02 - Cantar de Mio Cid
02 - Cantar de Mio Cid
02 - Cantar de Mio Cid
A- La datación.
La datación del poema allí recogido viene apoyada por una serie de indicios de cultura
material, de organización institucional y de motivaciones ideológicas. Más dudas
plantea su lugar de composición, que sería Burgos según unos críticos y la zona
de Medinaceli (en la actual provincia de Soria), según otros. La cercanía del Cantar a las
costumbres y aspiraciones de los habitantes de la zona fronteriza entre Castilla y Al
Ándalus favorece la segunda posibilidad.
B- La trama
El Cantar de Mío Cid, como ya hemos avanzado, se basa libremente en la parte final de
la vida de Rodrigo Díaz de Vivar, desde que inicia el primer destierro en 1081 hasta su
muerte en 1099. Aunque el trasfondo biográfico es bastante claro, la adaptación
literaria de los sucesos es frecuente y de considerable envergadura, a fin de ofrecer
una visión coherente de la trayectoria del personaje, que actúa desde el principio de
un modo que el Campeador histórico sólo adoptaría a partir de 1087 y, sobre todo, del
segundo destierro en 1088.
Por otra parte, el Cantar desarrolla, tras la conquista de Valencia, toda una trama en
torno a los desdichados matrimonios de las hijas del Cid con los infantes de Carrión
que carece de fundamento histórico. Así pues, pese a la innegable cercanía
del Cantar a la vida real de Rodrigo Díaz (mucho mayor que en otros poemas épicos,
incluso sobre el mismo héroe), ha de tenerse en cuenta que se trata de una obra
literaria y no de un documento histórico, y como tal ha de leerse.
C- El estilo
Métrica: En cuanto a las posibles fuentes de información sobre su héroe, el autor
del Cantar se basó seguramente en la historia oral y también parece bastante probable
que conociese la ya citada Historia Roderici. No hay pruebas seguras sobre la posible
existencia de cantares de gesta previos sobre el Cid que hubiesen podido inspirar al
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poeta, aunque parece claro que tuvo como modelos literarios, ya que no históricos,
otros poemas épicos, tanto castellanos como extranjeros, recibiendo en particular el
influjo del célebre Cantar de Roldán francés, muy difundido en la época. Por ello, la
constitución interna del Cantar de Mío Cid es la típica de los cantares de gesta.
El Cantar es de difusión oral, (por boca de los juglares que lo recitaban o cantaban de
memoria, acompañándose a menudo de un instrumento musical), y responde a un
efecto estético (el gusto por ver tratados los mismos temas de una misma forma).
Otros recursos estilísticos de los cantares de gesta son la gran alternancia y variedad
de tiempos verbales; el uso de parejas de sinónimos, como «pequeñas son y de días
chicas», y también de parejas inclusivas, como «moros y cristianos»; o el empleo de
las llamadas frases físicas, al estilo de «llorar de los ojos» o «hablar de la boca», que
subrayan el aspecto gestual de la acción.
La “e” paradógica.
Un rasgo formal llamativo es la “e” paradógica con que terminan algunos versos del
Cantar. El fenómeno se da igualmente en el romancero. Pero ¿es una “e” recuerdo de
una antigua “e” latina o es un recurso licencioso para convertir en llana o grave una
“e" aguda? Según M. Pidal, en los tiempos en que el Cantar fue escrito, incluso antes,
ya en el siglo X y XI, el castellano era propenso a la conservación de la “e” proveniente
del latín. Ahora bien, en la segunda mitad del Sg. XI se tiende a la pérdida, abundando
en el idioma la terminación en consonante. Dado que ya se habían puesto de moda las
terminaciones en “e”, aquél que quería presumir de culto, las siguió conservando
incluso en palabras latinas donde originariamente no existía semejante “e”. La épica
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era un género con mucha fuerza a partir del siglo XI y, como afirma Lapesa, este
género conserva usos arcaizantes dando valor de antigüedad al lenguaje, en ese afán
por exaltar el pasado.
La lengua.
El léxico es una mezcla de lo popular y lo arcaico, pero sin caer en lo plebeyo. Los
juglares cantaban para toda la sociedad.
El tiempo de la obra.
D- Un héroe mesurado.
