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La Niña en la Palomera 3

LA NIÑA EN
LA PALOMERA
4 Fernando Cuadra

Declarado por el Ministerio de Educación Pública.


«Material Didáctico Complementario de la Educación»
por Resolución Nº 0685 del 11-V-1990

© Fernando Cuadra P.
© Pehuén Editores, 1990
María Luisa Santander 537
Providencia, Santiago, Chile
editorial@pehuen.cl
www.pehuen.cl

Inscripción N° 66.547
ISBN 978-956-16-0153-6

Primera edición, julio de 1987


Duodécima edición, abril de 2011

Diseño y diagramación
Pehuén Editores

Más información, actividades sobre este libro y otras lecturas recomendadas por edad en “Motiva-
ción para la lectura”, www.pehuen.cl

Se prohíbe la reproducción o emisión total o parcial de este libro, ya sea a través de sistemas eléctricos,
electrónicos, mecánicos, químicos, ópticos, de grabación, fotográficos o de fotocopia, sin la autorización
previa del editor.

Impreso en los talleres de


Salesianos Impresores S.A.

IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE


La Niña en la Palomera 5

FERNANDO CUADRA

LA NIÑA EN
LA PALOMERA
6 Fernando Cuadra
La Niña en la Palomera 7

NOTA DEL EDITOR

Las notas a pie de página han sido incluidas especialmente


en esta colección por los editores, con el objeto de definir
usos lingüísticos que eran habituales cuando se escribió la
obra, pero que en la actualidad pueden resultar desconocidos
para el lector.

Las fotografías escogidas para esta edición corresponden al


montaje original de la obra en 1966.
8 Fernando Cuadra
La Niña en la Palomera 9

LA NIÑA EN
LA PALOMERA
Crónica dramática de una adolescente de nuestro tiem-
po, dividido en tres actos. Esta obra fue estrenada en 1966 por
el Teatro de Ensayo de la Universidad Católica, de acuerdo al
siguiente reparto:

ANA María Eugenia Cavieres


DANIEL Ramón Núñez
ALBERTO Francisco Morales
DON RENé Mario Montilles
GABY Lucy Salgado
SRA. LUISA Maruja Cifuentes
SRA. JUANA Elena Moreno
MANUEL Pedro Villagra
ELSA Sara Astica
LA PATOTA Peter Lehmann
Alberto Chacón
Lucho Arenas
Raúl Osorio
Jorge Lanza

DIRECCIÓN: FERNANDO COLINA


10 Fernando Cuadra
La Niña en la Palomera 11

ESCENARIO

Simultáneo. La CALLE, al centro del escenario, se pro-


longa hacia el fondo, donde es cruzada a foro por otra calle,
dándole la forma de «T». A la derecha, en un segundo piso,
La CASA de ANA, de la cual se ve el COMEDOR, pequeño y
un tanto descuidado, con muebles desvencijados: mesa con
un florero vacío al centro, sillas -de las que se compran en
mueblerías de barrio-, un aparador para guardar loza con un
espejo que deforma la imagen, totalmente mosqueada su su-
perficie. Calendarios de años idos, colgando unos sobre otros.
Un tarjetero japonés, en el cual se insertan muchas postales
o tarjetas de Ano Nuevo y Onomásticos. Sobre la mesa pende
una lámpara de tres luces, atenuadas éstas por pantallas de
rafia barata de distintos colores. La puerta de entrada a la
CASA está ubicada casi de frente al espectador. Al abrirse,
podrá verse un pasillo sucio y oscuro, en el que desemboca
la ESCALERA que permite el acceso desde la CALLE. La ini-
ciación de esta escalera, crujiente y desvencijada, es visible
casi en su totalidad en el primer piso y se pierde, al curvarse
hacia la CASA de ANA. Separado del COMEDOR sólo por
una cortina de cretona descolorida, hállase en un pequeño
rellano el DORMITORIO de ANA. Vese un somier de patas,
un velador barato y un espejo ovalado de lámina desvaída.
12 Fernando Cuadra

Las paredes del DORMITORIO de ANA se ven tapizadas


de fotos de estrellas de cine. Sobresalen dos fotos de ciertas
dimensiones de Marilyn Monroe y Sophia Loren. También
una de Claudia Cardinale. A otra de Brigitte Bardot, ANA le
ha pintado unos bigotes descomunales. Sobre la cama ade-
más y en el COMEDOR mismo, vense esparcidas por todas
partes revistas de cine. A continuación del DORMITORIO y
en espacio que queda entre la cocina y la puerta de calle, la
COCINA, de la cual alcanza a percibirse un lavaplatos muy
usado, empotrado en una pared sucia y grasienta. La COCINA
no tiene puerta: únicamente el marco. En la pared opuesta al
DORMITORIO de ANA, ábrese una puerta balcón que da a la
CALLE. Aquí se ven muchos tiestos con plantas de cardenales.
Algunos tiestos son de greda, pero la mayoría son tarros de
conservas o de café.
En el primer piso de la CASA de ANA, hay un TALLER
de VULCANIZACIÓN, cuya puerta cortina se abre en la mis-
ma esquina. Por este motivo se ve del TALLER sólo un corte
diagonal, en el que se advierte un banco de trabajo, algunos
neumáticos y herramientas con las que trabaja DANIEL.
A la izquierda, en la esquina opuesta, la CASA de MA-
NUEL. En primer plano, el COMEDOR, también de muebles
baratos y convencionales y tal vez un poco más nuevos que los
de la CASA de ANA. Hacia derecha, pero un tanto al fondo, el
DORMITORIO, con dos marquesas ordinarias y un ropero con
puerta espejo. Sobre el DORMITORIO, un pequeño DESVÁN
de techo bajo e inclinado, al cual se llega con dificultad, por
una puerta trampa. A izquierda del DORMITORIO y seguidas,
dos pequeñas puertas que comunican con la cocina y el baño
respectivamente.
La Niña en la Palomera 13

Por este mismo lado de la CALLE y haciendo un peque-


ño rincón, logra verse la puerta de la CASA de la SEÑORA
JUANA. Prolongándose ambas aceras, en cuyos bordes se
elevan altos y constantemente limpios en su follaje, cuatro o
cinco álamos. Ellos son la única nota de color y frescor en la
grisura uniforme y monótona que caracteriza el «colorido»
básico de la CALLE y de las viejas casas.
Al fondo del escenario y formando, si se quiere, una unidad
relativamente independiente, ábrese, una amplia perspectiva
de árboles: la QUINTA NORMAL. Esta zona escenográfica, al
igual que la zona del DESVÁN, requiere una iluminación espe-
cífica y esencialmente distinta de la iluminación general, cuyo
colorido enfatice las características ambientales y sicológicas
de las escenas fundamentalmente que en ellas se juegan.
Sobre todo el escenario una amplia panorámica de cielo
azul pálido y enfermizo y en el cual al anochecer brillarán las
estrellas, su única belleza, además de un momentáneo matiz
violáceo al oscurecerse el crepúsculo. Algunas constelaciones:
la Cruz del Sur, las Tres Marías. La brillantez de las estrellas
debe ser evidente y contrastante con la opacidad de los faroles
callejeros, ubicado uno en la esquina del TALLER y el otro al
extremo de la CALLE. De este farol, la luz se percibe a través
del follaje de los álamos.
14 Fernando Cuadra

ÉPOCA: Actual.
LUGAR: Santiago, barrio Estación Central. Las esquinas de
Chacabuco con Erasmo Escala.
Allí podrían hallarse las casas de ANA y MA-
NUEL.
TIEMPO: Primer acto: Media mañana de un día de enero.
Segundo acto: Un año después. Mediodía, tarde y
noche. Fines de noviembre. Inicios de diciembre.
Tercer acto: Quince días después. Mediodía tarde y
noche.
La Niña en la Palomera 15

ACTO PRIMERO

El escenario permanece a oscuras por breves momentos.


Óyense los ruidos habituales de la ciudad, en un barrio popu-
loso y superpoblado: micros, troles, buses, camiones, automó-
viles que pasan rápidos y trepidantes por la calle Chacabuco.
Súmanse de vez en cuando, especialmente al mediodía, el tra-
queteo y los bocinazos de los trenes que llegan y parten de la
Estación Central. Pregones de vendedores callejeros. Duraznos,
flores, claveles baratos. Y por la mañana temprano (o también
al finalizar la tarde) agréganse las campanas de la Iglesia
Parroquial del Sagrado Corazón, próxima por la Alameda.
El escenario se ilumina con extrema lentitud y, paralela-
mente a la iluminación, óyese una lánguida melodía estival
tocada en un organillo callejero. Al iluminarse el escenario en
su totalidad, la melodía se diluye y con suavidad. El mediodía
es luminoso, traslúcido.
En casa de Ana, ésta barre lentamente el comedor y luego
se desplaza hacia el balcón, en el que se apoya y atisba hacia
la calle por un momento. En el taller, Daniel trabaja afano-
samente en un neumático que desarma. Después de atisbar
la calle, Ana vuelve al comedor y cogiendo un trapo que hay
sobre la mesa, empieza a limpiar los muebles sin mayor en-
tusiasmo. De súbito, parece acordarse de algo y va hacia la
radio, encendiéndola. Busca rápida un programa de música
16 Fernando Cuadra

«colérica»*: ubícalo y, feliz, canturreando ahora, continua


limpiando con mayor rapidez. Por el fondo, aparece la patota,
chacoteando y riendo. Alberto trae bajo el brazo un atado de
revistas. Muy rápidos, acércanse todos al taller.
LA PATOTA (a Daniel): Hola...
DANIEL (saliendo a la calle): Hola, ¿qué tal?
JUAN (alegre): ¡Del one!**
DANIEL: ¿Y? ¿Qué se cuenta?
JUAN: Nada de especial. Lo de siempre. Preparándonos para
la pichanga del domingo.
ALBERTO: ¿Tú no vas?
DANIEL: ¡Cómo voy a ir si no me invitan!
LA PATOTA: ¡Oooooh!..
JUAN: ¡Quena, oh! ¿De cuándo acá? ¡Chi! ¿Querí invitación
por escrito?
DANIEL (riendo): ¡Qué menos!
(La Patota ríe)
JUAN: ¡Ah! ¡No hay caso con los mateos, digo yo!
DANIEL (riendo): ¡Estás hablando de pura envidia, eh!
JUAN: ¡Ah, seguro, ¿Se imaginan?! ¡Ah! ¡Yo, estudiando! ¡A
mí me dicen el pulmones vírgenes!
(La Patota ríe).
DANIEL (a Alberto): ¿Y esas revistas?
JUAN (riendo): ¡Ah! ¡Te aviso, eh! ¡Para que veas que soy puro
amigo, nomás! ¡Cuidadito con éste!
* Colérica: Música moderna de la época.
** Del one: Del uno, muy bien.
La Niña en la Palomera 17

ALBERTO: ¡Ya! ¡Cállate, oh!


DANIEL (sonriente): ¿Y por qué tengo que tener cuidado?
ALBERTO (a Juan): ¡Chitas que soy tú, ah!
JUAN: ¡Bah! ¿Y pa’ qué te poní colorado?
(La Patota ríe).
ALBERTO (azorado): ¡Cuándo, oh!
JUAN: ¡Sí! ¡Cuándo! ¡Cínico! ¡Cuándo! ¡Y parecí semáforo!
(La Patota torna a reír con mayor fuerza).
DANIEL: Bueno, pues... ¿qué es lo que pasa?
JUAN: ¿No te habí fijado, entonces?
ALBERTO: ¡Ya, pues! ¡Córtala!
JUAN: Hace ratito... Desde que comenzaron las vacaciones,
éste anda a las vueltas de tu vecina.
DANIEL: ¿Anita?
ALBERTO (azoradísimo): ¡Puchas que soy mentiroso!
(La Patota vuelve a reír)
LUCHO (por las revistas): Y esto, ¿para quién son las revistas,
ah?
ALBERTO: ¡Suelta, oh! ¡Soy más pesado! (Al girar cáensele
las revistas y todos empiezan a cogerlas, formando gran
algazara: unos a otros se arrojan las revistas, en tanto
que Alberto corre tras ellos cada vez más confundido.
Por fin logra reunirlas y, sentado al borde de la acera,
empieza a ordenarlas y limpiarlas).
JUAN (a Daniel): ¿Ves? Todas son para la Anita.
ALBERTO (en confusa explicación): Es que... Es que le gusta
leer estas cuestiones de cine... y... y como don René es
tan apretado pa’darle plata... yo... ¿ves?
18 Fernando Cuadra

JUAN: ¡Hola, papi...!


(La Patota ríe y vase a reunir en la esquina. Juan se despide
de Daniel y va hacia la Patota: allí desdobla un diario que
trae en el bolsillo y comienza a leerle en voz alta).

DANIEL (en voz alta a Juan): Bueno... ¿y en qué quedamos,


pues?
JUAN (dejando de leer): ¿Cómo en qué quedamos?
DANIEL: ¿Me convidan o no me convidan a la pichanga?
JUAN: ¡Chi! ¡Es que a ti da miedo convidarte! ¡Te lo pasas
estudiando!
DANIEL: ¡Pero si ahora estoy de vacaciones!
JUAN: ¡Tú sabís donde es, pues, en Carrascal!
DANIEL: ¡Hecho!
ALBERTO (que ha terminado de ordenar las revistas, a Da-
niel): Daniel... (Juan torna a seguir leyendo).
DANIEL (acércasele): ¿Qué?
ALBERTO: ¿No... no te enojas... por ... por...?
DANIEL: ¿Por qué cosa?
ALBERTO: Bueno... (Indica las revistas). Por esto.
DANIEL (riendo): ¿Por qué habría de enojarme?
ALBERTO (confuso): Bueno... Como parece que tú... (Ríe
nervioso).
DANIEL: ¿Yo qué?
ALBERTO: Que tú le gustas a la Anita.
DANIEL (sonríe tímido, pero esperanzado): ¿Te ha dicho
algo?
ALBERTO: No... Pero estas cosas se notan, pues.
DANIEL: ¿Ah sí? ¿Y en qué?
La Niña en la Palomera 19

ALBERTO (encogiéndose de hombros): ¡Se notan!


DANIEL: ¡Bien clara la explicación, ah!
ALBERTO: Es encachá la Anita... y harto paletiá.
(Por el fondo de la calle aparece Gaby. Rápida y cimbrante,
avanza hacia la casa de Anita).

GABY (al ver a Daniel, acércasele sonriente): Hola...


DANIEL: Hola, Gaby...
ALBERTO (arrebolándose, vuelve a dejar caer las revistas):
¿Cómo... cómo te va?
GABY: Mejor que nunca. ¿Han visto a la Anita?
DANIEL: En la casa debe estar.
GABY (lenta): ¿Y la señora Luisa?
DANIEL: Comprando, parece.
GABY: Menos mal. Chao. (Avanza hacia la casa de Ana y
saluda a la Patota en la esquina).
ALBERTO (corre frente al balcón y llama): ¡Anita!
ANA (acude al balcón): ¿Qué?
ALBERTO (por las revistas): ¡Mira!
ANA: ¡Estupendo...!
ALBERTO (a Gaby): Oye... ¿se las llevas tú?
GABY: Claro...
ANA: ¿Gaby?
ALBERTO: Sí.
(Ana sonríe feliz, cruza rápida el comedor y baja corriendo
por la escalera hacia la calle).
LA PATOTA (al ver a Ana, salúdanla con gran bullicio y excla-
maciones): ¡Hola...!
20 Fernando Cuadra

ANA (ríe y besa a Gaby): Vienes tarde, eh...


GABY: Y casi no vengo, te diré.
ALBERTO (con timidez, le pasa las revistas): Son todas de cine.
ANA: Gracias. (A Gaby). Espérame. (Va rápida al taller y se
detiene en la puerta). Oye, Daniel...
DANIEL (que había entrado en el taller, vuélvese rápido):
¿Qué?
ANA: ¿Te pido un favor?
DANIEL (sonriente): No siendo plata.
ANA (sonriente): ¡Tonto!
DANIEL: Habla.
ANA: ¿Avísame cuando venga mi mamá, quieres?
DANIEL: Bueno.
ANA (alejándose): Chao. (Daniel sonríe de nuevo y torna a
su trabajo).

(Ana se reúne con Gaby, quien ha estado riendo con la Patota.


Cógela por un brazo, y parloteando y riendo, suben por la es-
calera a la casa. Entran y se dirigen al dormitorio, sentándose
ambas en la cama).
ANA (déjase caer en la cama con las revistas. Abre una y la
hojea rápida): ¿Qué tal te parecen? (Por las fotos).
GABY: Hum...
ANA: ¿Son bonitas, eh?
GABY (despectiva): ¿Quiénes?
ANA: ¡Ay, Gaby! ¡Las estrellas de cine, pues!
GABY: ¿Tú te sientes menos que estas fulanas?
ANA (mira a Gaby con cierta sorpresa y luego échase a reír):
¡Las preguntas que haces tú...!
La Niña en la Palomera 21

GABY: Como te lo pasas hablando de ellas, parece que le


tuvieras envidia.
ANA: Ah, no seas tonta...
GABY: ¡Y a lo amiga, eh! ¡Tú no eres nada de mal parecida,
mirándote con paciencia!
ANA: ¡Ah, ya, no seas fome!
GABY: ¡Bah! ¡Pero si es cierto! ¿Qué tienes tú que envidiarles
a éstas?
ANA (pausa): ¿Envidiarles? (Pausa). ¡Mucho!
GABY: ¿Por ejemplo?
ANA: ¡Uf! ¡Montones de cosas! (Riendo).
GABY (con rara sonrisa): Ah...
ANA (pausa): ¿Por qué no viniste ayer?
GABY (lenta y con misteriosa sonrisa): Porque tenía mucho
que hacer.
ANA (con sonrisa cómplice): ¿Saliste con Ricardo?
GABY: ¡Ah! ¿Crees que soy profesora de párvulos para andar
con mocosos?
ANA (asombrada): Tiene veinte años y la semana pasada tú
misma me dijiste que...
GABY: Pero fue la semana pasada, pues, Ani... Y la gente puede
cambiar, ¿no?
ANA: Claro, pero...
GABY: ¿Crees que cuesta mucho conseguir las cosas que uno
quiere?
ANA (lenta): No sé.
GABY (insistiendo): ¿Pero tú piensas que es muy difícil?
ANA (lenta): ¡Cuando hablas así... No sé por qué... pero... pero
me das un poco de miedo, Gaby!
GABY (riendo): ¡Oh, la niñita asustadiza! ¡Mírenla!
22 Fernando Cuadra

ANA: Ya. Córrete.


GABY (con repentina seriedad): ¿Eres capaz de guardar un
secreto..., pero guardarlo de verdad, ah?
(Ana, muy grave, afirma solemnemente y, con rapidez, dibujase
con la mano una cruz sobre el pecho y aguarda anhelante).

GABY (saca de su pequeña cartera un paquetito. Desenvuél-


velo y le muestra una pulsera de oro macizo): ¡Mira!...
ANA (va a cogerla, pero parece no atreverse): ¡Oh!...
GABY (balanceándola ante los ojos de Ana): ¡Mía!...
ANA: ¿Tuya?
GABY: ¡ Ahá!
ANA: ¿Tu mamá la ha visto? (Gaby afirma sonriente). ¿Y qué
dijo?
GABY: Nada.
ANA: Pero...
GABY: Le conté que me la gané en un concurso. Hay tantos...
que a lo mejor puede ser hasta verdad. ¿Cómo la hallas?
ANA: ¡Fabulosa! ¡Debe costar unos cien mil pesos, por lo
menos!
GABY: ¡Cien mil! ¡Estás más loca tú! ¡Cuatrocientos cincuenta,
hijita!
ANA: ¡Ufa! Es bonita.
GABY: ¡Pruébatela!
(Ana colócasela y la contempla extasiada, sonriente).
GABY: ¿Te gustaría que fuera tuya?
ANA: ¡Imagínate!
GABY (lenta): A mí me la regalaron.
ANA (devolviéndosela): ¿Ricardo?
GABY: ¡Ricardo! ¡Ah! ¡Ese lo más que me regaló fueron cho-
colates! ¡Y todavía se los robaba en la fábrica!
La Niña en la Palomera 23

ANA (desconcertada): ¿ Entonces?


GABY: ¿Entonces, qué? Me cansaron los chocolates, ¿entien-
des?, y ahora me gustan estas cosas.
ANA (con dificultad): Pero... ¿cómo...?
GABY (lenta): No es difícil.
ANA: ¡Gaby!
GABY: ¿De qué te admiras? ¿Cuándo vamos a conseguir estas
cosas gente como tú y yo? ¿Cuándo seamos viejas y ya
no tengamos gusto para nada? ¿O las que las consiguen
tienen más derecho que nosotras? ¡Ah, no, Ani! A mí no
me vienen con esas historias... ¡Que hay que esperar!
ANA: ¡Pero, Gaby, por Dios! ¿Tu mamá qué dice?
GABY (levántase molesta, violenta): No me la sigas nombran-
do, ¿quieres? ¡Mientras tenga plata para emborracharse
y pasarlo bien, yo no existo para ella!
ANA: ¡Gaby!
GABY: ¡Y no me compadezcas tanto tampoco! (Pausa. Con-
centrada). ¡La única diferencia entre tú y yo, es que a
mi casa llega un «papá» distinto todas las noches!
(Un silencio).
GABY (como justificándose): Esto lo has sabido siempre tú,
¿no? (Ana afirma en silencio). Desde que somos amigas.
(Ana sonríe cordial y aprieta una mano de Gaby).
(Otro silencio).
GABY (sonríe ahora con evidente malicia): ¡Si tú quisieras
tener una igual a ésta! (Por la pulsera).
ANA (insegura): No, Gaby...
GABY (con leve risa): ¿No... no?... ¿O no, sí?
ANA: Oye, yo creo que no está bien lo que haces.
GABY: ¿Y a quién le importa? ¿O te estás dejando conven-
cer por las leseras que nos predican las viejas en el liceo?
24 Fernando Cuadra

(Coge una revista). ¿Cómo crees que éstas lo consiguen


todo, ah?

(Ana levántase nerviosa y se dirige al balcón, donde se apoya


y mira hacia la calle, hondamente preocupada).
(En ese momento la Patota prorrumpe en grandes aspavientos
por lo que Juan lee).

LA PATOTA: ¡Pucha!
JUAN (llamando): ¡Daniel...!
DANIEL (en la puerta del taller): ¿Qué pasa?
JUAN: ¡Acarréate, oh! (Daniel se acerca, mostrándole el dia-
rio). ¡Mira! ¡Acuérdate, la fuimos a ver!
JUAN (leyendo): «Salvajemente fue asesinada la Reina del
Strip Tease de Matucana, conocida como la Diosa de
Medianoche». (A la Patota). ¡No la dejaron buena ni
para charqui!

(La Patota ríe).

ALBERTO: Yo... yo la conocía...


JUAN: ¡Anda, oh!
ALBERTO: ¡Bah! ¡Claro! Margarita Rebolledo se llamaba.
Antes que se dedicara a esta cuestión, vivía en una pieza,
al lado de mi casa. La madre todavía vive ahí.

(Gaby se ha acercado a Ana y también se ha acodado en el


balcón).

JUAN: ¡No era mala la tonta!


DANIEL: No...
La Niña en la Palomera 25

JUAN: ¡Buenos... Hum! (Gesto expresivo y redondo).


(La Patota ríe).
ALBERTO: ¿Quién la mataría?
ANA: ¡Yo sé!
LA PATOTA: ¡Ah!
ANA: ¡Bah! ¿Quién iba a ser, sino? ¡El asesino!
(La Patota estalla en una carcajada. Daniel ríe y palmotea
en la espalda a Juan)
UNA VOZ (desde el taller): Bueno, Daniel... ¿trabaja aquí o
en la calle usted?
(Daniel corre hacia el taller. Entra y continúa trabajando)
GABY (después de mirar a Ana que sigue callada): Bueno...
Me voy.
ANA (mirándola, con leve tensión): No.
GABY: Como parece que te has quedado muda...
ANA (sonriendo): Es que siempre que conversamos...
GABY (pausa): Tengo que hacer. Palabra.
ANA: ¡Pero si llegaste recién...!
GABY (con leve sonrisa amarga): ¿Te sientes sola, Ani?
ANA (rehuyéndola): No.
(Por el fondo de la calle, aparece Manuel. Ana divísalo de
inmediato y se le arrebola el semblante. Gaby la observa y
sonríe maliciosa. Manuel avanza y, al enfrentar la casa de
Ana, le hace un salado donjuanesco. Después entra en su casa
y métese al baño).
GABY (sonriente): ¿Él es?
26 Fernando Cuadra

ANA (con torpeza): ¿Quién?


GABY (insinuante): El nuevo vecino.
ANA (con fingida despreocupación): Ah, sí...
GABY: Tenías razón de estar tan impresionada.
ANA (insegura): ¿Te gusta?
GABY: No. No es mi tipo. Claro que no siempre se puede
escoger. Y a ti... ¿Te gusta?
ANA: ¡Tonta! (Gira hacia el comedor).
GABY (siguiéndola): ¡Bah! ¡Ahora sí! ¡Desde que salimos a
vacaciones, no haces más que hablar de él!
(La melodía del organillo surge suave y dolorosa).
ANA: Averigüé una cosa.
GABY: ¿Sí ?
ANA (lenta): Es casado.
GABY: ¿Y qué?
ANA (pausa): Hoy llega su mujer.
GABY (riendo): ¡Y los nervios te comen por saber cómo es!
ANA (calurosamente): Mira... ¡No es tanto el interés, te diré!
GABY (riendo con mayor fuerza): ¡Sóplame este ojo, le dijo
el ciego!
(De súbito, Alberto, que ha cogido el diario y lo lee él solo, en
tanto los demás juegan y bromean, levántase rápido y corre
hacia la ventana de Ana).
ALBERTO (llamando): ¡Anita! ¡Anita!
ANA (acude presurosa a la ventana): ¿Qué?
ALBERTO (sincero): Le decían la Marilyn Monroe.
(La Patota, que lo ha seguido mirando, estalla en una car-
cajada).
La Niña en la Palomera 27

ANA (impresionada): ¡A quién!


ALBERTO: A la striptesera, aquí sale. (Vuélvese a la Patota,
que lo recibe riendo).
ANA (mirando hacia el comedor): Pobre...
GABY: ¿Pobre? ¿Por qué? Harto debe haber gozado y cuando
se cansó... ¡Plaf! ¡Y listo!
ANA (confundida): ¿Plaf? ¿Eso es todo, entonces?
GABY: ¿Y qué más?

(Un silencio. Ana se desplaza por el comedor, preocupada y


desorientada. Por su parte, en el rostro de Gaby aparece una
profunda preocupación).

GABY (entre grave y sonriente): Ani... (Ana la mira con aten-


ción). No vuelvo más al liceo.
ANA: ¿Cómo?
GABY (por la pulsera que se ha colocado): Esto es lo más
importante.
ANA (con honda desolación): ¡Gaby! ¡Eres mi única amiga!
GABY: No voy a dejar de serlo por no ir más al liceo.
ANA (confusa): ¿Qué... qué vas a hacer?
GABY (dura): Me voy de la casa. Eso es lo primero.
ANA: Pero... ¿adónde?
GABY: Te voy a avisar, Ani. Pronto. (Pausa, con la voz que-
brada). ¿Seguirás siendo mi amiga, no?

(Ana abraza a Gaby cálidamente. Un silencio).

ANA: ¿Y tu mamá?
GABY (molesta): ¡Ah! (Pausa). Bueno... Me voy y no me digas
nada, Ani. ¡Ni bueno ni malo, por favor!
28 Fernando Cuadra

ANA (sonríe levemente): Te acompaño.


(Ana y Gaby, silenciosas y lentas, salen del comedor y bajan por
la escalera hacia la calle, deteniéndose en la esquina).
ANA: ¿Vendrás mañana?
GABY: Sí. A despedirme.
ANA (angustiada): ¿Entonces. . . ?
GABY (con brusca desesperación): ¡Estoy decidida, Ani! (Muy
brusca). Chao. (Vase rápida por el fondo de la calle).
(Resurge la melodía del organillo, dolorosa y trágica. Ana se
desplaza angustiada, sin atinar qué hacer. Mira una y otra
vez el barrio en que vive y experimenta un temblor total en el
cuerpo, como si de pronto sufriera un frío repentino. Después,
lenta, acércase al taller).
ANA: Menos mal. No tuviste que avisarme.
DANIEL (asomándose sonriente): ¿Por qué armas tanto lío?
ANA (con leve dureza): ¡Ah! ¡Tú no sabes cómo son mis vie-
jos, pues! No sé por qué, pero a ninguno de los dos les
gusta la Gaby.
DANIEL: Es que es medio rara, ah...
ANA: ¡Bah! ¿Tú también?
DANIEL: No sé... Se me ocurre.
ANA (con calor): La Gaby es mi mejor amiga.
DANIEL: No. Si no digo nada de eso, pero... la hallo medio
tirá a macanuda.
ANA: Tiene diez y siete años, pues. Como yo.
DANIEL: ¡No, no, pues, Ani! ¡Sin levantarse el tarro!
ANA: ¿En qué?
DANIEL (riendo): ¡Chis, si apenas tienes quince!
La Niña en la Palomera 29

ANA (ofendida): ¡Diez y siete!


