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Breve Antologã A de La Poesã A Norteamericana de Los Siglos XIX y XX

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Breve antología de la

poesía norteamericana de
los siglos XIX y XX.
Carver. O’Hara. Plath. Oliver. Gluck. Olds. Dickinson. Moore. Sexton. Rich.
WC Williams. Bishop. Whitman. Levertov. Cummings. Ginsberg. Pound.

Recopilado por Clara Millán.


Contacto:
Instagram / @claarimillan/@enelfondohayunjardin
Mail / claritamillan22@gmail.com
Raymond Carver (1938-1988)

El don de la ternura

Tarde en la noche. Comenzó a nevar.


Los copos húmedos caían
más allá del cristal de las ventanas,
surcando el aire frío
ocultaban el resplandor de la ciudad.
Observamos un rato la tormenta
sorprendidos, felices, satisfechos
de estar allí y no en otro sitio.
Puse un leño en el hogar,
me pediste que regulara
el tiro de la chimenea.
Nos metimos en la cama.
Cerré mis ojos, de inmediato,
pero
por razones que desconozco
antes de dormirme
el aeropuerto de Buenos Aires
atravesó mi memoria.
Recordé esa tarde,
la temprana oscuridad, las sombras.
Reconstruí la escena:
regresé a ese paisaje desolado
donde flotaba un silencio sepulcral
interrumpido únicamente por el rugido
de las turbinas del avión que carreteaba
lentamente bajo una lluvia de granizo,
tan fino que lo confundimos con nieve.
En las ventanas de los edificios no había luz.
Un lugar realmente solitario.
Sólo pasillos abandonados, hangares vacíos.
No vimos a una sola persona.
“Es como si todo estuviera de luto,”
fue tu comentario.

Abrí mis ojos.


El ritmo de tu respiración
me dijo que estabas profundamente dormida.
Te cubrí el cuerpo con uno de mis brazos.
Mis evocaciones
me trasladaron de la Argentina
a un departamento en el que pasé
un tiempo de mi vida, en Palo Alto.
No nieva en esa ciudad,
pero el departamento disponía
de un amplio ventanal desde donde
podríamos haber mirado por horas
la autopista que rodea la bahía.
La heladera estaba al lado de la cama.
Las noches calurosas, sofocantes,
cuando me despertaba con la garganta seca
sólo tenía que estirar el brazo, abrir la puerta
y dejarme guiar por la luz interior
hasta el botellón con agua refrescante.
En el baño un pequeño calentador eléctrico
descansaba cerca del lavatorio.
Todas las mañanas mientras me afeitaba
calentaba agua en una vieja sartén,
el frasco de café instantáneo,
siempre a mano, en el botiquín.

Un mañana me senté en la cama


vestido, recién afeitado,
bebiendo sorbos de café caliente
intentando olvidar planes,
proyectos, todas esas cosas
que había decidido realizar.
Finalmente disqué el número
de Jim Houston que vive en Santa Cruz,
le pedí prestados 75 dólares.
Me contestó que estaba sin fondos.
Su mujer había viajado a México
por unos días y él ya no tenía dinero,
no llegaba a fin de mes.
“Está bien”, le dije. “Te entiendo.”
Y así era,
no necesité explicaciones.
Hablamos un poco más y cortamos.
Terminé el café cuando el avión
comenzaba a elevarse en mi recuerdo
y yo desde la ventanilla miraba
por última vez las luces de Buenos Aires.
Después cerré los ojos
iniciando el largo regreso.

Esta mañana hay nieve por todos lados.


Hablamos sobre la tormenta.
Me comentás que no dormiste bien.
Te digo que yo tampoco.
Tuviste una noche terrible. “Yo también.”
Estamos tranquilos el uno con el otro,
nos asistimos tiernamente
como si comprendiéramos nuestro estado de ánimo,
las mutuas inseguridades.
Creemos adivinar los sentimientos del otro,
no podemos, por supuesto, nunca podremos.
No tiene importancia.
En realidad es la ternura la que me interesa.
Ése es el don que me conmueve, que me sostiene,
esta mañana, igual que todas las mañanas.

Último fragmento

¿Y conseguiste lo que
querías de esta vida?
Lo conseguí.
¿Y qué querías?
Considerarme amado, sentirme
amado en la tierra.

Para Tess

Afuera en el Estrecho el agua chapotea,


como dicen aquí. Anuncia tormenta, me alegra
no estar fuera. Contento porque estuve todo el día pescando
en Morse Creek, probando una Daredevil roja, lanzándola
una y otra vez. No saqué nada. Ni una pieza
siquiera, nada. Pero estuvo bien. Fue divertido.
Llevé la navaja de tu padre y durante un rato
me siguió un perro que su dueño llamó Dixie.
A veces me sentía tan feliz que tenía que dejar
de pescar. Una vez me tumbé en la orilla con los ojos cerrados,
escuchando el sonido que hacía el agua
y el viento en la copa de los árboles. El mismo viento
que sopla fuera en el Estrecho pero diferente, también.
Durante un rato incluso me permití imaginar que había muerto,
y eso estuvo bien, al menos durante un par
de minutos, hasta que la realidad caló en mí: Muerte.

Mientras estaba allí tumbado con los ojos cerrados,


justo después de haber imaginado qué ocurriría
si de veras nunca me levantara otra vez, pensé en ti.
Entonces abrí los ojos, me levanté
y volví a sentirme feliz otra vez.
Te lo debo a ti, ya ves. Quería decírtelo.
Frank O’Hara (1926-1966)

Para Grace, después de una fiesta

No siempre sabes lo que siento.


Anoche en el cálido aire primaveral mientras yo
incineraba con mi invectiva a alguien que no
me interesa,
era mi amor por ti el que me
encendía,
y ¿no es raro? porque en cuartos llenos de
desconocidos mis sentimientos más tiernos
se retuercen y
engendran los frutos del grito. Extiende tu mano,
¿no hay
un cenicero ahí, de pronto, junto a
la cama? Y alguien que amas entra al cuarto
y dice ¿no te gustarían
los huevos ligeramente
distintos hoy?
Y cuando te los trae son
solo simples huevos revueltos y el tiempo cálido
continúa.

Poema

Luz claridad ensalada de palta a la mañana


después de todas las cosas horribles que hago es sorprendente
hallar perdón y amor, ni siquiera perdón
porque lo hecho hecho está y perdonar no es amar
y el amor es el amor nunca nada puede salir mal
aunque las cosas pueden volverse irritantes aburridas y prescindibles
(en la imaginación) pero no en realidad porque amor
aunque a una cuadra te sientas distante la simple presencia
lo cambia por completo como un químico al tocar un papel
y todo el pensamiento desaparece en una rara agitación serena
no tengo ninguna certeza más que esta, y crece con mi respiración

Cuando me siento deprimido…

Cuando me siento deprimido y ansioso malhumorado


todo lo que tienes tú que hacer es quitarte la ropa
y todo es barrido y se revela la ternura de la vida
que somos carne y respiramos y estamos cerca de nosotros
como eres tú realmente como eres yo me convierto en lo que
realmente soy estoy vivo y sé vagamente lo que es
y lo que es importante para mí por encima de las intrusiones
de las relaciones incidentales y accidentales
que no tienen nada que ver con mi vida. /

Cuando estoy en tu presencia siento que la vida es fuerte


y vencerá a todos sus enemigos y a todos los míos en mí
la lógica enferma y el razonamiento débil se curan
por la perfecta simetría de tus brazos y piernas
extendidos haciendo juntos un círculo eterno
creando un dorado pilar junto al Atlántico
la tenue línea de pelo que divide tu torso
da descanso a mi mente y libera mis emociones
al aire infinito donde como estamos
juntos siempre lo estaremos en esta vida pase lo que pase.
Sylvia Plath (1932-1963)

Papi

Tú ya no, tú ya no
Me sirves, zapato negro
En el que viví treinta años
Como un pie, mísera y blancuzca,
Casi sin atreverme ni a chistar ni a mistar.

Papi, tenía que matarte pero


Moriste antes de que me diera tiempo.
Saco lleno de Dios, pesado como el mármol,
Estatua siniestra, espectral, con un dedo del pie gris,
Tan grande como una foca de Frisco,

Y una cabeza en el insólito Atlántico


Donde el verde vaina se derrama sobre el azul,
En medio de las aguas de la hermosa Nauset.
Yo solía rezar para recuperarte.
Ach, du.

