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Bertrando Lini - Situarse Posicionamiento y Emociones en Terapia Sistémica
Bertrando Lini - Situarse Posicionamiento y Emociones en Terapia Sistémica
Bertrando Lini - Situarse Posicionamiento y Emociones en Terapia Sistémica
Resumen
En terapia sistémica la posición de los terapeutas y los clientes siempre ha sido considerada
importante. Este artículo propone una integración entre posicionamiento y conciencia emotiva,
que definimos “situarse”. A través de los lentes del situarse el terapeuta puede tener mejor
comprensión de los dilemas y de las dificultades de la vida relacional de los pacientes, además de
tener a disposición un nuevo instrumento para orientar la propia actividad clínica. Los diferentes
modos de usar el situarse en terapia se describen a través del análisis de un caso clínico.
Palabras clave: teoría sistémica, terapia sistémica, teoría clínica, posicionamiento y emociones.
Abstract
In systemic therapy, the therapists’ and clients’ positioning has always been consider as an
important dimension. This article proposes to integrate positioning with emotional awareness. We
define such an integration as “emotional positioning”. Through the lens of emotional positioning,
the therapist may reach a better understanding of dilemmas and problems in her patients’
relational lives, as well as gaining a new tool for getting an orientation in her clinical activity. The
ways of using emotional positioning in therapy are illustrated by analyzing a clinical situation.
Key words: systemic theory, systemic therapy, clinical theory, positioning, emotions.
La posición del individuo en los sistemas humanos ha sido siempre muy tomada en cuenta en
terapia sistémica, especialmente con respecto a la posición del terapeuta en el sistema
terapéutico (Bertrando, 2014a) Aquí quisiéramos adoptar una perspectiva más amplia en dos
sentidos, en primer lugar que entender nuestra posición nos puede ayudar en cada aspecto de
nuestras vidas; y en segundo lugar que el proceso tiene resultados significativos solo si logramos
dar un sentido a como nos sentimos en la posición en la que estamos. Se trata de una doble
actividad, que consiste ver nuestra posición y al mismo tiempo hacernos conscientes de nuestras
emociones. Proponemos definirlo con el término “situarse”.
Caso clínico
El caso fue seguido privadamente en coterapia, siendo una pareja heterosexual de terapeutas (los
autores de este artículo).La pareja que pide la terapia está compuesta por Silvia de 45 años,
fisioterapeuta, y Giuseppe de 50 años, que un tiempo trabajo como responsable del marketing en
una empresa, y se encontraba en busca de trabajo en el momento de la primer sesión. Tienen dos
hijos, un hombre de 9 años y una mujer de 6 años. Llegan a la terapia por ella que pide la terapia,
diciendo al inicio “No sé ya quienes somos como pareja, ni tampoco hacia dónde queremos ir. No
entiendo si todavía tenemos objetivos compartidos, si tiene sentido que sigamos juntos”.
En una primera fase del diálogo abierto, Silvia y Giuseppe nos cuentan su historia, cuándo y cómo
se encontraron, las trayectorias compartidas en la formación personal. Ambos pertenecen a un
grupo de renovación espiritual, en el que Giuseppe estaba muy involucrado, mientras que Silvia
los veía “bastante obsesionados” a los miembros del grupo, el grupo parecía ofrecer a la pareja
pertenencia y fines en común. Hace 5 años Giuseppe había sido despedido de la empresa en la
que trabajaba. Desde entonces está desempleado y está tratando (el sólo) de echar a andar una
actividad de bróker on-line, mientras Silvia, lo sostiene económicamente.
En la cuarta sesión Silvia y Giuseppe traen como idea la separación como solución para recuperar
el bienestar de todos. Giuseppe no tiene espacios externos de trabajo pero su inmovilidad en casa
se ha vuelto grave para los otros, dice Silvia que no lo tolera más. Al mismo tiempo ambos
concuerdan que separarse es imposible: por las dificultades económicas, por los hijos, pero sobre
todo porque Giuseppe no tiene un trabajo.
