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Jesus Galindo Fundacion Tenochtitlan

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In Mexico-Tenochtitlan ialtepetzintiliz: la fundación de la urbe mexica

Article · September 2022


DOI: 10.35424/anam.v7i14.1378

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1 author:

Jesús Galindo Trejo


Universidad Nacional Autónoma de México
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In Mexico Tenochtitlan ialtepetzintiliz: la fundación
de la urbe mexica

Jesús Galindo Trejo


Instituto de Investigaciones Estéticas, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM),
Ciudad de México, México,
correo electrónico: galindus@unam.mx

Recibido el 31 de mayo de 2022; aprobado el 21 de agosto de 2022

Resumen: El ámbito celeste jugó un papel fundamental en el desarrollo de la


cultura mesoamericana. Las principales deidades poseían una contraparte en el
firmamento y eran objeto de un esmerado e intenso culto. A partir de fuentes
etnohistóricas del siglo XVI, de una escultura de gran significado simbólico para
los mexicas y de varios eventos astronómicos que sucedieron en el año de 1325,
se propone una fecha específica de la fundación de Mexico-Tenochtitlan.

Palabras clave: arqueoastronomía, eclipses, calendario, etnohistoria.

In Mexico-Tenochtitlan ialtepetzintiliz: the foundation of the


Mexica city

Abstract: The celestial sphere played a fundamental role in the development of


Mesoamerican culture. The main deities had a counterpart in the firmament and
were the object of careful and intense worship. Based on ethnohistoric sources
from the 16th century, a sculpture of great symbolic significance for the Mexica,
and several astronomical events that occurred in the year 1325, a specific date
for the founding of Mexico-Tenochtitlan is proposed.

Key words: archaeoastronomy, eclipses, calendar, ethnohistory.

ANTROPOLOGÍA AMERICANA | vol. 7 | núm. 14 (2022) | Artículos | pp. 13-40


ISSN (impresa): 2521-7607 | ISSN (en línea): 2521-7615
DOI: https:/doi.org/10.35424/anam.v7i14.1378
Este es un artículo de acceso abierto bajo la licencia CC BY-NC-SA 4.0
14 Jesús Galindo Trejo

Introducción

El inicio de uno de los centros de poder más extenso y pujante en Mesoamérica


como fue México-Tenochtitlan está envuelto en un halo de mito y enigma.
Sin embargo, considerando las habilidades de los pueblos prehispánicos para
aprehender su entorno paisajístico, así como para vincular los sucesos sociales
a momentos particulares en el marco de su manera de registrar el tiempo y de
asociar fenómenos de la naturaleza a los designios de sus deidades, hace posible
plantear una propuesta plausible de la fecha de la fundación de la urbe mexica.
Un hecho real que es necesario aclarar es que hasta hoy no se ha localizado
ninguna fuente etnohistórica primaria que señale la fecha exacta de la fundación
de México-Tenochtitlan, esto comprende tanto documentos escritos en náhuatl,
como en castellano. Tampoco los códices prehispánicos y coloniales nos
proporcionan dicha fecha. En cualquier caso, lo que sí es posible indagar es el
probable año entre los asentados en las fuentes referidas. De acuerdo con Paul
Kirchhoff (2002, p. 284), éstas registran los diversos acontecimientos sociales
y naturales usualmente consignando sólo el año y en ocasiones el año junto
con el nombre del día. Según este autor, la única fecha dada en términos del
calendario occidental proviene de una fuente segundaria basada en una primaria
del siglo XVI ya perdida. Se trata de la propuesta, planteada por el sabio
novohispano Carlos de Sigüenza y Góngora en siglo XVIII, como el 18 de julio
de 1327, sin embargo, no se especifica si tal fecha es juliana o gregoriana. Sobre
este caso peculiar regresaremos más tarde. Por otra parte, Kirchhoff también
informa que en Los Anales de Tlatelolco se señala el día 1 Cipactli, Uno Cocodrilo,
como el día de la inauguración de la primera pirámide de Tenochtitlan que él
considera posterior a la fundación.
Un tema, hasta ahora ampliamente debatido, corresponde precisamente al
año de la fundación de Tenochtitlan. Varios autores han realizado búsquedas en
las fuentes que reportan dicho acontecimiento. Por ejemplo, Kirchhoff (2002,
pp. 283-288) recuperó ocho fechas diferentes que se dispersan en los siglos XII,
XIII y XIV, aunque seis de ellas caen en el siglo XIV. Además Elizabeth Boone
(1992, p. 152) revisó un número mayor de fuentes que señalan exclusivamente
años del siglo XIV, siendo el año mayormente citado el 1325 o 2 Casa. En la
revisión de esta autora no identifica el año 1327 establecido por Sigüenza y
Góngora.

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Figura 1. El águila parada sobre un nopal devorando a una serpiente. Monumento que
describe la señal dada por Huitzilopochtli para fundar México-Tenochtitlan. Esta escultura
de metal dorado laminado se encuentra en el Cerro de Chapultepec, Ciudad de México

Antes de exponer en detalle nuestra propuesta de la fecha de fundación de


Tenochtitlan es necesario referirnos a dos aspectos fundamentales de la cultura
mesoamericana que conviene resaltar. A lo largo de las últimas tres décadas
la investigación arqueoastronómica ha identificado una peculiar práctica
para elegir la orientación solar de las principales estructuras arquitectónicas.
Aunque existe la orientación hacia la posición en los horizontes donde
el Sol sale o se pone en los días de los solsticios, equinoccios y en los de su
paso cenital, la mayoría de dichas estructuras se alinean en diversas fechas
que no corresponden a aquellos eventos astronómicos. Sin embargo, estas
fechas se caracterizan por dividir el año solar en cuentas de días expresables
por los números que estructuran el sistema calendárico mesoamericano
(Galindo Trejo, 1994, 2016; Šprajc, 2001; Sánchez Nava y Šprajc, 2015).
Más adelante describiremos esta manera propia de orientar edificios. Por
otra parte, es necesario resaltar las notables capacidades del observador
mesoamericano de la naturaleza para describir su entorno incluyendo lo que
pudo percibir en la bóveda celeste. Numerosas fuentes registran diversos

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fenómenos como eclipses, cometas, etc. En particular, algunos de los llamados


presagios astronómicos de la conquista de México pueden dar testimonio de
tales capacidades (Galindo Trejo, 2021). Por supuesto, en esta propuesta será
necesario tomar en cuenta las fuentes etnohistóricas, así como los objetos
arqueológicos que nos puedan informar de ciertas circunstancias que rodearon
esta etapa de la historia mexica.

