Cristiano Teologia Paulina PDF
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Cristiano Teologia Paulina PDF
Lucien Cerfaux
Traducido por Pablo Cervera Barranco
CEU Ediciones
acdp 10:Maquetación 1 17/6/09 14:37 Página VI
CEU Ediciones
Julián Romea 18, 28003 Madrid
Teléfono: 91 514 05 73, Fax: 91 514 04 30
Correo electrónico: publicaciones@ceu.es
www.ceu.es
ISBN: 978-84-92456-72-7
Depósito legal: M-XXXXXX-2009
Índice
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XV
Dedicatoria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1
Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3
Abreviaturas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .5
Preliminares . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
LIBRO PRIMERO. La economía cristiana
Capítulo 1. La intervención de Cristo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
1. La historia religiosa de la humanidad antes de Cristo . . . . . . . . . . . . . . . . 30
1.1. La humanidad en el orden de la creación y el reino del pecado . . . . 30
1.2. El paganismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
1.3. La elección de un pueblo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
2. La obra salvífica de Cristo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
2.1. La resurrección . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
2.1.1. Función teológica de la resurrección de Cristo . . . . . . . . . . . . . 39
2.1.2. La eficacia de la resurrección . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42
2.2. La muerte de Cristo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
2.2.1. Su lugar en el mensaje cristiano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
2.2.2. Su eficacia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44
2.3. Eficacia conjugada de la muerte y la resurrección . . . . . . . . . . . . . . . . 45
2.4. La carrera terrestre de Cristo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
2.5. Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
3. El orden cristiano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
3.1. El cosmos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
3.1.1. El mundo material . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
3.1.2. El mundo de los seres invisibles . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50
3.2. Período de transición . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
3.3. Nova et vetera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56
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Prólogo
La Asociación Católica de Propagandistas ha querido rendir homenaje a
su patrono san Pablo en el año jubilar dedicado a su nacimiento mediante la
publicación de este libro sobre el cristiano en la teología paulina. Había sido
traducido al español en 1965 con el título El cristiano en san Pablo y, agotada la
edición, no volvió a reeditarse. Hay que alegrarse, por tanto, de esta iniciativa
que permitirá a quienes se interesan por los estudios de san Pablo conocer un
libro que es considerado ya un clásico. Lucien Cerfaux (1883-1968), que fue pro-
fesor ordinario de Nuevo Testamento en la Universidad Católica de Lovaina, es
un maestro indiscutible en la exégesis y teología paulina. Su trilogía sobre
Cristo, la Iglesia y el cristiano en el pensamiento de san Pablo ocupa un lugar
privilegiado en los estudios sobre el apóstol de las gentes. Su modo de acercarse
a la Escritura en tiempos tormentosos para la exégesis conjuga el rigor cientí-
fico, la savia teológica y la hondura espiritual de quien, como hijo y ministro de
la Iglesia, hace de su trabajo un servicio a la fe y a la vida del pueblo cristiano.
Sus estudios, hasta los más áridos, revelan su interés por mostrar que el acon-
tecimiento cristiano no es un mero objeto de investigación científica sino la
fuente inagotable de la verdad y de la vida en la que todo hombre puede saciar
su sed. No en vano es considerado el gran maestro de la exégesis de la Univer-
sidad Católica de Lovaina en el siglo XX.
Sobra decir que la exégesis paulina ha avanzado mucho desde la muerte
de Lucien Cerfaux, aunque no siempre por caminos tan fecundos como los que
abrió este profesor belga. Por ello, el lector o estudioso que se adentre en estas
páginas encontrará la novedad de lo que supera cualquier moda del momento.
Junto al orden sistemático que aparece expuesto en las páginas tituladas a pro-
pósito de un método, hallará sobre todo claras explicaciones sobre términos y
expresiones griegas que configuran la enseñanza de san Pablo, referencias in-
dispensables al trasfondo de su pensamiento, determinado por su personalidad
y cultura de judío de la diáspora y, después de su conversión, por su inserción
en el grupo apostólico y en la catequesis de la Iglesia primitiva. Y, sobre todo, el
lector encontrará una síntesis magistral de lo que constituye el objeto propio del
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libro: el retrato de un cristiano según san Pablo. Es aquí donde el libro se con-
vierte en un verdadero manual de teología, espiritualidad y acción apostólica
para quien, imitando al apóstol como él imitó a Cristo, quiera desplegar en
medio del mundo la indecible novedad del vivir en Cristo.
La estructura de la obra, compuesta de cuatro libros, no está exenta de
originalidad, porque el autor no describe la figura del cristiano a modo de re-
trato basado en la fisonomía. Prefiere presentarlo teológicamente en el marco
de la economía de la salvación, es decir, inserto en la acción redentora de Cristo,
en quien el hombre se hace cristiano, como ocurrió con el mismo Pablo (libro
I). El segundo libro lo dedica a la esperanza cristiana, de especial importancia
para nuestro tiempo, como ha puesto de relieve Benedicto XVI en su segunda
encíclica. El cristiano vive en la espera de la venida del Señor, tema que preo-
cupó a la Iglesia primitiva y que hoy debería preocuparnos también aunque
desde una perspectiva diferente. No se trata tanto de saber cuándo será el mo-
mento de la parusía sino de vivir en la tensión de la espera y en la certeza de la
resurrección de los cuerpos al fin de la historia. ¿Acaso no hemos perdido algo
de esta certeza? El libro tercero se lleva, según Cerfaux, «la parte del león» de su
estudio, pues presenta el estatuto presente del cristiano, que se caracteriza por
el don del Espíritu, la comunión con Cristo y la gracia de la justificación. Por úl-
timo, el autor, fiel a su método de mostrar el desarrollo del pensamiento del
apóstol sobre el cristiano desde sus primeros escritos a los últimos, desemboca
en las cartas de la cautividad, que considera básicamente paulinas, para intro-
ducirnos en el conocimiento del misterio de Dios, fuente y meta de la vida
cristiana.
Se deducirá fácilmente por todo lo dicho que este libro es, más que de
lectura entretenida, de estudio tranquilo y sistemático. La actual situación de la
fe en nuestro mundo exige al creyente el estudio de las verdades que constitu-
yen la personalidad cristiana. Será sin duda un estudio gratificante porque se
trata de conocerse a sí mismo, como miembro de Cristo, llamado a configurarse
totalmente con Él hasta llegar, como decía san Pablo, a la edad adulta en Cristo
Jesús. Estoy seguro de que este libro será un idóneo instrumento que facilitará
tan hermosa tarea.
XVI
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Prefacio
La confianza que Su Santidad nos ha manifestado, convocándonos para
la preparación del próximo Concilio, nos ha llevado a Roma en el momento en
que podíamos unirnos a toda la cristiandad para aclamar a san Pablo, el «tes-
tigo» siempre vivo, en este diecinueve centenario de su Entrada en la Ciudad.
Hemos querido ofrecer al Apóstol de las naciones nuestro modesto obsequio.
Que el esbozo que nos hemos atrevido a trazar del cristiano no decepcione su
gran corazón.
Su Excelencia Monseñor Charue, al aceptar el padrinazgo de este libro,
no hace sino añadir un gesto de amistad a muchos otros.
Nuestro trabajo estuvo animado de principio a fin por el deseo de ser úti-
les a nuestros estudiantes de teología. Por encima de ellos, pensábamos en
todos los que nos honran leyéndonos, tanto en el mundo católico como entre
nuestros hermanos separados. Deseamos que éstos reconozcan, en nuestro
constante afán de evitar las polémicas, el deseo de subrayar más vigorosamente
las convergencias de método y el fondo impresionante de nuestra fe común.
¿Cómo enumerar todas mis deudas de gratitud? Se han venido multipli-
cando a lo largo de las diversas etapas del libro dactilografías sucesivas, pruebas
de imprenta, hasta la elaboración de los índices. Tengo razones muy especiales
para agradecer, ante todo, al canónigo monseñor Massaux, profesor y director
de la biblioteca de la Universidad de Lovaina, quien me ha dado, como nunca,
muestras de su inteligente amistad. Me ha sido muy preciosa la ayuda del re-
verendo P. Denis, O. P. El reverendo padre Chifflot y sus colaboradores de las
ediciones du Cerf no han escatimado el afecto que me acompaña desde hace
muchos años. También faltaría al deber de justicia y de amistad si no expresara
a monseñor Garofalo, Rector de la Universidad de la Propaganda*, mi viva gra-
titud por sus valiosos estímulos.
*
NdT: La universidad referida (Propaganda Fide), conocida hoy como Pontifica Universidad Urba-
niana, depende de la Sagrada Congregación para la Evangelización del los Pueblos.
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Roma,
Fiesta de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, 1961
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Abreviaturas*
ATANT Abhandlungen zur Theologie des Alten und Neuen Testament.
AWLMFSWK Akademie Wissenschaft und Literatur Mainz, Geistes- und So-
zial- Wissenschaft Kl.
AHDOIDA Archives d’Histoire du Droit Oriental et International des Droits
de l’Antiquité.
ALW Archives für Liturgiewissenschaft.
BZNW Beihefte zur Zeitschrift für die neutestamentlische Wissenschaft.
BHT Beiträge zur historischen Theologie.
BWANT Beiträge zur Wissenschaft von Altes und Neues Testament.
Bibl Biblica.
BZ Biblische Zeitschrift.
BJRL Bulletin of the John Rylands University Library of Manchester.
CBQ Catholic Biblical Quarterly.
CivCat Civiltà Cattolica.
ColMechl Collectanea Mechliniensia.
ConiecNeot Coniectaenea neotestamentica.
DBSup Dictionaire de la Bible, Supplement.
EThL Ephemerides Theologicae, Lovanienses.
*
NdT: Para la versión de los textos bíblicos del Nuevo Testamento hemos utilizado M. IGLESIAS,
Nuevo Testamento (Encuentro, Madrid 22003), salvo en los casos en los que se exigía una versión
más acorde con las explicaciones del autor. En las citas neotestamentarias hemos omitido los cor-
chetes que el autor utiliza para advertir de palabras que añade al texto griego para hacer
comprensible la traducción. Los textos del Antiguo Testamento han sido tomados de la Biblia de
Jerusalén (Bilbao 1976).
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Preliminares
A propósito de un método
1. Desarrollo doctrinal1
Estudios anteriores sobre la eclesiología y la cristología de san Pablo nos
han permitido constatar un desarrollo en su pensamiento. Esto se nota en tres
estratos sucesivos, los cuales, a grandes líneas, corresponden al agrupamiento
habitual de sus cartas: cartas a los Tesalonicenses (con 1 Cor 15), grandes car-
tas, cartas de la cautividad2.
A un período primitivo en el que el mensaje de Pablo, fiel a la tradición de
los apóstoles de Jerusalén, es esencialmente escatológico, le sucede otro en el
que el cristianismo se implanta en el mundo griego. Además de la experiencia
de la vida de sus Iglesias, circunstancias particulares obligan a Pablo a ajustes
en su doctrina: constata las reacciones del espíritu griego ante el evangelio, y su
empresa apostólica choca con el antagonismo de los judeocristianos. Otro cam-
bio se produce con las cartas de la cautividad, cuando desarrolla el gran tema
de la revelación del misterio de Cristo.
Aunque existe conformidad en admitir un cierto movimiento en la teolo-
gía paulina, sin embargo, algunos insisten en una inmutabilidad radical. Pablo
habría explicado sucesivamente temas que siempre mantuvo en reserva desde
el momento de su iluminación en el camino de Damasco. Por razones de mé-
1
Sobre este tema pueden consultarse: A. SABATIER, L’apôtre Paul. Esquisse d’une histoire de sa pensée
(París 41912); J. G. MACHEN, The origin of Paul’s religion (Londres 1921); W. MUNDLE, Das religiöse Leben
des Apostels Paulus (Leipzig 1923); C. H. DODD, «The mind of Paul: (1) Psychological approach; (2)
Change and development»: BJRL 17 (1933) 91-105; 18 (1934) 69-110; E. FASCHER, «Paulus»: en PWSup
8 (1956) 431-466; A. P. DAVIES, The first christian. A study of St. Paul and christian origins (Nueva York
1957); A. BRUNOT, Saint Paul et son message (París 1958); H.-J. SCHOEPS, Paulus. Die Theologie des Apos-
tels im Lichte der jüdischen Religionsgeschichte (Tubinga 1959); F. AMIOT, Les idées maîtresses de saint
Paul (París 1959).
2
Cf. infra, p. 22s.
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17). Uno de los Doce, en el curso de la misión de Galilea, habría podido expre-
sarse exactamente del mismo modo. Podríamos plantear la analogía: Jesús ha
otorgado a sus misioneros el don de hacer milagros, y Pablo se apoya en sus
propios milagros y carismas. Y para Pablo, como para Jesús, el fundamento de
la pertenencia al cristianismo es la fe en el mensaje.
Es llamativa la analogía entre la actitud de Cristo y la del Apóstol con res-
pecto a la Ley judía. Jesús se sitúa por encima de la Ley, se remite a la estirpe de
los profetas, habla en nombre de Dios: «Se ha dicho a los antiguos, pero yo os
digo». Al igual que Cristo, pero por otras razones, Pablo proclama su superiori-
dad sobre Moisés. Cristo afirma que la Ley ha prescrito en parte: por ejemplo,
en cuanto al descanso sabático; Pablo obrará de igual modo. Los dos la consi-
deran como una economía inferior.
La crítica de la Ley provoca el antagonismo con el fariseísmo. La animo-
sidad de este partido de la estricta observancia contra Cristo domina nuestros
evangelios y no tiene comparación más que en el odio profesado a Pablo por los
judeo-cristianos de matiz fariseo. La parábola del fariseo y del publicano, en el
evangelio de Lucas, permite plantear la analogía con más amplitud. A pesar de
los «méritos» de sus obras, el fariseo no queda justificado (Lc 18, 14), mientras
que el publicano vuelve «justificado» a casa, debido a su humildad. Cristo habla
como Pablo7. Cristo y Pablo concuerdan, en principio, en orden a disminuir la
importancia de los sacrificios del Templo. Su piedad ha superado aquellos tos-
cos ritos8.
El evangelio se opone al particularismo judío. Jesús acoge a los más tara-
dos del pueblo, a los que son situados en el nivel de los incircuncisos, los
publicanos, los «pecadores», las mujeres de mala vida, los samaritanos. Exalta
la fe del centurión romano y la de la cananea. Las parábolas anuncian el lla-
mamiento de los gentiles. Sin embargo, no se nota que Pablo apoye su doctrina
en la de Cristo; habría podido hacerlo, pero le bastaba la conciencia de su mi-
sión. Aun así, ¿no se podría sospechar que se muestra tan audaz, y que posee
una confianza tan grande en la fuerza de su posición en el seno de la Iglesia pri-
mitiva, porque sabe que ningún jefe competente del cristianismo primitivo se
opondrá a una misión anunciada y ratificada por el mismo Jesús? ¿Habría
abierto el apostolado primitivo sus filas a Pablo, si Jesús mismo no se hubiera
mostrado benévolo con los paganos?
Jesús se reveló como Hijo de Dios. La experiencia misteriosa de relaciones
únicas con Dios ilumina toda su doctrina y en ella basa el cristianismo. En el ca-
7
Es posible que la redacción de Lucas haya subrayado el paralelismo.
8
Como el movimiento de espiritualización no es propio del cristianismo, solamente por esta com-
paración no se podría juzgar sobre la dependencia de Pablo con respecto a la enseñanza de Jesús.
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mino de Damasco, san Pablo vio «al Hijo de Dios» en su gloria. En adelante, hablará
de Dios como del «Padre de nuestro Señor Jesucristo»: la conciencia filial de Cristo
se la comunica el Espíritu y preside en lo sucesivo toda su vida religiosa. Cuando
Pablo reza a ese Dios, Padre de nuestro Señor Jesús, le llama «Abbá», Padre, repi-
tiendo el grito arameo que salió de los labios de Jesús. Invertir la perspectiva
histórica y pretender que los cristianos se hayan figurado la conciencia de Cristo
datando con anterioridad su experiencia de ser hijos de Dios, y que Pablo habría
sido el primero en esta experiencia, es empresa difícil que no se debe intentar.
Quedamos admirados de que el Apóstol, al apoyar su predicación en el
ejemplo de Cristo, no escoja sus rasgos en la historia de su vida, sino que recu-
rra a la humillación que fue la «kénosis», una renuncia momentánea a la gloria
anterior a la encarnación. Con todo, pensemos que la vida mortal de Cristo
Jesús fue el cumplimiento de su humillación y que en sus detalles revelaba la
humildad de una persona trascendente y el amor de Dios hacia nosotros. El
Hijo de Dios, imagen del Padre en su divinidad, se hizo nuestro modelo en su
humanidad; el modelo reproduce en el plano humano la imagen de Dios. Al ha-
blar de la humildad de la encarnación, Pablo no pierde de vista los ejemplos
concretos ni tampoco la enseñanza del Hijo de Dios que fue Jesús de Nazaret.
En este punto piensa como toda la comunidad cristiana, salvo que dará a su
pensamiento una expresión más teológica. San Juan expresará esta doctrina a
su manera, diciéndonos que el Hijo de Dios, al habitar entre nosotros, nos ha
«relatado» lo que ha visto en el seno del Padre (Jn 1, 18).
El relato de la Pasión, cuya liturgia servía de marco a la celebración de la
última Cena, da a entender que Jesús quiso y aceptó voluntariamente su muerte
redentora (1 Cor 11, 23-26). Esta persuasión era la de toda la Iglesia primitiva.
Pablo la recibió de la tradición apostólica y, en este punto, que es el fundamento
de su mensaje, no hace sino expresar lo que estimaba la comunidad cristiana
que era la conciencia de Cristo.
2. Pablo se unió a la comunidad primitiva desde los orígenes, en el mo-
mento en que los acontecimientos de la fundación de la Iglesia eran todavía
contemporáneos, y en el que la comunidad se volvía hacia un mundo nuevo
que se tenía que conquistar. Pablo vivió de cerca toda esta historia, y es su tes-
tigo insustituible.
La resurrección de Cristo será para siempre la base de la nueva religión.
No es paradójico decir que Pablo es nuestro mejor garante del hecho: «Si Cristo
no ha resucitado –afirmaba–, nuestro mensaje queda vacío de su sustancia,
vana es también nuestra fe» (1 Cor 15, 14). Todo este capítulo de la Primera carta
a los Corintios es un compendium de la doctrina cristiana de la resurrección,
teología, historia, apologética. El mensaje apostólico anunciaba, ante todo, la
resurrección de Cristo y su muerte, prevista por las Escrituras. Sepultado (con-
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Los fenómenos «espirituales» de la comunidad están íntimamente ligados a la celebración de la
Cena y las apariciones de Cristo resucitado. Por nuestra parte, combinamos los datos de la Didajé y
de Ap 22, 17 con 1 Cor 16, 22. La primera parte de la frase paulina recuerda a 1 Cor 12, 3, a propósito
de los carismas. Maranathá responde de algún modo al «Anathema Iesu» (ibid.).
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tiva de los Hechos: aquella persecución estaba ligada al mar de fondo producido en
las sinagogas de los judíos helenistas (Pablo era uno de ellos) por la predicación de
Esteban y los diáconos helenistas. La vocación de Pablo, en este punto de la evolu-
ción del cristianismo, no se disocia de la vocación de los gentiles. Incluso podemos
suponer que la actitud antilegalista de los cristianos helenistas le impresionó viva-
mente. La combatió, y quizá con tanta más aspereza cuanto que aquella actitud
zanjaba un problema que preocupaba a los fariseos helenistas10.
Es imposible disociar a Pablo del cristianismo primitivo. La historia de su
vida se enlaza con la de la Iglesia de Jerusalén y la de su expansión en el mundo
greco-romano. Su doctrina se ha injertado en el mensaje de los apóstoles, sus
predecesores. Sus disputas con los judeo-cristianos demuestran hasta la evi-
dencia que él era el personaje más destacado del mundo cristiano; formaba
parte de él a igual título que Pedro y que Santiago. Al mismo tiempo, se ve que
la comunidad cristiana primitiva constituía un todo orgánico, una secta fuer-
temente individualizada en el mundo religioso de la época.
¿Puede una secta sin fundador ser una realidad en este mundo? La origina-
lidad de la secta cristiana era grande; tan grande, que el carácter tan personal del
Apóstol no pudo desviarla de la línea general que seguía. ¿No es un signo de que,
en los comienzos del cristianismo, hay que colocar una personalidad más fuerte,
más original aún que la de Pablo? Suponer que Pablo hubiera hecho de nuevo y por
su cuenta, independientemente, la misma experiencia que Jesús, constituiría a la
vez un reto a las probabilidades y un desmentido a las afirmaciones de la historia
cristiana. La tradición de la comunidad, que conservó las enseñanzas de Cristo, y
las iluminaciones del Apóstol, se amalgamaron en la unidad de la obra divina.
2.2. Bajo el signo del judaísmo y del helenismo
Judío o griego, es el dilema que atraviesa toda la historia del trabajo cien-
tífico consagrado a san Pablo11. Vilipendiado por los judeo-cristianos como
demasiado heleno, Pablo había sido incomprendido a menudo por sus propias
Iglesias. Marción le había caricaturizado. «Es una figura complicada, un “pro-
blema” extremadamente difícil, y, sin embargo, por ello mismo, un hombre que
se impone y pone su sello a la historia universal»12. La escuela de Tubinga13 con-
10
Cf. W. G. KÜMMEL, «Jesus und Paulus»: ThBl 19 (I940) 209-231; G. SCHNEIDER, Kern-probleme des Chris-
tentums. Eine Studie zu Paulus, Evangelium und Paulinismus (Stuttgart 1959).
11
Cf. A. SCHWEITZER, Geschichte der paulinischen Forschung (Tubinga 1931), resumido en Die Mystik
des Apostels Paulus (Tubinga 1930); W. D. STACEY, The pauline view of man (Londres 1956) 3-55; H. J.
SCHOEPS, Paulus. Die Theologie des Apostels im Lichte der jüdischen Religionsgeschichte (Tubinga
1959) 1-42.
12
Cf. H. WINDISCH, Paulus und das Judentum (Stuttgart 1935) 7.
13
Epígonos de la escuela: H. Lüdemann, O. Pileiderer, K. Holsten, H. J. Holtzmann; cf. W. D. STACEY, op.
cit., 40-43.
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14
Más recientemente: W. L. KNOX, St. Paul and the Church of Jerusalem (Cambridge 1935); St. Paul and
the Church of the gentiles (Cambridge 1939); Some hellenistic elements on primitive christianity (Lon-
dres 1944); G. H. C. MC GREGOR - A. C. PURDY, Jew and greek: tutors unto Christ. The jewish and
hellenistic background of the N.T. (Londres 1937); M. POHLENZ, «Paulus und die Stoa»: ZNW 42 (1949)
69-98.
15
H. ST. J. THACKERAY, The relation of St. Paul to contemporary jewish thought (Londres 1900). Thacke-
ray ha descrito la retractación de O. Pfleiderer, convertido por el sistema de la «altsynagogalen
palästinischen Theologie» de Weber a la idea de que la clave de la teología paulina se encuentra en
el judaísmo.
16
W. WREDE, Paulus (Religionsgeschichtliche Volksbücher) (Tubinga 1904).
17
M. BRÜCKNER, Die Entstehung der paulinischen Theologie (Estrasburgo 1903); «Zum Thema Jesus und
Paulus»: ZNW 7 (1906) 112-119.
18
Grundlagen paulinischer Theologie (Tubinga 1929).
19
Hebrew psychology in relation to pauline anthropology (Nueva York 1909); The christian doctrine of
man (Nueva York 1911).
20
St. Paul and the mystery-religions (Londres 1913); St. Paul’s conception of the last things (Londres
1904).
21
Spirit, soul and flesh: the usage of pneËma, cuxÆ and sãrj in greek writings (Chicago 1915).
22
Christianity according to St. Paul (Cambridge 1927).
23
CF. W. D. DAVIES, Paul and rabbinic judaism. Some rabbinic elements in pauline theology (Londres
1948) 321.
24
Christus und Israel. Eine Auslegung vom Röm, 9-11 (Acta Jutlandica XXVIII, 3) (Copenhague 1956) 11.
25
The Pauline view of man (Londres 1956).
19
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Lucien Cerfaux
26
A. DEISSMANN, Paulus. Eine kultur-und religionsgeschichtliche Skizze (Tubinga 21925) 87-89.
27
W. C. VAN UNNIK, «Tarsus of Jerusalem, de stand van Paulus’jeugd»: MKA 15, 5 (Amsterdam 1951) [cf.
Studia paulina. In honorem J. de Zwaan (Haarlem 1953) 233] deduce de Hch 22, 3 que Pablo ha reci-
bido su primera educación en Jerusalén y que el arameo es su lengua materna; el rabinismo, su patria
espiritual.
28
Sobre Pablo y la exégesis rabínica, cf. G. KITTEL, Rabbinica (Arbeiten zur Religionsgeschichte des Urch-
ristentums, t. 1, c. 3) (Leipzig 1920); J. BONSIRVEN, Exégèse rabbinique et exégese paulinienne (París
1928); A. F. PUUKKO, «Paulus und das Judentum»: StudOr 2 (1928) 1-87; L. M. EPSTEIN, Sex-laws and cus-
toms in judaism (Nueva York 1948); H. J. SCHOEPS, Paulus (Tubinga 1959) 28-31.
29
Evidentemente es bilingüe y habla el arameo corriente; cf. Hch 21,40.
30
Esto prueba que su lengua usual era el griego [cf. P. WENDLAND, Die hellenistich-romische Kultur (Tu-
binga 1912) 354; T. R. GLOVER, Paul of Tarsus (Londres 1925) 143; A. DEISSMANN, Paulus 2 (Tubinga
1925) 99-101; J. BONSIRVEN, Exégèse rabbinique et exégèse paulinienne (París 1928) 37]. Ya sabemos
20
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3. Nuestro programa
El cristiano nace del plan de salvación de Dios. Es la coronación de su
plan, situado en la intersección del mundo actual, en trance de desaparecer, y
del mundo futuro, que se introduce ya con sus valores en el tiempo presente. El
todos los matices que deberían suavizar nuestra afirmación; cf. O. MICHEL, Paulus und seine Bibel
(Gütersloh 1929); E. G. ELUS, Paul’s use of the Old Testament (Edimburgo 1957); cf. W. D. STACEY, The
pauline view of man (Londres 1956) 32.
31
Die antike Kunstprosa, II (Tubinga 1918) 509s.
32
Hay que distinguir el empleo de términos jurídicos y la asimilación profunda de nociones jurídicas
o filosóficas. Para los términos y nociones técnicas, cf. O. EGER, Rechtsgeschichtliches zum Neuen Tes-
tament (Rektoratsprogram der Univ. Basel 1918) (Basilea 1919); W. STRAUB, Die Bildersprache des
Apostels Paulus (Tubinga 1937). Para la filosofía: R. BULTMANN, Der Stil der paulinischen Predigt und
die Kynisch-stoische Diatribe (Gotinga 1910); M. POHLENZ, «Paulus und die Stoa»: ZNW 42 (1949) 69-
104; A. J. FESTUGIÉRE, L’idéal religieux des Grecs et l’Évangile (París 1932) 264s.; H. ALMQUIST, Plutarch
und das N. T. (Upsala 1946). San Pablo no es ni jurista en derecho helénico, ni filósofo de profesión;
tampoco es un simple loro, sea cual fuere el sentido que los atenienses hayan dado a su injuria de
spermolÒgow (Hch 17, 18).
21
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Lucien Cerfaux
33
Cf. a este respecto W. SCHMITHALS, «Zur Abfassung und ältesten Sammlung der paulinischen Haupt-
briefe»: ZNW 51 (1960) 225-245.
34
H. J. SCHOEPS, Paulus (Tubinga 1959) 44, considera Col. como deutero-paulina (en razón de su ca-
22
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rácter gnóstico). Para las discusiones referentes a 2 Tes, véase B. RIGAUX, Saint Paul. Les Épîtres aux
Thessaloniciens (París 1956) 124-152.
23
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Libro Primero
La economía cristiana
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La intervención de Cristo
«Los apóstoles recibieron de Jesucristo que nos anunciaran el mensaje;
Jesucristo fue enviado por Dios. Cristo, pues, de parte de Dios, y los apóstoles
de parte de Cristo: ambas cosas fueron así conformes a la voluntad divina» (1
Clem 42, 1-2). La salvación cristiana, el orden nuevo, comienza con la misión de
Cristo, y continuará con el mensaje apostólico.
En el pensamiento de Clemente, el mensaje tiene por objeto el Reino es-
catológico1. Los evangelios sinópticos son mucho más matizados. No sólo
exponen la buena nueva del Reino anunciado en Galilea, sino que consideran
la muerte y la resurrección de Cristo como piezas maestras de la obra divina re-
alizada en Jesús. El evangelio joánico propone una síntesis que todavía une más
estrechamente la enseñanza de Cristo (considerada como revelación) y la ma-
nifestación esplendorosa de su muerte gloriosa. La teología paulina adquiere
un color propio, desde un comienzo, por la importancia atribuida a la resu-
rrección de Cristo y a su muerte, con detrimento, podría decirse, de su
enseñanza y de su encarnación (en el sentido de su entrada en el mundo hu-
mano, tomando carne semejante a la nuestra).
Se comprenderá la obra de Cristo, al modo de Pablo, encuadrándola en el
conjunto de un gran plan divino. El primer artículo describirá a grandes rasgos
la situación que precedió a la revelación cristiana. El artículo siguiente lo con-
sagraremos a la intervención «salvadora» de la pasión y de la resurrección. Estos
dos acontecimientos, unidos en la intención divina, inauguran «el tiempo cris-
tiano» que se debe concluir con la parusía.
1
Un análisis de 1 Clem 42, 3, donde aparece en estilo paulino la alusión a la resurrección
(plhroforhy°tew diå t∞w ãnastãsevw toË kur¤ou ≤m“n 'IhsoË XristoË) lleva a matizar estas fór-
mulas.
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Lucien Cerfaux
30
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lénico. Cf. asimismo E. NORDEN, Agnostos Theos, 125-140. O. Michel insiste en la dependencia de
Pablo con respecto a la apocalíptica. No deben negarse los contactos (Test. Nepht., 3, 4ss.; Apoc.
Bar., 54, 18), pero habría que preguntarse si la misma apocalíptica es deudora del judaísmo helé-
nico, o bien si no fluyen la corriente sapiencial y la corriente apocalíptica por cauces en que se
mezclan sus aguas; la primera, más griega; la segunda, más orientalizada. Para el judaísmo helénico,
se podría citar Sab 13, 1ss.; Orac. Sib., III, 8-45; JOSEFO, c. Ap., 2, 167; FILÓN, Op. Mundi, 7 ss.; Spec. Leg.,
1, 18ss. –El tema es estoico y muy popular (cf. P. RENARD, Le mysticisme cosmique dans le Corpus
hermeticum (Lovaina 1949). Cf. B. REICKE, «Natürliche Theologie nach Paulus»: SEA 22-23 (1957-
1958) 154-167; H. P. OWEN, «The Scope of Natural Revelation in Rom 1 and Acts XVII»: NTS 5
(1958-1959) 133-143.
5
Compárese con n“ dÅe›sorãatai en el hieros logos judío [cf. Recueil Lucien Cerfaux, I (Gembloux
1954) 72-73].
6
Recuérdese Sab 13, 5: «Pues de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a con-
templar a su Autor».
7
Conforme a su tendencia, O. Michel piensa en las obras y acciones de Dios en la creación y la histo-
ria [Der Brief an die Römer (Gotinga 1955) 54]. Sin embargo, aunque es helénico el tema (las palabras
éÒrata, poiÆmasin, nooÊmena, kayorçtai sugieren este origen), se trata ciertamente del mundo
creado que manifiesta a Dios.
8
En el C. Herm., Dios toma la iniciativa manifestándose con la voluntad de ser conocido; es una es-
pecie de revelación; no se ve a Dios con los ojos del cuerpo, sino con los ojos de la inteligencia
(to›w toË noË Ùfyalmo›w). E incluso es preciso que quiera hacerse perceptible a las inteligencias que
predestina (o›w ín aÈtÚw boulhyª fan∞nai); hay que pedir a Dios con este fin y luego él ilumina la
inteligencia (C. Herm., V, § 2, cf. P. RENARD, op. cit., 26). El Corp. herm. sólo conoce una tipo de visión
intelectual de Dios, que a la vez participa del conocimiento natural y del conocimiento por revela-
ción. La tradición del judaísmo separa el conocimiento natural y la revelación. Abraham consiguió
«ver» a Dios. No se afirma que fuera con los ojos del cuerpo, sino que se trataba de un privilegio que
le concedía una visión intuitiva, muy distinta de la visión intelectual que el intelecto bien dispuesto
puede recibir por gracia. Hay que notar también que el tema del conocimiento de Dios mediante las
obras, en el Antiguo Testamento (Salmos), se acerca más a la contemplación intuitiva que al razo-
namiento filosófico. El verbo kayorçtai de san Pablo también sugiere la contemplación.
31
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Lucien Cerfaux
de modo diverso9. Los hombres salidos de Adán, no sólo eran capaces de co-
nocer a Dios, sino que sólo paulatinamente se han desviado de su
conocimiento. E incluso entonces, en el seno de la idolatría general, el hombre
sigue siendo hombre y su inteligencia es capaz de descubrir a su Creador: este
don constituye su grandeza. Añádase que la filosofía humana era el instrumento
destinado a promover la búsqueda de Dios (1 Cor 1, 21).
Este punto tiene vital importancia para interpretar el paulinismo. No hay
derecho a afirmar que el hombre, después de su caída, es incapaz de alcanzar
a Dios, o que sólo le alcanza para rechazarle mejor10. El fracaso de la inteligen-
cia, del que habla Rom 1, 21 (la búsqueda de Dios se ha frustrado), tampoco es
tan radical que haya deformado a la naturaleza humana. Una reflexión juicio-
samente guiada podría también llegar al conocimiento de Dios. Pablo recurre
audazmente a la disposición natural de la inteligencia en el discurso de Listras
y en el del Areópago11. Cuando, al comienzo de Rom, descuidando los matices,
atribuye a la totalidad del género humano la ignorancia de Dios y los pecados
que de ahí se derivan, ¿no habrá en ello una generalización literaria? Toda pro-
posición general sufre excepciones y jamás se sabe hasta qué extremo la
excepción contradice la tesis abstracta. En el mismo contexto en que afirma la
universalidad del pecado, san Pablo enseña que los paganos que hayan tenido
el valor de obrar el bien y vivir conforme a su dignidad de seres religiosos, reci-
birán como recompensa la vida eterna (Rom 2, 7-16).
Por tanto, el orden de la creación continúa después del pecado original
y después de los abusos de la idolatría. Seguía persistiendo bajo la capa de pe-
cados que cubría a la humanidad. No desaparecerá tras la muerte y la
resurrección de Cristo. Así como en los orígenes se armonizaba con un primer
orden sobrenatural, coexiste también con el orden vinculado a la restauración
de Cristo. En otras palabras, el mundo en que viven los cristianos permanece,
bajo este punto de vista preciso, tal como salió de las manos de Dios. Los hom-
bres a quienes, por la razón que sea, no ha alcanzado el mensaje cristiano,
conservan la capacidad de conocer a Dios por medio de la contemplación de
sus obras. Los mismos cristianos siguen alabando a Dios por los beneficios de
la creación12.
9
Los tres primeros capítulos de Rom son paralelos a Sab 13ss.
10
No abordamos la cuestión muy especial del libre arbitrio «inclinado y atenuado» por el pecado ori-
ginal (cf. infra. p.363s.). No hay por qué decir que Dios ilumina la inteligencia. En cuanto ésta tiende
hacia Dios «persona» y, en consecuencia, prepara la salvación propiamente dicha (que es sobrena-
tural), la iniciativa divina ha precedido a la actividad humana.
11
Estos discursos representan, por lo menos, los temas clásicos difundidos en los ambientes paulinos.
12
1 Cor 10, 31; Col 3, 17. Para no complicar nuestra exposición, hemos dejado de ocupamos de una vi-
sión más profunda del orden de la creación, desarrollada en Ef-Col: Cristo era ya, en el comienzo de
todas las cosas, término, instrumento de la creación y revelación del plan divino.
32
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33
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Lucien Cerfaux
dos” por actuación humana, recordad que en aquel preciso momento estabais
sin Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel y extraños a las alianzas de la
promesa, sin tener esperanza, y sin Dios en el mundo» (Ef 2, 11-12). Esta sínte-
sis, única en la literatura paulina, responde muy bien a lo que esperamos. Todas
las consideraciones son de orden religioso, porque la «Constitución» (polite¤a)
de Israel es la de una ciudad religiosa. Todas las taras del paganismo tienen su
razón de ser en la negativa a reconocer a Dios y la invención de los ídolos17.
Como consecuencia, se extiende la inmoralidad, incorporada a la religión. Por
tanto, el paganismo se ha formado con estos elementos: la impiedad, negación
del verdadero Dios, la inmoralidad y la cólera de Dios18: «Pues se revela la ira de
Dios desde el cielo contra toda clase de impiedad e injusticia de los hombres,
que, con su injusticia, tienen maniatada la verdad» (Rom 1, 18).
Colectividad de hombres, bloque de pecados, responsabilidad del género
humano, son generalizaciones: en teoría, toda la humanidad es culpable del
abandono de Dios, y es castigada en su espíritu y en su carne. Los individuos po-
drán usar de su libertad, tanto para pactar con la actitud general del género
humano, como para observar las disposiciones de la voluntad divina. Sin esto,
el juicio que Pablo anuncia19 no tendría sentido. Por lo tanto, es preciso distin-
guir instituciones que pesan duramente sobre las costumbres, de una
posibilidad de liberación personal.
Hay un pasaje en 1 Cor que hace recaer sobre el paganismo una condena
más severa. En él se escucha la reprobación del Antiguo Testamento y de cier-
tas corrientes del judaísmo. En realidad, el paganismo es el culto de los
demonios (1 Cor 10, 20). Los banquetes sacrificiales unen con los demonios y
esta unión se concibe de un modo muy realista20. Al mismo culto están ligados
los desenfrenos sexuales (1 Cor 10, 7-8).
2. La responsabilidad de las filosofías humanas se encuentra comprome-
tida en estos orígenes del paganismo. Según 1 Cor 1, 21, la «sabiduría» humana,
es decir, la filosofía, estaba encargada de guiar a los hombres al conocimiento de
Dios21. La carta a los Romanos alude a la misma teoría (1, 21-22)22, que responde
17
¿Acaso piensa Pablo que Dios ha preservado desde un comienzo una parte de la raza humana por
medio de designaciones (de «elecciones») sucesivas en el linaje de los patriarcas? Pero no hay hue-
lla de que se remonte más allá de Abraham. Abraham es el que fue segregado primero.
Probablemente Pablo se representa la vocación de Abraham como lo hace Filón de Alejandría: Abra-
ham, en medio de un pueblo que no conoce a Dios, llega al conocimiento del verdadero Dios. Sin
embargo, el tema propiamente filoniano (descubrimiento de Dios por la astronomía) no encajaría
con el Apóstol.
18
Cf. E. BORNKAMM, «Die Offenbarung des Zornes Gottes»: ZNW 34 (1935) 239-262.
19
Cf. Rom 2, 12-16.
20
Compárese con la unión sexual de la prostitución, 1 Cor 6, 16-20.
21
ÉEpeidØ... oÈk ¶gnv ı kÒsmow diå t∞w sof¤aw tÚn yeÒn. Sof¤a forma antítesis con mvr¤a toË
34
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khrÊgmatow. El sentido parece correctamente fijado por el contexto y Rm 1, 21. Cf. los comentarios
de E.-B. ALLO, Première épître aux Corinthiens (París 1935) y de J. WEISS, Der Erste Korintherbrief (Krit.-
exeg. Kommentar) (Gotinga 1910) ad loc.
22
ÉEmatai≈yhsan §n to›w dialogismo›w aÈt«n... fãskontew e‰nai sofo¤...
23
Rom 1, 32; 2, 3 (según una exégesis plausible).
24
Cf. supra, p.31-32. La comparación con los mitos del judaísmo sobre la caída de los ángeles hace
que identifiquemos a los malos ángeles con las Potestades que revelan la filosofía de este mundo (1
Cor 2, 6). La unión de los ángeles y las mujeres engendra malos espíritus que inducen al hombre al
culto idolátrico [Hen 19, 1; Bar 4, 7; cf. G. B. CAIRD, Principalities and powers. A study in pauline the-
ology (Oxford 1956) 67]. Por otra parte, esos mismos ángeles están en el origen de la revelación ilícita
de los misterios.
25
Las invectivas contra la idolatría se multiplican a lo largo de las cartas. Los paganos están «sin Dios»
en el mundo, no conocen a Dios (1 Tes 4, 5; Gál 4, 8; Ef 2, 12), no adoran al Dios vivo y verdadero (1
Tes 1, 9); se han hecho extraños a la vida de Dios (Ef 4, 18) (en un contexto paralelo al de Rom 1, 21ss.,
pero trastocado, el rechazo a conocer a Dios se convierte en negativa a participar de su vida). Los pa-
ganos adoran dioses que no lo son por naturaleza (Gál 4, 8), supuestos dioses (1 Cor 8, 5). Han
multiplicado esos dioses falsos a los que llaman dioses y señores, buscándolos en el cielo y en la tie-
rra (1 Cor 8, 5). En concreto: ídolos mudos (1 Cor 12, 2), dioses antropomorfos de los griegos o
zoolatría egipcia (Rom 12, 2), dioses astrales (1 Cor 8, 5), culto de los soberanos (1 Cor 8, 5; proba-
blemente 2 Tes 2, 4), Pablo alude a todas estas formas de una idolatría, siempre la misma, que traslada
a las criaturas el homenaje debido al único creador (Rom 1, 25).
26
H. J. SCHOEPS, Paulus (Tubinga 1959) 174-230, analiza ampliamente la doctrina de san Pablo sobre la
35
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Lucien Cerfaux
Ley. Le censura, ante todo, por haber desconocido el alcance de la alianza y ello porque Pablo ha re-
accionado como helenista, siguiendo los pasos de la versión de los LXX. Y es verdad. Pero, ¿podía
exigirse a san Pablo una crítica histórica de la Ley de Moisés? La libertad, que él tenía la misión de
garantizar a los cristianos de la gentilidad, estaba amenazada, no sólo por el concepto que un doc-
tor palestino se formaba de la Ley, sino también por el de los judíos de la diáspora. Por otro lado,
admiramos la verdadera simpatía con que Schoeps aborda, como historiador, los problemas del
paulinismo. ¿Acaso la simpatía decisiva es imposible a menos que se penetre en el interior del espí-
ritu profético que animaba al Apóstol?
27
P. BLÄSER, Das Gesetz bei Paulus (NTAbh XIX, 1-2) (Münster 1941); W. GUTBROD, «nÒmow»: en TWNT, IV,
1061s.
28
Nótese la fórmula del v. 21: ka‹ plhroforhye‹w ˆti ˘ §pÆggeltai dunatÒw §stin ka‹ poi∞sai. Cf. J.
HUBY, Saint Paul. L’Épître aux Romains (Verbum Salutis) (París 1957) 177s.; ST. LYONNET, «La valeur so-
tériologique de la résurrection du Christ selon saint Paul»: Greg 39 (1958) 296s. (apoyándose en
Orígenes).
36
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la fe». La Ley de los preceptos fue promulgada por los ángeles (a los que san
Pablo llegará a identificar con los elementos del mundo); las fórmulas anun-
ciadoras de Cristo y de la justicia cristiana proceden del Espíritu profético.
c) Pablo hace justicia a la Ley cuando dice de ella que es espiritual y que
tiene por término a Cristo, o bien cuando afirma que la religión de la fe no la
abroga, sino al contrario, le da su justo valor29; o también cuando escribe que la
Ley contiene los oráculos de Dios y que apuntaba ya a los tiempos cristianos.
Por tanto, la institución mosaica era bivalente. Contenía en sí las prome-
sas del futuro que los profetas desarrollarían y a las que Cristo daría
cumplimiento. Pero por su carácter nacional y legalista estaba llena de peligros.
¿Es justo reprochar a san Pablo por haber pagado con la misma moneda a sus
adversarios judaizantes y por haber puesto de relieve y con insistencia las de-
bilidades reales de la vieja religión de su pueblo, para garantizar la libertad de
sus iglesias?
3. Pablo ha releído la historia sagrada a la luz de la fe cristiana. Ha tratado
de distinguir lo que se refería al Israel de Dios, espiritual, y lo que concernía al
pueblo terrestre y carnal.
a) Con Abraham, Dios se escogió un pueblo que prepara a Cristo. La cir-
cuncisión era el signo carnal de la pertenencia a la raza predestinada. El
principal título de gloria de los judíos (hebreos, israelitas) consistirá en ser los
descendientes de Abraham y llevar en sí las promesas espirituales. Pablo ha par-
ticipado del orgullo de todo su pueblo (Flp 3, 4-5). La descendencia carnal va
unida, sin embargo, a una libertad de elección: los verdaderos hijos de Abra-
ham y, por lo mismo, de Dios, no son simplemente los que nacen según la carne,
sino los hijos de la promesa (Rom 9, 8). Pablo llegará hasta el fin de su pensa-
miento: los cristianos constituyen la verdadera descendencia. Ellos son la
verdadera circuncisión; la promesa se había hecho en favor de Cristo: los que
pertenecen a Cristo son la raza elegida30. Cuando nació Isaac, el hijo de la pro-
mesa, era ya, en figura, el Cristo que resucitaba. La fe de Abraham, preludio de
la de los cristianos, se orientaba ya a la resurrección.
b) La promesa, pues, pasa por encima de la cabeza del pueblo judío para
realizarse de derecho en el pueblo cristiano. Sin embargo, Rom 11, 13-32 da un
sentido distinto. La descendencia carnal tiene tal importancia que los judíos
son «por naturaleza»31 y, por lo mismo, de derecho, miembros del Israel nuevo
29
NÒmon oÔn katargoËmen diå t∞w p¤stevw; mØ g°noito, éllå nÒmon ¤stãnomen (Rom 3, 31).
30
Véase L. CERFAUX, «Abraham, père en circoncision des gentils», en Mélanges E. Podechard (Lyon 1945)
57-62 [=Recueil Lucien Cerfaux, II (Gembloux 1954) 333-338].
31
Compárese Gál 2, 15 y Rom 2, 27; 11, 21-24.
37
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Lucien Cerfaux
y espiritual. Es un eco de la teoría nacional del judaísmo. De este modo, las fór-
mulas paulinas oscilan hacia la izquierda o hacia la derecha. Adquieren su
equilibrio en la tesis de una preferencia concedida al judaísmo por razón de los
Patriarcas (Rom 11, 28). Los judíos resultan mejorados; Dios ha respetado su
privilegio. Les debía la salvación, no sólo por misericordia, sino porque sus
dones y su elección les creaban un derecho (Rom 11, 29). El mismo Cristo se ha
inclinado ante su elección y se ha hecho ministro de la circuncisión. Los após-
toles, en cuanto judíos, son fundamento de la Iglesia. Se hallaban representados
simbólicamente con la Iglesia apostólica de Jerusalén por aquellos siete mil
hombres que no doblaron la rodilla ante Baal, en tiempos de Elías32. Pablo
mismo, el apóstol de los gentiles, es un judío y ha recibido su cargo en calidad
de judío33. Resume los privilegios del judaísmo en Rom 9, 4: su título de israeli-
tas y de hijos de Dios, la gloria, los testamentos, la legislación, el culto, las
promesas, los patriarcas; Cristo pertenece a su raza, hijo de Abraham e hijo de
David. Pero estos privilegios no son absolutos. La restricción que apunta a
Cristo («según la carne» Rom 9, 5) se aplica, con las debidas proporciones, a los
demás privilegios. Cristo, según el Espíritu, por su resurrección, escapa al in-
flujo de una raza. La gloria y el culto antiguo son imperfectos, a la vista de las
realidades perfectas que poseerán los cristianos. Los testamentos y las prome-
sas no son más que hipotecas sobre el porvenir cristiano.
c) La Ley de Moisés ha situado a los judíos por encima de los pueblos pa-
ganos. El mundo greco-romano reconocía en ocasiones que el monoteísmo y la
moral de los judíos superaban su propia cultura. Pablo reconocía que habían
sido los educadores del género humano. La Ley es espiritual –añadía–, enten-
diendo con ello que era obra divina. Pero, al mismo tiempo, era el código de un
pueblo semita, una constitución nacional, semejante a muchas otras. Al Após-
tol le era fácil menospreciarla. Sus reproches, aunque voluntariamente severos,
daban en el blanco. La legislación mosaica constituía un retroceso con respecto
a la religión de Abraham. Para conseguir educar a su pueblo, Moisés se había
visto obligado a someterlo a múltiples preceptos. Y todos éstos no tenían idén-
tico valor. Pablo había notado la analogía del culto y de las prácticas mosaicas
con ciertas costumbres burdas de los pueblos paganos, y atribuía su introduc-
ción en la legislación a la intervención de Moisés, el mediador que debía tener
en cuenta las deficiencias de su pueblo, y a la influencia de las Potestades en-
cargadas del gobierno del mundo. ¿No está ahí la maravillosa clarividencia de
un hombre religioso, a quien la inspiración cristiana ha sabido colocar por en-
cima de las apreciaciones de su raza y de su tiempo?34
32
Rom 11, 4-5.
33
El argumento se esboza en Rom 11, 1: «Pues también yo soy israelita, descendiente de Abrahán, de
la tribu de Benjamín».
34
Pablo no tiene la noción de una evolución que poco a poco haría elevarse a la religión del Antiguo
38
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4. Por tanto, san Pablo ha emitido sobre la institución judía un juicio mo-
derado y matizado. Ha evitado las posiciones extremas: la que se convertirá en
marcionismo y gnosticismo, y la de los judeo-cristianos. No ha consentido que
se atribuyera el Antiguo Testamento a un dios inferior o a un demonio; pero no
ha dudado en colocar a Cristo por encima de los ángeles, de las Potestades y de
Moisés.
La institución mosaica, sin dejar de ser divina, perdía su valor absoluto.
Con un rasgo genial, Pablo ha transferido al «testamento», otorgado a Abraham
y conservado bajo el régimen de la Ley, el dato permanente de la revelación. El
pacto mosaico propiamente dicho se hacía secundario y provisional, y se po-
dían reconocer sus imperfecciones humanas. Se podía admitir que, en algunas
de sus disposiciones, la Ley había caducado. Pablo no dejó de afirmar, por en-
cima de todo, que la institución, con sus imperfecciones, se orientaba a Cristo.
Este arbitraje sobre el Antiguo Testamento permitía legar al pueblo cris-
tiano la Biblia de los judíos Fue un servicio inestimable que, en la práctica,
salvaguardará el monoteísmo y la moralidad de las jóvenes Iglesias del mundo
pagano.
39
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fórmula prvtÒtokow §k t«n nekr«n y la del Ap prvtÒtokow t«n nekr«n. La expresión de Pablo in-
dicaría que Cristo debe a su resurrección un privilegio de primacía sobre todos los demás muertos.
El Apocalipsis añade al título de «primogénito de entre los muertos» este otro: príncipe de los reyes
de la tierra. Pablo enseña además que la resurrección es el origen del Señorío universal de Cristo, que
se extiende a los muertos y a los vivos (Rom 14, 9); y cf. Rom 1, 4, la fórmula §j énastãseow
nekr«n señalaba el punto de partida de la función de santificador. En todo caso hay que conservar
en Col 1, 18 la lectura común (con §k) contra P45, S*, Ir., que probablemente buscan la uniformidad
con 1 Cor 15, 20 y Ap 1, 5, y suprimen la preposición.
38
Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicias de los que reposan (éparxØ t«n kekoimhm°nvn).
39
La cristología del cristianismo naciente se traba primero, con toda naturalidad, con la escatología
judía, en la cual, en la época neotestamentaria, el mesianismo político (escatología política) com-
petía con una escatología dualista, apocalíptica, con un Mesías trascendente. Cf. H. J. SCHOEPS, Paulus
(Tubinga 1959) 85-95. La segunda corriente influye especialmente en la comunidad cristiana; sin
embargo, la primera aflora en la tradición evangélica y sigue siendo perceptible en las fórmulas que
hablan de la soberanía de Cristo.
40
ToÁw koimhy°ntaw diå toË ÉIhsoË (1 Tes 4, 14).
40
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41
La escatología anticipada sólo es escatología de manera parcial en la medida en que se la comprende
como presente actualmente en un mundo que no se halla aún en la escatología.
42
La gloria pertenece primeramente al ciclo de pensamiento primitivo escatológico.
41
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43
Cf. J. PÉPIN, Mythe et allégorie. Les origines grecques et les contestations judéochrétiennes (París 1958)
58 (con bibliografía).
44
Véase acerca del posible desarrollo del pensamiento paulino H.. J. SCHOEPS, Paulus (Tubinga 1959)
98s. Para Qumrán, cf. Dam 7,6 y par. 19, 1-2; 20, 22; S 4, 22; 11, 8; Hod 3, 22-23; 11, 12; 4Q pPs 37, 2, I.
Estos pasajes evocan más una vida en el más allá que una resurrección.
42
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45
Cf. la fórmula equivalente de hecho de Flp 3, 21: «El Señor transformará nuestro pobre cuerpo en uno
a imagen de su cuerpo esplendoroso».
46
Cf. G. WIENCKE, Paulus über Jesu Tod (Gütersloh 1939); E. LOHSE, Märtyrer und Gottesknecht. Unter-
suchungen zur urchristlichen Verkündigung vom Sühntod Jesu Christi (Gotinga 1955); E. SCHWEIZTER,
Erniedrigung und Erhöhung bei Jesus und seinen Nachfolgern (Zurich 1955); L. RICHARD, Le Mystère
de la rédemption (París 1959); A. FEUILLET, «Mort du Christ et mort du chrétien d’apres les épîtres
pauliniennes»: RB 66 (1959) 481-513; A. KASSING, «Der Tod im Leben des Christen nach dem Apostel
Paulus»: LuM 25 (1959) 7-21.
47
La muerte de Cristo ocupa aún mucho espacio en la síntesis de la carta a los Romanos consagrada
a la justificación. El pecado que sumerge a la humanidad debe ser expiado, el bautismo une a la
muerte de Cristo, etc. No obstante, una vez realizada la reconciliación con Dios por la cruz, la vida
43
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triunfa, y la vida tiene como fuente la resurrección de Cristo (Rom 5, 10. 21; 6, 4; etc.).
48
En un párrafo sintético, H. J. Schoeps enumera como temas judíos correspondientes al tema cris-
tiano: el sufrimiento expiatorio de los justos; el sufrimiento del Mesías; el sacrificio de Isaac [Paulus
(Tubinga 1959) 129-159]. El tema de la tribulación mesiánica, en el judaísmo, no ha de confundirse
con el del sufrimiento del siervo de Isaías. El siervo es una figura profética que reúne en sí los rasgos
del sufrimiento de los justos y de los profetas. Su valor religioso puro y profundo servirá para espi-
ritualizar la figura del Mesías. Pero, ¿no habrá que reservar sólo al cristianismo el mérito de esta
espiritualización? Cf. V. DE LEEEUW, De Ebed Jahweh-Profetieën (Assen 1956) 5-22.
49
Esta idea de la muerte del Mesías para expiación de los pecados estaba poco representaba en el ju-
daísmo. Cf. J. G. MACHEN, The origin of Paul’s religion (Londres 1921) 196; E. SCHÜRER, Geschichte des
jüdischen Volkes im Zeitalter Jesu-Christ, II (Leipzig 41907) 648-651.
44
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50
Diå tØn dika¤vsin ≤m«n. El sustantivo «justificación» no expresa suficientemente el matiz de ac-
ción de dika¤vsin. El término sólo aparece aquí y en Rom 5, 18, donde es precisado con el genitivo
zv∞w «justificación de vida», es decir, vivificación.
51
La afirmación contraria es un dogma de la escuela de la historia de las religiones, según la cual Pablo
simplemente ha predicado a Cristo elevado a la gloria, identificado con el Espíritu, basando así su
teología en la mística del helenismo. Cf. R. BULTMANN, «Die Bedeutung des geschichtlichen Jesus für
45
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die Theologie des Paulus»: ThBl 8 (1929) 137-151; A. SCHWEITZER, Die Mystik des Apostels Paulus (Tu-
binga 1954) 159-174; H. J. SCHOEPS, Paulus (Tubinga 1959) 49-5I.
52
Cf. K. KARNER, «Die Stellung des Apostels Paulus im Urchristentum»: ZST 14 (1937) 142-193; W. G.
KÜMMEL, «Jesus und Paulus»: ThBl 19 (1940) 209-231; R. BULTMANN, Theologie des Neuen Testaments
(Neue Theologische Grundrisse) (Tubinga 1953) 43-54; 183-186; J. CAMBIER, Connaissance charnelle
et connaissance spirituelle du Christ par saint Paul dans 2 Cor 5, 16, en Littérature et Théologie Pau-
liniennes (Recherches Bibliques V) (Tournai 1960) 72-92.
46
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quien por la misericordia del Señor es digno de crédito» (1 Cor 7, 25)53. Cuando
quiere exponer su derecho a vivir como los demás apóstoles, a expensas de las
Iglesias, también se apoya en el Señor que «ordenó a los que anuncian el Evan-
gelio que vivieran del Evangelio» (1 Cor 9, 14).
Nótese en estas fórmulas la regularidad del uso de «Señor». Jesús legisla
en cuanto soberano, Señor, emperador (kÊriow equivale aproximadamente en
aquella época en oriente, a kaisãr). Con toda evidencia, Pablo se refiere a pa-
labras de Cristo conservadas en la tradición evangélica. Efectivamente, Jesús
proclamó la indisolubilidad del matrimonio; recomendó –pero no mandó– la
castidad por el Reino. Dio reglas a los predicadores del Evangelio. Por tanto, sus
palabras son para Pablo, órdenes, decretos comparables a los de los empera-
dores54. Son leyes constitutivas del Reino que Cristo fundó.
Esta es la concepción de toda la comunidad cristiana. Jesús, el Hijo de
Dios, gozaba en su vida terrestre del poder inherente a su dignidad. Normal-
mente no lo ejercía: había tomado «la forma de siervo. Pero lo reivindica en
muchas ocasiones, especialmente en la institución de los Doce, cuando pone
los fundamentos de la Iglesia. Para los sinópticos, Jesús es el Hijo del hombre
presente en la tierra en misterio, pero con derecho a usar anticipadamente de
su autoridad55.
Cristo no renueva sus decretos después de su resurrección, no les con-
cede en ese momento un valor que no hayan poseído anteriormente. El final
de Mt reproduce exactamente la opinión común: «Por tanto, id; a todas las na-
ciones... enseñándoles a guardar todo lo que os mandé (§neteilãmhn) (Mt 28, 19
s): las disposiciones que Cristo ha prescrito en su enseñanza (la del Evangelio)
son por sí mismas obligatorias; la declaración que precede: «Se me dio toda au-
toridad en el cielo y sobre la tierra» (Mt 28, 18) no se refiere exclusivamente a la
situación creada por la resurrección (cf. Mt 11, 27), sino que alberga ya con su
autoridad las enseñanzas de Galilea.
Si no es la resurrección la que otorga autoridad a las palabras de Jesús,
con menos razón lo será su elevación a la gloria. No es posible alegar excep-
ción, por lo que atañe a la doctrina de Pablo, en favor del título de «Kyrios»,
porque éste no designa expresamente a Cristo en cuanto glorificado: Jesús era
ya, en vida, el «Señor Jesús».
53
Hemos señalado una analogía con este empleo paulino de §g≈ opuesto a kÊriow, en la «inscripción
llamada de Nazaret». Para el vocabulario jurídico de los mandatos, véase especialmente F. DE VISS-
CHER, «L’inscription funéraire dite de Nazareth»: RIDA 2 (1953) 285-321. Cf. L. CERFAUX, «L’inscription
funéraire de Nazareth à la lumière de l’histoire religieuse»: RIDA. 5 (1958) 347-363.
54
Cf. L. CERFAUX, art. cit.
55
Cf. especialmente Mc 2, 10 y paralelos.
47
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56
Compárese con la fórmula que Pablo emplea en otro caso análogo, 1 Cor 15, 3: par°dvka går
Ím›n §n pr≈toiw ˘ ka¤ par°labon. Es evidente que esta tradición se ha formado entre los discípu-
los inmediatos de Cristo. Sin embargo, Pablo dice de una manera general: la tradición que yo he
recibido. Poco importa que la haya recibido de Cefas o de algún otro: es una tradición que tiene
fuerza de ley.
57
Este papel es tanto más notable cuanto que los griegos se habrían mostrado más sensibles a la efi-
cacia de los ritos sacramenta1es.
48
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había sido inaugurada por Cristo. Mientras que Juan reclutaba sus discípulos
por medio de un bautismo, Cristo les llamaba exclusivamente por medio del
mensaje del Reino, y los apóstoles habían sido elegidos para propagarlo. La obra
apostólica, después de la resurrección, vuelve a trabarse con la que había sido
inaugurada en vida de Jesús. Históricamente, Pablo se unió a aquel movimiento.
¿Cómo hubiera podido ignorar él que la revelación de Damasco, al enviarle a
predicar a los Gentiles, le convertía en emulador de los Doce y en el continua-
dor de la evangelización de Jesús en Galilea?
2.5. Conclusión
Históricamente, el mensaje cristiano tuvo como primer objeto la muerte re-
dentora y la resurrección de Cristo Jesús. Pablo no ha innovado nada al insistir
en este aspecto del cristianismo. Ha insistido en ello más que nadie, puesto que
toda su síntesis teológica se encuentra profundamente marcada por ese aspecto.
Sin embargo, la vida de los cristianos paulinos, tal como la practicaban los
fieles, seguía siendo una imitación de Cristo; se seguían las enseñanzas y los
ejemplos de su carrera mortal. Creemos que Pablo no es una excepción en el as-
pecto que se quiere hacer ver. Cuando ordena a sus cristianos: imitadme como
yo imito a Cristo, no olvidará que Cristo era para él un personaje al que estaba
adherido con las fibras de su corazón humano, el fundador del Reino de Dios
sobre la tierra, el legislador de la Iglesia y el primer revelador, por sus ejemplos,
de las virtudes que Dios imponía a la nueva generación.
3. El orden cristiano
La mediación de Cristo introduce en este mundo el orden cristiano. Éste
se delinea en el fondo del cuadro, que es el conjunto del cosmos: el mundo ma-
terial, los seres invisibles, el género humano. Un párrafo introductorio habla
con brevedad del mundo material y de las Potestades cósmicas. A continuación
tratamos de definir el orden cristiano en sus grandes líneas.
3.1. El cosmos
3.1.1.El mundo material
San Pablo participa de la fe del mundo judío, que es la de Jesús y la de la
comunidad primitiva: Dios es el creador del cosmos, de lo visible y de lo invisi-
ble. Las cosas visibles, en consecuencia, son «buenas». El mal no se identifica
con la materia. La «carne» sólo llega a ser «mala» cuando el hombre consiente
en sus solicitaciones; éstas no son más que flaqueza. El que se encuentren
orientadas como por naturaleza hacia los goces sensuales y groseros no es, en
sí, el mal; el mal nacerá del consentimiento de la voluntad libre y quedará ca-
racterizado por un desorden.
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Belial (13, 2. 4. 11; 14, 9) y sus ángeles (1, 15; 13, 12). Cf. las intervenciones de Belial en CDam 4, 13-
15; 5, 18; 8, 2 par. 19, 14 y sus apariciones, más bien literarias, en S 1, 18.24; 2, 19 y 4Q Flor 1, 8 s.
63
Gál 4, 3. 9; Col 2, 8. 20.
64
Sobre los stoixe›a, cf. bibliografía en W. BAUER, Wörterbuch zum Neuen Testament (Berlín 51958) s. v.
51
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su Creador. Los «Príncipes» del siglo presente, en los que fácilmente se recono-
cen las Potestades, han sido los maestros de los griegos en filosofía (1 Cor 2, 6);
bajo su instigación, la filosofía humana ignora la sabiduría de Dios e inventa la
idolatría (Rom 1, 21-23).
Tomándolo de la Biblia, san Pablo enseña que los demonios se ocultan de-
trás de los ídolos: los sacrificios paganos «se dirigen a los demonios y no a Dios»65.
La teoría tiene paralelos en el helenismo (sacrificios ofrecidos a los dioses infe-
riores, los daimones); pero los demonios de san Pablo son seres espirituales, en
quebrantamiento de destierro, que han invadido la jurisdicción de Dios66.
Los ángeles, a los que Pablo, en su polémica, identifica con los «elemen-
tos del mundo», han intervenido en la promulgación de la Ley judía.
3. Dos temas principales atraviesan la teología de las Potestades; será más
prudente conservarles una autonomía relativa. Las Potestades se han opuesto
a la obra de Dios. Ellas manejaron los hilos en la Pasión hasta crucificar a Cristo
sellando así su propio destino. Cristo las ha arrojado lejos de sí, las ha sujetado
a su carro triunfal (Col 2, 15). Su poder, en adelante, está a punto de hundirse.
Su caída será completa en el día de la Parusía (1 Cor 15, 24). Este primer tema
es una variante del combate escatológico. El rasgo extraño de la ignorancia de
las Potestades (1 Cor 8, 6)67 podría servir de puente entre el combate escatoló-
gico y un tema de revelación. El plan de salvación de Dios es un misterio cuyo
conocimiento estaba reservado a los tiempos cristianos; ha estado oculto a los
Principados y a las Potestades (Ef 3, 5-11)68. Su revelación se hace por Cristo y
su Iglesia, y las Potestades reciben su manifestación; una participación de co-
nocimiento entraña la de los privilegios del orden sobrenatural. El conjunto de
la creación ha entrado así en el orden de su destino primitivo: todo, en el cielo
y en la tierra, había sido creado en Cristo y para él; por la muerte de Cristo se ha
realizado la gran pacificación: Cristo ha sido reconocido por todos los seres (Col
1, 16-20).
65
Dt 32, 17; Sal 105, 37.
66
1 Tim 4, 1, establece el nexo entre demonios y «espíritus» (pneÊmasin plãnoiw); distinguimos como
un eco del mismo vocabulario en 1 Cor 12, 2: los ídolos mudos, hacia los cuales los corintios, paga-
nos aún, caminaban a la deriva en transportes extáticos, que pertenecen al mundo de los espíritus
y de los demonios.
67
Proponemos la identificación de los «Príncipes del mundo» de 1 Cor 2, 6 con los Principados y Po-
testades de Col 2, 15. Además de la semejanza de la expresión que les designa (Príncipes de este
mundo, Principados), el verbo katarg°v tan familiar a Pablo para significar una abolición de poder
que lleva a la liberación del hombre (cf. Heb 2, 14-15) es como la firma de la afinidad de los dos pa-
sajes. El combate escatológico de 1 Cor 2, 6, está anticipado sobre la cruz en Col.
68
La comparación entre Ef 3, 5-11; Col 1, 26; Rom 16, 25, garantiza esta afirmación. Probablemente
hay que dar a afi«new de Col 1, 26 un sentido concreto. Los «eones» son a las Potestades lo que las «ge-
neraciones» son a los hombres.
52
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Los dos temas tienen origen diverso: uno, traspone la lucha escatológica;
el otro, se desarrolla partiendo de las ideas de misterio y de revelación. Es posi-
ble, por tanto, que hubiera que entender de manera distinta las Potestades que
intervienen: Potestades en rebeldía contra Dios, en el primer caso; Potestades
simplemente privadas de la luz de Dios, en el segundo. Cuando la teología cris-
tiana construya su síntesis, se sentirá impulsada a identificar las Potestades del
primer tema con los malos ángeles; a las del segundo, con los buenos.
En cuanto a Pablo, no tiene la misión de revelar las verdades doctrinales
referentes a los ángeles o a las Potestades. No les hace intervenir sino en cuanto
que su papel ilustra el triunfo de Cristo y su victoria sobre el paganismo69. Un
pasaje de Ef es revelador de su falta de curiosidad por especulaciones de este
tipo: tras haber enumerado Principados, Potestades, Virtudes, Dominaciones,
añade «y de todo título existente no sólo en este mundo, sino también en el ve-
nidero» (Ef 1, 21). Lo que le interesa es que Cristo sea ensalzado por encima de
todos los seres angélicos70.
El alcance de las afirmaciones de san Pablo dependerá, debidamente
sobre todo, de su origen. Las que provienen del Antiguo Testamento o del ju-
daísmo habitual le gustan más que las especulaciones de las sectas judías
públicamente disidentes y, sobre todo, más que las de los ambientes sincretis-
tas paganos. El teólogo deberá recordar asimismo que la síntesis dogmática
depende de la totalidad de la revelación.
3.2. Período de transición
l. La resurrección de Cristo, cuya buena nueva nos trae el mensaje, marcó
el comienzo del siglo futuro, o, si se prefiere, su primera realización, todavía
parcial, y, por tanto, decisiva. Por eso, entre el siglo presente y la parusía, se in-
tercala el siglo cristiano como período de transición71.
La resurrección de Cristo apareció primeramente como un átomo del
siglo futuro caído en nuestro mundo, como la piedra desgajada sin manos hu-
manas del monte celeste, en la visión del Libro de Daniel (2, 34-35); la
resurrección introducía en el mundo un nuevo elemento que asemejaba al
tiempo actual con una pausa, en la expectativa del acontecimiento decisivo que
será la resurrección general72.
69
La misma ausencia de precisión por lo que se refiere a los seres inmateriales en Flp 2, 10; 1 Tim 3,16.
70
La comparación se realiza con el desprecio de que hace alarde hacia el culto de los ángeles; cf. Col
2, 18.
71
Cf. J. MOUROUX, «Structure du présent chrétien»: RSR 44 (1956) 1-24.
72
Cf. G. DELLING, Das Zeitverständnis des Neuen Testaments (Gütersloh 1940); O. CULLMANN, Christ et le
temps (Neuchatel 1947): trad. esp. Cristo y el tiempo (Madrid 2008).
53
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73
El término xrÒnow es poco frecuente en san Pablo: siete veces en las cartas. E incluso si se hace caso
omiso de las expresiones comunes «algún tiempo» (1 Cor 16, 7), «todo el tiempo que» (Rom 7, 1; 1 Cor
7, 39; Gál 4, 1), sólo queda como testigo de un empleo más técnico Rom 16, 25: xrÒnoiw afivn¤oiw (cf.
2 Tim 1, 9; Tit 1, 2), donde xrÒnoi es sinónimo de a‹«new 1 Tes 5, 1, donde el término se acerca a
kairÒw y, finalmente, único caso, en verdad impresionante, Gál 4, 4: tÚ plÆroma toË xrÒnou. Por
lo que se refiere a la realidad, que nosotros designamos con la expresión «el tiempo», la noción pau-
lina no debe de ser muy distinta de la del hombre moderno de la calle. Habiendo proyectado fuera
de nosotros la experiencia de la duración en que discurre nuestra vida, la consideramos como una
realidad en sí. Con razón, vemos sin duda que nuestras existencias y sus momentos se insertan en
el flujo inmenso del tiempo exterior. Si se trata de concepciones más filosóficas, en las que se con-
traponen el tiempo y la eternidad, no hemos de convertir a Pablo en un platónico, ni encerrarlo en
la categoría judía [cf. O. CULLMANN, Christ et le temps (Neuchâtel 1947) 32: trad. esp. Cristo y el tiempo
(Madrid 2008)]. La última palabra la tiene el examen atento de sus fórmulas.
74
San Pablo emplea corrientemente la palabra bien griega kÒsmow, con sus acepciones ordinarias de
«mundo», «mundo habitado» (Rom 1, 8; 2 Cor 1, 12, etc.), conjunto de la humanidad. Estos sentidos
se rebajan fácilmente con un sentido pesimista que procede de la reacción que el pecado ha ejercido
en el conjunto de los hombres (Rm 5, 13), o bien de la actividad de las Potestades que han desnatu-
ralizado la sabiduría para impedirle que llevara a Dios (1 Cor 1, 20s.), ocasionando una oposición
entre la creación y Dios. El uso del término kÒsmow –el hebreo carece de una palabra que le corres-
ponda exactamente–, arraigó en el judaísmo helénico. En efecto, aparece en los últimos libros de
los LXX y es específicamente filoniano. CF. H. SASSE, «kÒsmow»: en TWNT, III, 867-896. Su sentido
puede llegar a confundirse con el del término afi≈n, que en la Biblia griega corresponde al hebreo
‘olam, que designa la eternidad de Dios, el tiempo considerado como si tuviera una duración inde-
finida, el mundo. Cf. H. SASSE, «afi≈n»: en TWNT I, 197-209. Este término afi≈n, por su misma historia,
es de los más difíciles de traducir. Entre las palabras que se presentan, escogeríamos con gusto la de
«ciclo», si no fuera tan insólito. Tendría la ventaja de hacernos pensar en las revoluciones astrales que
regulan la marcha del tiempo, es decir la sucesión de períodos cósmicos. Evocaría, además, la com-
paración, que se realiza muy a menudo en el pensamiento paulino, entre el afi≈n y las potestades
cósmicas. Concretamente, el significado de kÒsmow y el de afi≈n convergen hasta el punto de acabar
por identificarse en una noción que nosotros traduciríamos poco más o menos como «el mundo
actual» (donde una idea temporal se añade a la de la realidad estática).
54
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bilidad de acceso a Dios y a todas sus riquezas. La intersección de los dos mun-
dos, que se hubiera creado de duración efímera, se dilata y se convierte en un
largo período temporal, de décadas, e incluso de siglos. La teología se ha fami-
liarizado con esta inesperada prolongación. El tiempo cristiano va tejiéndose
lentamente sobre una trama «natural» el mundo material y el de los hombres,
los movimientos de los astros, las estaciones que modifican la superficie de la
tierra y todos los acontecimientos históricos, las guerras, los descubrimientos...
Hay tres expresiones, casi equivalentes, que designan este período: la ple-
nitud de los tiempos (Gál 4, 4s)75, la plenitud de las épocas (Ef 1, 10)76 y el fin de
los siglos (1 Cor 10, 11)77. El sentido está claro. Con la venida de Cristo, la histo-
ria del mundo llega a su período decisivo, determinado en el plan de la
sabiduría de Dios para ser el gran momento de la salvación. La palabra kairÒw,
empleada por san Pablo, adquiere un sentido casi técnico, análogo a las acep-
ciones religiosas que poseía en la lengua griega y que los LXX han precisado
aplicándola a los tiempos del juicio y del fin del mundo (muy especialmente en
el Libro de Daniel)78. En la época «actual» (ı nËn kairÒw), la época en que Dios
manifiesta su propia justicia (Rom 3, 26), los cristianos preparan con sus sufri-
mientos su gloria futura (Rom 8, 18), el tiempo de la elección por gracia (Rom 11,
5), la época propia de la salvación (2 Cor 6, 2; cf. Gál 6, 10)79. Tenemos que apro-
vechar este tiempo, rescatarlo80.
2. El período de expectativa de la parusía es decisivo en la historia de la
salvación; aun siendo de expectativa, es el tiempo del reclutamiento de los ele-
gidos y de su preparación (2 Cor 6, 1-3), tiempo en que cada cual se juega su
vida eterna. Por eso, el Antiguo Testamento apuntaba de algún modo este des-
enlace de la historia religiosa (1 Cor 10, 11), y por eso también se le reservaban
tentaciones más violentas (1 Cor 10, 1-13; Ef 5, 16; 6, 10-20).
75
La perspectiva de la salvación se abre desde el momento en que Dios envía su Hijo al mundo. Vemos
cómo se perfila en el texto de Gál la vida humana del Hijo de Dios, hijo de mujer, judío de naci-
miento, pero para llegar a las proposiciones finales: su muerte, que redime de la Ley; su resurrección,
que le da poder para comunicarnos su vida.
76
Escogemos para traducir kairÒw el término «época», que tendrá que ser concretado. Cf. G. DELLING,
«kairÒw»: en TWNT III, 456-465.
77
«Estas cosas les sucedieron (a los hebreos) con valor de símbolo (tupik«w) y se escribieron para avi-
sarnos a nosotros, a quienes ha salido al encuentro la culminación de la historia e‹w oÓw tå
t°lh t«n a‹≈nvn katÆnthken». Compárese con Heb 3, 6. 14 y Mt 10, 22; 24, 6. 13. 14.
78
Cf. G. DELLING, art. cit., p.460.
79
La carta a los Romanos reduce la expresión a un nËn decisivo, a propósito de la condición del cris-
tiano en el tiempo presente. Cf. Rom 5, 11; 8, 1 22; 11, 30; 13, 11; Ef 3, 5 10; 5, 8.
80
Cf. Ef 5, 16; Col 4, 5. La expresión está formada según las analogías griegas comunes: kairÚn
lambãnein, kair“ xr∞syai, kairÚn èrpãzein. Cf. G. DELLING, art. cit., p.458.
55
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El carácter trágico de este período hace pensar que será breve. Pablo ha
pronunciado la frase: ı kairÚw sunestal°hnow §st¤n, «el tiempo útil se ha redu-
cido» (1 Cor 7, 20). En todo caso, sea largo o breve, es breve para cada uno, y
todos sus momentos están contados. Porque lo que está en juego es demasiado
grave.
Sin embargo, en una perspectiva distinta, el tiempo cristiano posee algu-
nas promesas de duración y estabilidad. Una alianza ha sucedido a la antigua,
y lo propio de una alianza es la permanencia. Sin duda, la alianza cristiana llega
a su plenitud en la eternidad; pero puesto que ha comenzado en el tiempo, nor-
malmente se la entenderá en el tiempo, como se entendía la antigua. La nueva
alianza ha trasladado espiritualmente los privilegios de la antigua alianza:
Pablo, comparándose con Moisés, proclama su superioridad y afirma que su
gloria, a diferencia de la que resplandecía en el rostro del Legislador, pertenece
a las realidades inmutables. Se podría afirmar, con razón, que el tiempo cris-
tiano, en virtud de los bienes eternos de que ya goza, posee un principio de
duración intrínseca.
Tocamos así una forma del pensamiento griego, que considera los bienes
religiosos como algo divino incorporado en nuestro mundo. Pablo conoce bien
este modo de ser del espíritu y lo ha combatido en la medida en que ponía en
peligro las afirmaciones fundamentales de la parusía y de la resurrección fu-
tura. Pero jamás se ha negado a admitir, por su parte, la posesión actual de los
bienes divinos. De este modo ha interpretado los carismas y las riquezas espi-
rituales de los cristianos. Distraía así la atención de la escatología. Cuando, en
el desarrollo de su carrera, llegue a atribuir cada vez mayor importancia al co-
nocimiento de los bienes celestes, introducirá en la síntesis cristiana un nuevo
principio de permanencia, más próximo todavía a la mentalidad griega. El pau-
linismo contiene todos los principios de una teología que, sin dejar de esperar
la parusía, tasará en su justo valor el goce presente de los bienes celestes.
3.3. Nova et Vetera
El orden cristiano comienza con la muerte y la resurrección de Cristo. La
autoridad ilegítima que las Potestades se habían atribuido y la servidumbre de
la Ley de los preceptos quedan abolidas (katarg°v). Una gran reconciliación,
en principio al menos realizada, vuelve al cosmos a su primitiva situación, el
hombre está en paz con Dios. Las Potestades reconocen la supremacía de
Cristo; eliminada la Ley, los gentiles y los judíos formarán una humanidad
nueva y única.
Por tanto, el tiempo de la expectativa es un período de síntesis. En primer
lugar, unirá el orden de la creación y las nuevas realidades celestes. Ciertamente
que a causa de éstas el orden cristiano superará esencialmente el pasado, será
56
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una nueva creación (2 Cor 5, 17); bajo la eficacia de la gracia de Cristo resuci-
tado que ejerce su omnipotencia espiritual y que todo lo renueva nacerá un
mundo nuevo del anterior, como el hijo del seno de la madre. Sin embargo, el
orden de la creación subsistirá en sus valores superiores. La inteligencia seguirá
conociendo a Dios con sus propias fuerzas. El mundo creado es bueno, obra del
mismo Dios que ha creado el mundo sobrenatural. El hombre no se apropia fa-
talmente, en una rebelión contra Dios, de su ser creado; no es idólatra por
naturaleza. Además, tan fácil es enorgullecerse de los bienes espirituales como
de los bienes creados: los Corintios los testificarán con su infantil admiración
por los carismas. La liturgia da gracias, a la vez, por los bienes espirituales: el
«cáliz de bendición» que ofrecemos a Dios en eucaristía es, ante todo, el fruto
de la vid, imagen de la vid eucarística81. Cuando san Ireneo invocaba la multi-
plicación de los panes y el milagro del agua cambiada en vino, símbolos de la
eucaristía, con el fin de demostrar la unidad del Dios Creador (el Antiguo Testa-
mento) y del Dios Salvador (el Nuevo Testamento), no traicionaba la teología
paulina. Esta unidad, claramente vista, nos protege contra las ilusiones de las
gnosis; introduce de derecho el orden cristiano en el mundo presente.
El tiempo cristiano recibirá del período del judaísmo los oráculos de Dios.
El pueblo nuevo vivirá de la Biblia, el Espíritu le revelará lo que los profetas ha-
bían vislumbrado para su instrucción.
Tendremos que describir en detalle los bienes nuevos que han venido a
añadirse a los antiguos y, al mismo tiempo, los han transformado. Porque nada
se sitúa en el cristianismo sin que sea transformado.