En tu lengua alemana, en tu ciudad polaca


Aplastada por el rodillo
De guerras y más guerras.
Aunque el nombre de esa ciudad es de lo más corriente.
Un amigo mío, polaco,

Afirma que hay una o dos docenas.


Por eso yo jamás podía decir dónde habías
Plantado el pie, dónde estaban tus raíces.
Ni siquiera podía hablar contigo.
La lengua se me pegaba a la boca.

Se me pegaba a un cepo de alambre de púas.


Ich, ich, ich, ich,
Apenas podía hablar.
Te veía en cualquier alemán.
Y ese lenguaje tuyo, tan obsceno.

Una locomotora, una locomotora


Silbando, llevándome lejos, como a una judía.
Una judía camino de Dachau, Auschwitz, Belsen.
Empecé a hablar como una judía.
Incluso creo que podría ser judía.

Las nieves del Tirol, la cerveza rubia de Viena


No son tan puras ni tan auténticas.
Yo, con mi ascendencia gitana, con mi mal hado
Y mi baraja del Tarot, y mi baraja del Tarot,
Bien podría ser algo judía.

Siempre te tuve miedo: a ti, a ti


Con tu Luftwaffe, con tu pomposa germanía,
Con tu pulcro bigote y esa
Mirada aria, azul centelleante.
Hombre-pánzer, hombre-pánzer, Ah tú…

No eras Dios sino una esvástica


Tan negra que ningún cielo podía despejarla.
Toda mujer adora a un fascista,
La bota en la cara, el bruto
Bruto corazón de un bruto como tú.

Mira, papi, aquí estás delante del encerado,


En esta foto tuya que conservo,
Con un hoyuelo en el mentón en lugar de en el pie,
Mas sin dejar por eso de ser un demonio,
El hombre de negro que partió

De un bocado mi lindo y rojo corazón.


Yo tenía diez años cuando te enterraron.
A los veinte intenté suicidarme
Para volver, volver a ti.
Creía que hasta los huesos lo harían.

Pero me sacaron del saco


Y me amañaron con cola.
Y entonces supe lo que tenía que hacer.
Creé una copia tuya,
Un hombre de negro, tipo Meinkampf,

Amante del tormento y la tortura.


Y dije sí, sí quiero.
Pero, papi, esto se acabó. He desconectado
El teléfono negro de raíz, las voces
Ya no pueden reptar por él.

Si ya había matado a un hombre, ahora son dos:


El vampiro que afirmaba ser tú
Y que me chupó la sangre durante un año,
Siete años, en realidad, para que lo sepas.
Así que ya puedes volver a tumbarte, papi.

Hay una estaca clavada en tu grueso y negro


Corazón, pues la gente de la aldea jamás te quiso.
Por eso bailan ahora, y patean sobre ti.
Porque siempre supieron que eras tú, papi,
Papi, cabrón, al fin te rematé.

Tulipanes

Los tulipanes son demasiado susceptibles, y aquí estamos en invierno.


Mira qué blanco está todo, qué nevado, qué apacible.
Estoy aprendiendo a estar en paz, yaciendo sola, tranquila
Como la luz sobre estas paredes blancas, esta cama, estas manos.
No soy nadie; no tengo nada que ver con ningún tipo de explosión.
He entregado mi nombre y mi ropa de diario a las enfermeras,
Mi historia al anestesista, y mi cuerpo a los cirujanos.

Y aquí estoy, con la cabeza suspendida entre la almohada y el embozo,


Como un ojo entre dos párpados blancos que no quieren cerrarse.
Estúpida pupila, siempre tiene que captarlo todo.
Las enfermeras pasan una y otra vez, sin molestar,
Igual que pasan las gaviotas volando tierra adentro, con sus cofias blancas,
Las manos ocupadas, la una idéntica a la otra,
Por lo que resulta imposible decir cuántas hay.

Mi cuerpo es un guijarro para ellas, que lo cuidan como el agua


Cuida los cantos sobre los que ha de fluir, puliéndolos suavemente.
Ellas me traen el sopor con sus brillantes agujas, me traen el sueño.
Ahora que me he perdido a mí misma, estoy harta de equipajes:
Mi neceser de charol, como un pastillero negro;
Mi marido y mi hija sonriéndome desde la foto de familia.
Sus sonrisas se aferran a mi piel como pequeños anzuelos sonrientes.

He dejado fluir las cosas, yo, carguero de treinta años,


Obstinadamente amarrada a mi nombre y mi dirección.
Aquí me han restregado bien, hasta dejarme limpia de asociaciones afectivas.
Asustada y desnuda en la camilla de plástico verde, almohadillada,
Veía cómo mi juego de té, mis aparadores, mis libros
Se hundían hasta perderse de vista, mientras el agua me iba llegando al cuello.
Ahora soy una monja, nunca he sido tan pura.

No quería flores, tan sólo yacer


Con las palmas de las manos vueltas hacia arriba, completamente vacía.
Ah, y no sabes hasta qué punto resulta liberador:
Sientes una paz tan grande que te aturde, y sin exigir nada
A cambio, salvo una etiqueta con tu nombre, unas cuantas naderías.
Eso es lo que consiguen los muertos, al final; me los imagino
Cerrando su boca sobre ella, como si fuera una hostia consagrada.

Los tulipanes, para empezar, son demasiado rojos, me lastiman.


Incluso a través del papel de regalo podía oírlos respirar
Ligeramente, a través de sus pañales blancos, como un bebé malísimo.
Su rojo intenso le habla a mi herida, se corresponde con ella.
Son de lo más sutiles: parecen flotar, aunque a mí su peso me hunde,
Perturbándome con sus súbitas lenguas y su color,
Una docena de rojas plomadas alrededor de mi cuello.

Nadie me observaba antes, ahora me siento observada.


Los tulipanes se vuelven hacia mí y la ventana que tengo detrás,
En la que la luz, una vez al día, lentamente se va abriendo y cerrando;
Y hasta yo me veo a mí misma plana, ridícula, una sombra de papel recortado
Entre el ojo del sol y los ojos de los tulipanes,
Aunque ya no tengo cara, pues quise borrarme del todo.
Los vividos tulipanes devoran mi oxígeno.

Antes de su llegada, el aire era bastante calmo,


Iba y venía, bocanada a bocanada, sin la menor agitación.
Pero luego los tulipanes lo saturaron de su estruendo,
Y ahora el aire se traba y se arremolina alrededor de ellos,
Igual que lo hace un río alrededor de una máquina hundida, rojo óxido.
Los tulipanes captan toda mi atención, que antes se regocijaba
Jugando y descansando, sin obligarse a nada.

También las paredes parecen avivarse. Habría que encerrar


A los tulipanes tras unos barrotes, como animales peligrosos;
Ya están empezando a abrirse, como la boca de un gran felino africano.
Y lo mismo hace mi corazón: noto cómo abre y cierra,
De puro amor por mí, su cuenco de rojas floraciones.
El agua que bebo está caliente y salada, como el mar,
Y proviene de un país lejano como la salud.

Lady Lazarus

Lo logré otra vez,


Me las arreglo —
Una vez cada diez años.

Especie de fantasmal milagro, mi piel


Brillante como una pantalla nazi,
Mi diestro pie

Es un pisapapel,
Mi rostro un fino lienzo
Judío y sin rasgos.

Descascara la envoltura
Oh, mi enemigo,
¿Aterro acaso? —
¿La nariz, las cuencas vacías, los dientes?
El apestoso aliento
Se desvanecerá en un día.

Pronto, muy pronto, la carne


Que la tumba devoró
Se sentirá bien en mí

Y yo una mujer que sonríe.


Tengo sólo treinta años.
Y como gato he de morir nueve veces.

Esta es la Número Tres.


Qué desperdicio
Eso de aniquilarse cada década.

Qué millón de filamentos.


La multitud mascando maní se agolpa
Para verlos.

Cómo me desenvuelven la mano, el pie —


El gran desnudamiento.
Damas y caballeros.

Estas son mis manos


Mis rodillas.
Soy tal vez huesos y pellejo.