El Calendario Mesoamericano

La cuenta del tiempo en Mesoamérica fue el resultado de la observación


sistemática de la bóveda celeste. Sus orígenes se pierden en la lejana antigüedad,
pero se tiene la certeza de que ya en época olmeca se habrían sentaron las bases
de ella. Aunque el pueblo mexica fue uno de los últimos grupos humanos que
arribaron al Valle de México, la convivencia con numerosos pueblos a lo largo
de casi 200 años de peregrinaje desde la mítica Aztlán, redundó en la adopción
del calendario por los mexicas. Éste como se sabe, constaba de dos cuentas de
días que corrían en paralelo y empezaban en un mismo momento. Una cuenta,
de obvia naturaleza solar, el Xiuhpohualli, de 365 días se organizaba en 18
períodos de veinte días o veintenas. Así, al completarse estos períodos, es decir,
360 días, era necesario añadir cinco días para alcanzar al Sol. Simultáneamente
corría una cuenta ritual de 260 días, el Tonalpohualli, dividida en 20 períodos de
13 días, o trecenas. Al comenzar simultáneamente, después de los primeros 260
días, ambas cuentas se desfasaban y se requería que transcurrieran 52 años de
365 días para que las cuentas volvieran a coincidir y a empezar nuevamente.
Ese completamiento de cuentas calendáricas se festejaba solemnemente con
el encendido del fuego nuevo. Así, mientras la cuenta solar avanzaba 52 ciclos,
la ritual requería efectuar 73 ciclos de 260 días y de esta manera se establecía
la ecuación calendárica fundamental: 52x365 días = 73x260 días. Este sistema
calendárico mesoamericano estuvo vigente durante por lo menos tres milenios
y se consideró resultado de la acción de los dioses, ellos lo habrían inventado
y obsequiado a la sociedad. Justo por esta razón se desarrolló tempranamente
una práctica para elegir las fechas de alineación solar de estructuras
arquitectónicas utilizando los anteriores números calendáricos: 13, 52, 73,
104, 260. Se trataba de una singular forma de culto a los dioses a través de
un elemento esencial para el funcionamiento de toda comunidad. En muchos
casos los números calendáricos se utilizaban para definir el número de ciertos
elementos arquitectónicos, como el número de cuerpos de una pirámide, o el de

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escalinatas y almenas, también el número de ofrendas en algún ritual, etc. Una


relevante manifestación del uso de tales números la tenemos en la orientación
solar de la mayoría de las más importantes edificaciones mesoamericanas.
Para ilustrar brevemente tal práctica que ya estaba presente desde la época
olmeca (Galindo Trejo, 2011) hasta la mexica (Galindo Trejo, 2013a) y aún
más allá (Galindo Trejo, 2013b), presentamos tres ejemplos de esta manera
mesoamericana de crear un complejo discurso arquitectónico-simbólico basado
en la propia cuenta del tiempo.
Consideremos la Pirámide del Sol en Teotihuacan cuya orientación define
uno de los dos ejes urbanos de la ciudad, siendo el otro la llamada Avenida
de los Muertos. Este impresionante templo de 64 metros de altura se alinea
al Sol en el ocaso del 29 de abril y del 13 de agosto y en la madrugada a la
salida del Sol el 12 de febrero y el 29 de octubre. Ambas parejas de fechas no
corresponden a las de ningún evento astronómico importante como solsticio,
equinoccio o al día del paso cenital del Sol. Sin embargo, existe una estrecha
relación de esas fechas con una división ideal del año solar por múltiplos de 13
días. Del 29 de abril al solsticio de verano se requieren 52 días, los mismos que
el Sol necesita para alcanzar nuevamente la posición de la alineación el 13 de
agosto. A partir de este momento el disco solar, día con día, se irá poniendo
más hacia el sur hasta llagar al solsticio de invierno. Emprenderá entonces
su regreso en el horizonte día tras días, hasta alcanzar el día de la primera
alineación, el 29 de abril del siguiente año. Lo interesante en este conteo es
que desde el 13 de agosto hasta el 29 de abril del siguiente año transcurren 260
días, o sea 20 trecenas, la duración de la cuenta ritual. Este esquema se repite
en la madrugada con la otra pareja de alineación, del 12 de febrero y 29 de
octubre. Como se nota, estas parejas de fechas quedan definidas a partir de los
números del sistema calendárico (Galindo Trejo, 2011). El soberano que eligió
esta orientación lo hizo para otorgar a la pirámide un valor intangible pero de
excepcional relevancia emblemática, con ello se le puso en armonía con los
principios sagrados del tiempo.
Otro ejemplo de una orientación calendárico-astronómica se puede identificar
en el llamado Templo Enjoyado en la plataforma norte de Monte Albán. Este
edificio, aunque de características arquitectónicas teotihuacanas, señala su eje
de simetría hacia la salida solar los días 25 de febrero y 17 de octubre. Ambas
fechas se encuentran a una distancia de 65 días o sea 4 trecenas, antes y después
del solsticio de invierno (Galindo Trejo, 2016). Si consideramos esa distancia
de días pero antes y después del solsticio de verano, llegamos a las fechas

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17 de abril y 25 de agosto. Estas fechas indican precisamente los momentos


de la primera y última incidencia directa de los rayos solares al interior del
observatorio cenital en el Edificio P de la plaza principal de Monte Albán
(Morante López, 1995). Nótese que si consideramos la distancia en días a
partir del 25 de febrero al 17 de abril abarca 52 días. Algo similar sucede con
la distancia del 25 de agosto y el 17 de octubre. Es decir, se tiene una inserción
equilibrada de la cuenta ritual, de 260 días= 4x65 días, en la solar. En el siglo
XVI los padres dominicos registraron que los zapotecas dividían la cuenta ritual
en 4 partes, es decir en 65 días y este período lo reconocían como su dios Cocijo
que le atribuían origen de todo lo creado (Córdoba, 1886).

Figura 2. Ceremonias que se hacían en honor al Sol, según los informantes


mexicas del padre Fray Bernardino de Sahagún. Códice Florentino, siglo XVI

Un último ejemplo de la importancia del calendario mesoamericano en


la práctica de orientación arquitectónica se tiene en el Templo Mayor de
Tenochtitlan. El padre Motolinía en el siglo XVI hace constar, refiriéndose a
este templo: “y porque estaba un poco tuerto lo quería derrocar Motecuhzoma
y enderezarlo” (Motolinia, 1996, p. 170). La razón de esta actitud se puede

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entender a partir del hecho de que en el terreno lacustre de la ciudad


