumple ante todo, por la coherencia, por su honradez y cari­
dad fraterna. Este apostolado debe considerar a todos los que se encuentran junto
a ellos, porque son muchas las personas que solo pueden escuchar el Evangelio
de boca y testimonio de sus vecinos seglares.
• El orden nacional e internacional (cf. AA 14). Los laicos deben lograr que su opi­
nión sea escuchada por el poder civil para que éste ejerza la justicia y haga que las
leyes respondan a los principios morales y al bien común. Los especialistas han
de aceptar cargos públicos y todos deben cooperar con las personas de buena vo­
luntad para promover cuanto hay de verdadero, justo, santo y amable (cf. Fil 4,8).

8. Las varias formas del apostolado (AA15)

Los laicos pueden ejercer su apostolado individualmente o reunidos en comunidades o


asociaciones.
• El apostolado individual (AA 16,17). Fluye con abundancia de la fuente de la vida
cristiana (cf. jn 4,14). Es el principio y fundamento de todo apostolado seglar, in­
cluso el asociado, y nada puede sustituirlo. Todos los laicos son llamados y obliga­
dos a este apostolado, útil siempre y en todas partes, y en algunas circunstancias
el único apto y posible.
• El apostolado asociado (AA 18, 19). Es expresión de la comunión y de la unidad
de la Iglesia en Cristo (cf. Mt 18,20). Solo la unión de fuerzas puede conseguir los
fines del apostolado. Las asociaciones no se establecen para sí mismas, sino que
deben servir a la misión de la Iglesia en el mundo; su fuerza apostólica depende de
la conformidad con los fines de la Iglesia y del testimonio cristiano de sus miem­
bros y de la asociación. Guardada la sumisión a la autoridad eclesiástica, los laicos
pueden fundar y regir asociaciones. Sin embargo, hay que evitar la dispersión de
fuerzas que surge al promoverse, sin causa suficiente, nuevas asociaciones y traba­
jos, o si se mantienen más de lo conveniente asociaciones y métodos anticuados.

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE
■ Leo

► Subrayo las ¡deas principales del texto y hago un resumen de las mismas.

© Reflexiono

-¿Qué haré para que tanto yo como mis interlocutores tengamos una clara conciencia
de nuestra vocación laical y de nuestro lugar en la Iglesia comunión?

Investigo
► Reviso los siguientes contenidos en el manual 13 (temas 1 -20):
-Describo quién es un laico y cuál es su misión a partir de LG 31.
-¿En qué se distingue un laico de las otras vocaciones? (Según LG 31)
-Explico por qué el Bautismo es el fundamento de la identidad y misión laical (tema 3).
-Describo con mis propias palabras qué significa para un laico ser sacerdote, profeta y
rey (temas 5-7).
-¿Cuál es la vocación de los laicos en la Iglesia y en el mundo? (Temas 8-9.)
-¿Cuál es la diferencia entre un ministerio y un movimiento eclesial? (Temas 12-13.)
-¿Cuáles son los campos de acción para los laicos? (Temas 14-16.)

O Recapitulo

-¿Qué enseñanza me deja el tema para mi vida y mi servicio apostólico?

NOTAS

REFERENCIAS PARA SABER MÁS

■ Apostolicam actuositatem.
■ Christijideles laici, 32-44.
■ Lumen gentium, 30-38.
ABER HACER

TEMA 9

Partir de interrogantes y de
la comprensión lectora (estilo 3)

■ Introducción
Asumir el derecho y deber al apostolado nos lleva a un modelo de Iglesia misionera y co-
munional, donde los diferentes carismas y ministerios se complementan. El facilitador
asume ese modelo desde el modo como conduce a su grupo. Por eso la aplicación de
estilos diversos. En el tema 6, Partir del esquema (estilo 2), reconocimos que los organiza­
dores gráficos nos permiten aprovechar al máximo los contenidos durante el desarrollo de
la sesión, dan claridad y precisión a la información y facilitan el aprendizaje. En este tema
revisaremos los fundamentos y metodología del estilo 3: partir de interrogantes y de la
comprensión lectora. El estilo es familiar, lo hemos ejercitado en este programa.

La palabra nos ilumina


jesús le dijo: ¿Qué es eso de “si puedes”? Todo es posible para el que tiene fe.
El padre del niño gritó al instante: ¡Creo, pero ayúdame a tener más fe!

Marcos 9,23-24

Otros textos: Le 10,25-37.

1. ¿Qué es el estilo 3 y para qué sirve?


Es comentar y analizar una información a partir de la lectura y la reflexión previa del tema.
No requiere exposición del facilitador. Es una técnica útil y enriquecedora; aborda un con­
tenido con profundidad cuando el interlocutor ha hecho el esfuerzo previo de comprender
el texto por sí mismo.
Cuando leemos, enriquecemos el texto con nuestras propias interpretaciones. Cada uno
da diferentes significados a los textos, de acuerdo a los saberes y experiencias previos, a
las actitudes, valores y al modo de pensar. La diversidad de aportes constituye la riqueza
de este estilo.
El estilo 3 conlleva dos momentos diferentes: los interrogantes y la comprensión lectora.

2. Partir de interrogantes
Lanzar preguntas es una herramienta eficaz y motivadora en el campo didáctico. Las inte­
rrogantes favorecen el pensamiento crítico y creativo. Dice un sabio refrán: «Duda y estu­
diarás». La pregunta es la mejor llave del conocimiento.
El diálogo requiere de un proceso de reflexión dirigida; el facilitador no da respuestas, sino
que encauza a los interlocutores para que ellos las encuentren por sí mismos.
Existen diversas preguntas reflexivas, que dependen del objetivo a lograr:
a) Selección de información: ¿Cuál es la idea central del tema?
b) Comparaciones y contrastes: ¿Qué es lo que caracteriza a cada uno de...? ¿Las
bienaventuranzas en Mateo son iguales a las de Lucas?
c) Identificar la autoridad de quien lo dice (una persona o fuente de la fe): ¿Quién lo
propone...?
d) Decisión a favor o en contra; causa y efecto: ¿Estás de acuerdo con...? ¿Por qué?

e) Explicación: ¿Cómo entiendes...?


f) Análisis: ¿Qué elementos componen el Credo?
g) Ejemplificación: ¿Puedes dar un ejemplo de...?
El facilitador requiere precisar las respuestas (puede ser interesante para que profundice o
sigan descubriendo). Conviene que las preguntas se realicen en diálogo, no como interro­
gatorio.

3. Comprensión lectora
La comprensión lectora es esencial en todo proceso de aprendizaje. Para sacar el mayor
provecho de esta capacidad, es necesario tener claros los objetivos de la lectura, con el fin
de dar una adecuada retroalimentación y evaluar la comprensión. Compartir lo compren­
dido del tema estudiado, permite apropiarnos de la información leída.
El estilo 3, al igual que el 1 y 2, se fundamenta en una pedagogía activa, con una metodo­
logía comunitaria y participativa, en confianza, donde las personas se sienten libres para
compartir y motivados para aprender.
En el desarrollo del estilo, el facilitador puede apoyarse en algunas de las siguientes técnicas:
• Discusión: Los interlocutores contribuyen con aclaraciones, datos, información.
Comparten y profundizan el tema entre todos (ver anexo).
• Debate: Los interlocutores presentan sus inquietudes, puntos de vista y defienden
sus posturas (ver anexo).
• Lluvia de ideas. El facilitador formula una pregunta. Todos los participantes contri­
buyen a dar respuestas, sin discutirlas. Posteriormente se analiza cada respuesta
y se discuten, utilizando elementos ya sea de debate o de discusión (ver anexo).

4. Preparar el estilo 3
Para llevar a cabo el estilo 3, es indispensable que los interlocutores hayan realizado la
lectura.

■ De manera previa
• Lee y reflexiona el tema completo. Puedes apoyarte de la técnica PQRST, en la
elaboración de resúmenes, mapas mentales o conceptuales.
• Emplea el diccionario, prepara un glosario.
• Ten presentes los objetivos de la lectura.
• Prepara preguntas de carácter reflexivo.

■ Sesión de trabajo

Apertura:
Aprovecha los primeros elementos que ofrece el manual (nombre del tema, ilustración,
enunciado, enlace, objetivo) para sondear los conocimientos previos. Este momento es
breve. Recuerda que la Palabra de Dios tiene preeminencia.

Desarrollo:

• Realiza preguntas reflexivas y que hayas preparado con anterioridad (cf. punto 2
de este tema).
• Antes de responder, pregunta si algún interlocutor tiene respuestas a las dudas
planteadas.
• Pregunta si se comprendió el texto, qué les llamo la atención, cómo lo dirían con
sus propias palabras.

• Pregunta si surgieron dudas, si hubo algo que no comprendieron o si tienen algu­


na inquietud con respecto a la lectura. Puedes hacer una revisión general o avanzar
por secciones.
• Elige una de las técnicas de apoyo como el debate, la discusión o la lluvia de ideas.
• Resalta los puntos principales de los participantes y concluye.
Cierre:
• Resalta, concluye, establece compromisos de trabajo con los participantes y evalúen.

5. Ventajas y limitantes del estilo 3

■ Ventajas
• Ejercitar el estilo en sus dos vertientes -partir de interrogantes y de la compren­
sión lectora-, ayuda a mejorar el aprendizaje, se trabaja la memoria, la atención
y el diálogo.
• Permite que los participantes comprendan, organicen y evalúen la información, lo
que favorece la apropiación de la misma.

■ Limitantes
• Cuando hacemos preguntas para motivar la sesión, y no se han preparado previa­
mente, posibilita que el participante conteste sin reflexión o que las preguntas no
sean adecuadas.
• El participante puede experimentar temor de externar sus dudas y empobrecer su
aprendizaje. Se requiere de motivación y madurez del interlocutor, para responsa­
bilizarse de hacer el estudio previo del texto.

6. Actitudes apropiadas para impulsar el estilo 3

Para el buen desarrollo del estilo 3 es importante que tanto el facilitador como los interlocu­
tores pongan en práctica las actitudes que favorecen el diálogo y el crecimiento comunitario:

ACTITUDES QUE PERJUDICAN 1 ACTITUDES QUE BENEFICIAN

Buscar el beneficio común al


Buscar ser más que los otros, competir.
grupo y no solo el individual.

Manifestar un fuerte interés por los propios Aunar esfuerzos para alcanzar
resultados y el crecimiento personal. una meta compartida.

Despreocuparse del crecimiento Facilitar, promover y potenciar


de los demás. el éxito de los otros.
Valorar a los demás en función de Valorar a todos, respetar su
sus logros y conocimientos. contribución y experiencia.

Actuar por el deseo de ganar Tener claro que la meta es aprender,


más que por el de crecer. crecer en la fe, no ganar.

Construir la autoestima en función Valorar la diversidad como


de las victorias conseguidas. riqueza del grupo.

Rechazar a las personas no


Aceptar a todos sin distinción.
afines a uno mismo.

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

¡H Leo

► Realizo una lectura activa de este tema.

© Reflexiono

-¿Cuál es mi experiencia previa con la aplicación del estilo 3?


-¿Qué puedo mejorar o incorporar?

Ejercito
► Elijo un tema del Manual 13 y preparo una sesión con el estilo 3.
► Preparo las preguntas reflexivas que haré en la sesión y las contesto.
► Elaboro un glosario con las palabras más significativas de la lectura.
► Diseño mi planeación inmediata a través de una carta descriptiva (ver modelo anexo).
► Coordino una sesión de 15 minutos con el tema que preparé, usando el estilo 3.
► Dejo que mis compañeros y asesores me retroalimenten.

O Recapitulo

-¿Qué fue lo más significativo del tema?

REFERENCIAS PARA SABER HACER MÁS

■ Díaz Barrica, F. y Hernández G., Estrategias docentes para un aprendizaje significativo. Una
interpretación constructivista, Mac Graw Hill, México 2010, 104-105 y 226-232.
■ Nérkzí, I., Hacia una didáctica general dinámica, Editorial Kapelusz, Buenos Aires 1991,287-297.
■ Prieto Navarro L., El aprendizaje cooperativo, PPC, Madrid 2007, 36-58.
Nombre del manual: Fecha:

Nombre y número de tema: Estilo 3: Partir de interrogantes


Objetivo de la sesión:

Recursos didácticos:

ACTIVIDAD FACILITADOR INTERLOCUTORES TIEMPO


Apertura: Escribo qué haré yo en Escribo, para cada Asigno tiempos.
cada actividad. actividad, qué harán
Oración inicial mis interlocutores.
Primeros elementos:
• Título y nombre
del tema
• Ilustración
• Enunciado
• Enlace
• Objetivo

La Palabra o el
Magisterio

Desarrollo del tema

Actividades individua­
les o grupales

Evaluación

Cierre: conclusión,
oración final
ANEXOS

Técnica de la discusión
En esta técnica los resultados no son inmediatos. Al comienzo da la impresión de
que se pierde el tiempo y se fomenta la indisciplina. Es aparentemente dispersiva.
Requiere que el facilitador tenga muy buen dominio del grupo. Los resultados son
muy buenos, ya que el interlocutor es llevado a reflexionar, exponer sus puntos de
vista, escuchar, refutar, coordinar sus pensamientos, aportar y dejarse enriquecer
por los demás. Este es el momento más formativo: aprender a discutir, escuchar
los argumentos y experiencias de los otros, reflexionar acerca de lo que se conversa,
refutar aquello en lo que no concordamos, pero siempre con una exposición lógica
y coherente. La discusión exige el máximo de participación de los interlocutores y
el conocimiento previo del tema.
Algunas recomendaciones para la eficacia de la técnica:
1. Evitar:
Alejarse del tema central.
Perder el tiempo en aclaraciones.
Repetir lo ya discutido.
Avergonzar a los principiantes y hacer ironía.
Omitir las ideas fundamentales.
Permitir que unos cuantos controlen la discusión.
2. Transcribir la síntesis de la discusión (ésta debe ser clara y precisa).
3. Si los temas discutidos no logran un nivel aceptable del
contenido o expresión, conviene la explicación del facilitador.

Técnica del debate


El debate se emplea para presentar posiciones contrarias alrededor de un tema;
cada interlocutor o grupo debe defender su punto de vista. Es un ejercicio de liber­
tad y tolerancia; todos tienen el derecho de opinar y el deber de respetar la posición
de los contrarios.
Desarrollo de un debate:
a. Si el grupo es numeroso, formar dos equipos; si es pequeño, trabajar en binas.
b. Cada grupo expone los argumentos a favor de sus respectivas tesis, después
de lo cual deberán defenderlas de las refutaciones y responder a las peticiones
de aclaración.
c. Conviene nombrar un moderador (puede ser el facilitador) para regular el
debate. Hay que tratar de que la argumentación no se salga del marco de la
reflexión.
d. Un secretario anota las posiciones y acuerdos de los grupos.
e. Al final del debate, se prepara una síntesis y se anota en el pizarrón.
f. Es obligatorio respetar a los opositores y rebatir sus argumentos desde la
reflexión. Las respuestas han de ser objetivas, sin actitudes injustas o
apasionadas.
g. Al finalizar, el facilitador debe realizar una conclusión con base en los
acuerdos tomados.

Técnica de la lluvia de ideas


Esta técnica se refiere a la generación de ideas creativas y soluciones colectivas
en un ambiente lleno de imaginación y libertad de pensamiento. El proceso es
flexible, pero sigue una serie de principios:
a. El facilitador elige el tema a estudiar.
b. Los interlocutores deben preparar el tema antes de la sesión.
c. Durante la sesión todos los miembros del grupo
aportan ideas sobre el tema preparado.
d. Todas las ideas se registran para que el grupo pueda tener acceso a ellas.
e. Cuando se han aportado todas las ideas, se evalúa cada una de ellas.
f. Se elaboran conclusiones.
SER

TEMA 10

El facilitador: servidor de la comunión


Nos proponemos
• Descubrir al facilitador como agente que propicia la comunión en el grupo de for­
mación.
• Valorar la función del coordinador-facilitador, como un servicio a la Iglesia y al grupo
de formación.

■ Introducción
Hemos analizado qué es, cómo se forma y crece una comunidad. Es tiempo de describir
la manera en que el facilitador -laico, miembro corresponsable del pueblo de Dios- parti­
cipa en la construcción de la comunidad y la experiencia de comunión.
El facilitador está llamado a testimoniar una fuerte experiencia de comunión y de auténtico
acompañante de sus interlocutores hacia una mayor fraternidad, tanto dentro de la comu­
nidad eclesial como en sus vidas. Algunos facilitadores asumen también la figura de coor­
dinador, servicio que les exige ser auténticos servidores de la comunión.

La palabra nos ilumina


No hagan nada por rivalidad o vanagloria; sean, por el contrario, humildes y conside­
ren a los demás superiores a ustedes mismos. Que no busque cada uno su propio
interés sino el de los demás. Tengan pues, los sentimientos que corresponden a
quienes están unidos a Cristo Jesús.
Flp 2,3-5

Otros textos: Prov 3,3-8.11 -12. 21 -26; Eclo 3,17-29; Mt 20,25-28; 23,8-12; Me 9,33-35; 1 Cor
'.26-31.
1. El facilitador: llamado a testimoniar la comunión
Vivir en comunión y formar para la comunión es el gran desafío en nuestra labor de facili­
tadores. Mientras formamos, buscamos llevar a nuestros interlocutores a lograr una viven­
cia de Iglesia, entendida como comunión de comunidades.
En primer lugar, nos ocupamos de testimoniar la comunión; y para lograr la experiencia de
comunión, cuidaremos que el ambiente de nuestro grupo o centro de formación sea:
• Personalizado: es preciso aprender los nombres de todos y cada uno de los miem­
bros del grupo, conocer algo de sus actividades, afanes e historias.
• Interpersonal: propiciar el conocimiento no solo de interlocutor a facilitador,
sino entre todos los miembros. No debería concluir una etapa de formación sin
avanzar siempre más en el conocimiento mutuo de los interlocutores. Esta inte­
rrelación muchas veces no es espontánea, hay que dedicar tiempo a propiciarla.
• Comunitario: que fomente la aceptación y participación abierta de todos, la corres­
ponsabilidad en algunas tareas.
• Evangelizados abierto a dialogar con todos, independientemente de cómo piensen.

• Renovado: en estado permanente de conversión.

• Misionero: sabernos enviados.


• Ministerial: poner nuestros dones al servicio de los demás.
• Real: situado en el contexto de nuestros interlocutores.
• Preferencia!: que llegue a todos, pero con predilección por los pobres y débiles.
• Pedagógico: que respete el ritmo de la persona y de la comunidad; que eduque y
propicie las actitudes de oración, gratitud a Dios, solidaridad, compromiso misio­
nero y caridad fraterna.

2. ¿Cómo desarrollar la comunión?


El facilitador tiene la responsabilidad de llevar a sus interlocutores a desarrollar su dimen­
sión comunitaria, especialmente la eclesial. Para formar este aspecto podernos fortalecer
las siguientes actitudes:
• Identidad creyente que brota de una experiencia de fe, de saber que pertenecemos
a una comunidad universal vivificada por el Espíritu Santo.
• Fraternidad hacia el interior de la propia comunidad de formación, y con la comu­
nidad en general.
• Fidelidad a Cristo y al Evangelio, al Magisterio de la Iglesia y a la realidad social y
humana.
• Pobreza de espíritu para descubrir la voluntad de Dios.
• Audacia para emprender las acciones y las reformas que se consideren necesarias.

• Conversión que evita caer en posiciones rígidas.


• Corresponsabilidad en la toma de decisiones y acciones de la comunidad.
• Espíritu de colaboración: para asegurar el desarrollo de los dones, carismas y
ministerios.
• Creatividad nacida de la sensibilidad para captar las necesidades de los demás.
• Testimonio como experiencia de comunión, siendo coherentes entre lo que se
dice, cree y vive, celebra y practica.
• Tolerancia, para que el celo por destruir la cizaña no destruya el trigo.
• Confianza necesaria para una vida en comunión, libre de sospechas. La confianza
es la base en la construcción de la comunión.
• Universalidad que supera el particularismo, la cerrazón al interior del propio grupo.
• Caridad, los carismas son instrumentos de trabajo y solo si se realizan en el amor,
pueden ser medios de santificación y edificación del Reino.

3. La coordinación, servicio a la comunión


Todos los bautizados conformamos el Cuerpo de Cristo. Nuestra dignidad es la misma (cf.
LG 32); no hay miembros más o menos importantes, cada uno es único y tiene su propia
e irremplazable función. No obstante, necesitamos la figura de un coordinador, quien no
es elegido por ser superior o privilegiado, el más inteligente o piadoso, sino porque posee
los carismas para este servicio. De manera general, cada facilitador es coordinador de su
grupo, o bien, forma parte de un equipo y podría ser llamado a dar ese servicio.
La coordinación es un servicio importante en la comunidad; necesario y exigente; con
frecuencia poco conocido, mal ejercido y no reconocido.
El servicio de coordinar es la acción que suscita, integra, anima, desarrolla, evalúa y plani­
fica orgánicamente el trabajo; logra la integración armónica de los dones y carismas y así
hace presente el Reino de Dios.
La coordinación sirve a la:
• Unidad. Procura la unión de esfuerzos y la unidad de criterios, de objetivos y de
acciones. Busca la globalidad, el paso de la multiplicidad de actividades a la uni­
dad de la acción, evita la dispersión, los paralelismos y aislamientos. Quiere hacer
de la comunidad, del grupo, un organismo bien articulado, caminando en una
misma dirección. Promueve la unidad en la diversidad que implica luchar contra
la uniformidad que ahoga y empobrece.
• Comunión. Fomenta la interrelación de todos los miembros, niveles e instancias
de la Iglesia entre sí con criterios evangélicos, en torno a un mismo Señor y a una
misma fe. Además de enfatizar con su vida y exhortar con palabras, la relación
íntima con Dios que todos y cada uno debe perseguir en cada momento.
• Misión. Promueve y anima la participación de todos en la misión evangelizadora
de la Iglesia. Toda coordinación se entiende como colaboración.

4* Exigencias, peligros y tentaciones de la coordinación


Toda coordinación tiene exigencias, encierra peligros y tentaciones; requiere de la persona
desarrollar ciertas actitudes y criterios para ser ejercida de forma evangélica:
■ Exigencias:

• Eclesialidad: el servicio de coordinar no se puede ejercer por iniciativa propia. Es


preciso recibir ese encargo a través de la mediación eclesial.
• Credibilidad: la confianza de la comunidad y la fuerza del testimonio.
• Unión con Jesucristo: sin esta unión se corre el riesgo de usurpar su lugar. De ahí
la necesidad de orar y discernir qué es lo que el Señor haría en cada momento.
• Dejarse conducir por el Espíritu: en este ministerio el principal agente es el Espíritu
Santo. Esto exige una permanente actitud de escucha, docilidad y disponibilidad
a él.
■ Tentaciones y riesgos:
• Autoritarismo: imponer las propias ideas o proyectos, exigir más de lo que los
otros puedan dar.
• Utilitarismo: aprovechar el cargo para su propio interés o aferrarse indebidamente
a determinados cargos.
• Autosuficiencia: confiar demasiado en sí mismo. Hay que recordar que quien se
encierra en su verdad se incapacita para un ejercicio sano de la coordinación.
Todos podemos enriquecer a los demás porque en todos habita el Espíritu Santo.
• Centralismo: es hacer girar todo el trabajo en torno a sí mismo, esto crea descon­
fianza.

5. Rasgos y criterios para ser coordinador


Es importante que el facilitador-coordinador posea ciertos rasgos para desempeñar ade­
cuadamente su función; de ello depende, en gran medida, testimoniar una auténtica vida
de comunión:
• Espíritu de servicio: coordinar ubica en los últimos puestos, nos hace servidores
de todos. Un verdadero coordinador no se contenta con dar orientaciones para
que otros las ejecuten, sino que se compromete primero, sumando sus esfuerzos
y capacidades a las de la comunidad.
• Caridad: el amor es lo que ha de guiar la tarea de coordinar. El amor se refleja
en una amistad cordial y un gran respeto hacia cada miembro de la comunidad
con su experiencia, capacidad y carisma. Estimula a los demás para que cada uno
ponga sus talentos al servicio de los demás. El coordinador es un promotor del
crecimiento de los otros.
• Realismo: el coordinador ha de tener sus sentidos puestos en la realidad, para
descubrir en ella las huellas de Dios. Necesita una actitud de búsqueda constante
y capacidad de observación.
• Humildad y fortaleza: quien es humilde no es autosuficiente, ni tiene miedo a
reconocer sus errores. También requiere visión y capacidad de resistencia para no
ceder a las presiones.
• Espíritu dialógico: quien coordina necesita escuchar con paciencia y mansedum­
bre y explicar con claridad las razones que lo mueven a actuar.
Un buen coordinador siempre está dispuesto a dejarse educar por la comunidad, sin pos­
turas de soberbia ni falsa humildad. Practica una autoridad que le hace ser firme sin ser
tirano, y comprensivo sin ser débil. Sabe cuándo dejar el lugar a otro. Es fuerte para no
desanimarse aunque todos desfallezcan. Es audaz para tomar decisiones que se necesitan
aunque a veces causen sufrimiento.
Algunos criterios para ser un buen coordinador son:
• Siempre se hará lo que agrada a Dios y edifica a la comunidad. Saber situarse ante
Dios y la comunidad y obedecer a sus demandas.
• Es necesario conocer a la comunidad, avanzar a su ritmo y no forzar las cosas.
• Evitar el protagonismo y dar paso al Espíritu. La coordinación debe vigilar todo,
pero esto no significa controlar todo. Hay que dejar hacer y sostener las diferentes
iniciativas.
• Reflexionar y prepararse. Una coordinación no puede guiarse solo por intuiciones.