DANIEL (riendo): ¡Mentirosa!
ANA (acaloradamente): ¡Bueno! ¡Diez y seis, señor! ¡No lo
voy a saber yo!
DANIEL (siempre riendo): Por las dudas, se lo voy a preguntar
a tu mamá.
ANA: Pregúntaselo.
DANIEL: Y a lo mejor la señora Luisa me dice que recién
tienes quince.
ANA: ¡Ah, eres bien pesado tú, ah! ¡No hablo más contigo!
(Daniel sigue riendo y vuélvese al taller, en tanto Ana
acércase a la Patota).
JUAN (a Ana): Mi más sentido pésame...
ANA (desconcertada): ¿Por qué?
JUAN: Por la muerte de la Marilyn*. Tu colega.
(La Patota ríe).
ALBERTO (a Juan): ¡Imbécil!
ANA (a la patota que ríe): ¡Tontos! (Pausa). ¿Cómo murió?
(Juan le pasa el diario).
ANA (lee rápidamente): ¡Se suicidó!... (Con el diario, acércase
rápida al taller). Oye, Daniel...
DANIEL (asómase sonriente): ¿Que no me ibas a hablar nunca
más?
ANA (sin hacerle caso; por el diario): ¿Por qué lo hizo?
(Manuel, limpio y refrescado, ha salido del baño y se dirige a
la puerta de calle. Ábrela y se detiene afirmado en el marco,
fumando y mirando hacia el taller).

* Marilyn Monroe.
30 Fernando Cuadra

DANIEL: Algo le faltaría.


ANA (con insistencia): ¡Pero tuvo mucho! ¿O no?
DANIEL: Así parece.
ANA: Eso es lo que importa, creo yo.
DANIEL: ¡Tú no te puedes quejar!
ANA (estremecida): ¿Yo? (Con risa en la que aflora una leve
amargura). ¿Qué tengo yo...? ¿Una pulsera de oro, por
ejemplo?
DANIEL: ¡Ah, cosas así...!
ANA: ¡Cosas así son las que yo quiero! (Lenta).
DANIEL: ¡Anita!
ANA (concentrada): ¿Cuándo las voy a tener yo?
DANIEL: ¡Pero de todas maneras, tienes gente que... que te
quiere! ¡Estoy seguro!
ANA: ¿Tú crees que eso es suficiente...?

(Por el fondo de la calle aparece la señora Luisa. Trae un


canasto plástico con verduras y algunos paquetes).

SRA. LUISA (al ver a Ana): ¡Anita!


ANA (corriendo acércase a la señora Luisa y coge uno de los
paquetes): ¡Uf! ¡Cómo viene de cargada!...
SRA. LUISA: ¡Venía apenas, le diré, mijita!
ANA: ¿Quién la manda comprar cosas demás, pues?
SRA. LUISA (a Daniel): Después se queja de que no hay lo
suficiente.
DANIEL (riendo y con picardía): Señora Luisa... Quisiera
hacerle una pregunta.
SRA. LUISA: A ver, qué cosa...
DANIEL: ¿Cuántos...?
La Niña en la Palomera 31

ANA (rápida): ¡Pesado! ¡Repelente! ¡No le hagas caso, mamá!


¡Es un tonto!
SRA. LUISA (sonriente): ¡Anita! ¡Anita!
(Manuel, siempre fumando, ha avanzado hasta la esquina).
SRA. LUISA: ¿Vamos?
ANA: Le llevo el paquete hasta la puerta no más. Toda la ma-
ñana he estado metida en la casa.
SRA. LUISA: La calle no es lugar para una niña, ¿no?
ANA: ¡Pero la casa es tan estrecha, pues! ¡Y tan calurosa en
este tiempo!
SRA. LUISA: ¡Lo sé, pero qué le vamos a hacer, pues niñita!
ANA: Además estoy en vacaciones, ¿no? Déjeme respirar un
poco siquiera.
SRA. LUISA (sonriente): Hay que ver. (Coge el paquete que
tiene Ana). Bueno. Quédese... pero un ratito no más. Ya
sabe que a su papá no le gusta nadita que se lleve en la
calle. (Vase a la casa. Sube por la escalera y entra en
la cocina, donde comienza a disponer lo necesario para
el almuerzo).
DANIEL: ¿Así que rebelde la niña, eh? (Sonriente).
ANA (con cierta acritud): ¿Acaso no tengo razón?
DANIEL: Yo no sé, ah... Pero...
ANA: ¡Ah! Tú eres un caso especial.
DANIEL: No entiendo.
ANA: Para empezar, ni te pareces a ninguno de la Patota.
DANIEL: ¡Ah! ¡Ni parecido ni distinto! ¡Igual nomás!
ANA: ¡No, caballerito! ¡Equivocado! Llamémoslos. Yo les voy
a preguntar algunas cosas y vas a ver que son distintos
a ti. (Llama a la Patota). ¡Eh! ¡Vengan...!
32 Fernando Cuadra

(La Patota te levanta y se acerca a Ana, sonrientes y rá-


pidos).

ANA: Aposté con éste.


DANIEL (riendo): ¡Sin trampas, eh!
ANA: Ninguna.
JUAN: ¿De qué se trata?
LA PATOTA: ¡Claro!
ANA (por Daniel): Este dice que es igual a ustedes. Yo digo
que no. Que es un caso especial.
JUAN: No entiendo nada, trenzúa... A ver: aclárame la cues-
tión.
ANA: Miren... (a Daniel). Tú eres un fulano feliz.
DANIEL: ¡Bah! ¡Tú también!
ANA: A lo mejor. Pero no se trata de mí ahora. (A uno de la
Patota). Estos son los que me sirven a mí... cualquiera de
ellos... El Juan... qué sé yo... Orlando... A ver... ¿Cómo
es tu casa, Orlando?
ORLANDO: ¡Chi! ¡Si tú la conoces, pues! ¡Una mugre! ¡En el
invierno se llueve más que afuera!
ANA (a otro): ¿Y la tuya, Luchito...?
LUCHO: ¿Mi casa? ¡La pieza en que vivimos más o menos
amontonados, querrás decir!
DANIEL: Claro. Así, sí... Pero...
ANA: ¿Pero, qué?
DANIEL: Pero... Ustedes... que se quejan, ¿no pasan todo el
día sin hacer nada?
JUAN: ¿Tenemos nosotros la culpa de que la cuestión ande
patas pa’ arriba, ah?
DANIEL: Pero hablando...
La Niña en la Palomera 33

JUAN: ¿Hablando? ¡Tai más loco, voh! ¡Si ahora nadie habla
con nadie! ¡En mi casa ya ni nos decimos buenos días
ni buenas noches! Estamos ahí. Y listo.
ANA (triunfante): ¿Ves? En tu casa, en cambio, tu mamá te
habla, Daniel, y sobre todo, te escucha. (A la Patota con
gesto de vencedora). ¡Gracias... compañeros!
(La Patota ríe y regresa a la esquina).
ANA (lenta): Te aseguro que a veces llego a dudar si el viejo
me ha hablado alguna vez. (Pausa). Por eso, hablo sola...
O leo revistas.
DANIEL: Pero estás estudiando. Igual que yo.
ANA (con cierta agresividad): Y de qué me sirve. En todo lo
que me obligan a estudiar, no hay nada que me hable
de lo que vivo todos los días; estoy como perdida, Da-
niel, porque unas cosas no tienen nada que ver con las
otras.
DANIEL (con torpe obstinación): De todas maneras creo que...
que hay que tratar...
ANA: ¿Tratar de qué ?
DANIEL (con dolorida sorpresa): ¡No sé!
(Un silencio).
ANA (acercándose a la Patota): ¿Qué se conspira aquí?
(Daniel, lento, regresa al taller).
ALBERTO: ¿Vas a ir a la pichanga del domingo?
ANA: A lo mejor.
JUAN: No te olvides de vendernos las entradas, pues.
34 Fernando Cuadra

ANA: Me quedan poquitas.


JUAN: ¡Flor! A ver si alcanzamos a comprarnos las camisetas,
con las ganancias.
ALBERTO (riendo): ¡Ganancias! ¡Ay!
JUAN: ¡Cállate mejor, oh!
ALBERTO: Parece que va el Daniel, ah...
ANA: ¿Y qué me importa a mí ? (Gira contrariada y ve a
Manuel, fumando. Pónese tensa y ligeramente temblo-
rosa. Manuel le hace una seña casi imperceptible. Ana
se acerca). ¿Cómo le va?
MANUEL: Más o menos...
ANA: ¿Y? ¿Le gusta el barrio?
MANUEL: Al principio, no. Ahora, sí.
ANA (con leve e inexperta coquetería): ¡Bah! ¿Por qué ese
cambio?
MANUEL: ¿No lo sospecha?
ANA (ríe nerviosa): ¡Es divertido usted!
MANUEL: Al contrario. Soy un hombre muy serio.
ANA (con cierta torpeza y brusquedad): ¿Hoy llega su señora?
MANUEL (sonriente): Pero si soy soltero...
ANA: Ah... Cómo, no...
MANUEL: Palabra.
ANA: ¡Bah! ¿Cómo, entonces, hoy día llega su mujer?
MANUEL: ¿Cómo sabe que es mi mujer? Puede ser una her-
mana. O una prima.
ANA (insegura): No. Si es su mujer...
MANUEL: ¿Quién se lo dijo?
ANA (riendo): Un pajarito verde.
MANUEL (riendo también): ¡No se puede tener secretos con
usted, ah!
ANA: Quizá. (Pausa). ¿Y tiene hijos?
La Niña en la Palomera 35

MANUEL (mintiendo): No.


ANA: ¿Mucho tiempo casado?
MANUEL: Eso no importa. Estoy por separarme.
ANA (ríe nerviosa): No le creo.
MANUEL: Palabra. Así podré dedicarme a lo que realmente me
gusta (lento y en voz baja). ¿Cuándo vamos a dar una
vueltecita en la micro? Casi siempre termino mi turno
como a las siete.
ANA (lenta y en voz baja): Tendría que avisarle a mi mamá.
MANUEL: ¿Para qué? A lo mejor no le da permiso. No sea
tonta. No le diga nada. Invente cualquier cosa. (Acércase
a Ana como atraído irresistiblemente). Le aseguro que
lo vamos a pasar bien.
ANA (atemorizada, feliz y sorprendida): ¿Ah, sí?
MANUEL: Podemos ir a comer a alguna parte... Bailar un poco
después...
ANA (con repentino movimiento, se aleja): No.
MANUEL: ¡Espere!
ANA: ¡No, no! (Con leve risa). ¡Capaz que lo sepa su mu-
jer!...
MANUEL (avanzando un poco): ¡No sea tonta, pues!...
ANA (cruza corriendo la calle y se acerca al taller. Llama con
cierto apremio en la voz): ¡Daniel!
DANIEL (aparece casi de inmediato en la puerta): ¿Qué te
pasa?
ANA (inconscientemente coge a Daniel por un brazo; hay en
su voz una angustia febril): ¿Vas a ir a la pichanga del
domingo?
DANIEL (con leve desconcierto): Creo que sí...
ANA (apremiante): ¿Vas o no vas?
DANIEL (con leve sonrisa): Sí, claro...
36 Fernando Cuadra

ANA: ¿Convídame, quieres?


DANIEL (con asombro cordial): ¡Claro!
(Ana sonríe y rózale ahora el brazo con suavidad. Después,
corre hacia la casa).
ANA (al pasar frente a la Patota, grita alegre): ¡Abajo los
tontos!
(La Patota ríe).
JUAN: ¡Esta Chicoca! ¡Cada día más locateli...!
(Manuel mira a Ana que corre hacia la casa. Arroja el cigarrillo
con violencia y torna a entrar a su casa, malhumorado).
ANA (entrando): ¡Mamá...!
SRA. LUISA (en la cocina): ¿Qué?
ANA (yendo a la cocina): ¿Le ayudo en algo?
SRA. LUISA: ¡Hum! ¡A buena hora! ¡Cuando ya está todo
hecho!
ANA: ¡Ufa! (Vase al dormitorio, échase en la cama y coge las
revistas recién traídas y se pone a leer).
(Por el fondo de la calle, con una maleta pequeña, avanza
Elsa, un tanto desorientada, mirando la numeración. Detiénese
frente a la que va a ser su casa. Golpea en la puerta).
MANUEL (abre. Con alegría): Por fin.
ELSA (entrando): ¡Oh! ¡Discúlpame, negrito!
MANUEL (cógele la maleta): A ver, a ver...
ELSA: ¡Tú sabes, pues! ¡La movilización de Renca es una
lotería! (Mirando en su derredor). ¡Oh, mi tesoro! ¡Qué
La Niña en la Palomera 37

lindo arregló todo! (Acércasele). ¿Tal como le gusta a la


mamita, no? (Manuel ha llevado la maleta al dormitorio.
Elsa va hacia allá y se sienta en la cama). Los niños
quedaron con mi mamá por una semana más. ¿Mi tesoro
no ha almorzado, no es cierto?
MANUEL: No.
ELSA (levántase rápida): ¡Oh! (Inicia su movimiento hacia la
cocina. Manuel la atrae hacia sí y la besa larga y apa-
sionadamente. Elsa se desprende) ¡En un dos por tres
le hago una cosita rica a mi niño! (Acaríciale el rostro).
¡Qué barbaridad! ¡Sin comer mi pobrecito!

(Manuel esboza una sonrisa. Elsa hácele un guiño y entra en


la cocina. En silencio, Manuel vuelve a salir a la calle).

(La Patota estalla en una carcajada).

JUAN (saca un naipe): ¿Y...?


ALBERTO: ¡Qué nos demoramos!
LA PATOTA: Clarín.*
JUAN: ¡Con su amigo!
LA PATOTA: ¡Hecho!
JUAN: Pero ahora, con platita la cosa.
ALBERTO: ¡Chi! ¿Y de adónde, oh?
JUAN: ¡Bah! ¡De donde mismo la sacas para irte al rotativo
Madrid!
(La Patota ríe. Juan empieza a barajar con rapidez, haciendo
verdaderos malabarismos).

* Clarín: Claro, por supuesto.


38 Fernando Cuadra

(Manuel mira una y otra vez a la casa de Ana. Luego opta


por irse por el fondo de la calle. En ese momento aparece la
señora Juana. Con velo y libro de misa).
SRA. JUANA (al cruzarse con Manuel): Buenos días, don
Manuel... ¿Cómo está?
MANUEL (detenido): Bien, señora Juana. Gracias.
SRA. JUANA: Disculpe, no, la impertinencia... ¿Llegó ya la
señora Elsita?
MANUEL: Recién.
SRA. JUANA: ¡Ah, qué bien! ¡Me alegro por usted! ¡Se nota
que la estaba echando de menos, eh!
MANUEL (sonriente): Sí. Un poco.
SRA. JUANA: ¡Hum! ¡Un poco! Si parecen recién casados. ¿Y...
les ha gustado la casa?
MANUEL: Sí...
SRA. JUANA: Es bien buena, le diré, si no... no crea que yo me
iba a dar el trabajo de estarla recomendando y mostran-
do. La dueña es una señora muy decente, muy seria. La
cuestión es que se acostumbren en el barrio también.
MANUEL: Yo creo que sí. (Con leve impaciencia). Me disculpa,
¿no es cierto?, pero tengo que...
SRA. JUANA: ¡Por supuesto! No faltaba más, don Manuel,
que yo lo estuviera demorando. Voy a ir a saludar a la
señora Elsita.
(Manuel afirma con la cabeza, sonriente, y echa a andar por
el fondo. Al ver sola a la señora Juana, la Patota se codean
unos con otros).
JUAN (levantándose, golpéase el pecho): ¡Santo! ¡Santo!
¡Santo!...
La Niña en la Palomera 39

(La Patota ríe bulliciosa. La señora Juana hace un respingo


y entra en su casa).
SRA. LUISA (desde la cocina): Anita...
ANA (que lee muy interesada, con fastidio): ¿Ah?
SRA. LUISA: Se me olvidó traer un atadito de verdura. Vaya a
comprarme uno, ¿quiere?
ANA: ¡Pero si estoy leyendo, pues, mamá!
SRA. LUISA: Bah... Puede seguir después. ¿No? Está de va-
caciones.
ANA: Precisamente.
SRA. LUISA: Ya. Vaya. No sea rezongona.
ANA (arroja la revista con enfado. Molesta y lenta, cruza hacia
el comedor): Déme la plata, pues...
SRA. LUISA: ¡Ay, niñita! ¡Como si no supiera! Saque de la
chauchera.
ANA: ¿Dónde está?
SRA. LUISA (viniendo de la cocina): Hay que ver que es inútil
usted, ¿no? (Abre el cajón del aparador y de un porta-
monedas saca un billete). Tome.
(Ana coge el billete. La señora Luisa vase a la cocina. Ana
va a salir, pero acuérdase de algo: la revista que leía. Va
al dormitorio. Cógela y leyendo, baja la escalera y sale a la
calle, sin levantar la cabeza. Juan alarga una pierna para
hacerle una zancadilla. Ana tropieza y está a punto de caer.
La Patota échase a reír).
ANA (furiosa): ¡Idiota! ¡Imbécil!
ALBERTO (encarando a Juan): Eres harto bruto tú, ¿ah?
ANA: ¡Estúpido! (Sigue caminando).
SRA. JUANA (saliendo de su casa): Buenos días, Anita...
40 Fernando Cuadra

ANA: Cómo le va, señora Juana...


SRA. JUANA: ¿Está tu mamá?
ANA: ¡Hum! Haciendo el puchero.
SRA. JUANA: Ah... (Cruza la calle hacia la casa de Ana).
ANA (hacia el taller): Chao, Daniel... (Dobla la revista y
echa a correr hacia el fondo de la calle).
LA PATOTA (al pasarla señora Juana delante de ellos):
¡Firmes!...
SRA. JUANA: ¡Mal educados!
JUAN: ¡Ah!...
(La señora Juana, molesta, sube por la escalera a la casa
de Ana).
(Daniel y la Patota ríen en tanto continúa el juego).
(La señora Juana ha golpeado la puerta de la casa de Ana).

SRA. LUISA (abriendo): Ah, señora Juana... Pase, pase...


SRA. JUANA (entrando): ¡Ay, Señor! ¿Cómo amaneció hoy?
SRA. LUISA: Bien. No me quejo.
SRA. JUANA: Me alegro. Me acordé de usted en la misa.
SRA. LUISA: Gracias.
SRA. JUANA: El señor cura... ¡Pobre! ¡Cada día más enfermo!
¡Y esta Parroquia del Sagrado Corazón, tan difícil,
pues! Vengo a avisarle que el martes comienza el Ju-
bileo para que vaya. Se ganan indulgencias.
SRA. LUISA: De veras, claro, y hay que rezar porque...
SRA. JUANA: Hay gente tan mala en este barrio y la iglesia
pasa pelá.
SRA. LUISA: Gente mala hay en todas partes.
SRA. JUANA: Pero aquí hay más. ¡No lo sabré yo, señora
Luchita, que nací aquí y no me he movido nunca! Ahí
La Niña en la Palomera 41

tiene usté, pues, este dichoso grupito que le ha dado por


juntarse todo el santo día ahí en la esquina. ¡Ay, Dios!
¡Son todos unos pícaros! (Breve pausa), No es que yo
quiera meterme en sus cosas, señora Luchita, ¿no?, pero
estoy viendo a la Anita demasiado metida con ellos.
SRA. LUISA: Al viejo tampoco le gusta que se junte con nadie.
SRA. JUANA: Por una parte está bien.
SRA. LUISA: ¿Sabe? Yo no entiendo mucho, pero a veces
pienso que la gente no puede vivir tan sola.
SRA. JUANA: ¡Bah! ¿Y yo... cómo vivo? ¿Usted misma?
SRA. LUISA: Sí. Claro. Pero los jóvenes, no.
SRA. JUANA: Lo que es yo, señora Luchita, sé muy bien a qué
lado están los buenos y a qué lado están los malos.
SRA. LUISA (con sonrisa conciliadora): A lo mejor usté
tiene razón.
SRA. JUANA: Llegó la nueva vecina.
SRA. LUISA (sin mayor interés): Ah, sí...
SRA. JUANA: Sí, pues, hoy se vino del todo.
SRA. LUISA: Yo no la he visto.
SRA. JUANA: Buenamozona, le diré. ¡Y enamorada de su ma-
rido, como ya no se usa, por Dios! ¡Ay! ¡Me acuerdo de
mis tiempos...!
SRA. LUISA (sin poder reprimir la risa): Ah, esta señora
Juana...
SRA. JUANA (acércase a la señora Luisa y en voz baja): ¡Le
diré una cosa; no sé por qué, pero el fulano ése no me
gusta nadita!
SRA. LUISA: Bah... ¿y por qué?
SRA. JUANA: No sé. Corazonada. Y cuando eso me pasa,
señora Luchita, no hay tu tía. No puedo tragar a esas
personas. Manía dirá usted; pero es así.
42 Fernando Cuadra

SRA. LUISA (con risueña ironía): Pero si quiere, usté puede


saberlo al tiro.
SRA. JUANA: ¿Cómo ?
SRA. LUISA (ríe): Viéndose la suerte con el naipe, pues.
SRA. JUANA (entre seria y risueña): ¿Y su marido?
SRA. LUISA: En el puesto. Trabajando como siempre.
SRA. JUANA: Bueno... Me voy ya, señora Luchita, déle muchos
saludos y no se olvide del Jubileo.
SRA. LUISA (abriendo la puerta): Bueno...
SRA. JUANA: Hasta lueguito...
SRA. LUISA: Hasta luego. (Cierra la puerta y vase a la co-
cina).
(La Patota ríe con mayor fuerza. La señora Juana, nerviosa,
cruza la calle y golpea la puerta de la casa de Elsa. Esta sale
de la cocina y abre).
ELSA: ¡Oh, señora! ¡Qué gusto! ¡Pase, pues!
SRA. JUANA (entrando): No quiero pecar de intrusa, ¿no?
ELSA: ¡Cómo se le ocurre, señora Juanita! ¡Mire! ¡Las cosas
que dice! Asientito.
SRA. JUANA: No está demás alguien conocido, cuando se llega
por primera vez a alguna parte, ¿no le parece?
ELSA: Por supuesto.
SRA. JUANA: ¿Y? ¿Cómo haya la casa?
ELSA: No está mal. Claro que pienso pintarla, adornarla un
poquito. Lo malo que una arrienda no más y en cuanto
está bonita, se la piden, ¿no?
SRA. JUANA: No, no. La dueña es una señora muy seria. Se lo
digo yo, así que no se preocupe.
ELSA: Menos mal.
La Niña en la Palomera 43

SRA. JUANA: ¿Y el barrio? ¿Cómo lo encuentra? Es bien so-


corrido, eh. Todo está a la mano.
ELSA: Bueno... Como yo me preocupo únicamente de los niños
y sobre todo de Manuel...
SRA. JUANA (ríe con levedad): Quiere mucho a su esposo,
señora Elsita.
ELSA (suspira): ¡Ay, sí! Mucho.
SRA. JUANA (con intención): Y él a usted, ¿no?
ELSA (con leve énfasis): ¡Claro! ¡Si supiera usted cómo es!
¡Oh! ¡Discúlpeme que hable así!
SRA. JUANA (lenta): Somos amigas, ¿no?
ELSA (levemente sorprendida. Pero convencida): Claro.
SRA. JUANA (con levísima amargura): Nunca una mujer debe
estar tan segura del cariño del hombre, señora Elsita. Yo
sé por qué se lo digo.
ELSA: Pero Manuel...
SRA. JUANA: Es un hombre como todos. (Pausa). De todas
maneras yo siempre he pensado que hay que estar pre-
parada para cualquier cosa.
ELSA (confusa): Sí, claro... Pero... ¿Por qué?
SRA. JUANA (con sonrisa compasiva): ¡Por Dios, señora Elsita!,
cómo se ve que usté está medio ciega. (Lenta). El cariño
se puede terminar cuando una menos lo piensa.
ELSA (con calor): ¡El mío nunca!
SRA. JUANA (pausa): Yo también era como usté. Ya no podía
querer más a la cruz que me tocó por marido. ¡Hum!
¡Una se pone tan lesa cuando quiere así! Y los lindos...
¡Ah! ¡Ligerito le descubren a una lo enamorada que está
y vamos haciendo lo que les da la gana! Rogelio... ¡Así
se llamaba el perla que me tocó, farreaba, fiesteaba...
Mujereaba hasta que le daba hipo! ¡Y yo sufrir y sufrir
44 Fernando Cuadra

en silencio! Hasta que un día una señora amiga mía me


dice: «Mira Juana... ¿Hasta cuándo vai a ser la tonta
que estai siendo? ¿Hasta cuándo vai a permitir que el
Rogelio te tenga peor que estropajo? ¿No sabes tú que
a estos gallitos se les puede cortar las alas y volverlos
mansitos? (Pausa). ¿Entiende, señora Elsita?
ELSA (como evadiéndose): Si. Un poco.
SRA. JUANA (sonríe lentamente): No hay que estar tan segura.
Es lo único que le puedo decir.
ELSA (mírala fijamente): ¿Por qué me habla de estas cosas?
SRA. JUANA (lenta): Entre mujeres tenemos que ayudarnos,
¿no?
ELSA (depone su cautela. Muy interesada): ¿Cómo?
SRA. JUANA (sonriente. En voz baja): ¡Hay poderes superiores,
pues, y a mí me tinca que usté cree en ellos. ¿O no?
ELSA (baja la cabeza): Sí.
SRA. JUANA (sonríe triunfante): Desde que la vi, supe que íbamos
a ser amigas. (Levántase). Me voy ya. Seguiremos conver-
sando, eh. Aunque sola, tengo que ir a hacer almuerzo.
ELSA: La convidaría, señora Juanita, pero como es el primer
día...
SRA. JUANA: No se preocupe. Ya tendremos tiempo.
ELSA: Claro...
SRA. JUANA: Bueno... Hasta luego. (Sale y dirígese a su
casa).
(Elsa, por un momento, permanece pensativa, después, lenta,
levántase y entra en la cocina, cerrando la puerta. Por el
fondo de la calle, aparecen Ana y Manuel. Sonrientes, vienen
caminando juntos. Ana trae consigo el atado de verduras.
Manuel fuma. Avanzan y se detienen casi frente del taller. En
La Niña en la Palomera 45

un comienzo, atareado como está, Daniel no los verá, pero


luego y a su pesar, al verlos, experimenta una sorpresa que lo
desconcertará; al aparecer por el fondo, Manuel le ha susu-
rrado algo al oído y Ana ríe con fuerza).

ANA: Es divertido usted...


MANUEL: Hay demasiadas cosas terribles, como para llevársele
dando vueltas a lo mismo, ¿no le parece?
ANA: A lo mejor.
MANUEL (ríe): Por eso, creo que lo único importante es no
darle importancia a nada...

(Surge la melodía del organillo, angustiada y dolorosa


ahora).

ANA (ríe de nuevo): ¿Ve?


MANUEL: ¡Pero si es cierto! ¡Yo se lo puedo decir, que tengo
algunos años más que usted...!
ANA (burlona): ¡Oh! ¡El abuelito de setenta!
MANUEL: En serio, eh. Mire... Lo único que a mí me interesa
es pasarlo bien.
ANA: ¿De veras?
MANUEL: ¡Claro! Ahora dígame... ¿qué de malo hay en eso?
ANA (encógese de hombros): No sé...
MANUEL: ¡Nada, Anita! ¡Convénzase! ¡En la vida hay que pa-
sarlo bien! ¡Sólo los tontos se preocupan de otras cosas!
ANA (lenta y con cierta gravedad): Parece que usted tiene
razón.
MANUEL (en voz baja e íntima): ¿Ve? Teníamos que conver-
sar... y el destino solito se ha empeñado en juntarnos.
¿Ah? ¿Le vamos a decir que no, Anita?
46 Fernando Cuadra

ANA (baja la cabeza, confusa): No sé...


MANUEL (siempre en voz baja): Tiene que aprender muchas
cosas usté. (Ana se encoge de hombros). Yo estoy
dispuesto a enseñarle... si usté quiere. (Ana sonríe con
timidez). (Lento). Usté es bonita. (Pausa). ¿Qué hace
ahora? ¿Estudia? (Ana afirma en silencio). ¿Qué piensa
usté que va a ser más tarde? (Indica hacia la Patota).
¿Casarse con alguno de esos?
ANA (débil): Estudiaré. Seguiré una profesión.
MANUEL (compasivo y burlón): ¿Y para cuándo toda esa
maravilla?

(Por el fondo de la calle, ha aparecido don René: viene con


una sobria embriaguez. Trae consigo un paquete de frutas. En
el momento en que don René se acerca, Manuel ha cogido por
un brazo a Ana y le susurra de nuevo algo al oído. Don René
avanza violento y aferra a Ana por el otro brazo).

DON RENÉ: ¿Qué estái haciendo aquí, floja de porquería?


ANA (temblorosa y enrojecida, despréndese con cierta fuerza):
Papá...
DON RENÉ: ¡No es éste tu lugar! ¡Y apúrate en irte a la casa,
si no quieres que te cachetee aquí mismo!
ANA (avergonzada y trémula, a Manuel): Disculpe... (Casi
sollozante corre hacia la casa, en tanto Daniel y la
Patota conversan silenciosos. Manuel, con leve confu-
sión, vase rápido y entra en su casa. Don René se ha
ido tras Ana).

SRA. LUISA (al oír a Ana): ¿Niñita? ¿Es usté?


La Niña en la Palomera 47

(Ana, que ha abierto la puerta con violencia, sin responderle,


corre hacia su dormitorio y se deja caer sollozante en la cama,
humillada).

SRA. LUISA (sale de la cocina y va al dormitorio): Pero... ¿qué


le pasa, niñita, por Dios?

(Ana no contesta).