los constantes hundimientos provocaban que los edificios cambiaran su
orientación. El principal templo mexica se alinea al Sol poniente los días, 9 de
abril y 2 de septiembre y en la madrugada el Sol surge alineado al templo los
días 4 de marzo y 9 de octubre. Se tiene una situación similar a los dos ejemplos
anteriores. Es decir, los sacerdote-astrónomos mexicas no eligieron fechas de
alineamiento solar en fechas solsticiales, ni equinocciales y menos aún en los
días del paso cenital en Tenochtitlan. Si se sigue el movimiento aparente del
disco solar durante todo el año desde el Templo Mayor de Tenochtitlan se
puede aclarar la actitud de Motecuhzoma. Si se observa la puesta solar a
partir de la primera alineación el 9 de abril, conforme avanzan los días el Sol
se moverá hacia el norte en el horizonte poniente, después de 73 días llegará
el solsticio de verano. Al continuar observando se notará que el disco solar
lentamente regresará el día 2 de septiembre cuando llega la segunda alineación,
73 días después de dicho solsticio. Prosiguiendo la observación, se advertirá que
el Sol se irá moviendo hacia el sur, en diciembre llegará a su posición extrema
en el solsticio de invierno y lentamente emprenderá su regreso hasta que el 9
de abril del siguiente año se alineará de nuevo al Templo Mayor. La distancia
en días del 2 de septiembre al 9 de abril del siguiente año es de 219 días, es
decir, 3 veces 73 días (Galindo Trejo, 2013). Motecuhzoma quería mantener la
orientación del Templo Mayor para asegurar que la cuenta de 73 días, como
parte de la ecuación calendárica indicada antes, no se alterara. Curiosamente, el
período de 73 días permitiría, a través de una sucesión de observaciones solares
en las fechas de alineación citadas, calibrar el período sinódico de Venus de 584
días como 8x73 días. Si se iniciara a registra la alineación un 9 de septiembre,
después de un año habrán transcurrido 5x73 días, es decir, 365 días. Si se
continúa observando hasta el 9 de abril del siguiente año se habrán completado
8 veces 73 días. De acuerdo a Fray Bernardino de Sahagún los mexicas tenían
en el complejo del Templo Mayor un templo llamado Ilhuicatitlan que estaba
dedicado a Venus y el sacerdote a cargo tenía que estar atento cuando surgía
por primera Venus como Estrella de la Mañana, este fenómeno se denomina, la
salida helíaca de Venus (Sahagún, 1979, Libro 2º, apéndice, fol. 114v).

El Sol y sus eclipses

Como muchas culturas de la Antigüedad, en el México Prehispánico se rindió


culto al Sol como una de las deidades más importantes de su panteón. Los

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cronistas informan sobre varios conceptos relacionados con el astro rey. Así,
Fray Bernardino de Sahagún (1907, fol. 174v) recupera un adagio que dice: In
Teotl quitoznequi Tonatiuh, “Dios quiere decir Sol”. Cuando los mexicas utilizan
un jeroglífico para expresar un toponímico, por ejemplo, Teotenanco (lugar
de la muralla sagrada), dibujan un disco solar para representar la raíz teo (Códice
Mendoza, 1997, p. 272, fol. 10r). Este mismo cronista registra la siguiente frase
para definir al dios solar: Tonatiuh quautlevanitl, xippilli, teutl, “el Sol, águila con
saetas de fuego, príncipe del año, Dios” (León-Portilla, 1959, pp. 114, 290). En
el Códice Telleriano Remensis (1995, p. 28, fol. 12v) aparece una frase de indudable
significado cosmológico: “Todas las cosas dicen que las produce el Sol…”.
Una imagen que muestra claramente el culto solar mexica es la que aparece
en el Códice Florentino redactado por Sahagún y sus informantes: un personaje
cuya parte superior del cuerpo lo ocupa un disco solar es reverenciado por
otras personas que tocan un caracol, ofrecen fuego y se extraen sangre de las
orejas (Sahagún, 1979, Libro 2, apéndice, fol. 135r). Ciertamente, el dios tutelar
mexica era Huitzilopochtli, quien los habría guiado desde Aztlan a la Tierra
prometida. Se trataba de una deidad de la guerra con atribuciones solares,
como dice un canto a él dedicado: “No en vano tomé el ropaje de plumas
amarillas: porque yo soy el que ha hecho salir al Sol” (Sahagún, 1958, p. 31).
La intensa veneración hacia sus deidades principales hizo que los mexicas
interpretaran cualquier fenómeno de la naturaleza como una consecuencia
de la voluntad divina. Así por ejemplo, en ocasión de eventos como eclipses,
estrellas fugaces, relámpagos, rayos atmosféricos y cometas, se interpretaban
como alguna premonición nefasta que anunciaba alguna fatalidad para algún
soberano, para el pueblo o para todo el reino. En el caso particular de un eclipse
total de Sol, quizás uno de los fenómenos más espectaculares de la naturaleza,
temían que nunca más alumbraría, que se sumirían en perpetuas tiniebla y que
descenderían demonios para devorarlos (Sahagún, 1989, pp. 478-484). Pese a
todo, quien presencia este asombroso suceso en la bóveda celeste, su efecto
visual, tanto ahí, como en la Tierra, experimenta una indescriptible sensación
que impacta a todos los sentidos. Además, como se trataba de una circunstancia
considerablemente rara, para un pueblo que tenía al astro más brillante del cielo
como deidad, no sólo causó miedo sino que pudo haber sido considerado el
eclipse total al mismo tiempo como una señal de Huitzilopochtli para concluir
con su peregrinaje y asentarse en el Lago de Tetzcoco. Evidentemente,
en las fuentes del siglo XVI conocidas hasta el día de hoy, no se consigna
explícitamente un eclipse vinculado al asentamiento mexica que se convertiría

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en su capital. Sin embargo, como veremos más adelante, algunas descripciones


de ciertos prodigios percibidos por los mexicas alrededor del momento de la
aparición del águila devorando a la serpiente, pueden entenderse a partir del
efecto del eclipse en el entorno terrestre y celeste.

Figura 3. Huitzilopochtli, dios de la guerra mexica con características


solares. Junto con el dios Tlaloc, ocupaba el santuario superior del gran
Templo Mayor en México-Tenochtitlan. Códice Borbónico

Por principio, el espectáculo de un eclipse total del Sol surge de la admirable


casualidad de que el diámetro aparente del Sol y de la Luna, vistos desde
la Tierra, son casi iguales. Esto proviene del hecho que mientras el diámetro
del Sol es 400 veces mayor que el de la Luna, la distancia al Sol es casi 400
veces mayor que la distancia a la Luna. Así, ambos astros observados desde la
Tierra alcanzan un tamaño angular aproximadamente de medio grado. En sí, un
eclipse total de Sol consiste simplemente en que la Luna bloquea por completo
al Sol y la sombra de ella incide sobre la superficie terrestre ocasionando
que durante algunos minutos la parte más profunda de la atmósfera solar, la
fotósfera, desaparezca para el observador sobre la Tierra. Esto sólo sucede
dentro de una franja de un par de cientos de kilómetros que es la que se genera
al moverse dicha sombra a lo largo de grandes distancias sobre la Tierra. Es

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entonces cuando en pleno día se hacen visibles algunos planetas, las estrellas
más brillantes y especialmente otras dos regiones de la atmósfera solar: la
cromósfera y la corona. La primera se caracteriza por su colorido rojo intenso
en forma de grandes nubes observables en la orilla de la Luna y la segunda
constituye la región más caliente y tenue de la atmósfera solar. Su apariencia
es la de extensos rayos de un resplandor blanquecino que emergen radialmente
del Sol y dependiendo del período de actividad de éste, pueden extenderse
hasta varios diámetros solares. Este maravilloso espectáculo celeste transcurre
en breves minutos. Antes y después de esa fase de totalidad se puede apreciar
cómo penetra y se retira la Luna del disco solar respectivamente, aunque la
visibilidad de esta etapa de parcialidad es difícil de percibir si no se posee un
filtro adecuado o acaso si las nubes no pueden atenuar suficientemente la luz
del Sol. En el momento de la totalidad en la Tierra se notarán varios efectos
ambientales. Al disminuir la radiación solar, la temperatura bajará notablemente,
las aves crearán que la noche llegará pronto, empezarán a cantar y volarán
para retirarse a donde pernoctan. Un poco antes y después de la totalidad, en
el suelo se podrá ver franjas brillantes y obscuras a manera de ondas que se
mueven a gran velocidad, son las llamadas sombras volantes. Éstas resultan de
la refracción de la luz solar, que escapa entre los cráteres de la Luna, al atravesar
la turbulencia de la atmósfera terrestre. Otro efecto visual muy llamativo
durante la totalidad es que a lo largo de los 360º del horizonte se nota un
resplandor de un colorido blanco amarillento que corresponde a la zona fuera
de la sombra proyectada de la Luna sobre la Tierra, es como si fuera la luz de la
aurora abarcando todo el horizonte. Sin duda, todos estos efectos ópticos en el
cielo y su repercusión en la Tierra crean un entorno tan fascinante que genera
profundas emociones sensibilizando los sentidos de quien presencia un eclipse
total de Sol.