El terapeuta hombre interviene “Comprendemos su dificultad. Pero hay otras posibilidades, otras
maneras posibles de separarse. Muchas parejas viven separados en casa, y para algunos no es una
condición difícil. Es suficiente con que exista una voluntad clara de ir en esa dirección, y después la
logística para lograrlo aparecerá”. El terapeuta ha estado inesperadamente asertivo, presentando
la idea en un tono de verdad. Silvia está de acuerdo con él, responde “podríamos preparar un
espacio para él en la taberna y disminuir los momentos en que tenemos que estar juntos”
También Giuseppe parece creer provisionalmente en esa perspectiva.
Del tono emocional de la pareja nos parece percibir un alivio común y nuevos propósitos de vida.
También nosotros terapeutas estábamos aliviados. Nos dimos cuenta que reaccionamos a una
creciente frustración y claustrofobia que a la vez reflejaba un clima emocional que advertíamos en
ellos. Giuseppe y Silvia se enfrentaban poniéndose uno en la posición del hombre que se está
dedicando a una misión, y de la mujer que debe sostener y sustentar a toda costa al marido y el
proyecto familiar. Él está fastidiado y agresivo con cualquier interferencia, ella frustrada y triste
por las obligaciones intolerables. Nosotros a la vez estábamos frustrados de manera especular a
Silvia, bloqueados por la imposibilidad de conseguir cambios y al mismo tiempo con la necesidad
de avanzar con la terapia.
La intervención tenía la intención de encontrar una salida y por esto se había debido poner en un
tono de necesidad y de verdad. Como si hubiéramos dicho “se puede cambiar todo aún haciendo
Reflexionando retrospectivamente parece claro que nos concentramos por un lado en las
posiciones recíprocas entre ellos y nosotros, y por otra parte en la respectivas emociones. Las
preguntas a las que tuvimos que responder (y que también tuvimos que responder aunque de una
manera diferente a Giuseppe y Silvia) fueron dos: ¿dónde estoy? y ¿cómo estoy?.
La reflexión sobre la posición del terapeuta, tiene una larga historia en el pensamiento sistémico,
que ha evidenciado una naturaleza doble. De un lado se refiere a la actitud que el terapeuta
asume con respecto a sus pacientes y de los otros actores presentes en el sistema terapéutico; por
otro lado se refiere a su localización (y a la conciencia de la misma) dentro del metafórico espacio
del sistema.
El primer grupo de Milán confió sus consideraciones sobren la actitud del terapeuta en el último
artículo que escribieron juntos “Hipótesis, neutralidad y circularidad” (Selvini Palazzoli et al.,
1980a). En este la actitud prescrita para el terapeuta era de neutralidad, que para ser honestos, no
era tanto recomendada como posición interior, sino como consecuencia de su comportamiento;
los pacientes en terapia, si se les llegaba a preguntar, no deberían tener la impresión que el
terapeuta estuviera de parte de alguno de ellos. Karl Tom (1987) reformuló la neutralidad tal cual
como actitud del terapeuta, que además de no tomar posición hacia los diferentes componentes
de la familia o de otro sistema humano, no debería tampoco favorecer alguna teoría del cambio
por encima de otra.
Fueron las autoras feministas que se opusieron (ferozmente) al concepto mismo de neutralidad,
porque legitimaba un estado de las cosas con una predominancia masculina y machista,
descuidando los estereotipos de género, e incluso la violencia y el abuso (Goldner et al., 1990).