6. La comunión es el punto de partida para el trabajo de conjunto

La vida comunitaria no se agota en el trabajo conjunto, pero hay que propiciar actitudes
que hagan que el trabajo pastoral sea un ambiente propicio para la comunión. Algunas de
ellas son:
• Aceptación de una eclesiología de comunión y participación. Respeta el trabajo de
las otras instancias, grupos y personas.
• Es promotor de comunión, dialogante y democrático. Es decir tiene apertura,
comunicación sincera, disposición para aprender, saber autoevaluarse, saber dis­
cernir.

• Se compromete personalmente con los resultados del trabajo comunitario. Acepta


con sentido de comunión los fracasos y logros.
• Actúa con honestidad e integridad, jamás miente a los demás, mucho menos los
usa.
• Confía en que Dios sostiene las acciones, sin dejar de poner lo mejor de sí.

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

i® Leo

► Realizo una lectura activa de los contenidos del tema. Subrayo lo más importante.

© Reflexiono

-¿Cómo construyo la comunión en mi grupo de formación? Comparto tips con otros


facilitadores.
-¿Vivo en comunión con el resto de facilitadores, con el grupo al que pertenezco, con
la Iglesia? ¿En qué lo noto?
-¿Qué actitudes puedo desarrollar para acrecentar mi testimonio de comunión?
-Si soy coordinador, autoevalúo mi servicio y pido a mis interlocutores que también lo
hagan, ¿qué he de modificar para crecer?

■ Contemplo (meditación cristianaJect/'o divina)


► Realizo la meditación cristiana.
► Hago una tedio divina con la cita de Flp 2,1-11.

O Recapitulo

► Escribo lo más significativo del tema: ¿qué enseñanza me deja para mi vida y mi servicio?

REFERENCIAS PARA SER MÁS

■ Valadez, Fuentes, S., Espiritualidad Pastoral, Paulinas, Bogotá 2005, 165-198.


SABER

TEMA 11

La Palabra de Dios: fuente de comunión


Nos proponemos
Comprender que el diálogo amoroso con Jesús, Palabra viva del Padre, es fuente de
comunión con Dios y con los hermanos, pilar y roca de nuestro discipulado misionero.

■ Introducción
El facilitador, además de ser constructor de la comunión fraterna y acompañar a sus inter­
locutores a una adecuada inserción eclesial, favorece la comunión con Jesús, Palabra viva
del Padre. La comunión es don y tarea. Hasta ahora hemos mirado a la tarea, comenzare­
mos a enfocarnos en el don.
La comunión brota de la unión con Jesús. Los creyentes estamos llamados a establecer un
diálogo amoroso con Dios, especialmente en su Palabra. La importancia de la Palabra
como fuente de comunión hace que en el itinerario de formación básica ubiquemos el
tema de la Iniciación a la Biblia (Manual 1), al principio, para que la Palabra sea la roca que
acompañe toda la formación.
En este tema reflexionaremos sobre la importancia de entablar un coloquio amoroso con
Dios para entrar en comunión con su vida y misión; para ello nos apoyamos en la exhor­
tación Verbam Domini.

El Magisterio enseña
Hay que educar al pueblo en la lectura y la meditación de la Palabra: que ella se con­
vierta en su alimento para que, por propia experiencia, vea que las palabras de Jesús
son espíritu y vida (cf. Jn 6,63).
Documento de Aparecida 247

Otros textos: DV 21-26; DA 247-249.


1. Llamados a entrar en la Alianza con Dios
Dios habla y viene al encuentro del ser humano de diversos modos, se da a conocer en un
diálogo donde la Palabra de Dios tiene el primado. El misterio de la Alianza expresa la re­
lación entre Dios que llama con su Palabra y el ser humano que responde. No es un en­
cuentro entre dos que están al mismo nivel. La Antigua y Nueva Alianza no son un acuerdo
entre dos partes iguales, sino puro don de Dios. Con el don de su amor, Dios supera toda
distancia y nos convierte en sus «partners», llevando a cabo así el misterio nupcial de
amor entre Cristo y la Iglesia. Cada ser humano es destinatario de la Palabra, es interpela­
do y llamado a entrar en este diálogo de amor mediante su respuesta libre.
Dios nos ha hecho a cada uno capaces de escuchar y responder a la Palabra divina. El ser
humano ha sido creado en la Palabra y vive en ella; no se entiende a sí mismo si no se abre
a este diálogo. La Palabra de Dios revela la naturaleza filial y relacional de nuestra vida.
Estamos llamados por gracia a conformarnos con Cristo y a ser transformados en él (cf.
VD22).

2. La Palabra dialoga con los interrogantes humanos


En el diálogo con Dios nos comprendemos a nosotros mismos y encontramos respuesta
a las cuestiones más profundas que anidan en nuestro corazón. La Palabra de Dios ilumi­
na los deseos auténticos del ser humano, los purifica y perfecciona. ¡Qué importante es
descubrir que solo Dios responde a la sed que hay en el corazón de todo ser humano! Dios
habla e interviene en la historia en favor del ser humano y de su salvación integral. Por
tanto, es decisivo en la pastoral mostrar la capacidad de la Palabra de Dios para dialogar
con los problemas que el hombre y la mujer afrontan en la vida cotidiana, jesús se presen­
ta precisamente como Aquel que ha venido para que tengamos vida en abundancia (cf. jn
10,10).
Debemos esforzarnos por mostrar la Palabra de Dios como una apertura a los propios
problemas, la respuesta a nuestros interrogantes, un ensanchamiento de los propios valo­
res y la satisfacción de las propias aspiraciones. La pastoral de la Iglesia debe saber mos­
trar que Dios escucha las necesidades y clamores humanos. San Buenaventura decía que
el fruto de la Escritura es la plenitud de la felicidad eterna. «La Sagrada Escritura es preci­
samente el libro en el que están escritas palabras de vida eterna para que no solo creamos,
sino que poseamos también la vida eterna, en la que veremos, amaremos y serán colma­
dos todos nuestros deseos» (cf. VD 23).

3. Dialogar con Dios con palabras de la misma Escritura


La Palabra divina introduce a cada uno en el coloquio con el Señor: Dios habla y nos ense­
ña cómo hablar con él. El Libro de los Salmos nos ofrece palabras con las que podemos
dirigirnos a Él, presentarle nuestra vida en diálogo y transformar la vida misma en un
movimiento hacia Él. En los Salmos encontramos toda una gama de sentimientos que el
ser humano experimenta en su existencia y se presentan con sabiduría ante Dios; se en­
cuentran expresiones de gozo y dolor, angustia y esperanza, temor y ansiedad. Además de
los Salmos, muchos otros textos de la Escritura hablan del ser humano que se dirige a
Dios mediante la oración de intercesión (cf. Ex 33,12-17), del canto de júbilo por la victoria
(cf. Ex 15), o de lamento en el cumplimiento de la propia misión (cf. jr 20,7-18). Así, la
palabra que el ser humano dirige a Dios se hace también Palabra de Dios, confirmando el
carácter dialogal de la revelación cristiana, y toda la existencia del hombre se convierte en
un diálogo con Dios que habla y escucha, llama y mueve nuestra vida. La Palabra de Dios
revela aquí que toda la existencia humana está bajo la llamada divina (cf. VD 24).

4. Responder con fe
Cuando Dios se revela, el ser humano se «somete con la fe» (cf. Rom 16,26; Rom 1,5; 2
Cor 10,5-6); por ella se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece «el homenaje total de
su entendimiento y voluntad, asintiendo libremente a lo que él ha revelado» (cf. DV 5).
«Para acoger la Revelación, el hombre debe abrir la mente y el corazón a la acción del Es­
píritu Santo que le hace comprender la Palabra de Dios, presente en las Sagradas Escritu­
ras» (VD 25). La fe, con la que abrazamos de corazón la verdad revelada y nos entregamos
totalmente a Cristo, surge precisamente por la predicación de la Palabra divina: «la fe
surge de la proclamación, y la proclamación se verifica mediante la palabra de Cristo»
(Rom 10,17). La historia de la salvación nos muestra de modo progresivo este vínculo ín­
timo entre la Palabra de Dios y la fe, que se cumple en el encuentro con Cristo. Con él, la
fe adquiere la forma del encuentro con una Persona a la que se confía la propia vida. Cris­
to Jesús está presente ahora en la historia, en su cuerpo que es la Iglesia; por eso, nuestro
acto de fe es al mismo tiempo un acto personal y eclesial (cf. VD 25).

5. El pecado como falta de escucha a la Palabra de Dios


La Palabra de Dios revela también la posibilidad dramática que posee la libertad humana
de sustraerse al diálogo de alianza con Dios, para el que hemos sido creados. La Palabra
divina desvela el pecado que habita en el corazón del ser humano. La Escritura describe el
pecado como un no prestar oído a la Palabra, como la ruptura de la Alianza y, por tanto,
como la cerrazón frente a Dios que llama a la comunión con Él. Muestra que el pecado del
ser humano es esencialmente desobediencia y «no escuchar». La obediencia radical de
Jesús hasta la muerte de cruz (cf. Flp 2,8) desenmascara totalmente este pecado.
Con su obediencia, se realiza la Nueva Alianza entre Dios y el ser humano, y nos da la
posibilidad de la reconciliación. Jesús fue enviado por el Padre como víctima de expiación
por nuestros pecados y por los de todo el mundo (cf. 1 Jn 2,2; 4,10; Hb 7,27). Así, se nos
ofrece la posibilidad misericordiosa de la redención y el comienzo de una vida nueva en
Cristo. Por eso, es importante educar a los fieles para que reconozcan la raíz del pecado
en la negativa a escuchar la Palabra del Señor, y a que acojan en Jesús, Verbo de Dios, el
perdón que nos abre a la salvación (cf. DV 26).

6. María y la escucha creyente de la Palabra

Para renovar la fe de la Iglesia en la Palabra de Dios es necesario mirar a María Virgen, en


quien la reciprocidad entre Palabra de Dios y fe se ha cumplido plenamente. «Con su sí a
la Palabra de la Alianza y a su misión, cumple perfectamente la vocación divina de la hu­
manidad» (Propositio 55). La realidad humana encuentra su figura perfecta en la fe obe­
diente de María. Ella, desde la Anunciación hasta Pentecostés, es una mujer enteramente
disponible a la voluntad de Dios. Es la Inmaculada Concepción, la «llena de gracia» por
Dios (cf. Le 1,28), incondicionalmente dócil a la Palabra divina (cf. Le 1,38). Su fe obedien­
te plasma cada instante de su vida según la iniciativa de Dios. Virgen a la escucha, vive en
plena sintonía con la Palabra divina; conserva en su corazón los acontecimientos de su
Hijo, componiéndolos como en un único mosaico (cf. Le 2,19.51).
Es necesario ayudar a los fieles a descubrir el vínculo entre María de Nazaret y la escucha
creyente de la Palabra divina. No se puede pensar en la encarnación del Verbo sin tener en
cuenta la libertad de esta joven mujer, que con su consentimiento coopera de modo deci­
sivo a la entrada del Eterno en el tiempo. Ella es la figura de la Iglesia a la escucha de la
Palabra de Dios, que en ella se hace carne. María es también símbolo de la apertura a Dios
y a los demás; escucha activa, que interioriza, asimila, y en la que la Palabra se convierte
en forma de vida (cf. VD 27).

7- Acoger la Palabra como María


La familiaridad de María con la Palabra de Dios resplandece con particular brillo en el
Magníficat, donde se identifica con la Palabra, entra en ella. En este maravilloso cántico de
fe, la Virgen alaba al Señor con su misma Palabra: «El Magníficat -un retrato de su alma,
por decirlo así- está completamente tejido por los hilos tomados de la Sagrada Escritura,
de la Palabra de Dios. Así se pone de relieve que la Palabra de Dios es verdaderamente su
propia casa, de la cual sale y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra de
Dios; la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra nace de la Palabra de
Dios. Así se pone de manifiesto, además, que sus pensamientos están en sintonía con el
pensamiento de Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar íntimamente penetra­
da por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada» (DCE
251). La referencia a la Madre de Dios muestra que el obrar de Dios en el mundo implica
siempre nuestra libertad, porque, en la fe, la Palabra divina nos transforma. También la
acción apostólica y pastoral será eficaz en la medida en que aprendamos de María a dejar­
nos plasmar por la obra de Dios en nosotros: «La atención devota y amorosa a la figura de
María, como modelo y arquetipo de la fe de la Iglesia, es de importancia capital para reali­
zar también hoy un cambio concreto de paradigma en la relación de la Iglesia con la Pala­
bra, tanto en la actitud de escucha orante como en la generosidad del compromiso en la
misión y el anuncio» (Propositio 55).
Contemplando en la Madre de Dios una existencia totalmente modelada por la Palabra,
nos sentimos llamados a entrar en el misterio de la fe, con la que Cristo viene a habitar en
nuestra vida. Todo lo que le sucedió a María puede sucedemos ahora a cualquiera de no­
sotros en la escucha de la Palabra y en la celebración de los sacramentos (cf. VD 28).

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

BB Leo

►Subrayo las ¡deas principales del texto.


► Enlisto las ¡deas centrales del contenido del tema.

© Reflexiono

-¿Cómo es mi coloquio con Jesús en su Palabra?

O ■
1 Investigo
► Reviso los siguientes contenidos en el Manual 1 (temas 1-20):
-¿Cuál es la relación entre la Sagrada Escritura y la Tradición?
-¿Cuáles son los libros canónicos, deuterocanónicos y apócrifos?
-¿Qué tipo de géneros literarios y lenguajes encontramos en la Biblia?
-¿Qué elementos se requiere considerar para interpretar un texto?
-Elaboro una línea del tiempo con las etapas esenciales de la historia de la salvación
(desde la Creación hasta Pentecostés). En cada etapa menciono el libro de la Biblia
que narra el acontecimiento y la enseñanza principal.
-¿Qué métodos existen para actualizar un texto?
-¿Cuál es el papel de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia?
-¿Qué compromiso tiene la Iglesia respecto a la Palabra?

O Recapitulo

-Expreso con mis propias palabras lo más significativo del tema: ¿qué enseñanza me
deja para mi vida y mi servicio?

REFERENCIAS PARA SABER MÁS

■ Dei Verbum.
■ Verbum Domini.
■ Arquidiócesis Primada de México, Manual 1. Iniciación a la Biblia, PPC, México 2012.
SABER HACER

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Partir de la Palabra de Dios (estilo 5)


Nos proponemos
• Descubrir las características esenciales del estilo 5, partir de la Palabra de Dios.
• Identificar los pasos del estilo 5, con el fin de llevarlo a la práctica de manera adecuada.
• Reconocer los límites y posibilidades del estilo 5 para saber en qué casos y cómo
emplearlo.

■ Introducción
La comunión y familiaridad con la Palabra de Dios a la que estamos llamados todos los
creyentes exige un lugar privilegiado durante la formación. Así lo reflexionamos con ampli­
tud en el Manual del Facilitador (temas 6 y 14) y en el manual de Iniciación a la Biblia. Para
el facilitador, recurrir a la Palabra es fundamental. Se asume como un estilo y metodología
especial, cuando el tema a tratar contiene textos bíblicos.
En el recorrido realizado en el saber hacer, revisamos estilos y metodologías que parten de
la didáctica (estilos 1, 2 y 3). A partir de este tema recurrimos a la profunda experiencia
pastoral y catequética de la Iglesia. Evangelizar y catequizar dando prioridad a la Palabra
de Dios es un estilo nacido de las primeras comunidades creyentes.

: La palabra nos ilumina

i El que escucha mis palabras y las pone en práctica, es como aquel hombre prudente :
: que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los i
i vientos y arremetieron contra la casa, pero no se derrumbó, porque estaba cimenta- ■
i da sobre roca. i
í Mt 7,24-25 í

i Otros textos: Sal 119,105; Heb 4,12; EG 148-155; LF 8-10. í

1. ¿Qué significa partir de la Palabra?


El estilo 5 consiste en hacer un uso extensivo y abundante de la Escritura o del Magisterio
durante el desarrollo del tema.
No se limita a leer una cita bíblica como parte de los elementos iniciales al comienzo de la
sesión; significa dar espacio a la profundización y permanencia en el uso de la Palabra.

Partir de la Palabra requiere:


• Tomar los textos bíblicos sugeridos en el tema como hilo conductor para el de­
sarrollo de los contenidos; extraer las resonancias para la vida y actividad de los
presentes.
• Dejar que Jesús, Palabra viva, hable en la Escritura o el Magisterio.
• Relacionar las citas con el objetivo del tema y los contenidos sugeridos.
El estilo 5 ubica a la Palabra como Maestra que guía y es centro de la sesión. Jesús Maestro
toma nuestro lugar.
Conviene privilegiar el estilo cuando el tema es eminentemente bíblico o abundan las citas
bíblicas en el desarrollo.
Los facilitadores debemos tener clara la jerarquía de fuentes: primero la Escritura, en se­
guida el Magisterio de la Iglesia y por último los contenidos del manual.

2. Importancia del estilo 5


Dice la misma Escritura que:
La palabra de Dios es viva, eficaz y más cortante que una espada de dos filos: penetra
hasta la división del alma y del espíritu, hasta lo más profundo del ser y discierne los
pensamientos y las intenciones del corazón (Heb 4,12).

Y el salmista exclama: «Tu palabra es antorcha para mis pasos, y luz para mis caminos»
(Sal 119,105).
La Palabra de Dios toca lo más profundo del corazón, el entendimiento y los afectos. El
contacto constante con ella nos une a Cristo, Palabra Viva y manifestación del amor del
Padre. La Palabra, al ser escuchada, asimilada, vivida y transmitida, nos asemeja a Cristo.
El dinamismo de la Palabra guía nuestra vida, ilumina nuestros pasos y decisiones.
Nuestro acercamiento a la Palabra de Dios puede darse en diferentes niveles:
• Lectura. Leer por encima la Palabra es adulterarla.
• Escucha sin seguimiento. Su fruto será escaso, por nuestra falta de acogida.
• Meditación. Es la Palabra acogida, guardada en el corazón, para ponerla en un
clima que germine con fuerza. Es una Palabra que irá cambiando la vida.
• Oradón. Es la Palabra que tiene presente al que la pronuncia, supone encuentro, diá­
logo, comunicación... Se centra en la vida, nos mete al proyecto de Dios con fuerza.
La Exhortación Verbum Domini (n. 74) nos ensena que:
La catcquesis ha de estar totalmente impregnada por el pensamiento, el espíritu y las
actitudes bíblicas y evangélicas, a través de un contacto asiduo con los mismos textos;
y recordar también que la catcquesis será tanto más rica y eficaz tanto más se lea los
textos con la inteligencia y el corazón de la Iglesia.

El Directorio General para la Catcquesis afirma:


La catcquesis extraerá siempre su contenido de la fuente viva de la Palabra de Dios,
transmitida mediante la Tradición y la Escritura, dado que la Sagrada Tradición y la
Sagrada Escritura constituyen el único depósito sagrado de la Palabra de Dios confia­
do a la Iglesia (94).

La Evangelii Gaudium expresa que «el encuentro catequístico es un anuncio de la Palabra


y está centrado en ella, pero siempre necesita una adecuada ambientación y una atractiva
motivación» (166).
Además, hemos de tomar en cuenta que Jesús no predicaba sin antes reflexionar, buscar y
orar. Desarrollar nuestro tema a partir de la Palabra de Dios es crecer en la conciencia de
que él está en medio de nosotros, asumiendo nuestras realidades, pero sobre todo está
con nosotros como Maestro (cf. Me 6,30-34).

3- Preparar el estilo 5

■ Preparación
• Estudia el tema, revisa todas las citas bíblicas o del Magisterio que encuentres en
él y elige las que desarrollarás en la sesión (por lo menos una por subtema).

• Relaciona las citas con el contenido.


• Diseña tu planeación para que decidas cómo coordinarás la sesión. Puedes apo­
yarte en otros estilos (lectura comentada, esquema, partir de las dudas y estudio
previo...), haciendo una conexión abundante con la Palabra, leída de la misma
Biblia, o de los documentos del Magisterio citados. Ha de estar clara la prioridad
y el hilo conductor de la Palabra.
Al preparar los textos bíblicos puedes apoyarte en el taller «Extraer el sentido de un texto»
(tema 14 del Manual de facilitador). Sigue cada paso. Atiende de manera particular el pun­
to 8 que dice: «Relaciona el texto con los contenidos: ¿De qué manera ilumina el tema que
se estudia'?».
Te ayudará mucho seguir las recomendaciones del papa Francisco en la Evangelii Gaudium
(145-159):
• Inicia invocando la presencia del Espíritu Santo.
• Presta toda la atención al texto bíblico, que debe ser el fundamento del tema. Para
poder interpretar un texto bíblico hace falta paciencia, abandonar toda ansiedad y
darle tiempo, interés y dedicación.
• Conviene estar seguros de comprender adecuadamente el significado de las pala­
bras que leemos, para descubrir cuál es el mensaje principal.
• El predicador debe ser el primero en tener una gran familiaridad personal con la
Palabra de Dios.
• Quien quiera predicar (ser facilitador), debe estar dispuesto a dejarse conmover
por la Palabra y hacerla carne en su existencia concreta.
• Si no dedica un tiempo a orar con esa Palabra, entonces será un falso profeta,
estafador o charlatán vacío.
• Emplea un lenguaje sencillo para no caer en el vacío.
• Elige un lenguaje positivo, esperanzados que oriente hacia el futuro y evite ence­
rrarnos en la negatividad.
Al prepararte para la sesión realiza una tedio divina con la cita más importante del tema a
desarrollar. Puedes utilizarla también como oración de apertura con los interlocutores.

■ Sesión de trabajo
• Desarrolla los primeros elementos.
• Coordina el tema conforme lo hayas planeado. Si combinas los estilos, da tiem­
po suficiente para el abundante uso de la Palabra; recuerda que en este estilo es
Maestra, centro, hilo conductor.
• Anima las actividades del tema, conforme la planeación.

• Concluye.

4. Ventajas y limitantes del estilo 5

■ Ventajas
• Para el facilitador es uno de los estilos más importantes, porque la Palabra es
la fuente. Ha sido constantemente recomendado por el Magisterio de la Iglesia,
como se puede constatar en los diferentes documentos.
• Es posible combinar el estilo 5 con otros para darle fuerza y profundidad a los
temas y actualizar la misma Palabra.
• Al desarrollar correctamente el estilo, los facilitadores e interlocutores crecemos
en la espiritualidad cristiana auténtica y viva que anuncia, acoge, celebra y medita
la Palabra de Dios (cf. VD 121).
• El anuncio de la Palabra (a través del tema desarrollado con el estilo 5), puede ser
fuente de comunión y alegría profunda (cf. VD 123), fruto del Espíritu Santo (cf.
Gal 5,22).

■ Limitaciones
• Se puede desaprovechar la riqueza de la Palabra cuando al usar el estilo 5 nos
limitamos a leer una cita al inicio de la sesión y no volvemos a ella.
• Desarrollar el tema sin escuchar verdaderamente la Palabra, y al referir a un texto,
decir lo que no dice, reducirlo a las propias opiniones o experiencias.
• Si no se conoce suficientemente la Palabra de Dios, se pueden transmitir concep­
tos erróneos.

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

■ Leo

► Realizo una lectura activa de este tema.

© Reflexiono

-¿Cuál es mi experiencia previa con la aplicación del estilo 5?


-¿Qué puedo mejorar o incorporar?

Ejercito
► Elijo un tema del Manual 1, Iniciación a la Biblia, y preparo una sesión con el estilo 5.
► Del tema elegido, escojo una o más citas de cada subtema y las preparo.
► Diseño mi planeación inmediata a través de una carta descriptiva (ver modelo anexo).
►Coordino una sesión de 15 minutos con el tema que preparé, usando el estilo 5.
► Después permito que mis compañeros y asesores me retroalimenten.
►Completo mi carta descriptiva y la corrijo con las observaciones recibidas.

O Recapitulo

► Anoto los tres beneficios más importantes del tema para mi formación como facilitador.

FUENTES PARA SABER HACER MÁS

■ Evangelii Gaudium, 149-159.


■ Directorio General para la Catcquesis, 94-102. 240-241.
■ Verbum Domini, 6-28. 90-116.
■ Mazariecos, E., La aventura apasionante de orar, San Pablo, Bogotá 2004, 76-77.
Nombre del manual: Fecha:

Nombre y número de tema: Estilo 5: Partir de la Palabra de Dios

Objetivo de la sesión:

Recursos didácticos:

ACTIVIDAD FACILITADOR INTERLOCUTORES TIEMPO


Escribo qué haré yo en Escribo, para cada Asigno tiempos,
Apertura:
cada actividad. actividad, qué harán
Oración inicial mis interlocutores.
Primeros elementos:
• Título y nombre
del tema
Ilustración
• Enunciado
• Enlace
♦ Objetivo

La Palabra 0 el
Magisterio

Desarrollo del tema

Actividades individua­
les 0 grupales

Evaluación

Cierre: conclusión,
oración final
Misión

«La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la


comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que
dejan la seguridad a la orilla y se apasionan en la misión de comu­
nicar vida a los demás».
Documento de Aparecida 360.
SER
uJ? A-i JL A.

TEMA 13

El facilitador: misionero que forma


para la misión

Nos proponemos
Valorar la misión como el aspecto fundamental de la formación de nuevos discípulos
misioneros.