El eclipse de 1325 y la fundación de Tenochtitlan


según fuentes etnohistóricas

Antes de presentar las circunstancias observacionales del eclipse de 1325 y la


crónica de la fundación de la capital mexica, según fuentes etnohistóricas del
siglo XVI, es conveniente referirnos a una sugerente investigación de Michel
Oudijk sobre el concepto mesoamericano de toma de posesión que alude a
la fundación o inicio de un sitio donde se legitimará a un soberano. Después
de haber analizado numerosos documentos pictográficos, este autor ha

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identificado de cinco a seis elementos que forman una secuencia de eventos


tan bien conocida que bastaría uno o dos de éstos para indicar la ceremonia
de toma de posesión (Oudijk, 2002, p. 102). Tales elementos son: tirar flechas
hacia los cuatro puntos cardinales; encender el fuego nuevo; mandar a cuatro
señores para tomar posesión de la tierra; la demarcación de las tierras; la
división de la tierra entre los nobles. A menudo todos esos elementos se
incluyen en una misma escena, aunque en ocasiones sólo aparece uno de ellos.
Adicionalmente, la cancha del juego de pelota también puede evidenciarse
como otro elemento relacionado con la fundación (Oudijk, 2002, p. 113).
De acuerdo al mismo autor, al legitimarse el soberano se transformaría en
la personificación del Sol lo que lo haría esencial para el frágil equilibrio del
mundo (Oudijk, 2002, p. 126).
El día 21 de abril de 1325, hacia las 11:35 am empezó la fase de totalidad
del eclipse, durante cuatro minutos se pudo apreciar la corona solar extendida
en torno a la Luna. La franja de obscuridad abarcó aproximadamente 188 km
de ancho, llegó por la costa de Michoacán y salió por el norte de Veracruz.
Tenochtitlan quedó escasamente a unos pocos kilómetros de la orilla sur de
dicha franja que pasó por Cuauhtitlan, lo que ocasionó que el disco solar, visto
desde Tenochtitlan, se cubriera en un 99.6%. Junto con estrellas brillantes de
las constelaciones de Orión, Tauro, Aries y Piscis, se pudieron observar los
cinco planetas más brillantes y la Vía Láctea. La sensación de obscuridad fue
prácticamente plena, el descenso de la temperatura ambiente, la reacción de los
animales, las sombras volantes de apariencia fantasmagórica, el cielo estrellado,
la Vía Láctea y los cinco planetas, los rayos coronales y los resplandores rojizos
de la cromósfera dejaron seguramente una honda huella en los observadores
mexicas. Como una manera de cuantificar el grado de obscuridad del eclipse de
1325 se puede citar el registro que hizo el cronista Chimalpain (2003, p. 141)
de un eclipse observado desde Amecameca en el año 10 Tecpatl… “y también
entonces fue comido el Sol, sólo un poquito quedó, aparecieron las estrellas”.
El 22 de febrero de 1477 sucedió este eclipse y el Sol quedó cubierto a las 14:36
en un 86.8%. Si en ese año se percibieron las estrellas con apenas un 86.8% de
cubrimiento del disco solar, los mexicas en 1325 con un cubrimiento de 99.6%
bien pudieron admirar un firmamento obscuro con estrellas y el Sol casi oculto
por completo.
Una de las fuentes etnohistóricas que nos describen los acontecimientos que
rodearon el momento en el que los mexicas finalmente reconocieron la señal
dada por su dios Huitzilopochtli para asentarse en el Lago de Tetzcoco, es la

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Crónica Mexicayotl, escrita por Fernando Alvarado Tezozomoc en nahuatl.


Hacia el año 1285, Copil, el hijo de la hermana de Huitzilopochtli llamada
Malinaxochitl, quien fue abandonada durante la peregrinación, se confronta con
su tío y es derrotado en Tepetzinco, que corresponde hoy al cerro enfrente del
aeropuerto de la Ciudad de México. Copil es sacrificado y su corazón lanzado
al tular, justo donde posteriormente se escenificará el prodigio anunciado por
Huitzilopochtli para señalar el sitio donde los mexicas deberán de establecerse
finalmente (Alvarado Tezozomoc, 1975, pp. 41-43). Algunos años después,
los sacerdotes Cuauhcoatl y Axolohua andaban buscando tierra donde se
establecerían. Dentro del carrizal del lago vieron una gran maravilla que el
mismo dios Huitzilopochtli guardaba:

…Inmediatamente vieron el ahuehuete, el sauce blanco que se alza allí y la caña


y el junco blancos y la rana y el pez blancos, y la culebra blanca del agua y luego
vieron que había en pie unidos un escondrijo, una cueva; el primer escondrijo, la
primera cueva se ven por el oriente llamados Tleatl (agua de fuego), Atlatlayan
(lugar del agua abrasada) y el segundo escondrijo, la segunda cueva se ven por
el norte y están cruzados, llamados Matlalatl (agua azul oscuro), Tozpalatl (agua
color de papagayo: agua amarilla). En cuanto vieron esto lloraron al punto los
ancianos… (Alvarado Tezozomoc, 1975, pp. 62-63).

Posteriormente Huitzilopochtli se dirigió a uno de los sacerdotes:

¡Oh Cuauhcoatl! habéis visto ya y os habéis maravillado con todo lo que hay allá
dentro del carrizal. Oíd, empero, que hay algo más que no habéis todavía: idos
incontinenti a ver el tenochtli en el que veréis se posa alegremente el águila, la
cual come y se asolea allí; por lo cual os satisfaréis, ya que es el corazón de Copil
que arrojaras cuando te pusiste en pie en Tlalcocomocco y luego fue a caer a
donde visteis, al borde del escondrijo de la cueva en Acatzallan, en Toltzallan y
donde germinó el corazón de Copil, que ahora llamamos tenochtli; allí estaremos,
dominaremos, esperaremos, nos encontraremos con las diversas gentes, pecho y
cabeza nuestros; con nuestras flechas y escudo nos veremos con quienes nos
rodean, a todos a los que conquistaremos, apresaremos; pues ahí estará nuestro
poblado, Mexico Tenochtitlan, el lugar en que grita el águila, se despliega y come,
el lugar en que nada el pez, el lugar en el que es desgarrada la serpiente, Mexico
Tenochtitlan y acaecerán muchas cosas… (Alvarado Tezozomoc, 1975, pp. 64-65).

