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El Despertar de Apofis

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El despertar de Apofis

por Nahuel Santiago Medina

Boudika despertó para ver un día más, aunque no podía estar segura de si tendría otro... o
si siquiera eso le era conveniente. La comida y el agua se agotaban, y le quedaba más bien
poco sobre este mundo.

"Demonios", se dijo, deseando para ese punto estar muerta: efectivamente no había sido
tan sólo una horrible pesadilla. En realidad había ocurrido, y cada vez que sus ojos azules
se abrían para llenarse inmediatamente de lágrimas de dolor, soledad, nostalgia y -ante
todo- remordimiento, no podía evitar desear haber elegido otra cosa. Pero era tarde. Ya no
había nada en absoluto que pudiera hacer aparte de esperar el inevitable fin.

Tras algunos minutos sollozando en silencio, deseando gritar por ayuda a quien, a través
del velo de la realidad, tuviese el poder de volver el tiempo hacia atrás, finalmente admitió
-por milésima vez en la última semana- que tal cosa era inútil. Su otrora ferviente
religiosidad había ardido hasta consumirse por el mismo fuego que aniquiló a todos los que
amaba. Nadie vendría a rescatarla, así como nadie movió un dedo para salvar a sus
inesperadas víctimas. Los dioses a quienes adoraba o no existían o los habían
abandonado. Tal vez por culpa de gente como ella.

Ya nada importaba, y si no intentaba colgarse en su habitación -como ya varios de sus


amigos y camaradas habían hecho para entonces- es porque, en el fondo, seguía temiendo
estar equivocada. Pues si había alguien allá arriba no tendría piedad, conforme a lo que las
religiones de su mundo solían advertir. Era mejor retrasar lo inevitable, podía suponer. Así al
menos no llegaría tan pronto a lo que merecía.

Finalmente el despertador sonó. Como solía ocurrir, descubrió que había abierto los ojos
media hora antes de lo estipulado. Una hora y media de sueño. Nada mal para lo que había
sido su situación recientemente.

Sabiendo que no tenía opción si quería evitar el castigo que -por alguna razón- el presidente
de la ya inexistente nación de Awiana seguía destinando a quienes no asistían rápidamente
a sus esperanzados delirios, se levantó de la cama con dificultad, logrando con ello verse
claramente en el espejo, sin apenas reconocerse.

Delgada, demacrada, con grandes ojeras y piel pálida, parecía más un fantasma que una
persona. Como hacía habitualmente, intentó no darle importancia hasta que, por
aleatoriedad, recordó a su padre apenas un año atrás felicitándose a sí mismo por su
hermosa hija, ocasionándose con eso otra punzada de angustia que le hizo llevarse las
manos a la cara entre sollozos ahora más audibles. Los extrañaba demasiado, y ahora
estaba casi segura de que nunca los vería de nuevo.

Viendo que el tiempo se agotaba, rápidamente se enderezó y se dispuso a calzarse. Ni


siquiera iba a quitarse la camiseta y el pantalón -otrora elegante y ahora despintado- que no
se había cambiado desde que llegó aquí. De hecho, llevaba días sin bañarse. Su sudor
hedía tanto que emanaba un olor para ese punto indistinguible de la orina. Igualmente no
importaba demasiado. Estaba a punto de morir, y sus fuerzas no alcanzaban para una
ducha.

Poniéndose costosamente de pie, tuvo oportunidad de contemplar la almohada en que


había dormido plagada de mechones rubios acumulados durante días. Además se le estaba
cayendo el cabello, cosa que contribuyó a herir todavía más su vanidad juvenil.

"Aguántate, que te lo buscaste", se dijo a sí misma en un intento por no terminar de


colapsar, y finalmente, con toda la decisión que le quedaba, caminó hacia la puerta de la
habitación.

La abrió revelándose un largo y metálico pasillo, poblado únicamente por aquellos


individuos portando armas que, aunque a simple vista indistinguibles de ella o cualquiera de
sus colegas, portaban aquella pulcra e inhumana sonrisa en todo momento.