■ Introducción
El bloque de comunión despierta en nosotros el agradecimiento a Dios por este don, la
sensibilidad y los deseos de ser constructores de comunión a todos los niveles. Uno de los
frutos más preciosos de la comunión es la misión, porque cuando la comunión con Dios
y los hermanos es auténtica, impulsa a salir de uno mismo, a compartir el don recibido.
El tema de la misión constituye un aspecto fundamental de la formación. Quienes reco­
rren el itinerario de formación básica están llamados a asumir la condición de apóstoles
de Jesús. Los facilitadores estamos llamados a vivir el servido a la formación como una
auténtica experiencia misionera; porque hacer misión es formar. Pero también, parte esen­
cial de nuestro servicio consiste acompañar a los interlocutores a que descubran su ser
misionero y acepten ser enviados.

La palabra nos ilumina


Por lo tanto, hermanos míos queridos, manténganse firmes e inconmovibles; traba- ■
jen sin descanso en la obra del Señor, sabiendo que el Señor no dejará sin recompen- j
sa su fatiga. í
1 Cor 15,58 j

Otros textos: 2,2; Mt 4,18-22; Jn 14,26; Hch 1,8; 1 Cor 9,16-18; Ap 2,2-4. •

1. Asumir la opción misionera


La m sión es una tarea esencial de la Iglesia: «Evangelizar constituye la dicha y vocación
propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar» (EN 14).
Los obispos en Aparecida nos piden ser fieles al mandato misionero de Jesús y acogerlo
con fuerza: «¡Que nadie se quede con los brazos cruzados!» (Mensaje final). En Aparecida
la Iglesia Latinoamericana se dispuso a emprender una nueva etapa declarándose en mi­
sión permanente. Movida por el fuego del Espíritu Santo, se siente llamada a inflamar de
amor todo el continente (cf. Hch 1,8). Por su parte, el papa Francisco nos urge a una con­
versión pastoral para reasumir nuestra condición misionera con alegría:
La Iglesia [...] es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu San­
to, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir
esta experiencia de profunda alegría, compartir el mensaje de salvación que el Señor
nos ha dado (Mensaje del Santo Padre Francisco para la Jornada Mundial de las Misio­
nes 2013, 4).

2. La misión comienza por los cercanos


El papa Francisco señala que la misión comienza por nuestro entorno más cercano, por­
que ¿qué clase de misioneros somos si “por la misión" descuidamos a nuestra familia? (cf.
Mensaje del Santo Padre Francisco para la Jornada Mundial de las Misiones 2015).
Hay una forma de predicación que nos compete a todos como tarea cotidiana. Se trata
de llevar el Evangelio a las personas que cada uno trata, tanto a los más cercanos como
a los desconocidos [...] ser discípulo es tener la disposición permanente de llevar a otros
el amor de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier lugar: en la calle, en
la plaza, en el trabajo, en un camino (EG 127).

3. La misión: pasión por Jesús y por su pueblo


El Señor dijo «Vayan por todo el mundo y proclamen la buena noticia a toda criatura» (Me
16,15); no era una sugerencia sino un mandato que complementa y píenifica nuestra exis­
tencia cristiana (cf. Mensaje del Santo Padre Francisco para la Jornada Mundial de las
Misiones 2015).
El amor a Dios se manifiesta en el amor a los hermanos; solo quien está auténticamente
interesado en el bien del prójimo puede entregarse al servicio de Dios, crecer como perso­
na y como cristiano.
El amor a la gente es una fuerza espiritual que facilita el encuentro pleno con Dios
Cuando vivimos la mística de acercarnos a los demás y de buscar su bien, ampliamos
nuestro interior para recibir los más hermosos regalos del Señor (EG 272).

La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida [...]. Es algo que yo no
puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y
para eso estoy en el mundo (EG 273).
4- Misión y formación
La misión requiere de la formación permanente; esto no significa que la misión se detenga
hasta que estemos ‘‘listos’’, lo cual nunca va a pasar, pero tampoco podemos salir a anun­
ciar a otros lo que no sabemos o no comprendemos; el equilibrio es la clave: formación
permanente y misión constante:
Todos estamos llamados a crecer como evangelizadores. Procuramos al mismo tiempo
una mejor formación, una profundización de nuestro amor y un testimonio más claro
del Evangelio [...] pero eso no significa que debemos postergar la misión evangelizadora
[...] nuestra imperfección no debe ser una excusa, al contrario, la misión es un estímulo
constante para no quedarse en la mediocridad y para seguir creciendo. El testimonio de
fe que todo cristiano esté llamado a ofrecer implica decir como san Pablo: «No es que
lo tenga conseguido o que ya sea perfecto, sino que continúo mi carrera [...] y me lanzo
a lo que está por delante» (Flp 3,12-13) (EG 121).

5. Inculturar la misión
La misión nos enfrenta a desafíos y ambientes diversos; exige la entrega total de nuestras
capacidades. Requiere respetar y partir de las raíces, convicciones y valores de las culturas;
necesita de creatividad:
Se trata de conocer y respetar otras tradiciones y sistemas filosóficos, y reconocer a cada
pueblo y cultura el derecho de hacerse ayudar por su propia tradición en la inteligencia
del misterio de Dios y en la acogida del Evangelio de Jesús, que es la luz para las cultu­
ras y fuerza transformadora de las mismas (Mensaje del Santo Padre Francisco para la
Jomada Mundial de las Misiones 2015).

6. El amor, fundamento de la misión

Para asumir el mandato misionero en nuestra iglesia local requerimos ser una presencia
llena de entusiasmo, cercanía, entrega, esperanza, comunión y caridad; un testimonio vivo
de fe en Jesucristo. Todo ello se logra especialmente con la fuerza del Espíritu Santo:
La valentía de los apóstoles en Pentecostés, el incansable trabajo de san Pablo, la alegría
y convicción de los primeros cristianos, son signos patentes que nos hablan de la fuerza
que es capaz de infundir el Espíritu Santo. Ese don es lo único que puede ser respuesta:
el espíritu misionero que mueve al apóstol, que penetra toda la persona y compromete
su vida con la misión del Salvador del mundo (Arquidiócesis de México / Formadora
de misioneros, I, 1).

El reto misionero pide fortalecer nuestra vocación, hacernos conscientes de ella y pregun­
tarnos por los motivos profundos que nos mueven a ser misioneros, llamado que involu­
cra la vida entera.
Es primordial interrogarnos por la calidad y fuerza de nuestro amor. El Señor reconoce el
trabajo desgastante que realizamos, nuestros cansancios y fatigas en la formación, pero
nos descubre un detalle importante «ya no tienes el mismo amor que al principio» (cf. Ap
2,2-4).
Si queremos evangelizar con fuerza ¡es preciso volver a darle fuerza al amor!: «El primer
paso de la misión no consiste en salir a la búsqueda de la oveja perdida, sino en dejarse
reencontrar por el amado» (Arquidiócesis de México / Formadora de misioneros, I, 2).
Los seres humanos hemos sido creados para participar del amor divino. En él está la clave
de toda misión. Solo cuando reconocemos que el sentido de la vida es el amor, nuestra
vocación apostólica cobra nuevo vigor, superamos el sufrimiento y damos lo mejor de
nosotros con desinterés y alegría.

7. El camino para convertirse en misionero


La misión requiere permitirle a Dios actuar en nosotros. Caminar por el proceso de con­
versión, seguimiento, profesión de fe y envío (cf. Arqu 1 dlócesis de México/ Formadora de
misioneros, III):
• Conversión: es optar por jesús para ser enviado, es salir de uno mismo y decidirse
por Dios. Implica un cambio en la forma de pensar y vivir; entregarse al servicio de
los demás, quitar lo que estorba e impide crecer. La conversión es la disposición
a ser enviados y debe ser una actitud constante.
• Seguimiento de Cristo: maduración para la misión. Para cumplir la misión del
Señor no hay otro camino que seguirlo, lo cual implica querer, dar, desarraigarse,
entregarse. El auténtico discípulo misionero no se paraliza por el miedo, confía
en Aquel a quien sigue, guarda una relación cercana y personal con Él y persevera
en su conversión; por eso es capaz de enfrentarse a los retos y dificultades del
camino.
• Profesión de fe: inicio del testimonio de lo que se cree y vive. Quien se sabe
poseedor de una buena noticia que lo llena de entusiasmo, ansia comunicarlo
a los demás. El misionero facilita el encuentro de las personas con el Señor, con
su testimonio, sus palabras y forma de vida. Una vez que conocemos al Señor es
imposible quedar impasibles; anunciar su Evangelio se convierte en una necesidad
(cf. 1 Cor 9,16). Solo quien anuncia su experiencia de Cristo con la vida, inspira
y anima a otros a la misión; quien acepta la misión de Cristo como propia, con
todas sus exigencias, realiza su profesión de fe e inicia su camino misionero.
• Envío: quien realiza la misión de Cristo es enviado y sostenido por él; necesita de
la guía del Espíritu Santo para estar a la altura de la misión encomendada. Toda
acción evangelizadora tiene su fundamento en la acción del Espíritu Santo, Jesús
lo envía como un fuego para transformarnos interiormente y hacernos dignos
enviados suyos, él nos fortalece y sostiene en nuestra debilidad.
Ni siquiera somos capaces de pensar que algo procede de nosotros, sino que nuestra
capacidad procede de Dios, el cual nos ha capacitado para ser ministros de una alianza
nueva, basada no en la letra de la ley, sino en la fuerza del Espíritu (2 Cor 3,5-6).

8. Vivir en estado permanente de misión

La misión es un estado de vida que requiere acciones continuadas, es permanente. Cuan­


do realizamos acciones ocasionales, intermitentes, sin objetivos ni proyección a futuro,
nada cambia; carece de significado y sentido para las personas. Se precisa de una misión
permanente, creativa, adaptada, con misioneros capaces de dar testimonio y explicar a la
gente del “hoy” lo que el Señor quiere de ellos (cf. Hch 8,30-31).
Hemos de lograr que nuestras comunidades dejen atrás la ¡dea de que la misión solo se
vive por una semana o época específica; no se hace misión sino que se es misionero en
todo momento y lugar.
Nos anima recordar, como misioneros, que el fundamento de nuestro apostolado es (cf. 1
Cor 3,9-15):
• La conciencia profunda de ser instrumentos del amor del Padre. Él no se cansa ni
se arrepiente de habernos llamado a colaborar en su proyecto.
• La convicción de que solo Cristo, por su muerte y resurrección, es el mensaje
personal del Padre que nos redime, encomendándonos el anuncio de esta Buena
Noticia.
• La esperanza inquebrantable en la acción del Espíritu Santo que actúa en todo y
en todos.
La nueva evangelización requiere de un nuevo Pentecostés que nos haga salir de
nosotros mismos; salir en algunos casos, del comodismo oficinista, no esperando a
que los necesitados vengan, sino yendo a buscarlos, a comunicarles la Buena Nueva y
a comprometerse con su realidad concreta (Arquidiócesis de México / Formadora de
misioneros, IV, 2).

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

► Realizo una lectura activa de los contenidos del tema. Subrayo lo más importante.
© Reflexiono

-¿Me descubro como misionero en mi servicio de facilitador? Describo cómo vivo la


misión.
-¿Cómo experimento la acción del Espíritu Santo en mi vida?
-¿De qué manera renuevo mi vocación como facilitador y misionero?
-¿Cómo refuerzo la conciencia misionera de mis interlocutores?
-¿Soy misionero por “temporadas” o me esfuerzo para ser misionero de “tiempo
completo”?
£
■ Contemplo (meditación crist¡ana-/ect/o divina)
► Realizo la meditación cristiana.
► Hago una lectio divina con el texto de 1 Cor 1,26-31.

O Recapitulo

-¿Qué fue lo más significativo del tema?

NOTAS

REFERENCIAS PARA SER MÁS

■ Arquidiócesis de México / Formadora de misioneros. Instrumento de reflexión misionera


para Agentes de pastoral, 1998.
■ Evangelii Gaudium, 20-51.
■ Mensajes del Santo Padre Francisco para la Jornada Mundial de las Misiones (2013-2015).
SABER

TEMA 14

Redescubrir nuestro Bautismo


Nos proponemos
Asumir que el Bautismo nos hace facilitadores-evangelizadores, portadores de la luz
de Cristo para otros bautizados.

■ Introducción
Para ser un auténtico acompañante de discípulos misioneros, el facilitador ha de testimo­
niar su convicción y talante misionero, el cual brota de la condición bautismal. El Bautismo
nos hace portadores de luz de Cristo, y el facilitador porta esa luz en la formación (cf. Mt
5,16).
La importancia fundamental de los sacramentos en la vida hace que a lo largo de la forma­
ción básica dediquemos manuales específicos que revisan los sacramentos. La intención
no es solo clarificar los significados y ritos, sino motivar a nuestros interlocutores a la vi­
vencia profunda de cada uno de ellos, camino que nos hace vivir en constate proceso de
conversión y nos impulsa a la misión.
En este bloque los temas del saber apuntan a algunos de los sacramentos. Comenzamos
por el Bautismo, el primero de los sacramentos de la iniciación cristiana. Nos dejamos
guiar por algunas de las directrices del Directorio pastoral para los sacramentos de la inicia­
ción cristiana (DIPSIC) y por las profundas intuiciones de los papas Francisco y san Juan
Pablo II.

El magisterio enseña

La misión del cristiano comienza con el Bautismo. Por eso, el redescubrimiento del
Bautismo, mediante itinerarios adecuados de catcquesis en edad adulta, es un aspec-
to mportante de la nueva evangelización. Renovar de modo más profundo la propia
adñes:ón a la fe es condición para una participación verdadera y plena en la celebra-
c ón e^carística, que constituye la cumbre de la vida eclesial.
Juan Pablo II, Ángelus del 9 de enero de 2005

Otros textos: Ch i_ • 0-1 7. 36.


1. Los sacramentos de la iniciación cristiana
Bautismo, Confirmación y Eucaristía, los sacramentos de la iniciación cristiana, constitu­
yen los fundamentos de la vida cristiana. Igual que la vida tiene un origen, crece y recibe
un alimento para subsistir, «los fieles renacidos en el Bautismo se fortalecen con el sacra­
mento de la Confirmación y, finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de
la vida eterna, y por estos sacramentos de la iniciación cristiana, reciben cada vez con más
abundancia los tesoros de la vida divina y avanzan hacia la perfección de la caridad» (CEC
1212) (cf. DIPSIC 1).
La comunión de vida en la Iglesia se obtiene por los sacramentos de la iniciación cristiana
(cf DIPSIC 2):

• El Bautismo es la puerta de la vida espiritual, por él nos hacemos miembros de


Cristo y del cuerpo de la Iglesia.
• La Confirmación vincula a los bautizados más estrechamente a la Iglesia, los
enriquece con una fuerza especial del Espíritu Santo; quedan obligados a difundir
y defender la fe, como verdaderos testigos de Cristo, con la palabra y las obras.
• La Eucaristía perfecciona y culmina el proceso de la Iniciación Cristiana, por ella
el bautizado se inserta plenamente en el Cuerpo de Cristo.

2. La Iniciación cristiana es escuela de discipulado


El proceso de la Iniciación Cristiana es escuela del cristianismo, oportunidad para apren­
der, testimoniar y experimentar a Dios. Constituye un itinerario que requiere del primer
anuncio (kerigma), de la catcquesis, la experiencia de oración personal y litúrgica, la parti­
cipación sacramental, la experiencia de fraternidad o de vida comunitaria, la toma de con­
ciencia del compromiso social para compartir y servir (cf. DIPSIC 11).
El modelo para la Iniciación Cristiana es el catecumenado de adultos, con las etapas que
conlleva y que se equiparan al modelo evangelizados precatecumenado, catecumenado,
tiempo de purificación y de iluminación, celebración de los sacramentos de la Iniciación
Cristiana, y tiempo de la mistagogia o adentrarse en el misterio del Dios presente en la
comunidad. En la Iglesia, este itinerario es la forma habitual para iniciar a los cristianos en
la fe (cf. DIPSIC 12).
Los sacramentos de la iniciación cristiana son la excelente oportunidad para una buena
evangelización y catcquesis (cf. DIPSIC 13). La formación conduce a los bautizados a to­
mar conciencia de estos sacramentos para vivirlos en plenitud. ¡Es el proceso que habre­
mos de lograr al acompañar!
3. El Bautismo
«El Bautismo es el fundamento de la vida cristiana, el pórtico de la vida en el Espíritu y la
puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del
pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos
incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión» (cf. CEC 1213; DIPSIC 26;
Manual 6, temas 4-6).
Es el primero de los sacramentos, «el punto de partida y referente obligado de toda la vida
cristiana. Es el inicio de un proceso personal y comunitario que se fortalece en la Confir­
mación y culmina en la Eucaristía. No se considera como un sacramento aislado, sino
relacionado con los otros momentos sacramentales» (DIPSIC 32).

4-«Creo en un solo Bautismo»


Cada año, tanto la fiesta del Bautismo del Señor como la Vigila Pascual nos permiten rea­
vivar la conciencia de ser bautizados. Los papas, desde Juan Pablo II hasta Francisco, han
compartido hermosas homilías y mensajes sobre el tema. En particular, el papa Francisco
nos recuerda que cada domingo cuando hacemos nuestra profesión de fe, afirmamos:
«Creo en un solo Bautismo, para el perdón de los pecados». Se trata de la única referencia
explícita a un sacramento en el Credo. La expresión posee tres partes en las cuales pode­
mos profundizar: «Yo confieso», «un solo Bautismo» y para el «perdón de los pecados»
(cf. Papa Francisco, Audiencia general del 13 de noviembre de 2013).

J. «Yo confieso»
La expresión es un término solemne e indica la gran importancia del Bautismo. Al pronun­
ciar estas palabras, los creyentes reafirmamos nuestra identidad como hijos de Dios. El
Bautismo es el documento de identidad cristiana, nuestro certificado de nacimiento a la
Iglesia.
La fe está unida al bautismo en el perdón de los pecados. El sacramento de la Penitencia
o Confesión es como un «segundo Bautismo», tiene como referente el primero para con­
solidarlo y renovarlo.
El día de nuestro Bautismo es el punto de partida del hermosísimo camino hacia Dios, que
transitamos toda la vida, un camino de conversión, apoyado en el sacramento de la Peni­
tencia.
Cuando confesamos nuestras debilidades y pecados, podemos pedir el perdón de jesús y
renovar también el Bautismo con este perdón, ¡eso es hermoso! Es como festejar en cada
confesión el día del Bautismo. La confesión así vivida es una fiesta para celebrar nuestro
Bautismo. ¡La confesión es para los bautizados! ¡Para mantener limpia esta vestidura blan­
ca de nuestra dignidad cristiana!
6. «Un solo bautismo»

La expresión recuerda la de san Pablo: «Un solo Señor, una fe, un bautismo» (Ef 4,5). La
palabra «bautismo» significa literalmente «inmersión», y de hecho este sacramento cons­
tituye una verdadera inmersión espiritual en la muerte de Cristo. El Bautismo es propia­
mente una inmersión espiritual en la muerte de Cristo, de la que se resucita con él como
nuevas criaturas (cf. Rom 6,4).
Es un baño de regeneración y de iluminación. Regeneración porque nacemos del agua y
del Espíritu, sin el cual nadie puede entrar en el reino de los cielos (cf. Jn 3,5). Iluminación,
porque, por el Bautismo, la persona se llena de la gracia de Cristo, «la luz verdadera, que
con su venida al mundo ilumina a todo hombre» (Jn 1,9), y disipa las tinieblas del pecado.
En la ceremonia del Bautismo los padres reciben una vela encendida, para indicar esta
iluminación. El Bautismo nos ilumina desde dentro con la luz de Jesús. Por este don, el
bautizado está llamado a convertirse él mismo en luz, luz de la fe que ha recibido, luz para
los hermanos, especialmente para aquellos que están en las tinieblas y no ven ningún
destello en el horizonte de sus vidas.
El papa Francisco pide que nos interroguemos: «¿el Bautismo, para mí, es una realidad
viva que se refiere a mi presente? Y también nos pregunta: ¿Te sientes fuerte, con la fuerza
que te da Cristo, con su sangre, con su resurrección o te sientes mal, sin fuerza? El Bautis­
mo da fuerza. ¿Con el Bautismo te sientes un poco iluminado con la luz que viene de
Cristo? ¿Eres hombre o mujer de luz o eres hombre o mujer oscuro, sin la luz de Jesús?
Tomar la gracia del Bautismo es un regalo y nos convierte en luz, luz para todos» (cf. Papa
Francisco, Audiencia general del 13 de noviembre de 2013).

7. «Para el perdón de los pecados»


En el sacramento del Bautismo se perdonan todos los pecados, el pecado original y todos
los pecados personales, así como todas las penas del pecado.
Con el Bautismo se abre la puerta a una verdadera novedad de vida que no está oprimida
por el peso de un pasado negativo, sino que recobra la belleza y la bondad del reino de los
cielos. Es una poderosa intervención de la misericordia de Dios en nuestras vidas, para
salvarnos. Esta intervención salvífica no quita a nuestra naturaleza humana su debilidad
(todos somos débiles y pecadores), ¡y no nos quita la responsabilidad de pedir perdón
cada vez que nos equivocamos!
Y esto es hermoso. Yo no puedo ser bautizado dos, tres o cuatro veces, pero sí puedo ir a
la Confesión y renovar la gracia del Bautismo. El Bautismo nos abre la puerta a la Iglesia.
Cuando la puerta se cierra a causa de nuestras debilidades, por nuestros pecados, la Con­
fesión la abre, porque es como un segundo Bautismo, que nos perdona todo y nos ilumina
para ir adelante con la luz del Señor.
8. El Bautismo nos da la intrepidez para evangelizar

El papa Francisco afirma que ser cristiano «es un don que nos hace ir adelante con el po­
der del Espíritu en la proclamación de Jesucristo». Y «el Bautismo basta, es suficiente para
evangelizar», para predicar a Cristo aun en medio de la persecución o cuando se vive en la
inseguridad. El papa Francisco se inspira en el pasaje de los Hechos de los Apóstoles, que
describe los acontecimientos de la primera comunidad cristiana de Jerusalén, afectada por
la persecución. Mientras los apóstoles permanecían en Jerusalén, todos los demás esta­
ban dispersos entre Judea y Samaría, y allí «iban de un lugar a otro, proclamando la Pala­
bra». El Papa comenta que dejaron la casa, se llevaron con ellos muy pocas cosas, pero
«llevaban con ellos la riqueza que tenían: la fe. Aquella riqueza que el Señor les había dado.
Bautizados desde hacía muy poco, solo un año o poco más, tal vez. Pero tenían el coraje
de ir y proclamar. El Bautismo les dio el coraje, la fuerza del Espíritu» (P. Francisco, Homi­
lía en Santa Martha, 17 de abril de 2013). Por eso el Papa nos lanza un interrogante a to­
dos los bautizados: nos pregunta si tenemos esa fuerza, si de verdad creemos que el
Bautismo basta y es suficiente para evangelizar, o necesitamos esperar a que el sacerdote
o el obispo lo manden.
El papa nos recuerda la historia de las comunidades cristianas perseguidas en Japón (s.
XVII) donde los misioneros católicos fueron expulsados y las comunidades se quedaron
durante doscientos años sin sacerdotes. Cuando regresaron otros misioneros, encontra­
ron a todos bautizados, catequizados, casados por la iglesia, y los muertos enterrados
cristianamente. No había sacerdotes. ¿Quién hizo esto? ¡Los bautizados! (cf. Papa Francis­
co, Homilía en Santa Martha, 17 de abril de 2013).
Los facilitadores hemos de acoger esta invitación del papa a recuperar el coraje de ser
bautizados y acompañar a nuestros interlocutores para que brille la luz de su Bautismo en
la Ciudad.

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

Leo
► Enlisto las ideas centrales del contenido del tema.

e Reflexiono

-¿Qué significa mi Bautismo?


-¿Cómo puedo acompañar a otros para que brille la luz de su Bautismo?

Investigo
► Reviso los siguientes contenidos en el Manual 6 (temas 4-9):
-Describe con tus propias palabras qué es el Bautismo.
-Señala los momentos y símbolos del rito y explica qué simboliza cada uno de ellos.
-¿Cuáles son nuestros derechos y obligaciones como bautizados? (Tema 4)
-¿Cuáles son los efectos del Bautismo? (Tema 7)
-¿Por qué el Bautismo nos constituye en evangelizadores?

Recapitulo
-¿Qué fue lo más significativo del tema?

NOTAS

REFERENCIAS PARA SABER MÁS

■ Arquidiócesis Primada de México, Manual 6. Los sacramentos de la Iniciación Cristiana, PPC


México 2012.
a Papa Francisco, Audiencia general del 13 de noviembre de 2013.
a Papa Francisco, Homilía en la capilla de la Domas Sanctae Marthae, 17 de abril de 2013.
SABER HACER

TEMA 15

Partir de la realidad: ver-juzgar-actuar


(estilo 4)
Nos proponemos
Identificar las características esenciales del estilo 4, reconocer sus límites y posibilida­
des y ejercitar los pasos para aplicarlo.

■ Introducción
Asumir nuestra condición de misioneros por el Bautismo y mantener la luz de Cristo encen­
dida es todo un reto para los facilitadores. Esta luz se hace más clara en la medida en que
en nuestros estilos para acompañar la formación incorporamos métodos con los que ilumi­
namos la realidad con la luz de Cristo. Así nuestros interlocutores aprenden a leer los acon­
tecimientos de su vida a la luz de la fe.
En sintonía con esa intención, en el presente tema revisaremos el estilo 4, partir de la reali­
dad, el cual recomendamos para temas pastorales, diaconales y con fuertes implicaciones
sociales, familiares, culturales. Se trata de un método que posee gran relevancia para la
pastoral y, por tanto, es también vital que el facilitador se entrene en su aplicación.