DON RENÉ (entrando ha alcanzado a oír a la señora Luisa):


Nada grave, señora.
SRA. LUISA: Pero...
DON RENÉ (arroja el paquete sobre la mesa): Lo sabe. Se lo he
dicho cientos de veces... Pero ella, dale con lo mismo.
SRA. LUISA: ¿Qué cosa, pues, viejo?
DON RENÉ: No me gusta que ande con nadie por la calle.
SRA. LUISA: Pero, viejo... No se puede ser tan...
DON RENÉ: ¡Cállese usté mejor!
SRA. LUISA: ¿Qué pasó, pues?
DON RENÉ (sentándose): Que ahí afuera estaba, pues. Secre-
teándose con un desconocido.
ANA (desde el dormitorio): ¡No me estaba secreteando ni
es ningún desconocido! ¡Me estaba preguntando una
dirección!
DON RENÉ ¿Y por qué no le pregunta a algunos de los ociosos
que están en la esquina?
SRA. LUISA: ¡Bah! ¿Por eso tanta alharaca?
ANA (desde el dormitorio): ¡La alharaca que armó él, será!
(Semisollozante). Poco menos que me pegó en la ca-
lle... ¡Como si a una no le diera vergüenza de que todos
estuvieran mirando!
48 Fernando Cuadra

SRA. LUISA: ¡Es su padre, pues, mijita!


ANA: ¡Ah! ¿Eso le da derecho a avergonzarme delante de los
demás? ¡Eso es lo que más me duele! (Tironeándose
el vestido y de nuevo casi sollozando). ¡No tengo nada
que ponerme! ¡Este vestido ha perdido el color de tanto
lavarlo!
SRA. LUISA: Ya. ¡Ta bueno, pues, Anita! Almorcemos tran-
quilos algún día.
ANA: Yo no quiero.
DON RENÉ: ¡Vas a almorzar, caramba!

(Ana calla, obstinada. La señora Luisa vase a la cocina, donde


empieza a manipularlas ollas. Don René va al aparador y saca
una botella vacía).

DON RENÉ (con un billete): Anda a comprar vino.


ANA: ¡Usted sabe que no me gusta ir a comprar vino!
DON RENÉ: ¡Es que va a ir nomás, pues!
SRA. LUISA: Voy yo, viejo, mejor.
DON RENÉ: ¡No! ¡Era lo que faltaba ahora! ¡Va a ir la señorita
por las buenas o por las malas!
SRA. LUISA (viniendo de la cocina): Vaya, mijita...
ANA (llorosa): ¡Claro! ¡A que en el depósito cualquier borracho
sucio me diga puras porquerías!
DON RENÉ: ¡Ah! ¡No vayan a deshacer a la lindura!
SRA. LUISA (pásale la botella): Vaya, vaya... Tranquilita.

(Ana coge la botella y sale a la calle. Don René siéntase a la


mesa y, cogiendo el diario, empieza a leer. La señora Luisa
vuelve a la cocina).
(La Patota ha terminado de jugar).
La Niña en la Palomera 49

(Ana va pasando cerca de ellos).

ALBERTO: ¡Hola, Anita! ¿Te acompaño?

(Ana encógese de hombros. La Patota la rodea).

JUAN: ¿Estás triste, chicoca? ¿Te pasa algo?

(Ana sonríe débilmente).

ALBERTO: ¡A ver, cabros! ¡Hagamos algo para que la Anita


ría, eh! ¡Pero con ganas!
JUAN: ¡El bombardeo del avión!
LA PATOTA (bulliciosa): ¡Claro!

(Algunos adoptan posturas de ataque con ametralladoras


Otros, corren y buscan posiciones. Extienden los brazos, corren
e imitan el ruido de los aviones. Forman un bullicio fenomenal,
en tanto los primeros imitan el tac tac de las ametralladoras.
Siempre con enorme bullicio, van cayendo algunos en posturas
que mueven a risa).

JUAN (que maneja una ametralladora, a Alberto): ¡Ya, pues,


pesado! ¡Chi! ¡Te he derribado como cinco veces y
todavía no caís!

(Alberto termina por caer al suelo cómicamente. El bullicio


culmina y el juego finaliza. Jadeantes y alegres, giran hacia
Ana; ésta obsérvalos seria).
ALBERTO (con cómica desesperación): ¡Puchas...!
JUAN: ¡No resultó, por la misma! ¡Ah, ya sé! ¡El asalto del
tren! ¡No falla!
50 Fernando Cuadra

LA PATOTA: ¡Bravo...!

(De nuevo corren a ocupar «posiciones»: escóndense en las


esquinas, en los marcos de las puertas, al lado del taller, etc.
Tres o cuatro cógense por la cintura e, imitando el ruido del
tren, échanse a caminar por la calle y cada vez que debe sonar
la bocina de la «máquina», Alberto, además del bocinazo,
golpea con fuerza en la puerta de la señora Juana. Los que
están escondidos disparan, imitando el ruido de las balas. El
«tren» se detiene y los asaltantes se acercan).

JUAN (a Alberto): Juere is de maney?


ALBERTO: Jiar. Pero las huinchas que te lo entrego.

(Echa a correr a la casa de la señora Juana y, en el momento


en que enfrenta la puerta, sale la señora Juana, furibunda,
con un lavatorio de agua jabonosa y se la arroja a Alberto,
empapándolo. La Patota estalla en una carcajada violenta.
Lo mismo Ana y Daniel que se ha asomado).

SRA. JUANA: ¡Para que se dejen de molestar! ¡Patoteros!


(Cierra con fuerza la puerta).
JUAN (acércasele): ¡Puchas! ¡Parece que estái mojado, Al-
bertito!

(La Patota redobla sus carcajadas).


(Vase la Patota, siempre riendo, por el fondo de la calle, con
Ana, que también continúa riendo. Daniel vuelve al taller).
(Daniel se ha quitado el mono de trabajo, sale a la calle y
cierra la puerta corredera).
La Niña en la Palomera 51

DANIEL: Hasta la tarde, don Benigno... (Avanza y detiénese


en la esquina. Evidentemente está esperando a alguien:
mira y remira hacia el fondo de la calle).

(La señora Luisa sale de la cocina con un plato que coloca


en la mesa).

SRA. LUISA: Ya, viejo. Sírvase.


DON RENÉ (que se había adormecido): ¿Ah? Sí, sí... ¿Todavía
no llega la señorita?
SRA. LUISA: Usté sabe, pues, viejo, que a esta hora el depósito
está lleno. Coma nomás. Debe estar por llegar. (Vase a
la cocina y regresa con otro plato. Siéntase y empiezan
a comer en silencio).

(Por el fondo de la calle, aparece Ana. Daniel sonríe al verla).

ANA (siguiendo su camino): ¿Te vas ya?


DANIEL: Claro. A almorzar.
ANA: Chao.
DANIEL (con cierto apremio): Ana... (Ana se detiene. Míralo
interrogativamente): ¿De verdad... vas a ir el domingo...
a la pichanga...?
ANA (encógese de hombros): No sé.
DANIEL: Pero antes dijiste...
ANA: A lo mejor, sí. A lo mejor, no.
DANIEL: Es que... Bueno: me gustaría saberlo...
ANA: Bah... ¿para qué?
DANIEL: Es que después... Podríamos pedirle permiso a tu
papá... y pasarnos a un rotativo...
ANA: ¡Hum! ¡A lo mejor contigo me deja ir!
52 Fernando Cuadra

DANIEL (anhelante): ¿Vas, entonces?


ANA (con leve sonrisa): ¿Por qué tanto interés, oye?
DANIEL (titubeante): Es bonito estar juntos... ¿no te parece?
ANA (acércasele): Daniel... Si yo te hiciera una pregunta...
DANIEL: Hazla.
ANA: ¿Te gusta hablar conmigo?
DANIEL (pausa): Sí.
(Un silencio).

ANA (con leve coquetería): ¿No crees que hemos hablado


mucho durante estas vacaciones?
DANIEL (confundido): A lo mejor, ¿no? (Pausa). Claro que a
mí siempre me parece poco.
ANA (riendo): ¡Tonto! (Pausa. Con hondura y gravedad).
¿Siempre piensas seguir estudiando en la Técnica?
(Daniel afirma). ¿Cuántos años son?
DANIEL: Tres.
ANA (para sí): ¡Tres!
DANIEL: Es poco.
ANA: Para ti.
DANIEL: ¿Cómo?
ANA (grave): Para otros, tres años pueden ser mucho tiem-
po.
DANIEL: ¿Otros? ¿Quiénes?
ANA: Yo, por ejemplo. En este momento, creo que si tuviera
que esperar tres años por algo... me mato.
DANIEL: ¡Pero hay cosas que...!
ANA: Esas no me interesan ya. (Con oscura desesperación).
No quiero quedarme atrás.
La Niña en la Palomera 53

DANIEL: ¿Qué te pasa?


ANA: Nada.
DANIEL: A ratos, te desconozco, Anita. Palabra. Pareces otra
persona.
ANA: No siempre iba a estar jugando, ¿no?
(Un silencio)

DANIEL (lento): Si alguien te pidiera, entonces... Por algo


importante, claro... Si alguien te pidiera esperar... ¿es-
perarías?
ANA (míralo fijamente): No lo sé. (Pausa): Pero creo que no
esperaría.
DANIEL (con dolor): ¿De veras?
ANA (con súbita reflexión): ¿Tú quieres que yo espere por
algo?
DANIEL (evadiéndose): Qué sacaría con decírtelo... (Pausa.
Con cierta brusquedad). Chao... (Vase rápido por un
costado).
(Desconcertada, Ana mira alejarse a Daniel. Luego, encógese
de hombros y sube rápidamente a su casa).

DON RENÉ (al verla entrar): Hum... Menos mal...


ANA (sin decir palabra deja la botella sobre la mesa y vase
al dormitorio): Oh...
DON RENÉ (sírvese un vaso): ¿No va a almorzar?
(Ana no contesta y coge una revista).
DON RENÉ (sírvele un vaso a la señora Luisa): Qué hija más
obediente, ¿no?
54 Fernando Cuadra

SRA. LUISA: Almuerce tranquilo. Después comerá ella. La


conozco.
DON RENÉ: La consiente, que es peor. (Bebe. Sírvese otro
vaso de inmediato).
SRA. LUISA (sonriente): ¿Qué quiere que haga, ah? La pobre
no sale a ninguna parte. Hay que fijarse en eso, ¿no?
DON RENÉ (bebiendo su segundo vaso): Hum...
SRA. LUISA (bebe el suyo): A pesar de todo no es mala chiqui-
lla, viejo. Usté ve cómo son otras de su misma edad.
DON RENÉ (sírvese un tercer vaso): Menos mal que yo tengo
autoridad. (Por el vino, en voz alta a Ana). ¿De cuál
compraste?
ANA (leyendo): Qué sé yo... Del primero que vi.
DON RENÉ: ‘Ta bueno, te diré...
ANA (entre dientes): Menos mal. (De súbito, levántase como
acordándose de algo. Corre al velador y saca del cajón
un talonario. Dirígese al comedor y se encamina a la
puerta). Voy y vuelvo, mamá.
SRA. LUISA: ¿Adónde va?
ANA: Aquí al frente. A vender entradas de la pichanga de los
cabros.
SRA. LUISA: Pero la gente debe estar almorzando...
ANA: Mejor. Así los pillo a todos. Voy, ¿quiere? Y a la vuel-
ta, le prometo que almuerzo al tiro. Me tomo hasta el
caldo, ¿ah?
(La señora Luisa asiente, en tanto que don René emite un
violento eructo. Ana sale a la calle, desierta ahora. La música
del organillo reaparece tierna y suave. De la cocina salen
Elsa y Manuel, con aspecto de extraño apasionamiento. De-
La Niña en la Palomera 55

tiénense en medio del comedor y, de súbito, Manuel abraza


a Elsa con fuerza).
ELSA (con voz enronquecida): Ya, pues... (Despréndese con
suavidad, aunque gozosa y empieza a disponer la mesa,
sacando algunos objetos y cubiertos del aparador).
(Ana se ha detenido en la esquina. Antes de cruzar la calle,
saca un espejo pequeño y mirase rápida, pasando un dedo
húmedo por las cejas. Mójase los labios y atraviesa la calle.
Golpea en la casa de Manuel).
MANUEL (abre): Oh... (Con sorpresa apenas controlada, Ana
sonríe con raro dominio de sí misma).
Bah... ¿Qué se le ofrece?
ANA: Yo... (Resuelta de inmediato). ¿Está la señora?
ELSA: ¿Quién es, Manuel?
MANUEL (sonríe con extraña sonrisa de comprensión):
Pase...
ANA (entra): Disculpe, señora... (Mira a Elsa con curiosidad
casi impertinente). Disculpe que la moleste a esta hora,
pero... ¿sería tan amable que me comprara una entradi-
ta para una fiesta de los muchachos del barrio? Es un
escudito nomás.
ELSA: No sé si tengo sencillo...
MANUEL (pásale un billete): Toma...
ANA (sonriente): ¿Cuántas, señora?
ELSA: Una. Es por cooperar, le diré. El negro y yo nunca vamos
a estas cosas.
ANA (cortando una entrada): Y va a estar bien buena, fíjese.
Vaya... con su esposo. Así conoce a la gente del barrio.
56 Fernando Cuadra

ELSA (recibiendo la entrada): A lo mejor.


ANA (por el billete): Gracias. (Pausa). Por si van, yo voy a
atender el «buffet»...
ELSA (riendo de súbito): A propósito, negrito... ¡No hay
vino!
MANUEL (con presteza): Voy a comprar, pues. (Corre a la
cocina en busca de una botella).
ANA: De nuevo muchas gracias, señora... y perdone la mo-
lestia.

(Elsa sonríe y se encoge de hombros).

MANUEL (viniendo de la cocina con una botella): Vuelvo al


tiro. (Abre la puerta y Ana sale con él).
MANUEL (deteniéndose en la esquina, riendo): ¿Qué tal le
pareció mi prima?
ANA (ríe con una risa en la que aflora una extraña madurez):
¡Fea!

(Manuel ríe más alto, también Ana, que se aleja).

MANUEL: Espere... (Ana se detiene): ¿Es cierto que usté va a


estar en la pichanga?
ANA: ¿Usted qué cree?
MANUEL: Que va a estar. (Ana afirma silenciosa y sonriente).
¡Hum! Va a tener que atender bien, ah...

(Ana torna a reír y se encoge de hombros).

ANA: Chao... (Corriendo vase a su casa).


La Niña en la Palomera 57

(Manuel, silbando muy alegre, vase por el fondo de la calle).

ANA (entra en su casa; con rara y tumultuosa alegría): ¿Qué


cosas ricas hizo hoy para almorzar, mi querida señora
Luisa?
SRA. LUISA (mirándola desconcertada): Bah...
ANA (siéntase a la mesa; a don René muy mimosa): ¿Me deja
probar un poquito de su vino, viejito enojón? (Sírvese
un vaso y va a beberlo).
DON RENÉ (de un manotón, le arroja lejos el vaso): ¡Déjate
de leseras, porquería!
SRA. LUISA: ¡Viejo!

(Ana, con cierto furor, se levanta de la mesa, trémula y corre a


su cama, en la que se deja caer de espaldas, temblorosa; pero
de súbito, échase a reír con larga y salvaje carcajada. La seño-
ra Luisa y don René miran extrañados hacia el dormitorio. La
melodía del organillo resurge dolorosa. Ana sigue riendo y, de
pronto, interrumpe su carcajada con extrema brusquedad).

OSCURECIMIENTO
58 Fernando Cuadra
La Niña en la Palomera 59

ACTO SEGUNDO

El escenario permanece a oscuras por breves momentos.


Luego se va iluminando con extrema lentitud y, paralelamente
a la iluminación, óyese la melodía del organillo suave y
lánguida.
En la casa de Ana, la señora Luisa se afana en la pequeña
cocina manipulando sus ollas. En el taller de vulcanización,
Daniel golpea y desarma un neumático. En casa de Manuel,
Elsa, jadeante, está echada en la cama, vestida con un traje
que evidencia su gravidez de octavo mes.
Inmediatamente después que la melodía del organillo se ha
extinguido por completo, irrumpe por el fondo de la calle la
Patota, que viene fumando, riendo, bromeando. Detiénense un
momento, agrupándose todos y rompen en una violenta, joven
y ahora más brutal carcajada.
ALBERTO: ¡Güena, oh!
JUAN: ¡Claro que la vieja se asustó de verdad y comenzó...!
LA PATOTA (riendo y golpeándose el pecho): ¡Misericordioso!
¡Misericordia!
ALBERTO (riendo a su pesar): ¡Creería que era terremoto,
oh!
JUAN (con cierta agresividad) ¡Qué hablai vos cuando te
achaplinaste! *
* Achaplinarse: Arrepentirse.
60 Fernando Cuadra

ALBERTO: ¡Bah! ¡Tuve que hacer!


JUAN: ¡Ah! ¿Adónde llegó la dueña de casa?
(La Patota torna a reír y avanza hasta la esquina del taller,
deteniéndose frente a Daniel).
LA PATOTA (a Daniel): Hola...
DANIEL (trabajando): Llegan tarde, ah...
JUAN: ¡Salú, oprimido...!
(La patota ríe).
JUAN: ¿No te cansas de trabajar tú?
DANIEL (sonriente): ¡No!
JUAN: ¡Un mal ejemplo, compañeros! (A Alberto con cierta
intención). ¡Cuidado con el contagio!
(Alberto se encoge de hombros, incómodo).
LA PATOTA: ¡Buuuuu! ...
JUAN (acercándose a Daniel): ¿Sabí, Daniel? ¡Lo que pasa
es que tú eres un fenómeno! (Apunta hacia la casa de
Ana) ¡La chicoca! (Con ademán de redondez de curvas.
Relamiéndose). ¡Ah! Igual que...
LA PATOTA (ídem): ¡Ah!...
ALBERTO (con cierto calor): ¡Oh! ¡Cuidado, pues, Juan!
LA PATOTA: ¡Bah! ¿Por qué?
JUAN: ¿Acaso está prohibido? ¿Adónde llegaste «censura»?
(Por Daniel). No reclama éste...
DANIEL (con cierta aspereza): ¡Cállate mejor, oh!
JUAN (con voz atiplada y danzando por la acera): ¡Oh, el
amor! ¡El amor! ¡Y siempre el amor!
La Niña en la Palomera 61

LA PATOTA (excepto Alberto, imitan el mismo movimiento):


¡Me muero! ¡Me muero! (Algunos se dejan caer al
suelo, en tanto el resto ríe. Daniel también, pero con
cierta tensión que se refleja en un golpear más intenso
del neumático).
(La Patota ríe a carcajadas y terminan por instalarse todos
en la esquina, ahora con mayor decisión e insolencia en su
actitud. Juan hace correr una cajetilla de cigarrillos).
LA PATOTA: ¡Güena, oh!...
(En ese instante, por un costado del primer plano, aparece el
vendedor de claveles, con un canasto al brazo).
EL VENDEDOR (deteniéndose en la esquina opuesta a la
Patota): ¡Claveles baratitos pa’ las chiquillas bonitas!
¡Ah, los claveles!
(La Patota se codea entre ellos. A una señal de Juan, sonríen
y cruzan la calle, rodeando al vendedor).

JUAN: ¿A cuánto los floripondios, míster?


EL VENDEDOR: ¡Bah! ¿Qué quieren comprar, ustedes?
LA PATOTA: A lo mejor, pues.
JUAN: Si usté fía... ¡O a lo mejor vende claveles con facili-
dades!
(La Patota ríe y empieza a hurgar en el canasto).
JUAN (cogiendo un clavel): ¿A cuánto la cachá, míster?
EL VENDEDOR (manoteando a un lado y otro): ¡Cuidado!
62 Fernando Cuadra

JUAN (oliendo el clavel que ha cogido): ¡Uf! ¡Pichí de gato,


oh!
EL VENDEDOR (protegiendo sus flores, a la Patota): ¡Ya, pues,
cargantes!
LA PATOTA (cogiendo las flores): ¡Chi! ¡Tan más pa’ malas
estas flores!
EL VENDEDOR: ¡Déjense, si no, llamo a los carabineros!
LA PATOTA (gritando con fingido terror): ¡Carabineros, ¡Ca-
rabineros! ¡Carabinerito, pliss!...
EL VENDEDOR (defendiéndose logra desprenderse de la Patota
y corre hacia el fondo de la calle): Les voy a mandar la
cuca, cabros patoteros. ..!
LA PATOTA (gritando y haciendo musarañas): ¡Buuu! ¡Có-
rrete!... ¡Buuu !.
(El vendedor sale rápido. La Patota torna a instalarse en la
esquina).
ALBERTO (que ha participado en el hurgar de las flores, acér-
case al taller con un clavel en la mano): Mira, Daniel...
DANIEL: Bonito, ah...
ALBERTO (pasándole el clavel): Para la Anita...
DANIEL: ¡Bah! ¿Por qué no se lo das tú? ¿Qué tengo yo que
hacer con ella?
ALBERTO (riendo con sana malicia): ¿Para qué te haces el
tonto?
DANIEL (cogiendo el clavel): Gracias... (Alberto sonríe y se
incorpora a la Patota. Daniel contempla la flor con ex-
traña y concentrada atención. En ese momento resurge
suave y tierna, la melodía del organillo. Daniel busca
un tarro vacío y de un tiesto cercano, échale agua y en
La Niña en la Palomera 63

él coloca el clavel. La melodía parece crecer. La Patota,


que ha seguido parloteando y chisteando, estalla en
una gran carcajada. La melodía se interrumpe y Daniel
retoma su trabajo).
(La señora Luisa deja de manipular sus ollas; coge una regadera
plástica, cruza el comedor y se desplaza hacia el balcón).
SRA. LUISA (regando los cardenales con afecto): ¿Tenían calor,
no? ¡Los pobrecitos... y ya estarían creyendo los muy
tontitos que los había olvidado! No, no, pues... Si son
los regalones de la mamita... ¡Agüita, eso es! ¡Agüita
para que se refresquen!...
(Por el fondo de la calle aparece la señora Juana y avanza hacia
su casa. Trae en sus manos un misal y un velo negro. Al llegar
a la puerta de su casa, ve a la señora Luisa en el balcón).
SRA. JUANA: La misa se anduvo atrasando, señora Luisita...
SRA. LUISA: ¿Ah, sí?
SRA. JUANA: El señor Cura sigue enfermo, pues. Pobre...
LA PATOTA (suspira con festiva consternación): ¡Ay! (Ríe y
retorna a su parloteo).
SRA. LUISA: Pero usté es sola, pues, y no tiene que preocu-
parse por almuerzo ni nada, así que no importa que se
atrase.
SRA. JUANA (entrando. La señora Luisa ríe): Despuecito de
almuerzo, voy a ir a verla. ¿Y la Anita?
SRA. LUISA: No ha llegado todavía.
SRA. JUANA: ¿Estará preparándose para los exámenes ya,
no?
SRA. LUISA: ¡Creo que sí!
64 Fernando Cuadra

(La señora Juana termina de entrar. La señora Luisa ha fina-


lizado de regar sus cardenales. Deja en el mismo balcón la
regadera y vuelve a la cocina, retomando su labor).
(Por el fondo de la calle aparece Ana. Vestida con el uniforme
del Liceo. Trae unos libros bajo el brazo, detiénese frente
a la casa de Manuel y la mira fugazmente. Hay un cambio
sutil, pero evidente, en el gesto y la actitud de Ana. Al mirar
hacia la casa de Manuel, adviértese inclusive en su cuerpo
una extraña tensión. Luego atraviesa la calle y se acerca a
la Patota).
ANA: Hola.
LA PATOTA (con grandes aspavientos): Hola...
JUAN: ¿Y? ¿Qué tal tu vida?
ANA (riendo): ¡Imagínate! ¡Del uno!
(La Patota ríe).
ALBERTO (con cierta timidez): ¿Cómo te sientes para los
exámenes?
ANA (riendo): ¡Flor! ¿Qué clase de alumna te crees que soy yo,
ah? (Acércase al taller, a Daniel): A ver tú, qué dices...
DANIEL (sonriente): ¿De qué?
JUAN: En el limbo, como de costumbre. Y eso te pasa por tra-
bajar tanto. (A la Patota) ¿Sabían ustedes que el trabajo
pone lesa a la gente?
(La Patota ríe).
ANA (con insistencia a Daniel): Ya, pues. Di. ¿Soy o no soy
buena alumna yo?
La Niña en la Palomera 65

LA PATOTA (riendo): ¡Muy buena!


ANA: ¡Eres pesado tú, Daniel! ¡Di, pues!
JUAN: No sabe hablar el pobrecito...
ANA: ¡Hay que ver que eres pavo tú! ¡Habla!
DANIEL (sonriente encógese de hombros): No sé... A lo me-
jor...
ANA: Tonto... (A la Patota). Chao...
LA PATOTA: Chao... (Torna a la esquina).
ANA (a Daniel): ¿Siempre das respuestas así, tú, ah?
DANIEL (sonríe): No. ¿Por qué?
ANA (con coquetería más definida y madura): ¿O algo mío no
te gusta ahora? Tan fea no soy, pero de todas maneras...
A ver: ¿los ojos? ¿El pelo? ¿Qué, pues?
DANIEL (con atolondramiento): Cómo... ¡Cómo se te puede
ocurrir decir cosas así!
ANA: ¡Bah! ¡Creía*, pues!
DANIEL (lento y en voz baja): Tú lo sabes. Te lo he dicho.
Tienes bonitos ojos.
ANA (riendo): ¿De veras?
(Daniel, intimidado un poco, afirma en silencio).
ANA (siempre riendo y halagada): Ahora sí que pareces un
tonto...
(La señora Luisa cruza de nuevo hacia el balcón y empieza
a limpiar las malezas de los tiestos. Ana se dirige a su casa.
Detiénese en la escalera y saca de su bolsillo un pequeño
espejo: observa detenidamente sus ojos y pasa, alisándolas,

* Creía: Creída, orgullosa.


66 Fernando Cuadra

un dedo por las cejas. Sonríe a su imagen, guarda el espejo y


termina por subir y entrar en su casa).
SRA. LUISA (desde el balcón vuélvese sorprendida): ¿Usté?
ANA (con fastidio): No. Soy la otra.
SRA. LUISA: Pero a esta hora...
ANA (Pasando al dormitorio): Nos largaron antes las viejujas...
(Empieza a quitarse el vestido con molestia evidente).
SRA. LUISA (con ademán inconsciente, coge la regadera):
Es que otras veces mandan... ¿cómo se llama? Una
comunicación...
ANA: Ahora no, pues.
SRA. LUISA: Pero...
ANA (a medio desvestirse para el comedor): No me la dieron
ahora, pues, señora... ¿De dónde quiere que la saque?
SRA. LUISA (con cierta timidez, por la regadera): Es bonita,
¿no es cierto?
ANA (molesta): ¿Qué cosa? (Ha terminado de sacarse el uni-
forme y lo arroja con rabia sobre la cama).
SRA. LUISA (acércase al dormitorio): Mire.
ANA (casi sin mirar): Ah... Muy bonita.
SRA. LUISA: Me la trajo el viejo ayer.
ANA (con ironía): Siempre tan atento el papá, ¿no? (Ha cogido
un vestido colgado en la pared por un clavo). No tengo
ninguna porquería que ponerme...
SRA. LUISA (deja la regadera en la mesa): Pero, niñita... Este
último tiempo se ha mandado hacer tres vestidos.
ANA (poniéndose el que ha cogido): ¿Y usted cree que son
muchos?
SRA. LUISA: Para nosotros que no somos ricos...
ANA: Eso es lo malo.
La Niña en la Palomera 67

SRA. LUISA: Usté sabe que el viejo hace lo que puede.


ANA (termina de ponérselo): ¡Claro! (Echase en la cama y coge
una revista de las que hay por el suelo): Esto es vida...
SRA. LUISA: ¿Qué cosa?
ANA: La de estas fulanas. Fíjese. A la Sophia Loren le roba-
ron joyas en Londres por más de quinientas mil libras
esterlinas.
SRA. LUISA: ¿Y eso es mucho?
ANA (entre dientes): Ah... ¡Qué saco hablar con usted estas
cosas!
SRA. LUISA (vuelve a coger la regadera. Pero al hacerlo bota
los libros al suelo): Oh...
ANA (sin moverse): ¿Qué le pasó?
SRA. LUISA: Boté los libros. (Los recoge).
ANA: Hum... ¡Para lo que sirven!...
(Al recoger los libros, la señora Luisa ve un sobre entre uno de
ellos. Lee dificultosamente su nombre en él. Mira hacia Ana,
lo abre y va a empezar a leer).
ANA (que se ha acordado repentinamente de algo, arroja la
revista a un lado y se levanta de un salto, pasando con
rapidez al comedor): ¿Qué está haciendo? ¡Démelo!
SRA. LUISA: Viene a mi nombre.
ANA: Se me había olvidado. Es una comunicación sin impor-
tancia.
SRA. LUISA: ¿Y cómo antes dijo...?
ANA: ¡Bah! ¡Se me olvidó, pues! ¡Démelo!...

(La señora Luisa se acerca al balcón como buscando más luz;


trabajosamente empieza a leer. Ana se muerde los labios y
68 Fernando Cuadra

vuelve al dormitorio. Murmura algo entre dientes; echándose


a la cama, coge la revista).
SRA. LUISA (que ha terminado su lectura): Oh... (Mira hacia
el dormitorio. Después, avanza hacia la cortina). Anita...
(Ana sigue leyendo). ¿Qué ha pasado, por Dios?
ANA (sin mirarla): ¿No lo leyó, pues?
SRA. LUISA: Pero...
ANA (arroja la revista y se pone en pie con rapidez): Me ex-
pulsaron, sí. ¿Y qué? (Cruza hacia el balcón).
SRA. LUISA (siguiéndola): ¿Pero por qué ha sido?
(Ana asómase al balcón; al ver a la Patota, sonríe).
ANA: Hola...
LA PATOTA: Hola...
SRA. LUISA (a su lado): Usté ha cambiado tanto, niñita. ¿Por
qué?
ANA (riendo, a la Patota): Ligerito bajo...
SRA. LUISA: No va a ir a ninguna parte, sin que me diga pri-
mero qué pasó.
JUAN (a Ana): Hay un bailoteo en la noche... En Erasmo Escala
con Esperanza. Va a estar del «guan».
SRA. LUISA (insistiendo): ¿Por qué, niñita?
ANA (semivolviéndose): Hay que ver que es fregada usted, ¿no?
Ve que estoy conversando... (A la Patota). Voy a ir.
LA PATOTA: ¡Güena... !
ANA (indicando humorísticamente la cercanía de su madre):
Después... bajo...
(La Patota ríe)
La Niña en la Palomera 69

(Ana ha vuelto al comedor y recoge algunas revistas).