3.4. La hora de los gentiles
1. El paganismo ha prescrito. La Iglesia cristiana crea la zona libre de la
que los demonios son evacuados a la fuerza. Ateniéndonos a la comparación de
san Pablo, las «Potestades» seguirán luchando, pero el cristiano está revestido
de las armas de Dios, que le hacen invulnerable (Ef 6, 10-17)82.
81
Este texto de Pablo, al que aludíamos, 1 Cor 10, 16, recuerda las solemnes bendiciones de las comi-
das judías. Cf. L. CERFAUX, La multiplication des pains dans la liturgie de la Didachè, en Studia Biblica
et Orientalia, II: Novum Testamentum (Roma 1959) 377ss.
82
Mientras no sean destruidas las Potestades–y Pablo vislumbra que coexisten con toda la historia del
cristianismo, puesto que serán vencidas de manera definitiva por Cristo en su parusía–, seguirán
imponiendo su tiranía, la cual se manifestará como siempre se ha manifestado, en la esfera de la fi-
losofía (pero habrá una «filosofía» cristiana) y en la del culto (antítesis del culto cristiano). En relación
con la esfera del poder político, Pablo es extremadamente reservado. No identifica, como lo hace el
Apocalipsis, el poder político con la esfera religiosa. La huella política que es posible deducir de su
visión apocalíptica de 2 Tes 2, 4 es relativamente imprecisa, de interpretación bastante vaga y, ade-
más, única en sus cartas. Los emperadores romanos no están asociados con las Potestades del mal.
Por lo tanto, son neutrales desde el punto de vista religioso, y el cristianismo podría alcanzarles. Esta
reserva es mucho más chocante, ya que se halla en contraste con la construcción apocalíptica común
57
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que Pablo conoce sin género de duda. En relación con los apocalipsis, el Reino de Dios sucede a los
imperios de este mundo; por eso, éstos tienen un carácter satánico.
83
Cf. A. BERTRANGS, «La vocation des gentils chez saint Paul»: EThL 30 (1954) 391-415; C. H. DODD, Ac-
cording to the Scriptures. The substructure of New Testaments Theology (Londres 1953). Es problema
insoluble el de determinar si los textos han llevado a Pablo a formular su teoría, o si la teoría le ha
planteado examinar la Biblia para hallarla enunciada en ella. La teología cristiana se forma en es-
trecha conexión con la Escritura. Se «piensa» al leer el texto sagrado, y éste se lee a la luz del Espíritu
Santo que lo ilumina para que se reconozca en él la voluntad de Dios, expresada en misterios por los
profetas y revelada ahora por Cristo y sus apóstoles. En las cartas de Pablo se delinea una tarea hu-
mana de eurística de los textos del Antiguo Testamento. Era bastante normal pensar, en primer lugar,
en la alegoría de Oseas, sólidamente anclada en un tema que atraviesa el Antiguo Testamento: la in-
fidelidad del pueblo de Dios. Pablo modifica ligeramente Os 2, 1, en su cita de Rom 9, 26, de manera
que se subraya la oposición entre dos pueblos, uno de los cuales serían los gentiles. Si comparamos
la cita de Oseas en Rom 9, 25-26 con la de 1 Pe 2, 10 (en una serie de citas que recuerda a los paga-
nos que han sucedido a los judíos en sus privilegios), se puede conjeturar que una antigua tradición
había formado con textos de Oseas un centón bíblico bien equilibrado, con antítesis y paralelismo
(A. BERTRANGS. art. cit., 392-294; 408-412; C. H. DODD, op. cit., 75). La antítesis entre los dos pueblos
provoca en Rom tres citas más, que Pablo, contra su costumbre, introduce por medio de fórmulas
precisas, en esta ocasión muy características, recuerdos de discusiones reales (cita de «Moisés», Dt
32, 21, y de «Isaías», Is 65, 1-2). Rom 15, 9-12 contiene un conglomerado de textos anunciados por la
fórmula: «los gentiles glorifiquen a Dios por su misericordia los paganos glorifican a Dios por razón
de su misericordia» (15, 9). Las fórmulas son interesantes: kayΔw g°graptai - ka‹ pãlin l°gei
- ka‹ pãlin - ka‹ pãlin ÉHsaÂaw l°gei. El último texto (Is 11, 10), que, sin embargo, contiene la pala-
bra guía ¶ynh no concuerda con el contexto, ni con el título, mediante el cual Pablo anuncia la
colección, sino que apoya un tema muy familiar a su teología, la antítesis entre el nacimiento car-
nal de Cristo y los efectos espirituales de su resurrección (cf. Rom 1, 4). Probablemente, fue el mismo
Pablo quien reunió estos cuatro textos [cf. A. BERTRANGS, art cit., 413; O. MICHEL, Paulus und seine
Bibel (Gütersloh 1929) 523] y los utilizó en su predicación cuando quería incitar a los paganos a que
rindieran a Dios su culto espiritual.
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86
Lo que decimos se halla dentro de la lógica del paulinismo: los judíos no podían mantener su con-
fianza en las obras de justificación. Sin embargo, podían llevarse a cabo las mismas obras con un
espíritu nuevo. En este caso, el Espíritu modificaba completamente su alcance; Pablo jamás ha enun-
ciado el principio de que los judíos serían obligados a renunciar a la circuncisión o al culto del
Templo.
87
Cristo no se halla en la línea del resto, está fuera de serie, dominándolo todo. El principio del resto
del Antiguo Testamento se aplica al del Nuevo Testamento por razonamiento simbólico y no por la
acción interna de una ley matemática. Cf. O. CULLMANN, Christ et le temps (Neuchâtel 1947) 81-92:
trad. esp. Cristo y el tiempo (Madrid 2008).
88
Cf. Rom 10, 19-21; 11, 11-32.
89
Cf. Rom 11, 25. Se ha de entender por plÆrvma el conjunto de paganos que pertenecen a los elegi-
dos. Pero se trata de una masa, de una plenitud, no de un «resto», de una «elección». Es decir, que
nada hay que limite el número de paganos, a no ser su propia negativa; mientras que la negativa
momentánea y provisional de los judíos está prevista por la Escritura para un plan misterioso, con
el fin de hacer sitio a los gentiles. Hay algo que nos desorienta en los razonamientos de Pablo; ve los
acontecimientos como si se desarrollaran en el curso de una sola generación, y no distingue con
claridad los individuos y las masas.
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serie de oráculos de Dios, y éstos, más allá del pueblo carnal, se dirigían ya al
pueblo nuevo.
5. El pueblo cristiano, pues, va a ser la continuación del antiguo pueblo,
pero con el cambio de lo carnal a lo espiritual, del futuro presentido al presente
realizado, del simple símbolo a los bienes ya otorgados en parte. El pueblo car-
nal ya no tiene razón de ser. Su Ley era su característica, y estaba abolida. Los
privilegios simbólicos caían por sí mismos, sustituidos por los privilegios espi-
rituales correspondientes. Piénsese en particular en el culto judío, al que
suceden el culto eucarístico y el culto espiritual. Los oráculos de Dios cambia-
ban de mano y se hacían propiedad del pueblo, que por fin comprendería su
significado, pues siempre había sido un enigma para el Israel antiguo. No sólo
los paganos forman parte del pueblo elegido: momentáneamente le sustituyen.
Es el tiempo de las naciones, en espera del retorno del Israel antiguo a la uni-
dad del Israel de Dios.
En realidad, ha nacido una raza nueva, caracterizada esencialmente por
su pertenencia a Cristo. No se trata, para Pablo, de aquella tercera raza de la que
pronto hablará el cristianismo antiguo, sino de la raza única. Hablando en sen-
tido religioso, sólo existe ella. Podrán subsistir las nacionalidades, al igual que
la condición de hombre libre y de esclavo, pero a los ojos de Dios sólo cuenta
una naturaleza de «cristianos», fundamento de una raza única. Vamos a tratar
de determinar las características de esta raza.
6. San Pablo ha contemplado la unidad de método de la acción divina90.
La incredulidad de los paganos les ha permitido no deber nada más que a la
misericordia de Dios. El don de Dios no ha encontrado más que su pura indi-
gencia de criaturas. La incredulidad de los judíos les lleva a la misma indigencia,
condición para que la fe les asegure la salvación, esa salvación que únicamente
puede deberse a la misericordia. Donde ha fracasado la justicia de los hombres,
triunfa la fe, tanto para los paganos, que no habían buscado la justicia, como
para los judíos. Y ahora reina la justicia de Dios.
Pablo, pues, no deja de ser judío, incluso cuando persigue con toda su
alma la conversión de los paganos. Sigue siendo judío, pero judío según el Espí-
ritu, y no ya judío según la carne, salvo en lo que no puede renunciar a su propio
nacimiento carnal91. Además, a este nacimiento carnal están vinculados, para
90
Cf. Rom 11, 13-36.
91
Pablo conserva el amor a su pueblo: «A vosotros, los gentiles, os digo: así, pues, en cuanto yo soy após-
tol de los gentiles, hago honor a mi ministerio, por si de alguna manera puedo meter celos a los de mi
raza y salvar a algunos de ellos» (Rom 11, 13-14). No se trata de una simple ocurrencia, pero tampoco
se trata de algo que hay que tomar de modo trágico, como si el Apóstol Pablo no tomara en serio la
salvación de los paganos y sólo se preocupara por los de su raza. El que dijo sobre la caridad las pa-
labras decisivas de las que ha vivido el cristianismo, no está encerrado en un burdo nacionalismo.
62
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todos los judíos, privilegios inadmisibles. Ellos serán siempre el pueblo elegido.
Ellos han sido los guardianes de la palabra de Dios, pero todo lo que en sus pri-
vilegios era restricción nacional, como la circuncisión, las prácticas de la Ley, el
orgullo de raza, todo ha sido rechazado conscientemente por Pablo, como tam-
bién todo ha sido suprimido por Dios en el nuevo orden espiritual.
63
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1. El acontecimiento de Damasco1
1.1. ¿Llamada o conversión?
Según nuestra perspectiva moderna, Pablo ha pasado de la religión judía al
cristianismo; él abre la serie de los grandes «conversos» que ilustran las páginas de
la historia cristiana y proporcionan a los manuales de apologética la prueba de la
trascendencia de nuestra religión. Y, sin embargo, él mismo no hubiera hablado de
su «conversión», si el término implicara el abandono de una religión por otra. No
consideraba el cristianismo como una religión nueva, distinta del judaísmo. Si se le
hubiera insinuado que dejaba de ser judío, como muy bien lo dice J. Klausner, no hu-
1
Bibliografía: G. J. INGLIS, «The problem of St. Paul’s conversión»: ExpTimes 40 (1928-1929) 227-231; W.
G. KÜMMEL, Römer 7 and die Bekehrung des Paulus (Leipzig 1929); ED. PFAFF, Die Bekerung des h. Pau-
lus in der Exegese des 20. Jahrhunderts (Roma 1942); A. FRIDRICHSEN, The Apostle and his message
(Inbjudning till Teologie Doktorspromotionen vid Uppsala Universitet) (Upsala 1947); J. MUNCK, «La
vocation de l’Apôtre Paul»: StudTheol 1 (1-2) (Lund 1947) 131-145; Paulus und die Heilsgeschichte
(Copenhague 1954) 1-27; E. BENZ, «Paulus als Visionär, eine vergleichende Untersuchung der Vi-
sionsberichte des Paulus in der Apostelgeschichte and in den paulinischen Briefe»: AWLMFSWK 2
(1952); E. FASCHER, «Zur Taufe des Paulus»: TLZ 80 (1955) c. 643-648; A. DENIS, «L’investiture de la fonc-
tion apostolique par “apocalypse”. Étude thématique de Gal 1, 16»: RB 65 (1957) 335-362; H. J.
SCHOEPS, Paulus (Tubinga 1959) 46-48; U. WILCKENS, «Die Bekehrung des Paulus als religionsges-
chichtliches Problem»: ZTK 56 (1959) 273-293.
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biera entendido lo que se le quería decir2. Las numerosas afirmaciones de las cartas
no se refieren al pasado: Pablo es y permanece hebreo y judío, de raza y de religión.
Ciertamente, ha estimado como cosas despreciables todos los privilegios
del judaísmo, para ganar a Cristo (Flp 3, 8). Se le ha dado un alma nueva, ha
sido «trocado» espiritualmente como nadie jamás lo fue antes. Pero de esa
suerte vivía, como prototipo, la crisis por la que debiera haber pasado todo el ju-
daísmo para permanecer fiel a su vocación de pueblo elegido. El cristianismo es
el Israel de Dios, el gran árbol del sueño de Nabucodonosor y el de la parábola
del grano de mostaza. Los patriarcas son la semilla o el tronco; el Israel antiguo
es el olivo fértil, fuera del cual no hay más que acebuche. Todas las ramas han
de ser injertadas en el único olivo para que sean cristianas. El tronco lo es siem-
pre el viejo Israel, y la corona artificial que forman los paganos sólo es
provisional; las ramas naturales volverán un día a ocupar su lugar normal. Pablo
era una rama «natural», ha pasado por la maduración de los tiempos mesiáni-
cos. Los que se han «convertido», o mejor, «pervertido», son los judíos,
renegados de su propia religión3.
Insistir en una conversión en sentido propio es condenarse a aplicar a
Pablo la psicología de las conversiones. Lutero imagina una crisis que, en nom-
bre de la gratuidad de la salvación, lleva al Apóstol a desechar la Ley; lo que
describe con palabras de san Pablo es su propio estado de ánimo: «De este
modo nos convence a todos de pecado el mandamiento que nos dice: “No co-
diciarás”, porque nadie, por muy grande que sea el esfuerzo, escapa a la codicia.
Esta impotencia para obedecer a la ley de Dios nos lleva a desesperar de nos-
otros y a buscar en otro un socorro que no hallamos en nosotros mismos. En tu
perdición, oh Israel, sólo yo puedo asistirte» (Os 13, 9)4.
Ensayos históricos más recientes han explotado el tema de las desilusio-
nes y de la insatisfacción de Pablo frente a la Ley. Han creído poder esclarecer,
por medio de la historia de las religiones5, la experiencia psicológica, cuya des-
cripción será Rom 7, 7-126. En el campo apologético, se sitúa el acontecimiento
2
From Jesus to Paul (Londres 1946) 450.
3
Es el tema del Comentario de Habacuc (pHab 2, 1-8; 5, 9-12; 12, 2-5), y sin duda también de los Him-
nos (Hod 2, 14-19.22.31-32; 4, 7-18). Cf. también Dam 1, 14-15; 5, 20-6, 2; 8, 12 par. 19, 24 s. 34. El
verdadero Israel es la comunidad; todos los demás son apóstatas.
4
F. KUHN, Le livre de la liberté chrétienne (trad. fr.) (París 1879) 29-31 [citado según L. BOUYER, Du pro-
testantisme a l’Église (París 1954) 21].
5
Cf. H. WEINEL, Paulus, der Mensch and sein Werk (Tubinga 1915) 49s.; A. DEISSMANN, Paulus, Ein kul-
tur- and religionsgeschichiiche Skizze (Tubinga 21925) 105; H. WINDISCH, Paulus und Christus (Leipzig
1934) 134s.; M. DIBELIUS, en su comentario a Flp 3, 7 (An die Thessaloniker, I-II. An die Philipper
[HNT II] (Tubinga 1937).
6
Cf. sobre este tema, E. STAUFFER, Die Theologie des Neuen Testaments (Stuttgart 1948) 238, n.53; J.
MUNCK, Paulus and die Heilsgeschichte (Acta Jutlandica, XXVI, 1) (Copenhague 1954) 1, n.2. H. ST. J.
66
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THACKERAY [The relation of st. Paul to contemporary jewish thought (Londres 1900) 7-9] estima que en
la descripción tan viva de Rom 7, 7-25, si bien el §g≈ es general, el cuadro está matizado por expe-
riencias personales.
7
Cf. F. PRAT, La théologie de sant Paul, I (París 1927) 30-33. Nótese, sin embargo, que las conversiones
ordinariamente vienen a injertarse en una crisis religiosa. Por el contrario, una vocación se explica
por una irrupción repentina de Dios en la conciencia. Cf. E. STAUFFER, Die Theologie des Neuen Tes-
taments (Stuttgart 1948) 21; J. MUNCK, Paulus und die Heilsgeschichte (Acta Jutlandica, XXVI, 1)
(Copenhague 1954); A. FRIDRICHSEN, The Apostle and his message (Upsala 1947), que distinguen la
conversión de Pablo (por la visión del camino de Damasco) y su llamamiento al apostolado de los
gentiles (en una visión posterior): cf. infra p.85-89.
8
Cf. W. BALDENSPERGER, Die messianisch-apokalyptischen Hoffnungen des Judentums (Estrasburgo
1903) 88, 207s., 216 ss.
2
9
Cf. G. B. CAIRD, Principalities and powers. A study in pauline theology (Oxford 1956). Se considera a
la Ley como sustitutivo de culto peligroso, elevada al rango de ídolo (recuérdense los «elementos» del
mundo), ya que se la vener, por sí misma, como un absoluto.
10
Los judeocristianos, según la teoría común; cristianos de la Galacia, según J. Munck.
67
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Lucien Cerfaux
loso de las tradiciones paternas. Pero, cuando el que me separó desde el seno de
mi madre y me llamó por su gracia, determinó revelar a su Hijo en mí, para que
yo predicara su Evangelio entre los gentiles, no fui a consultar en seguida a nin-
guna criatura humana, ni subí a Jerusalén a presentarme a los apóstoles
anteriores a mí, sino que fui a Arabia, y de nuevo volví a Damasco» (Gál 1, 13-17).
Todas las palabras están medidas. El estilo de Pablo está entretejido por
fórmulas bíblicas11; a la luz del Espíritu Santo ha vuelto a leer el Antiguo Testa-
mento y allí ha encontrado su propia historia. Ha sido «separado desde el seno
de su madre» para la obra a que Dios le destinaba. «Separar» (éfor¤zein) indica
la separación de los profanos con consagración al servicio de Dios12. Ha sido
«separado», al igual que Dios había separado a los hebreos de los demás pue-
blos, al igual que se separan los animales puros y los animales impuros13, al
igual que los profetas son consagrados para su misión. La expresión «desde el
seno de mi madre» recuerda a la vez la vocación de Jeremías y la del Siervo de
Yahvé14; la «llamada» evoca en especial al Siervo. Por tanto, san Pablo sitúa su lla-
mamiento con el de los profetas del Antiguo Testamento.
Igual que Isaías, él es llamado en el curso de una visión (Is 6, 1), pero la pa-
labra que emplea, épokalÊpcai15, pertenece al lenguaje de los apocalipsis. Su
visión le ha hecho ver a Jesús dispuesto a venir para su parusía16, envuelto en su
gloria de «Hijo de Dios»17. Hemos traducido: «revelar en mí a su Hijo» (§n §mo¤).
No debemos excluir que §n §mo¤ equivalga a un simple dativo18. Sin embargo,
«en mí» y «entre los gentiles» (§n to›w ¶ynesin) se corresponden en la construc-
ción de la frase. La visión ha producido «en Pablo» la impronta imborrable de
la presencia de Cristo en gloria; la gloria de Cristo, en su persona, alcanzará a los
gentiles: «Pues, el Dios que dijo: “De la oscuridad brillará la luz”, es el que la hizo
11
El vocabulario de Gál 1, 15-16 lo examina con penetración A. M. DENIS, «L’election et la vocation de
Paul, faveurs celestes»: RTh 57 (1957) 405-428; «L'investidure de la fonction apostolique par “apo-
calypse”»: en RB 64 (1957) 335-362; 492-515. Cf. J. CAMBIER, L'épître aux romains, en Introduction a la
Bible, II (París 1959) 464.
12
Cf. Ex 13, 12; 19, 23; 29, 26, etc; Lev 20, 25s.
13
Cf. Lev 20, 25s. Dios ha «separado» a su pueblo de este modo: Ù éfor¤saw Èmçw épÚ pãntyvn
t«n ¶yvn.
14
Cf. Jer 1, 5; Is 49, 1.
15
Para épokalÊptv, cf. B. RIGAUX, Saint Paul Les Épîtres aux Thessaloniciens (Etudes Bibliques) (París
1956) 204-206.
16
Compárese con 1 Tes 10, el Hijo de Dios viene del cielo; «Hijo de Dios» es aquí un sustitutivo del Hijo
del hombre, a quien corresponde venir en su gloria. Cf. p.133-135.
17
«Hijo de Dios» representa en el contexto al ser trascendente que Daniel ha visto sobre las nubes, al
Hijo del hombre de los Evangelios.
18
Se trata especialmente de la explicación de M. ZERWICK [Analysis philologica Novi Testamenti Graeci
(Roma 1953): trad. esp. Análisis gramatical del griego del Nuevo Testamento (Estella 2008)]. Se la
puede apoyar con Rom 1, 19: faneroÒn §stin §n aÈto›w, a lo que equivale aÈto›w §fan°rvsen.
68
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19
Gloria y luz van juntas normalmente. Los relatos del Libro de los Hechos suponen una interpreta-
ción visual, seguramente normal en el ambiente judío. (Cf. La visión de Heliodoro, 2 Mac 3, 24-27).
20
La insistencia de Pablo sobre su independencia frente a los hombres está en conformidad con este
género literario, una especie de apología pro vita sua. Compárese con el comienzo del Testamento
de san Francisco de Asís, donde encontramos fórmulas de enlace análogas a las de la carta a los
Gálatas: Et postea (p.77)... Postea (p.78). Et, postquam Dominus dedit mihi de fratribus, nemo os-
tendebat mihi, qui deberem facere, sed ipso Altissimus revelavit mihi... (p.79): Opuscula (Quaracchi
1904) 77-79.
21
ÉAnãgkh gãr moi §p¤keitai (9, 16).
22
9, 17: efi gér •kΔn toËto prãssv, misyÚn ¶cv: efi d¢ êkvn, ofijkonom¤an pep¤steumai. Cf., para la
exégesis de este difícil pasaje, J. MUNCK, Paulus und die Heilsgeschichte (Acta Jutlandica, XXVI, 1)
(Copenhague 1954) 12s., que propone esta puntuación de los vv. 17-18: efi d¢ êkvn, ofijkonom¤an
pep¤steumai t¤w oÔn moÊ §stin ı misyÒw. Debe quedar bien sentado que san Pablo no quiere decir
que fue privado de su libertad, en el sentido en que nosotros lo entenderíamos en una problemática
filosófica. Para un alma religiosa, la voluntad de Dios manifestada en la evidencia de una visión no
se puede eludir.
23
A. DEISSMANN, Paulus (Tubinga 21925) 105. Según Deissmann, toda la mística paulina dependería de
esta experiencia de iniciación. Véase también J. LEBRETON, «La contemplation dans le Nouveau Tes-
tament, II. La contemplation de saint Paul»: RSR 30 (1940) 83. En oposición a ellos: W. MUNDLE, Das
religiöse Leben des Apostels Paulus (Leipzig 1923) 60; J. MUNCK, Paulus und die Heilsgeschichte (Acta
Jutlandica, XXVI, 1) (Copenhague 1954) 14.
24
Di≈kv d¢ efi ka‹ katalãbv, §fÉ ⁄ ka‹ katelÆmfyhn ÍpÚ XristoË ÉIhsoË.
69
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Lucien Cerfaux
25
L. CERFAUX, L’apôtre en présence de Dieu, en Recueil Lucien Cerfaux, II (Gembloux 1954) 472.
26
Efiw tÚ brabe›on t∞w ênv klÆsevw toË yeoË: el premio será la vocación (v. 14).
27
La voluntad queda investida por Dios. Éste es el fundamento de una mística que nosotros llamarí-
amos apostólica, que une a Pablo con Dios Padre (no con Cristo). Esta mística sigue, ante todo, la
línea del Antiguo Testamento. Cf. L. CERFAUX, «L’Antinomie paulinienne de la vie apostolique»: RSR
(Mélanges Jules Lebreton) 39-40 (1951-1952) 221-235: [=Recueil Lucien Cerfaux, II (Gembloux 1954)
455-467].
28
L. CERFAUX, Saint Paul et le «serviteur de Dieu» d'Israel, en Miscellanea Biblica et Orientalia A. Miller–
Studia Ansehniana, fasc. 26-28 (1951) 356s.: [=Recueil Lucien Cerfaux, II (Gembloux 1954) 444-446];
J. MUNCK, Paulus und die Heilsgeschichte (Acta Jutlandica, XXVI, 1) (Copenhague 1954) 19.
29
Hch 9, 4-6; 22, 7-10; 26, 14-16.
70
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idea de conversión, poniendo al cristianismo entre las «sectas» judías30. Las sectas
son divisiones dentro del judaísmo «ortodoxo»; al hacerse cristiano, Pablo habría
precisado simplemente el matiz doctrinal que daba carácter al fariseísmo.
3. El análisis sugiere algunas reflexiones.
a) La vocación de san Pablo es de un orden distinto al llamamiento de los
cristianos comunes, la kl∞siw o también al llamamiento especial de los gentiles.
En efecto, se distinguen dos líneas en el tema de la vocación31. Una mira
simplemente a la salvación: los llamados son consagrados para los tiempos me-
siánicos (Sof 1, 7); oyen que se les llama hijos de Dios (Os 1, 10 = 2, 1), reciben los
bienes mesiánicos (en los apocalipsis judíos, Ap. Ber. 72, 2-6, etc.). La convocación
al banquete mesiánico (parábola del banquete) es conocida por los rabinos desde
el primer siglo y la utiliza Jesús. Una segunda serie literaria reserva el llamamiento
a personajes de primer plano del Antiguo Testamento: Abraham, Moisés, Josué,
los profetas, quienes, predestinados desde antes de su nacimiento, fueron «lla-
mados» por Dios en el momento escogido. El tema recibe su consagración
definitiva en la segunda parte de Isaías. Dios «llama» a Jacob, Israel o bien a su
Siervo (Is 41, 9; 42, 6; 48, 12-13; 50, 2; 51, 2). Cuando Dios «llama» a alguien con su
nombre (Is 43, 1; 45, 3; 49, 1), a Ciro, o a su Siervo, es que le confía una función.
San Pablo se refiere expresamente a los textos de Isaías32. Su vocación per-
tenece, pues, al segundo tipo. Es llamado en cuanto encargado de una misión.
Participa de los privilegios de los personajes de Israel en igualdad de condicio-
nes que ellos. Su misión se dirige a los gentiles, a quienes comunicará el
llamamiento a los bienes mesiánicos.
b) Pablo ha recibido un «apocalipsis» del Hijo de Dios, ha visto al Hijo de
Dios con gloria. De esta visión ha recibido una honda impresión, casi en sentido
propio: la visión se ha «impreso» en él para siempre. A través de ella, su inteli-
gencia alcanzaba la «imagen» que es el Hijo de Dios. En el desarrollo de la
cristología asistimos a la profundización ulterior de lo que desde el primer mo-
mento constituyó la certeza «impresa» por Dios en su espíritu33.
30
Emplea el término de a·resiw (secta) a propósito de los saduceos (Hch 5, 17), de los fariseos (15, 5;
26, 5). Los judíos hablan de los cristianos como de una secta (del judaísmo, por lo tanto) (28, 22), a
la que denominan secta de los Nazarenos (24, 5).
31
Cf. L. CERFAUX, La théologie de l’Église suivant saint Paul (París 21948) 135-139: trad. esp. La Iglesia en
San Pablo (Bilbao 1959); E. DE WITT BURTON, The epistle to the Galatians (Edimburgo 1921) 20; K. L.
SCHMIDT, «kal°v»: en TWNT III, 488-497; A. M. DENIS, «L’election et la vocation de Paul, faveurs ce-
lestes»: RThom 57 (1957) 405-428.
32
Para los paralelos en otras religiones, cf. J. MUNCK, Paulus und die Heilsgeschcichte (Acta Jutlandica,
XXVI, 1) (Copenhague 1954) 21, n.41. Un especial interés tendría la comparación con la vocación de
Henoch. Cf. L. JANSEN, Die Henochgestalt (Oslo 1939), y J. MUNCK, op. cit., p.22-24.
33
Para el contenido intelectual del apocalipsis de Pablo, cf. A. M. DENIS, «L’investiture de la fonction
71
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2. La vocación profética
El primer artículo nos ha llevado a la persuasión de que la misión de san
Pablo procedía de un llamamiento, comparable, a primera vista, con el de los
profetas del Antiguo Testamento. Sin embargo, los tiempos nuevos hacen muy
diversa la misión paulina de la de los profetas, sus predecesores. Vamos a con-
siderar en este artículo tres aspectos que dan carácter a la figura del Apóstol.
En primer lugar, san Pablo realiza, junto con Cristo, la profecía que se refiere al
«Siervo de Dios». Luego pertenece esencialmente a los tiempos mesiánicos y,
por lo mismo, escatológicos. Finalmente, aunque es profeta, lo es con un estilo
nuevo, que los apocalipsis nos dan a conocer.
2.1. El Siervo de Dios34
1. Las expresiones de que se sirve san Pablo en Gál 1, 15, a propósito de su vo-
cación, pueden compararse con Jer 1, 5, así como también con Is 49, 1 (donde se
trata del Siervo de Dios). La semejanza con Is es más acentuada35. La figura del Siervo
de Dios, aun siendo mesiánica36, pertenece temáticamente a la línea profética; el
siervo es el profeta, discípulo perfecto de Dios, perseguido, que reunirá en sí, al fin
de los tiempos, rasgos que eran ya característicos de los profetas anteriores.
apostolique par “apocalypse”. Étude thématique de Gal 1, 16»: RB 64 (1957) 341s., 351-357, y, sobre
todo, 359-361.
34
Cf. L. CERFAUX, Saint Paul et le «Serviteur de Dieu» d'Israel, en Miscellanea Biblica et Orientalia A.
Miller– Studia Anselmiana, fasc. 26-28 (1951) 351-365: =Recueil Lucien Cerfaux, II (Gembloux 1954)
439-454; J. MUNCK, Paulus und die Heilsgeschichte (Acta Jutlandica, XXVI, I) (Copenhague 1954)
15-25.
35
Ambos pasajes se hallan literariamente emparentados entre sí. Cf. O. PROCKSCH, Die Theologie des
Alten Testaments (Gutersloh 1950) 288.
36
Para los trabajos recientes sobre el Siervo de Dios y su orientación, cf. V. DE LEEUW, De Ebed Jahweh-
Prophetieen (Assen 1956) (resumen francés, p.332-356); H. J. SCHOEPS, Paulus (Tubinga 1958) 136-144;
J. DE FRAINE, Adam et son lignage (Brujas 1959) 158-171 (notas, p.260-266). La explicación «real» (sin
excluir rasgos proféticos) está en boga. J. De Fraine la combina con la noción de la «personalidad cor-
porativa», y adscribe el Nuevo Testamento a esta teoría: «En la aplicación de los cantos del siervo a
Cristo se constata la misma fluidez que en el pensamiento vetero-testamentario. Si nuestro Señor Je-
sucristo es el supremo “siervo doliente”, reúne en su persona a toda la Iglesia, heredera de Israel.
Este nuevo Israel realiza la misión de servicio del Israel antiguo, asociándose a los padecimientos y
a la muerte de su Señor (Flp 3, 10). Éste «representa» y da valor a todos los servicios de la Iglesia que
“padece con é1 para ser con él glorificada”» (Rom 8, 17) (Adam et son lignage, p.171). «La personali-
dad corporativa» es indudablemente un teorema simplificador y presta su servicio bajo este punto
de vista. Pero, ¿ha dirigido el desarrollo de la teología paulina? Es peligroso cubrir de teorías las re-
alidades movedizas y sus complejos temas.
72
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37
La comunidad de Qumrán se considera explícitamente como el Pueblo en el desierto, cf. Dam 7, 9-
8, par. 19, 6-20, 35: cada elemento de la religión, e incluso de los acontecimientos del desierto, como
el pozo de Núm 21, 18, se encuentra en la comunidad. Ésta es igualmente el «renuevo» de Is 60, 21,
y hasta el Jardín de Edén, en los himnos de Hch 8. Cf. S 8, 15-16 y 9, 19-20.
38
Cf. H. WINDISCH, Paulus und Christus (Leipzig 1934) 137; J. MUNCK, Paulus and die Heilsgeschichte
(Acta Jutlandica, XXVI, I) (Copenhague 1954).
39
Is 49, 8: ßdvkã se efiw diayÆkhn §yn«n. Cotéjese con Jer 1, 5: profÆthn efiw ¶ynh t°y°ika se.
40
Der zweite Korinterbrief (Gotinga 1924) 202. El pasaje citado por Jesús, Is 61, 1s., puede ser conside-
rado, en la perspectiva de una lectura cristiana de la segunda parte de Isaías, como perteneciente al
mismo contexto general que los cantos del Siervo de Dios.
41
Otros pasajes de las cartas muestran hasta qué punto le era familiar el cap. 49 de Isaías. Puede com-
pararse 2 Cor 4, 6 con Is 49, 6. 9 (cf. 9, 1); Rom 14, 11 con Is 49, 18 (y 45, 23); Flp 2, 16 con Is 49, 4. Critica
la comparación J. MUNCK, Paulus und die Heilsgeschichte (Acta Jutlandica, XXVI, 1) (Copenhague
1954) 18, n. 35; pero la confirma P. PARRÉ, Yl›ciw et le concept de tribulation dans les épîtres pauli-
niennes (Lovaina 1954) 115-116.
42
¿No sé podría pensar que su plan de seguir hasta España, que manifiesta en el mismo contexto de
Rom 15, 24, se lo habría sugerido la expresión de los cantos del Siervo «hasta los confines de la tie-
rra»?, (Is 49, 6); cf. Hch 13, 47.
73
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Lucien Cerfaux
43
A. LOISY, Les Actes des Apôtres (París) 541; cf. H. H. WENDT, Die Apostolgeschichte (Gotinga 1913) 217;
E. HAENCHEN, Die Apostolgeschichte (Gotinga 1956) 362, n.7, observa con razón: de que Lc 2, 32 apli-
que este texto a Jesús no se sigue que aquí haya que hacer aquí la misma aplicación.
44
Por ejemplo, en Lc, Jesús abre la inteligencia de los apóstoles para que comprendan las Escrituras;
estas se refieren especialmente a la evangelización de los gentiles (Lc 24, 45-47)
45
Les Actes des Apôtres (París 1920) 696.
74
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46
Is 42, 7-16. Cf. E. HAENCHEN, Die Apostelgeschichte (Gotinga 1956) 617.
47
Paulus und Christus (Leipzig 1934) 137.
48
Los Salmos de Qumrán citan nos pasajes del siervo de Isaías: Hod 3, 6 = Is 53, 3; Hod 4, 8 = Is 53, 3;
Hod 5, 11 = Is 49, 2; Hod 6, 12 = Is 42, 4-6; 49, 6; Hod 7, 10 = Is 50, 4; Hod 8, 36 = Is 5o, 4; Hod 9, 30 = Is
49, 15.
49
Cf. G. SASS, «Zur Bedeutung von doËlow bei Paulus»: ZNW 40 (1941) 24-32; J. GIBLET, «Saint Paul, ser-
viteur de Dieu et apôtre de Jesus-Christ»: VSpir 89 (1953) 244-263; H. G. WOOD, «The conversion of
St. Paul; its nature, antecedents and consequences»: NTS 1 (1954-1955) 276-482; R. LOEWE, «Das
Selbstbewusstsein des Paulus»: MPTh 44 (1955) 385-395; H. SCHLIER, Die Zeit der Kirche. Exegetische
Aufsätze and Vorträge (Friburgo de Br. 1956) 29-47; 232-244; W. PROKULSKI, «The conversion of st.
Paul»: CBQ 19 (1957) 453-473; J. CAMBIER, «Paul, apôtre du Christ et prédicateur de l’Evangile»: NRT
81 (1959) 1009-1028.
50
O. CULLMANN, «Le caractére eschatologique du devoir missionaire et de la conscience apostolique.
Etude sur le kat°xon (= vn) de II Thess., 2, 6-7»: RHPR 16 (1936) 210-245; A. FRIDRICHSEN, The apos-
tle and his message (Upsala 1947); J. MUNCK, Paulus und die Heilsgeschichte (Acta Jutlandica, XXVI,
1) (Copenhague 1954) 28-34. Cf. p.113-117.
51
Op. cit., p.3.
52
Cf. infra, p.131-145.
75
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Lucien Cerfaux
esperada para la parusía de Cristo. Nada más normal en la perspectiva del cris-
tianismo naciente.
El Siervo de Dios, para los cristianos que leían a Isaías, aparecía como la
gran figura mesiánica escatológica. Jesús se había identificado con ella. San
Pablo, anunciado por los mismos oráculos, pertenecía también a los últimos
tiempos.
La visión de Damasco fue escatológica53. Fue un «apocalipsis» del Hijo de
Dios: épokalÊcai tÚn uflÚn aÈtoË (Gál 1, 16). Esta expresión, en el lenguaje pri-
mitivo, designa de ordinario la parusía54. La visión del camino de Damasco
pertenece a este contexto claramente determinado; Cristo aparece tal como
será en su parusía55. Esteban recibió la misma visión y la tradujo en lenguaje
apocalíptico: «Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre de pie a la
derecha de Dios» (Hch 7, 55-56). La resurrección ha exaltado a Cristo como pre-
paración de su «venida», y la visión del resucitado es como una anticipación de
su parusía.
Ciertamente, queremos decir algo más insistiendo en el carácter escato-
lógico de la misión paulina. Afirman que el Apóstol se hipnotiza acerca de su
función escatológica. La obra objetiva no le habría interesado. En suma, se trata
de un problema de psicología. ¿Es Pablo, ante todo, un teórico que emprende
sus misiones para apresurar la venida de la parusía56, o es más bien, también y
sobre todo, un misionero que se interesa en la obra positiva que él realiza con
serios deseos de abrir a los paganos el acceso del Reino de Dios, y darles parte
desde ahora en los privilegios de Israel y en las riquezas espirituales de los tiem-
pos mesiánicos?
2. La noción fluida de la escatología es una fuente de confusiones. Se im-
ponen las distinciones57.
La escatología se refiere a lo que llega al término del tiempo presente. Por
tiempo presente o actual se puede entender simplemente la primera fase de la
historia religiosa de la humanidad, aquella en la que han vivido los hombres
bajo el paganismo o bajo la religión que nosotros llamamos hoy el Antiguo Tes-
tamento. Los profetas anunciaban el fin de este tiempo, el fin del siglo presente,
53
Cf. A.-M. DENIS, «L’investiture de la fonction apostolique par “apocalypse”. Étude thématique de Gal
1, 16»: RB 64 (1957) 336-342.
54
Lc 17, 30; 2 Ts 2, 3. 6. 8.
55
Cf. 1 Cor 15, 8; 9,1.
56
Cf. O. CULLMANN, «Le caractére eschatologique du devoir missionaire et de la conscience apostolique.
Etude sur le kat°xon (= vn) de II Thess., 2, 6-7»: RHPR 16 (1936) 210-245; Christ et le temps (Neuchâtel
1947) 111-116: trad. esp. Cristo y el tiempo (Madrid 2008).
57
Sobre la escatología judía, cf. H. J. SCHOEPS, Paulus (Tubinga 1959) 85-95.
76
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al que sucedería otro siglo, futuro, otro tiempo; éste sería el tiempo de una se-
gunda alianza o de un régimen esencialmente espiritual. Según una cierta
corriente de pensamiento, estos acontecimientos tendrían lugar en un mundo
diferente del mundo material actual, o en una tierra totalmente renovada, o
simplemente en «el cielo», y se inaugurarían con cataclismos que serían el toque
de muertos de la creación material actual. El siglo presente zozobraría de este
modo en el fin del mundo. Otra corriente, menos dramática, no insistía en el
fin del mundo material actual; Dios, para realizar su Reino, transformaría, sin
choques, el mundo, los hombres y la tierra.
Ambas expresiones, fin del tiempo presente (fin del siglo presente) y fin del
mundo (de los siglos, de los tiempos), no son, pues, equivalentes. Sin embargo, en
el momento en que la fundación del Reino de Dios sólo era aún inminente (el
tiempo de Juan Bautista, de Jesús), no se distinguía con claridad entre fin del
mundo y advenimiento del Reino. Se podía optar en favor de la escatología con
cambio cósmico total, o sin cambio, o incluso negarse a tomar partido.
Una vez que con la muerte de Jesús, su resurrección y la venida del Espí-
ritu Santo, el Reino se hubo realizado en parte, sin cambio cósmico, la situación
particular de la Iglesia constituía una nueva fuente de confusiones. La Iglesia se
encuentra como suspensa entre la realización futura del Reino (la que se ini-
ciará con la parusía de Cristo y la resurrección de los muertos) y una primera
realización presente (la entronización de Cristo como Señor y la presencia aquí
abajo de los bienes celestes y espirituales propios del Reino).
Cuanto más se identifica la Iglesia con el Reino de Dios integral, más valor
se concede al tiempo presente. La naturaleza misma de los bienes espirituales de
que gozan los cristianos58 permite afincarse tan firmemente en el tiempo que la
parusía disminuye en importancia. Por el contrario, con la resurrección futura
como centro principal de referencia, se difuminan tanto los valores presentes
como los bienes celestes y las realidades terrenas, y se espera apasionadamente
el fin del mundo presente. Las persecuciones subrayan el antagonismo entre los
reinos terrestres y el Reino de Dios, y se alimenta la «esperanza» de ver que se
hunden todas las instituciones del mundo actual, incluida la tierra misma.
Todas estas ideas se afrontan en el cristianismo primitivo. No se impone
síntesis alguna. Habrá que abstenerse de teorías unilaterales.
3. En el momento en que Pablo ingresa en el cristianismo, la comunidad
posee el bautismo, los dones espirituales, celebra la Cena con una liturgia em-
brionaria. Se espera seguramente un pronto retorno de Cristo; pero, tras el
58
Recuérdense los esfuerzos desplegados por Pablo, en su primera carta a los Corintios, para explicar
que los carismas no son más que una preparación a los bienes perfectos que se esperan.
77
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59
Cf. en el discurso de misión: Mt 10, 23; en el discurso escatológico: Mt 24, 14.
60
Nos atenemos al punto de vista de la conciencia paulina. Sin embargo, no hay que olvidar que la
obra de Dios nos supera, y las representaciones sucesivas que nos hacemos de ella, siempre son in-
adecuadas.
78
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61
Una corriente paralela a la que hemos señalado a propósito de la escatología (cf. p.75s.) minimiza la
importancia de la obra temporal de la Iglesia. La interpretación de «el que se dio a sí mismo en res-
cate», de 2 Tes 2, 6-8, está enlazada con la opción entre una predicación totalmente orientada hacia
la escatología, o un mensaje que funda una Iglesia viable en el mundo actual. Únicamente en la pri-
mera hipótesis podría ser «el que se dio a sí mismo en rescate», la existencia de la misión paulina; en
la segunda, se puede echar mano de la pax romana, beneficiosa para el cristianismo. Sobre toda esta
cuestión, cf. B. RIGAUX, Saint Paul. Les épîtres aux Thessaloniciens (París 1956) 662-671.
79
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62
Además del apocalipsis canónico de Daniel, conocemos una decena de obras emparentadas: Libro
de Henoch, Jubileos, Testamentos de los Doce Patriarcas, Libro IV de Esdras, Apocalipsis de Baruk, He-
noch eslavo (o Libro de los Secretos de Henoch), etc. Cf. J. B. FREY, «Apocalyptique»: en DBSup I, c.
326-254.
63
Nótese, sin embargo, si se trata de los qumranianos, que el título de profeta jamás se aplica a un
miembro de la comunidad. El autor de los himnos de las columnas Hod 2 y 4 se presenta, sin em-
bargo, con un aspecto de profeta, y el Maestro de justicia afirma una especie de superioridad sobre
todos los del pasado (pHab 2, 8; 7, 4 s. 7s.).
80
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mente la seguridad de una misión personal. Una vez oídas las afirmaciones de
las cartas ya veremos lo que quedará de esta hipótesis.
3.1. La vocación de Pablo y el llamamiento de los paganos68
1. Desde su primera carta a los Tesalonicenses, Pablo se presenta como
encargado por Dios de proponer a los paganos el mensaje evangélico. Se com-
para implícitamente con los profetas del Antiguo Testamento, prosiguiendo su
linaje, con la diferencia esencial de que él ha sido puesto en el momento cru-
cial en que el anuncio de la salvación con los dones del Espíritu se transmite
al mundo pagano. Con justa razón se le llamará el profeta «mesiánico» de los
gentiles69.
Pablo ha expresado en Gál 1, 15-16, con toda la claridad deseable, la re-
lación entre su vocación y el llamamiento de los paganos: Plugo a Dios (Dios
ha querido con voluntad absoluta, en su plan eterno) «revelarme a su Hijo, para
que yo predicara su Evangelio entre los gentiles». En esta frase teológica, la con-
junción ·na no es consecutiva, sino final, en el sentido más estricto: la finalidad
es la que Dios mismo imprime al acontecimiento humano. El libro de los He-
chos precisa: cuando Cristo resucitado se ha aparecido a Pablo, dándose a
conocer a él en su gloria divina, le ha comunicado la orden divina de «llevar mi
nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel»70. Por tanto, Pablo re-
clamará el título de «apóstol de los gentiles» (Rom 11, 13); se considera como
mandatario personal para anunciar a Cristo a los paganos. En virtud de este en-
cargo trata con los Apóstoles de Jerusalén, y éstos le reconocen su misión: se le
ha confiado la evangelización de los incircuncisos (Gál 2, 7); Dios ha manifes-
tado su voluntad con los resultados conseguidos, como ocurrió con Pedro en su
evangelización de los judíos (Gál 2, 8). Este encargo recibido por el Apóstol es
una gracia particular, la concesión de un privilegio al tiempo que la promesa
de los recursos espirituales necesarios para cumplirla71. Pablo se comparará con
68
Véase, para este párrafo, los análisis de A. M. DENIS, «La fonction apostolique et la liturgie nouvelle
en sprit»: RSPT 42 (1958) 401-436; 617-656; «L’Apôtre Paul, prophéte “messianique” des Gentils»:
EThL 33 (1957) 245-318; CHR. MAURER, «Paulus als Apostel der Völker»: EvT 19 (1959) 28-40.
69
Éste es el resultado al que llegó A. M. Denis después de un análisis exhaustivo de 1 Tes 2, 1-6: «Para
hablar –escribe– del origen de su función, por la que solamente se explican sus éxitos apostólicos...,
san Pablo se movía en la atmósfera del Antiguo Testamento, aferrándose con predilección a la figura
del Siervo de Yahvé descrita por Isaías. Por el contrario, cuando evoca la puesta en marcha actual de
su misión, su lenguaje cambia y escoge todos sus términos en su medio ambiente de acción. La libre
certidumbre, parrhs¤a, introduce ya al lector en el mundo en que vive...» [«L’Apôtre Paul, prophéte
“messianique” des gentils»: ETL 33 (1957) 314].
70
Hch 9, 15. El libro de los Hechos combina en su relato el v. 6 «se te dirá lo que tienes que hacer», con
el v. 15 (Ananías recibe encargo de señalar a Pablo el sentido de su vocación). La adición de «reyes»
y de «hijos de Israel» pudiera deberse a Lucas. Éste trabaja en base a un relato más sencillo, que co-
rresponde a la afirmación muy condensada de Gál 1, 15-16.
71
Pablo, a este efecto, emplea la palabra xãriw de una manera demasiado regular para que no sea in-
82
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el sacerdote que realiza una liturgia solemne72. Así como los cristianos tributan
a Dios, con el ejercicio mismo de su vida cristiana, el culto espiritual que susti-
tuye a los antiguos sacrificios materiales73, también Pablo es ministro del culto
(latreÊv) de Dios en su espíritu para la evangelización (Rom 1, 9)74. Com-
prende muy bien que se trata de una función sacerdotal: «Acabo de escribiros
con cierto atrevimiento en algún punto, como para refrescaros la memoria, por
la gracia que Dios me concedió a fin de ser yo ministro de Jesucristo para los
gentiles, sirviendo como sacerdote del evangelio de Dios, para que la oblación
de los gentiles sea aceptada, santificada por el Espíritu Santo» (Rom 15, 15-16;
cf. 1 Cor 9, 13-14). Su sacerdocio espiritual se ejerce en la evangelización, pero
no se limita a ella, sino que envuelve toda la vida de fe de los cristianos, floreci-
miento de la buena nueva que han recibido. Los cristianos, por su parte, se
asocian al «culto» de su Apóstol, con sus plegarias, o sus dones, o sus presta-
ciones de todo tipo. La colaboración de ellos en su labor evangélica75 es
participación en su actividad cultual. El donativo de los filipenses –escribe– ha
sido «fragancia suave, sacrificio grato, agradable a Dios»76.
El Apóstol se compara también con el embajador, mediador entre Dios y
los paganos, oficialmente delegado para ofrecerles la paz en nombre de Dios. La
imagen es griega77, pero también recuerda los cantos del Siervo de Isaías. El
siervo ha sido constituido por Dios «alianza de las naciones para levantar de
nuevo la tierra y recibir en herencia las heredades desoladas»78. Con esta tarea,
tencionada y casi técnica: Gál 2, 9; Rom 1, 5; 12, 3; 15, 15; 1 Cor 3, 10; 15, 10; 2 Cor 12, 9; Ef 2, 2.7.8. El
don representa su vocación, igual que el «don» hecho al cristiano responde a la vocación de éste.
72
K. WEISS, «Paulus-Priester der christl. Kultgemeinde»: TLZ 79 (1954) c. 355-364; A. M. DENIS, «La fonc-
tion apostolique et la liturgie nouvelle en esprit»: RSPT 42 (1988) 401-436; 617-656.
73
Los cristianos son circuncisos espirituales y su culto, por tanto, es espiritual; se ofrecen a sí mismos
como «víctimas vivas, santas, agradables a Dios» (Rom 12, 1), es decir, que ofrecen todas las activi-
dades de su vida cristiana. Cf. Flp 2, 17; 3, 3; Rom 15, 16 (donde «la ofrenda de las naciones» hay que
entenderla como si fuera el culto espiritual, interior, de los cristianos confiados a Pablo).
74
Pablo escribe: ÿ latreÊv §n t“ pneÊmat¤ mouf §n t“ eÈjaggel¤ƒ toË ufloË aÈtoË (Rom 1, 9). «El
evangelio de su Hijo» corresponde con demasiada exactitud a Gál 1, 16 para que no precisemos su
pensamiento; la evangelización es la de los gentiles. Es lo que, por lo demás, va a confirmar explíci-
tamente en el v. 13, y esto corresponde a la intención total de Rom.
75
Cf. Flp 1, 5: es honra de esta Iglesia el estar asociada desde un principio a la actividad evangélica del
Apóstol que la había fundado.
76
Flp 4, 18: dejãmenow parå ÉEpafrod¤tou tå parÉÍm«n, ÙsmØn eÈvd¤aw, yus¤an dektÆn, eÈãreston
t“ ye“. Evidentemente, «sacrificio» hay que tomarlo en sentido cultual. Pablo no piensa en «res-
tricciones» que los filipenses hayan tenido que imponerse.
77
R. B. HOYLE, The Holy Spirit in st. Paul (Londres 1927) 97-100. Podría recordarse especialmente a los
espondoforos griegos que anunciaban a las ciudades helénicas la tregua sagrada que seguía a la ce-
lebración de los misterios; cf. P. FOUCART, Les mystères d’Eleusis (París 1914) 267-271.
78
Según los LXX, ¶dokã se e‹w diayÆkhn §yn«n (Is 49, 8), habría que pensar en los paganos; cf. K. B.
EULER, Die Verkündigung vom leidendern Gottesknecht aus Jes. 53 in der griechischen Bible (BWANT
4.F, 14) (Stuttgart 1934) 125.
83
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predicha ya por Isaías, ha sido enviado Pablo a los corintios79, en el tiempo es-
cogido, para invitarles, en nombre de Dios y por Cristo, a la reconciliación.
En las cartas de la cautividad, y conforme al desarrollo de su teología, que
será el tema de nuestro Libro IV, Pablo reclamará, a título muy especial, el honor
de haber dado a conocer a los paganos las riquezas inexpresables de Cristo80; esta
tarea de revelador, en el contexto de estas cartas, adquiere también valor cultual81.
2. No es posible imaginarse textos más expresivos. Pablo no comparte con
nadie la gracia o la tarea de Apóstol de los gentiles. A este privilegio que le asigna
un lugar destacado en el plan mesiánico de Dios, responden la aptitud para tra-
bajar con éxito plenamente asegurado en la obra apostólica común, la libre
seguridad con que el Apóstol cumplirá su misión, su certeza de hallarse al re-
paro de desviaciones de doctrina o de comportamiento a las que se hallan
expuestos todos los que realizan obra humana, falsos apóstoles de Cristo, o pre-
dicadores itinerantes bien conocidos en el mundo helénico82.
Hemos de concluir, pues, que Pablo es en su pensamiento –y, porqué no
decirlo, en la realidad de la economía de la salvación– un personaje elegido por
Dios, como tantos grandes personajes del Antiguo Testamento, patriarcas y pro-
fetas, para la obra de la revelación y de la fundación del pueblo de Dios. Pero
estamos en el tiempo mesiánico. Ya no se trata de patriarcas ni de profetas, se
trata de apóstoles, de reveladores definitivos que poseen el Espíritu de Dios re-
servado a los últimos tiempos, que concluyen la obra de Cristo, fundadores de
la Iglesia es decir, del pueblo de los santos de Dios, pueblo del Mesías. Pablo so-
breentiende todo esto cuando se denomina llamado a ser apóstol (klhtÚw
épÒstolow)83. Y quizá debemos acordarnos, al leer esa fórmula, que en ade-
lante, en la hora de san Pablo, son los paganos los «llamados» por Dios y que la
Iglesia es, ante todo, su gran «asamblea». Pablo es el hombre predestinado para
hacer que los paganos oigan su propio «llamamiento»; su propio «llamamiento»
ha sido la primera campanada anunciadora de la gran Iglesia que se levanta
sobre los fundamentos de los «Apóstoles y los profetas».
79
2 Cor 5, 19-6, 10. Cf. Ef 2, 11-18.
80
Cf. Ef 3, 8-9. Aunque los paganos no están formalmente señalados como beneficiarios de esta reve-
lación, evidentemente hay que suplir su mención conforme al espíritu de la oración de Pablo y de
toda la carta a los Efesios.
81
Ignacio insinúa la idea por medio de summÊstai (ad Ef 12, 2): Pablo es revelador del misterio. Esta
función ha recibido una consagración definitiva con el hecho de su encarcelamiento por la causa
cristiana. Pablo es prisionero de Cristo «para los paganos»: él les representa, ha tomado su lugar y es
el garante de su salvación. Si toda persecución es una prueba de salvación (Flp 1, 28; 2 Tes 1, 5), con
cuánta mayor razón un encarcelamiento tan próximo al martirio.
82
Cf. A. M. DENIS, «L’Apôtre Paul, prophete “messianique” des gentils»: EThL 33 (1957) 245-318.
83
Cf. Rm 1, 1; véase L. CERFAUX, La théologie de l’Église suivant saint Paul (París 21948) 134-135: trad. esp.
La Iglesia en San Pablo (Bilbao 1959).
84
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84
Cf. J. MUNCK, Paulus and die Heilsgeschichte (Acta Jutlandica, XXVI, 1) (Copenhague 1954) 53-56; 79-
126; O. CULLMANN, Saint Pierre, disciple-apôtre-martyr (Neuchâtel 1952) 35-48; Petrus,
Jünger-Apostel-Märtyrer (Zurich 21960) 44-62.
85
Cf. H. WEINEL, Biblische Theologie des Neuen Testaments. Die Religion Jesu und des Christentums (Tu-
binga 41928) 426.
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2. Pablo estaba predispuesto de tal modo para esta obra de llevar el evan-
gelio de Cristo a los gentiles, y hasta tal punto sensibilizado, por su educación
de fariseo helenista, a las necesidades religiosas del mundo pagano y a la insu-
ficiencia del judaísmo tradicional tal como la vivían en Jerusalén, que su paso
al cristianismo debía revelarle inmediatamente las posibilidades ilimitadas
abiertas ante la nueva religión. Es muy natural que la visión de Damasco haya
sido el rayo de luz decisivo de su destino apostólico. Pero tras el rayo de luz,
queda todavía por llevar a buen término la obra vislumbrada.
3. De hecho, nosotros nos inclinaríamos a distinguir varios períodos en la ac-
tividad apostólica de san Pablo. Durante el primero, podía esperar llegar a los
gentiles simplemente a través de las sinagogas judías. Se adaptaba al método del ju-
daísmo que, en la diáspora, poseía centros activos de influencia. Podía imaginarse
que, una vez ganados para el movimiento cristiano, los «adoradores de Dios», se-
rían sólidas cuñas hundidas en el mundo greco-romano. Podría comprenderse que
el antiguo fariseo haya creído en la eficacia de esta táctica e incluso que sólo la haya
abandonado a regañadientes90. Sin duda, en su entusiasmo de los comienzos no
había contado con una resistencia tan encarnizada del judaísmo. Más tarde, la opo-
sición de los judeo-cristianos a sus concepciones será otro revés para él.
Los largos años de fracaso relativo de san Pablo (desde su vocación hasta
su estancia prolongada en Antioquía) serán siempre un enigma. Quizá debié-
ramos hacer una comparación con los profetas del Antiguo Testamento; su
vocación no les sustraía siempre a la vida común. Oseas, Jeremías, Ezequiel, si-
guieron mezclados en la vida de su pueblo. Cuando san Pablo emprende sus
viajes de misión, le vemos trabajar con sus manos para ayudar a sus necesida-
des. Durante esta decena de años que quedan vacíos en su historia misionera,
¿cuánta es la parte de su tiempo que ha dado al trabajo manual, a la oración, al
estudio de las Escrituras?
En un momento dado, Pablo se enriqueció con la experiencia de los
demás. Bernabé, que sin duda no contaba con este descubrimiento, había com-
prendido antes que él las promesas de un cristianismo introducido en pleno
paganismo sin la preparación de la sinagoga. Pablo se benefició, a la vez, de la
clarividencia de Bernabé y de la audacia de los cristianos helenistas, que, tras
haber fundado la Iglesia pagana de Antioquía, seguían llevando allí su vida de
profetas y de didáscalos91. En Antioquía se revela claramente a su espíritu la im-
90
Para la obra del judaísmo en la conversión de los Gentiles, cf. J. G. MACHEN, The testimony of St. Paul
to Christ (Nueva York) 11-13. La hipótesis se vería considerablemente reforzada si se admitiera que
Pablo, antes de su conversión, se había dado ya a la tarea de conquistar el mundo greco-romano
para el judaísmo. E. Barnikol interpreta en este sentido Gál 5, 11: Die vor-und frühchristliche Zeit
des Paulus (Kiel 1929) 183s. Cf. H. J. SCHOEPS, Paulus (Tubinga 1959) 231s.
91
Cf. Hch 13, 1-3.
87
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periosa necesidad de una liberación total de las prácticas judías para los cris-
tianos venidos del paganismo.
El Espíritu Santo que hablaba en la Iglesia de Antioquía le lanza a una
nueva etapa de su vida apostólica. Con Bernabé, se convirtió en «misionero de
la Iglesia de Antioquía» trabajando en la extensión de un cristianismo del tipo
de aquella Iglesia pagano-cristiana. A continuación, sus miradas se dirigieron
cada vez más hacia tierras lejanas, sin inquietarse demasiado por la existencia
de sinagogas judías, fundaría iglesias donde no había más que una ínfima mi-
noría de judíos. Y, finalmente, las fundaría donde el judaísmo no le
proporcionaba ningún tipo de trampolín.
Ésa fue la gran encrucijada de su vida y de su método. Lucas tiene con-
ciencia de esta evolución. Un episodio de la estancia de Pablo y Bernabé en
Antioquía de Pisidia le permite resumirla: «A vosotros –dicen los misioneros a
los judíos incrédulos–, había que exponer primero la palabra de Dios. Puesto
que la rechazáis, es decir, puesto que no os consideráis dignos de la vida eterna,
fijaos, nos damos la vuelta en dirección a los gentiles» (Hch 13, 46). Y los orado-
res justifican su conducta con el texto de Is 49, 692.
La solemnidad del discurso y este recurso a un texto fundamental, que
habla de los «confines de la tierra», nos permite ensanchar la perspectiva. En
adelante, la propaganda cristiana se dirigirá, en principio, a los paganos. Sin
duda, cuando resulte posible, se seguirá apoyando en la sinagoga, pero se sabrá
que el apoyo es precario y provisional. La aventura de Antioquía de Pisidia se re-
petirá casi por todas partes. Las rupturas sucesivas harán presagiar una
situación definitiva; Pablo acabará aplicando a los judíos el texto de Is 6, 9-10,
en el que Cristo había leído la reprobación definitiva del pueblo judío por su
incredulidad93. La escena se sitúa en Roma, y como divisa del fin del Libro de los
Hechos, Pablo concluye: «Que os quede claro que esta salvación de Dios ha sido
enviada a los gentiles; ellos sí que escucharán» (Hch 28, 25-28).
Hay, pues, una parte de verdad en la intuición de Fridrichsen. No sólo el
alcance de su misión de Apóstol de los gentiles se ha manifestado gradualmente
al espíritu de Pablo, sino que revelaciones sucesivas han podido influir en su
método de apostolado. Así ocurrió, especialmente, en el caso de la interven-
ción del Espíritu Santo en Antioquía de Siria; recordemos, asimismo, la
revelación (o «misterio») de que habla el Apóstol en Rom 11, 25-27, la cual le
enseñó que los judíos no entrarían en la Iglesia hasta que concluyese la evan-
gelización del mundo pagano.
92
Cf. p.74s.
93
Hch 28, 26-27; cf. Mt 13, 14; Mc 4, 12; Jn 12, 40.
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La misión apostólica
Para que la muerte y la resurrección de Cristo obren su eficacia y den ori-
gen al linaje cristiano, interviene el mensaje anunciando y llevando consigo la
salvación. El mensaje ha sido confiado a los apóstoles. La obra de Cristo llega a
los hombres pasando por la actividad de un grupo de hombres escogidos por
Dios para este fin y que serán los fundadores de la Iglesia. Recordemos el argu-
mento que Pablo desarrolla en forma de sorites en Rom 10, 14-15. Se trata,
probablemente, de un lugar común de su predicación, adaptado tanto para la
introducción del mensaje en el mundo pagano como para la conversión de los
judíos. La salvación está vinculada a la fe. La fe depende de la audición, la au-
dición (o el mensaje) del anuncio, y el anuncio del envío de apóstoles (por Dios).
Resulta natural que para proseguir la explicación de la economía cristiana ha-
blemos en primer lugar del apostolado.
1
Bibliografía: K. H. RENGSTORFF, «épÒstolow»: en TWNT I, 406-446; «d≈deka»: en ibid., II, 321-328;
W. SEUFERT, Der Ursprung und Bedeutung des Apostolats in der christlichen Kirche der ersten zwei
Jahrhunderte (Leiden 1887); E. HAUPT, Zum Verständnis des Apostolats im Neuen Testament (Halle
1896); H. MONNIER, La notion de l’apostolat des origins à Ireneé Tesis (París 1903); J. WAGENMANN, Die
Stellung des Apostels Paulus neben den Zwölf in den ersten zwei Jahrhunderten (BZNW 3) (Giessen
1926); KIRSOPP LAKE, The Twelve and the Apostles, en The Beginnings of Christianity, V (Londres 1933)
37; O. CULLMANN, «Le caractère eschatologique du devoir missionaire et de la conscience apostoli-
que de Saint Paul»: RHPR 16 (1936) 210-245; W. GRUNDMANN, «Die Apostel zwischen Jerusalem und
Antiochen»: ZNW 39 (1940) 110-137; G. SASS, «Zur Bedeutung von do«low, bei Paulus»: ZNW 40
(1941) 24-32; A. FRIDRICHSEN, The Apostle and his Message. Inbjudning till Teologie Doktorspromo-
tionen vid Uppsala Universitet (Upsala 1947); H. MOSBECH, «Apostolos in the New Testament»:
StudTheol 2 (1949-1950) 166-200; C. K. BARRET, Paul and the «Pillar» Apostles, en Studia Paulina. In
honorem J. de Zwaan (Haarlem 1953) 1-19; L. CERFAUX, L’unité du corps apostolique dans le Nouveau
Testament, en L’Église et les Églises (Melanges dom Lambert Beauduin) (Chevetogne 1954) 99-110
(=Recueil Lucien Cerfaux, II (Gembloux 1954) 227-237; «Pour l’histoire du titre Apostolos dans le
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Pablo se hubiera hecho sentir a la vez sobre los tres primeros evangelios. Es ver-
dad que san Lucas, discípulo suyo, emplea el término muy abundantemente,
especialmente en el Libro de los Hechos. Pero, ¿no es una especie de contra-
dicción suponer que lo hubiera hecho bajo el influjo del vocabulario de Pablo,
mientras que se negaba obstinadamente a concederle este título de apóstol,
que le llegaba más al alma que ningún otro y que para él abarcaba la afirmaci6n
más esencial de su mandato divino?4
1.2. Los apóstoles misioneros
Hay otro segundo sentido, que aparece casi limitado a las cartas paulinas.
San Pablo denomina «apóstoles» a cristianos que, sin pertenecer al grupo de los
grandes apóstoles, han tomado parte activa en la difusión del cristianismo.
1. Gracias a la polémica, conocemos un círculo muy determinado de após-
toles en sentido amplio. Son judíos de Jerusalén que han adoctrinado a la
comunidad de Corinto con fanfarronadas y predican un evangelio de circunci-
sión. Se proclaman «apóstoles por excelencia» (ofl Íperl¤on épÒstoloi), se
cubren con la autoridad de la Iglesia de Jerusalén (2 Cor 12, 11-12). No es conce-
bible que Pablo arremetiera con tanta vehemencia contra los grandes Apóstoles
que han visto a Cristo resucitado y han sido encargados por él de fundar la Igle-
sia. Se trata, más bien, de aquellos judeo-cristianos que, con el pretexto de un
cristianismo de compromiso, se dedican a agregar al judaísmo a los paganos ga-
nados por la propaganda paulina. Estos súper-apóstoles (2 Cor 11, 5-13; 12, 11)
llevan también –y esto es lo que nos interesa– el título de apóstoles; en conse-
cuencia, el nombre no se halla reservado en aquel momento al grupo dirigente de
la Iglesia, los Doce con algunos más, los que han visto a Cristo resucitado.
Encontramos quizás a estos mismos «apóstoles» en 1 Cor 9, 1-16. Se ha re-
prochado a Pablo por querer singularizarse entre los «demás apóstoles»,
aquellos, sin duda, a quienes conocían los corintios. Él es «libre», responde, li-
berado por Cristo de las trabas de la Ley y de los convencionalismos puramente
humanos. Es Apóstol porque ha visto a Cristo resucitado y porque ha fundado
la Iglesia de Corinto. Tendría el derecho de hacerse acompañar por una cris-
tiana, «como los demás apóstoles, como los hermanos del Señor, como Cefas»
(v. 5). Nada hay que indique que esos «otros apóstoles» designen en este caso a
los grandes Apóstoles. Al contrario, podría concebirse muy bien una gradación
que va desde los «demás apóstoles» a los hermanos del Señor y a Cefas. Serían
«los demás» por relación a Pablo y Bernabé. ¿Cómo se hubiera podido pensar en
4
El empleo de épÒstolow a propósito de Bernabé (citado en primer lugar) y Pablo, en Hch 14, 14,
haría resaltar más aún la actitud de Lucas, porque aquéllos sólo llevan el título en cuanto misione-
ros o enviados de la Iglesia de Antioquía (G. KLEIN, Die zwölf Apostel. Ursprung und Gehalt einer Idee
(Gotinga 1961).
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haber fundado la Iglesia de Corinto. Otros, fuera de él, sin ser del número de los grandes Apóstoles,
podrían considerar el poder de Dios que en ellos se ha manifestado como señal de que son auténti-
cos misioneros (cf. Mt 9, 37-38). Cf. Gál 2, 8.
10
Cf. el uso de épost°llv en 2 Cor 12, 17. Pablo llamaría con toda seguridad épÒstoloi a aquellos
colaboradores suyos a quienes confiaba una misión determinada
95
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Se exponen en él, a la vez, los consejos dirigidos por el Señor a los misioneros
evangélicos y la advertencia contra los falsos profetas11. A estos misioneros iti-
nerantes se les denomina sin más los «apóstoles»12.
El Apocalipsis de Juan indica que la Iglesia de Éfeso conocía misioneros
comúnmente llamados apóstoles. El vidente alaba a los efesios por haberlos
puesto a prueba. Eran falsos apóstoles13. Como la Didajé, establece un paralelo
muy fuerte entre los «apóstoles» y los «profetas».
La literatura cristiana posterior apenas ha utilizado la denominación de
apóstol en sentido amplio14, por la sencilla razón de que «apóstol» no sólo se
había convertido en el título de los Doce, sino que designaba su función de fun-
dadores de la Iglesia, incomunicable en lo que ellos han recibido, sin
intermediario y solo ellos, de Cristo resucitado. El grupo apostólico es el eslabón
que une a la Iglesia, nacida de su mensaje, con Cristo.
1.3. Conclusión
Este movimiento semántico comprobado podría explicarse con una
doble hipótesis. En la primera, el título de apóstol habría poseído desde un prin-
cipio toda su solemnidad, indicando una misión recibida de Cristo, y luego se
habría transmitido a todos los que tomaban parte en esta misión. En la segunda,
se habría tomado un término corriente, sobre el cual se habrían injertado sen-
tidos concretos distintos, según las circunstancias. Esta segunda hipótesis se
funda en premisas poco seguras15. En todo caso, en el pensamiento de Pablo el
título de Apóstol tiene tal peso que, en cuanto se aplica a sí mismo y a los demás
grandes Apóstoles, deja en la sombra todas las apelaciones secundarias.
2. El colegio apostólico
Según H. von Campenhausen, los apóstoles de Jerusalén de ningún modo
habrían constituido un colegio, especie de directorio de la Iglesia primitiva. No
11
Did. 11,3: per‹ d¢ t«n épostlvn ka‹ profht«n.
12
J. P. AUDET (La Didachè. Instruction des Apôtres (París 1958) presenta esta hipótesis: la Didajé habría
sido escrita entre el 50 y el 70; su autor pertenecería todavía a la generación de los apóstoles misio-
neros. Véase cuán juiciosamente la enfoca F. M. BRAUN, Jean le théologien et son évangile dans l’Église
ancienne (París 1959) 231-262. Cf. G. SASS, Der Apostel in der Didaché, en In Memoriam E. Lohmeyer
(Stuttgart 1951) 233-239. Siempre será posible preguntarse si el didajista cita una fuente, o bien habla
de esos apóstoles ambulantes por arcaísmo, o lo hace para ser fiel al texto evangélico.
13
Ap 2, 2: toÁw l°gontaw •autow épostÒlouw ka‹ oÈk efis¤n.
14
Comúnmente se cita a EUSEBIO, Historia eclesiástica (BAC, Madrid 2001) I, 12; III, 37; V, 10; IRENEO,
Adv. haer., II, 21, 1; IV, 12, 5; TERTULIANO, Adv. Marc., IV, 24; ORÍGENES, In Joann., t. 32, 10; C. Cels., III,
9 (F. X. FUNK, Patres apostolici, 26).
15
Cf. supra, p.84s.
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fican con los Doce. Los Doce permanecerán como el elemento básico y como
el soporte de un colegio más extenso19, agregándose los recién venidos sin al-
terar la fisonomía de la institución primitiva. Los «apóstoles» serán el grupo de
los Doce ampliado; tendrán parte en los privilegios del primer colegio20; en el
orden ideal, seguirán siendo los Doce.
La tradición primitiva ha comprendido tan bien el papel preponderante
de los Doce, que su prestigio se ha extendido al grupo ampliado de «todos los
apóstoles», y, muy pronto, se ha identificado simplemente a «los Doce» con «los
apóstoles». San Pablo es el único que conserva el recuerdo arcaico de una época
en que la confusión no se había llevado a cabo aún21. Además, tenía un interés
mayor en conservar la distinción, puesto que él mismo afirmaba que era un
apóstol, a igual título que los Doce; para que su pretensión fuera legítima, era
preciso que «el apóstol» se definiera únicamente por su privilegio de haber visto
a Cristo resucitado y por su misión de testigo y de heraldo de la resurrección22.
La carta a los Gálatas corrobora nuestra exégesis. Se trata, en primer lugar,
de Gál 1, 16-17. Pablo acaba de hablar de su llamamiento de Damasco. Y prosi-
gue: «No fui a consultar en seguida a ninguna carne y sangre23, ni subí a
Jerusalén a presentarme a los apóstoles anteriores a mí». Y en Gal 1, 18-19
añade: «Luego, después de tres años, subí a Jerusalén para visitar a Cefas, y re-
sidí en su casa quince días; no vi a ningún otro de los apóstoles, a no ser a
Santiago el hermano del Señor»24. Estas dos frases resultan complementarias
para nuestro centro de interés. Es posible, rigurosamente hablando, que «la
carne y la sangre» forme endíadis con «los apóstoles, mis predecesores». Poco
importa. En todo caso, la misión de Pablo no depende de los hombres. Él sabe,
y nos lo dice, que en Jerusalén hay un grupo que se denomina los apóstoles, un
grupo del que forman parte Cefas (que es su personaje más representativo) y
Santiago, el hermano del Señor. Se trata, evidentemente, del grupo de «todos
los apóstoles», del que se trató en 1 Cor 15. Como en aquel pasaje, Pablo rei-
vindica el título, ya que habla de los apóstoles, «sus predecesores». Se
19
Cf. L. CERFAUX, L'unité du Corps apostolique dans le Nouveau Testament, en L’Église et les Églises (Mé-
langes dom Lambert Beaudoin) (Chevetogne 1954) 99-110 [=Recueil Lucien Cerfaux, II (Gembloux
1954) 229-237].
20
A. FRIDRICHSEN The Apostle and his message (Upsala 1947) 6], y H. VON CAMPENHAUSEN «Der urchristli-
che Apostelbegriff»: StudTheol 1 (1947) 96-130] preferirían decir que Pedro es el único a quien se
debería de contar entre los apóstoles.
21
H. J. SCHOEPS [Paulus (Tubinga 1959) 65] estima, por el contrario, que Lucas conserva la significa-
ción arcaica del término épÒstolow identificando al grupo de los apóstoles con los Doce.
22
Nos aproximamos a la tesis de K. HOLL, Der Kirchenbegriff des Paulus, en Sitzungsberichte der preus-
sischen Akademie der Wissenschaften (1921). Véase la crítica de esta posición por H. MOSBECH,
«Apostolos in the New Testament»: StudTheol 2 (1949-1950) 180-181.
23
Creemos que, en esto punto, piensa en su medio ambiente judío, del que ha hablado poco más arriba
(v. 14).
98
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comprende con toda naturalidad que la misión que acaba de recibir de Cristo
resucitado le da derecho a llamarse igual a los demás, especialmente de Cefas
y de Santiago.
Los dos textos de 1 Cor y Gál se apoyan mutuamente. Los apóstoles son,
primero, y en sentido privilegiado, cristianos de Jerusalén (los Doce y algunos
más), que han sido favorecidos con una visión especial de Cristo y tienen el en-
cargo oficial de dar testimonio de su resurrección. Más tarde se realizará la
síntesis con otros elementos (la misión de los Doce en Galilea y el encargo de
enseñar a todas las naciones).
2.2. El colegio apostólico
Por tanto, habrá que considerar a los «apóstoles» (en sentido estricto), no
como a misioneros independientes, en virtud de una vocación personalísima –
así lo proponen A. Fridrichsen y H. von Campenhausen25–, sino como a
miembros de un mismo grupo. Como éste se había constituido, en principio y
en su núcleo, por la institución de los Doce en vida de Cristo, la «vocación» por
visión del resucitado no será la nota exclusiva constitutiva del apostolado26. En
el punto de partida de la noción se pondrá la institución de un grupo determi-
nado elegido por Jesús entre sus primeros discípulos27. Si Santiago y los
hermanos del Señor fueron llamados después de la resurrección, su consan-
guinidad con Cristo representaba un elemento que les ponía en pie de igualdad
con los «discípulos»; uno y otros, para emplear el lenguaje de Pablo, habían co-
nocido a Cristo «según la carne». El caso de Pablo será una excepción, sin que
a primera vista pueda invocarse cosa alguna para paliarla. Hay que aplicarle el
dicho de que la excepción confirma la regla.
Se echaría por tierra el orden normal si se elaborara la noción de aposto-
lado partiendo de la vocación de san Pablo. El término de apóstol y la noción
correspondiente existían previamente al llamamiento de Damasco; la noción se
formó en el ámbito de los discípulos galileos y en la Iglesia de Jerusalén. Los
24
Ya se sabe lo controvertida que es la exégesis. El embrollo resulta aún mayor si se identifica a los
Doce con los apóstoles. Pero nada impide considerar a Santiago como apóstol, sin que haya sido de
los Doce. Se halla en una situación análoga a la de Pablo.
25
Esta posición confunde las dos categorías de apóstoles y atribuye a los apóstoles del grupo jeroso-
limitano lo que es peculiar de Pablo y de los apóstoles itinerantes.
26
Las necesidades de la controversia explicarían que san Pablo no quiera hablar más que de la visión
de Cristo.
27
San Lucas resume muy bien el pensamiento del cristianismo primitivo en Hch 1, 1s.: ı ÉIhsoËw...
êxri ∏w ≤m°raw §nteilãmenow to›w épostÒloiw... oÓs §jel°jato. Sin embargo, se puede ver el eco
de un recuerdo arcaico cuando une los hermanos del Señor a este grupo, 1, 13. Era fácil en la co-
munidad primitiva la confusión de éstos con los Doce. Véase L. CERFAUX, L'unité du corps apostolique
dans le Nouveau Testament, en L’Église et les Églises (Mélanges dom Lambert Beauduin) (Chevetogne
1954) 33-110 [=Recueil Lucien Cerfaux, II (Gembloux 1954) 227-237].
99
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Lucien Cerfaux
Doce habían sido instruidos por Cristo y escogidos por Él como fundamento
del pueblo nuevo. La influencia del maestro galileo sobre los primeros «discí-
pulos» después de la resurrección fue tal, que la institución apostólica quedó
como fundamento de la Iglesia.
Se insiste en la relaci6n de la palabra épÒstolow griega con una aramea co-
rrespondiente, shaliah, para deducir de ello una definición de apóstol por vocación
«personal»; el apóstol sería un apoderado con poderes de Cristo, ocupando su
puesto; la relación personal sería fundamental. La relación entre la palabra aramea
y el vocablo griego es puramente hipotética28. Nuestros textos cristianos nos dejan
entrever algo distinto. El sustantivo épÒstolow deriva naturalmente del verbo
épost°llv, de uso tan frecuente y técnico en el Nuevo Testamento, donde se co-
noce la importancia extrema de las «misiones»29; la palabra êggellow, que
normalmente habría designado al enviado, poseía ya un sentido especifico fijo y
significaba los «ángeles». Como el griego profano utilizó rara vez la palabra
épÒstolow, resultaba mucho más fácil imponerle una significación técnica. Así se
procedió, con las debidas proporciones, con la palabra §kklhs¤a. Un sustantivo de-
rivado del verbo épost°llv se colocará al lado de êggellow, pr°sbuw, k∞ruj, las
palabras más ordinarias para designar un mensajero.
Podemos preguntarnos si, en el momento en que épÒstolow recibió su
sentido técnico muy especial para designar a los Doce, se pensó en el envío por
Cristo resucitado o en la misión de Galilea. Por mucho que se trate de un ana-
cronismo, el pequeño inciso en el que Lucas afirma que Cristo impuso a los
Doce el nombre de apóstoles (Lc 6, 13), demuestra que, al menos para él, fue de-
cisiva la misión de Galilea. Estamos tentados de darle la razón. La misión de los
Doce en Galilea era un episodio muy firme y muy arcaico de la tradición cris-
tiana primitiva y sirvió de modelo a las misiones lejanas; el discurso de misión
de Mt, libro de ruta de los misioneros, tiene como base las directrices dadas a
los Doce por nuestro Señor. La expansión del cristianismo reveló la importan-
cia capital de las misiones, cuyo modelo fue siempre la de Galilea. La nota
fundamental de la noción cristiana del apostolado en sentido estricto es, pues,
el envío por parte de Cristo para una actividad misionera en favor del Reino de
28
Cf. para el aspecto histórico de esta cuestión K. H. REGNSTORFF, «épÒstolow»: en TWNT I, 444; H. MOS-
BECH, «Apostolos in the New Testament»: StudTheol 2 (1949-1950) 166-169; 187 (donde el autor
manifiesta dudas parecidas a las nuestras en cuanto a la correspondencia shaliah-apostolos). No hay,
pues, razón alguna que se imponga para dar cabida a la noción jurídica del shaliah judío con el fin de
definir al épÒstolow como apoderado. La defensa desplegada por K. H. REGNSTORFF (art. cit., p.421-
423) es débil. ¿Por qué no consultar previamente el uso cristiano?
29
Cf. Rom 10, 15; el término se emplea en 1 Cor 1, 17, en el mismo sentido técnico. Este verbo, tan fa-
miliar a los cuatro evangelios y a los Hechos, no se halla en san Pablo, fuera de los dos pasajes
señalados, más que en 2 Cor 12, 17 (habría que añadir en el mismo contexto en 2 Cor 12, 18,
sunapost°llv, hapax en nuestra literatura neotestamentaria) y 2 Tim 4, 12 siempre para designar
discípulos comisionados por el Apóstol; en definitiva, apóstoles por delegación.