Sin embargo, soy la misma, idéntica mujer.


La primera vez que sucedió tenía diez.
Fue un accidente.

La segunda vez pretendí


Superarme y no regresar jamás.
Oscilé callada.

Como una concha marina.


Tenían que llamar y llamar
Recoger mis gusanos como perlas pegajosas/

Morir
Es un arte, como cualquier otra cosa.
Yo lo hago excepcionalmente bien.

Lo hago para sentirme hasta las heces.


Lo ejecuto para sentirlo real.
Podemos decir que poseo el don.
Es bastante fácil hacerlo en una celda.
Muy fácil hacerlo y no perder las formas.
Es el mismo

Retorno teatral a pleno día


Al mismo lugar, mismo rostro, grito brutal
Y divertido:

“Milagro!”
Que me liquida.
Luego una carga a fondo

Para ojear mis cicatrices, y otra


Para escucharme el corazón –
De verdad sigue latiendo.

Y hay otra y otra arremetida grande


Por una palabra, por tocar
O por un poquito de sangre

O por unos cabellos o por mi ropa.


Bien, bien, está bien Herr Doktor.
Bien. Herr Enemigo.

Yo soy vuestra obra maestra,


Su pieza de valor,
La bebé de oro puro

Que se disuelve con un chillido.


Me doy vuelta y ardo.
No creas que no valoro tu gran cuidado.

Ceniza, ceniza —
Ustedes atizan, remueven.
Carne, hueso, nada queda 00

Una barra de jabón,


Una alianza de bodas.
Un empaste de oro.

Herr Dios, Herr Lucifer


Cuidado.
Cuidado.
Desde las cenizas me levanto
Con mi cabello rojo
Y devoro hombres como el aire.
Mary Oliver (1935-2019)
Atenta

Cada día
veo u oigo algo
que más o menos
me mata de placer,

que me deja
como una aguja
en el pajar de luz.

Eso era para lo que


había nacido
para mirar, para escuchar

para perderme
dentro de este mundo suave,
para aprender,
una y otra vez,
en la alegría,
y la admiración.

No estoy hablando
de lo excepcional,
de lo terrible, de lo espantoso,
de lo extravagante,
sino de lo ordinario,
lo común, lo monótono,
las cosas que ocurren a diario…

Los gansos salvajes

No tenés que ser buena persona.


No tenés que caminar de rodillas
cientos de kilómetros por el desierto, arrepintiéndote.
Solamente tenés que permitir que el animal suave de tu cuerpo
ame lo que ama.
Cuéntame sobre la desesperanza, la tuya, y te contaré sobre la mía.
Mientras tanto el mundo sigue girando.
Mientras tanto el sol y las piedritas claras de la lluvia
corren a través de los paisajes,
por las llanuras y los árboles profundos,
las montañas y los ríos.
Mientras tanto los gansos salvajes, altos en el aire limpio y azul,
vuelven nuevamente a casa.
Quienquiera que seas, no importa la soledad que te abrume,
el mundo se ofrece para tu imaginación,
te llama como los gansos salvajes, ásperos y emocionantes--
una y otra vez anunciándote tu lugar
en la familia de las cosas.

Poema

Les perdono
su infelicidad
les perdono
haberse ido del mundo.

Pero no les perdono


haber mirado hacia otro lado
sacarse el velo
bailar para la muerte

a toda velocidad
hacia el olvido
al filo de sus exquisitos
poemas, anunciando:
este es el camino.
Louise Gluck (1943-2023)

Imagen en el espejo

Esta noche me vi a mí misma en la ventana oscura


como el vivo retrato de mi padre, cuya vida
transcurrió igual,
pensando en la muerte, excluyendo
otros asuntos sensuales,
de manera que al final fue fácil
renunciar a esa vida, ya que
no contenía nada: ni la voz
de mi madre pudo hacerle
cambiar o arrepentirse
pues su credo era
que si no se puede amar a otro ser humano
no se tiene sitio en este mundo.

El deseo

¿Te acuerdas de cuando pediste un deseo?


Yo pido muchos deseos.
Cuando te mentí
sobre lo de la mariposa. Siempre me pregunté
qué pediste.
¿Qué crees que pedí yo?
No sé. Que volvería,
que al final de alguna manera estaríamos juntos.
Pedí lo que siempre pido.
Pedí otro poema.

Primer recuerdo

Hace mucho me hirieron. Viví


para vengarme
de mi padre, no
por lo que fue
sino por lo que era yo:
desde el principio de los tiempos,
en la infancia, pensé
que el dolor significaba
que no era amada.
Significaba que yo amaba.
Sharon Olds (1942-X)

La hora después

La hora después, cuando nos miramos y dormimos


y nos miramos, parece la hora central
de mi vida - la dicha antes de que se vuelva
demasiado enorme para sacarla
al mundo. A veces nos decimos
cosas: quiero entrar
en tus ojos, y habitarlos. Anoche, tuviste
los ojos abiertos, ya dormido, para que yo pudiera
nadar y nadar, me siento todavía plena, en esa
circunnavegación. Te agradezco
por las semillas, sonreímos, me honra recibirlas.
Amo para que me conozcas, susurro,
ver ese conocimiento profundo en tu mirada.
Cada vez que abrimos los ojos
estamos casados, todo el tiempo que dormitamos
estamos casados - y cada minuto del día
alejados, estamos casados como si pudiera demostrarse físicamente.
En el primer momento de conocernos,
yo había dicho, repentinamente, arrodillándome entre
tus piernas, y alzando la mirada, un instante,
Es como el cariño! Es muy parecido
al cariño extremo! Y sonreíste y te reíste
suavemente. Quién sabe cómo es,
el juego del amor, el juego previo, el juego de las miradas,
el juego de dormir, y el juego fundamental como un trabajo
precioso. Es como hacer algo-
hacer visible y audible lo que está
ahí. Gritamos, cantamos,
y después por una hora está ahí en la habitación,
la canción. Te miro a los ojos como si hubiera estado
separada de ti por un tiempo largo
o fuera a estar separada de ti por un tiempo sin fin.

Un tiempo de pasión

Después entramos en un tiempo de pasión tan


extrema que era casi calma, el cuerpo
duplicaba lo que quería soportar. La angustia
y el placer jugaban una con otro. Nos salíamos de lo que yo había
pensado era el camino, y volvíamos fácilmente.
Y todo se hacía bajo una luz tranquila, como si nuestros
sueños infantiles se hubieran despertado, el antiguo
equilibrio de poderes desnudo en el cuarto,
el chasquido ocasional de una palmada cargada de lujuria dulce
y extrema. Cuando me oía a mí misma pidiendo cosas,
mi susurro grave era como el siseo
de alguna otra criatura. El sexo había sido
como música, alto y brillante como la luna,
azúcar como la leche que había saltado en un pequeño
arco desde el pecho. Había parecido que estábamos desatados
como el fuego puede desatarse de la tierra,
o el aire del agua, que éramos flores que las estaciones
abrían y cerraban, habíamos sido interpretados. Ahora
éramos dos personas, jugando la una con la otra,
como si no hubiera habido nada sagrado. Ahora,
entraban la voluntad, el abandono del cielo,
y extremos de emoción que yo no había sabido que existieran
fuera de las habitaciones donde las personas se lastiman unas a otras.
Nos amábamos. Nuestro nido había estado vacío
por unos años ya. Encerrados juntos, o un
dedo de uno tocando un
pezón del otro, volábamos de cabeza hacia
la tierra y salíamos de ella, como ensayando.
Nunca se me cruzó la idea de que él ya no me
amara, de que hubiéramos dejado el reino del amor.

