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Apuntes Teoría Sociológica UNED 2021 Apuntes Teoría Sociológica UNED 2021
Apuntes Teoría Sociológica UNED 2021 Apuntes Teoría Sociológica UNED 2021
Apuntes Teoría Sociológica UNED 2021 Apuntes Teoría Sociológica UNED 2021
Todos los autores de la moderna teoría social hicieron de teorías diferentes la base de sus
descripciones sociológicas, pero si comparando todas estas teorías unas con otras, ponemos de
relieve lo que tienen en común, si encontramos el mínimo común denominador de todas ellas,
¿habremos llegado a una comprensión adecuada de lo que es teoría (en singular)?
Desgraciadamente la solución así avistada del problema no es muy fecunda, pues la sociología es,
desde su fundación en el siglo XIX, una disciplina científica en la que nunca se alcanzó un
consenso del todo estable sobre su objeto y sus tareas. Tampoco sobre los conceptos centrales
se estuvo nunca realmente de acuerdo, por lo que no tiene que sorprender que también sobre la
comprensión correcta de lo que es una teoría hubiera siempre vivas discusiones. Controvertida era,
por ejemplo, la relación entre teoría e investigación empírica porque algunos científicos sociales
suponían que primero era preciso que el trabajo empírico intensivo nos allanara el camino hacia una
teoría sociológica racional, contra lo cual otros sostenían que la investigación empírica sin amplias
reflexiones teóricas previas, en el mejor de los casos carecerían de sentido, y en el peor arrojarían
resultados falsos. También hubo concepciones sumamente dispares relativas a la relación entre
teorías y visiones del mundo : mientras unos subrayaban que la teoría sociológica, o la teoría
social, es un asunto puramente científico, alejado de las concepciones políticas y religiosas del
mundo, otros resaltaban que las ciencias humanas y las ciencias sociales nunca podrán
desprenderse completamente de tales convicciones; que la idea de una ciencia pura, la de la
sociológica por caso, era una quimera. Estrechamente relacionada con esta controversia estaba
también la relativa a la relación entre teoría y cuestiones normativas y morales . Mientras unos
opinaban que la ciencia debía abstenerse por principio de toda clase de consideraciones políticas,
morales, etc., otros abogaban por una ciencia comprometida con una política social que no
rehuyera las cuestiones de deberes (el deber ser). Así la ciencia social no tendría que hacer como
si sólo proporcionara resultados de investigaciones de cuya aplicación no fuera responsable: como
en las ciencias sociales la investigación está grávida de consecuencias, cada disciplina no puede
ser indiferente a lo que sucede con los resultados que ella arroja. Finalmente ha sido también
muy discutida la relación entre teoría y saber corriente . Mientras unos postulaban la superioridad
general de la ciencia, con las ciencias sociales incluidas, sobre el saber corriente, a otros les parecía
que las ciencias humanas y sociales están demasiado enraizadas en la vida ordinaria, de la que
dependen, como para poder tener tan presuntuosa pretensión. El concepto mismo de teoría es muy
discutido, por lo que el intento anteriormente señalado de extraer a partir de las teorías existentes de
los clásicos de la sociología un mínimo común denominador resultaría baldío: la pregunta ¿qué es
teoría? No podría contestarse, y un juicio definitivo respecto a este debate aquí sumariamente
expuesto tampoco ustedes podrían emitirlo.
Por qué el debate sobre la esencia de la moderna teoría sociológica o de la teoría social:
1.-La primera respuesta está relacionada con la historia de la disciplina, cuando Weber, Durkheim,
Simmel y otros-los llamados padres fundadores- crearon la disciplina llamada sociología vino
acompañada de una controversia con otras disciplinas que le discutían a la sociología su legitimidad.
Aunque también los sociólogos discutían entre ellos, no era nada comparado con la situación que se
creó cuando, a partir de mediados del siglo XX, la sociología se estableció definitivamente en la
universidad. La sociología se ha caracterizado por su diversificación en una multitud de corrientes
teóricas en competencia, y en esta competencia masiva de teorías las cuestiones de teoría de la
ciencia desempeñan un papel muy significativo, por ser cuestiones relativas a los presupuestos y las
características de la ciencia y a la formación de las teorías científicas.
2.-La segunda repuesta es de naturaleza pedagógica. Las modernas ciencias sociales no se
caracterizan sólo por el gran número de teorías en competencia, sino también por el divorcio
sumamente perjudicial que con el tiempo ha venido produciéndose entre teoría y empiría. Entre
quienes se presentan como teóricos y quienes se presentan como empíricos o investigadores
sociales empíricos casi se ha establecido una forma de división del trabajo. Debido a esta estricta
división del trabajo, ambos grupos apenas perciben unos de otros los resultados que obtienen. Pero
teoría y empiría no deben separarse.
Generalizaciones y abstracciones
Existe un consenso en que las teorías han de entenderse como enunciados generalizadores, de otra
forma, todo enunciado generalizador es ya una teoría. También podría decirse que enunciamos
hipótesis.
La teoría es tan necesaria como inevitable, pues sin ella no sería posible aprender nada ni actuar de
manera coherente; sin generalizaciones y abstracciones, el mundo se nos presentaría como un
confuso tapiz hecho de retales de experiencias e impresiones sensoriales inconexas. Es verdad que
en nuestra vida ordinaria no hablamos de “teorías”; las utilizamos sin que nos demos cuenta.
Establecer teorías, establecer enunciados generalizadores, es parte esencial tanto de la vida
cotidiana como de la ciencia, pues es la única manera de acercarnos a la “realidad”.
Así Karl Raimund Popper (1902-1994) dijo: “La teoría es la red que arrojamos para capturar “el
mundo” -para racionalizarlo, para explicarlo y para dominarlo-. Y trabajamos para hacer sus mallas
cada vez más estrechas”.
Inducciones y deducciones
En este punto también el consenso comenzó a romperse. Pues existían ideas diferentes respecto
a cómo hay que entender este contraste con la realidad. Es así lógico ver el ideal de la ciencia en
la verificación. Durante mucho tiempo, hasta comienzos del siglo XX, fue esta una idea común entre
los científicos y los teóricos de la ciencia. Si las hipótesis teóricas han de acreditarse en la realidad,
lo mejor es -tal era la suposición de entonces- eliminar primero de la ciencia todo saber corriente
afectado de prejuicios para construir sobre terreno seguro el edificio del saber científico: las
observaciones precisas conducirían, según esta concepción, a enunciados y asertos generalizadores
que, confirmados por ulteriores observaciones y experimentos, serian cada vez más seguros. Estos
enunciados y aserciones así verificados, es decir, confirmados en su verdad, se combinarían
luego de forma que, lenta pero continuamente, se pudiera acumular e integrar cada vez más
aportaciones verificadas de saber. Ello conduciría a la certeza, a un saber positivo, y esta fue
una de las razones por las que se denominó positivistas a los defensores de esta concepción de
la ciencia.
Pero el problema de esta posición positivista, como ya apuntara Popper (en su libro La lógica de la
investigación científica-1934), es que la verificación no puede ser un buen criterio para
establecer el carácter científico de enunciados, porque una verificación de la mayor parte de los
enunciados teóricos es materialmente imposible. En la mayoría de los problemas científicos no
podemos estar seguros de si un enunciado generalizador, esto es, una teoría o una hipótesis, acierta
en todos los casos. En la mayoría de los casos, los enunciados generales no pueden
confirmarse o verificarse. O, dicho de otra manera: los argumentos inductivos (es decir, las
inferencias a partir de casos particulares sobre la totalidad de los mismos) no son argumentos
lógicamente validos o verdaderamente concluyentes; la inducción no puede justificarse de forma
puramente lógica, puesto que nunca puede excluirse que en algún momento se haga una
observación que contradiga el enunciado general que se considera confirmado. El intento que los
positivistas hicieron de reducir leyes a observaciones elementales, o deducir leyes a partir de
observaciones elementales y verificar esas leyes, está, pues, condenado al fracaso.
Esta fue la crítica de Popper, su divisa era la falsación. Así los enunciados generalizadores o las
teorías científicas no son demostrables o verificables de manera definitiva, pero que pueden
someterse a prueba en la realidad; que pueden rechazarse o directamente falsarse. Con su
referencia a la contrastabilidad y falsabilidad de los enunciados científicos, Popper excluye del
dominio de la ciencia los que denomina enunciados universales del tipo “existe esto o lo otro”,
aquellos enunciados que no pueden falsarse: no podemos presentar pruebas de que Dios no
existe. Popper afirma que es estéril tratar de la existencia de Dios en una discusión científica, pues
el enunciado que afirma su existencia no puede refutarse definitivamente.
El criterio de la falsación permite contrastar y falsar realmente enunciados universales sencillamente
porque una sola observación puede echar por tierra la afirmación o la teoría. Para Popper, el criterio
de la falsación es, pues, el único que da frutos, y también el más eficiente para separar los
enunciados científicos de otros enunciados.
La posición de Popper, que triunfa sobre el positivismo, no concibe la ciencia como una lenta
acumulación de saber; en ella, la ciencia consiste más bien en la incesante puesta a prueba y
cuestionamiento de nuestros supuestos teóricos exponiéndolos al peligro de la falsación. Sólo las
mejores teorías sobreviven en esta lucha (darwinista) de las teorías entre sí. Por eso, según Popper,
la ciencia no es un estado, sino un continuo progresar, un “adivinar” de los enunciados teóricos,
continuamente sometidos a prueba. Por tanto, las teorías sólo pueden considerarse
provisionalmente confirmadas. No debe buscarse la confirmación de la propia teoría, sino
deshacerse activamente de todas las falsas certezas mediante el principio de falsación, “quien no
expone sus ideas a la refutación, no juega bien el juego de la ciencia”.
La superioridad de la concepción popperiana de la ciencia sobre la positivista ha acabado
reconociéndose; la falsación ha demostrado ser en general un criterio de demarcación mejor que
la verificación. En esto reina de nuevo el consenso sobre lo que es y lo que puede lograr una teoría.
Hay disenso respecto a si, con la afirmación popperiana de que las teorías científicas son
enunciados generalizadores que pueden contrastarse con la realidad y, por ende, ser falsados,
queda ya agotado el concepto de teoría.
Pero no parece posible una separación estricta entre empiría y teoría, no hay ninguna polaridad,
entonces, ¿cómo definir su relación? A este respecto es muy útil una propuesta del sociólogo
En este debate sobre el trabajo científico juega un papel muy importante al libro La estructura de
las revoluciones científicas (1962) de Thomas S. Kuhn (1922-1996), donde analiza de forma muy
general la manera en que se generan las teorías científicas. Según sus observaciones, descarta
el principio de falsación de Popper. Kuhn pudo demostrar que en la historia de las ciencias siempre
hubo descubrimientos, inventos, etc., que contradecían las grandes teorías existentes. Por ejemplo,
el descubrimiento de oxígeno por Lavoisier contradecía fundamentalmente la teoría dominante del
flogisto, sustancia que se desprendería, supuestamente, de todo cuerpo en combustión, pero no hizo
que la vieja y falsa teoría del flogisto fuese rechazada. Kuhn pudo documentar gran cantidad de
estos casos en la historia de la ciencia, e hizo ver que la perseverancia en las teorías antiguas no
era en absoluto una manifestación de dogmatismo o irracionalidad. Siempre había buenas razones
para el conservadurismo: las teorías antiguas se habían acreditado en el pasado, y los nuevos
descubrimientos acaso podían integrarse mediante una ampliación de la teoría antigua o mediante
hipótesis auxiliares, mientras que la nueva teoría aún no estaba del todo elaborada, y era frecuente
que mostrara errores y lagunas. En suma, era frecuente que en la práctica de la ciencia no hubiera
un criterio claro de cuándo una teoría podía considerarse falsada.
Kuhn hablaba en su libro de la historia de las ciencias de la naturaleza, pero también en las ciencias
humanas y sociales pueden, naturalmente, hacerse descripciones muy similares del proceso de
investigación, y más aún si se tiene en cuenta que en ellas parece aún más difícil destruir una teoría,
es decir falsarla entera, con una observación empírica. Así, el marxismo puede, y debe,
contrastarse como teoría social en la realidad social. Sucedió que muchos de los asertos hechos
por Marx entraban en conflicto con la realidad empírica, muchos de sus pronósticos no eran
acertados: la polarización predicha de la población en una rica clase capitalista y un proletariado
enorme no se ha producido, y las revoluciones socialistas que se pronosticaron tampoco se han
producido, al menos allí donde debían haberse producido, en los países industrialmente avanzados,
conducidas por la clase obrera; revoluciones efectivas las ha habido en todo caso en la periferia, y
luego con la participación decisiva del campesinado, esto es, de un grupo “falso”; la supuesta
fusión forzada por las condiciones económicas de todos los vínculos particulares (predecían la
desaparición de los estados nacionales) tampoco se ha producido, de hecho en el siglo XX la
Sin embargo, según Kuhn, los grandes cambios se producen por las revoluciones científicas ,
donde se genera un cambio de paradigma : un viejo paradigma (una antigua manera de ver los
fenómenos, una antigua gran teoría y los métodos de investigación a ella adheridos) es sustituido en
un tiempo relativamente breve por un nuevo paradigma, de la misma manera que en el pasado la
astronomía ptolemaica fue reemplazada por la copernicana, la dinámica aristotélica por la
newtoniana, o la óptica corpuscular por la óptica ondulatoria.
No ha sido, pues, la empiría como tal la que en la historia de la ciencia ha motivado el abandono
definitivo de una teoría hasta entonces considerada correcta, sino que las decisiones a este respecto
vinieron determinadas por circunstancias completamente banales, cotidianas: a menudo fueron
causas biológicas las que cooperaron a la irrupción de una teoría nueva (como cuando una
generación de científicos era relevada, conforme envejecía, por otra nueva).
Cuando la revolución se hace efectiva, la ciencia entra de nuevo en una fase normal, y la
investigación que desarrolla la comunidad científica se basa, como antes, en determinadas reglas y
normas incuestionadas de la práctica investigadora, hasta que vuelve0 a producirse una nueva
revolución científica.
Los análisis históricos y sociológicos de Kuhn tenían enormes consecuencias para la teoría de la
ciencia. Pues el proceso de la ciencia no funciona ni mucho menos de la manera que Popper intentó
normativizar con su principio de falsación. De las descripciones de Kuhn se infiere que es bueno
que la ciencia no proceda rígidamente conforme al principio de falsación: la ciencia normal puede ser
fructífera. Tiene perfecto sentido no rechazar la teoría con cada observación que la contradiga,
porque ello sabotearía y minaría la práctica de la investigación, tiene sentido interpretar primero las
observaciones que contradicen la teoría como meras anomalías, con la esperanza de que los
problemas en el seno de la teoría puedan algún día resolverse. Además, Kuhn pudo demostrar que
no pocas de las teorías nuevas y posteriormente reconocidas fueron falsadas al comienzo de su
existencia sobre la base de experiencias y observaciones entonces aceptadas, y de haberse seguido
el principio de falsación de Popper, habrían tenido que desaparecer de inmediato. El criterio de
falsación de Popper no es así ni una buena guía para la historia de la ciencia, ni un buen recurso en
la investigación práctica.
Hay que extraer una consecuencia más de los análisis sociológicos de Kuhn para la historia de la
ciencia, que los cambios de paradigma y las revoluciones científicas nos enseñan que el progreso
científico no se efectúa de forma continua, sino que lo mismo atraviesa fases de sosiego que
sufre cambios abruptos. La posición de Kuhn es así contraria tanto al positivismo, cuyos
representantes creían en la formación lenta y continuada, apoyada por observaciones empíricas
exactas, de los conocimientos científicos, como a Popper, que subestimó la fase de la ciencia normal
y rutinaria. Según Kuhn, en la ciencia, los elementos causales desempeñan un papel tan importante
como los ya mencionados conflictos entre generaciones de científicos que tienen que ver con el
estatus y el poder.
Los trabajos de Kuhn fueron en todo caso punto de partida de un debate entre los teóricos de la
ciencia que se desarrolló con vehemencia principalmente en los años sesenta y setenta. Mientras
unos criticaban a Kuhn porque sus trabajos abrían de par en par las puertas al relativismo (hablar
de la inconmensurabilidad de teorías sobre cuya cualidad no puede decidirse empíricamente,
suponía equiparar la ciencia a cualquier cosmovisión, sobre la que no es posible discutir
racionalmente), otros saludaban precisamente las consecuencias relativistas que se derivaban de
los análisis kuhnianos.
En las disciplinas de las ciencias sociales se ha demostrado que un concepto amplio de teoría y
un aumento del número de teorías existentes, no supone que los debates necesariamente acaben
desbordándose, ya que existe relativo acuerdo sobre lo que sean las cuestiones fundamentales
o capitales de la investigación. Y estas cuestiones se pueden nombrar. Creemos que, a lo largo
de la evolución de las teorías de las ciencias sociales, se ha planteado tres cuestiones muy
específicas. Son ¿qué es la acción?, ¿Qué es el orden social?, ¿Qué determina el cambio
social? Todos los teóricos han tratado de responden a estas tres preguntas, sobre las cuales hay
que añadir que naturalmente se hallan siempre estrechamente relacionadas: pues actuar de los seres
humanos nunca es puramente accidental, pues siempre configura órdenes, y estos órdenes cambian
históricamente.
Nuestra tesis es que la evolución de la moderna teoría social puede entenderse como una
búsqueda continua de respuestas a las tres preguntas citadas, y que el constante debate que
de ella resulta recibió en la década de 1930 impulso decisivo por parte de un gran sociólogo
estadounidense a quien los teóricos posteriores una y otra vez ha hecho referencia de forma implícita
o explícita, aprobatoria o crítica. Nos referimos a Talcott Parsons, a quien, por la importancia de su
obra para la moderna teoría social, dedicamos tres capítulos. Su obra nos enseña con toda claridad
que la sociología no se divide ni se ha dividido simplemente en corrientes teóricas diferentes, por el
contrario constituye una disciplina cuya evolución teórica se debió a impulsos recibidos a través de
la comunicación, de la discusión racional, de los debates y controversias
Esta obra del sociólogo estadounidense Talcott Parsons, fue un intento de establecer un canon que
determinó en una medida apenas hoy imaginable la evolución ulterior de la sociología. Parsons elige
para hacer plausible su propia teoría social una brillante forma de exposición, que es etiquetada
como tesis de convergencia. Él argumentaba que hubo 4 grandes pensadores europeos de las
ciencias sociales, que entre 1890 y 1920 confluyeron de forma inconsciente y, sobre todo, sin
conocerse mutuamente, en la concepción de una estructura teórica similar, que sus trabajos habrían
convergido en puntos esenciales, sobre todo los teóricamente interesantes. Estos autores son Max
Weber (1864-1920), Émile Durkheim (1858-1917), Alfred Marshall (1842-1924) y Vilfredo Pareto
(1848-1923). Ellos habrían encontrado un denominador común en cuestiones teóricas importantes:
aunque el economista Marshall y el economista y sociólogo Pareto estuvieron originalmente
adscritos a la tradición de utilitarismo, y los sociólogos Durkheim y Weber lo estuvieron
originalmente al positivismo francés y al idealismo alemán respectivamente, habrían ido
modificando sus raíces teóricas independientemente unos de otros, es decir, sin influencia mutua, y
formulando una crítica notablemente similar del utilitarismo que los movió a desarrollar, al
menos tentativamente, una teoría voluntarista de la acción. Sus teorías habrían así convergido.
Dichos autores compartían la crítica al utilitarismo y llegaron al mismo resultado con independencia
unos de otros, así Parsons pudo dar plausibilidad a su argumento de que la crítica al utilitarismo era
necesaria e impostergable. Esta crítica no pudo en ningún caso brotar de sensibilidades personales,
cuando mentes tan diferentes y en lugares diferentes expresaban su malestar por el utilitarismo y, al
mismo tiempo, se habían atrevido a operar una transición hacia una nueva teoría.
Parsons tenia, pues, la ambición de aislar ideas todavía confusamente articuladas de estos cuatro
autores y formularlas de forma analíticamente clara para dar a la sociología un firme fundamento.
Con su referencia a aquellos célebres autores casi se subía a sus hombros, casi iba a hombros
de gigantes. De este modo interpretaba explícitamente la historia de las ciencias sociales como
una historia de progreso científico.
Los argumentos e interpretaciones teóricos que pueden encontrarse en La estructura de la acción
social y sobre su teoría de la convergencia, lo haremos en tres pasos.