100
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los cielos. De una manera secundaria se añade a ello la otra nota de que los
apóstoles que dirigen el destino de la Iglesia se identifican idealmente con el
grupo de los Doce, los primeros «enviados». Cuando Pablo se unió al grupo
apostólico, la comunidad primitiva había fijado estas nociones. Pablo adapta a
ellas sus concepciones personales y su polémica para conservar su indepen-
dencia dentro del grupo30, pero mantiene la idea esencial de que el Evangelio es
la obra común del colegio del que él forma parte.
30
Sería útil proseguir la polémica con K. H. Regnstorff y H. v. Campenhausen. Éstos tienen interés en
mostrar que los apóstoles de la primera generación no constituyen un colegio. Para ellos, todos los
que son llamados apóstoles son considerados en igualdad de condiciones. Tienen una «función»
sólo en cuanto misioneros (K. H. RENGSTORFF, art. cit., p.432). La sucesión apostólica esta en juego.
Está claro, por una parte, que los apóstoles formaban un colegio, como los Doce, y por este hecho
debían tener sucesores; pero éstos no podían llevar el título de apóstoles (en el sentido técnico es-
tricto), vinculado a los Doce y por ello mismo intransmisible. Porque los Doce eran los «fundadores».
31
En cuanto a la acogida dispensada a san Pablo en Jerusalén, cf. Hch 15, 25-26.
32
Cf. C. K. BARRET, Paul and the «Pillars» Apostles, en Studio Paulina. In honorem J. de Zwaan (Haarlem
1953) 1-19.
33
Para el sentido del apostolado, véase K. H. RENGSTORFF, «épÒstolow»: en TWNT I, 447-448.
34
Lo que equivaldría bastante bien al sentido de shaliah judío.
101
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102
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que cuando Jesús fundó la Iglesia sobre el colegio de los Doce, Pablo les que-
daba ya equiparado con la intención divina y que entraría con pleno derecho en
la participación de los privilegios que Jesús concedía al grupo.
Ésta es, en efecto, la razón definitiva que garantiza a san Pablo su lugar
privilegiado en el orden de la salvación, junto a los Doce, y confundido con ellos
en la devoción del pueblo romano de finales del siglo I.
La Iglesia fue fundada sobre el colegio de los Doce, instituido por Cristo,
pero el colegio no recibió su mandato definitivo hasta que Cristo resucitado le
encomendó el testimonio y el mensaje de la resurrección y el Espíritu Santo le
constituyó en órgano de la revelación para conservar y concluir la enseñanza
evangélica. En ese momento, por la voluntad divina, expresada por Jesús resu-
citado, dispensador del Espíritu, Pablo fue agregado a los Doce.
37
E. KÄSEMANN, «Die Legitimität des Apostels. Eine Untersuchung zu II Kor. 10-13»: ZNW 41 (1942) 33-
71; T. W. MANSON, The Church’s ministry (Londres 1948); H. GREEVEN, «Propheten, Lehrer, Vorsteher bei
Paulus. Zur Frage des “Aemter” im Urchristentum»: ZNW 44 (1952-1953) 1-43; E. LOHSE, «Ursprung
and Prägung des christlichen Apostolates»: ThZ 9 (1953) 259-275; E. SCHWEIZER, Gemeinde und Ge-
meindeordnung in Neuen Testament (Zurich 1959) L. M. DEWAILLY, Envoyés du Père. Mission et
apostolicité (París 1960); K. PRÜMM, Diakonia Pneumatos. Der Zweite Korintherbrief als Zugang zur
apostolischen Botschaft, II, 1 (Roma 1960) 59-75; O. CULLMANN, Petrus, Jünger-Apostel-Märtyrer (Zu-
rich 21960) 244-271; L. CERFAUX, Le message des Apôtres a toutes las nations, en Scrinium Lovaniense
(Mélanges historiques Étienne Van Cauwembergh) (Gembloux 1961) 99-107.
38
Así se explica que los dones de Pentecostés se den a toda la comunidad y que, sin embargo, los após-
toles los posean con plenitud. El mismo Espíritu Santo estará presente en la Iglesia conforme a la
proporción establecida para la comunidad y presente en los apóstoles según su función. Las deci-
siones de la comunidad son ratificadas por los apóstoles y las decisiones apostólicas se convierten
en decisiones de la comunidad; la identidad de puntos de vista es consecuencia de la presencia del
Espíritu en el conjunto de la comunidad y de sus jefes. Así, el primer decreto apostólico es enunciado
a la vez por «la comunidad», los presbíteros, los apóstoles y el Espíritu Santo (Hch 15, 22). Así tam-
bién Pablo usa en una de sus cartas la fórmula clásica de los decretos: «En el nombre de nuestro
Señor Jesucristo, con el poder de Jesús nuestro Señor» (1 Cor 5, 4). El poder del Señor Jesús es el
mismo Espíritu Santo y gobierna esta asamblea ideal en la que Pablo expresa la sentencia de toda la
comunidad. Lo que el grupo decide es decisión de cada uno, lo que él fórmula es fórmula de cada
uno; lo que cada uno predica o enseña, lo que cada uno decide, sólo lo puede ser en el Espíritu que
gobierna el conjunto, y, en consecuencia, representa a la autoridad común.
103
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Por tanto, es justo destacar los plenos poderes de cada uno de los após-
toles. Pero aquí se ha de aplicar, con la debida proporción, la teoría que Pablo
desarrolla a propósito de los carismas. Los plenos poderes se conceden para
utilidad de la Iglesia, y se conceden en el Espíritu que es uno, por Dios, que
es la fuente de todo don, y por Cristo, que es el instrumento de Dios. Tanto en
el punto de partida como en el de llegada del apostolado, tropezamos con la
unidad necesaria y fundamental. Unidad de origen y unidad de fin se co-
rresponden.
2. Pablo afirma o supone regularmente la unidad de las actividades apos-
tólicas: el mensaje, la tradición, la fundación de las iglesias cristianas.
El mensaje, o el Evangelio, es esencialmente uno, y esta unidad trae la
concordia apostólica. La carta a los Gálatas desarrolla ampliamente la tesis para
proteger a los cristianos de la gentilidad contra las seducciones judaizantes. Del
mismo modo no hay más que una resurrección de Cristo, que es el origen de la
misión cristiana y de su éxito, tampoco hay más que un mensaje de esta resu-
rrección, una misma fuerza divina, un solo evangelio, por el cual «Dios llama en
la gracia de Cristo» (Gál 1, 6). O también el evangelio de Pablo es el evangelio
único, porque le ha sido confiado por la revelación de Jesucristo (Gál 1, 12) y
ésta no varía. Es común a todos los apóstoles39.
En el momento en que Pablo escribe sus cartas, la tradición (parãdosiw)
está a punto de nacer del mensaje evangélico y de la enseñanza (didaxÆ) de los
apóstoles que lo desarrollan.
Pablo relata una «tradición» referente a la resurrección de Cristo (1 Cor
15, 3-8). Ha «recibido» fórmulas acuñadas en Jerusalén, y las «transmite» como
bien propio suyo, como su evangelio (1 Cor 15, 1), fundamento de la fe de los co-
rintios (1 Cor 15, 2) y fuente de su salvación. Hasta tal punto es cosa suya que le
añade el testimonio –que también se convierte en fundamento de la fe– de su
propia visión del resucitado (1 Cor 15, 8). Imagen de la unidad apostólica: todo
lo que pertenece al colegio de los «apóstoles», pertenece a Pablo, el último de
ellos, el abortivo. Éste enseña lo que todos enseñan, y todos enseñan lo que él
enseña: «Sea yo o sean ellos, seguimos predicando (khrÊssomen), así, y así abra-
zasteis la fe (§pisteÊsate)» (1 Cor 15, 11).
La fe es algo muy importante como para que dejemos de ponderar las pa-
labras de esta frase. Pablo aplica la tesis de la carta a los Gálatas; todo evangelio
verdadero es el único evangelio apostólico. Recordemos también que Pablo
«transmite» a sus Iglesias, como parãdosiw, el relato de la Cena, recibido de los
39
Cf. G. FRIEDRICH, «§paggel¤a»: en T WNT II, 731s.
104
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40
1 Cor 11, 23 (¯ ka‹ par°dvka Ím›n).
41
Cf. L. CERFAUX, «La tradition selon saint Paul»: VSpirSup 25 (1953) 176-188 [=Recueil Luci en Cerfaux,
II (Gembloux 1954) 253-263].
42
Sobre las colectas, cf. J. DUPONT, «Notes sur les Actes des Apôtres»: RB 63 (1955) 54s.
43
Cf. L. CERFAUX, «”Les Saints” de Jérusalem»: EThL 2 (1925) 510-529 [=Recueil Lucien Cerfaux, II (Gem-
bloux 1954) 389-413].
105
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44
Algunos textos de Qumrán se han comparado con la institución cristiana; por ejemplo, S 6, 3: Donde
haya diez hombres... habrá un sacerdote; 8, 1: En el consejo de la comunidad habrá doce hombres
y tres sacerdotes; Sa 2, 22: prescripción para cada comida en que se reúnan hasta diez hombres;
Dam 10, 4 s: ...los jueces: un número de diez hombres, elegidos en la comunidad... cuatro de la tribu
de Leví y de Aarón, seis de Israel (cf. C. RABIN, Zadokite Doc., en Dam 10, 4, nota 4, p.49: sobre los tri-
bunales de diez jueces en el rabinismo), 13, 1: ... en los campamentos, grupos mínimos de diez
hombres, cf. id. S 2, 22; Sa 1, 1; 2, 1. Milh 2, 1: ...los jefes de los sacerdotes, después del sumo sacer-
dote y su segundo, doce jefes para estar de servicio perpetuamente ante Dios; 2, 2: Tras ellos, los
jefes de los levitas... doce; 3, 14: las doce tribus; 5, 1 y 2 (los jefes de tribus); 4QpIsd 1, 4: ... su inter-
pretación corresponde a los doce (...).
45
Contra O. CULLMANN [Saint Pierre, disciple-apôtre-martyr (Neuchâtel 1952)], quien, para respetar «el
carácter temporalmente único del fundamento constituido por los apóstoles», recurre al principio
de su «supervivencia» en los escritos apostólicos. «No es –dice– un prejuicio confesional lo que nos
impulsa a afirmar esto: es exclusivamente la manera como el cristianismo primitivo entendía el
apostolado. Hoy, en pleno siglo XX, estos escritos nos llevan a encontrar de nuevo la persona de los
apóstoles, y la primera de ellos la de Pedro: ellos prosiguen –y prosigue él– sosteniendo el edificio de
la Iglesia» (p.181).
106
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El mensaje de Dios y la fe
1. Misión y mensaje
1.1. Vocabulario
La teología moderna ha puesto de moda el sustantivo kÆrugma1, me-
diante el cual pretende expresar lo que se refiere al mensaje cristiano. Si se trata
del vocabulario paulino, esta predilección no está justificada en rigor histórico.
El heraldo, el k∞ruj, sólo aparece en las epístolas pastorales; kÆrugma se emplea
cuatro veces en total2. Sólo el verbo khrËssv es relativamente frecuente3. Al-
gunos han visto en las palabras de esta familia un equivalente a «sermón»4;
muchos les conceden un destino privilegiado. No carece de interés una con-
frontación con los demás vocabularios relativos al mensaje.
a) El verbo khrËssv, en Rom 10, 8-15, define el régimen cristiano. La
«predicación» es la obra esencial, puesta entre el envío de los apóstoles y la sal-
vación de los cristianos. La mayor parte de usos del verbo se reducen a este caso;
aparece en el momento en que el Apóstol define su propia actividad5, o bien se
opone a falsas concepciones6, o también cuando trata de la actividad apostólica
en general7. El sustantivo adquiere un sentido técnico correspondiente. No de-
signa el mensaje considerado objetivamente, según el uso de la palabra
«kerigma», sino la proposición del mensaje, la acción de presentarlo8.
1
Cf. J. MÜLLER, Die Entstehung des persönlichen Christentums der paulinischen Gemeinden (Leipzig
1911); G. FRIEDRICH, «kÆruj, khrËssv»: en TWNT III, 682-717.
2
2
Rom 16, 25; 1 Cor 1, 21; 2, 4; 15, 14.
3
Cf. G. FRIEDRICH, art. cit., 701-703; dieciocho veces en el conjunto de las epístolas.
4
Ibid., p.702.
5
1 Tes 2, 9; 1 Cor 1, 23; 9, 27; 15, 11; 2 Cor 1, 19; Gál 5, 11; Col 1, 23; 1 Tim 3, 16 (himno cristiano).
6
2 Cor 11, 4; Flp 1,15.
7
Rom 10, 14-15; 1 Cor 15, 12.
8
1 Cor 1, 21; 2, 4 (tÚ k≤rugma mou); 15, 14 (tÚ kÆrugma ≤m«n). Hay que añadir Rom 16, 25, a pesar del
genitivo ÉIhsoË XristoË; también se trata de la proposición del mensaje, como lo indica el paralelo
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de los emperadores romanos que propagaban sus eÈagg°lia? Eso sería posi-
ble16, pero poco probable, debido al empleo del singular en el lenguaje
cristiano y porque no se le ve a Pablo protestar del culto imperial. El antago-
nismo se manifiesta más tarde. Nadie quería entrever en los comienzos los
presagios de una lucha que sería trágica.
Resumiendo a grandes rasgos, diríamos que épÒstolow es el único nom-
bre que normalmente designa a los misioneros apostólicos (dejamos de lado
usos metafóricos como el de pr°sbuw). Los verbos kerËssv y
eÈanggel¤zomai comparten significado designando la actividad apostólica;
eÈagg°lion designa el contenido del mensaje.
d) Se presenta otra expresión técnica: ı lÒgow toË yeoË. Es útil compa-
rar su uso con el de eÈagg°lion. En cuanto a lÒgow, casi siempre aparece la
fórmula compuesta ı lÒgow toË yeoË. El responsable es el Antiguo Testamento,
donde la expresión «palabra de Dios» está muy arraigada17. Ciertamente, los
LXX traducen normalmente el hebreo por lÒgow (o bien =∞ma) kur¤ou. Pero si
Pablo busca la equivalencia con el Antiguo Testamento, sustituirá kÊr¤ow con
yeÒw, porque kÊr¤ow se entendería de Cristo18. Siendo así que normalmente eli-
mina =∞ma (rival de lÒgow en los LXX) de su vocabulario, lo conserva en una
cita expresa, Rom 10, 8-919.
En Rom 9, 6, con ı lÒgow toË yeoË, Pablo designa las profecías del Anti-
guo Testamento; tå lÒgia toË yeoË (Rom 3, 2) es un equivalente. La expresión
ı lÒgow toË yeoË en singular, con los dos artículos, es estereotipada y designa
la predicación cristiana20. También algunas fórmulas parafrásticas designan al
Evangelio: ı lÒgow toË stauroË (1 Cor 1, 18); ı lÒgow t∞w katallag∞w (2 Cor
5, 19); ı lÒgow t∞w élhye¤aw (Ef 1, 13; cf. 2 Cor 6, 7). LÒgow, más aún que
eÈagg°lion, está cargado de la densa significación de la palabra dabar del An-
tiguo Testamento: la palabra es la fuerza activa de Dios, creadora.
16
Cf. G. FRIEDRICH, «eÈagg°lion»: en TWNT II, 721s.
17
Los Setenta emplean lÒgow en competencia con =∞ma, cf. O. PROCKSCH, «l°gv»: en TWNT IV, 91. Se
comprende que los cristianos, influidos por el helenismo, hayan abandonado =∞ma por lÒgow, la
palabra de moda.
18
El uso parece todavía vacilante en las cartas a los Tesalonicenses. Primeramente se emplea lÒgow sin
genitivo en 1 Tes 1, 6, pero como sinónimo de eÈagg°lion. Luego aparece el genitivo toË kur¤ou (1
Tes 1, 8): probablemente hay que entenderlo como un genitivo de objeto, el anuncio del Señor Jesús,
cf. 2 Tes 3, 1, y Col 3, 16, donde, en ı lÒgow toË XristoË, el genitivo ciertamente es de objeto. El uso
de 1 Tes 2, 13, es interesante y nos muestra que lÒgow yeoË conserva su matiz del Antiguo Testa-
mento: la palabra de Dios, que es el evangelio, es eficaz. Después de esto, el uso de ı lÒgow toË yeoË
es bastante regular.
19
Cf. Ef 6, 17.
20
1 Cor 14, 36; 2 Cor 2, 17; 4, 2; Flp 1,14; Col 1, 25.
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110
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26
Los dos temas esenciales de la teología de Jesús, Reino de Dios e Hijo del hombre, se inspiran en
Dan 2 y 7. La influencia del Libro de Daniel es notable especialmente en el cap. 13 de Mt y se cons-
tata también en el himno de júbilo, Mt 11. Cf. L. CERFAUX, «Les sources scripturaires de Mt XI,
25-30»: EThL 30 (1954) 740-746; 31 (1955) 331-342.
111
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27
Cf. Lc 22, 28: Íme›w d° §ste …
28
Cf W. NAUCK, «Freude im Leiden. Zum Problem einer urchristlichen Verfolgungstradition»: ZNW 46
(1955) 68-80.
29
El evangelio de Juan y el Apocalipsis joaneo permanecerán fieles a los temas primitivos.
30
Cf. L. CERFAUX - J. TONDRIAU, Un concurrent du Christianisme. Le culte des souverains dans la civilisa-
tion gréco-romaine (París 1957) 218-226.
31
Cf. 1 Tes 2, 13-18; 3, 4.
32
Cf. 1 Tes 2, 14-16, explicado por Hch 17, 5-8.
112
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odian; él es su apóstol, el que les lleva la luz. Su misión se desarrolla con entu-
siasmo y confianza.
En cuanto a los sufrimientos cristianos, son participación en los sufri-
mientos y en la muerte de Cristo. El tema primitivo, apocalíptico, se ha
transformado en tema cristológico.
2.2. Mensaje y Espíritu Santo33
1. El nexo se remonta a Cristo. En los discursos de misión, con ocasión de
las persecuciones, Jesús prometía a los suyos la asistencia del Espíritu para el día
en que comparecieran ante los jueces y los paganos y dieran testimonio de Él
(Mt 10, 17-20). Por tanto, hay un tema primitivo que une persecuciones, testi-
monio (el testimonio se convertirá en mensaje) y Espíritu Santo34.
La intervención del Espíritu Santo en el curso de un proceso durante las
persecuciones es una herencia. En los Libros de los Macabeos simplemente se
subraya el aguante de los mártires35. En la descripción que Josefo nos ha de-
jado del martirio esenio36 o del de los sofista¤ judíos, los rabinos, Judas
Matías y sus cuarenta discípulos37, el aguante adquiere matices al modo es-
toico. El tema judío correspondiente es la ayuda del Espíritu Santo o del buen
espíritu; cf. Mart. Is., 5, 14: «Sus labios conversaban con el Espíritu Santo; por
eso no dejaba escapar ningún lamento»38. El tema cristiano ha sufrido el in-
flujo de una nueva experiencia espiritual. Los carismas, y en particular las
visiones, se conceden sobre todo a los mártires. La confesión de Esteban va
acompañada de un éxtasis.
El tema no es desconocido para san Pablo. La alegría, esencialmente «es-
piritual»39, esta en relación con el mensaje, las persecuciones, el Espíritu Santo
en 1 Tes 1,6: «La consolación» es obra del Espíritu y corresponde tanto a las tri-
bulaciones y persecuciones40, como a la «paciencia», la cual evoca la
persecución41.
33
Para la bibliografía cf. H. WEINEL, Die Wirkungen des Geistes und der Geister in nachapostolichen Zei-
talter bis auf Irenäus (Giessen 1898); H. V. CAMPENHAUSEN, Kirchliches Amt und geistliche Vollmacht in
den ersten drei Jahrhunderten (Tubinga 1953) 61ss; H. GREEVEN, «Propheten, Lehre, Vorsteher bei Pau-
lus»: ZNW 44 (1952-1953) 1-43.
34
Cf. Mt 5, 11s; Mc 13, 11; Lc 12, 12; 21, 14-15; Hch 7, 52; Heb 11, 33-38.
35
H. STRATHMANN, «mãrtuw»: en TWNT IV, 490. 4 Mac 10, 5, emplea el término estoico.
36
De Bell. Jud., 2, 151-153.
37
De Bell. Jud., 1, 648-655. Cf. H. STRATHMANN, loc. cit.
38
Cf. Henoch 47, 2; la literatura del tema en H. STRATHMANN, art. cit. 490s.
39
Rom 14, 17; Gál 5, 22.
40
Cf. 2 Cor 1, 6-7.
41
Cf. 2 Cor 1, 6.
113
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2. Junto al tema que enlaza el mensaje con las persecuciones, los evange-
lios conocen otro tema, optimista, que vemos nacer en el deutero-Isaías. Los
apóstoles anuncian la buena nueva de la salvación, la instauración del Reino de
Dios; toda palabra de Dios, como una semilla, contiene en sí la fuerza para ger-
minar y producir fruto, porque la palabra de Dios crea al pronunciarse. Jamás
desciende en vano del cielo42. Cuando los apóstoles anuncian la paz, su deseo es
tan eficaz, que el bien celeste se vuelve a ellos si los hombres lo rechazan43.
San Pablo cita la entusiasta exclamación del deutero-Isaías: «Qué bellos
son sobre los montes los pies del mensajero de paz»44. Define el evangelio como
la fuerza de Dios que salva a los que creen (Rom 1, 16). «Al recibir –dice a los te-
salonicenses–, la palabra de Dios transmitida por nosotros, la recibisteis no
como palabra de hombres, sino, tal como es verdaderamente, como palabra de
Dios que también actúa en vosotros, los creyentes» (1 Tes 2,13). Ahora bien, la
fuerza de Dios es el Espíritu Santo. Cuando el Apóstol propone su mensaje, se
encuentra bajo el influjo del Espíritu, que produce en él carismas milagrosos,
con una certeza experimental de la ayuda de Dios; los elegidos de Dios que le
escuchan, son también favorecidos con carismas y ayudados por el Espíritu;
por esta señal se reconoce que son elegidos.
San Pablo prestaba mucha atención a los fenómenos espirituales que acom-
pañaban a la fundación de las Iglesias; a ello alude en sus cartas cada vez que se
refiere a aquellos momentos privilegiados de su carrera. En la acción de gracias de
1 Tes 1, 2-10, recuerda la fe, la caridad y la esperanza de los tesalonicenses a raíz de
su primera llegada; es cierto que son elegidos de Dios, puesto que él les ha anun-
ciado el evangelio en el poder, en el Espíritu Santo, y con una confianza total45. En
cuanto a los gálatas (Gál 3, 1-5), cuando se les propuso la fe, tuvieron la experien-
cia de los carismas46 y Pablo realizó milagros entre ellos. Lo mismo en cuanto a la
Iglesia de Corinto: desde el principio, los fieles fueron enriquecidos con todo tipo
de carismas; de ese modo, el testimonio del Apóstol quedaba «consolidado», con-
firmado por estas experiencias espirituales (1 Cor 1, 4-9), como lo era también por
la fuerza sobrenatural que le sostenía en su abatimiento; su debilidad manifestaba
la presencia del Espíritu, un poder que venía de Dios (1 Col 2, 1-5). En una palabra,
en todas sus fundaciones de Iglesias, Cristo obraba por él, a través de sus palabras
42
Cf. Sab 18, 15 s.
43
Cf. Mt 10, 13.
44
Is 57, 1, en Rom 10, 15.
45
Yuxtapone los dos temas. Añade, en efecto, que los tesalonicenses le han imitado como al Señor, re-
cibiendo la palabra en medio de una gran tribulación, con la alegría del Espíritu Santo (1 Tes 1, 5-6).
46
ÉEpãyete: v. 4. Compárese el uso de pãsxv para una experiencia carismática, TERTULIANO, De Anima,
9: «Est hodie soror apud nos revelationum charismata sortita, quas in ecclesia inter dominica so-
lemnia per ecstasim in spiritu patitur» Cf. supra, p.72.
114
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y sus actos, con el fin de someter las naciones al evangelio, «con el poder de prue-
bas maravillosas y portentos, con el poder del Espíritu» (Rom 15, 18-19).
Ésta es, pues, la persuasión de san Pablo: la palabra de Dios, identificada
con el poder espiritual, se concreta en las fórmulas del mensaje; la palabra obra a
la vez en el Apóstol y en los que la reciben. Produce en el Apóstol una confianza so-
brenatural; doblega las inteligencias y las voluntades sin destruir su autonomía47;
le acompaña el don de milagros y la autoridad sobre el mundo de los espíritus48.
47
Creemos poder traducir así 1 Cor 10, 1-6; 1 Cor 4, 19-21.
48
Cf. 1 Cor 5, 4s.; 2 Cor 10,1s.
49
C. H. DODD, The apostolic preaching and its developments (Londres 1936).
50
Cf. L. CERFAUX, Le Christ dans la théologie de saint Paul (París 21954) 85-93: trad esp. Jesucristo en san
Pablo (Bilbao 21961); J. SCHMITT, Jésus ressuscité dans la prédication apostolique (París 1949) 3-105.
115
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51
L. CERFAUX, op. cit., 24-31.
52
Cf. supra, p.29.
53
GÒntew tÚn yeÒn (Rm 1, 21). Pablo quiere hablar del origen de la idolatría.
54
Fãskontew e‰nai sofo¤ (Rm 1, 22). El tiro alcanza a las filosofías.
55
Es fácil señalar aquí y allá declaraciones menos pesimistas. Pero aquí se trata de la orientación ge-
neral del discurso de Pablo.
56
Para los paganos la filosofía y la voz de la conciencia constituyen como sucedáneos de la Ley.
57
Rom 3, 9-20; cf. Gál 3, 22.
116
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1 Cor dirige el mismo discurso contra la filosofía griega. Siendo así que ésta
normalmente habría llevado al hombre al conocimiento de Dios, ha sido mane-
jada por los «arcontes» de este mundo. Por eso el cristianismo choca de frente
contra las tendencias de los griegos (y de los judíos), y de este modo se realiza la
sabiduría de Dios. El mensaje traza el «discurso de la cruz». La sabiduría divina se
manifiesta en su paradoja, locura para los griegos, que piden una sabiduría hu-
mana58; escándalo para los judíos, que esperan señales de poder59.
3. La evolución del mensaje se realiza por otro camino. La fe y la salva-
ción presente (la justicia de Dios) que primeramente le eran extrínsecas (puesto
que respectivamente eran respuesta de los hombres al llamamiento de Dios y
al don de Dios) van a penetrar en sus enunciados60.
Gracias al sentido complejo del término p¤stiw el mensaje consistirá in-
cluso en proponer «la fe»: la economía de la fe se opondrá a la economía de la
Ley, y en consecuencia, el mensaje cristiano, por una fácil metonimia, será el
mensaje de la fe: «El que nos perseguía antes, ahora “predica” el Evangelio de la
fe que antes quería exterminar» (Gál 1, 23).
4. Al final de la actividad epistolar de san Pablo, el Evangelio se identifica
con la proclamación del misterio de Cristo. Ya en 1 Cor 2, 6-13, hablaba Pablo
de «Sabiduría en misterio». Sin embargo, allí el mensaje era el discurso de la
cruz. La «Sabiduría en misterio» (una especie de filosofía revelada) permane-
cía extrínseca al mensaje propiamente dicho, reservada a los «perfectos» y
expuesta en secretas conversaciones inspiradas (laloËmen: 1 Cor 2, 6). La si-
tuación ha cambiado con las cartas de la cautividad: el «misterio» es el objeto
de la actividad apostólica, que se convierte en «revelación» sin dejar de ser
evangelización61.
3.2. La «tradición» del mensaje
Los apóstoles son enviados para anunciar el mensaje. No sólo tienen la
misión de anunciarlo, sino también de conservar su integridad, gracias a la pro-
tección de Dios y de Cristo, y a los carismas que garantizan su propia fidelidad.
En cuanto hay otros que, fuera de los apóstoles, repiten el mensaje de
aquéllos, nace una tradición. Ésta existe en vida de los apóstoles. Pablo ha ejer-
cido con energía y firmeza su derecho y su deber de «conservar» la tradición
58
Diå t∞w mvr¤aw toË khrÊgmatow (1 Cor 1, 21).
59
Quizá piense Pablo en las especulaciones de los círculos apocalípticos que piden a los cristianos se-
ñales en el cielo o señales anunciadas por los profetas como Daniel. Cf. 2 Cor 12, 12. Pablo da señales,
pero de forma diversa.
60
Cf. Rom 3, 21s; 1,16, 17; 10, 8.
61
Cf. infra, p.630-382.
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4. Respuesta al mensaje: la fe
Los términos p¤stiw y pisteÊv, normalmente se hallan en relación con la
aceptación del mensaje. Primero se reciben las afirmaciones «doctrinales» con-
tenidas en el mensaje, y uno se somete a los hechos cristianos: Cristo vendrá a
juzgar, ha resucitado, ha muerto por nuestros pecados. Estos hechos no son
más que simples acontecimientos históricos, pero expresan intervenciones di-
vinas trascendentes: por la muerte de Cristo y su resurrección, Dios realizaba la
obra de la salvación, como acabará de realizarla por su parusía. Someterse a los
hechos es, pues, confiar en Dios que nos salva. Esta confianza es total: se cree
con toda el alma y toda la propia existencia se somete a la acción divina que
obra en nosotros desde el momento en que nos hemos entregado al mensaje62.
Casi de manera imperceptible se produce una evolución semántica. La fe
expresará toda la vida cristiana, pendiente de la confianza que se deposita en
Dios entregándose al Espíritu y obedeciendo las tradiciones vinculadas con el
mensaje. Luego, la fe tomará un sentido eclesial: el mensaje nos llega por me-
diación de una comunidad, la Iglesia; nunca es el mensaje de un apóstol
individual ni, sobre todo, de un hombre. La fe nos inserta en la vida de la Iglesia.
4.1. La entrada en la existencia cristiana
1. Pablo es un caso privilegiado. Dios le había separado desde su naci-
miento del resto de la humanidad para la misión a la que le destinaba, y le había
«llamado» por la visión de Cristo resucitado. Pablo no ha recibido antes el men-
saje apostólico, su fe no ha sido una respuesta, al modo de los cristianos
ordinarios. Si de modo eminente ha dado su asentimiento a lo que Dios dese-
62
Las modalidades de sentido se integran generalmente en un significado global. Señalemos el caso
en que la fe aparece claramente como respuesta al mensaje (el texto establece el nexo, explícita o im-
plícitamente, del mensaje y de la fe): con p¤stiw: Rom 1, 5; Gál 3, 2-3 ; 1 Cor 2, 5 ; 15, 14-17; 2 Tes 2,
13; con pisteÊv: Rom 1, 16; 10, 16; 1 Cor 1, 21. El aoristo de p¤steÊv indica, en pasado, la entrada
en el cristianismo por un acto de fe dado definitivamente al mensaje: Rom 13, 11; 1 Cor 3, 5; 15, 2.
11; Gál 2, 16; Ef 1, 13; 2 Tes 1, 10. En la mayoría de nuestros textos, la fe, respuesta al mensaje, lleva
consigo a la vez la sumisión (ÍpakoÊv) intelectual y una donación de la vida a Dios. Tal es el caso,
con p¤stiw, en 1 Cor 16, 13 ; 2 Cor 1, 24; 5, 7; 10, 15; 13, 5; Flp 1, 27; 2, 17.
118
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aba de él, lo ha hecho como los profetas del Antiguo Testamento: la llamada de
Dios ha obrado en él una especie de fuerza. Su libertad humana no era violada,
pero él se sentía como aplastado por el poder de Dios que le llevaba. Cuando en
Gál 2, 16 parece colocarse entre los que han creído (§pisteÊsamhn), no consi-
dera tanto su caso particular cuanto el de todos los judíos, en medio de los
cuales le sitúa su argumentación. En 1 Cor 15, 11, desvela su verdadera con-
ciencia apostólica: lleva a los demás el mensaje de Dios con el ofrecimiento de
la fe: «Seguimos predicando así, y así abrazasteis la fe»63. Su autoridad y su papel
de apóstol le contraponen a los que aceptan el mensaje (cf. 1 Tes 2, 10). También
Pablo es introducido en la Iglesia por la fe, pero de un modo eminente.
2. Los cristianos se abren a la salvación por la fe en el mensaje. Junto a la
fórmula fundamental «creer en el mensaje», a menudo hay expresiones que se
forman con el verbo «recibir» (d°xomai): recibir la palabra (1 Tes 1, 6), o el evan-
gelio (2 Cor 11, 4)64, o también, el amor de Dios que nos trae la verdad (2 Tes 2,
10)65. Se emplea el verbo paralambãnv, que, como término propio, se dice de
las tradiciones recibidas. 1 Tes 2, 13 señala la doble inserción del mensaje cris-
tiano en el medio ambiente de la tradición de las escuelas judías con el verbo
paralambãnv y con el sustantivo éxoÆ que designa la tradición recibida66: «Al
recibir la palabra de Dios transmitida por nosotros..., como palabra de Dios que
también actúa en vosotros, los creyentes»67. El verbo paralambãnv tendrá
como complemento directo la «tradición» (tØn parãdosin) (2 Tes 3, 6), el «evan-
gelio» (1 Cor 15, 1: «el evangelio que os prediqué»; cf. Gál 1, 9), «a Cristo Jesús»
(en cuanto objeto del evangelio) (Col 2, 6). En Flp 4, 9, la «tradición de la doc-
trina» se une (como en el tema cínico) con la imitación: «Lo que aprendisteis,
recibisteis (parelãbete), oísteis y visteis en mí, ponedlo en práctica».
El verbo oír (ékoÊein) ofrecerá las mismas prestaciones que «recibir» o
«aceptar por tradición»; se empleará en las mismas condiciones y con análo-
gas precisiones: «habiendo oído la palabra de la verdad, el Evangelio de vuestra
salud» (Ef 1, 13)68; «el Evangelio que oísteis» (Col 1, 23). Se «oye» a «Cristo» (ob-
jeto del evangelio) (Rom 10, 14). En Col 1, 5, pasaje paralelo de Ef 1, 13, el
63
OÏtvw kerÊssomen ka‹ oÏtvw §pisteÊsate.
64
2 Cor 6, 1: tØn xãrin d°jasyai se orienta diversamente.
65
Cf. en 2 Tes 2, 12, el equivalente: «habiendo creído en la verdad».
66
Cf. W. DAVIES, Paul and rabbinic judaism. Some rabbinic elements in pauline theology (Londres
1948).
67
ParalabÒntew lÒgon éko∞w.
68
El contexto señala con evidencia que se trata de la entrada en el cristianismo, porque la frase prosi-
gue: «En el cual (Cristo) tras haber dado vuestra adhesión de fe (pisteÊsantew) habéis sido sellados
por el Espíritu de la promesa». Se analizan los pasos sucesivos: oír el mensaje, creer, recibir los ca-
rismas extraordinarios (con ocasión del bautismo). Sin embargo, ékoÊein contiene ordinariamente
la buena voluntad con que se escucha, y ésta es ya la fe.
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compuesto proakoÊein sustituye al verbo simple: «La esperanza que os está re-
servada en los cielos, de la que ya oísteis hablar por la palabra de la verdad, que
es el Evangelio que llegó hasta vosotros»; la frase prosigue recordando «el día en
que oísteis y empezasteis a conocer de verdad la gracia de Dios (del evangelio)»
(Col 1, 6). Notemos en Gál 3, 2: «la obediencia de la fe» (éko∞w p¤stevw); se hará
una paráfrasis: la obediencia del mensaje que se os presentaba como objeto de
vuestra fe. La obediencia al evangelio, expresada por el verbo ÍpakoÊv con-
tiene igualmente la idea del mensaje oído, al que se adhiere con fe69.
En Rom 10, 14s. se remonta de la invocación de Cristo (que lleva en sí la
salvación) al mensaje apostólico por una serie de verbos: invocar–creer–oír–
proclamar (khrÊssv)–ser enviado (épostal«sin). Los pasos descendentes
que les corresponde son: el mensaje, su audición material, la audición formal,
con sumisión, es decir, la fe, la invocación del Señor (con las experiencias nor-
males de la vida cristiana).
La abundancia de este vocabulario revela la importancia capital del men-
saje y de la fe en la síntesis paulina. La fe en el mensaje es el lugar en el que la
acción divina toca al hombre y se inserta en él para transformarlo70. La salvación
futura queda garantizada para los que han aceptado el mensaje cristiano de la
resurrección de Cristo. La salvación no es algo exclusivamente futuro, o mejor,
representa un futuro escatológico que, por su naturaleza, es susceptible de an-
ticipación en la vida presente; en consecuencia, la fe en el mensaje pondrá a
los cristianos bajo el influjo de los dones de Dios. Cuando el mensaje adquiera
el matiz de la idea de misterio, bastará que la fe despliegue sus virtualidades
para que se convierta en conocimiento intuitivo del plan divino. A estos tres as-
pectos sucesivos de la vida cristiana corresponden los libros II, III y IV de
nuestro estudio.
El papel que la fe debía desempeñar en el Nuevo Testamento había sido
preparado bajo la Ley antigua. Dios exige de su pueblo la confianza; ésa es la
condición para concederle la salvación: «Si no creéis no os salvaréis» (Is 7,9)71.
El más importante de los «testimonios» paulinos del Antiguo Testamento,
el texto de Gén 15, 6: «Abram creyó a Yahvé, lo cual se le reputó como justicia»72,
69
Cf. Rom 10, 16; 2 Tes 1, 8. Cf. Rom 6, 17.
70
Pablo no ha hecho sino beneficiar una noción muy primitiva. En el judaísmo se observa una ten-
dencia general a destacar la importancia de la fe, pero ésta, en general, no es otra cosa que la
confianza en Dios y sumisión a la Ley; tiene tendencia a convertirse en una especie de obra, sin
idea de adhesión entusiasta a una persona. Cf. R. BULTMANN, «pisteÊv»: en TWNT VI, 199-203. Para
Qumrán, el pHab 2, 6-8; 7, 10: la fe en las predicaciones escatológicas del Maestro de justicia dis-
tingue a los verdaderos israelitas de los traidores a la Alianza (Cf. asimismo Dam 1, 12s, etc.).
71
Cf. Is 28, 16; 30, 15; Jer 17, 5; Sal 52, 9.
72
Rom 4, 3; Gál 3, 6.
120
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había sido puesto de moda por 1 Mac 2, 52, comienzo del elogio de los patriar-
cas del testamento de Matatías. El elogio concluye: «Todos los que esperan en
él (esta esperanza confiada no es otra cosa que la fe) jamás sucumben» (2, 61).
4.2. La fe a lo largo de la vida cristiana
La fe no es sólo un acto instantáneo (representado por el aoristo de
pisteÊv) que introduce al cristiano en la vida cristiana. Seguirá siendo la dis-
posición fundamental que le acompañará a lo largo de toda su existencia y
continuará sometiéndole a la eficiencia de Dios; «la justicia de Dios», es decir,
esa fuerza de Dios que baja del cielo y no deja de obrar en nosotros hasta el fin,
se manifiesta en nosotros «de fe en fe». De este modo, la fe es la primera virtud
«teologal», la disposición esencial del alma que orienta a ésta hacia Dios.
En el terreno de las costumbres, la fe regula toda la vida cristiana. En-
gendra la caridad y las virtudes conexas (Gál 5, 6) o se manifiesta en caridad,
benevolencia, etc. (Ef 1, 15; 3, 17)73.
4.3. La fe, piedra angular del cristianismo
La fe, sea como primera aceptación del mensaje, o como sumisión perma-
nente a la acción divina, es fundamento de toda vida cristiana. Ya veremos cómo
la controversia con los judeo-cristianos ha vinculado su suerte a la de la «justifi-
cación». Este vínculo real, no es, en absoluto, exclusivo. La «justificación» expresa
el don divino que corresponde a la actitud humana de la fe en el mensaje, pero la
fe nos hace «vivir» de la vida de Cristo al igual que también nos justifica; introduce
en nosotros las riquezas del Espíritu al igual que la justicia de Dios.
La vida cristiana, a la que la fe da acceso, será a la vez vida individual y
personal y vida en una unidad eclesial.
La fe que Dios pedía en el Antiguo Testamento era la confianza de su pue-
blo. La fe del Nuevo Testamento será también la de un pueblo nuevo. Sin
embargo, la diferencia es grande. La alianza antigua se había establecido con un
pueblo, linaje salido del seno de Abraham o tribus confederadas por Moisés.
No existía primitivamente más vocación que la de la raza elegida. En el Nuevo
Testamento, la predilección divina llega directamente a las personas humanas.
Las reunirá a todas en un pueblo nuevo, pero cada una de ellas seguirá siendo,
individualmente, la imagen de su único Hijo74.
73
La noción de fe se concreta a continuación de diversos modos; la fe se convierte en un carisma o tam-
bién en la cualidad de las conciencias iluminadas (cf. 1 Cor 12, 9; 13, 2; 2 Cor 8, 7; Rom 12, 3. 6; 14, 1.
22. 23).
74
Cf. D. CAIRNS, The image of God in man (Londres 1953) 17-52; J. JERVELL, Imago Dei (FRLANT, N. F., 58)
(Gotinga 1960)
121
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75
Cf. O. KUSS, «Der Glaube nach den paulinischen Hauptbriefen»: TGl 46 (1956) 1-25; B. REICKE, Glau-
ben und Leben der Urgemeinde, Bemerkungen zu Apg. 1-7 (ATANT 32) (Zurich 1957).
76
Cf. R. SCHNACKENBURG, Das Heilsgeschehen bei der Taufe nach dem Apostel Paulus. Eine Studie zur
paulinichen Theologie (Munich 1950).
77
1 Cor 10, 1-6. Los hebreos del desierto fueron bautizados en Moisés y fueron favorecidos con un ali-
mento espiritual que venía de Cristo. Cf. 12, 13.
78
La importancia de los ritos de ningún modo queda disminuida por el hecho de que san Pablo haya
elaborado su síntesis de la economía cristiana sobre el mensaje y, por tanto, sobre la fe.
122
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79
Considerados desde este ángulo, los sacramentos siguen en la línea del mensaje: representan, en
«drama», la muerte y la resurrección de Cristo: «Porque cuantas veces coméis este pan y bebéis el
cáliz –escribe Pablo a los Corintios–, anunciáis públicamente (kataggell°te) la muerte del Señor,
hasta que venga» (1 Cor 11, 26). El sentido de katagg°llv (uso limitado a los Hechos y cartas de
Pablo) es uniforme y siempre se entiende del mensaje evangélico; once veces en los Hechos y seis
en Pablo (Rom 1, 8; 1 Cor 2, 1; 9, 14; Flp 1, 17. 18; Col 1, 28). La cena será por lo mismo el mensaje de
la muerte del Señor. Nos sentiríamos tentados de atribuir análoga significación al rito del bautismo,
que figura, como un drama representado, la sepultura y la muerte de Cristo, Cf. Rom 6, 3-5. No es po-
sible introducir en este contexto Gál 3, 1: oÂw katÅ ÙfyalmoÊÉw ÉIesoËw XristÚw proegrãfh
§starvm°now (progrãfv con el sentido de dibujar, pintar, desde Herodoto, cf. W. BAUER, Wörter-
buch zum Neuen Testament (Berlín 51958) c. 1306; G. SCHRENK, « progrãfv»: en TWNT I, 771s.).
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Libro Segundo
La esperanza cristiana
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Cristo había anunciado su gloriosa venida según la profecía del Hijo del
hombre de Daniel, y todo el cristianismo primitivo le esperó. Pablo participa
de la esperanza común. Durante su estancia en Corinto, se vio impulsado a re-
animar la esperanza de la Iglesia en la resurrección de los muertos; fue la
ocasión para desarrollar este aspecto triunfal de los cristianos en la parusía; era,
al mismo tiempo, un desplazamiento del centro de interés de la escatología; su
teología se verá hondamente influida por ello. Pablo se libró en parte de las tra-
bas de la antropología judía y concibió la suerte futura de las almas de un modo
más cercano a la inmortalidad griega. Así tenemos los tres capítulos del Libro II.
Nos ha parecido que el título «la escatología»1 sería demasiado ambi-
cioso para un estudio que omite, en especial, el aspecto cristológico de la
escatología, y que trata todos los acontecimientos escatológicos desde el punto
de vista de la salvación de los cristianos más que desde el ángulo del fin del
mundo presente.
1
Cf. K. KABISH, Die Eschatologie des Paulus in ihren Zusammenhängen mit dem Gesamtbegriff des Pau-
linismus (Gotinga 1893); E. TEICHMANN, Die Paulinischen Vorstellungen von Auferstehung und Gericht
und ihre Beziehungen zur jüdischen Apokalyptik (Friburgo de Br. 1896); W. BALDENSPERGER, Die mes-
sianisch-apokalyptichen Hoffnungen des Judentums (Estrasburgo 31903); H. L. STRACK - P. BILLERBERCK,
Kommentar zum Neuen Testament aus Talmud und Midrasch, IV (Munich 1928) 799-1015; O. CULL-
MANN, Le retour du Christ, espérance de l’Église selon le N. T. (Neuchâtel 21945); PH. H. MENOUD, Le sort
des trépassés (París 1945); H. A. GUY, The New Testament doctrine of the «Last Things» (Londres 1948);
O. SCHILLING, Der Jenseitsgedanke im Alten Testament (Maguncia 1951); J. A. T. ROBINSON, The body. A
study in pauline theology (Londres 1952); W. GROUSSOUW, «L’espérance dans le Nouveau Testament»:
RB 61 (1954) 508-532; B. RIGAUX, Saint Paul. Les épîtres aux Thessaloniciens (París 1956); F. SPADAFORA,
L’escatologia di san Paolo (Roma 1957); W. G. KÜMMEL, «Futurische und präsentische Eschatologie
im ältesten Urchristentum»: NTS 5 (1958-1959) 113-126.
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La parusía
San Pablo, fiel a las tradiciones de la Iglesia de Jerusalén, predica la «ve-
nida» de Cristo, el juicio inminente y la salvación de los cristianos. En 1 Tes 1,
9-10 ha resumido el mensaje que llevaba a las ciudades paganas. Tras haber lan-
zado invectivas contra los «ídolos», anunciado al «Dios vivo y verdadero« y
amenazado al paganismo con la cólera escatológica, proponía la gran esperanza:
«Aguardar de los cielos a su Hijo, a quien resucitó de entre los muertos, Jesús,
que nos librará de la ira venidera». La parusía se presenta a los creyentes como
el momento, esperado con impaciencia, de su unión con el Señor, los carismas
avivan en ellos la gran alegría de su venida, la santidad es la vestidura de gala de
los que serán arrebatados al encuentro de Cristo que vendrá a juzgar el mundo1.
La resurrección de Cristo, más o menos identificada con su exaltación, se
concebía como una entronización celeste; Cristo había dejado este mundo para
ir a recibir su reino (Lc 19, 12). Le quedaba volver para reinar definitivamente
sobre los suyos. El escenario de este último acto se hallaba esbozado en el Libro
de Daniel por la visión del Hijo del Hombre bajando sobre las nubes y se enri-
queció con rasgos descriptivos tomados de los ingresos jubilosos de los
soberanos helénicos. En el programa de la fiesta, salía un cortejo de la ciudad
al encuentro del soberano triunfante; de igual modo, los cristianos serían arre-
batados al encuentro de Cristo, formarían su cortejo de honor y volverían con
él a la tierra para ser asesores suyos en el juicio2.
1
Los «misterios» paganos, aunque por medios muy pobres, trataban de ofrecer una razón para espe-
rar: «Quum multa eximia divinaque videntur Athenae tuae peperisse, tum nihil melius illis mysteriis,
quibus ex immani agrestique vita exculti ad humanitatem et mitigati sumus, neque solum cum lae-
titia vivendi rationem accepimus, sed etiam cum spe meliore moriendi» CICERÓN, De Leg., II, 14; cf.
P. FOUCART, Les Mystères d’Éleusis (París 1914) 363.
2
Cf. L. CERFAUX, Le Christ dans la théologie de saint Paul (París 21954) 29-55: trad. esp. Jesucristo en san
Pablo (Bilbao 21960). Las influencias del judaísmo y del helenismo no se repelen como polos opues-
tos. Hay que permitir a un apóstol renovarse y tener en cuenta los auditorios y las circunstancias. Cf.
B. RIGAUX, Saint Paul. Les épîtres aux Thessaloniciens (París 1956) 196-206 (vocabulario); 227-234 (es-
cenario).
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1. El acontecimiento de la parusía
La escatología ha forjado un género literario especial para expresarse. Es
una especificación de la profecía para anunciar, en estilo convencional, apoca-
líptico, los acontecimientos del fin de los tiempos.
Poseemos «apocalipsis» cristianos en nuestro canon; el apocalipsis joá-
nico y, más antiguo, el apocalipsis que constituye el último gran discurso de
Cristo en la tradición sinóptica. La influencia de la obra apocalíptica judía, atri-
buida al profeta Daniel, es muy importante en ella. Las cartas paulinas contienen
apocalipsis embrionarios (1 Tes 4, 13-18; 2 Tes 1, 6-12; 2, 2-12) así como nume-
rosas alusiones a la parusía (1 Cor 15, 23-27; 1 Tes 5, 2; Flp 1, 6-10; 2, 16; etc.).
La «parusía», o «epifanía», «día del Señor», es el acontecimiento por ex-
celencia, enmarcado con circunstancias dramáticas y, sobre todo, presagios
amenazadores. Junto al Libro de Daniel (caps. 7, 9 y 12), se utilizan a menudo
el Sal 110 (citado por san Pablo, 1 Cor 15, 25; Rom 8, 34) y pasajes de Isaías. La
corriente cristiana de los apocalipsis sufre la influencia preponderante de un
movimiento judío paralelo. Es inútil recordar que las fórmulas convencionales
de esta literatura, que se transmiten de generación en generación, deberán in-
terpretarse conforme a las reglas del género. La realidad que se persigue es
inefable y no se puede expresar más que con símbolos o imágenes, tanto muy
materiales, como muy espiritualizados.
3
La expectativa de la parusía no es más que un aspecto de la fe en Cristo resucitado que hizo nacer a
la primera comunidad.
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alegrías del triunfo. No nos dejemos desorientar por el aspecto imaginativo, casi
infantil, de esta descripción. No podemos imponer a los antiguos la discreción a la
que nosotros estamos habituados, y que con razón conservamos. Pero también
nosotros tenemos necesidad de símbolos, y los empleamos instintivamente.
La razón por la que Dios no abandona a los muertos se insinúa en el in-
ciso: «por mediación de Jesús, a todos los que reposen» (1 Tes 4, 14)7. Los que
han muerto en la fe que les unía a Jesús siguen unidos con él a través de la
muerte y Jesús les protege para su parusía8.
2. La segunda carta a los Tesalonicenses, igual que la primera, está fun-
damentalmente dirigida hacia la parusía (2 Tes 1, 6-12). Las persecuciones que
afronta la joven Iglesia son consideradas como una preparación para la gloria
del día del Señor; sus enemigos serán justamente castigados por Dios9, mien-
tras que la Iglesia gozará de descanso10. Esto sirve de ocasión para una breve
descripción apocalíptica: el Señor Jesús viene con los ángeles de su poder, en
una llama de fuego, para castigar a los que desconocen a Dios y han resistido al
Evangelio, mientras que los cristianos son glorificados y públicamente mani-
fiestan el admirable triunfo de Jesús11.
1 Cor 15 vuelve por dos veces a la descripción apocalíptica. Pero la aten-
ción no se centra tanto sobre la parusía misma, cuanto sobre la resurrección de
los cristianos; podría hablarse de un apocalipsis de las resurrecciones, que de
algún modo sucede al apocalipsis más tradicional de la parusía.
7
Compárese con 2 Mac 6, 26: es imposible escapar de las manos de Dios, muerto ni vivo. Cf. P. VOLZ,
op. cit., 237.
8
Nótense las preposiciones: Se duerme por Jesús, Dios llevará en triunfo con él. Las dos accio-
nes se hallan ligadas por una causalidad que viene de la voluntad de Dios. En el v. 16,
§n Xrist“, la preposición §n preludia lo que llegará a ser uso paulino casi normal; cf. 1 Tes 1, 1;
5, 12. 18. Dormirse, en el sentido de muerte, es una figura universalmente difundida (cf. B. R I-
GAUX, Saint Paul. Les épîtres aux Thessaloniciens (París 1956) 529-532). Ello no es obstáculo para
que aquí sea usado a propósito, para insinuar que sólo se trata de un adormecimiento pasajero
al que seguirá el despertar. Adormecimiento, no con relación al pasado, a la conciencia que el
cristiano tendría de sí mismo, sino con relación al futuro; el sueño prepara el despertar (como
en la parábola de las vírgenes). Para el sentido preciso de las fórmulas dormirse por Jesús, muer-
tos en Cristo, Cf. ibid., 535-537. Obsérvese esta diferencia: Jesús (con artículo) por una parte,
Cristo por otra. «Jesús» recuerda el tema de la predicación de Pablo: Jesús es el Hijo de Dios re-
sucitado que vendrá a liberarnos (1 Tes 1, 10). La aceptación del mensaje concluía con la
certeza, basada en la omnipotencia de Dios que ha resucitado a Jesús, de que los cristianos se
salvarían en la parusía. Morir, para un cristiano, es descansar en esta seguridad ligada a la pro-
fesión de la fe en Jesús.
9
Cf. G. P. NETTER, Der Vergeltungsgedanke bei Paulus (Gotinga 1912); véase literatura y comentario en
B. RIGAUX, Saint Paul. Les épîtres aux Thessaloniciens (París 1956) 622s.
10
Cf. B. RIGAUX, ibid., 623. El descanso, es decir, después de los sufrimientos, lo posee en el triunfo.
11
Todo el pasaje está elaborado sobre citas explícitas (v. 9: Is 2,10) e implícitas del Antiguo Testamento;
cf. B. RIGAUX, ibid., 623-625.
134
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Un primer pasaje, 1 Cor 15, 20-28, enumera las resurrecciones del fin de
los tiempos: tras la resurrección de Cristo, primicias, la de todos los cristianos
que han creído en su retorno; luego, el fin, donde tenemos que entender la re-
surrección general12.
Al tema más específico de la parusía se vuelve algo más abajo en una re-
velación con la que Pablo fue favorecido y que se interesa por la suerte de los
cristianos que quedan en vida para asistir al retorno de Cristo. El poder del Señor
resucitado y glorioso, les equiparará a los resucitados. Esto se expresa primero en
el estilo apocalíptico judío: «Mirad, os digo un misterio (mustÆrion): no morire-
mos todos, pero todos seremos transformados en un instante, en un abrir y
cerrar de ojos, al toque de la última trompeta; pues sonará la trompeta, y los
muertos despertarán incorruptibles, y nosotros seremos transformados» (1 Cor
15, 51-52). Sin embargo, Pablo ha introducido en el tema normal apocalíptico la
idea griega de la incorruptibilidad que domina toda el desarrollo desde 15, 53, y
prosigue en tono de acción de gracias, con paralelismos, antítesis, asonancias
verbales, adjetivos neutros y sustantivos abstractos: «Este cuerpo corruptible
tiene que revestirse de incorrupción, es decir, este cuerpo mortal tiene que re-
vestirse de inmortalidad; y, cuando este cuerpo corruptible se revista de
incorrupción, y este cuerpo mortal se revista de inmortalidad, entonces será re-
alidad este texto de la Escritura: “La muerte quedó absorbida en la victoria”»13.
La parusía sigue estando en el horizonte en la carta a los Filipenses14.
Pablo recuerda los comienzos de la evangelización en Macedonia (Flp 4, 15) y
de sus primeras enseñanzas. Nada tiene que añadir ni quitar. Sin embargo, se
observa que el tiempo ha hecho su obra. En adelante, el Apóstol designa la pa-
rusía con la expresión el «día de Cristo Jesús» (1, 6) o «el día de Cristo» (2, 16)
(mejor que el «día del Señor»); en lugar de la alegría de acompañar a Cristo,
como en 1 Tes, antepone la resurrección: «Que nuestra patria está en los cie-
los15, de donde aguardamos también como salvador a Jesucristo, el Señor, que
transformará nuestro pobre cuerpo en uno a imagen de su cuerpo esplendo-
roso, dado el poder con que él es capaz hasta de someter a su imperio el
universo (Flp 3, 20-21)16; con el tema de la parusía mezcla los de la justificación
actual (Flp 1, 11) y de la fidelidad a la fe (Flp 1, 27).
12
Cf. infra, p.172-175.
13
1 Cor 15, 53s. Volveremos más abajo sobre este pasaje, cf. p.152s.
14
Flp 1, 6. 10; 2, 16; 3, 14 (la llamada «de lo alto») 3, 20; 4, 7 (?). Se recuerda el tema de la proximidad de
la parusía, pero con la fórmula estereotipada: «El Señor está cerca» (4, 5).
15
Lo cual recuerda el tema de Ef y de Col, cf. p.425s.
16
Cf. 3, 10.
135
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17
Sal 72; Sal 2 y 110; Is 9, 5; 11, 1-5; Zac 9, 9s. Estos pasajes han sido aplicados al rey del futuro por las
tradiciones judía y cristiana; cf. Sal. Salom. 17, 23-27.
18
IV Esdr 12, 31-34; 13, 25-49; Bar sir., 40, 1-3; Dan 2, 44-45.
19
Cf. B. RIGAUX, Saint Paul. Les épîtres aux Thessaloniciens (París 1956) 271.
20
Cf. L. CERFAUX - J. TONDRIAU, Un concurrent du christianisme. Le culte des souverains dans la civilisa-
tion gréco-romaine (Tournai 1957) 241-245.
21
Cf. B. RIGAUX, Saint Paul. Les épîtres aux Thessaloniciens (París 1956) 251.
22
Expresiones procedentes de Is 11, 4.
23
Pablo sustituye en el segundo estico el verbo énele› por katargÆsei, que le es familiar. Cf. G. DE-
LLING, «katarg°v»: en TWNT I, 453-455.
24
El mismo Pablo confiesa su dependencia, 15, 54-55; sobre el texto de Is 25, 8, cf. J. LINDBLOM, Die Je-
saia-Apokalypse, Jes 24-27 (Lund-Leipzig 1938).
25
A pesar de los intentos en sentido contrario, el paralelismo de la serie Principados, Dominaciones,
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lación» propia de los tiempos cristianos (1 Cor 7, 28). En estos dos casos, las tri-
bulaciones están, en teoría, ligadas a la parusía.
En este contexto de la «tribulación» escatológica, Pablo alude explícita-
mente a sus propias persecuciones (1 Tes 1, 6). Se ve luego cómo el tema se
enriquece con la experiencia apostólica: su vida misionera es lo que le expone
a la «tribulación»; las persecuciones ya no aparecen más que como un ele-
mento, entre otros, en la enumeración de todas las fatigas y sufrimientos de los
trabajos apostólicos35.
2. Viene luego una profundización cristológica. Los sufrimientos
(payÆmata) que Pablo sufre son los de Cristo (2 Cor 1, 5); en otras palabras,
completa las tribulaciones de Cristo en su propia carne (Col 1, 24). Su vida apos-
tólica continúa la obra de Jesús y se ve a sí mismo en la situación del «Siervo
doliente». La pasión de Cristo pesa sobre él para que la resurrección actúe sobre
los cristianos: «Siempre estamos siendo entregados a la muerte por causa de
Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal,
de manera que la muerte está actuando en nosotros, y, en cambio, en vosotros
la vida» (2 Cor 4, 11-12).
A continuación, Pablo proyecta su propia experiencia sobre todos los cris-
tianos. Su parte en los sufrimientos y en la resurrección de Cristo es un ejemplo.
Imitando a su Apóstol, los fieles se unirán a Cristo.
Este nuevo tema, bien explícito esta vez, se une al anterior en 2 Cor 1, 5-
7. Los sufrimientos de Cristo abundan en él, para que abunde su consolación,
porque su tribulación es fuente de salvación y de progreso espiritual para los co-
rintios, pero el progreso espiritual, que deben a los sufrimientos de su Apóstol,
les hace participar, a su vez, en la pasión de Cristo, y por ello es la consolación
(cuya fuente es la resurrección).
Estas sucesivas profundizaciones no eclipsan la noción fundamental es-
catológica; ésta es inseparable de los términos «tribulación», «persecución»,
«salvación», «esperanza». Sin embargo, el desarrollo de la teología indica que la
tensión hacia la parusía está a punto de perder su intensidad.
2. La proximidad de la parusía
1. Los exégetas están de acuerdo en este punto: el Apóstol deseó ver la pa-
rusía en vida. Le gustaba expresarse teniendo en cuenta una próxima venida
de Cristo; la parusía expresaba el entusiasmo de su esperanza. En las expresio-
35
Cf. Rom 8, 35; 2 Cor 12, 10. Sin embargo, no hay que omitir amenazas de persecuciones, incluso san-
grientas; en este texto de Rom, Pablo habla de la espada que él humanamente debería temer.
139
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nes inspiradas, una parte de sentimiento queda sustraída al error. Los deseos
sólo chocan con la desilusión.
La efervescencia que la predicación de Pablo suscitó en la Iglesia de
Tesalónica no demuestra que él ha anunciado la inminencia de la parusía.
Pablo protesta contra esta interpretación. Da a entender que un obstáculo
detiene aún el desarrollo de los últimos acontecimientos (2 Tes 2, 3-7). En
sus cartas puede seguirse una cierta evolución. La tensión supuesta por 1
Cor 7, 28-31, es mucho menos concreta que la de las cartas a los Tesaloni-
censes; Rom 13, 11, deja entrever cierta laxitud en la expectativa. 2 Cor y
Flp ofrecen otro elemento interesante; Pablo ni siquiera espera ya en vida
la parusía. Mídase el camino recorrido comparando la fórmula de 1 Tes 4,
17: «nosotros, los que vivimos, los supervivientes (para la parusía)» con 2
Cor 4, 14: «el que despertó al Señor, a Jesús, también a nosotros nos des-
pertará con Jesús y nos presentará ante Dios con vosotros (en la parusía)».
Pablo se contaba entre los vivos; en 2 Cor se cuenta entre los que resucita-
rán antes de la parusía, y, por lo tanto, no estarán en aquel momento entre
los vivos.
La proximidad de la parusía responde a las ardientes aspiraciones de la
esperanza, característica de los cristianos. Ésta se traducía en «alegría»36; así es
como aparece en los Hechos de los Apóstoles y en nuestras cartas37. Vemos
luego cómo la esperanza abarca la salvación38, la gloria39, la vida futura, todo el
futuro eterno del cristiano40.
Como la escatología prevé la gran tribulación preparatoria al fin del
mundo, la esperanza lleva consigo regularmente la «paciencia» (ÍpomonÆ)41.
Pablo junta tribulación, «paciencia», «prueba», esperanza (Rom 5, 3-4). Cuando
el término griego ÍpomonÆ se traduce por «aguante», constatando que la virtud
cristiana hace juego con el aguante estoico, no hay que olvidarse de que las no-
ciones son tan opuestas como las experiencias a que corresponden. El estoico
pretende conquistar su aguante con lucha fuerte, por medio de una disciplina
orgullosa (apatheia). El cristiano recibe su paciencia del Espíritu Santo; sólo la
36
Cf. Rom 12, 12.
37
1 Tes 1, 3; 2, 19 (nexo xarã, st°fanow).
38
1 Tes 5, 8; Gál 5, 5; Rom 8, 24; Ef 1, 18.
39
Rom 5, 2; Col 1, 27; cf. 1, 5.
40
Estas perspectivas, más individualistas, no se apartan apenas de las del judaísmo (excepción
hecha de los saduceos).
41
Sobre la «paciencia», o, como gusta más traducirlo hoy, la constancia o la resistencia, cf. C. SPICQ,
«ÑUpomonÆ, Patientia»: RSPT 19 (1930) 95-105; A. J. FESTUGIÉRE, «ÑUpomonÆ dans la tradition grec-
que»: RSR 21 (1931) 477-486; B. RIGAUX, Saint Paul. Les épîtres aux Thessaloniciens (París 1956)
364-366.
140
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42
Con los consejos de aspecto general, Pablo se refiere a casos concretos de la vida de los corintios.
Nada nos autoriza a afirmar que aquí proponga una regla general.
43
Cf. EURÍPIDES., Bacch, 832; FILÓSTRATO, Vita Apollonii, 8, 7, p.302, 9. Se ha pensado en el teatro, tradu-
ciendo «papel» o «decoración» (es un error referirse para esta exégesis a J. WEISS). ¿Por qué no evocar
el mundo de las apariencias (fainÒmena) de Platón?
44
El mensaje netamente escatológico que Pablo anunciaba en Tesalónica, producía, por la fuerza de
Dios que le acompañaba, santificación y valor (1 Tes 2, 13-14).
141
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45
Dan 7, 18.21.25.
46
Dan 7, 27.
47
Cf. Dan 7, 21.
48
Cf. Henoch 38, 4.
49
Los elegidos quedan asociados en el más allá a los ángeles, cf. S 4, 22; 11, 8; Hod 3, 22; 11, 12, y ya en
la tierra, para la guerra escatológica: M 12, 4. 8; o en el culto: Sab 3, 26. La santidad, patrimonio de
los ángeles, lo es asimismo de los miembros de la comunidad de Qumrán; ellos son «los Santos»
(Hod 4, 25; M 3, 5, etc.; Sab 4, 23 etc.); «la asamblea de santidad» (S 2, 25, etc.).
142
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tinieblas, armas de la luz, y aquí se enumeran esas obras de las tinieblas (Rom
13, 13); «revestir las armas de la luz» se explica con «revestirse del Señor Jesu-
cristo» (Rom 13, 14). Paralelamente intervienen otros motivos que se hallan al
nivel de la teología de las grandes cartas: conducirse «decorosamente» como
en pleno día, revestirse de Cristo, no tener en cuenta la carne para no seguir sus
codicias (Rom 13, 14).
3. Los elementos de esta misma exhortación aparecerán nuevamente en
Ef, distribuidos en dos partes que separan los consejos referentes a la vida fa-
miliar (Ef 5, 21-6,9). En la primera parte (Ef 5, 7-20), nos hallamos en plena
alegoría, la antítesis «tinieblas-luz» se aplica al paganismo y a la vida cristiana
(cf. 2 Cor 6, 14). Las obras de las tinieblas designan prácticas licenciosas. La luz
y el despertar se evocan en un himno bautismal. La antítesis moral incluye la
oposición entre la ebriedad del vino y la plenitud de los carismas. La segunda
parte desarrolla la alegoría de la armadura (Ef 6, 10-20) en relación con el com-
bate escatológico contra las potestades de las tinieblas52. Un mosaico muy
artificial yuxtapone textos de Isaías y de Oseas.
3.3. La exhortación «aprovecha el tiempo presente»
El motivo está ya latente en 1 Tes 5, 1-11: «Sobre el tiempo y la ocasión no
tenéis necesidad, hermanos, de que se os escriba...» Se puede especular acerca
de las señales de los tiempos; pero hay que estar persuadidos ante todo de la ne-
cesidad de la vigilancia. Rom 13, 11-14 habla de las «exigencias de nuestro
tiempo»; es hora de despertarnos de nuestro sueño. Ef 5, 7-20, conserva el tema
general. «Aprovechando la ocasión, –concreta el Apóstol–, porque los días son
malos» (Ef 5, 16).
El consejo se reitera literalmente en Col 4, 5. El tiempo (kairÒw) son los
últimos días. Son malos porque los poderes de las tinieblas (Ef 5, 11) los do-
minan; pero el cristiano puede «rescatar» el tiempo dándole su primer
destino; es el tiempo de salvación53. En otra exhortación (2 Cor 5, 20-6, 2),
San Pablo pide a los corintios que reciban la gracia contenida en su activi-
dad apostólica: el tiempo que se les da (antes de la parusía) es un tiempo de
salvación.
52
Podemos suponer que Pablo ha desarrollado el núcleo que ofrece 1 Tes 5, 8, o que de esta panoplia
posee una versión preparada, en un florilegio sobre Is y un texto de Oseas. Pudiera verse en Ef 6, 12,
una protesta contra la idea de un verdadero combate escatológico contra ejércitos reales. Piénsese
en la Regla de la guerra de Qumrán, y la analogía podría llevarse adelante apoyándose espacialmente
en Ef 6, 16, en la antítesis luz-tinieblas y la expresión «hijo de la luz».
53
Cf. H. SCHLIER, Die Brief an die Epheser. Ein Kommmentar (Dusseldorf 1957) 243s.
144
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Gál 6, 9-10 expresa muy bien el sentimiento general que dicta todas estas
exhortaciones: «Al hacer el bien no nos desalentemos, que a su debido tiempo
cosecharemos, si no nos cansamos. Por tanto, mientras tenemos oportunidad
(…w kairÚn ¶xomen), hagamos el bien a todos, especialmente a los hermanos en
la fe». La época cristiana, el tiempo actual, que se supone bastante corto, se nos
da para obrar nuestra salvación. La idea de la gran tribulación inminente re-
fuerza nuestras obligaciones morales y espirituales.
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1. La noción de resurrección1
1.1. Postulados
P. Volz ha resumido los postulados que llevaron al judaísmo a la doctrina
de la resurrección de los cuerpos2. La unanimidad, por lo demás, estaba lejos de
reinar en los ambientes judíos3. Se buscaban indicaciones en la Escritura. La
doctrina se había impuesto primeramente con ocasión de las persecuciones
seléucidas, a través de una oleada de exaltación de la que son testigos el libro de
Daniel y 2 Mac4. Mientras que los fariseos se proclamaban los campeones de la
nueva fe, otras sectas, como los saduceos, se mantuvieron en las posiciones del
Antiguo Testamento. En algunos ambientes helenistas se pensaba más bien en
la inmortalidad de las almas5.
La convicción formal de Jesús procede de las profundidades de su doc-
trina sobre los destinos del Reino de Dios; discute con los saduceos, colocándose
en el terreno normal de las controversias y recurriendo al Antiguo Testamento.
El cristianismo primitivo palestino se coloca junto al fariseísmo.
1.2. La resurrección corporal (1 Ts)
La posición de Pablo es tan firme como la de los apóstoles de Jerusalén y la
de toda la Iglesia primitiva: nosotros resucitaremos para participar en la destino de
Cristo en la parusía; su resurrección es prenda y precursora de la nuestra. A los cris-
tianos les basta esta certeza: las curiosidades del judaísmo, por ejemplo, acerca del
lugar que recibe a los muertos en espera de la resurrección6, no les hacen detenerse.
1
Evidentemente la bibliografía es abundante. Cf. F. NÖTSCHER, Altorientalischer und alttestamentali-
cher Auferstehungsglauben (Wurzburgo 1926); F. GUNTERMANN, Die Eschatologie des hl. Paulus (NTAbh
XIII, 4-5) (Münster 1932); H. MOLITOR, Die Auferstehung der Christen und Nichtchristen nach dem
Apostel Paulus (Münster 1933); A. OEPKE, «én¤sthmi»: en TWNT I, 368-372; «§ge¤rv», ibid., II, 332-
377; H. LIETZMANN, An die Korinther I-II (Tubinga 41949); E. FASCHER, «Anastasis-Resurrectio-
Auferstehung. Eine Programmatische Studie zum Thema “Sprache und Offenbarung”»: ZNW 40
(1941) 166-226.
2
P. VOLZ, Die Eschatologie der jüdischen Gemeinde im neutestamentlichen Zeitalter, nach den Quellen
der rabbin., apokalypt. u. apokryph. Literatur dargestellt (Tubinga 21934) 229ss: el autor señala: ani-
mismo primitivo; apoteosis, sobre todo, apis egipcios; idea de la retribución individual. La
persecución de Antíoco Epífanes fue decisiva; cf. Dan 12, 2. Véase también M. DELCOR, «L’immtorta-
lité de l’âme dans le Livre de la Sagesse et a Qumrân»: NRT 77 (1955) 614-630; ST. LYONNET, «L’étude
du milieu littéraire et l’exégèse du N. T.»: Bibl 35 (1956) 480-502.
3
Cf. P. VOLZ, op. cit., 234s; IV Esd 4, 41s.
4
Cf. 2 Mac 7, 11-23; 12, 44. Se compara la resurrección de los muertos con la primera creación.
5
M. J. LAGRANGE, «Le Livre de la Sagesse, sa doctrine des fins dernières»: RB 4 (1907) 85-104; H. DUES-
BERG, Les scribes inspirés, II (París, 1939) 567-592; R. SCHÜTZ, Les idées eschatologiques du Livre de la
Sagesse (París 1935); F. NÖTSCHER, Altorientalischer und Altestamentalicher Auferstehungsglauben
(Wurzburgo 1926) 254-260; 167-173.
6
Cf. P. VOLZ, Die Eschatologie der jüdischen Gemeinde im neutestamentlichen Zeitalter, nach den Que-
148
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llen der rabbin. apokalypt. u. apokryph. Literatur dargestellt (Tubinga 21934) 247ss.
7
Ibid., 250s.
8
La comparación con 1 Cor 15 nos muestra cómo las mismas circunstancias de su misión llevan a
Pablo a precisar su enseñanza. Su interés va de los vivos a los muertos. La obligación de concretar la
condición de los muertos resucitados le obliga a precisar mejor, para los vivos, lo que será la glorifi-
cación de la parusía: una revelación especial le hace ver la transformación que asemejará los cuerpos
de los vivos a los cuerpos resucitados incorruptibles (1 Cor 15, 51-53).
9
Perspectiva que supone el verbo énastÆsontai (1 Tes 4, 16).
10
Cf. 1 Tes 4, 14. Fórmula parecida en el judaísmo. Según los rabinos posteriores, la resurrección puede
ser la obra del Mesías, o bien del Hijo del hombre (cf. P. VOLZ, op. cit., 255).
11
Cf. 2 Tes 2, 14. Según B. Rigaux, «la agilidad» de los cuerpos supondría que están desprovistos de la
pesantez de la carne». Saint Paul. Les épîtres aux Thessaloniciens (París 1956) 243.
149
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12
Por el contrario, en las misiones por tierras judías jamás aparece el problema de las divergencias de
opinión sobre la doctrina de la resurrección, y no tenemos ninguna razón para creer que hayan in-
gresado en la Iglesia algunos saduceos. Cuando Pablo comparece ante el Sanedrín reunido por el
quiliarca, juega la baza de la resurrección, que puede conciliarle con los fariseos. «¡Hermanos, yo
soy fariseo, hijo de fariseos! ¡Yo estoy siendo juzgado por esperar la resurrección de los muertos! »
(Hch 23, 6). Para san Lucas, los saduceos profesan una especie de materialismo que, con toda segu-
ridad, no es bien visto en las comunidades cristianas. El discurso ante Agripa presenta la resurrección
como doctrina admitida por todos los judíos de sanas ideas. No podemos adherirnos a la hipótesis
de adversarios, todos los cuales pertenecían a una gnosis de origen palestino. Cf. W. SCHMITHALS, Die
Gnosis in Korinth. Eine Untersuchung zu den Korintherbriefen (FRLANT 48) (Gotinga 1956).
13
Cf. E. ROHDE, Psyché. Le culte de l’âme chez les grecs et la croyance á l'immortalité (París 1928); L. R.
FARNELL, Greek hero-cults and ideas of immortality (Oxford 1921).
14
B. RIGAUX, Saint Paul. Les épîtres aux Thessaloniciens (París 1956) 236s.
15
¿Se trataría de muertos no cristianos? Podrían ser también cristianos que han pecado después del
primer bautismo: bapt¤zv puede significar purificación.
16
PS.-XEN., Cyn., I, 6: ÉAsklhpiÚw d¢ ka‹ meizÒnvn ¶tuxen, énistãnai m¢n teyne«taw d¢ ‹çsyai. Cf. ORÍ-
GENES, Contra Celsum, III, 24.
17
El dualismo, religiosamente matizado (neo-pitagorismo), nutre las doctrinas populares de la su-
pervivencia y de la divinización de las almas.
150
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18
Los judíos empleaban esta comparación para afirmar que los cuerpos resucitarían con sus vesti-
dos. Algo queda del argumento judío en el gÊmnow de Pablo. Cf. H. L. STRACK-P. BILLERBECK,
Kommentar zum Neuen Testament aus Talmud and Midrash, III (Munich 1926) 275. Pablo tras-
pone el argumento. De igual modo, supone la argumentación judía en lo referente a la identidad
de los cuerpos.
19
La expresión efi tÊxoi nos pone en alerta para suponer una fuente griega. Cf. CLEANTO, fr. 329 V.
(Arnim): z“on z–ou kreittÒn §stin, …w ·ppow kel≈nhw efi tÊxoi, ka‹ taËrow ˆnou ka‹ l°vn tauroË.
20
1 Cor 15, 42-44.
21
«La carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios» (1 Cor 15, 50); el cuerpo debe perder su ca-
rácter carnal (es decir, cierta oposición a la ley divina) para asemejarse a Dios.
151
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22
La palabra pertenece a la koiné filosófica (Epicuro, Crisipo, Estrabón, Plutarco, Sab., Sal., IV Mac., etc.
23
Este pasaje da a entender por qué ha elegido Pablo como antítesis de dÒja el sustantivo étim¤a. El
uso de dÒja recuerda también al helenismo: dÒja equivale, en parte, a timÆ. Cf. Rom 2, 10, con la
enumeración dÒja, timÆ, efirÆne, que también son muy característicamente griegas y equivalen a la
tríada precedente.
24
Cf. G. VERBEKE, L’évolution de la doctrine du pneuma du stoïcisme à saint Augustín. Étude philoso-
phique (París-Lovaina 1945).
152
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difica el estado anterior. También habla el Apóstol, como muy gustosos lo hace-
mos nosotros, de una transformación: esperamos la venida desde el cielo del
«Salvador Jesucristo, el Señor, que transformará (metasxhmat¤sei) nuestro pobre
cuerpo en uno a imagen de su cuerpo esplendoroso, dado el poder con que él es
capaz hasta de someter a su imperio el universo» (Flp 3, 21). Incluso en el caso
en que este texto se refiera, ante todo, a los que verán la parusía en vida (cf. 1
Cor 15, 52: éllaghsÒmeya), hemos de concluir que san Pablo considera una
«transformación» análoga de los cuerpos que están en el sepulcro.
No se puede objetar a nuestra opinión 1 Cor 15, 49: «Tal como hemos lle-
vado la imagen del terrestre, llevaremos también la imagen del celeste». La
imagen del hombre terrestre es el cuerpo natural recibido al nacer. La imagen
del hombre celeste es el cuerpo resucitado, semejante al de Cristo resucitado,
que es Espíritu, sin dejar de estar encarnado en un verdadero cuerpo salido del
sepulcro25.
Concluimos. No sólo nada impide al cuerpo que se convierta en órgano
del Espíritu26, sino que es capaz de participar de sus cualidades religiosas, como
la incorruptibilidad o la gloria. El cuerpo ««espiritualizado» no será en su tota-
25
H. Lietzmann había propuesto otra hipótesis en su comentario de 1 Cor 15. El «cuerpo» se entende-
ría de una «forma», mientras que la «carne» sería como la materia, una sustancia que llenaría el vacío
de la forma corporal. La resurrección consistiría en que permaneciendo la «forma» –el continente,
que es el cuerpo–, cambiaría la sustancia, haciéndose espíritu y no ya carne. W. G. Kümmel, en la re-
edición del HZNT 9, muestra que el cuerpo y la carne designan concretamente la misma realidad, y
abandona con razón esta exégesis forzada (cf. H. LIETZMANN, An die Korinther I-II (Tubinga 41949)
194s.; entre los vv. 38 y 39 se pasa del término «cuerpo» al de «carne», para volver a empezar la mar-
cha en dirección contraria a los vv. 39-40; la «carne» designa el cuerpo determinado y orgánico de los
hombres y los animales. Pero no podemos seguir a W. G. Kümmel hasta el punto de contentarnos con
una continuidad histórica entre el cuerpo terrestre y el cuerpo resucitado. «Al cuerpo terrestre –es-
cribe– sucede un cuerpo que responde a la cualidad de ser espiritual. Por tanto, S«ma define al «ser»
individual, sin el cual no existe la vida, pero que puede cambiarse según diversas situaciones. La
continuidad entre el hombre vestido del cuerpo psíquico y el hombre vestido del cuerpo pneumá-
tico no es natural, sustancial, sino histórica: el «ego» (das «Ich») recibe primeramente un cuerpo
terrestre y en la resurrección, un cuerpo celeste» (cf. H. LIETZMANN, op. cit., 195). La distinción entre
una continuidad puramente histórica y una continuidad de naturaleza excede la problemática de los
antiguos que piensan en categorías de naturaleza. Pablo sitúa el «yo» en una realidad de orden na-
tural, un «alma» distinta del cuerpo (sin llegar a dar a la palabra «alma» el sentido estricto que hoy
en día le damos). Esta noción de un alma, representada con los términos cuxÆ, pneËma, etc., se halla
difundida un poco por todas partes en los tiempos neotestamentarios. Lucas la expresa en términos
griegos (Hch 20, 10; Lc 12, 20). Se la encuentra en la literatura apócrifa (Apoc. Mois., 31ss.; IV Esd 7,
78ss.) y en el rabinismo (cf. H. L. STRACK-P. BILLERBECK, Kommentar zum Neuen Testament aus Tal-
mud und Midrash, IV (Munich 1928) 1036s., citando a Rábano Jocanán ben Zakkaï, muerto hacia el
80). Esta concepción está a la base de la doctrina de la inmortalidad (con o sin resurrección). No hay
razón alguna para privar de ella a san Pablo (cf. 1 Tes 5, 23; 1 Cor 7, 34; 2 Cor 7, 2; cf. W. GUTBROD, Die
paulinische Anthropologie (BWANT IV, 15) (Berlín 1934) 80, 90ss. Sobre esta cuestión en general, cf.