De los grandes héroes épicos se esperaba en la Edad Media que realizasen hazañas al
filo de lo imposible y mantuviesen actitudes radicales, a menudo fuera de lo
comúnmente aceptado. Salvo contadas excepciones, el Cid se separa de dicho modelo
para ofrecer uno opuesto. Ya en la Crónica Najerense, el joven Rodrigo opone su
mesura a las fanfarronadas del rey Sancho, actitud que pervivirá en el Cantar del rey
don Sancho, ya en el siglo siguiente. También en las Mocedades de Rodrigo primitivas
el personaje se conduce con mesura y prudencia, y sólo en la refundición del siglo XIV
y en algunos romances inspirados en ella surgirá la figura (más acorde con los gustos
de esa época turbulenta) de un Rodrigo arrogante y rebelde.
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Donde le mesura del héroe resulta más patente es en el Cantar de Mío Cid. Allí, en la
primera tirada o estrofa, se nos dice ya: “Habló Mío Cid bien y tan mesurado: / —
¡Gracias a ti, Señor, Padre que estás en lo alto! / ¡ Esto me han urdido mis enemigos
malos!”. En lugar de maldecir a sus adversarios, el Campeador agradece a Dios las
pruebas a las que se ve sometido. Más que una acusación, el último verso citado es la
constatación de un hecho. A partir de entonces Rodrigo habrá de sobrevivir con los
suyos en las penalidades del destierro. Pero éste, aunque constituye una condena,
también abre un futuro cargado de promesas. Cuando, al poco, el Cid observa un mal
agüero en su viaje hacia el exilio, no se desalienta, sino que exclama “¡Albricias, Álvar
Fáñez, pues nos echan de la tierra!” La buena noticia es la misma del destierro, pues
abre una nueva etapa de la que el Cid sabrá sacar partido, como después se verá de
sobra confirmado.
Donde se ve de manera más clara esa mesura característica del Cid es en la parte final
de la trama. Después de una afrenta como la sufrida por doña Elvira y doña Sol en el
robledo de Corpes, lo normal, según las exigencias del género, hubiera sido que su
padre reuniese a sus caballeros y lanzase un feroz ataque contra las posesiones de los
infantes de Carrión y de sus familiares, matando a cuantos encontrase a su paso y
arrasando sus tierras y palacios.
Sin embargo, el Cid no opta por este tipo de venganza sangrienta, sino que se vale del
procedimiento regulado en las leyes para dirimir las ofensas entre hidalgos: el reto o
desafío. Tras dar parte al rey Alfonso de la afrenta, se reúnen las cortes del reino y
ante ellas el Campeador reta a los infantes. El rey acepta el reto y tres caballeros del
Cid se oponen en el campo a los infantes y a su hermano mayor. La victoria de los
hombres del Cid salda la afrenta sin ninguna muerte y sin derramamiento de sangre,
de acuerdo con los usos más avanzados del derecho de la época.
Siglos antes de que se pusiesen de moda las acciones de juicios, el venerable Cantar de
Mío Cid advirtió ya las posibilidades dramáticas de un proceso judicial y las puso al
servicio de la prudencia y de la mesura de su héroe.
Religioso y monárquico.
Las dos propiedades las combina a la vez. Según el verso 9, no culpa al rey de su
destierro, sino a los nobles envidiosos. Sigue admirando y respetando al rey. En las
tiradas 12 y 17 se refleja el carácter religioso y humano del héroe. No olvidemos el
episodio del ángel, contemplado en un sueño, por lo que no se pierde la
verosimilitud de la obra. Siendo un elemento de carácter psicológico, el Cid reza
porque está preocupado por su destino. Su clemencia como hombre cristiano se
aprecia ante los moros en el ataque a Castejón (tirada 25). El contexto medieval
hace entender estos pormenores que, hoy en día, nos resultan extraños. Pero no
podemos esperar que en el siglo XI el comportamiento de los caballeros fuese el
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mismo que el demandado en el siglo XXI. Religión y espada iban de la mano, unas
veces en el ámbito personal o interno, y otras, en el colectivo y externo.
Según lo leído en líneas anteriores, nos encontramos ante un héroe que es espejo
sobre el que reflejarse. Un ser humano que pasa de la miseria a la riqueza, de la
deshonra a la honra.