ANA: Mire... Todas por el suelo.
SRA. LUISA (desolada): ¿Qué le vamos a decir al viejo?
ANA: La verdad, pues. (Con la revista que ha recogido vase
al dormitorio y se echa en la cama). Esta sí que es vida.
(Abre una revista).
SRA. LUISA (que ha permanecido indecisa en medio del come-
dor, ahora con leve resolución): Es mejor que me diga
al tiro por qué la expulsaron. (Acércase rápida y coge a
Ana por un brazo).
ANA (desprendiéndose con violencia): ¿Qué le pasa conmigo?
¿Tenía que aguantar todas las idioteces de las viejas del
liceo? (Levántase brusca y se desplaza hacia el comedor;
chillando). ¡Déjeme tranquila!
SRA. LUISA (tras Ana): ¡No! ¡Hasta que no me diga por qué!
¡Hartas cosas le he aguantado este año! ¡Pero ya estoy
cansá!
ANA (volviéndose): ¡Vaya! ¿Y de dónde le salió tanta autoridad
de repente?
SRA. LUISA: Soy tu madre, ¿no?
ANA: ¿Ahora viene a acordarse? ¿Ahora que yo he metido la
pata? Y cuando a usted y al viejo les da por curarse...
SRA. LUISA: Si el viejo se emborracha, bien hecho está. Para
eso trabaja como bruto.
ANA: ¿Y qué sacamos con que trabaje así? ¡Mire donde vi-
vimos!
SRA. LUISA: Váyase a un hotel, entonces...
ANA: Buena idea, señora. Pero si alguna vez lo hago, no salga
a buscarme, eso sí. (Cruza hacia el dormitorio y échase
70 Fernando Cuadra

de nuevo en la cama. Coge una revista y empieza a


canturrear).
SRA. LUISA (con leve exasperación): ¿Me va a decir o...?
ANA (canturreando): «Un giorno te diro...».
SRA. LUISA (tensa): ¿Me va...?
ANA (canturreando): «Aleluya... Aleluya... Aleluya...».
SRA. LUISA (aproximándose a la cama y levanta la mano):
¡Chiquilla de porquería!
ANA (con suma violencia se yergue de rodillas en la cama y
grita a pleno pulmón, en el mismo rostro de la señora
Luisa, con una especie de extraño salvajismo): ¡Aleluya!
¡Aleluya!

(La señora Luisa baja la mano como amedrentada, mientras


Ana permanece jadeante. Después la señora Luisa gira y se
dirige al balcón y, muy lentamente, continúa limpiando sus
flores, aunque desconcertada).
(Ana depone su tensión y túmbase en la cama, canturreando
y hojeando revistas).
(La señora Juana ha salido de su casa y se encamina a casa
de Elsa).

LA PATOTA (al verla, échase a reír y, golpeándose el pecho, se


inclinan una y otra vez): ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!
SRA. JUANA (con un respingo): ¡Badulaques!
JUAN (con un grito estridente): ¡Twist!

(La Patota ríe ruidosamente).


SRA. JUANA (golpea en la puerta de Elsa, murmurando):
Roteques...
La Niña en la Palomera 71

(Elsa se levanta dificultosamente y va a abrir).

ELSA (abriendo muy obsequiosa a la señora Juana): ¡Ah, usté,


señora Juanita! ¡Qué gusto. Pase... ¡Pase!
SRA. JUANA (entrando): Tiene mucho mejor semblante que
ayer, señora Elsita.
ELSA (en cada gesto y ademán adviértese ahora, acentuadísi-
ma, una atmósfera de obsequiosidad y zalamería, apun-
tada tan sólo hace un año atrás, pero que en el momento
actual termina por enervar. Con un gran suspiro): Ay,
si no fuera por la pintura, señora Juanita.... ¡Pero sólo
Dios sabe cómo estoy en realidad! ¡Oh! ¡Asientito, pues!
¡Aquí! ¡Aquí está mucho más cómoda! (Recostándose
en la cama). Me disculpará, ¿no?, pero estoy un poquito
cansada con todo el traqueteo de la casa. ¡Menos mal
que no están los niños! (Inclínase hacia la señora Juana
y en voz baja) ¿Y?
SRA. JUANA (ríe bajito. En tanto mira fijamente a Elsa): No
sea tan apurona, pues. Capaz que Dios me castigue por
estar haciendo esto.
ELSA (suspirando): ¡Ay! ¡Todo sea por quién usté sabe,
pues!
SRA. JUANA (con gran cuidado, casi sigilosa, saca del bolsillo
una pequeña botella con agua): Se la pedí al sacristán
y el propio señor Cura me la bendijo, como yo se lo
pedí.
ELSA (con mucho interés): ¿Ah, sí?
SRA. JUANA: Claro que no le dije ni por pienso para qué era,
¿no?
ELSA: Ah, sí...
72 Fernando Cuadra

SRA. JUANA: Me la bendijo tres veces. Eso es muy importante.


Aquí en el gollete y por el lado izquierdo y el derecho.
(Ríese). ¡Y sin que el pobre señor Cura se diera cuenta,
lo fui haciendo dar vueltas mientras la bendecía!
ELSA: ¿Por qué?
SRA. JUANA (con gran convicción): Así tiene más poder.
ELSA (casi arrebatándole la botella): ¡Gracias, señora Juanita!
¡No sé cómo pagarle...!
SRA. JUANA: ¡Lo importante es que tenga efecto, eh! ¿Qué le
tiene de almuerzo?
ELSA (lenta y sonriente): ¡Almejas!
SRA. JUANA: ¡Bien! ¡Muy bien! (Saca de su bolsillo ahora un
papel pequeño). Nada más que por usté lo hago.
ELSA: ¿Qué es?
SRA. JUANA (con gran solemnidad): La Oración de la Santa
Cruz de Caravaca.
ELSA: ¡Oh!...
SRA. JUANA: Con esto y el agua bendita, listo.
ELSA: ¡Ay, Dios quiera! (Cogiendo el papel). ¿Qué hago ?
SRA. JUANA (en voz baja): Mire... Lo va a picar en los pedacitos
más chiquititos que pueda, que casi no se vean... y en la
ensalada, por ejemplo, usté se los espolvorea.
ELSA: ¡Ah, ya! ¡Tiene que comerse la oración!
SRA. JUANA (con un gran gesto de asentimiento): Y si con esto,
tampoco da resultado... vamos a tener que ponernos en
una campaña más seria.
ELSA (con risa lenta): No crea que soy tan quedada. Yo también
conozco otros medios.
SRA. JUANA: ¡Cuidado, eso sí, con andar haciendo cosas
prohibidas! ¡Brujerías, en una palabra! ¡Fíjese que todo
La Niña en la Palomera 73

lo que yo le traigo es de la Iglesia! ¡Por eso, si el resul-


tado que tenemos es bueno... será más bien un milagro,
señora Elsita!
ELSA (mirando su reloj pulsera): ¡Uf! ¡Casi la una, por Dios!
Debe estar por llegar. (Levántase y con la señora Juana
se desplaza hacia el comedor).
SRA. JUANA: Sírvase usté nomás. Yo le pongo la mesa. (Del
mueble respectivo saca cubiertos, individuales, pan, etc.
Elsa se ha ido a la cocina).
ELSA (desde la cocina): ¿Le gustan los individuales que
compré?
SRA. JUANA: ¡Muy bonitos, señora Elsita!
ELSA (viniendo de la cocina con dos platos de ensalada): Trato
de tener la casa lo mejor que puedo.
SRA. JUANA: ¡Muy buena manera de retenerlo!
ELSA (volviendo a la cocina): Siempre le ha gustado que los
platos lo esperen listitos en la mesa. (Volviendo con dos
platos).
SRA. JUANA: Lo veo muy poco este último tiempo...
ELSA: Dice que tiene turnos extraordinarios en la línea.
SRA. JUANA: ¡Hum!
ELSA: Pocazo le creo.
SRA. JUANA: Pero no se lo diga. Al hombre nunca hay que
darle motivo de molestia, se porte como se porte. ¡Ah,
no lo sabré yo con el perla que tuve de marido!
ELSA: ¡De veras que usté fue casada!
SRA. JUANA: Y sin hijos, menos mal. (Elsa va a la cocina).
¡Pero usté con cinco, señora Elsita, y uno más en camino!
¡Cómo no se cuida! ¡Y tan infeliz!
ELSA (volviéndose con dos platos más): ¿Quién?
74 Fernando Cuadra

SRA. JUANA: Mi marido, pues, que en paz descanse. ¡No había


china con quien no se metiera! ¡Y eso me quemaba la
sangre! ¡Sobre todo cuando una es una mujer limpia,
pues! ¡Por ese tiempo fue que esa comadre mía me abrió
los ojos sobre lo que usté sabe ahora! ¡Hum! ¡Y me las
pagó, sí, señor!
ELSA: ¡No me diga...!
SRA. JUANA: ¡Bah! ¡Claro, pues, señora Elsita! ¡Me las repagó!
¡Ah! ¡No había comida en la cual no le pusiera algo!
Agua bendita, oraciones picadas, tierra... Usté sabe de
dónde, ¿no?
ELSA: ¿Y de qué murió, señora Juanita?
SRA. JUANA (pausa): Del estómago. (Suspira). ¡Pobre Ro-
gelio! ¡Era una plumita en su cama de enfermo! ¡Puro
pellejo y huesos! Pero hay que ver cómo me quiso esos
últimos días. ¡Valía la pena, señora Elsita! ¡Ah, valía
la pena!
ELSA: Espere un momentito. (Del buffet saca una botella y
dos vasos, sirviéndolos). Vamos a brindar por el éxito
de nuestra empresa...
SRA. JUANA: Pero yo no tomo, pues.
ELSA: ¡Un sorbito, señora Juanita! ¡Qué le va a hacer! (Alza
su vaso). ¡Salú!
SRA. JUANA (ídem.): Salú... (Ríen ambas. La señora Juana,
dejando el vaso). ¡Unas tijeras, pues!...
ELSA (yendo al velador): Oh, sí... (Vuelve con el pedido).
SRA. JUANA (coge las tijeras, las abre en cruz y se las coloca
sobre el corazón. Con voz gutural): Santa Cruz de Cara-
vaca, haz el favor que te pido, y sino mucho mejor que
te conviertas en caca. ¡Bueno! ¡Déme la oración! (Elsa
La Niña en la Palomera 75

le pasa el papel). (La señora Juana también lo coloca


sobre su pecho). Oración, oración... ¡Hácele caso a mi
corazón, porque en caso contrario, oración, oración,
para ti maldición! (Pásale las tijeras y el papel a Elsa).
Empiece a picarla ligerito. En pedacitos chicos, pues.
ELSA (picando el papel): ¿Así?
SRA. JUANA (que irá espolvoreando papeles en uno de los
platos): ¡Eso es!... (Siguen realizando la acción).
(Daniel sale del taller. Se ha quitado el mono de trabajo).
DANIEL: Chao...
JUAN: Bueno... ¿Vas o no vas al bailoteo de esta noche?
DANIEL: No. Estamos a fines de año. Y... Total; yo sabré por
qué no voy.
JUAN (riendo): Va la chicoca.
DANIEL (riendo): No, si no voy.
JUAN: ¡Me dai pena, cabrito!
DANIEL (hacia el interior del taller): Hasta la tarde, don Be-
nigno... (A la Patota). Chao...
LA PATOTA: Chao.
DANIEL (al salir por la derecha, tópase con don René; viene
un poco ebrio y trae consigo un cartucho de frutas):
Cómo le va, don René...
DON RENÉ: Bien... ¿y a ti, estudiante?
DANIEL: Trabajando.
(Daniel termina de salir. Al subir por la escalera don René
tropieza y está a punto de caer).
LA PATOTA (riendo): A la otra se nos cae el suegro.
76 Fernando Cuadra

SRA. LUISA (a las flores): ¡Hum! Ya están limpiecitas... (Deja


la regadera en el balcón. Hacia Ana). Ponga la mesa...
ANA: ¡Ufa! ...
SRA. LUISA (yendo a la cocina): No es tanto trabajo, ¿no?
(Ana se levanta y del mueble respectivo, saca algunos platos y
servicios que los deja caer ruidosamente, con orden mínimo.
Entra don René en el comedor).
(Al verlo entrar, Ana adopta una actitud de hipócrita zalame-
ría. Acércase con prontitud y lo coge de un brazo).
ANA: ¡Hola! ¿Qué tal papá? ¿Cómo le ha ido? ¿Mucho tra-
bajo? (Toma el paquete). ¡Ay! ¿Cómo ha podido venir
con esto tan pesado?
DON RENÉ (entre agrio y sorprendido): ¿Y a ti, qué te importa?
(Por el paquete). Duraznos.
ANA (con el rostro ensombrecido por la reacción de don René,
mira el paquete y susurra entre dientes): Podridos.
DON RENÉ (que no le ha oído bien): Los escogí yo mismo.
(Ana los deja sobre la mesa). ¿Y la vieja?
ANA (con furor retenido): ¡Imagínese dónde podrá estar en
este tremendo palacio!
DON RENÉ (siéntase en una silla, enjugándose la transpira-
ción): Ah...
ANA (hacia la cocina): Está listo.
SRA. LUISA (acudiendo a la puerta de la cocina): Bien, pues
menos mal que su padre llegó más temprano.
ANA: ¿Por qué dice eso?
SRA. LUISA: ¡Ahora, sí! ¿Se está creyendo que no vamos a
conversar de lo suyo, ah?
La Niña en la Palomera 77

ANA (temblorosa): ¡Ah, ya! Que nunca, mamá, se pueda comer


tranquila en esta casa.
SRA. LUISA (yéndose al interior de la cocina): ¿Tengo yo la
culpa?
(Ana inicia su desplazamiento hacia el dormitorio, parece
acordarse de algo y gira hacia el balcón, al cual se asoma).
SRA. JUANA (levantándose. Con leve risa): Me voy antes de
que llegue don Manuel.
ELSA (con los ojos brillantes): Gracias.
(Manuel ha aparecido por el extremo izquierdo de la calle.
Llega a la esquina de su casa y va a abrir la puerta. Ana lo
mira con rara intensidad. Su cuerpo parece ponerse tenso y se
inclina un tanto sobre el balcón. Manuel siéntese atraído por
algo que no define y busca con los ojos. De súbito, los ojos de
Manuel y los de Ana se encuentran. Míranse por un largo rato.
Manuel esboza un ademán con la mano, pero Ana se retira
rápida del balcón. Cruza hacia el dormitorio, se recuesta y
torna a leer sus revistas. Don René dormita).
(Al entrar Manuel, Elsa corre al buffet y guarda precipitada-
mente las tijeras y la botella de agua. Manuel casi tropieza
con la señora Juana).
MANUEL (con leve molestia): Ah...
SRA. JUANA (con nerviosa sonrisa): Cómo le va, don Ma-
nuelito...
(Manuel no responde y pasa al dormitorio). (La señora Jua-
na sale a la calle y mira a la Patota con cierta aprehensión.
Después, se dirige a su casa).
78 Fernando Cuadra

ELSA (zalamera y sonriente, acércase al dormitorio): ¿Cómo


le ha ido, mi negrito? ¿Está cansado? Cuando quiera,
almorzamos...
MANUEL: ¿Cómo has estado?
ELSA (acércasele más, casi tocándolo): Bien, mi negro.
Bien...
MANUEL: ¿No has tenido fiebre?
ELSA: No se preocupe tanto, cariño. Estoy bien. Aquí lo único
importante es usted. Y eso lo sabe, así que no se haga el
tontito. Claro que a veces no se comporta como debe.
¡Pero yo lo sigo queriendo igual! (Ríe). ¡Ah! ¡Si fuera
por mí, mataría a todas las mujeres de la tierra nada más
que para tenerlo para mí sola!
MANUEL: Por eso será que ni los niños viven aquí.
ELSA: ¡Ay! ¿No es mejor así? ¿Qué me decía cuando recién
nos casamos, ah? ¿Que no se acuerda ya?
MANUEL (con una sonrisa cruel): ¡Se dicen tantas leseras!
ELSA (ríe crispadamente): ¡Ay! ¡No sea grosero, pues! (Con
levísima tensión). ¡Tendría harto derecho a estar ofendi-
da! (Abrázalo con cierto ardor). Pero te quiero tanto...
MANUEL (desprendiéndose se desplaza hacia el comedor, con
levísima molestia): Ah...
ELSA (al no ser vista por Manuel, su rostro se endurece por
un momento, pero de inmediato recupera su aspecto
zalamero): ¿Almorcemos, negrito? (Manuel encógese
de hombros. Elsa avanza e indica la mesa). Todo listo.
¡Mire! ¡Lo que le gusta a mi mañoso grandote! (Manuel
mira al aire, como sofocado por una mano invisible.
Elsa corre a separarle la silla. Ríe. Manuel se sienta
sin intentar comer. Elsa también).
La Niña en la Palomera 79

MANUEL (sin comer): ¿Por qué no comes?


ELSA: Te estoy mirando...
MANUEL (entre molesto y sonriente): ¿Estás loca?
ELSA (con levísima tensión): Soy tu mujer, ¿no? Y puedo mi-
rarte las veces que me dé la gana. (Pausa. Recuperando
su sonrisa). ¡Coma! ¡No se amurre! (Ríe). ¡Coma, pues!
(Ofreciéndole). ¿Salsita? ¡Aceitito? ¿Pancito?
MANUEL (sin poder reprimirse): ¡Oh...!
ELSA: ¿No quiere comer? ¿Qué está enfermo, mi negro? (Le-
vántase y se acerca a Manuel. Con falso temor). A ver,
a ver... (Tócale la frente).
MANUEL (apenas controlado): Siéntate. Déjame tranquilo.
ELSA (con levísima dureza): Bueno... ¡Bueno! ¡No necesitas
gritarme! ¿No? (Saca un pañuelo y lloriquea). Lo único
que yo procuro hacer es ser atenta contigo... ¡Pero si esto
te molesta, es mejor que me lo digas al tiro! (Sofoca su
lloriqueo con el pañuelo. Manuel, controlado al máximo
silba suavemente). ¡Está visto que para ti no vale nada
tener una casa agradable y una mujer como yo! ¡Ah, si
siempre he sido una tonta! (Nuevo lloriqueo). ¡Y en lugar
de agradecerme...!
MANUEL (tenso): Almorcemos...
ELSA: Come tú. Yo no tengo ganas.
MANUEL: Déjate de leseras. No discutamos más.
ELSA: Yo no discuto... Pero, en fin... (Quédase mirando a
Manuel que, por fin, se dispone a comer).
MANUEL (atragantándose): ¿Qué mugre es ésta? (Con un dedo
sácase de la boca un pedazo de papel). ¿Papel?
ELSA (nerviosa): ¡Ay, tremendo pedazo! Un diario entero, ¿no
es cierto!
80 Fernando Cuadra

MANUEL: Todo el tiempo están saliendo mugres en la co-


mida.
ELSA: ¡Todo el tiempo! ¡Lavé bien las lechugas!
MANUEL: Cómo puedes ser tan descuidada, uno llega cansado,
después de echar el bofe trabajando...
ELSA (descontrolándose un poco): ¿Trabajando?
MANUEL: Si. Eso es lo que hago, ¿no? Y me parece que con
mi trabajo se paga el arriendo, la comida... y toda esta
lesera...
ELSA (cuyo descontrol crece): ¿En eso nomás se te va la
plata?
MANUEL: ¡Ah, ya estuvo la vieja del lado! ¡Mira! ¡La próxima
vez que la pille aquí!...
ELSA (saca de nuevo el pañuelo y lloriquea): ¡Así que no soy
dueña de recibir a nadie en mi casa!
MANUEL (con un estallido): ¡Vos no eres dueña de nada! Y
estoy hasta aquí con tus idioteces.
ELSA (con insospechada dureza): Claro. ¡Como las basuras
con que andas son tan inteligentes, pues!...

(Manuel, sin decir palabra, levántase de la mesa y se dirige


a la puerta).

ELSA (corriendo tras él, a pesar de su gravidez. Ha recuperado


el tono y aspecto zalamero): ¡Pero, Manuel, mi negrito!
¡No seas tan enojón! (Cógelo por los brazos; con cierta
febrilidad pegajosa y enervante). ¡Ya! ¡Dígame algo,
pues!
MANUEL (tenso): ¡Déjame tranquilo! (Suéltase con brusque-
dad).
La Niña en la Palomera 81

ELSA (zalamera y cómplice): Bueno, bueno... ¡si entiendo!


Pronto va a nacer. ¡Para volver a ser como a usted le
gusta!
MANUEL: Precisamente. Te has llevado pariendo. «El Conejo»,
me dicen mis compañeros de trabajo.
ELSA: ¡Ay, negro, por Dios, qué tontos!
MANUEL: Esa no fue mi idea al casarme contigo.
ELSA: ¿Ve como está diciendo tonteras otra vez? Ya. No sea
mal genio y vamos a almorzar. Todo lo que le gusta al
regalón de la mamita.
MANUEL (abrumado): ¡Oh!...
ELSA (con leve tensión) ¿Qué? (Aferrándose a Manuel). ¡No
se me vaya a mandar a cambiar, pues! ¡La comida está
muy cara para estarla desperdiciando! (Temblorosa). ¡No
quiero que se me vaya, negro!
MANUEL (recházala con cierta violencia, casi desesperado):
¡Ah! (Sale dando un portazo y se detiene en la esqui-
na).
ELSA (cambia su zalamería por una cólera temblorosa. En voz
baja): Idiota. (Pausa). Idiota. (Va al buffet, abre un cajón
con violencia, saca la botella de agua y corre hacia la
cama. Empieza a derramar gotas sobre la cama, debajo
de la almohada y entre las ropas).

(Manuel ha encendido un cigarrillo. Elsa termina por recos-


tarse, absorta en su cólera. Ana ha vuelto al balcón y tararea
una canción. Oyese de nuevo, tenue, la melodía del organillo.
Manuel se desplaza unos pasos y divisa a Ana. Salúdala, ob-
sequioso y sonriente. Ana da un respingo y gira dándole la
espalda. Manuel encógese de hombros y sale por la derecha.
82 Fernando Cuadra

Ana torna a mirarlo y, de súbito, lanza una carcajada. La


melodía cesa bruscamente. De la cocina viene la señora Luisa
con dos platos que coloca en la mesa. Mira a Ana y vuelve a
la cocina. Regresa con otro plato más y una ensaladera con
lechugas y tomates).

SRA. LUISA (a Ana): Servido... patrona. (Breve pausa).


(Ana encógese de hombros, despectiva y, tarareando, siéntase
a la mesa).

SRA. LUISA (a don René): Despierte, viejo...


DON RENÉ: Qué... qué...
ANA (por el contenido del plato): Uf...
SRA. LUISA: ¿Qué? ¿Algo no le gustó a la señorita?
ANA (burlona): Mazamorra. Qué asco...
DON RENÉ (levantándose de la silla en que dormitaba): Oh...
que sueño... (Sentándose a la mesa). A ver, a ver...
SRA. LUISA (siéntase): Cómaselo todo. Hice un puro plato.
Ahí tienen lechugas y tomates.
ANA (entre dientes): Qué original...
SRA. LUISA: ¿Ha dicho algo?
(Elsa se ha levantado. Va a la cocina y vuelve con un vaso de
vino. Siéntase a la mesa y lo bebe lentamente).
(Don René come en silencio. Ana se levanta)

SRA. LUISA: ¿Adónde va?


ANA: ¡Bah! ¿No puedo moverme ahora? Voy a poner la
radio, señora. (Va y sintoniza un programa de música
«colérica» con volumen evidente y deliberadamente
alto. Siéntase y come desganada, mientras canturrea a
La Niña en la Palomera 83

compás con la radio. Durante algunos instantes todos


comen sin hablar).
SRA. LUISA (en voz alta a don René): ¿Quieres más?
DON RENÉ (ídem): ¿Ah?
SRA. LUISA (ídem.): ¿Si quieres más?
DON RENÉ: Hum...

(La señora Luisa se levanta y va a la cocina. Ana deja de comer


y cruza hacia el balcón. Mira por donde se fue Manuel. La ac-
titud de Ana denota una espera apenas disimulada, De súbito,
dirígese a la puerta. Al llegar a ella tropieza con la señora
Luisa, que sale de la cocina con el plato para don René).

SRA. LUISA: ¿Ya va a irse a la calle? No ha terminado de


almorzar.
ANA: No tengo ganas.
SRA. LUISA: Pero usté sabe que hay algo que conversar... (Ana
encógese de hombros y vuelve a la mesa, sentándose.
A don René). Listo... (Este empieza comer. A Ana). ¿Un
duraznito?
ANA: Están podridos.
DON RENÉ: ¿Cómo podridos? Los escogí yo mismo, caram-
ba...
ANA (obstinada): Están podridos.

(Hablan casi a gritos por el alto volumen de la radio).

DON RENÉ (dando un golpetazo en la mesa): ¡No están!


ANA (chillando): ¡Podridos! ¡Podridos! ¡Yo no como duraznos
así! ¡Igual que toda la fruta que trae!
DON RENÉ: ¡Mentirosa!
84 Fernando Cuadra

ANA: ¡Esto no es fruta! ¡Son gusanos...!


DON RENÉ: ¡Atrevida...!
ANA: ¡Ah...!

(Un silencio. Siguen comiendo).

SRA. LUISA (en voz muy alta): ¿Sabía que expulsaron del liceo
a su hija?
DON RENÉ: ¿Qué?
SRA. LUISA: Estaría bien bueno que le preguntara por qué. A
mí no me lo ha querido decir.
DON RENÉ: ¿Es cierto eso?
ANA (con leve desafío en el gesto y en la voz, aunque también
hay un matiz de inocultable desesperación): Sí.

(Don René va a darle una bofetada, pero Ana se levanta con


rapidez y esquiva el golpe).

ANA (chillando): ¡Sí, sí, sí! ¡Me expulsaron!


DON RENÉ: ¿Qué hiciste?
ANA: Si le interesa vaya a preguntar.
DON RENÉ (levantándose): Te estoy preguntando a voh.
SRA. LUISA: Almuerce mejor.
DON RENÉ: Contesta. Si no, la vas a pasar mal.
ANA (en voz baja): Me echaron.
DON RENÉ: ¿Qué?
ANA (en voz más baja aún): Me echaron.
DON RENÉ (a la señora Luisa, iracundo): ¡Apague esa por-
quería, por la misma mierda! (Levántase la señora Luisa
y va a apagar la radio). Ahora me lo vas a decir todo.
Y apúrate.
La Niña en la Palomera 85

ANA: No iba a clases. Nada más.


DON RENÉ: ¿Adónde ibas?
ANA: ¡A cualquier parte!
DON RENÉ: ¿Con quién?
ANA: ¿Cómo con quién? ¡Sola, pues!
SRA. LUISA: ¿Por qué lo hizo?
ANA (encógese de hombros. Hay como un lacerante dolor
en su rostro): No me gusta estudiar. Eso usted lo sabe,
mamá. Se lo he dicho cien mil veces.
DON RENÉ: ¿Qué piensas hacer? Porque de ociosa...
ANA (con dolorida dureza): Yo nomás sé lo que tengo que
hacer.
SRA. LUISA: ¿De dónde se le ocurren estas cosas, niñita?
DON RENÉ: De las leseras que lee... (Por las revistas). ¡No
quiero ver más estas porquerías desparramás por la casa!
(Coge una y la rompe).
ANA (con angustia que la hace chillar): ¡No me las haga
pedazos! (Se precipita contra don René, empújalo y se
echa al suelo a recoger los pedazos).
DON RENÉ (coge a Ana por los hombros): A mí no me vení
a empujarme, desgraciá! (Con suma violencia arroja a
Ana, estrellándola contra el buffet. Ana se dobla de do-
lor, pero permanece con la boca cerrada, con terca obs-
tinación. La señora Luisa ahoga un gemido. Se produce
un tenso y largo silencio. Después, Ana se incorpora y,
en silencio, sale a la calle. En la escalera se detiene.
Compónese el vestido y el peinado. Quédase apoyada
en la puerta del primer piso, ceñuda y pensativa).
DON RENÉ: ¡Y usté tiene toda la culpa...!
SRA. LUISA: ¿Yo?
86 Fernando Cuadra

DON RENÉ: Le da plata para las revistas, para el teatro... Para


ir a donde está vuelta...
SRA. LUISA: Bueno... ¡Es una chiquilla, pues! No se va llevar
encerrada aquí todo el santo día.
DON RENÉ: ¿Qué vamos a hacer ahora?
SRA. LUISA: Llévela a trabajar al puesto...
DON RENÉ: Pero si es una inútil. ¡Nos sacamos la lotería! ¡Pero
toda la culpa es suya!
SRA. LUISA: ¡Bah! ¡Dale con lo mismo! ¿Por qué voy a tener
la culpa yo nomás, ah?
DON RENÉ: Usté es la madre.
SRA. LUISA: ¡Claro! ¡Aquí la única que tiene la culpa soy
yo!
DON RENÉ: ¡No sé! ¡Pero yo tampoco la tengo!
SRA. LUISA: Yo la aconsejo. (Con la voz quebrada). Al fin y
al cabo es mi hija... ¿qué puedo hacer?
DON RENÉ: ¡Si no lo sabe usté que es la madre...! ¡Lo único que
yo estoy viendo, es que esta cabra cada día está peor!
SRA. LUISA: ¡No diga eso! ¡Pobrecita! A veces... (Sonríe con
tristeza). ¿Sabe lo que me preguntó? ¡Que por qué nunca
salíamos los tres juntos a ninguna parte!
DON RENÉ: ¡Parece que fuera lesa esta cabra! ¡Como la plata
me la regalan! ¡Hum! ¡Siquiera hubiera sido hombre!...
¡Traiga vino, mejor! (La señora Luisa va a la cocina
y regresa con una botella y dos vasos. Sirve uno. Don
René bebe. Sírvese ella y también bebe). Por esto se jode
uno... (Siguen bebiendo).