F. GUNTERMANN, Die Eschatologie des hl. Paulus (NTAbh XIII, 4-5) (Münster 1932) 183-191.
26
Según la teoría de K. DEISSNER, Auferstehungshoffnung und Pneumagedanke bei Paulus (Leipzig
1912).
153
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Lucien Cerfaux
lidad más que el cuerpo natural, el cuerpo resucitado germinará del cuerpo
arrojado en tierra; el cuerpo mortal, sin que sea destruido totalmente, será ele-
vado a un orden superior, el elemento mortal quedará absorbido en la vida (2
Cor 5, 4). De este modo, el cuerpo de Cristo, salido de la tumba, se ha hecho Es-
píritu vivificante y no ha sido destruido.
San Pablo es el testigo de la resurrección de Cristo y quiere dar a su testi-
monio el mismo sentido que a la tradición de Jerusalén: el cuerpo de Cristo ha
salido vivo del sepulcro. No se puede oponer a esto el concepto teológico que
presenta la resurrección como un tránsito a la esfera «espiritual». Sólo habría
contradicción si se definiera el Espíritu por la inmaterialidad. Comentar la te-
ología de Pablo en una hipótesis filosófica de hoy, ya se reconsidere el
espiritualismo antiguo, ya se rechace la categoría de «naturaleza», es abandonar
tanto la exégesis histórica como la teología positiva.
Para Pablo, no hay duda de que es el cuerpo de Cristo resucitado el que
es «espiritual», es decir, que goza de las prerrogativas del Espíritu, y esta trans-
formación es el fundamento de nuestra fe. Nuestra resurrección futura es
también absolutamente cierta, con certidumbre impuesta por la fe; y será
«real», ya que nuestro «yo» volverá a encontrar, transformado, al cuerpo ma-
terial que era el de nuestra vida mortal. La transformación del cuerpo natural
en cuerpo espiritual nos hará partícipes de los privilegios del cuerpo resuci-
tado de Cristo.
27
Cf. J. DUPONT, SÁn Xrist“. L’union aver le Christ suivant saint Paul. Primera parte. «Avec le Christ
dans la vie future» (Brujas 1952).
28
Cf. L. CERFAUX, Le Christ dans la théologie de saint Paul (París 21954) 67-69: trad. esp. Jesucristo en san
Pablo (Bilbao 21960).
29
Cf. Rom 14, 9; 1 Cor 15, 24.
154
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vivificador (1 Cor 15, 45)30 y santificador (Rom 1, 4). Su vida de resucitado arras-
tra a la humanidad. San Pablo ha dado mucha importancia a la antítesis entre
Adán y Cristo: del primer hombre proceden el pecado y la muerte; de Cristo, la
vida y la victoria sobre el pecado31. La resurrección de Cristo es la fuente de una
poderosa corriente de energía irradiante que anima a todos los hombres situa-
dos en su radio de acción.
2.1. Eficiencia sobre la resurrección corporal
San Pablo afirma un vínculo de causalidad, establecida por Dios, entre la
resurrección de Cristo y la de los cristianos32: «Pues, ya que por un hombre (vino)
la muerte, también por un Hombre (vino) la resurrección de los muertos, pues,
como todos mueren asociados a Adán, así también todos volverán a la vida aso-
ciados a Cristo» (1 Cor 15, 21-22). La misma idea se expresa, resumida, en Rom
8, 11: «El que despertó a Cristo de entre los muertos vivificará33 también vuestros
cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que habita en vosotros».
La eficiencia de Cristo resucitado sobre nuestros cuerpos se ejerce para
producir la «vivificación». La causalidad eficiente lleva consigo la semejanza; el
cuerpo mortal ha sido, a imagen de un primer Adán, «alma viviente», animada
de una vida carnal propia de los cuerpos vivos; el cuerpo resucitado será a ima-
gen del último Adán, espíritu «vivificante» venido del cielo, celeste (1 Cor 15,
45-49). El mismo Espíritu que ha resucitado a Cristo nos resucitará a nosotros;
seremos, pues, como réplicas de Cristo resucitado. Nuestra resurrección pon-
drá el sello a nuestra conformidad con el Hijo de Dios (Rom 8, 29-30; cf. Flp 3,
21). Por lo mismo, los cuerpos serán en adelante cuerpos de gloria (1 Cor 15,
42), espiritualizados34.
2.2. Eficiencia sobre la vida cristiana actual
Toda vida «espiritual» brota de Cristo resucitado35. Apresuradamente al-
guien concluiría que la vida cristiana equivale ya a una vida de resucitado. Pablo
no favorece este modo de hablar, al menos en las grandes cartas, por dos motivos.
30
Pablo define a Cristo resucitado: uflÚw yeoË §n dunãmei katå pneËma égivsÊnhw, Rom 1, 4;
pneËma zvopoioËn, 1 Cor 15, 45. Cf. L. CERFAUX, Le Christ dans la théologie de saint Paul (París 21954)
222s: trad. esp. Jesucristo en san Pablo (Bilbao 21960).
31
Cf. 1 Cor 15, 22. 26. 54; Rom 5, 12. 19.
32
Esta perspectiva ha sucedido a otra más arcaica. Cf. L. CERFAUX, Le Christ dans la théologie de saint
Paul (París 21954) 67-69: trad. esp. Jesucristo en san Pablo (Bilbao 21962).
33
Para el sentido de zvopoie›n, cf. infra, p.156, nota 37.
34
Identificar a Cristo resucitado con el Espíritu, y deducir que nuestra resurrección no es más que la
representación mitológica de nuestra vida en el kÊriow es una simplificación radical o, por lo menos,
un reto a la exégesis propiamente dicha.
35
Cf. infra, p. 270-285.
155
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Lucien Cerfaux
36
La experiencia de esta vida obligará precisamente a Pablo a acentuar el dualismo latente de la an-
tropología judía y a aproximarse al dualismo griego. El cristiano es, en adelante, un ser según el
Espíritu y no según la carne (cf. infra, p. 249-254).
37
En la lengua griega normal, el verbo zvopoie›n significa vivificar (en sentido natural, de una planta,
de un animal) y es empleado por los LXX en la lengua religiosa, aplicándose a la salvación concedida
por Dios. En san Pablo, ordinariamente significa dar la vida, resucitar en sentido propio (Rom 4, 17;
8, 11; 1 Cor 15, 22.36). En 2 Cor 3, 6 y Gál 3, 21, significa la vida espiritual o el don de la justicia de Dios;
en 1 Cor 15, 45, Cristo, en oposición al primer hombre, es «Espíritu vivificante». En ninguno de estos
casos se puede pensar en una resurrección en sentido propio. Por el contrario, en Ef 2, 5,
sunzvopoie›n indica la resurrección anticipada. Cf. R. BULTMANN, «zvopoi°v»: en TWNT II, 876s.
156
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38
Cf. Rom 8, 11: La idea se expresa indirectamente en 2 Cor 4, 14 («El que despertó al Señor, a Jesús,
también a nosotros nos despertará...»), y 1 Cor 6, 14 («Dios resucitó al Señor, y también a nosotros
nos resucitará con su fuerza»). En el segundo texto se ha de pensar en el poder de Cristo.
39
En concreto, esta relación se expresa igualmente por la habitación del Espíritu Santo en el cuerpo (1
Cor 6, 19).
40
Cf. 1 Cor 10, 17.
41
Pablo pronuncia aquí la palabra griega afi≈nion y la palabra platónica tå mØ blepÒmena, las cosas in-
visibles. Para toda esta sección, cf. infra, p. 160-165.
157
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1
Cf. J. JEREMIAS, «parãdeisow»: en TWNT V, 763-771; A. OEPKE, «parous¤a»: en TWNT V, 856-869 (ne-
gando que 2 Cor 5, 1-10 aluda al estado intermedio); H. L. STRACK–P. BILLERBECK, Kommentar zum
Neuen Testament aus Talmud und Midrash, II (Munich 1924) 264-269; IV (Munich 1928) 799-976; J.
B. FREY, «La vie de l’au-delà dans les conceptions juives au temps de Jésus-Christ»: Bibl 13 (1932)
129-168; E. B. ALLO, Saint Paul. Seconde épître aux Corinthiens (París 1937) 134-160; H. BIETENHARD,
«Die himmlische Welt im Urchristentum und Spätjudentum»: WUNT 2 (1951) 161-191; J. DUPONT,
SÁn Xrist“. L’union avec le Christ suivant saint Paul. Primera parte. «Avec le Christ dans la vie fu-
ture» (Brujas 1952); J. N. SEVENSTER, «Einige Bemerkungen über den Zwischenzustand bei Paulus»:
NTS 1 (1954-1955) 291-296; J. JEREMIAS, «Flesh and blood cannot inherit the Kingdom of God»: NTS
2 (1955-1956) 151-159; A. FEUILLET, «Le Royaume céleste et la déstinée des chrétiens (2 Cor 5, 1-10)»:
RSR 44 (1956) 360-402; ST. LYONNET, «L’originalité du message chrétien»: Bibl 37 (1956) 482; E. E. ELLIS,
«II Corinthians V, 1-10 in pauline eschatology»: NTS 6 (1959-1960) 211-224.
2
Aun siendo incierta en principio, la fecha de la parusía parecía cercana y era impacientemente es-
perada. Basta con ello para que las primeras generaciones cristianas no hayan gozado de nuestra
maravillosa seguridad sobre lo inútil de especulaciones de este género. Por otra parte, sólo confun-
diendo actitud, esperanzas y enseñanzas, puede decirse que Pablo cambie de parecer, que se
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Lucien Cerfaux
cionan confidencias sobre sus temores y sus esperanzas. En ellas añade refle-
xiones sobre su certeza de ser reunido con Cristo desde el instante de su
muerte3.
1.1. Exégesis
1.1.1.2 Cor 4, 7-5, 10
La aprensión de su muerte turba a san Pablo. La gloria de los apóstoles
del Nuevo Testamento, que acaba de exaltar, contrasta violentamente con las
pruebas (las «tribulaciones») de su vida de misionero4. La idea de un fin pre-
maturo, hiriéndole en plena actividad, jamás se le había impuesto con tanta
nitidez; al menos, no había hecho de ella tema de una prolongada meditación
teológica. Sin embargo, sus reflexiones no son improvisadas. En él han madu-
rado poco a poco. Ahora nos las entrega en el curso de una larga exposición
literaria, cuya exégesis permanece, siendo así que su importancia es capital
para nuestro tema. Por lo tanto, se impone que caminemos un trecho de ca-
mino con los exégetas.
1.1.1.1. Confidencias (2 Cor 4, 7-15)
Pablo sabe que lleva en sí una gloria superior a la de Moisés, y, sin em-
bargo, paradoja de su vida apostólica, este tesoro está oculto en una existencia
que es pura debilidad. De este modo aborda la serie de antítesis al estilo estoico:
«Siempre estamos siendo entregados a la muerte por causa de Jesús, para que
también la vida de Jesús se manifieste (faneroyª) en nuestra carne mortal...» (4,
11). Expresa la certeza de resucitar con Cristo y de reunirse en ese momento
con los corintios (4, 14)5: así, se coloca en el número de los cristianos destina-
dos a resucitar (y, en consecuencia, a morir antes de la parusía)6. Continuemos
el curso de sus reflexiones. Según sus principios, la resurrección obra ya en él,
a la vez en su cuerpo y en su «yo» profundo, y proclama su confianza: «por eso,
contradiga, etc. [Cf. E. B. ALLO, Saint Paul. Seconde épître aux Corinthiens (París 1937) 156-159]. No
hay nada que impida hacer cábalas sobre una fecha más o menos próxima del fin del mundo, ni es-
perarlo con pasión. Tampoco hay nada que nos asegure que el Apóstol, por muy teólogo que fuera,
poseyera desde el principio de su apostolado una doctrina integral y coherente de la escatología
cristiana. Todo el mundo admite también que una carta no es un tratado de dogmática. ¿Por que no
se ponen de acuerdo para añadir que el tratado dogmático paulino no se hallaba escrito en ninguna
parte para que pudiera inspirar las cartas? No es contradecirse, el hondar una doctrina con el fin de
resolver problemas que se plantean, en un momento dado, en circunstancias nuevas.
3
Cf. 1 Cor 15, 32; 2 Cor 1, 8-11; 4, 16-5, 10; Flp 1, 19-26; 2 Tim 4, 18. Cf. Rom 8, 38 s.; 14, 7-9.
4
Pablo ha corrido un riesgo mortal, 2 Cor 1, 8-11. Podemos pensar en los sucesos de Éfeso, a los que
alude en 1 Cor 15, 30-31; pero toda su vida apostólica estuvo sembrada de fatigas excesivas, de fla-
quezas y de situaciones peligrosas.
5
ParastÆsei sÁn Ím›n.
6
Compárese con 1 Cor 15, 51: «No moriremos todos, pero todos seremos transformados (unos por la
resurrección, otros sin pasar por la muerte).
160
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7
Cf. «L’antinomie paulinienne de la vie apostolique»: RSR 39-40 (1951-1952) 233s. [=Recueil L. Cer-
faux, II (Gembloux 1954) 466s.]. Destacamos en el artículo las expresiones sune¤dhsiw, §jous¤a,
parres¤a, a las cuales corresponden en 2 Cor: oËk §gkakoËmen (4, 16); yarroËntew (5, 6), y en Flp:
§n pãs˙ parres¤a (1, 20). Para yarr«, cf. J. DUPONT, SÁn Xrist“. L'union avec le Christ suivant
saint Paul. Primera parte. «Avec le Christ dans la vie future» (Brujas 1952) 159.
8
Cf. supra, p.155s.
9
Sobre el hombre «interior», cf. J. DUPONT, SÁn Xrist“. L’union avec le Christ suivant Saint Paul. Pri-
mera parte. «Avec le Christ dans la vie future» (Brujas 1952) 127-128.
10
Cf. 2 Cor 12, 2. Este pasaje sitúa el yo en el hombre interior, distinguiéndolo del cuerpo.
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la vida divina. Es, a un tiempo, una mutación orgánica interior y una creación
que procede de Dios, la «gloria» que envuelve y penetra el «yo» natural.
1.1.1.3. El cuerpo, habitación terrestre del alma, y la habitación celeste
(2 Cor 4, 17-5,1)
La gloria, bien divino celeste, cosa invisible y eterna, eleva hasta su propio
potencial al hombre interior. Es proporcionada a éste y sin dejar de ser futura es
ya propiedad de él; así se expresa según las categorías del apocalipsis judío. El he-
lenismo pone a disposición de san Pablo un tema paralelo11: el principio
intelectual presente en nosotros, «el hombre interior», habita momentánea-
mente el cuerpo, y con ello adquiere «pesantez», pero se sabe llamado, en el
Hades o el cielo, a una estancia invisible, más conforme con su realidad pro-
funda12. El tema se desviará en el cristianismo. Los griegos acentúan el peso
(bãrow) de la morada terrestre. Pablo, a la inversa, se somete gozoso a las mise-
rias de esta vida, porque éstas preparan la morada celeste; toda la atención se
reserva a ésta, cuerpo resucitado, morada eterna y celeste, que no es hecha por
mano de hombre13. Según la doctrina de la resurrección, la morada celeste es un
cuerpo nuevo, sustituto del cuerpo de carne que se abandona, y que en el cielo
corresponde al hombre interior. La habitación celeste sucederá al templo que
es el cuerpo del cristiano consagrado por las primicias del Espíritu14.
1.1.1.4. Los gemidos por la transformación de nuestros cuerpos (2 Cor 5, 2-5)
Encontramos de nuevo en Rom 8, 18-30 el conjunto de los temas de 2
Cor 4, 17-5, 1 y 5, 2-5: los sufrimientos, la gloria, los suspiros por las cosas in-
11
Véase el análisis de J. DUPONT (ibid., 130-153), especialmente el de la frase tÚ går paraut¤ka
§lafrÚn t∞w yl¤cevw sobre todo prÒskaira... afi≈nia (v. 18), y probablemente habría que unir
blepÒmeya – mØ blepÒmeya (v.18) (cf. Fedón, p.81c; expresiones del dualismo platónico). Si en el v.17
se supliera bãrow tras el adjetivo §lafrÒn, se subrayaría la hermosa antítesis con el peso eterno y ex-
cesivo de la gloria, construcción intencionada en la que la oposición verbal provoca la de la idea. El
peso de la tribulación (expresión griega), ligero para el Apóstol, suscita por parte de Dios la gloria (la
palabra hebrea kabôd representa, a la vez, el peso y la gloria; cf. G. SCHRENK, « bãrow»: en TWNT I, 551-
559), un peso cada vez mayor (kayÉ ÍperbolØÆn efiw ÍperbolÆn).
12
Cf. J. DUPONT, SÁn Xrist“. L’union avec le Christ suivant Saint Paul. Primera parte. «Avec le Christ
dans la vie future» (Brujas 1952) 142-145. El tema se encuentra en Sab 9, 15. Nos bastará citar a Sé-
neca: «(Animum) numquam magis divinum est, quam ubi mortalitatem suam cogitat et scit in hoc
natum hominem, ut vita defungeretur, nec domum esse hoc corpus, sed hospitium, et quidem breve
hospitium, quod relinquendum est, ubi te gravem esse hospiti videas» (Ep. 120, 14).
13
OfikodomØn §k yeoË... ofik¤an éxeiropo¤hton afi≈nion §n to›w oÈrano›w (2 Cor 5, 1).
14
El adjetivo éxeiropo¤htow, que aquí se une al cuerpo celeste, no parecerá ya tan extraño si sabemos
comprender sus armónicos. El positivo xeiropo¤htow, que el helenismo empleaba a propósito de
los templos (Or. Sib., Filón, etc.) fue adoptado por los LXX para designar a los ídolos. La dinámica de
las ideas parece ser la siguiente: nuestro cuerpo ya es ahora un templo del Espíritu, y esta presencia
del Espíritu hace de él como un templo de antaño, humano, construido por manos de hombre, aun
siendo consagrado. El templo que le sucederá, el cuerpo celeste, será, por el contrario, una realidad
totalmente celeste, escatológica, creada por Dios, éxeiropo¤hton.
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visibles, las primicias (las arras en 2 Cor) del Espíritu. Sin embargo, los ele-
mentos específicamente griegos de 2 Cor, el hombre interior y la habitación
celeste, faltan en Rom, que, debido a esto, probablemente conserva el esquema
primitivo, perteneciente a la línea apocalíptica. Los sufrimientos del tiempo
presente no son nada comparados con la gloria que se revelará (m°llousan
épokalufy∞nai: Rom 8, 18) en nosotros en la parusía. Actualmente poseemos
las primicias del Espíritu, es decir, de la gloria que conviene a los hijos de Dios
y anuncia su herencia; suspiramos por alcanzar nuestro destino de hijos, he-
rederos de Dios.
La influencia del helenismo ayudará al Apóstol a trasladar el tema de los
gemidos a la nueva hipótesis: la resurrección sólo sobrevendrá tras un lapso de
tiempo más o menos largo, durante el cual el cuerpo permanece en el sepulcro.
Vemos, en efecto, que 2 Cor 5, 2-5, paralelo de Rom 8, 23, complica el tema
primitivo. Rom escribía: «Nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu,
nosotros mismos estamos también gimiendo (stenãzomen) interiormente, an-
helando la adopción filial (ufloyes¤an), el rescate de nuestro cuerpo». Todo el
contexto (y especialmente Rom 8, 18) hacía pensar en el acontecimiento de la
parusía. Frente a esta frase rectilínea pongamos 2 Cor 5, 2-5, con sus dudas, sus
arrepentimientos y sus reanudaciones: «Pues en esta situación gemimos
(stenãzomen), ansiando revestirnos (§pendÊsasyai) de nuestra morada, la que
procede del cielo15, dando por supuesto que, al vestirnos con ella, no estaremos
desnudos16; pues los que estamos en esta tienda gemimos –agobiados, porque
no queremos desvestirnos, sino revestirnos–, para que lo mortal quede absor-
bido por la vida. Precisamente el que nos destinó a eso mismo es Dios, que nos
dio las arras, es decir, el Espíritu».
El Apóstol ha comenzado (2 Cor 5, 1) por el tema del cuerpo de eternidad
preparado en el cielo, el cual normalmente trataría de sobrevestirse por encima
del cuerpo mortal, sin quitar éste. Pero en las circunstancias presentes esta es-
peranza se ha hecho problemática. Añade, pues, la precisión de que tal
esperanza sólo se realizaría en la hipótesis en que la glorificación llegara tras
15
El cuerpo, morada, tienda, es una imagen helénica (cf. H. LIETZMANN, An die Korinther I-II (HNT, 9)
(Tubinga 41949) 117). El cuerpo, vestido, es una imagen con ocasión de la resurrección: cf. Hen. sl.,
22, 8ss.; Ascensio Is., 7, 28; 9, 2. 8. 9. 17; Od Sal., 33, 10; etc. Se pueden añadir algunos paralelos helé-
nicos: misterio de Isis, Hermética; cf. H. LIETZMANN, op. cit., 119s. Parece que Pablo ha combinado las
fórmulas helénicas y judías.
16
E. OSTY, Les épîtres de saint Paul aux Corinthiens (La Sainte Bible de Jérusalem) (París 1948) traduce:
«Puesto que habiéndola revestido, no seremos hallados desnudos». Su explicación concuerda con la
que nosotros proponemos: «Pablo desearía ser de aquellos privilegiados a quienes la venida del
Señor halle vivos, y cuyo cuerpo será transformado sin pasar por la muerte. «Se revestirán», si así
puede decirse, el «cuerpo espiritual» por encima del «cuerpo psíquico. (1 Cor 15, 44. 51. 55), que será
engullido por el primero (p.99).
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17
El adjetivo gumno¤ recuerda 1 Cor 15, 37, donde la inhumación es comparada con la siembra: se arroja
en tierra una semilla desnuda, despojada de su envoltura. Pablo conserva la palabra que lleva en sí
la idea de muerte. Ahora la aplica al hombre interior que se encuentra despojado por la muerte. En
1 Cor, el que espera la resurrección es el cuerpo; en 2 Cor, es «el hombre interior». Éste será el sujeto
posible de una existencia sin cuerpo.
18
Este verbo, nuevo en el tema, responde muy bien al contexto: el tema griego conoce el peso del
cuerpo, y Pablo ha hablado del peso de la gloria.
19
Los términos tÚ ynhtÒn y katap¤nv, en pasiva, se encuentran en 1 Cor 15, 53-55, en el canto de vic-
toria sobre la muerte, en la parusía (alusión a Is 25, 8; cf. infra, p.172-175).
20
Algunos autores modernos se han dejado seducir por este proceso mental que parece lógico. E. B.
ALLO [Saint Paul. Seconde épître aux Corinthies (París 1937) 141], cita a Heinrici, Schmiedel, Plummer,
H. Windisch, y resume (p.150-152) la exégesis de este último. Se sentiría tentado de decir, al menos,
que Pablo, incapaz por su temperamento semítico de representarse una supervivencia sin resu-
rrección, ha ideado, pero simplemente para apoyar su pensamiento, una entrada en posesión
inmediata del cuerpo preparado en el cielo. Los autores antes citados van más lejos; el hombre in-
terior es una esencia «neumática», capaz de recibir directamente el «vestido de encima», el cuerpo
incorruptible. Su teoría es paralela a la explicación que se da de la resurrección (cf. supra, p.138s).
Pero estas categorías no son las de Pablo. Para él la resurrección es una transformación del cuerpo
carnal: por tanto, éste se impone para el sujeto de la glorificación, cuyo resultado será un cuerpo
«espiritual». La imagen del vestido eterno que se sobreviste al cuerpo no es más que una variante u
otro modo de expresar el proceso de transformación (cf. supra). Por eso, la idea de que el alma (en
su estado de desnudez) se revestirá inmediatamente del cuerpo de gloria, ni siquiera roza su imagi-
nación o, si la roza, es rechazada sin más examen. Por otra parte, está claro que si esta cosa
inimaginable se produjera, la resurrección de la parusía ya no tendría ni sentido ni finalidad; ahora
bien, Pablo no puede pensar de esa forma. Además, hemos comprobado su cuidado por evitar toda
fórmula que nos lleve por la vía de una anticipación de la resurrección. Quiere conservar la tensión
escatológica de sus comunidades. Finalmente, contra factum non valet argumentum: para hablar
de la supervivencia, san Pablo no recurre a una resurrección disfrazada; sabe que la filosofía griega
ha preparado los caminos para la nueva revelación y encuentra muy natural hacer que el cristianí-
simo hable el lenguaje de Sócrates y de Platón.
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curso de sus confidencias, como la pérdida de este cuerpo necesario para una
existencia humana normal. Siempre se ha representado su cuerpo de gloria
como debiendo revestir directamente su cuerpo mortal. Ahora sale a luz un
pensamiento que había mantenido en reserva y que lo sugerían ya sus refle-
xiones sobre el hombre interior. Deja de inquietarse por el cuerpo celeste, que
sólo más tarde se revestirá, en la parusía. En la línea de una psicología platoni-
zante, la existencia después de la muerte es independiente del cuerpo; el
hombre interior, sostenido por el poder del Cristo viviente, puede subsistir sólo
tras la muerte, hasta la parusía: «Así, pues, confiando audazmente siempre, y sa-
biendo que, al vivir en la patria del cuerpo, vivimos desterrados del Señor...;
estamos confiados; y preferimos desterrarnos del cuerpo, para vivir en la patria
junto al Señor» (2 Cor 5, 6-8).
San Pablo retoma, precisa y cristianiza la sabiduría de los mejores griegos
convertida ya en propiedad común desde la Apología de Sócrates: la muerte es
una marcha hacia una región desconocida, no es la destrucción del hombre.
Pero en adelante, el soplo cristiano de la esperanza garantizada pasa a través
de las viejas palabras. La morada en el cuerpo es un exilio lejos del Señor; más
vale estar exilado del cuerpo para estar con el Señor.
La presencia junto al Señor significa el tránsito de la oscuridad de la fe a
la clara visión de las realidades celestes, participando de la suerte de Cristo,
como conviene a siervos, amigos y coherederos. Las afirmaciones teológicas se
entremezclan con los sentimientos del amor cristiano. La muerte tampoco rom-
perá ya la unión de los cristianos entre sí. Todos están consagrados al servicio
de su Señor; en el día de la parusía apareceremos todos juntos ante el tribunal
de Cristo para dar cuenta de lo que hayamos hecho durante nuestra vida mor-
tal (diå toË s≈matow), cuando nuestro cuerpo nos permitía pecar (2 Cor 5,
9-10). La morada de algunos con Cristo no es más que un paréntesis en la his-
toria de la comunidad cristiana. Si los muertos, separados de los vivos, están ya
junto al Señor, esperan a los que quedan en tierra, y un mismo destino se re-
serva a todos: volver a encontrarse ante el tribunal del Señor para recibir el
premio de sus obras.
1.1.2.Flp 1, 19-26
En la carta a los Filipenses, el encarcelamiento de Pablo y su proceso in-
cluyen la posibilidad de una condena capital; a sus angustias se añade la actitud
de algunos cristianos.
La doctrina de la reunión inmediata con Cristo antes de la resurrec-
ción reviste demarcaciones mucho más firmes. Ha desaparecido todo rasgo
de vacilación; ya no se trata de temer encontrarse desnudo, privado mo-
mentáneamente del cuerpo mortal. Venga lo que venga, el Apóstol confía
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21
ÉAnalÊsai. Es casi seguro que ya no se toma en el sentido de desprenderse (Vulgata: dissolvi), ni en
el sentido de levar anclas, sino que el verbo significa simplemente «partir».
22
Cf. J. BONSIRVEN, L’Évangile de Paul (París 1948) 311; B. RIGAUX, Saint Paul. Les épîtres de Paul (París
1956) 531 (con bibliografía).
23
No queremos afirmar que san Pablo no ha haya pensado jamás anteriormente en el problema de
las almas antes de la resurrección. Hay ideas vagas que toman cuerpo en ciertos momentos privi-
legiados.
24
Pablo manifiesta constantemente sus sentimientos personales, y a la vez afloran perspectivas co-
munes, 2 Cor 4, 18; 5, 7. 9-10.
25
Cf. J. DUPONT, SÁn Xrist“. L’union avec le Christ suivant saint Paul. Primera parte. «Avec le Christ
dans la vie future» (Brujas 1952) 170, n. 1. Las experiencias de Pablo y su teología –ésta incluye una
antropología– son inseparables. No se puede decir con seguridad que la teología consiste simple-
mente en objetivar las experiencias psicológicas (por ejemplo, el poder de Cristo resucitado que
sostenía al Apóstol en sus pruebas); tampoco se puede negar todo influjo de la experiencia. En el
caso concreto que nos ocupa en este momento debemos mantener tres componentes: la expe-
riencia psicológica, la doctrina teológica deducida de principios generales y las fórmulas de la
filosofía griega.
166
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Empleamos esta fórmula de mala gana; aunque grosso modo responde al pensamiento de san Pablo,
violenta su vocabulario. El término cuxÆ, traducido como alma, no lo emplea el Apóstol con el sen-
tido muy concreto que reviste en nuestra enseñanza actual.
27
Pablo está en prisión, 4, 18. Quizá, independientemente de su proceso, se siente cercano a su muerte,
próximo a salir de este mundo, 4, 6-8.
28
Obsérvese un doble paralelo entre los dos textos: por un lado, la relación con Cristo, que trasciende
la vida y la muerte; por otro, la alusión al tribunal (de Dios o de Cristo).
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combinarse dando espacio a un reino temporal de Cristo con los cristianos re-
sucitados, anterior a la resurrección general. Se recuperarían las especulaciones
del judaísmo sobre un mesianismo terrestre. ¿Habrá hablado san Pablo en la
hipótesis «milenarista»?
El futuro escatológico no se ilumina más que con rápidos relámpagos que
surgen o de textos proféticos meditados por los videntes apocalípticos, o de re-
velaciones misteriosas, en imágenes simbólicas. Durante el examen de los
textos dispersos en las cartas, será buena metodología que nos acordemos, ante
todo, del principio que rige la escatología paulina. El cristiano resucita para una
vida inmortal e incorruptible, de esencia espiritual, a imagen de Cristo resuci-
tado; la carne es absorbida en lo espiritual. Tanto es el predominio de lo
espiritual, que la resurrección ni siquiera es absolutamente necesaria para que
el cristiano disfrute de su privilegio de inmortalidad. En la hipótesis de un reino
de Cristo que comenzara en la parusía y durara un cierto tiempo, hasta la con-
sumación de las cosas temporales, habría que excluir, al menos, los goces de
orden natural y puramente humanos del milenarismo grosero: «La carne y la
sangre no pueden heredar el Reino de Dios» (1 Cor 15, 50). Para el cristiano que
ha entrado en la fase escatológica de su existencia ya no hay más vida que la
que engendran sus relaciones espirituales con Dios y Cristo.
Veamos, primero, los textos.
2. Según 1 Tes 4, 17, los cristianos «arrebatados» sobre las nubes al en-
cuentro de Cristo en los aires, en adelante estarán «siempre con el Señor». En
nuestra opinión, Pablo piensa directa y explícitamente en los acontecimientos
inmediatamente posteriores a la manifestación triunfal de la parusía y espe-
cialmente en el juicio universal31. En esta línea de pensamiento no tiene cabida
un reino intermedio.
De 2 Tes 2, 8 tomamos la idea de que la parusía será una manifestación del
poder irresistible de Cristo: «El soplo de la boca» aniquila «al Impío» (el Anti-
cristo de nuestra tradición), y esta «aparición», resplandeciente de fuerza divina
(§pifãneia), le quita instantáneamente todo poder (katagrÆsei). Se excluye la
idea de una lucha prolongada, o incluso simplemente de una verdadera lucha.
La sola aparición de Cristo es su triunfo.
Ef 1, 20-23 refiere la victoria de Cristo a su resurrección y a su entroniza-
ción celeste. Sin ninguna lucha, Cristo ejerce sobre las potestades la supremacía
que posee de derecho; se aplica a esta situación el texto del Sal 8, 7, que en-
contramos de nuevo en otro contexto (1 Cor 15, 20-28). Si Ef 6, l0-20 habla de un
31
Sin embargo, la fórmula «estar con Cristo» abre una perspectiva capaz de ampliarse indefinidamente
y de abarcar todo el futuro escatológico. Cf. J. DUPONT, SÁn Xrist“. L’unión avec le Christ suivant
saint Paul. Primera parte. «Avec le Christ dans la vie future» (Brujas 1952).
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verdadero combate escatológico contra las potestades maléficas, los que lo li-
bran son los cristianos en el día malo que nosotros vivimos (v.13). Al espíritu de
la carta pertenece considerar el reino actual como definitivo. No se suprime la
parusía, pero la victoria de Cristo entronizado en el cielo es total. Los cristianos
combaten aquí abajo, revestidos ya de la armadura divina.
Según la exégesis que propondremos para 1 Cor 15, 20-2832, Pablo distin-
gue la resurrección de los cristianos, en la parusía de Cristo, y la resurrección
general de los muertos: «La primicia, Cristo–dice–; después, los de Cristo, en su
venida; después será el fin» (1 Cor 15, 23-24). Hay tres momentos en la resurrec-
ción de los muertos. La resurrección de Cristo ha precedido, nosotros esperamos
la de los cristianos y luego vendrá la de todos los muertos (el fin). Hemos dicho
suficientemente que estas resurrecciones, espaciadas de hecho, forman una sola
realidad escatológica. La intención de Pablo es evidente por el contexto: quiere
mostrar que la resurrección de Cristo es el comienzo y la causa de todas las re-
surrecciones. Ella rige la resurrección de los cristianos que triunfan con él. La
resurrección general es el coronamiento de su triunfo, la victoria sobre la muerte.
A primera vista, una frase pudiera favorecer la hipótesis milenarista: tras
haber hablado de la destrucción de las Potestades, vinculada con la Parusía,
Pablo añade que «él (Cristo) tiene que reinar y poner a todos los enemigos bajo
sus pies» (1 Cor 15, 25). Se podría entender que su reino, comenzado en la pa-
rusía, durará algún tiempo y que su término quedará señalado con la
destrucción de las Potestades. Pero, ¿debemos pararnos en esta explicación? En
realidad, el comienzo del Reinado de Cristo no es su parusía, sino su resurrec-
ción; las Potestades serán destruidas al final de su reino, pero Pablo señala este
acontecimiento como la coronación del triunfo comenzado en la resurrección
y seguido en el curso de la parusía. Según todos los demás textos, coincide de
hecho con la parusía y, como ella, es instantáneo.
3. Si no fuera porque conocemos esta doctrina por otros medios, nada
habría en nuestras cartas que nos hiciera pensar en el milenarismo.
En primer lugar, la epifanía de Cristo en su parusía no da comienzo a su
reino; sólo manifiesta su gloria. El reino ha comenzado con la resurrección y
entronización celeste del Resucitado. El reino es espiritual: ¿Por qué habría de
materializarse en su manifestación final? Si no es temporal ni materializado,
¿por qué distinguirlo de la eternidad?
La parusía es el acontecimiento esencial del Reino, al que los apocalipsis
revisten de imágenes de origen diverso: victoria sobre el hombre de pecado,
victoria sobre las potestades, triunfo con los cristianos glorificados; en el marco
32
Cf. infra, p.159s.
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paulino todo ocurre con la rapidez del rayo; la parusía, con la resurrección de
los cristianos, es el preludio del último juicio (al cual se vincula normalmente
la resurrección general).
33
Cf. E. TEICHMANN, Die paulinischen Vorstellungen von Auferstehung und Gericht (Friburgo de Br.
1896); I. LÖWINGER, Die Auferstehung im der jüdischen Tradition (Jahrbuch f. jüdische Volkskunde
1923) (Paralelos rabínicos); J. HÉRING, «Saint Paul a-t-il enseigné deux résurrections?»: RHPR 12
(1932) 300-320; Le royaume de Dieu et sa venue (París 1937) 242. Entre las obras generales: F. PRAT,
La théologie de saint Paul (París 161929) 427-465; STAUFFER, Die Theologie des Neuen Testaments
(Stuttgart 41948) 184-211.
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que por «la resurrección de los muertos»34, abarca todo el acontecimiento final
esperado por la tradición judía y cristiana. Cuando Pablo afirma en otro lugar
que los cristianos muertos (resucitados) o vivos comparecerán ante el tribu-
nal de Cristo para recibir la retribución de las obras hechas durante su vida
corporal (diå toË s≈matow) (2 Cor 5, 10), se expresa según la tesis judía, en la
que la resurrección es la condición previa del juicio con retribución. Al cris-
tiano se le sitúa simplemente en igualdad de condiciones que el conjunto de
la humanidad.
Por tanto, no debemos dejarnos guiar por la idea preconcebida de que
Pablo sólo conocería una resurrección, la de los cristianos en la parusía. En mu-
chas circunstancias sólo menciona a ésta distinguiéndola claramente de la
resurrección general. En algunos casos, cuando abandona la línea del apoca-
lipsis tradicional –en que a la parusía se la presenta como el objeto esencial de
la esperanza cristiana–, adopta la hipótesis del judaísmo común, y el juicio ge-
neral se presenta en el primer plano de su pensamiento.
3.1.2.La exégesis de 1 Cor 15, 20-28
En lugar de sujetarse al esquema del apocalipsis tradicional de la parusía,
Pablo une teología y apocalipsis en un desarrollo original que toma como punto
de partida la resurrección de Cristo. Primeramente enuncia el principio de su
escatología, así como su teología: «Cristo fue despertado de entre los muertos,
primicia de los que duermen» (1 Cor 15, 20). Las expresiones son primeramente
apocalípticas, pero las antítesis que siguen pertenecen a la teología:
Pues, ya que por un hombre vino la muerte,
también por un Hombre vino la resurrección de los muertos,
pues, como todos mueren asociados a Adán,
así también todos volverán a la vida asociados a Cristo (1 Cor 15, 21-22).
Prosigue el texto:
Pero cada uno en su rango:
la primicia, Cristo;
después, los de Cristo, en su venida;
después será el fin (1 Cor 23-24).
34
Cf. M. J. LAGRANGE, Saint Paul. Épître aux Romains (París 1931) ad loc.
35
«Los que ya reposan» designa sin más a los muertos: no se trata aquí de una fórmula cristiana.
Cuando se quiere hablar expresamente de los cristianos muertos, se añade «en Cristo» (1 Cor 15, 18;
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3.1.3 Conclusión
La doctrina escatológica judía sitúa en el confín de los tiempos la resu-
rrección general de los muertos. Hay que reconocer que Pablo prefiere hablar
de la resurrección de los cristianos en la parusía cristiana, y ésta no es la resu-
rrección de todos los muertos. Aquélla se anticipa a ésta; se podría incluso creer
que la hace inútil y la excluye. Pero esta conclusión es exagerada y no tiene en
cuenta la existencia de una doble corriente que atraviesa toda la escatología
paulina. El Apóstol ha conservado, de su formación judía, los temas ordinarios
de la resurrección general de los muertos y del juicio final. Por otra parte, la apo-
calíptica propiamente cristiana le imponía un esquema de pensamiento en el
que la resurrección de Cristo trae la salvación de los cristianos que resucitan en
la parusía para triunfar con él. La importancia concedida a la segunda corriente
es muy comprensible ante el entusiasmo suscitado por los comienzos del cris-
tianismo; no es una razón para negar la existencia de la primera.
3.2. El juicio final
San Pablo habla del juicio final sólo incidentalmente 42. Esta corriente de
pensamiento, aunque representa la doctrina normal del judaísmo (el juicio uni-
versal según las obras) queda claramente velada por el interés preponderante
de la gran esperanza.
El juicio de Dios revestía ya en el Antiguo Testamento dos aspectos corres-
pondientes. Por un lado, Dios viene a salvar a su pueblo y a castigar a los opresores
de Israel, tratados como sus propios enemigos; por otra (conforme a la enseñanza
que los profetas habían hecho prevalecer), justo juez, dará a cada hombre según
sus obras. Pablo ha transformado la salvación del pueblo elegido, nacional, en
salvación de la Iglesia, es decir, del conjunto de los cristianos en la parusía. Al
mismo tiempo, ha conservado la teoría profética, adoptada por el judaísmo.
Por tanto, no podremos penetrar el pensamiento paulino más que des-
componiéndolo en dos aspectos casi antitéticos: la salvación de los cristianos,
asegurada en la parusía, siendo necesario, sin embargo, el juicio según las obras.
3.2.1.La «salvación» en la parusía
Ante la salvación escatológica, los cristianos no se encuentran en la con-
dición de pura incertidumbre. Su destino se ha jugado, en principio, cuando
han oído el mensaje apostólico: los que lo han aceptado son «los salvados». Dios
42
Cf. F. BÜCHSEL, «xr¤nv»: en TWNT III, 920-955; W. COSSMANN, Die Entwicklung des Gerichtsgedan-
ken bei den alttest. Propheten (ZAW 29 Beiheft) (Giessen 1915); H. BRAUN, Gerichtsgedanke und
Rechtfertigungslehre bei Paulus (Leipzig 1930); P. ALTHAUS, Die Letzten Dinge (Gütersloh 51933) 172-
230; R. WALKER, «Die Heiden und das Gericht. Zur Auslegung von Römer 2, 12-16»: EvT 20 (1960)
302-316.
175
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43
Con mucha más razón, según teorías gnósticas que copian la naturaleza de los neumáticos.
44
En Ef, Pablo distribuye el tema general en dos momentos: la predestinación afecta, en primer lugar,
a los fieles del judaísmo, y después de la predicación del Evangelio se extiende a los gentiles; el lla-
mamiento de la fe y el sello por el Espíritu Santo significan el llamamiento a la herencia celeste.
176
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45
Cf. M. J. LAGRANGE, Saint Paul. Épître aux Romains (París 1931) 45.
46
M. J. LAGRANGE,, op. cit., 51, prefiere con razón la lectura xrine› al presente xr¤nei de von Soden y
Nestle.
47
Según el movimiento de la frase, el inciso «según mi evangelio» califica a «por Jesucristo». El evan-
gelio de Pablo implica primeramente que Cristo ha sido designado por su resurrección para ser el
juez escatológico.
48
No se puede considerar como privilegio de los cristianos el ser juzgados por Cristo (fórmula de 2
Cor 5, 10) y no por Dios. Cf. M. J. LAGRANGE,, Saint Paul. épître aux Romains (París 1931) 327.
49
Fanervy∞nai. Probablemente se ha elegido el verbo para que se piense en la resurrección. Todos se-
remos iguales en el juicio que reunirá a los que han muerto antes de la parusía (y que serán
resucitados) y los que verán la parusía en vida.
50
Sabemos por qué introduce Pablo aquí la mención del cuerpo. Todo el pasaje está consagrado al
problema de la supervivencia entre la muerte y la resurrección. Cf. supra, p.160-165. Los frutos del
cuerpo son las obras de la vida mortal, cuando el hombre no estaba exilado aún en su carne.
51
El verbo kom¤zv, en estos tres pasajes, 2 Cor, Ef y Col –en ningún otro lugar aparece en las cartas pau-
linas (excepto Heb)–, indica que se trata de un tema ordinario de exhortación.
177
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Por tanto, san Pablo quiere conservar vivo el temor de los castigos de Dios
en el juicio. Por esta razón son tan frecuentes, en sus exhortaciones, las ame-
nazas –o, por antítesis, la promesa de las recompensas52–. No teme simplemente
la indiferencia de los cristianos por el esfuerzo de la santidad. Ha encontrado en
su camino esta perversión del sentido religioso que acecha a las religiones de
iniciación y a las gnosis: el hombre elegido por favor divino se considera lle-
gado a un estado definitivo, divinizado aquí abajo. Por eso predica con el
ejemplo: a pesar del privilegio único de su vocación al apostolado, no tiene cer-
teza (humanamente) de haber alcanzado el término de la carrera y se lanza con
todas sus fuerzas hacia el «premio» final (Flp 3, 12-15). La misma comparación
producía para los corintios idéntica lección: «¿No sabéis que los que corren en
el estadio corren todos, sí, pero uno solo lleva el premio? ¡Corred así, para que
os lo llevéis! Todo el que interviene en una competición se impone privaciones
en todo; y ellos, en definitiva, para llevarse una corona corruptible, nosotros,
en cambio, una corona incorruptible. Por eso, yo corro como quien no corre sin
objetivo; doy puñetazos como uno que no golpea al aire, sino que abofeteo mi
cuerpo y lo esclavizo, no sea que, después de predicar a otros, yo mismo quede
eliminado» (1 Cor 9, 24-27).
3.2.3.La síntesis de las dos perspectivas
La vida cristiana profunda, bajo la acción del Espíritu, armoniza estos dos
sentimientos primordiales y aparentemente opuestos: la esperanza firme ba-
sada en una confianza absoluta en Dios y el temor de una flaqueza humana. En
la medida en que el hombre se adhiere a Dios por la esperanza está seguro de
su salvación. La esperanza no defrauda (Rom 5, 5), porque la esperanza del
hombre no es más que la correspondencia al don que Dios nos hace de su
amor53. Pero en la medida en que el hombre es capaz de cambiar de rumbo y
buscar apoyo en sí mismo, de dirigir por sí mismo su propia existencia, se halla
expuesto a flaquezas y debe conservar el temor del juicio. Ambas actividades
coexisten. Si el hombre, en cuanto que se apoya en Dios, es incapaz de echar a
perder su salvación, también es incapaz de enajenar totalmente su libertad. La
santidad misma –entendiéndola de una vida cristiana heroica– no puede cam-
52
Cf. Gál 6, 7, con la fórmula: «de Dios nadie se burla»; 1 Tes 4, 6: «El Señor es vengador de todo eso (las
faltas)».
53
«Se posee una prenda cierta –comenta el P. Lagrange–, el amor de Dios por nosotros, no sólo tal
como es en Dios, sino tal como se derrama en nuestros corazones como fuente benéfica, por el Es-
píritu Santo que se nos da» (Saint Paul. Épître aux Romains (París 1931) 102. La seguridad de la
salvación cristiana entusiasma a Pablo, y querría que sus cristianos participaran de su certeza, fuerza
incomparable de acción. Sin embargo, esta certeza sigue siendo esperanza ligada a la acción del Es-
píritu en nosotros (Rom 8, 24-39). Nosotros nos preguntamos ante este texto cómo puede afirmar F.
Büchsel que la certeza de la salvación no se funda en la renovación moral unida a la justificación, ni
en la posesión del Espíritu, sino sólo en Cristo. Cf. el comienzo del pasaje.
178
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54
Cf. 1 Tim 2, 15; 5,14.
55
Es una especie de espiritualización de la posición tradicional del judaísmo: el pueblo elegido es
salvado.
56
Cf. 2 Cor 5, l0; Rm 14, 10; Ef 6, 8.
179
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57
Cf. 2 Tes 1, 6 (e‡per d¤kaion parå ye“).
58
2 Tes 1, 9: d¤khn t¤sousin ˆleyron afi≈nion.
59
Compárese J. SCHNEIDER, «ÙleyreÊv» etc.: en TWNT V, 168-170, con B. RIGAUX, Saint Paul. Les épîtres
aux Thessalonciens (París 1956) 630-632.
60
Así lo ha entendido la Vulgata (con IRENEO, lat., etc.).
61
Especialmente para Qumrán, véase B. RIGAUX, op. cit., 630-632.
180
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62
Nótese literariamente la repetición del doble ˆtan. La partícula conjuntiva precede cada vez a la
principal, como en la construcción que hemos propuesto, cf. p.172s.
181
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4. La eternidad63
El tiempo corre desde el momento de la creación hasta el momento en
que Cristo restituye el reino a su Padre. La eternidad se parece a un océano
vivo; el tiempo ha aparecido como un remolino momentáneo absorbido por la
eternidad.
La lengua de Pablo, como la de todos los místicos, balbucea en cuanto
hay que hablar de los bienes de la eternidad. El misterio puede más que la ex-
presión clara, infinitamente inadecuada:
Lo que ni ojo vio,
ni oído oyó,
ni por mente humana pasó,
lo que Dios preparó a los que le aman (1 Cor 2, 9).
63
PH. H. MENOUD, Le sort des trépassés (Neuchâtel 1946); J. N. SEVENSTER, Some remarks on the GUMNOS
in II Cor. V, 3, en Studia paulina. In hon. J. de Zwaan (Haarlem 1953) 202-214; O. CULLMANN, Inmorta-
lité de l’âme ou résurrection des morts (Neuchâtel 1956); J. HÉRING, «Entre la mort et la résurrection»:
RHPR 40 (1960) 348-388.
182
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Pablo, pues, se retira al silencio de las cosas inefables (2 Cor 12, 4). Tal
como eran las visiones o las palabras de los misterios griegos, lo son también las
apariciones del Antiguo Testamento. No se ve que poseyera una teoría madu-
rada sobre el símbolo, el medio apropiado para nuestra flaqueza, y que nos
permite penetrar en el mundo divino.
Repetiremos con él algunas fórmulas tradicionales para llegar a dos ex-
presiones más específicamente griegas.
4.1. Fórmulas tradicionales
4.1.1.La salvación
El vocabulario pertenece a la civilización antigua y se ha adaptado en el
Nuevo Testamento tras una elaboración judía (Antiguo Testamento y versión
de los LXX) y helénica64. San Pablo lo adapta a las diversas fases de su teología65.
El empleo del verbo s≈zein es revelador. El futuro (con aplicación escatológica)
es frecuente: los cristianos serán salvados, en la parusía y en el juicio, de la có-
lera de Dios66. Sin embargo, la salvación está ya en trance de realizarse; es
característico el uso del presente, en indicativo o en participio67. La salvación
puede ser claramente anticipada, considerada como algo realizado; este des-
arrollo parece propio de las cartas de la cautividad (Ef 2, 5-8).
El uso del sustantivo svthr¤a es paralelo. En su sentido más general de-
signa la condición de los que son «salvados» o destinados a la salvación, el
privilegio de los cristianos que se han adherido a Cristo por la fe68. Así es como
se salvan los gentiles en la nueva economía, al igual que los judíos69. Sin em-
bargo, el término tiene siempre una dimensión escatológica70. La salvación,
64
Cf. H. HAERENS, «SvtÆr et svthr¤a»: Studhellen 5 (Lovaina 1948) 57-68.
65
Mientras que el uso de s≈zein es general, svthr¤a es casi específicamente paulino (con Hch y Heb);
el uso de svtÆr se desarrolla en las cartas pastorales y después de Pablo.
66
Cf. 1 Cor 5, 5; Rom 5, 9; 10, 13; 11, 14. 26; 1 Tes 2, 16.
67
Cf. 1 Cor 1, 18; 15, 2; 2 Cor 2, 15. El uso de sesvsm°noi en Ef 2, 5 es muy especial transladando el vo-
cabulario de «justificación».
68
Cf. Rom 1, 16; 10, 1.10; 2 Tes 2, 13; 2 Cor 1, 6; 6, 2.
69
Cf. Rom 1, 16; 11, 11-13.
70
Cf. Rom 13, 11, sobre todo 1 Tes 5, 8-9; Flp 1, 19. 28; 2, 12. Un texto como 2 Tes 2, 13, en el que Pablo
alude al momento en que Dios ha escogido a los fieles, en el comienzo de su misión, para la salva-
ción (efiw svthr¤an), ciertamente parece tener sabor escatológico. Desde el comienzo, los
tesalonicenses fueron escogidos o designados para la salvación, que llegará en el día de la parusía
de Cristo. Se nota, asimismo, la tensión escatológica del pasaje de 2 Cor 6, 1-2, en el que san Pablo
recuerda a sus corresponsales que su presencia significa para ellos «el día de la salvación». Les ex-
horta a que no reciban en vano la gracia de Dios (tØn xãrin toË yeoË), según el texto de la Escritura:
«En el tiempo de gracia te escuché y en el día de salvación te ayudé». «Mirad–continúa–, ahora es el
tiempo de gracia; mirad, ahora es el día de salvación». Este momento favorable, y del que hay que
aprovecharse, abre el camino a la salvación futura. Sin embargo, el día de la salvación cristiana es
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aquel en que se recibe, ya en la vida terrestre, la salvación cristiana presente en los dones de Cristo.
71
El término castellano «ciclo» sería, quizá, el que con mayor exactitud traduciría afi≈n. Las pala-
bras afi≈n, en el mundo oriental, kÊklow (por su especificidad a partir de la evolución de los cuerpos
celestes) en el mundo griego, tienen significados paralelos. Preferimos «siglo», debido a sus reso-
nancias bíblicas y religiosas.
72
El verbo paulino katarg°omai.
73
Cf. H. SASSE, «afi≈n»: en TWNT I, 204-207.
74
Así, 1 Cor 7, 31: «Pasa la decoración del escenario de este mundo»; o bien, Ef 2, 2: «el siglo de este
mundo»; 1 Cor 3, 19: «la sabiduría de este mundo» (paralelo: «en este mundo», v. 18).
75
Cf. Rom 2, 7 (cercano al verbo «buscar»); 5, 21; 6, 22-23.
76
Cf. 1 Tim 1, 16; 6, 12; Tit 1, 2; 3, 7.
77
Cf. Rom 5, 10; 2 Cor 5, 4, donde, sin embargo, se trata de la resurrección de los muertos; 2 Tim 1, 1;
Flp 4, 3 (el libro de vida). Además: Sal Salom 3, 12; Hen. etiop., 37, 4; 40, 9. Filón emplea la expresión
de Fuga, 78. Cf. H. SASSE, «afi≈niow»: en TWNT I, 209, n.7; R. BULTMANN, «zãv»: en TWNT II, 860. 865.
Compárese con Eleusis, P. FOUCART, Les mystéres d’Éleusis (París 1914) 362.
184
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78
Dan 12, 2; cf. 2 Mac 7, 9 (efiw ai≈nion énab¤vsin zv∞w); 7, 14 (énãstasiw efiw zvÆn); 7, 36
(éenãou zv∞w); 4 Mac 15, 3; cf. 17, 12: éfyars¤a §n zvª poluxron¤ƒ, (donde se ve perfectamente la
resonancia griega zvØ afi≈niow.
79
El caso de Qumrán es particularmente espinoso. Cf. J. CARMIGNAC, «Le retour du Docteur de Justice
á la fin des fours?»: RevQum 2 (1958) 235-248; K. SCHUBERT, «Das Problem der Auferstehungshoff-
nung in den Qumrantexten und in der frührabbinischen Literatur»: WZKM 56 (1960) 154-167.
80
La comparación de timÆ y dÒja se encuentra en 1 Tim 1, 17; Heb 2, 7, en la versión griega de Sal 8, 6.
A decir verdad, el binomio dÒja-timÆ, no es específicamente griego. Aparece en diversas ocasiones
en el Antiguo Testamento griego, en contextos litúrgicos en que el énfasis es admisible: cf. Éx 28, 2,
que se ha de cotejar con Sal 8, 6 (citado por Heb). Dos casos en Job: Job 37, 22 (añadido por LXX); Job
45, 5 (hebreo 40, 10); se trata de la «gloria y majestad de Dios». En el salterio, 29, 1; 96, 7 (alabanza a
Dios); cf. Dan 2, 37; 4, 27. En 2 Mac 5, 16, gloria y majestad del templo. Un caso particular, no litúr-
gico: 1 Mac 14, 21. Un judío helenista emplea intencionadamente este binomio, helenizando, sin
dejar de conservar este término, dÒja, al que el Antiguo Testamento añade las honduras religiosas
de kabôd.
81
En la teología joannea, la noción de resurrección es absorbida por la de la vida. Sucede de otro modo
en la teología paulina, donde la noción de resurrección es primaria, y no deja de reavivarse al con-
tacto con la fe en la resurrección de Cristo.
185
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82
Cf. J. JEREMÍAS, «parãdeisow»: en TWNT V, 763-771; ILDEFONSO (AYER) DE VUIPPENS, Le paradis terrestre
au troisème ciel. Exposé historique d’une conception chrétienne des premiers siècles (París 1925); F.
GUNTERMANN, Die Eschatologie des hl. Paulus (NTAbh XIII, 4-5) (Münster 1932).
83
El paralelismo entre los versículos 2 y 3 de 2 Cor 12 nos aconseja la hipótesis de dos visiones dife-
rentes. La segunda visión llevaría consigo êrrhta. El paraíso y el tercer cielo probablemente se
deben identificar.
84
Cf. L. CERFAUX, La théologie de l’Église suivant saint Paul (París 21948) 16-21: trad. esp. La Iglesia en san
Pablo (Bilbao 1959).
85
Quis rerum divinarum heres, en L. COHN-P. WENDLAND, Philonis Alexandrini opera quae supersunt,
vol. III (Berlín 1898) 1-71 (texto también en un papiro del siglo VI, Cod. Par., supl. gr. 1120, descu-
bierto en 1889, en Coptos, en el Alto Egipto).
86
Cf. M. C. WATHELET, L'héritier des biens divins de Philon d’Alexandrie et l’héritier de Dieu de saint Paul
(Lovaina 1954).
87
Cf J. BONSIRVEN, Le judaïsme palestinien au temps de Jésus-Christ, sa théologie, 2 vols. (París 1934-
1935).
88
Cf. Éx 15, 17; 1 Sam 26, 19; Is 47, 6; Jer 2, 7; 12, 7.
89
La herencia es el pueblo de Israel (Dt 9, 26, etc.), toda la tierra (cf. Éx 19, 5-6), luego el Israel piadoso
y, por una ley de intercambio, el mismo Dios (Sal 16, 5). Pero el tema primitivo persiste en Mt 5, 5;
Rom 4, 13.
186
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90
1 Cor 6, 9. 10; cf. 15, 50; Gál 5, 21; Col 3, 24.
91
Cf. Mc 10, 17; Lc 10, 25; 18, 18; Mt 19, 29; cf. 19, 16; cf. también Sal. de Salom., 14, 10; Hen. etiop., 40, 9;
Test. de Job, 18.
92
Quis rer. div. her., § 70.
93
Se heredan los bienes divinos, t«n yei«n pragmãtvn (§ 1), los beneficios de Dios,
t«n (yeoË) eÈergesi«n) (§ 33), las gracias de Dios, t«n (yeoË) xar¤tvn (§ 39).
187
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94
Reencontraremos un eco del tema cristiano primitivo en las bienaventuranzas, Mt 5, 5 (cf. Is. 60, 21).
188
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95
G. VON RAD-G. KITTEL, «dÒja»: en TWNT II, 236-256; A. VON GALL, Die Herrlichkeit Gottes. Eine bi-
blisch-theologische Untersuchung (Giessen 1900); J. SCHNEIDER, Doxa. Eine bedeutungsgeschichtliche
Studie (Gütersloh 1932); H. KITTEL, Die Herrlichkeit Gottes. Studien zu Geschichte u.. Weisen eines
neutestamentliches Begriffs (ZNW Beih. 16) (Giessen 1934); F. COGGAN, The glory of God, being four
studies in a ruling biblical concept (Londres 1950); R. BARACALDO, «La gloria de Dios según San
Pablo»: VirLet 70 (1959) 111-123.
96
El sentido escatológico puro es exigido por 1 Tes 2, 19-20, que explica por ¶mprosyen toË kur¤ou ≤m«n
ÉIhsoË §n tª aÈtoË parous¤a. Si queremos imaginarnos al vivo el valor de los términos, es normal
que pensemos para st°fanow en las coronas que llevaban, por ejemplo, los vencedores de los jue-
gos griegos con ocasión de las entradas triunfales de los soberanos. Gozo y honor se ha de interpretar
en la misma línea. Para dÒja, es oportuno pensar además en la gloria escatológica.
97
G. KITTEL, «dÒja»: en TWNT II, 249.
189
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98
Cf. H. STRACK-P. BILLERBECK, Kommentar zum Neuen Testament aus Talmud and Midrasch IV, 2 (Mu-
nich 1928) 887. 940s.
99
Compárese asimismo con el tema de la libertad; cf. p. 371-373.
190
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191
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101
Gén 32, 31; Jdt 6, 22. Cf. E. LOHSE, «prÒsvpon» etc.: en TWNT VI, 769-781.
102
Pablo no puede decir: como Dios se conoce a sí mismo. Esta fórmula establecería un acercamiento
excesivo de la criatura con su creador, y haría del hombre conocedor de Dios un igual a él, ya que el
«conocimiento» es lo que con más exactitud define a Dios. Cf. 1 Cor 2, 7-16.
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Libro Tercero
El estatuto presente del cristiano
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1
Cf. A. E. BAKER, St. Paul and his Gospel (Londres 1940) 68: «La teología luterana es la teología paulina
expresada en el lenguaje de los tiempos modernos».
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1
Cf. H. WEINEL, Die Wirkungen des Geistes und der Geister im nachapostolischen Zeitalter bis auf Ire-
näus (Tubinga 1898 ) 30-32.
2
Cf. K. BARTH, Petit commentaire de l’épître aux Romains (Ginebra 1956).
3
Cf. E. BRUNNER, Die Lehre vom Heiligen Geiste (Zurich 1945) 4-8; R. B. HOYLE, The Holy Spirit in st. Paul
(Londres 1927) 14. Para una bibliografía general, cf. TWNT VI, 330-333.
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ción con Dios como su fuente suprema, la gracia o el don con Cristo, cuyo
origen es él junto con Dios (cf. 2 Cor 1, 2); el Espíritu, de quien nosotros «par-
ticipamos», nos procura los dones espirituales, la caridad y los demás
«frutos», los carismas. En virtud del paralelismo con los dos primeros inci-
sos, estos dones aparecen como una participación en la persona del Espíritu:
es una «persona» divina la que a sí misma se comunica en los dones espiri-
tuales. Tradicionalmente, el Espíritu es intermediario entre Dios y los
hombres. Vuelto hacia Dios, es persona como el Hijo de Dios y como el Padre
mismo; al comunicarse a los hombres, parece que se identifica con los dones
que proceden de él y que se mezcla de ese modo con las realidades de este
mundo. Este orden que va de la persona a los dones se invierte en Flp 2, 1:
«Si hay un consuelo en Cristo, si hay un estímulo fruto de la caridad, si hay
una participación común (koinvn¤a) del Espíritu...». Se considera en primer
lugar «la gracia» presente en el cristiano: consolación, exhortación, dones
espirituales. Pero el pensamiento no deja de dirigirse a las personas divinas:
Cristo, el Padre (sugerido por la caridad), el Espíritu Santo, presente en los
dones espirituales6.
Para describir el nuevo estado introducido por el don del Espíritu, co-
menzaremos por sus efectos más externos, los carismas, antes de ahondar en la
noción del hombre nuevo, «espiritual». Pondremos entre estos dos artículos dos
síntesis teológicas del Apóstol: una, de orientación judía; la otra, impuesta por
la necesidad de la propaganda en el mundo greco-romano.
1. Los carismas7
Las cartas, al igual que toda la literatura cristiana primitiva, especial-
mente el Libro de los Hechos, nos revelan todo el interés que se concedía a los
6
El paulinismo ha evitado esta concepción panteísta de un «espíritu» difuso que sale de la divinidad
y se difunde en el universo, constituyendo así la única realidad.
7
H. WEINEL, Die Wirkungen des Geistes und der Geister im nachapostolischen Zeitalter bis auf Irenäus
(Tubinga 1898); H. GUNKEL, Die Wirkungen des heiligen Geistes nach der populär Anschauung der
apostolischen Zeit und der Lehre des Apostels Paulus (Gotinga 21909); G. P. WETTER, Charis. Ein Bei-
trag z. Geschichte d. ältesten Christentums (Leipzig 1913) 168-187; W. REINHARD, Das Wirken des
heiligen Geistes im Menschen nach den Briefen des Apostels Paulus (Friburgo de Br. 1918); K. L.
SCHMIDT, Die Pfingsterzählung und d. Pfingstereignis (Leipzig 1919); F. BÜCHSEL, Der Geist Gottes im
N. T. (Gütersloh 1926); L. BUONAIUTI, «I carismi»: RicRel 4 (1928) 259-261; H. SCHLIER, Die Zeit der Kir-
che. Exegetische Aufsätze und Vorträge (Friburgo de Br. 1956) 147-159, 186-193; N. HUGEDÉ, La
métaphore du miroir dans les épîtres de saint Paul aux Corinthiens (Neuchâtel 1957); A. DIETZEL,
«Beten im Geist. Eine religionsgeschichtliche Parallele aus dem Hodayot zum paulinischen Beten»:
ThZ 13 (1957) 12-32; N. Q. HAMILTON, The Holy Spirit and eschatology in Paul (Edimburgo 1958); H.
GREEVEN, «Die Geistesgaben bei Paulus»: WD 7 (1959) 111-120; K. WENNEMER, «Die charismatische
Begabung der Kirche nach dem hl. Paulus»: Schol 34 (1959) 503-525.
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«carismas»8. Nadie hubo más sensible que Pablo en relación con este aspecto de
la vida cristiana. Eso es lo que le impresiona en cuanto funda una comunidad:
si el Espíritu obra en él y en los nuevos fieles, es que Dios ha escogido a estos úl-
timos para la salvación eterna.
Mucho se ha escrito, desde el punto de vista fenomenológico, acerca de
las manifestaciones psíquicas extraordinarias que dan a conocer los orígenes
del cristianismo y parecen caracterizar la vida religiosa de las primeras Iglesias.
San Pablo las interpreta como la manifestación (fan°rvsiw) del Espíritu de
Dios, el Espíritu Santo. Heredero del Antiguo Testamento, del judaísmo y del
cristianismo primitivo, considera la divinidad como un poder real, activo, inte-
ligente, que interviene normalmente en nuestro mundo, cuya fuerza (dÊnamiw)
mueve todos los fenómenos naturales, gobierna la vida de los hombres, se in-
serta personalmente en las actividades de nuestro mundo fenoménico9 y cuya
sabiduría (sof¤a) regula el curso de los acontecimientos de forma que se eje-
cute un plan –que para nosotros es misterio–, concebido para salvación de los
elegidos; este poder y esta sabiduría, los ve él como la manifestación de una hi-
póstasis divina, distinta del Padre y del Hijo, y a la que con él, llamaremos el
Espíritu o el Espíritu Santo10.
El nacimiento del cristianismo estuvo marcado por una profusión de
estas intervenciones divinas. Se estaba en un punto crucial de la historia reli-
giosa, y Dios inauguraba un nuevo plan de salvación11. Los apóstoles, y Pablo en
particular, llevaban el mensaje de salvación impulsados por la fuerza de Dios,
iluminados especialmente por su luz, y comunicando a los hombres fuerza y
luz, junto con dones extraordinarios del Espíritu a los que todavía hoy llamamos
«carismas» (xar¤smata).
1.1. Origen de los carismas
1. San Pablo no habla de carismas que hayan marcado su llegada a los te-
salonicenses. Sin embargo, seguramente que fenómenos de este género se han
producido durante su breve permanencia entre ellos12. Fácilmente pudiéramos
creer que los tesalonicenses no les concedían mucha importancia. ¿Nos atre-
veríamos a hacer la conjetura de que recelaban de los carismas por razón de su
8
Hch 2, 4; 4, 31; 10, 44-46; 19, 6. Cf. Mc 16, 17-18.
9
Cf. Discurso en el Areópago (Hch 17, 28).
10
Cf. L. CERFAUX, Le Christ dans la théologie de saint Paul (París 21954) 189-208: trad. esp. Jesucristo en
san Pablo (Bilbao 1960).
11
1 Cor 1, 21.
12
Recuérdese especialmente su recomendación final de la primera carta: «No apaguéis el Espíritu, no
despreciéis las profecías» (1 Tes 5, 19-20).
202
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13
Cf. 2 Tes 2, 2.
14
La carta a los Gálatas concede una importancia capital a los carismas con que se ha señalado la lle-
gada de Pablo a las poblaciones de Asia Menor. Éstas han visto a Dios actuando entre ellas, al Dios
que les traía un testimonio de su presencia, y han reconocido a Pablo como enviado de Cristo, ángel
de Dios; han comenzado una vida nueva, desconocida hasta entonces, en el Espíritu Santo.
15
Cf. R. REITZENSTEIN, Die hellenistischen Mysterienreligionen (Leipzig 31927).
16
Cf. F. GILS, Jésus prophète, d’après les Évangiles synoptiques (Lovaina 1957).
17
Sin embargo, las intervenciones del Espíritu que se pueden señalar en el judaísmo en absoluto ca-
racterizan a su religión. Son fenómenos secundarios que acompañan a una religión esencialmente
legalista, basada en un principio opuesto al de las intervenciones divinas inmediatas. La tradición
y el escrito hacen ley. Por el contrario, el cristianismo será una religión esencialmente basada en las
intervenciones del Espíritu. No tiene más justificación que estas mismas intervenciones. Hasta la fe
misma en la resurrección de Cristo se basa en apariciones, que son fenómenos de carácter profético
y espiritual; las pruebas que el cristianismo naciente saca de la Escritura proceden de una lectura es-
piritual de los libros sagrados a la luz del Espíritu. Las analogías con el judaísmo apocalíptico son
sensibles especialmente en esta última fórmula. Pero ésta no es más que una de las múltiples ma-
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15). Quizá en algunos momentos modula un canto ininteligible (14, 15). La ora-
ción extática «en lenguas» puede incluso sustituir a la acción de gracias
eucarística normal (14, 16). Las palabras pronunciadas, o lo que se parece a vo-
cablos (gl«ssai) son incomprensibles: ningún discurso tiene un significado
determinado (14, 9), sino palabras extrañas (14, 11). Se diría que este carácter de
extrañeza, esencial a este carisma, le otorga su aire de «misterio» (14, 2).
San Pablo no parece dudar de que se trate de verdaderos vocablos (cf. 14,
10-11) y sin embargo, las «lenguas de los ángeles» dan que pensar. Aparece un
don complementario, el de «traductor» (a la lengua normal) de lo que se estima
han querido expresar los glosolalos. El fenómeno resulta con esto más o menos
análogo a lo que sucede en Delfos, donde el profeta explica los sonidos inarti-
culados que salen de los labios de la Pitonisa24. Así, pues, una oración lanzada
en lenguas no tiene contenido intelectual percibido por el orante; éste exterio-
riza una pura emoción de carácter extático. Pablo contrapone orar en espíritu,
es decir, en éxtasis, y orar con la inteligencia (14, 15). Sin embargo, por parte
del Apóstol no se vislumbra ningún menosprecio del don de glosolalia. Él
mismo lo posee en grado eminente (14, 18), aunque evita entregarse a él en las
asambleas litúrgicas (14, 19). Sin embargo, en ocasiones, las sesiones de gloso-
lalia degeneran en escenas de agitaciones frenéticas y de desorden.
El don de lenguas ha ocupado muy poco lugar en la formación del pensa-
miento cristiano. En el Libro de los Hechos, Lucas hace de él el símbolo de la
universalidad del cristianismo que se va a expresar en todas las lenguas del mundo.
Pablo no ha subrayado nada parecido. Ha aceptado el fenómeno disuadiendo a los
corintios de que lo manejen como un deporte de pruebas espirituales25.
2. La profecía26 pone a la inteligencia humana en contacto con el pensa-
miento y la voluntad divinas. Se comprende que san Pablo quiera exaltarla
frente a la glosolalia. Permanecemos fieles a su vocabulario haciendo que a la
profecía la acompañen algunos carismas secundarios que se distinguen de ella
por algunas modalidades, pero que no son en el fondo más que concreciones
momentáneas del don por excelencia. Tales son la gnosis, la sabiduría27, las «re-
velaciones» (apocalipsis)28.
24
Analogía con las palabras de la Pitonisa, cf. H. KLEINKNECHT, art. cit., 346.
25
La posición que Pablo adopta recuerda la de Platón frente a la mántica, cf. H. KLEINKNECHT, art. cit.,
345-348.
26
Se hallará una buena orientación del tema en el artículo profÆthw etc., de TWNT VI, 781-863. Bi-
bliografía, p.781-783; griego profano, p.783-795 (H. KRÄMER); Antiguo Testamento, p.796-813 (R.
RENDTORFF); judaísmo, p.813-828 (R. MEYER); Nuevo Testamento, p.829-863 (G. FRIEDRICH).
27
Tendremos cuidado de distinguir la sabiduría en cuanto carisma de la sabiduría cristiana, de la que
deberemos tratar más adelante.
28
Junto a las listas de virtudes y de vicios, en nuestras cartas encontramos listas de carismas. Es un fe-
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Pero no todo ocurre siempre con tanta paz en esta «liturgia» de profetas.
Profetas y glosolalos quieren hablar todos a la vez; incluso hay mujeres que oran
en lenguas o profetizan, sin velo como bacantes (1 Cor 11, 2-6).
3. La atmósfera se ha purificado en las Iglesias de Asia. Carismáticos al
estilo corintio sólo quedan los profetas, a los que ahora se añaden los apósto-
les, evangelistas, pastores, didáscalos, encargados de «ministerios» en las
Iglesias (Ef 4, 11). La profecía misma cobra aires nuevos: las reuniones litúrgi-
cas se realzan con cantos inspirados, salmos, himnos, odas espirituales31,
acciones de gracias pronunciadas en una lengua solemne y hierática32, bajo el
impulso del Espíritu33.
También en la Iglesia romana se cree adivinar igualmente una excepción
en relación con formas demasiado intelectuales y anárquicas que los carismas
han tomado en Corinto. De hecho, en Roma se conocen los carismas: la profe-
cía, el «ministerio», la enseñanza, la exhortación, la caridad, el cargo de presidir,
la misericordia34; ninguna huella del don de lenguas, y el don de profecía no se
despliega en dones secundarios múltiples.
1.3. La teología de los carismas
1. El vocabulario es instructivo. Pablo es el que introduce en el lenguaje
religioso la palabra técnica xãrisma. Aun cuando el verbo xar¤zomai y el sus-
tantivo xãriw están lejos de poseer un sentido tan concreto, xãrisma designa
regularmente (pero no de modo exclusivo), las manifestaciones de profecía,
etc., que hemos descrito35. Es una concreción cristiana de una palabra de sen-
tido más general36. Este uso técnico es propio de 1 Cor y Rom. Pudo haberse
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37
1 Tim 4,14; 2 Tim 1,6; cf. 1 Pe 4, 10.
38
1 Cor 12, 1; 14, 1.
39
En 1 Pe, pneumatikÒw no designa ni los carismas ni lo que tiene naturaleza de carismas. También en
Pablo puede tomar el adjetivo el mismo sentido amplio y designará todo lo relacionado con el Es-
píritu Santo.
40
1 Cor 15, 44.
41
PneumatikÒw puede tomar este sentido; cf. 1 Cor 14, 37.
42
Pablo emplea indistintamente los dos adjetivos sãrkikow, sarkikÒw.
43
Ofl pneumatiko¤: «Vosotros que os envanecéis de ser los espirituales».
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44
El movimiento sapiencial no carece de toda inspiración profética, pero la autoridad de los Sabios sólo
es una sombra de la de los grandes profetas. El movimiento apocalíptico es ya una reviviscencia,
pero más por mimetismo que por una novedad creadora.
45
Cf. Rom 1, 2; 3, 21.
46
1 Tes 2 15, Cf. Rom 11,3.
47
Cf. E. FASCHER, PROFHTHS. Eine sprach-u. religionsgeschichtl. Untersuchung (Giessen 1927) Tit 1,
12, emplea profÆthw, como los griegos.
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sometidas a los profetas» (1 Cor 14, 32). Las «manifestaciones externas» son las
«inspiraciones» de los profetas (pneËmata); su exaltación no procede necesa-
riamente del Espíritu Santo48. Los profetas no pueden perder el control de sus
actos. Es la doctrina constante de san Pablo. La mántica pagana es siempre im-
personal, dionisíaca, próxima a la ebriedad49, la mántica cristiana (igual que la
de Filón) toma como modelos a los profetas de vocación, que conservan su per-
sonalidad y su libertad consciente: si Dios les fuerza a la obediencia, él no
suprime sus reacciones, y, en algunos casos (como en Moisés y Jeremías), sus re-
sistencias humanas.
El llamamiento que san Pablo dirige a la inteligencia (la noËw), en perfecta
sintonía con lo que fue el profetismo de Israel en sus más nobles manifestacio-
nes, corresponde también con la actitud adoptada por los mejores entre los
griegos50. Con esta crítica implícita dirigida a la religiosidad pagana de sus co-
rintios, traza el camino a los padres apologistas y a los grandes alejandrinos.
Por otra parte, es grande el peligro que el intelectualismo griego pudiera
hacer correr a la revelación cristiana. El griego introduce en el ámbito religioso
una confianza sin límite en su inteligencia personal; se constituye a sí mismo
como medida y norma de la revelación51. Su religión es para él una actividad
esencialmente personal, en la que reina el individualismo como dueño y señor.
¿Cómo distinguir intuición platónica, intervención de un demonio, emancipa-
ción de los instintos? Los dones cristianos descienden de una unidad superior,
afirma san Pablo. Filón ya había señalado este carácter de la profecía del Anti-
guo Testamento, carácter que él contraponía al elemento anárquico de la
profecía pagana. El monoteísmo supone la unidad de los carismas proféticos.
San Pablo va a continuar la idea. A propósito de los carismas, desarrollará la
vieja fórmula eÂw yeÒw. Escribe en 1 Cor 12, 4-6: «Hay diversidad de dones, pero
es el mismo Espíritu; y hay diversidad de ministerios, pero es el mismo Señor;
y hay diversidad de obras poderosas, pero es el mismo Dios el que va haciendo
todo en todos». San Pablo introduce en este ámbito la idea del cuerpo y de los
miembros52. Todos los carismas pertenecen al conjunto de la comunidad cris-
tiana y representan como las funciones de órganos diferenciados. Todos son
necesarios al conjunto y deben conformarse a la regla de la utilidad común.
Todos deben «edificar» la comunidad53.
48
Pablo exceptúa la posibilidad de intervenciones de malos espíritus.
49
Cf. H. KLEINKNECHT, «pneËma»: en TWNT VI, 343-350.
50
Cf. H. KLEINKNECHT, «pneËma»: en TWNT VI, 345ss., para la crítica platónica de la mántica.
51
San Pablo a los corintios: ¿Ha salido de ellos el cristianismo? 1 Cor 14, 36.
52
Cf. L. CERFAUX, Le Christ dans la théologie de saint Paul (París 21954) 254: trad. esp. Jesucristo en san
Pablo (Bilbao 1960).
53
Cf. supra, p.206-207.
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4. El Apóstol oponía a la anarquía una regla más eficaz. Puesto que la pro-
fecía cristiana es continuación de la del Antiguo Testamento, debe conservar
su doble perfil. Los «nabis», hijos de profetas, cultivan el éxtasis y profetizan de
una manera muy libre y relativamente desordenada, mientras que los profetas
por vocación se ponen al servicio de Dios para cumplir una misión determi-
nada. Los apóstoles, junto a los profetas propiamente dichos, desempeñarán
el papel de los grandes profetas del Antiguo Testamento. Los profetas carismá-
ticos enlazan con los hijos de los profetas, aun cuando haya que someterlos
más y más, en la organización que san Pablo les impone, al dominio de la inte-
ligencia ilustrada por Dios. Los apóstoles, por otra parte, se parecen en varios
puntos de vista a los grandes profetas por vocación. Pablo interpreta su voca-
ción en sentido de vocación profética. Los grandes Apóstoles –queremos decir
los Doce y algunos otros testigos oficiales de la resurrección– han recibido un
mensaje comparable al cargo de los profetas por vocación. Como éstos, hablan
en nombre de Dios; son taumaturgos, reciben visiones, obran y se expresan en
la luz del Espíritu. Las evidentes diferencias no impiden la comparación. El
mensaje apostólico repite el de Cristo, sin dejar de ser mensaje de Dios. El ca-
rácter colegial de la función de los Apóstoles, así como la sumisión a una
tradición que ya se inicia y que les vincula, no es un obstáculo a su «inspira-
ción» personal. La psicología de san Pablo es la prueba mejor: une una libertad
«espiritual» total con el respeto a las decisiones del grupo apostólico y de sus
tradiciones.
Estas reflexiones nos empujarían a identificar con los Apóstoles propia-
mente dichos a los «carismáticos» puestos en primer lugar en las
enumeraciones de 1 Cor 12, 28-29, y Ef 4, 11. La exégesis aboga en el mismo sen-
tido. En 1 Cor se subraya la preeminencia del apostolado54. Los eÈaggelista¤,
(puestos en tercer lugar en Ef 4, 11, se podrían identificar fácilmente con los
«apóstoles» en sentido amplio, lo cual permitiría reservar para la palabra
épÒstolow del comienzo de la frase el sentido privilegiado que habitualmente
posee en el lenguaje de nuestras epístolas55. En el contexto del misterio de
Cristo, de las cartas de la cautividad, los Apóstoles reciben, como los profetas del
Antiguo Testamento, comunicación del plan divino56.
54
Puede comprarse el uso de pr«ton en Rom 1, 16; 2, 10.
55
Cf. supra, p. 91-93 y p.103-106.