-Buenos días- le habló la androide más cercana- ¿Cómo podemos hacerla feliz? Se le nota
algo inestable, y eso perjudicará sus funciones. Tal vez le convengan algunas sesiones en
el camarín psicológico.

Volteó su mirada llena de odio hacia el robot, que hablaba en un tono tan inocente que
parecía una cruel burla que se añadía a la totalidad de su castigo.

Sabiendo que no tenía sentido discutir con una máquina ni mucho menos intentar ganarle
un mano a mano, se limitó a seguir su camino mientras su mente se rompía a cada paso.

Para cuando -con un titánico esfuerzo- alcanzó la entrada de la sala de conferencias


número seis, descubrió que todavía quedaban cinco minutos, y el presidente Cielin ni
siquiera había hecho acto de presencia, con lo que entró en la sala, se dirigió hacia los
asientos más cercanos y, como era de esperarse, comenzó nuevamente a llorar.

Poco tuvo que esperar antes de que una mano fría -pero que seguía siendo, de algún
modo, cálida- tocara su hombro antes de que su portador se sentara a su lado y la abrazara
tiernamente. Alzó la vista y, como lo esperaba, era su reciente esposo Raelynn, quien ahora
la envolvía en sus brazos como lo haría con un cachorro.

Eso le gustó. Era la única persona que le quedaba, y esta clase de cosas la hacían sentir
protegida, además de amada, cosa que, aunque sentía no merecer, volvía su situación un
poco más soportable.

Agradecida, le devolvió el gesto, quedando unidos nuevamente en la alegría del cariño que
se profesaban desde que eran adolescentes.

Recordó los viejos tiempos. Se conocieron en el partido, cuando atraídos por la retórica e
imagen rebelde de un joven politólogo devenido en líder de masas decidieron, al unísono y
por separado, hacerle una visita a su espacio. Ella tenía quince años y él, dieciséis. Dos
polluelos bastante más listos de lo normal que no tardaron en quedar prendidos el uno del
otro. Él era atlético y de facciones bellas al mismo nivel en que ella lo era. Compartían,
además, la fe y las convicciones, y eso siempre suma bastante.
Se enamoraron y volvieron cada uno el centro de la vida del otro, y pronto llamaron la
atención del dirigente máximo del partido seguramente por causa de su escultural
apariencia -maravilloso ejemplo de los ideales culturales del movimiento-, y con certeza
también por razón de su inteligencia y capacidad retórica.

Se hicieron famosos, y eso con toda probabilidad alimentó su respectivo ego adolescente,
llevándolos a poner toda su capacidad intelectual, estética e interpersonal al servicio de su
líder.

Su país vivía por aquél entonces tiempos difíciles entre el rápido avance de la inteligencia
artificial y la ineficacia y corrupción de sus políticos, con lo que ganarle la victoria a este
excéntrico hombre -para entonces un amigo en quien confiaban- no fue realmente difícil.

Él los recompensó con cargos públicos de relevancia para los que, en realidad, nunca
estuvieron listos, y que aceptaron por motivos de interés monetario y por ser un logro
adicional con el que nutrir su orgullo.

Se recordó tomando malas decisiones que afectaban a personas, y siendo casi siempre un
títere de su amo. Recordó a su entonces novio dando el visto bueno a la represión contra
pueblos indígenas, campesinos y trabajadores industriales, esencialmente en la misma
situación. Se vio defendiendo públicamente las muchas abominaciones de su régimen.
Justificando violencia, abandono estatal de los débiles y enfermos e injustificables
crueldades contra aquellos que sí tenían el valor de hacer lo que ellos no.

"Que coman pasteles", se recordó decir de modo burlón y desafiante en la televisión abierta
del país más poderoso del planeta, cuando una rabiosa periodista le increpó que los
sindicalistas apresados estaban muriendo de inanición por falta de pan.

Se rió mucho de su osadía en su tiempo. Ahora sólo sentía como su alma se quemaba con
el mismo fuego del Infierno al acordarse de ella. En realidad no necesitaba que nadie la
condenara: era ahora mismo la juez más implacable que jamás había tenido que enfrentar.

