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7mo. Itinerario Formativo - 1ro. de Configuración 2021

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Seminario Mayor Nacional de la Asunción / 1° de Teología

Séptimo Itinerario formativo1 / 14 de octubre de 2021.

Ejercicios para la santidad de la vida presbiteral2


I. Oración inicial. Ef 4, 11-16. Para la oración inicial se vuelve a la imagen fuerza del
curso: el hombre que va creciendo hasta alcanzar la plenitud de la talla de Cristo. A
partir de esta imagen, se invita a los seminaristas a contemplar su propia trayectoria
durante el curso que está terminando.

II. Meta. Que el alumno de primero de teología se haga más consciente del valor del
sentido integral de su formación y que comprenda mejor algunas directrices o
ejercicios sobre el proceso de maduración de la dimensión humano-espiritual del
presbítero:

III. Contenido.

1. El comienzo de la perfección cristiana está en la humildad. «Aprendan de mí que


soy manso y humilde de corazón» (Mt 11 29). Pues si bien consideramos la tan
excelsa dignidad a la que por el bautismo y por la sagrada ordenación fuimos
llamados, y si reconocemos nuestra propia miseria espiritual, necesario es que
meditemos aquella divina sentencia de Jesucristo: «Sin mí nada pueden hacer»
(Jn 15, 5).

2. El principal impulso que debe mover al espíritu sacerdotal es el de unirse


íntimamente con el Divino Redentor, el aceptar íntegra y dócilmente los mandatos
de la doctrina cristiana, y el de llevarlos a la práctica, en todos los momentos de su
vida, con tal diligencia que la fe sea la guía de su conducta y ésta, en cierto modo,
refleje el esplendor de la fe.

3. Los sacerdotes son ministros de Cristo principalmente por la celebración del


sacrificio eucarístico. Precisamente en éste, cuando representando a la persona de
Cristo consagran el pan y el vino, que se convierten en cuerpo y sangre de Cristo,
pueden beber, en la fuente misma de la vida sobrenatural, los tesoros de la
salvación y todos aquellos medios que les son necesarios, no sólo para sí mismos
individualmente, sino también para cumplir su misión.

4. Y porque ha de estar libre de las solicitudes del mundo y consagrado por completo
al divino servicio, la Iglesia instituyó la ley del celibato, para que cada vez se
pusiera más de relieve, ante todos, que el sacerdote es ministro de Dios y padre de
las almas. Y gracias a esa ley de celibato, el sacerdote, lejos de perder por
completo el deber de la verdadera paternidad, lo realza hasta lo infinito, puesto
que engendra hijos no para esta vida terrenal y perecedera, sino para la celestial y
eterna.

5. La santidad perfecta requiere también una continua comunicación con Dios: y para
que este íntimo contacto que el alma sacerdotal debe establecer con Dios no fuese
jamás interrumpido en la sucesión de los días y de las horas, la Iglesia impuso al
sacerdote la obligación de recitar el Oficio divino.

1
Cfr. LAVANIEGOS GONZÁLEZ, E., Los itinerarios formativos en el seminario diocesano. Directorio para la formación
sacerdotal, México 2012, 454 - 457.
2
Cf. PP. PÍO XII, Exhortación Apostólica «Menti Nostrae», sobre la santidad de la vida sacerdotal, AAS 42 (1950) 657-702.
De ese modo, ella recogió fielmente el precepto del Señor: «Es preciso orar
siempre y no descansar» (Lc 18,1). Pero el Oficio divino es también un medio
eficacísimo de santificación. No es, en efecto, tan sólo una recitación de fórmulas ni
de cánticos que hayan de cantarse según cánones del arte: no se trata sólo del
respeto de ciertas normas, llamadas rúbricas, o de ceremonias externas del culto,
sino que se trata más bien de la elevación de la mente y del alma a Dios para que
se unan a la armonía de los espíritus bienaventurados que cantan sus alabanzas
eternamente. Por ello, el Oficio divino se ha de rezar, en todas sus horas, según lo
que en la introducción del mismo se hace notar: Digna, atenta, devotamente.

6. Mediten, por eso, atentos y solícitos, aquellas verdades fecundas que el Espíritu
Santo nos propone por las palabras de las Sagradas Escrituras y que los escritos de
los Padres y de los Doctores comentan. Alejen sin cesar y con cuidado todo cuanto
pueda distraerlos y recojan su atención y sus pensamientos de modo que los
consagren más fácilmente y con mayor fruto a la contemplación de las verdades
eternas.

7. De la oración mental no debe separarse la oración vocal; ni falten tampoco otras


formas de oración privada, que ayudan a realizar la unión del alma con Dios. Pero
téngase muy presente que, más que las múltiples oraciones, valen la piedad y el
verdadero y ardiente espíritu de oración. La Iglesia nos exhorta a la meditación que
eleva la mente hacia el cielo y a la contemplación de las cosas divinas.

8. Y como los sacerdotes pueden ser llamados por título singular «hijos de María», no
podrán menos de alimentar una ardiente devoción hacia la Virgen, de invocarla con
confianza, de implorar con frecuencia su poderosa protección. Todos los días, como
la Iglesia misma recomienda, rezarán el santo rosario, que, al poner ante nuestra
meditación los misterios del Redentor, nos conduce «a Jesús por María».

9. El sacerdote, antes de cerrar su jornada de trabajo, se dirigirá al tabernáculo y allí


se detendrá siquiera algún tiempo, para adorar a Jesús en su sacramento de amor,
para encenderse cada vez más en el amor de Dios y para permanecer de algún
modo, aun durante el tiempo del reposo nocturno, que recuerda a su mente el
silencio de la muerte, en la presencia del Corazón de Cristo.

10. No omita el diario examen de conciencia, que es el medio más eficaz así para darse
cuenta de los progresos de la vida espiritual durante el día, como para remover los
obstáculos que entorpecen o retardan el progreso en la virtud, como, finalmente,
para conocer los medios más idóneos de asegurar al ministerio sacerdotal mayores
frutos e implorar del Padre celestial perdón para tantas debilidades.

11. Que no ocurra nunca que precisamente el ministro del sacramento de reconciliación
se abstenga de él. Aunque ministros de Cristo, somos, sin embargo, débiles y
miserables: ¿cómo podremos, pues, subir al altar y tratar los sagrados misterios, si
no procuramos purificarnos lo más frecuentemente posible?. Y en verdad que con
la confesión frecuente «se aumenta el justo conocimiento propio, crece la
humildad, se desarraigan las malas costumbres, se hace frente a la tibieza, se
purifica la conciencia, se robustece la voluntad, se lleva a cabo la saludable
dirección de conciencias y aumenta la gracia en virtud del Sacramento mismo»
Enc. Mystici Corporis - AAS 35 (1943) 235.
12. Con sencillez y docilidad, busquen y acepten la ayuda de quien con sabia
moderación puede guiar su alma, indicarles los peligros, sugerirles los remedios
idóneos, y en todas las dificultades internas y externas les puede dirigir rectamente
y llevaros a perfección cada vez mayor, según el ejemplo de los santos y las
enseñanzas de la ascética cristiana. Sin estos prudentes directores espirituales, de
modo ordinario, es muy difícil secundar convenientemente los impulsos del Espíritu
Santo y de la gracia divina.

13. Deseamos ardientemente, en fin, recomendar a todos la práctica de los Ejercicios


Espirituales. Cuando nos retiramos por algunos días de las ocupaciones habituales
y del ambiente ordinario y nos apartamos a la soledad y al silencio, prestamos oído
más atento a la voz de Dios y ésta penetra más profundamente en nuestra alma.

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