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La Vida Celestial-James Allen
La Vida Celestial-James Allen
La Vida Celestial-James Allen
LA VIDA CELESTIAL
JAMES ALLEN
PUBLICADO: 1908
FUENTE: THE JAMES ALLEN FREE LIBRARY
TRADUCCIÓN: ELEJANDRÍA
1. EL CENTRO DIVINO
LOS Hijos de la Luz, que moran en el Reino de los Cielos, ven el univer-
so, y todo lo que contiene, como la manifestación de una Ley - la Ley del
Amor. Ven el Amor como el Poder moldeador, sustentador, protector y per-
feccionador inmanente en todas las cosas animadas e inanimadas. Para
ellos, el Amor no es sólo una regla de vida, es la Ley de la Vida, es la Vida
misma. Sabiendo esto, ordenan toda su vida de acuerdo con el Amor, sin
tener en cuenta su propia personalidad. Practicando así la obediencia a lo
Supremo, al Amor divino, se convierten en partícipes conscientes del poder
del Amor, y así llegan a la Libertad perfecta como Amos del Destino.
El universo se conserva porque el Amor está en su Corazón. El Amor es
el único poder conservador. Mientras hay odio en el corazón del hombre,
imagina que la Ley es cruel, pero cuando su corazón se suaviza por la Com-
pasión y el Amor, percibe que la Ley es Bondad Infinita. Tan bondadosa es
la Ley que protege al hombre contra su propia ignorancia, El hombre, en
sus insignificantes esfuerzos por subvertir la Ley concediendo una impor-
tancia indebida a su propia pequeña personalidad, trae sobre sí tales trenes
de sufrimiento que al final se ve obligado, en la profundidad de sus afliccio-
nes, a buscar la Sabiduría; y encontrando la Sabiduría, encuentra el Amor, y
lo conoce como la Ley de su ser, la Ley del universo. El Amor no castiga; el
hombre se castiga a sí mismo por su propio odio; esforzándose por preser-
var el mal que no tiene vida por la cual preservarse, y tratando de subvertir
el Amor, que no puede ser vencido ni destruido, siendo de la sustancia de la
Vida. Cuando un hombre se quema, ¿acusa al fuego? Por lo tanto, cuando
un hombre sufre, que busque alguna ignorancia o desobediencia dentro de
sí mismo.
El Amor es Armonía Perfecta, Dicha pura, y no contiene, por lo tanto,
ningún elemento de sufrimiento. Que el hombre no piense ni haga nada que
no esté de acuerdo con el Amor puro, y el sufrimiento no le molestará más.
Si un hombre quiere conocer el Amor y participar de su dicha eterna, debe
practicarlo en su corazón; debe convertirse en Amor.
Aquel que siempre actúa desde el espíritu del Amor nunca es abandona-
do, nunca es dejado en un dilema o dificultad, porque el Amor (Amor im-
personal) es tanto Conocimiento como Poder. Aquel que ha aprendido a
Amar ha aprendido a dominar cada dificultad, a transmutar cada fracaso en
éxito, a vestir cada evento y condición con ropajes de bendición y belleza.
El camino hacia el Amor es el autodominio, y, recorriéndolo, el hombre
se construye a sí mismo en el Conocimiento a medida que avanza. Al llegar
al Amor, entra en plena posesión de cuerpo y mente, por derecho del Poder
divino que se ha ganado.
"El Amor perfecto echa fuera el miedo". Conocer el Amor es saber que
no hay poder dañino en todo el Universo. Incluso el pecado mismo, que los
mundanos e incrédulos imaginan tan inconquistable, es conocido como una
cosa muy débil y perecedera, que se encoge y desaparece ante el poder irre-
sistible del Bien. El Amor perfecto es la perfecta Inocuidad. Y aquel que ha
destruido, en sí mismo, todo pensamiento de daño y todo deseo de dañar,
recibe la protección universal y se sabe invencible.
El Amor perfecto es la Paciencia perfecta. La ira y la irritabilidad no pue-
den habitar con él ni acercarse a él. Endulza toda ocasión amarga con el
perfume de la santidad, y transmuta la prueba en fuerza divina. La queja le
es ajena. El que ama no se lamenta de nada, sino que acepta todas las cosas
y condiciones como huéspedes celestiales; por eso es constantemente biena-
venturado, y la tristeza no le alcanza.