Cuando finalmente el presidente decidió, en su último año de mandato, entrar en guerra con
las otras dos superpotencias del mundo, personalmente se encargaron, junto a todo el
aparato propagandístico del partido de ridiculizar a quienes advirtieran de tamaña locura
capaz de destruir el mundo ante el público.

Exaltaron a sus militantes y los volvieron violentos, unos auténticos escuadrones de la


muerte capaces de matar a quien consideraran una amenaza, mientras las tropas de su
nación se aproximaban, no sin decenas de miles de bajas civiles cada día, hacia las
capitales de las otras dos potencias.

Hasta que un día, cuando ya cantaban victoria, se supo repentinamente de las más de
quince mil bombas nucleares de todo tipo que sobrevolaban el océano en una dirección y
otra, que pronto acabarían con su civilización.

Recordó como en el momento se puso pálida, saliendo por primera vez en años de la nube
de delirios narcisistas en que había existido previamente. Se recordó rogando entre
lágrimas desesperadas porque alguien rescatara a su familia y así poder llevársela con ella
al búnker más cercano, siéndole denegada la petición por razón del escasísimo tiempo que
les quedaba. Se acordó de ella y de Raelynn mirándose en estado de shock mientras el
ascensor descendía a toda velocidad los ocho mil kilómetros hasta la base ubicada
inmediatamente bajo la Casa de Gobierno, y la sensación de vacío, como si acabara de
recibir un puñetazo en el estómago, cuando vio las imágenes satelitales de la bola de fuego
que consumía a millones de inocentes justo por encima de su cabeza.

El invierno nuclear subsecuente fue peor de lo esperado, y pronto obtuvieron confirmación,


a través de técnicas de radiometría biológica, de que no había más que un puñado de
humanos en todo el mundo un par de horas después del impacto.

Tras el momento más difícil de sus vidas, ella y Raelynn, viendo próximo su propio final,
dieron el penúltimo paso de su relación casándose hacía ya un par de días, como llevaban
seis años deseando hacer.

Fue bello hasta que notaron que las disciplinas del sitio no les permitían compartir
habitación, y de modo incomprensible Cielin les negó el derecho a intimar incluso entonces,
con lo que nunca podrían consumar su amor.

De sus pensamientos la sacaron los sollozos de su amado, que le inspiraron pronto a tomar
la iniciativa y besarle la frente y luego los labios, aún viendo sus ojos rojos por la angustia.

-Perdóname- rogó él apenas pudiendo articular palabra-. Yo te arrastré a esto. Fue mi culpa.

-También la mía- le dijo ella, luchando mayormente en vano por no ceder a lo que él-. Pero
tranquilo. Ahora somos tú y yo. Nos tenemos el uno al otro y nos vamos a ir juntos. Te amo.
No lo olvides- concluyó sin ya poder contener su angustia, decidiendo abrazarle ante su
incapacidad de articular palabra-.

-Yo también te amo. Con todo mi corazón. Nunca he amado a alguien como te amo a ti-
contestó el chico por el que un día había gritado de emoción junto a sus difuntas amigas,
devolviéndole el gesto para quedar unidos en un bello acto de devoción absoluta-.

Esto era impresionante para ella, y estaba segura de que para él también. Incluso dos
personas malas como ellos podían sentir amor hasta el extremo.

La situación se vio interrumpida cuando Cielin entró a la sala, como siempre vestido con su
elegante traje negro, perfectamente aseado y con un perfume caro que añadía a su
apariencia.

Les miró con su cabello tradicionalmente despeinado y todo el entusiasmo del mundo, y se
paró frente a la sala poblada únicamente por ellos, para comenzar su exposición.

-Amigos- dijo, con una alegría y entusiasmo que le demostraba totalmente desconectado de
la realidad-. ¡Maravillosas noticias! Acaban de confirmarme que los líderes enemigos están
muertos. Sus búnkeres son ahora una gigantesca tumba llena de cadáveres con un arma en
la mano y un hueco en la sien. ¡Hemos ganado la guerra!
La pareja se miró confundida. Boudika notó en la mirada de su querido aquellos ojos llenos
de frustración que precedían a un arranque de ira, y le rogó con la mirada y los gestos que
se detuviera entonces antes de arrepentirse. No lo logró.

