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Curso Ministros Rapido
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CAPÍTULO I
2. LA SANTA MISA De todos los temas de Liturgia, el de la Misa es el más importante y el que
requiere un estudio más detenido y amoroso. La Misa se ha de comprender y vivir
íntimamente, y quien mejor la comprenda y mejor la viva, será, indiscutiblemente, el que vivirá
más intensa y plenamente la vida cristiana. Es un deber y a la vez una dignidad -dice el Papa
Pío XII- la participación del fiel cristiano en la Santa Misa. Esta participación no debe ser pasiva
y negligente, sino activa y atenta. Aún sin ser los fieles sacerdotes, ellos también ofrecen la
Hostia divina de dos modos: primero, uniéndose íntimamente con el sacerdote en ese Sacrifico
común, por medio de las ofrendas, por el rezo de las oraciones oficiales, por el cumplimiento
de los ritos y por la Comunión Sacramental; y en segundo lugar, inmolándose a si mismos
como víctimas. A ello nos conduce toda la Liturgia de la Misa y a ello tiende la participación
activa en la celebración de la misma. 1. El Sacrificio de la Misa En la Nueva Ley sólo hay un
sacrificio, del cual eran figuras todos los de la Antigua Ley, y él sólo cumple todos los fines de
aquellos: es el Sacrificio cruento de Cristo en la Cruz incruento en el altar; es decir, el Santo
Sacrificio de la Misa. La Misa por lo tanto, es el Sacrificio de la Nueva Ley, en el cual se ofrece
Jesucristo y se inmola incruentamente por toda la Iglesia, balo las especies del pan y del vino,
por ministerio del Sacerdote, para reconocer el supremo dominio de Dios y aplicarnos a
nosotros las satisfacciones y méritos de su Pasión. La Misa, renueva y continúa, sin disminuirlo
ni aumentarlo, el sacrificio del Calvario, cuyos frutos
3. 2. nos está continuamente aplicando. Es, dice Pío XII, como el compendio y centro de la
religión cristiana y el punto más alto de la Sagrada Liturgia. Entre el Sacrificio de la Misa y el de
la Cruz, sólo hay esas diferencias: que Jesucristo se inmoló allí en un modo real, visible, con
derramamientos de sangre, y personalmente, mientras que aquí lo hace en forma invisible e
incruenta, bajo las especies sacramentales, y por ministerio del Sacerdote, allí Jesucristo nos
mereció la Redención, y aquí nos aplica sus frutos. En la Misa Jesucristo es la Víctima y el
principal oferente; el segundo oferente es la Iglesia Católica, con todos los fieles no
excomulgados, y su tercer oferente y el ministro propiamente dicho es el sacerdote
legítimamente ordenado. Se ofrece primeramente, por toda la Iglesia militante, pero
secundariamente también por toda la Iglesia purgante, y para honra de los santos de la Iglesia
triunfante. 2. Fines y efectos de la santa misa La santa misa, como reproducción que es del
sacrificio redentor, tiene los mismos fines y produce los mismos efectos que el sacrificio de la
cruz. Son los mismos que los del sacrificio en general como acto supremo de religión, pero en
grado incomparablemente superior. Helos aquí:
5. 2º REPARACIÓN. Después de la adoración, ningún otro deber más apremiante para con el
Creador que el de reparar las ofensas que de nosotros ha recibido. Y también en este sentido
el valor de la santa misa es absolutamente incomparable, ya que con ella ofrecemos al Padre
la reparación infinita de Cristo con toda su eficacia redentora.
6. 3. «En el día, está la tierra inundada por el pecado; la impiedad e inmoralidad no perdonan
cosa alguna. ¿Por qué no nos castiga Dios? Porque cada día, cada hora, el Hijo de Dios,
inmolado en el altar, aplaca la ira de su Padre y desarma su brazo pronto a castigar.