(Ana se ha sentado en el borde de la acera y, con el dedo di-


buja letras en la tierra, ensimismada como una niña pequeña.
La Niña en la Palomera 87

Su figura parece adquirir un aspecto de dolorosa fragilidad e


inocencia. La melodía del organillo resurge tierna y tristona.
Deja de dibujar y con los brazos cruzados sobre las rodillas
juntas, mira de frente, sonriente, como apresada por un mundo
de sueños).

(Por el fondo de la calle aparece Gaby, vestida ostentosa-


mente elegante. Con un sabio y experto maquillaje, en una
«atmósfera» de inquietante madurez que no logra borrar su
juventud, aunque acentúa inequívocamente su nueva «activi-
dad». Avanza rápida y al girar la esquina, casi tropieza con
Ana. Detiénese y ríe con cierta exageración. Ana alza el rostro
y parece dudar).

GABY: ¡Sí, soy yo!...


ANA (levantándose incrédula): ¡Gaby!...
GABY (riendo, abraza estrechamente a Ana): ¡En persona,
Ani!
ANA (abrazándola con calor, como si en este abrazo entrega-
ra todo un mundo de afecto): ¡Gaby! ¡Gaby! (Riendo y
con torpe emoción). ¿Cómo no viniste a despedirte...?
Y ahora, después... ¡Oh! ¡Mala amiga!
GABY: ¡Ah, ¡Eso sí que no, pues! ¡La prueba está en que he
venido!
ANA: Después de un año.
GABY: Pero vine.
ANA (confundida, mira hacia su casa; en voz baja): Está el
viejo.
GABY: ¡Oh! ¡No importa! ¡Podemos conversar aquí, me ima-
gino...!
88 Fernando Cuadra

ANA (rozándole el vestido): Qué bonito...


GABY (confidencial): Y no es de los mejores, te diré. Ya te los
mostraré cuando vengas a verme. Y tú... ¿qué tal?
ANA (encógese de hombros).
GABY (con sonrisa cómplice): ¿Y los vecinos?
ANA (pausa): No sé...
GABY (riendo): Mentirosa... Si te divisé uno de estos días...
Ibas en un micro. ¡Claro que sin pasajeros, diablita...!
ANA (gira dándole la espalda): Oh...
GABY: Por eso, me acordé que tenía que venir a verte (indi-
cando el borde de la acera). ¿Sentémonos?
ANA (por el vestido de Gaby): Pero...
GABY: ¡Ah, tonta! ¡Si no es el único! (Siéntanse ambas, Gaby
mirando). ¡Esto está igual! ¡Ah! ¡Qué valentía la tuya
para seguir viviendo aquí!
ANA: ¿Tú estás bien?
GABY: ¡No puedo quejarme! ¡Ah! ¡Ahora mi mamá vive
conmigo!
ANA: ¡No!
GABY: ¡Yo hago lo que quiero y (riendo) ella también! ¡Ves!
¡Era cuestión de arreglarse!
ANA (pausa): ¡Sí!
GABY (íntima): Bueno... ¿qué has decidido tú? ¿Seguir estu-
diando leseras?
ANA (rehuyéndola): No sé todavía...
GABY: No seas lesa. Mírame a mí...
ANA (en voz baja, para sí): ¡Puede que tengas razón, Gaby!
GABY: ¡Bah! ¡Claro que la tengo!
ANA (siempre mirando delante de sí): ¿No te ha sido difícil...
decidirte?
La Niña en la Palomera 89

GABY (con rabia contenida, como convenciéndose a sí mis-


ma): ¡No!
ANA (con sorda y ahogada desesperación): ¡Es que yo...!
(Abrázase repentinamente de Gaby). ¡Oh, Gaby, Gaby,
Gaby! Yo quiero... Deseo tantas cosas y... y de pronto
veo que la única manera de obtenerlo es... ¡Oh, Dios!
(Golpeándose el pecho con furor). ¡A mí se me hace
difícil decidirme! ¿Sabes por qué? ¡Ah! ¡Cuando lo haga,
no sé adónde podré llegar, Gaby! ¡Y tengo miedo! (Llora
secamente). Miedo. A nadie... A nadie puedo decirle
nada. (Crece la angustia de Ana). Y yo... ¡Yo quisiera
que alguien se me acercara a decirme «no»!, y me con-
venciera de que no y entonces a lo mejor, yo...
GABY (con extraña dureza): ¡Decídete de una vez y listo!
ANA: ¡Gaby!
GABY: ¡Qué tanto pensarlo! ¡Sigue dándole vueltas y a corto
plazo te pudrirás en este hoyo! ¿Quién te lo va a agra-
decer? ¿O te van a premiar?
ANA (lenta): Pero entonces...
GABY (levantándose con violencia): ¿Cómo crees que yo he
conseguido lo que tengo? (Gaby abre su cartera, saca
un lápiz y una libreta. Garrapatea rápido y, arrancando
la hoja, se la pasa a Ana). Mi dirección. Anda a verme.
(Deja caer el papel en la falda de Ana, que permanece
sentada en el borde de la acera, de nuevo con los brazos
juntos sobre las rodillas). Si tú no vas, no esperes que yo
vuelva. No me gusta este lugar. (Pausa). Chao. (Ana no
contesta, dolorosamente ensimismada. Gaby opta por
irse por el fondo de la calle).
90 Fernando Cuadra

(Por un costado de la calle, aparece Daniel. Viene silbando


alegremente. Ve a Ana y se acerca rápido a ella, al verla tan
ausente, sonríe).

DANIEL (llamando): ¡Eh, Anita!

(Esta se detiene).

ANA (regresando de su mundo secreto y angustiado): ¿Ah?


DANIEL (sonriente): ¿Saliste más temprano hoy?
ANA (con leve vacilación): Sí...
DANIEL: ¿Por qué, oye?
ANA (turbada): Como empiezan los exámenes...
DANIEL (siempre sonriente): ¿Y? ¿Cómo te encuentras en
matemáticas, ah? (Con picardía). ¿O tendré que ayudarte
igual que el año pasado?
ANA (recuperando gradualmente su aire de juventud): ¡Ayu-
darme! ¡Ya! ¡Córrete!
DANIEL (riendo): ¡Pero si es cierto! ¿O lo vas a negar ahora?
ANA: ¡Ayudarme! ¡Tremenda ayuda! ¡Por dos o tres tonterías
que me explicaste y, total, yo las sabía!
DANIEL: ¿Y por qué me preguntabas, entonces?
ANA (con leve molestia en la cual reaparece un repunte de
angustia): Ándate a trabajar mejor.
DANIEL (sin percibir la angustia de Ana): ¡Bah! ¿Y si no
quiero?
ANA (nerviosa): Estoy ocupada.
DANIEL (siempre bromeando): ¿En qué?
ANA: ¡Bah!... yo sabré, pues. (Inicia su ida).
DANIEL (todavía bromeando): Pero...
La Niña en la Palomera 91

(Ana dale la espalda bruscamente y se desplaza un tanto. Da-


niel, desconcertado, permanece irresoluto un momento. Deja
de sonreír y, entristecido, dirígese hacia el taller).
(El organillero ha dejado de tocar. Elsa no ha vuelto a beber:
parece haberse adormecido. De pronto el cuerpo de Ana ad-
quiere una tensión vibrante y agotadora. Pero a continuación,
con un pie apoyado en la pared, muéstrase displicente y recon-
centrada en una de las uñas de sus manos. Por la izquierda,
aparece Manuel).

MANUEL: Hola... (Ana no responde, atenta a su uña. Acérca-


sele). ¿Qué le pasa?
ANA (sin mirarlo): Estaba pensando...
MANUEL: Ah, sí... ¿Y en qué?
ANA: En nada. (Un silencio). En todo. (Otro silencio). Son
felices, eh.
MANUEL: ¿Quiénes?
ANA: Las estrellas de cine. Me gustaría ser como ellas.
MANUEL: ¿Para qué? ¡Está muy bien así como es...!
ANA (con lenta risa de escepticismo): No es cierto.
MANUEL: Yo no miento nunca.
ANA (con leve risa despreciativa): Ahora está mintiendo.
MANUEL: Usted no necesita parecerse a nadie.
ANA (con extraña urgencia en la que torna a reaparecer su
angustia): ¿Soy bonita?
MANUEL: ¿Usté qué cree?

(La Patota ha regresado hace un momento y se ha ubicado en


su lugar habitual).

LA PATOTA (a Ana): Hola...


92 Fernando Cuadra

(Ana responde con un ademán).

MANUEL: Tiene muchos amigos, eh...


ANA: ¿Esos? Nunca han sido amigos míos.
MANUEL: ¿Admiradores?
ANA (riendo): A lo mejor. (Confidencial). ¿Sabe? ¡De ahora
en adelante voy a hacer lo que me dé la gana!
MANUEL: ¡Qué bueno! ¿Por qué?
ANA (con risa tensa): ¡Me expulsaron!
MANUEL: ¡Hum! ¿Cuándo?
ANA: Hoy. En la mañana. Usté tiene harta culpa.
MANUEL: ¿Yo?
ANA: Pero no me importa. Total. A esas viejas las tenía atra-
vesadas en el cogote.
MANUEL (reflexivo): Así que todo el tiempo disponible... (In-
dica hacia la casa de Ana). ¿Y...?
ANA: Pst...
MANUEL (con rápida decisión): A la noche, temprano, quedo
libre... y me toca ir a guardar la máquina. Podríamos
dar una vueltecita.
ANA (lenta): ¿Y su mujer?
MANUEL: Para qué le vamos a contar, ¿no le parece?
ANA: Hum... ¡Sería bonito! Pero tengo un compromiso.
MANUEL: Damos una vueltecita corta y yo mismo la voy a
dejar al baile, ¿ah? ¿Quiere?
ANA: Lo mismo me dijo la semana pasada...
MANUEL: No pude. Tuve que... que reemplazar a un compa-
ñero enfermo.
ANA (ríe incrédula): ¡Ah!
MANUEL: ¡Palabra! Vamos, ¿quiere? Ya. Dígame que sí. Sea
buena.
La Niña en la Palomera 93

ANA: No sé...
MANUEL: ¿Nos encontramos a las siete?
ANA: Bueno... Si usted quiere... (Con brusquedad)... O me-
jor...
MANUEL (con apremio): ¿Qué?
ANA: Espéreme en la Quinta... (Rápida y jadeante). Pero por
la entrada que queda frente a Catedral...
MANUEL (con impulso incontenible, rózale el rostro con una
de sus manos. En voz baja y conmovida): Mijita.

(Ana se aparta entre sonriente y temerosa).


(La señora Luisa se ha levantado de la mesa y se dirige al
balcón).

SRA. LUISA (en el balcón, llamando): ¡Anita...!


MANUEL (con urgencia): ¿A las siete, entonces?
ANA (rápida): Claro... (Cruza la calle y se acerca al balcón).
¿Qué quiere?

(Manuel gira y entra en su casa).

SRA. LUISA: Venga a ayudarme a secar los platos...


ANA: Ya voy, señora.

(Daniel deja de trabajar y se asoma a la calle).

DANIEL (llamándola): ¡Anita...! ¡Espérate! (Ana detiénese


levemente sorprendida. Daniel entra en el taller y coge
el clavel, pasándoselo). Para ti.
ANA (mira a Daniel conmovida): ¿Para mí? (Daniel afirma
silencioso).
94 Fernando Cuadra

DANIEL (como disculpándose): Te lo tenía desde temprano.


ANA: Lo guardaré en un cuaderno para que se seque.
DANIEL (con leve impulso): Anita, yo...
ANA (muy atenta): ¿Sí?
(Daniel cállase).
ANA (con rara urgencia, como si fuese algo vital lo que podría
escuchar): ¿Qué?
DANIEL: ¿Podríamos... vernos... hoy?
ANA (vacilando): Yo...
DANIEL: ¡Por favor, Anita! ¡Tengo algo que decirte! ¡Pero no
aquí!
ANA (vacilando aún): No sé... Es que tengo un compromiso,
¿ves?
DANIEL: ¡Déjalo de lado!
(Entra la Patota y estalla en una violenta carcajada. Ana y Daniel
parecen salir del centro emocional que habíanse creado).

ANA (con amargura y una especie de extraña fatalidad):


Disculpa, pero no puedo. (Besa fugazmente el clavel).
Y gracias.

(Daniel sonríe con tristeza y retorna al taller).

ANA (al pasar cerca de la Patota): ¿Quién se murió?


JUAN (riendo): ¡El viejo Churchill...!
ANA: ¡Ah! ¡Yo creía que era alguien conocido! (Ríe y con ella
la Patota. Sube corriendo la escalera).

(Don René ha continuado bebiendo, en tanto la señora Luisa


lava en la cocina).
La Niña en la Palomera 95

SRA. LUISA (desde la cocina): Anita... ¿es usté?


ANA: No. Soy la otra. (De la mesa coge un vaso, entra en la
cocina, sale de inmediato con el vaso lleno de agua,
coloca en él la flor y se dirige al dormitorio, en cuyo
velador deja el tiesto con el clavel. Vuelve a la cocina).
¿Cuáles son los platos?
SRA. LUISA: Estos, pues.
ANA: Ah...
SRA. LUISA: Seque las ollas también. (Entra en el comedor,
trae un trapo y empieza a limpiar la mesa).
DON RENÉ (amodorrado): ¿Qué horas serán, vieja?
SRA. LUISA: Más de las tres...
DON RENÉ: Pucha... (Levántase tambaleante. Encaminase a
la puerta). A la noche, voy a hablar con su hija...
ANA (desde la cocina, a voz en cuello): «¡Aleluya... Aleluya...
Aleluyaaa!»
DON RENÉ (sale tambaleando): Oh... (Tropieza en la escalera
y termina por marcharse).
SRA. LUISA (acércase a la cocina): Muy bonito lo que hace
con su padre, ¿no? ¡Eso es burlarse de él! Yo también
me estoy cansando de su modo.
ANA (que ha seguido canturreando): «Aleluya...» (Cáesele
un plato que se rompe con estrépito).
SRA. LUISA: ¡Niña!
ANA (en la puerta de la cocina): ¡Bah! ¡Se me cayó, pues,
mamá!
SRA. LUISA: ¿Crees que somos millonarios, ah, para no tener
cuidado con las cosas...?
ANA: ¡Ah! ¿Para qué me manda secarlos? ¡Usté sabe que no
me gusta!
96 Fernando Cuadra

SRA. LUISA: Bueno... ¿Y qué le gusta a usté?


ANA (como quien toma una decisión. Breve pausa): Voy al
baile esta noche.
SRA. LUISA: ¿Ah, sí ?
ANA: Sí, fíjese.
SRA. LUISA: Tiene mala memoria, usté, niñita.
ANA: Yo tengo que ir a ese baile.
SRA. LUISA: No va a ir, pues.
ANA (tensa): ¿No?
SRA. LUISA: No.

(Furibunda, Ana cruza hacia el balcón y, con extrema violencia


arranca de sus tiestos las matas de cardenales y las arroja a los
pies de la señora Luisa, que no ha atinado a reaccionar).

SRA. LUISA (consternada): ¡Ah...! ¡Ah...! (Cae de rodillas


a coger las plantas). ¡Ah...! (En voz baja. Ahora se
ve como amedrentada). ¿Qué le hacían? ¡Era lo único
bonito que había en esta casa! (Ha cogido las plantas y
las plantas como si fueran un niño pequeño).
(Ana, temblorosa, cruza el comedor. Enciende la radio pasa al
dormitorio y se echa en la cama, con un rimero de revistas).

SRA. LUISA: ¡Mis flores! ¡Ah! (Levántase y corre hacia el


balcón. Hurga nerviosa en los tiestos, desolada e irre-
primible, grita hacia la calle): ¡Están muertas! ¡Ah...!
ANA (desde el dormitorio): Y ahora... ¿voy o no voy al bai-
le?
SRA. LUISA (vuélvese rápida con fuerza): ¡Ándate al diablo,
si quieres!...
La Niña en la Palomera 97

(La Patota ríe. La señora Luisa con furor, arrójales las plantas
sobre ellos, que tornan a reír. La señora Luisa desplázase hacia
la cocina. Oyese la melodía del organillero, pero ahora con
mayor intensidad. Elsa ha terminado de arreglar su vestido,
cámbiase el que lleva, después de lo alto del ropero, saca una
cartera pasada de moda y la limpia con la mano, mírase al
espejo y sonríe tristemente. Con lentitud pasa el dedo por su
rostro, como alisándolo. Torna a sonreír con tristeza. Parece
percibir un ruido en el baño, acércase a la puerta y escucha
con el oído pegado; después en puntillas, se dirige a la puerta
de calle. Detiénese en la esquina, parece vacilar un momento
y, por último, echa a andar por la izquierda. La Patota sale.
La melodía cobra mayor intensidad. Los ruidos de la ciudad
adquieren una sonoridad abrumadora y la luz va disminuyendo
en el escenario, el cual va obteniendo la inconfundible apa-
riencia de la noche. Los ruidos de la ciudad se amortiguan.
La melodía vase diluyendo con suavidad y, muy lentamente
se encienden los faroles de la calle. Daniel enciende la luz
del taller. La señora Luisa sale de la cocina y enciende la luz
del comedor. Apaga la radio y vuelve a la cocina a iniciar los
preparativos de la comida, manipulando sus ollas. Ana se ha
dormido profundamente).

(La señora Juana saca una silla y se sienta en la acera, aba-


nicándose con un diario).

(La señora Luisa, con frecuencia, se enjuga la transpiración.


De súbito, Ana ríe fuertemente, sin despertar. La señora Luisa,
curiosa, acude a verla y la remece hasta despertarla).

SRA. LUISA: Eh... Eh...


98 Fernando Cuadra

ANA: ¿Qué?
SRA. LUISA (con involuntaria ternura): Despierta, niñita...
(Ana mueve la cabeza, esquivando la caricia).
SRA. LUISA (desconcertada): ¿Qué le pasa?
ANA: Nada.
SRA. LUISA: Parece que algo anda mal, ¿no?
ANA: ¿Algo? ¡Fabuloso!
SRA. LUISA: Lo sé... lo sé...
ANA (mira fijamente a su madre. Algo parece haberse removi-
do en su interior. Con hondura): ¿Me entendería?
SRA. LUISA (pasándole una mano por la frente): Trataría.
ANA (acodándose en la cama. Como creando una atmósfera
de cálida intimidad): Mamá... Dígame una cosa...
SRA. LUISA (cogida casi de inmediato): ¿Qué, mijita?
ANA: ¿Cómo era yo cuando chica?
SRA. LUISA (tocada en su emoción): ¿Cómo? (Pausa). ¡Pero
si la estoy viendo! ¡Cómo no me voy a acordar! ¡Y el
viejo también! ¡Créame!
ANA (con leve estremecimiento): ¿También?
SRA. LUISA: ¡Usté siempre ha sido un orgullo para él!
ANA (con la voz quebrada): No mamá, eso no es cierto.
SRA. LUISA: ¡El viejo la quiere! Es... Cree que usté siente ver-
güenza por él. Trate de entenderlo. Nadie le dijo nunca:
esto está bien. Esto está mal.
ANA: ¿Y usted?
SRA. LUISA: ¿Yo? (Con amargura). ¡Si apenas hablamos,
mijita...!
ANA: Pero él... ¿nunca le ha dicho una palabra cariñosa?
SRA. LUISA (lenta): A su modo, sí. Como yo quisiera, nunca.
La Niña en la Palomera 99

(Un silencio. Con leve sonrisa). Usté era la negrita más


linda del barrio cuando nació. Redondita como una pe-
lota de lana. ¡Y llorona! (Riendo conmovida). ¡Entonces
no había para qué tener radio en la casa! (Ana mira a
su madre fascinada, como si descubriera recién la niña
que fue). ¡Ah! ¡Y mamonaza! ¡Todo el día!
ANA (ríe con risa cristalina, fresca, despreocupada, sin ten-
sión): ¡No!...
SRA. LUISA (como feliz de haberla hecho reír así): ¡Bah! ¡No
lo sabré yo!...
ANA (alegre): ¿Y después?
SRA. LUISA: ¡Ay, mi Dios! ¡Cuando empezó a comer mi negra,
al pobre viejo se le hacía poco todo lo que ganaba!
ANA: Pero era lindo, ¿no?
SRA. LUISA: ¡Nunca ha vuelto a ser parecido!
ANA (con leve tensión): Entonces... ¿por qué ahora es como
es?, ¿qué ha pasado?
SRA. LUISA: Yo no sé.
ANA (con fuerza): ¡Tiene que saberlo! Es importante. ¡Por
usted! ¡Por mí! (Febril y temblorosa).
SRA. LUISA (va al buffet, hurga en un cajón interior, saca un
atado amarrado con una pitilla. Desátalo y coge una
postal. Vuelve al dormitorio): Mire...
ANA (contempla la foto con atenta curiosidad. Sonríe débil-
mente, pero luego el rostro se le ensombrece): ¿Ocho
años tenía yo aquí?
SRA. LUISA: Sí.
ANA (con dureza): Y desde entonces, es como si hubiera estado
siempre sola.
100 Fernando Cuadra

SRA. LUISA (sin entender, débil e insegura): Yo nunca la he


dejado sola. Ni a pasear salía para cuidarla, cuando
estaba chica.
ANA (con angustia): ¡Oh, mamá! ¡Mamá! ¡No se trata de eso!...
¡Es que me parece que usted y el viejo hablan un idioma
que...! ¡Son las mismas palabras de todos los días y con
las mismas hemos conversado, peleado..! ¡Pero a mí esas
palabras no me dicen nada! ¿Entiende?
SRA. LUISA (concentrada, haciendo un esfuerzo auténtico por
entender): Claro...
ANA (mira a su madre y comprueba que no hay respuesta.
Con rabia y decepción): ¡Ah! (Echase en la cama vuelta
hacia la pared, y con el dedo acaricia las fotos de las
estrellas de cine).

(La señora Luisa, perpleja y desorientada, suspira y, lenta-


mente, vase a la cocina).

DANIEL (que se ha quitado el mono de trabajo, sale del taller


con la chaqueta al brazo. Hacia adentro): Hasta mañana,
don Benigno...
LA PATOTA (en coro): ¡Hasta mañana, hijo mío! (Ríen, también
Daniel).
DANIEL (riendo): Chao.
ALBERTO (saltando al lado de Daniel): Oye, Daniel... ¿Cierto
que por los estudios no vai?
DANIEL: ¿Adónde?
ALBERTO: Al baile.
DANIEL: Cierto.
ALBERTO (con leve incredulidad): ¡Va la Anita...!
La Niña en la Palomera 101

DANIEL (sonriente): Si sé, chao. (Alberto, preocupado y con-


fuso, lo mira irse y permanece alejado de la Patota).

(Manuel sale del baño en camiseta, secándose con una toalla.


Arrójala sobre una silla y pasa al dormitorio).

(Ana se levanta y cruza hacia el balcón).

LA PATOTA (al verla): Hola...


(Ana contesta con un ademán)
(Manuel abre el ropero, saca un traje azul marino. Desvístese
de su ropa de trabajo y empieza a ponérselo, previa búsqueda
de una camisa y corbata roja).
JUAN: ¿Vas con nosotros?
ANA (displicente): No sé todavía.
LA PATOTA (suspirando): ¡Ay!...
ANA (gira dándoles la espalda): ¡Imbéciles! (La Patota
ríe).
(Elsa aparece por la izquierda. Muy rápida entra en su casa.
Ve la chaqueta sobre la mesa. Túrbase un poco y, muy rápida
siempre, va al buffet, abre un cajón interior y guarda, ocultán-
dolo, un envoltorio que trae consigo. De inmediato dirígese
al dormitorio).

ELSA (a Manuel, por los preparativos): ¿Vas a salir?


MANUEL (cordial, alegre, intenta bromear): No, me estoy
arreglando para tomar el fresco. (Con extraña atención).
Y usted... ¿de dónde viene?
ELSA (perturbada): De... Renca. Fui... fui a ver los niños.
102 Fernando Cuadra

(Manuel no responde, atento a su imagen en el espejo).


Te dije que fui a ver los niños.
MANUEL: Si la oí, mijita. Perdone, ¿no? (Empieza a silbar).
ELSA: ¿No preguntas por ellos?
MANUEL: ¿Para qué? Si alguno estuviera enfermo, ya me lo
habrías dicho.
ELSA (siéntase en la cama. Intima): ¡Fíjate, negro, que al
Eduardito se le cayó su segundo diente!
MANUEL (atento al espejo por el nudo de su corbata): Está
en la edad. (Que ha terminado de anudarse la corba-
ta, canturreando). ¡Listo! (Dase una mirada crítica y
queda bastante satisfecho. A Elsa, bromista). ¿Qué tal
la pinta eh?
ELSA (con languidez): Negro...
MANUEL (acércasele muy obsequioso): Voy a salir, mijita...
y seguramente voy a llegar un poquito tarde. Así que no se
preocupe. Es una comida pal mandamás de la línea... Voy
por obligación. (Besa fugazmente a Elsa en la frente, a pesar
de que ésta le ha ofrecido su boca ansiosa). Acuéstese tem-
pranito, que tiene que cuidarse por usté y (acariciándole el
vientre) por el campeón; chaíto, mijita. (Sale a la calle y se
detiene en la esquina a encender el cigarrillo. Atisba hacia
la casa de Ana. Esta aún permanece de espaldas. Febril, Elsa
coge el retrato de Manuel que tiene sobre el velador. Sácalo
de su marco con violencia, corre al buffet, ábrelo; coge el
envoltorio, deshácelo. Coge un largo alfiler que saca del
envoltorio y, como enloquecida, vuelve al dormitorio. Sién-
tase en la cama, y una y otra vez, con furor, clava el retrato
de Manuel con el alfiler. De súbito el rostro se le empalidece
y, llevándose una mano al vientre, deja escapar un sordo
La Niña en la Palomera 103

quejido. Semiencorvada, apóyase en el borde de la cama y


termina por desplomarse.
Manuel, después de mirar en su derredor, emite un suave y
sugerente silbido. El cuerpo de Ana pónese tenso, pero se
vuelve lenta. Manuel le indica que deben verse pronto. Ana
asiente y, con inusitada timidez, le envía un rápido beso con
los labios. Manuel sonríe. La señora Juana ha dejado de
abanicarse y los observa con relativa extrañeza. Manuel sale
por la izquierda).

(La Patota deja de jugar y se prepara para marcharse).

JUAN: ¿Y... ?
ANA: La vieja no quiere darme permiso.
JUAN: ¡Oh! ¡Señores! ¡Atención! ¡Atención! ¡Un extraordi-
nario fenómeno en el mundo actual! ¡Atención! ¡Una
hija que tiene madre!
ORLANDO: ¡Y una madre que tiene hija!
JUAN: Y ¡cuando los hijos se van, ta, ta, ta, tan!

(La Patota ríe a carcajadas).

ALBERTO: Ya. Córtala.


JUAN (riendo): ¡Chao... reaccionaria!

(La Patota ríe y se dirige hacia el fondo de la casa).

JUAN (al pasar delante de la señora Juana): Dominus vobis-


cum...
LA PATOTA: ¡Amén! (Ríen y siguen andando hasta desaparecer
por el fondo).
104 Fernando Cuadra

SRA. JUANA (despectiva): ¡Rotos!...


(Ana ha corrido al dormitorio. Frente al espejo pequeño se
acomoda el peinado. Cámbiase el vestido que lleva por otro de
fiesta, escotado, que también cuelga de un clavo. Sobre él se
coloca una amplia pintora vieja y, en un papel, envuelve unos
zapatos de tacón alto que saca de debajo de la cama. Acuérdase
de pronto y prende el clavel en el vestido. Pasa al comedor y
deja el paquete sobre la mesa. Acércase a la cocina. Ana ha
procurado que su madre no haya escuchado nada).

ANA: ¿Voy a comprar pan?... ya deben estar por cerrar la


panadería...
SRA. LUISA (desde la cocina): Bueno...
ANA: ¿Cuánto traigo?
SRA. LUISA: Tres no más... Saque la plata de la chauchera,
ahí en el aparador.

(Ana va al mueble indicado, saca el portamonedas y coge


un billete. Con rápida reflexión, coge otro billete y guarda el
portamonedas. Toma el paquete de los zapatos).

SRA. LUISA: No se demore mucho.