56
Ef 2, 20; 3, 5. Cf. infra, p.397-400. También la tradición sinóptica aplica a los «apóstoles» la cualidad
de profetas. Lo hace directamente en un logion conservado por Mt y Lc. La redacción de Mt es más
arcaica en su colorido palestino: «Mirad, yo os envío profetas, sabios y escribas» (Mt 23, 34). La de
Lc precisa y nombra a los Apóstoles junto a los profetas: «También la sabiduría de Dios dijo: Les en-
viaré profetas y apóstoles». «Apóstoles» es una aposición explicativa del término «profetas». Cristo
compara la persecución cristiana prevista con la de los profetas del Antiguo Testamento (Lc 11, 49-
51). El discurso de misión de Mt (10, 40-41) conserva un logion paralelo: los Apóstoles que son
enviados al mundo llevan el título de profetas: «El que os recibe a vosotros me recibe a mí... El que
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recibe a un profeta a título de profeta, recibirá recompensa de profeta». Cada vez que se aplica a los
Apóstoles el tema de la persecución, la tradición pone a estos implícitamente en la categoría profé-
tica. También de un modo indirecto se representa a los apóstoles a imagen de los profetas del Antiguo
Testamento cuando Jesús afirma: «Muchos profetas y justos (Lc y «reyes») desearon ver lo que veis»
(Mt 13, 17; Lc 10, 24).
57
¿Habrá que aplicarles igualmente el tema de que el Espíritu es «primicias» en Rom 8, 23? En este contexto
Pablo no se refiere tanto a los carismas en sentido especial cuanto a la experiencia de la filiación, y esto
pertenece a la vida cristiana normal y esencial. Igualmente, cuando en 2 Cor 5, 5 ve en el Espíritu la prenda
de nuestra resurrección futura y en 2 Cor 1, 21s. se acumulan fórmulas, llenas de imágenes, de la unción
del sello, de las arras, para representar la estabilidad que debemos a los dones cristianos actuales, la pre-
sencia del Espíritu desborda con mucho los dones de los carismáticos. La teología reciente se interesa
ante todo de la relación entre los carismas (entendidos de todo don del Espíritu) y las funciones de los
jefes de las Iglesias Cf. H. GREEVEN, «Die Geistesgaben bei Paulus»: WD 7 (1959) 111-120; K. WENNEMER, «Die
charismatische Begabung der Kirche nach dem hl. Paulus»: Schol 34 (1959) 503-525.
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Tenemos que plantearnos una pregunta precisa. Si los carismas son su-
perados por las virtudes «teologales», especialmente por la caridad, ¿es porque
éstas no son intelectuales?
De la exégesis de 1 Cor 13 y de observaciones más generales se deduce, en
nuestra opinión, que la antítesis inteligencia-caridad no se da en el pensa-
miento de san Pablo58.
Los carismas, tal como los practicaban los corintios, tienen, pues, un as-
pecto inquietante que les aproxima al paganismo, y el Apóstol ha querido poner
en guardia a los fieles frente a una confusión. Tras haber afirmado que los ca-
rismas cristianos auténticos proceden del único Espíritu, que caminan hacia la
unidad, mientras que la mística pagana es anárquica, se las ingenia además
para probar que esos dones espirituales no pertenecen a las realidades defini-
tivas, sino que son «transitorios», cosas del tiempo presente, sin participación
esencial de la eternidad. Las fórmulas, esbozadas ya al comienzo de la carta, se
desarrollan claramente en el himno a la caridad (1 Cor 12, 31-13, 13).
Analicémoslo brevemente. Se suceden tres estrofas: I. –La caridad es el
camino cristiano por excelencia59. Los carismas más extraordinarios, los que
especialmente aprecian los corintios, las lenguas, la profecía que conoce los
misterios, la gnosis, una fe capaz de trasladar montañas y ciertas extravagancias
del mundo antiguo, si falta la caridad (égãphn d° mØ ¶xv) son mera ostenta-
ción (13, 1-3). II. –La caridad se opone a todas estas rivalidades infantiles
atestiguadas en Corinto (4-7). III. –Y, finalmente, la caridad no es pasajera.
Mientras que los carismas, incluso la misma profecía, desaparecerán a partir
de la parusía60, las tres «teologales» «subsistirán»: son «estables» (8-13).
2. La última estrofa nos interesa más especialmente. Nos parece leer en
ella que todo nuestro conocimiento religioso actual es de la misma índole, in-
cierto como las imágenes reflejadas por un espejo, imperfecto y efímero. La
exégesis pide una verificación.
En el debate debe dominar el hecho de que los carismas son el centro de
interés del himno. Literariamente, nuestra estrofa se desarrolla en tres perío-
dos, el primero de los cuales (8-10) consiste en una serie de declaraciones sobre
la caducidad de los carismas. El segundo período (v. 11) propone, a propósito
de esto, una comparación, en la cual Pablo entra en escena como el retórico de
58
Es erróneo buscar apoyo para esta idea en Ef 3, 19. Cf. infra, p.416-417.
59
Cf. H. RIESENFELD, «La voie de charité. Note sur 1 Cor 12, 31»: StudTheol I (1947) 146-157.
60
La traducción de katarg°v del v. 8 (cf. vv. 10, 11) por «abolir», parece demasiado endeble. En otros
lugares la palabra se aplica a las Potestades, a las que se excluye del ministerio, y a la gloria de Moi-
sés. Se trata de cosas transitorias que llegan a su término, ya no sirven, se suprimen, etc.; de cosas a
las que Dios retirará su actividad.
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la diatriba. Los carismas se asemejan a los balbuceos de los niños, que se co-
rrigen cuando llega la edad adulta (es decir, el paso a la eternidad, en la
aplicación a la vida cristiana)61.
El tercer período propone una nueva comparación. El paso de la primera
persona del singular a la primera persona del plural, simple artificio literario, no
basta para que abandonemos el centro de interés. Por lo demás, las dos frases
del v. 12: «ahora vemos mediante un espejo, confusamente...» y «ahora conozco
de manera incompleta...», son paralelas; habrá que referir a la primera la evi-
dencia de la segunda, y ésta todavía se refiere explícitamente a los carismas,
porque repite textualmente lo que Pablo adelantaba en el v. 8, a propósito del
carisma de gnosis: «conocemos de manera incompleta». Así, pues, al conoci-
miento carismático como tal se le reprocha que sea indirecto, enigmático,
«parcial»62.
A pesar de ello, se extiende la censura a todo conocimiento actual de las
cosas divinas. ¿Es esto legítimo?
3. Hay conocimientos religiosos, propios de la madurez cristiana, de un
orden diverso al de los carismas. Sin duda, es ésta la idea que, percibida a in-
tervalos, ha sugerido a san Pablo en el v. 11 la imagen del paso de la infancia a
61
Esta transposición de la infancia a la edad adulta apunta, por tanto, aquí, a la oposición entre el cris-
tianismo de los corintios, obstinados en sus carismas, y la perfección de la eternidad. De ordinario,
no es éste el alcance de la comparación. La oposición niño-adulto (equivalente a «carnal-espiritual»)
ha sido empleado ya en 1 Cor 3, 1ss., a propósito de las rivalidades de los corintios con respecto a sus
maestros. Desde otro punto de vista, estos corintios son carnales, niños, y en manera alguna los es-
pirituales que deberían ser ya desde ahora; se comportan según la carne. La misma oposición se
repite en 1 Cor 14, 20, y aparecerá de nuevo en Ef 4, 14, a propósito de los cristianos que se dejan se-
ducir por doctrinal erróneas. La oposición sigue implícita cada vez que Pablo recomienda a sus
cristianos que sean perfectos, alcancen la estatura del hombre perfecto: Col 1, 28; 4, 12; cf. Flp 3, 15
(donde las palabras frone›n, t°leioi sugieren la comparación habitual).
62
Podría entenderse esta comparación del espejo casi literalmente: «Ahora vemos mediante un espejo,
confusamente». Lo que se muestra no es Dios, sino una representación que pertenece al orden cre-
ado, capaz únicamente de simbolizar. Quedan, pues, los carismas en el orden de la creación, que no
da acceso a las profundidades de la esencia divina. Desde este punto de vista se encuentran al nivel
del Antiguo Testamento y del judaísmo (compárese con p.220s., e incluso de algunos aspectos del pa-
ganismo. La historia de las religiones justificaría esta teología paulina. Mientras que el verdadero
conocimiento cristiano es del orden de la revelación de Cristo, y todavía ahora se da en parábolas y
símbolos; pero los símbolos mismos pertenecen al orden de la revelación definitiva. En otras palabras:
las profecías carismáticas no superan en claridad a las de los profetas del Antiguo Testamento; pero
Cristo, el Hijo de Dios, nos ha revelado los secretos divinos en una luz sobrenatural y «espiritual» (en
el sentido propio). El verdadero conocimiento cristiano se desarrolla en la luz de Cristo. Nótese que
en el pasaje 2 Cor 5, 7: diå p¤stevw går peripatoËmen, oÈ diå e›douw, no está en juego el cara a cara.
Se trata de un caso muy especial de la fe y de la vida según la fe: Pablo piensa en sus relaciones actuales
con el Señor Jesús, de quien se encuentra corporalmente separado. De momento, sólo vive con él por
la fe y aspira a ver su forma corporal (e›douw) y a escuchar su voz. No se trata de prÒsvpon prÚw
prÒsvpon que, según su historia en el Antiguo Testamento, se refiere a una visión de Dios cara a
cara. ¿Diría Pablo, a propósito de la fe, que no alcanzamos directamente a Dios? Cf. J. DUPONT, Gno-
sis. La connaissance religieuse dans les épîtres de saint Paul (Lovaina 1949) 119-148.
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1954); F. W. ELTESTER, Eikon im Neuen Testament (Berlín 1958); R. LE DÉAUT, «Traditions talmudiques
dans le Corpus paulinien? (Hebr 11, 4 et 12, 24; Gal 4, 29-30; 2 Cor 3, 16)»: Bib 42 (1961) 28-48.
69
Jer 31, 31-33; cf. 2 Cor 3, 3.
70
Cf. infra, p.369.
71
Hemos analizado estos privilegios en La théologie de l’Église suivant saint Paul (París 21948) 16-27:
trad. esp. La Iglesia en san Pablo (Bilbao 1959).
217
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Alejandría –es honor suyo– conoce y practica una religión interior, pero el cristia-
nismo va infinitamente más lejos. El Espíritu ya no es para Pablo el vértice agudo
de una actividad intelectual puesta al servicio de la religión del Dios verdadero; es
en el alma la presencia de una realidad divina que sobrepasa totalmente a la inte-
ligencia humana y la transmuta independientemente de sus esfuerzos y de sus
propios recursos. Los «espirituales» no tendrán necesidad de ser preparados me-
diante una filosofía; la espiritualización no quedará reservada a los favorecidos
por la inteligencia. Al igual que los privilegios de raza, quedan anulados los de la
inteligencia. El Espíritu es don, don de Dios, y la humildad de la criatura, inclinada
ante el mensaje, es la única disposición posible para que éste la invada. La elección
de Dios irá en busca de los más desprovistos de toda grandeza humana.
2.2. Los privilegios cristianos
Por tanto, vamos a dejar guiarnos por la lista de privilegios enumerados
en Rom 9, 4-5. Sin embargo, mantendremos una cierta libertad, porque el cris-
tianismo es, ante todo, una «novedad», una «creación» que el judaísmo no podía
menos que presentir.
2.2.1.La filiación
Este privilegio, más bien desdibujado en el Antiguo Testamento, pasa a
primer plano. Los cristianos, unidos a su Hijo único en el pensamiento de Dios,
serán hijos por un título inefable. Lo serán personalmente, siendo así que el an-
tiguo privilegio pertenecía al pueblo. No lo serán jurídicamente o por
simbolismo, sino realmente, participando de la naturaleza misma del Hijo de
Dios. El Espíritu será en nosotros principio de vida divina, gusto anticipado de
los bienes y de los goces de nuestra herencia, educador, que nos ayude a ex-
presar los sentimientos correspondientes a nuestra nueva situación de cara al
Padre. No podemos demorarnos en ello, porque la tarea es tan amplia que le
dedicaremos todo un capítulo (cap. IX).
2.2.2.La gloria
La resurrección de Cristo implica dos aspectos: la glorificación de su
cuerpo (Flp 3, 21) y su espiritualización (Rom 1, 4)72. El vínculo entre el Espíritu
y la gloria en la vida cristiana, reflejo de la resurrección de Cristo, tiene, pues,
que ser esencial.
La teología del Antiguo Testamento prepara el tema cristiano. El Dios del
Antiguo Testamento siempre fue inaccesible, pero su trascendencia le hizo cada
vez más lejano, hasta el punto de que se idearon algunos intermediarios para
72
El tema está anunciado en las teofanías del Nuevo Testamento. El Espíritu Santo (en lugar de la glo-
ria de Dios) aparece en el bautismo de Cristo; Lc 9, 31 observa que la gloria de Dios se manifestó en
la Transfiguración.
218
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explicar sus relaciones con los hombres. En la teología de Filón, algunas potes-
tades manifestaban la esencia divina inaccesible. No es posible exagerar la
importancia de la gloria, que, con el Espíritu, servía de medianera entre Dios y
el pueblo elegido. El Nuevo Testamento, en el misterio de una revelación más
honda, corona el movimiento comenzado.
1. Pablo, a partir de Rom 5, describe el estado del cristiano «justificado»,
«la gracia en la que nos mantenemos»73 y que nos permite apoyarnos en la es-
peranza de la gloria de Dios (5, 2). Concluye su pensamiento en el v. 5: «La
esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones, gracias al Espíritu Santo que nos ha sido entregado». El capítulo 8 re-
anuda la exposición esbozada. Se multiplican las fórmulas que llevan la
presencia del Espíritu Santo a la órbita de la vida cristiana. Se trata de «la ley
del Espíritu de la vida en Jesucristo», que nos ha librado del pecado y de la
muerte (v. 2): «Vosotros, en cambio, –expone Pablo–no estáis en el orden mera-
mente carnal, sino en el del espíritu, si realmente habita en vosotros el Espíritu
de Dios» (v. 9); «El Espíritu de quien despertó a Jesús de entre los muertos ha-
bita en vosotros» (v. 11); «Recibisteis espíritu de adopción filial, por el que
gritamos “¡Abbá!, ¡Padre!”» (v. 15); «Tenemos las primicias del Espíritu, nosotros
mismos estamos también gimiendo interiormente, anhelando la adopción fi-
lial» (v. 23). De esta justicia, de esta gracia, de la presencia del Espíritu nace en
nosotros una expectativa, una aspiración que sólo se verá satisfecha en la glo-
ria (5, 2; 8, 18), y que nosotros comunicamos a toda la creación (8, 22).
2. La relación entre el Espíritu y la gloria está implicada, en 1 Cor 2, 6-16,
en una descripción de los intentos psicológicos de la sabiduría cristiana. Po-
dríamos hacer la siguiente paráfrasis: el objeto de la «sabiduría» son los bienes
misteriosos que nos son preparados para nuestra gloria. Dios nos ha manifes-
tado estos bienes (los ha puesto a nuestro alcance) por el Espíritu (al que ya
desde ahora poseemos). Porque este Espíritu es el que todo lo escudriña, hasta
las profundidades de Dios74, sólo él conoce lo íntimo de Dios, y sólo él es capaz
de darnos a entender la naturaleza de las gracias que nos concede75. Este mismo
Espíritu que escudriña las profundidades de Dios y nos las revela, nos ayuda a
crear las fórmulas, comparables a las de una filosofía, mediante las cuales nos
comunicaremos los misterios entre nosotros.
No hay que extrañarse viendo que un trozo de este género, matizado aquí
y allí de pensamiento griego, concluya con una cita de Isaías (40, 13) que insi-
núa la identificación entre el Espíritu (pneËma) y la Inteligencia (noËw). Esta
73
Efiw tØn xãrin taÊthn §n √ §stÆkamen.
74
La fórmula recuerda al estoicismo; cf. H. KLEINKNECHT, « pneËma», en TWNT, VI, 355.
75
ÜIna e‹d«men tå ÈpÚ toË yeoË xarisy°nta ≤m›n (1 Cor 2, 12).
219
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220
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82
2 Cor 3, 16 repetirá los términos de Éx 34, 34.
83
Puede entenderse o bien como una exégesis al estilo del pesher (el «Señor» del texto representa al Es-
píritu), o bien como una vaga equivalencia del Señor (Jesús) con el Espíritu, en cuanto que el Señor
nos introduce en la esfera espiritual. Es imposible una identidad entre el Señor y el Espíritu, como
lo hace una exégesis en masa, visto el sentido regular que Pablo da a «Señor», que siempre representa
a Cristo con su humanidad glorificada, sin que esta pueda diluirse en el Espíritu y sin que puedan
identificarse las personalidades del Señor y del Espíritu. Cf. p.285-288.
84
ÉApÚ kur¤ou pneÊmatow. Probablemente lo mejor es leer: por el Señor del Espíritu, y entender que
quien realiza esta obra de transformación es el Espíritu.
85
1 Cor 10, 11.
221
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a los judíos86. La Escritura es como una sucesión de parábolas, oscuras para los
judíos, iluminadas por el Espíritu cuando los cristianos las escudriñan87.
1. Las citas bíblicas se reparten muy desigualmente entre las cartas. Hay
cartas pobres: 1 Tes y 2 Tes (si no tenemos en cuenta la descripción apocalíptica),
Gál (salvo la parte dedicada a la justificación por la fe), Col y Flp. Sólo dos car-
tas son verdaderamente ricas: Rom y Ef. Precisamente se trata de dos
manifiestos solemnes en los que el Apóstol expone de manera más didáctica
sus tesis preferidas. Las dos cartas hermanas de estas grandes, Gál y Col, perte-
necen al grupo de cartas pobres. Quizá también la Iglesia romana se había
acostumbrado, y y el Apóstol lo sabía, a leer el Antiguo Testamento y a oír su ex-
plicación en las reuniones litúrgicas.
Personalmente, san Pablo relee el Antiguo Testamento a la luz de la reve-
lación cristiana. Grupos de citas corresponden a sus centros de interés. Sus
descripciones apocalípticas tienen como punto de partida textos bíblicos: cf. 2
Tes 1, 8-12; 2, 4-6; 1 Cor 15, 25-27; 15, 54s.; Ef 1, 20-22. Las citas dedicadas al lla-
mamiento de los gentiles, con los temas relacionados del rechazo temporal de
los judíos, la justificación por la fe, etc., se concentran en las cartas a los Gála-
tas y a los Romanos, a las que se añade Ef 2, 13-1788. La antítesis de los dos
testamentos se nutre de citas en 2 Cor 3, 3-18. Las exhortaciones se apoyan con
citas89. Junto a citas aisladas o, más a menudo, presentadas en series, los cen-
tones son abundantes y de género muy diverso, lo cual indica que Pablo
depende de tradiciones; aunque consulta directamente el texto sagrado, utiliza
florilegios ya constituidos90.
86
2 Cor 3, 15-18. Compárese con la doctrina de Qumrán, infra, p. 347 hasta 76.
87
La Biblia, en sí, es un libro religioso de valor inestimable; en Él se revela el Dios uno, personal, que
exige la moralidad. En aquel momento las religiones buscaban las viejas revelaciones y las viejas tra-
diciones. Los paganos recibieron la Biblia judía con entusiasmo, y en ella aprendieron el monoteísmo
y reglas de vida pura. San Pablo tenía conciencia de la superioridad que un libro así daba al judaísmo
(cf. Rom 2, 18-20) y que iba a pasar a los cristianos.
88
Los temas que se evocan o se apoyan en citas son los siguientes: fe de Abraham, en Gál 3, 6-17 y Rom
4; universalidad del pecado, en Rom 3, 10-18; antítesis Ley y fe, en Rom 10; vocación de los gentiles,
libertad de elección divina, misericordia, tema del resto, repudio temporal de los judíos, en Rom 9,
11; 15, 9-12; unidad de los judíos y de los Gentiles, en Ef 2, 13-17.
89
El cristiano debe armarse de virtudes (1 Tes 5, 8; Ef 6, 14-17), huir de la idolatría (1 Cor 10, 1-13).
Pablo exhorta a la generosidad para la colecta (1 Cor 8, 9). Exhortaciones morales (Rom 12, 17–21; 14,
11; Ef 4, 25-26; 6, 2-3). Ya hablaremos en otro lugar de 2 Cor 6, 14-7, 1.
90
Él mismo ha reunido documentación, por ejemplo, sobre la justificación de Abraham (Gál 3, 16-17;
Rom 4); las series antitéticas sobre las proclamaciones de la ley y de la justicia por la fe (Rom 10, 5-
18) y sobre las declaraciones de Dios a Moisés y al Faraón (Rom 9, 14-22).
La documentación utilizada en 1 Cor 1, 19ss. es, probablemente, de origen judío. En muchos casos
resulta imposible elegir entre la hipótesis de una composición original o la de un préstamo, por
ejemplo, para la colección sobre Isaías (Ef 6, 13ss.) y la documentación sobre la universalidad del
pecado (Rom 3). Se han constatado casos interesantes de florilegios bíblicos en los fragmentos de la
222
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gruta 4Q. Uno de ellos utiliza el Pentateuco y Josué, sigla 4Q Testimonia [cf. J. M. ALLEGRO, «Further
messianic references in Qumran literature»: JBL 75 (1956) véase 4QTest: p. 182-187]; el otro explica
pasajes de la Biblia con citas bíblicas, sigla 4Q Florilegium [cf. M. ALLEGRO, «Fragments of a Qumran
scroll of eschatological midrasim»: JBL 77 (1958) 350-354]. Cf. J. A. FITZMAYER, «”4Q Test” and the New
Testament»: ThSt 18 (1957) 513-137.
91
(Dios) dice en Oseas. Pero l°gei podría tener también como sujeto a la Escritura.
92
Rom 1, 2, y cf., respondiendo a este solemne comienzo, Rom 16, 26: a las Escrituras proféticas.
93
Igualmente sólo una vez afirmará que la Ley es espiritual.
223
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94
Rom 3, 2: tå lÒgia toË yeoË. En Rom 11, 4, Pablo emplea el término equivalente: xrhmatismÒw.
95
Rom 2, 27-29; 7, 6; 2 Cor 3, 6s. Pablo hace uso a su manera de una distinción que conocían los juris-
tas griegos (cf. G. SCHRENK, «grãmma»: en TWNT I, 761ss.). La antítesis letra-espíritu caracteriza a los
dos sistemas religiosos: uno, lleno con la vida que le comunica el Espíritu de Dios; el otro, vacío de
esta vida, limitado a preceptos que no son más que preceptos o prohibiciones, simples caracteres de
escritura (situándose en el punto de vista del doctor de la Ley que se pasa la vida descifrando las pa-
labras y dándoles un sentido), grabados primeramente en la piedra e incapaces de ayudar al hombre
a cumplir la voluntad de Dios que se expresa en ellos. Es en 2 Cor 3, 6-9 donde Pablo descubre más
abiertamente su pensamiento. Contrapone el testamento cristiano, «nuevo», a la Ley de Moisés: ésta
simplemente está escrita (grãmma), aquélla lleva el Espíritu (pneËma), y por ello vivificante, mientras
que la letra engendra el pecado y la muerte. Cf. Rom 2, 27-29; 7, 6. La antítesis letra-espíritu puede
ser sustituida por otra: la religión antigua es carnal; la nueva es espiritual. El Antiguo Testamento, por
carnal, es incapaz de sobrepasar las realidades humanas y de dar acceso al mundo superior del Es-
píritu de Dios (Gál 4, 23-29); queda encerrado en los preceptos sin tener más abertura espiritual que
por lo que hace entrever el futuro cristiano. Cf. J. A. SANDERS, «Habakkuk in Qumran, Paul and the Old
Testament»: JR 3 (1959) 232-244.
96
Pablo no llega hasta el tema alejandrino de la revelación del Antiguo Testamento por parábolas. La
palabra parabolÆ le es extraña. A‡nigma se emplea en Col 13, 12 en un contexto distinto. No en-
224
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Por eso, en los acontecimientos del desierto, verá ejemplos que nos mani-
fiestan las realidades cristianas. Los hebreos fueron bautizados en Moisés y gustaron
un alimento «espiritual»: espiritual porque era el símbolo del alimento que Cristo nos
iba a dar. La piedra del desierto era Cristo. Dios daba a estas realidades de antaño un
sentido misterioso: las convertía en «tipos», o en signos, preludios, anticipaciones,
avisos para los que viven el fin de los tiempos (1 Cor 10, 1-13)97.
Abraham, por su fe, pertenece ya a los tiempos cristianos: ha creído en el
Dios que da vida a los muertos y llama al vacío como si fuera el ser (Rom 4, 17).
Dios le ha fortalecido en su fe, don del Espíritu98, para «creer» en el milagro que
se realizaba en su carne y en la de Sara, y que simbolizaba la resurrección de
Cristo. Su actitud es ya cristiana, de modo que las fórmulas que la Escritura em-
plea a propósito de él nos conciernen tanto como a él (Rom 4, 23-24)99.
Bajo la guía del Apóstol, el Espíritu nos ayudará a comprender de este
modo toda la historia del patriarca. Los acontecimientos de su vida son ya más
el comienzo de la realidad cristiana que no un «tipo» de lo que nos viene. El Es-
píritu que fortaleció su fe era ya el Espíritu Santo de la revelación cristiana. La
circuncisión que recibió no era la circuncisión carnal; tenemos que superar las
apariencias: su circuncisión la recibió como señal de la justicia de la fe ya con-
seguida; era, pues, en la intención de Dios, espiritual como la justicia de la fe.
La promesa que se le otorgó era la del Espíritu Santo (Rom 4, 13).
Insensiblemente se pasa del sentido directo a la alegoría. Así, en Rom 9,
6-13, Isaac es el hijo de la promesa: los cristianos, en realidad, hijos de Abra-
ham según el Espíritu, estaban prometidos en él. Pero para hallar en la historia
del nacimiento de Esaú y de Jacob la verificación de la misma voluntad divina
es necesario un cierto sentido de la alegoría. Pablo declara abiertamente su
deuda a ese viejo método exegético100 cuando deduce algunas aplicaciones de
la historia de Sara y Agar (Gál 4, 21-31).
La historia del primer hombre en el Génesis ofrece fórmulas teológicas
célebres. Adán, el hombre viejo, es el tipo del hombre nuevo, Cristo. Adán era te-
tiende probablemente ni sof¤a, ni gn«siw, como carismas de interpretación (al contrario de Bern.).
97
La lectura de la Vulgata, en 10, 11: «Todas estas cosas que les sucedían eran unas figuras», incluso en
el caso en que tengamos que conservarla, no podría constituir una regla general que se aplicara a
toda la Escritura, invitándonos a multiplicar las aplicaciones tipológicas o alegóricas; la práctica de
Pablo, demasiado limitada, se opone a ello. «Todas estas cosas» sólo sería repetición de taËta del v.
6. Probablemente hay que conservar la lectura simple taËta de B, A, etc. Marcion, Orígenes.
98
Cf. Rom 4, 21. Para este sentido de plhrofor°v, cf. Rom 14, 5; Col 4, 12.
99
Este pasaje relaciona claramente la justificación con la resurrección. La justicia que de este modo le
fue computada a Abraham, y que a nosotros se nos computa, es la vida que nace de la resurrección
de Cristo (±g°ryh diå tØn dika¤vsin ≤m«n, v. 25).
100
ÉAllhgoroÊmena (Gál 4, 24).
225
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Lucien Cerfaux
rrestre, alma viviente; Cristo es celeste, espíritu vivificante (1 Cor 15, 47-48). El
primero está en el origen de la muerte y del pecado; el segundo, inaugura la
vida nueva y la justicia (1 Cor 15, 21-22; Rom 5, 12-21)101.
La historia de la tentación de Eva no se olvida, pero Pablo sólo hace alu-
siones fugaces (2 Cor 11, 3; cf. Rom 7, 11). Aplicará el célebre texto del Gén 2, 24:
«serán los dos una carne», a las relaciones del hombre con la ramera (1 Cor 6,
16); en Ef 5, 31-32, verá allí un «misterio», es decir, probablemente un texto de
sentido críptico, una alusión a la unión de Cristo y de su Iglesia (prefigurada
por el matrimonio cristiano).
Conclusión. En las manos de Pablo, la Biblia griega es un instrumento que
le permite ilustrar el Nuevo Testamento. Encuentra allí a Cristo y las realidades
cristianos que ya conocía por otras vías. No escudriña, pues, ansiosamente los
textos para instruirse en el mensaje cristiano o explicarlo: él ha recibido el men-
saje de la tradición de los apóstoles, sus predecesores, y el Espíritu se lo hace
profundizar con revelaciones independientes de las antiguas profecías. Fór-
mulas como Rom 1, 2; 16, 26 nos inducirían a error si de ella concluyéramos
que las Escrituras proféticas son la fuente de su teología.
Imitaremos la sobriedad de sus exégesis. Tampoco podemos olvidar que,
por ser apóstol, revelador del mensaje, se reserva siempre un derecho especial a
proponer interpretaciones auténticas. Nos invita a que leamos nosotros mismos
y no nos negaría un carisma de «gnosis» para descubrir a Cristo en los oráculos.
Sin embargo, a nosotros nos incumbe recordar la regla de sabiduría que
nos propone en Rom 12, 3, y conservar siempre el dominio de nuestra imagi-
nación.
2.2.4.El cumplimiento de las promesas102
Un «testamento» ha instituido a Abraham como heredero de los bienes
divinos. La enseñanza de Cristo identificaba esta herencia con «el Reino de los
cielos» y pronto se comprendió que el Espíritu Santo, don celeste de la comu-
nidad cristiana, era su primera realización.
Lucas, reproduciendo un vocabulario arcaico, recuerda con frecuencia la
promesa del Padre a los antepasados del pueblo judío y la concreta en el don del
Espíritu Santo103. Más que referirse especialmente a Abraham parece tener en
101
Véase, además, para esta misma tipología, Col 3, 9s.
102
Rom 9, 4. Cf. L. CERFAUX, La théologie de l’Église suivant saint Paul (París 21948) 16ss.: trad. esp. La Igle-
sia en san Pablo (Bilbao 1959).
103
Lc 24, 49; Hch 1, 4; 23, 21; 2, 33.39; 13, 32; 26, 6. En Hch 13, 32, parece como si la resurrección de
Cristo realizara la promesa; pero la resurrección misma encierra implícitamente la idea de la efusión
del Espíritu, de la que es causa y fuente.
226
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cuenta el conjunto de los oráculos proféticos que anuncian a Cristo y los tiem-
pos cristianos104. Pablo es más preciso que su discípulo y, sin duda, más fiel al
tema de la teología judía: la promesa es, ante todo, la que se hizo a Abraham. En
este sentido habla de la promesa del Espíritu105. El Espíritu resume todas las ri-
quezas divinas. La promesa ha sido hecha solemnemente en forma de
disposición testamentaria, bajo las formas legales (Gál 3, 17).
Seguiremos en el ciclo de la promesa, cuando Pablo aplique al Espíritu
Santo las fórmulas de primicias y de prenda o cuando lo considere como un
sello (señal de convalidación). Al mismo ciclo pertenecen algunas exposicio-
nes referentes a la eficiencia del Espíritu que nos constituye en hijos de Dios y
herederos, y probablemente como derivado de este tema, el de la libertad106.
2.2.4.1. Promesa y testamento
La tesis se afirma en Gál 3, 14: «Los gentiles en Jesucristo recibimos, gra-
cias a la fe, la promesa del Espíritu». Don absoluto que no requiere por parte
nuestra prestación alguna (Gál 3, 18). Dios nos justifica por nuestra fe (3, 24) y
el Espíritu nos eleva a la condición de hijos de Dios (3, 26; 4, 28), haciéndonos
herederos (3, 29); todo esto en antítesis con la Ley cuyo cometido se limitaba a
llevarnos hasta Cristo a la manera de un pedagogo.
Un desarrollo paralelo se lee en Rom 4, 13-16, incluido en la exégesis del
texto de Gén 15, 6: «Abraham creyó a Yahvé, lo cual se le reputó como justicia». Y
explica Pablo: la promesa que ha sido hecha a Abraham, la herencia del mundo,
no se realiza por la Ley, sino por la justicia, que viene de la fe, por don, para que
aquélla pueda llegar al conjunto de los hijos de Abraham, incluyendo las nacio-
nes. En este contexto no se menciona al Espíritu; pero la herencia, «el mundo», se
entenderá incluyendo el mundo celeste, es decir, el Reino de Dios107, «espiritual».
Gracias a este sistema divino de la promesa, los bienes se comunican por
el canal de la descendencia, de Abraham, y Dios salvaguarda su libertad de elec-
ción. Isaac es el hijo de la promesa (Rom 9, 6-9). Jacob es elegido por Dios para
que sea el «llamamiento», y no las obras, lo que prosiga el linaje de los herede-
ros (Rom 9, 10-13). La promesa, pues, pasará siempre por encima de la cabeza
de los descendientes carnales para detenerse en Cristo y en los cristianos. La
104
En el discurso de Pentecostés, Pedro considera la efusión del Espíritu como cumplimiento de la pro-
fecía de Joel. A san Lucas le gusta considerar el Antiguo Testamento como un todo: cf. Lc 24, 25-27.
105
Cf. Gál 3, 14 (genitivo objetivo y hasta identificando promesa concreta y Espíritu Santo); cf. Ef 1, 13
(el Espíritu de la promesa); cf. Gál 3, 15-29: las promesas provienen del «testamento» jurado a Abra-
ham; Rom 4, 13.
106
El tema de la libertad se vincula a la vez a la condición de hijos de Dios y a la de hijos de la promesa
(nacidos de la mujer libre, Sara).
107
Compárese con la bienaventuranza de Mt: «heredar la tierra» (5, 5).
227
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carta a los Gálatas volverá al tema y declarará que todos los cristianos son los
hijos de la promesa «a semejanza» de Isaac, que ha nacido de la mujer libre,
«mediante la promesa» (Gál 4, 21-28). Pablo dice indistintamente «mediante la
promesa» o «conforme al Espíritu» (Gál 4, 29). Promesa y Espíritu se contrapo-
nen, asimismo, a la carne.
La carta a los Efesios va a sintetizar todas estas explicaciones en la fór-
mula: «Fuisteis marcados con el sello del Espíritu Santo prometido» (Ef 1, 13).
Las naciones que antaño eran extrañas a los pactos de la promesa (Ef 2, 12), pri-
vadas de la herencia, son ahora herederas y tienen parte en los bienes
prometidos (Ef 3, 6).
2.2.4.2. Primicias, prenda, sello
El Espíritu Santo será nuestra herencia. Es ya donación parcial y antici-
pada, primicias108 de los bienes celestes: «Nosotros, que tenemos las primicias
del Espíritu, nosotros mismos estamos también gimiendo interiormente, anhe-
lando la adopción filial, el rescate de nuestro cuerpo» (Rom 8, 23). Esta donación
preliminar de una parte de la herencia constituye, a la vez, una garantía, nos ase-
gura el derecho a la redención definitiva. El sentido tiene algo de jurídico, ya que
la toma de posesión parcial debe llevar consigo la posesión total109.
San Pablo expresa dos veces en 2 Cor, en términos casi idénticos, la idea
de que el Espíritu es prenda que nos es otorgada por Dios: «Dios depositó (ha
puesto en nuestros corazones) las arras (érrab≈n) del Espíritu en nuestros co-
razones» (2 Cor 1, 22; 5, 5). Las dos veces quiere afirmar de este modo la
seguridad de salvación que nos garantiza la vida cristiana110. Un pasaje para-
lelo de la carta a los Efesios no deja ninguna duda ni sobre el carácter jurídico
de la noción de arras111, ni sobre su pertenencia al ciclo de la promesa. En efecto,
el Apóstol recuerda que los efesios, en el momento en que, por la fe, han en-
trado en el cristianismo y han recibido el bautismo, «fueron marcados con el
sello del Espíritu Santo prometido, que es arras de nuestra herencia»112. Dios,
pues, ha hecho una promesa por testamento (cf. el término «herencia»); la ha
sellado con su Espíritu.
En 2 Cor 1, 21-22, la unción, el sello, la prenda, son tres modos de expre-
sar la eficiencia del Espíritu Santo sobre el cristiano. La imagen del sello, como
108
La palabra éparxÆ está usada en sentido genérico. Cf . W. BAUER, Wörterbuch zum Neuen Testament
5 (Berlín 51958) «éparxÆ» c. 161.
109
La palabra éparxÆ tiene el mismo sentido en la fórmula aplicada a Cristo.
110
ÑO d¢ bebai«n ≤mçw sÈn Ím›n efiw XristÒn (2 Cor 1, 21); ı d¢ katergasãmenow ≤mçw efiw aÈtÚ toËto (la
vida de resucitado) yeÒw (2 Cor 5, 5).
111
ÉEsfrag¤syÆte... (Ef 1, 13s.).
112
El valor jurídico no suprime el carácter real de la prenda, sino que lo supone.
228
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113
No ocurre lo mismo con la imagen de la prenda. Puede traérsele por la mención de Cristo; en el
nombre se vería el verbo xr¤v. cf. L. CERFAUX, Le Christ dans la théologie de saint Paul (París 1954)
374.385: trad. esp. Jesucristo en san Pablo (Bilbao 1960). O bien aludiría a alguna ceremonia practi-
cada quizá durante el bautismo cristiano. I. DE LA POTTERIE, «L’onction du chrétien par la foi»: Bibl 40
(1959) 12-69.
229
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114
Al templo, se le llama corrientemente la casa de Dios o la Santa casa (1 Re 7, 39. 40. 45. 51; 2 Re 23, 2,
6; Ez 41, 5. 6; 8, 14; 2 Cró 5,13; 1 Mac 7, 35; 10, 41). La morada de Dios se realiza por medio de la glo-
ria: cf. G. VON RAD, «dÒja»: en TWNT II, 240-245, especialmente Ez 10, 18; 11, 22. En el judaísmo
posterior la gloria y la shekinah (la morada de Dios) se hallan unidas; cf. H. WENSCHKEWITZ, Die Spiri-
tualisierung der Kultusbegriffe, Tempel, Priester and Offer (Leipzig 1932) 37; G. KITTEL, «dÒja»: en TWNT
II, 249; A. FRAEYMANN, Oude en Nieuwe Tempel in het Nieuwe Testament (Lovaina 1945) 3.
115
La Sabiduría habita en el templo, Eclo 24, 10-11; para el Espíritu, cf. Test. Benj., 3; M.-J. LAGRANGE, Le
Judaïsme avant Jésus-Christ (París 1931) 442; A. FRAEYMANN, op. cit., 3, n. 2.
230
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116
El contexto nos obliga a pensar en el cuerpo individual de los cristianos. Pero, ¿quién se atrevería a
decir que Pablo no tiene todavía en el campo de su pensamiento la idea de que todos los cristianos
forman el cuerpo de Cristo (cf. 6, 15)? En este último lugar Pablo decía tå s≈mata Ím«n. El sentido
de cuerpo no es del todo el de nuestro lenguaje. Es más afín a la idea de persona. En el texto de 1 Cor
7, 23, que citamos, Cristo ha comprado a los esclavos, esos «cuerpos» o «personas» que se venden.
117
El final: «y que no os pertenecéis», etc., no trata ya expresamente del templo, sino de la redención por
Cristo. Cristo ha pagado caro (cf. 1 Cor 7, 23) su propiedad de los cuerpos cristianos. Pablo pasa, sin
solución de continuidad, de una noción a la otra, sin duda porque ambas están unidas en su pen-
samiento. El Espíritu Santo reside en el templo; es su casa, por voluntad de Dios, que le hace habitar
en los cristianos (¯n ¶xete épÚ yeoË). Así, los cristianos son, de alguna manera, propiedad del Espí-
ritu, como lo son de Cristo por derecho de adquisición (la adquisición de la redención).
118
Cf. p.149-154.
119
En el contexto de Rom 8, 9-11 se trata de la propiedad de Cristo sobre los cristianos, como en 1 Cor
6, 15-20; en 1 Tes 4, 8, la expresión «el que desprecia (éyete›) esto no desprecia a un hombre, sino a
Dios», recuerda un poco el contexto de 1 Cor 3, 16-17.
231
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bóveda) que, por lo demás, también asegura la unidad de esta función distinta.
A causa de la desconexión entre las dos partes de la exposición y entre las dos
imágenes del edificio y del templo, el templo de 1 Cor no se halla en etapa de
construcción, es consagrado de golpe, una vez que el Espíritu Santo baja para
convertirlo en su morada. De esta forma quedaba consagrado el Templo de la an-
tigua alianza, cuando la gloria hacía su morada en él. En Ef, por el contrario, la
idea de crecimiento adquiere relieve y recuerda históricamente los progresos de
la Iglesia que une en sí al judaísmo y el mundo pagano120.
2.2.5.2. El sacerdocio y los sacrificios121
El texto más preciso es Rom 12, 1: «Así, pues, hermanos, por la miseri-
cordia de Dios os exhorto a ofrecer vuestros cuerpos –víctima viva, santa,
agradable a Dios– como vuestro culto espiritual». Toda la actividad cristiana
consagrada al bien, a lo que gusta a Dios y es perfecto (Rom 12, 2) constituye la
materia del sacrificio, y todos los cristianos «ofrecen» de este modo a Dios este
sacrificio espiritual. Los cristianos –dice san Pablo en Flp 3, 3– son la verdadera
circuncisión, «consagrados al servicio litúrgico en el Espíritu de Dios»
(pneÊmati yeoË latr°uotew).
Pablo mismo tiene conciencia de ser el sacerdote de esta liturgia que re-
presenta la vida cristiana (Rom 15, 16; Flp 2, 17). El culto espiritual no aparece
ligado temáticamente al sacrificio de Cristo, del que hablaremos en un contexto
totalmente distinto122.
2.2.5.3. La santidad
1. La santidad es esencialmente cultual. El pensamiento de Pablo es con-
creto y la idea de santidad está representada por la presencia del Espíritu, la
unión con Cristo, etc.; el tema de la justicia la envuelve en parte123.
La noción procede del Antiguo Testamento y del judaísmo. Sus raíces se
encuentran en la trascendencia de Dios. Yahvé es un Dios santo que habita en
una esfera inaccesible al hombre (cf. Éx 33, 18-23). Éste es carne y pecado; el
Espíritu de Dios es luz y pureza. El hombre que osara franquear el abismo que
120
Las dos expresiones katoikhtÆrion toË yeoË §n pneÊmati y efiw naÚn ëgion §n k¤riƒ son paralelas. El
crecimiento se realiza por obra del Señor y por la presencia del Espíritu.
121
Cf. A, M. DENIS, «La fonction apostolique et la liturgie nouvelle en esprit. Étude thématique des mé-
taphores pauliniennes du culte nouveau»: RSPT 42 (1958) 401-436; 617-656.
122
Cf. L. CERFAUX, «Regale sacerdotium»: RSPT 28 (1939) 5-39 [=Recueil Lucien Cerfaux, II (Gembloux
1954) 283-315].
123
Para el vocabulario: ègivsÊnh está débilmente representado en 1 Tes 3, 13; 2 Cor 7, 1. Por el contra-
rio, el adjetivo ëgiow, se aplica muy frecuentemente a los cristianos. El sustantivo ègiasmÒw, más
concreto, es también más frecuente: 1 Tes 4, 3. 4. 7; 2 Tes 2, 13 (§n ãgiasm“ pneËmatow); 1 Cor 1, 30;
Rom 6, 19. El verbo ègiãzein es raro.
232
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Los corintios serán santos porque son templo de Dios; conservarán su cuerpo
libre del libertinaje: «O ¿no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu
Santo que habita en vosotros, del Espíritu que habéis recibido de Dios, y que
no os pertenecéis a vosotros mismos? Fuisteis comprados pagando un precio;
por lo tanto, glorificad a Dios con vuestro cuerpo» (1 Cor 6, 19-20).
2.2.5.4. 2 Cor 6, 14-7, 1 y la santidad
La santidad aparece aquí bajo un aspecto muy especial: implica cierta se-
paración, como la de una secta. Se tiene la impresión de hallarse frente a un
judeo-cristianismo más que frente a un cristianismo más espiritualizado de san
Pablo.
Desde hace tiempo se ha observado que la perícopa no encaja bien en el
contexto de la carta. La precedía una efusión cordial de Pablo, con una exhor-
tación a la confianza recíproca que Pablo quería ver reinar entre él y sus
cristianos. «Os hemos hablado abiertamente; nuestro corazón está ensan-
chado... ¡Abríos también vosotros!...» (6, 11-13). Esta efusión proseguirá
normalmente en 7, 2, donde se reanuda en el mismo tono: «Comprendednos:
a nadie le hicimos injusticia...». Por el contrario, nuestro pasaje aborda un tema
inesperado: «No forméis una pareja desigual, uncidos al yugo con infieles...»
Se formulan hipótesis para explicar la presencia de este pasaje en la carta.
Se ha recurrido a la de hojas sueltas desplazadas o a una glosa marginal (Tous-
saint). La hipótesis de un fragmento de una carta precanónica, de la que haría
mención Pablo en 1 Cor 5, 9, ha tentado con frecuencia a los exégetas131. Sin
embargo, los últimos grandes comentarios sostienen la autenticidad paulina.
Allo escribe: «Se ve muy bien, si se inverstiga, que la perícopa en cuestión, en vez
de interrumpir el pensamiento del contexto, lo prolonga... del modo más efi-
caz»132. Lietzmann (Kümmel, en su reedición, ha conservado inalterado el texto
de Lietzmann) explica la falta de ilación por una pausa de la lectura o una de-
fectuosa construcción lógica de Pablo. Weinel propone un desplazamiento de
perícopa, siguiendo 6, 14 a 6, 1s.
1. Sólo un análisis atento nos puede permitir una opción. La perícopa se
compone en realidad de tres pequeñas secciones. La primera, 6, 14-16a soporta
muy bien la comparación con otros pasajes oratorios de san Pablo que depen-
den de la diatriba. La introducción mØ g¤nesye, para una exhortación, es muy
paulina: cf. 1 Cor 7, 23. Cierto que el verbo •terozugoËntew es un hapax (no sólo
en la literatura paulina, sino en toda nuestra documentación griega). Se le podía
131
Véase para la bibliografía, etc.: E. B. ALLO, Second épître aux Corinthiens (París 1937); J. A. FITZMAYER,
«Qumrân and the interpolated paragraph in 2 Cor 6, 14-7, 1»: CBQ 23 (1961) 271-280.
132
Cf.. ibid., 193.
234
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formar sin dificultad alguna a partir del adjetivo •terÒzugow, que, éste sí, es bas-
tante común. Filón y Josefo133 los usan ambos en relación con Lev 19, 19b: «No
aparearás tus bestias siendo de diferente (•terozÊgƒ) especie». Una ley del
Deuteronomio prohibía arar con un buey y un asno bajo el mismo yugo (Dt 22,
10). Fácilmente se concibe que ambos textos asociados hayan sugerido a Pablo
la imagen de una «yunta» mal aparejada. Recordemos que se apoya en otra ley
del mismo carácter que el Deuteronomio134. La exhortación «no forméis una
yunta desigual con los infieles» se prosigue con una serie de interrogaciones, al
estilo de la diatriba. La serie está bien armonizada: t¤w gãr... ≥ t¤w... t¤w d°,
k.t.l. Es digna de san Pablo. Es verdad que aparecen palabras nunca o rara vez
usadas135 pero el carácter mismo del pasaje obligaba a Pablo –y a cualquier otro
autor– a recurrir a sinónimos de koinvn¤a. Necesariamente se desemboca en
palabras raras136.
La presencia del hapax paulino Beliãr (pero muy conocido en la litera-
tura judía) queda compensado por los binomios muy paulinos:
diakaiosÊh-énom¤a, f«w-skotÒw, pistÒw-êpistow, naÚw yeoË-e‡dvla. Contra la
autenticidad se anotaría, junto a Beliãr, la expresión mer¤w, que podría ser más
judeo-cristiana que paulina: cf. Hch 8, 21, y el vocabulario de Qumrán. Sin em-
bargo, Pablo la usa (Col 1, 12) en un contexto escatológico, que recuerda
también al judeo-cristianismo. Por tanto, no se puede concluir nada, salvo que
Pablo habría escrito esta primera sección, 14-16, en un período de su vida en el
que se encontraba bastante impresionado por las ideas judeo-cristianas137.
2. La segunda sección de la perícopa se compone de una serie de citas bí-
blicas articuladas con la sección precedente y una fórmula. Notemos, en primer
lugar, que la fórmula, en el v.16, kayΔw e›pen ı yeÚw ˜ti, no es paulina.
Examinemos ahora las citas. Se distinguen tres principales, la primera de
las cuales da el tono. Ésta está tomada de la promesa solemne de Dios en Ez 37,
15-28, regreso a la tierra prometida, restablecimiento de la unidad nacional y del
reino davídico, alianza eterna de paz: «Pondré mi santuario (tå ègiã mou ) en
medio de ellos para siempre. Mi morada (kataskÆnvsiw) estará junto a ellos
(§n aÈto›w), seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Ez 37, 26-27). La cita susti-
tuye kataskÆnvsiw ¶stai con el verbo §noikÆsv, que en ningún otro pasaje de
133
FILÓN, Spec. leg., 4, 203; JOSEFO, Ant., 4, 228.
134
1 Cor 9, 9, citada Dt 25, 4.
135
MetoxÆ es un hapax en el Nuevo Testamento; sumf≈nhsiw no aparece en ninguna parte en la lite-
ratura griega; sugrãtayesiw está en el mismo caso que el primero.
136
Cf. H. WEINEL, Die Wirkungen des Geistes and der Geisten in nachapostolischen Zeitalter his auf Ire-
nëus (Tubinga 1899).
137
Nos imaginamos que el judeo-cristiano se habrá interpuesto sin dificultad entre Pablo y las comu-
nidades de tipo esenio.
235
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138
La tercera persona §n aÔto›w, cuando la segunda persona §n Ím›n sería mucho más normal en el con-
junto (cf. la segunda cita), muestra que el autor se inspire en primer lugar en Ezequiel.
139
Cf. L. CERFAUX, La théologie de l’Église suivant saint Paul (París 21948) 116ss.: trad. esp. La Iglesia en
236
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237
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143
E. PETERSON, «I Korinther, 1, 18f. and die Thematik der jüdischen Busstages»: Bibl 32 (1951) 97-103;
W. SCHMITHALS, Die Gnosis in Korinth. Eine Untersuchung zu den Korintherbriefen (FRLANT 48)
(Gotinga 1956); H. SCHLIER, Die Zeit der Kirche. Exegetische Aufsätze and Vortrage (Friburgo de Br.
1956) 206-232; CH. MASSON, «L’Évangile et la Sagesse selon l’apôtre Paul»: RThPh 7 (1957) 15-110;
G. BORNKMANN, «Faith and reason in Paul’s epistles»: NTS 5 (1958-1959) 93-100; U. WILCKENS, Weis-
heit and Torheit. Eine Exegetisch-religionsgeschichtliche Untersuchung zu I Kor. 1, 18-2-16 (Tubinga
1959).
144
El hermetismo expresará mejor esta forma de filosofía convertida en «gnosis», es decir, religión de
conocimiento. Las religiones mistéricas, de las que Eleusis permanecía como modelo, eran otro lugar
de encuentro de la religión y la filosofía.
238
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mundo de la filosofía y el pueblo eran menos estancos que hoy. Una filosofía
popular facilitaba los encuentros entre ambos mundos. Si las lecciones de Pla-
tón, y más aún las de Aristóteles, eran inaccesibles, con todo, una sed de
conocer y de superarse por el conocimiento se había vulgarizado por las es-
cuelas de la época. La curiosidad se extendía a todos los temas, desde la
geografía y la botánica hasta el mundo de los dioses, desde el dominio de sí
mismo por el conocimiento hasta los destinos del hombre después de la
muerte. Las escuelas de filosofía tenían todo el aire de sectas religiosas que se
encargaban de procurar a los hombres, más y mejor que los cultos, la seguridad
y la salvación.
El cristianismo no podía escapar totalmente a su ambiente. Ya hemos
visto cómo los carismas intelectuales apasionaban momentáneamente a los
cristianos de Corinto. Éstos consideran a sus Iglesias como escuelas de filoso-
fía. Pablo, como más adelante Justino en Roma, –y este último viste la toga de
los filósofos–, aparecía a sus ojos con los rasgos de un filósofo inspirado. ¿No
iba a alquilar Pablo, para dar sus lecciones en Éfeso, la escuela de un tal Tiranos,
probablemente retórico y filósofo?150 Al pasar por Atenas había suscitado la cu-
riosidad de los epicúreos y de los estoicos, intrigados por este «doctrina» en la
que se codeaban ideas filosóficas y religiosas. Para producir ese efecto le había
bastado repetir los viejos temas, la revelación de la divinidad mediante el
mundo creado, la Providencia, la connaturalidad entre los hombres y los dioses.
Filosofía y revelación se daban la mano. El «Dios desconocido» servía de intro-
ducción a un discurso oído muchas veces desde Sócrates.
Sin embargo, Pablo rechazaba este error desde lo más hondo de su alma
religiosa. Son bien conocidas sus vehementes protestas en 1 Cor. No obstante,
no se decide a desechar los triunfos que la curiosidad griega le ponía entre
manos, y ya le tenemos afirmando audazmente, en el lenguaje de sus oyentes,
que el mensaje cristiano lleva en sí un tesoro de conocimiento: «Entre los per-
fectos hablamos de sabiduría, pero una sabiduría no de este mundo, ni de los
jefes de este mundo que acaban anulándose, sino que hablamos de la sabidu-
ría de Dios en forma de misterio, la que está oculta, la que Dios predestinó antes
de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los jefes de este mundo co-
noció...» (1 Cor 2, 6-8).
Sabiduría y misterio son términos griegos. «Conocer» responde bien al
temperamento griego. Pero el fondo de esta sabiduría es una revelación. Pasa-
mos a temas que deben resonar de un modo extraño en oídos griegos. Múltiples
términos proceden de la apocalíptica. A primera vista, se manifiesta un con-
tacto con las exposiciones de la «Sabiduría» judía. Dios ha hecho un primer plan
150
Cf. Hch 19, 9.
240
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151
Cf. supra, p.30-33.
152
El tema está representado por las dos bestias del Apocalipsis, donde la idolatría se identifica con el
culto de los emperadores (Ap 13, 1-18).
153
Este tema judío está extendido en los apócrifos. Los ángeles caídos del Libro de Henoch enseñan a los
hombres los secretos de la naturaleza (cap. 7), de las artes (cap. 8), de la magia (cap. 65), de la sabi-
duría y de las ciencias (cap. 69).
241
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caiga sobre toda filosofía y menos aún sobre todo intelectualismo, La «locura de
la cruz» no lanza el anatema sobre la razón humana.
Para apreciar semejante fórmula hay que comprender la actitud del Após-
tol. Construye bellos períodos, elocuentes, paradójicos, con el fin de
estigmatizar la conducta de los corintios. Se trata de una labor puramente ora-
toria y, por tanto, sólo en parte «literaria». Desea humillar, no la inteligencia, ni
la filosofía, ni la misma elocuencia –puesto que se sirve de ella, y con qué vir-
tuosismo, en el momento mismo en que la ridiculiza–, sino a los corintios que
atribuyen a los artificios humanos un valor religioso, una eficacia que rebaja, si
es que no la suprime, la eficacia divina del mensaje.
Por lo tanto, la exposición sobre la locura de la cruz no quita nada a la ac-
tividad de la inteligencia creada. Es evidente que ésta no pueda situarse en el
mismo plano que la revelación y el mensaje de Dios. Los ataques apasionados
de Pablo son ocasionales (jamás los repetirá en sus cartas), tienen como mira la
situación, muy concreta, que ha encontrado en Corinto154. Con la debida pro-
porción, somete la filosofía (o el uso de la inteligencia humana) al trato al que
ha sometido los carismas. No es tanto la actividad intelectual lo que se toma en
consideración cuanto el abuso que han hecho de ella los corintios.
Hay que reducir, pues, a sus justas proporciones el papel que san Pablo
atribuye a la paradoja de la cruz. Lo comprenderemos mejor formándonos
una idea de lo que, según la misma carta a los Corintios, fue el mensaje que
transmitía.
Está en primer lugar el tema fundamental del monoteísmo. Pablo enseñó
a los corintios a conocer al Dios uno, verdadero y viviente, y a abandonar a sus
ídolos (1 Cor 8, 4-6)155. Después de ello, como entre los tesalonicenses, y como
no dejará de hacerlo, anunciaba el juicio con la parusía de Nuestro Señor Jesu-
cristo (1 Cor 3, 13ss.). En este contexto ha descrito la parusía, como lo había
hecho igualmente en Tesalónica (1 Cor 15, 18-26). Recordamos muy bien la im-
portancia que en su mensaje da a la resurrección (1 Cor 15). ¿Dónde habrá
afirmado que el evangelio se limita al anuncio de la crucifixión? Si leemos bien
1 Cor 1, 17, evangelizar (la buena nueva) debe comprender todo el mensaje cris-
tiano, monoteísmo, juicio, parusía, resurrección, muerte de Cristo. Pablo no ha
revestido su mensaje con artificios humanos, «para que no se desvirtúe la cruz
de Cristo». Para introducir la exposición que prepara, llama a todo su mensaje
154
Pablo repetirá sus quejas (1 Cor 8, 1-3). Esta vez ataca la «gnosis» de los corintios. Esta gnosis es, en
su pensamiento, más que una filosofía; por eso les enorgullece. No es la verdadera «gnosis» que pro-
cede de la iniciativa divina, movimiento de amor que hace surgir el amor del hombre y le
corresponde, comunicando a la inteligencia humana el conocimiento de sus secretos.
155
El tema monoteísta se desarrolla en una dirección cristológica, lo cual, probablemente señala un
progreso sobre el mensaje primitivo que aparece en 1 Tes 1, 9.
242
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«el discurso de la cruz». Tiene derecho a hacer este escorzo, como una provo-
cación frente al orgullo de los corintios. Por lo demás, la cruz es «fuerza de Dios»
(1, 18). Esto, para quien esté familiarizado con el pensamiento paulino, sólo
puede entenderse de la eficacia de la resurrección. Cristo sólo es poderoso, sólo
ejerce su eficiencia de salvación, porque ha resucitado y desde que ha resuci-
tado. Sólo desde ese momento es el «Hijo de Dios con poder, según el Espíritu
de santidad» (Rom 1, 4). No puede llamarse poder de santificación a la cruz si
no se hace que resalte sobre ella, situándola en el conjunto de la obra de salva-
ción, la gloria de la resurrección.
La muerte de Cristo destruye todo lo que tiene vínculo con el pecado, con
la Ley judía, con las Potestades que se atribuyen un poder divino, con una filo-
sofía que hace causa común con ella. No se apunta a la inteligencia humana. Su
poder de reflexionar, de conocerse y conocer a Dios, no es ni una caída ni una
«alienación». Por tanto, el poder de la resurrección puede apoderarse de ella y
llevarla consigo en el movimiento que nos arrastra hacia la consumación de
nuestro ser en la gloria. El Espíritu de Dios puede hacerse un instrumento de
nuestro noËw o de nuestro pneËma, de nuestra inteligencia. No por eso la des-
truirá, sino que la renovará156.
156
Cf. infra, p.254s.
157
H. D. WENLAND, «Das Wirken des Heiligen Geistes in den Glaübigen nach Paulus»: TLZ 77 (1952) c.
457-470.
158
L. CERFAUX, La théologie de l’Église suivant saint Paul (París 21948) 105-107: trad. esp. La Iglesia en
san Pablo (Bilbao 1959).
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ritu de su Hijo a vuestros corazones (Gál 4, 6); ha puesto las arras del Espíritu en
vuestros corazones (2 Cor 1, 22): «¿No sabéis que sois santuario de Dios, es decir,
que el Espíritu de Dios habita en vosotros?» (1 Cor 3, 16). Rom 8, 9 ofrece una
equivalencia: «Vosotros, en cambio, no estáis en el orden meramente carnal,
sino en el del espíritu».
Por tanto, tal es el desarrollo normal del pensamiento paulino. La parte
superior del hombre, espiritual ya en el sentido ordinario de la palabra, es el
lugar de morada del Espíritu y recibe sus dones. Además de Gál 4, 6 y 2 Cor
1, 22, ya citados, otros cuatro pasajes ponen el corazón en relación con el
Espíritu159.
El uso regular de kard¤a en este contexto, un tanto sorprendente a pri-
mera vista, se explica si consideramos que esta palabra designa en los Setenta,
según el sentido del hebreo lêb, y con gran frecuencia, la vida cognoscitiva o
volitiva, las funciones humanas superiores160. El uso de noËw y de nÒhma es muy
restringido en las cartas de Pablo; por tanto, es normal que destaque el término
kard¤a, que por lo demás le es familiar161. ¿Acaso el texto de Jer 31, 33 es tam-
bién, en este caso, responsable en parte? Ha podido sugerir la antítesis entre la
Ley vieja escrita en piedra y la nueva ley escrita en los corazones (LXX: en las in-
teligencias y en el corazón), y orientar hacia la fórmula de la inhabitación en
los corazones162. En todo caso, Pablo trata de fijar claramente la invitación del
Espíritu en la parte superior, intelectual y moral del hombre. Esta conclusión
queda corroborada por los demás textos en los que Pablo pone al Espíritu Santo
en relación tanto con el noËw del hombre163 como con el hombre interior164.
2. Paradójicamente, Pablo insiste en la inhabitación en el cuerpo hu-
mano: «¿No sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo que
habita en vosotros, del Espíritu que habéis recibido de Dios...? Glorificad a Dios
con vuestro cuerpo» (1 Cor 6, 19-20). La misma relación se insinúa en Rom 8, 11.
No es posible sacar de estos textos ninguna conclusión sobre la antropo-
logía, como si el cuerpo representara a toda la persona humana. Por el
contrario, la intención del Apóstol es insistir en la relación del Espíritu con el
cuerpo de carne en cuanto tal, pero lo hace dependiendo de una teoría muy
concreta: el cuerpo recibe el Espíritu porque está llamado a convertirse, por la
159
Cf. Rom 5, 5; 2, 29; Ef 5, 19; Col 3, 16. Se podría añadir igualmente Ef 3, 17.
160
Los LXX emplean kard¤a, en sus diversas acepciones, más de 900 veces.
161
Cincuenta y dos casos (con las cartas pastorales). Cf. W. D. STACEY, The pauline view of man (Londres
1956) 194.
162
La carta a los Hebreos cita dos veces Jer 31, 33 (Heb 8, 10 y 10, 16).
163
Cf. Rom 12, 2; 1 Cor 14, 14-15. 19; Ef 4, 17.
164
Ef 3, 16; 2 Cor 4, 16.
244
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165
Cf. Rom 8, 11: «Ahora bien, si realmente el Espíritu de quien despertó a Jesús de entre los muertos
habita en vosotros, el que despertó a Cristo de entre los muertos vivificará también vuestros cuer-
pos mortales por medio de su Espíritu, que habita en vosotros».
166
Véase supra, p.227-229.
167
Esta palabra, corriente y con frecuencia sin significación bien determinada, es naturalmente muy
frecuente.
168
Se debe hacer para este verbo una observación análoga a la que hemos hecho para «dar». Cf. Rom 8,
15; 1 Cor 2, 12; 2 Cor 11, 4; Gál 3, 2.14.
245
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Lucien Cerfaux
169
Cf. supra, p.209-212.
170
Cf. p.239-241.
171
Cf. Ef 5, 18s.; Gál 3, 3-5 (carismas y milagros son indicio de que los Gálatas han recibido personal-
mente el Espíritu Santo, de forma que son liberados de la Ley).
172
Compárese Ez 37, 14: ka‹ d≈sv tÚ pneËmã mou efiw Ímçw con 1 Tes 4, 8: (tÚn yeÚn) tÚn ka‹ didÒnta tÚ
pneËma aÈtoË tÚ êgion efiw Ímçw.
173
Cf. infra, p.376-380.
246
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174
El simple pneÊmati en Rom 8, 13 lo retoma Rom 8, 13 con pneÊmati yeoË en el v. 14. Es posible que la
ausencia de los dos artículos en la expresión pneËma yeoË ayude a comparar al Espíritu Santo per-
sona con el resultado de su presencia en el hombre. Cf. N. A. WAANING, Onderzoek naar het gebruik
van pneËma bij Paulus (Amsterdam 1939) 28, 164. Sobre toda la cuestión de los frutos o de la cose-
cha del Espíritu, cf. infra, p.376-380.
175
Cf. en especial, Col 2, 12s.; Ef 1, 17.
176
La fe, sólo de manera muy secundaria, interviene en todo este contexto, en cuanto que abre nues-
tra alma al mensaje que nos trae el Espíritu con las promesas de herencia. El texto de Ef 1, 13-14 es
absolutamente claro. Se ha de entender en el mismo sentido la fórmula más resumida de Gál 3, 14
(cf. en sentido contrario E. SCHWEIZER, «pneËma»: en TWNT VI, 422-425).
247
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Lucien Cerfaux
177
Pablo expresa su idea resumidamente en 1 Cor 15, 45, al escribir que el último Adán (Cristo) se ha
hecho espíritu vivificante. Había sido más explícito en su fórmula de Rom 1, 4.
178
La palabra adhesión expresará útilmente una especie de connaturalidad entre el Espíritu y el hom-
bre neumático. Esta connaturalidad excede la noción de una simple presencia y afecta al hombre en
su propia naturaleza y en su ser. La presencia del Espíritu en el templo consagra el templo, lo hace
inviolable, protegido por Dios, 1 Cor 3, 16-17. La adhesión de que habla Pablo confiere al hombre una
condición de santidad; ésta es una realidad que hace referencia muy especial a Dios, que es creadora
de derechos y deberes, y, por propia naturaleza, intrínseca, en el pensamiento paulino, como en el
de todos los antiguos. La santidad es una condición que afecta a las cosas.
179
El cristiano es una nueva criatura, kainØ kt¤siw, 2 Cor 5, 17; Gál 6, 15; es renovado a imagen de Dios, en
una nueva creación, Col 3, 10; cf. Ef 2, 10-15; 4, 24. El pasaje de 2 Cor 3, 18 alude asimismo a la nueva
creación, que nos lleva al estado de la creación a imagen de Dios. Pablo conoce la teoría de un primer
hombre creado a imagen de Dios, pero la sustituye con la del último Adán. Con todo, conserva el tema
de la gloria otorgada al primer hombre (Rom 3, 23). Tt 3, 5, considera el bautismo como un nuevo na-
cimiento, una renovación producida por el Espíritu Santo (énakain≈sevw pneÊmatow èg¤ou) que Dios
ha derramado abundantemente en nosotros por Jesucristo nuestro Salvador. Cf. G. SCHNEIDER, «Die
Idee der Neuschöpfung beim Apostel Paulus and ihr religionsgeschichtlicher Hintergrund»: TTZ 68
(1959) 257-270.
180
Cf. Col 3, 10; Ef 2, 10-15; 4, 24; 1 Cor 15, 44-49.
248
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El Espíritu es, al mismo tiempo, una luz intelectual: «Iluminados los ojos
de vuestro corazón, a fin de que vosotros sepáis cuál es la esperanza a la que
(Dios) os llama, cuál es la riqueza de su herencia esplendorosa reservada a los
santos» (Ef 1, 18).
2. Es un don permanente, instalado para siempre en el alma, inherente al
alma. Sin embargo, siempre será el don de una persona: el Espíritu Santo per-
sonal está en el alma para hacer en ella su morada. La persona divina ha sido
acogida por la persona humana. «Para siempre» no excluye que el Espíritu es-
pere de ella una disposición permanente de acogida, que en rigor podría
romperla una voluntad contraria de la criatura. La prueba mejor de la estabili-
dad de este vínculo entre el Espíritu y el hombre es que ha sido producida en el
bautismo. En consecuencia, pone su impronta necesariamente, como el mismo
sacramento, en toda la vida humana posterior: «Pues con un mismo Espíritu
todos nosotros, judíos o griegos, esclavos o libres, fuimos bautizados –el aoristo
indica el acto realizado en el tiempo, irreformable– para formar un cuerpo, y
todos bebimos un mismo Espíritu» (1 Cor 12, 13); «Pero os lavasteis, pero fuis-
teis santificados, pero fuisteis justificados gracias al nombre de Jesucristo el
Señor, y gracias al Espíritu de nuestro Dios» (1 Cor 6,11).
4.3. La inmanencia del Espíritu
La «presencia» pone a dos seres frente a frente. El «don» supone comuni-
cación, ordinariamente de alguna cosa, de un bien, pero también puede ser el
don por excelencia de una persona a otra persona.
La inmanencia añade a la idea de presencia o de don una noción de in-
terioridad. Debemos excluir evidentemente toda fórmula de inmanencia que
opere una verdadera combinación, una identificación de dos personas. Por eso
se oponen, tanto la noción exacta de la persona como la trascendencia del Es-
píritu, a cualquier teoría emanacionista, tal como podría deducirse del
estoicismo, suponiendo que una parcela del Espíritu divino se desprende para
venir a constituirnos o a mezclarse con nuestra propia naturaleza.
Aun a riesgo de repetirnos, no serán inútiles algunas palabras de intro-
ducción referentes a la antropología paulina antes de abordar un intento de
explicación de la inmanencia del Espíritu Santo en el alma cristiana.
4.3.1.La parte superior del hombre según el Apóstol
¿Por qué afirmar, como a priori, que Pablo adopta la visión «sintética» que
los hebreos se forman del hombre, hasta el punto de que la visión analítica
griega le sería completamente ajena?181 Si bien se declara hebreo, hijo de he-
181
W. D. STACEY, The pauline view of man (Londres 1956) 198.
249
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Lucien Cerfaux
breo, se hace griego con los griegos. ¿Resulta verdaderamente imposible que
un judío inteligente se sitúe en la hipótesis del dualismo griego? El que su con-
cepción de base sea o no «sintética» es un problema, en nuestra opinión,
insoluble y quizá inútil. Lo que importa no es lo que nosotros creamos saber
del temperamento semítico del Apóstol, sino los textos de sus cartas, la única
proyección que poseemos de su verdadero pensamiento.
San Pablo se nos ha mostrado inclinado hacia el pensamiento griego
cuando ha tenido que imaginarse una supervivencia previa a la resurrección. La
dignidad de la vida superior del cristiano, a la que pueden llegar la carne y la
sangre, ¿no podría encontrar algún apoyo en el mismo medio?
No pretendemos afirmar, en absoluto, que Pablo haya sido dualista al es-
tilo de los griegos platonizantes. Basta su noción de la resurrección para probar
que no concibe un alma detenida por el peso del cuerpo en el impulso de sus
facultades superiores. Pero el dualismo platónico no es la única teoría que per-
mite una concepción espiritualista (en el sentido moderno de la palabra) del
alma humana182. Resulta instructivo el estudio del vocabulario paulino.
1. El corazón, kard¤a, es el término más frecuente en las cartas para de-
signar la sede de las actividades superiores de volición e incluso de inteligencia.
Pablo debe este uso a los Setenta. El «corazón» es un órgano del cuerpo hu-
mano; pero, al igual que en nuestras lenguas, la palabra más bien despierta ya
la idea de mi facultad que no la de un órgano propiamente dicho. En los Se-
tenta, el corazón es el órgano propio de la inteligencia; en san Pablo, esta
función se ha cedido, en parte, al noËw, lo cual resulta más griego183. Sin em-
bargo, kard¤a sigue siendo en bastantes casos la sede de la inteligencia184. El
Espíritu ejerce su eficiencia sobre el «corazón», tomado en la acepción general
del símbolo de la vida superior del hombre185 o como órgano específico de la in-
teligencia186.
El uso del término noËw (inteligencia) es notablemente frecuente en la li-
teratura paulina sobre todo si se la compara con los Setenta. Dejando a un lado
4 Mac, donde aparece nueve veces (con su sentido filosófico), la palabra sólo
aparece 23 veces en la Biblia griega, mientras que la vemos usada 30 veces en las
182
Es especialmente fácil la confusión entre un alma inteligente y una Inteligencia presente en el hom-
bre; los griegos la han hecho. Con la misma facilidad podría considerar Pablo a la inteligencia como
esencia capaz de continuar su existencia cuando el cuerpo la ha abandonado. Hay que recordar lo
que piensa él del éxtasis, en el que su yo ha sido arrebatado al paraíso, con o sin cuerpo.
183
Cf. W. D. STACEY, The pauline view of man (Londres 1956) 194-197.
184
Compárense Rom 1, 21 y 1, 24.
185
Cf. Rom 2, 29 (peritomØ kard¤aw §n pneÊmati); Rom 5, 5; 10, 10; 2 Cor 1, 22; 3, 2-3; Gál 4, 6; Ef 5, 19;
Col 3, 15. 16; 1 Tes 3, 13.
186
2 Cor 4, 6; Ef 1, 18.
250
acdp 10:Maquetación 1 17/6/09 14:38 Página 251
cartas paulinas (tres de ellas en las cartas pastorales). Por lo tanto, y en propor-
ción a la masa cuantitativa de los dos documentos literarios, el uso paulino está,
en relación con el de los Setenta, en una proporción aproximada de 28 a 1. Nó-
tese, de paso, que Pablo ha usado dos veces, y según parece a propósito, el único
lugar de la Biblia griega en el que noËw traduce el hebreo ruach187.
Los partidarios del carácter semítico de la antropología paulina preten-
den que el noËw paulino nada tiene que ver con el noËw filosófico; que, primero,
siempre supone una decisión y una acción resultante del pensamiento; y, se-
gundo, que siempre representa al hombre en su totalidad188. Esta última
afirmación sería difícilmente verificable. Puede, en todo caso, oponérsele la uti-
lización muy consciente de noËw, con su valor griego, en 1 Cor 14, 14-19 y las
fórmulas de Flp 4, 7 y de Rom 1, 28, donde está claramente subrayado también
el carácter intelectual. Por otra parte, san Pablo ha notado una equivalencia
entre noËw y pneËma, entendido este término en su sentido cristiano, en rela-
ción con el Espíritu de Dios189. Concedamos, pues, al noËw paulino un cierta
relación (evidentemente menos estrecha que en 4 Mac) con el sentido filosófico
o psicológico, y Pablo no ha aprendido este uso en la Biblia griega. Nótese, asi-
mismo, que el noËw no es simplemente la facultad de la inteligencia, sino la
inteligencia concebida como una sustancia, tal como en la filosofía griega pri-
mitiva y, sobre todo, en el hermetismo.
Los mejores defensores de la formación semítica de san Pablo se ven for-
zados a admitir su deuda para con los griegos en su empleo del vocablo
sune¤dhsiw190, esa conquista de la reflexión psicológica que representaba una
noción inaccesible a la reflexión hebrea. Dígase lo mismo de la expresión
ı ¶sv ênyrvpow191; pero se nos dice que Pablo pudo oírla en sus conversacio-
nes con los griegos y emplearla sin darse cuenta de la incompatibilidad con su
propio vocabulario192.
Pero, ¿por qué no habían de entrar tales expresiones más hondamente en
su lenguaje, ayudándole a deshacerse de los estorbos de una civilización inca-
paz de responder a las expectativas del mundo griego, y a las experiencias del
cristianismo?
187
Is 40, 13, citado en 1 Cor 2, 16 (en un florilegio) y en Rom 11, 34.
188
Cf. W. D. STACEY, The pauline view of man (Londres 1956) 199.
189
Cf. 1 Cor 2, 16; Rom 11, 34; 12, 2.
190
La palabra se repite catorce veces en las grandes cartas. Cf. W. D. STACEY, The pauline view of man
(Londres 1956) 206-210; W. SANDAY-A. HEADLAM, A Critical and exegetical commentary on the epistle
to the Romans (Edimburgo 1898) 61.
191
2 Cor 4, 16; Rom 7, 22; Ef 3, 16. Platón y Filón conocían la expresión equivalente ı §ntÚw ênyrvpow.
192
Cf. W. D. STACEY, The pauline view of man (Londres 1956) 213.
251
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Lucien Cerfaux
193
El empleo de cuxÆ es raro (13 veces), dos veces en las citas del Antiguo Testamento y no exceden en
general el sentido de la literatura judía (con el significado de vida, o persona humana como el he-
breo nephesh). Sin embargo, puede suponerse un uso más griego, contraponiendo el alma al cuerpo,
en 1 Cor 15, 45, y, sobre todo, en 1 Tes 5, 23. Otro uso griego: Col 3, 23, y especialmente Flp 1, 27 (miò
cuxÆ).
194
Normalmente, cuxÆ no compite con los demás términos, como kard¤a, noËw, etc., para designar «el
alma», en el sentido que hoy damos nosotros a esta palabra. Cf. infra, p.253s.
195
Habría que añadir 2 Cor 7, 13. Encontramos aquí el vocabulario estoico. También se acerca al uso co-
rriente (estoicismo, mántica griega y judaísmo) en ciertas concreciones del término pneËma. El pneËma
aparece como una fuerza separada de Dios, concebida de algún modo como un espíritu separado al
servicio de Dios. Pablo hablará de los pneËmata de los profetas, que están sometidos a los profetas (1
Cor 14, 32). Por lo demás, se duda entre el sentido de fuerza o de ser espiritual creado y el de inspira-
ción en el hombre (cf. 1 Cor 14, 12; 12, 10), pero en todo caso la inspiración resulta más concreta que
en nuestra actual teoría. La fórmula §n pneÊmati puede indicar que se está bajo la influencia de esta
fuerza (1 Cor 14, 16; Ef 1, 17; 1 Tes 5, 19; 2 Tes 2, 2), que puede ser mala (2 Cor 11, 4).
252
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196
Existe una ligera duda en la exégesis, porque podría pensarse que, en el don de lenguas, rogaría el
espíritu; es decir, un espíritu enviado al hombre (cf. supra). Sin embargo, el paralelo con Rom 8, 16
funciona en sentido contrario, porque el Espíritu Santo ora junto al espíritu personal del cristiano.
197
ÉAnaneoËsyai d¢ t“ pneÊmati toË noÚw Ím«n.
253
acdp 10:Maquetación 1 17/6/09 14:38 Página 254
Lucien Cerfaux
198
Cf. C. Herm., IV (ı kratÆr).
199
Cf. 1 Cor 15, 45 donde, según el vocabulario corriente del Antiguo Testamento, el alma no es otra
cosa que el cuerpo animado por la vida natural. El ambiente griego, en que Pablo evoluciona, no se
conforma con esta definición del alma, sino que la dota de inteligencia. Pablo prefiere simplemente
abandonar, en los contextos antropológicos, el empleo de cuxÆ.
200
Rom 12, 2 (metamorfoËsye yuxtapuesto a tª énakain≈sei toË noÒw); 2 Cor 3, 18.
201
2 Cor 4, 16: el hombre interior es renovado de día en día; Ef 3, 16: el Espíritu de Dios nos fortalece
(krataivy∞nai) en nuestro interior (e‹w tÚn ¶sv ênyrvpon).
202
En 1 Cor 15, 53-54, esta imagen se usa con la resurrección de los muertos, que son revestidos de in-
254
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corruptibilidad y de inmortalidad. Gál 3, 27-28 señala como efecto del bautismo: «revestirse» de
Cristo, de tal modo que todos los cristianos sean como idénticos (eÂw) los unos a los otros por el hecho
de haberse revestido de Cristo. Se trata, pues, de una transformación interior, cuyo agente ha sido
el Espíritu Santo. Cf. 4, 24; Col 3, 10; la fórmula «revestirse» del hombre nuevo significa también una
transformación interior (Col 3, 10ss. repite el tema de Gál 3, 27-28).
203
Cf. supra, p.239s.
255
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Lucien Cerfaux
Hemos precisado que el Espíritu Santo es una Persona divina que, comunicán-
dose a nosotros, entra en relación con nosotros «personalmente», obrando como
persona y elevando todas nuestras actividades para ponerlas a su propio nivel.
El efecto más visible, pero también el más exterior del Espíritu Santo, es
ese fenómeno extraordinario del cristianismo primitivo, la aparición de los ca-
rismas, reviviscencia de la profecía del Antiguo Testamento. La imperfección
de esta primera actividad del Espíritu nos revela, por contraste, otra eficiencia
más profunda, en un conocimiento sublime que hace que la inteligencia pene-
tre en los misterios de Dios. Y este conocimiento, esta «sabiduría de Dios», abre
la perspectiva de nuestros verdaderos privilegios.
Frente al judaísmo, el cristianismo es coronamiento, cumplimiento y es-
piritualización. Los privilegios del judaísmo seguían vinculados al orden
presente del mundo, caducos e imperfectos. La riqueza que el Antiguo Testa-
mento llevaba en sus revelaciones y sus promesas no estaba destinada para él
y pasaría a los cristianos sin que Israel pudiera beneficiarse de ello. Por otra
parte, la gloria de Moisés, o el culto antiguo, no era más que un símbolo de los
privilegios de que los cristianos iban a gozar en el Espíritu Santo.
Frente al mundo pagano, el cristianismo poseía, gracias al Espíritu, una su-
perioridad total. El culto del Dios vivo y el respeto de las costumbres dignas de la
humanidad, estaban a su alcance. En el orden sobrenatural, la inteligencia, abierta
en adelante a los misterios de Dios, ofrecía a los griegos, en el mismo Espíritu
Santo, el acceso a una especie de superfilosofía, la sabiduría cristiana revelada.
Finalmente, podríamos abordar la verdadera teología del cristiano espi-
ritual y considerar, no con rodeos de comparaciones, sino inmediatamente,
nuestra propia grandeza. Tres aspectos de las actividades del Espíritu en nos-
otros nos han retenido: una presencia, un don, la inmanencia.
Una transformación profunda se opera en el cristiano. Obrando en nues-
tro «yo» superior, alcanza, sin embargo, a nuestro cuerpo, preparándolo para la
resurrección. Pero la gran beneficiaria resulta la inteligencia. Querríamos ha-
blar de un cambio radical de naturaleza, como si la inteligencia natural se
hiciera Espíritu de Dios; en este primer impulso nos detiene la barrera infran-
queable de las personalidades: Dios respeta la persona humana y la Persona
divina no deja de ser trascendente. Sin embargo, san Pablo se atreve a hablar de
la creación en nosotros de una inteligencia nueva capaz de asimilar el misterio
de Dios y de tomar conciencia de su condición de hijo. Hemos creído que no ha-
cíamos sino prolongar su pensamiento al barruntar, en torno a nuestra
inteligencia humana, una especie de zona espiritual connatural al Espíritu
Santo. De este modo volvemos a ser lo que Dios ha querido hacer de nosotros,
imágenes de él mismo, creados de nuevo «en el conocimiento».