Pero ya desde antes había entrado en crisis la idea de neutralidad que estaba ligada a una idea de
terapeuta como observador omnisciente y desapasionado de los procesos en el sistema del
paciente del que no formaba parte el terapeuta. Si consideramos al terapeuta como
De nuevo Cecchin, autor que ha dedicado buena parte de su carrera a reflexionar sobre la posición
del terapeuta (Bertrando, 2006) y debido a la idea de irreverencia que desarrolló (Cecchin, Lane y
Ray, 1993), el terapeuta no solo debería evitar la trampa del desapego por un lado o del excesivo
apego a una sola visual por el otro lado, sino también la de una posición teórica que lo ponga en
una cama de Procusto. La irreverencia postula una libertad total del terapeuta, para no solo evitar
ser condicionado de las constricciones que vienen de los pacientes o de otros miembros del
sistema terapéutico, sino de sus propios teorías con todo y lo relevantes que sean. Para este fin se
vuelve muy útil para el terapeuta hacerse lo más posible consciente de sus prejuicios que
(inevitablemente) lleva a la terapia (Cecchin, Lane y Ray, 1997).
La idea de posición como localización del terapeuta tuvo su embrión en una contribución tardía
del primer grupo de Milán, el artículo “el problema de quien deriva en terapia familiar” (Selvini
Palazzoli 1980b). En ese artículo el grupo analizaba el impacto que tenía en la actividad de los
terapeutas la fuente de derivación de los pacientes, mostrando como estos estaban condicionados
por el envío, que antes se consideraba periférico y ajeno al proceso terapéutico.
El envío tiene un efecto en el terapeuta cambiando su posición con respecto a los pacientes, si
quien derivaba a los pacientes era prestigioso, el terapeuta tenía el riesgo de perder autoridad, si
quien derivaba formaba parte de la familia (real o metafórica) del paciente, el terapeuta tenía el
riesgo de ser absorbido. El mapa del sistema terapéutico con este análisis comenzaba a ampliarse.
A partir de esta primera intuición, fue desarrollado el concepto de sistema significativo (Boscolo y
Bertrando, 1993), considerado como todo el conjunto de personas e instituciones involucradas en
la vida de los pacientes, más allá del sistema social familia que al principio era considerado como
Un concepto análogo desarrollado en el mismo período por el grupo de Galveston, Texas, que era
coordinado por Harry Goolishian (Anderson, Goolishian y Winderman, 1986), era el de problema
determined system “sistema determinado por el problema”. Más radicales que los terapeutas de
Milán en subvertir la clásica categoría de la terapia familiar, estos autores, sostienen que en vez de
considerar la manera en el que el sistema (la familia) produce problemas, conviene ocuparse de
cómo la presencia de los problemas genera un sistema, en el cual la organización termina por ser
muy similar a la del sistema significativo del que hablamos arriba. La divergencia se hizo más
visible cuando el grupo de Galveston, siguiendo la evolución logocéntrica de todas las terapias
posmodernas, terminará por definir cada sistema humano como “sistema lingüistico” (Anderson y
Goolishian, 1988), viéndolo más como un conjunto de discursos que como un reagruparse de
personas vivientes, con toda su presencia física y global (Bertrando, 2000).
Todos estos conceptos hacen necesario entender como un sistema humano se construye en el
espacio y en el tiempo, alrededor de un problema, un síntoma o una situación determinada, y no
como algo “dado”, existente en la naturaleza, como se consideraba a la familia. Ha sido en gran
parte gracias a estas consideraciones que se ha comenzado a ver a la familia misma cada vez
menos como un objeto natural, normado según los dictámenes de la sociología parsoniana, y cada
vez más como algo emergente en determinadas condiciones históricas y culturales, es decir
“socialmente construido”, y como tal deconstruible y reconstruible de acuerdo a las circunstancias
(Bertrando y Toffanetti, 2000).
En clave terapéutica la teoría del posicionamiento permite una lectura de la posición del terapeuta
tanto en términos de localización como en términos de actitud del terapeuta, e incluso sobre la
reciprocidad entre el posicionarse del terapeuta y el posicionarse del paciente. Un límite de esta
teoría desde el punto de vista del terapeuta, es que es esencialmente discursiva (Davies y Harré,
1990). Esto significa que dejará siempre fuera de las consideraciones todas las prácticas pre-
discursivas que no forma parte del discurso, pero que son parte del diálogo, en especial del
terapéutico (Bertrando, 2014a), en particular las interacciones emocionales.