Al lado del héroe están la mujer y las hijas, calificadas positivamente. Del mismo modo,
las mesnadas del Cid: hombres esforzados, valientes y dignos. Los personajes
eclesiásticos realzan también al héroe. Los enemigos son los que se llevan la peor
parte, encarnando las fuerzas del mal. El rey Alfonso está caracterizado según la
estructura feudal que es el telón de fondo de toda la obra. Este monarca evoluciona.
No hay ataques directos contra el rey, pero el comienzo es de tono antialfonsino. Al
final, se muestra como el monarca ideal, gracias a la intercesión del héroe.
E- La estructura.
La obra se compone de 3730 versos que se agrupan en tres cantares según Menéndez
Pidal. Así se ha mantenido tradicionalmente en las ediciones que tenemos de la obra:
M. Pidal atribuía la prioridad al Cantar del destierro, creación del juglar de S. Esteban
de Gormaz, mientras que los otros dos cantares serían del refundidor mencionado en
líneas anteriores, propio de Medinaceli. Algunos estudios han subrayado la fuerte
unidad que constituye en sí mismo el segundo cantar. Richthofen considera que
prácticamente él es la base de la obra y que está escrito con anterioridad al primero. El
autor habría empezado “in media res” con un poema corto en el que se produce ya el
desenlace. Tras otras victorias, el Cid consigue el mayor éxito militar: toma de Valencia
y reconciliación con el Rey. Con la ampliación de este material, por delante y por
detrás, llegaríamos a la obra que tenemos. Éste es el criterio que se tuvo en cuenta
para separar esta parte de la anterior, y de la siguiente. En cuanto al paso del primer
cantar al segundo, no hay un cambio de estructura o trama. El Cid sigue luchando
contra los moros y aún no ha conseguido su objetivo. La separación entre el segundo y
el tercero es más profunda. Al final del segundo se nos dice que los jóvenes
matrimonios viven felices en Valencia durante dos años. El tercero empieza
directamente con la escena del león, a partir de la cual se cumplen los malos presagios
del Cid. Respecto a sus yernos Garci-Gómez cree que el poema se divide en dos partes:
los dos primeros cantares y el tercer cantar.
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Cualquiera que fuera el orden genético de las tres partes en que se ha venido
dividiendo el Cantar, es indudable que la obra sufrió remodelaciones y refundiciones
A lo largo del poema asistimos a una constante tensión argumental, cuyos sucesivos
desenlaces parciales constituyen la unidad de la obra. Dicha unidad se logra a base de
tres orientaciones en cuanto a la materia narrativa: el destierro, la afrenta de Corpes y
las Cortes de Toledo. Las tres son complementarias y están en función de restablecer la
honra del héroe, que, como hemos dicho, es el núcleo central de la obra.
La crítica no se pone de acuerdo. Menéndez Pidal arrastró una parte de los estudios
para defender que hay aspectos históricos, pero con reservas cuando se trata del
núcleo principal de la obra. Otra parte de la crítica se postula a favor de lo artístico.
El poema es más una ficción, si bien los personajes y los acontecimiento señalados
fueron reales. La nota constante en sus líneas es la verosimilitud, que el autor
consigue con un estilo narrativo y unos acontecimientos que nos aproximan a ella. No
se desdeña el uso del humor, con el fin de rebajar la tensión dramática, expresiones
paralelas, adjetivación épica y mucho simbolismo. Estamos ante literatura
propagandista o poesía comprometida. En esta obra se refleja de qué manera se
subsana el desorden iniciado por un vasallo que se revela contra el sistema en tres
niveles:
Bibliografía:
Referencia: Montaner Frutos, Alberto, “El Cid, historia y leyenda”,
López Estrada, Francisco, Panorama crítico sobre el Poema del Cid, Madrid, Castalia,
1982. Literatura y sociedad, 30. ISBN 978-84-7039-400-3
Del Río, Ángel: Historia de la literatura española, Barcelona, Bruguera, 1982. Dos
volúmenes
Rico, Francisco (ed.) Historia y crítica dela literatura española. Barcelona, Ed. Crítica,
1980. Ocho volúmenes y varios suplementos.