1.-La crítica del utilitarismo . Hobbes y “el problema del orden”: sobre las condiciones de
posibilidad del orden social. Objetivos, expectativas y fines (“ends”): hacia una teoría de la
acción. Crítica del positivismo.
Parsons emplea en La estructura de la acción social una parte considerable de su argumentación
en criticar el utilitarismo . Supone con razón que antes de pensar en construir en serio un edificio
teórico propio hay que rebatir otras corrientes teóricas influyentes. Desde su punto de vista, el trabajo
constructivo debía venir precedido de un acto destructivo.
El utilitarismo es la denominación que recibe una corriente de la filosofía inglesa de fines del
XVIII y principios del XIX. Está estrechamente ligado a Jeremy Bentham (1748-1832), que formuló
los principios utilitaristas dentro de una teoría de la acción humana y de una teoría de la moral, donde
la acción humana está siempre al dictado de evitar el dolor y obtener placer, porque quieren
incrementar su provecho. De ello deducía el principio ético de que la cualidad moral de la acción
humana se mide por el grado en que contribuye a la máxima felicidad, a la máxima utilidad, para
el máximo número de seres humanos. Uno de sus adeptos fue John Stuart Mill (1806-1873),
también considera que el placer y la ausencia de dolor son las únicas cosas deseables como fines,
se trata del principio de la mayor felicidad, de la acción humana orientada al provecho (también
calificada como individualista o atomista). Esta concepción utilitarista, según Parsons, de la
acción humana fue determinante a finales del XIX y principios del XX, en las ciencias de la
economía. Pensadores como David Ricardo (1772-1823) y William Stanley Jevons (1835-1882)
estuvieron influidos por el utilitarismo.
Parsons ve en la Reforma donde se acentúa la libertad de las metas de los individuos, y no tanto
de la libertad individual, los verdaderos comienzos del pensamiento utilitarista. En el tema de la
acción se interesa en primer término por los medios con que los actores pueden alcanzar, del modo
más eficiente, los objetivos de sus acciones. Esta tradición establece a menudo una alianza casi
indisoluble con la moderna ciencia empírica, la experimentación científico-racional casi se equiparó
a la acción orientada al provecho, y a la inversa, la acción entendida de modo utilitarista fue
considerada como la única verdaderamente racional.
Así Parsons ve en el utilitarismo una corriente paralela al positivismo, que caracteriza a toda la
Ilustración y la filosofía francesas, pensamiento basado en los métodos de las ciencias de la
naturaleza.
Para Parsons, es Thomas Hobbes , filosofo político de comienzos de la Edad Moderna, el que más
claramente formuló las premisas de la teoría de la acción propia del pensamiento utilitarista y,
sobre todo, el que discutió de manera sistemática sus consecuencias. En la obra capital de Hobbes,
Leviatán (1651) expone Hobbes que los hombres en un estado natural (sin reglas, restricciones
leyes, etc.), en el que cada cual sólo persigue de manera egoísta y sin trabas su propio
provecho, no puede existir la confianza: el resultado necesario de la acción humana puramente
orientada al provecho sería la guerra de todos contra todos, y este estado no puede satisfacer
a nadie. La solución para poner fin a esta situación está en el sometimiento de los hombres a una
única voluntad, a la autoridad de un soberano o de un Estado que ponga fin a la guerra de todos
contra todos, establezca el monopolio de la violencia y fuerce la paz. Otra solución diferente al
Estado absolutista, del supuesto desorden natural, viene a través del pensamiento económico. En
John Locke y Adam Smith, en la ciencia económica se encuentra el argumento de que la acción
humana orientada al provecho puede tornarse inocua si logra ser canalizada en el espacio del
intercambio de bienes del comercio. Pues en el mercado, donde se persigue el máximo provecho,
se observa que los actos de intercambio se producen para beneficio mutuo. El trueque y el comercio
son actividades orientadas al provecho, pero atemperadas y en las que todos los participantes
salen beneficiados, y esto es lo que hace posible un orden social duradero, el orden del
mercado.
A Parsons le interesaba la lógica interna de los argumentos citados: es decir, no a la idea de la
instauración del orden a través de las transacciones mercantiles, sino que tal idea se basaba en
una identidad natural no fundamentada, metafísica, de los intereses de los agentes en el
mercado, que tienen objetivos que pueden compatibilizarse sin ningún problema y su interacción
seria siempre para provecho mutuo (esto Parsons lo cuestionaba). Pero cómo se soluciona la
problemática planteada por Hobbes de tener que instaurar un orden en unas condiciones en las que
de hecho los intereses no son conciliables. Parsons se pregunta ¿de qué manera se llega a
constituir un orden, que él denomina problema hobbesiano o problema del orden , en las
condiciones de la acción universalmente orientada al provecho?
Ahora bien, Parsons no discute que el Estado o el mercado establezcan de hecho un orden. Piensa
que el orden social es un hecho indudable, que hay orden, y que el orden no es ni mucho menos
un fenómeno misterioso. Para Parsons estaba fuera de toda discusión que el orden social existe.
No hay que interpretar a Parsons, como a menudo se observa en la literatura secundaria, como si
tratara el problema del orden social como un problema empírico para el que quisiera proponer una
solución superior a la de Hobbes (absolutismo) o a la de Locke (liberalismo), sólo ponía en duda la
afirmación de que puede haber orden estable en las condiciones de una acción humana
orientada al provecho. Se pregunta por las condiciones de posibilidad del orden social por el lado
de los hombres que actúan. Y en el marco de esta reflexión trascendental intenta mostrar que todos
los autores cuya premisa es la acción humana orientada al provecho tienen que ser incapaces
de explicar la existencia “normal” del orden social, esto es, de un orden que no lo ha
establecido el sometimiento (como en Hobbes) o los mecanismos del mercado (como en Locke
y Smith).
Pero si una teoría que concibe la acción exclusivamente orientada al provecho es incapaz de
explicar satisfactoriamente el orden social o su creación, entonces el modelo utilitarista de la
acción tiene que ser falso desde el principio, o al menos insuficiente.
Si de hecho existe el orden, entonces la teoría de la acción tiene que ser capaz de explicarlo;
tiene que detallar por qué la aleatoriedad de fines, que en el utilitarismo no viene
problematizada, no se da en la realidad y por qué en la vida corriente la coordinación de los
objetivos de la acción normalmente se consigue sin problemas. En este punto el utilitarismo
falla porque no tiene preparada respuesta alguna a la pregunta por el verdadero origen de los
objetivos de la acción , de las expectativas de los actores , de sus fines . Los teóricos o las
disciplinas que trabajan con el modelo utilitarista constatan que los deseos, las necesidades, las
expectativas, los fines, etc., existen. ¿Y cómo surgen estos? La respuesta a esta pregunta la dejan
a la psicología o a la biología; no tienen teorías propias al respecto.
En el positivismo , que según Parsons era una variante del utilitarismo, hubo intentos también
de encontrar respuesta a dicha pregunta: ¿cómo surgen los deseos, las necesidades, las
expectativas, los fines, etc.?
-En el positivismo racionalista radical se abordó el problema originario de que los objetivos,
deseos, expectativas, fines de los actores sólo accidentalmente pueden coincidir , según las
premisas del utilitarismo, y por eso no cabe esperar una coordinación a largo plazo de las
acciones, esto es, un orden social.
-En el positivismo anti-intelectualista radical, en cambio, se intentó suprimir la perturbadora
aleatoriedad de fines de los distintos actores acentuando la influencia determinante del medio,
o bien la influencia de los caracteres hereditarios conforme a alguna teoría de la herencia .
La incapacidad del utilitarismo para explicar el orden social hace que, en las soluciones
positivistas, la acción como tal desaparezca.
Así Parsons concluye que todo el modelo utilitarista de la acción es de corto alcance, puesto
que con él cuestiones esenciales como el origen de los objetivos y su coordinación, de distintos
actores, no pueden esclarecerse. Para Parsons la discusión de las variantes positivistas ha puesto
de manifiesto que una nueva construcción de la teoría de la acción ha de contener un momento
activo. En la explicación de la coordinación de objetivos de la acción ha de desempeñar algún
papel la parte verdaderamente subjetiva de la acción humana, su libertad de elección .
10
En el contexto de la interpretación que Parsons hace de los cuatro clásicos, hablamos del intento
de construcción de una teoría voluntarista de la acción , pues el adjetivo voluntarista alude
justamente a esta libertad de elegir, la misma que Parsons quiere tener bien en cuenta en la
construcción de su propia teoría. Pero también rechaza Parsons los planteamientos teóricos
idealistas , que ciertamente subrayan el aspecto de la voluntad del actor y la libertad del
hombre, pero casi siempre olvidan las condiciones materiales a que la acción está sujeta.
Parsons interpreta el idealismo como una suerte de emanacionismo, un modo de pensar según el
cual la acción humana emana, o poco menos, de un espíritu colectivo que no es sino expresión
de un “alma nacional” o de ciertas cosmovisiones, ideales, edificios de ideas, etc. Parsons intenta,
con intención sintética, combinar las mejores ideas del idealismo y del utilitarismo para avanzar
positivamente hacia aquella “ teoría voluntarista de la acción ”.
Parsons combina su teoría voluntarista de la acción con una teoría del orden social que califica
de teoría normativista del orden , las teorías de la acción -si han de ser sociológicamente
significativas- tienen que poder explicar también el orden social. Por eso, el término normativo se
refiere a dos cosas: acción y orden, pues en ambas desempeñan las normas un papel esencial.
Parsons cree que todo orden social estriba siempre de alguna forma en valores y normas comunes.
Afirma así que la aleatoriedad de fines supuesta en el utilitarismo no existe de esa manera, sino
que en muchos casos está limitada por la presencia de normas y valores compartidos . De este
modo las normas y valores estructuran previamente los objetivos individuales de la acción
y aseguran que los objetivos de la acción de los actores se adecuen entre sí. Parsons distingue
entre un orden fáctico , creado de modo no intencionado o espontáneo, y un orden normativo (el
de más interés para Parsons), en el que los actores se orientan en su comportamiento por una norma
común.
Parsons afirma que indudablemente existe una diferencia fundamental entre un orden fáctico y
un orden normativo, pero que la presencia duradera de un orden fáctico sólo puede explicarse por
el efecto de algunas normas.
Si cada orden social estable se crea y funciona gracias a la existencia de normas, entonces
requerirá una teoría de la acción en la que normas y valores desempeñen un papel central. Parsons
defiende la posición que sostiene que, en el análisis de la acción, además de los caculos de
utilidad, etc., a que se refieren los utilitaristas, deben considerase también, con el mismo rango por
los menos, los valores y las normas, aspecto este que los utilitaristas pasaron por alto o excluyeron
equivocadamente de toda discusión. Porque no es verdad que normas y valores puedan
reducirse a cálculos de utilidad o ser idénticos a estos, como algunos utilitaristas parecen creer.
Parsons cree haber resuelto el enigma frente al que el utilitarismo fracasó: el mundo social es casi
siempre un mundo ordenado, pues la acción humana se halla fundamentalmente determinada por
normas y valores comunes.
Parsons creó un modelo de la acción que aplicaba ideas utilitaristas y al mismo tiempo fuese más
allá de ellas, a este modelo lo llamó marco de referencia de la acción . En él distingue los siguientes
elementos:
-el actor.
-el objetivo de la acción (end).
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-la situación de la acción, (distingue entre condiciones incontroladas y medios de la acción que el
actor puede disponer)
-las normas y valores de la acción.
Se puede observar que los 3 primeros elementos estaban presentes en la teoría utilitarista de la
acción, a la que le faltaba sin embargo el de las normas y los valores como cuarta dimensión
fundamental. Esta es tan importante porque, en contraste con las soluciones que antes hemos
considerado del positivismo (el medio, la herencia), lo “normativo” no hace desaparecer la libre
voluntad del hombre, su capacidad para la acción. Todo lo contrario: yo puedo oponerme a
normas y valores, yo puedo sentirme atrido o repelido por unos o por otros; algunos ejercen sobre
mí un poder casi irresistible, y otros no. Lo normativo es para Parsons lo específicamente humano
de la acción, el centro de la teoría voluntarista de la acción.
La influencia de normas y valores hace posible la coordinación en la acción, tanto de los medios
como de los objetivos, de la que el orden social depende sencillamente porque normas y valores
no son ante todo productos idiosincráticos, especiales y válidos sólo para unos pocos individuos,
sino que son compartidos y comunes por un determinado grupo.
El economista inglés Alfred Marshall tuvo sin duda una participación fundamental en la elaboración
de partes importantes de la moderna ciencia de la economía, la cual adoptó muchos elementos del
acervo utilitarista. Marshall vio claramente que la acción económica está ligada en múltiples
aspectos a determinados valores. Esto se ve en la figura del empresario, que además de querer
obtener provecho y aumentar sus beneficios, su acción se halla a menudo firmemente anclada en
valores, en la probidad y la honestidad que ponen un límite a los medios para satisfacerlos.
Marshall, según Parsons, indica la salida del utilitarismo clásico, y en sus trabajos apunta a la
teoría voluntarista de la acción, que acepta la importancia de los valores en la acción.
El economista y sociólogo italiano Vilfredo Pareto se apartaba en muchos aspectos de las ideas de
Marshall, subrayaba mucho más que Marshall el papel de los conflictos, su visión de la historia era
más pesimista que la de Marshall. Pareto llegó a conclusiones teóricas semejantes con Marshall,
en relación con la teoría de la acción. Vio claramente la importancia no sólo de los instintos, sino
también de los rituales y de ciertos fines subjetivos (no lógicos), en la acción humana. Abandonaba
así las construcciones teóricas utilitaristas y positivistas de las que había partido. Y, como Marshall,
se aproximó a la idea de los “fines últimos”.
Según Parsons, Émile Durkheim se inscribe en la tradición francesa del positivismo, de la que
todavía era deudor en sus primeras obras, hasta que en sus trabajos posteriores hubo de romper
con ella. En sus primeros trabajos, Durkheim describía estructuras sociales como formaciones
sólidas y exteriores que se imponen al individuo y lo coaccionan. Hablaba de hechos sociales que
limitan y modelan la acción de la misma manera que lo hacen los factores materiales e incluso,
posiblemente, la herencia. Pero Durkheim acaba separando claramente la coerción que ejerce la
conciencia moral de la que ejercen las leyes naturales y, socialmente, la violencia y el poder de otros.
El concepto de conciencia colectiva y las observaciones empíricas, le permiten ver la posibilidad de
la interiorización de normas y valores sociales, esto es, comunes.
El camino que recorrió Max Weber , según Parsons, fue el opuesto a Durkheim. Weber provenía
de la corriente idealista, por lo que nunca tuvo cerca el peligro de minimizar el papel de normas y
valores. A él le amenazaba más bien la posibilidad inversa, pero igual de fatal, de olvidarse de las
condiciones que determinan una situación y de los medios, cosas ambas no menos importantes
12
para la acción. Weber sorteó este peligro separando en su tipología de la acción, la acción
axiológicamente orientada (normativa -axiología: rama de la filosofía que estudia la naturaleza de
los valores-) y la de tipo (utilitarista) de la acción racional conforme a fines.
Con esto concluye Parsons su recorrido por las obras de sociólogos celebres. Habían conseguido
demostrar, en su opinión, que en los cuatro autores, tan diferentes entre sí, estaba claramente
incoada la vía hacia una teoría voluntarista de la acción, y que, por tanto, sus trabajos
convergían. Y con su crítica del utilitarismo y su referencia a la autocrítica de la ciencia de la
economía que llevaron a cabo Pareto y Marshall, Parsons al mismo tiempo estaba convencido de
que él y la sociología poseían una concepción superior de la acción humana, una concepción
en la que el positivismo y el idealismo se unían, además de incluir la acción económica. Así pudo dar
una definición de la sociología cargada de futuro, a saber: la sociología como ciencia de la
acción .
13
1.-Además de afirmar que Parsons no siempre interpretó adecuadamente a los cuatro clásicos, a la
forma concreta de la tesis parsoniana de la convergencia se le achacó que sólo había considerado
a los europeos, y que no tuvo en cuenta a ningún americano. Esto resulta curioso si pensamos que
la sociología se institucionalizó como disciplina en los EE. UU. antes que en Alemania, Francia,
Inglaterra o Italia. Pero parece patente que la sociología norteamericana carecía absolutamente de
relevancia para Parsons y su impulso teórico.
2.-La propia selección de los pensadores europeos no está exenta de contradicción. Sorprende, por
ejemplo, que Parsons no diga una palabra sobre Georg Simmel, y atribuye su desatención a
razones de espacio o a la falta de una orientación teórica clara en este autor. Se podrán aceptar
estas razones, pero no son de recibo, especialmente la última. Pues en Simmel podía encontrar toda
una construcción teórica, y muy refinada, aunque bien es cierto que no se basaba en la idea de
la acción de individuos, sino en la idea de la relación e interacción entre individuos. Simmel
partió de la sociedad originaria del hombre, de la implicación del individuo joven desde el nacimiento
en las relaciones sociales. Sería difícil describirlo como teórico al uso de la acción, y ver en la
evolución de su obra convergencia alguna con la teoría voluntarista de la acción. Por tanto, incluir
a Simmel en La Estructura, habría alterado con seguridad la trama de la historia de Parsons. ¡La
exclusión de Simmel pudo encerrar una problemática teórica oculta!
3.-Problemática es también la relación de Parsons con la obra de Karl Marx. Interpreta a Marx,
correctamente, como un autor que, por un lado, se sitúa claramente, sobre todo en el exilio
londinense, con su creciente interés por cuestiones de la economía política, en la tradición del
utilitarismo, pero que tenía interiorizado, al menos en parte, el edificio teórico de Hegel. Si Parsons
concibe su propia teoría de la acción precisamente como un puente entre idealismo y
positivismo o utilitarismo, habría sido lógico que se ocupara detenidamente de un autor que reunía
las dos almas en su pecho. Parsons había supuesto, con razón, que en la obra marxiana no
lograron integrarse los dos elementos teóricos. Parsons no nos lo aclara, lo cual habría sido
interesante en relación con su propia teoría.
4.-También son inevitables las dudas sobre si la suposición de Parsons de que el trasfondo
intelectual francés estuvo dominado por el positivismo es cierta. Seguramente el mundo
intelectual francés estaba mucho más diferenciado de lo que Parsons suponía.
5.-De modo similar se puede criticar la afirmación de Parsons de que la cultura intelectual alemana
estuvo en gran medida marcada por el idealismo. Ya que la filosofía del idealismo alemán reposaba
también en una idea de la acción humana que habría permitido cuestionar con buenas razones el
marco de referencia de la acción de Parsons en un punto central. Así Johann Gottfried Herder
(1744-1803) en sus reflexiones sobre determinadas formas de acción, como en la acción expresiva,
ni se persiguen fines o intereses de manera racionalista (al modo utilitarista), ni la acción se rige por
normas comunes de una comunidad (como acentúa Parsons).
Herder y otros pensadores de esta tradición de la antropología de la expresión no entienden la
acción como acción racionalmente planeada, guiada por objetivos, expectativas, etc., sino como una
acción cuyo sentido se manifiesta al sujeto sólo en la ejecución de la acción misma. Por otro
lado, esta acción tampoco es dirigida por una norma social; mas bien se realiza casi desde dentro,
14
y es así más que mera observancia de unas reglas (ejemplos son la realización de un dibujo artístico,
la interpretación de una melodía, el adorno corporal, o movimientos como la danza, etc.).
Resumiendo, y en general, lo criticable de la construcción de la tesis parsoniana de la
convergencia es que a ella está ligada una historia del progreso relativamente unilineal.
1.-La primera objeción, ya conocida en la discusión sobre la acción expresiva de Herder. No toda
acción encaja en el esquema medio-fin. Así tenemos fuera de esa categorización los rituales
religiosos, el arte, etc. De igual forma tenemos fuera de ese esquema, las acciones rutinarias, que
no son actos calculados o reflexivos, y los objetivos están implícitos en la ejecución misma de la
acción (esto es reconocido por Anthony Giddens, considera que el marco parsoniano de la acción
tiene sus defectos).
2.-También se le ha criticado su escoramiento “objetivista”. Parsons no consideró
verdaderamente las capacidades y debilidades cognitivas del agente en relación con la
situación en que se ejecuta la acción. Es preciso investigar los puntos de vista subjetivos de los
actores antes de hacer afirmaciones fiables sobre cómo los actores obrarán bajo determinadas
condiciones. Igualmente ocurre con las normas y los valores, que los actores siempre tienen que
interpretar (estos son puntos que ocupan el centro de la discusión teórica sociológica, como el
interaccionismo simbólico, la etnometodología y la obra de Anthony Giddens).