-¡Maldita sea, idiota desquiciado!- gritó, llenándola de terror ante el hecho evidente de que
había sellado su destino- ¿¡No ves que somos los últimos!? ¡No queda nadie! ¡Has
asesinado a casi todos en este búnker por malditas idioteces y el resto se mató! ¡Somos los
últimos!

Cielin le miró, pareciendo confundido, como si no pudiese entender la magnitud de lo que


ocurría.

-Pero hemos ganado- volvió a decir, sonriendo-.

Raelynn gritó de frustración y se levantó para asesinarle a él también, sin esperar, en su


irracional y animal enfado- ser inevitablemente detenido en seco y reducido en el suelo por
dos androides de apariencia particularmente amenazante.

-¡Maldito hijo de...- quiso gritar al ver a su esposa llevándose angustiosamente las manos a
la cara, sin esperar para nada la ingeniosa interrupción del que hasta hace poco había
considerado su amigo.

-¿Hijo tuyo? Porque no es como si te hubieras casado con una monja- respondió él,
ocasionando repentinamente que ambos callaran en seco, sin poder interpretar este
repentino gesto de despiadada lucidez.

Boudika levantó la mirada en su dirección. Ahora lucía una sonrisa amenazante y cruel, que
sin embargo, en otro contexto, hubiese estado lejos de parecer desquiciada. El gesto de la
más pura maldad, que les veía alegremente desde su pedestal, como quien acaba de
concluir la mejor broma del mundo.

-¿Qué? ¿Esto te sorprende? Vamos, Rael, esta chiquilla se hizo famosa básicamente
enseñando sus curvas para mí a fin de ganarme votos. Si eso no es ser una zorrita inmunda
y repugnante no sé que será.

Con cada frase el rostro de ambos reflejaba más incomprensión y miedo. ¿No era acaso su
camarada y amigo, quien les había dado todo?

-Y nunca te enteraste de sus aventurillas con el difunto Izqod. Otro perro infeliz al que
concedió su pútrida entrepierna llena de la sabiduría que otorga la experiencia mientras tú
te ilusionabas con desvirgarla en el lecho matrimonial. La verdad disfruté haciendo que lo
despellejaran.

Ella miraba la escena con absoluto pavor, tan humillada como asustada. Definitivamente
eso no debía saberse jamás. Ese maldito debía haberla traicionado.

-No es lo que tu crees- se apresuró a decir, intentando salvar su matrimonio durante lo poco
que sabía les quedaba de vida-.
-¡Oh, lo dijiste!- interrumpió él con más desquiciada alegría- La típica frase de
pseudorreligiosa más propia de un burdel que de un templo. La verdad no pensé que esto
podía acabar tan bien. Fue divertido hasta ahora, y tiene un final de oro.

-¿Qué?- preguntó él, totalmente desconcertado-.

-¡Lo que escuchaste! Fue una partida muy interesante. Lástima que sea la primera y última.

-¿Por qué?- preguntó ella entre lágrimas, que no sabía distinguir si eran de dolor, vergüenza
o puro terror.

-Porque estaba aburrido- respondió él-. Sí, sé que no es la opción mas cliché. Pero es la
verdad: imagina ser un niño prodigio con un cociente intelectual de 370 puntos incapaz de
conversar con la colección de subseres conocida como "especie humana" porque no les da
su animal cerebro para entenderte. Imagina pasar así toda tu vida, prácticamente encerrado
en una habitación porque te diste cuenta de que este mundillo mugroso nada útil tiene para
ofrecer, mientras esos mismos insectos se ríen de ti en tu cara, totalmente convencidos de
la presunta superioridad que les otorga su funcional pero mediocre existencia. Te volverías
loca, y terminarías recibiendo su visita. Ellos me enseñaron cómo darle un sentido a mi vida
a través del humor, haciendo el chiste más grande de todos los tiempos. Realmente
Yog-Sothoth no es un mal socio si uno sabe lidiar con él. En realidad es lo mejor que ha
salido del inefable genio de Samael. Un tipo bastante serio, con lo que no deja de ser
curioso que ayude con esta clase de chistes. Y ahora, la broma está a punto de concluir.