El Magisterio enseña
Aliento a todas las comunidades a una siempre vigilante capacidad de estudiar los
signos de los tiempos. Se trata de una responsabilidad grave, ya que algunas realida­
des del presente, si no son bien resueltas, pueden desencadenar procesos de deshu­
manización difíciles de revertir más adelante.
EG 51

Otros textos: Le 12,54-57.

1. Orígenes del método ver-juzgar-actuar


El ver-juzgar-actuar tiene su origen en el método de revisión de vida de la Juventud Obrera
Católica (JOC), de la década de los treinta (siglo XX). La revisión de vida tenía la intención
de que los jóvenes trabajadores descubrieran el sentido cristiano de la vida y la capacidad
de transformar la historia desde la propia vocación. Superar el divorcio fe-vida.
El Magisterio de la Iglesia propone éste método en diversas encíclicas y documentos:
Mater et Magistra (1961) de Juan XXIII, menciona la importancia del método ver-juzgar y
actuar (cf. MM 236).
Vaticano II. La constitución pastoral Gaudium et Spes se propuso seguir el método del ver-
juzgar-actuar (cf. GS 11). El Decreto sobre el apostolado de los laicos lo recomienda como
una meta de la formación de los laicos para el apostolado (cf. AA 29).
Las Conferencias latinoamericanas de Medellín, Puebla y Aparecida privilegiaron el método.
Los obispos en Aparecida nos dicen al respecto:
Este método implica contemplar a Dios con los ojos de la fe a través de su Palabra
revelada y el contacto vivificante de los Sacramentos, a fin de que, en la vida cotidiana,
veamos la realidad que nos circunda a la luz de su providencia, la juzguemos según
Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, y actuemos desde la Iglesia, Cuerpo Místico de
Cristo y Sacramento universal de salvación, en la propagación del reino de Dios, que
se siembra en esta tierra y que fructifica plenamente en el Cielo (DA 19).

2. ¿Qué es y qué promueve el método ver-juzgar-actuar?


El método ver-juzgar-actuar surgió como una metodología para la acción transformadora
de los cristianos en sus ambientes y para la superación del divorcio entre la fe y la vida.
También se puede considerar un estilo de vida y una espiritualidad, que vive y celebra el
descubrimiento de la presencia de Dios en la historia, la actitud de conversión personal
continua y el compromiso para la transformación de la realidad.
El anuncio kerigmático se encarna en una cultura determinada, la asume, la evangeliza, la
promueve, la perfecciona. Pero al mismo tiempo la cultura colorea el mensaje evangélico
con rostros concretos de personas que siguen el mensaje de Jesús.
El método antropológico promovido por el Concilio Vaticano II nos invita a mirar no tanto a
la semilla, sino a la tierra donde se siembra. La Iglesia sabe que la semilla (el Evangelio) es
una buena simiente. Se trata ahora de prestar atención a las situaciones donde se encarna el
Evangelio. Todo proyecto evangelizador debe partir de la situación a la que se dirige.

3- Los tres momentos del ver-juzgar-actuar

■ Ver
Es el momento de toma de conciencia de la realidad. Parte de los hechos concretos de la
vida cotidiana, busca sus causas, los conflictos presentes y consecuencias que se pueden
prever para el futuro. Esta mirada permite una visión más amplia, profunda y global que
motiva a realizar acciones transformadoras orientadas a atacar las raíces de los proble­
mas. Para «ver» con objetividad hemos de considerar que vivimos inmersos en:
• La perspectiva. No todos vemos lo mismo, lo que nos puede llevar a una visión
parcial, incompleta y superficial, de ahí la importancia de llevar a cabo el ver de
manera colectiva.
• La subjetividad. Hacemos una interpretación, no de acuerdo a la realidad, sino de
acuerdo a nuestras opiniones o experiencias, que nos puede llevar también a tener
una visión superficial.
• Prejuicios. Nos hacen ver solo lo que queremos ver o lo que nos interesa.

Podemos hacer tres tipos de observaciones:


• Espontánea: los resultados surgen de la experiencia común, válida, aunque a veces
engañosa y un tanto subjetiva.
• Guiada: utiliza técnicas e instrumentos de análisis apropiados como entrevistas,
encuestas, estadísticas, recopilación documental.
• Crítica: trata de conocer la realidad en profundidad. Se propone estudiar el fondo
ideológico de las personas (valores, normas y acciones), su conjunto de principios.
Para ver, podemos plantearnos las preguntas dónde, cuándo, quiénes, qué, cómo y por
qué.

■ Juzgar
Es analizar los hechos de la realidad a la luz de la fe y de la vida, del mensaje de jesús y de
su Iglesia, para descubrir lo que ayuda o impide a las personas alcanzar su liberación inte­
gral, llegar a vivir como hermanos y construir una sociedad de acuerdo al proyecto de Dios.
Es el momento de preguntarse qué dicen la Palabra de Dios y los documentos de la Iglesia
y dejar que cuestionen la situación analizada. Juzgar ayuda a tomar conciencia del pecado
personal presente en la vida de cada uno y del pecado social presente en las estructuras
injustas de la sociedad. Exige un conocimiento cada vez más profundo del mensaje cris­
tiano, un ambiente de oración, un diálogo profundo con Jesucristo presente en la vida de
los cristianos y en la vida sacramental de la Iglesia y una purificación cada vez mayor del
egoísmo. Es un momento privilegiado, pues en él se sitúa lo específicamente cristiano de
esta propuesta metodológica.
El juzgar incluye dos momentos:
• La iluminación, constituida por los fundamentos bíblicos y magisteriales que ilu­
minan la situación.
• El diagnóstico, conocido como “desafío", es decir, lo que falta a la situación para
alcanzar el ideal descrito en la iluminación.
Esta fase responde a las preguntas: ¿Qué nos dice Dios por medio de lo que sucede? ¿Qué
desviaciones se dan en la práctica?

■ Actuar
Es el momento de concretar en acción y compromiso lo que se ha comprendido acerca de
la realidad (ver) y lo descubierto del plan de Dios sobre ella (juzgar). El actuar impide que
la vida espiritual se reduzca a pensar o decir conceptos correctos sobre Dios; tiende al
cambio de la realidad de la que se ha partido. Se debe estar atento para que lo que se pro­
ponga realizar sea fruto maduro de la reflexión realizada. Esta fase responde a la pregunta:
¿qué debemos hacer?

4. Prepara el estilo 4
• Antes de presentarte con el grupo prepara el tema para ti, aplicando el estilo 4.
• Reflexiona si el tema que has elegido es adecuado para trabajarse de forma clara
con este estilo.

• Elige una realidad que tenga que ver con el tema y sea familiar a los interlocutores,
que ellos la conozcan bien (desempleo, alcoholismo, violencia intrafamiliar...).
Trata de reunir suficiente información como estadísticas, artículos y noticias rela­
tivas al tema. No improvises el análisis de la realidad; la mirada tiene que ser lo
más objetiva posible, evita la ingenuidad, hay que ver más de una cara del hecho
(aspectos sociales, políticos, económicos, religiosos, psicológicos).
• Ilumina la realidad con textos bíblicos y del Magisterio. Completa con la informa­
ción que propone el tema del manual.

• Intenta describir qué acciones se podrían seguir para dar respuesta a la realidad
elegida, a la luz de la Palabra y el Magisterio y de la reflexión del tema.

5. Trabaja en el grupo el estilo 4


• Presenta a tus interlocutores la realidad elegida. Pide que la describan con el
mayor número de características. Se pueden ayudar con la información que les
proporciones o la que ellos mismos hayan investigado. Entre todos intenten res­
ponder a las preguntas dónde, cuándo, quiénes, qué, cómo y por qué.

• Ilumina, con ayuda de los interlocutores, la realidad con la Palabra de Dios y el


Magisterio, y con el contenido del tema. Recuerda las preguntas: ¿qué nos dice
Dios por medio de lo que sucede? ¿Qué desviaciones se dan en la práctica?
• Plantea al grupo la pregunta: ¿qué debemos hacer? Acuerden un compromiso
entre todos.
• Concluye.
6. Fortalezas y limitantes del estilo 4

■ Fortalezas
• El «anclaje en la realidad» es el mayor mérito del método ver-juzgar-actuar. Se
trata de dar a la historia vivida su verdadero peso, porque en ella entra Dios para
ofrecer su mensaje de salvación.
• El juzgar es un auténtico discernimiento, supone ver y valorar a la luz del Espíritu
Santo.
• El actuar se orienta al crecimiento de las personas y comunidades.
• «Este método ha colaborado a vivir más intensamente nuestra vocación y misión
en la Iglesia: ha enriquecido el trabajo teológico y pastoral y, en general, ha motiva­
do a asumir nuestras responsabilidades ante las situaciones concretas de nuestro
continente. Nos permite articular, de modo sistemático, la perspectiva creyente de
ver la realidad; la asunción de criterios que provienen de la fe y de la razón para su
discernimiento y valoración con sentido crítico; y, en consecuencia, la proyección
del actuar como discípulos misioneros de Jesucristo» (DA 19).

■ Limitaciones
• Si el ver se realiza de modo superficial, con prejuicios y una sola perspectiva, los
beneficios son reducidos.
• La peor aplicación del método se llama «yuxtaposición de partes». Se da cuando
los grupos se dividen el trabajo, unos elaboran el ver, otros el juzgar y otros el ac­
tuar. Al final no hay coherencia interna y una cosa no tiene nada que ver con la otra.
• Si la realidad no es interpretada en el juzgar, el actuar no será pertinente; aunque
se planeen cosas buenas, pueden ser inútiles.
• Requiere que el facilitador tenga claro qué actividades corresponden al ver, cuáles
al juzgar y al actuar. La confusión empobrece el método.

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

■ Leo

► Realizo una lectura activa de este tema.

© Reflexiono

-¿Cuál es mi experiencia previa con la aplicación del estilo 4?


-¿Qué puedo mejorar o incorporar?
Ejercito
► Elijo un tema del Manual 6 y preparo una sesión con el estilo 4.
► Preparo el tema de acuerdo al punto 4.
► Diseño mi planeación inmediata a través de una carta descriptiva (ver modelo anexo).
►Coordino una sesión de 15 minutos con el tema que preparé, usando el estilo 4.
► Dejo que mis compañeros y asesores me retroalimenten.
►Completo mi carta descriptiva y la corrijo con las ideas recibidas.

H n -x I
K-* Recapitulo
-¿Qué fue lo más significativo del tema?

NOTAS

REFERENCIAS PARA SABER HACER MÁS

■ Floristán, C., "Ver-)uzcar-actuar”, en Floristán, C., Nuevo diccionario de pastoral, San Pablo,
Madrid 2002, 1564-1567.
■ http://www.communityofsttherese.org/resources/verjuzgaractuar.pdf (30/06/14).
■ http://pastoraldejuventud.files.wordpress.com/2008/09/la_metodologia.pdf (30/06/14).
Nombre del manual: Fecha:

Nombre y número de tema: Estilo 4: Ver-juzgar-actuar


Objetivo de la sesión:

Recursos didácticos:

ACTIVIDAD FACILITADOR INTERLOCUTORES TIEMPO


Apertura- Escribo qué haré yo en Escribo, para cada Asigno tiempos.
cada actividad. actividad, qué harán
Oración inicial mis interlocutores.
Primeros elementos:
• Título y nombre
del tema
• Ilustración
• Enunciado
• Enlace
• Objetivo

La Palabra o el
Magisterio

Desarrollo del tema

Actividades individua­
les o grupales

Evaluación

Cierre: conclusión,
oración final ..
SER

TEMA 16

Acompañar discípulos misioneros

Nos proponemos
Reflexionar sobre los rasgos que caracterizan el ser de un acompañante de discípulos
misioneros.

■ Introducción
A lo largo de la formación hemos insistido en el hecho de que los facilitadores son discí­
pulos misioneros acompañantes de la maduración de otros discípulos misioneros. El
papa Francisco concibe a la Iglesia como una comunidad de discípulos misioneros que
primerean, acompañan, fructifican y festejan (cf. EG 24). En este tema nos ocuparemos de
la segunda acción, «acompañar». Aunque a primera vista la palabra «acompañar» tiene
que ver con un modo de hacer, implica sobre todo el ser, por lo que ahora conviene preci­
sar algunos aspectos de esta noble tarea.

La palabra nos ilumina

Mientras hablaban y se hacían preguntas, Jesús en persona se acercó y se puso a


caminar con ellos.
Le 24,15

Otros textos: EG 169-173.

1. ¿Qué es acompañar?
La palabra «acompañamiento» viene del latín com-panio, y significa «aquel que tiene el
pan en común». Es la ayuda temporal y sistemática, que una persona con experiencia y
madurez ofrece a otra. La palabra evoca la idea de la vida como un viaje y de la relación
humana como com-pañía, entre peregrinos que comparten entre sí sus fatigas y el «pan
de viaje». Desde esta perspectiva el facilitador se hace compañero de camino de sus inter­
locutores, como lo hizo jesús con los caminantes de Emaús (cf. Le 24,15).
Elemento central del acompañamiento es la cercanía inteligente y significativa; conlleva
una cierta implicación del facilitador en la vida y esencia (el pan del camino) del interlocu­
tor, en su confesión de fe y experiencia de Dios.
La Iglesia tendrá que iniciar a sus hermanos —sacerdotes, religiosos y laicos— en este
“arte del acompañamiento”, para que todos aprendan siempre a quitarse las sandalias
ante la tierra sagrada del otro (cf. Ex 3,5). Tenemos que darle a nuestro caminar el ritmo
sanador de projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión pero que al
mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana (EG 169).

2. Acompañar desde la fe
Acompañar no es dirigir la vida del otro, o entrometerse en lo que corresponde a sus fun­
ciones. No tiene que ver con autoridad, dirigismo o imposición. Es característico del
acompañamiento el respeto al ritmo del interlocutor, a sus virtudes, limitaciones y necesi­
dades.
El acompañante sabe reconocer que la situación de cada sujeto ante Dios y su vida
en gracia es un misterio que nadie puede conocer plenamente desde afuera. El
Evangelio nos propone corregir y ayudar a crecer a una persona a partir del recono­
cimiento de la maldad objetiva de sus acciones (cf. Mt 18,15), pero sin emitir juicios
sobre su responsabilidad y su culpabilidad (cf. Mt 7,1; Le 6,37). De todos modos, un
buen acompañante no consiente los fatalismos o la pusilanimidad. Siempre invita a
querer curarse, a cargar la camilla, a abrazar la cruz, a dejarlo todo, a salir siempre de
nuevo a anunciar el Evangelio. La propia experiencia de dejarnos acompañar y curar,
capaces de expresar con total sinceridad nuestra vida ante quien nos acompaña, nos
enseña a ser pacientes y compasivos con los demás y nos capacita para encontrar las
maneras de despertar su confianza, su apertura y su disposición para crecer (EG 172).

3. Discípulo que acompaña discípulos


El facilitador es ante todo un seguidor de Jesús, con la misión de apoyar a otros en el mis­
mo itinerario de fe que él ha recorrido y recorre. Debe sentirse muy identificado con su
interlocutor, a quien trata de servir. Ha de estar a la escucha de Dios y disponible a la vo­
luntad del Padre, para poder iniciar a otros en esta misma actitud.
Quien es acompañante habrá de ser un creyente con fe madura y experimentada. Quien
pretende ayudar a otros en los caminos del Espíritu necesita ser una persona del Evange­
lio, un evangelizador con Espíritu, con gran confianza en las posibilidades de la gracia y en
las posibilidades de la persona como ¡mago Dei, con un saber hacer que permita a las
personas que orienta descubrir la voluntad de Dios para con ellos.
4-Acompañar misioneros
El papa Francisco ubica el acompañamiento como una acción dentro de la misión. La
Iglesia debe primerear, es decir, salir al encuentro de los alejados y luego disponerse a
acompañar. «Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolon­
gados que sean» (EG 24).

El interlocutor es una perla de gran valor que el Señor ha confiado al facilitador; su misión
consiste en ayudarlo a brillar, a tomar conciencia de su misión y desarrollar sus potencia­
lidades. El énfasis no está puesto en el acompañante sino en el crecimiento del acompa­
ñado.
El acompañamiento no debe confundirse con la autorrealización egoísta de la persona, al
margen de un compromiso eclesial. El auténtico acompañamiento espiritual tiene que ver
con la misión evangelizados. Un ejemplo de este acompañamiento y formación es la re­
lación que establece Pablo con Timoteo y Tito. Al tiempo que les confía la misión de que­
darse en cada ciudad para ‘terminar de organizado todo’ (Tit 1,5; cf. ITim 1,3-5), les da
criterios para la vida personal y para la acción pastoral. «Esto se distingue claramente de
todo tipo de acompañamiento intimista, de autorrealización aislada. Los discípulos misio­
neros acompañan a los discípulos misioneros» (EG 173).

5. Las actitudes para acompañar


La acción de acompañar está relacionada con el desarrollo de ciertas virtudes y actitudes
por parte del acompañante:
• Paciencia. El acompañante, «sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La
evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites» (EG 24).
• Hacer altos. El impulso de salida de la Iglesia no implica correr sin rumbo ni sen­
tido; pide en ciertos momentos «detener el paso, dejar de lado la ansiedad para
mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para acompañar al que se
quedó en el costado del camino» (EG 46).
• Mantener las puertas abiertas, para que los rezagados puedan entrar en cuanto
lleguen. «Como el padre del hijo pródigo, que se queda con las puertas abiertas
para que, cuando regrese, pueda entrar sin dificultad» (EG 46).
• Reconocer las semillas del Verbo presentes en las personas y en las culturas. «Se
trata de acompañar, cuidar y fortalecer la riqueza que ya existe» (EG 69).
• Escucha atenta. «Necesitamos ejercitarnos en el arte de escuchar, que es más que
oír (...) La escucha nos ayuda a encontrar el gesto y la palabra oportuna que nos
desinstala de la tranquila condición de espectadores. Solo a partir de esta escucha
respetuosa y compasiva se pueden encontrar los caminos de un genuino creci­
miento, despertar el deseo del ideal cristiano, las ansias de responder plenamente
al amor de Dios y el anhelo de desarrollar lo mejor que Dios ha sembrado en la
propia vida» (EG 171).

6. El estilo: la atención amante del otro

El acompañante requiere desarrollar una preocupación sincera por el crecimiento del in­
terlocutor, como lo hacía Jesús o el mismo san Pablo:
Y aunque podríamos haber hecho sentir nuestra autoridad como apóstoles de Cristo,
nos comportamos afablemente con ustedes, como una madre cuida a sus hijos con
amor. Tanto amor les teníamos que ansiábamos entregarles, no solo el evangelio de
Dios, sino también nuestras propias vidas. ¡A tal punto llegaba nuestro amor por us­
tedes! ¡Saben que tuvimos con cada uno de ustedes la misma relación que un padre
tiene con sus hijos, exhortándolos, animándolos e invitándolos a llevar una vida digna
del Dios que los ha llamado a su reino y a su gloria! (1 Tes 2,7-8.11-12).

El Espíritu nos moviliza hacia una atención puesta en el otro «considerándolo como uno
consigo» (santo Tomás). «Esta atención amante es el inicio de una verdadera preocupa­
ción por su persona, a partir de la cual deseo buscar efectivamente su bien» (EG 199). Lo
anterior implica valorar a las personas en su bondad propia, con su forma de ser, su cultu­
ra, su modo de vivir la fe. Y aunque el Papa refiere estas palabras a los pobres, nos permi­
timos aplicarlas al acompañamiento de todo tipo de personas. Y añade otra cita de santo
Tomás: «El verdadero amor siempre es contemplativo, nos permite servir al otro no por
necesidad o por vanidad, sino porque él es bello, más allá de su apariencia» (EG 199).
Cuando una persona es amada, se le estima como de alto valor, y esto diferencia el verda­
dero acompañamiento de cualquier ideología o intento de utilizar a las personas al servicio
de intereses personales o políticos. Solo desde la cercanía real y cordial se puede acompa­
ñar adecuadamente a las personas en su camino de maduración de fe. Se requiere que
cada persona que se acerca se sienta como en su casa. «¿No sería este estilo la más gran­
de y eficaz presentación de la Buena Nueva del Reino? » (NMI 50) (cf. EG 199).

7. El modelo: acompañar como María


María es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas. Ella es
la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de
todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que
brote la justicia. Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por
la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera
madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la
cercanía del amor de Dios. A través de las distintas advocaciones marianas, ligadas
generalmente a los santuarios, comparte las historias de cada pueblo que ha recibido
el Evangelio, y entra a formar parte de su identidad histórica (EG 286).
ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

ffil Leo

► Realizo una lectura activa de los contenidos del tema. Subrayo lo más importante.

© Reflexiono

-¿Me considero un facilitador acompañante o actúo como un profesor que entra y sale
de su clase? ¿En qué lo noto?
-¿Qué actitudes de las enunciadas en el punto 5 me caracterizan como acompañante y
cuáles he de fortalecer?
-¿Qué acciones concretas pondré en práctica para ser un acompañante de mis
interlocutores?
í
■ Contemplo (meditación cristiana-/ect/o divina)
► Realizo la meditación cristiana.
► Hago una lectio divina con el texto de Le 24,13-35 (me enfoco en los aspectos que ha­
cen de Jesús un acompañante).

O Recapitulo

-¿Qué fue lo más significativo del tema?

NOTAS

REFERENCIAS PARA SABER HACER MÁS

■ Cencini, A., “Acompañamiento”, en J-M. Prellezo García (coord.), Diccionario de ciencias de la


educación, Editorial CCS, Madrid 2009, 31-32.
■ Evangelli Gaudium.
■ Sastre García, ]., “Acompañamiento espiritual", en V. MA. Pedroza (dir.) y col., Nuevo dicciona­
rio de catequética, Volumen I, San Pablo, Madrid 1999, 76-92.
TEMA 17

La Confirmación y la misión

Nos proponemos
Vincular el significado de la Confirmación con la tarea evangelizadora y con nuestra
misión como facilitadores.

■ Introducción
Como reflexionamos en el tema anterior, el desarrollo de la misión requiere desarrollar el
arte de acompañar discípulos misioneros y la adquisición de actitudes y virtudes, que to­
can lo más profundo de nuestro ser. El facilitador acompañante requiere entender y vivir
en profundidad su condición de discípulo y los alcances de la misión. El sacramento de la
Confirmación es ahora el que nos da la pauta para continuar la reflexión. Es por excelencia
el sacramento de la misión.

La Palabra nos ilumina

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena
noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos, a dar
vista a los ciegos, a libertar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor.
Le 4,18-19

Otros textos: LG 11; DA 153; SC 71; CEC 1285-1321.

1. La Confirmación, sacramento del Espíritu


Como todo sacramento, la Confirmación se comprende en su totalidad cuando se capta el
s g" ~cado de su símbolo principal, el lugar que ocupa en la experiencia de fe en Cristo y
os ec^oromisos que exige en el creyente que la recibe.
Les s ete sacramentos están revestidos de la fuerza del Espíritu, pero en la Confirmación
este rasgo ace j ere mayor relevancia porque perfecciona al Bautismo y le confiere plenitud
Estos principios eclesiales de la Confirmación deben concretarse en el ejercicio de la mi­
sión, para favorecer su eficacia y no ahogar su impulso evangelizados

2. ¿Por qué este sacramento se llama Confirmación?


La Confirmación ha tenido diversos nombres debido a la falta de aclaración de su rito dis­
tintivo y esencial que persistió durante varios siglos:
• Consignado: señal de la cruz realizada con la mano.

• Chrismado: unción con aceite perfumado y consagrado.


• Manas imposido: imposición de manos sobre la cabeza.
• Sfragis (sello), o myron (crisma perfumado), como se le conoce en las iglesias
orientales.
• Confirmación: traduce el término latino confirmado («fortalecimiento»). Este nom­
bre es mencionado por primera vez en el Concilio de Riez, Francia, en el año 439.
Es el nombre que más se acerca al sentido bíblico del sacramento.

3. Los símbolos de la Confirmación en la Biblia


La clave catequética para entender mejor un sacramento es identificar su símbolo funda­
mental y descubrir su sentido en la Escritura y en la Tradición. Con respecto a la Confirma­
ción, dos son las acciones simbólicas que lo sustentan: la unción y la imposición de manos.