Si el modelo sistémico ha sido siempre rico en reflexiones sobre la posición recíproca entre
terapeutas y pacientes, también ha sido pobre en reflexiones sobre el estado emocional de los
actores presentes en el sistema terapéutico, o en cualquier otro sistema humano. Pero en los
últimos años, el interés por los hechos emocionales y sus consecuencias terapéuticas creció
también en el ámbito sistémico, llevando a una revisión tanto de las teorías generales como de los
métodos terapéuticos (Bertrando, 2014a).
En esta clave de lectura las emociones no son vistas como una propiedad interior de los individuos
(posición que condujo a su exclusión en la práctica sistémica), sino como un mensaje o conjunto
de mensajes intercambiados al interior de un sistema humano (Planalp, 1999); estos mensajes
actúan como información recíproca y como motivación para la acción (Krause, 1993)
transformando el cuerpo individual en “cuerpo social” (Dumouchel, 1995).
Una evolución como esta nos permite concebir de una manera diferente las cuestiones ligadas al
posicionamiento. En esta óptica, también las emociones están determinadas por (recursivamente
determinadas) el contexto y el posicionamiento recíproco. En otras palabras, la manera en la cual
nos sentimos al interior de un sistema nos lleva a asumir determinadas posiciones en el sistema,
por ejemplo acercándonos a alguien o alejándonos de algún otro. Al mismo tiempo si movernos en
el sistema nos resulta difícil o imposible, nuestro estado emocional cambiará.
Una relación de este tipo, compleja, entre sentimiento y posicionamiento, es lo que hemos
definido como “situarse”. Situarse es hacerse consciente de nuestra propia posición en el sistema
y del estado emocional al que se asocia en cada ocasión. Las consecuencias de esta consciencia ( o
de su ausencia) son múltiples.
Pero la diferencia entre la situación de los Buddenbrook y nosotros es que ellos sabían que debían
hacer para seguir siendo burgueses respetables, porque todo el mundo era un mundo de
prescripciones y proscripciones. Casi se podía hacer la lista de lo que se debía hacer y de lo que se
debía evitar o desistir de hacer. Hoy no hay algo similar y aquí está el problema, la inestabilidad,
inestabilidad de las normas, inestabilidad de los valores (Bauman en Bertrando y Hanks, 2012,
pp.26-27).
Hablar de situarse, quiere decir conectar la posiciones y las emociones. La esencia de tal proceso
había sido ya intuida hace muchos años por Gregory Bateson:
“EL corazón tiene sus razones que la razón no conoce”. Entre los anglosajones es bastante común
pensar en las “razones” del corazón y del inconsciente como fuerzas, impulsos, corazonadas en un
estado embrional, que Freud llamaba Trieben. Para Pascal que era francés, el asunto era muy
El hecho es, que yo puedo saber de verdad cual es mi lugar solo si sé como estoy emocionalmente,
el cómo estoy se vuelve constituyente fundamental del dónde estoy. Al mismo tiempo el dónde
estoy (la consciencia de la red de relaciones en la cual estoy inserido) cambia la naturaleza del
cómo estoy. Situarse significa desarrollar consciencia emocional de nuestro estar en la
complejidad.
*Adquirir conciencia de la propia actitud, de la disposición afectiva y cognitiva hacia los otros
actores presentes en el momento y en la situación, además de en el contexto global, y de cómo
estas llevan a una manera de responder hacia ellos.
*Actuar según el análisis de la posición y del dictado emocional, llegando a una síntesis y una
integración de los dos niveles.