Aceite de pescado

Una medianoche, llegué a casa después del trabajo


y el departamento apestaba a pescado
frito. Todas las ventanas estaban cerradas,
y todas las puertas, abiertas, de
la sartén y la espátula se desprendía una espiral
espesa de oliva y bacalao. Mi marido
dormía. Abrí las ventanas y cerré
las puertas y puse los platos en la pileta
y los sumergí en detergente. Al día
siguiente le fui con el chisme a una amiga, y ella dijo,
algunos podrían vivir con eso, y hasta
aprender a disfrutar del olor a frito. Y esa noche,
miré a mi amor, y quien él es
me tocó el fondo del corazón. Busqué
una botella de extra-extra virgen,
y una receta de filete de mar en
aceite de oliva, llené los cuartos con
volutas de perfume de aleta, el contorno
en la arena que dibujaron los primeros cristianos,
el lazo que significa seguridad, que significa yo también,
recordé el ceño fruncido de mis padres frente a cualquier
dejo de olor fuera de la cocina,
el escalofrío calvinista, en esa casa, frente a la dulce
grasa de la vida. Yo había venido a mi compañero
aturdida, anhelante, un poco de sal
en su canasto de pesca, una chica en aceite,
su plato. No había sabido que uno
pudiera aprobar a otro completamente – que uno pudiera
despertarse un día rancio, que uno pudiera despabilarse
del sueño del enjuiciamiento.
Emily Dickinson (1830-1886)

919

Si puedo evitar que un corazón se rompa


no habré vivido en vano
si puedo aliviar una vida de dolor
o entibiar una pena
o ayudar a un petirrojo caído
devolviendolo a su nido
no habré vivido en vano.

670

No es necesario ser una habitación


para estar embrujada,
no es necesario ser una casa.
El cerebro tiene pasillos más grandes
que los pasillos reales.

Es mucho más seguro encontrarse a medianoche


con un fantasma exterior
que toparse con ese gélido huésped,
el fantasma interior.

Más seguro correr por una abadía


perseguida por las sepulturas
que, sin luna, encontrarse a una misma
en un lugar solitario.

Nosotros tras nosotros mismos escondidos,


lo que nos produce más horror.
Sería menos terrible
un asesino en nuestra habitación.

El prudente coge un revólver


y empuja la puerta,
sin percatarse de un espectro superior
que está más cerca.

1755

Para hacer una pradera se necesita un trébol y una abeja,


un trébol y una abeja
y ensueño.
Bastará con el ensueño
si las abejas son pocas.
Marianne Moore (1887-1972)

La poesía

A mí tampoco me gusta.
Pero, al leerla con absoluto
desprecio, descubrimos en ella,
al fin y al cabo,
sitio para lo auténtico.
Anne Sexton (1928-1974)

La furia del abandono (Traducción personal)

Alguien vive en una cueva


comiéndose los dedos de los pies,
lo sé.
Alguien pequeño vive bajo un arbusto
presionando una lata de Coca-Cola vacía contra
su hambriento estómago hinchado,
lo sé.
A un mono le cortaron las manos
para un experimento médico
y sus garras lloraron.
Lo sé.

Sé que todo es
un asunto de manos.
De la triste dulzura de tocar
llega el amor
como un desayuno.
De las muchas casas salen las manos
antes del abandono de la ciudad,
de los bares y tiendas,
sale una fila delgada de hormigas.

Me han abandonado aquí afuera


bajo las estrellas secas
sin zapatos, sin cinturón
y he llamado a Rescue Inc. -
esa línea anticuada -
no hay voz.
Dejada a mis propios labios, tocalos,
mis propias fosas nasales, hombros, pechos,
ombligo, estómago, hueso de la rodilla, tobillo,
tocalos.

Me hace reír
ver a una mujer en esta condición.
Me hace reír por Estados Unidos y por la ciudad de Nueva York
cuando te cortan las manos
y nadie contesta el teléfono.

El beso

Mi boca florece como una herida.


He estado equivocada todo el año, tediosas
noches, nada sino ásperos codos en ellos
y delicadas cajas de Kleenex, llamando llora bebé
¡llora bebé, tonto!

Antes de ayer mi cuerpo estaba inútil.


Ahora está desgarrándose en sus rincones cuadrados.
Está desgarrando los vestidos de la Vieja Mary, nudo anudo
y mira, ahora está bombardeada con esos eléctricos cerrojos.
¡Zing! ¡Una resurrección!

Una vez fue un bote, bastante madera


y sin trabajo, sin agua salada debajo
y necesitando un poco de pintura. No había más
que un conjunto de tablas. Pero la elevaste, la encordaste.
Ella ha sido elegida.

Mis nervios están encendidos. Los oigo como


instrumentos musicales. Donde había silencio
los tambores, las cuerdas están tocando irremediablemente. Tú hiciste esto.
Puro genio trabajando. Querido, el compositor ha entrado
al fuego.

Deseando morir

Ahora que lo preguntas, la mayor parte de los días no puedo recordar.


Camino vestida, sin marcas de ese viaje.
Luego la casi innombrable lascivia regresa.

Ni siquiera entonces tengo nada contra la vida.


Conozco bien las hojas de hierba que mencionas,
los muebles que has puesto al sol.

Pero los suicidas poseen un lenguaje especial.


Al igual que carpinteros, quieren saber con qué herramientas.
Nunca preguntan por qué construir.

En dos ocasiones me he expresado con tanta sencillez,


he poseído al enemigo, comido al enemigo,
he aceptado su destreza, su magia.

De este modo, grave y pensativa,


más tibia que el aceite o el agua,
he descansado, babeando por el agujero de mi boca.

No se me ocurrió exponer mi cuerpo a la aguja.


Hasta la córnea y la orina sobrante se perdieron.
Los suicidas ya han traicionado el cuerpo.
Nacidos sin vida, no siempre mueren,
pero deslumbrados, no pueden olvidar una droga tan dulce
que hasta los niños mirarían con una sonrisa.

¡Empujar toda esa vida bajo tu lengua!


que, por sí misma, se convierte en pasión.
La muerte es un hueso triste, lleno de golpes, dirías,

y a pesar de todo ella me espera, año tras año,


para reparar delicadamente una vieja herida,
para liberar mi aliento de su dañina prisión.

Balanceándose allí, a veces se encuentran los suicidas,


rabiosos ante el fruto, una luna inflada,
Dejando el pan que confundieron con un beso
Dejando la página del libro abierto descuidadamente
Algo sin decir, el teléfono descolgado
Y el amor, cualquiera que haya sido, una infección.
Adrienne Rich (1929-2012)

Veintiún poemas de amor III

Porque ya no somos jóvenes, las semanas han de bastar


por los años sin conocernos. Sólo esa extraña curva
del tiempo me dice que ya no somos jóvenes.
¿Caminé yo acaso por las calles en la madrugada, a los veinte,
con la piernas temblándome y los brazos en éxtasis más pleno?
¿Acaso me asomé por alguna ventana buscando la ciudad
atenta al futuro, como ahora aquí, esperando tu llamada?
Con el mismo ritmo tú te aproximaste a mí.
Son eternos tus ojos, verde destello
de hierba salvaje refrescada por la vertiente.
Sí. A los veinte creíamos ser eternas.
A los cuarenta y cinco deseo conocer incluso nuestros límites.
Te acaricio ahora, y sé que no nacimos mañana,
y que de algún modo tú y yo nos ayudaremos a vivir,
y en algún lugar nos ayudaremos tú y yo a morir.

Diálogo

Está sentada con la cabeza apoyada en una mano, la


otra gira un viejo anillo a contraluz,
durante horas nuestra conversación ha estado batiendo,
como la lluvia contra los cristales,
como esa sensación de agosto y el relámpago.
Me levanto, voy a hacer té, vuelvo,
nos miramos,
entonces dice (y esto es lo que revivo
una y otra vez)…, dice: no sé
si el sexo es una ilusión

no sé
quién era cuando hacía aquellas cosas
o quién dije que era
o si deseaba sentir
aquello sobre lo que había leído
o quién estaba allí conmigo en realidad
o si sabía, ya entonces,
que cabía la duda acerca de estas cosas.