■ La unción
Es el rito nuclear de la Confirmación. La unción más importante en el Antiguo Testamento
es la relacionada con la transmisión divina del poder y la fuerza a los reyes y sumos sacer­
dotes (1 Sam 10,1-6; 1 Sam 16,13; 2 Sam 23,1-2; Is 61,1). Por esta unción recibían el Es­
píritu de Dios para desempeñar su función con fidelidad a Yahvé.
Una porción del pueblo pudo ver en jesús al Mesías esperado. Por eso proclamaron en su
momento: «jesús es el Cristo, el Ungido» (ver el discurso de Pedro en Hch 2,14-36).
Por tanto, el simbolismo bíblico de la unción viene a decirnos que, por la Confirmación, el
cristiano lleva en sí mismo el Espíritu de jesús, el mismo que lo impulsó a anunciar el
Reino y a dar su vida por él. En consecuencia, el crisdano está orientado a esa misión de
Jesús: liberar a los oprimidos y anunciar a los pobres la buena noticia de la salvación (cf. Le
4,16-19). El ritual simboliza el compromiso del confirmado para asumir de manera adulta
las exigencias del bautismo, concretamente la de construir un mundo liberado, justo y
solidario.
■ La imposición de manos
El confirmado recibe no solo la unción con óleo, sino también la imposición de manos del
obispo o del ministro autorizado.
En la Biblia, las manos son uno de los medios más expresivos del ser humano. Poner las
manos sobre la cabeza de otro significa el deseo de querer transmitirle algo que pertenece
a la misma persona que realiza el gesto. Así se transmite una bendición (Gén 48,13-16),
una facultad o cualidad especial (Núm 27,15-23; Dt 34,9), o para transferir la representa­
ción de la propia persona a la víctima de un sacrificio (Lev 1,4). Jesús, al imponer las ma­
nos, bendecía (Me 10,16) y curaba (Me 8,23; Le 4,40; 13,13), y su gesto fue repetido por
sus discípulos (Me 16,18; Hch 9, 12; 28, 8).
Con la imposición de manos también se transmite el Espíritu (Hch 8,17; 19,6) y se comu­
nica la propia misión (Hch 6,6; 1 Tim 4,14; 5,22). Estos dos significados son los propios
del sacramento de la Confirmación.

4. Sentido misionero de la Confirmación


La Confirmación otorga la plenitud del Espíritu, en la medida en que está vinculado estre­
chamente con el Bautismo y con sus exigencias en favor de la construcción del Reino.
En relación con la tarea evangelizados, la Lumen Gentium afirma:
Por el sacramento de la Confirmación, los fieles bautizados se vinculan más estre­
chamente a la Iglesia, se enriquecen con una fortaleza especial del Espíritu Santo y
de esta forma se obligan con mayor compromiso a difundir y defender la fe con su
palabra y sus obras como verdaderos testigos de Cristo (n. 11).

La Confirmación es, entonces, un sí personal y consciente del cristiano al proyecto del


Reino y un sí a la comunidad cristiana. Por tanto, todo ministerio orientado a este trabajo
del Reino tiene su fundamento en la confirmación (cf. ChL 23).

La Confirmación integra al grupo de los comprometidos en el seguimiento de Jesús a los


que deciden hacer vivo y operativo su carácter bautismal:
En virtud del Bautismo y la Confirmación, somos llamados a ser discípulos misio­
neros de Jesucristo y entramos a la comunión trinitaria en la Iglesia, la cual tiene su
cumbre en la Eucaristía, que es principio y proyecto de misión del cristiano (DA 153).

Todo confirmado recibe del Espíritu la vocación y la tarea misionera:


En virtud del Bautismo y de la Confirmación, los fieles laicos son testigos del anun­
cio evangélico con su palabra y el ejemplo de su vida cristiana; también pueden ser
llamados a cooperar con el obispo y con los presbíteros en el ejercicio del ministerio
de la palabra (CIC c. 759).
5» Confirmación: un sacramento que nos exige seguir a Cristo en la misión
El papa Francisco aporta una clave esencial para comprender la vinculación entre la misión
y el segundo sacramento de iniciación:
Cuando acogemos el Espíritu Santo en nuestro corazón y lo dejamos obrar, Cristo mis­
mo se hace presente en nosotros y toma forma en nuestra vida; a través de nosotros,
será él, Cristo mismo, quien reza, perdona, infunde esperanza y consuelo, sirve a los
hermanos, se hace cercano a los necesitados y a los últimos, crea comunión, siembra
paz. Pensad cuán importante es esto: por medio del Espíritu Santo, Cristo mismo viene
a hacer todo esto entre nosotros y por nosotros. Queridos hermanos y hermanas, recor­
demos que hemos recibido la Confirmación. ¡Todos nosotros! Recordémoslo ante todo
para dar gracias al Señor por este don, y, luego, para pedirle que nos ayude a vivir como
cristianos auténticos, a caminar siempre con alegría conforme al Espíritu Santo que se
nos ha dado (Audiencia general, miércoles 29 de enero de 2014).

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

[fea Leo
► ¿Cuáles son las cinco ¡deas más importantes del tema? Señala cada una con un núme­
ro al margen del texto.
► Prepara un mapa conceptual con los cuatro apartados del contenido.

© Reflexiono

-¿Qué relación guarda el contenido del tema con la cita bíblica de Le 4,18-19?
-Medito estas palabras del Documento de Aparecida (n. 153):
«En virtud del Bautismo y la Confirmación, somos llamados a ser discípulos misione­
ros de Jesucristo».
-¿Qué puede significar para la tarea del facilitador la imposición de manos? (Manual 6,
tema 11)
-Relaciona los siete dones del Espíritu con habilidades propias del facilitador (Manual
6, tema 11). Por ejemplo: el don de la inteligencia podría ser el Saber de la formación
básica.
-¿Cómo podríamos vivir en nuestra Ciudad la triple misión de Cristo, de acuerdo a
nuestra tarea como facilitadores? (Manual 6, tema 12)

Investigo
► Reviso los siguientes contenidos del Manual 6 (temas 10-12):
-Describo con mis propias palabras qué es el sacramento de la Confirmación.
-¿Qué necesitan saber los creyentes sobre el sacramento de la Confirmación?
-Señalo los momentos y símbolos del rito y explico qué simboliza cada uno de ellos.
-¿Por qué la Iglesia afirma que la Confirmación es un sacramento del Espíritu? (Tema 10)
-De acuerdo con el tema 10, explico a un joven la necesidad de la Confirmación.

O Recapitulo

-Tras estudiar el tema, ¿qué acciones me siento impulsado a practicar como facilitador,
acompañante de discípulos misioneros?

NOTAS

REFERENCIAS PARA SABER MÁS

■ Arqui diócesis Primada de México, Manual 6, Los sacramentos de la iniciación cristiana, PPC,
México 2012.
■ Directorio Pastoral para los Sacramentos de la Iniciación Cristiana (DIPSIC), 65-109.
■ Ritual de Iniciación Cristiana de Adultos (RICA), 1983.
TEMA 18

Partir de experiencias significativas


(estilo 6)
Nos proponemos
Identificar las características esenciales del estilo 6, reconocer sus límites y posibilidades
y ejercitar los pasos para aplicarlo.

■ Introducción
Vincular los sacramentos con la identidad y misión del creyente, precisa hacer puenteos
constantes entre la fe y la vida, la realidad y la misión. En el tema 15, comenzamos a ejer­
citar el método pastoral ver-juzga r-actuar, que nos permite iluminar la realidad a la luz de
la Escritura y del Magisterio, para asumir una responsabilidad, cambio o compromiso.
Hacia esa dirección apunta el estilo 6, Partir de experiencias significativas, que es otro mé­
todo pastoral y también catequístico, caracterizado por relacionar los contenidos con la
vida, con lo cotidiano.

El Magisterio enseña
Se trata de conectar el mensaje del texto bíblico con una situación humana, con algo
que ellos viven, con una experiencia que necesite la luz de la Palabra.
EG 154

Otros textos: Jn 1,39; Me 7,33-34; LF 11.19; EC 129.

1. Dimensión experiencial de la formación


La formación, si bien pretende acercarnos a Jesucristo, no ignora la realidad humana. La
fe ilumina nuestra existencia, toca todos los ámbitos de la vida y ésta fortalece la fe. La
Iglesia ha insistido mucho en esta conexión al afirmar:
La catcquesis, que es doctrina, no es ajena al curso ordinario de la vida. Para alcanzar
este objetivo la catcquesis desarrolla también temas que las condiciones históricas y
ambientales hacen particularmente actuales y urgentes, convencida de que las situa­
ciones históricas y las aspiraciones auténticamente humanas son parte indispensable
del contenido de la Catcquesis, ya que a través de estas situaciones y aspiraciones lle­
gan hasta nosotros los llamamientos de Dios. El catequista no deberá, por lo tanto, ser
solamente un perito en divinidad (buen conocedor de la Biblia y de la Tradición de la
Iglesia), sino también un perito en humanidad, sensible a los problemas del hombre
de hoy, comprometido con la opción por los pobres [Líneas comunes de orientación
para la catcquesis en América Latina, 19}.

Recurrir a la experiencia no es solo didáctico (facilitar la transmisión de conocimientos), sino


estructural: ella forma parte del contenido de la catcquesis (formación). Portal motivo, no se
reduce a una metodología; es una dimensión de la catcquesis (y de la formación).

2. ¿Qué es una experiencia significativa?


El término «experiencia», aunque evidente, suele confundirse con un contenido doctrinal.
Llamamos experiencia al aprendizaje logrado por la observación, la realización, participa­
ción o vivencia de algo; cualquier cosa que nos suceda en la vida y que deja una marca.
Incluye todo tipo de vivencias personales, familiares; acontecimientos sociales, políticos,
económicos, culturales; interrogantes sobre el sentido de la vida, la muerte, la paternidad,
el matrimonio; experiencias de los hombres y mujeres bíblicos, de la vida de la Iglesia.
Una experiencia es significativa cuando toca el corazón y la vida de la persona, cuando es
interesante y relevante. Las experiencias son lenguaje no racional, hablan al inconsciente,
a lo vivido. Tienen fuertes efectos, anclan de manera inmediata.

3. Estilo 6: Partir de experiencias significativas


Partir de una experiencia significativa consiste en empezar el tema planteando una expe­
riencia o gesto relacionado con los contenidos. Apoya todo el tema, es como el hilo conduc­
tor que permite hilvanar los diversos elementos del contenido.
La experiencia no es al azar, debe ser elegida y preparada para lograr el objetivo. Puede
provenir de diversas fuentes:
• La realidad sociocultural. Alguna situación social, política, económica, cultural,
ecológica, actual de nuestra ciudad, país o de algún otro.
• Del pasado. Acontecimientos de la historia de nuestro país o de la Iglesia. Temas
que interesan al interlocutor en el presente o que son importantes para su futuro:
matrimonio, procreación, nacimiento, muerte, esperanza, amor, amistad, sufri­
miento, perdón, drogas, guerra, paz, justicia.

• Interrogantes existenciales: sentido de la vida y de la muerte, salvación, esperanza, futuro.

• La experiencia de vida de todos los hombres y mujeres (sean creyentes o no).

• Un testimonio personal.
• Experiencia de vida de los hombres y mujeres bíblicos, o de la gran tradición de la Igle­
sia (vidas de santos). Son la experiencia más importante en el ámbito cristiano. Cons­
tituyen la gran tradición viviente por la que Dios manifiesta gradualmente su salvación.
A continuación proponemos dos metodologías que pueden ayudar a aprovechar la expe­
riencia de un modo más fecundo: el estudio de casos y el uso de gestos.

4* Estudio de un caso
Esta herramienta consiste en narrar un caso que represente una situación de la vida real
para que se estudie y analice. Puede ser cualquiera de las que hemos enunciado en el pun­
to anterior. No se trata de proponer el caso para encontrar soluciones, sino para reflexio­
nar, analizar y discutir en grupo; se emplea como referente para el desarrollo del tema. El
caso, problema o experiencia debe contar con ciertas características:
• Autenticidad. Ser real y concreto.
• Cercano. Provenir del entorno más cercano, de la propia cultura.
• Orientación pedagógica. Que pueda ser aprovechado para relacionarlo de manera
directa con el tema.
• Relevancia. Que permita aprender conocimientos valiosos para la formación.
• Pertinencia. Que el interlocutor pueda relacionarlo con su vida real.
• Complejidad. Que corresponda a la diversidad de las situaciones de la vida.
Una vez expuesto el caso, obtenemos los aprendizajes y problemas que nos plantea para
relacionarlo con el tema de estudio.
Ejemplo (caso):

Vamos a trabajar el tema 14, «La misión y el Reino» (cf. Manual 3), que habla sobre la
misión y el Reino como realidades inseparables; además nos hace tomar conciencia sobre
nuestro llamado a convertirnos en evangelizadores. Podríamos proponer el siguiente caso:
Yolanda, una enfermera con gran vocación y fe, trabaja en un hospital del sector salud;
sus pacientes la estiman por el amor, la paciencia y dedicación que les brinda. Esto ha
provocado dificultades con sus compañeras, quienes se burlan de ella, la critican y, en
ocasiones, muestran envidia ante la gratitud de los pacientes y la admiración de los
médicos. En una ocasión tuvo que denunciar a una enfermera por la manera en que
trataba a los enfermos, lo cual le acarreó serios problemas. Yolanda no decae, la con­
ciencia de su compromiso bautismal la lleva a entregarse de corazón a su trabajo; sabe
que, al tratar a sus enfermos con caridad y dignidad, contribuye a la evangelización.

Hacemos algunas preguntas de reflexión que nos ayudan analizar el caso, por ejemplo:
• ¿Qué motiva a Yolanda a hacer bien su trabajo?
• ¿De qué manera evangeliza en su trabajo?
• ¿Qué relación tienen sus actitudes y su forma de ser con el Reino de Dios?
• Además de su trabajo, ¿Yolanda tendría que realizar algún servicio extra en la pa­
rroquia para colaborar realmente en la misión?
Con las respuestas, ya podemos relacionar el caso con los contenidos del tema planteados
en el manual (o pedir a los interlocutores que lo hagan).
Otros ejemplos de esta metodología catequética los tenemos en los manuales Camino de
Emaús y Catcquesis de adultos (ciclos A, B y C).

5. El uso de gestos simbólicos


El gesto simbólico consiste en mostrar un signo, la realización de una actividad (con o sin
palabras), la utilización de determinados elementos de la naturaleza, o alguna representa­
ción pequeña y breve, cargada de un elevado simbolismo. Por ejemplo: caminar con obs­
táculos para simbolizar el camino de conversión; utilizar una mochila cargada de cosas
para referirse a lo que cargamos en la vida, hacer un corazón y romperlo para referirse a la
forma como tratamos a los demás.
El gesto no es una dinámica; se parece más bien a las acciones simbólicas realizadas por
los profetas:
• jeremías se ata una faja de lino a la cintura para simbolizar cómo Dios había atado
a Israel a sí para que fuera su pueblo (cf. Jr 13,1-11).
• A Ezequiel una voz le ordena comer el libro en el que están escritas lamentaciones,
gemidos y amenazas, y advierte que su sabor es dulce; por medio de esta acción
Dios le da a entender cómo será su misión profética (Ez 2,9-10;3,1 -3).
• Ezequiel recibe la orden de tomar un ladrillo y grabar en él a la ciudad de jerusalén,
como si estuviera sitiada; que se acueste del lado izquierdo y cargue los pecados
de Israel por tiempos determinados y otras acciones más. Todo ello como anuncio
profético de la suerte que le espera al pueblo elegido (cf. Ez 4,1-17).
Al final del gesto debe hacerse una reflexión, profundizando el contenido propuesto en el
tema. Con los gestos, los interlocutores se apropian con mayor facilidad el contenido y lo
recuerdan durante más tiempo. El recurso a los gestos pide gran creatividad del facilitador.

Ejemplo:
Para el tema 9, «La Unción de los enfermos, camino de sanación corporal y espiritual» (cf.
Manual 12), se propone el siguiente gesto: colocar cargas pesadas (bolsas pesadas y pren­
das que impidan su libre movimiento) a un voluntario, pedirle que se mueva y preguntarle
cómo se siente. Algunos le ayudan para hacerle más ligera la carga y se le vuelve a pedir
que se mueva y camine. Preguntar otra vez ¿cómo se sientes? Se le pide que describa las
diferencias del antes y el después. Aquí termina el gesto y se inicia la reflexión. El gesto
ayuda a profundizaren que el sacramento de la unción nos libera de nuestras cargas (la
enfermedad y el pecado).
6. Preparar el estilo 6

s De manera previa
El facilitador deberá estudiar el tema y, si considera adecuado trabajar este estilo, prepara
un caso, experiencia o gesto para compartir, cuidando que tenga relación con el tema. Es
muy importante llegar a la sesión preparados para evitar improvisaciones.

■ Sesión de trabajo
Apertura:
Desarrolla los primeros elementos (nombre del tema, ilustración, enunciado, enlace, ob­
jetivo, la Palabra).

Desarrollo:
• Plantea la experiencia, caso o gesto. Tiene más fuerza si lo haces al principio.
• Pide a los interlocutores que analicen la experiencia, el caso o el gesto (en binas o
grupos). Prepara algunas preguntas.
® Relaciona el caso con el tema.
• Pide que realicen las actividades y la evaluación.
Cierre:
• Concluye. Establece compromisos y acuerdos. Pide que se realice la autoevalua-
ción que sugiere el manual.

7> Ventajas y limitantes del estilo 6

■ Ventajas
• Favorece un aprendizaje significativo.
• Es un estilo que atiende la psicología del interlocutor, a su contexto sociocultural y
sus aprendizajes previos, lo que favorece una apropiación de los contenidos.
• Los gestos dan mucha fuerza a la palabra compartida.
• Es un estilo utilizado por corrientes actuales en pedagogía y pastoral.
• Permite interrelacionar conceptos, actitudes, valores...

■ Limitantes
• El facilitador se puede perder en el caso, dando soluciones o extendiéndose en
comentarios y dejando poco tiempo para los contenidos del tema.
• Si el gesto o caso no va acompañado de una explicación o conexión inmediata al
tema, pierde el sentido.
• Cuando un interlocutor o el mismo facilitador expone su caso o experiencia, puede
darse la posibilidad que los demás quieran compartir sus propias experiencias. Si
el facilitador cede, se pierde el objetivo de la sesión.
• El facilitador puede caer en la tentación de juzgar una experiencia compartida
por un interlocutor, cuando trata de corregir, llamar la atención, regañar por los
errores cometidos o moralizar. Pierde así la posibilidad de aprovechar el caso para
iluminar el tema.

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

M Leo

► Realizo una lectura activa de este tema.

© Reflexiono

-¿Cuál es mi experiencia previa con la aplicación del estilo 6?


-¿Qué puedo mejorar o incorporar?

Ejercito
► Elijo un tema del Manual 6 y preparo una sesión con el estilo 6.
►Prepara el tema de acuerdo al punto 5.
► Diseño mi planeación inmediata a través de una carta descriptiva (ver modelo anexo).
►Coordino una sesión de 15 minutos con el tema que preparé, usando el estilo 6, y dejo
que mis compañeros y asesores me retroalimenten.
►Completo mi carta descriptiva y la corrijo con las ideas recibidas.

Recapitulo
-¿Qué fue lo más significativo del tema?

REFERENCIAS PARA SABER HACER MÁS

■ CELAM-DECAT, Líneas comunes de orientación para la catcquesis en América Latina (nn. 13-
26 i.
■ D AZ Barr ca, F. y Hernández G., Estrategias docentes para un aprendizaje significativo. Una inter­
pretación constructivista, Mac Craw Hill, México 2010, 21-27. 153-156.
■ Gevaert, J. La dimensión experiencial de la catcquesis, CCS, Madrid 1985, 19-39.
■ C se>. A.. Gestos para la catcquesis, Ediciones Dabar, México 2003, 19-30, 33-41.
■ Ner c. L, Hada una didáctica general dinámica, Editorial Kapelusz, Buenos Aires 1991,300-301.
Nombre del manual: Fecha:

Nombre y número de tema: Estilo 6: Partir de experien­


cias significativas
Objetivo de la sesión:

Recursos didácticos:

ACTIVIDAD FACILITADOR INTERLOCUTORES TIEMPO


Apertura: Escribo qué haré yo en Escribo, para cada Asigno tiempos.
cada actividad. actividad, qué harán
Oración inicial mis interlocutores.
Primeros elementos:
• Título y nombre
del tema
• Ilustración
• Enunciado
• Enlace
• Objetivo

La Palabra o el
Magisterio

Desarrollo del tema

Actividades individua­
les o grupales

Evaluación

Cierre: conclusión,
oración final
SER

TEMA 19

La Eucaristía: fuerza para la misión

Nos proponemos
Reflexionar sobre la relación entre Eucaristía y misión, para acrecentar nuestra unión
con Jesús y dar frutos en nuestro servicio de facilitadores.

■ Introducción
Como hemos visto, la misión es inseparable del discipulado y de la vivencia de cada uno
de los sacramentos. Así como el Bautismo y la Confirmación son los fundamentos de la
vida cristiana y de la misión, ahora el sacramento de la Eucaristía es el alimento que nos
nutre y da la fuerza, mantiene viva la fe, la esperanza y la unión con Dios para darnos a los
hermanos.
Hemos ubicado el tema de la Eucaristía en el ser, porque un buen misionero, facilitador y
acompañante de discípulos misioneros está llamado a ser una persona eucarística. Única­
mente por, con y en Cristo, puede realizar la misión encomendada. Vivir unido a Dios es
indispensable, de lo contrario es un contrasentido. ¿Qué podría facilitarle al otro si él mis­
mo no ha entrado en el camino?

La palabra nos ilumina

Vengan a comer de mi pan, beban del vino que he mezclado. Dejen la inexperiencia
y vivirán, sigan el camino de la inteligencia.
Prov 9,5-6

Otros textos: Mt 26,26-30; Me 14,22-25; Le 22,19-20; jn 6, 26-47.51-58; 15, 1-17; 1 Cor 11,23-26.

1. La Eucaristía, el alma de la misión


La Eucaristía es fuente y culmen de la vida de la Iglesia (cf. LG 11), por ella vive y crece (cf.
LG 261 como un solo cuerpo y con un mismo espíritu. Es decir, una comunidad de herma­
nos, reunidos por y para un mismo fin, nutridos con el único alimento que nos hace dig­
nos de él, nos fortalece, nos da esperanza, nos mantiene y nos hace capaces de una entre­
ga total y plena.
Con la Eucaristía la Iglesia descubre su identidad, reaviva su ser y llamado a la misión. Con
ella las personas se configuran con Cristo y pueden ser fieles a la misión, porque dice el
Señor: «El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él» (Jn 6,56).

2. Experiencia de fraternidad
Durante la cena, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió, lo dio a sus discí­
pulos y dijo: Tomen, esto es mi cuerpo. Tomó luego un cáliz, pronunció la acción de
gracias, lo dio a sus discípulos y bebieron todos de él. Y les dijo: Esta es mi sangre, la
sangre de la alianza derramada por todos (Me 14,22-24).

Jesús tomó el simbolismo de compartir los alimentos para hacernos comprensible un


gran misterio: el significado y consecuencias de alimentarnos de y configurarnos con Dios.
¿Por qué precisamente comer y beber? Porque «significan un proceso de interiorización,
de incorporación, de intimación: el alimento lo digiero, lo asimilo, lo incorporo, pasando
del orden de mi tener al orden de mi ser» (Clave 8, en: Calvo, R., Vivir la Eucaristía en 50
claves).
Compartir la mesa con otros no se reduce a nutrir el cuerpo, lo cual es necesario para so­
brevivir y algo común a todos los animales. Lo propio y característicamente humano es
compartir la mesa (los alimentos) como una experiencia de vida, un acto donde se experi­
menta la fraternidad y la comunión porque es el momento ideal para convivir con la fami­
lia y amigos, incluso, el significado del verbo «comer» implica compañía. De este modo
los alimentos son transformados en:
Dones significativos de acogida, amistad y hospitalidad desde claves de fraternidad
[...] la mesa se transforma en ámbito de encuentro interpersonal: la acción de comer
juntos constituye un momento absolutamente privilegiado de comunicación inter­
humana, donde los otros aparecen realmente como mis semejantes [...] es convite,
compañía, fiesta (Clave 8, en: Calvo, R., Vivir la Eucaristía en 50 claves).

Es admirable que Jesús haya asumido este simbolismo para instituir el más grande de los
sacramentos; él se hizo alimento para todos nosotros y nos invitó a compartirlo con los
demás en un ambiente único de fraternidad.
En la celebración le pedimos al Señor que bendiga el pan y el vino como frutos «de la tierra
y del trabajo del hombre». Es decir, dados por la generosidad del Creador, trabajados por
el ser humano y presentamos como ofrenda de salvación, porque el pan y el vino son Cris­
to mismo, Pan de Vida y Vid verdadera (cf. Jn 6, 51-58):
Él se nos presenta como alimento de todo lo que sinceramente puede apetecer y
anhelar el ser humano: la sabiduría, la fuerza, la salvación, la felicidad, la alegría, el
amor, la esperanza, la verdad... Es el mejor Pan que Dios regala a la humanidad [...]
(Clave 10, en: Calvo, R., Vivirla Eucaristía en 50 claves).
3. Para formar comunidad
El auténtico Pan de Vida nos invita a comerlo en un ambiente de fraternidad, por eso el
Señor nos reitera que el modo de vivir y servir de la Iglesia es en comunidad fraterna.
En la Escritura encontramos la imagen del «cuerpo» para describir a la comunidad, evi­
denciando con ello que todos somos únicos para construir y hacer funcionar ese «cuerpo»
y únicamente estando unidos podemos celebrar la cena del Señor: «Pues si el pan es uno
solo y todos compartimos ese único pan, todos formamos un solo cuerpo» (1 Cor 10,17).
Como hemos reflexionado en temas anteriores, formar comunidad es condición para rea­
lizar la misión, es una tarea que se asume personalmente pero que se realiza en conjunto
y la Eucaristía es el alimento esencial para lograr la unidad y, a su vez, lograr la misión:
«Concede a cuantos compartimos este pan y este cáliz que, llenos por el Espíritu Santo,
seamos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu».