3.-Parsons tematizó los presupuestos de la acción haciendo referencia a la situación de la
misma, pero ignorando sus consecuencias. Hace como si, con el logro del objetivo de la acción,
esta quedara ya como cerrada, así el acto particular aparece casi completamente aislado. Pero
tanto las acciones de actores diferentes como las acciones propias, se encadenan unas a otras,
mi actuar tiene consecuencias a las que yo tengo que reaccionar. Es un sociólogo del entorno de
Parsons, Robert Merton (1910-2003), quien introduce la importante distinción entre consecuencias
intencionadas y no intencionadas de la acción, eso es, aquellas que quise provocar y aquellas que
he provocado sin quererlo. Y a su vez, dentro de las no intencionadas se distinguen las anticipadas
de las no anticipadas. La vida social es tan compleja que, a menudo, una única acción desencadena
consecuencias inmensas que eran imprevisibles en el momento de la acción (p.eje. el atentado de
Sarajevo de 1914, el asesinato del heredero al trono austriaco tuvo unas consecuencias no
imaginadas por los autores, desencadenando la carnicería que fue la Primera Guerra Mundial).
4.-En relación con las consecuencias de la acción, naturalmente se plantea también la cuestión de
hasta qué punto tiene sentido partir de la acción de un único actor, de una acción aislada. ¿No implica
la descripción de Parsons del “acto unidad" una visión distorsionada por suponer que el actor
generaría su acción de forma casi autónoma? ¿No habría que colocarse en un ángulo de visión
distinto? Otra visión es la de Simmel, que no partía del actor individual, sino que todo su enfoque se
cifraba en la relación social, porque defendía la idea plausible, de que es la sociedad original del
hombre la que hace posible la acción: el hombre no viene ya como actor al mundo, sino como un
ser incorporado al sistema social, y que sólo adquiere capacidad de acción a partir de este.
5.-También se criticó del marco parsoniano de referencia de la acción la falta de claridad en lo que
podríamos denominar lo normativo. Al igual que Parsons critica de los utilitaristas que no se habían
preguntado por el origen de las expectativas, deseos, fines, etc., habría que criticarle que no hiciera
la menor tentativa de preguntarse por la génesis de los valores, por su origen, a pesar de ser esto
tan fundamental para su teoría voluntarista de la acción, se tiene la impresión de que los valores
simplemente están ahí. ¿Pero cómo hay que imaginar que algo se convierta para una persona en un
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valor en sí? ¿Y cómo llegan a crearse, en general, valores compartidos? Parsons nada dice al
respecto.
6.-Parsons observó un déficit de su teoría y lo reconoció pronto, le faltan explicaciones sobre lo
que es propiamente el impulso de la acción humana. Uno puede tener determinados objetivos y
valores, e incluso los medios requeridos para su realización, sin que se resuelva en serio a lograr
efectivamente esos objetivos. ¿De dónde vienen, pues, esa voluntad para actuar, ese esfuerzo,
esa energía que se requieren para actuar?
El funcionalismo
Parsons se planteó una teoría del orden a la que la literatura secundaria denominó como
“funcionalismo normativista”.
El funcionalismo es un modo de pensar que describe, y en algunos casos explica, fenómenos
sociales remitiéndose a las funciones que estos cumplen en una totalidad mayor. Así puede
mostrarse, por ejemplo, en el caso de la familia su contribución al todo de la sociedad (como la
educación de los niños y adolescentes, su motivación, la transmisión de las normas sociales, etc.).
Y se podría afirmar que tal vez la familia apareciera porque ella puede cumplir importantes funciones
para el todo social. No se sabe quién o qué influyó más en Parsons para que adoptara formas de
pensar funcionalistas. Quizás fuese sus contactos con Bronislaw Malinowski (1884-1942), este
había dado un fuerte impulso al análisis funcional en la antropología. O quizás lo fuesen sus estudios
iniciales de biología, o lo fuese su lectura de Marx, donde se encuentran también argumentos
funcionalistas.
Marx había llamado muy a menudo la atención, en sus análisis del capitalismo, entre otras cosas
sobre la existencia del ejército de reserva industrial, del ejército de desempleados, típico en su
opinión del capitalismo.
Es fácil encontrar y señalar funciones en los fenómenos, pero que ello nada puede decir sobre la
causa de la existencia de esos fenómenos. ¡Hay que procurar, pues, no equiparar sin más
consideraciones sobre funciones con explicaciones!
Las ciencias sociales, y también la sociología misma, están impregnadas de afirmaciones o
explicaciones funcionalistas. Estas afirmaciones aparecen en diversos contextos, en autores de
izquierdas y de derechas, en marxistas y no marxistas. El uso del término función se ha vuelto ya
inflacionario. Casi nunca se aclara cuál es la aportación exacta de un fenómeno a un todo mayor,
ni si con la tesis funcional se pretende o va a pretenderse, y de qué manera, ofrecer una explicación.
No es así sorprendente que en la sociología se encuentre con demasiada frecuencia lo que podría
llamarse un “prejuicio funcionalista”. Nos referimos a la suposición de que las cosas que pasan
son siempre necesarias, es decir, funcionales para la supervivencia de una totalidad mayor. Anthony
Giddens es uno de los críticos más agudos y perspicaces del funcionalismo en la sociología,
que llegó a proponer que la sociología renunciase completamente durante unas décadas al concepto
de función para que dejara de emplearlo de manera tan ligera.
¿Significa esto que los argumentos funcionalistas como tales carecen de sentido o son falsos? La
respuesta es “no, en ningún caso”. En primer lugar, los argumentos funcionalistas pueden
desempeñar un papel heurístico, es decir, explorador de la realidad en el proceso de la
investigación. Los argumentos funcionalistas pueden suministrar hipótesis que pueden ser
falsadas, y si un argumento funcionalista no es una explicación, puede mostrar el camino hacia una
16
verdadera explicación. En segundo lugar, hay que notar que el solapamiento, típico del
funcionalismo, de causa y efecto es admisible si, y sólo si, pueden mostrarse procesos fácticos
de retroalimentación. Es necesario, pues, mostrar qué consecuencias tiene un determinado
fenómeno y cómo esas consecuencias reobran concretamente sobre el fenómeno, de manera que,
a la vez, lo causan también ellas.
Ahora Parsons da un paso más al preguntarse cómo en el interior de un actor individual pueden
darse orientaciones estables, regulares de la acción. Y con ello reacciona a la crítica según la
cual a su marco de referencia de la acción le falta el elemento motivacional, porque en sus obras
anteriores nunca aclara lo que verdaderamente impulsa al actor. Describe cómo a través de
aprendizaje del pasado, así como de las experiencias de la primera infancia se establecen en la
persona del actor orientaciones cognitivas (es decir, del conocimiento) y emocionales, o catécticas,
estables. En toda acción influyen motivaciones cognitivas, catécticas y evaluativas y que todo
esto explica el esfuerzo y la voluntad que impulsan a los actores la acción. (catexis: Asociación,
consciente o inconsciente de una emoción con una idea, objeto y sobre todo persona).
Es evidente que Parsons concibe la persona como un sistema de acción, pues en la persona se
anudan en virtud de las experiencias y procesos de aprendizaje ya mencionados, orientaciones
estables de la acción en aquel entrelazamiento de cognición, catexis y evaluación. La acción de
la persona no es, pues, casual, puesto las orientaciones de la acción conforman un patrón. En
este sentido habla de sistema de personalidad .
Pero las orientaciones de la acción también existen entre personas, porque hay normas y valores,
se forman orientaciones y expectativas estables de la acción, de distintos actores. Parsons lo llama
sistema social .
Así se puede afirmar que el actor es, naturalmente, una persona; pero al mismo tiempo, una parte
de su personalidad se halla inserta en contextos de interacción con otros actores, por lo que aquí
no trato con dos objetos o fenómenos fácticamente separados. Parsons distingue todavía un tercer
sistema, se trata del sistema cultural , por el cual entiende el sistema ordenado de
simbolizaciones culturales, y con el cual aborda la cuestión de la relación entre ideas o sistemas
de creencias.
Parsons considera que los valores del sistema cultural han de estar sujetos a los dos sistemas
de acción por dos procesos: por un lado, el proceso de interiorización en el sistema de
personalidad, y por otro, el proceso de institucionalización en el sistema social.
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De esta forma Parsons se esfuerza por compensar al menos una debilidad de su marco original de
referencia de la acción considerando francamente los motivos de la acción y distinguiendo entre
motivos cognitivos, catécticos y evaluativos. Parsons, después de adoptar elementos de la
teoría de Freud, acentuó el papel de la sexualidad y mostrado cómo los impulsos biológicos se
transforman en fantasías específicas y luego en motivos de acción. Estas energías impulsoras se
entretejen con valores culturales. Así en el proceso de socialización, el niño interioriza normas y
valores sociales. Por tanto, en el proceso de interiorización el sistema cultural tiene un puesto
central.
Estos 3 sistemas (sistema de personalidad, sistema social y sistema cultural) son parte de un
sistema de acción , son únicamente distinciones analíticas.
Parsons, en su segunda gran obra El Sistema Social, sustenta la tesis de que una teoría general
de la acción y del orden ha de tener presentes los tres sistemas, pero que disciplinas o
subdisciplinas diferentes tienen que centrase en puntos diferentes. Mientras que la tarea principal de
la sociología del saber (también la filosofía, la teología, etc.) analiza el sistema cultural, la psicología
se ocupa del sistema de la personalidad, la sociología se ocupa del sistema social, de sus
problemas teóricos y de los fenómenos empíricos que se muestran en dicho sistema.
Parsons subraya que es preciso analizar, de una manera muy general, la estática de los sistemas
sociales, es decir, determinar los elementos de que un sistema social se compone, y
posteriormente preguntarse por la dinámica , por cómo y por qué medios los sistemas sociales
evolucionan y se transforman.
En su análisis del sistema social, Parsons no sólo adoptó una postura estructuralista, centrándose
en los componentes estructurales (estatus-rol, colectividades, normas, valores…), sino también
funcionalista, centrándose en los grandes sistemas y su interrelación (funcionalismo societal).
Así, enumeró una serie de prerrequisitos funcionales de todo sistema social: 1) Debe estar
estructurado de manera que sea compatible con otros sistemas. 2) Debe contar con el apoyo de
otros sistemas para sobrevivir. 3) Debe satisfacer una proporción significativa de las
necesidades de los actores. 4) Debe suscitar en sus miembros una participación suficiente. 5)
Debe ejercer cierto control sobre la conducta potencialmente desintegradora. 6) Debe ser capaz
de controlar los conflictos desintegradores. 7) Debe contar con un lenguaje para sobrevivir
Considera que un sistema social es funcional cuando en él se da cierta estabilidad y una relativa
ausencia de conflictos; pero esto sólo ocurre cuando, en el sistema social, los sistemas de la
personalidad de los participantes en la interacción han desarrollado una motivación suficiente
para actuar conjuntamente en este sistema social, o cuando el sistema cultural puede
proporcionar valores y símbolos de una manera que garantice una convivencia ordenada de los
participantes en la interacción dentro del sistema social. A esto añade Parsons que todo sistema
social tiene lógicamente que controlar sus problemas de asignación o alocación (alocación=la
distribución de bienes; con esto se quiere decir que todo sistema de alguna manera usa recursos
materiales) y diferenciar sus tareas internas : así, en una sociedad moderna la familia necesita
dinero y una división del trabajo entre sus miembros para poder subsistir a la larga sin dificultades.
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Sin nos preguntamos por los elementos de los sistemas sociales , Parsons habla de la acción
singular y del actor (que también puede ser un grupo). Y añade otro elemento, el rol social .
Los valores tienen que concretarse, esto es, institucionalizarse, por medio de las instituciones; en
este punto encontraría luego su lugar el concepto de rol, uno de los conceptos centrales de la
sociología de los años cincuenta y sesenta del siglo XX. Los roles son patrones de conducta,
conjuntos de prescripciones de conducta que yo normalmente cumplo de manera automática, que
debo y también quiero cumplir. En el ámbito de la interacción, los roles -que interpretan valores-
garantizan la acción conjunta ordenada de los seres humanos.
19
I. Teoría de la acción
20
A Economía G Política
Con el esquema AGIL Parsons no sólo esperaba poder sistematizar descripciones de funciones.
También parecía ser de la opinión de que con este esquema podían superarse ciertas gravosas
dicotomías que durante mucho tiempo habían lastrado la teoría sociológica. La dicotomía
marxiana de base y superestructura y la relación, que una y otra vez analizó Max Weber, entre
intereses e ideas quedaban definitivamente superadas, a juicio de Parsons, con este esquema de
las cuatro funciones, así era posible mostrar que las instituciones y los órdenes sociales
21
constituyen siempre una compleja mezcla de diversos requisitos funcionales con sus
correspondientes procesos, por lo que la pregunta por la primacía de la base o la superestructura, o
de los intereses o las ideas es fútil. De esta forma Parsons creía poder sustraerse a un reproche de
entregarse a un disimulado determinismo cultural y sobreacentuar las normas y los valores:
con el esquema AGIL parecía poder demostrar que su teoría era verdaderamente
multidimensional, porque consideraba los factores y las funciones más dispares.
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dedujo los medios de la influencia y el compromiso con valores, a partir de la premisa poco
fundamentada de que a cuatro subsistemas distintos han de corresponder cuatro tipos distintos
de medios.
Esta teoría de los medios de Parsons, sobre la idea de que cuatro medios son trasladables unos a
otros, convertibles cual monedas, han sido retomadas también, en parte, en la sociología alemana,
principalmente en la obra de Niklas Luhmann.
Con el esquema AGIL y el estudio de los medios específicos de los subsistemas resultó que las
consideraciones teóricas sobre los requisitos funcionales de los sistemas fueron formuladas en un
lenguaje que se apoyaba en la biología (Parsons comenzó sus estudios en la especialidad de
biología) o en la cibernética, la ciencia de los sistemas de control, que justamente en los años
cincuenta ejercería una gran influencia en la biología y otras ciencias. Para fundamentar teóricamente
su funcionalismo normativista, Parsons nos habla de una jerarquía cibernética . Al igual que un
termostato regula la temperatura de un recinto, en el esquema AGIL hay una jerarquía cibernética
en la que el centro regulador de cualquier sistema se encuentra en la latencia, L, por lo que casi se
puede afirmar que los valores de una sociedad (el sistema cultural) controlan los demás subsistemas
de la sociedad. En realidad, más que del esquema AGIL habría que hablar de un sistema LIGA, esta
debía ser la jerarquía de las distintas funciones.
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Parsons nos ofrece una interpretación de la modernidad y de la sociedad moderna que se opone a
una interpretación que defendía, y aún hoy defiende, la mayoría de los científicos sociales de los
años sesenta y setenta. Esta es interpretación es que la aparición de la modernidad, la formación de
la sociedad moderna con sus derechos y libertades, con sus garantías jurídicas estatales y sus
avances democráticos, fue un proceso contra la religión, contra el catolicismo. El triunfo de la
Ilustración, que hizo retroceder cada vez más a la religión, condujo a la denominada secularización
del mundo, con la que algún día desaparecerían los valores religiosos, sería así definitivo.
Parsons se opone a esta interpretación, él nos muestra con detalle hasta qué punto la tradición
judeocristiana modeló el mundo occidental, sobre el cual los ilustrados construyeron sus idearios. No
puede en modo alguno hablarse de una lucha frontal de los ilustrados contra la religión, puesto que
la idea de la inclusión, de la fraternidad de todos los seres humanos, no era algo ajeno al cristianismo
y que sólo pudiera haberse inventado con la Revolución francesa; y el individualismo, que hoy nos
hemos acostumbrado a interpretar como fenómeno secular, tuvo sus raíces en ciertas sectas
protestantes, como ya sabía Max Weber.
Es mérito de Parsons haber mostrado en varios artículos que el impulso religioso no se debilita,
sino que se conserva, y que la impresión de secularización progresiva, a menudo, sólo es efecto de
una falsa perspectiva en muchos contextos, la religión no desaparece sin más, sino que se
transforma, y lo hace cuando valores religiosos (como el de la fraternidad y el del individualismo)
únicamente se vierten en un molde secular. La secularización, según Parsons, suele interpretarse
problemáticamente como una decadencia unilineal de la religión o como una sustitución de
valores religiosos por otros seculares.
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2.-Max Weber no se opuso al modelo utilitarista de la acción humana que prevalecía en parte de la
ciencia económica de su tiempo, con el cual era posible reducir las funciones de los mercados a las
decisiones de los que en ellos participaban, las cuales eran racionales en la medida en que
maximizaban el provecho. Pero Weber no atribuía a la acción orientada al provecho un estatus
antropológico, sino que ubicaba históricamente esta orientación de la acción: sólo con la
irrupción del capitalismo habría hallado la idea del actor que maximiza su beneficio su
correspondencia en la realidad.
3.-Cuando se habla de la orientación humana al provecho o a determinados fines, no se pretende
hacer, ni se trata de hacer, ninguna descripción empírica. Los análisis de la acción orientada al
provecho únicamente informarían de la posibilidad de alcanzar metas y objetivos, no proponiéndose
sino enseñar a los actores qué impedimentos pueden encontrar y mostrarles las mejores maneras
de realizarlos. De acuerdo con esta posición, hablar de acción orientada al provecho no implica
ninguna teoría empíricamente verificable o falsable, sino que sólo se presenta un modelo
normativo-analítico que esta abierto a opciones y alternativas de la acción.
Estas tres diferentes posiciones respecto al estatus lógico-científico de las teorías de la acción
orientada al provecho tienen aún hoy defensores, si bien la posición antes calificada de
antropológica ha ido perdiendo bastante influencia. Por otra parte, en no pocos autores no está en
ocasiones muy claro cuál es la posición que adoptan, en qué plano argumentan, si en el empírico o
en el normativo-analítico. La evolución que en la sociología han seguido las teorías neotuilitarsistas
desde los años cincuenta se especifica en principio en dos ramas teóricas:
a.-La de los defensores de las denominadas teorías del intercambio, que decididamente enlazaban
con autores de los primeros tiempos de la economía política y concebían las relaciones sociales
como un conglomerado o agregado de acciones individuales. Así como Adam Smith había
descrito el mercado como el resultado de acciones de intercambio económico entre individuos.
b.-La de los defensores de la teoría de la elección racional, que se apoyan igualmente en un
modelo de la acción orientado al provecho y empleado principalmente en la economía, pero cuya
concepción del estatus lógico-científico de la teoría es la mayoría de las veces más normativo-
analítica que empírica. Ellos no estudian en primer término la constitución del orden social desde las
acciones individuales, sino que su problema es la cuestión de cómo de la acción racional y orientada
al provecho de individuos puede resultar algo así como la cooperación; de cómo comprender la
relación entre racionalidad individual y racionalidad colectiva y cuáles son las restricciones y los
limites que se imponen a la elección racional individual, y también qué posibilidades se le ofrecen a
dicha elección.
George Caspar Homans (1910-1989) fue alumno de Parsons y criticó su obra en tres puntos:
1.-Sostenia que el edificio teórico de Parsons no era una verdadera teoría, o que en todo caso no
era una teoría que pudiera pretender en serio explicar hechos. Homans sólo concedía al
funcionalismo el constituir un método con el que se podían describir ciertos objetos y fenómenos
sociales. El funcionalismo sólo proporciona categorías, pero las categorías no constituyen aún una
teoría. Una teoría no es nada si no es una explicación, y una explicación debe ser tal que las
relaciones más complejas y especificas puedan deducirse directamente de proposiciones más
simples y legaliformes sobre el comportamiento individual (como el de los individuos de las familias
bajo ciertas condiciones dadas). Esto nos muestra que las ciencias sociales puedan explicar
hechos sociales complejos deduciéndolos de conexiones causales más simples. Como el
funcionalismo no hacia tal cosa, no era posible con él ningún avance efectivo del conocimiento. El
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funcionalismo sería un callejón sin salida en el que la sociología odia quedarse detenida, según
Homans.