XIII (DEDICATORIAS)

Sé que estás leyendo este poema


tarde, antes de dejar tu oficina
la de la única lámpara amarillo intenso
y la ventana que se va oscureciendo
en la lasitud de un edificio que se funde en el silencio
mucho después de la hora pico.
Sé que estás leyendo este poema
parada en una librería lejos del océano
en un día gris del principio de la primavera,
débiles copos arrastrados por los enormes espacios
de las planicies a tu alrededor.
Sé que estás leyendo este poema
en una habitación donde demasiado ha sucedido
como para que lo soportes
donde las sábanas se enroscan estancadas en la cama
y la valija abierta habla de huida
pero todavía no podés irte.
Sé que estás leyendo este poema
mientras el subterráneo disminuye la velocidad
y antes de subir corriendo las escaleras
hacia una nueva clase de amor
que tu vida nunca permitió.
Sé que estás leyendo este poema a la luz
de la pantalla del televisor
donde imágenes sin sonido se sacuden y deslizan
mientras esperás la última noticia de la intifada.
Sé que estás leyendo este poema en una sala de espera
de ojos que coinciden y que no se encuentran, de identidad con extraños.
Sé que estás leyendo este poema con luz fluorescente
en el aburrimiento y la fatiga de jóvenes excluidos,
que se marginan a sí mismos, a una edad demasiado temprana.
Sé que estás leyendo este poema con tu vista debilitada,
los gruesos lentes agrandando estas letras más allá de todo significado
y sin embargo seguís leyendo
porque hasta el alfabeto es precioso.
Sé que estás leyendo este poema caminando por la cocina
calentando leche, un bebé llorando sobre tu hombro,
un libro en tu mano
porque la vida es corta y vos también tenés sed.
Sé que estás leyendo este poema que no está en tu idioma
adivinando algunas palabras mientras otras te hacen seguir leyendo
y quiero saber cuáles son esas palabras.
Sé que estás leyendo este poema esperando escuchar,
desgarrada entre la amargura y la esperanza
volviendo una vez más a la tarea que no podés rehuir.
Sé que estás leyendo este poema
porque ya no queda otra cosa que leer
ahí donde aterrizaste, desnuda como estás.
William Carlos Williams (1883-1963)

Esto es sólo para decirte

Sólo para decirte


que me comí
las ciruelas
que estaban en
la heladera

y que
probablemente
guardabas
para el desayuno

Perdóname
estaban deliciosas
tan dulces
tan frías
Elizabeth Bishop (1911-1979)

Un arte

El arte de perder no es difícil adquirirlo.


Tantas cosas parecen empeñadas
en perderse, que su pérdida no es un desastre.

Pierde algo cada día. Acepta el tumulto


de llaves de puertas perdidas, la hora malgastada.
El arte de perder no es difícil adquirirlo.

Practica entonces perder más aún, y más rápido:


lugares, nombres, y el sitio al que se suponía
que viajarías. Nada de esto será un desastre.

Perdí el reloj de mi madre, y -¡mira!- la última, o


penúltima de tres casas que amaba se fue.
El arte de perder no es difícil adquirirlo.

Perdí dos ciudades, ambas adorables. Y, más ampliamente,


algunos sitios de los que era dueña, dos ríos, un continente.
Los echo de menos, pero no fue un desastre.

-Hasta al perderte a ti (la voz bromista, un gesto


de amor) no habré mentido. Es evidente que
el arte de perder no es demasiado difícil de adquirir
aunque parezca por momentos (¡Escríbelo!) un desastre.
Walt Whitman (1819-1892)

De dolientes ríos encajonados

De dolientes ríos encajonados,


De aquello de mí, sin lo cual yo no sería nada,
De lo que he decidido hacer ilustre, aunque me quede solo entre los hombres,
De mi propia voz resonante cantando al falo,
Cantando el canto de la procreación,
Cantando la necesidad de soberbios niños y, en ellos, de soberbios adultos,
Cantando el ímpetu muscular y la unión,
Cantando el canto del compañero de lecho (¡oh, anhelo irresistible!
¡Oh, para todos y para cada uno, la atracción del cuerpo correspondiente!
¡Oh, para ti, quienquiera que seas, tu cuerpo correspondiente, ese cuerpo deleitándote más que todo!)
Del roer que día y noche me devora,
De momentos elementales, de instantes pudorosos, cantándolos,
Buscando alguna cosa no encontrada, aunque la busqué tantos años,
Cantando el verdadero canto del alma incierta y al azar,
Renaciendo con lo más torpe de la Naturaleza o entre animales;
Con eso, con ellos y con todo lo que los acompaña informo mis poemas,
Del olor de manzanas y de limones, del acoplamiento de pájaros,
De los húmedos bosques, de las olas que se deslizan,
Del empuje de las olas sobre la tierra, yo cantándolas,
Ejecutando a media voz el preludio, anticipando la melodía,
La cercanía bien venida, la contemplación del cuerpo perfecto,
El nadador desnudo en la pileta o flotando de espaldas,
La forma femenina que se acerca, carne de amor, trémula y dolorida,
Preparo la divina enumeración para mí mismo, para ti o para cualquiera,
El rostro, los miembros, el índice de pies a cabeza y lo que suscita,
El místico delirio, la locura amorosa, la entrega total,
(No hables, acércate, escucha lo que te estoy diciendo al oído,
Te quiero, me posees por entero,
Oh, huir tú y yo de los demás, irnos de una vez, libres y sin ley,
Dos gavilanes en el aire, dos peces en el mar, no son más libres que nosotros),
La furiosa tormenta atravesándome, yo temblando de pasión,
El juramento de ser inseparables y de estar juntos, de la mujer que me ama y a quien yo amo más que
a mi vida, atándome a ese juramento,
(¡Oh, todo lo arriesgo por ti!
¡Aniquilarme si es preciso!
¡Oh, tú y yo! ¿qué nos importa lo que los otros hagan y piensen?
¿Qué es todo lo demás para nosotros? Gocémonos los dos y agotémonos, si así tiene que ser.)
Del Capitán, del piloto a quien entrego la nave,
Del General que me ordena, que ordena a todos y a quien pido permiso,
A veces apresurando el programa (demasiado tiempo me he demorado)
Del sexo, de la urdimbre y de la trama,
De la soledad, de la repetida zozobra,
De tanta gente cerca, pero no la persona que me hace falta,
Del suave deslizarse de unas manos sobre mi cuerpo, y de los dedos que penetran en mi cabello y
enmi barba,
Del largo beso prolongado sobre la boca o el pecho,
De la estrecha presión que me embriaga a mí o a cualquier hombre, matándome de hartura,
De lo que el divino esposo no ignora de la obra de la paternidad,
De la exultación de la victoria y del alivio, del abrazo de la compañera en la noche,
Del poema viviente de los ojos, de las manos, de las caderas y de los pechos,
Del brazo tembloroso que se aferra,
Del cuerpo que se curva y de la lucha,
De lado a lado, nuestros pies que rechazan la manta,
De la que no quiere dejarme y a la que no quiero dejar,
(Un momento, oh tierna que me esperas, y ya vuelvo),
De la hora de las estrellas que resplandecen y del rocío que cae,
Emergiendo de la noche, asomándome,
Yo te celebro, acto divino, y a vosotros, engendrados hijos,
Y a vosotras, fuertes entrañas.

Y yo he dicho...:

Y yo he dicho que el alma no vale más que el cuerpo,


y que el cuerpo no vale más que el alma,
y que nada, ni Dios, es más grande para uno que uno mismo.
Y aquel que camina una sola legua sin amor, camina amortajado hacia su propio funeral.

Tú y yo, sin un céntimo, podemos comprar el pico más alto de la sierra;


y el fulgor de una pupila
y un guisante en su vaina
humillan toda la sabiduría del mundo.
No hay otro oficio ni empleo que aquel que enseña al mozo a ser un héroe.
Y por blando que sea un objeto, puede ser un día el eje en que descanse la rueda del universo.
Y digo a todos los hombres y mujeres: Serenad vuestro espíritu frente a los universos infinitos.
Y digo también: No os preocupéis de Dios.
A mí, que todo me preocupa, no me preocupa dios.
No me preocupan ni Dios ni la muerte.
Yo oigo y veo a Dios en todas las cosas, pero no lo comprendo,
como no comprendo que haya nada en el mundo más admirable que yo.
¿Por qué voy a empeñarme en que Dios sea otra cosa mejor que este día?
En cada hora hay algo de dios
y en cada minuto también.
En el rostro de las mujeres
y en el rostro de los hombres está Dios,
y en mi propio rostro lo veo también cuando me miro al espejo.
Encuentro cartas de dios en la calle,
cartas firmadas con su nombre
y no las recojo porque sé que en cualquier sitio encontraré otras semejantes.
Miles y miles me saldrán al paso, puntuales, por dondequiera que camine.