Innumerables son las chispas que brotan de las chimeneas de los buques; sin embargo, no
causan incendios, porque caen al mar y son apagadas por el agua. Sin cuento son también los
crímenes que a diario suben de la tierra y claman venganza ante el trono de Dios; esto no
obstante, merced a la virtud reconciliadora de la misa, se anegan en el mar de la misericordia
divina...» (2) Claro que este efecto no se nos aplica en toda su plenitud infinita (bastaría una
sola misa para reparar, con gran sobreabundancia, todos los pecados del mundo y liberar de
sus penas a todas las almas del purgatorio), sino en grado limitado y finito según nuestras
disposiciones. Pero con todo: a) Nos alcanza de suyo ex opere operato, si no le ponemos
obstáculos -la gracia actual,-necesaria para el arrepentimiento de nuestros pecados (3). Lo
enseña expresamente el concilio de Trento. (D 940). Consecuencia. -Nada puede hacerse más
eficaz para obtener de Dios la conversión de un pecador como ofrecer por esa intención el
santo sacrificio de la misa, rogando al mismo tiempo al Señor quite del corazón del pecador los
obstáculos para la obtención infalible de esa gracia. b) Remite siempre, infaliblemente si no se
le pone obstáculo, parte al menos de la pena temporal que había que pagar por los pecados en
este mundo o en el otro. De ahí que la santa misa aproveche también (D 940 Y 950). El grado
y medida de esta remisión depende de nuestras disposiciones. (4) Consecuencias.-Ningún
sufragio aprovecha tan eficazmente a las almas del purgatorio como la aplicación del santo
sacrificio de la misa. Y ninguna otra penitencia sacramental puede imponer los confesores a
sus penitentes cuyo valor satisfactorio pueda compararse de suyo al de una sola misa ofrecida
a Dios. ¡Qué dulce purgatorio puede ser para el alma la santa misa! 3º PETICIÓN. «Nuestra
indigencia es inmensa; necesitamos continuamente luz, Fortaleza, consuelo. Todo esto lo
encontramos en la misa. Allí está, en efecto, Aquel que dijo: «Yo soy la luz del mundo, yo soy
el camino, yo soy la verdad, yo soy la vida. Venid a mí los que sufrís, yyo os aliviaré. Si alguno
viene a mí, no lo rechazaré» (5). Y Cristo se ofrece en la santa misa al Padre para obtenernos,
por el mérito infinito de su población, todas las gracias de vida divina que necesitamos. Allí
está «siempre vivo intercediendo por nosotros» (Hebr 7, 25), apoyando con sus méritos
infinitos nuestras súplicas y peticiones. Por eso, la fuerza impetratoria de la santa misa es
incomparable. De suyo ex opere operato, infalible e inmediatamente mueve a Dios a conceder
a los hombres todas cuantas gracias necesiten, sin ninguna excepción; si bien la colación
efectiva de esas gracias se mide por el grado de nuestras disposiciones, y hasta puede
frustrarse totalmente por el obstáculo voluntario que le pongan las criaturas. «La razón es que
la influencia de una causa universal no tiene más límites que la capacidad del sujeto que la
recibe. Así, el sol alumbra y da calor lo mismo a una persona que a mil que estén en una plaza.
Ahora bien: el sacrificio de la misa, por ser sustancialmente el mismo que el de la cruz, es, en
cuanto a reparación y súplica, causa universal de las gracias de iluminación, atracción y
fortaleza. Su influencia sobre nosotros no está, pues, limitada sino por las disposiciones y el
fervor de quienes las reciben. Así, una sola misa puede aprovechar tanto a un gran número de
personas como a una sola; de la misma manera que el sacrificio de la cruz
7. 4. aprovechó al buen ladrón lo mismo que si por él solo se hubiese realizado. Cuanto es mayor
la fe, confianza, religión y amor con que se asiste a ella, mayores son los frutos que en las
almas produce». Al incorporarla a la santa misa, nuestra oración no solamente entra en el río
caudaloso delas oraciones litúrgicas -que ya le daría una dignidad y eficacia especial ex
opereoperantis Ecclesiae-, sino que se confunde con la oración infinita de Cristo. El Padre le
escucha siempre: «yo sé que siempre me escuchas» (Io 11, 42), y en atención a El nos
concederá a nosotros todo cuanto necesitemos. Consecuencia. No hay novena ni triduo que se
pueda comparar a la eficacia impetratoria de una sola misa. ¡Cuánta desorientación entre los
fieles en torno al valor objetivo de las cosas! Lo que no obtengamos con la santa misa, jamás
lo obtendremos con ningún otro procedimiento. Está muy bien el empleo de esos otros
procedimientos bendecidos y aprobados por la Iglesia; es indudable que Dios concede muchas
gracias a través de ellos; pero coloquemos cada cosa en su lugar. La misa por encima de todo.