2.-Criticaba también en Parsons el que su construcción teórica -si es que cabe aquí hablar de teoría,
cosa de la que Homans duda- fuese demasiado normativa. El punto de partida de Parsons había
sido el análisis de normas; la conducta social institucionalmente modelada, esto es, restringida
por normas ocupó siempre en él un lugar central, y no era casual que el concepto de rol fuese un
concepto capital de la sociológica funcionalista.
Los funcionalistas siempre han subrayado las constricciones o normativas del agente, Homans
quiere señalar la posibilidad y el hecho de las elecciones normativamente no restringidas, que a su
vez explicarían la génesis de instituciones. Para él probablemente no exista una sola institución
que no fuera originalmente una conducta social elemental.
3.-Finalmente, Homans critica a Parsons el que toda su sociología sea anti-individualista o
colectivista, puesto que concibe la conducta de individuos más o menos como una consecuencia o
efecto de convenios institucionales. Homans quiere, por el contrario, tomar el camino inverso y
demostrar que los macrofenómenos pueden entenderse como agregados, como conjunciones de
elecciones y decisiones individuales, y que sólo así hay que entenderlos.
Para Homans el tema del funcionalismo han sido las instituciones, los roles y los valores, es decir,
los marcos de condiciones de la acción humana, y únicamente ha descrito esos marcos; pero es
necesario colocar el comportamiento real de los hombres en el centro del análisis y luego explicarlo
también. Ahora bien, ¿Cuál es ese comportamiento real de los hombres?, ¿cómo se le entiende?
Había declarado haber hallado las respuestas sobre todo en la psicología de la conducta y en la
economía. Así entendía las interacciones entre personas como “un intercambio de bienes,
materiales y no materiales”, y pensaba, de manera típicamente utilitarista, que toda acción trata de
evitar costes (para él es empíricamente demostrable), sufrimientos, castigos, etc., y de maximizar
placeres y recompensas. El citado intercambio de bienes, obra como recompensa o como sanción,
donde los actores desean tener más (recompensas) o menos (sanciones). Esta concepción de la
psicología humana la toma de la llamada psicología behaviorista.
Homans presenta toda una serie de enunciados si-entonces, enunciados cuasicientificos, que, por
ejemplo, afirman algo sobre la relación de equivalencia entre estímulos y probabilidad de una
conducta, sobre el teorema, también empleado en la economía, de la utilidad marginal
decreciente o sobre la relación entre frustración y agresión.
Homans es neo-utilitarista en la formulación de estos principios, dado que comparte, en gran
medida las premisas de la economía política fundada en el utilitarismo. Pero da un paso para
diferenciar o ampliar el concepto de utilidad, de modo que comprenda también el
comportamiento altruista, y con él cree poder sustraerse a objeciones como las parsonianas. Para
Homans los valores son únicamente fruto de una situación anterior en la que obra alguna
recompensa, por lo que -dado que el futuro podrá haber nuevas recompensas o sanciones- no son
nada incondicional, sino algo de todo punto dependiente de la situación y sujeto al cálculo del actor.
Estaba convencido de que la convivencia humana en las sociedades funciona mejor si los seres
humanos, los cuales se comportan inevitablemente de manera egoísta, se confiesan mutuamente
ese egoísmo y no lo adornan de moral, pues la hipocresía y la crítica moral provocaría incesantes
conflictos, como tales, siempre irracionales.
La misión de la sociología sólo puede consistir en estudiar hasta el final el comportamiento de los
individuos, cómo la acción conjunta de varios actores crea por agregación formas superiores, o, dicho
de otro modo: en investigar cómo los mesofenómenos (por ejemplo, los comportamientos en grupos)
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problema del individuo que va a lo suyo, del gorrón . Los bienes públicos o los bienes colectivos
son aquellos de cuya utilización nadie, o casi nadie, puede quedar excluido.
Olson aborda en su obra por qué ciertos individuos se implican y son activos en el logro de un
bien colectivo y qué estructuras sociales hacen probable la acción común para alcanzar un
determinado objetivo, y ofrecía varias respuestas a estas cuestiones tratando de encontrar qué
circunstancias neutralizan la problemática del gorrón dentro de una organización, de forma que
de intereses comunes pueda surgir una acción común. La acción colectiva se da con harta frecuencia
en la realidad, ¿qué condiciones son decisivas?:
1.-Hay una diferencia fundamental entre grupos con muchos miembros y grupos pequeños. En los
pequeños la contribución que cada individuo puede hacer al objetivo del grupo, es comparativamente
grande. Así es perfectamente racional para el individuo emplearse a fondo para conseguir el objetivo.
Pero cuanto mayor es un grupo, tanto menos probable es que la acción de un individuo
contribuya a conseguir el bien colectivo. La posibilidad de la acción colectiva se reduce. A esto se
añade que en los grupos pequeños es mucho más fácil que en los grandes vigilar a sus miembros.
2.-Los grupos, las organizaciones, etc., suelen estar en condiciones de reclamar obligatoriamente
aportaciones a los miembros. Es el caso de los impuestos estatales, donde existe una fuerte
tentación de actuar como un gorrón. Por esto el Estado no puede confiar en la voluntariedad de los
ciudadanos y es preciso exigirlo de manera coactiva y castigar el fraude con multas o prisión, si es
preciso.
3.-En no pocas organizaciones se ofrecen además las llamadas ventajas adicionales o incentivos
selectivos a fin de animar a los miembros a permanecer en la organización y hacer su
contribución. Así los sindicatos ofrecen a sus miembros asistencia jurídica, viajes de recreo, etc, para
combatir por otra vía el problema del gorrón. De este modo se incentivan la permanencia o las
nuevas afiliaciones.
Con el instrumental teórico utilizado por Olson puede comprenderse mejor la ley de hierro de la
oligarquía, que formuló el sociólogo alemán Robert Michels (1876-1936), según la cual toda
organización, también la democracia, tiende a construir estructura de gobierno mediante las cuales
la cúpula de la organización puede sustraerse a las aspiraciones de los miembros normales y al
control que estos intentan ejercer para imponer a dichos miembros, que según la constitución o
los estatutos son quienes determinan la política de la organización, su propio rumbo.
La fertilidad del enfoque basado en la teoría de Olson está fuera de toda duda, pero encierra
problemas teóricos considerables. Cuando Olson establece las tres condiciones que hacen posibles
la acción colectiva, no aclara de qué manera puede el Estado ejercer su coerción para recaudar
impuestos; por qué y cómo los ciudadanos un día se sometieron -y siguen sometiéndose- a su poder.
Su idea de la función de los incentivos selectivos no es convincente, puesto que, en primer
lugar, empíricamente no es cierto que el valor material de los incentivos determine o explique de
alguna forma que la vida de las organizaciones sea breve o larga, y, en segundo lugar, estos
incentivos tienen que ser producidos colectivamente, lo cual suscita la cuestión de quién estaría
dispuesto a proporcionar esos incentivos.
Hay otra objeción más seria relativa a la cuestión del ámbito de aplicación de la teoría de Olson. Él
había concebido claramente su modelo de la acción individual orientada al beneficio como un
modelo analítico, pero enseguida reconoció que tal modelo era de todo punto inadecuado para
ciertos hechos empíricos, como los fenómenos filantrópicos o religiosos. Veía que su modelo era
perfectamente aplicable a algunos, o muchos, ámbitos de la realidad -sobre todo en las
organizaciones económicas- porque en ellos es necesario partir de la acción individual orientada al
beneficio y cabe suponer que las organizaciones de hecho sirven ante todo a los intereses de sus
30
Simultáneamente con el auge de las teorías de la elección racional se abrió paso la denominada
teoría de juegos, que trata de situaciones en las que el resultado de la acción de cada participante
depende directamente de las expectativas que tenga respecto al comportamiento de los demás. Se
trata de la elaboración analítica y abstracta de una teoría racionalista de la acción, de una teoría de
la acción que hace suyas las premisas del neoutilitarismo. La teoría de juegos trata de situaciones
en las que la acción racional individual y aislada conduce a resultados colectivos e individuales
subóptimos. La teoría de juegos rompe también con las suposiciones de la teoría económica clásica,
que partía siempre de que las acciones de los individuos (en el mercado) suman de forma casi
automática (gracias a la mano invisible) resultados óptimos.
Las distintas situaciones simuladas o construidas por la teoría de juegos tienen en su mayoría
nombres propios, a veces muy curiosos o ingeniosos, como juego del seguro, el juego de la gallina
o el dilema del prisionero, este último es el más conocido. Los principales representantes de la
teoría de juegos y de la elección racional son:
Thomas C. Schelling (1921-) , premio Nobel de Economía en 2005, causó sensación ya en los
primeros años sesenta, cuando publico un libro en el que aplicaba ideas inspiradas en la teoría de
juegos a la estrategia militar, donde analiza de forma brillante las opciones de acción de Estados que
se hallan enfrentados y se han amenazado y amenazan con acciones bélicas. También en otra obra
muestra con ejemplos cómo, en ciertos fenómenos, los comportamientos individuales inocentes
pueden tener consecuencias colectivas muy problemáticas en el plano macro. Shelling demuestra
esto con la vista puesta en el fenómeno de la segregación étnica o racial en ciudades valiéndose de
un modelo o juego bien simple. La conclusión es que de comportamientos inocentes de individuos
pueden resultar, por efecto de agregación, efectos perversos, efectos que nadie deseaba. De aquí
hay interesantes conclusiones para una teoría del cambio social. Pues esa omnipresencia de
consecuencias no queridas de la acción contradice la suposición, demasiado frecuente en la
sociología, de un proceso histórico unilineal, al tiempo que induce al escepticismo respecto a los
intentos de planificar la sociedad.
Jon Elster (1940-) , se ocupa menos de las consecuencias agregadas de la acción individual que
de la acción individual misma. Desgrana con todo detalle las distintas formas de acción racional que
pueden concebirse y lo que en general puede conseguirse con medios racionales. Elster muestra
los mecanismos de autocontención que los actores pueden aplicar para asegurarse contra la posible
irracionalidad de su propio comportamiento futuro: las sociedades se dotan de constituciones para
regular determinados procederes e impedirse en el futuro ciertas acciones, de manera que entonces
no se le ofrezcan todas las opciones de acción. También mostraba que hay objetivos que no se
pueden alcanzar o producir de forma racional: no es posible, por ejemplo, producir espontaneidad.
31
La invitación a ser espontáneos no conseguirá jamás nada, porque ello anula la espontaneidad. Lo
mismo puede decirse del dormirse, que nunca se consigue realmente con la voluntad. Fue critico
del funcionalismo, reveló en varios sociólogos eminentes el empleo de explicaciones funcionalistas,
las cuales no son propiamente explicaciones, sino sólo conjeturas, vagas suposiciones, etc. Con
todo, en Elster se observa un escepticismo creciente respecto a las virtudes del enfoque de la
elección racional. A lo largo de su obra se aprecia un progresivo descubrimiento de la importancia
de lo normativo, lo que permite afirmar que Elster volvió a tomar el camino que ya habían recorrido
algunos de los clásicos de la sociología (de la economía a la sociología).
James S.Coleman (1926-1995) , combinó sus reflexiones sobre la acción social con una interesante
tesis de teoría social. Puso insistentemente de manifiesto que, hoy en día, los actores corporativos
(organizaciones) determinan la dinámica de la acción en las sociedades, y que ante ello es preciso
evaluar de nuevo las acciones de los individuos, pues los individuos, o están ya vinculados a
organizaciones, o en sus acciones se enfrentan a esas organizaciones. Fue innovador como teórico
en la medida en que fue uno de los primeros autores procedentes del neoutilitarismo que elucidó la
génesis de las normas. Mostró cómo las normas, que definía como derechos legitimados (aceptados)
de control sobre determinados bienes o acciones, pueden surgir en circunstancias muy concretas.
Pero las condiciones que señala para que se constituya una norma eran demasiado restrictivas, y
empíricamente, por tanto, demasiado raras.
Valoración final . Hemos dicho que la rama del neoutilitarismo que puede especificarse con la
etiqueta de elección racional se distingue de la teoría del intercambio también en que el modelo de
los actores orientados al provecho se entiende aquí como un modelo analítico-normativo. El problema
de la tautología no se plantea aquí de forma tan aguda como en Homans. No obstante, los teóricos
mencionados tienen interés en trasladar este modelo a la realidad para proporcionar explicaciones,
es decir, todos tienen también interés en presentar teorías empíricamente fundadas de la elección
y la decisión.
Se muestran bien pronto los límites de este modelo, pues casi siempre y en todos los contextos
imaginables puede demostrarse empíricamente que los actores están expuestos a coerciones que
les hacen imposible aproximarse al modelo de racionalidad de la acción exigido por la teoría: los
actores tienen siempre déficit de información. Por esto algunos autores han abandonado la idea de
la maximización del beneficio para trabajar con la idea de la satisfacción suficiente: el actor que desea
una satisfacción suficiente ya no es verdaderamente racional, sino que interrumpen su búsqueda de
los medios más apropiados para una acción cuando ha encontrado la solución que satisface sus
exigencias, pero con frecuencia lo hace de manera arbitraria para poder actuar en medio de todas
las dificultades que se le presentan en la vida real.
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El término enfoque interpretativo indica que las corrientes teóricas aquí mencionadas están
frecuentemente vinculadas con las tradiciones etnográficas y los métodos de la investigación
social cualitativa. Dada la complejidad y nunca del todo libre de contradicciones, que supone la
aplicación de normas y valores a situaciones concretas, parece recomendable estudiar de forma
precisa y detallada el campo de acción de las personas e interpretar las opciones de acción que
tienen los actores, en lugar de trabajar con datos brutos y problemáticos. Es poco adecuado recabar
grandes cantidades de datos (como encuestas), puesto que el material así obtenido y su elaboración
estadística dicen poco sobre el comportamiento efectivo de las personas en situaciones especificas
Tanto la escuela teórica del interaccionismo simbólico como la de la etnometodología han sido y
son definidas con esta etiqueta del enfoque interpretativo. Ambas tienen características en común,
pero es preciso subrayar que se trata de dos enfoques claramente diferenciables, mientras que la
etnometodología se halla en la tradición de la fenomenología de Husserl, el interaccionismo
simbólico bebe de las fuentes del pragmatismo americano. De éste destacamos 4 puntos:
1.-El pragmatismo americano concebía su corriente como una filosofía de la acción. Siendo esto
así, las ambiciones teóricas del primer Parsons tenían que haber visto en ella claros puntos de
conexión, pero se diferenciaba en que Parsons se las veía con el problema del orden social y lo
acentuaba como solución de los aspectos normativos de la acción. Sin embargo, para el
pragmatismo el problema central era el de la relación entre acción y conciencia, no el de la
relación entre acción y orden, lo que les conducía, entre otras cosas, a nuevas concepciones
filosóficas. El elemento hasta cierto punto revolucionario del pragmatismo americano era que en el
enfoque de esta cuestión rompía con una premisa fundamental de la filosofía occidental moderna.
Desde los tiempos del filósofo francés René Descartes esta filosofía había hecho del individuo, del
pensamiento del individuo, el punto de partida del filosofar y de todo análisis científico. El
argumento era que en principio podía dudarse de todo, excepto de la propia existencia, pues el
intento de dudar acaba siempre remitiendo a una conciencia que duda, a un yo.
El argumento de los pragmatistas era que la duda cartesiana es completamente abstracta, una
duda que se había incubado en el gabinete de un filósofo, pero que en la vida real y cotidiana jamás
se presenta y jamás puede presentarse. En realidad no es posible dudar voluntariamente.
33
2.-Fueron los escritos de George Herbert Mead , principalmente, los que dejaron clara la relevancia
del pensamiento pragmatista para las disciplinas de la sociología y la psicología social. El punto
esencial de su pensamiento consistía en que sus análisis no se concentraban en situaciones de la
acción en el entorno humano, sino en situaciones de la acción interpersonal. El yo influye en otras
personas, y viceversa. Mead puso los cimientos de una teoría sobre el proceso de formación de la
identidad que podía constituir el núcleo de una teoría de la socialización. Con el pensamiento
pragmatista pudo clarificar la formación de la autoconciencia en situaciones de interacción. No es el
actor individual el eje de estas reflexiones, sino el actor entre otros actores. Mead rompió en lo
fundamental con la concepción según la cual la psicología social y la sociología puede construirse
partiendo del sujeto individual. Frente a esto insistió en que las ciencias sociales y humanas debían
dar el paso definitivo hacia una concepción intersubjetiva. Para poder comprender la
intersubjetividad, era necesario elaborar una teoría antropológica de la comunicación, de la que
Mead puso los cimientos.
3.-Para Mead, lo que distingue al hombre es el empleo de símbolos. Los símbolos son objetos, gestos
o entonaciones que el hombre usa para indicar algo a otros, para representar algo. El significado de
estos símbolos se constituye en la interacción. Los símbolos están socialmente definidos, y por eso
difieren tanto de una cultura a otra. El principal es el lenguaje humano, que puede comprender
partiendo del gesto sonoro, del sonido como gesto.
4.-Mead sostenía que el yo se constituye a través de varias etapas. Al principio, el bebé aún no
comprende que sus acciones puedan tener consecuencias, ni siquiera es capaz de distinguir entre
él mismo y el mundo de los objetos. Se va modelando en etapas sucesivas hasta la socialización
adulta, en la que debe seguir reglas abstractas, y sigue un proceso de interacciones con otros. El sí-
mismo es por tanto una estructuración continua, no una estructura estable, no una sustancia
oculta.
Tanto el pragmatismo como la Escuela de Chicago perdieron popularidad en las décadas de 1940
y 1950, y su gran influencia inicial fue decreciendo, hasta la llegada de Herbert Blumer (1900-1987),
discípulo de Mead. Acuñó el término de interaccionismo simbólico. Así interacción significa
reciprocidad en la acción, la implicación en la acción de varias personas, y por simbólica se quiere
significar que la teoría correspondiente entiende la acción como interacción mediada por símbolos
(expresión más adecuada que ha utilizado Jürgen Habermas), esto es, como un actuar que se sirve
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1.-Se parte de la tesis de que los seres humanos tratan con las cosas sobre la base de significados
que estas poseen de por sí. Detrás de ella se esconde la sencilla observación de que el
comportamiento humano no se define, o viene determinado, por la acción de fuerzas o factores
existentes de un modo cuasiobjetivo. Estas fuerzas y factores aparentemente objetivos vienen ya
interpretados por los sujetos que actúan, los cuales les asignan un significado. Esto no es
cierto sólo para los objetos materiales, sino también para reglas, normas y valores sociales. Tampoco
estos determinan el comportamiento de los humanos, puesto que antes han de ser interpretados
por ellos.
2.-La segunda quiere decirnos que los significados que las cosas tienen para nosotros no se
encuentran en las cosas mismas, de modo que del objeto físico se deduzca de algún modo su
significado, o que en el objeto físico se deduzca de algún modo su significado. Sucede que los
significados se forman a partir de la interacción entre seres humanos, y también del hecho de
que los seres humanos se hallen socializados en el seno de una cultura determinada.
3.- Los significados hallados y creídos como cosa segura pueden cambiar, y que lo hacen
continuamente.
Blumer y los interaccionistas simbólicos tuvieran una idea del sí-mismo netamente diferente de la
que tienen otras tradiciones teóricas con influencia en la teoría de la acción. Los interaccionistas
subrayan que el hombre es también objeto de su propia acción: yo puedo referirme a mí mismo,
reflexionar sobre mí mismo. La socialidad es aquí algo claramente diferente de lo que es en la
teoría parsoniana de la acción. Para los interaccionistas la comunicación del sí-mismo consigo
mismo es decisiva; no puede hablarse de una interiorización en bloque, pues el sí-mismo es a sus
ojos más un proceso que una estructura fija.
Para una teoría de la acción esto significa que no es adecuado partir de metas, deseos,
intenciones y cálculos dados (como en el neoutilitarismo), ni tampoco de normas y valores fijos
e inmodificables (como en la teoría parsoniana), que luego se traducirán en acciones. Según Blumer
y los interaccionistas el hombre no es un ser pasivo que simplemente reacciona a estímulos. El
organismo humano se describe más bien como algo activo que manifiesta una conducta de
búsqueda, cuyas metas pueden cambiar con rapidez cuando se crean situaciones nuevas y se hacen
necesarias nuevas formas de atención acordes a cada situación. Las metas e intenciones originales
pueden modificarse con mucha rapidez simplemente porque los objetos del proceso de
interpretación, tan típicamente incesante, reciben también nuevos significados duraderos .