4. Unidos al cuerpo realizamos la misión


La Eucaristía es el alimento ideal para la misión porque nos mantiene unidos, nos fortale­
ce y nos configura con Cristo: «Yo soy la vid, ustedes las ramas. El que permanece unido a
mí produce mucho fruto; porque sin mí no pueden hacer nada» (Jn 15,5).
Únicamente unidos a Cristo podremos realizar la misión que él mismo nos ha confiado,
de él la heredamos y nos ha enseñado cómo vivir y actuar para lograrlo.
Hasta ahora hemos reflexionado diferentes maneras de invitar a Dios a nuestra vida, de
escuchar lo que tiene que decirnos; pero para estar, escuchar, hablar y configurarnos con
Cristo, es fundamental alimentarnos de él, porque el alimento se asimila, se hace parte de
nuestro ser. Por eso la comida es el símbolo de la cotidianeidad de la vida que el Señor
eligió para asegurarnos que permanece con nosotros.
Él cumple su promesa pero también nos toca poner de nuestra parte para dar fruto abun­
dante y digno de nuestra alta vocación y misión: «Permanezcan unidos a mí, como yo lo
estoy a ustedes. Ninguna rama puede producir fruto por sí misma, sin permanecer unida
a la vid, y lo mismo les ocurrirá a ustedes, si no están unidos a mí» (Jn 15,4).
Quien se diga estar al servicio de Dios debe alimentarse de la Vid verdadera; de este modo
la entrega por el servicio será total, plena, sin ataduras, tentaciones u obstáculos; será por
amor a Aquel que nos llamó y nos envía hacia aquellos que ama.
Por el contrario, quien no se alimenta del Señor no puede dar fruto según su voluntad; sus
frutos, si los hay, serán indignos, vanagloria o correrán el peligro constante de caer en tenta­
ción: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. El Padre corta todas las ramas unidas
a mí que no dan fruto y poda las que dan fruto, para que den más fruto» (Jn 15,1-2).
Dios nos da los medios, el ánimo, la fuerza, la luz, el amor y el alimento; es nuestra deci­
sión aceptarlo o no, si nos comprometemos o no. Él vio algo en nosotros por lo cual nos
llamó a ser parte de su cuerpo y misión, y nos deja en libertad para responderle: «No me
eligieron ustedes a mí; fui yo quien los elegí a ustedes. Y los he destinado para que vayan
y den fruto abundante y duradero» (Jn 15,16).

5. La consecuencia de la cena: el servicio


Al acudir al banquete del Señor debemos sentirnos privilegiados, pues nos alimentamos
de Dios mismo y somos llamados a realizar una misión:
Estaban cenando [...] entonces Jesús [...] se levantó de la mesa, se quitó el manto,
tomó una toalla y se la colocó en la cintura. Después echó agua en una palangana y
comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba a la
cintura. Después de lavarles los pies, se puso de nuevo el manto, volvió a sentarse a
la mesa y dijo a sus discípulos: [...] Les he dado ejemplo, para que hagan lo mismo
que yo he hecho con ustedes. Sabiendo esto, serán dichosos si lo ponen en práctica
(Jn 13,2.4-5.12.15.17).

En Juan no encontramos un pasaje de la última cena, en su lugar encontramos la narra­


ción del lavatorio de jesús a sus discípulos. Este texto nos enseña que el servicio a los
demás es la consecuencia natural de la «cena». El Maestro da ejemplo, exhorta a seguirlo
y ser dichoso en ello.
Al igual que el Maestro, el servicio debe ser un rasgo distintivo del cristiano. Él, siendo
Dios, vino a servir y no a ser servido (cf. Me 10,45). ¿Debemos esperar algo diferente? Si
deseamos seguir a Cristo, hemos de actuar como él; y en este caso la Eucaristía, además
de ser el alimento que nos hace capaces, es un constante recordatorio de la personalidad
de Jesús como el servidor que exige servicio, no para sí, sino para los demás.
Tenemos presente que al término de la celebración empieza la verdadera misión. En cada
Eucaristía se reitera nuestro envío:
Son los ritos de conclusión que nos envían al mundo como misioneros de la eterni­
dad para hacer del mundo Reino. La despedida como tal no es propiamente despe­
dida, sino que nos emplaza a volver a nuestra vida diaria en actitud de alanza y de
acción de gracias. “Ite, missa est”, “ya han sido enviados”. ¿A qué somos enviados? A
comunicar al mundo la alegría de la Pascua con nuestras vidas. (Clave 27, en: Calvo,
R., Vivir la Eucaristía en 50 claves)

Participar en la celebración eucarística es mucho más que responder mecánicamente ora­


ciones aprendidas, tampoco mero cumplimiento, rutina o tradición familiar; participamos
para alimentarnos de la Palabra, del Cuerpo y la Sangre de Dios para comunicar su buena
nueva a quien no la conoce o comprende.
6. Eucaristizar la vida y la historia

En resumen:
El encuentro con Cristo, profundizado continuamente en la intimidad eucarística,
suscita en la Iglesia y en cada cristiano la exigencia de evangelizar y dar testimonio
[...] entrar en comunión con Cristo en el memorial de la Pascua significa experimen­
tar al mismo tiempo el deber de ser misioneros del acontecimiento actualizado en el
rito. La despedida al finalizar la Misa es como una consigna que impulsa al cristiano
a comprometerse en la propagación del Evangelio y en la animación cristiana de la
sociedad (MND 24).

La constante participación en la Eucaristía nos transforma en misioneros con un gran de­


seo de «eucaristizar la vida y la historia» (Clave 45, en: Calvo, R., Vivir la Eucaristía en 50
claves) de todos los seres humanos. Pero tenemos que enamorarnos de la Eucaristía para
aprender a participar en ella de modo que dé fruto abundante en nuestra vida; así evange­
lizaremos no solo de palabra sino también con nuestro testimonio.

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

IEh Leo
- Realizo una lectura atenta de los contenidos del tema y subrayo lo más importante.

& Reflexiono

-¿Cómo puedo descubrir que mi servicio es consecuencia de la Eucaristía? ¿Qué puedo


hacer para vivirla mejor?
-¿De qué manera la Eucaristía me impulsa a la misión?
-¿Cuáles son los efectos de mi vida eucarística en mi servicio de facilitador?

■ Contemplo (meditación cristiana-/ect/o divina)


► Realizo la meditación cristiana.
► Hago una lectio divina con el texto de Jn 15,1-17.

O Recapitulo

-¿Qué enseñanza me deja el tema para mi vida y mi servicio?

REFERENCIAS PARA SER MÁS

■ Calvo, R., Vivirla Eucaristía en 50 claves, Monte Carmelo, Burgos 2010.


SABER

TEMA 20

La misión de reconciliar
Nos proponemos
Reflexionar sobre el llamado a convertirnos en agentes de reconciliación, a partir de
la exhortación apostólica Reconciliado et paenitenda.

■ Introducción
Impregnar la vida y la acción de la Eucaristía es un imperativo para los facilitadores. Para
vivir en esta sintonía es necesario otro sacramento: la Reconciliación o Penitencia. Acudir
al sacramento de la Reconciliación es en primer lugar una práctica que todo cristiano debe
cumplir, más aún los facilitadores. Esta necesidad debe brotar del interior. Es imposible
pensar que puedo conducir a Dios a mis hermanos si mi relación personal con Él está
dañada por el pecado. En segundo lugar, el acompañamiento que realiza el facilitador lo
convierte en agente de reconciliación es decir, en alguien reconciliado con Dios y con los
hermanos que anima a otros bautizados a hacer lo mismo.

La Palabra nos ilumina


Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, renueva dentro de mí un espíritu firme; no
me arrojes de tu presencia, no retires de mí tu santo espíritu. Devuélveme la alegría
de tu salvación, fortaléceme con tu espíritu generoso; enseñaré a los malvados tus
caminos, los pecadores se convertirán a ti.
Sal 51,12-15

Otros textos: Le 15,11-32; CEC 1420-1498.

1. La experiencia del retorno


La parábola del hijo pródigo es ilustrativa; lo que siente, piensa y vive el hermano menor
le ocurre a todo ser humano: ser asediado por la tentación de vivir lejos del Padre, de for­
ma independiente. Una vez que este hijo vive bajo las propias condiciones y reglas, se
siente vacío, desilusionado, solo, hundido en la miseria, sin sentido para esa vida indepen­
diente. Entonces desea volver a su padre.
El padre no olvida al hijo; conserva intacto su afecto y estima. Siempre lo espera y ahora lo
abraza mientras hace comenzar la gran fiesta por su regreso (cf. RP 5). El padre es imagen
Dios y, como Él, anhela el regreso de sus hijos perdidos, caídos en el pecado. Espera pa­
ciente y ansiosamente el regreso de sus hijos; se llena de alegría, conoce su arrepentimien­
to y los recibe como si nada hubiera pasado; para Él la deuda se borra y da paso a una
nueva oportunidad de vida (cf. Le 15,20.32).

2. La misión de reconciliar es tarea de todos los bautizados


La reconciliación es don, iniciativa de Dios, quien nos reconcilia con Él, con nosotros mis­
mos, con los demás y con todo lo creado, por medio del Hijo, verdadero Dios y Hombre.
La reconciliación se da en dos dimensiones: vertical, entre Dios y la persona; horizontal,
entre la persona y los demás.
La Iglesia ha heredado la misión de Cristo como Reconciliador. Es un don que recibe de
Dios; en los misterios que celebra experimentamos la reconciliación de Dios. Por eso la
Iglesia toda es signo, instrumento y sacramento de salvación. Así «a toda la comunidad de
los creyentes, a todo el conjunto de la Iglesia, le ha sido confiada la palabra de reconcilia­
ción, esto es, la tarea de hacer todo lo posible para dar testimonio de la reconciliación y
llevarla a cabo en el mundo» (RP 8).
La Iglesia por su misma naturaleza es reconciliadora; se funda para seguir la misión de
Cristo y buscar la reconciliación; mostrar al ser humano las vías y ofrecer los medios para
hacerlo (cf. RP 8).
Las vías son:
• La conversión del corazón.

• Vencer el pecado.
Los medios son:
• La escucha fiel y amorosa de la Palabra de Dios.
• La oración personal y comunitaria.
• Los sacramentos.

3- La Iglesia, comunidad reconciliadora y reconciliada


Para evangelizar, la Iglesia requiere estar evangelizada; del mismo modo, para ser reconci­
liadora. primero debe estar reconciliada: «En esta expresión simple y clara subyace la
convicción de que la Iglesia, para anunciar y promover de modo eficaz al mundo la recon­
ciliación, debe convertirse cada vez más en una comunidad [...] de discípulos de Cristo,
unidos en el empeño de convertirse continuamente al Señor y de vivir como hombres
nuevos en el espíritu y práctica de la reconciliación» (RP 9).
Esta condición parte del ser de la Iglesia, la cual no podría realizar su misión si dentro de
ella existieran conflictos irreconciliables, si no es comunidad de hermanos. Debe dar el
testimonio de una Iglesia unida, de personas creyentes que superan sus conflictos. Dicho
testimonio debe extenderse también hacia fuera mediante la unión ecuménica y la búsque­
da de los que no comparten su fe.

4. La Iglesia solo es un instrumento de Dios para reconciliar


La Iglesia tiene la misión de continuar la obra de Cristo de reconciliar la humanidad con su
Creador; no obstante, ella no es el origen de la reconciliación, es un medio, un instrumen­
to (uno de muchos) de los que Dios se vale para reconciliar a las personas.
Solo Dios es el origen del amor, perdón y reconciliación; por amor creó a los seres huma­
nos para vivir en amistad con ellos y, a su vez, éstos vivan en comunión entre sí y con el
resto del mundo creado.
Mediante la Iglesia, Cristo manifiesta su amor por la humanidad, ofreciéndole por su medio la
reconciliación: «La Iglesia tiene la misión de anunciar esta reconciliación y de ser sacramento
de la misma en el mundo. Sacramento, o sea, signo e instrumento de reconciliación» (RP 11).
La Iglesia, por ser guardiana e intérprete de la Escritura, da a conocer al mundo el mensa­
je divino y «los caminos de la reconciliación universal de Cristo» (RP 11). También es
guardiana de los siete sacramentos «instrumentos de conversión a Dios y de reconcilia­
ción de los hombres» (RP 11).

5. Otras vías de reconciliación


Dios es omnipotente y no podemos limitar su ser o hacer; en consecuencia, tampoco
podemos limitar la reconciliación que viene de Él a un solo medio; existen muchos otros:
• La oración: la comunión de la Iglesia del cielo, de la tierra y del purgatorio es tal
que una puede interceder por las otras.
• La predicación o misión profética de la Iglesia: ha de anunciar la reconciliación
que viene de Dios y denunciar todo aquello que se opone a la comunión de los
hombres con Dios y entre sí.
• La acción pastoral.'
• Testimonio: para dar testimonio eficaz ante los demás, la Iglesia ha de purificarse
día con día.

6. ¿Cómo nos daña el pecado?

Los seres humanos necesitamos que Dios nos perdone y reconcilie con Él, con nosotros •
con los demás a causa del pecado.
¿Cómo nos daña un pecado? El pecado afecta las diversas relaciones de la persona:
• Con Dios. «En cuanto ruptura con Dios el pecado es un acto de desobediencia de
una criatura que, al menos implícitamente, rechaza a aquel de quien salió y que la
mantiene en vida; es por consiguiente un acto suicida. Puesto que con el pecado
el hombre se niega a someterse a Dios» (RP 15).
• Consigo misma. «También su equilibrio interior se rompe y se desatan dentro de
sí contradicciones y conflictos» (RP 15).
• Con los demás. «Desgarrado de esta forma el hombre provoca casi inevitablemen­
te una ruptura en sus relaciones con los otros hombres y con el mundo creado»
(RP 15).

7. Pecado personal y social


En sentido estricto, el pecado es siempre personal, es un acto libre de la persona como
individuo. Aunque influyen en él diversas circunstancias que hacen que la gravedad del
mismo aumente o disminuya, no deja de ser un acto personal. La primera dañada es la
persona en su relación con Dios y consigo misma. Sin embargo, hablamos de pecado
social, porque reconocemos:
En virtud de una solidaridad humana tan misteriosa e imperceptible como real y
concreta, el pecado de cada uno repercute en cierta manera en los demás [...] En otras
palabras, no existe pecado alguno, aun el más íntimo y secreto, el más estrictamente
individual, que afecte exclusivamente a aquel que lo comete. Todo pecado repercute,
con mayor o menos intensidad, con mayor o menor daño en todo el conjunto edesial
y en toda la familia humana (RP 16).

Hablamos de pecado social cuando una acción es una agresión directa contra el hermano;
cuando se atenta contra la justicia en las relaciones interpersonales, como en las de la
persona con la sociedad y viceversa. También el pecado social se refiere a las relaciones
entre las comunidades que no viven conforme al designio de Dios; por ejemplo, la oposi­
ción de una nación contra otra, la lucha de clases, o algún otro mal social, que si bien no
se le puede atribuir la responsabilidad y culpabilidad a una sola persona “no debe inducir
a nadie a disminuir la responsabilidad de los individuos, sino que quiere ser una llamada
a las conciencias de todos para que cada uno tome su responsabilidad, con el fin de cam­
biar seria y valientemente esas nefastas realidades y situaciones intolerables” (RP 16).

8. Promover la penitencia y la reconciliación

Suscitar en el corazón del hombre la conversión y la penitencia y ofrecerle el don de


la reconciliación es la misión connatural de la Iglesia, continuadora de la obra reden­
tora de su divino Fundador. Esta es una misión que no acaba en meras afirmaciones
teóricas o en la propuesta de un ideal ético que no esté acompañado de energías
operativas, sino que tiende a expresarse en precisas funciones ministeriales en orden
a una práctica concreta de la penitencia y la reconciliación (RP 23).

La Iglesia tiene una gran misión: reconciliar a la humanidad con Dios. Posee muchos me­
dios (el diálogo, la catcquesis, los sacramentos) con los cuales promueve el perdón y la
reconciliación; también debe ser creativa y anteponer el testimonio.

9* El Sacramento de la Reconciliación
En cuanto al sacramento de la Reconciliación o de la Penitencia podemos afirmar lo si­
guiente:

• «Es el camino ordinario para obtener el perdón y la remisión de [los] pecados


graves cometidos después del Bautismo» (RP 31).
• La persona se descubre a sí misma como pecadora y «se compromete a renunciar
y a combatir el pecado; acepta la pena (penitencia sacramental) que el confesor le
impone, y recibe la absolución» (RP 31). El sacramento tiene función terapéutica
y medicinal.

• El penitente debe cumplir requisitos y actividades para que el sacramento sea


válido y fructuoso:
a. Conciencia de haber pecado, es decir, admitir «que el pecado ha introducido en
su conciencia una división que invade todo su ser y lo separa de Dios» (RP 31).
b. Examen de conciencia que es «la confrontación sincera y serena con la ley moral
interior, con las normas evangélicas propuestas por la Iglesia, con el mismo
Cristo Jesús, que es para nosotros maestro y modelo de vida, y con el Padre ce­
lestial, que nos llama al bien y a la perfección» (RP 31).

c. La contrición, es el acto esencial del sacramento y se refiere al «rechazo claro y


decidido del pecado cometido, junto con el propósito de no volver a cometerlo,
por el amor que se tiene a Dios y que renace con el arrepentimiento» (RP 31).
Acto seguido de la contrición es la conversión.
d. La confesión de los pecados ante el confesor que es juez y médico.
e. La absolución del confesor «es el momento en el que, en respuesta al penitente,
la Santísima Trinidad se hace presente para borrar su pecado y devolverle la
inocencia, y la fuerza salvífica de la Pasión, Muerte y Resurrección de jesús es
comunicada al mismo penitente» (RP 31).
f. La satisfacción o penitencia no es un precio a pagar por el pecado, porque la
entrega ya la hizo Cristo. La penitencia es signo del compromiso hecho ante D;os
de comenzar una nueva vida.
• Es un sacramento en el que la persona se encuentra ante Dios «con su culpa,
arrepentimiento y confianza» (RP 31).
• El mayor fruto de este sacramento es la reconciliación con Dios que ocurre en el
corazón: «el penitente perdonado se reconcilia consigo mismo en el fondo más
íntimo de su propio ser, en el que recupera la propia verdad interior, se reconcilia
con los hermanos agredidos y lesionados por él de algún modo, se reconcilia con
la Iglesia; se reconcilia con toda la creación» (RP 31).

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

BBl Leo

►Subrayo las ideas principales del texto.


►Elaboro un cuadro sinóptico con los elementos más importantes del contenido del
tema.

© Reflexiono

-¿Cómo es mi acercamiento al sacramento de la Reconciliación?

Investigo
► Reviso los siguientes contenidos en el Manual 12 (temas 1-6):
- ¿Cómo es la práctica actual del sacramento de la Penitencia o Reconciliación? (cf.
tema 2)
- ¿Por qué la reconciliación es una necesidad humana? (cf. tema 2)
- ¿Cuáles son las etapas del proceso de conversión? (cf. tema 3)
- ¿Cuál es el valor de la Penitencia, a qué nos invita? (cf. tema 3)
- ¿Cuál es el sentido que Jesús le da a la penitencia, reconciliación y perdón? (cf. tema 4)
- ¿Cómo ha evolucionado este sacramento?, ¿qué ha permanecido?, ¿qué es lo esencial?
(cf. tema 4)
- ¿Cuáles son los frutos del sacramento? (cf. tema 5)
- ¿Cuáles son la etapas del sacramento? (cf. tema 6)

O Recapitulo

- ¿Qué es lo que me interesó más de todo el contenido? ¿Por qué?

REFERENCIAS PARA SABER MÁS

■ Arqcl doces s Primada de México, Manual 12, Sacramentos de curación y al servicio de la comuni­
dad, PPG México 2010.
■ Dives in misericordia.
■ Reconciliado et Paenitentia.
TEMA 21

Partir de la liturgia o de los actos


de religiosidad y piedad popular (estilo 7)

Nos proponemos
Identificar las características esenciales del estilo 7, reconocer sus límites y posibilida­
des y ejercitar los pasos para aplicarlo.

■ Introducción
La misión de la Iglesia y de los facilitadores de convertirnos en agentes de reconciliación
implica ser personas reconciliadas; resalta la diversidad de tareas que tenemos como
acompañantes de discípulos misioneros. Dar esos matices mientras formamos pide de
nosotros continuar en la búsqueda de metodologías que favorecen la adhesión a las per­
sonas a Cristo y su incorporación a la Iglesia.

En el tema 19, descubrimos que recurrir a experiencias significativas nos ayuda a integrar
la fe con la vida, a situarnos en las preocupaciones cotidianas de las personas. Ahora da­
mos paso a otro estilo pastoral. Partir de la liturgia o de los actos de piedad es otra forma
de experiencia significativa, tomada de la vida y práctica de la Iglesia. La experiencia del
cristianismo vivido ha sido fundamental en la difusión y transmisión del Evangelio. La
primera conexión con el Evangelio se realiza a través de la fe orada y hecha vida por los
cristianos.

El Magisterio enseña

: La piedad popular es una realidad viva en la Iglesia y de la Iglesia: su fuente se en-


: cuentra en la presencia continua y activa del Espíritu de Dios en el organismo ecle-
: sial; su punto de referencia es el misterio de Cristo Salvador.
í DPPL61

: Otros textos: DA 258-265.


1. ¿Qué significa partir de la liturgia o actos de religiosidad y piedad popular?

Partir de la liturgia o actos de religiosidad y piedad popular implica elegir algún sacramento,
ejercicio litúrgico, oración o práctica característica de la religiosidad y piedad popular, para
relacionarla con el tema de estudio. Se trata de fuentes de la vida y oración de la Iglesia,
que son manantiales inagotables de experiencia y fe.
El estilo puede trabajarse con diversas estrategias, según la realidad del grupo:
• Elegir una vivencia, personal o comunitaria, positiva o negativa, de un determi­
nado sacramento, práctica litúrgica o acto de la piedad popular, para narrarla.
Ejemplos: el rezo del Rosario; el novenario realizado en una fiesta patronal, la
celebración del Bautismo...
• Explorar los elementos simbólicos presentes en la liturgia, los sacramentos, las
oraciones o prácticas de piedad. Ejemplos: el agua que simboliza el bautismo, el
pan de la Eucaristía, las palabras concretas que se dicen en una oración, los deta­
lles de una imagen...
• Vivir con los interlocutores una experiencia de alguna de estas fuentes de la vida
de la Iglesia y de ahí extraer conclusiones. Ejemplos: rezar la liturgia de las horas,
celebrar una eucaristía, orar, participar en alguna procesión o peregrinación y
compartir experiencias...

2. Fuentes de la liturgia y de la religiosidad y piedad popular

■ La oración
Es la forma originaria y más profunda de toda expresión y búsqueda religiosa. El ser huma­
no expresa en la oración toda su existencia: alegrías, dolores, angustias, esperanzas, du­
das; confianza, gratitud, deseo. Partir de la experiencia de la oración en la formación,
puede significar recordar momentos de oración vividos (a solas o en comunidad), pero
también hacer la experiencia de oración: aprender a rezar; arrodillarse delante de Dios para
agradecerle, reconocer su soberanía, invocarlo...
Las fuentes para la oración son amplias: las oraciones dentro de la celebración eucanstica,
la liturgia de las horas; oraciones pronunciadas por papas, documentos del Magisterio,
Santos, el diálogo con Dios entablado por cada uno y la comunidad.

■ Celebraciones litúrgicas
La liturgia cristiana es el conjunto de la oración pública de la Iglesia, acción sagrada por
excelencia, cuya eficacia no ¡guala ninguna otra acción. En ella, los signos sensibles signi­
fican y realizan la santificación del ser humano, y así, del Cuerpo místico de Jesucristo.
La liturgia presenta gran riqueza de elementos, susceptibles de aprovecharse como memo­
ria de experiencia o de experiencia en acto: cada uno de sus signos y símbolos, los colores,
las vestimentas, los objetos litúrgicos; las oraciones de las que se compone; el ciclo litúr­
gico: especialmente en los tiempos más fuertes (Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua);
los sacramentales que lleva asociados (la ceniza, la cruz, el persignarse); las fiestas espe­
ciales, el culto a los santos, el lenguaje corporal.

Dentro de la liturgia tiene lugar la celebración de los sacramentos. Ellos son signos y ac­
ciones simbólicas, que realizan en el aquí y ahora la salvación de Dios. Constituyen una
parte fundamental de la relación entre los seres humanos y Dios. Como experiencia pode­
mos extraer: sus signos y símbolos, ornamentos, vestidos, colores, acciones, oraciones;
así como también los sacramentales.