Después de este mensaje de Huitzilopochtli, Cuauhcoatl comunicó todo a


los mexicanos quienes regresaron al paraje Acatzallan donde se encontraba el
tenochtli, fue entonces cuando admiraron el prodigio:

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…al borde de la cueva vieron cuando, erguida el águila sobre el nopal, come
alegremente, desgarrando las cosas al comer y así que el águila les vio, agachó muy
mucho la cabeza, aunque tan sólo de lejos la vieron (Alvarado Tezozomoc, 1975,
p. 65).

Posteriormente, Huitzilopochtli se dirigió a los mexicas:

¡Oh mexicanos, allí estará (más como no veían los mexicanos quien les llamara
le denominaron Tenochtitlan) e inmediatamente lloraron por esto los mexicanos
y dijeron: ¡merecimos, alcanzamos nuestro deseo!, puesto que hemos visto y nos
hemos maravillado de donde estará nuestra población; vámonos y reposemos; de
inmediato y a causa de esto, vinieron a Temazcaltitlan en el año 2-Casa, 1325 años
(Alvarado Tezozomoc, 1975, p. 66).

Más tarde, los mexicas recibieron indicaciones del sacerdote Cuauhcoatl:

¡Oh hijos míos! “cortemos” el “Tlachtli”, establezcamos modestamente el


“tlachcuitectli” pequeño, así como nuestro “tlalmomoztli” allá donde viéramos
al águila: quizá de vez en cuando descanse allá el sacerdote, nuestro dios
Huitzilopochtli”. Se trataba de erigir una cancha del juego de pelota, un cercado
de césped y un primer altar de tierra con lo que iniciarían la humilde y pequeña
casa de Huitzilopochtli (Alvarado Tezozomoc, 1975, p. 67).

Una noche ordenó Huitzilopochtli a los mexicanos a través de Cuauhcoatl:


“Asentaos, repartíos, fundad señoríos por los cuatro ámbitos de la Tierra”
(Alvarado Tezozomoc, 1975, p. 74) y así se hizo.
El historiador Federico Navarrete (2011, p. 494) añade que una vez que los
mexicas recibieron la gracia divina de su dios Huitzilopochtli para establecerse
en un sitio reservado por él, correspondía a ellos realizar los rituales necesarios
para consagrar el modesto altar que se transformaría en el gran Templo Mayor
de Tenochtitlan. Para convertirse este recinto en un verdadero centro sagrado
se requería que adquiriera su “corazón” a través de un sacrificio humano
(Navarrete, 2011, p. 495). Este mismo autor presenta la versión de tal acción
ritual proveniente de otra de las fuentes etnohistóricas más importantes del
siglo XVI: La historia de los mexicanos por sus pinturas (2002, p. 65):

En este primer año, como los mexicanos llegasen al lugar susodicho,


Huitzilopochtli se apareció a uno que se decía Tenoch y le dijo que en este lugar
había de ser su casa y que ya no habían de andar los mexicanos, y que les dijese
que por la mañana fuesen a buscar alguno de Colhuacan, porque los habían

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maltratado y lo tomasen y sacrificasen y diesen de comer al Sol. y salió Xomimitl


y tomó a uno de Colhuacan que se decía Chichilcuauhtli, y en saliendo el Sol lo
sacrificaron y llamaron a esta población Cuauhmixtitlan y después fue llamada
Tenochtitlan, porque hallaron una tuna nacida en una piedra y las raíces de ella
salían de la parte do fue enterrado el corazón de Copil, como se ha dicho.

Figura 4. Imagen de un eclipse total de Sol que permite admirar la corona y


cromósfera solar. Este aspecto de uno de los dioses principales mexicas se pudo
observar el 21 de abril de 1325. Durante más de cuatro minutos se obscureció
el cielo a medio día, se vieron las estrellas y los cinco planetas cercanos

La descripción del eclipse total de Sol de 1325 y la narración de los


acontecimientos en torno al prodigio anunciado por el dios Huitzilopochtli
plantean varias interesantes sugerencias. Aunque la impresión inicial al
presenciar el grandioso espectáculo natural pudo interpretarse como un
augurio de algo nefasto, para un pueblo que tenía casi dos siglos de buscar
incesantemente el lugar prometido por su dios solar, el eclipse pudo haber
sido asimilado como una ostentosa y dramática señal del mismísimo Sol para
indicar que la búsqueda había terminado. La observación del eclipse desde la
orilla del lago provocó un efecto visual adicional al notarse el disco solar con
su luz mortecina reflejado en las aguas. El ambiente de obscuridad y el frescor

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en el aire, los resplandores de la corona y cromósfera solar, estrellas brillantes,


la Vía Láctea y todos los planetas visibles, junto con los colores brillantes en los
horizontes y las sombras volantes en el suelo, crearon un portentoso escenario
que manifestaba la intensidad del mandato de Huitzilopochtli: ¡mexicas, han
arribado a la tierra prometida, desde aquí dominarán al Mundo!
Por otra parte, el relato expresado en las fuentes etnohistóricas citadas antes,
hace alusión a varios aspectos que pueden entenderse en diversos sentidos. Por
ejemplo, la gran maravilla de árboles y animales blanquecinos y aguas coloridas,
vista en el lago antes del prodigio con el águila, podría tratarse de ese juego
de luces resultante de las fases del eclipse. Este mismo fenómeno celeste
que implica la conjunción de los dos astros más brillantes del firmamento,
podría dar lugar a una interpretación del mismo prodigio anunciado por
Huitzilopochtli. El escudo nacional del México actual, el águila posada en un
nopal con tunas, que crece en una piedra rodeada de agua, devorando a la
serpiente estaría representando metafóricamente tal conjunción. Sabemos que
el águila para los mexicas simboliza al Sol. Sin embargo, ni la serpiente ni el
nopal pueden asociarse a la Luna (en contraste, el maguey sí). Otra posibilidad
podría ser el agua, lo que nos remitiría a una fuente etnohistórica del siglo
XVI del nahuatlato Cristóbal del Castillo (1991, p. 117, 143, 145, 155) quien
se refiere repetidamente a la laguna de Tetzcoco como el Apantle de la Luna.
El apantle se trata de una acequia. De acuerdo a Jiménez Vaca (2014, p. 6) en
la ciudad de México durante la época prehispánica sus apantles se ubicaban en
medio del lago. Resulta interesante hacer notar lo que el cronista Chimalpain
(1998, p. 209) narra respecto al hecho de que cuando llegaron los ocho pueblos
hablantes de náhuatl al Valle de México se encontraron con otros naturales que
ya estaban asentados ahí y que llaman chichimecas. Éstos son calificados como
gente agreste. Tal vez podrían tratarse de otomíes. Por otra parte, Sahagún
(1987, p. 482) informa que los otomíes de Xaltocan tenían por dios a la Luna
y le hacían particulares ofrendas y sacrificios. El cronista Fray Juan de Grijalva
(1624, p. 108) menciona que los otomíes de Metztitlan (el Lugar de la Luna)
reverenciaban precisamente a la Luna. En la Relación de Querétaro del siglo
XVI (Ramos de Cárdenas, 1987, p. 239) se cita que los otomíes habitantes de
ese pueblo contaban los meses por lunas, de luna nueva a luna nueva, asignando
a cada mes treinta días. A partir de lo anterior, una posible interpretación de
este eclipse podría ser que el pueblo del Sol, los mexicas, arremetió sobre el
pueblo de la Luna, los otomíes. A este respecto es muy interesante la opinión
que expresó el arqueólogo Alfonso Caso:

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Tenochtitlan es la ciudad fundada en el centro del Lago de la Luna, el


Metztliapan, que rememora aquel otro lago que rodeaba la isla de Aztlan, la tierra
de la blancura, de donde salieron los aztecas por mandato de su dios… El tunal
brota del corazón de Copil, pues la metrópoli debía fundarse en el preciso punto
en que cayera el corazón del hijo de la Luna. En el centro del Metztliapan, en
Mexico, en el centro del Lago de la Luna, debía fundarse la Ciudad del Sol (1946,
p. 99, 101).

Finalmente, otra fuente etnohistórica del siglo XVI, el Códice Aubin


(1980, p. 50), informa de un acontecimiento, según el cual condujo a que los
mexicas reconocieran al dios ancestral Tlaloc en el mismo nivel jerárquico
que Huitzilopochtli. Así, poco después del prodigio en el lago, el sacerdote
Axollohua se accidentó sumergiéndose y murió, allá donde está el nopal en el
que se posa un águila abrigando con sus alas un nido que tiene bajo sí, y en esas
aguas azules. Al día siguiente ya apareció Axollohua entre sus compañeros y les
dijo:

Fui a ver a Tlaloc, me llamó y me dijo: ya llegó mi hijo Huitzilopochtli, ésta es


su casa, que es el único a quien debe quererse y permanecerá conmigo en este
mundo”. Luego referido esto fueron los mexicanos a ver el lugar y el Tenochtli, y
limpiaron a asearon el punto indicado, levantaron un altar al pie del nopal, todo el
día se regocijaron.

Al seguir el relato de varias fuentes etnohistóricas sobre las circunstancias


que condujeron al asentamiento final de los mexicas en Tenochtitlan, resulta
obvio que se evidenciaron varias acciones, enumeradas por Michel Oudijk
(2002), que señalan claramente un proceso de fundación.

El Teocalli de la Guerra Sagrada

En julio de 1926 Alfonso Caso excavó en los terrenos del Palacio Nacional
uno de los monumentos escultóricos más representativos de los conceptos
relacionados con el culto solar y la fundación de Tenochtitlan. Caso (1927)
ha descrito en forma pormenorizada todos los elementos esculpidos en
esta obra en forma de una pequeña pirámide con trece escalones. Aquí sólo
destacaremos algunos elementos que tienen relación con nuestra propuesta.
Claramente en la parte posterior de este monolito aparece la representación
del prodigio anunciado por Huitzilopochtli: en un entorno acuático, sobre un

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nopal, se yergue un águila de cuyo pico surge, no una serpiente ni un pájaro,


sino el símbolo mexica de la guerra conocido como Atl-Tlachinolli (agua y
cosa quemada). Parece que el nopal surge de un personaje femenino que no
correspondería a Copil. Caso (1927, p. 61) considera que este monumento es
un Teocalli del Sol relacionado precisamente con la guerra sagrada. Finalmente
Caso lo llama El Teocalli de la Guerra Sagrada. En lo que correspondería al
santuario superior de esta pequeña pirámide se labró un disco solar que tiene
en su centro el jeroglífico Nahui Ollin, Cuatro Movimiento, es decir, el nombre
calendárico del Sol. Alrededor de este jeroglífico se distribuyen 78 pequeñas
cuentas que se obtienen al acumular precisamente seis veces trece. En el lado
izquierdo del disco solar se representó a Huitzilopochtli con atributos del dios
Tezcatlipoca como el Espejo Humeante. Adicionalmente, en el lado derecho
se labró un personaje que algunos autores identifican con Motecuhzoma
Xocoyotzin pero que Caso (1927, p. 48) propone que más bien se trata de una
advocación de Tezcatlipoca. De la boca de los dos personajes surge el símbolo
de la guerra Atl-Tlachinolli. En ambos costados del santuario se labraron dos
jeroglíficos calendáricos. Del lado izquierdo Ce Tecpatl, Uno Pedernal y en el
derecho Ce Miquiztli, Uno Muerte. De la boca de la calavera y de la del pedernal
brota el Atl-Tlachinolli y ambos portan el Espejo Humeante de Tezcatlipoca.
Esas fechas corresponden a nombres calendáricos: de Huitzilopochtli, Ce
Tecpatl y de Tezcatlipoca, Ce Miquiztli. Caso (1927, p. 34) señala que ambas
fechas corresponden a los días iniciales de las dos trecenas del Tonalpohualli
dedicadas al Sol. Además, la distancia en días entre ambas fechas es de 52, es
decir 4 veces 13. Según Motolinia (1996, p. 185), Tezcatlipoca y Huitzilopochtli
decían ser hermanos y dioses de la guerra, el primero era hermano mayor y
el segundo menor. Una de las fiestas más importantes en Tenochtitlan era la
dedicada a ambos dioses en la veintena de Toxcatl e incluso la arqueóloga
Laurette Séjourné (1964, p. 179) sitúa esta fiesta durante el primer paso cenital
del Sol. En efecto, esta veintena era la quinta en el calendario mexica. De
acuerdo a la correlación de Sahagún (1979, Libro 2º, fol. 3r), Toxcatl transcurría
entre el 3 y el 22 de mayo. Siguiendo a varias fuentes etnohistóricas Alfonso
Caso (1967, p. 135) añade que Huitzilopochtli habría nacido en un día Ce Tecpatl
y fallecido en el día Ce Miquiztli. Un ejemplo muy ilustrativo de la vinculación
estrecha entre estos dioses es la escultura que representa al Xiuhmolpilli, para
conmemorar el completamiento del período de 52 años, que se encuentra en
el Museo Nacional de Antropología. En un extremo del atado aparece el glifo
Ce Tecpatl y en el otro el de Ce Miquiztli. Además en el centro del Xiuhmolpilli

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se labró el glifo Ome Acatl, Dos Caña, justo el año del nacimiento y la muerte
de Huitzilopochtli, lo que sugiere que hay 52 años entre ambos eventos (Caso,
1967, p. 135). Curiosamente, los mixtecos reconocían al Señor Uno Muerte
como el dios del Sol (Códice Bodley, 2005, p. 88).