-Estás loco- respondió Boudika aterrorizada, mientras daba pasos en dirección opuesta a
ese monstruo-.

-Sí, sin duda. Y ustedes son idiotas: me admira que nunca sospecharan de un hombre que
tenía arranques de ira en televisión nacional, mientras profería improperios que apenas
pueden atribuirse a cualquier demonio imaginado por el hombre de este universo. Es
increíble que en lugar de encender sus alarmas eso les atrajera y les motivara a ayudarme.
Pero son unos sucios animalitos ¿No? Por algo sus hembras a veces se venden fácilmente
al mejor postor, traicionando a quienes más las aman. Pero no debería darte lecciones de
eso, supongo.

Raelynn ya llevaba varios segundos insultándole desesperadamente, entre lágrimas y


gemidos de angustia, cuando él retomó aristocráticamente la palabra.

-¿Falta mucho? No vale la pena retrasar lo inevitable- les amenazó sonriendo con sus
dientes ahora, de algún modo más allá de la naturaleza, negros y pútridos, entre los que
pequeños gusanos grises reptaban de un lado a otro.

Rió de modo jocoso a más no poder antes de volver a su discurso.

-En fin... quiero darle a esto un final irónico, como corresponde a los buenos chistes. Eh...
sí, tengo una idea. Ya que has ardido en tu lujuria sin considerar a este pobre diablo- se
dirigió a la joven ahora en completo pánico que se había arrastrado y acurrucado en un
extremo del atrio-, solicito a estas máquinas que se encarguen de hacerte arder de un modo
más concreto. Pero quiero ser creativo: parte por parte. Miembro a miembro, cuidándose de
no herirle demasiado a fin de que jamás muera. Ahora no vas a reírte de él mientras ardes,
sino que probablemente le supliques por una ayuda que no podrá darte, porque estará
encadenado desnudo en una habitación al otro lado de la base, con la temperatura lo más
baja que sea posible. Fría como su proceder ante los débiles e indefensos, escuchando los
gritos desesperados de una víctima que esta vez sí le importará. Les alimentarán a ambos
cuidadosamente con los nutrientes que puedan extraerse del suelo circundante. Serán
algunas décadas de tormento inimaginable hasta morir de ancianidad.

-¡No! ¡Por favor!- suplicaron ambos al unísono mientras la chica era también capturada por
las inteligencias artificiales, ahora no serviciales, sino meticulosa y calculadamente crueles,
que se encargaron de romperle un brazo apenas le inmovilizaron.

-En cuanto a mí- habló por última vez el último presidente de su mundo-, iré a terminar con
esto. Tal vez me espere el verdadero Infierno o algo por el estilo, pero en realidad valió
totalmente la pena.

Y así, él se alejó de la habitación en dirección a su oficina, mientras comenzaba a reír con


carcajadas desquiciadas, más espeluznantes que el más desgarrador de los gritos que
cualquiera que ellos fueran a emitir en adelante. Entre tanto, Boudika era separada en
medio del pánico más absoluto del hombre con quien esperaba terminar dulcemente sus
días.

El horror de la escena era absoluto sin importar el escenario. A este hombre le habían visto
como un dios, y ahora era probablemente el más terrible de los demonios... exceptuando
quizá a lo que fuere que, tal vez, le había ayudado en todo esto.

O podía ser aún más horrendo. Tal vez ellos habían colaborado de modo ingenuo -pero
para nada inocente- con un verdadero inhumano carente de cualquier orden mental. Y
ahora, el dios idiota ciego se alejaba en medio de atronadoras risas, sin poder comprender
lo que significaba que ellos dos fuesen a ser pronto los últimos humanos existentes.

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