256
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1
B. MCGRATH, «”Sun”. Words in St. Paul»: CBQ 14 (1952) 219-226; R. SCHNACKENBURG, «Todes und Le-
bensgemeinschaft mit Christus. Neue Studien zu Rom 6, 1-11»: MTZ 6 (1955) 32-53; R. HERMANN,
«Über den Sinn des morfoËsyai XristÚn §n Ím›n in Gal 4, 19»: TLZ 80 (1955) c. 713-726; A. WIKEN-
HAUSER, Die Christusmystik des Apostels Paulus (Friburgo de Br. 21956); P. BONNARD, «Mourir et vivre
avec Jésus-Christ selon saint Paul»: RHPR 36 (1956) 101-112; F. NEUGENBAUER, «Das paulinische “In
Christo”»: NTS 4 (1957-1958) 124-138; J. G. DAVIES, Members one of another. Aspects of koinônia (Lon-
dres 1958); H. L. PARISIUS, «Über die forensische Deutungsmöglichkeit des paulinischen §n Xrist“»:
ZNW 49 (1958) 285-288; S. ZEDDA, «”Vivere in Christo” secondo S. Paolo»: RivBibl 6 (1958) 83-92; J.
ALLAN, «The “In Christ” formula in Ephesians»: NTS 5 (1958-1959) 54-62; W. GROSSOUW, In Christ. A
sketch of the theology of st. Paul [trad. de M. W. SCHOENBERG] (Londres 1959); P. DACQUINO, «La formula
paolina “in Christo Gesù”»: ScuCat 87 (1959) 278-291.
2
Los paganos sabían vagamente que Cristos o Crestos había sido ajusticiado en Judea, y la denomi-
nación debía de ser, en los comienzos, despectiva: ¿Será por este motivo por lo que Pablo se niega
obstinadamente a emplearla? A pesar de ello, en su carta a Filemón, quizá san Pablo mismo juega
con el nombre de Cristo, xrhstÒw, como lo hace con el nombre de Onésimo, el esclavo fugitivo de
Filemón, antes inútil y ahora «muy útil», juego de palabras sobre Ùnhsimow, útil, provechoso, de
Ùn¤nhmi, servir, ser útil. XristÒw querría decir para los griegos que sirve para ungir, o que es ungido,
untado, engrasado.
3
La expresión compuesta es más frecuente que la simple §n Xrist“.
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Lucien Cerfaux
4
Cf. L. CERFAUX, «kÍriow»: en DBSup 5, c. 200-228.
5
Sólo rara vez se sirve Pablo de didãskalow, y jamás refiriéndose a Cristo. El uso de mayhtÆw está li-
mitado a los evangelios y al Libro de los Hechos.
6
W. MICHAELIS, «mim°omai»: en TWNT IV, 661-678; E. G. GULIN, «Die Nachfolge Gottes»: StudOr 1
(1925) 34-50; G. KITTEL, «ékolouy°v»: en TWNT I, 210-215; «efik≈n»: en TWNT, II, 391-396; D. M.
STANLEY, «”Become imitators of me”: the pauline conception of apostolic tradition»: Bibl 40 (1959)
859-877.
7
El uso de mayhtÆw, tan frecuente en los evangelios, continúa en el Libro de los Hechos y desaparece
totalmente en el resto del Nuevo Testamento.
8
Cf. L. CERFAUX, Le Christ dans la théologie de saint Paul (París 21954) 374-381: trad. esp. Jesucristo en
san Pablo (Bilbao 21961).
9
Rom 5, 8-9; 2 Cor 5, 18-19.
10
2 Cor 8, 9; cf. 1 Pe 2, 21.
258
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ejemplos servirán de norma a los cristianos. Cristo nos ha acogido –alusión di-
recta al ministerio de Cristo entre los judíos–, para que nosotros nos acojamos
mutuamente11. Esta imitación introduce en la vida de los cristianos una equi-
valencia de relaciones de discípulo a maestro12.
1.2. Los cristianos frente al Señor13
1. No habría que distinguir demasiado abiertamente entre el criado y el es-
clavo. Sin embargo, Pablo piensa normalmente en la condición jurídica del esclavo
en la sociedad greco-romana. Su gran tesis teológica es que el cristianismo borra
todas las distinciones, especialmente la diferencia entre el esclavo y el hombre
libre, puesto que ambos se encuentran unidos en el servicio del mismo Señor14.
Cristo ha adquirido a todos los cristianos con su muerte. A. Deissmam ha
comparado este acto con la práctica de la liberación en el mundo griego: se su-
ponía que se vendía el esclavo a dios, y con eso recobraba su libertad15. Pero el
pensamiento de Pablo es más general y, en consecuencia, más simple. Piensa en
una especie de compra, al precio de la sangre de Cristo, de todos los cristianos.
Cristo, pues, se hace el amo del hombre «rescatado». Si éste era esclavo, queda
libre por su entrada en la esfera religiosa de toda esclavitud terrestre. Por el con-
trario, el hombre libre se hace esclavo de Cristo16.
Esta tesis permite «cristianizar» las relaciones entre amos humanos y es-
clavos. Pablo lo hace, por ejemplo, en Col 3, 22-4, 1, donde habla de los amos
«según la carne»17. A la sumisión por motivos humanos contrapone la sumisión
11
Rom 15, 7. «Acogeos unos a otros como también Cristo os acogió, para gloria de Dios». Pablo piensa
en la misión terrestre de Cristo, que se ha desarrollado entre los judíos, en provecho suyo, según las
promesas que Dios había hecho a sus padres de que les enviaría al Mesías (Rom 15, 8) y se ha pro-
longado en el llamamiento de los gentiles, por pura misericordia (Rom 15, 9).
12
Cristo no aparece con el título de didãskalow. Pero hemos de recordar que la tarea del Maestro,
según los filósofos, no sólo consiste en enseñar, sino también en vivir según sus propios preceptos
ante sus discípulos. Cf. W. MICHAELIS, «mim°omai»: en TWNT IV, 663. W. Michaelis distingue tres mati-
ces distintos en el tema de la imitación: la simple comparación, la imitación consciente de un
ejemplo y la obediencia. Este último sentido de mimhtÆw sería casi exclusivo en 1 Cor 4, 16, y domi-
nante en 1 Cor 11, 1; 1 Tes 1, 6; Ef 5, 1 (art. cit., p.674-676). Esta exégesis equivale a excluir toda relación
con la vida terrestre de Jesús: «La exigencia de una imitación de Cristo no encuentra ningún apoyo
en las afirmaciones paulinas» (art. cit., p.676; cf. G. KITTEL, «ékolouy°v»: en TWNT I, 214).
13
K. H. RENGSTORF, «doËlow»: en TWNT II, 276-280.
14
1 Cor 7, 21-22; Gál 3, 28; Ef 6, 8; Col 3, 11.
15
Licht vom Osten. Das Neue Testament und die neuentdeckten Texte der hellenistisch-römischen Welt
(Tubinga 41923) 270-277.
16
Habría que pensar bien esto cuando se reprocha a Pablo que no se haya pronunciado más categó-
ricamente contra la esclavitud. Admitía, sin duda, momentáneamente el statu quo; pero el realismo
de su concepción del cristianismo implicaba un componente que traería la abolición de la esclavi-
tud a medida que se fueran imponiendo las ideas cristianas.
17
To›w katå sãrka kur¤oiw. Pablo piensa en el «Señor según el Espíritu».
259
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que va guiada por el temor del juicio del Señor18: «Lo que hagáis, hacedlo con
toda el alma, como para el Señor y no para los hombres. Sabiendo que del Señor
recibiréis la recompensa de la herencia, servid al Señor, a Cristo» (Col 3, 23-24).
El «Señor» es el Hijo de Dios que, en adelante, tiene poder de dar la herencia
celeste a quien le plazca. Él es el dispensador de los bienes de Dios. A él debe
servir todo cristiano; el cristiano en esclavitud le servirá en la persona de sus
amos. Una relación íntima y personal con Cristo se convierte en fundamento de
la moral, y las mismas relaciones humanas sirven de fundamento para trabar re-
laciones personales con Cristo.
La carta a los Efesios (6, 5-9) contiene un pasaje paralelo. Los esclavos ser-
virán a sus amos según la carne, viendo a Cristo en ellos; esclavos de Cristo,
hacen la voluntad de Dios: «Esclavos, obedeced a los amos de aquí abajo con
respetuoso temor, con la sencillez de vuestro corazón, como a Cristo; no cuando
os vigilan, como queriendo agradar a hombres, sino como esclavos de Cristo
que hacen con toda el alma la voluntad de Dios, sirviendo con solicitud, como
al Señor19 y no a hombres, sabiendo que cada uno, sea esclavo o libre, si hace
algo bueno recibirá del Señor la recompensa. Y vosotros, amos, haced lo mismo
con ellos, no recurriendo a la amenaza, sabiendo que el Amo suyo y vuestro
está en los cielos, y que en él no hay favoritismo».
En la carta a Filemón (15-16), el Apóstol insinúa con una delicadeza ex-
quisita a su discípulo Filemón, a quien va a remitir su esclavo Onésimo, que en
adelante encontrará en él, en lugar de un esclavo, un hermano muy amado. Por-
que si Onésimo es tan querido para Pablo, debe serlo doblemente para su amo
«según la carne«, ya que, a la familiaridad que une a amos y esclavos, se añade
ahora la igualdad de unos y otros ante el único «Señor».
Rom 14, 1-12 se inserta indirectamente en nuestro contexto. Es una ad-
vertencia sobre el respeto a las conciencias de los «débiles». Todos los cristianos
sirven libremente a su Señor: «Tú, ¿quién eres para juzgar a criado ajeno? Para
su propio amo está en pie o cae, pero se mantendrá en pie, pues Dios tiene
poder para sostenerlo?... Uno, por su parte, prefiere un día a otro; otro, en cam-
bio, considera iguales todos los días. Que cada uno en su manera de pensar se
forme un juicio seguro: el que está atento a tal día determinado, lo está en honor
del Señor, y el que come, come en honor del Señor, pues da gracias a Dios...
Pues ninguno de nosotros vive para sí y ninguno muere para sí; pues, si vivi-
mos, para el Señor vivimos, y, si morimos, para el Señor morimos; así que, tanto
si vivimos como si morimos, somos del Señor, pues para esto Cristo murió y
18
El sentido de kÊriow es uniforme en todo el pasaje, incluso cuando se trata de retribución: el «Señor»
es Cristo. Pablo mismo parece haber querido excluir el equívoco posible al escribir, v. 24:
t“ kuriƒ Xrist“.
19
Según el paralelo de Col, «el Señor» se ha de entender también de Cristo y no de Dios.
260
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volvió a la vida: para ser Señor, tanto de muertos como de vivos» (Rom 14, 4-8).
Actitudes opuestas pueden manifestar el único servicio del único Señor, de
donde Pablo pasa a una alternativa que le es familiar y que pertenece al fondo
de su psicología: vivir o morir por el Señor20. Al mismo tiempo se modifica el
sentido de «Señor» para designar al Cristo Soberano de la vida y de la muerte,
al Señor de los muertos y de los vivos (cf. v.9).
El tema del servicio del «Señor» modera también otros pasajes. Citemos,
por ejemplo, Col 1, 10: comportarse de una manera digna del Señor, buscando
en todo su agrado, produciendo toda clase de buenas obras. La actitud es la que
conviene a los criados para con un amo; (Ef 5, 10s.): «Sabiendo discernir
(dokimãzontew) qué es más agradable (eÈãreston) al Señor. Y no participéis en
las obras infructuosas de la oscuridad». O también (pero con un respeto reli-
gioso de liturgia) Ef 5, 17: «Entended cuál es la voluntad del Señor» (cf. Rom 12,
2); Rom 16, 18: «Esclavos de Cristo nuestro Señor».
Al título de kÊriow corresponde, evidentemente, el epíteto doËloi de los
cristianos. Antes de su conversión, los cristianos eran esclavos de la Ley, de los
elementos del mundo, del pecado; han sido liberados por Cristo, y a un mismo
tiempo se han convertido en siervos suyos, propiedad suya, con la conquista
de una libertad superior21.
2. El tema de la basileia de Cristo no se halla totalmente ausente de las
cartas paulinas22. El matiz de soberanía es, en ocasiones, perceptible en el tí-
tulo Kyrios; por ejemplo, en la fórmula tan corriente: «Jesucristo nuestro Señor».
Cristo reina en el mundo de los cristianos, sobre los muertos y los vivos (Rom 14,
9). Su soberanía es la del mismo Dios: es universal y abarca el conjunto de los
hombres y de todo el cosmos23. Las relaciones de los cristianos con su «Señor»
son asunto de su vida profunda, esencialmente religiosas, y se viven en la Igle-
sia. Cristo reina ante todo en el cielo y su reino aquí abajo es anticipación de su
reino escatológico. De todas estas consideraciones se seguiría que es imposible
un conflicto con las autoridades de este mundo24. Pablo veía las cosas de esta
20
Flp 1, 21; cf. Gál 2, 20.
21
Cf. K. RENGSTORF, «doËlow»: en TWNT II, 276-280; O. SCHMITZ, Der Freiheitsgedanke bei Epiktet und das
Freiheitszeugnis des Paulus (Gütersloh 1923); W. BRANDT, Dienst und Dienen im Neuen Testament
(Gütersloh 1931).
22
1 Cor 15, 24; Ef 5, 5; Col 1, 13. Véase L. CERFAUX, Le Chrsit dans la théologie de saint Paul (París 21954)
73-83: trad. esp. Jesucristo en san Pablo (Bilbao 21961).
23
Flp 2, 9-11. Cf. E. FUCHS, Christus und der Geist bei Paulus (Leipzig 1932) 85-95. Los paganos entien-
den las relaciones con Cristo Señor de modo distinto al de los judíos. Para éstos, el Señor Cristo es
el rey mesiánico, es elevado a la diestra de Dios y participa de la dignidad de Dios. Los cristianos de
la gentilidad ven, ante todo, la universalidad del Reino de Cristo.
24
Seremos fieles al pensamiento de Pablo si decimos que el emperador reina katå sãrka y que Cristo
reina katå pneËma. El conflicto sólo sería posible si las dos esferas de soberanía llegaran a chocar,
261
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pero eso sería indebidamente. El cristiano debe respetar el poder público, y éste posee la espada
para castigar a los culpables, los transgresores del orden: se puede dar al César lo que es del César y
a Dios lo que es de Dios. H. LOEWE, «Render unto Caesar». Religious and political loyalty in Palestine
(Cambridge 1940). El emperador sólo es soberano en el orden del mundo presente. Cristo no quiere
intervenir en el mundo presente. Se reserva el mundo futuro, donde se encuentra en casa propia.
Pablo ha debido imaginarse el imperio perseguidor. Nunca habla de él. ¿Considerará la persecución
como un error? Pero ya sabe que el Anticristo se levantará contra Dios (2 Tes 2, 3-4). Es una obra sa-
tánica, pero aún está por venir. No existe, pues, conflicto en el mundo en el momento en que Pablo
escribe 2 Tes. El emperador es el soberano legítimo del mundo político. Los cristianos tienen, al
menos, dos ciudadanías. Esto resulta imaginable para Pablo, que goza de tres ciudadanías en este
mundo, siendo judío, ciudadano de Tarso y ciudadano romano. Puede añadir una cuarta, el
pol¤teuma celeste (Flp 3, 20). El cristiano, en cuanto cristiano, es ciudadano del cielo. Así como Pablo,
en cuanto ciudadano romano, puede apelar al César, y no dejará de hacerlo, también el cristiano
puede apelar a Dios y a Cristo. Lo hará en las persecuciones.
25
Cf. L. CERFAUX-J. TONDRIAU, Un concurrent du Christianisme. Le culte des souverains dans la civilisa-
tion gréco-romaine (París 1957).
26
Cf. 2 Cor 11, 3.
262
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de una mujer (que representa a los cristianos), quien, tras la muerte de su ma-
rido, es libre para contraer nuevas nupcias. El cristiano se encuentra frente a la
Ley judía en la situación de esa mujer liberada por la muerte de su cónyuge,
libre para pertenecer a otro esposo. Y este otro es El que ha resucitado de entre
los muertos (v. 4).
La teoría asume un acento muy realista en 1 Cor 6, 15-20. Ya no se trata allí
de la unión conyugal, sino de cualquier unión de sexos: unirse con la prostituta
es como arrancar un miembro de Cristo para forman un solo cuerpo con la
prostituta, según el texto del Génesis citado a propósito del matrimonio: «Y
serán dos en una sola carne». Por el contrario, «el que se une al Señor es un solo
espíritu con él».
4. Nuestras relaciones con «Cristo nuestro Señor» no son simplemente
jurídicas. De ahí que la soberanía de Cristo, su autoridad en todas sus formas,
es una verdadera realización del Reino de Dios; nuestras relaciones con él ad-
quieren un matiz cultural más o menos marcado.
Cuando Pablo se gloría de su título de «siervo de Jesucristo»27, trata de
reivindicarlo como un privilegio apostólico28. Pero también la vida cristiana
es, a su modo, un servicio de Cristo. El consejo dado a los romanos:
t“ pneÊmati z°ontew, t“ kuriƒ29 douleÊontew, tª §lp¤di xa¤rontew (Rom 12,
11s) lleva un acento litúrgico que lo relaciona con Hch 13, 2, donde se trata de
un verdadero culto.
El servicio del Señor comporta evidentemente una renovación espiritual
(Rom 7, 6). Las obras buenas, la paz, la alegría en el Espíritu culminarán este
servicio (Rom 15, 13).
Hablando de la colecta en favor de los santos de Jerusalén (2 Cor 9, 12), el
Apóstol la designa con la fórmula: el servicio (diakon¤a) de esta «liturgia». Sin
duda, la palabra liturgia puede aplicarse o bien a una celebración oficial cual-
quiera, o bien al culto. La idea cultual nos la sugiere aquí diakon¤a. La colecta,
inspiración de la caridad cristiana, es como una prestación cultual, ofrenda
hecha «a los Santos». A este mismo propósito, en Rom 15, 31, Pablo deseará que
esa celebración sea agradable (eÈprÒsdektow) a los Santos. La fórmula sigue te-
niendo sabor litúrgico.
El servicio de la fe cristiana es también una liturgia. Pablo dirá: «Con todo,
aunque me vierta como libación en el sacrificio litúrgico de vuestra fe, me ale-
27
Rom 1, 1; Gál 1, 10. Para el sentido cultual de doËlow en el Antiguo Testamento, cf. K. H. RENGSTORF,
«doËlow»: en TWNT II, 269-272.
28
Flp 1, 1; Col 4, 12.
29
El texto occidental trae la variante kairv.
263
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gro y me congratulo» (Flp 2, 17)30. Esta fe consiste en que los filipenses son «irre-
prensibles y sencillos, hijos de Dios inmaculados en medio de una generación
torcida y perversa, en la que brilláis como astros en el universo» (Flp 2, 15): re-
presenta toda la vida cristiana en su pureza y su fervor. La labor apostólica de
Pablo ha producido esta vida: y corona su obra derramando su sangre como
una libación sobre el sacrificio31. El vínculo entre el culto espiritual y el com-
portamiento santo aparece asimismo en Rom 12, 1-2: «Así, pues, hermanos, por
la misericordia de Dios os exhorto a ofrecer vuestros cuerpos –víctima viva,
santa, agradable a Dios– como vuestro culto espiritual. Y no os adaptéis al es-
quema de este mundo, sino id transformándoos por la renovación de vuestra
capacidad de juicio, para que podáis vosotros discernir cuál es la voluntad de
Dios, lo mejor, lo que más le agrada, lo más perfecto».
El servicio del Señor adquiere así aspecto de culto. Es el culto espiritual
que tributamos a Dios y que pasa por Cristo nuestro Señor, que ocupa el lugar
de Dios.
Se señala también otro ahondamiento de carácter teológico en nuestras re-
laciones con el Señor. No sólo le pertenecemos jurídicamente, sino también por
una propiedad que alcanza el fondo de nuestro ser. Los efectos de su muerte y de
su resurrección se inscriben desde ahora en la realidad de nuestras vidas sobre-
naturales (1 Cor 6, 19-20; su servicio implica una renovación espiritual (Rom 7, 6).
30
Cf supra, p.232.
31
El vocabulario eÈarest°v, eÈãrestow, eÈar°stvw está limitado a la literatura paulina (ordinaria,
más Tito y Hebreos). Sobre todo esto véase A. M. DENIS, «La fonction apostolique et la liturgie nou-
velle en esprit»: RPhTh 42 (1958) 401-436; 617-656. Hay en eÈãreston (agradable) un matiz litúrgico
que recuerda los sacrificios de «agradable olor». Esto es evidente en Rom 12, 1; Flp 4, 18; cf. Heb 12,
28 (eÈar°stvw).
32
H. SEESEMANN, Der Begriff KOINONIA im Neuen Testament (BZNW, 14) (Giessen 1933); E. DINKLER,
Prädestination bei Paulus, en Festschr. f G. Dehn (Neukirchen-Moers 1957) 81-102; J. KÜRZINGER,
«SummÒrfouw t∞w eikÒnow toË uioË éutoË (Röm 8, 29)»: BZ NF 2 (1958) 294-299.
33
Según la tradición evangélica, Jesús promete a sus discípulos que tendrán la dignidad de hijos de
Dios, asemejándose a su Padre (Mt 5, 9. 45; Lc 6, 35). La fórmula que tan a menudo asoma a sus la-
bios: «vuestro Padre que está en los cielos» hace que nos remontemos a la visión escatológica del Hijo
del hombre y de los Santos del Altísimo en el Libro de Daniel (cf. Lc 6, 35). Los Santos del Altísimo
son los ángeles, los «hijos de Dios» y los hombres se les asimilan. Son los hijos de la luz (Lc 16, 8), que
se igualan a los ángeles por la resurrección (según el texto de Lc 20, 36: hijos de la resurrección. La
tradición textual duda con razón). En Mt 17, 26 aparece un tema en el que juega una experiencia de
la expansión de vida que procura la confianza en la paternidad de Dios. Los reyes de la tierra no so-
264
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mero en utilizar la palabra técnica ufloyes¤a, que, por lo demás, y como ya lo ve-
remos, la pliega a su propia concepción. Para él, el Padre es la fuente de todo lo
que los hombres entienden cuando emplean el término patriã34, toda «pater-
nidad» procede de él. Él es el Padre de la misericordia y de la consolación, el
Padre de nuestro Señor Jesucristo y Padre nuestro (2 Cor 1, 2-3). El Padre nos
constituye en hijos suyos.
Por lo tanto, vamos a reservar este artículo a los desarrollos más avan-
zados que san Pablo consagra a la cualidad de hijos, privilegio de los
cristianos (filiación escatológica y actual, plan divino que se remata conce-
diéndonos este don).
Las dos fuentes de la teología del Apóstol se manifiestan claramente en
su teoría de la filiación, la anticipación de la escatología (según el tema tradi-
cional de la herencia) y la presencia del Espíritu Santo. Por afán de fidelidad al
desarrollo del pensamiento primitivo, comenzaremos por la filiación escato-
lógica, lo cual nos expone a un inconveniente: en Rom 8, donde Pablo trata
sobre la filiación del modo más explícito, considera la filiación escatológica
como un despliegue de la filiación presente.
2.1. «Filiación» escatológica
La última frase de la acción de gracias de 1 Cor, «¡Fiel es Dios, por quien
fuisteis llamados a compartir la vida de su Hijo Jesucristo nuestro Señor!» (1 Cor
1, 9), pertenece a una exposición apocalíptica en la que Pablo insiste en la ex-
pectativa de la parusía. En este contexto, atribuiremos un alcance escatológico
a la «comunión» con el Hijo de Dios. Es en la parusía cuando se realizará, por la
resurrección, la expectativa que se apoya en la firmeza de la promesa divina.
Recuérdense las exhortaciones dirigidas a los cristianos de Tesalónica y la es-
peranza que Pablo despertaba en ellos de que «siempre estaremos con el Señor»
(1 Tes 4, 17). Los cristianos serán los compañeros del triunfo de Cristo resucitado
de entre los muertos (2 Tes 1, 10), tendrán parte en la gloria del «Hijo de Dios».
Leemos en Rom 8, 18-23 una «elevación» teológica sobre la gloria que es-
pera a los cristianos –ya ahora hijos de Dios–, en la resurrección de los cuerpos:
«Pues opino que los sufrimientos del momento actual no tienen comparación
con el esplendor que se nos va a manifestar35. Es que la espera ansiosa de la cre-
ación anhela la revelación36 de los hijos de Dios... la creación misma será
meten a sus hijos a los tributos y a las cargas que imponen a los extraños: «los hijos son libres».
34
Ef 3, 15. Cf. Hch 3, 25 para el sentido de patr¤a, con el significado de pueblo (procedente de un an-
tepasado común).
35
La expresión recuerda a Gál 1, 16: «Revelarme a su Hijo». Se trata de una manifestación esplendorosa
de la gloria del Hijo de Dios en nosotros (cf. 2 Tes 1, 10).
36
La «revelación» (épokãliciw, 8, 19) en un sentido muy concreto de manifestación celeste en la gloria.
265
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37
La incorruptibilidad –vinculada a la gloria– pertenece a Dios y a los seres celestes.
38
Según la imagen escatológica, muy conocida, el mundo antiguo da a luz con dolor al mundo nuevo.
Esta imagen, con la doctrina que representa, basta sin duda para explicar la unidad del cosmos (que
procede de la creación). A los modernos les gusta transponer todo esto siguiendo una filosofía.
39
La presencia del Espíritu en nosotros aviva nuestra expectativa y la transforma en esperanza cierta
de nuestra salvación.
40
Ufloyes¤an. Una lectura de D, G, it. P46 (3) suprime la palabra. P. Benoit adopta la lectura breve y de-
duce las consecuencias exegéticas. Cf. «”Nous gémissons attendant la délivrance de notre corps”
(Rom VIII, 23)»: Mélanges Jules Lebreton, I: RSR 39 (1951) 267-280 [=Exégèse et Théologie, II (París
1961) 41-52].
41
TØn épolÊtrvsin toË s≈matow ≤m«n.
42
Los bienes que nos esperan y que se nos han preparado superan nuestro conocimiento humano.
Sin embargo, la oración del Espíritu es consciente en nosotros, es nuestra en cierto modo; por lo
demás, Pablo dirá que el Espíritu nos manifiesta los bienes que Dios nos reserva, 1 Cor 2, 10. En el
pasaje correspondiente de Gál 4, 6, el Espíritu presente en nuestros corazones (nuestras inteligen-
cias) y, por lo mismo, en la esfera de la percepción inteligente, clama «Abbá, Padre». Rom 8, 15 es más
concreto: «Recibisteis espíritu de adopción filial, por el que gritamos «¡Abbá!, ¡Padre!». El Espíritu en
persona testifica, junto con nuestro espíritu...». Pero aquí la investidura de hijos ya está realizada.
43
Más bien, nuestra pertenencia a una ciudad.
44
Tå pãnta. Incluso la materia, nuestros cuerpos de carne están envueltos en este poder de transfi-
guración a su imagen que Dios le concede. Se trata de una creación de orden espiritual, que
reemplaza a la primera creación.
266
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45
Sab 2, 18: el justo es hijo de Dios; cf. 5, 5.
46
Cf. Rom 8, 15.
47
Cf. p.254s.
48
Primera aparición de una antítesis que, precisada por la idea de la encarnación, está llamada a gozar
de un porvenir tan hermoso. Cf. L. CERFAUX, Le Christ dans la théologie de saint Paul (París 21954)
372: trad. esp. Jesucristo en san Pablo (Bilbao 21961).
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49
Cf. el logion de Mt 10, 20. Cf. las declaraciones del Bautismo y de la Transfiguración.
50
Cf. p.235s.
51
T°kna yeoË. El sentido no es muy diferente de uflo‹ yeoË, excepto, quizá, que se percibe con menos cla-
ridad el nexo con el Hijo (uflÒw) de Dios.
52
Cf. L. CERFAUX, Le Christ dans la théologie de saint Paul (París 21954) 335: trad. esp. Jesucristo en san
Pablo (Bilbao 21961).
53
El plan de salvación universal coincide con el plan de la creación. En la síntesis de la carta a los ro-
manos, el plan de la creación parece que se abandona en beneficio del plan de salvación por la
redención. En realidad, no se abandona por lo que respecta a la salvación universal.
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54
Nótese, por ambas partes, el ágape, la elección, la predestinación, la condición de hijos, la glorifica-
ción.
55
San Pablo emplea el término koinvn¤a, «comunidad» o «comunión», a propósito de la condición de
hijos que compartimos con Cristo (1 Cor 1, 9), cuando trata de la unión especialísima que contrae-
mos con Cristo (1 Cor 10, 16) y para caracterizar nuestra participación en los sufrimientos de Cristo
en su Pasión (Flp 3, 10; cf. 2 Cor 1, 7 (koinvnÒw). Nos creemos con derecho a extender la aplicación
hasta la unión producida en nosotros por el rito bautismal, que ha podido condicionar el desarro-
llo del tema de la unión a los sufrimientos de Cristo. El uso del término koinvn¤a podría remontarse
a la comunidad primitiva. Sin embargo, es raro en el Nuevo Testamento fuera de Pablo. El Libro de
270
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los Hechos sólo lo emplea una vez, pero en un pasaje en el que describe la vida de la Iglesia apostó-
lica. Josefo caracteriza con este término la estrecha unión que existía entre los miembros de la
comunidad judía. Pablo emplea el término en una proporción bastante importante (Hch, una vez;
cartas paulinas, trece veces; Heb, una vez; 1 Jn, tres veces), ya sea en el sentido normal de relación,
de comunidad (2 Cor 6, 14; Gál 2, 9), ya con aplicaciones especiales que pueden dar lugar a un sen-
tido técnico (la colecta en favor de los santos de Jerusalén), o, al menos, a una profundización
teológica. Esto sucede cuando el término se aplica excepcionalmente al Espíritu Santo (2 Cor 13,
13), o más corrientemente a Cristo. En este ultimo caso, uno se ve tentado a veces de traducir
koinvn¤a por unión mística. Más adelante examinaremos esta cuestión.
56
W. HEITMÜLLER, Taufe und Abendmahl bei Paulus (Gotinga 1903); O. CULLMANN, Le culte dans l’É-
glise primitive (Neuchâtel 41945); FR.-J. LEENHARDT, Le Baptême chrétien (París 1954) ; W. F.
FLEMMINGTON, New Testament doctrine of baptism (Londres 1948); R. SCHNACKENBURG, Das Heils-
geschehen bei der Taufe nach dem Apostel Paulus. Eine Studie zur paulinischen Theologie (Munich
1950); A. GRAIL, «Le baptême dans l’épître aux Galates»: RB 58 (1951) 503-520; O. KUSS, «Zur pau-
linischen und nachpaulinischen Tauflehre im Neuen Testament»: TGl 52 (1952) 401-425; R.
SCHNACKENBURG, «Er hat uns mitaurferweckt. Zur Tauflehre des Epheserbriefes»: LitJahrb 2 (1952)
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551; E. STOMMEL, «”Begraben mit Christus” (Röm., 6, 4) und der Taufritus»: RömQ 49 (1954) 1-20;
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vivre avec Jésus-Christ selon saint Paul»: RHPR 36 (1956) 101-112; J. KREMER, Was an den Leiden
Christi noch mangelt (Bonn 1956); G. BORNKAMM, «Herrenmahl und Kirche bei Paulus»: ZTK 53
(1956) 312-348; H. SCHLIER, Die Zeit der Kirche. Exegetische Aufsätze und Vorträge (Friburgo de Br.
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57
Hch 2, 38.
271
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Lucien Cerfaux
58
De ahí las fórmulas «bautizar en el nombre de (alguien)» (1 Cor 1, 13-15), bautizar en Moisés (en la
nube y en el mar) (1 Cor 10, 2).
59
Muy pronto debieron de acercarse las dos fórmulas de la fe cristiana: el bautismo perdona los pe-
cados, la muerte de Cristo es expiatoria. De ahí se deducía que el bautismo «inicia» en la muerte de
Cristo. Hecho esto, era natural ver en las ceremonias del bautismo gestos simbólicos con el signifi-
cado de que el bautizado muere con Cristo. La explicación de R. SCHNACKENBURG («Todes- und
Lebensgemeinschaft mit Christus. Neue Studien zu Rom., 6, 1-11»: MTZ 6 (1955) 32-53), mediante
la teoría de la personalidad representativa de un pueblo o de una raza, en absoluto nos parece su-
gerida por este pasaje de Rom, en el que no se trata del Nuevo Adán. Incluso si se quisiera ver ya una
alusión a este último tema en la fórmula «nuestro hombre viejo» del v. 6 (donde la contraposición
más bien se establece simplemente con la novedad de vida del bautizado), la alusión sería tan se-
cundaria y lejana que no debería influir en la explicación de un pasaje en el que intervienen
imágenes muy distintas. Cf. A. OEPKE, art. cit., p.539.
272
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que también resucitasteis con él por vuestra fe en la energía de Dios que lo des-
pertó de entre los muertos» (Col 2, 11-12).
2. Según la tradición primitiva60, el Espíritu Santo interviene en el bau-
tismo cristiano61. El Apóstol conserva esta conexión: «Pues con un mismo
Espíritu todos nosotros, judíos o griegos, esclavos o libres, fuimos bautizados
para formar un cuerpo, y todos bebimos un mismo Espíritu» (1 Cor 12, 13)62. Ya
sabemos que Pablo conjuga la eficacia del mensaje y la del bautismo. Hay tex-
tos que parecen sintéticos. Citemos 1 Cor 6, 11: «Pero os lavasteis, pero fuisteis
santificados, pero fuisteis justificados gracias al nombre de Jesucristo el Señor,
y gracias al Espíritu de nuestro Dios»63. El nombre del Señor Jesucristo une el sa-
cramento con el mensaje: cf. Rom 10, 9. Es más claro en este aspecto 2 Tes 2,
13s., donde el Apóstol da gracias por la elección que Dios ha hecho de los tesa-
lonicenses: «Porque os eligió Dios como primicias para obtener la salvación
mediante la santificación, obra del Espíritu, y la fe en la verdad64, para lo cual os
llamó a través de nuestro evangelio, a fin de adquirir la gloria de nuestro Señor
Jesucristo». La santificación por el Espíritu se refiere al bautismo.
En el texto de Rom 6, 3-13, ¿no se podría considerar el bautismo como
una dramatización del mensaje, que representara la sepultura de Cristo, entre
su crucifixión y su resurrección, sugiriendo a ambas? Pablo recordaba a los gá-
latas, a propósito de su primera predicación (Gál 3, 2), que Jesucristo había sido
descrito ante sus ojos como crucificado (Gál 3, 1). ¿No tendría en mente la ce-
remonia de su bautismo? En ese momento habían recibido el Espíritu Santo y
se habían producido manifestaciones milagrosas en su comunidad (Gál 3, 5)65.
60
El Espíritu Santo se había manifestado en el bautismo de Jesús: los cuatro evangelios insisten en una
visión del Espíritu concedida ya a Jesús (los sinópticos), ya al Bautista. Este último anunciaba para
el bautismo cristiano una efusión del Espíritu (Mt 3, 11 y par.). Lucas ha recordado la profecía al co-
mienzo del Libro de los Hechos, condensándola en la formula: «Vais a ser bautizados con Espíritu
Santo» (Hch 1, 5). Y la ve realizada en la efusión del Espíritu de Pentecostés. Además, el bautismo
cristiano, para él, va acompañado normalmente de carismas que manifiestan la efusión del Espí-
ritu (Hch 19, 5 ss.).
61
Cf. J. COPPENS, «Baptême»: en DBSup I, c. 895-902.
62
Cf. Gál 3, 28.
63
La dinámica de la frase nos invita a hacer que los sentidos concretos de épeloÊsasye y de ≤giãsyhte
repercutan sobre el verbo dikaiÒv; concretamente, la justificación se identifica con la santificación
por el Espíritu.
64
En ègiasm“ pneÊmatow ka‹ p¤stei élhye¤aw. La santificación del Espíritu debe representar, como
en 1 Tes, Col y Gál, la manifestación de la presencia del Espíritu en los carismas. Pero esta presencia
ha «santificado». Probablemente se tiene a la vista el bautismo que ha producido la santificación
subyacente a los carismas.
65
Para la síntesis dogmática católica, léase J. COPPENS, «Baptême»: en DBSup I, c. 901s. Recuerda las
ponderadas conclusiones de Tobac: «Los católicos siempre han sostenido que la fe, acto de inteli-
gencia y de voluntad, por el cual el hombre se adhiere a la revelación divina, es el fundamento de la
salvación; que la fe que justifica es aquella cuya forma es la caridad y que opera por la caridad; esta
273
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justicia que la fe proporciona es interior y real, y deriva de la unión con Cristo glorificado; que, fi-
nalmente, esta caridad, que perfecciona la fe sin entrar en su esencia como parte integrante, es el don
del Espíritu normalmente comunicado en el bautismo y cimiento de nuestra pertenencia a Cristo.
Pero, ¿cómo puede atribuir san Pablo los mismos efectos a la fe y al bautismo? La fe siempre será la
adhesión intelectual y libre del hombre a los designios salvíficos de Dios en Cristo. Pero, cuando san
Pablo atribuye la justicia y la vida a la fe, ¿lo entiende únicamente en el sentido de una persuasión
firme y divina? No lo parece. La fe engendra la humildad, el arrepentimiento, el deseo de conver-
sión, la confianza y el amor; la fe lleva al bautismo, donde se opera la reconciliación, donde la justicia,
la adopción, la vida divina, se convierten en herencia nuestra. Y se plantea la cuestión de saber si la
fe que justifica, de Pablo, no es más bien la nueva economía cristiana basada en la fe en Cristo y
opuesta a la economía de la Ley fundada en las propias obras».
66
Para una bibliografía general sobre la Cena, cf. TWNT III, 726 (hasta el año 1937); VI, 135; W. GOOS-
SENS, Les origines de l’Eucharistie. Sacrament et sacrifice (Lovaina 1931); P. NEUENZEIT, Das Herrenmahl.
Studien zur paulinischen Eucharistieauffassung (Munich 1960).
67
Pablo dice aquí «Israel según la carne», porque esos sacrificios se acercan de un modo extraño al pa-
ganismo. No insiste, pero su pensamiento seguiría fácilmente las vías que nosotros conocemos
gracias a la carta a los Gálatas: así como las fiestas y observancias judías presentan confusas analo-
gías con los cultos de los dioses cósmicos, así también sus sacrificios; los sacrificios sangrientos
constituyen una sola y misma institución religiosa.
68
Pablo hiere el espíritu de los corintos empleando para la Cena sus maneras de expresarse a propó-
sito de los sacrificios paganos; cf. v.21: potÆrion kur¤ou p¤nein, trap°zhw kur¤ou met°xein. Cf. A.
DEISSMANN, Licht vom Osten. Das Neue Testament und die neuentdeckten Texte der hellenistisch-rö-
mischen Welt (Tubinga 41923). Véase también Mal 1, 7-21. El mismo pasaje del Cántico de Moisés, Dt
32, 17-22, proporciona a san Pablo dos fórmulas: diamon¤oiw ka‹ oÈ ye“ yÊousin (1 Cor 10, 20) y
arazhloËmen tÚn kÊrion (1 Cor 10, 22).
69
Cf. J. WEISS, Der erste Korintherbrief (Kris.-exeg. Kommentar) (Gotinga 1910) 261s.
274
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70
En ambos casos, Pablo recurre a la fórmula ¶n s«ma (1 Cor 6, 16; 10, 17).
71
Como el agua del bautismo no es el sepulcro, Pablo no se apoyaba en la identidad, como lo hace en
nuestro contexto.
72
El mismo Pablo ha comparado el banquete de la Cena y el bautismo; cf. 1 Cor 10, 1-4. Todo el pasaje
1 Cor 10, 1-13 sirve de introducción al gran contexto en que el Apóstol, poniendo de relieve la Cena,
trata de alejar a los corintios de la asistencia a las ceremonias religiosas paganas.
73
Pablo parece inspirarse en el Cántico de Moisés, Dt 32, 17-22, utilizado cuando insistía en el carác-
ter sacrificial de la Cena.
74
La crítica se extravía al constatar que Pablo, en 1 Cor 10, 16-22, ha mantenido hasta el fin (cf v. 21)
un orden que invierte el lugar del pan y del cáliz. ¿Conocería dos tradiciones distintas para la cele-
bración eucarística? Cf. L. CERFAUX, «La multiplicacion des pains dans la liturgie de la Didachè»:
StudBiblOr II (Roma 1959) 377s.
275
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75
Cf. supra, p.43-45.
76
Cf. P. PARRÉ, Yl›ciw et le concept des tribulations dans les épîtres pauliniennes (Lovaina 1954) 14-16.
77
Cf. Lc 24, 26; Hch 17, 3.
78
Cf. L. CERFAUX, Le Christ dans la théologie de saint Paul (París 21954) 97: trad. esp. Jesucristo en San
Pablo (Bilbao 21961); P. PARRÉ, op. cit., p.29.
276
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79
Persecuciones (divgmÒw), tribulaciones, padecimientos, son términos que en realidad son casi si-
nónimos. Cf. 2 Ts 1, 4-5; 1 Ts 2, 14; Flp 1, 29 (sufrir por Cristo); 1 Cor 12, 26.
80
Única utilización de sumpãsxv en este tema, y cf. 1 Cor 12, 26.
81
Cf. L. CERFAUX, Le Christ dans la théologie de saint Paul (París 21954) 97: trad. esp. Jesucristo en san
Pablo (Bilbao 21961).
82
Los verbos compuestos con sun son frecuentes en el lenguaje paulino y no son propios para deno-
tar la unión, para la Pasión. Se puede hacer la lista siguiente:
1) Para la escatología (anticipada, a veces):
sunzãv: Rom 6, 8; 2 Cor 7, 3; 2 Tim 2, 11.
sunzvopoi°v: Ef 2, 5; Col 2, 13.
sinege¤rv: Ef 2, 6; Col 2, 12; 3, 1.
sunkay¤zv: Ef 2, 6.
sunbasileÊv: 1 Cor 4, 8; 2 Tim 2, 12.
sundojãjv: Rom 8, 17.
2) A propósito de la muerte de Cristo:
sunpãsxv: Rom 8, 17; 1 Cor 12, 26.
sunstaurÒv: Rom 6, 6; Gál 2, 20.
sunapoynÆskv: 2 Cor 7, 3; 2 Tim 2, 11.
sunyãptomai: Rom 6, 4; Col 2, 12.
La mayoría de los verbos de estas dos series pertenecen al lenguaje griego común. Pueden ser
empleados metafóricamente; Bauer señala para sunyãptomai Licurgo (siglo IV a. de J. C.):
sunetãfh to›w toÊtvn s≈masin ≤ t«n Ellhn«n §leuyer¤a.
3) Otras formaciones análogas en los pasajes cristológicos:
summorf¤zomai: Flp 3, l0; cf. sÊmmorfow: Rom 8, 29; Flp 3, 21.
sÊnfutow: Rom 6, 5.
sunklhronÒmow: Rom 8, 17; Ef 3, 6.
sunoikodom°v: Ef 2, 22.
sunm°toxow: Ef 3, 6; 5, 7.
277
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En algunos casos, como para sunoikodom°v, ha de excluirse con toda probabilidad un signifi-
cado místico.
4) Otras palabras compuestas según el mismo modelo: sunstenãzv, sumpol¤thw, sunkoinvn°v
(sunkoinvnÒw), sunstrati≈thw.
5) Un caso especial es el de sÊssoma. Cf. L. CERFAUX, Théologie de l’Église suivant saint Paul (París
21954) 251: trad. esp. La Iglesia en san Pablo (Bilbao 1959); B. MCGRATH, «Sun Words in St. Paul»: CBQ
14 (1952) 219-226. La verdad misma de todos estos ejemplos basta para demostrar que no se puede
sacar ninguna conclusión de la forma lexicográfica como tal.
83
Cf. L. CERFAUX, «L’antinomie paulinienne de la vie apostolique»: RSR 39-40 (1951-1952) 231-235 [=Re-
cueil Lucien Cerfaux, II (Gembloux 1954) 455-467].
84
Cf. L. CERFAUX, Le Christ dans la théologie de saint Paul (París 21954) 25-26; 88-89: trad. esp. Jesucristo
en san Pablo (Bilbao 21961); «L’antinomie paulinienne de la vie apostolique»: RSR 39-40 (1951-1952)
231-235 [= Recueil Lucien Cerfaux, II (Gembloux 1954) 455-467].
278
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85
Para la consolación, sinónimo, o al menos paralelo, del gozo en el Espíritu Santo, cf. P. PARRÉ, Yl›ciw et
le concept des tribulations dans les épîtres pauliniennes (Lovaina 1954) 74. Gozo y consolación están
vinculados antitéticamente con tribulación, persecución, sufrimiento. Hay en ello un tema y una
experiencia cristiana. Cf. J. DUPONT, Les Béatitudes (Brujas 1954) 135, n. 1; R. BULTMANN,
«égalliãomai»: en TWNT I, 19-20; W. NAUCK, «Freude im Leiden. Zum Problem einer urchristlichen
Verfolgungstradition»: ZNW 46 (1955) 68-80. (La alusión al tema del gozo en los sufrimientos, en Bar.
sir., se remontaría a las persecuciones de los Macabeos).
86
Provisionalmente, consideramos como aceptada la autenticidad de las cartas de la cautividad. Cf.
Libro IV.
87
Cf. L. CERFAUX, Saint Paul et le «Serviteur de Dieu» d’Isaïe, en Miscellanea Biblica et Orientalia A. Mi-
ller = Studia Anselmiana, fasc. 27-28 (1951) 351-365 [= Recueil Lucien Cerfaux, II (Gembloux 1954)
439-454].
88
Es probable que debamos entender esto paralelamente a Col 1, 27: «Cristo en vosotros, la esperanza
de la gloria.» Los sufrimientos de Pablo, que van unidos a su apostolado entre los gentiles, repre-
sentan para estos una seguridad de la gloria celeste.
279
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lio de Dios, para que la oblación de los gentiles sea aceptada, santificada por el
Espíritu Santo».
Conclusión
El tema que hemos seguido se acomoda a contextos de ideas bastante
distintas: la apocalíptica, las antítesis cristológicas y las preocupaciones apos-
tólicas de san Pablo. Es quizá una razón para desconfiar de una síntesis global
a la que pudiera darse el título de «mística de la Pasión».
Lo que nosotros llamaríamos el fondo teológico de la unión con los pa-
decimientos de Cristo está constituido en realidad por el apocalipsis
(tribulaciones del final de los tiempos, tribulaciones y persecuciones mesiáni-
cas) y por la noción más general de la unión en la muerte y en la vida de Cristo
resucitado, tal como nos lo ofrece la eficiencia del mensaje, o bien la del bau-
tismo y la de la Cena.
Ciertamente, este fondo teológico sostiene toda una experiencia del Após-
tol, las primeras persecuciones, la necesidad de superar las tentaciones de sus
cristianos, sus éxitos apostólicos y las humillaciones de una vida tan poderosa en
Dios, expuesta siempre a las humillaciones, a las flaquezas y a las contradiccio-
nes de su carrera. Semejante experiencia, en sí, no debe llamarse mística, si con
ello se supone la conciencia de una unión misteriosa con Cristo doliente, na-
cida del sentimiento del amor y de una gracia especialísima. Sin pretender negar
la existencia de esta mística, no vemos cómo apoyarla en textos concretos89. Pre-
ferimos atenernos a la explicación que hasta aquí hemos propuesto. La teología
de Pablo no parece orientada hacia una introspección de sus estados del alma.
Más bien describe, valiéndose de la filosofía de la época, estados reales, lo que
nosotros llamaríamos el ser cristiano. Uno de los componentes de este «ser» es
nuestra participación en los sufrimientos y en la muerte de Cristo. Digamos que
esta participación sigue siendo misteriosa. Y lo es doblemente: primero, en
cuanto que toca lo íntimo de nosotros mismos y lo transforma, asemejándolo a
un acontecimiento que ha tenido lugar en la existencia de Cristo Salvador; luego,
porque Dios no se limita a crear en nosotros una semejanza, sino que va más
lejos, hasta querer que la transformación sea más que a imagen de Cristo y que
continúe en nosotros la «realidad» de vida que primeramente fue creada en
Cristo, muerto y resucitado. La semejanza se acerca, así, a la identidad.
3.4. La comunión en la «vida» de Cristo
1. Volvemos con esto al tema fundamental procedente del mensaje apos-
tólico, que, ante todo, fue la resurrección de Cristo, fuente de salvación futura
89
Los compuestos de sun ciertamente no bastan. Cf. supra, p.253ss.
280
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281
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90
2 Cor 6, 9; 13, 4. Cf. L. CERFAUX, «L’antinomie paulinienne de la vie apostolique»: RSR 39-40 (1951-
1952) 231-235 [=Recueil Lucien Cerfaux, II (Gembloux 1954) 455-467].
91
2 Cor 4, 10-12.
92
Cf. Rom 8, 13; 2 Cor 2, 16 (vida).
93
Cf. L. CERFAUX, Le Christ dans la théologie de saint Paul (París 21954) 69-171: trad. esp. Jesucristo en san
Pablo (Bilbao 21961).
94
Cf. ibid., 276-281.
95
Como por lo demás en la teología joánica. El tema se remonta a la enseñanza de Jesús (véanse, es-
pecialmente, las controversias).
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tiano muere para vivir. Vive una vida nueva que renueva su ser en sus profun-
didades, y, tras haberlo separado del pecado, le permite dilatarse en una esfera
de santidad.
De paso, hemos subrayado la estrecha conexión que existe entre la vida que
procede de Cristo y las actividades del Espíritu Santo. ¿Llegará esta conexión hasta
identificar a Cristo con el Espíritu? Tenemos que considerar bien este problema,
porque una respuesta afirmativa haría vacilar peligrosamente nuestra síntesis.
Nos hemos negado a pronunciar la palabra «mística», a propósito de la
participación del cristiano en la Pasión de Cristo. Puesto que, de un modo más
general, se habla de una mística de Cristo, que estaría a la base de la teología
paulina, no podremos esquivar este otro problema.
Por tanto, en este capítulo dedicado a la teología de la unión del cristiano
con Cristo, nos quedan por tratar dos últimas cuestiones: el Espíritu y Cristo en
la «vida» de los cristianos, y la mística paulina.
103
E. FUCHS, Christus und der Geist bei Paulus (Leipzig 1932); R. STÄHLIN, Der Herr ist der Geist, en Kos-
mos und Ekklesia, Festschr. F. W. Stählin (Kesel 1953) 40-54; W. LUCK, «Historische Fragen zum
Verhältnis von Kyrios und Pneuma bei Paulus»: TLZ 85 (1960) c. 845-848.
104
Para respetar la síntesis de la carta a los Romanos, hemos preferido reservar el estudio de estos temas
para el capítulo dedicado a la «justicia».
285
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105
Este pasaje (Rom 8, 9-11) nos permite darnos cuenta del arte, casi virtuosismo, con el que san Pablo
junta temas sin por ello confundirlos. «Vosotros, en cambio, no estáis en el orden meramente car-
nal, sino en el del espíritu, si realmente habita en vosotros el Espíritu de Dios». La antítesis
carne-Espíritu ha traído, pues, el tema de la habitación del Espíritu Santo. La reflexión de que el Es-
píritu es el Espíritu de Cristo atrae la idea de la pertenencia del cristiano a Cristo: «Si alguno no tiene
realmente el Espíritu de Cristo, ése no es de él (oÈk ¶stin aÈtoË)» Luego, sigue con esta idea de que
la propiedad de Cristo resucitado sobre el cristiano produce la «vida de justicia» (la justicia inter-
viene aquí a causa del contexto de Rom): «Si Cristo está en vosotros (hemos de entender: si la vida
de Cristo está en vosotros), aunque el cuerpo siga sujeto a la muerte a causa del pecado, el espíritu
(con el sentido de «vuestra alma»), sin embargo, es vida a causa de la justicia». La palabra «vida» per-
tenece al tema de la resurrección, y Pablo va a desarrollar un nuevo paralelo entre el Espíritu y Cristo:
«Si realmente el Espíritu de quien despertó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que
despertó a Cristo de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales por medio de
su Espíritu, que habita en vosotros».
106
El vocabulario «vida» puede aliarse con el Espíritu: cf. Rom 8, 6; Gál 5, 25. El verbo «habitar» puede
decirse de Cristo (Ef 3, 17); sin embargo, habrá una diferente calificación: el Espíritu habita como en
un templo, Cristo habita en virtud de la fe.
107
Cf. A. WIKENHAUSER, Die Christusmystik des Apostels Paulus (Friburgo de Br. 21956) 50; F. NEUGEBAUER,
«Das paulinische “In Christo”»: NTS 4 (1957-1958) 124-138.
286
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108
Cierta flexibilidad en la determinación del término «pneuma», en especial, permite emplearlo ya
sea hablando del Espíritu-persona, ya de una realidad espiritual, de la que pueden participar Cristo
resucitado y los cristianos. C. L. CERFAUX, Le Christ dans la théologie de saint Paul (París 21954) 216-
222: trad. esp. Jesucristo en san Pablo (Bilbao 21961).
109
Cf. 1 Cor 15, 45; Rom 1, 4.
287
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5. La mística paulina
La «mística de Cristo, he aquí el gran enigma de la doctrina de Pablo»113.
Esta afirmación, pronunciada hace ya treinta años, es todavía verdadera. Para
110
B es el único que da este texto: la mayoría de los manuscritos lee o bien el Espíritu Santo, o bien el
Espíritu de Dios. Sea cual fuere la lectura que hay que mantener, está claro que la antigua tradición
entiende este texto –y con razón– del Espíritu personal.
111
Cf. L. CERFAUX, Le Christ dans la théologie de saint Paul (París 21954) 216-222: trad. esp. Jesucristo en
san Pablo (Bilbao 21961).
112
Cf ibid., 249-251. Los comentarios de Qumrán hacen revivir este modo de explicar los textos del An-
tiguo Testamento, aplicándolos a los acontecimientos contemporáneos.
113
A. SCHWEITZER, Die Mystik des Apostels Paulus (Tubinga 1930) 3. Cf. V. GRONBECH, Paulus and die Mystik
288
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(Munich 1941); F. BÜCHEL, «”In Christus” bei Paulus»: ZNW 42 (1949) 141-158; O. GERT, Die mit Synver-
bundene Formulierungen im paulinischen Schriftung (Berlín 1952); O. KUSS, «Die Formel “durch
Christus” in den paulinischen Hauptbriefen»: TTZ 65 (1956) 193-201; F. NEUGEBAUER, «Das paulinis-
che “In Christo”»: NTS 4 (1957-1958) 124-138; J. A. ALLAN, «The “In Christo” formula in Ephesians»:
NTS 5 (1958-1959) 54-62.
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290
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117
Cf. A. SCHWEITZER, Die Mystik des Apostels Paulus (Tubinga 1930) 201-202.
118
A. WIKENHAUSER, Die Christusmystik des Apostels Paulus (Friburgo de Br. 21956) 4.
119
Ibid., 57.
120
Ibid., 58s. Sin embargo, para determinar el pensamiento exacto del autor, habría que tener en cuenta
otros pasajes, especialmente op. cit., 32-34.
291
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121
En A. WIKENHAUSER, Die Christusmystik des Apostels Paulus (Friburgo de Br. 21956) 55-66, se encon-
trará un breve análisis de las posiciones de P. FEINE, H. E. WEBER, K. DEISSMANN, E. V. DOBSCHÜTZ, F.
BÜCHSEL.
122
Die Christusmystik des Apostels Paulus (p.34). Sobre el origen de las fórmulas, cf. ibid., p.34s. El autor
estima que Pablo es el «creador» de la fórmula «en Cristo».
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la literatura neotestamentaria al influjo de los Setenta (y a través de ellos, de los originales hebreos
y arameos) [Die Probleme der Kolosser- und Epheserbriefe (Lund 1946) 27-32].
127
¿Cómo podría una simple preposición como §n llevar el peso de un significado tan profundo como
la mística ontológica? Los autores del Nuevo Testamento emplean la preposición con un sentido
vago e indeterminado, como lo hacemos nosotros con nuestra preposición «en». Cuando deci-
mos, por ejemplo, «vivir en comunidad», sólo la significación concreta de las palabras «vivir» y
«comunidad» puede decidir sobre la relación establecida por la preposición. El sentido propia-
mente local de §n es excepcional en toda lengua más o menos abstracta. Éste es el caso,
seguramente, para nuestras expresiones «en Cristo», «en el Señor»; en nueve de cada diez veces,
el sentido local propiamente dicho queda excluido con certeza; verdaderamente sólo se puede es-
tablecer por el contexto.
128
Cito dos ejemplos. 1 Tes 3, 9; 4, 2 («sabéis qué órdenes os dimos por la autoridad de Jesús, el Señor»; 1 Cor
4, 10; 15, 57; 2 Cor 1, 5; 3, 4; 5, 18 («Dios... nos reconcilió consigo por Cristo», cf. 5, 19 « Dios estaba re-
conciliando el mundo consigo en Cristo» y Rom 3, 24 « la redención realizada por Jesucristo»); Rom 5, 1.
11. 17 («por uno solo, por Jesucristo, reinarán») 21; 7, 25; 15, 30 («Os suplico, hermanos, por nuestro Señor
Jesucristo», cf. 1 Tes 4, 1: «Os rogamos y exhortamos en Jesús, el Señor»); Ef 1, 5; Flp 1, 11; 3, 7. Las dife-
rencias de matiz entre las dos preposiciones son a menudo insignificantes.
129
Die probleme des Kolosser- und Epheserbrife (Lund 1946) 292-295.
130
Cf. en especial ibid., 295; no se encuentra en Ignacio huella alguna suficientemente clara de la con-
cepción típicamente paulina que se le atribuye.
294
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131
Cf. E. PERCY, Die Problem des Kolosser- und Epheserbriefe (Lund 1946).
132
Cf. A. WIKENHAUSER, Die Christusmystik des Apostels Paulus (Friburgo de Br. 21956).
133
E. VON DOBSCHÜTZ, en ThStKr 95 (1923-1924) 326ss. (citado por A. WIKENHAUSER, Die Christusmystik des
Apostels Paulus (Friburgo de Br. 21956) 15.
134
Tiene ÉIoudaÛsmÒw para el género de vida judía (Gál 1, 13-14. Cf. (fiouda¤zein, Gál 2, 14; (fioudaÛk«w,
ibid.; Tit 1, 14). Para el cristianismo, se sirve con bastante frecuencia de p¤stiw, otra metonimia.
295
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135
«Cristo» es usado en giros de esta clase 10 veces en 1 Tes (para 7 páginas de texto en Nestle) y 37
veces en Gál (para 10 páginas de texto).
296
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«viven» mucho más fuera de sí mismos, en los objetos más que en el «sujeto»
que constituyen. El estoicismo está muy lejos del existencialismo.
La fórmula «estar en Cristo» ha sido fuertemente valorada. Sin embargo,
hay que recordar que es muy excepcional en el lenguaje paulino y que los ver-
bos «estar», «encontrarse», etc., desempeñan a menudo el papel de simples
auxiliares, así como también «en Cristo» posee toda una gama de significados136.
5.2. La mística «experimental»137
Nuestra crítica no ha querido considerar más que la pretensión de la
teología del «ser» cristiano de llevar el nombre de «mística». Peca con ello, a
la vez, contra el sentido ordinario del término «mística» y contra el lenguaje
paulino, el cual, en ocasiones, llega a emplear expresiones emparentadas con
este mismo término, pero en un contexto diametralmente opuesto a la «mís-
tica de Cristo».
Es probable que la religión de Pablo, mientras permaneció en el judaísmo,
se vio desprovista de fenómenos extraordinarios. Nada nos autoriza a decir que
haya percibido a Dios por encima de modos no naturales. Ciertamente, su celo
de fariseo se alimentaba de una convicción profunda, pero él mismo lo atri-
buiría al ejercicio de «su propia justicia», excluyendo la gracia del Señor. Su
entrada en el cristianismo ha hecho de él una criatura nueva. Ha tenido acceso
al mundo propio de la criatura nueva, a ese «Reino de Dios» que, como él mismo
lo define, es «justicia y paz y alegría en el Espíritu Santo» (Rom 14, 17). Aquí co-
mienza una nueva vida, una vida de intimidad con Dios, que nos asocia a su
propia vida íntima.
Nos detendremos en tres aspectos: el conocimiento, la actividad «apos-
tólica» y, finalmente, la realidad del «ser cristiano«. Seguiremos un orden, al que
avalan, a la vez, las confidencias del Apóstol y las conclusiones que nosotros
deducimos de su teología. No vamos a separar de los cristianos al místico que
fue san Pablo. Ha hablado en lenguas más que nadie, ha sido «místico» más que
todos los demás. A cada cual su cometido. Pero el Apóstol desearía que todos
fueran como él; así, con la debida proporción, su honda vida mística es accesi-
ble a todos. Dejamos de ocuparnos de la expresión «mística de Cristo». Creemos
que la experiencia de la divinidad que ha hecho san Pablo fue, a la vez, expe-
riencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¿Por qué no limitarnos, en ese
caso, a hablar de una experiencia de Dios?
136
Cf. L. CERFAUX, Le Christ dans la théologie de saint Paul (París 21954) 247, n. 1: trad. esp. Jesucristo en
san Pablo (Bilbao 21961).
137
J. BONSIRVEN, L'Évangile de Paul (París 1948) 17-19.
297
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298
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de él Gál 2, 20, tendrían, pues, razón de hecho al citar a Pablo como ejemplo de
la vida «espiritual» profunda. Oigamos al gran Alejandrino: «¿Para qué te sirve,
en efecto, el que Cristo haya venido en otro tiempo en carne, si no ha venido
también al alma? Recemos para que su advenimiento se realice cada día para
nosotros y para que podamos decir: “Vivo, ya no yo, sino que Cristo vive en mí”
(Gál 2, 20). Si, en efecto, Cristo vive en Pablo, pero no vive en mí, ¿qué ventaja
sacaré de ello? Pero cuando haya venido a mí y cuando yo haya disfrutado de él,
como ha disfrutado Pablo, entonces podré decir también, como Pablo: “Vivo, ya
no yo, sino que Cristo vive en mí”»139.
Todo el mundo leerá a continuación en el texto de Pablo la expresión de
su experiencia de la vida interior, incluso y sobre todo, si ésta se orienta en sen-
tido místico. La historia de la exégesis de un texto de este género no dejará de
ser instructiva; la diversidad de interpretaciones deberá ponernos en guardia
para no imponer a san Pablo una fórmula preconcebida de mística experi-
mental, sobre todo la de la escuela a que pertenecemos.
Los sacramentos cristianos fueron también ocasión de «experiencias» es-
pirituales. En aquellos primeros días de la Iglesia, estaban acompañados de
manifestaciones carismáticas. El Libro de los Hechos conserva el recuerdo de
las efusiones visibles del Espíritu en el bautismo cristiano: profecías, don de
lenguas, milagros exteriores. La liturgia de la Cena se prolongaba entre caris-
mas; ella misma era «carismática»; se pronunciaba la acción de gracias como
don de profecía y toda la multitud cristiana respondía con el mismo «espíritu»
su Amén, y aclamaba: Maranathá.
Las ceremonias sacramentales eran portadoras de una especie de expe-
riencia. El bautismo simbolizaba la sepultura con Cristo. Es fácil imaginarse
que este simbolismo vivido y contemplado actuaba en el alma para unirla ínti-
mamente a Cristo. Al efecto «real» le acompañaba una percepción de orden
intuitivo. Si admitimos que las expresiones paulinas «morir con Cristo», «resu-
citar con él», tuvieron su origen en la ceremonia bautismo, podría creerse que
implican en su estela una reminiscencia del bautismo, conservando en torno a
la vida cristiana una zona de experiencia, un contacto profundo, «vivido» y pen-
sado, con Cristo muerto y resucitado.
La Cena actúa de una manera más real todavía, análoga, sin embargo,
a la del bautismo: «recordamos» la muerte del Señor, nos unimos con toda
nuestra alma al cuerpo «entregado por nosotros» y a la sangre derramada, y
esta «comunión» en el cuerpo y en la sangre establece con Cristo una comu-
nidad que se ha de entender en el sentido más amplio; este sentido se
139
Hom. in Lc., 22 (ed. M. RAUFER, GCS 35, 144); cf. F. BERTRAND, Mystique de Jésus chez Origène (París
1951) 41.
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140
Cf. IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Lettres [trad. fr. P. TH. CAMELOT (SCh 10), Aux Tralliens, 5, 2, p.73]: trad. esp.
J. J. AYÁN, Padres apostólicos (Madrid 2000) 257.
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10
El don de la justicia
Antes de adentramos en una nueva investigación1, es necesario hacer un
balance.
Hemos oído primero a san Pablo que exponía el estatuto actual del cris-
tiano en función de la presencia y de la acción del Espíritu Santo en nosotros.
Esta concepción le venía de la experiencia del cristianismo primitivo; se ha li-
mitado a traducirlo en fórmulas teológicas. La fe de los cristianos, que se
expresó en la confesión: Cristo ha muerto por nuestros pecados y ha resucitado
1
E. GAUGLER, Der Brief an die Römer, 2 vols. (Zurich 1945 y 1952); A. SCHLATTER, Der Brief an die Römer
(Stuttgart 1948); W. G. KÜMMEL, «Pãresiw und ¶ndeixiw. Ein Beitrag zum Verständnis der paulinis-
chen Rechtfertigungslehre»: ZTK 49 (1952) 154-167; A. SCHLATTER, Gottes Gerechtigkeit. Ein
Kommentar zum Römerbrief (Stuttgart 21952); L. FENDT, «Anmerkungen zur Interpretation des Rö-
merbriefes»: TLZ 77 (1952) c. 75-80; A. OEPKE, «DIKAIOSUNH YEOU bei Paulus in neuer
Beleuchtung»: TLZ 78 (1953) c. 257-263; P. ALTHAUS, Der Brief an die Römer (Gotinga 71953); R. BULT-
MANN, Theologie des Neuen Testaments) (Tubinga 1953) 183-348; J. GIBLET, «De theologia justitiae
Dei apud S. Paulum»: CollMechl 39 (1954) 50-55; J. MUNCK, Paulus und die Heilsgeschichte (Acta Ju-
tlandica, XXVI, 1) (Copenhague 1954); G. FRIEDRICH, «Das Gesetz des Glaubens, Röm. 3, 27»: ThZ 10
(1954) 401-417; O. KUSS, «Die Heiden und die Werke des Gesetzes nach (Röm., 2, 14-16)»: MTZ, 5
(1954) 77-98; K. GUTBROD, Der Römerbrief (Stuttgart 21954); A. NYGREN, Der Röomerbrief [trad. del
sueco por J. NYGREN] (Gotinga 1954; J. GIBLET, «De justificatione per fidem Christi iuxta Gal III, 1-14»:
CollMechl 41 (1956) 472-474; K. BARTH, Kurze Erklärung des Römerbrief (Munich 1956); V. TAYLOR,
The epistle to the Romans (Londres 1956); C. K. BARRETT, A Commentary on the epistle to the Romans
(Londres 1957); FR.-L. LEENHARDT, L’epître de saint Paul aux Romains (Neuchâtel 1957); O. MICHEL,
Der Brief an die Römer (Gotinga 1955); J. HUBY, Saint Paul. Epître aux Romains (París 1957); G. LA-
FONT, «Sur l’interprétation de Romains, V, 15-21»: RSR 45 (1957) 481-513; M. DIDIER, «La justification
par la foi dans l’épître aux Galates»: RDiocNamur 11 (1957) 463-476; C. HAUFE, Die sittliche Recht-
fertigungslehre des Paulus (Halle 1957); J. KÜRZINGER, «TÊpow didax∞w und der Sinn von Röm 6, 17f.»:
Bibl 39 (1958) 156-176; A. STÖGER, Oesterliche Menschen. Eine Deutung des Römerbriefes 1-8 (Mu-
nich 1958); W. BARCLAY, The Letter to the Romans (Filadelfia 1958); ST. LYONNET, «La Lettera ai Romani
nell’attuale controversia con i protestanti»: CivCat 4 (1958) 141-152; S. SCHMIDT, «S. Pauli “iustitia
Dei” notione iustitiae, quae in V. T. et apud S. Paulum habetur dilucidata»: VerbDom 37 (1959) 97-
106; K. BARTH, Christ et Adam d’après Romains (Ginebra 1959); R. BULTMANN, «Adam und Christus
nach Rom., 5»: ZNW 50 (1959) 145-165; H. RIDDERLOS, Aan de Romeinen (Kampen 1959); J. M. GON-
ZÁLEZ RUIZ, «Muerto por nuestros pecados y resucitado por nuestra justificación (Rom. 4, 25)»: Bibl
40 (1959) 837-858; ST. LYONNET, «La notion de justice de Dieu en Rm III, 5, et l’exégèse paulinienne
du “Miserere”»: SacrPag 2 (Gembloux 1959) 342-356; P. BENOIT, «Qumrân et le Nouveau Testament»:
NTS 7 (1960-1961) 276-296, en especial 292-295.
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2
Pablo hace protestas de su fidelidad al ideal de los fariseos en su epístola a los Filipenses. Esto quiere
decir que la justificación no se hallaba en juego cuando él fue llamado. Vivía sin dificultades en su fa-
riseísmo. Por otra parte, se ha renunciado a considerar Rom 7 como una descripción psicológica. Si
hemos entendido correctamente su vocación, la idea cristiana ha irrumpido en su conciencia gra-
cias a una aparición de Cristo, destinada, no a resolver una crisis del alma, sino a llamarle para una
gran misión, la mayor que un alma como la suya pudiera soñar. La introspección no la practicaban
muchos en aquella época. Agustín no había saltado aún a la historia. ¿Es posible imaginarse que Pablo
se haya replegado sobre su estado de ánimo hasta el punto de percibir su «fe» pura como dato primero
de su conciencia, constitutivo de su nueva personalidad de cristiano? Ciertamente han podido exis-
tir estados de ánimo y crisis sin que los sujetos que los poseían dispusieran de vocabulario apto para
expresarlos, o incluso sin que fueran capaces de controlar un drama interior. Sería posible imagi-
narse que Pablo sólo haya llegado a expresar el conflicto psicológico en fórmulas cuando éste se hubo
desarrollado en el campo de una polémica objetiva. Pero, ¿qué riesgo correría el historiador, deci-
dido, cueste lo que cueste, a servirse de la introspección –sin indicación en los textos–, si proyecta
sobre el pasado su propia conciencia y paga tributo a una filosofía o a una teología modernas?
308
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3
No se tendrá en cuenta al adverbio dika¤vw empleado en 1 Tes 2,10, junto a ıs¤vw y ém°mptvw. Todo
griego religioso hablaba del mismo modo.
4
Está un poco mejor representado en Flp, porque Pablo echa una ojeada retrospectiva sobre su vida
en el judaísmo.
309
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Se presenta una hipótesis obvia: ¿No habría hecho la polémica que triun-
fara momentáneamente a este vocabulario? Sería difícil admitir que el vocabulario
haya nacido de una crisis de conversión y que la haya provocado la polémica.
1.1. Las grandes controversias y su influjo
La carta a los Gálatas nos proporciona una documentación de valor ina-
preciable, corroborada por el Libro de los Hechos (especialmente Hch 15).
1.1.1. La emboscada de Jerusalén (Gál 2, 1-10)
Catorce años después de su entrada en el cristianismo, impulsado por
una revelación, Pablo subió a Jerusalén con Bernabé, acompañado por Tito. Ha
expuesto «su evangelio», es decir, la manera en que enseña a vivir como cris-
tiano en el mundo greco-romano; en particular, que dejaba a los paganos en su
incircuncisión. Seguramente este era el caso de Tito. Las columnas de Jerusalén,
Santiago, Cefas y Juan, no desaprueban este modo de obrar. Pero existen «fal-
sos hermanos» que se han introducido en el lugar para «espiar la libertad
cristiana» (libertad frente a la circuncisión). Pablo, ante este recuerdo, reacciona
también como un griego defendería su ciudad. La libertad es el bien supremo.
Todo ataque enemigo amenaza con reducir a los ciudadanos al estado de es-
clavos. Pablo se ha erguido en ese momento para defender la libertad de los
cristianos de la gentilidad, porque la circuncisión5 sería para ellos una esclavi-
tud. Falsos hermanos son esos judíos que han entrado en el cristianismo, pero
han seguido siendo judíos de corazón y de pensamiento6.
La verdad del evangelio implica la libertad frente a la Ley. Quizá hay más
que decir: la piedra de toque de un verdadero cristiano (llegado de la gentili-
dad) es que defienda esta libertad. Esto va a influir en la interpretación de la
carta a los Gálatas.
1.1.2.El asunto de Antioquía7 (Gál 2, 10-21)
A estos adversarios de la libertad cristiana los encontramos un poco más
tarde en Antioquía. Pablo ha peleado de nuevo por la libertad del evangelio. Se
trataba siempre de la misma cuestión fundamental. Sin embargo, aquí no pa-
rece que la circuncisión esté directamente afectada. Maniobra digna de los
«falsos hermanos» de Jerusalén: hacen como que respetan la libertad de los gen-
5
Es verdad que esta libertad podría degenerar en licencia gnóstica. Pero Pablo no quiere renunciar al
privilegio de la libertad. Contra W. SCHMITHALS, «Die Häretiker in Galatien»: ZNW 47 (1956) 25-67.
6
La identificación con los fariseos se impone según el Libro de los Hechos.
7
A. OEPKE, Der Brief des Paulus an die Galater (Leipzig 1937) 49s.; H. SCHLIER, Der Brief an die Galater
(Gotinga 111951) 47-66; P. BONNARD, L’épître de St. Paul aux Galates (Neuchâtel 1953) 48-50; P. O.
BAUERNFEINE, «Die Begegung zwischen Paulus and Kephas, Gal I, 18-20»: ZNW 47 (1956) 268-276 y
TLZ 81 (1956) c. 343-344; W. SCHMITHALS, «Die Häretiker in Galatien»: ZNW 47 (1956) 25-67.
310
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8
Lo que aquí nos dice Pablo debe ser un resumen suficientemente conforme con la realidad. Judíos
y griegos vivían plenamente acordes en Antioquía. En todo este pasaje Pablo entiende por «judíos»
los judeo-cristianos. Cefas, Bernabé, él mismo, son judíos. La comunidad de Antioquía cuenta con
un buen número de ellos. Llegan judíos que proceden de Jerusalén, donde Santiago tiene la última
palabra y donde se es judío ante todo (las gentes de la circuncisión, v. 12, dirá Pablo, con cierta in-
tención).
9
No hay modo de traducir de otra forma oÈ dikaioËtai ênyrvpow §j ¶rgvn nÒmou §ån mØ diå
p¤stevw XristoË ÉIhsoË (Gál 2, 16); la fórmula quiere exceptuar la postura de esta segunda catego-
ría de cristianos que se mantienen fieles a la Ley y la consideran como obligatoria.
311
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nos e introducirse mejor entre los gentiles, se han asemejado a ellos; es el caso del
mismo Cefas, quien, en país de misión, vive al estilo griego, y ya no guarda las
costumbres judías. En cuanto a Pablo, ya se sabe: es griego con los griegos. Esta
actitud no es simplemente pragmática. Si se admite que el poder de Dios obra la
salvación por Cristo, se reconoce que la Ley es inútil y superfluo. El judío sincero
debe formular su fe cristiana según este principio fundamental de que obtiene la
«justificación» por la fe en Cristo y no ya por las obras de la Ley10; esta es, por lo
demás, la doctrina de la Escritura11.
Hay en el asunto de Antioquía inconsecuencias que Pablo destaca para
bien de los cristianos. Inconsecuencia de actitud: Cefas, que jamás ha conocido
las agudezas del judaísmo farisaico y que desde que es cristiano jamás se ha pre-
ocupado de las prácticas de la Ley, he aquí que ahora obliga de hecho a los
paganos a «vivir a la judía»: porque un instinto de unidad estrecha a los cristia-
nos en torno a sus jefes, especialmente de Cefas; se llegaría hasta aceptar la
circuncisión si fuera necesario. Segunda inconsecuencia: Cefas y Bernabé con-
denan implícitamente su comportamiento anterior en el cristianismo. Parece
que reconocen que han transgredido la Ley, liberándose de ella, y, por lo mismo,
que se han rebajado al rango de los pecadores del paganismo. La pertenencia a
Cristo y el servicio de Cristo llevarían al pecado, Cristo serviría al pecado (¡y no
a la justicia!). San Pablo, que es teólogo, puede proclamar en alto su fe, clara y
triunfante. En una peroración, en forma de confesión personal, que se desarro-
lla a partir del v. 11, expresa su profunda convicción: «Yo, por la Ley, he muerto
a la ley, a fin de vivir para Dios. Estoy crucificado con Cristo, y vivo, ya no yo, sino
que Cristo vive en mí; y la vida terrena de ahora la vivo por la fe en el Hijo de
Dios, que me amó y se entregó por mí. No anulo la gracia de Dios; pues, si la jus-
tificación se obtiene mediante la Ley, entonces Cristo murió en vano» (Gál 2,
19-21). Si la muerte de Cristo tiene algún valor, si es eficaz, la Ley ha perdido toda
su eficiencia y no puede producir la «justicia». Esta vez el vocabulario «justicia»,
«justificar», traduce lo esencial de la controversia.
1.1.3.La crisis de Galacia
Resulta muy aventurado introducir en Galacia adversarios de Pablo dis-
tintos de esos mismos judeo-cristianos con quienes se las ha tenido Pablo en
Jerusalén y en Antioquía12. De otro modo, ¿cómo podría afectarles su argu-
mentación dirigida contra el judeo-cristianismo y basada en la Escritura?
10
Así, pues, las dos fórmulas del v. 16: oÈ dikaioËtai, etc., e ·na dikaivy«men no son sinónimas. Hay
entre las dos el tránsito de una convicción que poco a poco se abre paso.
11
Cf. Gál 3, 8.
12
Tesis de J. MUNCK, Paulus und die Heilsgeschichte (Copenhague 1954); W. SCHMITHALS, «Die Häreti-
ker in Galatien»: ZNW 47 (1956) 25-67. Es verdad que la propaganda de los judeo-cristianos ha
312
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Las juderías de la diáspora eran bastante poderosas para que los judai-
zantes cristianos se sintiesen moralmente apoyados por ese movimiento que
preparaba los caminos del cristianismo. El entusiasmo de una parte de la po-
blación pagana por algunas costumbres judías, como la observancia del sábado,
jugaba igualmente a favor de una ofensiva como la de los judeo-cristianos13.
Fácilmente encontramos las grandes líneas de la polémica. Las obras de la
Ley son inútiles en el sistema cristiano. Pablo va a añadir incluso, puesto que se di-
rige a paganos, que son perjudiciales. La reserva de que ha dado pruebas en
Jerusalén y Antioquía ya no es admisible. Cuando se trata de paganos, el sistema
de la Ley y el del cristianismo son pura y simplemente opuestos. El primero ha ca-
ducado. Pablo irá más lejos. El sistema de la Ley cargaba con las mismas taras que
las religiones paganas. Aceptar las observancias de la Ley es volver a las prácticas
del paganismo. La justificación se obtendrá, pues, simplemente, por la fe en Cristo.
Se siguen las pruebas. La primera está sacada de las experiencias caris-
máticas de los gálatas. Puesto que estos dones los han recibido escuchando el
mensaje al que han respondido por la fe, es señal que las obras de la Ley que-
dan eliminadas (Gál 3, 1-5). Luego, la misma Escritura anuncia que Dios
justificará a las naciones por la le (Gál 3, 8). Las bendiciones prometidas a Abra-
ham o, en otras palabras, el objeto de las solemnes promesas y del testamento,
la herencia de los bienes divinos (Gál 3, 8-18), ¿qué son sino la justicia cristiana?
Nosotros somos los verdaderos hijos de Abraham, según la promesa y no según
la carne y tenemos que desterrar –como lo ha hecho Abraham en cuanto a la
criada y su hijo– la Ley y a los que nos la quisieran imponer (Gál 4, 21-5, 1).
1.2. Las antítesis de la Ley
El vocabulario referente a la justicia está marcado profundamente por
antítesis, reales y verbales a la vez, entre el sistema de salvación imaginado por
el judaísmo tardío y la salvación cristiana. Notemos las principales.
1. Se ha de distinguir, ante todo, la antítesis simple:
Justicia de Dios – justicia humana (legal).
Esta primera antítesis es explícita en Rom 10, 3: tØn toË yeoË
dikaiosÊnhn... tØn fid¤an zhtoËntew st∞sai. Se la supone a menudo en la expre-
sión «justicia de Dios», que puede convertirse en «justicia que procede de Dios»
(evocando también, en este caso, la fe por parte del hombre: cf. Flp 3, 9).
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el término dos veces en Rom 4, 25; 5, 18)16. El empleo de dika¤vma es muy fre-
cuente en los LXX (dos columnas de la concordancia), de ordinario en plural, con
el sentido de prescripciones de la Ley. Pablo no emplea la palabra en este sentido
y en plural más que una sola vez (Rom 2, 26); además, igual que en el griego nor-
mal, la palabra significa decisión de juicio (Rom 1, 32), justificación (Rom 5, 16; 8,
4), reparación de una falta o cumplimiento de una voluntad divina (Rom 5, 18).