Canto a mí mismo
El pasado y el presente se marchitan.
Y los he llenado y los he vaciado a los dos
y prosigo llenando lo que me espera en el futuro.
Y ahora vosotros, los que me habéis escuchado,
levantaos. ¿Qué tenéis que decirme?
Miradme a la cara, mientras respiro por última vez bajo las sombras de la tarde.
(Hablad sinceramente, nadie os escucha y sólo dispongo de un minuto.)
¿Qué tenéis que decirme?
¿Qué me contradigo?
Sí, me contradigo. Y ¿qué?
(Yo soy inmenso…
y contengo multitudes.)
Me dirijo a los que están cerca
y espero en el umbral de la puerta.
¿Quién ha terminado su trabajo?
¿Quién ha concluido de cenar?
¿Quién me acompaña?
¿Quién viene conmigo?
O ¿vais a hablar cuando ya me haya ido y sea demasiado tarde?
Denise Levertov (1923-1997)

Al lector

Mientras leés, un oso polar plácidamente


orina y tiñe
la nieve de azafrán;

mientras leés, algunos dioses


se acuestan entre hiedras: sus ojos de obsidiana
están mirando las generaciones de hojas;

mientras leés, el mar


está pasando sus páginas oscuras,
pasando
sus páginas oscuras.

El secreto

Dos chicas, en un verso


súbito, descubren
el secreto de la
vida.

Yo que no sé el
secreto escribí
el verso. Ellas
me contaron

(a través de un tercero)
que lo habían encontrado
pero no en qué consistía
ni siquiera

cuál era el verso. Ahora no tengo


dudas, pasada más de
una semana, de que olvidaron
el secreto,

el verso, el nombre
del poema. Las amo
porque vieron lo que
no puedo ver,

y por amarme por


el verso que escribí,
y por olvidárselo
de modo que

mil veces más, hasta que las encuentre


la muerte, puedan descubrirlo
de nuevo en otros
versos

en otros
acontecimientos. Y por
querer saberlo,
por

suponer que existe


tal secreto, sí,
por eso
más que nada.
E.E. Cummings (1894-1962)

LVII

en algún lugar al que nunca he ido, gozosamente más allá


de toda experiencia, tus ojos tienen su silencio:
en tu gesto más delicado hay cosas que me rodean,
o que no puedo tocar porque están demasiado cerca.

tu mirada más leve me abrirá sin esfuerzo


aunque me haya cerrado como unos dedos,
tú siempre me abres pétalo a pétalo como abre la Primavera
(tocando hábil, misteriosamente) su primera rosa

o si tu deseo fuera encerrarme, yo y mi vida


nos cerraremos muy delicadamente, de repente,
como cuando el corazón de esta flor imagina
la nieve cayendo cuidadosamente por todas partes;

nada de lo que podamos percibir en este mundo iguala


el poder de tu intensa fragilidad: su textura
me domina con el color de sus países,
produciendo muerte y eternidad a cada latido

(no sé qué hay en ti que se cierra


y se abre; pero algo en mí comprende
que la voz de tus ojos es más profunda que todas las rosas)
nadie, ni siquiera la lluvia, tiene unas manos tan pequeñas

VII

como el sentimiento es lo primero


quien presta atención
a la sintaxis de las cosas
nunca te besará completamente;
ser un completo estúpido
mientras la Primavera está en el mundo
mi sangre consciente,
y los besos son un destino mejor
que la sabiduría
señora lo juro por todas las flores. No llores
-el mejor gesto de mi cerebro es menos que
el aleteo de tus párpados que dice
que estamos hechos el uno para el otro: así pues
ríe, recostándote en mis brazos
porque la vida no es un párrafo
Y creo que la muerte no es un paréntesis
Allen Ginsberg (1926-1997)

I.

Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas,
arrastrándose por las calles de los negros al amanecer en busca de un colérico pinchazo,
hipsters con cabezas de ángel ardiendo por la antigua conexión celestial con el estrellado dínamo de la
maquinaria nocturna,
que pobres y harapientos y ojerosos y drogados pasaron la noche fumando en la oscuridad
sobrenatural de apartamentos de agua fría, flotando sobre las cimas de las ciudades contemplando
jazz,
que desnudaron sus cerebros ante el cielo bajo el El y vieron ángeles mahometanos tambaleándose
sobre techos iluminados,
que pasaron por las universidades con radiantes ojos imperturbables alucinando Arkansas y tragedia
en la luz de Blake entre los maestros de la guerra,
que fueron expulsados de las academias por locos y por publicar odas obscenas en las ventanas de la
calavera,
que se acurrucaron en ropa interior en habitaciones sin afeitar, quemando su dinero en papeleras y
escuchando al Terror a través del muro,
que fueron arrestados por sus barbas púbicas regresando por Laredo con un cinturón de marihuana
hacia Nueva York,
que comieron fuego en hoteles de pintura o bebieron trementina en Paradise Alley, muerte, o
sometieron sus torsos a un purgatorio noche tras noche,
con sueños, con drogas, con pesadillas que despiertan, alcohol y verga y bailes sin fin,
incomparables callejones de temblorosa nube y relámpago en la mente saltando hacia los polos de
Canadá y Paterson, iluminando todo el inmóvil mundo del intertiempo,
realidades de salones de Peyote, amaneceres de cementerio de árbol verde en el patio trasero,
borrachera de vino sobre los tejados, barrios de escaparate de paseos drogados luz de tráfico de neón
parpadeante, vibraciones de sol, luna y árbol en los rugientes atardeceres invernales de Brooklyn,
desvaríos de cenicero y bondadosa luz reina de la mente,
que se encadenaron a los subterráneos para el interminable viaje desde Battery al santo Bronx en
benzedrina hasta que el ruido de ruedas y niños los hizo caer temblando con la boca desvencijada y
golpeados yermos de cerebro completamente drenados de brillo bajo la lúgubre luz del Zoológico,
que se hundieron toda la noche en la submarina luz de Bickford salían flotando y se sentaban a lo
largo de tardes de cerveza desvanecida en el desolado Fugazzi’s, escuchando el crujir del Apocalipsis
en el jukebox de hidrógeno,
que hablaron sin parar por setenta horas del parque al departamento al bar a Bellevue al museo al
puente de Brooklyn,
un batallón perdido de conversadores platónicos saltando desde las barandas de salidas de incendio
desde ventanas desde el Empire State desde la luna,
parloteando gritando vomitando susurrando hechos y memorias y anécdotas y excitaciones del globo
ocular y shocks de hospitales y cárceles y guerras,
intelectos enteros expulsados en recuerdo de todo por siete días y noches con ojos brillantes, carne
para la sinagoga arrojada en el pavimento,
que se desvanecieron en la nada Zen Nueva Jersey dejando un rastro de ambiguas postales del
Atlantic City Hall,
sufriendo sudores orientales y crujidos de huesos tangerinos y migrañas de la china con síndrome de
abstinencia en un pobremente amoblado cuarto de Newark,
que vagaron por ahí y por ahí a medianoche en los patios de ferrocarriles preguntándose dónde ir, y se
iban, sin dejar corazones rotos,
que encendieron cigarrillos en furgones furgones furgones haciendo ruido a través de la nieve hacia
granjas solitarias en la abuela noche,
que estudiaron a Plotino Poe San Juan de la Cruz telepatía bop kabbalah porque el cosmos
instintivamente vibraba a sus pies en Kansas,
que vagaron solos por las calles de Idaho buscando ángeles indios visionarios que fueran ángeles
indios visionarios,
que pensaron que tan sólo estaban locos cuando Baltimore refulgió en un éxtasis sobrenatural,
que subieron en limosinas con el chino de Oklahoma impulsados por la lluvia de pueblo luz de calle
en la medianoche invernal,
que vagaron hambrientos y solitarios en Houston en busca de jazz o sexo o sopa, y siguieron al
brillante Español para conversar sobre América y la Eternidad, una tarea inútil y así se embarcaron
hacia África,
que desaparecieron en los volcanes de México dejando atrás nada sino la sombra de jeans y la lava y
la ceniza de la poesía esparcida en la chimenea Chicago,
que reaparecieron en la costa oeste investigando al F.B.I. con barba y pantalones cortos con grandes
ojos pacifistas sensuales en su oscura piel repartiendo incomprensibles panfletos,
que se quemaron los brazos con cigarrillos protestando por la neblina narcótica del tabaco del
Capitalismo,
que distribuyeron panfletos supercomunistas en Union Square sollozando y desnudándose mientras
las sirenas de Los Álamos aullaban por ellos y aullaban por la calle Wall, y el ferry de Staten Island
también aullaba,
que se derrumbaron llorando en gimnasios blancos desnudos y temblando ante la maquinaria de otros
esqueletos,
que mordieron detectives en el cuello y chillaron con deleite en autos de policías por no cometer más
crimen que su propia salvaje pederastia e intoxicación,
que aullaron de rodillas en el subterráneo y eran arrastrados por los tejados blandiendo genitales y
manuscritos,
que se dejaron follar por el culo por santos motociclistas, y gritaban de gozo,
que mamaron y fueron mamados por esos serafines humanos, los marinos, caricias de amor Atlántico
y Caribeño,
que follaron en la mañana en las tardes en rosales y en el pasto de parques públicos y cementerios
repartiendo su semen libremente a quien quisiera venir,
que hiparon interminablemente tratando de reír pero terminaron con un llanto tras la partición de un
baño turco cuando el blanco y desnudo ángel vino para atravesarlos con una espada,
que perdieron sus efebos por las tres viejas arpías del destino la arpía tuerta del dólar heterosexual la
arpía tuerta que guiña el ojo fuera del vientre y la arpía tuerta que no hace más que sentarse en su culo
y cortar las hebras intelectuales doradas del telar del artesano,
que copularon extáticos e insaciables con una botella de cerveza un amorcito un paquete de cigarrillos
una vela y se cayeron de la cama, y continuaron por el suelo y por el pasillo y terminaron
desmayándose en el muro con una visión del coño supremo y eyacularon eludiendo el último hálito de
conciencia,
que endulzaron los coños de un millón de muchachas estremeciéndose en el crepúsculo, y tenían los
ojos rojos en las mañanas pero estaban preparados para endulzar el coño del amanecer,
resplandecientes nalgas bajo graneros y desnudos en el lago,
que salieron de putas por Colorado en miríadas de autos robados por una noche, N.C. héroe secreto de
estos poemas, follador y Adonis de Denver -regocijémonos con el recuerdo de sus innumerables
jodiendas de muchachas en solares vacíos y patios traseros de restaurantes, en desvencijados asientos
de cines, en cimas de montañas, en cuevas o con demacradas camareras en familiares solitarios
levantamientos de enaguas y especialmente secretos solipsismos en baños de gasolineras y también en
callejones de la ciudad natal,
que se desvanecieron en vastas y sórdidas películas, eran cambiados en sueños, despertaban en un
súbito Manhattan y se levantaron en sótanos con resacas de despiadado Tokai y horrores de sueños de
hierro de la tercera avenida y se tambalearon hacia las oficinas de desempleo,
que caminaron toda la noche con los zapatos llenos de sangre sobre los bancos de nieve en los muelles
esperando que una puerta se abriera en el East River hacia una habitación llena de vapor caliente y
opio,
que crearon grandes dramas suicidas en los farellones de los departamentos del Hudson bajo el foco
azul de la luna durante la guerra y sus cabezas serán coronadas de laurel y olvido,
que comieron estofado de cordero de la imaginación o digirieron el cangrejo en el lodoso fondo de los
ríos de Bowery,
que lloraron ante el romance de las calles con sus carritos llenos de cebollas y mala música,