■ Actos de religiosidad y piedad popular


El papa Benedicto XVI afirma que la piedad popular es el humus (la tierra), sin el cual la
liturgia no puede prosperar, por lo que hace falta amarla y si es necesario, purificarla y
guiarla, acogerla siempre con gran respeto, por ser el seguro enraizamiento de la fe.
Las expresiones de piedad popular tienen gran sentido de lo sagrado y de lo trascendente.
Manifiestan una auténtica sed de Dios y de su ser: paternidad, providencia, presencia
amorosa, misericordia...
La piedad popular dirige su atención al misterio del Hijo de Dios que se ha hecho niño,
hermano nuestro, naciendo pobre de una mujer humilde, muestra una viva sensibilidad al
misterio de la Pasión y Muerte de Cristo. En ella ocupa un lugar importante el deseo de
comunión con los que habitan en el cielo, con la Virgen María, los ángeles y los santos.
Entre los actos de la piedad popular se encuentran: novenas, rezo del rosario, procesiones,
la corona de Adviento, pastorelas, vía crucis, vía matris, vía lucís. Son acciones cargadas de
un gran simbolismo y fe, de ellas podemos destacar experiencias como: peregrinar, cantar,
danzar, los vestidos, representaciones, las imágenes, el sentido que se le da...
Ejemplo:

Vamos a desarrollar el tema 6, «La asamblea celebrante», que se encuentra en el Manual


18 (pp. 37-42).
Para ejemplificar la aplicación el estilo elegimos una celebración eucarística especial: la de
Corpus Christi. Es una fiesta que une acciones de la piedad popular y celebración litúrgica.
• Describimos la fiesta: comentamos algunas características de la misa que se
realiza en la plaza donde se convoca a todos los feligreses de la Arquidiócesis,
destacamos el vestido y los símbolos de ese día.
• Nos preguntamos: ¿desde dónde viene la gente, que hacen durante el camino,
qué hacen al llegar, cómo es su participación dentro de la Eucaristía, qué símbolos
están presentes en esa celebración, cuántas personas participan en ella?
• Relacionamos: ¿qué tiene que ver la presencia de todos los que asisten a esa
misa con el sacerdocio común, fundamento de la participación? ¿Hay alguna
relación entre los puntos del tema «La asamblea celebrante, signo sagrado» y
«La asamblea celebrante, imagen de la Iglesia» y las personas que participan de la
celebración y la procesión? ¿Cómo relacionamos las «formas de participación» y
la «participación consciente, fructífera y activa», con los gestos que hace la gente?

3. Preparar el estilo 7

■ De manera previa
• Elige el sacramento, oración litúrgica o acción de la religiosidad y piedad popular
para desarrollar un tema.
• Al planear, no olvides considerar las características con las que celebra la comuni­
dad de la que forman parte los interlocutores.
• Encuentra la conexión que tiene con el tema que vas a desarrollar.

• Estudia el tema y elabora tu carta descriptiva.

■ Sesión de trabajo
Apertura:
• Aprovecha los primeros elementos que ofrece el manual (nombre del tema, ilus­
tración, enunciado, enlace, objetivo). Recuerda que este momento es breve.

• Presenta la Palabra de Dios.

Desarrollo:
• Explica brevemente el sacramento, oración litúrgica o elemento de la religiosidad y
piedad popular, destaca los detalles que quieres retomar en el desarrollo del tema.
• Desarrolla el tema procurando hacer la conexión con el elemento que elegiste.

Cierre:
• Establece compromisos de trabajo con los participantes.

• Concluye.

4. Ventajas y limitaciones del estilo 7

■ Ventajas
• Los elementos más importantes de la vida de la Iglesia se convierten en elementos
pedagógicos.
• El estilo permite descubrir las diferentes maneras en que Dios se sigue manifes­
tando y se hace presente entre nosotros.
• Favorece la integración liturgia-religiosidad y piedad popular, de tal manera que
se ayuda a purificar la ¡dea que tenemos de piedad popular y a su vez confiere un
frescor a la liturgia.

■ Limitaciones
• El facilitador puede caer en la tentación de emplear todo el tiempo de la sesión en
la explicación del sacramento, oración litúrgica o elemento de piedad popular, sin
darse tiempo para desarrollar el tema.

• Se puede encontrar la dificultad de hacer el enlace entre el sacramento, la oración


litúrgica o el elemento de piedad popular y el tema. La conexión debe ser evidente.
• Tanto el facilitador como los interlocutores pueden caer en la actitud de juzgar los
elementos elegidos, la manera en que se han aplicado los sacramentos, ver lo ne­
gativo de algunas prácticas de piedad popular y desviar la atención de lo esencial.

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

■ Leo

► Realizo una lectura activa de este tema.

© Reflexiono

-¿Cuál es mi experiencia previa con la aplicación del estilo 7? ¿Qué puedo mejorar o
incorporar?

Ejercito
► Elijo una oración litúrgica, sacramento o elemento de la piedad popular para trabajarlo
con un tema del Manual 12.
► Desarrollo el tema a partir del elemento elegido (oración litúrgica, sacramento o religio­
sidad y piedad popular).
► Diseño mi planeación inmediata a través de una carta descriptiva (ver modelo anexo).
► Coordino una sesión de 1 5 minutos con el tema que preparé usando el estilo 6 y dejo
que mis compañeros y asesores me retroalimenten.
► Completo mi carta descriptiva y la corrijo con las ideas recibidas.

O Recapitulo

-¿Qué fue lo más significativo del tema?


Nombre del manual: Fecha:

Nombre y número de tema: Estilo 7: Partir de la liturgia


o de actos de religiosidad y
piedad popular

Objetivo de la sesión:

Recursos didácticos:

ACTIVIDAD FACILITADOR INTERLOCUTORES TIEMPO


Escribo qué haré yo en Escribo, para cada Asigno tiempos.
Apertura:
cada actividad. actividad, qué harán
Oración inicial mis interlocutores.
Primeros elementos:
• Título y nombre
del tema
• Ilustración
• Enunciado
• Enlace
• Objetivo

La Palabra o el
Magisterio

Desarrollo del tema

Actividades individua­
les o grupales

Evaluación

Cierre: conclusión,
oración final

REFERENCIAS PARA SABER HACER MÁS

■ D rectoría sobre la piedad popular y la liturgia. Principios y orientaciones.


■ De la /eca, - Las celebraciones religiosas del pueblo. Camino de evangelización y lugar de ca-
teqaes/s, Palabra Ediciones, México.
■ VorC’ vler, H. Teología de los sacramentos, Herder, Barcelona 1989
SER

TEMA 22

La primera misión del facilitador:


la propia familia

Nos proponemos
Reflexionar sobre el perfil del facilitador, no solo como una persona que acompaña a
otros en su crecimiento en la fe, sino como quien, además, tiene una vida y una histo­
ria particular, que también exigen su presencia.

m Introducción
A lo largo de los temas destinados a la dimensión del ser, se han brindado elementos que
ayuden a la persona a descubrir su vocación como facilitador, así como pautas para su
crecimiento, pero también como una persona cristiana.

Para finalizar dichos temas, es necesario considerar también la misión a la que están lla­
mados los facilitadores casados, es decir, los que han recibido el sacramento del matrimo­
nio. Y no solo ellos, sino también los solteros o viudos por ser miembros de una familia.
En su mayoría los facilitadores son laicos con actividades seculares propias que se armo­
nizan con las de un acompañante de la fe.

La palabra nos ilumina

Ustedes son la sal de la tierra; pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se salará? Ya
no sirve para nada, sino para tirarla fuera y que la pisen los hombres. Ustedes son la
luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de una montaña.
Tampoco se enciende una lámpara de aceite para cubrirla con una vasija de barro;
sino que se pone sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la
casa. Brille su luz delante de los hombres de modo que, al ver sus buenas obras, den
gloria a su Padre que está en los cielos.
Mt 5,13-16

Otros textos: Sal 128; Prov 17,6; 23,15-25.


1. Discernir, priorizar y elegir
Cada facilitador está inserto en una realidad particular, en un contexto, vive situaciones
específicas. Es muy diferente hablar de un facilitador joven a uno adulto, mujer o varón,
soltero, casado o viudo, con hijos o sin ellos, que estudia, trabaja o ambas a la vez.
La integración fe-vida nos pide discernir, priorizar y elegir; evitar, a toda costa, la tentación
de que un mal entendido «servicio al Señor» nos arrebate el tiempo que deberíamos pres­
tar a nuestras responsabilidades, o la atención y tiempo para convivir con personas que
también son importantes, entiéndase: la familia.

2. El servicio o la familia, ¿qué es primero?


En otros temas hemos visto que el equilibrio es clave; el Señor no nos exigirá más allá de
nuestras fuerzas. Él nos conoce mejor que cualquier persona, incluso que nosotros mis­
mos, y sabe cuánto tiempo podemos darle, y no por eso serán “las sobras”; no nos deje­
mos engañar por aquellos que aún piensan que Dios nos lleva cuenta de todo.
El sabe quién es padre o madre de familia y la responsabilidad que implica, sabe que nues­
tro padre o madre anciano o enfermo depende ahora de nosotros... Por eso hay que pen­
sar y respondernos: ¿el Señor se enojará porque no pueda dar todo mi tiempo a un servi­
cio eclesial?, ¿asumir mis responsabilidades con mi familia, trabajo y conmigo mismo, no
cuenta como entrega y servicio agradable a los ojos de mi Señor?, ¿si abandono a mi fami­
lia por dedicarme al servicio como facilitador (o cualquier otro) será agradable al Señor, un
“sacrificio” que me sea tomado en cuenta?
Volvamos al inicio: debemos aprender a analizar, discernir, priorizar y elegir. Posiblemente
descubramos que, fijándonos en nuestro modo de vivir, ya estamos trabajando en la viña
del Señor (cf. ChL 2).

3. Valor y servicio en la familia


Recientemente el papa Francisco ha hablado mucho de la familia, precisamente porque
sabe que ella es un don de Dios, que entregó al mundo desde el principio (Audiencia ge­
neral del miércoles 17 de diciembre de 2014).
jesús con su encarnación, ensalzó aún más este don y vivió como hijo de familia por trein­
ta años, un tiempo que no se considera desperdiciado sino que es el camino que eligió
para alimentar y fortalecer su vocación, un camino cotidiano como el de cualquier familia,
donde lo único importante era ella misma.
Ciertamente, no se nos hace difícil imaginar cuánto podrían aprender las madres
de las atenciones de María hacia ese Hijo. Y cuánto los padres podrían obtener del
ejemplo del ejemplo de José, hombre justo, que dedicó su vida en sostener y defen­
der al niño y a su esposa —su familia— en los momentos difíciles. Por no decir cuánto
podrían ser alentados los jóvenes por Jesús adolescente en comprender la necesidad y
la belleza de cultivar su vocación más profunda, y de soñar a lo grande. Jesús cultivó
en esos treinta años su vocación para la cual lo envió el Padre. Y Jesús jamás, en ese
tiempo, se desalentó, sino que creció en valentía para seguir adelante con su misión.
(Papa Francisco, Audiencia general del miércoles 17 de diciembre de 2014)

Como vemos, hacemos un servicio al Señor dentro de la propia familia viviendo de mane­
ra ejemplar nuestros roles: «cada familia cristiana [...] puede acoger a Jesús, escucharlo,
hablar con Él, custodiarlo, protegerlo, crecer con Él; y así mejorar el mundo».

Como facilitadores hemos constatado lo poco que la gente conoce a Dios, no tienen quien
les hable de Él. Ahora pensemos: ¿hay alguien que le hable de Dios a mi familia?, ¿les dé
testimonio de Él?, ¿o conocen a Dios como el “pretexto perfecto’’ para que papá o mamá no
convivan conmigo como un hijo o hija que aún los necesita y extraña? No caigamos en la
tentación de anteponer el servicio a nuestra familia, no seamos su piedra de tropiezo para
que no se acerquen y amen a Dios a causa de un mal testimonio de amor hacia ellos. La fa­
milia es primero, como dice el papa Francisco: desde ahí podemos cambiar el mundo.

4. Entonces, si tengo familia ¿no puedo ser facilitador?


La respuesta vuelve a ser la misma y sencilla: sí, pero en su justa medida. Toda persona
puede ser facilitador, siempre y cuando no descuide sus responsabilidades primarias, lo
cual, no se reduce al dinero; es decir, no es válido pensar que «a mi familia no le falta
nada» por el simple hecho de no tener problemas o carencias económicas. Si a tu familia
le faltas «tú», le falta una pieza clave, esencial. Si alguno de tus hijos, o tu esposo o espo­
sa, reclama tu presencia, no hay que buscar más, debes estar ahí y Dios no puede conver­
tirse en tu pretexto; el servicio no es una excusa válida para descuidar a los tuyos.
Pero esta situación, también excluye una posesión egoísta por parte de la familia, que no
permita a uno de sus miembros dar algo de sí y servir. Más aun, cuanto mejor si la familia
entera unida hace un servicio a su medida, porque la familia misma tiene una misión que
cumplir en la Iglesia y la sociedad y no solo vive para estar centrada en sí misma.

¿Habría tanta necesidad de servidores, si cada madre y padre de familia diera un testimo­
nio de amor verdadero hacia los suyos? Sin mencionar a Dios, el simple pero complejo
testimonio de amor dentro de la familia, haría un mundo diferente. Dios es Amor y se
manifiesta de diferentes maneras, muchas de ellas no requieren alguien que lo mencione;
el trato digno y amoroso a un hijo desde pequeño hará de él una persona adulta íntegra,
cabal, coherente. Y aún más, crecerá como una persona plena si a ello le sumamos el
mensaje de Dios, quien es el amor mismo:
Hagamos espacio al Señor en nuestro corazón y en nuestras jornadas. Así hicieron
también María y José, y no fue fácil: ¡cuántas dificultades tuvieron que superar! No
era una familia artificial, no era una familia irreal. La familia de Nazaret nos com­
promete a redescubrir la vocación y la misión de la familia, de cada familia. Y, como
sucedió en esos treinta años en Nazaret, así puede suceder también para nosotros:
convertir en algo normal el amor y no el odio, convertir en algo común la ayuda
mutua, no la indiferencia o la enemistad [...]. Y esta es la gran misión de la familia:
dejar sitio a Jesús que viene, acoger a Jesús en la familia, en la persona de los hijos,
del marido, de la esposa, de los abuelos... Jesús está allí. Acogerlo allí, para que crezca
espiritualmente en esa familia (Papa Francisco, Audiencia general del miércoles 17
de diciembre de 2014).

5. Sin culpas
La familia para ser tal, exige la presencia de todos sus miembros. El papa Francisco nos
habla de la necesidad que tienen los hijos de los padres y la ausencia de éstos: «algunas
veces tan concentrados en sí mismos y en su trabajo, y a veces en sus propias realizacio­
nes individuales [...] y a menudo preguntaba a los papás si jugaban con sus hijos, si tenían
el valor y el amor de perder tiempo con los hijos» (Audiencia general del miércoles 28 de
enero de 2015). La ausencia de uno o de ambos padres es causa de heridas graves, ade­
más de carecer de ejemplos y guías en experiencias vitales.
Por eso es preciso repetir: no convirtamos el servicio a Dios en un pretexto más para aban­
donar a la familia. Dios no nos va a reclamar que hayamos dejado los dos, tres, cuatro o
más servicios que prestaba en la parroquia, las innumerables horas y lugares en los que
servía como facilitador, el que no asistamos a todas las juntas convocadas por el consejo,
por las catequistas, por los ministros, por el párroco, por el decanato, la vicaría, la arqui-
diócesis.
La familia es algo por lo que Dios nunca nos va a recriminar, es un don encomendado, son
personas que ha puesto a nuestro cuidado y que nosotros mismos elegimos tener.
Discernir, priorizar y elegir, eso debemos hacer. Somos piezas únicas en el servicio y misión
pero no somos indispensables, en la familia sí. No hay necesidad de abarcartantos servicios;
demos la oportunidad a otros de crecer, responsabilizarse, comprometerse; muchos dicen
«yo puedo con todo», «ya no tengo tiempo ni para mí», «el padre me encargó otro grupo,
Dios me ayudará». Aprendamos a decir “no”, es válido, no hay porqué sentirse culpable,
muchas veces los demás necesitan ver que hay espacio para ellos, que se precisa su presen­
cia. su compromiso, sus talentos... de otra manera ¿a qué van si nosotros podemos y abar­
camos todo? Hay que ser humildes y aceptar lo que podemos y queremos hacer.
De qué otro modo podríamos decir: «Hijo mío, si aprendes a ser sabio, también yo lo ce­
lebraré. Me alegraré de todo corazón, si tus labios hablan con rectitud» (Prov 23,15-16).
¿Cómo poder decirlo si no se los enseñamos ni estamos presentes para comprobarlo? El
papa Francisco parafrasea este texto para que comprendamos mejor lo que simboliza:
Seré feliz cada vez que te vea actuar con sabiduría, y me emocionaré cada vez que te
escuche hablar con rectitud. Esto es lo que quise dejarte, para que se convirtiera en
algo tuyo: el hábito de sentir y obrar, hablar y juzgar con sabiduría y rectitud. Y para
que pudieras ser así, te enseñé lo que no sabías, corregí errores que no veías. Te hice
sentir un afecto profundo y al mismo tiempo discreto [...]. Te di un testimonio de
rigor y firmeza que tal vez no comprendías [...]. Ahora, cuando veo que tú tratas de
ser así con tus hijos, y con todos, me emociono. Soy feliz de ser tu padre. (Audiencia
general del miércoles 4 de febrero de 2015)

Discernir, priorizar y elegir... ¡Seamos valientes!

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

í® Leo

*- Realizo una lectura atenta de los contenidos del tema. Subrayo lo más importante.

© Reflexiono

► Reflexiono sobre mi situación personal.


-¿Qué pienso acerca de lo tratado? ¿Estoy en un caso así?
-¿Estoy fallándome en algún aspecto, le estoy fallando a los que necesitan de mí?
-¿Qué pienso hacer: voy a elegir o a cambiar algo en particular?
-¿Fuerzo a mis interlocutores a dar más allá de lo que es equilibrado? ¿Actúo con ellos
como si ignorara que deben cumplir responsabilidades y convivir con sus familias?
b
í Contemplo (meditación cr¡stiana-/ect/o divina)
► Realizo la meditación cristiana.
► Hago una lectio divina con la cita de Mt 5,13-16 (relaciono la cita con mi vocación de
ser sal y luz en mi familia).

K-z Recapitulo
-¿Qué enseñanza me deja el tema para mi vida y mi servicio?

REFERENCIAS PARA SER MÁS

■ Papa Francisco, Audiencias generales del 28 de enero de 2015, del 4 de febrero de 2015 y deí
17 de diciembre de 2014.

x-
SABER

TEMA 23

La participación de la familia en
la vida y misión de la Iglesia

Nos proponemos
Reflexionar sobre la misión evangelizadora de la familia, a partir de la exhortación
Familiaris consortio.

■ Introducción
Los facilitadores tenemos una misión doble: trabajar dentro de nuestra propia familia y ser
acompañantes de otros laicos que también viven en familia. El sacramento del matrimo­
nio, junto con el Orden sacerdotal, son sacramentos de servicio a la comunidad; constitu­
yen un don de Dios para su Iglesia, ambos poseen una dimensión misionera y evangeliza­
dora de primer orden.
El matrimonio y la familia son temas presentes en la formación básica (manuales 12 y 17).
Los facilitadores hemos de tener clara la visión cristiana sobre estas dos realidades y
acompañar a nuestros interlocutores para que vivan en plenitud su vocación y misión fa­
miliar; especialmente en estos tiempos en los que la familia atraviesa una crisis cultural
profunda (cf. EC 66). Nos dejamos guiar por las enseñanzas de la Familiaris consortio, que
ofrece una guía siempre actual.

El magisterio enseña
La futura evangelización depende en gran parte de la Iglesia doméstica. Esta misión ¡
apostólica de la familia está enraizada en el Bautismo y recibe con la gracia sacra- ¡
^e^tal del matrimonio una nueva fuerza para transmitir la fe, para santificar y trans- i
!a sociedad actual según el plan de Dios. i
FC 52 :

Otros textos: G- 227-28; Gn 2,24; Tob 7, 13-14; Mt 19,3-12; Jn 2,1-2; Ef 5,31-32; LF 52. :
1. La familia en el misterio de la Iglesia
Uno de los cometidos básicos de la familia cristiana es el eclesial; ella está puesta a se^. -
ció del Reino de Dios en la historia, mediante la participación en la vida y mis c ce a
Iglesia.

Los fundamentos, contenidos y características de tal participación, provienen de los azos


fuertes que unen a la Iglesia y a la familia cristiana, y que hacen de esta última como una
“Iglesia en miniatura” o Iglesia doméstica (LG 11); de modo que es, a su manera, imagen
viva y una representación histórica del misterio mismo de la Iglesia.
La Iglesia es Madre que engendra, educa y edifica a la familia cristiana; con ella practica la
misión de salvación. Le anuncia la Palabra de Dios, con lo que le revela su identidad, lo que
es y debe ser según el plan del Señor; con la celebración de los sacramentos, la enriquece
y santifica; con la proclamación del mandamiento de la caridad, la anima y guía al servicio
del amor.

Por su parte, la familia cristiana, inserta en el misterio de la Iglesia, participa, a su manera,


en la misión de salvación propia de la Iglesia. Los cónyuges y padres cristianos, en virtud
del sacramento, «poseen su propio don, dentro del Pueblo de Dios, en su estado y forma
de vida» (LG 11). Son comunidad «salvada» por el amor de Cristo, y están llamados a ser
comunidad «salvadora» al «transmitir» el mismo amor de Cristo. De esta manera, la fa­
milia cristiana se hace símbolo, testimonio y participación de la maternidad de la Iglesia
(cf. LG 41, FC 49).

2. Un cometido eclesial propio y original


«La familia cristiana está llamada a tomar parte viva y responsable en la misión de la Igle­
sia de manera propia y original, es decir, poniendo a servicio de la Iglesia y de la sociedad
su propio ser y obrar, en cuanto comunidad íntima de vida y de amor» (FC 50).
La familia cristiana es una comunidad que renueva sus vínculos mediante la fe y los sacra­
mentos; su participación en la misión de la Iglesia debe realizarse de forma comunitaria.
Los cónyuges juntos, en cuanto pareja, y los padres e hijos en cuanto familia, han de vivir
su servicio a la Iglesia y al mundo. Deben ser en la fe «un solo corazón y un alma» (Hch
4,32), estar animados por un espíritu apostólico común y colaborar en las obras de servi­
cio a la comunidad eclesial y civil.
El amor conyugal y familiar -vivido en su extraordinaria riqueza de valores y exigencias de
totalidad, unicidad, fidelidad y fecundidad (cf. HV 9)- expresa y realiza la participación de
la familia cristiana en la misión profética, sacerdotal y real de Jesucristo y de su Iglesia. El
amory la vida constituyen el núcleo de la misión salvífica de la familia cristiana en la Igles a
y para la Iglesia.
La familia tiene un estilo peculiar de participar en la triple referencia a Jesucristo Profeta,
Sacerdote y Rey; lo hace como una comunidad creyente y evangelizadora, una comunidad
en diálogo con Dios y una comunidad al servicio del ser humano (cf. FC 50).

3. La familia cristiana: comunidad creyente y evangelizadora


Dado que la familia participa de la vida y misión de la Iglesia, vive su cometido profético
acogiendo y anunciando la Palabra de Dios. Así se hace, cada día más, una comunidad
creyente y evangelizadora.
A los esposos y padres cristianos se exige la obediencia a la fe (cf. Rom 16,26); están lla­
mados a acoger la Palabra que les revela la Buena Nueva de su vida conyugal y familiar,
que Cristo ha hecho santa y santificadora. Solo mediante la fe, ellos pueden descubrir y
agradecer la dignidad a la que Dios ha elevado el matrimonio y la familia, constituyéndolos
en signo y lugar de la alianza de amor entre Dios y los hombres, entre Jesucristo y la Igle­
sia, su esposa. La celebración del sacramento del Matrimonio proclama, dentro de la
Iglesia, la Buena Nueva sobre el amor conyugal y es una “profesión de fe” que continúa en
la vida de los esposos y de la familia.
Dios que ha llamado a los esposos al Matrimonio, continúa a llamándolos en el Matrimo­
nio (cf. HV 25). Viene a ellos dentro y a través de los hechos, problemas, dificultades y
acontecimientos, donde les revela y propone las exigencias de su participación en el amor
de Cristo por su Iglesia, de acuerdo con su situación particular. El descubrimiento y la
obediencia al plan de Dios deben hacerse en común a través de la experiencia del amor
vivido entre los esposos, entre los padres y los hijos.
«Para esto, también la pequeña Iglesia doméstica, como la gran Iglesia, tiene necesidad
de ser evangelizada continua e intensamente. De ahí deriva su deber de educación perma­
nente en la fe» (FC 51).

Ministerio de evangelización de la familia cristiana


En la medida en que la familia cristiana acoge el Evangelio y madura en la fe, se hace
comunidad evangelizadora (FC 52).

La familia, al igual que la Iglesia, debe ser un espacio donde el Evangelio es transmi­
tido y desde donde éste se irradia. Dentro de una familia consciente de esta misión,
todos los miembros de la misma evangelizan y son evangelizados. Los padres no solo
comunican a los hijos el Evangelio, sino que pueden a su vez recibir de ellos este
mismo Evangelio profundamente vivido... Una familia así se hace evangelizadora de
orras muchas familias y del ambiente en que ella vive (EN 71).

La fam a cr st ana. sobre todo en la actualidad, tiene una especial vocación a ser testigo
ce a a anza pascual de Cristo, mediante la constante irradiación de la alegría del amor y
de la certeza de a esperanza, de la que debe dar razón: «la familia cristiana está llamada
a proclamar en voz alta las virtudes presentes del reino de Dios y la esperanza de la vida
bienaventurada» (LG 35; cf. FC 52).

5. Un servido edesial
El ministerio de evangelización de los padres cristianos es original e insustituible
y asume las características típicas de la vida familiar, hecha, como debería estar, de
amor, sencillez, concreción y testimonio cotidiano (FC 53).