Si concebimos el situarse no solo como una forma de conocimiento, sino especialmente como una
disposición a la acción, considerar las emociones se hace indispensable. La emoción es tal vez el
factor fundamental entre los factores motivacionales que nos empujan a la acción (Krause, 1993).
La integración de posición y emoción a través del situarse nos permite escoger un curso de acción
con plena consciencia.
Se podría decir en el contexto de la terapia, que esto no es otra cosa que el análisis de la
transferencia (Esman, 1990) o si acaso de la contratranferencia (Michels et al., 2002). Pero la
El situarse es una posición para cualquier persona, no solo para el terapeuta en la relación
terapéutica. Objetivo del trabajo terapéutico se vuelve ayudar a las personas a darse cuenta de
los niveles de relación en los que se encuentra y a los cuáles responde, y a hacerse capaz de
integrarlos en sus respuestas a las situaciones y a los contextos.
Niveles de situarse
Es esencial distinguir los diferentes niveles respecto a los cuales podemos situarnos. Esto no
significa que concebimos la realidad como ontológicamente ordenada de acuerdo a un cierto
número de niveles, sino que nos es útil distinguirlos para operar mejor. Los niveles son un
producto de nuestra actividad cognoscitiva, y son niveles metodológicos más que ontológicos (Eco,
1968). Cada nivel es concebible sea como conjunto concreto de personas y eventualmente
instituciones, como en términos de premisas que nacen de la actividad de las personas y de las
instituciones, y son interiorizadas por los individuos. Consideramos importante definir cuatro:
1. Nivel macro-contextual (político). Se refiere al más amplio contexto cultural y político, así
como a las premisas que se derivan de este, a cuánto reconocemos que actúan sobre
nosotros y a las opiniones que nos hacemos con respecto a ellas. Un buen ejemplo de
premisa macro-contextual es nuestra idea de familia. Imaginemos una situación en la que,
como frecuentemente sucede, el macro-contexto es conservador respecto a un modo
estereotipado de ser familia; los medios de comunicación y las instituciones (educativas,
sociales, de salud, económicas, etc) sostienen el modelo de familia tradicional, anticipando
sus necesidades, para preveer y controlar la estructura y los consumos (Foucault, 2004).
Nuestro paciente hipotético ¿tiene un pensamiento con respecto al tipo de sistema del
cual forma parte?, ¿se siente condicionado en sus necesidades y deseos por este tipo de
La persona que tiene problemas de este tipo puede ser vista como inconsciente de su
propia multiplicidad interior y por lo tanto incapaz de organizarla. En este caso es
posible que se bloquee en una misma posición interior, que utilizará siempre en todos
los contextos y con todas las personas. Por ejemplo a los 5 años de edad, la principal
posición conocida es la de hijo, que se tiende a utilizar indistintamente con todos los
adultos, pero si aún creciendo la persona continua situándose interiormente como
hijo, y posiciona a todos sus interlocutores (pareja, compañeros de trabajo, amigos)
como padres, esto se vuelve disfuncional. Y se vuelve disfuncional porque no es
consciente que activa siempre esa única posición.
En este caso primero que nada es necesario que el terapeuta se sitúe a sí mismo en el
sistema, después a partir de esta posición comprender como el paciente (o pacientes)
se sitúa a su vez tanto en el propio sistema de pertenencia como en el terapéutico.
También es útil observar la dimensión evolutiva, teniendo en cuenta cuánto las
personas, los sistemas y los contextos cambien con el pasar del tiempo.
Parece que la situación sea isomórfica, pareja y terapeutas viven en paralelo el mismo
sentido de continuo posponer, por una lado sobre las decisiones que cambiarían su
vida y por el otro de las sesiones terapéuticas. Pero de esto emergen consecuencias
diferentes, si Silvia vive la situación con tristeza y depresión, Giuseppe parece
indecifrable, y los terapeutas muestran la agresión y la rabia.