que se sentaron sobre cajas respirando en la oscuridad bajo el puente y se levantaron para construir
clavicordios en sus áticos,
que tosieron en el sexto piso de Harlem coronados de fuego bajo el cielo tubercular rodeados por cajas
naranjas de Teología,
que escribieron frenéticos toda la noche balanceándose y rodando sobre sublimes encantamientos que
en el amarillo amanecer eran estrofas incoherentes,
que cocinaron animales podridos pulmón corazón pié cola borsht & tortillas soñando con el puro reino
vegetal,
que se arrojaron bajo camiones de carne en busca de un huevo,
que tiraron sus relojes desde el techo para emitir su voto por una eternidad fuera del tiempo, &
cayeron despertadores en sus cabezas cada día por toda la década siguiente,
que cortaron sus muñecas tres veces sucesivamente sin éxito, desistieron y fueron forzados a abrir
tiendas de antigüedades donde pensaron que estaban envejeciendo y lloraron,
que fueron quemados vivos en sus inocentes trajes de franela en Madison Avenue entre explosiones de
versos plúmbeos & el enlatado martilleo de los férreos regimientos de la moda & los gritos de
nitroglicerina de maricas de la publicidad & el gas mostaza de inteligentes editores siniestros, o fueron
atropellados por los taxis ebrios de la realidad absoluta,
que saltaron del puente de Brooklyn esto realmente ocurrió y se alejaron desconocidos y olvidados
dentro de la fantasmal niebla de los callejones de sopa y carros de bomba del barrio Chino, ni siquiera
una cerveza gratis,
que cantaron desesperados desde sus ventanas, se cayeron por la ventana del metro, saltaron en el
sucio Passaic, se abalanzaron sobre negros, lloraron por toda la calle, bailaron descalzos sobre vasos
de vino rotos y discos de fonógrafo destrozados de nostálgico Europeo jazz Alemán de los años 30 se
acabaron el whisky y vomitaron gimiendo en el baño sangriento, con lamentos en sus oídos y la
explosión de colosales silbatos de vapor,
que se lanzaron por las autopistas del pasado viajando hacia la cárcel del gólgota -solitario mirar-
autos preparados de cada uno de ellos o Encarnación de Jazz de Birmingham,
que condujeron campo traviesa por 72 horas para averiguar si yo había tenido una visión o tú habías
tenido una visión o él había tenido una visión para conocer la eternidad,
que viajaron a Denver, murieron en Denver, que volvían a Denver; que velaron por Denver y
meditaron y andaban solos en Denver y finalmente se fueron lejos para averiguar el tiempo, y ahora
Denver extraña a sus héroes,
que cayeron de rodillas en desesperanzadas catedrales rezando por la salvación de cada uno y la luz y
los pechos, hasta que al alma se le iluminó el cabello por un segundo,
que chocaron a través de su mente en la cárcel esperando por imposibles criminales de cabeza dorada
y el encanto de la realidad en sus corazones que cantaba dulces blues a Alcatraz,
que se retiraron a México a cultivar un hábito o a Rocky Mount hacia el tierno Buda o a Tánger en
busca de muchachos o a la Southern Pacific hacia la negra locomotora o de Harvard a Narciso a
Woodland hacia la guirnalda de margaritas o a la tumba,
que exigieron juicios de cordura acusando a la radio de hipnotismo y fueron abandonados con su
locura y sus manos y un jurado indeciso,
que tiraron ensalada de papas a los lectores de la CCNY sobre dadaísmo y subsiguientemente se
presentan en los escalones de granito del manicomio con las cabezas afeitadas y un arlequinesco
discurso de suicidio, exigiendo una lobotomía al instante,
y recibieron a cambio el concreto vacío de la insulina Metrazol electricidad hidroterapia psicoterapia
terapia ocupacional ping pong y amnesia,
que en una protesta sin humor volcaron sólo una simbólica mesa de ping pong, descansando
brevemente en catatonia,
volviendo años después realmente calvos excepto por una peluca de sangre, y de lágrimas y dedos, a
la visible condenación del loco de los barrios de las locas ciudades del Este,
los fétidos salones del Pilgrim State Rockland y Greystones, discutiendo con los ecos del alma,
balanceándose y rodando en la banca de la soledad de medianoche reinos dolmen del amor, sueño de
la vida una pesadilla, cuerpos convertidos en piedra tan pesada como la luna,
con la madre finalmente , y el último fantástico libro arrojado por la ventana de la habitación, y a la
última puerta cerrada a las 4 AM y el último teléfono golpeado contra el muro en protesta y el último
cuarto amoblado vaciado hasta la última pieza de mueblería mental, un papel amarillo se irguió
torcido en un colgador de alambre en el closet, e incluso eso imaginario, nada sino un esperanzado
poco de alucinación-
ah, Carl, mientras no estés a salvo yo no voy a estar a salvo, y ahora estás realmente en la total sopa
animal del tiempo-
y que por lo tanto corrió a través de las heladas calles obsesionado con una súbita inspiración sobre la
alquimia del uso de la elipse el catálogo del medidor y el plano vibratorio,
que soñaron e hicieron aberturas encarnadas en el tiempo y el espacio a través de imágenes
yuxtapuestas y atraparon al Arcángel del alma entre 2 imágenes visuales y unieron los verbos
elementales y pusieron el nombre y una pieza de conciencia saltando juntos con una sensación de
Pater Omnipotens Aeterna Deus
para recrear la sintaxis y medida de la pobre prosa humana y pararse frente a ti mudos e inteligentes y
temblorosos de vergüenza, rechazados y no obstante confesando el alma para conformarse al ritmo del
pensamiento en su desnuda cabeza sin fin,
el vagabundo demente y el ángel beat en el tiempo, desconocido, y no obstante escribiendo aquí lo
que podría quedar por decir en el tiempo después de la muerte,
y se alzaron reencarnando en las fantasmales ropas del jazz en la sombra de cuerno dorado de la banda
y soplaron el sufrimiento de la mente desnuda de América por el amor en un llanto de saxofón eli eli
lamma lamma sabacthani que estremeció las ciudades hasta la última radio
con el absoluto corazón del poema sanguinariamente arrancado de sus cuerpos bueno para alimentarse
mil años.
II