Figura 5. La representación del prodigio anunciado por Huitzilopochtli para


la fundación de México-Tenochtitlan. Varias fuentes describen, además de la
serpiente, a un pájaro agarrado por el águila. Códice Durán, siglo XVI

En la parte baja de ambas balaustradas de la escalinata se esculpieron dos


jeroglíficos calendáricos: Ce Tochtli, Uno Conejo, en el lado izquierdo y Ome
Acatl, Dos Caña, en el derecho. Por estar contenidas ambas fechas en cuadretes
se refieren a nombres de años. Ce Tochtli corresponde al primer año de la cuenta
de 52 años. Además, al ser el nombre calendárico de Tlaltecuhtli, en este año
se creó la Tierra (Caso, 1967, p. 193). Ome Acatl, además de estar relacionado
con el nacimiento y muerte de Huitzilopochtli, es también el año en el que
Tezcatlipoca, de acuerdo a la Leyenda de los Soles del Códice Chimalpopoca (1975,
p. 120), encendió el primer fuego nuevo durante la reunión de los dioses en
Teotihuacan para crear el Quinto Sol bajo el nombre de Nahui Ollin. Más arriba
de los jeroglíficos calendáricos, sobre cada balaustrada, se esculpió un vaso
conocido como cuauhxicalli, jícara del águila, que se utilizaba para contener la
sangre y los corazones de los sacrificados. Sus bases y remates en forma de
corazones invertidos, son muy similares y difieren sólo en que la parte central
del vaso de la derecha está decorada de plumas de águila y la del vaso de la
izquierda está adornada de piel de jaguar. De acuerdo con Caso (1927, p. 16)

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se está representando la idea de que los llamados caballeros águila y jaguar, una
tropa de élite mexica, eran muy importantes en el culto solar, porque éste exigía
emprender la guerra sagrada.
Sobre la plataforma superior del santuario, al pie del disco solar, ya descrito,
se labró al Monstruo de la Tierra, es decir, a Tlaltecuhtli. Se le representa como
un animal con sus fauces totalmente abiertas provistas de dientes y colmillos
y adornada con cuatro cuchillos de pedernal. El monstruo está sentado y
de espaldas, sus manos y pies están provistos de garras. Como sus fauces se
encuentran en el lado opuesto al del Sol, se quiso representar al Sol que surge
de la Tierra después de haber triunfado de las tinieblas (Caso, 1927, p. 49). Aquí
resulta importante recordar que según la fuente etnohistórica conocida como
Histoire du Mechique (2011) la cosmovisión mexica establecía la existencia de
13 cielos. Éste es el número de escalones que tendría uno que recorrer para
llegar a la plataforma superior. El monstruo está flanqueado por dos escudos.
El del lado izquierdo es similar al que porta frecuentemente Huitzilopochtli. El
de la derecha corresponde al de la deidad advocación de Tezcatlipoca.

Figura 6. El Teocalli de la Guerra Sagrada, en forma de una pirámide de trece escalones,


muestra un disco solar flanqueado por Huitzilopochtli y una advocación de Tezcatlipoca.
Contiene gran cantidad de informaciones iconográficas, entre otras, el momento de
la fundación de México-Tenochtitlan, en el año Ome Calli, Dos Casa, 1325.

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Figura 7. Parte posterior de la escultura conocida como El Teocalli de la


Guerra Sagrada. Se aprecia al águila parada, en un entorno acuático, sobre
el nopal con corazones como tunas, devorando el jeroglífico Atl-Tlachinolli,
que simboliza la guerra sagrada. Museo Nacional de Antropología

En la cúspide del santuario se labró un semicírculo representando


un zacatapayolli, bola de zacate, donde se incrustaban las púas de maguey
impregnadas de sangre del autosacrificio. En la parte superior del zacatapayolli
aparece un resplandor de fuego. En el interior del mismo se esculpió el
jeroglífico calendárico del año Ome Calli, Dos Casa, que corresponde al año
1325, año de la fundación de Tenochtitlan. En ambos lados del zacatapayolli se
labró un largo rollo de papel con cuatro ataduras que remata con una serpiente
de fuego, Xiuhcoatl (Caso, 1927, p. 53).
Recientemente, el historiador de arte William Barnes ha analizado el Teocalli de
la Guerra Sagrada. Él opina que al colocar al Sol en la cumbre de la escalinata
central se está evocando el cenit solar. Asimismo, iconográficamente al situar al
Sol sobre el cuerpo extendido de Tlaltecuhtli se pretendía a que éste fuera visto
como una referencia al Sol original que se eleva sobre el horizonte en su primer
paso cenital después de la creación de la Tierra, el fuego y el tiempo (eventos
referenciados por los jeroglíficos Ce Tochtli y Ome Acatl, en las balaustradas). La

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fecha Ome Calli en la cúspide del santuario y la escena de la fundación que cubre
la parte posterior de la escultura pueden imaginarse como vistos bajo la luz del
Sol en el cenit en tal disposición que sugiere en realidad la corriente narrativa de
un códice desplegado sobre la forma del monumento (Barnes, 2017, p. 252).
El Teocalli de la Guerra Sagrada muestra de una manera espléndida el
profundo simbolismo religioso y calendárico que acompañó a la fundación de
Tenochtitlan. Es sugerente el hecho de que tanto las deidades involucradas, así
como varios elementos constitutivos de este admirable monumento, revelan la
importancia calendárica de la trecena. Por otra parte, es altamente significativa
la estrecha relación de esta magnífica escultura con el culto solar, fundamental
para el pueblo mexica.

Fundación de Mexico-Tenochtitlan: una propuesta arqueoastronómica

Una vez que hemos recorrido el camino del mito alrededor de la instauración
de la capital mexica localizándolo en el marco de un fenómeno celeste
tan impactante como fue el eclipse total de Sol del 21 de abril de 1325,
proponemos que éste fue la señal de Huitzilopochtli para finalizar casi dos
siglos de peregrinaje en busca del lugar prometido para crear un gran centro
de poder político y religiosos. Sin embargo, sería necesario un inicio formal y
memorable para declarar establecido dicho centro por medio de algún ritual
alusivo a sus dioses, en particular a Huitzilopochtli. Hemos visto que de
acuerdo a las fuentes etnohistóricas sucedieron varias acciones de los sacerdotes
mexicas que, de acuerdo con Michel Oudijk (2012), corresponden a lo que
podemos designar propiamente como una fundación. Ciertamente, en un
principio en condiciones materiales precarias pero de gran significado para el
futuro promisorio de la supremacía mexica en Mesoamérica.
Otro aspecto que es pertinente señalar es que al momento en que los
mexicas se acercaban al lugar del prodigio enunciado por Huitzilopochtli
ya manejaban suficientemente lo relacionado con la cuenta del tiempo, el
calendario era un tema que ya formaba parte de su cultura y por lo tanto ya
habrían tenido conocimiento de una de las prácticas de más larga tradición
en Mesoamérica, como es la construcción de estructuras arquitectónicas
orientadas al Sol según las cuentas calendáricas definidas a partir de las fechas
de alineación. Por otra parte, a lo largo de más de tres décadas de investigación
arqueoastronómica sobre la orientación de edificios mesoamericanos (Aveni,
1980; Galindo Trejo, 1994, 2016, 2020; Šprajc, 2001; Sánchez Nava y Šprajc,
2015; Šprajc y Sánchez Nava, 2015) se ha mostrado que la distribución de las

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fechas de alineación solar se puede aproximar a una que posee diversos punto
de acumulación en ciertas fechas que corresponden a las 28 fechas resultante
de dividir el año solar en múltiplos de trece días a partir de un solsticio. Debido
a que la temporada de lluvias en Mesoamérica sucede en torno al solsticio de
verano, el pivote natural más idóneo para efectuar tal división es el solsticio de
invierno. Adicionalmente, hay que tomar en cuenta también la alineación solar
en fechas especificadas por los múltiplos de 73 días, derivadas de la relación:
52x365 días= 73x260 días.