35
Esta perspectiva de la acción humana se diferencia claramente de las de otros sociólogos que -como
muchos teóricos neoutilitaristas- parten de cálculos de utilidades y de preferencias claramente
predefinidos y, por lo mismo, de medios racionalmente elegidos o -como Parsons- presuponen la
existencia de normas inequívocas. Los interaccionistas, en cambio, piensan, de un modo
general, que la acción no está suficientemente determinada y es fluida.
De esto puede concluirse que las relaciones sociales siempre están de alguna forma ligadas al
reconocimiento mutuo entre los sujetos de la interpretación, y que las relaciones sociales se hallan,
en su evolución y su forma, siempre abiertas. Los interaccionistas conciben la sociedad como
un proceso, no como una estructura o un sistema cerrado.
Para Blumer la industrialización, por ejemplo, no determina en modo alguno la senda que
acabará siguiendo una sociedad. La idea de que todas las sociedades reaccionaran de la
misma manera al impacto de la industrialización es, según Blumer, radicalmente falsa. La
industrialización seguirá en cada país su propia senda (tendrá su propia idiosincrasia), y tendrá
consecuencias completamente distintas. La opinión, durante tanto tiempo dominante en la sociología
evolutiva, pero también en la teoría funcionalista del cambio, de que las sociedades occidentales
muestran a los países del tercer mundo el aspecto que presentaran en el futuro porque se supone
que estos países seguirán exactamente el mismo camino y se pondrán al mismo nivel que Occidente,
es para Blumer, también por razones teóricas, una simplificación y un falseamiento.
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1.-Sociologia de la familia. Autores como Ralph Turner mostraron que los miembros de las familias
no son -como suponían los utilitaristas- individuos orientados al provecho y calculadores, mas
tampoco -como suponía Parsons- personas que encarnan modelos de roles estables. Lo que Turner
encontró no eran estructuras fijas, sino proceso fluidos de interacción.
En el campo de la autorrepresentación hay que nombrar sobre todo a un autor que obtuvo con sus
libros un inmenso éxito, pero que hay que situar en los márgenes del interaccionismo simbólico. se
trata de Erving Goffman (1922-1982), brillante observador de la vida corriente. En su obra La
presentación de la persona en la vida cotidiana, describía con detalle las técnicas de
escenificación y representación de individuos en el teatro con sus semejantes. Utilizaba
metáforas teatrales para poner de relieve que también en la vida corriente es frecuente la
escenificación artificiosa y una representación tan refinada como en una escena teatral. Se habla
de esta manera, de un modelo dramatúrgico de la acción, como algo enteramente enraizado en la
autorrepresentación: el objetivo es conservar nuestra propia imagen, aparecer ante otros como una
persona determinada, para lo cual necesitamos escenificarnos y subordinar a esta escenificación
todo lo demás.
Los trabajos de Goffman fueron y siguen siendo obras de gran éxito comercial, no sólo en Estados
Unidos. En su exposición se dejaba notar una mirada cínica a nuestro comportamiento en la vida
cotidiana, algo atrayente para muchos lectores.
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Tuvo interpretaciones dispares de su obra, unos le reprocharon que su modelo de la acción sólo se
fijara en la cínica manipulación de las cosas y su descripción de las instituciones totales, ignorando
el carácter procesual y la variabilidad de la acción en todas las instituciones y organizaciones. Otros
señalaban que estaba cerca de Durkheim y aceptaba la importancia de los rituales para las
sociedades.
4.-El trabajo más conocido y, en muchos sentidos, pionero en el estudio del comportamiento
desviado fue el de Howard S. Becker. Lo innovador de este autor es que no describiera el
comportamiento desviado como un acto único, sino como una secuencia de comportamientos,
como un proceso a través del cual se va gestando de manera lenta y continua una subcultura
desviada. Utilizó el término carrera para indicar que la desviación consiste en deslizarse de un modo
fluido hacia un comportamiento desviado que acaba consolidándose. Becker no contemplaba la
desviación, el comportamiento desviado, como un autentico problema de la subcultura, sino como
algo que la sociedad convierte en un problema, así el comportamiento desviado no es per se
negativo, anormal, insólito, etc.; más bien ocurre que determinados grupos o instancias de la
sociedad señalan un comportamiento concreto como comportamiento desviado. La etiqueta de
desviado procede de intereses y poderes que necesitan colocársela. De esta forma nace la
teoría del etiquetado, que acentuaba el aspecto de etiquetar un comportamiento de desviado. Teoría
que atrajo a toda una masa de estudiantes críticos con el poder.
El comportamiento colectivo
5.-Es otro campo temático del interaccionismo simbólico. el propio Blumer había visto como el
comportamiento colectivo es un fenómeno central de toda sociedad, pues en él hay un potencial
de gestación de nuevos patrones sociales y nuevas formas de acción social. El funcionalismo de
las estructuras, en cambio, había ignorado por completo este fenómeno durante mucho tiempo.
Algunos alumnos de Blumer tenían una sensibilidad especial sobre diversos movimientos sociales
(estudiantil, feminista, ecologista, etc). En los años sesenta, dos corrientes teóricas de la sociología
dominaban el campo de investigación de los movimientos sociales.
-El funcionalismo estructural, reducía los movimientos sociales a tensión social daba la impresión
de que sólo los grupos insuficientemente adaptados eran proclives a la protesta; en los que había
siempre algún tipo de irracionalidad.
-El de la movilización de los recursos, se argumentaba de manera racionalista, que parecía que
los movimientos sociales consistieran exclusivamente en una lucha de grupos sociales por
participar del poder sopesando riesgos y posibilidades.
Para los interaccionistas la acción colectiva no es sólo un comportamiento que siga simplemente un
curso lineal -fuera racional o irracional-. Pudieron mostrar en estudios de qué manera cambian, por
ejemplo, en situaciones concretas de concentración de masas, y por efecto de las mismas, las metas
de la acción de los participantes; que el comportamiento de la masa está sujeto a un curso
procesual, a una dinámica especifica que contradice abiertamente la idea de una meta
racionalmente perseguida. Se producen momentos de emergencia de nuevas normas, en una
situación concreta pueden brotar nuevos significados y patrones de conducta, la situación es
redefinida y la realidad reinterpretada, los nuevos símbolos despiertan al instante el interés de las
personas: se convierten en foco de la acción fuera de toda reflexión sobre su utilidad, del mismo
modo que, en la Revolución francesa, la toma de la Bastilla no se produjo porque esta fortaleza
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fuera el lugar estratégicamente más importante, sino porque se había convertido en símbolo del
poder monárquico. Esto no debe interpretarse como un signo de irracionalidad, pues la acción
obedece en realidad a una cierta lógica.
6.-Otro dominio del interaccionismo simbólico es la sociología de las profesiones y del trabajo.
Everett Hughes (1897-1983), ligado a la escuela de Chicago, criticó a Parsons que se tomara
demasiado al pie de la letra la muy respetada ética profesional en lo referente a la actitud servicial
hacia los clientes, y que siempre subrayara la conveniencia del saber académico-universitario y la
igualmente invocada necesidad de la autonomía profesional sin ir sociológicamente al fondo de estas
cuestiones. Hughes interpretó estos fenómenos como intentos de conservar el poder y excluir
a otros grupos que se congregan en el mismo campo profesional y son una amenaza para las
prebendas de las profesiones establecidas, y como medios para incrementar la autonomía frente a
los clientes.
En las tendencias actuales diremos que hay al menos tres puntos dignos de mención:
1.-Desde los últimos años ochenta, algunos representantes del interaccionismo han tenido una
notable participación en la discusión en torno a la posmodernidad y han analizado de modo
intensivo los medios de comunicación y su papel en la sociedad moderna. Así Noman Denzin en
sus estudios ha tenido como objeto el cine, pues las identidades posmodernas son impensables
sin el cine y la televisión.
2.-La segunda tendencia consiste en una ampliación de la teoría de la acción. En este campo
teórico, muchos de los desarrollos se mantienen dentro de la filosofía y de la filosofía social.
3.-La tercera es un dominio que muchos no esperaban, la macrosociología. Así el punto de partida
fue la sociología de las profesiones, en este contexto se estudiaron organizaciones tales como
los hospitales. Fue Anselm Strauss quien, en relación con estas organizaciones, habló de
estructuras que son resultado de los procesos de negociación que tienen lugar en cada
organización. Estos estudios de la sociología de las organizaciones suscitaban cada vez más la
pregunta de si con la figura de la negociación no se podrían representar también configuraciones
de actores en una escala mayor, esto es, entre instituciones y organizaciones; si tal vez no cabria
abarcar incluso sociedades enteras.
Es reconocible el hecho de que diversos autores de la escuela del interaccionismo simbólico se han
dado a la búsqueda de un engarce macrosociológico más solido de su teoría, reflexionaron sobre la
mejor manera de cerrar la brecha entre el microdominio de los actores y el macrodominio de las
organizaciones y de la sociedad. Pero esto no es nuevo, también las teorías sociológicas
tradicionales (las no interaccionistas) siempre habían considerado que el llamado problema micro-
macro era difícil de resolver, y que las argumentaciones hasta entonces macroteóricas resultaban
insatisfactorias. David Maines, interaccionista simbólico, que acuñó el concepto de
mesoestructura, ha llegado a afirmar que gran parte de la sociología actual va en la dirección de
las concepciones interaccionistas sin ser del todo consciente de ello. También esto es una
confirmación más de nuestra tesis de que entre los edificios teóricos supuestamente estancos de
la sociología existen numerosos corredores.
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poder aplicarla debemos distinguir con claridad a quién saludar y cómo hacerlo. La observancia de
la sencilla norma del saludo requiere multitud de conocimientos del marco de condiciones , que
han de tenerse para poder vivir realmente la norma, esto es, aplicarla.
3.-Garfinkel criticó finalmente que Parsons tematizara el problema del orden en un plano falso o
sólo en un plano relativamente superficial. Su argumento era que el problema del orden no se plantea
sólo cuando surgen conflictos de intereses entre actores. Por el contrario, Garfinkel subrayaba que
la instauración del orden en la vida cotidiana se lleva siempre a cabo con independencia de las
divergencias de intereses en ella presentes porque, en las interacciones los actores continuamente
se ratifican mutuamente el sentido de su acción y de su mundo, pues inmediatamente se
aseguran de la inteligibilidad de sus comunicaciones verbales y, por ende, de la conexión de sus
acciones, sin que aquí aparezcan las normas que Parsons constantemente hacia intervenir. Se crea
activamente entre los actores una suerte de confianza, que es la base del orden social. Las
normas no determinan ni estructuran realmente el curso de las acciones, la interiorización de
normas y valores que Parsons subraya no es el pilar fundamental del orden social. Hay que buscar
en un plano mucho más profundo los mecanismos con que los seres humanos se aseguran en su
vida cotidiana de su particular realidad, porque es sobre la base de estos mecanismos como se hace
explicita referencia a normas.
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Alfred Schütz (1899-1959) , que tuvo influencia en Garfinkel, se interesó desde el principio en cuestiones
básicas de la teoría de la acción, y en 1932 había discutido intensamente la idea de la acción de Max Weber.
Se puso a la tarea de dilucidar, de forma más precisa que Weber, cómo se constituye el sentido para los
actores, cómo es posible comprender al otro, etc. Dedicó toda su vida a estudiar estos problemas, atrayendo
su atención una temática y unos conceptos que ya podían encontrarse en la obra tardía de Husserl. Nos
referimos al concepto de mundo de vida , que designa hasta cierto punto lo contrario del universo de la
ciencia (de la naturaleza); nos remite al mundo ingenuo de los datos que encontramos sin preguntarnos por
ellos ni hacerlos objeto de reflexión, sobre el cual montamos toda nuestra acción cotidiana y que sólo con gran
esfuerzo podemos cuestionar.
Fue un gran mérito de Schütz haber desarrollado y, sobre todo, haber hecho sociológicamente útil el concepto
husserliano de mundo de la vida. También se esforzó por dilucidar las estructuras del saber corriente y
expuso con todo detalle la manera en que se efectúa el acto de comprender al otro, de comprender sus
acciones. Los seres humanos se sirven aquí de tipificaciones, atribuyen motivos típicos e identidades
típicas, e identifican acciones típicas.
Siendo esto así, estando obligados a hacer continuamente tipificaciones en nuestra vida corriente, puede
afirmarse que nuestra acción tiene lugar dentro de un horizonte determinado de lo que nos es conocido y
encontramos natural; sencillamente disponemos de determinados modelos de interpretación y formulas de
acción que podemos aplicar en contextos específicos y muy distintos, y de los que por ello no nos hacemos
cuestión. Pero al mismo tiempo hay situaciones (ensoñaciones, éxtasis, la actitud teórica de las ciencias…)
en las que la naturalidad del mundo de la vida queda casi suspendida, en las que de pronto aparece otra
realidad o puede pensarse en la posibilidad de otra realidad.
Garfinkel propuso un genial truco metodológico para aproximarse empíricamente a las situaciones que los
fenomenólogos se refieren. Su empiría se basaba en la idea de que la manera mejor y, sobre todo, más directa
de hacer que los modelos de percepción y las formulas de acción sobreentendidos se muestren es
destruirlos intencionadamente. Los experimentos de ruptura consisten en la destrucción de cosas
sobreentendidas, se crea en los actores una perturbación en la que puede servir al mismo tiempo de indicador
de que se ha quebrantado una regla sobreentendida de la vida corriente.
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mundo. Sobre la base de esta producción activa de normalidad en la vida cotidiana, Garfinkel
describe la realidad tal como se nos presenta no como algo automáticamente dado, sino como
producto de una actividad reflexiva.
Otro experimento critico nos dice algo sobre la corporalidad de nuestra acción. Sin duda, actuar
no es sólo una actividad mental, sino también una actividad gestual, mímica, etc.; los aspectos
corporales desempeñan un papel esencial. En las interacciones es también de importancia capital la
distancia corporal adecuada entre los sujetos que interactúan, una distancia que puede variar con
las culturas. Según la situación tomamos una determinada distancia corporal cuando hablamos con
alguien. También normalizamos las situaciones incómodas de hacinamiento, como por ejemplo en
el metro.
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3.-Hay autores influidos por Alfred Schütz que han dejado también su impronta en el campo de la
sociología del saber. Tenemos a Peter L.Berger y Thomas Luckmann, en su obra La
construcción social de la realidad (1966) dieron importantes impulsos intelectuales al debate
suscitado sobre la esencia y el contenido de las ideologías.
4.-Los etnometodólogos se habían propuesto la tarea de investigar de qué manera la realidad se
construye en la comparación de mundos diferentes, así la propia ciencia ocupó el centro del
análisis. Garfinkel participó en investigaciones sobre la ciencia, le interesaba la realidad de los
laboratorios, la manera en que en ellos se producen e interpretan hechos. Una sociología del saber
y de la ciencia que procedía a la manera etnográfica podía demostrar, recurriendo a ideas de la
etnometodología, hasta qué punto también el proceso de investigación, supuestamente racional,
viene determinado por estructuras propias de las actuaciones cotidianas, y en qué grado las
decisiones arbitrarias determinan el proceso de la investigación, en qué medida las casualidades
deciden el curso de la labor investigadora.
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TEMA 6. Teoría del conflicto Lección octava del libro de Joas y Knöbl.
La centralidad del poder, el conflicto y el cambio social .
Tanto el neoutilitarismo como los enfoques interpretativos en sus formas del interaccionismo
simbólico y de la etnometodología fueron reacciones a la preponderancia de la escuela de
Parsons en los años 50 y 60 del siglo XX. En todos los casos, el concepto de la acción estaba en
primera línea del debate: mientras que para los neotuilitaristas el modelo parsoniano de la acción
era demasiado normativo y, en general, demasiado complejo, pues según ellos había debilitado la
fuerza explicativa de la sociología, tanto los interaccionistas como los etnometodólogos
encontraban insuficiente y escasamente compleja la concepción normativista que Parsons tenia de
la acción. Pero las tres corrientes se ocuparon predominantemente de la concepción parsoniana
de la acción, dejando en cambio más al margen el problema del orden, y aún más el del cambio
social.
Nace a mediados de la década de 1950 la denominada sociología del conflicto, que constituye en
todos sus puntos una antítesis de la de Parsons. Muchos sociólogos entendieron que la concepción
teórica parsoniana del orden y del cambio daba una importancia exagerada a los elementos
normativos de la realidad social, que daba por supuesta la existencia de un orden social estable
y, por tanto, establecer irreflexivamente como premisa la estática y la buena ordenación de las
sociedades. Los sociólogos del conflicto opusieron una teoría alternativa que resaltaba el papel
de las relaciones de poder y el puro conflicto de intereses en la vida social, acentuando así la
dinámica y el cambio, a menudo acelerado, del orden social. Se coloca así el conflicto social en
el centro de la teorización sociológica, con lo cual quedaba ya descartado el parsoniano modelo
normativista del orden, que se asocia al modelo occidental y reaccionario, especialmente
norteamericano. Aunque la crítica no viene sólo de la izquierda.
El conflicto como forma de socialización: Lewis Coser, Las funciones del conflicto social
Lewis Coser (1913-2003) en su obra Las funciones del conflicto social criticó, entre otras cosas,
que funcionalistas como Parsons hubieran interpretado los conflictos principalmente como
fenómenos psicológicamente provocados, resultantes de comportamientos individuales
descentrados, y a veces incluso como enfermedades. Y esto era así debido a que, en esta tradición
teórica, se interpretaba el statu quo de una sociedad como un estado normal, y las desviaciones del
mismo podían verse como perturbaciones resultantes de inadaptaciones individuales. Coser quería
decir que Parsons había dado demasiada significación a la acentuación por Durkheim de los
valores en lo referente a la integración social y, por el contrario, dejado de lado la concepción más
correcta de Weber, en la que la lucha tiene su importancia en la configuración de la sociedad.
Coser se hallaba políticamente a la izquierda de Parsons, y siempre defendió abierta y
ofensivamente sus ideales democrático-socialistas. Pero la critica al modelo parsoniano del
mundo social, más estadístico que nada, no se debió solamente a esta diferencia. Aquí parece haber
desempeñado un papel cierto aspecto cultural. Coser fue influido por Georg Simmel, quizás debido
a su tradición cultural rabínica de la disputa, que consideraba la polémica y el conflicto como una
forma de relación social positiva o al menos neutral, no se contemplaba como una amenaza para
el Estado.
Coser con argumentos funcionalistas concebía el conflicto como una forma de socialización.
Sostenía que los conflictos purifican el ambiente y pueden verse como una válvula de seguridad,
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que no todo conflicto tiene que acompañarse de agresiones y, sobre todo, que la ausencia de
conflictos nada dice sobre la estabilidad de un sistema social, puesto que es posible que la ausencia
de conflictos sea indicativa de tensiones latentes que pueden descargarse de forma incontrolada.
Dicho de otro modo: un conflicto abiertamente declarado también puede ser perfectamente un
signo de estabilidad. Pero incluso va más allá, considerado que los conflictos a menudo tienen
un efecto muy positivo en sociedades enteras porque ponen en marcha procesos de aprendizaje
y pueden crearse nuevas reglas y nuevas instituciones. Cuando las sociedades no permiten los
conflictos, ya no están en condiciones de aprender ni de sobrevivir a largo plazo.
También en esta época se estaba perfilando en la sociología otras tendencias que condurarían a una
ruptura radical con el funcionalismo. El fenómeno del conflicto se volvía entonces contra el
funcionalismo, y se intentaba establecer paso a paso la sociología del conflicto como un enfoque
teórico independiente en competencia con el funcionalismo. El principal representante de esta
tendencia es Reinhard Bendix (1916-1991), su obra puede caracterizarse como una búsqueda
tentativa de autores aprovechables y de una teoría adecuada del cambio. Bendix estaba sin duda
influido por Marx, pero desde el principio vio con mente perspicaz sus grandes debilidades teóricas,
que trató de superar con ideas de Alexis de Tocqueville y, sobre todo, de Max Weber. Criticó el
fracaso empírico de la teoría marxiana, explicable por el intento desesperado de reducir todos los
conflictos a conflictos de clase. La diversidad de conflictos en el mundo social era para Bendix
demasiado grande como para poder reconocer a este reduccionismo algún valor explicativo.