¿Qué esfinge de cemento y aluminio abrió sus cráneos y devoró sus cerebros y su imaginación?
¡Moloch! ¡Soledad! ¡Inmundicia! ¡Ceniceros y dólares inalcanzables! ¡Niños gritando bajo las
escaleras! ¡Muchachos sollozando en ejércitos! ¡Ancianos llorando en los parques!
¡Moloch! ¡Moloch! ¡Pesadilla de Moloch! ¡Moloch el sin amor! ¡Moloch mental! ¡Moloch el pesado
juez de los hombres!
¡Moloch la prisión incomprensible! ¡Moloch la desalmada cárcel de tibias cruzadas y congreso de
tristezas! ¡Moloch cuyos edificios son juicio! ¡Moloch la vasta piedra de la guerra! ¡Moloch los
pasmados gobiernos!
¡Moloch cuya mente es maquinaria pura! ¡Moloch cuya sangre es un torrente de dinero! ¡Moloch
cuyos dedos son diez ejércitos! ¡Moloch cuyo pecho es un dínamo caníbal! ¡Moloch cuya oreja es una
tumba humeante!
¡Moloch cuyos ojos son mil ventanas ciegas! ¡Moloch cuyos rascacielos se yerguen en las largas
calles como inacabables Jehovás! ¡Moloch cuyas fábricas sueñan y croan en la niebla! ¡Moloch cuyas
chimeneas y antenas coronan las ciudades!
¡Moloch cuyo amor es aceite y piedra sin fin! ¡Moloch cuya alma es electricidad y bancos! ¡Moloch
cuya pobreza es el espectro del genio! ¡Moloch cuyo destino es una nube de hidrógeno asexuado!
¡Moloch cuyo nombre es la mente!
¡Moloch en quien me asiento solitario! ¡Moloch en quien sueño ángeles! ¡Demente en Moloch!
¡Chupa vergas en Moloch! ¡Sin amor ni hombre en Moloch!
¡Moloch quien entró tempranamente en mi alma! ¡Moloch en quien soy una conciencia sin un cuerpo!
¡Moloch quien me ahuyentó de mi éxtasis natural! ¡Moloch a quien yo abandono! ¡Despierten en
Moloch! ¡Luz chorreando del cielo!
¡Moloch! ¡Moloch! ¡Departamentos robots! ¡Suburbios invisibles! ¡Tesorerías esqueléticas!
¡Capitales ciegas! ¡Industrias demoníacas! ¡Naciones espectrales! ¡Invencibles manicomios! ¡Vergas
de granito! ¡Bombas monstruosas!
¡Rompieron sus espaldas levantando a Moloch hasta el cielo! ¡Pavimentos, árboles, radios, toneladas!
¡Levantando la ciudad al cielo que existe y está alrededor nuestro!
¡Visiones! ¡Presagios! ¡Alucinaciones! ¡Milagros! ¡Éxtasis! ¡Arrastrados por el río americano!
¡Sueños! ¡Adoraciones! ¡Iluminaciones! ¡Religiones! ¡Todo el cargamento de mierda sensible!
¡Progresos! ¡Sobre el río! ¡Giros y crucifixiones! ¡Arrastrados por la corriente! ¡Epifanías!
¡Desesperaciones! ¡Diez años de gritos animales y suicidios! ¡Mentes! ¡Nuevos amores! ¡Generación
demente! ¡Abajo sobre las rocas del tiempo!
¡Auténtica risa santa en el río! ¡Ellos lo vieron todo! ¡Los ojos salvajes! ¡Los santos gritos! ¡Dijeron
hasta luego! ¡Saltaron del techo! ¡Hacia la soledad! ¡Despidiéndose! ¡Llevando flores! ¡Hacia el río!
¡Por la calle!

III

¡Carl Solomon! Estoy contigo en Rockland


Donde estás más loco de lo que yo estoy
Estoy contigo en Rockland
Donde te debes sentir muy extraño
Estoy contigo en Rockland
Donde imitas la sombra de mi madre
Estoy contigo en Rockland
Donde has asesinado a tus doce secretarias
Estoy contigo en Rockland
Donde te ríes de este humor invisible
Estoy contigo en Rockland
Donde somos grandes escritores en la misma horrorosa máquina de escribir
Estoy contigo en Rockland
Donde tu condición se ha vuelto seria y es reportada por la radio
Estoy contigo en Rockland
Donde las facultades de la calavera no admiten más los gusanos de los sentidos
Estoy contigo en Rockland
Donde bebes el té de los pechos de las solteras de Utica
Estoy contigo en Rockland
Donde te burlas de los cuerpos de tus enfermeras las arpías del Bronx
Estoy contigo en Rockland
Donde gritas en una camisa de fuerza que estás perdiendo el juego del verdadero
ping pong del abismo
Estoy contigo en Rockland
Donde golpeas el piano catatónico el alma es inocente e inmortal jamás debería
morir sin dios en una casa de locos armada
Estoy contigo en Rockland
Donde cincuenta shocks más no te devolverán nunca tu alma a su cuerpo de su
peregrinaje a una cruz en el vacío
Estoy contigo en Rockland
Donde acusas a tus doctores de locura y planeas la revolución socialista hebrea
contra el Gólgota nacional fascista
Estoy contigo en Rockland
Donde abres los cielos de Long Island y resucitas a tu Jesús humano y viviente de la
tumba sobrehumana
Estoy contigo en Rockland
Donde hay veinticinco mil camaradas locos juntos cantando las estrofas finales de
La Internacional
Estoy contigo en Rockland
Donde abrazamos y besamos a los Estados Unidos bajo nuestras sábanas los
Estados Unidos que tosen toda la noche y no nos dejan dormir

Estoy contigo en Rockland


Donde despertamos electrificados del coma por el rugir de los aeroplanos de
nuestras propias almas sobre el tejado ellos han venido para lanzar bombas
angelicales el hospital se ilumina a sí mismo colapsan muros imaginarios Oh
escuálidas legiones corren afuera Oh estrellado shock de compasión la guerra
eterna está aquí Oh victoria olvida tu ropa interior somos libres
Estoy contigo en Rockland
En mis sueños caminas goteando por un viaje a través del mar sobre las carreteras a
través de América llorando hasta la puerta de mi cabaña en la noche del oeste
Ezra Pound (1885-1972)

Causa

Yo junto estas palabras para cuatro personas,


algunos más pueden oírlas,
oh mundo, lo siento por ti,
tú no conoces a estas cuatro personas.

Sabiduría antigua, algo cósmica

So-Shu soñó
y habiendo soñado que era un pájaro, una abeja y una mariposa,
quedó incierto de por qué debía tratar de sentirse otra cosa,
de ahí su contento.
¡Gracias por leer!
Hasta la próxima.

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