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Mal de Archivo

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Mal de archivo.

Una impresión freudiana, de Jacques Derrida

El autor de la obra, Jacques Derrida, cree que necesita aportar al debate en torno a la
problemática del ‘archivo’, con todo lo que conlleva, inmerso en el contexto social, ético,
político, institucional y jurídico que le atraviesa al momento de publicar el texto por
analizar en las líneas siguientes. Lo anterior, mientras las nuevas técnicas y tecnologías
(correo electrónico, CD-ROM y demás herramientas multimedia innovadoras para aquel
entonces), se adueñaban de la realidad, modificando el comportamiento y la óptica con la
que se aborda al archivo en sí.

Lo que pretende obtener tiene como punto de partida estar presenciando una revolución
técnica, que tiene como actor principal al objeto de estudio concerniente: el archivo. Para
eso, recurre a la impresión y al análisis psicoanalítico de Sigmund Freud para explicar su
teoría. En ella, arguye la compleja relación entre la sociedad y los archivos, donde éstos
últimos representan las ruinas del tiempo pasado, perdido, amenazante, lo que guarda el
recuerdo, pero especialmente, los archivos del mal registrados mayoritariamente durante el
último siglo; es decir, todo lo capturable, sin discernimientos o filtros sobre lo moral y lo
ético.

Como hipótesis central, que se delimita a través de tres preceptos mencionados a lo largo de
Mal de archivo…, el autor busca demostrar la correlación de la impresión entre la firma
freudiana y su archivo, con la conceptualización del archivo y la archivación, es decir,
sobre la historiografía. Sin embargo, considera que Freud no se detiene en ese último punto,
sino que su obra lega para transcurrir como una alternativa categórica de la formación del
concepto en general. La localización del planteamiento del problema raya entonces, en el
intermediario entre la firma freudiana y la invención del psicoanálisis dentro del estado de
la archivación que le ha sido consignada. En otras palabras, Derrida (1997) intentó
dilucidar cómo han preferido recordar, memorizar o incluso olvidar a Sigmund Freud.

Derrida (1997) comienza auxiliándose en la etimología de la palabra ‘archivo’ para


determinar el doble rasero de la finalidad de éste: por un lado, invocando al principio físico,
histórico y ontológico, para determinarlo como una captura de la naturaleza y la historia
(donde las cosas comienzan); por el otro, de forma nomológica, categorizarlo como
mecanismo que opera de ordenador social, otorgado mediante un derecho de autoridad para
poder recordarse válida, lógica y legítimamente. Entonces, al proporcionarle dos órdenes,
secuencial y de mandato, se justifica activar a la memoria y al olvido para delimitar lo que
pertenece o lo que no al archivo por correspondencia.

Al ser guardados, los archivos tienen lugar, domiciliación, residencia. No obstante, pese a
marcar el paso institucional de lo privado a lo colectivo, no necesariamente pretende
transitar de lo secreto a lo no-secreto. En ese plano, intercede el privilegio como una virtud
clasificatoria que distingue entre una unificación, identificación y reunión visible o no
visible, de acuerdo a la conveniencia a la que la ley le consigna para los efectos de mandato
que le son conferidos.

Mediante la contestación arcóntica pretendida partiendo del psicoanálisis freudiano, el


autor propone que “una ciencia del archivo debe incluir la teoría de esa institucionalización,
es decir, de la ley que comienza por inscribirse en ella, y a la vez, del derecho que la
autoriza” (Derrida, 1997, pp. 11-12). En lo que a ese derecho respecta, se advierte la
existencia de límites que otorgan un argumento deconstruible de lo infranqueable para el
poderoso y el sometido. La línea roja que da reversa a la historia mediante la acción del
curso revisionista de la misma.

Por supuesto, la política del archivo pasa por el control de la memoria, dado que no se
puede tener el dominio de la primera sin el auxilio de la segunda. De ahí parte Derrida
(1997), para hacer un llamado para considerar con mayor puntualidad a la democracia
efectiva, debido a que permite “la participación y el acceso al archivo, a su constitución y a
su interpretación” (p. 12). El mal del archivo enunciado representa una relación de
violencia entre lo uno y lo otro, en él, también descansa la relación de poder que se ostenta
para convertirlo en secreto o en no-secreto.

Derrida (1997) identifica que todas las tesis freudianas representan los rasgos de lo que se
conoce como ‘concepto’: se hallan resquebrajadas, divididas y contradictorias entre sí. Los
conceptos se encuentran en un estado difuso, “dislocándose siempre porque nunca hace uno
consigo mismo” (p. 92), así pues, las tesis proponen y disponen de conceptos, para
conseguir formarse y archivarse exitosamente de acuerdo a los propósitos por los cuales
son creadas, fundamentadas o comprobadas.