ANA: No. Vuelvo al tiro. (Baja muy rápida y, sin percatarse
de la presencia de la señora Juana, echa a correr por
el fondo de la calle).
SRA. LUISA (sale de la cocina y se dirige al balcón. Coge la
regadera y la deja de inmediato): Bah... Seré tonta...
SRA. JUANA (que la ha visto): Pst... pst... Vecina...
SRA. LUISA: Vaya... ¡Tomando el fresquito, eh! ¡Ay! Que noche
más calorosa, ¿no?
La Niña en la Palomera 105

SRA. JUANA: Sí... Pero aquí está bien bueno, ¿y don René?
SRA. LUISA: En este tiempo trabaja hasta tan tarde.
SRA. JUANA: ¡Seña de que le va bien, pues!
SRA. LUISA: Pero la plata se hace sal y agua.
SRA. JUANA: ¡Cierto nomás, pues! Con la carestía de todo...
¡Ay, Señor!
SRA. LUISA: ¡Su gobierno, pues, señora Juanita, que lo iba a
bajar todo y hasta ahora puras alzas!
SRA. JUANA: ¡Pero si el gobierno no tiene culpa alguna, señora
Luchita, por Dios! ¡Habladurías!
SRA. LUISA: ¿Y de quién es la culpa, entonces? ¡Ya ve lo que
pasa con la leche!
SRA. JUANA: ¿De quién va a ser pues? ¡De la Oposición! Y
tanta alharaca que le arman...
SRA. LUISA: Nosotros no somos de ningún partido. Lo único
que hacemos es pagar las alzas y trabajar. Ah... En uno
de estos días sube la movilización.
SRA. JUANA: ¡Cuándo no, pues! ¡Si esos no se llenan nunca!
Ya ve lo que gana. (Indicando la casa de Manuel). ¡Y
su pobre mujer no tiene qué ponerse! ¡Habrase visto,
por Dios!
SRA. LUISA: ¡Pobre señora!
SRA. JUANA: El le trae todo, eso sí. Menos mal. No es pelam-
bre, señora Luchita... ¡pero es harto sinvergüenza!
SRA. LUISA: Yo lo conozco poco.
SRA. JUANA: Hum.
SRA. LUISA (que ha estado escudriñando la calle): ¡Tanto
que se ha demorado esta niñita! La mandé a comprar
pan nomás.
SRA. JUANA: Qué raro...
106 Fernando Cuadra

SRA. LUISA (con levísima inquietud): ¿Por qué?


SRA. JUANA: Porque no iba para el lado de Chacabuco, pues.
Cortó para Matucana.
SRA. LUISA: No puede ser... (Con súbita intuición, desplázase
hacia el dormitorio de Ana. Ve la funda de papel que
guardaba el vestido. Sube las cobijas de la cama y atisba
bajo ella). ¡Chiquilla del demonio!
SRA. LUISA (volviendo al balcón): ¿Adónde habrá ido?
SRA. JUANA: Había un baile aquí, cerca. ¿Qué va a hacer?
(Oyese la melodía del organillo. El barrio adquiere una extra-
ña quietud. Escúchase la bocina de algún tren en la Estación
Central, la cual acentúa la soledad de la calle y el silencio de la
noche. Los ruidos de la ciudad han disminuido notablemente.
De pronto, irrumpe uno, distinto, que, por un momento, enfa-
tiza una sensación de inquietud: prolongado óyese el ulular
de una sirena de incendio. Una, dos tres, cuatro veces. Luego
va disminuyendo hasta desaparecer por completo. La melodía
se ha hecho lánguida y sensual. Y también desaparece diluida.
Con lentitud se ilumina la perspectiva del fondo, contrastando
las siluetas de los árboles de la Quinta. Hay un silencio y calma
absolutos. De súbito, sin vérsela todavía, irrumpe jadeante,
con un imperceptible toque de histerismo, la risa de Ana. Re-
pentinamente surge Ana por un extremo, corriendo. Y riendo,
como si huyera de alguien. Detiénese jadeante, sin dejar de reír.
Al cabo de unos instantes, aparece Manuel, resoplando).
MANUEL: ¡Uf...!
(Ana se burla de Manuel, sin dejar de reír).
MANUEL: ¡Me has hecho correr toda la Quinta!
La Niña en la Palomera 107

ANA (encógese de hombros): Bah...


MANUEL: ¿Te gustó donde fuimos?
ANA: Es feo.
MANUEL: Disculpa preciosa. Ya sé que no es el Hotel Ca-
rrera...
ANA: Si no me importa. (Pausa). Nunca había visto la Quinta
a esta hora. ¡Oh! ¡Cuántas estrellas! ¡Mira, mira! ¿Las
ves?
MANUEL: Hum...
ANA: ¿Qué hora es?
MANUEL: Las ocho... las nueve...
ANA: De noche, los árboles parecen más grandes, ¿no?
MANUEL: ¿Y al otro lugar donde fuimos, te gustó?
ANA: Habría preferido bailar más.
MANUEL: Yo estaba cansado.
ANA: Claro. Lo noté. Te cansas demasiado rápido. Cuando voy
a los bailes con la Patota, no se cansan nunca.
MANUEL: Ah, sí...
ANA: Ni yo tampoco... Y eso que tengo que bailar con todos.
MANUEL: Ah...
ANA: Claro. Tú tienes muchísimos más años. ¿Cuántos? ¿Cua-
renta? ¿Cuarenta y ocho?
MANUEL (ofendido): Treinta y siete.
ANA: ¡Hum! Muchos de todas maneras. Yo tengo quince.
MANUEL (sonriente): Lo sabía. (Acércase y le coge una mano).
Por eso me gustas más.
ANA (con brusquedad y temor): Déjame. (Quítale la mano).
Aprietas muy fuerte. Como en el baile. Y eso no me
gusta.
MANUEL: Tendrás que enseñarme a ser más suave.
108 Fernando Cuadra

ANA (con sorpresa): ¿Yo? (Cógele una mano a Manuel).


Tienes los dedos duros... y callosos.
MANUEL: Es mi oficio.
ANA: Y las uñas muy cortas y sucias. (Aléjase soltándole la
mano). ¡Uf! ¡Y ese olor a aceite!

(Manuel acércasele rápido y va a besarla).

ANA (escudándose detrás de un árbol, temblando de miedo):


¡No me toques!
MANUEL (tenso): ¡Bien, bien, preciosa! Haré todos tus ca-
prichos, ¿oyes? Pero después, tú harás todos los míos,
¿convenido? (De nuevo se acerca, pero ahora muy
lentamente).
ANA (chillando): ¡No te muevas! (Pausa). Por favor...
MANUEL (jadeante): ¡Pero es que tengo que tocarte! ¿Oyes?
¡Tengo que tocarte!...

(Un silencio).

(Ana, con los ojos fijos en Manuel, deslízase apoyada en el


tronco hasta quedar sentada en el suelo. Lenta, alárgale una
de sus piernas, Manuel cae de rodillas y le besa el pie).

ANA (riendo): ¡Oh! ¡Me haces cosquillas!


MANUEL (arrodillado): ¡Mi guagua!...
ANA (imitando el hablar de los niños pequeños): ¡Chi! ¡Yo
choy la legalona del papito glandote! (Ríe y en su risa
ahora parece aflorar una insospechada madurez).
MANUEL (acaríciale la pierna): ¡Buena! ¡Qué buena eres!
¡Toda! ¡No me imaginé nunca!
La Niña en la Palomera 109

ANA (poniéndose en pie con brusquedad): Tengo hambre.


M ANUEL (desconcertado): ¿Hambre? ¿Quiere comer?
¿Qué?
ANA: Qué sé yo... un sandwich...
MANUEL (levantándose): ¿Dónde lo voy a comprar?
ANA: Bah... ahí en el restorán, pues. Todavía es temprano. Está
abierto. De aquí se ve. Mire...
MANUEL: Pero que sea lo último, eh...
ANA (recostándose de nuevo contra el árbol): Chi... Papi-
to...
(Manuel, irreprimible, acércase y se deja caer de rodillas.
Ana ríe y, con cierto temor y violencia mezclados, lo rechaza
con el pie).
MANUEL (levantándose): ¿No se me irá a arrancar?

(Ana encógese de hombros. Manuel guíñale un ojo y sale


rápido).

ANA (mirando en su derredor): Hum... se parece al cine.

(Resurge la melodía del organillo. Cargada de sensualidad,


Ana se recuesta en el tronco, pensativa. De pronto, se fija en
el clavel que lleva prendido en el pecho. Despréndelo con
suavidad y lo coge entre ambas manos, elevándolo hasta sus
ojos, muy lenta. Quédaselo mirando como fascinada. Una in-
sospechada dulzura aparece en su rostro. Mas, repentinamente,
aprieta el clavel con violencia entre sus manos y lo arroja lejos
de sí, como encolerizada consigo misma. Después, empieza a
reír lentamente. Regresa Manuel con un paquete pequeño y
una botella descorchada).
110 Fernando Cuadra

MANUEL (pasándole el paquete a Ana): ¿Contenta? (Déjose


caer al suelo al lado de Ana. Esta se acomoda, apoyando
su cabeza en el pecho de Manuel).
ANA (desenvuelve el paquete y coge un sandwich. Muérdelo):
¡Uf! ¿Tú no quieres?
MANUEL: No...
ANA: Parece de suela...
MANUEL (enciende un cigarrillo): ¿Está contenta, mi gua-
gua?
ANA: No sé...
MANUEL: ¿Me quiere? ¿Me quele? ¿La niña quele a su papito
glandote?
ANA (mira fijamente a Manuel. Con voz en la que de nuevo
aflora una extraña madurez): Tonto. Yo no vine aquí para
querer a nadie. Vine a saber. Eso es todo. (Arroja lejos el
pedazo de pan y besa ardorosamente a Manuel).
MANUEL (acariciándola): Guagua...
ANA (abofetea a Manuel con cierta fuerza): No me manosees
así. Estás todo transpirado... y con olor a aceite. (Coge
el cigarrillo de Manuel y fuma con cierta torpeza in-
fantil).

(Un silencio).

MANUEL: Estaba pensando...


ANA (devuélvele el cigarrillo, sin mayor interés): ¿Qué?
MANUEL: No podemos venir a lugares así. Es peligroso.
ANA: ¿Acaso yo he tenido miedo?
MANUEL: No. No se trata de eso. Lo digo por mí. ¡Imagínate!
¡A la hora que nos merecen pillar!
La Niña en la Palomera 111

ANA (ríe con un leve desenfado ahora): Mejor. Nos llevan


presos. Y salimos en todos los diarios.
MANUEL: ¡Muy bonito!
ANA (con cierta angustia): ¿Me quieres? ¿Pero de verdad?
MANUEL: ¿No te lo demostré?
ANA (con honda decepción): Ah. ¡Si eso es todo, a mí me
contaron puras mentiras!
MANUEL (con codicia en su voz): Oye, a ti... ¿no te gustaría
que nos viéramos más seguido?
ANA (con un estremecimiento): No sé...
MANUEL: ¿Cómo es eso? ¿No te importaría si no nos vemos
más?
ANA (para sí, en voz baja y con amargura): ¿Por qué habría
de importarme?
MANUEL (cínico y vulgar, sin percibir en absoluto la angustia
de Ana): Ya sé lo que eres. Una putita macanuda.
ANA (tensa y dolorida por la palabra): Y tú, un desgracia-
do.
MANUEL (duro): ¿Qué dijiste?
ANA (estallando su abrumadora tensión): ¡Un desgraciado!
¡Un desgraciado!...
MANUEL (semiincorporado): ¡Cállate...!
ANA (vencida por su tensión, levántase violenta): ¡Que me
oigan! Que venga quien quiera. (Ahogándose de asco
por sí misma). ¡Yo diré que me trajiste a la fuerza! ¡En-
gañada! (Sollozante). ¡Mintiéndome! (En un aullido en
el que hay temor y vergüenza). ¡Desgraciadoooooo!...
MANUEL (semiarrodillado): ¡Cállate...!
ANA (acezante): ¡Me engañaste! ¡Me dijiste que todo iba a
estar en mis manos al tiro! ¡Que sólo los tontos espera-
112 Fernando Cuadra

ban! ¡Pero tampoco es cierto! (Con un nuevo aullido).


¡Desgraciado!...

(Manuel termina por incorporarse muy rápido y abofetea a


Ana. Esta azota la cabeza contra el árbol).

MANUEL (asustado, estréchala entre sus brazas): ¡Anita!


Anita... ¡Perdóname!...
ANA (con voz débil): ¡Quiero irme...!
MANUEL (respirando más tranquilo): ¡Sí, sí, mi guagua!
(Abrázala con honda pasión). ¡Perdóname! ¡Perdóname!
¡Te quiero, guagua! !Haré lo que me pidas! No sé... ¡Oh,
mi guagua!...
ANA (con voz pequeña): La niña quele irche...
MANUEL: ¡Claro, claro! (Levántase con Ana apoyada en
él). Oye... (Detiénese como iluminado por una idea
repentina). (Pausa. Serio). ¿Quisieras que te estuviera
mirando siempre?
ANA: Hum...
MANUEL (con decisión): Voy a llevarte conmigo. A mi casa.
ANA (con asombro): ¿A tu...? (Riendo). ¿Y tu mujer? ¿Qué
piensas hacer con ella?
MANUEL (lento y con deliberada crueldad): Después de lo que
has hecho, ¿te gustaría volver a tu casa? ¿Crees que te
recibirán? ¡Tú misma me has dicho cómo es el viejo!
¡Si no te mata, pasa raspando!
ANA (mirándolo fijamente): Mi casa está al frente.
MANUEL: Mejor.
ANA: ¿Cómo ?
MANUEL: ¿No te das cuenta? Nadie pensará buscarte ahí.
La Niña en la Palomera 113

Tendrás que permanecer escondida, eso sí. ¡No más de


quince días, mientras pido mi retiro y el desahucio... y
después! ¡Puchas, guagua! Vamos a ser recontra feli-
ces.
ANA: Hum.. (Con leve entusiasmo). ¿Iremos donde yo quie-
ra?
MANUEL (como jugando, se desplaza alrededor del árbol):
¡Chi!
ANA (siguiendo el juego): ¿Me... comprarás lo que a mí me
gusta?
MANUEL (ídem): ¡Chi! ¡Chi!..
ANA (detiénese, lenta): Creo que te voy a querer... a lo me-
jor.
MANUEL (cogiendo a Ana por una mano): ¡Vamos!

(Salen rápido por un extremo, en tanto se apaga la perspectiva


de la Quinta).

(Por la derecha entra don René, tambaleándose. Ahora viene


francamente ebrio. Comienza a subir por la escalera de la
casa. La señora Luisa despierta por el ruido que hace don
René. Levántase y va a abrirle, cuando don René lo ha con-
seguido y entra estrepitosamente).

DON RENÉ: ¡Epa! (Entra violentamente y se estrecha contra


la mesa del comedor). ¡Todo oscuro, por la misma
mierda! (La señora Luisa enciende la luz). ¡Eso! ¡Para
eso pago la luz re todos los meses! (Da un puñetazo a
la mesa).
SRA. LUISA: ¡Viejo!...
114 Fernando Cuadra

DON RENÉ: ¿Qué? ¿Ya va a comenzar con sus lloriqueos de


todas las noches? Toy borracho, pues... ¿y qué? ¡Pero
hoy día me fue re contra bien, vieja linda! Toda... ¡Toda
la plata para usté! ¡Para que se dé sus gustos...! (Saca
la mano vacía del bolsillo y quédasela mirando con
inmenso asombro).
SRA. LUISA: Viejo... Está bueno ya.
DON RENÉ: ¡Bah! ¿No estoy en mi casa? ¡Yo pago! ¡Y déje-
me tranquilo (Empuja con violencia a la señora Luisa
y se dirige a la cocina. Vuelve con una botella de vino.
Siéntase a la mesa y bebe de la misma botella).
SRA. LUISA: No tome más. Se va a enfermar.
DON RENÉ: Yo sé lo que hago, vieja jodía. (Torna a beber de
la botella y se le derrama el vino por el cuello y camisa).
¡Jipiiiii!... ¡Esto es alegría, mi alma! ¡Déjeme siquiera
tener esta alegría, que la vida para mí ha sido siempre
puro trabajar! ¡Eso es lo que nunca ha entendido la pará
de su hija!
SRA. LUISA: Sí, viejo...
DON RENÉ: ¡Pero algo la he corregido, aunque haya sido a
golpes! ¡Y más debiera haberle pegado! ¡Así me ense-
ñaron a mí! ¡Así debí enseñarla a ella!

(Óyese un reloj lejano, cuyas campanadas resuenan en la


noche silenciosa. La señora Luisa alza la cabeza y escucha
en dirección al balcón).

SRA. LUISA: No ha llegado... ¡Y es tan tarde!


DON RENÉ: ¿Qué?
La Niña en la Palomera 115

SRA. LUISA (con un grito incontenible): ¡Anita! ¡No está!


¡Tiene que salir a buscarla!
(Por el fondo de la calle, aparece la Patota y avanza hasta
la esquina. Mientras avanzan, canturrean y ejecutan pasos
de baile. Caminan ebrios casi la mayoría).

SRA. LUISA (a la Patota): ¿Viene con ustedes mi niña?


LA PATOTA (detenidos): ¿La niña? (Mirándose unos a otros).
JUAN: ¿Qué niña?
LA PATOTA: ¿Una niña chiquitita?
JUAN (lloriqueando): A alguien se le perdió una niñita chi-
quitita... ¡Ah!
LA PATOTA: Tugar... tugar... Salir a buscar...
SRA. LUISA: ¿Que no fue con ustedes?
JUAN: Estimada señora, estos caballeros vienen del Club de
la Unión.
SRA. LUISA (con exasperación y un extraño imperio en la
voz): ¿Fue o no?
ALBERTO (detenido y con gravedad): No la vimos allá, señora
Luisa.
JUAN (como justificándose): Pero la convidamos.
(La señora Luisa vuelve al comedor).

(La Patota permanece un instante silenciosa y después se


toman de las manos y giran en ronda, cantando y riendo
de nuevo, a excepción de Alberto, que no se integra al
jolgorio).

LA PATOTA: La niña se perdió... Mandarín ... La niña se per-


dió... Mandarín... La niña se perdió... Mandarín...
116 Fernando Cuadra

(Siempre riendo y gritando, salen por la derecha. Alberto


tras ellos camina lento y preocupado).

SRA. LUISA (semidescontrolada, remece a don René): ¡Tienes


que salir a buscarla! ¡Donde sea que esté metida!
DON RENÉ (se pone en pie): Claro... (Dirígese a la puerta).
SRA. LUISA (descontrolada): ¡Espere! ¡Váyase mejor usté por
ahí, por Erasmo Escala! Por ahí debe andar.

(Don René sale rápido a la calle, aunque tambaleante. Casi


de inmediato sale tras de él la señora Luisa, angustiada, par-
tiendo ambos en direcciones distintas).
(La calle permanece solitaria y silenciosa por algunos instan-
tes. Al cabo de ellos, aparecen por el fondo, semiabrazados y
sigilosos, Manuel y Ana. Tensos, se detienen, atisbando la calle.
Después, avanzan como si anduvieran en puntillas. Tornan a
detenerse en la esquina de la casa de Manuel y, de nuevo, miran
en su derredor. Manuel abre la puerta de su casa).

(Manuel entra en la casa y silencioso se encamina hacia


el dormitorio. Observa a Elsa que ahora duerme un sueño
pesado y profundo. Vuelve a la puerta, pero tropieza y está a
punto de caer).

(Ana ya no puede seguir controlando sus nervios y deja es-


capar una aguda carcajada, que parece retumbar en la calle
silenciosa. Manuel acércase rápido y, apretándola contra su
cuerpo, tápale la boca con una mano, pero Ana se zapa y su
risa ahora se tiñe de un matiz de temor e histerismo. En el
mismo instante de la carcajada, jadeante, aparece la señora
La Niña en la Palomera 117

Luisa por el fondo de la calle. Ha oído la carcajada de Ana y


la ha reconocido).

SRA. LUISA (detenida y desconcertada, no atina adónde ir.


Plañidera): ¡Anita!... (Avanza hacia primer plano).
MANUEL (empujando a Ana dentro de la casa, con cierta
dureza): ¡Entra, pues...!
SRA. LUISA (llegando a la esquina de la casa de Manuel):
¡Hijita, por Dios!... (Desolada). ¿Dónde?... ¿Dónde
está...? ¡Señor...! ¿Dónde?...

(Manuel y Ana han entrado en la casa).


(La señora Luisa deja caer los brazos y échase a llorar
con honda y desgarradora amargura, en medio de la calle
solitaria).

(Óyense otras campanadas. También de nuevo una bocina


de tren, muy lejana y, por fin, la luz se va extinguiendo len-
tamente).

OSCURECIMIENTO
118 Fernando Cuadra
La Niña en la Palomera 119

ACTO TERCERO

El escenario permanece a oscuras, mientras se oye la


melodía del organillo, lenta y melancólica. Luego, el escenario
va iluminándose gradualmente. La señora Luisa vese afanada
por el almuerzo en su minúscula cocina. Sin embargo, ahora
su actitud tiene un matiz distinto. De vez en cuando quédase
como ensimismada. Evidentemente, recuerda a Ana. Hace
pequeños viajes al comedor y al balcón, sin ningún motivo
aparente o justificable. Es en este instante, en el que la señora
Luisa cobra toda su trágica sensación de soledad y asombro
frente a un mundo que no logra ni puede entender. Daniel
trabaja en el taller como todos los días, pero también su ac-
titud ha variado en la dinámica. Sin saberlo, naturalmente,
al igual que la señora Luisa, su quehacer está interrumpido
por frecuentes salidas a la calle: adviértese en estas salidas
un marcado afán por comunicarse con alguien. Sólo hallará a
la Patota que ríe y se burla, como de costumbre sin que pueda
significar un probable elemento de comunicación. No obstante
esto, Alberto intentará acercarse a Daniel.
La casa de Manuel vese silenciosa y, al parecer, vacía,
aunque ahora descuidada. La puerta de la casa de la señora
Juana está cerrada.
Por un instante, disminuida ya la música del organillo,
la calle cobra una extraña quietud, levemente turbada por
120 Fernando Cuadra

la brisa que suele agitar las hojas de los álamos. Los ruidos
de la ciudad percíbense amortiguados, pero son los mismos
repetidos con monótona insistencia.
De súbito, irrumpe en la quietud de la calle, por el fondo,
la Patota, que avanza jugarreteando, chanceándose y riendo,
como siempre; bulliciosa, alegre y despreocupada.
JUAN: Chitas la película pa’ mala, oh...
LA PATOTA: ¡Bah!
JUAN: ¡Y para peor, re toda cortada!
ALBERTO: ¡Anda, oh! ¿Cuándo? ¡Este es más!
JUAN: ¡Ah! ¡Cómo estaría de dormido! ¡Acuérdense! De re-
pente, la galla está en calzones, ¿no?
LA PATOTA: ¿Sí!
JUAN: ¡Ah! ¿Ven? ¿Y cómo al tiro se veía con su trajecito de
novia, ah? (La Patota ríe).
ALBERTO: ¿Y eso qué tiene que ver?
JUAN: ¡Güena, oh! ¡Como vos cada día soy puro pajarón! ¿Sabí
que más? ¡Seguro que la galla esa estaba pagando por
adelantado! (La Patota torna a reír estrepitosamente.
Ya han llegado al taller).
DANIEL (saliendo a la calle): Hola...
LA PATOTA: Hola...
JUAN: Se te saluda, oprimido...
ALBERTO (a Daniel): ¿Y, te decidiste?
DANIEL: Todavía no.
ALBERTO (asombradísimo): ¿Cómo?
JUAN (que se ha levantado): ¡Puchas! ¿Así que terminaste de
estudiar todo fregado para no saber qué hacer?
LA PATOTA: ¡Güena, Ejército de Salvación!...
La Niña en la Palomera 121

JUAN (encarándolos): ¡Bah! ¿No es cierto acaso? Tanta bulla


que la juventud aquí, que la juventud acá para después
terminar como éste, sin saber qué hacer.
ALBERTO (como estremecido): ¡Tení razón, Juan!
JUAN (con cierto calor): ¡Bah! (Siempre a la Patota). ¿Quién
diablos se ha preocupado alguna vez de nosotros, ah?
(Con extraña exasperación). ¿Qué tanto jodernos, por
la mierda, si todo el tiempo nos han dejado solos y
cuando metimos la pata, entonces arman ni que mansa
alharaca? ¡Eso es lo que a mí me quema! (Aléjase un
poco de la Patota, estremecido y, al parecer, un poco
avergonzado de haberse descubierto tanto. Un silencio.
La Patota no atina qué hacer y permanece callada por
un momento).
ALBERTO (acercándose a Daniel): Tiene razón, ¿no es cierto?
(Daniel afirma silencioso. Pausa). Oye... ¿es en serio lo
que dijiste?
DANIEL: Es que no tengo nada seguro. A lo mejor entro a la
Universidad Técnica.
ALBERTO: ¡Puchas! ¡Tení que seguir, Daniel!
DANIEL (con extrañeza): ¿Por qué estás tan interesado?
ALBERTO (con leve emoción): Porque sería bonito.
DANIEL: ¡Claro! No estoy muy seguro..., pero creo que me
gané una beca.
ALBERTO (feliz, llamando): ¡Juan! ¡Veni pa’cá! (Juan y la
Patota se acercan). ¡El Daniel se va a ganar una beca,
oh!
JUAN (a Alberto): ¿Y a voh qué te pasa que estás tan interesado
en los estudios, ah?
ALBERTO (confundido): Bah...
122 Fernando Cuadra

JUAN: No te acordai que te echaron por repitente sempiterno.


ALBERTO (con cierta rebeldía): ¡Bah! ¡Si me da la gana, me
pongo a estudiar yo también, pues!
LA PATOTA: ¡Peligro! ¡Peligro!
JUAN (señalando a Daniel): ¡Señores! ¡Él quiere seguir es-
tudiando!
LA PATOTA (con voz sepulcral): No.
JUAN: ¿Culpable, entonces?
LA PATOTA: ¡Culpable! (Con gritos y «chivateos», inicia la
Patota lo que ellos consideran una «danza india», alre-
dedor de Daniel. Alberto permanece ajeno, aunque mira
y sonríe. La Patota aullando). ¡Bomba! ¡Puuuuuumm!
(Ríen a carcajadas).
DANIEL (desprendiéndose, acércase a Alberto con cortedad):
Oye, Alberto..., ¿Han sabido algo?
ALBERTO: ¿De la Anita? (Daniel afirma). Nada. (Pausa).
JUAN (a Daniel): ¿Apuesto que sé de quién estabas hablando?
(Daniel encógese de hombros).
LA PATOTA: ¡Bah! ¡De la chicoca, pues!
JUAN: ¡Se la tragó la tierra!
LA PATOTA: ¡Eso!
JUAN: ¡Paf! ¡Desintegrada!
LA PATOTA: ¡Buuuuumm!
JUAN: ¿Quieres saber dónde está? (Daniel sonríe tímido).
LA PATOTA (riendo): ¡Sí, claro!
JUAN: ¡Preguntémosle a la vieja!
LA PATOTA (creciendo en su risa): ¡Sí, sí!
DANIEL (tratando de detener a Juan): ¡No, Juan...!
JUAN (desprendiéndose con cierta violencia): ¡Bah!
ALBERTO: ¡Cómo se te ocurre, oh!
La Niña en la Palomera 123

JUAN: ¡Bah! (Acércase al balcón, tras él la Patota adopta una


postura muy seria. Gritando). ¡Señora! ¡Señora! (Ha
gritado con cierta urgencia).
SRA. LUISA (acude rápida. Asomándose al balcón. Al ver a la
Patota, con leve inquietud y esperanza): ¿Qué quieren?
JUAN (con supuesta ingenuidad): ¿Volvió ya la Anita del
veraneo?
(El rostro de la señora Luisa se endurece. Vuelve al comedor,
sin decir palabra. Siéntase y llora silenciosamente).
JUAN: ¿De su veraneo, dije? De su joneimun. (La Patota estalla
en una carcajada brutal).
ALBERTO (aferra a Juan por un brazo): ¡No tiene ninguna
gracia!
JUAN (suéltase violento): ¡Déjame, oh! (Daniel gira y entra
en el taller).
(La Patota lo mira alejarse y después empieza a jugar a las
cartas, talladas por Juan. Alberto ya no se mezcla en el juego
y se limita a observar).
(La señora Juana sale de su casa. Ve a la Patota. Vacila un poco
y opta por cruzar la calle. Trae consigo un pequeño envoltorio.
Dirígese a casa de Ana. Al cruzar delante de la Patota, ésta
la saluda con amplios ademanes y reverencias)
JUAN: ¡Viva su majestad Chabela!
LA PATOTA (ríe y aplaude): ¡Viva! (La Sra. Juana sin mirar-
los, sube por la escalera. Golpea en la puerta. La Sra.
Luisa sécase las lágrimas rápidamente con el borde del
delantal. Levántase y abre).
124 Fernando Cuadra

SRA. LUISA: Ah... pase...