Bendix puso en duda la estrecha relación entre situación de clase y acción de clase, y se daba
cuenta de que la acción colectiva de grupos, como lo es la acción política, es relativamente
independiente de los actores individuales. Desechó la idea, profundamente enraizada en la teoría
marxiana, de que el proceso de cambio social pudiera ser pronosticado. Por eso defendió la idea
de que el proceso histórico está sujeto a circunstancias contingentes, de que los grupos
generadores de conflictos y los movimientos sociales se hallan continuamente determinados por
condiciones locales, antecedentes históricos, la gravedad de la crisis. Bendix esbozó un cuadro
que no concordaba en nada con la descripción parsoniana de las organizaciones, ni tampoco
con los trabajos teóricos que pocos años después presentaron Parsons y sus discípulos sobre
procesos diferenciadores y evolutivos. Así afirmaba en la descripción de las empresas que “unos
pocos mandan y muchos obedecen”, toda una declaración teórica sobre los conflictos. Y si en
la literatura sobre el cambio social influida por Parsons se interpretaba la historia más o menos como
un proceso lineal en el que las modernas estructuras sociales se habían implantado casi por sí solas
debido a que representaban a una racionalidad superior, Bendix describía estos procesos como
aconteceres extremadamente conflictivos: la industrialización no era para él un proceso que se
desarrollara por sí solo, sino un acontecer en el que hubo luchas entre grupos y en el que estas
luchas se guarnecieron o legitimaron con ideologías.
Max Weber sería para no pocos teóricos del conflicto el autor de referencia entre los clásicos de la
sociología. Mientras que, dentro de esta tradición, un Durkheim era objeto de una fuerte crítica, y a
veces incluso despreciado, la obra de Weber parecía un punto de partida apropiado para poder
atacar tanto al marxismo como al funcionalismo estructural. Contra la interpretación normativista y
de valores de Weber, realizada por Parsons, Bendix se centró en el aspecto de la lucha, al cual
pertenece la sociología de la dominación, y no en los análisis de concepciones propias de la
sociología de la religión (como Parsons).
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En el sector británico fueron sobre todo dos autores quienes en los años cincuenta y sesenta
configuraron la teoría del conflicto: David Lockwood y John Rex.
David Lockwood (1929-2014) , sobresalió principalmente con sus grandes estudios empíricos sobre
teoría de las clases, en los que había recurrido sobre todo a categorías weberianas para su
análisis de la conciencia de empleados y obreros. Criticó la sobreacentuación de lo normativo y
la simultanea marginación teórica de posibilidades materiales de vida y de intereses no
normativos en la obra de Parsons. Lockwood exigía frente a esta un tratamiento al menos
paritario de las normas y los intereses materiales, y también que, junto al tema parsoniano de
la socialización, se abordase al menos de igual manera el tema marxiano de la explotación (por
determinados grupos) con los conflictos sociales de ella resultantes. Pero Lockwood, al igual que
hiciera Bendix, aducía contra Marx que los conflictos sociales no se derivan solamente de las
estructuras económicas. Para él era preciso considerar además los conflictos de poder de origen
militar y político, los cuales no pueden reducirse a constelaciones económicas. Pero, aparte esto,
las ideas marxianas, debidamente modificadas, eran a su juicio lo suficientemente importantes como
para poder usarlas cual correctivo fundamental de la estrategia analítica de Parsons. Reclamaba
una combinación de ambos enfoques, el marxiano y el parsoniano, puesto que la realidad social
se caracteriza tanto por los patrones normativos de orden como por los ordenes fácticos
respaldados por el poder.
John Rex (1921-2011) , criticó a Parsons ante todo su evolución teórica unilateral y que había
introducido el concepto de legitimidad de Max Weber como uno de los posibles fundamentos de la
dominación, y no como el resultado de un consenso sobre normas. Se pregunta de manera retórica
y con intención crítica contra Parsons si no seria mejor comenzar el análisis con el conflicto de
intereses que la constelación de poder desencadena, que con la suposición de la existencia de
normas. Pero Rex no rechaza completamente la perspectiva parsoniana. Más bien considera,
como Lockwood, que la teoría de la integración parsoniana y la teoría weberiano-mariana del
conflicto son complementarias.
La critica más radical al parsonianismo y la defensa más decidida del enfoque de la teoría del
conflicto vino del alemán Ralf Dahrendorf. Observó que para Parsons no existía verdaderamente
necesidad alguna de una transición desde la teoría de la acción a una teoría funcionalista del
orden, y que esto había hecho que forzosamente se evitase el análisis causal y no hubiera para las
disfunciones un lugar sistemático, lo cual confería a la teoría de Parsons su carácter estático. Veía
la posibilidad de completar el enfoque de Parsons con una teoría marxiana muy modificada de
las clases sociales, teoría que era necesario liberar de todo lastre metafísico, de toda filosofía de
la historia y de toda antropología, mas también de toda carga político-económica, y reducirla a su
núcleo sociológicamente valioso -la explicación de los conflictos sociales- para poder avanzar
hacia una teoría del cambio, hacia una teoría que explique las fuerzas transformadoras de la
estructura. Dahrendorf sostenía aquí la idea de que la teoría marxista de las clases sólo puede
superarse si sustituimos la posesión o no posesión de propiedad privada operante por la participación
en, o la exclusión de, posiciones de poder como criterio de la formación de clases. Las relaciones
de dominación existen también en otros contextos, los cuales no se reducen necesariamente a
estructuras económicas.
Para Dahrendorf, poder y dominio son los verdaderos conceptos básicos de la sociología; de
ellos pueden cuasi deducirse los demás fenómenos, y a partir de ellos es también posible acceder al
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análisis de la dinámica social. Pues allí donde existe dominación, existen individuos sometidos a
la misma que intentan combatir de alguna forma el statu quo; allí donde existe dominación, existe
también conflicto, y aquí sustentaba Dahrendorf la idea de que la mayoría de las sociedades están
conformadas por las esferas de poder más dispares, que dan lugar a conflictos diferentes.
Dahrendorf expone con toda claridad su alternativa al programa teórico de Parsons, con un
discurso conciliador sobre la posibilidad, si no la necesidad, de una fecundación mutua entre el
enfoque parsoniano y la teoría del conflicto.
De los enfoques expuestos hasta ahora llama la atención el hecho de que no hubiera un autor que
actuando de guía condujera un movimiento hacia la teoría del conflicto, ni tampoco textos que
revistieran alguna autoridad, textos en los que pudiera haberse demostrado de forma clara la
fertilidad del nuevo paradigma. Todos los autores intentaron combinar las ideas de Marx con las de
Weber, también Georg Simmel desempeñó un papel nada desdeñable. Pero la teoría del conflicto,
a pesar de todos sus apoyos en ideas marxianas, no fue en ningún caso un proyecto de izquierda.
Así el social-liberal Dahrendorf corrigió masivamente a Marx con ayuda de Weber, también
Raymond Aron adoptó posiciones propias de la teoría del conflicto.
¿Existió verdaderamente la teoría del conflicto?, la respuesta es sí. Ahora detallamos los aspectos
comunes en todos los autores y teóricos mencionados hasta ahora, lo haremos en cuatro puntos:
1.-El primer punto no es el problema del orden social, sino la explicación de la desigualdad social
entre personas o grupos de personas. Lo que distinguía a la teoría del conflicto de las meras
descripciones, y lo que lógicamente tenia esta de común con el marxismo, era la pregunta, planteada
de modo teórico, por las razones de la desigualdad. Los teóricos del conflicto subrayaban, hay
motivos y cusas que explican por qué los bienes están tan desigualmente repartidos en las
sociedades. Pero estos motivos son distintos de los que apunta el funcionalismo estructural. También
Parsons se había ocupado de la estatificación, esto es, de la desigualdad social. Su tesis era que
la diversidad de estructuras retributivas en las modernas sociedades industriales es en general
expresión de valores sociales capitales para la comunidad. Esto es lo que cuestionan los
teóricos del conflicto con su tesis de la desigualdad social, de que el reparto desigual de bienes
en una sociedad, no tiene su explicación en la estructura normativa de la sociedad. ¿Pero qué
proponen los teóricos del conflicto?
2.-La respuesta de los teóricos del conflicto era que la desigualdad social es en definitiva una
pregunta por el dominio . Siguiendo el argumento del autor Gerhard Lenski: los bienes tienen un
valor de estatus y un valor de uso, y son siempre escasos, es decir, no se producen en
abundancia, en toda sociedad se da una lucha por estos bienes, donde unos salen ganadores y
otros perdedores (juego de suma cero), las posiciones de dominio que aseguran el reparto desigual
de bienes quedarán establecidas a perpetuidad: determinados grupos de una sociedad tienen así un
interés activo en mantener y defender privilegios, mientras que otros protestan.
3.-Los teóricos del conflicto han argumentado contra Parsons que este apenas habló de recursos
materiales debido a su acentuación de normas y valores sobre todas las demás cosas. Pero
también los marxistas habrían incurrido en una tosca unilateralidad por haber hablado siempre de
un tipo de recursos, de los recursos económicos, o de la propiedad de los medios de producción.
Pero, según los teóricos del conflicto, hay otros recursos no menos interesantes, como los recursos
políticos (por ejemplo, las administraciones) porque estos tienen una enorme influencia en la
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conformación de la desigualdad social. Y otros no menos relevantes como los recursos de medios
violentos, como las armas. Finalmente cabe mencionar los recursos inmateriales , que señaló
Randall Collins, como por ejemplo las gratificaciones sexuales y el fenómeno de lo que denominó
energía emocional, de la que determinadas personas o grupos puede apropiarse para asegurar aún
más su dominio (por ejemplo, la moral de la tropa).
4.-Finalmente los enfrentamientos son para los teóricos del conflicto rasgos permanentes de la
historia de la humanidad. Los enfrentamientos no son siempre por los recursos económicos (por
ejemplo, entre los sexos, entre administradores y administrados, etc.). Los conflictos a veces se
paralizan, pero los teóricos del conflicto interpretan esta calma sólo como un compromiso temporal,
una tregua pasajera.
Dentro de la teoría del conflicto tuvo lugar una reinterpretación de temas centrales de la sociología
parsoniana; la mayoría de los fenómenos sociales se contemplaron con una mirada realista o exenta
de ilusiones. Mientras que para Parsons el orden social se basa en valores, para los teóricos del
conflicto el orden social es sólo un compromiso temporal entre partes en conflicto, que en todo
momento pueden volver a manifestarse como tales; mientras que para Parsons los valores son
puntos últimos de orientación que los actores no pueden manipular o cuestionar, en la perspectiva
de la teoría del conflicto esos valores se contemplan con mirada casi cínica, y se los interpreta
como justificación de la desigualdad social, como ideología, como fachada. Desde la óptica de
los teóricos del conflicto, en definitiva, las rebeliones, las revoluciones, los conflictos, son
acontecimientos lógicos, no peligrosos casos excepcionales como decía Parsons.
Campos de investigación
1.- La sociología de la educación . Aquí hay que recordar las investigaciones de Randall Collins,
que demostró que las interpretaciones y las explicaciones inspiradas por el funcionalismo de la
tendencia, observable en todas las modernas sociedades industrializadas, a incrementar los periodos
de formación en escuelas y universidades y elevar los niveles de formación de los profesionales
resultan poco convincentes. Estas explicaciones se basan en la muy dudosa suposición de una
demanda cada vez mayor de fuerzas laborales bien formadas. Collins afirma que la tendencia hacia
una formación cada vez mayor puede explicarse más sencillamente por la lucha de grupos con
estatus por las ventajas sociales y económicas y por la salvaguardia del statu quo. En su obra
La sociedad credencialista , demostró hasta qué punto los bienes culturales -titulaciones y
saberes adquiridos- pueden utilizarse para separarse de otros estratos pujantes con el fin de
conservar distinción, determinada posición social.
2.- La sociología de las profesiones . Las profesiones han sido un tema favorito de Parsons, se
había ocupado de este grupo entre otras cosas para demostrar que la evolución de las sociedades
modernas no podía interpretarse como una supresión cada vez mayor de aspectos normativos. Para
los teóricos del conflicto pensaban que la ética profesional no era una expresión sincera de
determinadas normas de comportamiento, como subrayaba Parsons, sino sólo un medio eficaz
para asegurar ideológicamente la propia posición profesional en la vida publica y conservar
privilegios.
3.- La sociología del comportamiento desviado . Obtuvo considerable provecho de los análisis de
la teoría del conflicto, siendo un campo donde se aprecia en parte cierta proximidad a los
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5.- La sociología de las relaciones entre los sexos . También Randall Collins había concedido a
las relaciones entre los sexos un puesto destacado en los procesos de transformación social, e
intentado teorizar, desde un ángulo relativamente nuevo, la desigualdad entre hombre y mujer.
Describió la familia como una estructura de dominio corriente, en la que la jerarquía se sostenía
y se ha sostenido hasta el presente, sobre brutales relaciones de poder y de violencia. Todos los
seres humanos han estado y están dispuestos a ejercer la coacción, a utilizar la violencia, para vivir
su sexualidad, etc. Sólo que esta facultad se reparte de modo diferente según los sexos. La fuerza
física de los hombres y la vulnerabilidad biológicamente condicionada de las mujeres han conducido
a que históricamente las mujeres fuesen botín de los hombres y, en la lucha por el poder que los
hombres sostenían entre ellos, las mujeres fuesen un premio para los ganadores. La familia es
últimamente el producto de estas luchas, y la organización de la familia una forma estable de
propiedad sexual, donde lógicamente hay grandes diferencias culturales y sociales.
Las ideas básicas de Collins interesaron a algunas feministas, pues sus planteamientos rompían
con la idea funcionalista, a menudo entendida también de modo patriarcalista. También sus ideas
permitían modificar teorías tradicionales sobre la división sexual del trabajo y completarlas en una
forma específica de la teoría del conflicto.
Esta perspectiva no acabó de cuajar, se debió en buena parte a las dificultades internas de la teoría,
concretamente a que las raíces de su planteamiento eran demasiado difusas como para poder
alcanzar una estabilidad duradera, y a que en el análisis de procesos de la sociedad moderna se
hacia cada vez más difícil identificar con claridad modelos capitales de conflictos.
Cabe hacerse la pregunta de si la teoría del conflicto supuso un progreso teórico incuestionable
respecto del enfoque parsoniano. Hemos de considerar dos aspectos:
1.-La perspectiva de la teoría del conflicto parece a primera vista particularmente cercana a la
realidad, o realista, en la medida en que afirma, contra Parsons, la omnipresencia de conflictos
y subraya que las fases de tranquilidad social no son más que treguas pasajeras en la lucha
interminable. Cabe aquí preguntarse con algunas dudas si esta idea no fue maliciosamente velada e
injustamente arrinconada junto con los análisis capitales que llevaron a cabo los autores de referencia
de la teoría del conflicto. Pues para Simmel las diferencias no sólo terminan en treguas pasajeras
y más o menos no apreciadas por los implicados, sino que no es raro que de ellos resulten también
procesos de aprendizaje a través de los cuales el conflicto pierde su virulencia originaria y el
compromiso a que se llega se experimenta como algo valioso.
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Muchos de los conflictos pasaron por fases en extremo violentas, pero con el tiempo dieron lugar
a concesiones de derechos, apaciguándose en cierta manera. Y los compromisos materializados
con medios jurídicos son todo menos fugaces o lábiles. Los conflictos sociales experimentan una
transformación nuclear; mas también se desarrollan tendencias sociales (como la legalización) que
sin esos conflictos no habrían surgido.
2.-Esta teoría corría el peligro de sobreacentuar teóricamente el racionalismo de los actores,
aproximándose así de forma problemática a la posición del neoutilitarismo o a la de la teoría de la
elección racional. Pero empíricamente todo esto no es ni plausible, ni cierto; tal posición
sobreestima el potencial de acción racional teleológica en los seres humanos (que muy raramente
actúan de forma tan estratégica y orientada a una utilidad como los teóricos del conflicto o los
neoutilitaristas suponen), tanto como subestima la dinámica propia de ideas y modelos culturales,
los cuales ni son tan fácilmente manipulables, ni pueden interpretarse en general como simple
resultado de intentos anteriores de manipulación.
Ya hemos señalado que en el caso de la teoría del conflicto no hubo ni autores fundadores, ni textos
autorizados, lo cual hizo problemática la conformación de un paradigma unificado. Hay que añadir
que en el terreno de la teoría del conflicto tampoco hubo unidad en las ideas políticas. Seria falso
afirmar que la teoría del conflicto se situó a la izquierda del parsonianismo.
La teoría del conflicto en su forma pura, si puede hablarse así, existe a lo sumo en un campo de
investigación del que hasta ahora no hemos hablado, es la sociología histórica: parece que el
instrumental de la teoría del conflicto es particularmente apropiado para analizar macroprocesos
en sociedades premodernas o, al menos, en sociedades anteriores al siglo XX. Como en
aquellas épocas el numero de actores y de grupos relevantes era limitado, y los intereses de las
diferentes posiciones de dominio eran relativamente fáciles de discernir, parece que los conceptos
de poder y de conflicto poseen aquí un particular potencial para analizar procesos históricos.
Puede decirse que la teoría del conflicto de los años cincuenta y sesenta emigró a la sociología
histórica, que sobre todo desde finales de la década de 1970 experimentó un enorme auge. Pero, en
general, es cierto que la teoría del conflicto no existió realmente como escuela teórica independiente
en el sentido de alternativa real al resto de corrientes del pensamiento sociológico.
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Y en qué tradiciones intelectuales se situó y se sitúa Habermas, de qué fuentes proceden los
motivos de su ensayo de síntesis que la Teoría de la acción comunicativa. Creemos que son
esencialmente tres las tradiciones intelectuales que están en el fondo del pensamiento de
Habermas.
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1.-Habermas no dejaba lugar a dudas respecto a que la doctrina, originariamente autorizada por
Stalin, del marxismo-leninismo, o el modelo político soviético de la época estaliniana y
posestaliniana, constituían un proyecto filosóficamente desesperado y políticamente fracasado.
El desdén de Habermas hacia este tipo de recepción de Marx era demasiado manifiesto, como
también lo era la animadversión a las consecuencias políticas que de él sacaban los cuadros del
partido comunista.
2.-Un enfoque exclusivamente filosófico, sin los correspondientes análisis políticos y económicos,
resulta, según Habermas, inútil incluso como mera filosofía, la cual no es capaz de ofrecer
indicación alguna en relación con la acción política práctica. Los aspectos sociológico-políticos de
los escritos marxianos tampoco pueden ser arrojados por la borda.
Es preciso someter el contenido sociológico-político del marxismo a una revisión masiva, a una
revisión cuya dirección podrá valorase, pero cuya amplitud todavía no puede apreciarse
verdaderamente. El contenido político, económico y sociológico del marxismo sólo puede revisarse
de un modo creíble mediante una intensa investigación empírica en la cual se demuestre cuántos de
los elementos originales marxianos puede todavía conservar una teoría materialista de tal manera
renovada.
Habermas estuvo así en condiciones de encontrar una salida productiva a las dificultades del
marxismo sin desprenderse o desentenderse de su impulso filosófico-normativo, y para ello recurrió
a otras grandes tradiciones intelectuales que vemos a continuación.
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La tercera tradición en la que Habermas se sitúa es una tradición política: se orientó desde el
principio al pensamiento liberal-democrático de Occidente. Sentía una gran estimación por los
ideales democráticos, concretamente de los que quedaron articulados, y luego materializados en
instituciones, en Gran Bretaña, Francia o los Estados Unidos. Las líneas de la tradición democrática
en Alemania las consideraba con relativa desconfianza, pues habían sido demasiado débiles para
frenar la tentación totalitaria. Pero cómo se compatibilizaba su valoración del Estado constitucional
democrático de Occidente con su recurso directo a determinados aspectos del marxismo, con su
intento de construcción de una teoría materialista relevante para la práctica y con su enlace con la
tradición hermenéutica y, sobre todo, lo que esto concretamente significara para su posición política,
no estaba siempre claro en los años cincuenta y sesenta. Fue un celoso defensor de un sistema
institucional democrático que hiciera posible la investigación libre.
Filosóficamente cabria conectar con la idea, por lo demás bien articulada en la historia del
pensamiento occidental, según la cual al lenguaje le es inherente una virtud conciliadora o
racionalizadora. Habermas se concentró con máxima intensidad en esta idea, bien que acentuando
sobre todo el potencial de racionalidad del lenguaje : a lo largo de su obra explicó por qué y de
qué manera surge de los argumentos mejores un consenso y, por ende, una coordinación de
las acciones que es superior a todas las demás formas de coordinación (del poder o de los
mercados, por ejemplo).