Abordaremos el examen semántico de dikaiosÊnh y de diakiÒv, partiendo
de una lectura de Rom. Puesto que esta carta es la mejor síntesis de las doctri-
nas acerca de la justicia, tenemos probabilidades de descubrir en ella la vida
del vocabulario.
2.1.1.El uso de dikaiosÊnh
1. Al comienzo de Rom encontramos la expresión solemne dikaisÊnh
YeoË. Los LXX apelan muy a menudo a la «justicia de Dios»; Dios debe juzgar a
su pueblo con justicia. Su justicia es, a la vez, misericordia y obligada para el
pueblo elegido, se la alaba, se la implora. Este vocabulario es especialmente fre-
cuente en los Salmos. En la lengua profética, la justicia de Dios aparece como
una riqueza celeste (Is 33, 6), o bien está personificada, está en el cielo (Sal 84,
10), camina ante Dios, esta sentada en su trono, etc17. «Cosificada» y materiali-
zada, la justicia es un bien celeste que Dios difunde en la tierra. Las metáforas
son numerosas: las nubes la derraman como lluvia, es luz (Sal 36, 6), se inclina
hacia la tierra (Sal 84, 11), Dios la hace brotar (Is 61, 11). Muy pobre parece el vo-
cabulario paulino ante esta exhuberancia del Antiguo Testamento y de los
apócrifos, al limitarse a fórmulas con épokalÊptetai (Rom 1, 17) o
pefan°rvtai (Rom 3, 21), o forma abstractas (¶ndeijiw, Rom 3, 25-26).
La noción de la justicia retributiva de Dios, la justicia que se impone como
desde fuera, ha dejado huellas en Rom 3, 24-26, donde accidentalmente está
vinculada a la redención.
La expresión «justicia de Dios» experimenta un eclipse en Rom después
del capítulo 3; no reaparece más que en 10, 3, donde Pablo quiere insistir en la
oposición de la justicia farisaica a la noción cristiana. Se repite en 2 Cor 5, 21 (cf.
9, 9). Flp 3, 9 opone la justicia que ha venido de Dios (tØn §k YeoË) a la que el
Apóstol había adquirido en el judaísmo.
2. Se pasa insensiblemente de la justicia divina, celeste, bienes y propie-
dades de Dios, al don que Dios hace de ellos a los hombres. Las imágenes del
16
El término tiene el sentido de condenación en los LXX y el de justificación en Rom, ambos confor-
mes con el uso.
17
Paralelos en la apocalíptica. Cf. A. DESCAMPS-L. CERFAUX, «Justice et justification»: en DBSup IV, c.
1.448-1.460.
316
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18
ÉEn tª dikaiosÊnh sou z∞sÒn me.
19
Cf. Prov 11, 30; 12, 28; Sab 1, 15. Los justos heredarán la tierra (Sal 36 [37], 29); vivirán para la eter-
nidad (Sab 5, 15).
20
El contacto literario con Is 11, 5; 59, 17 es patente: Pablo repite las dos imágenes de Isaías, las del ce-
ñidor (Is 11, 5) y la de la coraza (Is 59, 17).
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318
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23
Cf. las antítesis, supra, p.313s.
24
El objeto de la fe puede ser, indistintamente, o bien la redención por la sangre de Cristo (Rom 3, 24),
o bien el poder de Dios que resucita a los muertos (Rom 4, 17), o bien la misericordia que justifica al
impío (Rom 4, 5).
25
Cf., supra, p.224-226.
319
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26
Pablo ha hecho probablemente una glosa para insistir en la «letra» de la Escritura, cuando escribe
«en todo lo que está escrito en el libro de la Ley».
27
P«w oÈx‹ mçllon ≤ diakon¤a toË pneÊmatow ¶stai §n dÒj˙; efi går ≤ diakon¤a t∞w katakr¤sevw
dÒja, poll“ mçllon perisseÊei ≤ diakon¤a t∞w dikaiosÊnhw dÒj˙.
28
Pepo¤yhsiw, kaÊxhsiw.
320
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mal juez «justifica» al impío (le declara inocente)29. El uso religioso (donde el
juicio es el de Dios) se concentra en Is, Sal y Ecl30.
En Rom 2, 13, el juicio escatológico se ve en el horizonte. Los judíos y los pa-
ganos que poseen la ley natural son, de alguna manera, iguales ante Dios: no son
justos ante él los hombres que escuchan la Ley: sólo «serán declarados justos los
cumplidores de la Ley». El contexto nos invita a pensar en la decisión divina del
juicio final, cf. v. 12: époloËntai... kriyÆsontai y v. 15-16. Más adelante, Rom 3,
19-20, Pablo cita el Sal 143, 1-2: «Por las obras de la Ley ningún viviente será de-
clarado “justo” (dikaivyÆsetai) en su presencia». Como el contexto ha dejado de
pensar en el juicio final, y más bien se trata del estado de pecado generalizado, se
comprenderá que nadie en la actualidad es capaz de resistir al juicio divino. La
justificación del hombre es posterior al examen de sus obras por Dios, y por eso
el futuro. Pero Dios escudriña las entrañas y los corazones desde la vida presente.
Pablo precisa el texto del Sal añadiendo «por las obras de la Ley». Su exégesis es
exacta porque el salmista vive bajo la Ley. Ante la carencia de la Ley, el mismo
Dios deberá hacerle al hombre el don de la justicia.
Llegamos con esto a la fórmula del v. 24: justificados gratuitamente, por
su don (dikaoiÊmenoi dvreån tª aÈtoË xãriti), en virtud de la redención. Si se
quisiera imponer a dikaioÊmenoi el sentido de «declarados justos», habría que
entender por lo menos que el «don» es la realidad de la vida cristiana, la señal
de que Dios ha dado su decreto. Pero es probable que el sentido «realista» que
posee la noción de «justicia» dada por Dios, repercuta sobre el verbo dikaiÒv.
Dios declara justo, pero su palabra produce lo que expresa y el hombre se hace
justo realmente. Puesto que recibe el don positivo de Dios, es justo por este
mismo don, que es su justicia. Por otra parte, el presente indica que el estado del
hombre justificado existe desde esta vida. Esta conclusión queda corroborada
por la expresión «en el tiempo presente» y por dikaioËnta del v. 26.
Por tanto, se introduce una evolución en la semántica cristiana del verbo
dikaiÒv. Normalmente significaba hacer justo, considerando como justo, re-
conociendo la inocencia; en adelante, significará hacer justo (siendo Dios quien
«justifica») otorgando la justicia, el don del Nuevo Testamento. ¿Cómo entender
este don de una simple sentencia que declara justo (sentido «forense»)? Al cam-
bio de la realidad interna del cristiano (la justicia, el don del Espíritu, etc.)
corresponde asimismo un cambio en su psicología. El hombre ya no se consi-
dera culpable, puesto que Dios le perdona visiblemente. La expresión «que
justifica al impío» (Rom 4, 5) no se puede entender evidentemente en el sen-
29
Ex 23, 7: oÈ dikai≈seiw tÚn éseb∞. Cf. Ecl 42, 2; Is 5, 23. Compárese esta expresión con Rom 4, 5.
30
El paso del sentido profano al sentido religioso está muy marcado en Lc: Los fariseos se hacen pasar
por justos ante los hombres (Lc 16, 15); el publicano vuelve a su casa justificado (Lc 18, 14). Para el
sentido paulino, cf. Hch 13, 39.
321
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31
La fe, confianza en Dios y aceptación del mensaje, no obtiene la justicia en cuanto acción del hom-
bre (actividad «meritoria»), sino en cuanto sumisión total a la misericordia.
322
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En Rom 8, 33, Pablo cita Is 50, 8: «Si Dios es el que absuelve (ı dikai«n),
¿quién será capaz de condenar?». A decir verdad, se trata de una alusión mucho
más que de una cita. Isaías decía según los LXX: «Próximo está quien me justi-
fica». El texto hebreo decía «el que me justificará». El presente es como un
compromiso entre ambos textos. La fórmula del v. 33: «¿Quién podrá acusar a
los elegidos de Dios?» crea la atmósfera escatológica. Esta envuelve también a
la cita de Isaías; el presente dikai«n debe indicar que la justificación es perma-
nente y se extiende desde la vida presente hasta el juicio futuro.
2. La carta a los Gálatas no nos enseña nada nuevo. En Gál 2, 16, escribe
Pablo: «Sabiendo que el hombre (el judío) no queda justificado por las obras de la
Ley, sino mediante (diã) la fe en Jesucristo». La situación del judío no es totalmente
idéntica a la del pagano. Para que el judío pueda seguir practicando las obras de
la Ley en busca de la justificación, es necesario que las obras sean vivificadas por
la fe. Lo que, en última instancia, es lo mismo que decir que Dios justifica en aten-
ción a la fe: «Nosotros abrazamos la fe (§pisteÊsamen) en Jesucristo, para alcanzar
la justificación (dikaivy«men) por la fe en Cristo y no por las obras de la Ley; por-
que por las obras de la Ley ningún viviente será declarado justo»32. Pablo había
desarrollado ampliamente este tema de la incapacidad de la Ley en Rom 3, 9-20,
y lo había resumido concisamente en su sentencia derivada del Sal 143, 2: «Por las
obras de la Ley ningún viviente será declarado “justo” en su presencia» (Rom 3,
20). El futuro de esta cita no es el futuro escatológico, pero expresa la necesidad que
se deriva necesariamente de todas las afirmaciones de la Escritura.
Destaquemos en el mismo pasaje de Gál: «Si, al intentar alcanzar la jus-
tificación por Cristo, resulta que también nosotros somos pecadores» (2, 17).
«En Cristo» es una fórmula elíptica equivalente a «en la fe de Cristo». La justifi-
cación es antitética con la situación del pecador. Se trata de dos estados de la
vida presente. En este contexto de la justificación se ha de notar que Pablo, sin
solución de continuidad, se pone a hablar de la vida en la fe en Cristo y de la vida
de Cristo en el cristiano. Para él, estas fórmulas son sinónimas y significan una
misma realidad de vida.
El tema de la justificación reaparece en Gál 3, 8. La Escritura ha profeti-
zado que Dios justificará a los paganos por la fe (§k p¤stevw); pero la profecía
tenía esta forma: «Todas las naciones serán bendecidas en ti». Por tanto, estas
son las bendiciones divinas, es decir, los bienes divinos presentes, los que jus-
tifican o son al menos la señal de la justicia concedida por Dios. En el v. 11 Pablo
quiere probar que «por la Ley nadie queda justificado ante Dios». Se apoya para
32
Gál 2, 16; Cf. p.223-312; sin embargo, podemos dudar de esta exégesis que hace mayor la diferencia
en el uso de las preposiciones §k y diã. Cf. Rom 3, 30, en donde Pablo emplea §k a propósito de los
circuncisos y diã a propósito de los paganos.
323
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ello en el texto de Habacuc: «El justo vivirá de fe»: la voluntad de Dios es que el
justo viva de la fe y no de las obras de la Ley. La equivalencia se hace concreta-
mente entre la justificación y la vida. Luego del v. 14 podemos concluir, siempre
en el mismo contexto de la justificación, otra equivalencia, la del Espíritu Santo:
«Cristo nos rescató de la maldición de la Ley convirtiéndose por nosotros en
objeto de maldición... para que la bendición de Abrahán llegara a los gentiles en
Jesucristo, para que recibiéramos, gracias a la fe, la promesa del Espíritu». Con-
cretamente, justificación, vida en Cristo, bendición dada por la mediación de
Abraham, Espíritu Santo concedido en virtud de esta bendición o de esta pro-
mesa, todo esto, sin distinción, lo procura la fe.
«La Ley fue nuestro pedagogo para ir a Cristo, a fin de quedar justificados
(dikaivy«men) por la fe. Pero, una vez que llegó la fe, ya no estamos bajo el do-
minio del pedagogo; pues todos sois hijos de Dios en Jesucristo, mediante la fe;
pues los que os bautizasteis para uniros a Cristo os vestisteis de Cristo» (Gál 3,
24-27). He aquí de nuevo una serie de equivalencias que se suceden: la fe (con
la justificación, que es su corolario), el efecto del bautismo, la unidad de vida ad-
quirida en Cristo Jesús (v. 28).
Los cristianos que recurrieran a la Ley para ser justificados (o·tinew §n
nÒmƒ dikaioËsye) se privarían de Cristo y renunciarían al don de Dios: «Nos-
otros (los cristianos), bajo la guía del Espíritu, por la fe aguardamos la justicia,
objeto de nuestra esperanza» (Gál 5, 4-5)33. Reaparecen las mismas equivalen-
cias: justificación cristiana, vida con Cristo (de la que quedan excluidos los que
buscan la justicia de la Ley), presencia del Espíritu Santo, que crea la esperanza
y da las primicias de la gloria.
3. DikaiÒv se emplea dos veces en 1 Cor. Su primer contexto (1 Cor 4, 3-
5) es el del juicio escatológico al que los mismos apóstoles se verán sometidos.
Aunque no tiene conciencia de ninguna falta, Pablo no está seguro de ser reco-
nocido inocente (dedika¤vmai, v. 4) en el tribunal del Señor. No se ha de incluir
este caso en el haber de la justificación cristiana por la fe; el juicio universal ten-
drá por objeto las obras.
El segundo pasaje aporta un gran peso a la hipótesis de las equivalencias.
Pablo piensa en el bautismo y declara a los cristianos de Corinto que, en ade-
lante, ya no tienen nada que ver con las taras del paganismo: «Pero os lavasteis,
pero fuisteis santificados, pero fuisteis justificados gracias al nombre de Jesu-
cristo el Señor, y gracias al Espíritu de nuestro Dios» (1 Cor 6, 11). Su bautismo
les ha lavado, santificado, justificado: el efecto es idéntico en sus diversos as-
33
Por analogía con Rom 8, 30. La justicia de aquí abajo es como una anticipación de la gloria celeste;
es así como funda la esperanza y nos garantiza la posesión de la salvación (Cf. Rom 5, 9).
34
Cf. 1 Cor 1, 30, con la enumeración de equivalencias: «justicia, santificación, redención».
324
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pectos34. La carta a Tito, en un pasaje más o menos paralelo, identifica aún con
más claridad la justificación con el don del Espíritu, prenda de nuestra heren-
cia celeste: «Pero, cuando apareció la bondad y lo humano de Dios nuestro
Salvador, nos salvó, no por obras de justicia35 que hubiéramos podido hacer
nosotros, sino según su misericordia, mediante un baño de regeneración y re-
novación, obra del Espíritu Santo que él derramó sobre nosotros con toda su
riqueza, gracias a nuestro Salvador Jesucristo, para que, justificados por su gra-
cia, fuéramos, en esperanza, herederos de la vida eterna» (Tit 3, 4-7). La
exhuberancia y la redundancia de la frase, que recuerda a las cartas de la cau-
tividad, saca a relucir sucesivamente, en sus diversos aspectos, una misma
realidad, el efecto del bautismo cristiano.
El verbo dikaiÒv aparece de nuevo, pero aplicado a Cristo, en el himno
del misterio de 1 Tim 3, 16:
Que se manifestó en la carne,
fue justificado gracias al espíritu,
se dejó ver de los ángeles,
fue predicado entre los gentiles,
fue creído en el mundo,
fue elevado al cielo esplendorosamente.
35
Debemos entender, poco más o menos: cuando nos sometíamos a los preceptos de la Ley. Cf. Flp 3, 6.
36
Habría que comparar con Hch 3, 14-15 y Rom 1, 4.
37
El problema del influyo del cristianismo sobre estos diversos escritos es actualmente insoluble.
38
Cf. Herm., § 8-9. Éste parece ser el septenario primitivo, transformado luego en decena. Cf. A. D.
NOCK-A. J. FESTUGIÈRE, Corpus Hermeticum, II (París 1945) 213, n. 46.
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(edikai≈yhmen), hijos, ahora que ya no está la injusticia» (XIII, 9)39. Algo más
adelante (§ 10), explica el mistagogo: «Ahora conoces, hijo mío, el modo de la
regeneración. La generación espiritual, hijo mío, ha sido formada en nosotros
por la venida de la decena40 y arroja a la Docena, y hemos sido divinizados
(§ye≈yhmen) por este nacimiento». Semejante evolución semántica, en el ám-
bito de la filosofía sincretista del helenismo, arroja alguna luz sobre el
«realismo» paulino.
4. El verbo dikaiÒv, igual que el sustantivo dikaiosÊnh, están marcados
por una antítesis fundamental. El judío es el agente de sus obras, y éstas son la
base de la estima de Dios41; el cristiano, por el contrario, todo lo espera de Dios,
tanto la justificación como lo demás. La contraposición se expresa perfecta-
mente en Rom 10, 3: desconociendo la justicia de Dios (que Dios da) y tratando
de constituir su propia justicia (los judíos) no se entregaron a la justicia de Dios
(la justicia que está en Dios y en nosotros al mismo tiempo, como una salva-
ción que se realiza). El judío hablará, pues, de su justicia; el cristiano, de la
justicia de Dios. El judío obra; el cristiano se somete, más bien, a la gracia y a la
acción de Dios, sin que, por lo demás, se vea dispensado de colaborar con la
acción divina eficaz. Abraham no ha sido justificado por sus obras, sino por su
fe en aquél que justifica al pecador. La justicia, porque es un don divino, se con-
vierte en un estado, un modo de ser, una cualidad permanente.
El verbo dikaiÒv, cuando designa la justificación cristiana, y en este caso
lo traducimos por «hacer justo», supone la acción divina. Dios es el sujeto del
verbo, suyo es el acto de la justificación. Así, por ejemplo, en Rom 3, 26: Dios
demuestra su justicia realizándola en el tiempo presente «a fin de aparecer justo
y justificador de aquel que vive de la fe en Jesús». Dios justifica para manifestar
su justicia y porque es justo. El mismo Dios justificará (hará justa) la circunci-
sión en virtud de la fe, y la incircuncisión por medio de la fe (Rom 3, 30). Pablo
ha analizado el caso de Abraham, conforme al texto de Gén 15, 6, e interpreta:
el patriarca no ha practicado obras, pero ha creído en aquel que justifica al
impío. Es Dios quien justifica, de él se espera la justicia. También Dios es el su-
jeto de todos los verbos de Rom 8, 29-30; la justificación es una etapa hacia la
glorificación. Dios justifica y también glorifica.
Cuando el verbo no está en forma activa, sino en pasiva, el hombre es el
sujeto de la acción puesta por Dios. Así, en Rom 3, 24: «Justificados
(dikaioÊmenoi) gratuitamente, por un favor suyo, mediante la redención reali-
39
Cf. ibid., p.204 (texto) y p.213, n. 45; C. H. DODD, The Bible and the greeks (Londres 21935) 58; W. SCOTT,
Hermetica, I (Oxford 1924) 244 (texto) y II (Oxford 1925) 387s. (comentarios).
40
La justicia forma parte de la decena; cf. nota 3.
41
El fariseo del Evangelio da gracias a Dios porque no es como los demás y se gloría de sus obras.
326
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zada por Jesucristo»: es Dios quien concede la justificación. En Rom 3, 28: «Pues
sostenemos que el hombre queda justificado (dikaioÊsyai) por la fe, indepen-
dientemente de las obras de la Ley»; implícitamente en el pensamiento, Dios es
el que justifica, porque se prosigue: «O ¿acaso Dios es Dios solamente de los ju-
díos? ¿No lo es también de los gentiles? Sí, también de los gentiles, si es que Dios
es único, el que justificará por la fe al circunciso y mediante la fe al incircun-
ciso». Donde el contexto no es explícito, no se puede explicar más que en
relación con textos claros: más o menos explícitamente, Dios (o su gracia) es
siempre el verdadero agente de justificación. El hombre no es más que benefi-
ciario. La fe jamás será el agente. En general, p¤stiw se halla precedida de las
preposiciones §k o diã que señalan el origen o la razón por la cual Dios concede
la justificación.
El verbo dikaiÒv, ya sea en presente, ya en aoristo de subjuntivo (Gál 2,
16), ya en indicativo, supone una situación permanente. Por el contrario, el ao-
risto de indicativo significará un acto instantáneo, que crea una nueva
situación. Por ejemplo, en Rom 4, 2, a propósito de Abraham: Abraham ha cre-
ído, ha hecho un acto de confianza y esto le fue computado (por Dios) como
justicia. Del acto de Dios nace un estado permanente. Igualmente en Gál 2, 16-
17: «Sabiendo que el hombre no queda justificado por las obras de la Ley, sino
mediante la fe en Jesucristo, también nosotros (los judíos) abrazamos la fe en Je-
sucristo (para conseguir la gracia de la justicia, de modo que en realidad no son
las obras las que justifican, sino Dios que ve la fe);, para alcanzar la justifica-
ción por la fe en Cristo y no por las obras de la Ley; porque por las obras de la
Ley ningún viviente será declarado justo» (v. 16). «Ser justificados» denota un es-
tado, como resulta del v. 17: «Si, al intentar alcanzar la justificación por Cristo,
resulta que también nosotros somos pecadores...». Nuestra justicia será en ade-
lante un estado opuesto al del pecado. La gracia concedida como bien de
salvación es la justicia concreta, que no es más que la «justicia de Dios».
Cuando se trata de la justificación judía, el verbo dikaiÒv se emplea nor-
malmente con la negación. Se afirma que Dios, que justifica bajo el régimen de
la fe, no justifica por la Ley, no ratifica la justificación que los hombres se atri-
buyen. Cf. Rom 4, 2: Si Abraham hubiera sido justificado por las obras de la Ley,
habría podido vanagloriarse ante los hombres, pero no ante Dios; o también
Rom 3, 20; Gál 2, 16; 3, 11, donde Pablo repite la afirmación de la Escritura: nadie
se justifica ante Dios bajo el régimen de la Ley. Es posible tratar de realizar la
propia justificación, pero Dios no está de acuerdo.
En Rom 2, 13, san Pablo emplea el verbo dikaiÒv en un clima de pensa-
miento de juicio final: «Pues no son justos ante Dios los que escuchan la Ley,
sino que serán declarados justos los cumplidores de la Ley». En el v. 12 había
dicho: los que han pecado fuera del régimen de la Ley perecerán fuera del régi-
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men, y los que han pecado bajo la Ley, serán juzgados según la Ley. Para ser
«justo ante Dios» hay que practicar la Ley, ya sea la Ley escrita, ya, como deci-
mos hoy en día, la ley natural inscrita en los corazones. La concordancia de
nuestra vida presente con la voluntad divina prepara nuestra sentencia de jus-
tificación cuando Dios nos pida cuenta de nuestros actos. Éste es el sentido que
hemos atribuido igualmente a dedika¤vmai (ser reconocido como inocente en
el tribunal del Señor) en 1 Cor 4, 4.
De forma muy distinta hay que entender Gál 5, 4: «quienes buscáis la jus-
tificación (dikaioÊsye) por la Ley». Los gálatas tratarían de hacerse ellos mismos
su justicia, mientras que los cristianos aguardan con esperanza la gloria que
Dios les concederá y que es preparada por la gracia actual de su justicia42.
2.1.3.Los demás términos
El adjetivo d¤kaiow no aparece, en el sentido técnico riguroso, más que
cinco veces en nuestras cartas, mientras que en los LXX es muy frecuente y
normalmente designa al hombre religioso tipo, fiel a Dios en todos los deta-
lles de su vida. El ideal del justo del Antiguo Testamento ha terminado
centrándose en la fidelidad a la Ley. El justo es lo contrario del impío (ésebÆw);
es inocente (éy“ow), santo (ˆsiow), irreprochable (êmemptow), etc. Sus cuali-
dades y sus servicios son reales; si es justo ante Dios, a los ojos de Dios, es
porque Dios le conoce ya tal como es, sin que por esto haya de anticiparse un
juicio escatológico.
San Pablo es mucho más parsimonioso que Mt o Lc en el uso del título
«justo»: se ha de evitar confundir al cristiano con una élite religiosa del juda-
ísmo que pretende monopolizar la condición del justo. Emplea el término
citando a Hab 2, 4, para apoyar la tesis de que la justicia viene de la fe (Rom 1,
17; Gál 3, 11). O bien se apoya en Sal 14, 1, para probar que no hay justos bajo
la Ley (Rom 3, 10). En Rom 2, 13 afirma que no basta ser oyente de la Ley para
ser justo ante Dios. «Justo» no tiene el sentido cristiano concreto como en Rom
5, 19: «Por la obediencia de uno solo quedarán hechos justos (d¤kaioi
katastayÆsontai ofl pollo¤), todos los demás». Esta fórmula equivale a la que
precede inmediatamente: «Por la obediencia de uno solo (Cristo), quedarán he-
chos justos (efiw dika¤vsin zv∞w) todos los demás» (Rom 5, 19). Las dos maneras
de decir se clarifican mutuamente: ser constituido justo, conseguir la justifica-
ción que es vida (la vida prometida en Habacuc), es encontrarse en posesión
de una realidad de «vida» a la que Pablo llama la justicia.
42
La justicia presente, don de Dios, primicias del Espíritu, es una prenda de la gloria prometida por Dios.
La antítesis con la justicia propia está doblemente marcada. La justicia propia es objeto de vanidad (cf.
Rom 4, 2); mientras que el cristiano sólo puede gloriarse de esperar la gloria de Dios (Rom 5, 2).
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43
Cf. J. DUPONT, «Le problème de la structure littéraire de l’épître aux Romains»: RB 62 (1955) 365-397;
C. K. BARRETT, A commentary on the epistle to the Romans (Londres 1957).
44
No podemos aceptar la tesis de J. Munck; cf. supra, p.312.
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piadas, borradas (Rm 3, 24-26). Así, él sigue siendo justo justificando al pecador
(Rm 4, 5)48 según su fe (Rm 3, 26).
La concesión de una justicia, tan universal como haya sido el pecado, es
conforme con la doctrina del Antiguo Testamento. Dios es, a la vez, el Dios de
los judíos y el de los paganos; es el Dios uno (eÂw ı YeÒw), que justificará a los cir-
cuncisos a causa de su fe y a los incircuncisos por la fe (Rom 3, 30)49.
3. El judaísmo habría querido rechazar esta argumentación en nombre
de su privilegio. ¿No era la Ley el medio concedido para que el hombre pudiera
ser justo? La Ley «significaba» la voluntad de Dios. Pablo responde: la Ley, si el
término designa a toda la institución divina del Antiguo Testamento, está orde-
nada a la justificación entendida como Dios la entiende, es decir, a la
justificación por la fe.
El Apóstol ha desarrollado en la carta a los Gálatas –cuyos datos no los
emplea en su totalidad en Rom– una serie impresionante de pruebas en apoyo
de esta tesis. La principal se la proporciona el fondo mismo del judaísmo.
Abraham es el antepasado al que se remiten los judíos, el hebreo por exce-
lencia, como decía Filón. Pero Abraham, según testimonio de la Escritura, ha
sido justificado por su fe cuando aún no era circunciso, y es también la Escri-
tura la que hace de él el padre de los gentiles. Este es el argumento esencial de
Rom. En Gál se desarrolla una prueba sacada de la alianza con el Patriarca: en
forma de testamento, Dios lega a Abraham y a su descendencia la tierra de
Canaán, que representaba los bienes divinos. La posteridad heredera es Cristo
y los que se adhieran a él por la fe y el bautismo. La Ley, pues, no interviene
en modo alguno en la concesión de los bienes divinos (pretendidamente «me-
recidos» por la justificación al estilo judío): el testamento de Dios no puede ser
anulado por una institución posterior, y además en ésta han intervenido el
mediador y los ángeles. La argumentación de Gál, como se ve, se vuelve con-
tra la Ley. En Rom, donde Pablo no tiene interés alguno en rebajar la
institución, le bastará con mantener su afirmación positiva que se apoya en el
papel de la fe.
Así, pues, en una sinopsis de Rom y Gál, a continuación del capítulo 4
de Rom, se insertarían los argumentos por los que Gál demuestra la inanidad
de las pretensiones en orden al restablecimiento de la autoridad de la Ley.
Pablo concluye con el argumento abrahámico, en Rom 5, 1: «Justificados, pues,
en virtud de la fe».
48
Nada nos puede hacer pensar que el pecador siga siendo pecador. Era pecador, en adelante es justo,
como el mismo Dios, con la justicia de Dios en cierto modo, puesto que recibe la justicia por gracia,
en el ejercicio de la justicia de Dios, poder de Dios.
49
Sobre el sentido del futuro dikai≈sei, cf. supra, p.322.
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Zugleich ein Beitrag zur Form- und Ueberlieferungsgeschichte der Qumrantexte»: ZTK 56 (1959)
155-185; W. GRUNDMANN, «Der Lehre der Gerechtigkeit von Qumran und die Frage nach Glaubens-
gerechtigkeit in der Theologie des Apostels Paulus»: RevQum II, 2, nº 6 (1960) 237-259; K. PRÜMM,
Diakonia Pneumatos. Der zweite Korintherbrief als Zugang zur apostolischen Botschaft, II, 1 (Roma
1960) 457-613.
52
K. L. SCHMIDT, «Der Apostel Paulus und die antike Welt»: VBW IV (Vortr. 1924-1925) (1927) 38-64; J.
FREUNDORFER, Erbsünde und Erbtod beim Apostel Paulus (Münster 1927); J. BONSIRVEN, «Le péché et
son expiation selon la théologie du judaïsme palestinien au temps de Jésus-Christ»: Bibl 15 (1934)
213-236; Théologie du judaïsme palestinien au temps de Jésus-Christ. La traité des Actes humains, ibid.,
p.32-37; L’Évangile de Paul (París 1948) 114; W. MICHAELIS, Versöhnung des Alls. Die Frohe Botschaft
von der Gnade Gottes (Gümlingen-Berna 1950); ST. LYONNET, «Le sens de §f' ⁄ en Rom 5, 12, et l’exé-
gèse des Pères grecs»: Bibl 36 (1955) 430-456; A. M. DUBARLE, «Le péché originel dans les suggestions
de l’Évangile»: RSPT 39 (1955) 603-614; «Le péché originel dans saint Paul»: RSPT 40 (1956) 213-254;
CH. BOYER, Le péché originel, en Théologie du péché (Tournai 1960) 243-291.
53
El Libro de la sabiduría es más griego cuando escribe a propósito de los paganos que adoran a los
astros y a los «elementos»: «Con todo, no merecen éstos tan grave reprensión, pues tal vez caminan
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Enseña el autor que los judíos que han permanecido fieles a su vocación
son, entre los paganos, los representantes del monoteísmo y de la moral.
La tesis de Pablo es más pesimista. Nada escapa al influjo de la degrada-
ción de una humanidad hecha para conocer a Dios y entregada en adelante a
la idolatría (apenas se hallan exentos los judíos) y la inmoralidad (que se ex-
tiende al judaísmo).
La apreciación exacta de semejante tesis depende de diversos elementos.
Nos encontramos en el fin de los tiempos, y Pablo, como profeta apocalíptico,
endurece los rasgos. Además, un judío siente profundo horror por la idolatría y
los vicios del paganismo, especialmente por los desórdenes sexuales, y el estilo
de la diatriba, que Pablo maneja maravillosamente, permite descuidar los ma-
tices. Además, su afirmación recae sobre la totalidad del género humano,
englobando a los individuos en la masa tarada. El Apóstol no intenta negar que
una honestidad natural, de fondo religioso, a través de la cual se juega el destino
de cada individuo, persiste bajo la capa exterior de la idolatría, del desorden de
desorientados buscando a Dios y queriéndole hallar» (Sab 13, 6). Esta última fórmula es paralela al
discurso del Areópago: de tal modo buscan los atenienses a la divinidad, que han levantado un altar
a un Dios desconocido (Hch 17, 22-23).
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54
Hay que esperar a Rom 3, 23 para encontrar una primera alusión al tema del Génesis; el primer pe-
cado causa la pérdida de la gloria de Dios. Esta alusión al topos del judaísmo es fugaz; incluso
podemos preguntarnos si Pablo no la suaviza en 1 Cor 15, 46-48, adelantando que Cristo es, propia-
mente hablando, el hombre celeste, espíritu vivificante, mientras que el primer hombre era de la
tierra, terrenal. Es Cristo quien, al menos, posee la verdadera gloria de Dios, y nos traerá su propia
glorificación. Teniendo en cuenta las explicaciones referentes a la gloria de Moisés, habría que su-
poner quizá que la gloria de Adán, de la cual nos ha privado el pecado, no era más que una pálida
imagen de la de Cristo y que pertenecía al orden perecedero. Sólo Cristo es espiritual en el sentido
pleno de la palabra, ha resucitado en la gloria que es la verdadera gloria, increada, participación en
la naturaleza divina. San Pablo dirá más: la resurrección de Cristo le ha dado poder para espiritua-
lizar. Pero la gloria que se transparenta en su resurrección le era connatural. La poseía en cuanto
Hijo de Dios. Y todos nosotros, los cristianos, en cuanto hermanos de Cristo y partícipes de su con-
dición de Hijo, recibiremos la gloria en nuestra resurrección, cuyas primicias poseemos ahora, en
nuestra justicia. La gloria que hemos perdido no era nada comparada con la que se no otorga por
nuestra justificación. Adán había sido creado, ser viviente natural (1 Cor 15, 45), y seguía siéndolo con
sus privilegios, y la muerte que castiga su pecado le restituye a su verdadera naturaleza.
339
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55
El caso de Adán abre el Génesis y la historia del mundo. Las relaciones entre Adán y Cristo son di-
rectas, inmediatas, establecidas sin la mediación de la Ley; son antitéticas. Adán es el prototipo de
los pecadores (Rom 5, 14) y el padre de los pecadores; su desobediencia lleva a todos los hombres al
pecado (Rom 5, 20). Esta proposición fundamental la justifica san Pablo al comienzo del párrafo de-
dicado a Adán, Rom 5, 12. La muerte, consecuencia del pecado, existe tras el pecado de Adán, incluso
entre los que no han cometido verdadero pecado formal, por no existir la ley: prueba de que lo que
se imputa a toda la raza es el pecado de Adán. Cristo es diametralmente opuesto a Adán. El pecado
procede de Adán; la justicia, de Cristo. A la desobediencia de Adán se opone la obediencia de Cristo,
fuente de justicia. La antítesis se agrupa en el versículo que cierra la sección: «Como el pecado em-
pezó a reinar valiéndose de la muerte (la muerte que alcanza a todos los hombres desde Adán, efecto
del pecado), así también la gracia empezará a reinar mediante la justicia, para llevarnos a la vida
eterna por medio de Jesucristo nuestro Señor» (v. 21). La muerte reina por obra del pecado de uno
solo; todos los pecados, por obra de la gracia en Cristo, dejan paso a la justificación, y los hombres,
al recibir esa plenitud del don de la justicia, son llamados a reinar en la vida (v. 16-17). Cf. R. BULT-
MANN, «Adam and Christus nach Röm 5»: ZNW 50 (1959) 145-165.
56
Cf. L. CERFAUX, Le Chrsit dans la théologie de saint Paul (París 21954) 176-187: trad. esp. Jesucristo en
san Pablo (Bilbao 21961).
340
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57
A. DESCAMPS, Le péché dans le Nouveau Testament, en Théologie du péché (Tournai 1960) 49-124; A. LE-
MONNYER, Théologie du Nouveau Testament (París 1928) 80-85.
58
Éstas intervienen en la muerte de Cristo, oponiéndose a la obra de la cruz, tomando parte en favor
de la Ley judía, el instrumento de los preceptos y de las transgresiones.
341
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59
Cf. Rom 1, 17. La palabra épokalÊptetai autentifica el origen escatológico, sobre todo comparán-
dola con la expresión antitética de 1, 18: «Se revela la ira de Dios».
60
Cf. L. CERFAUX-A. DESCAMPS, «Justice of justification»: en DBSup IV, c. 1.417-1.510.
61
Cf supra, p.113-117.
62
El prólogo del cuarto evangelio desarrolla, de hecho, el mismo contraste y en la misma forma: el
Verbo se revela como luz, salvación para los que lo reciben; los demás están en las tinieblas, en la le-
janía de Dios.
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64
Cf. supra, p.329.
65
En la literatura paulina señalamos, incluidas las Pastorales, que dikaiÒv se usa 27 veces frente a las
57 de dikaiosÊnh.
66
Rom 3, 24 (justificados gratuitamente por su gracia); Rom 5, 1; 8, 30; 1 Cor 6, 11.
67
Cf. Rom 6, 7; 1 Cor 4, 4; Gál 2, 17.
68
Cf. supra, p.329.
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vimiento del prólogo de Rom nos permite afirmar que los dos momentos se jun-
tan en la transición, a modo de resumen, que se expresa en Rom 5, 1:
«Justificados por la fe, estamos en paz con Dios gracias a nuestro Señor Jesu-
cristo...». El aoristo dikaivy°ntew se refiere al pasado de pecado, en que toda la
humanidad se hallaba sumergida y sin esperanza, y a la vez está vuelto hacia el
bien de la paz, que es el don que Dios nos concede y que baja del cielo.
Así, pues, justificar significará conceder el don de la justicia, pero con
ello se subrayará un matiz de reconciliación, de remisión de los pecados y de
expiación (gracias a la eficacia de la muerte de Cristo)69. Perdón de pecados
y reconciliación, etc., no serán simplemente actos jurídicos. El pecador sabe,
por la fe, que sus relaciones con Dios han cambiado. Era objeto del odio de
Dios; ahora es objeto de su amistad. Y esta nueva condición es en él una re-
alidad. Ya no es pecador por naturaleza, diría Pablo (cf. Gál 2, 15); es, pues,
justo por naturaleza, perteneciente a una «raza» nueva. No sólo se trata de
una «condición» nueva, sino de una transformación real de lo íntimo de su
ser70.
3. La justificación no es escatológica de una manera distinta a como lo es
la misma «justicia». DikaiÒv, sólo por excepción, y a causa del contexto del jui-
cio universal, dice relación a un decreto divino escatológico que declara justos
a los que han respondido a las exigencias de la ley divina, ya sean judíos o pa-
ganos71. En principio, la «justificación» no es «forense»: los cristianos que son
«justificados» son justos por don de misericordia, y en absoluto como conse-
cuencia de un juicio o de una anticipación del juicio final72.
Suelen apoyarse en el sentido declarativo de dikaiÒv en griego, especial-
mente en los LXX, para traducirlo por dar un veredicto de inocencia73. Cuando
el sujeto del verbo es Dios, fácilmente se admitirá que su veredicto es eficiente
y hace justo. Pero, en realidad, nos hallamos frente a un término que san Pablo
acomoda a su teología; la exégesis deberá tener en cuenta la probabilidad de
que haya creado una nueva acepción: la de hacer justo por gracia, la de crear en
el cristiano una participación de la justicia de Dios. La literatura hermética nos
69
Cf. para las nociones que constituyen la «redención»: ST. LYONNET, De peccato et redemptione. II. De
vocabulario redemptionis (Roma 1960); J. DUPONT, La réconciliation dans la théologie de saint Paul
(Brujas 1953); L. CERFAUX, Le Christ dans la théologie de saint Paul (París 21954) 107-110: trad. esp. Je-
sucristo en san Pablo (Bilbao 21961).
70
Dedicamos un párrafo especial al realismo de la justicia, infra, p.389-392.
71
Cf. supra, p.327s.
72
Cf. supra, p.175-180, para la teoría de san Pablo: los cristianos están destinados al triunfo de la pa-
rusía, sin juicio, y, sin embargo, serán juzgados individualmente. Pero la noción de justificación
pertenece a una corriente de ideas absolutamente distinta de la del juicio.
73
Cf. A. SANDAY-A. HEADLAM, A Critical and Exegetical Commentary on the Epistle to the Romans (Edim-
burgo 21898) 30s.
346
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74
Cf. supra, p.325.
75
Cf. supra, p.324s.
76
Con numerosas convergencias de vocabulario, la justicia de Qumrán difiere fundamentalmente de
la de san Pablo. El origen primero de la justicia, según Dam, es la gracia, hecha por Dios, de la Ley y
de la Alianza a los Padres del desierto (cf. 4, 7-8; 6, 2; 8, 14s., par. 19, 27s.): es la obra suprema de Dios,
que hay que conocer y recordar siempre (cf. 6, 4; 16, 2). Cuando la apostasía, la del Exilio y la de los
tiempos actuales, de la cual había sido profecía la del Desierto (cf. 3, 10-13; 6, 2-11), Dios se reservó
un resto de arrepentidos, que se mantuvieron vueltos (convertidos) hacia la Ley, a pesar de la rebe-
lión de todo Israel (1, 5-12). Dios envió a éstos el Maestro de justicia para darles a conocer, con miras
a la Visita escatológica (cf. 1, 12; 7, 9; par. 19, 6), el comportamiento que debían tener: es la revela-
ción de las faltas ignoradas contra la Ley, del verdadero calendario, del camino de justicia y de
fidelidad, de hecho, un conocimiento vivo y completo de la Ley (cf. 3, 14-16; 20, 7, 31-33) que realiza
la Alianza nueva y definitiva (cf. 20, 10-13). Vincularse con juramento a esta Ley de Moisés, y cum-
plir el juramento en la comunidad, es ser justo, perfecto en santidad, es servir a Dios (cf. 15, 8-10; 16,
5). A éstos concede Dios su perdón, la paz eterna, la salvación (cf. 20, 21s., 32-34). La justicia consiste,
por parte de Dios, en el don de la Ley, y, tras la apostasía, en el envío, a los arrepentidos, del Maes-
tro de justicia para explicar la Ley. Por parte del hombre, la justicia es adhesión a esta Ley,
exactamente conocida y practicada con perfección, gracias a la actividad del Maestro de justicia.
Esto sólo se realiza en la comunidad que es el estado actual y definitivo de la Alianza (cf. 20, 10, 12).
–Para los himnos de alabanza (Hod 1, y 10-18), la justicia viene de Dios (1, 6, 26; 11, 7; 12, 34; 13, 17,
19), que la da haciendo que se conozca su voluntad (11, 7; 14, 15-16; 17, 20-22) y purificando al hom-
bre de este modo (11, 10, 31). El hombre recibe esta justicia penetrando la voluntad de Dios (2, 18;
10, 21; 12, 33s.; 14, 24; 17, 21s.) y cumpliéndola fielmente: es la Alianza (15, 15, 18; 16, 7; 18, 24, 28).
–La justicia en Qumrán es, por tanto, la exacta observancia de la Ley. La Ley viene de Dios, igual que
su conocimiento perfecto, por las revelaciones que se han sucedido: con ella se dan el perdón, la
purificación, la participación en la Alianza y la salvación final. El hombre debe aceptar la Ley y su jus-
ticia, debe convertirse. Esto no es posible hacerlo, en concreto, más que consagrándose a la
comunidad, depositaria única de las revelaciones secretas, del conocimiento perfecto de la Ley y
observancia exacta y consciente de las costumbres. Con esto está purificado, es justo, perfecto en su
conducta, porque ésta corresponde a lo que Dios quiere. La justicia es una legislación, bien cono-
cida gracias a las revelaciones, y a pesar de las eventuales persecuciones, cuidadosamente observada
en las acciones interiores y exteriores del hombre y en toda la vida.
77
Poco importa que leamos el indicativo o el subjuntivo «mantengamos la paz» (gocemos de nuestra
paz). Preferimos el indicativo. Los testigos se reparten entre las dos lecturas.
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por una expiación y una reconciliación. Sin embargo, no sería posible afirmar
que este aspecto más jurídico constituya toda la justificación y que el «justo»
sea simplemente aquel para quien Dios ha decidido no tener en cuenta sus pe-
cados. El justo, la «justicia», es más que esto: no sólo el pecado ha sido expiado
por Cristo, no sólo esta expiación se nos aplica en la eficiencia de la cruz, reali-
zada por el mensaje y en el sacramento del bautismo, sino que Pablo llama a la
justificación una «justificación de vida»78. La acción de la muerte de Cristo no
ha sido más que una preparación a la acción de su resurrección, que se mani-
fiesta en la justicia.
Hemos subrayado en nuestros análisis preparatorios muchas fórmulas
sintéticas, en las cuales san Pablo une a la justicia las fórmulas que indican la
vida o los dones del Espíritu79. Nos bastará recordar Rom 14, 17; 1 Cor 1, 30; 6,
11. La exégesis nos muestra, por otra parte, cómo puede pasar sin solución de
continuidad, como si no cayera en la cuenta, de una noción a otra: la vida en
Cristo, los dones del Espíritu, la justicia de Dios, son para él realidades, «for-
malmente» distintas, sin duda, pero que expresan en concreto, cada una a su
modo, la misma realidad fundamental. El mismo don de Dios es justicia, vida
en Cristo y santificación por el Espíritu. Baste con un ejemplo, en Rom 8, 30-
31, donde el Apóstol, debido al contexto de toda la carta, pone a la justificación
(§dika¤vsen) como intermediaria en nuestra existencia cristiana actual, entre
nuestra vocación (para ser hijos de Dios) y nuestra gloria (que es nuestra he-
rencia celeste), nada cambiaría la doctrina si sustituyéramos la justificación, ya
sea por las primicias del Espíritu, ya por la vida que desde ahora nos comu-
nica Cristo resucitado. El contexto mismo nos invita a pensar en estas
equivalencias80.
3.5. El papel de la fe81
Independientemente de las teorías sobre la justicia y la justificación, la
fe, respuesta del hombre al mensaje de salvación, juega un papel muy impor-
tante en el sistema teológico paulino.
Planteemos la cuestión esencial: la fe que se toma en consideración a pro-
pósito de la justificación, ¿es algo distinto de la fe que somete al hombre a la
eficiencia del mensaje apostólico, pieza esencial en la economía de la salva-
ción? Se impone una afirmación. La fe paulina siempre es respuesta al mensaje
divino; sólo porque la fe es aceptación del mensaje, sumisión de nuestra vida
78
Rom 5, 18; 4, 25. Cf. supra, p.329s.
79
Cf. supra, p.323s.; 336s.
80
En el himno de 1 Tes 3, 16, la expresión §dikai≈yh §n pneÊmati se aplica a la resurrección de Cristo.
La gloria es esencialmente celeste: anelÆmfyh §n dÒj˙ (ibid.).
81
Cf. R. BULTMANN, «pisteÊv»: en TWNT VI, 218-230, con bibliografía. Cf. nota 1, p.307.
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(Rom 4, 5) y cita como paralelo de Gén 15, 6, (Abraham creyó a Dios, y esta fe se explica en el con-
texto de la fe en la resurrección), un pasaje de Sal 32, 1s., donde se trata de la remisión de los pecados
con el macarismo: «Feliz el hombre a quien Dios no le tiene en cuenta su pecado» (paralelo de la
fórmula empleada a propósito de Abraham: esta fe fue contada como justicia). Más adelante, Pablo
comenta esta fórmula: “se le contó”, diciendo: «No se escribió sólo por él eso de “se le contó”, sino
también por nosotros, a quienes se anotará en el haber, a los que creemos en el que despertó a Jesús
nuestro Señor de entre los muertos, a Jesús, que fue entregado por nuestras ofensas y resucitó por
nuestra justificación (dika¤vsin)» (Rom 4, 23-25)
84
Hoy se nos dice que el hombre que recibe el mensaje es el hombre alienado, desesperadamente
caído en la nada del ser que se ha apropiado, una naturaleza humana totalmente corrompida y que,
a consecuencia del pecado original, ha perdido su libre albedrío; una naturaleza no sólo incapaz de
nada en cuanto al bien, sino el cor incurvatum in se ipsum, no sólo alejado de Dios, sino positiva-
mente enemigo de Dios. (Cf. E. BRUNNER, Der Mensch im Widerspruch (Berlín 1937) 276: «Der innerste
Kern der Person, das Gottesverhaltnis, ist verderbt, verkehrt, gottlos, cor incurvatum in se ipsum».)
No reconocemos en esta filosofía la teología paulina. La humanidad que recibe el mensaje no es una
humanidad ontológicamente mala, sino que, ella misma, se ha separado de Dios voluntariamente,
por sus pecados personales, por la idolatría, con toda la corrupción de costumbres que de ahí se de-
riva. El mal, del que la humanidad tiene conciencia, y que le hace esperar a Cristo liberador, no es
solamente el pecado original, del cual no es responsable más que en Adán, sino también esa ava-
lancha de pecados que los paganos han cometido y cometen, consecuencia del rechazo voluntario
que han opuesto y siguen oponiendo a la verdad.
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cuencia, las obras de la Ley no tienen ya nada que hacer. La Ley es excluida del
sistema cristiano. Si la justicia de Dios es una justicia que tiene por obligación
castigar a los culpables, Cristo se ha ofrecido en nuestro lugar.
La justicia se comunica en un instante privilegiado de nuestras existen-
cias, cuando Dios nos «justifica». Esto significa que en ese momento borra
nuestros pecados, teniendo en cuenta la redención de Cristo que se nos aplica
y que él nos concede la gracia de la justicia, la «justificación de vida». La justifi-
cación, con sentido concreto, será el don de la justicia.
Este don, o la justificación concedida en concreto, lo entiende Pablo con
todo el realismo del pensamiento contemporáneo, escatología judía o estoica.
Llegamos al «realismo», comprobado ya dos veces en la teología paulina, el de
los dones del Espíritu y el de la «vida» que participa de la resurrección de Cristo.
Las tres nociones: justicia, dones del Espíritu, vida en Cristo, convergen para
transformarnos en un nuevo ser.
Dios justifica al impío o pecador en una actividad de misericordia que
nos es anunciada y que el mensaje pone a nuestro alcance y nos aplica. Basta
con que nos sometamos al mensaje apostólico por la fe. La fe implica un as-
pecto intelectual; hay que creer, y también confesar con los labios, que Cristo
ha muerto y que Dios lo ha resucitado. Entonces, en la ceremonia bautismal, se
realiza en nosotros el misterio de nuestra transformación.
85
Cf. supra, p.221-226.
86
En general, Pablo considera a la Ley como sistema de legislación religiosa y, por lo tanto, de salva-
ción, impuesto por Moisés. Su modo de hablar no es constante. La Ley puede significar el Pentateuco
(Gál 4, 21). Igualmente, este parece ser su modo de hablar en Rom 3, 31; tras haber dicho que esta-
blecemos la Ley en sus verdaderos fundamentos (Rom 3, 31), parece que demuestra su afirmación
con el caso de Abraham. Las controversias han contrapuesto violentamente la justicia cristiana, ob-
tenida por la fe, a la justicia por las obras de la Ley. En realidad, este conflicto se refiere al judaísmo
352
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tardío. El fariseísmo podía interpretarse como un sistema religioso cerrado a toda revelación y a toda
intervención de la fe en Dios. El cristianismo situaba la religión del Antiguo Testamento en una pers-
pectiva totalmente nueva, llevándola a su expansión y a su plenitud.
87
Esta palabra de «pedagogo», que significa ahora «aquel posee el arte de la educación», nos hace bus-
car en la Ley un valor educativo.
88
Cf. p.352.
353
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89
Rom 5, 19: diã t∞w Ípako∞w toË •nÒw.
90
Gál 3, 21-4, 11, especialmente 3, 22.
91
Rom 7, 7-25; cf infra, p.356-359.
92
Diatage‹w di' égg°lvn §n xeir‹ mes¤tou. ı d¢ mes¤thw •nÚw oÈk ¶stin ı d¢ yeÚw e‰w §stin (Gál 3, 19).
354
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cidas por su mediador, lo que permitiría a los hombres recibir una Palabra
que les superaba en mucho.
Una teoría de Filón nos invitaría a interpretar de igual modo la inter-
vención de los ángeles en la promulgación de la Ley. Han hecho oír su voz,
más adaptada a la flaqueza humana que la palabra de Dios93. Este tema se ha
desarrollado en terreno judío a medida que la idea de Dios se purificaba y se
hacía más exigente en perfección moral, y también, en parte, bajo el impulso
de la filosofía griega. La Ley ya no respondía al ideal94. Sin resolver claramente
la objeción, san Pablo se plantea la cuestión de saber si los ángeles que han
promulgado la Ley no serán las Potestades cósmicas que rigen el mundo,
según teorías del judaísmo posterior, de los apocalipsis y de las gnosis95. Esto
le lleva a una crítica más acerba de la legislación mosaica: esas Potestades se
habrían, como si dijéramos, sustituido a Dios. En su apresuramiento de pole-
mista y por una imprecisión intencionada, sugiere la posibilidad de que las
Potestades hayan introducido en la Ley prácticas paralelas a aquellas por las
cuales el paganismo honraba a las divinidades cósmicas y astrales. ¿Es sim-
plemente una manera de poner en guardia a los gálatas? ¿Una sugerencia que
no tiene más finalidad que la de aguzar las imaginación de los gálatas? Se hace
reportero de ideas que están en el ambiente, no desea que se las adopte y, sin
embargo, las propone96.
Sea lo que fuere, todo esto le permite rebajar la Ley judía. Las observan-
cias de la Ley, sacrificios y ceremonias, fiestas, observancia de los días y
observancias alimenticias, ofrecen numerosos puntos de semejanza, cierta-
mente de contacto real, en la historia de las civilizaciones, con prácticas
paganas correspondientes. No es ya para nosotros misterio alguno que la reli-
gión de Israel hunde sus raíces en la civilización de la cuenca oriental del
Mediterráneo y se ha desarrollado paralelamente a las antiguas religiones. El
sábado, las neomenias, la fiesta de Año Nuevo, etc., hacen pensar en cultos en
los que la Luna, el Sol, los planetas, son divinizados. Pablo mismo conoce for-
maciones sincretistas determinadas en las que se rinde culto a los ángeles del
judaísmo, identificados con divinidades astrales condecoradas con el nombre
de Potestades97; declara a los gálatas que su acepción de la Ley judía equivale a
una vuelta a la idolatría. Podemos preguntarnos si se trata de una pura inter-
93
Cf. FILÓN, De Somniis, I, 141-143.
94
La teología judeo-cristiana y la gnosis trabajarán sobre el mismo problema. A menudo, en la obra de
Moisés, se distinguirán partes que han prescrito, gracias a ensayos de crítica de los elementos cons-
titutivos del Pentateuco.
95
Cf. supra, p.49-53, y H. SCHLIER, Der Brief an die Galater (Gotinga 111951) ad loc.
96
Compárese Gál 3, 19-20 y 4, 9-11.
97
Cf. infra, p.391-394.
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la Ley que, a pesar de las restricciones hechas tantas veces, no dejaba de ser
una institución divina fundamental, no puede aceptar compromiso alguno
con el pecado. Va a explicar claramente en qué sentido parece hallarse la Ley
en connivencia con el pecado, cuando en realidad no lo está. Es el alcance de
Rom 7, 5-23.
Se ha querido buscar a menudo en este pasaje, incluso debido al empleo
de la primera persona, una confesión, la confidencia de una experiencia per-
sonal, recuerdo de infancia o tribulación de conciencia que preparó la crisis de
la conversión. Hoy en día se admite de una manera bastante general que no es
ese el buen camino. Como en otros pasajes de las cartas de san Pablo, se trata-
ría de un procedimiento puramente retórico, muy conocido en el período
helénico, tanto en la literatura griega como entre los latinos, y que ha penetrado
en el mundo judío. W. G. Kümmel ha reunido una lista impresionante de ejem-
plos99. Pablo se coloca como representante de una categoría de hombres. El yo
que se considera que realiza una experiencia es en realidad una humanidad
abstracta, el hombre como tal, sometido a la Ley. Creemos que esta hipótesis va
por buen camino. Pero, ¿no se exagera el temor de dar, a pesar de todo, indi-
rectamente con indicaciones psicológicas concretas? El salterio de Qumrán (los
Hodayot) proporciona paralelos en los que el autor generaliza y aplica a toda la
comunidad una experiencia que primeramente fue personal en él. La autobio-
grafía se hace liturgia; en Pablo, se hace teología100.
2. El pasaje se divide claramente en dos secciones. La primera, indicada
por la proposición de la objeción (Rom 7, 7) : «Entonces, ¿qué diremos? ¿La Ley
es pecado? ¡En absoluto!» La segunda, por la afirmación contraria (Rom 7, 14):
«Sabemos que la Ley es de orden espiritual».
a) En la primera etapa de la exposición, donde los verbos están en pasado
(lo cual indica una referencia a un acontecimiento histórico), Pablo se deja guiar
por el capítulo 3 del Génesis, la historia de la caída en el Paraíso terrenal, en la
que se encuentran los elementos de su descripción, «el mandato», la «concu-
piscencia», la «muerte», la «tentación», con la palabra cave: «seducir».
El hombre, descendiente de Adán, no ha sido capaz de cometer verdade-
ras transgresiones, a ejemplo del primer pecado, más que cuando fue
promulgada la Ley con sus mandamientos y sus sanciones. Hasta entonces, el
pecado, esa tendencia radicalmente opuesta a Dios y que halla una aliada en la
codicia, estaba como adormecida; el mandamiento «no codiciarás» le despierta:
99
W. G. KÜMMEL, Röm. 7 und die Bekehrung des Paulus (Leipzig 1929).
100
H. BRAUN, «Röm. 7, 7-25 und das Selbstverständnis der Qumranfrommen»: ZTK 56 (1959) 1-18; P.
BENOIT, La Loi et la croix d’après saint Paul, Rom., VII, 7-VIII, 4, en Exégèse et Théologie, II (París
1961) 9-40.
357
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101
Die Entstehung des Geistes. Studien zur Entstehung des europaïschen Denken bei den Griechen (Ham-
burgo 21948).
102
Hemos querido señalar un contacto de Pablo con la psicología griega respecto de un punto que toca
a la constitución misma del pensamiento. Es evidente, por lo demás, que Pablo, incluso en el pasaje
que estudiamos, se expresa como pudiera hacerlo un semita, y subraya su exposición con términos
bíblicos y semíticos.
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Si la Ley encierra todo bajo el pecado, es normal que con ella todo acabe
en prohibiciones, maldiciones, En cuanto que el ideal del hombre religioso que
la Ley ha esbozado es excelente, incluso en cuanto que hace presagiar al hom-
bre cristiano, especialmente cuando manda la caridad106, la Ley es espiritual y
sus preceptos son santos, justos y buenos (Rom 7, 12).
No es ella la responsable del rechazo que el hombre opone a sus exigen-
cias. La responsabilidad está en otra parte: en el pecado y en la carne. El pecado,
o ciertas fuerzas opuestas a Dios, manejan a la humanidad; la carne, que ha
sido creada por Dios con una flaqueza contra la cual la Ley es impotente.
Para llegar a acusar a la Ley en este aspecto de flaqueza, habría que exi-
girle lo que los fariseos le han exigido a menudo: ayudar al hombre a que
produzca él mismo su justicia, atribuyendo a sus propias fuerzas sus servi-
cios legales. Pero esta postura del fariseísmo, estigmatizada también por
nuestro Señor, desnaturaliza la intención de Dios, que quería que la Ley fuera
simplemente una preparación imperfecta, con taras, buena, sin embargo, en
lo esencial, añadiendo un error doctrinal: la capacidad del hombre para obrar
el bien por sí mismo. El hombre se cree capaz de llegar a Dios con sus obras
personales y de obligarle a que le salve. Esto era ponerse en pie de igualdad
con Dios107.
Extendemos a la ley inscrita en los corazones lo que decimos de la Ley
judía. Tampoco ella –menos aún que la Ley de Moisés– puede bastar al hombre
religioso, cuya buena voluntad se encontraba ahogada por una malicia original
y por las costumbres del paganismo.
4.6. Condición del hombre una vez abrogada la Ley
1. De los párrafos precedentes se deduce el verdadero sentido de la abro-
gación de la Ley judía.
Por Ley se entiende la legislación promulgada por Dios, y sobre la cual se
funda una economía religiosa transitoria. Su finalidad era llevar al pueblo judío
hasta Cristo. Para ello le imponía numerosos preceptos, con sanciones; por sí
misma no le proporcionaba fuerza para llevar la vida santa que prescribía (esta
fuerza, en la economía antigua, sólo se podía conseguir por la fe en las prome-
sas hechas a Abraham, según el modelo de la fe del Patriarca). La Ley deja de
estar en vigor a la muerte de Cristo, que «la completa» –y de este modo la
abroga–, por un acto de obediencia perfecta, y acepta cargar con todo el peso
de los castigos de muerte merecidos por sus transgresiones.
106
Rom 13, 8-10: ı går égap«n tÚn ¶teron nÒmon peplÆrvken (v. 8).
107
Cf. infra, p.361.
360
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La Ley, que fue decretada por un «mediador», Moisés, y por los ángeles,
era imperfecta, no sólo debido a su impotencia para procurar la «justicia» que
ella misma prescribía, sino también porque había permanecido al nivel de las
religiones nacionales contemporáneas y se había impregnado de costumbres
que no se elevaban suficientemente por encima del paganismo.
Si por la Ley se entiende el sistema religioso tal como los fariseos lo han
desarrollado para realizar «su propia justicia», es decir, para presentarse ante
Dios con sus buenas obras, excluyendo la humildad, que es esencial al hom-
bre –puesto que la misericordia es esencial a Dios–, hay que ver en ella una
caricatura de la institución divina, estigmatizada justamente por Cristo y por
san Pablo.
La teología de san Pablo ha sabido superar la problemática del judaísmo.
Por encima de la Ley de Moisés, la voluntad de Dios se manifiesta a las con-
ciencias; la flaqueza humana y el ambiente en que vive inhiben rápidamente las
buenas voluntades. La abrogación de la Ley antigua suprime el privilegio
–mucho más aparente que real– del judaísmo; el hombre, con toda su debilidad,
se encuentra solo ante Dios, y la misericordia podrá intervenir.
2. Es, pues, toda la humanidad la que, una vez abrogada la Ley, queda
ante Dios en una situación totalmente nueva (Rom 7, 24-8, 4).
La ampliación de perspectiva que hemos constatado al analizar la se-
gunda sección de Rom 7, 5-23 continúa haciéndose sentir. El Apóstol habla en
la hipótesis inmediata del judaísmo; pero su pensamiento escapa continua-
mente hacia una problemática más general. La Ley de Moisés no era más que
una manifestación particular, una gracia dada a un pueblo; la voluntad de
Dios abarcaba a todos los pueblos. La «ley» significará tanto la ley de Moisés
–y en este caso emplearemos la mayúscula– como la ley de Dios (la voluntad
divina), a la que corresponde un instinto profundo de nuestra inteligencia
(la ley de nuestra inteligencia), –y en este último caso escribiremos «ley» con
minúscula.
Abrogada la Ley, el hombre conserva el instinto de su carne (Rom 8, 5-8).
Así, pues, en Gál 5, 17, Pablo puede volver a emplear, a propósito de los cristia-
nos, los temas helénicos que describían el conflicto de las conciencias bajo la
Ley (Rom 7, 15-23). Pero se va a manifestar la novedad del Espíritu.
3. El Apóstol define la situación del cristiano: «Yo mismo, con la razón,
soy esclavo de “la ley de Dios”; pero, con la carne, soy esclavo de “la ley del pe-
cado”. Por tanto, ahora (el nuevo cristianismo) no hay condenación alguna para
los que están en Jesucristo. Pues la ley del Espíritu de la vida en Jesucristo me
libera de la ley del pecado y de la muerte; pues, lo imposible para la Ley, al estar
debilitada por causa de la carne, Dios lo realizó enviando a su Hijo en carne se-
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108
Cf. E. G. GULIN, «Die Freiheit in der Verkundigung des Paulus»: ZST 18 (1941) 458-481; K. G. KUHN,
«peirasmÒw-èmart¤a, sãrj im Neuen Testament und die damit zusammenhängenden Vorstellun-
gen»: ZTK 49 (1952) 200-222; F. BÜCKLE, Die Idee der Fruchtbarkeit in den Paulusbriefen
(Friburgo–Suiza 1953); A. VIARD, «Le fruit de l’Esprit»: VSpir 88 (1953) 451-470; C. H. DODD,
ENNOMOS XRISTOU, en Studia paulina. In honorem J. de Zwaan (Harlem 1953) 96-110; E.
SCHWEITZER, «Röm. 1, 3f. und der Gegensatz von Fleisch und Geist vor und bei Paulus»: EvT 15 (1955)
563-571; «Die hellenistische Komponente im Neutestamentlichen sãrj-Begriff»: ZNW 48 (1957)
237-253.
109
La fórmula es la de Rom 8, 2: «La ley (obligación) del Espíritu de la vida en Jesucristo me libera de la
ley del pecado y de la muerte».
362
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para vencer a la carne, es sustituida por un nuevo régimen que asegura la vic-
toria del Espíritu y hace posible, finalmente, la adquisición de la justicia.
Viviremos bajo el reinado, o en la servidumbre, de la justicia de Dios.
5.1. La voluntad del hombre110
Suponemos el análisis de Rom 7. Hemos creído distinguir en la antropo-
logía paulina dos corrientes básicas: una, más semítica que se apoya en una
psicología rudimentaria, en la cual las facultades y sus tendencias se muestran
bajo expresiones llenas de colorido; y otra, griega. El pensamiento semítico pro-
porciona las nociones de pecado, de carne, de concupiscencia; el pensamiento
griego, la de «inteligencia», como principio superior presente en el hombre.
La noción de la «inteligencia» implica perspectivas determinadas. Si Pablo
admite en el hombre, junto a tendencias inferiores, un principio constitutivo
superior, es que necesariamente se muestra optimista con respecto a la huma-
nidad. Cree que el hombre es ontológicamente capaz de conocer a Dios, de
tender hacia él y de obrar el bien.
Nuestra exégesis es conscientemente opuesta a una exégesis protestante
corriente (Bultmann, Kümmel, Mehl-Khrllein). Vamos a resumirla con bastante
rapidez111. El noËw de san Pablo no sería un principio superior presente en el
hombre, y que se debería concebir según el noËw platónico; representaría, por
el contrario, una noción radicalmente religiosa, y significaría al hombre puesto
ante Dios (Bultmann). Las representaciones de la inteligencia son incapaces de
poner en movimiento a la voluntad hacia las realizaciones prácticas: el hom-
bre puede tener ideas acerca de Dios y del bien, pero carece de poder para poder
obrar nada; el impulso para la acción le vendrá sólo de un poder exterior. En
otras palabras, la personalidad del hombre está alienada: el «yo», nuestro «yo»,
está ontológicamente orientado hacia el Bien, pero, al mismo tiempo, es inte-
ligencia pervertida.
Mientras que ontológicamente, trans-subjetivamente» (Bultmann) está
orientado hacia la verdadera vida superior, religiosa, tanto «histórica» como
también ontológica y «trans-subjetivamente» está inclinado al mal. Para su
desgracia, el hombre ha escogido (¿pero qué viene a ser una elección ontoló-
gica?) el camino contrario a Dios, se ha hecho completamente carnal. El
110
H. LÜDEMANN, Die Anthropologie des Apostels Paulus und ihre Stellung innerhalb seiner Heilslehre
(Kiel 1872); P. JOÜON, «Les verbes boÊlomai et y°lv dans le Nouveau Testament»: RSR 30 (1940) 227-
238; H. MEHL-KOEHNLEIN, L’homme selon l’apôtre Paul (Neuchâtel 1951); CL. TRESMONTANT, Essai sur la
pensée hébraïque (París 1953); TH. BOMAN, Das hebräische Denken in Vergleich mit dem Griechischen
(Gotinga 1954); L. CERFAUX, La volonté dans la doctrine paulinienne, en Qu’est-ce que vouloir? (París
1958) 13-23.
111
H. MEHL-KOEHNLEIN, L’homme selon l’apôtre Paul (Neuchâtel 1951) 23s.
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364
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114
Nos apoyamos en Rom 8, 1-11, y Gál 5, 16-25, que describen el conflicto persistente en la existencia
cristiana.
115
Gál 5, 22: ı karpÚw toË pneÊmatow. Cf. infra, p.376-380.
116
La coincidencia con la parábola de la siembra no es fortuita. La tierra produce sus frutos colabo-
rando con la Palabra de Dios (eficaz, convertida en Espíritu en la teología paulina). El pueblo nuevo
da sus frutos, mientras que el pueblo viejo se los ha negado a Dios.
117
Cf. supra, p.294-254.
118
Cf. Rom 7, 15-23.
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119
ÉEãn tiw édelfÚw ÙnomazÒmenow...
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120
Rom 7, 5-6; 8, 4.9.
121
Rom 8, 13; Gál 5, 19-22; 6, 8.
122
1 Cor 5, 5; cf. supra, p.252-254.
123
Cf. Gál 4, 7. 30.
124
Cf. infra, p.371-373.
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125
Pablo desarrolla esta teoría en Rom 9, 6-13, a propósito de Isaac y de Jacob. En el Israel según la
carne, un linaje espiritual lleva a Cristo, linaje que se muestra cada vez que la voluntad de Dios, por
una elección especial, trasciende la generación carnal.
126
Di' aÈtoË ¶xomen tØn prosagvgØn ofl émfÒteroi §n •n‹ pneÊmati prÚw tÚn pat°ra (Ef 2, 18).
368
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Ha seguido siendo «letra», cuando en la intención divina debía haber sido en-
tendida según el «espíritu». Quizá tocamos aquí el verdadero e íntimo
pensamiento de Pablo. La antítesis que conviene al pueblo no conviene a la Ley.
El pueblo es «carnal», «según la carne», en vez de ser «según el Espíritu», porque
no se ha sometido a la Ley tal como Dios lo había querido, abierta hacia Cristo.
La Ley era espiritual, pero había en ella «letra» y «espíritu». El pueblo ha vivido
la «letra» de la Ley y no su «espíritu».
El pagano, sin tener la «letra», puede practicar los preceptos de la Ley (en
este caso, la práctica según su espíritu, según la voluntad de Dios); el judío, aun-
que en posesión de la «letra» y la circuncisión, infringe la Ley (Rom 2, 27), tanto
en su letra como en su espíritu. De una manera análoga, hay una circuncisión
de «corazón», es decir, en el Espíritu, accesible a los paganos, mientras que los
judíos sólo quieren la circuncisión de la carne (Rom 2, 28-29)127.
5.2.2.2. Cristo según la carne y Cristo según el Espíritu128
La antítesis viene impuesta por la cristología paulina. La resurrección ha
constituido a Cristo katå pneËma (Rom 1, 4); antes, pues, no era «según el Es-
píritu»; su existencia se hallaba privada del poder que debía ejercer. Era «según
la carne». Esta primera existencia, la encarnación del Hijo de Dios, le hacía hijo
de la mujer, de la semilla de David. La misma antítesis está latente en Rom 9, 5:
del pueblo judío ha salido Cristo «según la carne», es decir, en cuanto que es
hijo de David y de raza judía.
No hay por qué considerar a Cristo según la carne; un mesianismo na-
cional, tal como lo había conocido Pablo antes de su vocación129 no puede
producir el cristianismo. Un cristiano no es el sujeto de un mesías-rey, sino el
hombre que se deja transformar totalmente por Cristo Jesús muerto y resuci-
tado por él. El cristiano es una nueva criatura130. La salvación cristiana, victoria
de Cristo según el Espíritu, produce en todo cristiano la victoria del Espíritu
sobre la carne.
5.3. La condición cristiana de libertad131
«Y donde está el Espíritu del Señor, hay libertad» (2 Cor 3, 17). Pablo en-
tiende con ello que el cristiano, liberado de las trabas religiosas del régimen de
127
Cf. supra, p.37s.
128
Cf. L. CERFAUX, Le Christ dans la théologie de saint Paul (París 21954) 209-236: trad. esp. Jesucristo en
san Pablo (Bilbao 21961).
129
En este sentido se podría interpretar la afirmación, ciertamente oscura para nosotros, de 2 Cor 5, 16.
130
2 Cor 5, 15-17.
131
ST. LYONNET, Liberté chrétienne et loi de l’Esprit (Roma 1954); L. CERFAUX, Condition chrétienne et liberté
selon saint Paul, en Structures et liberté (Études carmélitaines) (Brujas 1958) 244-252. Bibliografía ge-
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la Ley, es capaz de mirar, sin aquel velo que oscurece la mirada de los judíos, la
gloria de Dios visible en el rostro de Cristo. La «justicia» nos ata al Espíritu y nos
libera de las formas inferiores de la religión judía.
Debemos olvidar, desde el comienzo de este párrafo, una definición de
la libertad centrada sobre el «libre albedrío». La libertad humana, tal como hoy
la entendemos, nunca ha sido un problema para san Pablo. Como todos los ju-
díos, creía que poseía iniciativa de autonomía en sus empresas y se mantenía
responsable ante Dios de todos sus actos, buenos o malos. Ciertamente que,
como todos los judíos, también sabía que todo el orden creado, y especialmente
el orden humano, el acontecer de la historia y la actividad de las conciencias,
dependen de ese Dios ante el cual el mundo y el hombre no son nada. Estaba
bastante al corriente de los intereses de su tiempo para observar que el gobierno
divino, que se confundía con el orden cósmico, podía parecer que ponía en
jaque a la libertad humana, pero fuerte en su fe en un Dios personal en su tras-
cendencia y presente en el mundo y en las almas humanas con todo su poder,
negaba al hombre el derecho a discutir los misterios de la Providencia. No se
pide cuenta a Dios de lo que hace (Rom 9, 19-24). Por tanto, Pablo nunca ha
puesto en duda la libertad radical del hombre y no se ha planteado el problema
de una gracia de Dios coercitiva. Para él, la libertad del hombre es tan cierta
como la absoluta autoridad de Dios, que regula la salvación de los hombres.
5.3.1.El vocabulario
San Pablo es el único autor del Nuevo Testamento que se sirve del voca-
bulario que gira en torno al sustantivo «libertad». Emplea 16 veces el adjetivo
§leÊyerow, 6 veces el sustantivo §leuyer¤a, 5 veces el verbo §leuyerÒv y una vez
épeleÊyerow132.
En su sentido primitivo, estas palabras designan una realidad social, la li-
bertad en cuanto opuesta a la esclavitud, o bien una realidad más íntima, la
libertad de las conciencias, la independencia frente a una violencia exterior y el
acceso a un mundo de actividades en los que pueden desarrollarse las energías
humanas. Estas acepciones fundamentales, que también son, más o menos, las
del lenguaje corriente, fueron en un principio típicamente griegas. Reflejaban
la experiencia social de las pequeñas ciudades, las de la «democracia», de la
lucha contra los tiranos, luego de la guerra contra el déspota persa. La «libertad»
significaba el orgullo de la independencia, del derecho a hacer lo que se quiere,
neral en TWNT II, 484; W. BAUER, Wörterbuch zum Neuen Testament (Berlín 51958) c. 496s.; R. BULT-
MANN, Theologie des Neuen Testaments (Tubinga 1953) 326-348; M. POHLENZ (trad. J. GOFFINET), La
Liberté grecque: nature et évolution d’un ideal (París 1956).
132
Cf. H. SCHLIER, «§leÊyerow»: en TWNT II, 484-500; O. SCHMITZ, Der Freiheitsgedanke bei Epiktet und das
Freiheitszeugnis des Paulus. Ein religionsgeschichtl. Vergleich (Gütersloh 1923); W. BRANDT, Freiheit
im N. T. (Munich 1932); B. RAZZOTTI, «La libertà cristiana»: RivBib 6 (1958) 50-82.
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371
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134
Cf. A. DEISSMANN, Litch vom Osten. Das Neue Testament und die neuentdeckten Texte der hellenistisch-
römischen Welt (Tubinga 41923) 277, n. 3; 323.
372
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135
D. AMAND, Fatalisme et liberté dans l’antiquité grecque (Lovaina 1945); A. D. NOCK y A. J. FESTUGIÉRE,
Corpus Hermeticum, I (París 1945) 193-195 (apéndice).
373
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136
Se puede comparar el papel del Espíritu con el del «intelecto» (el noËw) en los escritos herméticos. El
intelecto, don de Dios, asegura la victoria sobre la fatalidad y establece al hombre en la libertad:
«Atiende, pues, y aplica esta doctrina al problema que me planteabas hace poco; es decir, sobre la
fatalidad < y > el intelecto. Si, en efecto, apartas todo argumento capcioso, hallarás, hijo mío, que en
realidad el intelecto domina sobre todas las cosas; es decir, el yo (cuxÆ) de Dios, sobre la fatalidad,
sobre la ley y sobre todo lo demás; que nada le es imposible (édÊnaton, cf. Rom 8, 3), ni colocar el
alma por encima de la fatalidad, ni, si ha sido descuidada, como suele ocurrir, someterla bajo el yugo
de la fatalidad» (C. Herm., XII, § 9).
137
Cf. D. AMAND, op. cit., p.9-11.
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138
Bibliografía en W. BAUER, Wörterbuch zum Neuen Testament (Berlín 51958), c. 1.557; J. DUPONT, «Synei-
dèsis aux origines de la notion chrétienne de conscience morale»: StudHellen 5 (1948) 119-153.
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376
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(tå genÆmata).
143
Cf. notas 141 y 142.
144
Rom 6, 22; Gál 5, 22; Ef 5, 9 (karpÒw toË fvtÒw).
145
Las «obras» son puestas en relación con las tinieblas en Rom 13, 12 (tå ¶rga toË skÒtouw) y Ef 5, 11
(to›w ¶rgoiw to›w ékãrpoiw toË skÒtouw), bajo la influencia de la alegoría del día y de la luz. Esta
misma alegoría había introducido la expresión «fruto de la luz», en Ef 5, 9 . Las obras de las tinieblas
son las que se producen a la noche y que, por eso mismo, son improductivas. El Espíritu ejerce su
eficiencia en las obras.
146
Véase la exégesis más teológica de M. J. LAGRANGE, Saint Paul, Epître aux Galates (París 1942) 151s.,
que cita a Jerónimo en el mismo sentido: «Sed et illud eleganter, quod in carne opera posuit, et fruc-
tus in spiritu; quia vitia in semetipsa finiuntur et pereunt, virtutes frugibus pullulant et redundant».
147
En realidad, la exposición comienza en Gál 5, 13 con una llamada de atención: los cristianos no
deben transformar en licencia carnal su liberación de la Ley, sino someterse unos a otros por la ca-
ridad del Espíritu. La lectura de nuestra Vulgata per caritatem spiritus que viene del texto occidental
(con la sahídica), es probablemente una explicación teológica armonizante: el Espíritu constituye
una nueva ley, la de la única caridad que contiene todos los preceptos y, además y sobre todo, es
una fuerza para cumplirlas. Pablo, pues, no dice simplemente que la Ley se resume en el precepto
de la caridad, sino que ésta se cumple a la perfección entre los cristianos por la caridad (que sólo el
Espíritu nos puede dar). La Vulgata probablemente corrige el texto griego en Gál 5, 17, suavizando
la expresión de la impotencia de la voluntad que concuerda con Rom 7, 15: en lugar de
·na mØ ë §ån y°lhte taËta poi∞te, escribe «ut non quaecumque vultis, illa faciatis». La Ley ha po-
dido enunciar el precepto (Pablo cita Lev 19, 18), pero no ha podido hacer que se practicara. Pablo
continua (Gál 5, 16) contraponiendo «caminar en Espíritu» y «dar satisfacción a la concupiscencia
de la carne», las tendencias del Espíritu y las de la carne, para concluir en el v. 18: «Si os dejáis con-
ducir por el Espíritu, no estáis bajo la Ley». Por tanto, constantemente ha estado pensando en la Ley
al hablar de la carne. Tras haber detallado los dos catálogos, añade al segundo este comentario (v. 23-
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153
Cf. A. VOGTLE, Die Tugend- und Lasterkataloge im Neuen Testament (Münster 1936); S. WIBBING, Die
Tugend- und Lasterkataloge im Neuen Testament (Berlín 1959).
154
Otros catálogos de vicios, pero de espíritu distinto, en 1 Tim 1, 8-11; 6, 4-5; 2 Tim 3, 2-5; 1 Pe 4, 3.
155
Cf. 1 Tes 2,12; 2 Tes 1, 5.
156
P¤stiw di' égãphw §nergoum°nh.
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Libro Cuarto
El cristiano frente al misterio de Dios
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1
Supra, p.22-23.
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11
1
El debilitamiento de la escatología en las grandes cartas no estaba tan condicionado por el «cono-
cimiento». Para los problemas teológicos a los que nos referimos consúltese J. DUPONT, Gnosis. La
connaissance religieuse dans les épîtres de saint Paul (Lovaina 1949).
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10
Cf. 1 Tes 2, 12; 2 Tes 2, 9-10; 1 Cor 15, 43.
11
Cf. 2 Cor 4, 17.
12
Cf. supra, p.136.
13
Nótese muy especialmente que el nËn del tiempo cristiano (Ef 3, 5. 10; 5, 8; Col 1, 26) es el de la gno-
sis y el de la revelación.
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cipo a la noción griega de la eternidad. Sin embargo, sigue siendo muy clara la
distinción entre el tiempo presente y el tiempo futuro. Si el mundo futuro in-
vade el mundo presente, enriquecido de misterio, el presente conserva en su
horizonte el acontecimiento escatológico.
Aunque han desaparecido las grandes descripciones escatológicas, el
misterio paulino sigue insertándose en el movimiento apocalíptico. El vocabu-
lario sólo revela que un nuevo componente se mezcla con las fórmulas
apocalípticas propiamente dichas; una vida intelectual intensa nos hace parti-
cipar, desde ahora, en el conocimiento (escatológico) que nos está reservado
en la contemplación futura14.