Se advierte que la estructura del archivo es ‘espectral’, debido a que la naturaleza misma de
su conformación y consigna permite visualizar lo visible de lo invisible sin tener que
revisitarse entre sí, recogiendo las experiencias, para saciar el deseo de poder archivarse. La
imposible arqueología de la nostalgia, del retorno al origen auténtico y singular incluso a sí
mismo, conlleva el deseo del retorno a los personajes, hechos y finales que solamente los
fantasmas ayudan a desencadenar. En lo archivable existe una verdad, y esa verdad, a la
que se sujeta la explicación freudiana para poder otorgar una categorización y una
conceptualización, es lo que Derrida (1997) recupera como una verdad espectral,
irreductible.

Las reapariciones freudianas construyen las representaciones sobre las verdades históricas y
materiales que son admisibles de acuerdo a la alucinación del arqueólogo que las busca.
Relatar una historia se torna un ejercicio de aplicación de caso. El retorno espectral canaliza
al caso para otorgar un testimonio que sirva de vestigio archivable.

Entonces, el discurso de Freud sobre el archivo y su concepto, tesis de tesis de para efectos
del texto analizado, viene dividido por origen. El ‘mal de archivo’, como lo describe
Derrida (1997), radica en que “tal contradicción no es negativa, escande y condiciona la
formación misma del concepto de archivo y del concepto general” (p. 97). Freud transitó la
denominada ‘perturbación del archivo’ persistente en la actualidad, derivado del
reencuentro de los órdenes que se le otorgan al archivo por naturaleza, el secuencial y el de
mandato. Lo que se encuentra turbio del archivo perturbado, se canaliza a través de las
conjeturas y los límites que sobresalen de las inestabilidades de los secretos y lo no-
secretos.

La turbiedad del archivo también se puede expresar mediante la inexactitud de la


originalidad con la cual el mensaje fue diseñado. La responsabilidad de la singularidad de
un documento que se interpreta recae en el concepto archivado que le atañe a la palabra
‘archivo’. El mal de archivo acontece en este sentido cuando el irrefrenable e interminable
deseo para retornar al comienzo absoluto de los hechos es mal entendido y desencadena una
división interna de los conceptos para poder generar nuevos, en aras de producir
conocimiento y reproducir más, mayores y mejores entendimientos.

Derrida (1997) destaca que Freud asume la posibilidad del archivo ante “la pulsión por la
muerte, de agresión y de destrucción” (p. 101) que los propios límites otorgan a la historia y
a los órdenes secuencial-mandatario del mismo. Se recupera de él que la producción con su
contraparte pertenece a un proceso que desencadena inevitablemente en cenizas, incluso
más allá de ellas.

En la tercera tesis-sobrepuja argumentada por Derrida (1997), Freud recoge analiza el


sentido nomológico de la ley mediante el archivo como consigna de filiación y ajuste,
paterno y patriárquico, de la repetición y la reaparición. Ante esto, el principio arcóntico
acontece como detonante del parricidio, la toma de los archivos por los hijos del padre. Es
así como se consigue la libertad y la igualdad entre los hermanos. El culmen vivaz de lo
que significa la democratización de la verdad, partiendo desde el sentido vertical.

La lógica patriarcal, tan presente en la firma psicoanalítica freudiana, vuelve a trazarse


como el camino creíble para el progreso de la civilización que concebía realizable su autor.
La disputa por el control y proliferación de lo que ostenta el archivo, es la base del
comportamiento. He aquí una de las cuestiones que más se cuestionan a Freud: ¿hasta qué
momento se puede visualizar la reaparición de las alternativas contrarias al precepto
patriárquico que tanto estimula?

Derrida (1997) termina criticando a Freud por su obsesión para buscar un punto en común
como lugar de origen, en lugar de un archivo sobre la arqueología de los conceptos
humanos. La urgencia por la obtención de la impronta conlleva a un proceso donde la
huella, al contrario del objetivo por el cual se persigue al relato archivante, se despega del
soporte del cual debería emanar la lógica a seguir para la consecución exitosa del proceso.
A su vez, concluye que “el secreto es la ceniza misma del archivo” (p. 195), para configurar
la cuestión que deja una respuesta abierta: ¿cómo ocultar o hacer arder las pasiones
secretas, sin sobrepasar el otro borde que representa la represión?

Bibliografía
Derrida, J. (1997). Mal de archivo. Una impresión freudiana (Trad. P. Vidarte). Editorial
Trotta.

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