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Este fue el libro más bello y de lectura más agradecida de Habermas, algo que lo hace
particularmente adecuado para iniciar el estudio de su obra. Se trata de un estudio histórico-
sociológico sobre la idea (filosófico-política) de opinión pública, y ante todo sobre las
instituciones de la misma en la era burguesa, es decir, en los siglos XVIII y XIX. Habermas describe
en él de qué manera en el espacio prepolítico (en los cafés, círculos privados, en clubes, etc.) se
forma una opinión publica en cuyo ámbito se discute libremente de asuntos y problemas de la
literatura y del arte. Pero con la difusión de periódicos y revistas, esta opinión pronto empieza a
politizarse y se hace necesario un lenguaje político.
En su reflexión sobre estas instituciones prepolíticas y políticas de la opinión publica surge después
la idea filosófico-política de opinión pública, que filósofos e intelectuales considerarán de importancia
capital, porque sólo en la esfera de libertad de la opinión publica es posible someter los propios
intereses a la discusión racional con la posibilidad de que estos intereses puedan luego transformarse
y, si se diera el caso, generar un consenso.
El gran intento de Habermas de estudiar la eficacia y la importancia social o política del lenguaje,
le viene por su fascinación por las virtudes del lenguaje, y por la idea de la opinión pública está
estrechamente ligada al fenómeno del lenguaje con su potencial de racionalidad actuando en el
intercambio de argumentos.
Habermas había hecho su exposición desde la perspectiva de la critica de la cultura, así bajo el
influjo de las corrientes de crítica cultural, idealizaba en exceso el pasado. Así no podía por menos
de pintar el presente con colores sombríos. Pero Habermas fue arrinconando esta problemática
actitud critica en sus obras posteriores, para centrarse en el análisis del lenguaje.
Esta obra es una colección de ensayos que contiene una discusión filosófica en torno a Marx y el
marxismo. Habermas concebía al marxismo como una filosofía empírica de la historia con una
intención práctica, donde el adjetivo empírico iba dirigido contra el marxismo-leninismo
dogmático.
En el centro de la argumentación habermasiana se encuentra el concepto de praxis. Concepto que
también desempeñó un papel importante en el pensamiento de Antonio Gramsci (1891-1937) y de
intelectuales disidentes del bloque del Este. Ellos se remitían a los escritos tempranos de Marx,
de carácter filosófico-antropológico, y al concepto de praxis presente en ellos. Este concepto no
significaba allí ante todo actividad racional con arreglo a un fin, sino un despliegue del potencial
humano tomado del arte, la expresión creadora de sí mismo. Habermas se remitía, en los primeros
años sesenta, a este concepto, y lo empleaba en aquel sentido, si bien sólo con el significado de
configuración racional del orden social. En aquella época, la intuición de la importancia teórica
del análisis del lenguaje era en él demasiado débil y todavía carecía de los medios para obtener del
análisis del lenguaje una base para la critica de las realidades existentes. Habermas empleaba los
conceptos del primer Marx y de los disidentes para criticar el avance de la racionalidad técnica
tal como se observaba en el capitalismo o en el socialismo soviético.
Habermas critica el hecho de que el avance incesante de la ciencia y la racionalidad científico-técnica
degrade las cuestiones políticas esenciales referidas a la regulación racional de la convivencia social
a meros problemas técnico-racionales y la discusión política corra así el peligro de
desaparecer en las manos de los expertos. En esta fase de su pensamiento, la crítica de la
civilización actual se desarrolla, pues, sobre la base del concepto de praxis.
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Su libro Conocimiento e interés, en cierto modo sólo era una continuación de la disputa del
positivismo, y aparece como una obra de transición. En ella hay una amplia discusión del
pragmatismo americano, de aquella tradición filosófica de la que procedía el interaccionismo
simbólico.
Mientras que en las ciencias de la naturaleza se percibe el interés técnico en el dominio de la
misma, las tradiciones científicas de corte hermenéutico aspiran a la mejora del entendimiento
entre los seres humanos. Sólo el psicoanálisis y un pensamiento materialista-revolucionario
tienen en el fondo un interés critico-emancipatorio, cual es el interés en la liberación del dominio
y de la represión innecesarios, y al mismo tiempo en examinar la ligazón de toda ciencia y todo
conocimiento a un interés.
Conocimiento e interés era todavía una discusión con Popper, en la que Habermas criticaba la
parcialidad del ideal popperiano de ciencia. Pues el concepto que Popper tenía de la ciencia,
orientado al proceso de conocimiento propio de las ciencias de la naturaleza, ocultaba que las
ciencias de la naturaleza representan sólo uno de los tres intereses fundamentales del
conocimiento humano, frente al cual los otros dos intereses, antropológicamente radicados (como el
interés en una explicitación de conexiones de sentido o el de un mejor entendimiento, así como
el de la emancipación y liberación de la violencia) son sencillamente ignorados. Habermas
reclama para sí la posesión de una concepción más amplia de la racionalidad.
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Pero Habermas se retiraría en lo sucesivo de esta posición. Esto significa que poco después había
abandonado ya sus esperanzas puestas en el papel revolucionario o sustentador de la revolución
de determinadas disciplinas (del psicoanálisis y de una ciencia social próxima al marxismo). Se
quedará con la idea de otra forma de racionalidad, necesariamente complementaria de la
racionalidad técnico-instrumental. Esta racionalidad viene insinuada en su nueva obra cuando
habla de la oposición entre trabajo e interacción, esta dicotomía abre un nuevo campo teórico.
En este texto sobre el joven Hegel y sobre Marx intenta Habermas, recurriendo a la teoría de la
comunicación de George Herbert Mead y a otros autores, y seguramente también a la obra de
Hannah Arendt (1906-1975), explicar por qué el proceso de formación de la especie humana puede
entenderse como producto de una cooperación y un enfrentamiento de dos formas de acción , de
trabajo e interacción.
Habermas toma en este ensayo una dirección contraria a Marx (sobre todo en la interpretación que
hace del progreso del género humano, que sólo se debe al desarrollo de las fuerzas productivas).
Contra esta visión afirma la imposibilidad de reducir aquellas dos formas de acción: la interacción
o acción comunicativa no debe confundirse con la acción instrumental o racional-teleológica; la
lógica de cada una (o si se quiere, los intereses antropológicos subyacentes en dichas acciones) son
completamente diferentes.
La distinción entre trabajo e interacción tuvo consecuencias importantísimas en la evolución de la
obra de Habermas, que hasta hoy la mantiene. Pero hay una cuestión a resolver: si la tipología de
la acción expresada con los términos trabajo e interacción no sería demasiado simplificadora.
6.-La dialéctica entre el sistema y el mundo de la vida Un diagnóstico del tiempo presente:
Estado intervencionista, tecnocracia y despolitización.
Habermas rompe la dialéctica marxiana entre fuerzas productivas y relaciones de producción,
en su obra Trabajo e interacción, había indicado que en el pensamiento marxista se había
malinterpretado de forma mecánica esta dialéctica por haberse empleado conceptos indiferenciados.
Aparece ahora otra dialéctica, la dialéctica entre, por un lado, el sistema , o los subsistemas, de
acción racional teleológica (el trabajo) y, por otro lado, el marco institucional de una sociedad,
controlado mediante procesos comunicativos, o mundo de vida (que se construye con
interacciones o actos de comunicación).
Con estos conceptos tomados de la fenomenología y del funcionalismo de sistemas, se produce
el diagnóstico del tiempo presente. Habermas señala la reforma de las estructuras estatales
operada últimamente en todas las sociedades occidentales, el cambio del Estado vigilante, limitado
a garantizar el orden y la seguridad, al moderno Estado intervencionista del bienestar. El Estado
ya no interviene solamente en el proceso de reparto, sino que interviene incluso, y de forma directa,
en el proceso de la producción (p.eje: con sus políticas de investigación y tecnológicas).
Habermas afirma que es el Estado del bienestar el que garantiza la lealtad de las masas. Así la
política toma un tinte negativo, o no creativo, pues en el Estado del bienestar la política tan sólo se
ocupa de eliminar disfunciones. Las cuestiones político-prácticas se han vuelto demasiado
tecnológicas, dominadas por la tecnocracia . El resultado es una despolitización de la gente ,
despolitización que es, a fin de cuentas, constitutiva del funcionamiento del capitalismo del Estado
benefactor, el cual se sostiene sobre la base de que la población ha de ser objeto pasivo de las
medidas bienintencionadas de los expertos.
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Ontogénesis y filogénesis: sobre la relación entre la lógica evolutiva del proceso histórico y
el proceso histórico mismo La reconstrucción del materialismo histórico: una teoría de la
evolución no evolucionista.- Contra el supra-sujeto idealizado.-
El cambio decisivo en el camino de Habermas se produce a principios de la década de los setenta.
Rompe ahora de forma definitiva e inequívoca con partes esenciales de la herencia hegeliano-
marxista e inicia en este contexto una discusión con las utopías del movimiento estudiantil.
Introducirá en el sistema de su pensamiento una serie de nuevos elementos teóricos que le permitirán
avanzar hacia su propia síntesis teórica.
1.-Por un lado, Habermas se despide de la idea de que la historia ha de entenderse toda ella
como un proceso de educación de la especie humana. Marx concebía la humanidad, a la manera
hegeliana, casi como un macro-sujeto que, tras largas fases de alienación en la era capitalista,
acabará volviendo a sí. Este sujeto único que es la humanidad -dice Habermas subrayándolo- no
existe; la idea según la cual las generaciones posteriores están siempre, en su totalidad, sobre los
hombros de las precedentes, y cabe esperar la evolución ulterior ininterrumpida de la
humanidad, es una idealización que no tiene justificación alguna. Hay que partir de que son los
individuos los que aprenden, y también los individuos los que reciben, o tal vez rechacen, las
experiencias de quienes los precedieron: los seres humanos tienen siempre que comenzar de nuevo,
vienen al mundo sin saber y han de hacer suyo el saber que les corresponde.
Para Habermas la humanidad no es un sujeto singular en el proceso de cuya formación el
sufrimiento y la ventura de determinados periodos evolutivos, sociedades o individuos puedan
sencillamente equilibrarse. El cambio social ha de entenderse sin recurrir a estas ideas capitales
de la filosofía hegeliano-marxiana de la historia . Habermas no se preocupa de los procesos de
aprendizaje de la especie, sino de los procesos de aprendizaje de los individuos, ya que los
procesos de aprendizaje se inician en cada individuo concreto.
Hay autores que adquieren una importancia capital para Habermas, que se han ocupado de los
procesos de aprendizaje individuales, del campo de la psicología evolutiva. Como Jean Piaget
(1896-1980) y Lawrence Kohlberg (1927-1987). Habermas se pregunta de qué manera los
conocimientos de la psicología evolutiva pueden combinarse con una teoría de la evolución,
¿puede establecerse algún paralelismo entre etapas de la evolución cognitiva y moral de los
individuos (filogénesis) y etapas de evolución de la humanidad (ontogénesis)? Esta pregunta es
planteada por Habermas, pero no respondida.
Habermas sólo puede hablar de la posibilidad (con un cierto paralelismo con la evolución cognitiva
y moral de los individuos) de una lógica de las etapas evolutivas de la humanidad. Pero apenas
puede decirse nada sobre los mecanismos, esto es, sobre las causas que han originado cada
nueva etapa. La teoría de la evolución procede de forma reconstructiva, no analítico-causal.
El especulativo marxismo hegeliano y su muy problemática teoría del cambio social queda
reemplazado por una teoría de la evolución basada en ideas de la psicología evolutiva que
además no es evolucionista . En la obra de Habermas, esta teoría de la evolución cobra en todo
caso un sentido estratégico fundamental. La línea principal de la argumentación habermasiana
es la tesis de que, en el dominio de la producción, así como en el dominio de las imágenes del
mundo, ha habido procesos de aprendizaje cognitivos y morales (conforme a la distinción entre
trabajo e interacción) que han sido relativamente independientes unos de otros. Esto significa que
59
Habermas argumenta, contra Marx, que un incremento de las fuerzas productivas no trae
consigo automáticamente un progreso moral en el sentido de una configuración más racional de
las relaciones sociales. Para Habermas hay una primacía de la acción moral sobre la economía
en la explicación del cambio social.
2.-Por otro lado, Habermas renuncia al discurso de los supra-sujetos idealizados . Su adversario
aquí era el teórico marxista Georg Lukács (1885-1971). Su obra Historia y conciencia de clase
fue uno de los textos capitales de la crítica cultural de la izquierda hasta bien entrada la década de
los setenta. Para Lukács los efectos culturales del capitalismo fueron destructivos por el
fenómeno de cosificación de la mercancía, y vinculaba sus esperanzas en el fin de ese estado
cosificador y cosificado enteramente a un partido comunista-leninista que concebía como la
materialización de una conciencia de clase proletaria y objetiva, la única que podría mostrar el
camino para salir de las antinomias del pensamiento burgués.
Habermas se vuelve ahora enérgicamente contra todo pensamiento que recuerde, aun en su
planteamiento, todo esto. Él declara falso y rechazable el discurso del supra-sujeto idealizado.
También veía la tendencia análoga, en el discurso hegeliano de derecha, de la realización de la
nación como misión de la historia. Su destrucción de la idea del supra-sujeto iba también
políticamente dirigida contra los peligros de un totalitarismo de izquierda y de derecha.
Habermas verá en adelante con enorme escepticismo incluso toda tentación de concebir de
manera teórico-sistemática actores colectivos. Detrás de todo actor colectivo se esconde para él el
supra-sujeto idealizado de una filosofía de la historia. Y va más lejos: hace suya en el plano
teórico una construcción que hace casi imposible la idea de aquel supra-sujeto. Nos referimos al
concepto funcionalista de sistema. Habermas, a finales de los años sesenta, había asimilado el
concepto parsoniano de sistema. Le parece indudable que toda teoría de la acción tiene que
encontrarse con ciertos límites.
Las organizaciones proceden más bien de acuerdo con su propia lógica funcional -independiente
de los fines de los individuos-. Esta tesis es para Habermas la confirmación de que toda agrupación
mayor de individuos, todo agregado de un gran número de personas, actúa de aquella manera; de
que no es posible deducir, de ideas concretas de los hombres sobre sus acciones, la forma de
funcionar y la lógica que opera en una entidad colectiva. Hay que aceptar el argumento de los
funcionalistas, según el cual el solo concepto de acción no basta para el análisis de procesos
sociales.
Pero Habermas, excluye que los sistemas o los colectivos se comporten como sujetos. Es
absurdo hablar del proletariado o de la nación y sus misiones, porque los entramados de acciones
designados con esos términos no forma sumativamente una totalidad que un concepto de sujeto,
del tipo que fuere, pueda razonablemente comprender. Así que la introducción del concepto de
sistema en la obra de Habermas cabe interpretarlo como una defensa contra tentaciones
totalitarias de cualquier color.
Habermas cree poder representarse el orden social en general de la misma manera que Parsons,
esto es, sólo como un orden funcionalista; sólo como un orden sistémicamente constituido. No
encuentra viable pensar el orden social como un juego conjunto, siempre frágil y sólo temporalmente
ordenado, de diversos actores individuales y colectivos, y en todos los casos le parece mejor
refugiarse en el funcionalismo que considerar, a la manera interaccionista, la fluidez de todo orden
social.
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El concepto habermasiano de racionalidad se explica del modo más sencillo si se tiene en cuenta
que este concepto se desarrolló en discusión con otras dos concepciones muy influyentes de la
racionalidad.
Habermas se niega a seguir tanto a los neoutilitaristas como a los posmodernos, y esta es la
razón de su esfuerzo por formular una concepción más amplia de la razón y la racionalidad, a la que
pone la etiqueta de racionalidad comunicativa o razón comunicativa . No estamos forzados a
aceptar una concepción de la racionalidad tan angosta como la adoptada en el utilitarismo. Pues
cuando en la vida corriente hablamos unos con otros, lo hacemos sobre aspectos y fenómenos muy
diversos, y, sin embargo, esperamos alcanzar la conformidad, esto es, poder lograr un consenso
racional. Habermas sustenta la tesis de que en toda manifestación a través del lenguaje, y en
principio incluso en toda acción, hay exactamente tres pretensiones de validez que en cada una
de nuestras declaraciones y acciones hacen tres referencias distintas al mundo:
a) pretensión de validez en cuanto a la verdad . Para Habermas la idea de que sólo esta
pretensión de validez puede fundar la racionalidad, de que sólo se puede argumentar racionalmente
sobre actos de habla constatativos, revela una comprensión insuficiente del lenguaje y de la
acción.
b) pretensión de validez en cuanto a la corrección normativa . Para Habermas esto quiere decir
que en toda declaración y toda acción definimos también una relación social y decimos algo sobre si
una cosa es o no es razonable, cierta y normativamente correcta en un sentido social. Para el
interaccionismo simbólico las interacciones entre los seres humanos no muestran un patrón fijo
y estable, sino que a menudo estos han de ponerse primero de acuerdo sobre los planos en los
que hablan e interactúan.
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autentica, no insincera o falsa; queremos presentarnos como lo que auténticamente somos, como
nosotros mismos, y todas nuestras acciones como expresiones comprensibles y consistentes de
nuestra identidad.
Con esto no está dicho que, en toda manifestación o acción, cada una de las tres pretensiones de
validez tenga el mismo peso: en unas acciones, el aspecto de la verdad cognitiva es ciertamente
más importante que en otras, por ejemplo, en los laboratorios científicos en comparación con las
ceremonias religiosas. Sin embargo, las otras dos pretensiones de validez desempeñan siempre un
papel.
Habermas desarrolla su teoría de la acción partiendo de su teoría de la racionalidad, así los tipos de
racionalidad se coordinan casi sin más con los tipos de acción. ¿En qué consiste esta? Habermas
distingue en lo esencial tres tipos de acción, en los que la coordinación con las tres pretensiones
de validez arriba mencionadas, que están presentes en toda declaración o acción, es muy particular,
y no del todo simétrica. Diferencia entre una acción teleológica , que tiene por objetivo la
manipulación del mundo exterior, una acción regulada por normas , que se basa en las relaciones
sociales adecuadas, y una acción dramatúrgica , en la que el problema de la autoescenificación es
central.
La acción comunicativa (esto es lo específico de ella, que la distingue de la acción guiada por
normas y de la acción dramatúrgica) no es teleológica, es decir, no está enderezada a un objetivo
propuesto: no está orientada ni a la consecución de fines determinados con los medios elegidos al
efecto, ni al objetivo de seguir normas existentes e incuestionadas.
Habermas pone la acción comunicativa como concepto opuesto al de la acción instrumental y
estratégica: es una acción que necesariamente tiene siempre como presupuesto otros actores
capaces de argumentación y, al mismo tiempo, no es teleológica.
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Orientación de la acción
Orientada al éxito Orientada al entendimiento
Situación (teleológica) (no teleológica)
de la acción
a. El orden propio del mundo de la vida . Es un contexto ordenado en cuya realización los
individuos están implicados en la medida en que hacen referencia a normas comunes, a un
acuerdo común, a una cultura común, etc.
63
b.- Los sistemas , en ellos los modelos ordenados no expresan una voluntad determinada de
las personas implicadas, sino que el orden sólo es resultado no intencionado de las acciones de
muchos individuos, del mismo modo que, por ejemplo, en el mercado, del comportamiento de los
que en él participan comprando o produciendo resulta luego un determinado precio.
Habermas habla de la integración social de una sociedad, en la que los miembros de esa sociedad
están interconectados a través de orientaciones de acción que les son comunes; pero, por otro
lado, opina que existen también mecanismos de integración sistémica de la sociedad en lo que
las acciones se acoplan entre si a través de sus consecuencias en una forma de conexión a la que,
según Habermas, solo puede acceder el análisis funcional, y por tanto exige el concepto de sistema.
Habermas sostiene que sistema y mundo de la vida pueden delimitarse también según estén o no
copresentes los participantes en las interacciones: mientras que la coordinación sistémica de la
acción, por ejemplo en el mercado capitalista, se produce mediante actos en los que los actores
relevantes (comprador y productor) por lo común no se conocen entre ellos, por lo cual aquella
coordinación parece abstracta, la integración en el seno del mundo de la vida se distingue porque
en ella los actores se hallan frente a frente.