La familia debe formar a los hijos para la vida, para que cada uno cumpla en plenitud su
cometido, de acuerdo con la vocación recibida de Dios. Una familia abierta a los valores
transcendentes, que sirve con alegría, cumple con fidelidad sus obligaciones y es conscien­
te de participar en el misterio de la cruz gloriosa de Cristo, se convierte en el mejor semi­
nario de vocaciones a la vida consagrada.
Los padres están llamados a realizar un ministerio de evangelización y catcquesis hacia
sus hijos, el cual debe acompañarlos durante la infancia, adolescencia y juventud, especial­
mente si cuestionan o incluso rechazan la fe cristiana recibida en los primeros años de su
vida. Así como en la Iglesia la evangelización está unida al sufrimiento del apóstol, así
también en la familia cristiana los padres deben afrontar con valentía y serenidad las difi­
cultades al evangelizar a sus hijos.
El servicio que realizan los cónyuges y padres cristianos en favor del Evangelio es esencial­
mente un servicio eclesial; se realiza en el contexto de la Iglesia entera en cuanto comunidad
evangelizada y evangelizados. Está enraizado y se deriva de la única misión de la Iglesia; se
ordena a la edificación del Cuerpo de Cristo (cf. 1 Cor 12,4-6; Ef 4,12). Por eso, el ministerio
de evangelización y de catcquesis de la Iglesia doméstica, ha de armonizarse con la evange­
lización y catcquesis que realiza la comunidad eclesial, diocesana y parroquial (cf. FC 53).

6. Predicar el Evangelio a toda criatura

El horizonte propio de la evangelización es la universalidad sin fronteras; responde al mandato


de Cristo: «Vayan por todo el mundo y proclamen la buena noticia a toda criatura» (Me 16,15).
También la fe y la misión evangelizadora de la familia cristiana poseen esta dimen­
sión misionera católica. El sacramento del matrimonio que plantea con nueva fuerza
el deber arraigado en el bautismo y en la confirmación de defender y difundir la fe
(cf. LG 11), constituye a los cónyuges y padres cristianos en testigos de Cristo “hasta
los últimos confines de la tierra” (Hch 1,8), como verdaderos y propios misioneros
del amor y de la vida (FC 54).

Una forma de actividad misionera puede realizarse en el interior de la familia. Esto sucede
cuando algún miembro de la misma no tiene fe o no la practica con coherencia. En este
caso, los parientes deben ofrecerles tal testimonio de vida que los estimule y sostenga
el camino hacia la plena adhesión a Cristo Salvador (cf. 1 Pe 3,1-17).
Animada por el espíritu misionero en su propio interior, la Iglesia doméstica está
llamada a ser un signo luminoso de la presencia de Cristo y de su amor incluso para
los alejados, para las familias que no creen todavía y para las familias cristianas que
no viven coherentemente la fe recibida. Está llamada con su ejemplo y testimonio a
iluminar a los que buscan la verdad (FC 54).

A la manera del matrimonio misionero de Aquila y Priscila (cf. Hch 18,1-4), existen algu­
nos cónyuges y familias cristianas que, durante un cierto tiempo, van a tierras de misión a
anunciar el Evangelio.
Las familias cristianas contribuyen de manera especial a la misión de la Iglesia cuando culti­
van la vocación misionera en sus propios hijos (cf. AG 39) y educan y preparan a sus hijos,
desde la juventud, para conocer que Dios ama a todos los seres humanos (cf. FC 54).

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

ÍB Leo

► Subrayo las ¡deas principales del texto.


►Elaboro un mapa conceptual con los elementos más importantes del contenido del
tema.

© Reflexiono

-¿Cómo asumo la misión evangelizadora de la familia en mi propia familia?

Investigo
► Reviso los siguientes contenidos en el Manual 12 (temas 15-19):
-¿Por qué el matrimonio es una realidad querida por Dios? (cf. tema 15)
-Explico por qué el matrimonio es signo de la alianza divina (cf. tema 17)
-Explico los compromisos del matrimonio cristiano (cf. tema 18)

O Recapitulo

-¿Qué es lo que me interesó más de todo el contenido? ¿Por qué?

REFERENCIAS PARA SABER MÁS

■ A«qu d oces s Primada de México. Manual 12, Sacramentos de curación y a! servicio de la comu-
nidad. México 2012.
■ Familiaris consortio 49-64.
■ Relación final del Sínodo de los Obispos al Santo Padre Francisco, La vocación y la misión de la
familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo, Ciudad del Vaticano, 2015.
SABER HACER

TEMA 24

Dejar que los participantes se ejerciten


(estilo 8)

Nos proponemos
Saber acompañar la formación para lograr que los interlocutores sean mejores seres
humanos y cristianos comprometidos con la Iglesia y la sociedad.

■ Introducción
La vocación cristiana y la misión recibidas en el Bautismo y la Confirmación se sostienen,
animan y profundizan de modo particular en cada sacramento. ¡Vivirlos intensamente es
nuestro compromiso y acompañar con alegría a otros hermanos en la fe es nuestro reto!
A lo largo de todo el manual hemos visto cómo nuestro ser, saber y saber hacer se impli­
can y relacionan, se alimentan uno al otro. Los hemos separado con la intención de garan­
tizar un crecimiento integral, pero han marchado juntos todo el tiempo. Así, cerramos esta
propuesta de reflexión con un estilo más: el que mueve a nuestros interlocutores a hacerse
cargo de sí mismos. Culminamos con este estilo porque representa la madurez, tanto del
facilitador como del interlocutor. El facilitador que hace silencio y deja el protagonismo al
otro, ha aprendido a acompañar de verdad; el interlocutor que se atreve a tomar la respon­
sabilidad por sí mismo, muestra con creces los avances en su crecimiento.

La Palabra nos ilumina

Llamó a los doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los
espíritus impuros. Ellos salieron a predicar y exhortaban a la conversión.
Me 6,7.12

Otros textos: EG 49; DGC 157.

1. El estilo 8 dentro del conjunto de los demás estilos


Con el tema 21 culminamos la revisión de siete estilos propuestos inicialmente en el ’.'j-
nual del facilitador (cf. tema 15). Los primeros tres (lectura comentada, partir del esc_.e~'¿
y partir de las interrogantes y la comprensión previa) son medios didácticos que "zs ce'-
miten aprender a estudiar, desarrollar habilidades de comunicación, aprovechar las venta­
jas de un ordenador gráfico, promover la comprensión y la madurez de los interlocutores.
Los siguientes cuatro estilos (partir de la Palabra de Dios, ver-juzgar-actuar, partir de expe­
riencias significativas y partir de los actos de la liturgia o de la religiosidad y piedad popu­
lar) constituyen metodologías que surgen de la vida y práctica pastoral de la Iglesia y son
esenciales a ella.
El estilo 8, dejar que los participantes se ejerciten, nos sitúa nuevamente en el plano de la
didáctica, provee una base y convicción común a todos los estilos: el interlocutor es el
sujeto de la formación, el más activo en ella.
El estilo 8 abre a los adultos la oportunidad de construir un aprendizaje en el que suman la
información ya adquirida a la que está propuesta en el tema de estudio. De ahí que los inter­
locutores desarrollan o refuerzan sus habilidades de comunicación oral, reflexión, escucha,
atención, responsabilidad, compromiso y respeto, entre otros. Es una buena oportunidad
para observar sus capacidades e inquietudes, para escucharlos y acompañarlos.

2. ¿Qué significa dejar que los participantes se ejerciten?


Dejar que los participantes o interlocutores se ejerciten significa permitir que sean ellos quie­
nes desarrollen la sesión. El estilo se fundamenta en el método activo, favorece el dinamis­
mo y la actividad de los interlocutores, concediéndoles un mayor protagonismo en la se­
sión.
Fomenta el trabajo de investigación en los interlocutores, quienes dejan de recibir informa­
ción de manera pasiva, produciendo así un aprendizaje significativo. Los interlocutores
aprehenden los contenidos y asumen los valores propuestos en el tema por su propia
cuenta, desarrollan actitudes maduras y responsables.
En este estilo, el facilitador distribuye el trabajo, orienta, guía, soluciona dudas y dificulta­
des. Es mediador o intermediario entre los contenidos, las actitudes y valores y las activi­
dades que los interlocutores realizan.
Existen muchas formas de organizar el estilo 8. A continuación proponemos dos:
• Elegir a un interlocutor para que prepare y comparta (según sean sus habilidades
y fortalezas) alguna o todas las etapas de la sesión (introducción, desarrollo o
cierre). El facilitador apoya con su orientación y cierre y hace las intervenciones
que crea oportunas.
• Llevar a cabo alguna técnica de aprendizaje cooperativo, con la que los interlocu­
tores puedan descubrir, comentar, discutir y reflexionar sobre los contenidos por
sí mismos.
Nota: El estilo permite el equilibrio en la participación del facilitador y los interlocutores.
3- El aprendizaje cooperativo (o colaborativo)
El aprendizaje cooperativo es un concepto que agrupa diversos métodos, por lo que no
existe una definición única. Es un estilo de aprendizaje que estimula la formación de gru­
pos pequeños, en los que los interlocutores trabajan juntos para lograr un objetivo común
y maximizar su aprendizaje y el de los demás. Parte de la convicción de que la interacción
entre los interlocutores es un buen camino para reflexionar los contenidos, desarrollar
valores, especialmente los sociales o comunitarios y alcanzar los objetivos de la sesión.
Los miembros del grupo poseen objetivos comunes de aprendizaje; existe división de ta­
reas, pero comparten la responsabilidad y participación en la tarea o actividad.
Hay muchas formas de ser grupo sin que ello signifique que sea cooperativo. Cooperar
implica necesariamente el trabajo en grupo, pero no sucede lo mismo a la inversa. Para
que en un grupo exista cooperación real, se requiere:

• Interdependencia: que los interlocutores se sientan responsables unos de otros,


que se ayuden.
• Responsabilidad individual. Aunque se trata de una actividad en grupo, cada uno
tiene a su cargo una parte de la tarea.
La interacción personal en los grupos permite que los integrantes reciban retroalimenta-
ción de los demás, y de alguna manera se ejerce presión social sobre los miembros poco
motivados para trabajar. Para ello se recomienda que los grupos no sean mayores a cinco
miembros.
Existen numerosas técnicas de aprendizaje cooperativo. A continuación mostramos dos:

■ Rompecabezas
a. Los interlocutores se dividen en pequeños grupos (no más de 4 o 5), y a cada uno se
le asigna una parte distinta del tema. En esta parte se trabaja de manera individual.
b. Los interlocutores abandonan sus equipos y forman grupos de expertos (interlocuto­
res que tienen la misma parte del tema y que están en los otros equipos). Aquí discu­
ten, aclaran dudas, intercambian ¡deas. Se aseguran que todos dominan el material.
Si fuera necesario, pueden pedir alguna aclaración al facilitador.
c. Los interlocutores regresan a los grupos iniciales, donde se encargan de enseñar al
resto de sus compañeros la parte que han aprendido, de modo que todos en el grupo
aprendan todo el tema.
d. Se puede aplicar una breve evaluación con aspectos de todo el tema o asignar tareas
en las que los equipos demuestren que han asumido los valores propuestos y que ha"
profundizado en los contenidos.
■ Parejas o binas
a. El facilitador propone una parte del tema a cada pareja. En un primer momento se
reflexiona individualmente sobre la sección asignada.
b. Después cada pareja discute, dialoga lo que han reflexionado de manera individual.
c. El facilitador elige un interlocutor de la clase al azar para que comparta a todo el grupo
los comentarios que él y su pareja han hecho. No comparten sus propias ideas, sino
lo que tanto él como su compañero han discutido.
d. Otra variante de esta técnica es que, en lugar de compartir al grupo, se intercambien
parejas y comenten lo que han discutido con su compañero anterior.

Preparar el estilo 8

■ De manera previa
Si un interlocutor va a compartir el tema o alguna parte, es importante avisarle con antici­
pación. Si vas a trabajar la sesión con alguna técnica debes preparar los puntos, preguntas
o problemas que vas a asignar.

■ Sesión de trabajo
Apertura:
Aprovecha los primeros elementos que ofrece el manual (nombre del tema, ilustración,
enunciado, enlace, objetivo). Recuerda que este momento es corto.

Proclama la Palabra de Dios que ilumina el tema.

Desarrollo:
• En la primera variante, el interlocutor desarrolla el tema o parte del tema con su
estilo personal. El facilitador interviene al final o en el momento en que lo consi­
dere conveniente para aclarar, profundizar o corregir algún dato.
• En la segunda variante se aplica alguna de las técnicas de aprendizaje cooperativo.
El facilitador observa y resuelve las dudas.

Cierre:
• Establecer compromisos de trabajo con los participantes.

• Concluir.

5. Ventajas y limitantes del estilo 8

■ Ventajas
• El interlocutor se va entrenando en un ambiente seguro para desempeñar el rol
del facilitador.
• El facilitador puede descubrir con mayor facilidad las fortalezas y debilidades del
interlocutor para poderlo retroalimentar.
• Se favorece una actitud de respeto, atención, estima, aceptación y confianza en la
persona del interlocutor.
• El estilo propicia el diálogo, el trabajo en equipo y la atención a los aspectos afec­
tivos de las personas.

■ Limitaciones
• El facilitador puede desconfiar de los interlocutores y no permitir que compartan,
generen sus propios puntos de vista o se expresen.
• El facilitador puede considerar el estilo como un método lento, sobre todo si per­
cibe que los interlocutores se equivocan.
• Tanto el facilitador como los interlocutores pueden creer equivocadamente que
el aprendizaje del interlocutor depende exclusivamente de lo que el facilitador
explica.
• Puede haber falta de compromiso por parte del interlocutor para compartir o tra­
bajar en equipo.

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

■1 Leo

► Realizo una lectura activa de este tema.

© Reflexiono

-¿Cuál es mi experiencia previa con la aplicación del estilo 8?


-¿Qué puedo mejorar o incorporar?

Ejercito
► Elijo un tema del Manual 12.
► Elijo una de las técnicas propuestas en este estilo 8 y la preparo.
► Coordino una sesión de 1 5 minutos con el tema que preparé usando el estilo 6 y dejo
que mis compañeros y asesores me retroalimenten.
► Completo mi carta descriptiva y la corrijo con las ¡deas recibidas.

O Recapitulo

-¿Qué fue lo más significativo del tema?


Nombre del manual: Fecha:

Nombre y número de tema: Estilo 8: Dejar que los parti­


cipantes se ejerciten

Objetivo de la sesión:

Recursos didácticos:

ACTIVIDAD FACILITADOR INTERLOCUTORES TIEMPO


Apertura: Escribo qué haré yo en Escribo, para cada Asigno tiempos.
cada actividad. actividad, qué harán
Oración inicial
mis interlocutores.
Primeros elementos:
• Título y nombre
del tema
• Ilustración
• Enunciado
• Enlace
• Objetivo

La Palabra o el
Magisterio

Desarrollo del tema

Actividades individua­
les o grupales

Evaluación

Cierre: conclusión,
oración final

REFERENCIAS PARA SABER HACER MÁS

■ 3 -z z- -. Estrategias docentes para un aprendizaje significativo. Una interpretación cons­


tar. , s:a ’.’zC'a.-.Hdl, México 1999, 83-109.
■ C.~ e=-ez. ?.. '':<:a.<ccion a la didáctica, Esfinge Grupo Editorial, México 1976, 84-91.
■ P- ~o. l.. t apresa zaj cooperativo, PPG, Madrid 2007.
Bibliografía

Arango, E., El camino comunitario. Integración psicológica y vida grupal, Indo-American


Press Service-Editores, Bogotá 1990.
Arquidiócesis Primada de México, Manual del facilitador, PPC, México 2012.
Arquidiócesis Primada de México, Manual 1. Iniciación a la Biblia, PPC, México 2012.
Arquidiócesis Primada de México, Manual 6, Los sacramentos de la iniciación cristiana,
PPC, México 2012.
Arquidiócesis Primada de México. Manual 12, Sacramentos de curación y al servicio de la
comunidad, México 2010.
Arquidiócesis de México,/armadora de misioneros. Instrumento de reflexión misionera para
Agentes de pastoral, 1999.
Barceló, B., Crecer en grupo. Una aproximación desde el enfoque centrado en la persona,
Desclée de Brouwer, Bilbao 2003.
Beneytez, G., La realización moral de la persona humana. (Tema IV. Persona y sociabili­
dad) en: www.mercaba.org/ARTICULOS
Calvo, R., Vivirla Eucaristía en 50 claves, Monte Carmelo, Burgos 2010.
De la Vega, H., Las celebraciones religiosas del pueblo. Camino de evangelización y lugar de
catcquesis, Palabra Ediciones, México.
Díaz, C, ¿Qué es el personalismo comunitario?, Fundación Emmanuel Mounier, Salaman­
ca 2005.
Díaz Barriga, F. y Hernández G., Estrategias docentes para un aprendizaje signif cativo.
Una interpretación constructivista, Mac Graw Hill, México 1999.
Galindo, A., Moral socioeconómica, BAC, Madrid 1996.
Gevaert,)., La dimensión experiencial de la catequesis, CCS, Madrid 1985.
Ginel, A., Gestos para la catequesis, Ediciones Dabar, México 2003.
Gutiérrez, R., Introducción a la didáctica, Esfinge Grupo Editorial, México 1976.
Mazariegos, E., La aventura apasionante de orar, San Pablo, Bogotá 2004.
Nérici, I., Hacia una didáctica general dinámica, Editorial Kapelusz, Buenos Aires 1991.
Papa Benedicto XVI, Discurso durante la inauguración de la Asamblea eclesial de la Dióce­
sis de Roma (26.05.2009).
Papa Francisco, Mensajes para la jornada mundial de las misiones (2013-2015).
Papa Francisco, Audiencia general (13.11.2013).
Papa Francisco, Homilía en la capilla de la Domas Sanctae Marthae (12.2015)
Papa Francisco, Audiencia general (28.01.2015).
Papa Francisco, Audiencia general (04.02.201 5).
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Powell, J., La visión Cristina, la verdad nos hará libres, Buena Prensa, México 2005.
Prellezo García, J. M. (coord.), Diccionario de Ciencias de la Educación, Editorial CCS.
Madrid 2009.
Prieto Navarro, L, El aprendizaje cooperativo, PPC, Madrid 2007.
Sastre García, )., "Acompañamiento espiritual", en V. MA. Pedroza (dir.) y otros, Nuevo
diccionario de catequética, Volumen I, San Pablo, Madrid 1999.
Sínodo de los Obispos, Relación final de la XIV Asamblea General Ordinaria, Ciudad del
Vaticano (24.10.2015).
Valadez Fuentes, S., Espiritualidad Pastoral, Paulinas, Bogotá 2005.
Vanier, J., La comunidad, lugar del perdón y de la fiesta, PPC, Madrid 2000.
Vorgrimler, H. Teología de los sacramentos, Herder, Barcelona 1989.
ANEXO

Ser oasis de misericordia


(extractos de Misericordiae Vultus del papa Francisco)

10. La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia.


Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que
se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el
mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a
través del camino del amor misericordioso y compasivo. La Iglesia «vive
un deseo inagotable de brindar misericordia» (EG 24). Tal vez por mucho
tiempo nos hemos olvidado de indicar y de andar por la vía de la misericor­
dia. Por una parte, la tentación de pretender siempre y solamente la justicia
ha hecho olvidar que ella es el primer paso, necesario e indispensable; la
Iglesia no obstante necesita ir más lejos para alcanzar una meta más alta y
más significativa. Por otra parte, es triste constatar cómo la experiencia del
perdón en nuestra cultura se desvanece cada vez más. Incluso la palabra
misma en algunos momentos parece evaporarse. Sin el testimonio del per­
dón, sin embargo, queda solo una vida infecunda y estéril, como si se vivie­
se en un desierto desolado. Ha llegado de nuevo para la Iglesia el tiempo
de encargarse del anuncio alegre del perdón. Es el tiempo de retornar a lo
esencial para hacernos cargo de las debilidades y dificultades de nuestros
hermanos. El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde
el valor para mirar el futuro con esperanza.

12. La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón


palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el
corazón de toda persona. La Esposa de Cristo hace suyo el comportamien­
to del Hijo de Dios que sale a encontrar a todos, sin excluir ninguno. En
nuestro tiempo, en el que la Iglesia está comprometida en la nueva evan-
gelización, el tema de la misericordia exige ser propuesto una vez más con
nuevo entusiasmo y con una renovada acción pastoral. Es determinante
para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie
en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben trans-
m¡tir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas
a reencontrar el camino de vuelta al Padre. La primera verdad de la Iglesia
es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí,
la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la
Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En
nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimien­
tos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder en­
contrar un oasis de misericordia.

13. Queremos vivir este Año Jubilar a la luz de la palabra del Señor: Miseri­
cordiosos como el Padre. El evangelista refiere la enseñanza de Jesús:
«Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso» (Le 6,36). Es un
programa de vida tan comprometedor como rico de alegría y de paz. El
imperativo de Jesús se dirige a cuantos escuchan su voz (cf. Le 6,27). Para
ser capaces de misericordia, entonces, debemos en primer lugar colocar­
nos a la escucha de la Palabra de Dios. Esto significa recuperar el valor del
silencio para meditar la Palabra que se nos dirige. De este modo es posible
contemplar la misericordia de Dios y asumirla como propio estilo de vida.

14. La peregrinación... es imagen del camino que cada persona realiza en


su existencia. La vida es una peregrinación y el ser humano es viator, un
peregrino que recorre su camino hasta alcanzar la meta anhelada (...) El
Señor Jesús indica las etapas de la peregrinación mediante la cual es posi­
ble alcanzar esta meta: «No Juzguen y Dios no los juzgará; no condenen y
Dios no los condenará; perdonen y Dios los perdonará. Den, y Dios les
dará. Les darán una buena medida, apretada, repleta, desbordante; porque
con la medida con que midan, Dios los mediará a ustedes» (Le 6,37-38).
Dice, ante todo, no juzgar y no condenar. Si no se quiere incurrir en el juicio
de Dios, nadie puede convertirse en el juez del propio hermano. Los hom­
bres ciertamente con sus juicios se detienen en la superficie, mientras el
Padre mira el interior. ¡Cuánto mal hacen las palabras cuando están moti­
vadas por sentimientos de celos y envidia! Hablar mal del propio hermano
en su ausencia equivale a exponerlo al descrédito, a comprometer su repu­
tación y a dejarlo a merced del chisme. No juzgar y no condenar significa,
en positivo, saber percibir lo que de bueno hay en cada persona y no per­
mitir que deba sufrir por nuestro juicio parcial y por nuestra presunción de
saberlo todo. Sin embargo, esto no es todavía suficiente para manifestar la
misericordia. Jesús pide también perdonar y dar. Ser instrumentos del per­
dón, porque hemos sido los primeros en haberlo recibido de Dios. Ser ge­
nerosos con todos sabiendo que también Dios dispensa sobre nosotros su
benevolencia con magnanimidad. Así entonces, misericordiosos como el Pa­
dre es el “lema” del Año Santo. En la misericordia tenemos la prueba de
cómo Dios ama. Él da todo sí mismo, por siempre, gratuitamente y sin pe­
dir nada a cambio. Viene en nuestra ayuda cuando lo invocamos. Es bello
que la oración cotidiana de la Iglesia inicie con estas palabras: «Dios mío,
ven a librarme; Señor, ven pronto a socorrerme» (Sal 70,2). El auxilio que
invocamos es ya el primer paso de la misericordia de Dios hacia nosotros.
Él viene a salvarnos de la condición de debilidad en la que vivimos. Y su
auxilio consiste en permitirnos captar su presencia y cercanía. Día tras día,
tocados por su compasión, también nosotros llegaremos a ser compasivos
con todos.

15. En este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón


a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con
frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones
de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas se­
llan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado
y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. En este Jubileo
la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo
de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solida­
ridad y la debida atención. No caigamos en la indiferencia que humilla, en
la habitual ¡dad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el
cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del
mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la digni­
dad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras ma­
nos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el
calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su
grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indife­
rencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo.
Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las
obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar
nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y
para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son
los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos pre­
senta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivi­
mos o no como discípulos suyos. Redescubramos las obras de misericor­
dia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir
al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos,
enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espiritua­
les: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que
yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las
personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos. No pode­
mos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos juzgados:
si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al
extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al
que estaba enfermo o prisionero (cf. Mt 25,31-45).

Igualmente se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace


caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si fuimos capaces de
vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los
niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si
fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdona­
mos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de
odio que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo
de Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos
al Señor en la oración nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de es­
tos «más pequeños» está presente Cristo mismo. Su carne se hace de
nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en
fuga... para que nosotros los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos
con cuidado. No olvidemos las palabras de san Juan de la Cruz: «En el
ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor» (Palabras de luz y
de amor, 57).

16. En el Evangelio de Lucas encontramos otro aspecto importante para


vivir con fe el Jubileo. El evangelista narra que Jesús, un sábado, volvió a
Nazaret y, como era costumbre, entró en la Sinagoga. Lo llamaron para que
leyera la Escritura y la comentara. El pasaje era el del profeta Isaías donde
está escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me
ha enviado a dar la buena nueva a los pobres, a sanar a los de corazón
destrozado, a proclamar la liberación de los cautivos y a los prisioneros la
libertad. Me ha enviado a un año de gracia del Señor» (61,1-2). «Un año de
gracia»: es esto lo que el Señor anuncia y lo que deseamos vivir. Este Año
Santo lleva consigo la riqueza de la misión de Jesús que resuena en las
palabras del Profeta: llevar una palabra y un gesto de consolación a los
pobres, anunciar la liberación a cuantos están prisioneros de las nuevas
esclavitudes de la sociedad moderna, restituir la vista a quien no puede ver
más porque se ha replegado sobre sí mismo, y volver a dar dignidad a
cuantos han sido privados de ella. La predicación de Jesús se hace de nue­
vo visible en las respuestas de fe que el testimonio de los cristianos está
llamado a ofrecer. Nos acompañen las palabras del Apóstol: «El que prac­
tica misericordia, que lo haga con alegría» (Rm 12,8).
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