SRA. JUANA (entrando): ¿Cómo ha amanecido?
SRA. LUISA (indícale una silla): Asientito...
SRA. JUANA (sentándose): Vengo por un ratito no más.
SRA. LUISA (sin mayor interés): ¿Ah, sí?
SRA. JUANA: Tengo que ir lueguito al hospital, pues. ¡Pobre
mujer! (Pausa. Como escrutando el rostro de la Sra.
Luisa). ¿Y usté cómo ha estado? (La Sra. Luisa encógese
de hombros y sonríe con debilidad). ¡Oh! ¡No hay que
echarse a morir, pues, por Dios! ¡Anoche me dio por
soñar con usté las cosas más raras y me desperté tan pre-
ocupada! (Por el envoltorio). Aquí le traigo estas yerbitas.
No hay nada mejor como agua pasto para la pena.
SRA. LUISA (sonríe con amargura): ¡Yerbitas para la pena!
SRA. JUANA: ¡Bah! ¡Claro, pues! No ve que las penas siempre
se anidan en los nervios. (Deja el envoltorio en la mesa.
La señora Luisa afirma en silencio. Como tanteando el
terreno). ¿Ha sabido algo?
SRA. LUISA (pausa): Nada. (Un silencio).
SRA. JUANA (como si retomara una conversación interrum-
pida): ¡Que no la fuera ni a visitar, señora Luchita, por
la Virgen santa, sabiendo lo grave que estuvo!
SRA. LUISA (desconcertada): ¿Quién?
SRA. JUANA: ¡Don Manuel, pues! A la señora Elsita.
SRA. LUISA: (sin mayor interés): Ah... (Un silencio).
SRA. JUANA (mira a la Sra. Luisa un tanto extrañada por su
desinterés. Suspirando): ¡Ay, Señor! (Pausa). ¿Por qué
haría esta locura la Anita, no?
SRA. LUISA (animándose de inmediato. Con calor): ¡Pero mi
hija no es mala, señora Juana!
SRA. JUANA: Nadie dice eso.
La Niña en la Palomera 125

SRA. LUISA: Es... Cómo le dijera... Es... no es igual a nosotros,


¿entiende?
SRA. JUANA (con levísima sonrisa de incredulidad): ¿Cómo?
¿No la conoce bien?
SRA. LUISA: No. (Pausa. Con mayor convicción). No. Me he
ido dando cuenta de muchas cosas en estos días.
SRA. JUANA: Me imagino.
SRA. LUISA: No sé... Ha tenido que pasar esto para que yo lo
entienda. (Conmovida).
SRA. JUANA (lenta): Dura carga son los hijos, pues.
SRA. LUISA (con fuerza): No. Eso a mí no me importa. (Confu-
sa y dolorida). ¡No sé, no sé! Pero me hace falta su voz,
su risa... ¡Hasta su mal humor, señora Juana!
SRA. JUANA: ¡Cálmese!
SRA. LUISA (con fuerza y rebeldía): ¡No, no quiero calmarme!
¡Quiero a mi niña! ¡Aquí! (Golpéase el pecho). Aquí.
(Termina llorando con amargo desconsuelo).
SRA. JUANA (sin ninguna convicción): Tranquilícese. Vol-
verá.
SRA. LUISA: ¿Pero cuándo? ¡Eso es lo que no piensan los que
se van! En los que nos quedamos esperando... ¡Mirando
las cosas que fueron de ellos! (Con sobrio llanto). ¡Sus
vestidos... Sus zapatos... La cinta con que se amarraba
el pelo, cuando se lavaba la cabeza! ¡Y todo eso duele,
señora Juana! ¡Duele!
SRA. JUANA: ¡Va a salir enfermándose si sigue así!
SRA. LUISA: Qué importa...
SRA. JUANA: Debe estar bien para recibirla... cuando vuelva...
SRA. LUISA (con dura emoción): ¡Si vuelve, no voy a decirle
nada! ¡La voy a querer más! Lo único. (Un silencio).
SRA. JUANA: ¿Qué horas serán?
126 Fernando Cuadra

SRA. LUISA: Tarde parece.


SRA. JUANA (levántase rápida. Dirígese a la puerta. Tras
ella, la Sra. Luisa): ¡No se olvide tomarse las yerbitas!
¡Santo remedio! (La Sra. Luisa le abre la puerta). ¡Hasta
lueguito! ¡La voy a encomendar a San Judas Tadeo, abo-
gado de lo imposible! (La Sra. Luisa cierra la puerta.
Dirígese al comedor y coge una camisa que hay sobre
la mesa. Siéntase y empieza a remendarla).
(La señora Juana sale a la calle y cruza delante de la Patota
que juega a los naipes, entusiasmados todos. Dirígese al fondo
de la calle. Está a punto de desaparecer, cuando aparece Ma-
nuel. Míralo un instante y opta por irse. Manuel viste ahora con
mayor acicalamiento. Se le ve fresco y satisfecho y se desplaza
con paso elástico y juvenil. Bajo un brazo trae un paquete
con cintas y papel de regalo. Silbando muy alegre, entra en la
casa y se dirige a la cocina, cerrando la puerta tras suyo con
sumo cuidado. Con extrema lentitud ilumínase el desván con
una luz verde y opaca, como de acuario. El techo inclinado
del desván está tapizado con fotos de estrellas de cine y se ven
diseminadas por todos los lugares posibles revistas, también de
cine. A la derecha hay una pequeña ventana que permite ver
el cielo. Sobre un colchón, en enaguas y con aspecto de mayor
madurez, Ana, recostada, fumando con displicencia. Ana fuma
y parece contemplar las volutas. Menea su pierna izquierda,
sobre la rodilla de la derecha flexionada. De vez en cuando,
canturrea muy bajito. Al hablar lo hará en voz baja, igual que
Manuel, pero Ana se traicionará a veces, con pequeñas risas y
chillidos. Tórnase a oír la melodía del organillo, triste ahora.
Luego decrece para desaparecer por completo. Por el fondo del
desván, aparece Manuel. Su entrada produce la impresión de
La Niña en la Palomera 127

que sube trabajosamente. Sin subir por completo, con amplia


sonrisa, le arroja el paquete a Ana).
ANA (dando un chillido, déjalo caer a un lado del colchón):
¡Bruto!
MANUEL (riendo): ¿Se asustó?
ANA (remedándolo): «¿Se asustó?». ¡Todo el tiempo haciendo
las mismas estupideces!
MANUEL (termina de subir, siempre sonriente): ¿Está de mal
genio, mi guagua chica?
ANA (irguiéndose con rapidez): ¡No! ¡Cómo se te ocurre! ¡Si
es para pasárselo riendo, encerrada aquí!
MANUEL: ¡Pero usted sabe por qué, pues!
ANA: ¿Qué te has creído? ¡Llevo más de quince días metida
en este hoyo! (Arroja el cigarrillo con violencia).
MANUEL: ¡Le compré lo que me pidió!
ANA: No me gusta.
MANUEL (de rodillas a su lado): ¡Pero si no lo ha visto! (Coge
el paquete para desenvolverlo).
ANA: Ni pienso mirarlo tampoco. Lo único que quiero es salir
de aquí.
MANUEL: No todas las cosas pueden hacerse como a uno le
gustan.
ANA (hiriente): ¿Ah, sí? ¡Fíjate qué novedad! ¡No haberme
hecho tantas promesas, entonces!
MANUEL: Usté sabe cómo es el papeleo en cualquier asunto.
Pero más pronto de lo que se imagina nos vamos a ir de
aquí. Palabra.
ANA: Yo quiero saber cuándo, con seguridad... Porque sino,
voy a bajar cualquier día y me mandaré cambiar adónde
me dé la gana.
128 Fernando Cuadra

MANUEL: ¿Pero no lo va a hacer verdad?


ANA: ¿Ah, no? (Inicia un desplazamiento). Ahora mismo.
MANUEL (abrázala): ¡No! ¡Por favor!
ANA (recházalo con violencia): ¡Déjame! (A pesar de su vio-
lencia, hay temor y cansancio en Ana) ¿Crees que es
muy bonito estar escondida aquí y días y días, sin oír
otra voz que la tuya? ¡Para ti será fácil! ¡Ah! ¡Y con el
miedo que tienes de que nos pillen!
MANUEL: ¿Qué habríamos hecho, ah?
ANA: ¡Habernos mandado cambiar al tiro! ¡No estar esperando
leseras!
MANUEL: La plata nunca ha sido una lesera.
ANA (despectiva): Ah.
MANUEL: ¿Y cómo, entonces?
ANA: ¡Qué sé yo! Tú eres el hombre, ¿no? ¡Tú me metiste
en esto!
MANUEL: Pero usté dijo que sí. Vino por su gusto.
ANA (míralo fijamente): ¿Y qué? (Pausa lenta). Si nos pilla-
ran... ¿a quién piensas tú que le creerían? ¿Ah? Tú mismo
lo dijiste. Soy menor de edad.
MANUEL (abrázala súbitamente, como aferrándose a Ana):
¡No me dejes nunca, Ana! (Pausa. Concentrado) ¡Por
ti sería capaz de cualquier cosa!
ANA (lenta y sonriente. Hay un matiz de inocultable crueldad
en su voz): ¿Seguro? (Manuel afirma). ¿Cualquier cosa?
(Manuel torna a afirmar). Llegó el momento, entonces.
MANUEL: ¿De qué?
ANA: Tengo hambre. (Manuel la mira desconcertado). Sí,
hambre. (Ana échase a reír violentamente).
MANUEL (desconcertado): ¿De qué te ríes?
La Niña en la Palomera 129

ANA (riendo aún): ¡De tu cara de estúpido! (Tiembla entera).


Nunca pensé que un hombre podría ser tan estúpido.
(Torna a reír con fuerza. De pronto, interrumpe su risa.
Con desprecio). Eso lo podrás hacer, me imagino. Darme
de comer. Sino, bajo a la cocina.
MANUEL (rápido): ¡No!
ANA: ¿Por qué?
MANUEL (pausa. En voz baja): Puede llegar cualquiera de
estos días.
ANA: Hum...
MANUEL: Tenemos que ser prudentes. Ahora más que antes.
Estamos a punto de lograrlo todo.
ANA (amarga): ¡Palabras!...
MANUEL: ¡No! ¡No son palabras! ¡Mire! (Va a sacar unos
papeles del bolsillo trasero del pantalón)
ANA: No me interesa. Ahora tengo hambre.
MANUEL: Ya voy...
ANA: Menos mal. Y recuérdalo. (Con un nuevo repunte de
histerismo y agotamiento)... ¡Este es uno de los últimos
días que sigo encerrada! ¡Ya no doy más! (Dale un fuerte
puntapié al paquete).
MANUEL: ¡Sí, sí! Claro ¡La entiendo! ¡Cuando lea estos pape-
les, va a ver que es cierto! ¡Que he hecho todo lo que he
podido! ¡Mire el regalo mientras tanto!... (Ana encógese
de hombros. Manuel empieza a bajar. La luz del desván
va disminuyendo lentamente).
(Hace un momento, Elsa ha aparecido por el fondo de la calle.
Se la ve muy pálida. No muestra en su figura huella alguna
de su embarazo. Trae consigo un bolso plástico y un paquete.
130 Fernando Cuadra

Camina con relativa lentitud, como si estuviese muy fatigada.


Manuel sale de la cocina con una asadera. La coloca sobre la
mesa del comedor. Del buffet saca un plato y servicio y em-
pieza a cortar la carne. En ese momento, Elsa abre la puerta
y entra. Manuel, casi de espaldas, no ve a Elsa. Esta deja el
bolso y el paquete en una silla y, semisonriente avanza hacia
Manuel. Detiénese).
ELSA (extendiendo los brazos): Negro...
MANUEL (gira muy rápido. Al ver a Elsa empalidece y deja
caer el cuchillo. No se acerca): ¡Ah...! ¿Cuándo lle-
gaste?
ELSA: ¡Recién, pues cariño...!
MANUEL (por el bolso y el paquete): ¿Tus cosas? (Elsa asiente.
Manuel va a cogerlas y, al pasar, cierra la puerta de
la cocina que permanecía abierta. Elsa deja caer los
brazas desalentada. Manuel lleva el bolso y el paquete
a la cama. Arrójalos con indisimulado nerviosismo).
Podías haberme avisado, ¿no?
ELSA: Quería darte una sorpresa...
MANUEL: ¡Sorpresa! ¡Ah! ¡Te conozco tan bien!...
ELSA: ¡No te entiendo, negro!
MANUEL: ¡Ah! ¡Te viniste sin avisar, a ver si me podías pillar
en algo!
ELSA: ¡Nunca me ha pasado por la cabeza hacer una cosa
así!
MANUEL: ¡Hum! Eso, que te lo crea la vieja de tu madre.
ELSA: ¡Oh, mi negro! ¡Me desesperaba allá en el hospital!
Sobre todo en las noches.
MANUEL (duro): ¡Lo has hecho a propósito!
ELSA (lloriqueando): ¡No, no! ¡Créeme!
La Niña en la Palomera 131

MANUEL: ¡Y para rematarla, te vienes sola! ¡Así todo el mundo


va a comentar y tú podrás seguir haciéndote la víctima!
ELSA (con voz enronquecida): ¡El niño murió! (Un silencio).
MANUEL (con dificultad): ¿Murió? (Elsa afirma. Después,
muy lenta, camina hacia el dormitorio y se sienta en la
cama, abatida). Pero si cuando fui a verte...
ELSA (en voz baja): Lo tenían en una cámara de oxígeno.
MANUEL (incómodo y nervioso): Puchas.
ELSA: Tanto que me afané cosiendo y bordando. (Echase a
llorar, muy sincera esta vez).
MANUEL (pausa. Para sí, con honda preocupación): ¡Pu-
chas!
ELSA (míralo muy atenta): ¿Pasa algo?
MANUEL: No, no...
ELSA (levántase. Suspira): En fin... Habrá que seguir viviendo.
(Cruza hacia el comedor. Por el plato). ¿Esto es lo que
has estado comiendo?
MANUEL (controlando su molestia creciente): Sí.
ELSA (dirígese a la cocina): Voy a prepararte algo.
MANUEL (corriendo, interpónese entre Elsa y la puerta): ¡No!
¡No te preocupes!
ELSA (sonriente, pero extrañada): Pero, ¿qué te pasa?
MANUEL (tenso y parco en su explicación): ¡Me acostumbre
a comer así!
ELSA (con leve risa): ¡Estás muy nervioso!
MANUEL: ¿Yo?
ELSA (con lenta y complacida sonrisa): ¿O me has echado de
menos? (Acércase y cógele un brazo, casi como aspi-
rando el olor del cuerpo del Manuel) ...¡Ah, que falta
me hacías!
132 Fernando Cuadra

MANUEL (rígido): ¡Y tú, a mí!


ELSA (en voz baja): ¡Volvamos a ser como antes! ¡Te lo pro-
meto! ¡Pero hay que arreglar muchas cosas! (Apriétese
contra Manuel). ¡Estoy dispuesta!
MANUEL (con inseguridad): Claro...
ELSA (suplicante): ¡Abrázame, ¡Oh que Dios me perdone! ¡El
niño no me importaba!
MANUEL (como ahogado): ¡Oh!
ELSA (aférrasele con mayor fuerza): ¡Todo será mejor de ahora
en adelante! ¡Te lo aseguro! ¿Qué quieres que te haga
de comer ahora? ¡Dime! ¡Dime! ¡Dime!
MANUEL (recházala con instintiva violencia): ¡Déjame tran-
quilo! (Desplázase hacia el comedor).
ELSA (desolada): ¿Qué he hecho de malo? ¡Por favor! ¡No
quiero que te enojes conmigo!
MANUEL (abrumado; para sí): ¡Dios!...
ELSA: Es difícil vivir juntos, lo sé...
MANUEL (como desorientado): ¡Oh! ¡Qué problema!
ELSA (con viscosa solicitud): ¿Problema?
MANUEL (desbordado en su nerviosismo): ¡Problema! ¡Sí!
¡Problema! (Un silencio).
ELSA (sombría y vacilante, no atina qué hacer): Voy... voy a
prepararte almuerzo. (Inicia un movimiento).
MANUEL (en un estallido): ¡No quiero comer!
ELSA (mira a Manuel, como si empezara a vislumbrar una ver-
dad todavía confusa para ella): Claro... (Lenta, dirígese
al dormitorio y se recuesta, vestida). Tengo que cuidarme,
me dijeron en el Hospital. (Pausa. Con dolorosa sonrisa).
¿Sabes? No voy a poder tener más hijos. (Acurrúcase en
la cama, vuelto el rostro hacia el espectador).
La Niña en la Palomera 133

(Manuel, nervioso, desplázase hacia el comedor. Siéntase y


enciende un cigarrillo. Elsa, fatigada, empieza a dormirse.
Manuel se levanta y se aproxima en puntillas. Obsérvala un
instante; silencioso, vuelve al comedor, coge el plato y entra
a la cocina).
(Lentamente vase iluminando el desván. Ana ha desenvuelto
el paquete: tirado en el suelo, se ve un vestido de satén rojo,
escotado. Manuel sube llevando en alto el plato).
ANA (cuyo nerviosismo también ha crecido): ¿Fuiste al Wal-
dorf a comprarlo?
MANUEL (que termina de subir): ¡Chisst!...
ANA: ¿Qué pasa ahora?
MANUEL (indicando hacia abajo): Llegó.
ANA (con incontrolable risa nerviosa): ¡Ay, qué susto!
MANUEL: ¡No te das cuenta!
ANA: Llegó, sí, ¿y qué? Mucho mejor.
MANUEL: ¿Cómo?
ANA: A ver si esto se arregla de una vez por todas.
MANUEL: Sí, pero...
ANA: ¿Pero qué? ¿O te vas a hacer el olvidadizo ahora? (Imi-
tándolo). «En cuanto llegue la guatona, lo arreglamos
todo». ¡Bien, pues! ¡Llegó!
MANUEL (cauteloso): Hay que pensarlo un poco, ¿no?
ANA (ahogada por el asombro y el desprecio): ¿Pensarlo? ¿Qué
vas a pensar si ya no podemos echarnos para atrás?
MANUEL (lento): Pero es que sería mejor que...
ANA (dura): Bajamos y se lo decimos al tiro.
MANUEL (mirándola con fijeza): ¿Qué eres tú, Ana?
134 Fernando Cuadra

ANA (estremécese como tocada por algo terrible, sonríe con


lenta y dolorosa sonrisa): Esto... (Acércase a Manuel y
lo besa ardorosamente).
MANUEL (acariciándola): ¡Guagua! ¡Mi guagua!
ANA (Recházalo con violencia): ¡No! Aclaremos primero el
asunto.
MANUEL (jadeante): ¡Después!...
ANA (con dureza y como defendiendo lo único que le va res-
tando): No. Ahora.
MANUEL (torna a abrazarla): ¡Guagüita mía! ¡Mía!
ANA (déjase abrazar, rígida, pero a continuación se despren-
de del abrazo de Manuel y se sienta, con las piernas
cruzadas): Ahora, en serio... ¿qué vamos a hacer? (Un
silencio).
MANUEL (también se sienta): Yo creo que hay que darle un
poco de tiempo.
ANA (con dolorida sorpresa, pero reprimida): La quieres.
MANUEL (con urgida explicación): Recién sale del Hospital.
ANA: La quieres.
MANUEL: Está enferma, ¿no?
ANA (con terca y dolorida obstinación): La quieres.
MANUEL: ¡Bah! ¡Palabra!...
ANA (con obstinación y dolor creciente): La quieres más que a
mí. De eso me di cuenta, cuando me llevaste a la Quinta.
No era ése el lugar, si me querías como dijiste. Y después,
cuando me trajiste a esta palomera. A esta inmundicia.
A esta porquería. Escondida como una ladrona. Esto
no era lo que yo había soñado y pensado tantas veces.
Eran otras cosas. (Coge algunas revistas y las enarbo-
la, temblorosa). ¿Ves? ¿Ves? Ahí está lo que me gusta.
La Niña en la Palomera 135

(Arrójale las revistas por el rostro. Pausa. Temblorosa).


¡No has hecho nada por mí! Sólo has quedado contento
tú... ¿Y yo? (Cógese los cabellos y se los tironea con
violencia. Manuel la abrasa con ruda ternura y pasión
entremezcladas. Sollozante, Ana se acuna en el pecho
de Manuel y vase calmando. Manuel saca del bolsillo
los papeles que antes Ana no quiso ver y que ahora ella
misma desenvuelve para leerlos. Ana se los devuelve a
Manuel. Sonriente y con la voz pequeña). ¿Cómo no le
había dicho nada a su niña chica?
MANUEL (ufano): Era la sorpresa para hoy, pues. ¿Me per-
dona?
ANA: Hum... ¡No sé...!
MANUEL (jugando): ¿Perdonado, ah? (Ana lo besa rápido y
fugazmente). Todo está listo. Mañana me dan el cheque
del desahucio.
ANA (indica hacia abajo): ¿Y, entonces?
MANUEL: Sin enojos, eh. Ni chillidos.
ANA: Habla.
MANUEL: Francamente, guagua. Quisiera arreglármelas a las
buenas.
ANA (cuya inseguridad fluctúa, agotándola al máximo): Lo
pensé siempre. Tú le tienes miedo a tu mujer. ¿O quieres
quedarte con las dos?
MANUEL: No diga leseras.
ANA (con hondo desprecio): Gallina.
MANUEL: Sin enojos, dije.
ANA (levantándose): Voy yo.
MANUEL (cógela por un brazo): ¡No seas tonta! ¿O vas a
echarlo a perder todo en el último momento?
136 Fernando Cuadra

ANA: Lo mejor es decírselo al tiro.


MANUEL (inseguro): ¿Tan apurada estás?
ANA: Quiero salir de aquí. Me ahogo. ¿Cuántas veces tengo
que repetírselo? No puedo ni dormir.
MANUEL (preocupado): ¿Es cierto eso?
ANA: ¡Claro! ¡Desde aquí sigo los ruidos de la calle! ¡Las risas
y gritos de la Patota! ¡Necesito gente!
MANUEL (mírala extrañado): ¿Qué le pasa ahora?
ANA (con desafío en su voz): ¿Qué? ¿Crees que siempre
voy a ser tu guagua chica? (Con gravedad dolorida).
Curioso...
MANUEL (cuyo desconcierto crece): ¿Qué?
ANA (con sorda irritación): ¡Nada! Pensé...
MANUEL: ¿De qué está hablando?
ANA (como si lo mirara desde muy lejos): De mí.
MANUEL: ¡Pero si todo lo que estoy haciendo es por usté! ¡Para
que seamos felices!
ANA: ¡Felices...! (Con breve risa amarga). Mira... Voy a contar
hasta cien y si antes de cien no me propones algo que
arregle esta porquería, bajo y le digo todo a tu mujer...
¡pase lo que pase! ¿Oyes?
MANUEL (entre preocupado e inseguro): ¿Amenaza?
ANA (mueve la cabeza negativamente. Sonríe lentamente):
Uno... Dos... Tres... (Sigue contando).

(La Patota irrumpe en una carcajada. Dejan de jugar y se


levantan todos los que juegan a las cartas).

LA PATOTA: ¡Listos!...
JUAN: Hasta más rato, ¿eh? A seguir trabajando, compañeros.
La Niña en la Palomera 137

(La patota ríe. Juan acercándose al taller; a Daniel,


alargándole la mano). ¿Amigos? (Daniel sonríe y le
aprieta la mano con fuerza. Alegre). Chao.
ALBERTO (acercándose al taller): ¿Vas a almorzar?
DANIEL: Sí.
ALBERTO: ¡Que te vaya bien!
JUAN (desde el fondo de la calle): ¡Eh! ¡Alberto, oh! ¿Vienes
o no vienes? (Alberto se encoge de hombros: despídese
de Daniel y termina por correr hacia la Patota, que lo
recibe con grandes exclamaciones). ¡Tai destiñendo,
cabrito!
(Casi simultáneamente con la salida de la Patota, aparece don
René, que se dirige a su casa y entra en ella. Al pasar frente al
taller, Daniel sale para detenerlo, pero don René, cabizbajo,
parece no verlo. Daniel sale hacia el fondo de la calle).
SRA. LUISA (dejando de coser): Bah... Tan temprano... ¿Cómo
le ha ido?
DON RENÉ: Bien.
SRA. LUISA (yendo a la cocina): Le voy a servir al tiro. (Don
René asiente como ensimismado. Se le ve mas enveje-
cido, sumido en honda preocupación, desazonado por
una angustia que no confiesa. La Sra. Luisa viene de
la cocina con dos platos y los coloca en la mesa. Sién-
tanse ambos y empiezan a comer en silencio. Don René
como dos o tres cucharadas. Después aparta el plato y,
cogiendo la botella de vino, sírvese un vaso que bebe
muy lentamente. La Sra. Luisa, dejando de comer). ¿Qué
no va a almorzar? (Don René no contesta). Viejo... No
tome tanto, ¿quiere?
138 Fernando Cuadra

DON RENÉ: Coma tranquila usté nomás... (Sírvese otro vaso.


Un silencio).
SRA. LUISA (sin poderse contener ya: es la pregunta que la
atormenta): Si vuelve la niña ¿qué va a hacer usté? (Don
René se levanta con brusquedad. Termina de beber su
vaso, con cierta violencia, y se dirige a la puerta. Sra.
Luisa, levantándose). Pero, viejo... (Don René sale y
vase rápido por el fondo de la calle).
(Sra. Luisa, que ha avanzado hacia la puerta, detiénese como
anonadada. Después, vuelve a la mesa y sigue comiendo
lentamente).
ANA: ¡Cien!
MANUEL: ¡Un momentito! ¡Bajo y vuelvo a decirte lo que ha
pasado! ¿Ah?
ANA (escéptica): Ojalá...
MANUEL (acércasele): Va a quedar contenta, mi guagua.
(Manuel besa a Ana en la nuca y baja hacia la cocina.
Paulatinamente, los ruidos de la ciudad van adquiriendo
su máxima resonancia. Por un instante, reaparece suave
la melodía del organillo. Manuel sale de la cocina y
entra en el comedor).
ELSA (con asombro, desde la cama): Bah... Creía que habías
salido. (Manuel no responde y permanece un tanto
indeciso. Ana se ha recostado: coge una revista, pero
casi de inmediato la arroja lejos de si con cierto furor).
Tienes llenos de tierra los pantalones... (Manuel, con
involuntario nerviosismo, sacúdese rápido. Indeciso
aún, enciende un cigarrillo y se sienta en el comedor.
La Niña en la Palomera 139

Elsa, guardando la ropa y el bolsón en el ropero). ¿Y los


niños? ¿Cómo están? ¿Cuándo iremos a verlos?
MANUEL: Cualquier día... (Sigue fumando. Levántase y se
acerca a la cama. Arroja el cigarrillo). Mira... Tenemos
que hablar.
ELSA (se incorpora, semisentada; muy pálida): ¿De qué?
MANUEL: De nosotros.
ELSA (temblorosa): ¿Ah?
MANUEL: Y es muy serio.
ELSA (cúbrese los oídos con ambas manos): ¡No quiero oír-
te!
MANUEL (violento): ¡Es que me vas a escuchar, caramba!
ELSA (moviendo la cabeza de izquierda a derecha): ¡No! ¡No!
¡No!
MANUEL (corre hacia Elsa y, con fuerza, quítale las manos
de los oídos, retorciéndole los brazos contra la espal-
da): ¡Sí! (Un silencio tenso y prolongado, en el cual se
escucha el jadeo lloroso de Elsa).
ELSA (de súbito, en un alarido estentóreo): ¡Me vas a dejar
negro!
MANUEL (suelta a Elsa con extrema violencia): ¡Ah! (Aléjase
al comedor).
ELSA (arrastrándose por la cama): ¡Me vas a dejar! ¡Me vas
a dejar!
MANUEL: ¡Uf!...
ELSA (febril): ¡Pero yo no te lo voy a permitir! ¡Eres tú el que
me importa! ¡Pero no me dejes! ¡Porque yo te quiero!
¡Te quiero!... (Un silencio).
MANUEL (lento y en voz baja): ¡Es una lesera que sigamos
juntos!
140 Fernando Cuadra

ELSA (con la mirada perdida): ¿Qué?


MANUEL (siempre en voz baja): Terminaría por odiarte tanto...
que cualquier día...
ELSA: ¡Aunque así fuera! ¡No me abandones! ¿Qué haría yo
sola?
MANUEL (duro): ¡No te faltará otro imbécil!
ELSA: ¡Te quiero! ¡Te quiero!
MANUEL: ¡Cortemos el disquito, eh!
ELSA (con sumisión): Sí, sí. Claro, mi negro. Tienes razón.
(Sonríe con débil y servil sonrisa). Habla nomás. Te
escucho. (Acomódase a los pies de la cama, sentada
sobre las piernas dobladas, muy tensa).
MANUEL (carraspea. Luego comienza muy lento y con cierta
dificultad. Ahora está enfrentando a una realidad defi-
nitiva. Ana deja de escuchar y se recuesta; enciende un
cigarrillo y fuma, reconcentrada en lo que ahora pien-
sa): Mira... Llevamos más de nueve años casados y... y
en todo este tiempo únicamente cuando pololeábamos,
yo viví contento... Nos han nacido cinco hijos... Pero...
nunca los he querido. (Elsa sonríe débilmente y asiente
muda y casi agotada por la tensión). Tampoco nunca
había querido a nadie.
ELSA (ahogada): Ah...
MANUEL: Ahora...
ELSA (desolada y en voz baja): No...
MANUEL: Hay una mujer...
ELSA: No...
MANUEL: ¡De la que estoy enamorado!
ELSA: No...
MANUEL: ¡Y que ya es mía!
La Niña en la Palomera 141

ELSA (jadeante y en voz baja): Mentira...


MANUEL: ¡Ah! ¡Dios! ¡Dios! ¡Dios! ¡Mía! ¿Entiendes? ¡Y
para siempre!
ELSA (convulsa): Nada es para siempre.
MANUEL: ¡Esto sí! ¡Lo sé!
ELSA (tensa, sin estridencia): No... ¡No!... ¡No!...
MANUEL: ¡Por eso, te dejo!
ELSA: No, no... ¡No! No me dejes. ¡Yo lo acepto todo!
ANA (que ha venido bajando, sale de la cocina, descalza y en
enaguas): Pero yo, no.
MANUEL (girando rápido): ¡Guagua!
ELSA (mirando a Ana como fascinada): ¿Ella?
ANA (sin prestar a Elsa mayor atención. A Manuel): ¿Te
arreglaste ya?
MANUEL (sumiso y confundido): ¡No!
ANA (cuya insolencia crece en medio de su propio descon-
cierto): ¿Se lo dijiste?
MANUEL: Sí.
ANA: ¿Y? (Manuel no contesta). ¿Sabes lo que te pasa? Le
tienes miedo, por eso no te decides. Pero yo no me voy a
quedar así. (Inicia su salida hacia la puerta de calle).
MANUEL (corre hacia Ana y la detiene): ¿Que haces?
ANA (desafiante): ¿No lo ves? ¡Me voy!
MANUEL: Guagüita.
ANA (con dureza): ¡Déjate de lloriquear como una mujer y haz
al tiro lo que tienes que hacer!
MANUEL: ¡Me voy con ella!
ELSA (se arroja sobre Manuel): ¡Yo no te dejo...!
(Ana, incontenible ya en su cara nerviosa, corre hacia Elsa con la
mano en alto, dispuesta a abofetear. Elsa empuja con las manos
142 Fernando Cuadra

empuñadas, a Ana, dándole un sordo golpe en el pecho. Ana re-


trocede tambaleante y se estrella contra la mesa del comedor).
ANA (a Manuel, desde el suelo, gritando enloquecida): ¡Má-
tala!...
MANUEL (levántase furibundo y corre hacia Elsa, con el puño
en alto. Déjalo caer en la cabeza de Elsa): ¡Desgraciá!
(Elsa, aullando ahora, salta de la cama e intenta huir
hacia el comedor, pero la alcanza otro golpe de Manuel).
¡Infeliz! (Elsa, siempre gritando, quiere escapar hacia
la calle, pero Manuel la coge por un brazo y vuelve a
golpearle. Ana rompe a reír violenta, estridentemente. El
ruido ha trascendido hasta la calle. La Patota va dejando
de jugar y va acercándose a la esquina de la casa de
Manuel. Este, golpeando a Elsa, trémulo de indigna-
ción). ¡Basura! ¡Cómo te has atrevido a pegarle! (Elsa
profiere gritos agudos y entrecortados, mientras sigue
huyendo por la casa, estrellándose contra los muebles,
volcando sillas, desgarrando las cortinas. Ana ríe con
un extraño jadeo en la risa).
(Ahora la Patota no ríe. Míranse unos a otros. Alberto corre
a la casa de la Sra. Juana. Golpea en la puerta, apremiante.
La Sra. Juana abre de inmediato).
MANUEL (que ha logrado coger a Elsa por ambos brazos
arrastrándola hacia la calle): ¡Te voy a matar, desgraciá!
(Bruscamente, Ana deja de reír y mira como fascinada.
Elsa da un quejido y se desliza al suelo).
SRA. JUANA: ¡Dios Santo! ¿Qué ha hecho? (La Patota, lenta-
mente, va rodeando a Manuel).
La Niña en la Palomera 143

MANUEL (acorralado): ¿Qué?