Habermas asigna a los dos conceptos de orden los dos tipos diferentes de acción: mientras que
el concepto de mundo de la vida es el concepto complementario de la acción comunicativa, en
los sistemas la acción tiene lugar de forma predominantemente (aunque no exclusivamente)
instrumental o estratégica. A este par de ideas enlaza adicionalmente la tesis, fundada en la teoría
de la evolución, del desacoplamiento histórico de sistema y mundo de la vida . Quiere decir los
siguiente: las sociedades más tempranas evolutivamente, como las primitivas sociedades tribales,
todavía pueden entenderse exclusivamente como mundos de la vida socioculturales; en ellas, la
estructura social estaba directa y regularmente determinada por la interacción encauzada por
normas, es decir: la coordinación de la acción entre los miembros de la tribu se producía
exclusivamente mediante orientaciones de la acción en situación de copresencia; el lenguaje era el
medio único y fundamental con que los actores entendían, y aun no se observaba una
independización de las consecuencias de la acción. Esto sucedería más tarde, en un estadio
superior de la evolución social, cuando con la constitución del poder político en forma de un Estado,
y luego -en el capitalismo- con la aparición de mercados libres, se crearían ordenes que se
desprenderían definitivamente de todo lazo con el entendimiento directo mediante el lenguaje. Se
inicia entonces un proceso de diferenciación que hará que con el tiempo existan sistemas como la
política y la economía, controlados a través de medios simbólicamente generalizados de la
comunicación, como el poder y el dinero, y ya no accesibles a la comprensión intuitiva de todos los
miembros de la sociedad.
El diagnóstico de la época enlaza directamente con las reflexiones teóricas sobre la evolución.
Habermas ha presentado la evolución social como un proceso gradual de desacoplamiento
entre sistema y mundo de la vida, y descrito cómo a partir de sociedades muy simples en su mundo
de la vida fueron poco a poco diferenciándose sistemas especializados, sobre todo el mercado y el
Estado, que a través de sus medios específicos -el dinero en el primero, el poder en el segundo-
siguen cada uno su particular dinámica. Aquí se ve ya claramente que con esta teoría de la
diferenciación evolutivamente revestida, Habermas está muy cerca del pensamiento de Parsons:
como es sabido, también Parsons sostenía que la diferenciación era una tendencia capital de la
evolución histórica. E incluso en la teoría de los medios toma Habermas, de forma decidida y
franca, préstamos de la construcción teórica parsoniana.
64
Habermas se esfuerza por definir una relación racional entre el mundo de la vida y los sistemas, una
relación que se corresponda con el potencial de racionalidad del lenguaje humano y tenga en cuenta
también las necesidades de eficiencia de las sociedades modernas. Y la tesis diagnóstica de
Habermas dice aquí que, en la actualidad, este sano equilibrio ha resultado alterado; que las
relaciones sistémicas avanzan imparables y que los sistemas amenazan cada vez más con influir de
forma unilateral en el mundo de la vida. Habermas habla aquí, empleando una poderosa metáfora,
de colonización del mundo de la vida por los sistemas; quiere con ello decir que los contextos
sistémicos están a punto de adquirir preponderancia sobre los del mundo de la vida. Las direcciones
políticas que Habermas sigue con su tesis son:
a.-Con la recepción de ideas procedentes de la teoría de sistemas, Habermas se había propuesto
originalmente impedir, ya en el plano teórico, todo intento de hablar de sujetos colectivos,
particularmente de supra-sujetos idealizados de proveniencia hegeliana o marxista. El empleo de
argumentaciones de la teoría de sistemas sirve también para señalar -otra vez contra la extrema
izquierda- determinados hechos relacionados con la condición de las sociedades modernas. Pues
Habermas defiende la necesidad de los sistemas desacoplados, y acepta que la economía y la
política se diferencien como sistemas específicos, habiendo como hay buenas razones para ello,
puesto que sólo así ha podido crearse, en el curso de la evolución sociocultura, un elevado nivel de
eficiencia. Contra los sueños utópicos de la izquierda, argumenta que el dinero y una administración
(política) racional son mecanismos funcionales irrenunciables de las sociedades modernas, y que la
implantación de un poder directo de los productores y la supresión del dinero acarrearían una enorme
pérdida de eficiencia y de racionalidad.
b.-Habermas previene contra todo lo que sea dar completa libertad a los mecanismos sistémicos
y dejarles que penetren demasiado en el mundo de la vida. Esto es lo que se sucede cuando se
monetariza la actividad cotidiana, cuando, por ejemplo, la ayuda espontánea entre vecinos se
transforma en una acción realizada a cambio de dinero. Habermas ve en la monetarización de
ciertos ámbitos de la vida una forma de colonización del mundo de la vida .
Pero una colonización del mundo de la vida no es sólo, según Habermas, una amenaza del
mercado, sino también del Estado. Precisamente el Estado del bienestar, con su tendencia a
regular burocrática y jurídicamente cualquier detalle de las relaciones sociales, encierra el peligro
de desalojar las interacciones del mundo de la vida.
Con este diagnostico de la época, Habermas quiso presentarse al mismo tiempo como heredero de
los diagnósticos de sociólogos y teóricos de la sociedad anteriores a él. Habermas piensa que sus
concepciones son superiores a las de Marx, Weber o la vieja teoría critica en torno a Adorno y
Horkheimer, y que con ellas está en condiciones de ofrecer en una nueva reformulación los
aspectos justificados de la critica marxiana del capitalismo, de relativizar el temor de Weber a
las tendencias cosificadoras de la sociedad moderna y de asimilar y reelaborar productivamente
la critica de la técnica de la vieja Escuela de Fráncfort.
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sistema político, el cual encuentra dificultades considerables para satisfacer las demandas del resto
de la sociedad.
2.-Habermas sólo consideró en su diagnóstico de la época el posible origen de movimientos
sociales y actores colectivos señalando los cruces entre los sistemas y el mundo de la vida. Con
independencia de que estas observaciones no sean muy específicas, puesto que con ellas pueden
explicarse causalmente casi todos los movimientos sociales, Habermas no investiga de qué
manera puede compatibilizarse la existencia de actores colectivos con el dualismo conceptual
de sistema y mundo de la vida, es decir: los actores colectivos representan formas de convivencia
que parecen oponerse a los conceptos de mundo de la vida y sistema. No queda claro el valor
sistemático que los actores colectivos tienen en su construcción teórica, parecen interpretarse
como meros indicadores de perturbaciones en la relación entre sistema y mundo de la vida.
3.-Habermas nunca estuvo en condiciones de poder obtener a partir de su teoría de la racionalidad
criterios empíricamente utilizables para definir una relación adecuada entre sistema y mundo
de la vida, o de indicar cómo y cuándo exactamente el mundo de la vida se halla amenazado por
la penetración de mecanismos sistémicos. Esta indeterminación hace que le resulte fácil hablar de
patologías, de relaciones sociales distorsionadas, etc. No diferencia con claridad entre mecanismo
eficiente y mecanismo patológico para el sistema.
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1.-La influencia de Parsons . Desde una teoría estructural-funcionalista a una teoría funcional-
estructural: el funcionalismo de la equivalencia.
Luhmann debe muchas ideas a Parsons, pero nunca fue un parsoniano ortodoxo, asimiló
determinadas ideas y prescindió de muchas otras del pensamiento parsoniano. No se interesó por
la teoría de la acción. Luhmann acepta la objeción de que en las ciencias sociales no pueden
determinarse con exactitud las condiciones para que existan estructuras o sistemas, puesto
que -a diferencia de los organismos biológicos- falta el fenómeno empírico de la muerte. Luhmann
se proponía reemplazar la teoría de sistemas estructural-funcional de Parsons por una teoría de
sistemas funcional-estructural . Se aparta de Parsons en 3 aspectos:
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descartar una hipótesis central de la teoría tradicional de las organizaciones que sostiene que
la finalidad interna de las organizaciones o determinados valores internos suyos, determinan
últimamente sus trayectorias.
3.-Luhmann observa que los problemas fundamentales de los sistemas sociales no se
resuelven de una vez por todas con las estructuras existentes, sino que sólo de forma provisional
pueden analizarse de una forma determinada. Luhmann se despide para siempre de un
funcionalismo positivo que creía en la posibilidad de destacar y definir características fijas de los
sistemas. Así, Luhmann califica su funcionalismo de funcionalismo de la equivalencia , pues
siempre podrían indicarse o encontrase soluciones equivalentes que resuelvan
(provisionalmente) los problemas de los sistemas. Con este planteamiento de Luhmann se aparta
de la crítica a los funcionalistas porque proporcionan descripciones o hipótesis causales, no
verdaderas explicaciones.
Según Luhmann los funcionalistas debían acabar comprendiendo y aceptando que su tarea no
podía consistir en formular enunciados causales; que era preciso sustituir el causalista
funcionalismo positivo, por un funcionalismo de la equivalencia . La renuncia a los enunciados
causales que este funcionalismo conllevaba no suponía un déficit, pues era preciso reconocer que
en sistemas de acciones complejos difícilmente se pueden señalar causas y efectos unívocos,
por lo que las predicciones y prognosis (pronóstico) resultan casi imposibles. La debilidad del
funcionalismo, el no ser este capaz de producir enunciados causales claros, la redefine Luhmann
como una virtud. Así el sociólogo que proceda en el modo funcionalista no tiene que localizar
relaciones concretas de causa-efecto, sino establecer relaciones causales posibles; la teoría
funcionalista es así un procedimiento heurístico, orientador del conocimiento, con el que pueden
hacerse de forma expansiva los planteamientos más dispares, planteamientos que se refieren a
problemas de estabilización de sistemas en su mundo circundante y que pueden resolverse de
maneras diferentes.
Luhmann siguió con el máximo interés las investigaciones biológicas y la antropología filosófica.
Esta corriente del pensamiento se concibe a sí misma como una filosofía empírica de corte
interdisciplinar que se propone aislar, con los conocimientos y los medios de la biología, la etnología
y la sociología, entre otras ciencias, los rasgos específicos de la existencia y de la acción humanas.
Un autor brillante en la antropología filosófica fue Arnold Gehlen (1904-1976), pero discutido por
sus relaciones con el nacionalsocialismo. Para Gehlen el hombre, en contraste con el animal, no
está propiamente sujeto o atado a instintos e impulsos. Los seres humanos son seres
carenciales porque les faltan justamente esos impulsos o instintos. Así que el hombre no está
fijado, no es impulsado por nada, sino que tiene que examinarse a sí mismo, y por lo mismo puede
y debe, mediante la inteligencia y el contacto con otros, conformar su propio mundo.
La carencia de un aparato instintivo obliga al hombre a asegurar comportamientos: costumbres
y rutinas exoneran al hombre del esfuerzo siempre requerido en la motivación y el control, le
permiten recurrir fácilmente y sin problemas a aprendizajes previos e impiden que esté sometido a
una permanente sobreexigencia.
Es fácil extraer de estos argumentos conclusiones conservadoras, Gehlen deducía de su
argumento que el ser carencial hombre necesita exonerarse, y que de ello se encargan las
instituciones, lo cual implica abogar por un Estado fuerte.
Luhmann adoptó el concepto gehleniano de exoneración y lo tradujo al lenguaje de la teoría de
sistemas con una expresión que se ha hecho popular: reducción de la complejidad . Esta es la
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Luhmann duda de las organizaciones y las burocracias puedan describirse como instituciones
jerarquizadas en cuyas cúpulas se halla quien formula los fines y para quien los subordinados,
inspectores, técnicos, etc., trabajan. Luhmann se propone ir directamente al núcleo mismo de los
supuestos clásicos y cuestionar que las burocracias y las organizaciones deban concebirse
atendiendo a los fines establecidos en las mismas. Para la conservación de una organización o de
un sistema se requiere más que el mero logro de una finalidad definida alguna vez. Las partes y los
ámbitos parciales de la organización o del sistema tienen más funciones que cumplir que solamente
servir un supuesto fin.
Por todo esto, los sistemas no pueden racionalizarse siguiendo un único criterio, por ejemplo, la
existencia de un fin, pues tienen que organizarse de modo multifuncional. La sociología de las
organizaciones ha de tener en cuenta esto, y por eso no puede ya partir de la idea de la ausencia
de contradicciones y la absoluta estabilidad como necesidades indispensables del sistema, sino
que debe aceptar que los sistemas necesitan de contradicciones precisamente para poder
subsistir en un mundo circundante nunca del todo dominado.
Fin y racionalidad de los sistemas. Sobre la función de los fines en los sistemas
sociales (1968) . Racionalidad teleológica frente a racionalidad sistémica.
En esta obra Luhmann cita, entre otros, a John Dewey y a los pragmáticos americanos para
enlazar con sus criticas a la idea de la acción como proceso siempre guiado por un fin y al
modelo teleológico de la acción. Dewey no concebía el flujo de las acciones humanas de manera
causalista en el sentido de que hay siempre una causa que provoca la acción y determina
automáticamente el acto concreto. Esto suponía para él -como más tarde subrayarían una y otra
vez los interaccionistas simbólicos y los etnometodólogos- oscurecer completamente la
reflexividad de los actores, sus actos deliberativos, así como su creatividad, en el menester de
afrontar situaciones nuevas.
Luhmann está de acuerdo con todo esto, pero no trata de buscar una teoría mejor, una teoría no
teleologista, de la acción; lo que hace es preguntarse directamente, desde la perspectiva de la teoría
de sistemas, qué funciones cumplen fines y valores, Luhmann sabe, o parece saber, que tanto
en las ciencias de la naturaleza como en las ciencias sociales apenas pueden determinarse
cadenas causales claras. Más bien cabe sólo establecer probabilidades derivadas de la
distribución de posibles causas en los contextos causales que la facticidad de un efecto requiera.
Para Luhmann las finalidades y los valores sólo sirven al actor para reducir la complejidad. Pero, al
mismo tiempo, esto nos dice que, para una ciencia debidamente ilustrada por una teoría de la ciencia,
puede no ser razonable trabajar con estas categorías. Cuando no es posible emitir enunciados
causales de los que no se pueda dudar, las ciencias deben buscar otro enfoque. Luhmann nos
ofrece la teoría de sistemas, su teoría de sistemas, que únicamente pregunta por equivalentes
funcionales.
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En esta obra Luhmann afirma rotundo que las sociedades modernas se hallan funcionalmente
diferenciadas , que los dominios funcionales de la ciencia, la economía, la política, etc., siguen
todos su propia lógica sin que un sistema superior o determinados valores los ordenen
jerárquicamente. Esto no significa que hoy en día ya no queden restos de otra forma de diferenciación
estratificadora: también hoy existen clases diferencias entre pobres y ricos, entre centros y
periferias sociales, etc. Pero la división de las sociedades modernas en diferentes dominios
funcionales se ha vuelto de tal modo dominante y omnímoda, que ya no hay un claro arriba y abajo,
ningún principio ordenador.
Así para Luhmann las elecciones democráticas y los procedimientos judiciales no están ligados
a ningún valor supremo, a la verdad o a la justicia. Esto para Luhmann sólo cumple determinadas
funciones, que tienen un efecto exonerador en el sentido de la reducción de la complejidad. La
legitimidad se produce hoy en el propio sistema político o en el sistema jurídico haciendo que los
seres humanos participen en elecciones libres o en procesos judiciales. Procedimientos como
las elecciones o los procesos judiciales pormenorizan de tal manera cuestiones relativas a la verdad
o a la justicia, que finalmente tan sólo interesa la aceptación psicológica de cada proceder entre
aquellos a los que este concierne.
Según Luhmann, la teoría de sistemas es una teoría de nueva planta, observa que el pensamiento
sistémico, establecido con éxito desde hace algunos decenios, sobre todo en las ciencias de la
naturaleza, no ha dejado de progresar, por lo que es ya hora de que también las ciencias sociales
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participen de este avance del conocimiento. Distingue tres fases de este pensamiento
sistémico:
a.-La primera, muy inmadura, se caracteriza por un pensamiento que concebía el sistema como una
relación entre parte y todo.
b.-La segunda, consistió en no centrar la teoría en la problemática del todo y las partes, sino en el
problema de la relación entre sistema y mundo circundante. Los sistemas tienen un limite en su
mundo circundante, pero al mismo tiempo son tan abiertos, que pueden adaptarse a ese mundo.
c.-Actualmente se observan en la teoría de sistemas nuevos desarrollos, sobre todo en la biología
y en la neurofisiología, que cuestionan el modelo de sistema-mundo circundante y se aproximan
a una teoría de sistemas autorreferenciales .
Esta última fase considera que los organismos vivos pueden entenderse mejor si la teoría no se
centra en el intercambio con el mundo circundante, sino en la clausura operacional de dichos
organismos: estos pueden ser sistemas físicamente abiertos, toman determinadas sustancias de
su mundo circundante, pero el procesado de estas sustancias se produce conforme a una lógica
sistémica puramente interna, igual que la información que fluye en estos organismos, la cual sigue
la lógica del organismo y no depende del mundo circundante. Por ejemplo, el sistema nervioso es
un sistema clausurado, es decir, los sistemas nerviosos o los organismos capaces de percepciones
no hacen una copia idéntica del mundo circundante, sino que, siguiendo su propia lógica operacional,
construyen su propio y particular mundo.
Los organismos vivos funcionan como sistemas que se producen a sí mismos y sólo a sí mismos
se refieren, son llamados sistemas autopoiéticos (autos=uno mismo; poiein=producir. Término
acuñado por los biólogos Maturana y Varela), cerrados en su organización y autónomos, al menos
en el sentido de que los componentes de un sistema se reproducen en el sistema mismo.
Naturalmente, hay un contacto con el mundo circundante, hay un acoplamiento estructural . Pero
del mundo circundante no provienen componentes relevantes para el sistema: los sistemas sólo son
excitados por el exterior, pero responden esta excitación con su propia y particular lógica y forma de
trabajar. Luhmann aplica estos conocimientos de la biología y la neurofisiología a los sistemas
sociales. Concibe los sistemas psíquicos y sociales como sistemas autopoiéticos .
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teoría, elementos que no pueden tener una duración y que el sistema tiene que reproducir sin cesar.
Esto significa que los sistemas sociales no están hechos de personas, ni se componen de
acciones, sino de comunicaciones . Las comunicaciones son las unidades elementales de los
sistemas sociales, en las comunicaciones se produce sentido y se hace continuamente referencia
al sentido. El ser humano no es parte del sistema social, y no son los seres humanos los que
están en comunicación, sino las comunicaciones.
De este modo, los sistemas sociales (como los psíquicos) no se definen por unidades fijas, sino
por la constante producción de nuevo sentido . Un sistema no puede cimentarse en personas
concretas, ni tampoco en acciones concretas, sino en el código, en el sentido que produce la
acción.
Los sistemas sociales se definen por las continuas corrientes de comunicaciones. Por tanto,
donde la comunicación termina, termina también la sociedad, por lo que hoy en día, en la era de la
comunicación global, habrá que hablar de sociedad mundial .
En su libro responde a la pregunta del subtitulo que “no” : en las sociedades modernas, tan
diferenciadas internamente, sencillamente no existe ya lugar alguno desde el cual les sea posible a
personas y a grupos contemplar el todo de forma que estén autorizados para alertar a la sociedad
de peligros y amenazas, o incluso estén en condiciones de protegerse de ellos. El intento de
constituir una voluntad general (Rousseau) de la sociedad entera -incluso para evitar presuntas
amenazas- es sencillamente ridículo y condenado al fracaso.
El pesimismo de Luhmann respecto al control social es radical, para él a los movimientos
sociales les falta teoría, naturalmente la teoría de sistemas con su idea de la primacía de la
diferenciación funcional. Luhmann encuentra insoportables las actitudes morales; en la
funcionalmente diferenciada sociedad moderna no hay un punto de vista desde el que podamos
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representarnos el todo, y por eso están los moralistas completamente fuera de lugar, máxime
cuando en lo tocante al medio ambiente los encadenamientos causales son poco menos que
insondables y, por tanto, nada puede determinarse en cuestiones de culpabilidad e inocencia.
Pero la crítica de Luhmann al movimiento ecologista es problemática principalmente por motivos
teóricos, pues confunde la advertencia (ecologista) respecto a formas específicas de diferenciación
funcional con la crítica a la diferenciación funcional como tal. Pues las prevenciones sobre
amenazas, en nada cuestionan una sociedad diferenciada funcionalmente.
El pesimismo radical de Luhmann sobre el control social parece exagerado; los resultados de
las disputas sobre la forma de las instituciones no pueden predecirse, pero hablar de meras
excitaciones seria decir demasiado poco, pues en estas discusiones se constituyen frentes en
conflicto, y en la lucha por una institución especifica siempre hay vencedores y vencidos.
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