El Amor perfecto es la Confianza perfecta. Aquel que ha destruido el de-
seo de apoderarse nunca puede ser perturbado por el miedo a la pérdida. La
pérdida y la ganancia le son igualmente extrañas. Manteniendo firmemente
una actitud de amor hacia todos, y persiguiendo, en el cumplimiento de sus
deberes, una actividad constante y amorosa, el Amor le protege y le sumi-
nistra siempre en la medida más completa todo lo que necesita.
El Amor perfecto es el Poder perfecto. El corazón sabiamente amoroso
manda sin ejercer ninguna autoridad. Todas las cosas y todos los hombres
obedecen al que obedece al Altísimo. Piensa, y ¡he aquí que ya ha cumpli-
do! Habla, y ¡he aquí que un mundo pende de sus simples palabras! Ha ar-
monizado sus pensamientos con las Fuerzas Imperecederas e Inconquista-
bles, y para él la debilidad y la incertidumbre ya no existen. Cada uno de
sus pensamientos es un propósito; cada uno de sus actos, una realización; se
mueve con la Gran Ley, sin oponer a ella su débil voluntad personal, y se
convierte así en un canal a través del cual el Poder Divino puede fluir en ex-
presión libre y benéfica. Se ha convertido así en el Poder mismo.
El Amor perfecto es la Sabiduría perfecta. El hombre que lo ama todo es
el hombre que lo sabe todo. Habiendo aprendido a fondo las lecciones de su
propio corazón, conoce las tareas y pruebas de otros corazones, y se adapta
a ellas suavemente y sin ostentación. El amor ilumina el intelecto; sin él, el
intelecto es ciego, frío y sin vida. El Amor tiene éxito donde el intelecto fra-
casa; ve donde el intelecto es ciego; conoce donde el intelecto es ignorante,
la Razón sólo se completa en el Amor, y finalmente es absorbida en él. El
Amor es la Realidad Suprema en el universo, y como tal contiene toda la
Verdad. La Ternura Infinita envuelve y abriga el universo; por lo tanto, el
sabio es gentil, infantil y de corazón tierno. Ve que lo único que todas las
criaturas necesitan es Amor, y da sin escatimar. Sabe que todas las ocasio-
nes requieren el poder de ajuste del Amor, y deja de ser duro.
Para el ojo del Amor todas las cosas se revelan, no como una infinidad de
efectos complejos, sino a la luz de los Principios Eternos, de los cuales sur-
gen todas las causas y efectos, y a los cuales regresan. "Dios es Amor"; por
lo tanto, no hay nada más perfecto que el Amor. Quien quiera encontrar el
Conocimiento puro, que encuentre el Amor puro.
El Amor perfecto es la Paz perfecta. Aquel que habita con él ha comple-
tado su peregrinaje en el inframundo del dolor. Con la mente en calma y el
corazón en reposo, ha desterrado las sombras del dolor, y conoce la Vida
inmortal.
Si quieres perfeccionarte en el Conocimiento, perfecciónate en el Amor.
Si quieres alcanzar lo Más Alto, cultiva incesantemente un corazón amoro-
so y compasivo.
8. LIBERTAD PERFECTA
Bondad, sencillez, grandeza: los tres son uno, y esta trinidad de perfec-
ción no puede separarse. Toda grandeza brota de la bondad, y toda bondad
es profundamente simple, Sin bondad no hay grandeza. Algunos hombres
pasan por el mundo como fuerzas destructoras, como el tornado o la avalan-
cha, pero no son grandes; son a la grandeza como la avalancha es a la mon-
taña. La obra de la grandeza es duradera y conservadora, y no violenta y
destructiva. Las almas más grandes son las más gentiles.
La grandeza nunca es intrusiva. Trabaja en silencio, sin buscar reconoci-
miento. Por eso no es fácil percibirla y reconocerla. Como la montaña, se
eleva en su inmensidad, de modo que los que están cerca, que reciben su
cobijo y su sombra, no la ven. Su sublime grandeza sólo es contemplada
cuando se alejan de ella. El gran hombre no es visto por sus contemporá-
neos; la majestuosidad de su forma sólo se perfila por su retroceso en el
tiempo. Este es el asombro y el encanto de la distancia. Los hombres se
ocupan de las cosas pequeñas: sus casas, sus árboles, sus tierras. Pocos con-
templan la montaña a cuyos pies viven, y menos aún ensayan explorarla.