Ahora pasemos a analizar el trabajo hecho en los diferentes niveles del situarse en el
curso de esta terapia. Es interesante que si los niveles 1 y 2 fueron ampliamente
Nivel 1
Lo trabajamos cuando las premisas ideológicas de la pareja habían condicionado su
manera de estar en la relación: la ideología católica progresista, la idea de familia
caracterizada de acogimiento y confianza de los miembros de la pareja, la idea de
desarrollar la potencialidad del otro. Sobre todo la idea (de Silvia) que dando agua
cada día la flor habría florecido.
Nivel 2
Nos interesamos en las familias de origen y también en el grupo de trabajo, con las
colegas de Silvia, que desde su posición externa evidenciaban su manera de estar
juntos como pareja, mostrando a una Silvia que rechazaba los desequilibrios del
matrimonio.
Nivel 3
Nos centramos sobre todo en los “debo” de Silvia relativos a los roles de esposa, de
madre y de hija en su familia de origen (en las sesiones individuales se mostró con un
deber ser como hija basado en un constante asumir responsabilidades) que reverbera
en el miedo que tiene de iniciar una nueva relación con un hombre muy diferente de
Giuseppe.
Nivel 4
Ha sido importante indagar sobre el sentimiento salvador que tiene Silvia, como si
siempre esperara ayudar a los otros. Lo que podríamos llamar síndrome de la cruz roja
o de mentora.
Nuestra idea es que cuando entramos en una relación, se activa en nosotros una red
instantánea que liga elementos diferentes, en diferentes planos: emocional, racional,
interior, relacional, etc. Al mismo tiempo se activan en nosotros las variadas
posiciones que podemos asumir (interiormente) respecto a alguien con quien
entramos en contacto fuera (relacionalmente), en la fantasía o en forma presente. La
red de significados se extiende en el espacio (familia, sistemas sociales, otras
relaciones, etc.) y en el tiempo (la familia de origen, las relaciones pasadas, y la
historia personal en general). También el tiempo entre en juego porque los variados
elementos existen sea como recuerdo del pasado, como presencia en el presente o
como proyección hacia el futuro (Boscolo y Bertrando, 1993). Los nudos de la red son
todos en relación recíproca. La activación de uno pone en movimiento otro, por
ejemplo una relación que se crea en el presente activa necesariamente nudos del
pasado.
Situarse para el terapeuta quiere decir adquirir plena conciencia de todo este conjunto
de eventos interiores y exteriores. Esto le permitirá en el curso de su trabajo, ayudar a
los pacientes a desarrollar una conciencia análoga. En el trabajo con el situarse, el
terapeuta no debe caer en la simples dicotomías, como “lo emocional está dentro y lo
relacional está fuera”, se trata de dos dimensiones diferentes, emociones y relaciones
trabajan simultáneamente dentro y fuera de cada uno de nosotros.
Las consecuencias clínicas del situarse son múltiples, porque nuestra capacidad de
situarnos como terapeutas, se puede jugar, en cada ocasión, tomando en
consideración los diferentes niveles de la interacción. Podemos situarnos con respecto
a los pacientes, con respecto al sistema terapéutico en su totalidad, pero también con
respecto a variables del macro-contexto, como el género o la cultura. El terapeuta
crea un ambiente dialógico, al interior del cual los pacientes pueden construirse
nuevos modos de estar en la relación. No se trata de reducir la complejidad, sino de
encontrar una nueva manera de colocarse en ella. Si el terapeuta muestra como
diferentes planos pueden ser en relación dialógica entre ellos, el paciente puede
desarrollar una visión tridimensional de su propia vida.
Bibliografia
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Bertrando, P. (2014a) Il terapeuta dialogico. Torino, Antigone Edizioni.
Bertrando, P. (2014b) Il terapeuta e le emozioni. Un modello sistemico-dialogico. London, Karnac
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F. (a cura di) Psicoterapia come etica. Torino, Antigone Edizioni, pp. 23-33.