1.2. Relación con el «misterio» de los evangelios
Cristo anunciaba su vuelta y el advenimiento en gloria del Reino de los
cielos. Nuestros evangelios sinópticos han reunido esas revelaciones de Cristo
sobre el futuro (discurso escatológico). Pero Jesús ha revelado también que el
Reino comienza desde ahora, con una presencia que se desvela a los ojos de la
fe. Esta revelación está contenida en parábolas que sus discípulos escogidos
deben escrutar: «A vosotros se os ha concedido conocer los misterios (los se-
cretos) del reino de los cielos» (Mt 13, 11; cf. Mc 4, 11; Lc 8, 10). La fórmula se
parece a la de las cartas de la cautividad (Col 2, 2; Ef 6, 19); pero las diferencias
son notables. Donde Jesús dice «los misterios»15, las cartas dicen «el misterio».
Donde Jesús dice «el Reino de los cielos», las cartas hablan de Cristo o del Evan-
gelio. El logion sinóptico tiene profundas raíces en la apocalíptica judía
tradicional (Daniel)16, lo cual no es tan verdad en las cartas. La presencia por
ambas partes de la expresión «conocer los secretos (o el secreto)» no basta para
14
Se podría interpretar el fenómeno diciendo que, en circunstancias que presagian ya el movimiento
gnóstico, la «gnosis» (cristiana) se pregunta sobre su propio contenido. Algunas palabras están vin-
culadas a las del misterio y su uso está mucho más acentuado en las dos cartas. Nos referimos en
especial al término plÆrvma, que se repite con insistencia, en relación con una antítesis establecida
entre Cristo y las Potencias celestes. Dígase lo mismo de sof¤a y gn«siw y, probablemente, también
de fórmulas como katalab°syai... t¤ tÚ plãtow ka‹ m∞kow ka‹ Ïcow ka‹ bãyow (Ef 3, 18).
15
Habría que examinar la fórmula de Marcos: «A vosotros se os ha comunicado el misterio del reino
de Dios» Pero Mc parece secundario con respecto a la redacción del logion de Mt apoyado por Lc.
16
La escatología de los evangelios lleva las señales del origen judío palestino; está impregnada del in-
flujo de los apocalipsis judíos y muy especialmente del Libro de Daniel. Negarse a admitir que se
remonta a Cristo sería muy extraño. No hay duda de que, después de la resurrección y de Pentecos-
tés, cuando estallan las primeras persecuciones, se vivió en Jerusalén y en Palestina en un clima
apocalíptico y ciertos rasgos pueden proceder de la comunidad. Pero Cristo mismo estaba obligado
a encuntrar fórmulas que expresaran lo trágico de su misión, y el movimiento apocalíptico es lo pri-
mero que se le ofrecía entre las profecías del Antiguo Testamento. Sabemos ahora que el Libro de
Daniel fue muy leído tras la persecución de Antíoco Epífanes. En él encontró Jesús formas esencia-
les de su doctrina, en especial «Reino de los cielos» e «Hijo del hombre». Cf. L. CERFAUX, «Les sources
scripturaires de Mt 11, 25-30»: EThL 31 (1955) 740-746; 32 (1956) 331-342; «La connaissance des se-
crets du Royaume d’apres Mt 13, 11 et par.»: NTS 2 (1955-1956) 238-249.
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391
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20
Cf. L. CERFAUX, «Influence des mystères sur le judaïsme alexandrin avant Philon»: Le Muséon 37 (1924)
29-88 [=Recueil Lucien Cerfaux, I (Gembloux 1954) 65-112]. El tema lo ha continuado K. PRÜMM,
«Mystères»: en DBSup VI, c. 175-178, que, en términos generales, admite nuestra posición.
21
Cf. infra, p.433.
22
Sobre el sincretismo de Col, cf. BORNKAMM, «Die Häresie des Kolosserbrief»: TLZ 73 (1948) c. 11-20;
M. DIBELIUS, An die Kolosser, Epheser, an Philemon [edición revisada por H. GREEVEN] (Tubinga 21953).
Cf. K. PRÜMM, art. cit., c. 218-222. Sobre el estado de la cuestión para la exégesis de Col, cf. K. PRÜMM,
ibid.
23
J. VAN HERTEN, Yrhske¤a, EÈlãbeia, ÑIk°thw. Bijdrage tot de kennis der religieuze terminologie in het
grieksch. (Utrecht 1934) 2-17ss.; K. L. SCHMIDT, «yrhske¤a»: en TWNT III, 155-159. Puede compararse
con Sab 14, 16, que emplea de la misma manera el verbo yrhskeÊein. Cf. L. CERFAUX, «L’inscription fu-
nèraire de Nazareth á la lumière de l’histoire religieuse»: AHDOIDA 7 (1958) 526s.
392
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24
Inscripción de Claros. Cf. M. DIBELIUS, An die Kolosser, Epheser, an Philemon (Tubinga 21953) 35; S. EI-
TREM, «EMBATEUV, Note sur Col II, 18»: StudTheol 2, 1 (1949) 90-94. Las inscripciones de Claros
imponen a §mbateÊv un sentido técnico: se trata de una iniciación en un santuario secreto:
paralabΔn tå mustÆria (cf. M. DIBELIUS -H. GREEVEN). La expresión recuerda a Apuleyo: calcato
Proserpinae limine.
25
Cf. 1 Cor 9, 1; el pasivo fyh es muy frecuente para designar una visión.
26
Es muy conocido el orgullo de los mistagogos. Recuérdese la devoción apasionada de Apuleyo por
Isis. En Eleusis, el iniciado se sabe objeto de la predilección de las dos diosas; las ceremonias pro-
vocan una excitación física y moral que se convertía en fervor religioso y confianza. Cf. P. FOUCART,
Les mystères d’Éleusis (París 1914) 385-388.
27
Cf. 2 Cor 12, 4.
28
Col 2, 3.8-9. El mismo fenómeno se produce en Corinto, donde los cristianos identifican la ense-
ñanza de Pablo con una filosofía.
29
Col 2, 15. Pablo escribe a propósito de la Muerte de Cristo en la cruz: se despojó (épekdusãmenow) de
las Potestades y de las Dominaciones. El rito judío de la circuncisión, al que acaba de aludir (Col 2,
11-13), simbolizaría con toda facilidad el rechazo místico del cuerpo de carne, sobre el cual ha arrai-
gado la tiranía de las Potestades. Compárese con Evangelium veritatis, 20, 30s. (ed. M. MALININE -
LINIH. PUECH - ECH UISPEL).
393
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30
A. SABATIER, L’Apôtre Paul. Esquisse d’une historie de sa pensée (París 41912) 226.
31
Cf. S. ZEDDA, «Il carattere gnostico e giudaico dell’errore colossese nella luce del manoscritti del Mar
Morto»: RB 5 (1957) 31-56; A. PENNA, «L’ascetismo del qumranici»: RB 6 (1958) 22; P. BENOIT, «Qum-
rân et le N. T.»: NTS 7 (1960-1961) 287s.; K. G. KUHN, «Der Epheserbrief im Lichte der Qumrantexte»:
NTS 7 (1960-1961) 334-346.
394
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32
Téngase en cuenta a sus compatriotas judíos, helenistas como él, Filón de Alejandría y el autor del
Libro de la Sabiduría.
33
Ad Ephes., 12, 12. No se ha de entender summÊsta como iniciados a la vez que Pablo, sino como for-
mando el grupo de los que han sido iniciados juntos por Pablo. Cf. infra, p.402-404.
34
El conocimiento que pretenden tener los autores de Qumrán es siempre un don de Dios, como todo
lo que posee Israel. Casi siempre es debido a una revelación nueva, coronación de todas las que Dios
ha hecho a su pueblo a lo largo de los tiempos, y estriba exclusivamente en la Ley (sobre los profe-
tas, en los comentarios), entendida en adelante con exactitud, con el fin de que sea aplicada a la
perfección, con miras a los tiempos escatológicos más o menos cercanos. El modo de revelación es,
en ocasiones, una visión al estilo profético (cf. Hod 2 y 4), más normalmente, al parecer, una inteli-
gencia, incluso un estudio regular de la Ley (cf. Dam y, sobre todo, S). Éste es el criterio último de la
voluntad de Dios y el tesoro de sus secretos, confiado al Israel ideal, constituido en la comunidad. –
Dam comienza con una invitación a comprender las obras de Dios (1, 2), tal como se manifiestan en
la historia de los hombres, pero sobre todo en la de las alianzas que Dios sella con Israel (2, 17-4, 2).
En efecto, el juicio está a la vista (1, 2, 12; 6, 10; 7, 9 y par. 19, 6; 20, 14-15) y Dios, como lo hacía por
los profetas, ha «suscitado» un Maestro de justicia para anunciar el castigo de los traidores y guiar a
los justos por una conducta perfecta (1, 11-12, 20, 32). Éste es el Escrutador de la Ley (6, 7) y gracias
a él los miembros del grupo pueden cavar los pozos de aguas vivas de la Ley (3, 16; 6, 3-9); es decir,
pueden recibir las revelaciones supremas que, especialmente a propósito del calendario (6, 18-19)
y de los pecados ignorados (3, 14) la hacen conocer finalmente con exactitud (1, 11; 5, 5) y aplicar per-
fectamente (4, 8; 6, 14). Es la verdadera preparación para la Visita escatológica (6, 10-11) y la
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realización de la Alianza perfecta y definitiva (3, 13). En una palabra, un conocimiento nuevo y re-
velado de la Ley permite tener una conducta moral propia de la época escatológica. El comentario
de Habacuc afirma la existencia de dos grados de conocimiento: el de los profetas, que han conocido
todos los acontecimientos de la historia de Israel, y el del Maestro de justicia, que penetra los secre-
tos de Dios contenidos en las profecías, secretos ignorados por sus mismos autores (7, 2-5). Se
refieren a la sucesión de los acontecimientos, en especial sobre los últimos, y sobre los castigos es-
catológicos (2, 5-10). El Manual de Disciplina ofrece las reglas de conducta de los que, por juramento
(5, 8), hacen voto en la comunidad (1, 2; 3, 7). Para obrar según la voluntad de Dios tal como se ma-
nifiesta en la Ley y los profetas (1, 3), se necesita una purificación completa, y en especial de la
inteligencia (1, 12). Para esto hay que recibir la instrucción de las costumbres establecidos (3, 1, 6).
Éstas han sido descubiertas gracias a las revelaciones hechas por Dios en la comunidad, sobre la Ley
(5, 9; 8, 1) y que suceden a las de Moisés y los profetas (8, 15-16). Estas revelaciones se prosiguen en
la investigación y en el estudio de la Ley (6, 6-7; 8, 12), la lectura del Libro (6, 7), instituciones im-
portantes, porque son ellas las que realizan en el presente la estancia en el Desierto (8, 14; 9, 19-20)
y el Israel ideal (8, 5-6; 9, 6). Este conocimiento, obtenido sin duda con miras al juicio (1, 23; 2, 15; 5,
12; 9, 11), se refiere a la Ley (5, 11; 6, 6) y distingue en ella las causas ignoradas del pecado (5, 11), así
como también el ritmo de los tiempos (9, 13-14), y aun el curso general de la historia fijada por Dios
(cf. 3, 13 y la «Doctrina de los dos Espíritus» 3, 13-4, 26). La iluminación, adquirida así, de la inteli-
gencia (2, 3) se consumará en el más allá en una participación de la ciencia del Altísimo y en la
sabiduría de los hijos de los cielos (4, 12). En resumen, la observancia perfecta de la Ley es posible
en la comunidad, gracias a la inteligencia que Dios da de ella mediante revelaciones especiales y
por el estudio. –La revelación, en los himnos de alabanza, es la manifestación de la sabiduría divina
en el universo; la de las col. 2 y 4 descubre los secretos de la Ley, mientras que el secreto del Vástago,
en las col. 5 y 8, es la Ley mejor entendida y a la vez la realidad vivificante, cuya posesión da a los que
la han recibido.
396
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35
Cf. D. DEDEN, «Le mystère paulinienne»: EThL 13 (1936) 405-442; R. BULTMANN, Ignatius and Paulus,
en Studia paulina. In hon. J. de Zwaan (Harlem 1953) 37-51; H. SCHLIER, Das Denken der Frühchris-
tlichen Gnosis, en Neut. Studien. f. R. Bultmann (Berlín 1954) 67-82; O. MICHEL, Spätjüdisches
Prophetentum, en Neut. Studien f. R. Bultmann (Berlín 1954) 60-66; K. PRÜMM, «Zur Phänomenolo-
gie des paulinischen Mysterion und dessen seelischen Aufnahme. Eine Übersicht»: Bibl 37 (1956)
135-161; E. VOGT, «”Mysteria” in textibus Qumran»: Bibl 37 (1956) 247-257; B. RIGAUX, «Révélation des
mystères et perfection à Qumrân et dans le Nouveau Testament»: NTS 4 (1957-1958) 237-262; R. E.
BROWN, «The semitic background of the N. T. MYSTERION»: Bibl 39 (1958) 426-448.
36
Cf. supra, p.101-103.
37
Variante: B elimina «apóstoles».
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38
Nos parece imposible la exégesis de Crisóstomo que se refiere a los profetas del Antiguo Testamento.
El nËn no tendría justificación. El tema de Rom 16, 21, que habla a propósito del misterio de las Es-
crituras proféticas, no podría aplicarse aquí. Otra hipótesis goza del favor de numerosos exégetas
[cf. H. SCHLIER, Der Brief an die Epheser. Ein Kommentar (Dusseldorf 1957) ad loc]. Los «profetas» se-
rían los profetas carismáticos del Nuevo Testamento. Además de la dificultad sintáctica de quitar a
«profetas» su función gramatical de aposición, la teología de las cartas de la cautividad, para las cua-
les la revelación del misterio forma parte del mensaje apostólico, nos impide pensar en simples
carismáticos. El género literario de Ef nos permite que no insistamos en el paralelismo para expli-
car Ef 3, 5 mediante Ef 4, 11. Ef yuxtapone regularmente concepciones nuevas a las concepciones de
las grandes cartas. Cf. infra, p.422-427.
398
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39
La semejanza fue advertida por varios testigos, que suprimen kai oi delante de apostoloi: la lectura
ha sido conservada por nuestra Vulgata: «et sancti Apostoli et prophetae».
40
El recurso a 1 Cor 15, 7 nos parece fuera de lugar.
399
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mienzo en el pueblo elegido para constituir el núcleo del nuevo pueblo ele-
gido (Rom 11, 7); es decir, un grupo más amplio que los apóstoles y menos
amplio que los judeo-cristianos posteriores, a los que parece referirse en otro
pasaje de Ef41.
2. Las cartas de la cautividad se acercan, pues, a este pasaje apocalíptico
de los sinópticos, donde, con influencia literaria del Libro de Daniel, se repre-
senta a los primeros discípulos, es decir a los apóstoles, como recibiendo el
privilegio de la revelación de los secretos del Reino de los cielos, así como el en-
cargo de comunicárselos a los que vendrán después. Ésta es la función de los
«profetas»42. Nuestras cartas nos recuerdan con ello que el evangelio no sólo es
anuncio de la buena nueva de salvación, sino también revelación de las rique-
zas celestes concedidas por la misericordia divina.
Los «apóstoles» han sido los primeros «santos», es decir, los que, antes
que todos los demás, han obtenido, a causa de la elección de Cristo, la seguri-
dad de estar unidos a Cristo en la gloria de su parusía. Esta dignidad implicaba
el privilegio de recibir, ya desde ahora, las revelaciones de los misterios del
Reino de los cielos, del misterio de Cristo, como dirá san Pablo. En cuanto após-
toles, tenían encargo de proclamar la salvación; en cuanto profetas, revelaban
los secretos a los primeros cristianos. Su prestigio repercutía en la comunidad
primitiva, lo cual parece deducirse ya de la historia de la denominación los
«santos» (independientemente de las cartas de la cautividad)43.
Sin embargo, la situación cambió con los primeros grandes éxitos del cris-
tianismo en el mundo greco-romano. La comunidad primitiva conservó el
nimbo en el que le habían envuelto sus orígenes apostólicos, pero llegó a ser
algo lejano, inaccesible, separada del presente. Los mismos grandes apóstoles
aparecían como fundadores de otros tiempos, puestos por Dios en la base del
edificio que se hallaba en construcción y cuyos materiales procedían todos
ahora del mundo greco-romano; era fácil confundir, en el epíteto, a la santa co-
munidad y a los apóstoles, sus fundadores44.
41
Cf. la antítesis ≤me›w – Íme›w en Lc 1, 11-14; 2, 1-10; sobre todo 2, 11-12. Se podrá también recordar los
quinientos hermanos de 1 Cor 15, 6 y el uso de érxa›ow en Hch 15, 7.
42
Cf. Mt 13, 17; 23, 34.
43
Cf. L. CERFAUX, «”Les Saints” de Jérusalem»: EThL 2 (1925) 510-529 [=Recueil Lucien Cerfaux, II (Gem-
bloux 1954) 389-413].
44
Nos parece que estas consideraciones debilitan mucho la dificultad crítica que se experimenta, en
la hipótesis de la autenticidad, viendo que Pablo da el título de «santos» a los apóstoles de Jerusalén,
y se pone a sí mismo entre ellos; por tanto, se sitúa él mismo en los cimientos de la Iglesia que sigue
construyendo. Pertenecía al pasado, sin dejar de realizar la obra del presente.
400
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45
PSEUDO-CLEMENTE, Recognitions, I, 1-8. La expresión de 1, 6, «sumpto a tempore veris exordio», po-
dría alegorizar.
46
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Protréptico, 1, 1-10.
47
IGNACIO DE ANTIOQUÍA, ad Ef 19,3: «De ahí vino a deshacerse toda magia y a borrarse todo vínculo de
malicia. Fue eliminada la ignorancia, y en manifestándose Dios humanamente para novedad de
vida eterna, se deshizo el reino antiguo y tomaba comienzo lo que Dios había preparado» [trad. esp.
J. J. AYÁN, Padres apostólicos (Madrid 2000) 246].
48
TaraxÆ, ad Ef 19,2.
49
«La economía del don» consiste en esta función de revelador del misterio atribuido a Pablo en la
economía de la salvación. La expresión ≤ ofikonom¤a t∞w xãritow de Ef 3, 2 responde a
401
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402
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53
Ad Ef 12, 2. La explicación de Funk es en parte decepcionante: i.e. cum s. Paulo initiati estis myste-
riis divini consilii et christianae veritatis. Para poner las cosas en su sitio, consúltense las pocas líneas
de W. BAUER, Wörterbuch zum Neuen Testament (Berlín 41958) c. 1.542; se trata de los que han sido
iniciados conjuntamente en el misterio que Pablo les comunicaba [miteingeweihte des Paulus, trad.
de F. POLAND, Geschichte des Griechischen Vereinswesen (Leipzig 1909) 39]. Cf. DITT., Or., 541, 9:
ofl t«n toË yeoË musthr¤vn summÊstai. Esto corresponde al compuesto griego. Funk apela al uso
de musthr¤on en la carta de san Pablo a los efesios para explicar la expresión summÊstai PauloË.
54
Ad Magn., 9, 1; ad Trall., 2, 3: Ignacio llama a los diáconos diakÒnouw musthr¤vn, recordando 1 Cor
4, 1 y 1 Tim 3, 9.
55
Ad Ef 19, 1: Una proclamación (xraugÆ) del Verbo salido de Dios se opone al «silencio» en que
Dios ha realizado los tres misterios. Uno piensa en el anuncio del Evangelio (cf. la nota de FUNK,
ad loc). Pero también sería normal hacer la comparación con el tumulto (taraxÆ) que acoge en
el mundo de los astros al nuevo astro que manifiesta (§faner≈yh) los tres misterios a los eones (19,
2). KraugÆ quizá esté inspirado en Mt 25, 6, o bien en Mt 27, 46 (énebÒhsen), 50 (krãjaw fvnª
megãl˙), los gritos que anuncian la muerte de Cristo. Cf. asimismo Lc 1, 42 y, en un horizonte muy
distinto, Sab 18, 14-16.
56
Cf. Ef 3, 1-13. Las tribulaciones de Pablo son la gloria de los efesios. Es verdad que Pablo parece mo-
nopolizar los sufrimientos y las tribulaciones: es el estado de ánimo del «mártir» que sufre en nombre
de otros y por ellos.
57
Cf infra, p.436s.
58
Obsérvese, sin embargo, que san Ignacio rebasa el pensamiento expresado por el Apóstol en Flp 3,
12-14: «No digo que ya lo tenga, o ya esté en la meta (tetele¤vmai), pero sigo corriendo a ver si lo al-
canzo, dado que también yo fui alcanzado por Jesucristo». Y 2 Tim 4, 6-7: «Pues yo estoy vertiéndome
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2.3.1.Vocabulario y estilo
El vocabulario de nuestras cartas y su estilo (formas literarias) demues-
tran suficientemente que el conocimiento juega ahora un papel capital.
2.3.1.1. Vocabulario
1. Sin embargo, obsérvese que el uso del vocabulario gin≈skv, gn«siw
sufre un retroceso con respecto a 1 y 2 Cor62. En cambio, §p¤gnvsiw, que puede
indicar una profundización del conocimiento, y que éstas últimas cartas no la
emplean, se halla, respectivamente, 2 y 3 veces en Ef y Col; Col 2, 2 habla explí-
citamente del conocimiento (§p¤gnvsiw) del misterio de Dios63.
2. El verbo fot¤zv, con el sentido de «iluminar» (dar a conocer), está en
relación con el misterio. Se emplea 2 veces en Ef, y primeramente en la oración
del comienzo: «Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre glorioso, os dé
espíritu de sabiduría y de revelación para conocerlo bien, que tengáis ilumina-
dos (fervtism°nouw) los ojos de vuestro corazón (kard¤aw), a fin de que vosotros
sepáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál es la riqueza de su herencia
esplendorosa reservada a los santos; y cuál la extraordinaria grandeza de su
poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la energía de la fuerza po-
derosa» (Ef 1, 17-19). Comparemos en seguida con Rom 1, 16: «(El Evangelio)
es fuerza de Dios para dar la salvación a todo el que cree: primero al judío, y
luego al griego». Largo trecho separa a las fórmulas. El evangelio ahora es mis-
terio, y el anuncio del evangelio se convierte en proclamación o explicación del
misterio. Por eso mismo salta a primer plano la noción de «conocimiento». Éste
es el que importa en adelante. Cierto que Pablo no dice que él sea el que salva.
Insiste con énfasis en el poder que se ejerce sobre los creyentes y ya aquí nos en-
contramos exactamente en el mismo punto que Rom. Pero, al mismo tiempo,
desea sobre todo que los cristianos «conozcan» este poder que se ejerce sobre
ellos. No basta con que se sometan. O mejor, se someten a él por lo mismo que
lo conocen y quieren ahondar su conocimiento. Recordamos también Flp 3, 9-
10. Pablo habla allí de la justicia de la fe, que él desea poseer, «a fin de conocerlo
a él (a Cristo) y la fuerza de su resurrección y la participación en sus sufrimien-
tos». Nuevamente se ha introducido el elemento de conocimiento. Se diría que
el conocimiento es el canal por el que el poder de la resurrección se va a desli-
zar hasta Pablo.
El verbo fot¤zv se repite por segunda vez en Ef 3, 9. Pablo ha recibido la
misión muy especial «de predicar a los gentiles el Evangelio de la riqueza inson-
62
Gn«siw sólo aparece una vez en Ef; igualmente en Col, cuando el mismo término (en el sentido ge-
neral de conocimiento religioso) se repite 6 veces en 2 Cor.
63
Cf. infra, p.411-414.
405
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64
Obsérvese el empleo de este verbo en la literatura hermética. Cf. Poim., § 32; C. Herm, XIII, §§ 18-19.
Véase W. BAUER, Wörterbuch zum Neuen Testament (Berlín 51958) s. v.; FILÓN, De Fuga, 139, etc. Re-
cuérdese asimismo el importante papel que juega en el misterio el paso de la tiniebla a la luz
[APULEYO, Metamorph., XII, 23; P. FOUCART, Les mystères d’Eleusis (París 1914) 407s.; Platón aplica la
imagen a la aparición de las Ideas a la inteligencia, Fedro, 30; cf. P. FOUCART, op. cit., p.396)]
65
É. Peterson habla de fórmula cultual. Cf. para todo esto H. SCHLIER, Der Brief an die Epheser. Ein Kom-
mentar (Dusseldorf 1957) ad loc.
66
Cf. diÚ l°gei, Ef 5, 14. Esta fórmula ha sido aplicada a una cita de la Escritura, Ef 4, 8; pero puede in-
troducir cualquier palabra conocida.
67
Cf. H. SCHLIER, op. cit., p.241.
68
Cf. JUSTINO, Apol., I, 61; Dial., 122; Act. Thomae, 132.
69
Cf. supra, p.142-144.
70
TeletÆ es conocida por Sab 12, 4; 14, 15.23.
71
Para el significado de t°leiow, véase W. BAUER, Wörterbuch zum Neuen Testament (Berlín 51958) c.
1.601s.
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«Hermanos, dejad de tener mentalidad de niños; sed más bien niños pequeños
en la malicia, y, en cambio, haceos adultos (t°leioi) en la manera de pensar».
El tema de la madurez de la inteligencia reaparecerá finalmente en las
cartas de la cautividad. En Ef 4, 12-14, Pablo espera de los carismáticos que per-
feccionen72 a los santos por sus diversos ministerios y edifiquen el cuerpo de
Cristo «hasta que todos en conjunto lleguemos a la unidad de la fe y del cono-
cimiento del Hijo de Dios, al estado de varón perfecto (efiw êndra t°leion), a la
medida de la estatura propia de la plena madurez de Cristo; para que ya no se-
amos párvulos». El cristiano debe alcanzar una perfección que le eleve a la
plenitud de Cristo. Entiéndase: profundización de la fe comparable al paso de
la infancia a la madurez. La perícopa correspondiente de Col (1, 28) habla ex-
plícitamente de la revelación del misterio: Dios ha dado a conocer a los
apóstoles la riqueza de gloria concedida a los paganos, que tienen acceso a
Cristo, «al que nosotros anunciamos, amonestando e instruyendo con toda
clase de sabiduría a todos y cada uno de los hombres, para presentar a todos y
cada uno de los hombres perfectos en Cristo»73. Al final de Col se recuerda que
Epafras «combate» en sus oraciones por los Colosenses: «Para que os manten-
gáis perfectos y plenamente de acuerdo con toda voluntad de Dios» (Col 4, 12)74.
Tras la madurez de la vida cristiana (obtenida mediante un conocimiento
profundo del plan divino referente a los cristianos) se perfila aquella madurez
de juicio de la que los griegos se muestran orgullosos con razón: ya no son
niños, sino hombres ponderados, capaces de hacer autocrítica y de criticar a
los demás. Pablo traslada esta experiencia al plano espiritual (1 Cor 2, 15)75. El
sustantivo teleiÒthw se emplea en Col 3, 14 en un contexto netamente griego.
Pablo recomienda la caridad, a la que llama vínculo de perfección (sÊndesmow
t∞w teleiÒthtow). Piénsese en las fórmulas pitagóricas recordadas por Simpli-
cio76. Por tanto, las cartas de la cautividad habrían sufrido algún influjo de los
moralistas griegos. Flp confirma esta sospecha: «Por tanto, todos los perfectos
72
KatartismÒw. Cf. Gál 6, 1: «Vosotros los espirituales, corregid (katart¤zete) a ése (al pecador) con
espíritu de mansedumbre enderezad».
73
ÜIna parastÆsvmen pãnta ênyrvpon t°leion §n Xrist“. Para §n Xrist“, cf. el pasaje corres-
pondiente de Ef 4, 13.
74
Este solo texto basta para sugerir un aspecto importante del conocimiento cristiano perfecto: éste
es inseparable de la caridad y de la sumisión al ideal de perfección moral.
75
A propósito de los pneumatiko¤. En las epístolas de la cautividad, t°leiow ha sustituido a pneumatikÒw.
Todos los cristianos son «espirituales», pero deben vivir según la perfección.
76
In Epict. ench., 208. Cf. L. SANDERS, L’hellénisme de saint Clément de Rome et le paulinisme (Lovaina
1943) 96s. Los pitagóricos, según Simplicio, estiman la fil¤a por encima de las demás virtudes y la
llaman la sÊndesmow de todas las demás. O también: por la amistad (fil¤a) y la unión (koinvn¤a) las
almas alcanzan la perfección (teleiÒthw) de las costumbres virtuosas. Las fórmulas pitagóricas han
sido vulgarizadas en una adaptación estoica; cf. L. SANDERS, ibid., p.97s.
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tenemos que pensar así (fron«men); y, si en algo disentís, también eso Dios os
lo revelará» (Flp 3, 15). La frase pone fin a una exposición muy griega (Flp 3, 12-
14), en la que Pablo ha recordado la imagen de la carrera y donde ha empleado
–cosa única en sus cartas – el verbo teleiÒv, con el sentido de haber llegado al
término de la carrera (y de haber recibido el premio)77.
2.3.1.2. Formas literarias
Las formas epistolares normales de acción de gracias y de oración toman
un giro apropiado, se convierten ahora en acciones de gracias litúrgicas u ora-
ciones para obtener la inteligencia del misterio. Además, aparecen las formas
nuevas: visiones, himnos, alegorías, etc.
1. El himno de Ef 1, 3-14 desarrolla el tema esbozado por Rom 8, 29-30:
nuestra predestinación a la condición de hijos de Dios nos lleva hasta la gloria
escatológica. Hemos sido predestinados a la santidad, a la filiación por Jesu-
cristo, para la manifestación de la gloria de Dios en su gracia. Hemos
conseguido con ello el rescate de su sangre y hemos sido enriquecidos con el co-
nocimiento del misterio de su voluntad, que es la de recapitular todas las cosas
en Cristo. Hemos sido escogidos para que seamos la manifestación de su gloria.
Esta fórmula, la manifestación de su gloria, se repite como un estribillo a través
de toda esta pieza litúrgica. No se trata tanto del futuro escatológico cuanto de
la gloria de Dios manifestada desde el tiempo presente, en las gracias de la exis-
tencia cristiana78.
La acción de gracias epistolar (Ef 1, 15-21) se despliega en oración que pide
que se cumpla en los cristianos la iluminación de sus inteligencias en el espíritu
de sabiduría y de revelación (v. 17), que consiste en que «sepáis cuál es la espe-
ranza a la que os llama, cuál es la riqueza de su herencia esplendorosa reservada
a los santos; y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros, los
creyentes, etc.» (vv. 18-19). No se excluye, pues, el conocimiento del futuro esca-
tológico (la esperanza de la vocación), pero desaparece ante el deslumbramiento
de las gracias presentes. No se sabe, al menos con exactitud, si la gloria de la he-
rencia será o no la de ser ya actualmente herederos e hijos de Dios.
Una oración solemne (Ef 3, 1-19) se pone en boca del revelador. Sus fór-
mulas tienen paralelos en todas las literaturas de misterio. Iniciador e iniciado
dan gracias. El revelador enseña al iniciado a orar como es debido y, a la vez, le
77
Es también Flp la que contiene uno de los pasajes más helenizantes de sus cartas, digno de un mo-
ralista griego muy distinguido, y escrito en un lenguaje depurado al que no nos tiene muy habituado
el Apóstol: ˜sa semnã, ˜sa d¤kaia (en sentido estoico), ˜sa égnã, ˜sa prosfil∞, ˜sa eÎfhma,
e‡ tiw éretÆ, ka‹ e‡ tiw ¶keinow, taËta log¤zesye (Flp 4, 8).
78
Para el perfil literario de este pasaje, cf. H. SCHLIER, Der Brief an die Epheser. Ein Kommentar (Dus-
seldorf 1957) ad loc.
408
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79
Cf., en la literatura hermética, el himno de acción de gracias que da fin al Poimandres con la oración
del revelador para obtener la estabilidad en la gnosis y la fuerza para poder iluminar (fvt¤zein), gra-
cias al don (xãriw), a los que están en la ignorancia (§ 32), cf. W. SCOTT, Hermética, I (Oxford 1924) 130;
el himno del libro XIII (gn«siw êgia, fvtisye‹w épÚ soË , § 18, ibid., p.250), y la acción de gracias
que ilumina al mistagogo ([diå]t∞w s∞w eÈlog¤aw §pipef≈tista¤ mou ı noËw) (§ 21, ibid., p.252); o
también la acción de gracias con que termina el Asclepios latino (cf. Pap. Mag. Mimaut). «Gratias tibi
summe exsuperantissime; tua enim gratia tantum sumus cognitionis tuae lumen consecuti» (§ 41 b,
ibid., p.374).
80
Recomienda a sus destinatarios que se instruyan y edifiquen mutuamente con fragmentos estiliza-
dos de la misma manera y carismáticos, Col 3, 16; Ef 5, 19.
81
1 Cor cita la segunda parte del versículo, «tiene que reinar y poner a todos los enemigos bajo sus
pies», y Ef, la primera parte: «siéntate a mi derecha».
409
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82
Ef 3, 9: H. Schlier traduce: oculto a los eones. La idea es, en todo caso, innegable, y existe antítesis
entre esta ignorancia y la revelación que se hará a los eones (v. 10). Para el sentido de los eones, véase
H. SCHLIER, Der Brief an die Epheser. Ein Kommentar (Dusseldorf 1957) ad loc.
83
Parece que el paralelismo impone para Ef el sentido de «siglos». Pero la idea de eones no anda lejos.
Los siglos son el tiempo de los eones; las generaciones, el tiempo humano.
84
Es posible una influencia griega: recuérdese el éxito del «silencio» religioso.
85
El tema katarg°v en 1 Cor 2, 6; 15, 24 (en el conflicto escatológico). El tema se traslada a la Ley en
Ef 2, 15; cf. Col 1, 22; 2, 14.
86
ÉApekdusãmenow no significa una destrucción. Cf. supra, p.393, nota 29.
87
De las imágenes y del lenguaje simbólico propios de las visiones vamos a quedarnos con que la glo-
rificación anticipada de la Iglesia ha manifestado a las Potestades el plan divino que aquéllas ignoran.
El conocimiento del plan divino les trae una participación en las riquezas espirituales propias de
Cristo. Si explicamos en este contexto Ef 3, 11, deberemos admitir una especie de predestinación de
los eones a participar en el orden de Cristo gracias a la revelación de la Iglesia: katå
prÒyesin t«n afi≈nvn ¥n §po¤hsen §n t“ Xrist“ ÉIhsoË t“ kuriƒ ≤m«n. Es posible, como ya lo
410
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hemos visto, tomar afi«new en el sentido concreto de Potestades cósmicas. Igual que los cristianos
han sido predestinados para ser la imagen de su Hijo, así las Potestades (¿todas?) han sido predesti-
nadas en Cristo para reconocerle en la Iglesia. Aparece de golpe nuestra superioridad sobre las
Potestades. Es nuestra Iglesia la que les permite el acceso a Dios, siendo así que por nuestra parte
nosotros hemos tenido acceso inmediato a la Iglesia por la fe. Por tanto, no se podrá decir que Cristo
es cabeza de las Potestades, ni que éstas son su cuerpo o su pleroma. Su acceso a la esfera de Cristo
es indirecto. Su papel ha sido desarrollado por san Pablo a causa de la situación que se había mani-
festado en las Iglesias de Asia. En el cristianismo aquéllas siguen claramente subordinadas a Cristo
e incluso a la Iglesia (es decir, a los cristianos). Por el contrario, la gnosis de Asia les atribuye el papel
de intermediarios entre Dios y la humanidad. Se irá más lejos: se los situará en un pleroma, inme-
diatamente por debajo del Dios supremo, como eones emanados de él. Siempre se deberá tener en
cuenta este elemento para determinar el valor absoluto de las afirmaciones doctrinales de las car-
tas. También se deberá autorizar a Pablo, precisamente por razón de las necesidades de la polémica,
para que introduzca en su doctrina modificaciones o precisiones.
88
Cf. Ad Ef 20, 2; etc.
89
Cf. ibid., 20, 1.
90
Ignacio las llama afi«new.
411
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mitir a la fe, que más bien sería estática, sus posibilidades infinitas; c) No se
opone a la caridad, sino que, por el contrario, la engloba en su progreso; d) Para
concluir nuestra definición, confrontaremos el conocimiento con la «gnosis», y
luego con la mística.
2.3.2.1. «Conocimiento» progresivo
El misterio escondido en la voluntad divina se comunica y cumple por la re-
velación. Cuando Pablo afirma que su misión consiste en «cumplir» la palabra de
Dios (Col 1, 25), es decir, el misterio, no se debe entender que anuncia la palabra
con plenitud, sino que «cumple« el misterio. Su predicación, a medida que en-
sancha y ahonda el conocimiento del secreto, realiza el misterio en este mundo.
Dos imágenes expresan la idea del crecimiento del misterio. La primera
es la de la edificación, fórmula tradicional. Pablo la utiliza para describir la in-
troducción de los paganos en el organismo de salvación. Se les pone en la
construcción sobre el fundamento de los apóstoles y profetas. La clave de bó-
veda92 es Cristo. Toda la construcción encuentra en él su cohesión; crece para
ser más y más el verdadero templo santo en el Señor. Los paganos son mate-
riales de construcción, para convertirse en santuario de Dios en el Espíritu (Ef
2, 20-22). Por la fe que tenemos en él y por la vida que procede de él93, Cristo de-
termina el plan del edificio y asegura su cohesión; él es su santidad, ya que el
edificio es un templo. Aparece la idea de crecimiento: todo el edificio sube con
el fin de realizar este ideal del templo santo en el Señor que constituye la co-
munidad cristiana (v. 21), y los paganos se asocian a este ritmo de crecimiento
espiritual. No vamos a traicionar el pensamiento de Pablo trayendo a colación
en este momento la inteligencia del misterio. La inteligencia profunda es el tér-
mino de la revelación.
1 Cor unía ya la imagen de la plantación y la de la edificación (1 Cor 3, 9).
La planta despierta la idea del crecimiento con mayor naturalidad que el edifi-
cio. Pablo alude a este tema en Col 2, 7 y Ef 3, 1794.
La imagen del cuerpo de Cristo se va a desarrollar paralelamente a la de
la edificación. Recordemos lo que ello significaba en las grandes cartas. Según
el tema helénico corriente, como simple alegoría ilustraba la necesidad de la
unidad en un organismo. La Iglesia cristiana es un organismo «en Cristo», el
cuerpo de Cristo. Esta aplicación se conserva en Ef 4, 1-16. Pablo95 recuerda a los
91
Cf. p. 393s.
92
Col 2, 7 sería favorable más bien a la traducción «piedra fundamental».
93
Cf. Ef 3, 17: §n égãph §rrizvm°noi ka‹ teyemelivm°noi.
94
Col 2, 7: §rrizvm°noi ka‹ §poikodomoÊmenoi §n aÈt“; Ef 3, 17: §n égãph §rrizvm°noi ka‹ teyemelivm°noi.
95
Es inútil recordar nuevamente que, por el momento, no queremos zanjar la cuestión de la autenti-
412
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413
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101
Volveremos sobre este nexo deliberado del conocimiento y de la caridad.
102
Flp 1, 9 (aun cuando esta carta no esté centrada sobre el misterio) pide en la acción de gracias que
la caridad de los cristianos abunde cada vez más en todo conocimiento (§pign≈sei) y en toda deli-
cadeza de sentimientos (afisyÆsei).
414
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2.3.2.2. «Conocimiento» y fe
El conocimiento del misterio, don divino, es objeto de la oración. No per-
tenece al orden de los conocimientos humanos, sino que es fruto del Espíritu de
sabiduría y de revelación, participación del Espíritu Santo (Ef 1, 17)103. Es el Es-
píritu quien ilumina las inteligencias de los cristianos (Ef 1, 18). Este carácter
sobrenatural del «conocimiento» no le quita su carácter de verdadero «conoci-
miento». La misma inteligencia, que asimilaría una ciencia profana, recibe los
dones de conocimiento sobrenatural. Los recibe de un manera vital, no como
formas que se le imponen desde fuera, sino como una actividad que procede de
sí misma, aun siendo recibida, producida inmediatamente por Dios104. La inte-
ligencia encuentra su meta y su gozo en la expansión de sí misma mediante el
«conocimiento», don del Espíritu.
Para evitar toda confusión, tenemos que recordar la distinción estable-
cida entre el conocimiento profundo de las cartas de la cautividad y la «gnosis»
de los corintios. Únicamente el conocimiento superior y profundo (podremos
llamarle la «epígnosis»105), identificado con la «sabiduría» y explicado por la «pe-
netración espiritual» (Col 1, 9), es verdadera expansión de la inteligencia movida
por Dios. Por el contrario, la «gnosis» está sometida a las desviaciones humanas.
La «epígnosis» es de la misma naturaleza espiritual que la fe. Se desarro-
lla en el ámbito de ésta. El «misterio» no es más que un aspecto del evangelio (Ef
6, 19); la «epígnosis» es la expansión de la fe. La diferencia entre las dos con-
siste en que la fe es estática106, mientras que la «epígnosis» es esencialmente
progreso y crecimiento. Este carácter de la fe queda bien señalado en nuestras
cartas, quizá incluso con una cierta antítesis con el «conocimiento» propia-
mente dicho, esencialmente «progresivo». Mientras que éste puede introducir
entre los cristianos diferencias accesorias, según los diversos grados de su pe-
netración del misterio, la fe es «una» como el bautismo (Ef 4, 15); es el
fundamento (Col 1, 23), es firmeza y seguridad (Col 2, 5-7).
El problema de la fe y de la «gnosis» no afecta a la «epígnosis». Pablo ha
encontrado en su camino los comienzos de este movimiento que se convertirá
103
Sería un error interpretar sof¤a y épokãluciw como esos carismas transitorios de los que habla
Pablo en 1 Cor. La sabiduría tenía ya dos acepciones en 1 Cor: carisma y sabiduría cristianas, es decir,
conocimiento esencial para la «perfección» de los cristianos. Aquí épokãluciw y sof¤a forman en-
díadis. La «revelación» tiene por objeto la sabiduría.
104
La misma inteligencia humana conoce natural y sobrenaturalmente; tendremos que decir que la
cooperación de la inteligencia con la actividad divina, en ambos casos, exige fidelidad, lo cual co-
rresponde a la verdadera naturaleza de la inteligencia.
105
ÉEp¤gnvsiw, según el vocabulario de nuestras cartas; cf. supra, p.405.
106
La fe se dice que progresa en cuanto que los cristianos desarrollan la práctica cristiana comenzada
en la fe (Flp 1, 25; cf. 1, 27; 2, 17).
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112
Cf. supra, p.288-304. El adjetivo «místico» no existe de la literatura apostólica. La única palabra afín
en el Nuevo Testamento es el sustantivo mustÆrion. En el griego clásico, mustikÒw se refiere a los
«misterios»; tå mustikã designa las ceremonias de los misterios. La palabra entrará en el cristia-
nismo con ocasión de los «sacramentos», el bautismo y la Cena. (Pablo emplea mu°omai en Flp 4, 12,
pero sin darse cuenta de la afinidad con el misterio).
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12
1
Un reciente artículo de H. I. CADBURY, «The dilemma of Ephesians»: NTS 5 (1958-1959) 91-102, ha fi-
jado las posiciones de la crítica. El autor constata la falta de argumentos literarios enunciados en
pro y en contra de la autenticidad paulina. Se limita al examen del vocabulario de la carta, creyendo
que si se abordara la doctrina que se oculta tras las fórmulas, aumentaría la incertidumbre: no se
lee en el pensamiento de un autor. En todo caso, ha destacado de forma particularmente feliz los
puntos sobre los cuales están de acuerdo partidarios y oponentes de la autenticidad. Enumera siete.
En el fondo, todas las críticas conocen y admiten los mismos datos del problema. Es ya un progreso
sustancial: la historia del pensamiento está a punto de conquistar tierra firme. Gracias a este con-
sensus que no es negativo más que en apariencia, las tesis opuestas se aproximan de tal modo que
sólo la personalidad de Pablo sigue en juego. Dos proposiciones subrayan la convergencia de las in-
vestigaciones: 1) Si Pablo hubiera vivido hasta el momento en que se escribió la carta a los Efesios
–lo cual no le hubiera obligado en modo alguno a ser centenario, ni siquiera octogenario–, es fácil
imaginarse que haya llegado a expresarse en las categorías doctrinales de Ef. 2) Si es un discípulo
de Pablo el que ha compuesto Ef, éste primeramente ha asimilado a la perfección la teología de las
cartas anteriores, sobre todo Rom y 1 Cor; además, su memoria estaba fuertemente impregnada
por la carta a los Colosenses, ya porque él mismo la haya escrito la víspera o la antevíspera, ya por-
que se haya adherido muy especialmente a su pensamiento con el fin de vivirlo. Ya se adivinará
que en este momento estamos plagiando la hipótesis de E. J. GOODSPEED [The meaning of Ephesians
(Chicago 1933)].
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6
Cf. H. SCHLIER, Der Brief and die Epheser. Ein Kommentar (Dusseldorf 1957) 21.
7
Destaquemos algunas afinidades: sof¤an d¢ laloËmen §n to›w tele¤oiw (1 Cor 2, 6) = lal∞sai tÚ
mustÆrion (Col 4, 3); yeoË sof¤an §n muster¤ƒ (1 Cor 2, 7) = polupo¤kilow sof¤a toË yeoË (Ef 3, 10);
tØn épokekrumm°nhn (1 Cor 2, 7) = toË musthr¤ou toË apokekrumm°nou (Ef 3, 9); ¥n oÈde‹w
t«n érxÒntvn toË ai«now toÊtou ¶gnvken (1 Cor 2, 8) = épÚ t«n afi≈nvn (Ef 3, 9).
8
Bãyow y épÒkrufoi se corresponden; igualmente ploÊtou y yhsauro¤.
423
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la pluma del autor de Ef (si éste es distinto a Pablo). Si es de Pablo, indicaría una
voluntad deliberada de unificar las dos perspectivas respectivamente caracte-
rísticas de las grandes epístolas y de Ef9. Si se trata de un discípulo, éste,
conocedor perfecto del ambiente de Asia, habría querido que los romanos se
beneficiaran de los enriquecimientos del pensamiento del maestro.
1.1.1.2. Ef conserva los temas de las epístolas anteriores
Como contrapartida, Ef reitera, asimilándolos, temas esenciales de las
grandes cartas, paralelos a los suyos. Así, en Ef 1, 13 se encuentra el del «evan-
gelio» con sus temas afines: «Al oír la palabra de la verdad –el evangelio de
vuestra salvación–, en el que también, al abrazar la fe, fuisteis marcados con el
sello del Espíritu Santo prometido», etc. Cf. Ef 3, 6. Un inciso –cuya construcción
recuerda la de la doxología de Rom– junta «evangelio» y «misterio»: «Dar a co-
nocer (gnvr¤sai en el sentido de «revelar») abiertamente el misterio del
Evangelio» (Ef 6, 19)10. Ef 1, 3-14 (el himno litúrgico) recuerda la gran elevación
de Rom 8, 28-30 sobre el misterio de la predestinación. La acción de gracias pro-
piamente epistolar que sigue (Ef 1, 15-23) comienza normalmente como en las
grandes epístolas: «Después de oír hablar de vuestra fe en Jesús, el Señor, y del
amor de caridad que tenéis para con todos los santos...»; luego inicia una oración
de petición, cuyo objeto son los bienes de la gracia y el disfrute de «la riqueza de
su herencia esplendorosa reservada a los santos», etc. (idéntico nexo de la fe y de
la caridad con la inteligencia de las profundidades del misterio en Ef 3, 17-19).
El tema de la recapitulación al fin de los tiempos (Ef 1, 10) recuerda a Gál
4, 4. Vuelve a emplearse en el mismo contexto (Ef 1, 13s.) la alusión a la obra del
Espíritu, según Gál 3, 2; 2 Cor 1, 23, etc. La función de Cristo en su parusía permite
volver a los temas desarrollados a este propósito en las cartas a los Tesalonicen-
ses y 1 Cor. La descripción del estado de los paganos antes de su vocación (Ef 2,
1-10) corresponde también a Rom (comienzo de la epístola y Rom 7).
Así, pues, el tema del misterio de Cristo, fundamental en Ef, viene a mez-
clarse frecuentemente con el del evangelio, característico de las grandes cartas;
además, éstas han anticipado las explicaciones del misterio.
1.1.2.Temas secundarios11
1.1.2.1. La Iglesia
Por una parte, nos vemos forzados a dejar constancia de los continuos
progresos en su noción desde las grandes cartas. Generalmente (exclusiva-
9
En 1 Cor y en el cuerpo de Rom (11, 25) el misterio se contrapone explícitamente al evangelio.
10
Puede observarse que el vocabulario khrÊssv, kÆrugma, no está representado en Ef; pero cf. Col 1, 23.
11
Cf. F. MUSSNER, Christus das All und die Kirche. Studien zur Theologie des Epheserbriefes (Tréveris
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1955); P. BENOIT, «Corps, tête et plérôme dans les Épîtres de la captivité»: RB 63 (1956) 5-44 [= Exégèse
et Théologie (París 1961) 107-153]; H. SCHLIER, Die Zeit der Kirche. Exegetische Aufsätze und Vorträge
(Friburgo de Br. 1956) 159-186; 287-307; J. REUSS, «Die Kirche als “Leib Christi” und die Herkunft die-
ser Vorstellung bei dem Apostel Paulus»: BZ, N. F., 2 (1958) 103-127; P. L. HAMMER, «A comparison of
Klêronomia in Paul and Ephesians»: JBL 79 (1960) 221-238.
12
Cf. H. SCHLIER, Der Brief an die Epheser. Ein Kommentar (Dusseldorf 1957) 94s., 279s.
13
H. SCHLIER, op. cit., p.265, habla de preparación. En su opinión, Ef y la gnosis posterior tienen un
fondo común sobre el cual reaccionan independientemente, empleando un vocabulario preexis-
tente (p.268).
14
Este inciso podría recordar las reservas anteriores referentes a una resurrección actual (cf. supra, p.155-
157. Si esta interpretación fuera exacta, tendríamos aquí una de las firmas que Pablo insertaba en las
nuevas exposiciones, como si quisiera certificar, a pesar de las apariencias, que son realmente auténti-
cas y no traicionan su pensamiento. En el v. 8, en la continuación de la exposición, insistirá en el mismo
sentido: Habéis sido salvados, pero por gracia; es decir, por la fe, independientemente de las obras.
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adelante envuelve a los Doce, y por extensión a todo el grupo apostólico, in-
cluidos Santiago de Jerusalén y san Pablo, sea una objeción válida contra la
autenticidad estrictamente paulina de Col-Ef. Hay certeza de que el cristia-
nismo naciente, en Jerusalén y en Antioquía, idealizó muy tempranamente,
incluso en vida de san Pablo, a los «apóstoles», elegidos por Cristo, testigos de
la resurrección, fundadores de la Iglesia. ¿Por que tendría que oponerse Pablo
a este movimiento?
2.2. La unidad de autor
La homogeneidad es cierta. El desarrollo de la teología se ha producido
sin discontinuidad. ¿Bastará esto para concluir que un mismo autor, Pablo en
este caso, escribió Ef-Col como las cartas anteriores?
Bien mirado todo, nos atrevemos a creerlo.
1. Sin embargo, no ocultemos las dificultades. Experimentamos una des-
orientación al pasar de las grandes cartas a la lectura de Ef-Col. Junto a
semejanzas de vocabulario y de temas, se acumulan las diferencias. Constan-
temente se añaden significados inéditos a palabras usuales y familiares, como
§kklhs¤a o s«ma; términos apenas empleados en las primeras cartas, como
mustÆrion, se convierten en palabras clave de la teología; temas desconocidos
cubren los mismos dominios que antiguos temas correspondientes, y estas
mismas diferencias dan el tono a una síntesis nueva. Sin embargo, disminuye
la extrañeza si observamos que todas las diferencias provienen de una ten-
dencia idéntica y que la sinfonía doctrinal paulina se transporta globalmente
de un tono inferior a un tono superior: el evangelio se hace misterio, la fe se
profundiza en «epígnosis»; el centro de la teología, que era la muerte y la resu-
rrección de Cristo, será ahora Cristo elevado a la gloria, sabiduría de Dios que,
al manifestarse, restablece la unidad del cosmos; en lugar de las Iglesias loca-
les, aparece la Iglesia universal, elevada ya con Cristo a la gloria celeste. Un
mismo ritmo, que se desarrolla a partir del misterio de Cristo celeste, recorre,
pues, toda la teología.
2. Las doctrinas ordinariamente no evolucionan por sí mismas
(aÈtomãtvw), según reglas ciegas; llevan la dirección que les imprimen inteli-
gencias relativamente autónomas. Algunas personalidades ejercen una
influencia decisiva; hay opciones que aparecen a lo largo del camino. Un espí-
ritu lúcido, servido por una voluntad perseverante y que en sí mismo lleva los
principios de una síntesis, puede imponerse a la evolución y dirigirla. Proba-
blemente sea este nuestro caso, dada la forma orgánica en que la doctrina
paulina ha sido transportada. ¿Es el Apóstol mismo el responsable personal de
la evolución?
427
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Parece que no hay nada que le sea desfavorable por parte de la posibi-
lidad de una evolución de las doctrinas y de su rapidez. Ciertamente, se ha
pasado en pocos años de 1 Tes a las cartas a los Corintios, a los Romanos y a
los Gálatas. El salto de 1 Tes a Gál o 1 Cor no resulta menos extraño que el de
Rom a Ef.
Hay una reflexión que nos parece especialmente digna de atención. Gra-
cias a 1 Cor sabemos que Pablo, al final de su estancia en Éfeso, conocía lo
esencial del tema del misterio cristiano; en efecto, en 1 Cor 2, 6-16, su utiliza-
ción resulta clara, aunque ocasional. En cuanto polemista, Pablo exagera quizá
un poco al declarar a los corintios que únicamente su imperfección le ha impe-
dido exponerles la «sabiduría» de Dios en el momento de la fundación de la
Iglesia. Deberíamos añadir que a Pablo no le preocupaba esta teoría, latente en
su espíritu, cuando les ha predicado el evangelio; pero de su polémica podemos
concluir con certeza que poseía verdaderamente los rudimentos en el momento
en que les escribía, y que tenía conciencia de que excedía a la teología de la fe en
el evangelio, sobre la cual había basado su primera evangelización.
3. La afinidad de concepción y de ejecución entre Rom y Ef nos parece
igualmente digna de ser notada. No se multiplican los individuos bien dotados
en un círculo muy restringido, como las hojas de un árbol, y, sobre todo, no se
multiplican genios más o menos idénticos. Ahora bien: la construcción teoló-
gica de Ef es tan impresionante como la de Rom. Como esta última está marcada
por el cuño de un espíritu superior, a la vez tradicional y audaz en sus concep-
ciones, capaz de imponer a toda la teología cristiana un vocabulario apropiado,
y de elaborar fórmulas nunca triviales, sino agudas, densas, inolvidables, en un
lenguaje recio como el de Gál y 1 Cor y el de las buenas páginas de Rom17.
Es nueva, sin duda, la síntesis de Ef18. Pero es muy coherente, está sóli-
damente organizada en torno a la idea del misterio, y en ella culmina del
mismo modo que Rom tenía por centro el evangelio y la fe. Por ambas partes
se da la misma originalidad en la construcción. Además, la nueva síntesis está
llena de reminiscencias de la antigua. ¿Habría pensado un imitador de Pablo
llegar a tanto con el fin de dar el pego o habría podido heredar hasta ese punto
el genio de su maestro? ¿Qué Onésimo, qué Tíquico hubiera podido dar seme-
jante golpe?
4. La prueba de tradición es convincente. ¿Qué historiador se atrevería,
por ejemplo, a no tomar en cuenta el testimonio, tan cercano a los hechos, de
san Ignacio de Antioquía? El carácter mismo de nuestro estudio nos invitaba,
17
El carácter más pletórico del lenguaje de Ef-Col se explica por un componente litúrgico.
18
La existencia del tema del misterio en 1 Cor y Rom no implica automáticamente una nueva síntesis
teológica.
428
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19
Orac. Sib., III, 11s.
20
Ibid., III, 47-49.
21
Cf. L. CERFAUX, Saint Paul et le «serviteur de Dieu» d’Isaïe, en Miscellanea Bibl. et Orientalia A. Miller–
Studia Anselmiana, fasc. 27-28 (1951) 361 [=Recueil Lucien Cerfaux, II (Gembloux 1954) 449].
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tentación de la religión griega y del paganismo. Por eso, Pablo insiste mucho en
la muerte de Cristo y en la cruz. Una vez hallado el tema, se hará uso de él al má-
ximo. La cruz significará la victoria sobre el pecado; luego, el fin de la Ley. Esta
última fórmula se ampliará: con la Ley han sido vencidas las Potestades celestes.
En realidad, el discurso de la cruz no es más que la mitad de un díptico.
Tras el anuncio de la salvación futura y de la parusía, el mensaje ponía a la vista
de los cristianos el espectáculo de la muerte y de la resurrección: también la re-
surrección merecía un «discurso». Pablo no lo ha escrito in extenso, y nos hemos
visto forzados a reconstruirlo con la ayuda de indicaciones dispersas. Sin em-
bargo, quizá pudiéramos considerar, como esbozo de la elocuente página que
era de esperar, el capítulo 15 de 1 Cor. La resurrección de Cristo entraña nues-
tra resurrección; actúa desde ahora sobre nuestras vidas e incluso sobre
nuestros cuerpos. Asegura nuestro triunfo integral, absoluto, sobre la muerte y
todo lo que gira en torno a ella: el pecado, la carne, la Ley, las Potestades. Todo
esto está llamado a desaparecer. La muerte de Cristo ha vencido a la muerte y
su resurrección es el triunfo de la vida.
3. Una frase elocuente de 1 Cor nos hace sospechar cómo podía Pablo
volver el discurso de la cruz contra los judíos. La cruz sólo significaba para ellos
deshonra, condenación de las pretensiones de Cristo Jesús y de sus discípulos22.
Eran incapaces de comprender que la cruz condenaba su negativa a someterse
al poder exclusivo de Dios. En realidad, toda la carta a los Romanos va a des-
arrollar este tema, pero enfocándolo bajo otro punto do vista. Los judíos nunca
han aceptado dejar a Dios el honor de salvarles él mismo, solo él, por los medios
que sólo él escoge y para los cuales no admite consejo alguno (1 Cor 2, 16; Rom
11, 34). Los judíos han tratado de realizar ellos mismos su justicia; con ello han
perdido la justicia de Dios. No tenemos por qué volver a aquellas grandiosas
paginas, nuestra carta a los Romanos23. La fe no puede apoyarse en la sabiduría
de los hombres, sino en la fuerza de Dios. La justicia no puede depender de las
obras, sino solamente de la misericordia. Es preciso que el hombre no pueda
atribuirse nada ante Dios.
Y, sin embargo, el hombre «será» ante Dios, pero solamente en Cristo
Jesús (1 Cor 1, 30). Participará en los consejos de Dios, pero por una revelación
en la cual Dios le hará conocer sus planes. Éste será el gran manifiesto teológico
de la carta a los Efesios.
22
1 Cor 1, 22-24: «Mientras que los judíos piden pruebas maravillosas y los griegos buscan sabiduría,
nosotros predicamos a Cristo crucificado».
23
Cf supra, p.330-336.
431
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24
La historia ha dado a la «política» general del Apóstol una magnífica aprobación. El cristianismo, do-
tado del entusiasmo y de la fuerza de expansión que faltaba al judaísmo helénico, se ha implantado
en el imperio romano. Y haya o no tenido Pablo la intuición de ello, las relaciones amistosas que él ase-
guraba entre la Iglesia madre de Jerusalén y sus filiales greco-romanas iban a permitir conservar
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la secta derivada también del judaísmo, conocida por el Apocalipsis de san Juan: la «doctrina de Ba-
laam» o de los Nicolaítas, en la que una mujer, a la que el profeta, simbólicamente, llama Jezabel,
juega un papel equívoco, para la religión y para las costumbres (cf. Ap 2, 20-22), nos hace pensar en
las gnosis bajo la forma cristiana de que se revisten en el «gnosticismo».
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cido que el influjo de los misterios se deducía evidentemente del empleo del
término §mbateÊein26. El vocabulario de estilo polémico empleado por Pablo su-
giere especulaciones astrales. La palabra plÆrvma pudo haber estado en uso.
Lo mismo tenemos que decir de los stoixe›a toË kosmoË y de los afi«new. La
alusión que Pablo hace a la circuncisión (Col 2, 11s.) sugiere que la secta, a imi-
tación de las religiones de la época, alegorizaba sobre las fiestas, abstinencias y
ceremonias. Esa secta habrá sido la que, para explicar este primer rito de ini-
ciación conservado del judaísmo ortodoxo, habrá hablado de «despojarse de la
carne». Quizá se encuentre una alusión a sus doctrinas secretas en «despojarse
de los Principados y Potestades» (Col 2, 15). Con esto, probablemente, entendía
una liberación de la influencia maléfica ejercida por los «elementos del
mundo». Conservaba las fiestas y las abstinencias judías y, en sus alegorías, las
relacionaba también con los «elementos del mundo» (cf. Col 2, 16-17).
En Col 2, 8, Pablo habla de «filosofía». El término no puede designar en
este contexto una filosofía en sentido propio. Está tomado en sentido peyora-
tivo de doctrina religiosa abstrusa y recuerda el lenguaje de los sectarios de Asia.
Señalemos también la palabra §yeloyrhskia (Col 2, 23). Se traduce por «culto
personal»27. Podemos compararlo con §yelodoule¤a, la esclavitud voluntaria, e
incluso con eyelÒpornow, que se dice de una prostitución voluntaria, o también
con eyelÒjenow, huésped voluntario. Entenderían, pues, esta religión «volunta-
ria» como una donación que los fieles hacen de sí mismos a un poder que
pertenece al «pleroma» (palabra que emplean con gusto). Pensemos, muy a
pesar de uno, en las teorías valentinianas de la unión con los ángeles del ple-
roma. Sería una especie de transposición de los matrimonios sagrados de las
religiones mistéricas.
Nos parece que podemos estar ciertos de algunos puntos en todo esto
que hay de problemático y conjetural en los intentos que se hacen para imagi-
narse dichas doctrinas. La alarma de Pablo era justificada; sus cristianos de Asia
corrían un verdadero peligro. La misma justificación tenía su resolución de opo-
nerse, mediante una carta de carácter solemne, una carta «encíclica», a aquellas
tendencias sincretistas que amenazaban a sus Iglesias. El medio mejor era mos-
trarles que la revelación cristiana contenía infinitamente más que aquellas
doctrinas oscuras; era el mensaje de Dios y nos daba acceso a los secretos in-
sondables del «misterio» de la sabiduría de Dios.
Pablo se oponía a las «novedades» de Asia, como se había opuesto a las
desviaciones que la Iglesia de Corinto introducía en su doctrina. En Corinto se
trataba de mostrar que el cristianismo era algo más que una filosofía; en Asia,
26
Cf. supra, p.391-394.
27
Cf. M. DIBELIUS, An die Kolosser, Epheser, An Philemon (Tubinga 31953) ad loc.
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que era superior a todos los misterios. La respuesta a las pretensiones de los
griegos podía ser breve, porque el cristianismo deja en su tarea a los filósofos
humanos. La que Pablo va a oponer a las tendencias de Asia será mas larga y
mostrará, punto por punto, que la revelación cristiana ofrece a los hombres, de
parte de Dios, todo lo que se busca en vano en las doctrinas o prácticas huma-
nas (Col 2, 22).
2.3. La síntesis
La carta a los Efesios se divide en dos partes, casi equivalentes en impor-
tancia: una sección más dogmática y la sección de las exhortaciones, que
comienza en Ef 4, 1. Nos interesa, sobre todo, la primera. Comienza, tras el sa-
ludo, con un himno litúrgico, seguido de una acción de gracias y de una oración
de petición; concluye con una doxología.
2.3.1.El himno (Ef 1, 3-14)
El himno alaba a Dios (eÈloghtÚw ı yeÒw) por toda su obra de salvación y
de revelación de su misterio. Pablo esboza la predestinación de los cristianos a
convertirse en hijos de Dios (Ef 1, 3-6), en fórmulas que recuerdan especial-
mente Rom 8, 28-30. Viene luego la redención (Ef 1, 7-8), donde, mediante
términos como épolÊtrvsiw, êfesiw t«n èmart¤vn, se siente el contacto con
Rom 3, 24-26. Después de esto, está el recuerdo de la revelación (gnvr¤sai) del
misterio y su definición por la recapitulación (anakefalai≈sasyai) de todas
las cosas, celestes, terrestres, en Cristo (Ef 1, 9-10).
Toda la economía (ofikonom¤a) del cumplimiento de los tiempos
(plÆrvma t«n kair«n) queda, pues, presentada desde el comienzo de la epís-
tola: predestinación, redención, recapitulación de todas las cosas en Cristo (con
miras a su realización), y, por otra parte, revelación del misterio. Ambos puntos
de vista, el misterio y su revelación, se desarrollan conjuntamente. Se pasa del
uno al otro, se confunden. El cumplimiento del misterio lleva consigo su cono-
cimiento, la obra objetiva concluye en y por el conocimiento. La fórmula
efiw ¶painon t∞w dÒjhw aÈtoË subraya las principales divisiones del himno de
alabanza y, con su acento litúrgico, mantiene hasta el final el género literario
de este solemne prefacio de la proclamación del misterio.
En la economía de la revelación se distinguen dos tiempos con dos cla-
ses de personajes: los primeramente llamados y aquellos a quienes alcanzará
su mensaje (Ef 1, 11-14). Ciertamente, esto no es nuevo en el pensamiento
paulino. Sin embargo, se magnifica el papel apostólico. Los apóstoles gozan de
una proximidad mayor con el misterio de Dios y con Cristo28, reciben la reve-
28
Cristo no es para Pablo el revelador, sino el objeto del misterio.
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30
Lo cual no significa que no habrá de desarrollar sus fórmulas intelectuales ni meditar todas sus con-
secuencias.
31
Supra, p.397-400, 401-402.
437
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La identidad puede llegar hasta las palabras. Puede también suceder que haya separación entre los
temas y las palabras, y que palabras idénticas se transfieran a temas distintos.
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Conclusión general
Nuestra ambición consistía en reencontrar, gracias a las cartas de san
Pablo, las primeras pulsaciones de la vida teológica en aquel momento privile-
giado en el que la revelación se traducía en la lengua de la civilización
greco-romana. Este judío helenista escogido por Dios, preparado por sus dones
de espíritu y de imaginación, fue el obrero de la tarea providencial. Si su edu-
cación de fariseo ortodoxo, así como su conocimiento del Antiguo Testamento,
le predisponían a convertirse en defensor de las tradiciones cristianas, una pro-
funda originalidad, su temperamento de profeta visitado por los dones del
Espíritu Santo y su sensibilidad a las corrientes de pensamiento del mundo me-
diterráneo, iban a abrir ante él, que es como decir ante la Iglesia naciente, el
mundo nuevo que debía conquistar.
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eficiencia. Los cristianos son los que, a través del «evangelio», han discernido la
llamada de Dios y han respondido a ella con una adhesión total.
El acto integral de la fe, que pone en movimiento la inteligencia y la vo-
luntad del cristiano, reviste, pues, dos aspectos. Abarca los hechos de la
salvación con todas sus implicaciones: la teología, la primera de todas la de san
Pablo, consiste, ante todo, en poner de manifiesto el aspecto intelectual de la fe.
Además, tiene un aspecto subjetivo, la sumisión integral de las inteligencias y
voluntades a la obra de Dios. Juntas, estas dos actitudes de la fe, entregan el
cristiano al poder divino que lo transformará «de fe en fe».
La importancia que san Pablo concede al mensaje apostólico y a la fe es
la consecuencia de la manera en que la Iglesia ha hecho su entrada en el
mundo. El mensaje la ha fundado. Ése es primero, aunque desde un comienzo
se sabía que concluiría con los sacramentos: «Id; a todas las naciones hacedlas
discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»
(Mt 28, 19). Los apóstoles recorren el mundo como heraldos: «Como está es-
crito: “¡Qué hermosos los pies de los que anuncian buenas noticias!” (de
salvación)» (Rom 10, 15). Las cartas paulinas, manifiestos continuos de la evan-
gelización, han seguido naturalmente la línea divisoria de la economía cristiana.
Nuestra síntesis se ha plegado a una situación de hecho.
2. El mensaje, aunque fijado desde un comienzo en su esencia, debía pre-
cisarse rápidamente. La atención se había dirigido primeramente a la
escatología. La muerte y la resurrección de Cristo se cumplieron en un clima
apocalíptico: la aparición del mundo nuevo señalaba también el fin de un
mundo. Todo sucede sin los cataclismos cósmicos previstos al principio, y la
cosecha de los elegidos, la cosecha de Dios, descrita en el Antiguo Testamento
y anunciada por Jesús y sus apóstoles, debía prepararse por medio de siembras
terrestres; sin embargo, el cristianismo primitivo se interesó primeramente en
la cosecha, cuando Cristo habría de venir con gloria, con sus ángeles, a cosechar
a los elegidos.
San Pablo participó del entusiasmo de los cristianos, esperando la paru-
sía. Por eso escribió en primer lugar la teología bajo el punto de vista de «la
esperanza» cristiana. Es el tema de nuestro Libro II.
3. Sin embargo, se preparaba una evolución por razón misma de la resu-
rrección de Cristo. Considerada primeramente como una condición o un
primer acto que anunciaba la parusía, en realidad, en las circunstancias histó-
ricas en que se produjo, se desprendía de los acontecimientos últimos para
convertirse en el comienzo de un «tiempo cristiano». Cristo resucitado ejerce
desde ahora una eficiencia de vida y de santificación sobre los salvados, cuyo
«Señor» es Él. Parusía y resurrección se disocian en el pensamiento cristiano.
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las bibliotecas. Con mucha menos no habrá leído, él, el judío helenista, los escri-
tos de Qumrán. La secta no le interesaba, porque estaba convencido de que el
Espíritu Santo comprometía su actividad apostólica y su pensamiento por cami-
nos que jamás habían de conocer los anacoretas del Mar Muerto. Finalmente,
multiplicando las conexiones literarias, habríamos perjudicado a lo que consi-
derábamos tarea primordial nuestra: descubrir los resortes secretos de un espíritu
original y las articulaciones de una síntesis teológica sólidamente construida
desde dentro. Huelga decir que para el conocimiento de los movimientos de ideas
de una época, los paralelos son indispensables.
3. La potencia intelectual de Pablo y su originalidad, con la luz de Dios,
han dominado los elementos heterogéneos que se le ofrecían. Su época es aqué-
lla para la cual la historia de las religiones, de las instituciones y de las ideas ha
forjado la palabra «sincretismo». El «sincretismo» combina todas las formas de
vida y de pensamiento en una vasta «unidad»; fueron tantas las variedades que
hubo, que no se arriesga nada con emplear una vez más la palabra, y al hablar,
a propósito de san Pablo, de un «sincretismo literario».
Seguimos desorientados frente a algunas de sus concepciones, especial-
mente en cuanto a la angelología. Habla indistintamente, sin escrúpulos, de los
ángeles del judaísmo, de los «elementos del mundo» o de aquellas «Potestades»
que parecen dioses astrales adoptados, con algunos retoques, por el monote-
ísmo judío. Las nociones proceden de horizontes muy diversos. No creemos
que los haya identificado verdaderamente.
Se trata de un fenómeno comparable a lo que ocurre ante nuestros ojos
allí donde se encuentran lenguas distintas. Los políglotas se expresan indistin-
tamente, a primera vista, en idiomas diversos. En realidad, la elección de la
expresión dependerá de sus interlocutores y de la materia que traten. Pablo se
llama judío con los judíos, griego con los griegos. ¿Es tan simple la fórmula
como nosotros lo pensamos? Pertenecía a varios mundos de pensamiento, y
pasaba de uno a otro sin obligarse a elecciones o precisiones imposibles y que
no le interesaban. Le bastaba con saber que, en el fondo, existía una verdadera
concordancia. Volviendo al ejemplo de la angelología, sabía que el Dios de los
judíos, rodeado de sus legiones de ángeles, es también el Dios que gobierna el
universo, como se le concibe allá donde se personifica a las Potestades cósmi-
cas. Nada le obligaba a puntualizar todo esto. Libre era Filón de Alejandría para
intentar sabias síntesis; el Apóstol obedece a intereses más apremiantes.
Cuando san Pablo se vio forzado por las circunstancias a precisar la no-
ción de una supervivencia del hombre entre la muerte y una parusía que
retrocedía hacia un futuro impreciso, tuvo que escoger sus modos de expresión.
El judaísmo vincula la supervivencia con la noción de resurrección. Pablo
adopta la idea griega de una inteligencia subsistente, suficientemente distinta
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del cuerpo para que el «yo» consciente pueda seguir gozando, después de la
muerte, de la presencia del Señor. La revelación escogió la lengua literaria que
mejor podría expresarla.
El caso se complica en cuanto a la resurrección. Obligado a ponerse al al-
cance de los griegos que siguen a Platón, y que fácilmente se burlarían a
propósito de la resurrección corporal, san Pablo recurre a los temas judíos y
griegos que están a su disposición y forja la noción de una resurrección corpo-
ral espiritualizada; habla indistintamente de incorrupción y de espiritualidad al
estilo griego, de gloria y de fuerza según el vocabulario del Antiguo Testamento.
Cualquier palabra le va bien, con tal de que inculque la idea cristiana. Cuando
ha de hablar de la eternidad, los temas helénicos alternan con los del judaísmo.
Si este último ofrece las expresiones tradicionales de la vida eterna, de paraíso,
de tercer cielo, de herencia, de Reino de Dios o de gloria, dos fórmulas hay con
mayor sabor griego: el cara a cara y, sobre todo, «Dios todo en todos».
La perspectiva histórica trazada al comienzo de Rom está concebida con-
forme a las categorías griegas (aunque la descripción de la idolatría se inspira
en parte en el Antiguo Testamento). El Libro de la Sabiduría nos proporciona un
excelente paralelo, si no una fuente: habiéndose negado el hombre a conocer a
Dios, que se revelaba a él mediante la creación, han entrado en el mundo la ido-
latría y todos los desenfrenos en las costumbres. Un aspecto teológico se inspira
en el relato de la caída del paraíso terrenal; la doctrina del pecado original, a la
que rodean todos los pecados personales, imputados o no, ilustra la afirmación
de que el pecado reina en el mundo actual. Al primer hombre se contrapone
Cristo, como se contraponen los dos reinos del pecado y de la justicia de Dios.
Esta sucesión de temas tiene repercusiones en la teoría conexa de la debilidad
de la voluntad humana frente al bien que se ha de obrar. En Rom 7 se mezclan
dos explicaciones. El judío, bajo la Ley, reacciona ante la tentación del pecado
como el primer hombre, Adán, y su concupiscencia le lleva a transgredir la
orden de Dios. Luego, Pablo generaliza el tema; según los lugares comunes de
la civilización griega, la pasión arrastra al hombre contra su voluntad, y éste
obra el mal que su conciencia desaprueba. Esto no es todo; cuando se trate de
caracterizar la posición del cristiano ante las sugestiones del mal, el Apóstol vol-
verá a los temas helénicos: el hombre, liberado ya por el Espíritu del dominio de
su cuerpo, es capaz de someterse al instinto profundo de su inteligencia y que-
rer efectivamente el bien conforme a la ley divina que resuena en él.
La formulación literaria del misterio cristiano nos ofrece otro ejemplo. Al
sincretismo religioso de los judíos de Asia, que desnaturaliza profundamente el
carácter del Antiguo Testamento, Pablo contrapone un sincretismo «literario»
que conserva el valor fundamental del cristianismo. Ciertamente podrá compa-
rarse el misterio judeo-pagano con el misterio cuya misión de revelarlo han
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El pecado, sin que pudiera destruir la creación, porque los hombres indi-
vidualmente conservaban una naturaleza «buena» y orientada hacia Dios,
desvió a la humanidad de su creador. El testamento que Dios hizo en favor de
Abraham presagiaba un cambio.
4. Mediante la muerte de Cristo y su resurrección, promesa y anticipa-
ción de su venida en gloria, la creación recupera su primer destino. De la vida
de Cristo glorioso, realizada en el Espíritu Santo, nace el pueblo nuevo de los
creyentes, la Iglesia. Al cristiano se le restituye la claridad de su inteligencia,
para contemplar a su creador, y la fuerza de su voluntad, para someterse a la
ley divina. El Espíritu Santo le revela los secretos del Antiguo Testamento, esos
oráculos que los judíos conservaron sin poderlos penetrar. El mismo Espíritu le
ilumina directamente, en unión con la revelación apostólica, para penetrar cada
vez más profundamente el misterio de Cristo.
5. La psicología del cristiano se reduce a tres virtudes fundamentales: la
fe, la esperanza y la caridad. La fe es respuesta de sumisión inteligente y activa
a la predicación apostólica. La esperanza nos asegura realidades futuras de la
resurrección de los muertos y orienta hacia ellas la vida presente. La caridad es,
en nosotros, el fruto del Espíritu Santo, es la que gobierna toda nuestra actividad.
Por consiguiente, las tres virtudes «teologales« deben abrir sus filas para
recibir una virtud vinculada: el don de sabiduría o de conocimiento superior,
por el cual el cristiano consagra su inteligencia humana a penetrar el misterio
de Dios. Igual que el misterio desarrolla el mensaje apostólico, así, el conoci-
miento superior es el florecimiento de la fe. La oposición que san Pablo
testimonia hacia una cierta «gnosis» desaparece ante la sabiduría cristiana; ésta
se une a la caridad, la virtud teologal por excelencia.
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Sasse, H., 54, 184. Schweitzer, E., 18, 43, 103, 236, 247,
362.
Schauf, W., 363.
Simplicio, 407.
Schelkle, K. H., 336.
Scott, W., 326, 409.
Schille, G., 422.
Seesemann, H., 264.
Schilling, O., 129.
Seidensticker, Ph., 216.
Schlatter, A., 307.
Seufert, W., 91.
Schlier, H., 50, 75, 138, 144, 201, 238,
271, 310, 355, 370, 398, 404, 406, Sevenster, J. N., 159, 182.
408, 410, 416, 423, 425.
Snell, Br., 358.
Schlink, E.,
Spadafora, F., 129.
Schmidt, K. L., 33, 71, 201, 337.
Spicq, C., 140.
Schmidt, S., 307.
Stacey, W. D., 18, 19, 21, 233, 238, 239,
Schmiedel, 164. 240, 244, 249, 250, 251.
Schmithals, W., 22, 150, 238, 310, 312. Stählin, R., 285.
Schmitt, J., 111, 115. Stanley, D. M., 39, 258.
Schmitz, O., 68, 261, 370. Stauffer, E., 66, 67, 171.
Schnackenburg, R., 122, 257, 271, 272. Stendhal, K., 204.
Schneider, G., 18, 248. Stöger, A., 307.
Schneider, J., 180. Stommel, E., 271.
Schoeps, H.-J., 11, 14, 18, 20, 22, 35, 40, Strack, H. L.–Billerbeck, P., 129, 151,
42, 44, 46, 65, 72, 76, 92, 98, 102. 153, 159, 190, 216.
Schoenberg, M.W., 257. Strathmann, H., 110, 113.
Schrenk, G., 123, 162, 224. Straub, W., 21.
Schubert, K., 185. Stuiber, A., 313.
Schulz, S., 336. Swete, H. B., 81.
Schunk, E., 30. Taylor, V., 307.
Schürer, E., 44. Teichmann, E., 129, 162, 171.
Schütz, R., 148. Tertuliano, 81, 96, 114.
Schweitzer, A., 19, 46, 288, 289, 290, Thackeray, H. St. J., 19, 66.
291.
Tobac, E., 364.
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8: 76, 104 26: 155, 174, 184 51: 160, 163, 388
9-10: 402 27: 181 52: 152, 153
9: 399 28: 191 53ss.: 135
10: 83, 402 29: 150 53-57: 174
11: 104, 107, 119 30-31: 160 53-55: 164
12: 107 32: 160 53-54: 152
14: 16, 107 35-49: 150 54-55: 136
14-17: 118 35: 150 54s.: 222
14s.: 40 36: 156 54: 155
15: 110 37-38: 152 55: 163
18-26: 242 37: 164 57: 294
18: 172 38-39: 153 58: 295
20-28: 135, 169, 170- 39-40: 153 16, :7: 54
172
42-49: 152 10: 295
20: 40, 172, 283
42-44: 151, 155 13: 118
21-26: 174
43: 245, 389 18: 253
21-22: 155, 172, 174,
44-49: 248, 284 19: 296
226
44: 163, 208 22: 17
21: 174, 283
45-49: 155
22-24: 147
45: 155, 156, 248, 2 Corintios ( 2 Cor )
22: 155, 156
251, 254, 284, 287,
1, 1: 233
23-27: 131 339
2-3: 265
23-24: 170, 172 46-48: 339
2: 201
23: 40, 173 47-48: 226
3-11: 278
24-28: 136, 173, 181 48: 152
5-7: 139
24-27: 174 49: 13, 153, 283
5: 139, 294
24: 46, 52, 154, 173, 50: 151, 169, 187
184, 261, 410, 410 6-7: 113
51-53: 149
25-27: 222, 409 6: 113, 183
51-52: 135
25: 132, 170 7: 270
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Hebreos (Heb)
2 Timoteo (2 Tim)
1, 6: 39
1, 1: 184
2, 7: 185
6: 208
14-15: 52
9: 54
3, 6: 55
2, 11: 277
14: 55
12: 277
6, 4: 406
3, 2-5: 379
8, 10: 244
4, 5: 108
10, 16: 244
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t°leiow, 406ss.
t°low, 173,
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