Pero en la distancia estas pequeñas cosas desaparecen, y entonces se perci-
be la belleza solitaria de la montaña. La popularidad, la ostentación ruidosa
y el espectáculo superficial, estas superficialidades desaparecen rápidamen-
te, y no dejan tras de sí ninguna huella perdurable: mientras que la grandeza
emerge lentamente de la oscuridad, y perdura para siempre.
Tanto el rabino judío como la plebe no vieron la belleza divina de Jesús;
sólo vieron a un carpintero iletrado. Para sus conocidos, Homero no era más
que un mendigo ciego, pero los siglos lo revelan como Homero, el poeta
inmortal. Doscientos años después de que el granjero de Stratford (y todo lo
que se sabe de él) haya desaparecido, se discierne al verdadero Shakespea-
re. Todo verdadero genio es impersonal. No pertenece al hombre a través
del cual se manifiesta; pertenece a todos. Es una difusión de la Verdad pura:
la Luz del Cielo que desciende sobre toda la humanidad.
Toda obra de genio, en cualquier departamento del arte, es una manifesta-
ción simbólica de la Verdad impersonal. Es universal y encuentra respuesta
en todos los corazones de todas las épocas y razas. Todo lo que no sea esto
no es genio, no es grandeza. La obra que defiende una religión perece; es la
religión la que vive. Las teorías sobre la inmortalidad se desvanecen; el
hombre inmortal perdura; los comentarios sobre la Verdad se convierten en
polvo; sólo la Verdad permanece. Sólo es verdadero en el arte lo que repre-
senta lo Verdadero; sólo es grande en la vida lo que es universal y eterna-
mente verdadero. Y lo Verdadero es el Bien; el Bien es lo Verdadero.
Toda obra inmortal brota de la Bondad Eterna en el corazón humano, y
está revestida de la dulce e inafectada sencillez de la bondad. El arte más
grande es, como la naturaleza, sin arte. No conoce el truco, ni la pose, ni el
esfuerzo estudiado. En Shakespeare no hay trucos escénicos; y es el más
grande de los dramaturgos porque es el más sencillo. Los críticos, al no
comprender la sabia simplicidad de la grandeza, siempre condenan la obra
más elevada. No pueden distinguir entre lo infantil y lo infantil. Lo Verda-
dero, lo Bello, lo Grande, es siempre infantil, y es perennemente fresco y
joven.
El gran hombre es siempre el hombre bueno; es siempre sencillo. Él ex-
trae de, es más, vive en, la fuente inagotable de la Bondad divina en su inte-
rior; habita los Lugares Celestiales; comulga con los grandes desaparecidos;
vive con lo Invisible: está inspirado, y respira los aires del Cielo.
El que quiera ser grande que aprenda a ser bueno. Por lo tanto, llegará a
ser grande si no busca la grandeza. Aspirando a la grandeza el hombre llega
a la nada; aspirando a la nada llega a la grandeza. El deseo de ser grande es
un indicio de pequeñez, de vanidad personal y de molestia. La voluntad de
desaparecer de las miradas, la ausencia total de engrandecimiento propio es
el testimonio de la grandeza.
La pequeñez busca y ama la autoridad. La grandeza nunca es autoritaria,
y se convierte así en la autoridad a la que apelan los de más allá. El que
busca, pierde; el que está dispuesto a perder, gana a todos los hombres. Sé
tu yo sencillo, tu yo mejor, tu yo impersonal, y ¡he aquí que eres grande! El
que busca egoístamente la autoridad sólo conseguirá convertirse en un tem-
bloroso apologista que corteja la protección a espaldas de una grandeza re-
conocida. Aquel que se convierta en el servidor de todos los hombres, sin
desear autoridad personal, vivirá como un hombre, y será llamado grande.
"Permanece en las regiones sencillas y nobles de tu vida, obedece a tu cora-
zón, y volverás a reproducir el mundo anterior". Olvida tu pequeño yo y re-
cae en el yo universal, y reproducirás, en formas vivas y perdurables, mil
bellas experiencias; encontrarás en ti mismo esa sencilla bondad que es la
grandeza.