4° ACCIÓN DE GRACIAS. Los inmensos beneficios de orden natural y sobrenatural que
hemos recibido de Dios nos han hecho contraer para con El una deuda infinita de gratitud. La
eternidad entera resultaría impotente para saldar esa deuda si no contáramos con otros
medios qué los que por nuestra cuenta pudiéramos ofrecerle. Pero está a nuestra disposición
un procedimiento para liquidarla totalmente con infinito saldo a nuestro favor: el santo sacrificio
dela misa. Por, ella ofrecemos al Padre un sacrificio eucarístico, o de acción de gracias, que
supera nuestra deuda, rebasándola infinitamente; porque es el mismo Cristo quien se inmola
por nosotros y en nuestro lugar da gracias a Dios por sus inmensos beneficios. Y, a la vez, es
una fuente de nuevas gracias, porque al bienhechor le gusta ser correspondido. Este efecto
eucarístico, o de acción de gracias, lo produce la santa misa por sí misma: siempre,
infaliblemente, ex opere operato, independientemente de nuestras disposiciones. , puede ser
más grato a Dios y útil al hombre; de ahí que deba ser ella la devoción por excelencia del
cristiano. 2. Valor y frutos de la Misa El valor de la Misa, tomado en sí mismo, considerando la
Víctima ofrecida y el Oferente principal, que es Jesucristo mismo, es infinito, tanto en la
extensión como en la intensidad; si bien, en cuanto a la aplicación de sus frutos, tiene siempre
un valor limitado o finito. La razón de esta limitación es, porque nosotros no somos capaces de
recibir una gracia infinita, y, además porque la Misa no es de mayor eficacia práctica que el
Sacrificio de la Cruz, el cual, aunque de un valor infinito en sí mismo considerado, fue y sigue
siendo, en su aplicación, limitado. Así lo dispuso Jesucristo, para que de ésta suerte se
pudiese repetir frecuentemente este Sacrificio que es indispensable a la Religión, y también
para guardar el orden de la Providencia, que suele distribuir las gracias sucesiva y
paulatinamente, no de una vez. De ahí el poder, y aun la conveniencia, de ofrecer repetidas
veces por una misma persona el Santo Sacrificio. Los frutos de la Misa son los bienes que
procura el Sacrificio, y son, con respecto al valor, lo que los efectos con respecto a la causa.
Tres son los frutos que emanan de la Misa a) el fruto general, de que participan todos los fieles
no excomulgados, vivos y difuntos, y especialmente los que asisten a la Misa y toman en ella
parte más activa;
8. 5. b) el fruto especial, de que dispone el Sacerdote en favor de determinadas personas e
intenciones, en pago de un cierto "estipendio"; y c) el fruto especialísimo, que le corresponde al
Sacerdote como cosa propia y lo enriquece infaliblemente, siempre que celebre dignamente.
Los frutos general y especialísimo se perciben sin especial aplicación, con sólo tener intención
de celebrar la Misa o asistir a ella, según la mente de la Iglesia; pero, para más interesarse en
la Misa e interesar más a Dios en nuestro favor, es muy conveniente proponer secada vez
algún fin determinado, en beneficio propio o del prójimo, o de la Iglesia en general. Para poder
alcanzar el fruto especial es necesaria la aplicación expresa del celebrante, y a que él, como
ministro de Cristo, puede disponer libremente de ese fruto en favor de quien quisiere. 3.
Aplicación de los frutos de la Misa Los méritos infinitos e inmensos del Sacrificio Eucarístico no
tienen límite y se extienden a todos los hombres de cualquier lugar y tiempo, ya, que por él se
nos aplica a todos la virtud salvadora de la Cruz. Sin embargo, el rescate del mundo por
Jesucristo no tuvo inmediatamente todo su efecto; éste se logrará cuando Cristo entre en la
posesión real y efectiva de las almas por Él rescatadas, lo que no sucederá mientras no tomen
todas contacto vital con el Sacrificio de la Cruz y les sean así trasmitidos y aplicados los
méritos que de él se derivan. Tal es, precisamente, la virtud del Sacrificio de la Misa: aplicar y
trasmitir a todos y cada uno los méritos salvadores de Cristo, sumergirlos en las aguas
purificadoras de la Redención, que manan desde el Calvario y llegan hasta el altar y hasta
cada cristiano. “Puede decirse -continúa Pío XII- que Cristo ha construido en el Calvario una
piscina de purificación y de salvación, que llenó con la sangre por Él vertida; pero, si los
hombres no se bañan en sus aguas y no lavan en ellos las manchas de su iniquidad, no serán
ciertamente purificados y salvados”. Por eso es necesaria la colaboración personal de todos
los hombres en el tiempo y en el espacio, la que se efectúa por medio de la Misa y de los
Sacramentos, por los cuales hace la Iglesia la distribución individual del tesoro de la Redención
a ella confiado por su Divino Fundador. Por eso no puede faltar en el mundo la renovación del
Sacrificio Eucarístico, que actualiza e individualiza el de la Cruz. 4. La participación de los
fieles en la Santa Misa Es un deber y a la vez una dignidad -dice el Papa Pío XII- la
participación del fiel cristiano en la Santa Misa. Esta participación no debe ser pasiva y
negligente, sino activa y atenta. Aún sin ser los fieles, sacerdotes -pues de ninguna manera lo
son-, ellos también ofrecen la Hostia divina de dos modos: primero, uniéndose íntimamente
con el sacerdote en ese Sacrificio común, por medio de las ofrendas, por el rezo de las
oraciones oficiales, por el cumplimiento de los ritos y por la Comunión sacramental; y segundo,
inmolándose a sí mismos como víctimas. A ello nos conduce toda la Liturgia de la Misa y a ello
tiende la participación activa en la celebración de la misma.