Figura 8. Alegoría probable del significado del prodigio de Huitzilopochtli, durante la


totalidad de un eclipse, prácticamente como el que se observó el 21 de abril de 1325. El
águila del escudo nacional actual representa al Sol y el hecho que se haya visto sobre el
Lago de la Luna, completaría el simbolismo. Se notan los flujos coronales. NASA

Nuestra propuesta parte del eclipse total de Sol el 21 de abril de 1325,


visible en el Centro de México. Una vez que los mexicas habrían percibido
intensamente esa poderosa manifestación de la naturaleza y que sin duda fue
atribuida al formidable poder de Huitzilopochtli, decidieron agradecerle
el asombroso aviso para arraigarse en el lago y emprendieron la tarea de
construir inicialmente un altar y edificar un templo digno para consagrar el
sitio. ¿Cuándo podría haberse realizado el magnífico ritual de fundación del
sitio asignado por Huitzilopochtli? Podría ser en un momento en el que se
pudiera experimentar su presencia. A este respecto, resulta muy interesante
el hacer un ejercicio similar al que se ha identificado en la distribución de las

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fechas de alineación solar, antes mencionada. En efecto, a partir del día del
eclipse, 21 de abril, dividamos todo el año en trecenas. Así obtenemos 28 fechas
separadas por múltiplos de 13 días. Esto conduce a una situación sumamente
interesante porque dos trecenas después del eclipse nos lleva al 17 de mayo.
En Tenochtitlan el primer día en el año en el que el Sol alcanza el cenit es
precisamente en esta fecha. Por lo tanto, a medio día los rayos solares incidirán
verticalmente sobre la superficie terrestre de tal forma que no se proyectará
ninguna sombra lateral ya que la sombra coincidirá con la base de los objetos.
En términos simbólicos, el poderoso dios solar, representado por el mismísimo
Huitzilopochtli, descenderá sobre su ciudad el 17 de mayo. Cabe señalar que
el segundo paso cenital del Sol en Tenochtitlan sucede el 26 de julio, cuando
se encuentra la región en plena temporada de lluvias. Además, ninguna fecha
resultante de la división del año por trecenas coincide con la del segundo paso
cenital del Sol.
Aquí cabría la pregunta: ¿existe alguna evidencia de que los mexicas
observaran el paso cenital del Sol? Dicha pregunta se la hizo también la
historiadora Zelia Nuttall (1928). Esta autora localizó dos testimonios del
siglo XVI que sugieren que los mexicas sí registraban este importante evento
solar. En efecto, uno proviene del juicio de residencia de Pedro de Alvarado,
lugarteniente de Hernán Cortés y el otro del capitán Andrés de Tapia, maestre
de campo de Cortés. Antes de la matanza perpetrada durante la fiesta de
Toxcatl en 1520, Pedro de Alvarado explica lo que observó:

…una mañana amanecieron puestos en el patio del Oechilobos muchos palos


hincados e en el Qu principal uno más alto e yendo yo al dicho patio les pregunté
que para que tenían puestos e hincados aquellos palos e me dixeron públicamente
en presencia de la gente que yva conmigo que aquellos palos heran para poner a
todos los españoles… (Ramírez, 1847, p. 66).

Por otra parte, Andrés de Tapia narra:

En otro tiempo, cuando entramos en México la primera vez de paz, andando yo


rondando vía en Uchilobos, mezquita mayor, que en siendo las doce en punto,
lo cual conocían por ciertas señales del cielo, se levantaban y tocaban una bocina
de un grande caracol, e iban al sacrificio todos, y oyendo en otras perrochias esta
bocina, también se levantaban y cada cual, con ropa vestida según su divinidad,
sacrificaba, o de su sangre o incienso o pajas mojadas en su sangre o papeles con
ciertos caracteres (De Tapia, 2002, p. 118).

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Ciertamente, los palos incrustados en el piso habrían servido como


gnomones para determinar, a través de su sombra, cuándo llegaba el Sol al cenit
y a la vez saber en qué momento se alcanza el medio día para realizar algún
ritual en honor al Sol.
Después de analizar la información de fuentes etnohistóricas del siglo
XVI respecto a los hechos que sucedieron en torno al prodigio anunciado
por Huitzilopochtli, así como de plantear las circunstancias bajo las cuales se
observó el eclipse total de Sol de 1325 y de considerar los elementos religiosos
y calendáricos implícitos en el Teocalli de la Guerra Sagrada, proponemos
que la fundación de Mexico-Tenochtitlan pudo haber sido probablemente el
17 de mayo de 1325, en ocasión del primer paso cenital del Sol de ese año y dos
trecenas después de dicho eclipse.

Consideraciones finales

Al acercarse las fechas conmemorativas de importantes hechos históricos


que marcaron una de las más profundas transformaciones de las sociedades
prehispánicas de México, se estimuló el debate sobre, entre otros temas, la
fecha de la fundación de la ciudad capital mexica. El esclarecer este asunto es,
de origen, sumamente complejo ya que las fuentes de información son escasas,
incompletas y en ocasiones contradictorias. Sin embargo, es posible plantear
diversas propuestas. De hecho, en la actualidad existen varias posibilidades que
tendrían que confrontarse entre sí pero seguramente no se llegaría a ningún
consenso unánime. En este trabajo hemos querido presentar una propuesta
factible, basada en diferentes informaciones provenientes de disciplinas
como la Etnohistoria, la Arqueología, la cuenta del tiempo mesoamericana
y la Astronomía. Estamos convencidos de que las capacidades analíticas del
observador mexica de la naturaleza le permitieron concatenar conocimiento
del cielo con aspectos religiosos para establecer el momento más adecuado para
celebrar de forma solemne la fundación de su ciudad.
Las inevitables circunstancias históricas condujeron en 1521 a un trágico
destino a la espléndida urbe mexica, a partir de lo cual se transformaron
todas las sociedades de lo que hoy es México. Sin embargo, permaneció en el
pensamiento de los sobrevivientes la memoria de un pasado glorioso, tanto que
el cronista Chimalpain (1998: 161) en su obra Memorial de Colhuacan, escribió:
“Yn quexquichcauh maniz cemanahuatl ayc pollihuiz yn itenyo yn itauhca in Mexico

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Tenochtitlan”. “...en tanto exista el Mundo, nunca se perderá la Fama y la Honra


de Mexico-Tenochtitlan”.

Figura 9. México-Tenochtitlan, la urbe mexica, según la reconstrucción


hipotética del arquitecto Ignacio Marquina de 1951.

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