"Es tan fácil ser grande como ser pequeño", dice Emerson, y dice una
profunda verdad. El olvido de sí mismo es toda la grandeza, como es toda la
bondad y la felicidad. En un momento fugaz de olvido de sí, el alma más
pequeña se hace grande; prolonga ese momento indefinidamente, y habrá un
alma grande, una vida grande. Deshazte de tu personalidad (de tus pequeños
deseos, vanidades y ambiciones) como de una prenda sin valor, y habita en
las regiones amorosas, compasivas y desinteresadas de tu alma, y ya no se-
rás pequeño, serás grande.
Reclamando autoridad personal, un hombre desciende a la pequeñez;
practicando la bondad, un hombre asciende a la grandeza. La presunción del
pequeño puede, por un tiempo, oscurecer la humildad del grande, pero al fin
es tragado por ella, como el río ruidoso se pierde en el océano tranquilo.
La vulgaridad de la ignorancia y el orgullo del saber deben desaparecer.
Su inutilidad es igual. No tienen parte en el Alma de la Bondad. Si quieres
hacer, debes ser. No confundas la información con el Conocimiento; debes
conocerte a ti mismo como puro Conocimiento. No confundirás el aprendi-
zaje con la Sabiduría; debes aprehenderte a ti mismo como Sabiduría
inmaculada.
¿Quieres escribir un libro vivo? Primero debes vivir; te envolverás en la
vestidura mística de una experiencia múltiple, y aprenderás, en el goce y el
sufrimiento, la alegría y la tristeza, la conquista y la derrota, lo que ningún
libro ni ningún maestro pueden enseñarte. Aprenderás de la vida, de tu
alma; recorrerás el Camino Solitario, y llegarás a ser; serás. Entonces escri-
birás tu libro, y vivirá; será más que un libro. Deja que tu libro viva primero
en ti, luego vivirás tú en tu libro.
¿Quieres esculpir una estatua que cautive a los siglos, o pintar un cuadro
que perdure? Te familiarizarás con la Belleza divina que hay en ti. Com-
prenderás y adorarás la Belleza Invisible; conocerás los Principios que son
el alma de la Forma; percibirás la simetría incomparable y las proporciones
impecables de la Vida, del Ser, del Universo; conociendo así lo eternamente
Verdadero, esculpirás o pintarás lo indescriptiblemente Bello.
¿Quieres producir un poema imperecedero? Primero vivirás tu poema;
pensarás y actuarás rítmicamente; encontrarás la fuente inagotable de inspi-
ración en los lugares amorosos de tu corazón. Entonces fluirán de ti, sin es-
fuerzo, versos inmortales y, como brotan espontáneamente las flores del
bosque y del campo, así crecerán en tu corazón bellos pensamientos y, con-
sagrados en palabras como moldes de su belleza, subyugarán los corazones
de los hombres.
¿Quieres componer una música que alegre y eleve al mundo? Ajustarás
tu alma a las armonías celestiales. Sabrás que tú mismo, que la vida y el
universo son Música. Tocarás los acordes de la Vida. Sabrás que la Música
está en todas partes; que es el Corazón del Ser; entonces escucharás con tu
oído espiritual las Sinfonías Inmortales.
¿Predicarás la palabra viva? Renuncia a ti mismo y conviértete en esa Pa-
labra. Sabrás una cosa: que el corazón humano es bueno, es divino; vivirás
de una cosa: el Amor. Amarás a todos, sin ver el mal, sin pensar el mal, sin
creer el mal; entonces, aunque hables poco, cada acto tuyo será un poder,
cada palabra tuya un precepto. Por tu pensamiento puro, por tu acción de-
sinteresada, aunque parezca oculta, predicarás, a través de los siglos, a in-
contables multitudes de almas aspirantes.
A quien elige la Bondad, sacrificándolo todo, se le da lo que es más que
todo y lo incluye todo. Se convierte en poseedor de lo Mejor, comulga con
lo Más Alto y entra en la compañía de lo Grande.
La grandeza que es impecable, redonda y completa está por encima y
más allá de todo arte. Es la Bondad Perfecta en manifestación; por eso las
almas más grandes son siempre Maestros.
10. EL CIELO EN EL CORAZÓN