SRA. JUANA (ha corrido junto a Elsa. Inclínase sobre ella):
Está muerta. (Juan, al oír esto y ver a Ana, sale corriendo
y cruza la calle. La Patota da otro paso).
MANUEL (a Ana): ¡Vamos!
SRA. JUANA: ¡Ah! ¡Por esta porquería...!
MANUEL (jadeante): ¡Vamos! (La Patota da otro paso más).
ANA (tensa, mira a Manuel largamente. Después recorre
uno por uno a los de la Patota y termina por mirar a
la Sra. Juana, que la observa con odio. Torna a mirar
a Manuel): No.
MANUEL: ¿Qué? (La Patota da otro paso más).
ANA (temblorosa, como defendiéndose): No voy a ninguna
parte con un asesino cobarde.
MANUEL: ¡Guagua!
ANA (defendiéndose): ¿A quién le dices así, infeliz? (Chillan-
do, a la Patota, y justificándose). ¡Ahí! ¡En la palomera
me ha tenido encerrada!
MANUEL (con un intenso y conmovido asombro): ¡Guagua!...
(La Patota avanza de nuevo).
ANA (utilizando la mentira como defensa): ¡Sí, sí! ¡He tenido
que mentirle para que no me pegara! ¡He tenido que
decirle que sí a todas sus inmundicias!
(La Sra. Juana ha cogido a Elsa por la cabeza. Manuel siem-
pre amenazante, coge a Ana por un brazo, con fuerza brutal.
Ana chilla aterrorizada, pero Manuel la arrastra consigo, en
medio de sus gritos. La Patota los va rodeando).
DANIEL (aparece por el fondo de la calle. Al ver a Ana lanza
un grito angustiado): ¡Ana! (Furibundo, se lanza contra
144 Fernando Cuadra

Manuel. Ana sigue gritando, jadeante. La Patota va ce-


rrando más y más el círculo alrededor de Manuel. Ana
es tironeada con violencia entre Manuel y Daniel).
MANUEL (aullante): ¡No te vas a ir desgraciá! ¡Ahora lo en-
tiendo todo!
ANA (entre gritos): ¡Mentiras! ¡Mentiras! (La Sra. Luisa, al
oír los gritos de Ana, sale a la ventana. Alberto salta
repentinamente sobre Manuel, por la espalda. Manuel
trata de zafarse y arroja a Ana contra Daniel).
SRA. LUISA (al abrirse la Patota, percibe a Ana. Lanza un
grito sobrehumano): ¡Anita! (Desesperada, baja de la
casa, corre a la calle y se abalanza por entre la Patota.
Manuel, repentinamente, saca un cortaplumas. La Pa-
tota se repliega amedrentada, pero siempre amenazante.
La Sra. Luisa arrebata a Ana de Daniel y la abraza
sollozante, estrujándola, besándola).
MANUEL (jadeante): El primero que se mueva... (La Patota, la
Sra. Luisa con Ana y Daniel, detienen su acción y miran
silenciosos a Manuel. Este avanza un paso hacia Ana).
¡Me las pagarás! ¡El día menos pensado! ¡Ándate con
mucho cuidado de ahora en adelante! ¡Llegará ese día!
(Sollozante). ¡Me las pagarás! (Da un salto. La Patota
se abre con rapidez. Después, huye corriendo por el
fondo. La Patota va deshaciéndose. Salvo Alberto que
regresa al lado de Daniel).
SRA. LUISA: ¡Vamos a casa, mijita! (Ana, como molesta, sa-
cúdese el abrazo de su madre y, erguida y sola, dirígese
a la casa. Tras ella, la Sra. Luisa. Daniel quédase en
medio de la calle, como desamparado. Ana y la Sra.
Luisa han entrado en la casa. La Sra. Luisa, sollozante
aún, torna a abrazar a Ana).
La Niña en la Palomera 145

ANA (esquivando el abrazo): Por favor..


SRA. LUISA (trémula): ¡Dios mío! ¿Cómo estás?
ANA (con amargura y aspereza): No vengo de una fiesta pre-
cisamente, ¿no?
SRA. LUISA: ¡Siéntese! ¡Siéntese! (Ana déjase caer en una
silla, semianonadada. La Sra. Luisa corre a la cocina.
Ana contempla la casa con evidente desencanto; el fin
de su aventura parece deprimirla y amargarla más. La
Sra. Luisa vuelve con un vaso de agua). Tome...
ANA (recházalo): ¿Para qué?
SRA. LUISA (desconcertada): Bueno... Para... Creí mijita...
ANA (como encolerizada consigo misma): Volví, mamá. ¿En-
tiendes? Estoy aquí, de nuevo... ¡y para siempre!
SRA. LUISA (cuyo desconcierto crece): Claro... tendrá... Tendrá
hambre, ¿no? (Inicia un movimiento hacia la cocina).
ANA (con leve descontrol): Quédese tranquila, ¿quiere, por
favor? (La Sra. Luisa se detiene y mira extrañada a
Ana). Siéntese. (La voz de Ana resuena con cierto imperio
que perturba a la Sra. Luisa, quien se sienta muy lenta-
mente). Vamos a conversar, mamá...
ELSA (entreabriendo los ojos. Débil): ¡Ah! ¡Usté...!
SRA. JUANA (con un suspiro): ¡Gracias a Dios! ¿Cómo se
siente...?
ELSA (alza la cabeza con mucho esfuerzo): ¿Se fueron?
SRA. JUANA: ¿Quiénes?
ELSA (febril y aún con terror): ¡Ah! ¡Señora Juana! ¡Nadie
lo creería! ¡Días y días llevaba escondida aquí! ¡Lo ha
enloquecido! ¡Ella lo indujo a matarme!
SRA. JUANA (para sí): ¡No puede ser!...
ELSA (con doloroso apremio): ¡Vaya, rápido ¡Avise a quién
sea! ¡Por favor! Yo estoy bien.
146 Fernando Cuadra

SRA. JUANA: ¡Sí, sí!... (Por el fondo de la calle, aparece don


René, acompañado de Juan. La Sra. Juana ve a don
René). ¡Don René! ¡Una palabrita!

(Cruza la calle hacia él).

SRA. LUISA (que llora silenciosamente): ¡Mi pobre niña! ¡Pero


tendrá que olvidarse de todo! ¡Nunca más se va a separar
de nosotros!
ANA (que ha mentido, con voz en la que se descubre la satis-
facción por el sesgo que le dio a su relato): Estoy tan
cansada...
SRA. LUISA (solícita, se levanta y descorre las cortinas del
dormitorio. Acomódale la cama): ¡Acuéstese! ¡Acués-
tese!... (Ana se levanta del comedor y lenta, dirígese al
dormitorio. Déjase caer en la cama y coge una revista
del velador. Va a leerla, pero su preocupación puede más
y quédase con los ojos abiertos). Es casi hora de once.
(Quédase inmóvil. De súbito, con los puños apretados,
golpea la almohada, ahogando un áspero sollozo).
SRA. JUANA (que ha terminado su relato): Ahora... si quiere,
subo con usté, pues don René.
DON RENÉ (sombrío): Para qué...
SRA. JUANA (con cierta vacilación): Disculpe... (Don René
vase a su casa. La Sra. Juana baja la cabeza y cruza la
calle).
ELSA: ¡Lléveme de aquí, señora Juana, por Dios! (La Sra.
Juana asiente. Elsa apóyase en ella y ambas se dirigen
a la casa de la Sra. Juana. Don René ha terminado de
subir. Abre su puerta y entra).
La Niña en la Palomera 147

SRA. LUISA (desde la cocina): ¿Vıejo? ¿Es usté? (Rápida sale


al comedor). ¡Viejo! ¡Viejo lindo! ¡Ha vuelto! ¡La Anita!
¡Está aquí, con nosotros!...
DON RENÉ (lento): Ah, sí...
SRA. LUISA: ¡Chisst! La pobrecita está durmiendo.
DON RENÉ (avanza y se sienta a la mesa): Hum...
SRA. LUISA: ¡Si supiera usté lo que ha sufrido!
DON RENÉ: Fíjese, ¿no? (Ana, que ha llorado silenciosamente,
comienza a prestar atención a la conversación de sus
padres. Siéntase en una cama y escucha. Don René, lento
y con cierta terrible significación). ¿Qué le ha contado?
(A Ana se le ensombrece el rostro).
SRA. LUISA (desconcertada): Bueno... Todo, pues.
DON RENÉ: ¿Todo... qué?
SRA. LUISA: ¡Por Dios, viejo! ¡Lo que le pasó!
DON RENÉ: Dígale que venga. (La Sra. Luisa asiente silen-
ciosa).
SRA. LUISA: Pero...
DON RENÉ (con fuerza, sin alzar la voz): Que venga.

(La Sra. Luisa mira extrañada a don René y se dirige al dor-


mitorio).

(La Patota se despide de Daniel y, silenciosos ahora, vanse por


el fondo de la calle, preocupados. Daniel sigue trabajando,
pensativo).

(Antes que la Sra. Luisa descorra las cortinas, Ana de un salto,


está al borde de la cama y la descorre con fuerza. Adviértese
ahora en Ana una firme decisión de luchar por lo que ella misma
148 Fernando Cuadra

presiente, es su última tabla de salvación. Este es el momento


exacto en que Ana deja de ser definitivamente una niña y, para
bien o para mal, su decisión la convertirá en mujer).
DON RENÉ (dándole una mirada fugaz): Póngase un vestido.
(La Sra. Luisa permanece irresoluta entre don René
y Ana. Ana gira y empieza a vestirse. Cálzase y, con
rapidez, alisase el cabello).
ANA (avanza hacia el comedor): Cómo le va... papá...
DON RENÉ (lento): Siéntese. (Ana se sienta, tensa. La Sra.
Luisa observa con mayor extrañeza). Ahora me lo va
a contar todo.
ANA (con leve sonrisa temblorosa): Ya se lo conté a...
DON RENÉ: Quiero oírlo yo, pues.
SRA. LUISA (en vez baja): Viejo...
ANA (levántase con gran violencia. Bota la silla. Retuércese
las manos): ¡Me engañó! ¡Me mintió! ¡Me pegó! (So-
llozando corre a abrazarse de la Sra. Luisa).
DON RENÉ (lento y con cierta rudeza): Quiero oírle la historia
completa, hijita. Sin alaridos. Así no vamos a aclarar
nada. (Ana despréndese de su madre, mira fijamente a
don René y permanece obstinadamente callada). ¿Dónde
lo conoció?
ANA (pausa): Aquí, pues.
DON RENÉ: Y al tiro se hicieron amigos, ¿no?
ANA (insegura): Claro...
DON RENÉ ¿Por qué?
ANA (desconcertada): ¡Oh! ¡Por...!
DON RENÉ: Un fulano como él. De cerca de cuarenta años.
Amigo de una mocosa, ¿no?
La Niña en la Palomera 149

ANA (temblando): No.


DON RENÉ: Y a la que convidaba a salir a dar vuelta en micro,
¿no?
ANA: No...
DON RENÉ: Y a ir a la Quinta Normal por las tardes, en vez
de estar en el liceo.
ANA: No...
DON RENÉ (duro): ¡Sí!
ANA (con un chillido agudo): ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamacita!
¡No es cierto! ¡Créame usted, por Dios!
DON RENÉ (creciendo en su cólera. Es el momento de su vida
en el que, por fin, ha encontrado la exacta y dolorosa
dimensión de su propio e insobornable mundo interior):
Y por eso... ¡Y por las inmundicias que contabas entre
tus compañeras! ¡Por las amigas que tenías, te expulsa-
ron! ¡Basura!
ANA (despréndese de la Sra. Luisa. Enfrenta a su padre, se-
miencorvada, jadeante): ¡Mentiraaaaa!...
(La Sra. Luisa échase a llorar con abandono total).

DON RENÉ: ¡Es la verdá! ¡Mentirosa! ¡Yo no quería creer,


pero cuando desapareciste, algo me quedó rondando!
(Con un rugido). Y ahora me doy cuenta. ¡Tenemos por
hija a una puta!
(Ana comprende que su juego ha sido descubierto, pero lo que
la hiere es la palabra dicha por don René. Con irrefrenable
impulso, avanza hacia su padre y descarga una bofetada brutal
en su rostro).
SRA. LUISA (consternada): ¡Oh!...
150 Fernando Cuadra

(Prodúcese un largo silencio. Sólo se oye el jadear de Ana, que


permanece tensa, en la misma actitud, y el sobrio llorar de la
Sra. Luisa. Don René se desplaza muy lento hacia el balcón.
Ya es noche. Daniel enciende la luz del taller. Los faroles de
la calle también se encienden. En el cielo empiezan a surgir
las primeras estrellas. Oyese ahora la melodía del organillo,
entrecortada y sollozante).
DON RENÉ (mirando la calle; en voz baja): Ándate. (La Sra.
Luisa deja de llorar y mira a don René con extraña
angustia).
(Ana depone su actitud tensa. Se la ve desconcertada e incré-
dula frente a la orden. La Sra. Luisa avanza hacia don René,
pero se detiene a mitad de su desplazamiento. Ana mira a su
padre y esboza una sonrisa nerviosa. Después, dirígese al dor-
mitorio y sólo atina a coger la revista que leía. Avanza luego
hacia la puerta de calle y sale lentamente. La Sra. Luisa cae
de rodillas, con un sollozo sin ruido. Ana baja lenta, por la
escalera. Detiénese a la salida. Otea a uno y otro lado de la
calle, irresoluta, semillorosa. Camina hasta la esquina. Torna
a detenerse y, con nerviosismo, golpéase las mejillas con las
manos. Parece relajarse y echa a caminar. Al pasar frente al
taller, Daniel le ve de inmediato).
DANIEL (saliendo): Hola...
ANA (detenida y sin mirarlo): Hola...
DANIEL (acércasele): ¿Qué te pasa?
ANA (sin mirarlo): Nada. (Pausa). ¿Por qué?
DANIEL (en voz baja): Parece que has estado llorando.
ANA (mira a Daniel de frente): ¿Yo?
La Niña en la Palomera 151

DANIEL: Sí. (Un silencio. Turbado). Tanto tiempo... sin


verte.
ANA (casi para sí, con irreprimible tristeza): Tanto. Cierto.
DANIEL (lento): ¿Estás triste?
ANA (pausa): Un poco.
DANIEL (con fervor): Si yo pudiera hacer algo... (La melodía
del organillo es ahora suave y tierna, pero impregnada
de una tristeza que abruma).
ANA: No.
DANIEL: ¡Pero algo, siquiera!
ANA: ¡No, no! Nada. (Un silencio).
DANIEL (con dificultad): ¿Cómo... cómo has estado?
ANA (pausa): Bien.
DANIEL: Menos mal. (Ana asiente en silencio) ¿Vas... vas a
alguna parte, ahora?
ANA: No sé.
DANIEL: ¿Cómo?
ANA: No sé... Todavía.
DANIEL: Ah... (Un silencio). Yo estoy bien contento, fíjate.
ANA (atenta a sus pensamientos): Hum...
DANIEL (con alegría): ¡Conseguí la beca!
ANA (con honda tristeza): Me alegro.
DANIEL (cuya alegría contrasta con la tristeza de Ana): Nun-
ca me he conformado con el trabajo que tengo. No es
suficiente.
ANA: No te entiendo.
DANIEL (ante un movimiento de Ana): ¿Ya te vas? ¿No puedes
quedarte otro rato? (Ana niega en silencio). Podríamos
conversar tranquilos.
ANA: ¿De qué?
152 Fernando Cuadra

DANIEL (con acento angustioso: es lo más trascendente que


ahora y en mucho tiempo podrá decirle a alguien): Son
tres años la carrera que voy a estudiar. No repetiré ningún
curso. Estoy seguro. Ganaré la plata suficiente para...
ANA (pónele su mano en la boca. Con dolor contenido): No
sigas hablando. (Breve pausa). Yo me voy.
DANIEL (conmovido por algo enigmático, pero que presiente
terrible y definitivo): ¿Adónde?
ANA (indica vagamente hacia el fondo de la calle): Por ahí.
(Pausa) Chao... (Avanza hacia el fondo).

(Daniel, angustiado, contempla a Ana hasta que desaparece


por el fondo. Don René avanza hacia la Sra. Luisa, levántala
y se sientan ambos en silencio, a oscuras, a la mesa. Daniel,
agobiado por una pesadumbre que no se explica, vuelve a
entrar en el taller. La melodía del organillo crece, invadiendo
el escenario. La luz va disminuyendo lentamente, hasta que se
hace oscuridad total y definitiva).
La Niña en la Palomera 153

FERNANDO CUADRA
1927
154 Fernando Cuadra
La Niña en la Palomera 155

FERNANDO CUADRA:
CRÓNICA DE LA REALIDAD CHILENA

La niña en la palomera lleva como subtítulo «Crónica dra-


mática de una adolescente de nuestro tiempo». Ello no es casual,
porque uno de los afanes mayores de esta obra es preocuparse de una
realidad, de un mundo chileno determinado, en una época determi-
nada: la mitad de la década del 60. Los protagonistas a los cuales la
obra se refiere son los jóvenes de clase media baja. Incluso el autor
nos ubica en un barrio específico: La Estación Central, y sus calles
Chacabuco con Erasmo Escala. Es decir, estamos frente a una realidad
perfectamente reconocible, la que nos será desnudada y sobre la que
se reflexionará. Como se sabe, Fernando Cuadra se basó en el caso
real de una adolescente santiaguina que se escapó de su hogar con un
hombre mayor y se mantuvo escondida en el altillo de una casa.
156 Fernando Cuadra

Incluso hay otro hecho que revela este interés por registrar el
mundo cotidiano de los chilenos, sus dificultades para sobrevivir y
sus anhelos más íntimos: los actores que trabajaron en el montaje de
esta obra, en la Universidad Católica en 1966, formaron un taller de
investigación que realizó una labor de observación y conocimiento
en el sector social donde transcurre la acción. Para estos actores, lo
importante era entregar un testimonio vívido y elocuente del mundo
que existe en La niña en la palomera, dejando atrás las creencias o
ficciones que siempre hay en cualquier obra, y tratando de acercarse
lo más posible a la verdad real.
Esta intención de comprometerse con la realidad inmediata,
fue una tendencia marcada en los años en que se estrenó La niña en
la palomera. Toda una corriente de teatro chileno quiso acercarse
directamente a los problemas y los modos de vida, generalmente
de los sectores urbanos. Tanto La niña en la palomera, como El
wurlitzer, del dramaturgo chileno Juan Guzmán, se refieren al tema
de la juventud, desorientada y sin esperanzas, en sectores sociales
que no podrían calificarse de marginales, pero al menos si de pocos
recursos. Ambas son «crónicas», en el sentido de dar cuenta de
una realidad precisa en un momento determinado, aun cuando las
condiciones de vida de los protagonistas no necesariamente han
mejorado.
En la obra, Ana es una joven liceana que vive con sus padres en
condiciones materiales débiles. Ella aspira a un mundo de riqueza
y lujos, tal como lo ve a diario en las estrellas de cine que tanto ad-
mira. La modestia del barrio, las borracheras del padre, el sacrificio
de la madre, las chiquilladas de la patota, sofocan su existencia y
ahogan sus anhelos de un mejor mundo personal. Su amiga Gaby,
algo mayor que Ana, ya tomó una decisión: ejerce algún grado de
prostitución, lo que le ha permitido comprar buena ropa y hermosas
La Niña en la Palomera 157

joyas. Durante los dos primeros actos, la protagonista oscila entre los
deberes que una muchacha de su edad debe cumplir, y la incursión
en un terreno prohibido pero seductor: el amor con un chofer de la
casa vecina, que le ofrece sacarla de ahí y cumplir los deseos de
Ana. La huida del hogar y el breve amorío con Manuel termina en
un desastre, como podía preverse, pero anuncia un giro definitivo
en la vida de la joven: su padre la expulsa de la casa y ella sale, sin
apoyo alguno, a enfrentarse seguramente con la prostitución.
A diferencia de otras obras que parten de los protagonistas para
diseñar el mundo externo, La niña en la palomera es un estudio
detallado del entorno, incluso geográfico o poblacional. Es de ese
medio, con esa semi pobreza y presidida por la ignorancia, de donde
surgirán las frustraciones de Ana y el poco promisorio futuro de la
mayoría de los jóvenes que aparecen allí.
Al revés de lo que normalmente se dice, La niña en la palomera
no es una introspección puramente sicológica en una muchacha
de clase media baja. Si bien es cierto la protagonista aparece en
todas sus dudas y temores, en sus esperanzas más íntımas, con
toda su carga emocional y afectiva, igualmente la obra convierte
al mundo del que ella forma parte, en otro protagonista. De esta
manera, el dibujo de las calles, la población y los habitantes, forma
parte significativa de las causas que producen un drama como el
que sufre Ana.
Entre esos mundos, el de la familia es seguramente el más im-
portante. La muchacha no tiene una buena relación con sus padres,
a quienes acusa de no poseer ambiciones, de no entenderla. La obra
toca uno de los temas favoritos de las creaciones de la década del
60: la incomunicación, en este caso entre padres e hijos. Ahoga-
dos por dificultades económicas, sin preparación para enfrentar
los requerimientos juveniles y con problemas de alcoholismo, los
158 Fernando Cuadra

mayores difícilmente podrán acceder al complejo mundo de Ana.


Ella, por su parte, no puede calmar sus ansias de una vida mejor,
prácticamente libre de responsabilidades.
Igualmente, la escuela es otra institución puesta en tela de jui-
cio. Prácticamente no existe motivación para asistir a ella, porque
tampoco nunca entregó soluciones a problemas concretos, más allá
de la rígida disciplina autoritaria. Pero también los medios masi-
vos de comunicación son demostrados aquí como negativos. Ana
devora permanentemente revistas donde las actrices y los ídolos
de moda muestran su vida fácil y lujosa. Esos son los modelos que
la muchacha quiere imitar. También rodean a Ana una señora que
representa una religiosidad pre conciliar, un cristianismo ligado
fundamentalmente al carácter mítico y que desconoce la realidad
inmediata y sórdida del barrio donde vive. La patota, finalmente, es
el ejemplo de una juventud sin destino y próxima a la delincuencia,
que es producto del entorno que rodea a Ana, pero contribuye a
prolongar una situación insostenible.
La niña en la palomera es un cerrado universo de motivos
y razones para que Ana se sienta frustrada y opte por una salida
absurda: huir con un hombre que tampoco le podrá ofrecer todo lo
que ella quiere. No es casual que esta obra contenga tantas esceno-
grafías: allí están todos los mundos que determinan una existencia
pobre y prácticamente sin salida. La única posibilidad la ofrece
Daniel, estudioso y esforzado, pero que sugiere un futuro lleno de
privaciones y sacrificios, que a nadie tienta, por esa ansiedad del
éxito rápido y el dinero fácil.
Muchas otras obras de Fernando Cuadra investigan a la manera
de una crónica en la realidad chilena, a través de un estilo fundamen-
talmente realista. Una de ellas es Las avestruces, donde también
toca el tema de la prostitución juvenil, como forma de escapar de la
La Niña en la Palomera 159

pobreza. En Los sacrificados, los protagonistas son los obreros de


la construcción y a partir del accidente de trece de ellos, se inicia
una introspección hacia el mundo de la pobreza en sus hogares. En
La familia de Marta Mardones, la misma clase media baja aparece
mirada en su vida cotidiana y sus problemas domésticos. Allí surge
la fuerte personalidad de Marta Mardones, el centro aglutinador de
la familia que protege al marido y a los hijos, y que defiende hasta
el último peso para alimentarlos. En todas estas obras aparecen
los elementos más perdurables de las obras de Fernando Cuadra:
investigación en el mundo real de las clases media y baja, preocupa-
ción por las vidas comunes y corrientes y crónica de los conflictos
domésticos chilenos que aún siguen vigentes.

Juan Andrés Piña


160 Fernando Cuadra

CRONOLOGÍA DE LAS OBRAS DE FERNANDO CUADRA

1945 Cinco lagartos


1948 La ciudad de Dios*
1950 Las medeas*
1952 Las murallas de Jericó
1954 La desconocida
1955 La vuelta al hogar
1956 Doña tierra
Los sacrificados*
1960 El diablo está en Machalí
1962 Las avestruces
1965 Coloquios para una tarde de otoño*
1966 Los ocelotes*
1967 La niña en la palomera
1969 Con el sol en las redes
1972 Pan amargo
1973 Croniteatro (Una historia incompleta del teatro chileno)
1975 Chilean love (o cómo investigando el teatro chileno descubrimos
que el amor es algo esplendoroso, a pesar de la bomba atómica,
Los Beatles y los chiclets Dos en Uno)
El corderito dorado y la princesa Mañunga**
Preludio y fuga para dos
1976 La familia de Marta Mardones
1977 Rancagua 1814
1978 Un día en la vida de Amelia Riquelme*
1980 El día que comenzó la investigación de la muerte de Lidia Fer-
nández
1985 Último balance*
1986 Huinca emperador

* Obra sin estrenar


** Teatro infantil
La Niña en la Palomera 161

GLOSARIO DE TÉRMINOS TEATRALES

BAMBALINAS: Tiras de lienzo, papel pintado o paneles que se ubican


inmediatamente detrás del telón hacia el fondo del escenario, completando
la decoración.
CLAQUE: Grupo de amigos o gente especialmente contratada que se
coloca entre el público para aplaudir y en general dar la impresión de un
gran entusiasmo entre los asistentes por la obra que se exhibe.
CORO: En la tragedia griega, era el conjunto de actores que cantaban y
danzaban en la platea, alternando con la representación y comentando los
incidentes de la obra.
FARSA: Género teatral que se caracteriza por perseguir la risa entre los
espectadores, de quien exige que se acepten ciertas improbabilidades, pero
en un ambiente de realismo. En la farsa predomina la situación por sobre
el carácter de los personajes, y habitualmente se producen equívocos y
paradojas. Muchas de ellas alcanzan niveles de reflexión crítica, aunque
sin descuidar el humor.
FORO: Zona del edificio teatral que rodea el escenario, sin formar parte
de él.
REPERTORIO: Lista de obras que una compañía ha ensayado adecuada-
mente y que representa alternativamente en diversas funciones.
SKETCH: Escena corta dialogada que habitualmente forma parte de un
conjunto mayor, aún cuando posee su propia autonomía.
TABLADO: Todo el lugar donde se ubican los decorados y evolucionan
los actores.
UTILERÍA: Todos los objetos y accesorios que maneja un actor. Los mue-
bles y elementos que constituyen el decorado se llama utilería de escena.
TRAMPAS: Mecanismos escénicos que permiten la desaparición de los
personajes y decorados bajo el tablado.
162 Fernando Cuadra
La Niña en la Palomera 163

ÍNDICE

La niña de la palomera ......................................................................................... 9

Fernando Cuadra: Crónica de la realidad chilena .................................... 155

Cronología de las obras de Fernando Cuadra ............................................ 160

Glosario de términos teatrales ............................................................................ 161


164 COLECCIÓN Fernando Cuadra
TEATRO
(Versiones íntegras)

CASA DE MUÑECAS LA NEGRA ESTER (DÉCIMAS) /


Henrik Ibsen EL DESQUITE
Roberto Parra
CHAÑARCILLO
Antonio Acevedo Hernández LA NIÑA EN LA PALOMERA
Fernando Cuadra
COMO EN SANTIAGO
Daniel Barros Grez LA VIUDA DE APABLAZA /
AMO Y SEÑOR
EL ABANDERADO Germán Luco Cruchaga
Luis Alberto Heiremans
LOS INVASORES / JOSÉ
EL AVARO Egon Wolff
Molière
PUEBLECITO
EL PRESTAMISTA Armando Moock
Fernando Josseau
ROMEO Y JULIETA
KING KONG PALACE / William Shakespeare
DOSTOIEVSKI VA A LA PLAYA (Traducción de Pablo Neruda)
Marco Antonio de la Parra

La Mano y La Gallina
Fernando Josseau

COLECCIÓN
TEATRO
(Versiones íntegras)

EL PASTEL Y LA TARTA TEATRO BREVE PARA NIÑOS


Farsa francesa del siglo XV Nicolás Guillén, Federico García Lorca
Anónimo y otros

LA CAPO-TORTUGA Y LA LIEBRE
FANFARRONA
Gabriel Echeverría

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